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Alkis

Chapter 10: Demonio musical

Notes:

⚠️ Advertencia: este capítulo contiene una breve mención de una menor de edad ⚠️

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Cuando Will abrió la puerta de su casa, su sorpresa fue mayor al ver a Alana de pie en el umbral.

—Escuché que te dieron de alta del hospital —dijo con una pequeña sonrisa, alzando un envase de comida—. Siento no haber podido ir a visitarte. Te traje esto.

Will aceptó el envase con un leve gesto de sorpresa. No sabía exactamente qué contenía, pero el aroma que escapaba por la tapa era dulce y apetitoso

—Gracias, no tenías que molestarte en venir hasta aquí —respondió con una media sonrisa—. Me habría puesto algo de ropa si hubiera sabido que vendrías.

Era temprano en la mañana, y Will acababa de levantarse. Llevaba puesta solo una camisa gris arrugada y su ropa interior, que se ceñía a su cuerpo, revelando más de lo que le habría gustado en presencia de ella.

—Quería saber que estabas bien —dijo ella—. ¿Cómo has estado? ¿Te sientes mejor?

Will asintió. Sabía que la mujer no tenía interés en él, pero no podía evitar sentirse nervioso. Alana era amable, inteligente, dulce. Todo lo que Will necesitaba de una pareja.

Alana dio un paso atrás, llevándose las manos al pecho, con expresión asustada.

—Yo… Yo tengo que irme

—Espera, ¿por qué te vas tan de pronto? —preguntó Will, frunciendo el ceño

Alana no lo miraba a él. Su atención estaba fija en algo a sus espaldas. Will se dio la vuelta, siguiendo su mirada.

A través de la cortina translúcida del salón, distinguió una silueta quieta como una estatua. Hannibal. De pie junto a la ventana, observaba a Alana sin pestañear. Sus ojos brillaban de un fulgor rojo. No hacía ningún gesto, no estaba hablando, pero su presencia bastaba para dejar claro que ella no era bienvenida.

Will apenas tuvo tiempo de girarse de nuevo cuando Alana salió corriendo hacia su vehículo y se marchó sin siquiera despedirse.

Cerró la puerta con un suspiro. Apenas dio unos pasos dentro de la casa cuando varias revistas que guardaba en un cesto junto a la entrada salieron volando por el aire, como si una ráfaga invisible las hubiera empujado con furia.

Una pintura colgada en la pared cayó al suelo con un estruendo seco

Avanzó con cautela hasta la sala. Allí estaba Hannibal, sentado con las piernas cruzadas, como si nada hubiera ocurrido. Pero Will podía verlo. Bajo esa fachada serena, había una tensión contenida, un enojo apenas reprimido.

—Buenos días, Will. No sabía que recibías visitas tan temprano por la mañana.

—Esto fue una excepción —dijo, dejando el envase de comida en la mesa del comedor

—Parecías bastante amigable con ella. ¿Tienen algún tipo de historia juntos?

—¿Qué importa eso? —respondió, esquivando la mirada del demonio.

—Yo no recibí una cálida bienvenida, a diferencia de ella

—Tú eres un demonio. Ella es una compañera de trabajo.

—Y aun así, te mostraste ante ella luciendo así —comentó Hannibal, recorriéndolo con la mirada de arriba abajo, sin pudor alguno—. Me tomó varios días poder verte desnudo, pero no dudaste en salir a recibirla cuando llevas puesto algo que deja muy poco a la imaginación. Aunque no me quejo. Debo decir que tu pijama es realmente exquisita.

Will frunció el ceño, incómodo ante la intensidad de su mirada

—Si fueras un súcubo, pensaría que realmente estás mostrando algún tipo de lujuria hacia mí.

—Lo hago —respondió Hannibal sin titubear.

—¿Qué?

—Eres un humano realmente delicioso, Will. ¿Por qué no habría de sentirme atraído sexualmente hacia ti? Además, lo he dicho en varias ocasiones: me pareces hermoso.

La sinceridad en su voz, la tranquilidad con la que lo decía, congelaron a Will. De pronto sintió la necesidad urgente de cubrirse. La tela de su camisa, que antes no le había molestado, ahora le parecía demasiado delgada, casi inexistente.

Se rasco la nuca, nervioso. Pero tan pronto como sus dedos rozaron la piel, una punzada aguda de dolor lo hizo retirar la mano.

