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Español
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Published:
2022-07-18
Updated:
2025-06-15
Words:
306,746
Chapters:
37/?
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Chapter 3: ¿Truth?

Chapter Text

Isabella POV

.

.

.

Fue sorprendente cómo ese miedo asfixiante se desvaneció al momento, y sorprendente también la repentina sensación de seguridad que me invadió, incluso antes de abandonar la calle, en cuanto oí su voz. Salté al asiento y cerré la puerta de un portazo.

El interior del coche estaba a oscuras, la puerta abierta no había proyectado ninguna luz, por lo que a duras penas conseguí verle el rostro gracias a las luces del salpicadero. Los neumáticos chirriaron cuando rápidamente aceleró y dio un giro al volante que hizo girar el vehículo hacia los atónitos hombres de la calle antes de dirigirse al norte de la ciudad. Con dificultad los vi cuando se arrojaron al suelo mientras salíamos a toda velocidad en dirección al puerto.

—Ponte el cinturón de seguridad —me ordenó; entonces comprendí que me estaba aferrando al asiento con las dos manos.

Le obedecí rápidamente. El chasquido al enganchar el cinturón sonó con fuerza en la penumbra. Se desvió a la izquierda para avanzar a toda velocidad, saltándose varias señales de stop sin detenerse. Pero me sentía totalmente segura y, por el momento, daba igual adonde fuéramos. Le miré con profundo alivio, un alivio que iba más allá de mi repentina liberación. Estudié las facciones perfectas del rostro de Edward a la escasa luz del salpicadero, esperando a recuperar el aliento, hasta que me pareció que su expresión reflejaba una ira homicida.

—Debería de volver y arrancarles la cabeza a esos…

—No, no deberías —dije alarmada. Me sorprendió lo ronca que sonó mi voz.

—Es que no sabes las cosas repulsivas que estaban pensando y…

—¿Y tu si sabes? —le interrumpí. Su boca se abrió y cerró por un par de veces antes de respóndeme.

—No es difícil adivinarlo.

—¿Estás enfadado conmigo? —le pregunté.

—No —respondió tajante, pero su tono era de furia.

Me quedé en silencio, contemplando su cara mientras él miraba al frente con unos ojos rojos como brasas, hasta que el coche se detuvo de repente. Miré alrededor, pero estaba demasiado oscuro para ver otra cosa que no fuera la vaga silueta de los árboles en la cuneta de la carretera. Ya no estábamos en la ciudad, pero para mi suerte, el auto estaba detenido junto a la acera.

—¿Bella? —preguntó con voz tensa y mesurada.

—¿Sí?

Mi voz aún sonaba ronca. Intenté aclararme la garganta en silencio.

—¿Estás bien?

Aún no me había mirado, pero la rabia de su cara era evidente.

—Sí —contesté con voz ronca.

—Distráeme, por favor —ordenó mientras suspiraba.

—Limítate a charlas de cualquier cosa insustancial hasta que me calme —Aclaró mientras cerraba los ojos y se pellizcaba el puente de la nariz con los dedos.

—Eh... —me estrujé los sesos en busca de alguna trivialidad—. Mañana antes de clase voy a atropellar a Tyler Crowley.

Edward siguió con los ojos cerrados, pero curvó la comisura de los labios.

— ¿Por qué?

—Va diciendo por ahí que me va a llevar al baile de promoción... O está loco o intenta hacer olvidar que casi me mata cuando... Bueno, tú lo recuerdas, y cree que la promoción es la forma adecuada de hacerlo. Estaremos en paz si pongo en peligro su vida y ya no podrá seguir intentando enmendarlo. No necesito enemigos, y puede que Lauren se apacigüe si Tyler me deja tranquila. Aunque también podría destrozarle el auto. No podrá llevar a nadie al baile de fin de curso si no tiene coche... —proseguí.

—Estaba enterado —sonó algo más sosegado.

— ¿Sí? —pregunté incrédula; mi irritación previa se enardeció—. Si está paralítico del cuello para abajo, tampoco podrá ir al baile de fin de curso —musité, refinando mi plan.

Edward suspiró y al fin abrió los ojos. Esperé, pero no volvió a hablar. Reclinó la cabeza contra el asiento y miró el techo del Volvo. Tenía el rostro rígido. Miré el reloj del salpicadero, que marcaba las seis y media pasadas.

—Jessica y Angela se van a preocupar —murmuré—. Iba a reunirme con ellas.

