Chapter 1: Diarmuid
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1
En el interior del bosque no solo había provechosas hierbas y tubérculos, sino también algunos frutos silvestres que las ardillas comían y desechaban el hueso de las en cualquier lugar de la tierra amable y buena. Era un bosque poco transitado y no tenía dueño, de modo que siempre había comida si se sabía dónde buscar. Diarmuid le gustaban las manzanas verdes de un árbol en particular. Era tan viejo como su presencia allí, era robusto y siempre cargaba en las fechas frías, gustaba de el por qué podía siempre verlo cuando asomaba su mirada de la superficie del lago como aquella tarde.
Se desperezó y retiró una de las algas de su cabello antes de caminar con sus largas piernas hacia el interior del bosque, no muy lejos se halla aquel árbol que era visible. Subió primero a otro árbol, donde podía cambiar cuidadosamente desde una rama hacia el manzano y coger de sus frutos. Así lo hizo y recolectó tres de estas frutas, sostuvo una en la boca para poder descender de donde vino, pero justo antes de poder encaminarse hacia su hogar en las aguas, se detuvo abruptamente ante el sonido de una nueva presencia, se mantuvo inmóvil y lentamente se agazapó en la rama del manzano, estuvo muy callado, en silencio absoluto y solo entonces, se inclinó un poco hacia la izquierda con los ojos bien atentos a lo que se movía más adelante; divisó un caballo, tenía un pelaje blanco, no le resultó familiar y eso era porque no era de este lugar, ni del lago. Diarmuid luego pudo ver la figura de un hombre sobre él, tenía una linda silla de montar blanca y algunas cosas en ella. Se mantuvo un momento solo observando e inclinándose un poco a su antigua posición sonrió sobriamente con la manzana en la boca.
Cuando el hombre exclamó el caballo también se inquietó, este lo había percibido antes, pero ahora estaba allí, Arthur lo vio y se escandalizó de su estado, el hombre había aparecido de entre unos arbustos, tenía algunas hojas pegadas a su piel húmeda, desnuda y pálida, tenía en su boca una manzana verde y dos en una mano, no tenía calzado alguno y solo cubierto por unos humildes pantalones cortos que parecían iban a terminar de romperse en cualquier momento. Los labios de Arthur tartamudearon, antes de poder hablar.
—¿Se encuentra bien? –Le preguntó un poco inseguro de que hacer; el hombre solo había aparecido allí y lo admiraba sin decir nada. Este, poco después, se quitó la manzana de la boca con un gran sonido tras morderla.
Miró al caballo blanco y luego al jinete, le ofreció una manzana, que Arthur tardó unos segundos en tomar, para ese entonces el hombre finalmente habló.
—¿A dónde se dirige? ¿se ha perdido? –Le preguntó. Sabiendo perfectamente que este no era un camino transitado por hombres tan distinguidos, no a menos que tuvieran algunas de aquellas intenciones turbias del cual había sido testigo.
—Estoy buscando una casa. –Le respondió, Arthur no comió la manzana. – He cogido el camino…pero creo que lo he confundido con tanta vegetación. -Diarmuid asintió, mirando la hierba y los arbustos. - ¿usted sabe de lo que hablo? ¿Hay una casa por aquí cerca? Debe haber, un amigo vive aquí, cerca de este bosque, estoy seguro de no haberme equivocado.
Diarmuid pensó en que responder, simulando un gesto de concentración falso. Hablaba de Emiya claramente, interpretó al momento que este era un conocido.
—Junto al lago…-Dijo entonces, pero fue un poco ambiguo.
—¿Me indicaría el camino? Sabe cómo llegar ¿no? –Le preguntó el jinete. Sus miradas se encontraron cuando escuchó aquella pregunta, aquel era un hombre hermoso, tenía ojos claros, verdes, casi como el verde de las manzanas.
—Puedo hacerlo –Dijo Diarmuid y le hizo un ademan para tomar las bridas del caballo del hombre, Arthur parecía haber entendido y se las permitió, se las entregó y sus dedos estuvieron próximos a tocarse, pero no lo hicieron- Mas adelante esta el lago, puedes caminar toda la orilla hasta llegar allí. –Le explicó y así caminó recto.
Arthur lo dejó hacer, y mientras el caminaba se percató que pasaron por el lado de un árbol de manzanas verdes, no había visto árbol tan bonito y su imagen rondó por su mente un momento antes de llegar a la orilla del lago. Diarmuid se detuvo allí y miró las oscuras aguas con algo tenebroso en sus ojos.
—¿Es hacia allá? –Preguntó el jinete señalando todo el borde del lago. Había algunas rocas aquí y allá, pero mayormente tierra blanda y negra. Diarmuid deslizó la mirada hacia donde aquel le indicaba y asintió moviendo sus piernas por este.
—Debe recorrer unos metros más, y verá una casa en un claro. –Le explicó luego advirtió – más debe tener cuidado de que su caballo resbale.
Le ofreció de nuevo las correas del caballo y Arthur las tomó con un gesto de agradecimiento, Diarmuid lo miró desde abajo y sonrió con algo de travesura, Arthur se inclinó sin saberlo para ver ese punto debajo de su ojo…Se miraron en silencio como presos de alguna sensación, luego Diarmuid cortó la visión dirigiéndose hacia el camino en la orilla.
—¡Ah! ¡Gracias! –Le dijo, Diarmuid no respondió, se dio la vuelta caminó algunos pasos y no volvió a mirarlo. El Jinete lo miró hacerlo, en silencio, algo le decía que no debía de importunarlo…debía irse, como le había indicado. Admiró su figura meterse nuevamente al bosque y desaparecer.