Era un dolor extraño, como si tuviera una herida. Debía tener algún sarpullido, aunque, al estar en un lugar tan difícil de ver por sí mismo, no podía asegurarlo. Y definitivamente no iba a pedirle a nadie que lo revisara. Mucho menos a Hannibal.

Todavía no se le había ocurrido usar su teléfono para revisarse él mismo.

—¿Por qué haces todo esto, Hannibal? Este contrato que hicimos no beneficia a ninguno de los dos.

—Tenía curiosidad —respondió el demonio con sencillez.

—¿Sobre mí?

Hannibal asintió

—Me pareciste curioso desde el primer momento en que te vi. Llamaste mi atención y, por primera vez desde que soy lo que soy, encontré algo que no deseo destruir. No quise decírtelo antes. Temí que te asustaras.

Will lo observó en silencio, procesando esas palabras.

—Pensé que eso era precisamente lo que querías —murmuró—. Verme destruirme a mí mismo.

—En parte, sí —admitió—. Quiero destruir tu fachada y liberar al verdadero tú. Tu verdadero potencial. Quiero enseñarte que no tienes por qué reprimir tu oscuridad, Will. Puedes ser libre. E imparable.

Will se movió, inquieto. Recogió un par de pantalones del cesto de ropa limpia y se los puso con rapidez, sintiéndose expuesto bajo la mirada del demonio.

—Bedelia me dijo que has cambiado desde que te conoció —comentó de pronto, sin mirarlo.

—No sabía que ustedes tuvieran una buena relación —respondió Hannibal, arqueando una ceja con leve curiosidad.

—No la tenemos —aclaró, cruzándose de brazos—. Como sea, dijo que eras diferente. Pero esos cambios no ocurrieron por mi causa, ¿verdad?

Hannibal no respondió de inmediato. Su mirada se deslizó hacia la pared, como si de pronto encontrara fascinante el patrón del empapelado o la grieta en la pintura.

—No sé a qué te refieres, querido Will

—Si hubiera sido otro exorcista el que entraba a esa casa cuando estabas con Hobbs ¿le habrías ofrecido el mismo trato?

—Por supuesto que no —contestó sin dudar—. No me interesan otros humanos. Me interesas tú.

—¿Qué quieres realmente de mi?

Hannibal sonrió. Abrió la boca para responder, pero en ese instante, el sonido agudo del teléfono de Will interrumpió cualquier cosa que estuviera apunto de decir.

El parpadeo de la pantalla mostró el nombre de Jack.

Cuando volvió a levantar la mirada para decirle algo a Hannibal, ya no había nadie en la habitación.

El aire seguía impregnado con su presencia, como si la oscuridad misma se resistiera a dejarlo ir. Will no tenía tiempo para pensar en eso ahora. El deber llamaba.

 

 

Will fue llamado de nuevo a una escena del crimen. Esta vez, el lugar era el teatro de Baltimore. Apenas cruzó las puertas del recinto, una sensación densa y extraña lo envolvió. Frente a él, sobre el escenario, se desplegaba una escena peculiar y grotesca: el cuerpo de un hombre había sido transformado en un instrumento de cuerdas, imitando la forma de un violonchelo.

Aunque el rastro era tenue, Will sintió de inmediato la energía demoníaca impregnada en el aire. El caso claramente involucraba a un demonio. Todo olía a azufre, un hedor sutil pero persistente, como brasas apagadas hace poco. En el suelo, alrededor del cuerpo, había runas talladas. Eran antiguas, más de lo que Will había visto antes, y no las reconocía.

Le esperaba una larga noche navegando por grimorios y foros en internet para intentar traducirlas.

Tomó aire y, con los ojos entrecerrados, dejó que el péndulo de luz oscilara tres veces frente a él. Cuando el tercer balanceo se detuvo, su mente cruzó el umbral: ya no era Will Graham, ahora era el creador de aquella macabra obra.

Recreó cada momento: cómo había abierto la garganta de su víctima con precisión quirúrgica, cómo había reconstruido su interior para alojar las cuerdas. En su visión, tomó el arco del violonchelo y lo hizo deslizar por las cuerdas. El sonido que surgió fue profundo, retumbante y claro. Vibró en las paredes del teatro como si el edificio entero se convirtiera en una caja de resonancia.

Will cerró los ojos un momento, dejándose envolver por ese eco siniestro, ese arte que solo él podía apreciar, o al menos eso pensaba.