Arrancó el motor sin decir nada más, girando con suavidad y regresando rápidamente hacia la ciudad. Siguió conduciendo a gran velocidad cuando estuvimos bajo las lámparas, sorteando con facilidad los vehículos más lentos que cruzaban el paseo marítimo. Aparcó en paralelo al bordillo en un espacio que yo habría considerado demasiado pequeño para el Volvo, pero él lo encajó sin esfuerzo al primer intento. Miré por la ventana en busca de las luces de La Bella Italia. Jess y Angela acababan de salir y se alejaban caminando con rapidez.

— ¿Cómo sabías dónde...? —comencé, pero luego me limité a sacudir la cabeza. Oí abrirse la puerta y me giré para verle salir.

— ¿Qué haces?

—Llevarte a cenar.

Sonrió levemente, pero la mirada continuaba siendo severa. Se alejó del coche y cerró de un portazo. Me peleé con el cinturón de seguridad y me apresuré a salir también del coche. Me esperaba en la acera y habló antes de que pudiera despegar los labios.

—Detén a Jessica y Angela antes de que también deba buscarlas a ellas. Dudo que pudiera volver a contenerme si me tropiezo otra vez con tus amigos.

Me estremecí ante el tono amenazador de su voz.

— ¡Jess, Angela! —les grité, saludando con el brazo cuando se volvieron. Se apresuraron a regresar. El manifiesto alivio de sus rostros se convirtió en sorpresa cuando vieron quién estaba a mi lado. A unos metros de nosotros, vacilaron.

—¡Bella! ¿Qué te pasó? ¿Estás bien? —Angela me hostigó con preguntas. Su rostro se veía muy preocupado y me examinaba de arriba abajo.

— ¿Dónde has estado? —preguntó Jessica con suspicacia.

—Me perdí —admití con timidez—, y luego me encontré con Edward.

Le señalé con un gesto.

— ¿Les importaría que me uniera a ustedes? —preguntó con voz sedosa e irresistible. Por sus rostros estupefactos supe que él nunca antes había empleado a fondo sus talentos con ellas.

—Eh, sí, claro —musitó Jessica.

—De hecho —confesó Angela—, Bella, lo cierto es que ya hemos cenado mientras te esperábamos... Perdónanos.

—No pasa nada —me encogí de hombros—. No tengo hambre.

—Creo que deberías comer algo —intervino Edward en voz baja, pero autoritaria. Buscó a Jessica con la mirada y le habló un poco más alto—: ¿Les importa que lleve a Bella a casa esta noche? Así, no tendrían que esperar mientras cena.

—Eh, supongo que no... hay problema...

Jess se mordió el labio en un intento de deducir por mi expresión si era eso lo que yo quería. Le guiñé un ojo. Nada deseaba más que estar a solas con mi segundo salvador. Había tantas preguntas con las que no le podía bombardear mientras no estuviéramos solos...

—De acuerdo —Angela fue más rápida que Jessica—. Nos vemos mañana, Bella, Edward...

Tomó la mano de Jessica y la arrastró hacia el coche, que pude ver un poco más lejos, aparcado en First Street. Cuando entraron, Jess se volvió y me saludó con la mano. Por su rostro supe que se moría de curiosidad. Le devolví el saludo y esperé a que se alejaran antes de volverme hacia Edward.

—De verdad, no tengo hambre —insistí mientras alzaba la mirada para estudiar su rostro. Su expresión era inescrutable.

—Compláceme.

Se dirigió hasta la puerta del restaurante y la mantuvo abierta con gesto obstinado. Evidentemente, no había discusión posible. Pasé a su lado y entré con un suspiro de resignación.

Era temporada baja para el turismo en Port Angeles, por lo que el restaurante no estaba lleno. Comprendí el brillo de los ojos de nuestra anfitriona mientras evaluaba a Edward. Le dio la bienvenida con un poco más de entusiasmo del necesario. Me sorprendió lo mucho que me molestó.

Edward pidió una mesa para ambos, la rubia nos condujo a una gran mesa para cuatro en el centro de la zona más concurrida del comedor. Estaba a punto de sentarme cuando Edward me indicó lo contrario con la cabeza. Le pidió una mesa más privada y la mujer nos guío a una sala de reservados. Edward pareció complacido. Le dedicó una centelleante sonrisa a la dueña, dejándola momentáneamente deslumbrada mientras se alejaba de nosotros a paso vacilante.

—De veras, no deberías hacerle eso a la gente —le critiqué—. Es muy poco cortés.

— ¿Hacer qué?

—Deslumbrarla... Probablemente, ahora está en la cocina hiperventilando.

Pareció confuso, pero después ladeó la cabeza con los ojos llenos de curiosidad.

— ¿Los deslumbro?

— ¿No te has dado cuenta? ¿Crees que todos ceden con tanta facilidad?

Ignoró mis preguntas.

— ¿Te deslumbro a ti?

—Con frecuencia —admití. Una sonrisa coqueta apareció en mi mente tomándome por sorpresa, sacudí mi cabeza confundida. Para mi buena suerte la camarera llegó a nosotros sonriéndonos con innecesaria calidez.

—Hola. Me llamo Amber y voy a atenderles esta noche. ¿Qué les pongo de beber?

No pasé por alto que sólo se dirigía a él. Edward me miró. Pedí una CocaCola.

—Dos —dijo mi acompañante sin mucha emoción.

— ¿Cómo te sientes? —preguntó cuándo la camarera se fue. Su mirada estaba fija en mi rostro.

—Estoy bien —contesté, sorprendida por la intensidad de su preocupación.

— ¿No tienes mareos, ni frío, ni malestar...? y

— ¿Debería?

Se rió entre dientes ante la perplejidad de mi respuesta.

—Bueno, de hecho esperaba que entraras en estado de shock.

Su rostro se contrajo al esbozar aquella perfecta sonrisa de picardía.

—Dudo que eso vaya a suceder —respondí después de tomar aliento—. Siempre se me ha dado muy bien reprimir las cosas desagradables.

—Da igual, me sentiré mejor cuando hayas tomado algo de glucosa y comida.

La camarera apareció con nuestras bebidas y una cesta de colines en ese preciso momento. Permaneció de espaldas a mí mientras las colocaba sobre la mesa.

— ¿Han decidido qué van a pedir? —preguntó a Edward.

— ¿Bella? —inquirió él.

Ella se volvió hacia mí a regañadientes. Elegí lo primero que vi en el menú.

—Eh... Tomaré el ravioli de setas.

— ¿Y usted?

Se volvió hacia Edward con una sonrisa.

—Nada para mí —contestó.

No, por supuesto que no. Los vampiros no comen.

—Si cambia de opinión, hágamelo saber.

La sonrisa coqueta seguía ahí. ¿Así de descarada? La molestia me volvió a invadir, pero se pasó cuando noté que él no la miraba.

—Bebe —me ordenó.

Al principio, di unos sorbitos a mi refresco obedientemente; luego, bebí a tragos más largos, sorprendida de la sed que tenía. Comprendí que me la había terminado toda cuando Edward empujó su vaso hacia mí.

—Gracias —murmuré, aún sedienta.

El frío del refresco se extendió por mi pecho y me estremecí.

— ¿Tienes frío? ¿No tienes una cazadora? —me reprochó.

—Sí —miré a la vacía silla contigua y caí en la cuenta—. Vaya, me la he dejado en el coche de Jessica.

Edward se quitó la suya. No podía apartar los ojos de su rostro, simplemente. Me concentré para obligarme a hacerlo en ese momento. Se estaba quitando su cazadora de cueto beis debajo de la cual llevaba un suéter de cuello vuelto que se ajustaba muy bien, resaltando lo musculoso que era  su pecho.

Me entregó su cazadora y me interrumpió mientras me lo comía con los ojos.

—Gracias —dije nuevamente mientas deslizaba los brazos en  su cazadora.

La prenda estaba helada, igual que cuando me ponía mi ropa a primera hora de la mañana, colgada en el vestíbulo, en el que hay mucha corriente de aire. Tirité otra vez. Tenía un olor asombroso. Lo olisqueé en un intento de identificar aquel delicioso aroma, que no se parecía a ninguna colonia. Las mangas eran demasiado largas y las eché hacia atrás para tener libres las manos.

—Tu piel tiene un aspecto encantador con ese color azul —observó mientras me miraba. Me sorprendió y bajé la vista, sonrojada, por supuesto.

Empujó la cesta con los colines hacia mí.

—No voy a entrar en estado de shock, de verdad —protesté.

—Pues deberías, una persona normal lo haría, y tú ni siquiera pareces alterada.

Si me hubiera visto cuando el hombre de negro apareció, no diría lo mismo. Aunque Edward me daba la impresión de estar desconcertado. Me miró a los ojos y vi que los suyos eran claros, más claros de lo que anteriormente los había visto, de ese tono dorado que tiene el sirope de caramelo. Pero de nuevo mi mente me jugó en contra, pensando en los ojos azules que me miraban con preocupación hace una hora.

—Me siento segura contigo —confesé, tratando de no pensar en otra cosa que no fuera esa parte de la verdad. Aquello le desagradó y frunció su frente de alabastro. Ceñudo, sacudió la cabeza y murmuró para sí:

—Esto es más complicado de lo que pensaba.

Tomé un colín y comencé a mordisquearlo por un extremo, evaluando su expresión. Me pregunté cuándo sería el momento oportuno para empezar a interrogarle.

—Normalmente estás de mejor humor cuando tus ojos brillan —comenté, intentando distraerle de cualquiera que fuera el pensamiento que le había dejado triste y sombrío. Atónito, me miró.