Desde las sombras de los asientos vacíos, se escucharon aplausos. Allí estaba Hannibal, de pie entre las butacas, sonriendo mientras aplaudía con satisfacción.

Will salió del trance.

—No deberías perder tu tiempo con estas runas, Will. Son notas de una partitura, nada importante

Ni siquiera se sorprendió al escuchar la voz de Hannibal detrás de él, observando muy de cerca el cadáver.

—Fue una actuación maravillosa.

—¿Cómo sabías que estaba haciendo? ¿Te metiste a mi cabeza?

—No fue necesario. Sabía que estabas recreando la escena y era evidente que no podrías resistirte a tocar este instrumento humano.

Will no respondió. Su cabeza comenzaba a pulsar de dolor. Sabía que no debía exigirse tanto, no tan pronto después de haber salido del hospital. Pero necesitaba mantener su mente ocupada.

—¿Qué crees que busca este demonio, Will? —preguntó Hannibal, observando las runas con un gesto pensativo.

—Quiere llamar la atención de alguien. Pero no sé por qué un demonio querría llamar la atención de otro demonio… o de una persona.

—Tal vez está enamorado —sugirió Hannibal —. Tal vez quiere regalarle una orquesta a su ser amado.

—Que mal gusto

Hannibal se paseo a su ardedor

—Este caso es muy sencillo, Will. Solo necesitas buscar establecimientos donde vendan instrumentos de cuerda y cuyo dueño sea un demonio.

—Eso tomaría una eternidad. Hay muchas tiendas de música en Baltimore —protestó Will, cruzándose de brazos con frustración

—Da la casualidad de que puede que conozca al demonio en cuestión —dijo Hannibal, deteniéndose frente a él con una expresión de falsa inocencia—. Tiene una tienda de música bastante antigua. El mismo hace y vende cuerdas para instrumentos hechas, según él, de tripa de gato. Aunque en realidad, son de intestinos humanos.

Will lo miró con incredulidad, su ceño fruncido en una mezcla de repulsión e ira contenida.

—¿Y nunca pensaste en decirme que había un demonio vendiendo cuerdas hechas con tripas humanas?

Hannibal se encogió de hombros

—Nunca me lo preguntaste.

—Dime quién es.

—Te lo diré… si me das algo a cambio

Will exhaló con resignación, ya anticipando el tipo de petición.

—¿Qué quieres ahora?

Hannibal sonrió, una sonrisa lenta, gatuna, llena de picardía.

—Un beso tuyo.

Will lo miró, desconcertado por un segundo. Luego se encogió de hombros con indiferencia

—Está bien.

—¿En serio? —preguntó Hannibal, visiblemente sorprendido

—Si eso me permite atrapar al demonio cuanto antes, no queda de otra

Hannibal pareció encantado. Parecía expectante, como si se preparara para recibir un regalo que había anhelado por mucho tiempo.

Will se acercó y le dio un beso rápido y seco en la mejilla.

—No especificaste dónde lo querías. Ahora dame la información —dijo con frialdad.

La decepción cruzó brevemente el rostro de Hannibal, pero su expresión volvió a suavizarse casi de inmediato. Asintió, aceptando el resultado de su pequeña negociación.

Al día siguiente, Will le comunicó a Jack lo que había averiguado. Pero, como era de esperarse, Jack se negó rotundamente a confiar en cualquier información proporcionada por un demonio. No autorizó una operación oficial. Solo le permitió interrogar a Budge con la ayuda de la policía local.

Cuando Will habló con el jefe de policía para pedir un par de unidades, el hombre prácticamente se rió en su cara. Solo accedió tras burlarse de él, llamándolo "el perro exorcista del FBI".

Dejó que dos agentes lo acompañaran hasta la tienda de música donde Tobias Budge, el supuesto demonio, trabajaba como dueño de una tienda de música en el centro de Baltimore.

El patrulla se estacionó frente al local, un edificio de ladrillos con vitrinas polvorientas llenas de violines y partituras. Como Will no era parte del cuerpo policial, los agentes insistieron en entrar primero. Su plan era simple: sacar a Budge para llevarlo a la estación, sin armar escándalos.

Will los vio entrar y se quedó esperando durante unos minutos. Cuando no salieron supo que algo iba mal

—Creo que es mejor llamar refuerzos —dijo Hannibal a su lado—. Estoy bastante seguro de que el señor Budge ya se encargó de esos oficiales.

Will ya había enviado un mensaje a Jack. Le informó que el peor escenario se había materializado y que necesitaban apoyo inmediato. Pero no podía quedarse sentado, esperando.