— ¿Qué?

—Estás de mal humor cuando tienes los ojos negros. Entonces, me lo veo venir —continué—. Tengo una teoría al respecto.

Entrecerró los ojos y dijo:

— ¿Más teorías?

—Aja.

Mis intentos de parecer indiferente fueron en vano.

—Espero que esta vez seas más creativa.

La imperceptible sonrisa era burlona, pero la mirada se mantuvo severa.

—Bueno, no te diré de donde la he sacado, pero tampoco la inventé—confesé.—Te lo diré en el coche. Si... —hice una pausa.

— ¿Hay condiciones? —su voz sonó ominosa. Enarcó una ceja.

—Tengo unas cuantas preguntas, por supuesto.

—Por supuesto. Bueno, adelante —me instó, aún con voz dura.

Comencé por la pregunta menos exigente. O eso creía.

— ¿Por qué estás en Port Angeles?

Bajó la vista y cruzó las manos alargadas sobre la mesa muy despacio para luego mirarme a través de las pestañas mientras aparecía en su rostro el indicio de una sonrisa afectada.

—Siguiente pregunta.

—Pero ésa es la más fácil —objeté.

—La siguiente —repitió.

Frustrada, bajé los ojos. Moví los platos, tomé el tenedor, pinché con cuidado un ravioli y me lo llevé a la boca con deliberada lentitud, pensando al tiempo que masticaba. Las setas estaban muy ricas. Tragué y bebí otro sorbo de mi refresco antes de levantar la vista.

—En tal caso, de acuerdo —le miré y proseguí lentamente—. Supongamos que, hipotéticamente, alguien es capaz de... saber qué piensa la gente, de leer sus mentes, ya sabes, salvo unas cuantas excepciones.

—Sólo una excepción —me corrigió—, hipotéticamente.

—De acuerdo entonces, una sola excepción.

Me estremecí cuando me siguió el juego, pero intenté parecer despreocupada.

— ¿Cómo funciona? ¿Qué limitaciones tiene? ¿Cómo podría ese alguien... encontrar a otra persona en el momento adecuado? ¿Cómo sabría que ella está en un apuro?

— ¿Hipotéticamente?

—Bueno, si... ese alguien...—negó con la cabeza y puso los ojos en blanco——. Sólo tú podrías meterte en líos en un sitio tan pequeño. Destrozarías las estadísticas de delincuencia para una década, ya sabes.

—Estamos hablando de un caso hipotético —le recordé con frialdad.

Se rió de mí con ojos tiernos.

—Sí, cierto —aceptó. Pareció titubear, dividido por algún dilema interno. Nuestras miradas se encontraron e intuí que en ese preciso instante estaba tomando la decisión de si decir o no la verdad.

—Puedes confiar en mí, ya lo sabes —murmuré.

Sin pensarlo, estiré el brazo para tocarle las manos cruzadas, pero Edward las retiró levemente y yo hice lo propio con las mías.

—No sé si tengo otra alternativa —su voz era un susurro—. Me equivoqué. Eres mucho más observadora de lo que pensaba.  

—Creo que siempre tienes razón.

—Así era —sacudió la cabeza otra vez—. Hay otra cosa en la que también me equivoqué contigo. No eres un imán para los accidentes... Esa no es una clasificación lo suficientemente extensa. Eres un imán para los problemas. Si hay algo peligroso en un radio de quince kilómetros, inexorablemente te encontrará. — ¿incluyéndolo a él en esa categoría? —Sin ninguna duda.

Su rostro se volvió frío e inexpresivo. Volví a estirar la mano por la mesa, ignorando cuando él retiró levemente las suyas, para tocar tímidamente el dorso de sus manos con las yemas de los dedos. Tenía la piel fría y dura como una piedra.

—Gracias —musité con ferviente gratitud—. Es la segunda vez.

Su rostro se suavizó.

—No dejarás que haya una tercera, ¿de acuerdo?

Fruncí el ceño, pero asentí con la cabeza. ¿Por qué todos me dicen que me mantenga lejos de los problemas? ¿Creen que yo los busco? Apartó su mano de debajo de la mía y puso ambas sobre la mesa, pero se inclinó hacia mí.

—Te seguí a Port Angeles —admitió, hablando muy deprisa—. Nunca antes había intentado mantener con vida a alguien en concreto, y es mucho más problemático de lo que creía, pero eso tal vez se deba a que se trata de ti. La gente normal parece capaz de pasar el día sin tantas catástrofes.

Hizo una pausa. Me pregunté si debía preocuparme el hecho de que me siguiera, pero en lugar de eso, sentí un extraño espasmo de satisfacción. Me miró fijamente, preguntándose tal vez por qué mis labios se curvaban en una involuntaria sonrisa.