Sin decir una palabra, salió del auto y se dirigió a la tienda. Hannibal lo siguió, aunque se detuvo a pocos pasos de la puerta.

—Will, espera.

—¿Qué? —preguntó sin frenar el paso.

—No puedo entrar.

Will se giró, extrañado.

—¿Por qué? ¿Tienes algo en contra de los instrumentos de cuerda?

—No es eso, Will. No puedo entrar; este lugar me rechaza —informó—. Debe haber algún símbolo de protección que me repele.

—¿Cuál? ¿Por qué este lugar te rechaza si todos mis hechizos no funcionan?

—Debe haber algún símbolo de protección oculto, una barrera que repele demonios. Es bastante específica, diseñada para un tipo muy reducido de entidades. Yo estoy entre ellas. No tengo idea de cómo lo consiguió o por qué está aquí.

Will se detuvo, evaluando la situación, y asintió.

—Espera aquí. Entraré yo

—No, Will. No puedo entrar, y tú tampoco deberías. Nuestro contrato estipula que debo estar a tu lado. No puedes arriesgarte a ir a un lugar donde yo no pueda seguirte.

—Cálmate. Volveré.

—¡Espera, Will! ¡No entres!

Antes de que Hannibal pudiera hacer algo, Will se lanzó hacia la puerta y logró entrar en la tienda, cerrándola tras de sí en un golpe seco.

Will sacó su pistola, listo para disparar y lanzar algún hechizo si era necesario. Avanzó con cautela, y al dar la vuelta a un pasillo encontró a uno de los agentes tendido en el suelo. Su cuello había sido cortado limpiamente, la sangre formando un charco oscuro bajo su cabeza.

Siguió avanzando, descendiendo por una escalera angosta que llevaba al sótano. Un olor penetrante a sangre y carne en descomposición le golpeó de inmediato: un hedor nauseabundo, casi insoportable.

Frente a él se extendía una macabra exhibición. Había trozos de carne colgados en diversos rincones y lo que parecían tripas disecadas, dispuestas en patrones caóticos para secarse. Entre aquel horror, se encontraba una colección de cuerdas de diferentes tamaños y grosores

Will tragó saliva, su estómago dando un vuelco, pero no se detuvo. Avanzó con cautela hacia el fondo del sótano, donde una cortina transparente colgaba del techo, proyectando una tenue luz blanca a través de la tela.

Con el corazón latiendo muy rapido, alargó una mano temblorosa y apartó la cortina.

Lo primero que vio fue el cuerpo del segundo agente. Su rostro estaba atrapado en una red de cuerdas finas y tensas que se incrustaban en su piel, marcando líneas sangrientas. Sus ojos estaban muy abiertos, desorbitados, paralizados entre el terror y el dolor.

Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando una figura emergió de la sombra con una velocidad inhumana, Se abalanzó sobre él e intentó ahorcarlo con una filosa cuerda, Will apenas logró interponer las manos entre su garganta y la soga mortal

Pudo ver a la persona que intentaba asesinarlo. Era un hombre adulto que encajaba con la descripción que Hannibal le dio de Tobias. Los ojos del hombre estaban rojos, delatando su verdadera naturaleza y un aura oscura lo envolvía

Forcejearon.

Will luchó con desesperación, y en un movimiento desesperado logró sacar la pistola. Apuntó cerca de la cabeza de Tobias y apretó el gatillo

El disparo retumbó por el sótano como una explosión. El estruendo desestabilizó a ambos, pero Tobias fue el primero en recuperar el equilibrio. Con un gruñido profundo, casi bestial, se lanzó de nuevo sobre Will. Este intentó lanzar un hechizo, pero antes de completar la palabra final, un golpe brutal en el estómago le arrancó el aliento.

Cayó de rodillas.

El demonio no tuvo piedad. Le asestó un golpe seco en la cara que lo lanzó al suelo, su visión momentáneamente nublada. El sabor metálico de la sangre llenó su boca.

Con un último esfuerzo, Will levantó la pistola, apuntó a Tobias, y disparó.

Pero el demonio ya se había movido. El proyectil pasó a centímetros de su cabeza y se estrelló en la pared.

Tobias se abalanzó de nuevo, cuerdas deslizándose de sus mangas como látigos vivos.

Will apenas pudo parpadear antes de que Tobias estuviera sobre él, sujetándolo brutalmente del cabello para alzar su rostro y golpearlo.