— ¿Crees que me había llegado la hora la primera vez, cuando ocurrió lo de la furgoneta, y que has interferido en el destino? —especulé para distraerme.

—Esa no fue la primera vez —replicó con dureza. Lo miré sorprendida, pero él miraba al suelo—. La primera fue cuando te conocí.

Sentí un escalofrío al oír sus palabras y recordar bruscamente la furibunda mirada de sus ojos negros aquel primer día, pero lo ahogó la abrumadora sensación de seguridad que sentía en presencia de Edward.

— ¿Lo recuerdas? —inquirió con su rostro de ángel muy serio.

—Sí —respondí con serenidad.

—Y aun así estás aquí sentada —comentó con un deje de incredulidad en su voz y enarcó una ceja.

—Sí, estoy aquí... gracias a ti —me callé y luego le incité—. Porque de alguna manera has sabido salvarme.

Frunció los labios y me miró con los ojos entrecerrados mientras volvía a cavilar.

—Seguirte el rastro es más difícil de lo habitual. Normalmente puedo hallar a alguien con suma facilidad siempre que haya «oído» su mente antes —me miró con ansiedad y comprendí que me había quedado helada. Me obligué a tragar, pinché otro ravioli y me lo metí en la boca.

 —Vigilaba a Jessica sin mucha atención... Como te dije, sólo tú puedes meterte en líos en Port Angeles. Al principio no me di cuenta de que te habías ido por tu cuenta y luego, cuando comprendí que ya no estabas con ellas, fui a buscarte a la librería que vislumbré en la mente de Jessica. Te puedo decir que sé que no llegaste a entrar y que te dirigiste al sur. Sabía que tendrías que dar la vuelta pronto, por lo que me limité a esperarte, investigando al azar en los pensamientos de los viandantes para saber si alguno se había fijado en ti, y saber de ese modo dónde estabas. No tenía razones para preocuparme, pero estaba extrañamente ansioso...

Se sumió en sus pensamientos, mirando fijamente a la nada, viendo cosas que yo no conseguía imaginar.

—Comencé a conducir en círculos, seguía alerta. El sol se puso al fin y estaba a punto de salir y seguirte a pie cuando... —enmudeció, rechinando los dientes con súbita ira. Se esforzó en calmarse.

— ¿Qué pasó entonces? —susurré. Edward seguía mirando al vacío por encima de mi cabeza.

—Oí lo que pensaban —gruñó; al torcer el gesto, el labio superior se curvó mostrando sus dientes—, y vi tu rostro en sus mentes.

De repente, se inclinó hacia delante, con el codo apoyado en la mesa y la mano sobre los ojos. El movimiento fue tan rápido que me sobresaltó.

—Resultó duro, no sabes cuánto, dejarlos... vivos —el brazo amortiguaba la voz—. Te podía haber dejado ir con Jessica y Angela, pero temía —admitió con un hilo de voz— que, si me dejabas solo, iría a por ellos.

Permanecí sentada en silencio, confusa, llena de pensamientos incoherentes. Tampoco era el primero en mencionar que los había dejado vivos por “suerte”, el hombre de negro me los quitó de encima, y algo me decía que pudo haberlos matado, pero, no les hizo el suficiente daño ¿Por qué?

Con las manos cruzadas sobre el vientre y recostada lánguidamente contra el respaldo de la silla aun metida en mis pensamientos. El seguía con la mano en el rostro, tan inmóvil que parecía una estatua tallada. Finalmente alzó la vista y sus ojos buscaron los míos, rebosando sus propios interrogantes.

— ¿Estás lista para ir a casa? —preguntó.

—Lo estoy para salir de aquí —precisé, inmensamente agradecida de que nos quedara una hora larga de coche antes de llegar a casa juntos. No estaba preparada para despedirme de él. Pagó la cuenta rápidamente y caminó muy cerca de mí hasta la puerta, pero siguió poniendo mucho cuidado en no tocarme. Suspiré. Edward me oyó, y me miró con curiosidad.

Abrió la puerta del copiloto y la sostuvo hasta que entré. Luego, la cerró detrás de mí con suavidad. Le contemplé dar la vuelta por la parte delantera del coche, de nuevo sorprendida por el garbo con que se movía. Probablemente debería haberme habituado a estas alturas, pero no era así. Tenía la sensación de que Edward no era la clase de persona a la que alguien pueda acostumbrarse.

Una vez dentro, arrancó y puso al máximo la calefacción para ayudar a su cazadora a mantenerme caliente. Se metió entre el tráfico, aparentemente sin mirar, y fue esquivando coches en dirección a la autopista.

— ¿Puedo hacerte sólo una pregunta más? —imploré mientras aceleraba a toda velocidad por la calle desierta. No parecía prestar atención alguna a la carretera.

Suspiró.

—Una —aceptó. Frunció los labios, que se convirtieron en una línea llena de recelo. Pero que humor tan malo se cargaba.

—Bueno... Dijiste que sabías que no había entrado en la librería y que me había dirigido hacia el sur. Sólo me preguntaba cómo lo sabías.

Desvió la vista a propósito. Maldito cobarde.

—Pensaba que habíamos pasado la etapa de las evasivas —refunfuñé.

Casi sonrió, casi.

—De acuerdo. Seguí tu olor —miraba a la carretera mientras me respondía, lo cual me dio tiempo para recobrar la compostura. No podía admitir que ésa fuera una respuesta aceptable, pero tampoco estaba dispuesta a dejarle terminar ahí, no ahora que al fin me estaba explicando cosas.

—Aún no has respondido a varias de mis preguntas que te hice primero —dije para ganar tiempo. Me miró con desaprobación. No le agradaba la idea de que tratara de distraerlo. Espero que se acostumbre, así soy yo.

— ¿Cuál?

— ¿Cómo funciona lo de leer mentes? ¿Puedes leer la mente de cualquiera en cualquier parte? ¿Cómo lo haces? ¿Puede hacerlo el resto de tu familia...?

Me sentí estúpida al pedir una aclaración sobre algo que sonaba a una fantasía. ¿Quién en su sano juicio iba a creer eso? 

—Has hecho más de una pregunta —puntualizó. Me limité a entrecruzar los dedos y esperar. Me explicó como era su habilidad, y la comparó con un hall lleno de gente hablando a la misma vez, básicamente hace que lo que hacemos los humanos, nos concentramos en una sola voz y las demás se hacen más tenues, solo que Edward puede hacerlo en sus pensamientos directamente.

—Cuéntame, —su voz sonó tranquila, pero animada. —Dijiste que en el auto me dirías tu teoría.

Suspiré. ¿Cómo empezar?

—Pensaba que habíamos pasado la etapa de las evasivas —me recordó con dulzura. ¿Ahora usa mis palabras en mi contra? ¿Ya tenemos esa confianza?

Me mordí el labio. Me miró con ojos inesperadamente amarillos—No me voy a reír —prometió. —Adelante —me animó con voz tranquila.

—No sé cómo empezar —admití. Ahora ya me estaba arrepintiendo, ¿Cómo puedo estar segura que me va a llevar a casa y no a un manicomio? Digo, mi teoría no es más que la pura verdad, pero, aun así, él podría alegar que estoy diciendo puras barbaridades.

— ¿Por qué no empiezas por el principio? Dijiste que no era de tu invención.

—No.

— ¿Cómo empezaste? ¿Con un libro? ¿Con una película? —me sondeó.

—No al inicio no fue ninguno de esos. Fue el sábado, en la playa —me arriesgué a alzar los ojos y contemplar su rostro. Pareció confundido—. Me encontré con un viejo amigo de la familia... Jacob Black —proseguí—. Su padre y Charlie han sido amigos desde que yo era niña.

Aún parecía perplejo.

—Su padre es uno de los ancianos de los quileute —lo examiné con atención. Una expresión helada sustituyó al desconcierto anterior—. Fuimos a dar un paseo... —evité explicarle todas mis maquinaciones para sonsacar la historia—, y él me estuvo contando viejas leyendas para asustarme —vacilé—. Me contó una...

—Continúa.

—... sobre vampiros. Jacob mencionó a tu familia y yo solo hice las conexiones en mi mente.

En ese instante me di cuenta de que hablaba en susurros. Ahora no le podía ver la cara, pero sí los nudillos tensos, convulsos, de las manos en el volante. Permaneció en silencio, sin perder de vista la carretera. De repente, me alarmé, preocupada por proteger a Jacob.

—Sólo creía que era una superstición estúpida —añadí rápidamente—. No esperaba que yo me creyera ni una palabra —mi comentario no parecía suficiente, por lo que tuve que confesar—: Fue culpa mía. Le obligué a contármelo.

— ¿Por qué?

—Lauren dijo algo sobre ti... Intentaba provocarme. Un joven mayor de la tribu mencionó que tu familia no acudía a la reserva, sólo que sonó como si aquello tuviera un significado especial, por lo que me llevé a Jacob a solas y le engañé para que me lo contara —admití con la cabeza gacha.

— ¿Qué hiciste entonces? —preguntó un minuto después.

—Busqué en Internet.

— ¿Y eso te convenció? —su voz apenas parecía interesada, pero sus manos aferraban con fuerza el volante.