Pero entonces, de la nada, algo derribó a Tobias con violencia. El demonio fue lanzado contra las estanterías del sótano con un ruido sordo y una lluvia de cuerdas rotas y objetos metálicos

Will se arrastró lejos como pudo, jadeando. Todo su cuerpo dolía, desde la garganta hasta las costillas, y sus manos estaban cubiertas de su propia sangre, con cortes finos y profundos donde las cuerdas lo habían mordido.

Entre el caos de polvo y fragmentos caídos, distinguió dos figuras en el suelo: Tobias y Hannibal, quien fue responsable de haber derribado a Tobias.

El demonio se quejaba, aturdido. Hannibal, a su lado, también respiraba con esfuerzo. Su abrigo estaba desgarrado, el cabello alborotado, la camisa manchada de polvo y sangre seca. Se intentó incorporar sin éxito, con el porte de una fiera herida que no se rendía, parecía débil por alguna razón

Tobias se puso de pie con un gruñido. Pero cuando su mirada se cruzó con la de Hannibal, se congeló. Sus ojos, antes llenos de furia, se abrieron con un terror inesperado. Dio un paso atrás, temblando. Sus labios se separaron apenas, queriendo formar una palabra. Su cuerpo, antes imponente, pareció encogerse sobre sí mismo como si la mera presencia de Hannibal fuera una fuerza demasiado grande

—Lo…

Will no le dio oportunidad de terminar de hablar. Se lanzó sobre Tobias como una bestia desatada, derribándolo con el peso de su propio cuerpo. Ambos cayeron al suelo con un golpe sordo. Se puso encima de él y comenzó a golpearlo

Sus nudillos ardían, la piel se abría con cada impacto, pero la furia lo mantenía en movimiento. Golpeaba con toda la fuerza que le quedaba, con la rabia contenida

Según Hannibal, Tobias llevaba demasiado tiempo en ese cuerpo robado de la morgue. Un demonio que habitaba tanto tiempo un cadáver terminaba por fusionarse con él. Eso lo hacía vulnerable a los ataques físicos. Y Will lo aprovechó.

La sangre salpicaba, caliente y espesa. Tobias se removía debajo de él, sin fuerzas. Aún respiraba. Su pecho subía y bajaba con dificultad, los ojos rojos apenas abiertos.

Intentó asfixiarlo, apretando su cuello con ambas manos, pero supo que no serviría de nada. No podía matarlo así.

Cuando por fin recuperó algo de lucidez, se dio cuenta de que básicamente le había destrozado el rostro. Tobias seguía con vida, aunque apenas consciente. El demonio se removía, emitiendo sonidos guturales

Jadeante, con las manos temblorosas, sacó de su cinturón una pequeña botella con agua bendita. Sujetó a Tobias por el cabello y le obligó a tragarla a la fuerza, mientras comenzaba a murmurar el exorcismo.

Tobias se sacudió. De su boca comenzó a emanar una espesa niebla negra, densa, casi sólida. Un grito gutural surgió de su garganta, inhumano.

La niebla se arremolinó sobre sí misma, luchando por aferrarse a este plano, pero fue arrastrada hacia el suelo. En cuestión de segundos, la oscuridad desapareció, tragada por el infierno.

El cuerpo de Tobias, ahora solo carne sin alma, yacía inerte bajo él. Una cáscara vacía.

Detrás de él, Hannibal observaba en silencio. Sus ojos, oscuros y llenos de una emoción indescifrable, no se apartaban de Will.

Will, aún sin aliento, se dejó caer de espaldas sobre el suelo empapado de sangre y sudor. Miró sus manos, cubiertas de heridas,

No se permitió mucho tiempo en ese estado. Sabía que, si se quedaba demasiado quieto, si dejaba que las emociones lo alcanzaran, no sería capaz de seguir.

Se incorporó con esfuerzo, volviendo la vista hacia Hannibal, que seguía en el suelo

—¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que no podías entrar

—Yo también lo pensé —sonrió con sorna—. Al parecer sí puedo… pero no puedo hacer mucho. No tengo poderes aquí.

—Si no podías hacer nada, ¿por qué entraste?

Aunque no tuviera magia activa, Hannibal había derribado a Tobias y lo había salvado.

—Estaba preocupado de que te matara.

Fue imposible ignorar el brillo sincero que ardía en los de Hannibal. No era burla. No era una manipulación más. Era preocupación genuina.