—No. —mentí — Nada encajaba. La mayoría eran tonterías, y entonces... —me detuve.

— ¿Qué?

— Encontré sobre una página que hablaba del tema, y que tenían libros en la librería aquí en Port Angeles, esa fue a la librería a la que no entré porque... —tragué, no le quería decir la verdad de la otra librería. — Decidí que no importaba —susurré.

— ¡¿Que no importaba?! —el tono de su voz me hizo alzar los ojos. La máscara tan cuidadosamente urdida se había roto finalmente. Tenía cara de incredulidad, con un leve atisbo de la rabia que yo temía.

—No —dije suavemente—. No me importa lo que seas.

— ¿No te importa que sea un monstruo? —su voz reflejó una nota severa y burlona— ¿Que no sea humano?

—No.

Mi respuesta fue firme. Se calló y volvió a mirar al frente. Su rostro era oscuro y gélido. Nos quedamos unos momentos en silencio, hasta que mi curiosidad hizo acto de presciencia.

—Así que, ¿me equivoco otra vez? —le desafié. No me respondió. — ¿Estoy en lo cierto?

— ¿Importa?

—En realidad, no —hice una pausa—. Siento curiosidad.

Al menos, mi voz sonaba tranquila. De repente, se resignó a que se iba a ver envuelto en miles de preguntas de nuevo.

— ¿Sobre qué sientes curiosidad?

— ¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete —respondió de inmediato.

— ¿Y cuánto hace que tienes diecisiete años?

Frunció los labios mientras miraba la carretera.

—Bastante —admitió, al fin.

—De acuerdo.

Sonreí, complacida de que al fin fuera sincero conmigo. Sus vigilantes ojos me miraban con más frecuencia que antes, cuando le preocupaba que entrara en estado de Shock. Esbocé una sonrisa más amplia de estímulo y él frunció el ceño.

—No te rías, pero ¿cómo es que puedes salir durante el día? ¿No te quema el sol? ¿Y lo de dormir en ataúdes?

En cualquier caso, se rió.

—Mito, mito y no puedo dormir.

Se volvió para mirarme con expresión de nostalgia. Sus ojos dorados sostuvieron mi mirada y perdí la oportunidad de pensar. Me quedé mirándolo hasta que él apartó la vista.

—¿No quieres saber si bebo sangre? —preguntó con sarcasmo.

Retrocedí. Mi mente voló al hombre de negro, nuestro reflejo en la ventana... Me obligué a salir de ese recuerdo, creo que era simple coincidencia, él parecía humano, no era como Edward.

—Bueno, Jacob me dijo algo al respecto.

— ¿Qué dijo Jacob? —preguntó cansinamente. Ups, le acabo de conseguir un enemigo a Jake.

—Que no cazaban personas. Dijo que se suponía que tu familia no era peligrosa porque sólo dabais caza a animales. Pero, aun así, los quileutes siguen sin quereros en sus tierras, sólo por si acaso.

Miró hacia delante, pero no sabía si observaba o no la carretera.

—Tienen razón al mantener la distancia con nosotros. —me advirtió.

—No comprendo.

—Intentamos... —explicó lentamente—, solemos ser buenos en todo lo que hacemos, pero a veces cometemos errores. Yo, por ejemplo, al permitirme estar a solas contigo.

— ¿Esto es un error?

Oí la tristeza de mi voz, pero no supe si él también lo había advertido.

—Uno muy peligroso —murmuró.

A continuación, ambos permanecimos en silencio. Observé cómo giraban las luces del coche con las curvas de la carretera. Se movían con demasiada rapidez, no parecían reales, sino un videojuego. Era consciente de que el tiempo se me escapaba rápidamente, se me acababa como la carretera que recorríamos, y tuve un miedo espantoso a no disponer de otra oportunidad para estar con él de nuevo como en este momento, abiertamente, sin muros entre nosotros. Sus palabras apuntaban hacia un fin y retrocedí ante esa idea. No podía perder ninguno de los minutos que tenía a su lado. Decidí aprovechar el tiempo que tenía con él.

—Ahora no tienes hambre —aseveré con confianza, afirmando, no preguntando.

— ¿Qué te hace pensar eso?

—Tus ojos.

Se rió entre dientes.

—Eres muy observadora, ¿verdad?

No respondí, sólo escuché el sonido de su risa y lo grabé en la memoria.

—Este fin de semana fueron a cazar, ¿verdad? —quise saber cuándo todo se hubo calmado.

—Sí —calló durante un segundo, como si estuviera decidiendo decir algo o no—. No quería salir, pero era necesario. Es un poco más fácil estar cerca de ti cuando no tengo sed.

— ¿Por qué no querías marcharte?