Will apartó la mirada. No podía permitirse leer más allá.

Desvió la vista al sótano, al caos que lo rodeaba: muebles rotos, paredes salpicadas de sangre, el cuerpo destrozado de Tobias, convertido en un amasijo de carne irreconocible. Lo había hecho trizas.

Iba a tener problemas. Los dos policías que lo acompañaban estaban muertos. No solo había destruido casi todo el lugar, sino que el presunto culpable ya no estaba. El demonio había regresado al infierno, y el recipiente que habitaba estaba irreconocible. La escena parecía más una ejecución que un acto de defensa.

—Se que fuiste destituido de tu puesto como sacerdote —comentó Hannibal—. ¿Fue por un incidente similar? ¿Golpeaste el recipiente de un demonio hasta que ya no quedó nada?

Will negó con la cabeza, jugó con sus dedos

—No pude matar a un demonio… y dejé que matara a alguien —confesó, antes siquiera de darse cuenta de que las palabras ya habían salido.

Hannibal asintió, asimilando las palabras

—¿Podrías contarme?

Ya había dicho más de lo que debía, así que bien podía decirle la historia completa.

—Los humanos pueden convertirse en demonios cuando mueren si reúnen ciertas condiciones. Pero solo los adultos. Los niños no suelen tener la oscuridad necesaria para renacer como algo así. Pero… —tomó aire antes de continuar—. Estuve en un caso donde una niña fue asesinada. Dos años después de su muerte, regresó convertida en un demonio. Su alma estaba tan rota, tan llena de rabia y odio, que se condenó a sí misma para poder volver y vengarse. La atraparon justo antes de que matara al hombre que la asesinó. Él ni siquiera fue condenado por matarla. La contuvieron y me llamaron para darle descanso eterno.

—No lo hiciste —dijo Hannibal

—Rompí el hechizo que la contenía y la dejé salir. Deje que arrastrara a su asesino al infierno con ella. Hice que mataran a alguien, y no pude sacarla de su sufrimiento. Pero al menos le di la venganza que tanto deseaba. En ese momento no pude evitar empatizar con ella. Con su dolor. Con su rabia. Solo quería darle lo único que le quedaba: venganza.

Se detuvo, relamiéndose los labios bajo la atenta mirada de Hannibal

—Después de eso, dijeron que ya no podía distinguir entre el bien y el mal y me quitaron el título de sacerdote.

—Creo que hiciste lo correcto

Will dejó escapar una risa baja y amarga.

—Que un demonio me diga eso solo me hace pensar que tomé la decisión equivocada.

Will se levantó, envolviendo sus palmas ensangrentadas con un trozo de tela que colgaba de un gancho.

—Vamos —dijo, extendiendo una mano hacia el demonio.

Hannibal la tomó sin dudar, y Will lo ayudó a incorporarse. Apenas cruzaron el umbral, Hannibal pareció recuperar parte de su fuerza, pero aún así se mantuvo cerca de Will, apoyando parte de su peso en él.

Will alzó la vista hacia el edificio, con el ceño fruncido, pensativo.

Dos personas habían muerto porque nadie quiso escucharle. Porque le negaron los refuerzos. Y ahora, tras lo ocurrido, habría pruebas tangibles de lo violento que podía ser.

—¿Qué voy a hacer ahora? —murmuró, más para sí mismo que para Hannibal.

—Al haber sido recipiente de un demonio durante tanto tiempo, el cuerpo de Tobias no tardará en descomponerse —dijo Hannibal con calma—. Se reducirá a cenizas. Cuando llegue la policía, no quedará nada. Nadie sabrá lo que pasó en verdad.

Asintió, perdido en sus pensamientos

—Will —dijo Hannibal en voz baja.

Will giró para mirarlo, solo para encontrarse a centímetros de él. Hannibal había acortado la distancia sin que se diera cuenta. Sus ojos se encontraron, intensos, y por un segundo el mundo pareció contener el aliento.

Y, sin previo aviso, Hannibal lo besó

No fue un beso agresivo ni hambriento. Fue un beso lento, deliberado, como si le estuviera pidiendo permiso incluso mientras lo tomaba. Los labios de Hannibal presionaron los de Will con una ternura que contrastaba con toda la violencia de la tarde. Un toque que no exigía, pero que confesaba demasiado.

Notes:

Proximo capitulo: travesuras demoniacas. Hannibal decide ser un poco sincero. Will recibe un regalo que no le gusta