—El estar lejos de ti me pone... ansioso —su mirada era amable e intensa; y me estremecí hasta la médula—. No bromeaba cuando te pedí que no te cayeras al mar o te dejaras atropellar el jueves pasado.  Me sorprende que hayas salido indemne del fin de semana —movió la cabeza; entonces recordó algo—. Bueno, no del todo.

— ¿Qué?

—Tus manos —me recordó.

Observé las palmas de mis manos y las rasgaduras casi curadas de los pulpejos. A Edward no se le escapaba nada. Daba gracias que los moretones del incidente en la calle obscura de hace unas horas, estaban cubiertos por la ropa.

—Me caí —reconocí con un suspiro.

—Eso es lo que pensé —las comisuras de sus labios se curvaron. Su seriedad volvió de repente.—Alguna vez te mostraré verdaderamente como soy —me prometió. —Aunque, Bella, soy peligroso. Grábatelo, por favor. Hablo en serio.

—También yo. Te lo dije, no me importa qué seas. Es demasiado tarde.

—Jamás digas eso —espetó con dureza y en voz baja. Me mordí el labio, contenta de que no supiera cuánto dolía aquello, dolía ser rechazada así.  Contemplé la carretera. Ya debíamos de estar cerca. Conducía mucho más deprisa.

— ¿Estás llorando?

No me había dado cuenta de que la humedad de mis ojos se había desbordado. Rápidamente, me froté la mejilla con la mano y, efectivamente, allí estaban las lágrimas delatoras, traicionándome.

—No —negué, pero mi voz se quebró.

Le vi extender hacia mí la diestra con vacilación, pero luego se contuvo y lentamente la volvió a poner en el volante. La oscuridad se deslizaba a nuestro lado en silencio.

—Dime una cosa —pidió después de que hubiera transcurrido otro minuto, y le oí controlarse para que su tono fuera ligero.

— ¿Sí?

—Esta noche, justo antes de que yo doblara la esquina, ¿en qué pensabas? No comprendí tu expresión... No parecías asustada, sino más bien concentrada al máximo en algo.

Genial, yo que ya quería dejar eso en el pasado y ni mi mente ni él, me ayudaban. Siendo honesta no quiero decirle, no quiero que sepa lo que pasó, al menos no todo. Él los vio cuando se volvieron a acercar a mí, pero al parecer los pensamientos de esos hombres se mantenían lo suficientemente en el presente, como para darle algún indicio de lo que me hicieron, o de lo que les hizo el hombre de negro.

Sentí una calidez al pensar en ese extraño. El hombre de negro me salvo, aunque ese infeliz se haya llevado mi libro, bien, ahora ya estoy cabreada de nuevo.

—Intentaba recordar cómo defenderme, ya sabes... autodefensa. Le iba a meter la nariz en el cerebro a ese... —pensé en el tipo moreno, una oleada de odio alimentó mi furia. Aunque la realidad era que estaba concentrada en encontrar a mi salvador.

— ¿Ibas a luchar contra ellos? —eso le perturbó—. ¿No pensaste en correr?

—Me caigo mucho cuando corro —admití sonrojándome.

— ¿Y en gritar? —preguntó. Fruncí el ceño, ¿acaso no había notado mi voz ronca? Si estaba gritando, hasta que el hombre de negro apareció.

—Estaba a punto de hacerlo.

—Tienes razón. — Sacudió la cabeza. — Definitivamente, estoy luchando contra el destino al intentar mantenerte con vida.

Suspiré. Al traspasar los límites de Forks fuimos más despacio. El viaje le había llevado menos de veinte minutos.

— ¿Te veré mañana? —quise saber.

—Sí. También he de entregar un trabajo —me sonrió.

Estábamos enfrente de la casa de Charlie. Las luces estaban encendidas y mi coche en su sitio. Todo parecía absolutamente normal. Era como despertar de un sueño. Detuvo el vehículo, pero no me moví. Sopesé la situación durante unos instantes y luego asentí con la cabeza dándome ánimos de bajar. Me quité la cazadora después de olería por última vez. Decidí que a pesar del frio, era preferible no explicarle las cosas a Charlie.

— ¿Bella? —dijo en tono diferente, serio y dubitativo.

— ¿Sí? —me volví hacia él con demasiada avidez.

— ¿Vas a prometerme algo?

—Sí —respondí, y al momento me arrepentí de mi incondicional aceptación. ¿Qué ocurría si me pedía que me alejara de él? No podía mantener esa promesa.

—No vayas sola al bosque.

Le miré fijamente, totalmente confusa.

— ¿Por qué?

Frunció el ceño y miró con severidad por la ventana.

—No soy la criatura más peligrosa que ronda por ahí fuera. Dejémoslo así.