•—•
Al regresar sobre sus pasos, escuchó un chapoteo cercano y volvió rápidamente afilando la mirada, estaba tan concentrado en sus pensamientos que no se percató antes de que Cú chulainn estaba sentado sobre una de las rocas cercanas a la orilla, parecía forcejar con algo y su cabello. Diarmuid se mantuvo viéndolo por un momento antes de emitir algún ruido; descubrió al fin que estaba tratando de quitar los nudos de su cabello…con algo de dificultad, puesto que solo usaba sus dedos.
—¿Qué estás haciendo? –Le preguntó; se había adentrado a las aguas frías y buceado hacia la roca donde estaba el otro. Cú asomó la cabeza nada más con cierta indiferencia.
—Me peino. -Le dijo con una expresión complicada y aprieto, Diarmuid apoyó los brazos en la superficie de la roca mientras lo observaba en silencio, parecía divertido mientras Cú sufría el martirio de alisar su cabello, pero era de esperar, no estaba acostumbrado.
Seguro era idea de aquel sanador, pero él tenía el cabello corto y no sufría de estas cosas con su pelo.
—¿Por qué te peinas así? Eres un bruto-Le indicó poco después de haber visto muchas caras sufrientes por parte de su amigo.
—A Emiya le gusta. –Le indicó. Diarmuid sonrió
—Emiya, Emiya, Emiya, es en todo lo que piensas –Le dijo a tono de broma picara, Cú le hizo un gesto, no le hacía mucha gracia.
—¿Y si es así que? –Le respondió y arrugó el rostro al jalarse un nudo. Bien, no más sufrimiento por hoy. Se echó el cabello hacia atrás y este se pegó a su espalda.
—No…nada… -Diarmuid se encogió de hombros pícaramente aun y se alejó de la roca, porque con las manos libre, seguro su estimado compañero le golpeaba.
—Él es quizá el hombre más noble que cualquiera en estas tierras
—Eso es porque no sabe qué somos…-Le indicó puntualmente Diarmuid, nadando flojo, pronto Cú se deslizó de la roca donde estaba hacia el agua, se sumergió, adiós, esfuerzo sobre su cabello. – una vez lo sepa, pues…digamos que no será tan “amable”
Cú lo miró con mala cara, pero no dijo nada, no era la primera vez que su amigo se lo decía, Diarmuid no confiaba en los hombres, menos en los hombres tan amables, aunque sabía que Emiya no había dado indicios de maldad, no le odiaba, pero estaba seguro que era mejor no acercarse demasiado. Emiya tenía algo que no tenía los otros hombres, era algo mágico –aunque lo negara fervientemente- que podía dejarlos al descubierto.
—Ya terminaste la cerca ¿no? Has pagado tu deuda con él. - Le repuso Diarmuid ahora mientras flotaba. - No hay motivos para seguir con esto.
—Tú no has hecho nada para pagar tu deuda. –Le indicó Cú algo disgustado
—No lo ahogué esa vez, creo que es más que suficiente. –Le expresó con tranquilidad, miraba el cielo, estaba algo nublado, el agua fría contorneaba su figura en la superficie – …Es más que suficiente, lo dejaré tranquilo por el resto de su vida por habernos ayudado, tú puedes ahogarlo si quieres.
—¡No pienso ahogarlo! ¡Cómo me dices eso! –Cú le saltó encima y lo sumergió abruptamente… forcejearon un poco debajo del agua y cuando emergieron Diarmuid le salpicó de agua el rostro.
—¡Era solo una broma, tonto! -Le dijo entre risas, Cú aún seguía enojado mirándolo con ojos al borde del agua. – Escuchame, no tengo nada en contra del sanador, sí, parece amable, y te ha curado varias veces, pero atiende a la razón ¿de verdad piensas que seguirá aceptándote en su hogar cuando sepa que eres un Kelpie?
Cú apretó los labios y sus ojos centellaron con furia, Diarmuid no esperaba una respuesta ante esa pregunta, la verdad era que ni el mismo lo sabía, Emiya era un buen hombre, quizá podría hacer feliz a su amigo, pero también podría no ser así y no sabía si Cú chulainn podría soportarlo…el amor era como una manzana, se veía hermosa en el árbol, pero si se arrancaba para tomarla podría tener la mala suerte de…resultar un fruto ácido y dañino. A él no le gustaban las manzanas ácidas.
—Más importante que esto…-Dijo queriendo retirar sus pensamientos sobre este tema - ¿Iremos a donde esta Romani? ¿no? ¿Cuándo?
Cú serenó la expresión de su rostro, olvidando el tema anterior por este. Asintió fervientemente y Diarmuid también lo hizo, no podían ir de día, sería contraproducente y antes de poder intentar nada, debían de asegurar el camino y una estrategia de escape, de modo que se sumergieron y esperaron a que se hiciera de noche para emplear aquella táctica. Debía ser en el comienzo de la festividad, puesto que tendrían mucha más presencia en el mundo de los vivos.
Esa noche sin luna caminaron por el bosque hacia el otro pueblo en silencio. Se percataron de las primeras luces de la población desde donde finalizaba la vegetación y comenzaban las primeras casas de madera.
Escucharon el sonido de las personas y se deslizaron poco a poco por los límites del pueblo, cualquiera que los viera pensarían que eran dos jóvenes asaltados, pero si sus sentidos le admiraban pudieran ver que los ojos de estos hombres parecían ser del color de las llamas del fuego. Evitaron entrar al pueblo –para no alertar a nadie de su presencia- y en vez de ello lo rodearon, se postraron entre la hierba y los arbustos en los límites que podían ocultarlos y esperaron pacientemente a que la multitud de personas en el pueblo disminuyera. Advirtieron algunas hadas traviesas pegadas a las ventanas de las casas, queriendo saber que pasaba en el interior…seguro buscaban miel, a Cú chulainn no les tenía en buena estima, era mejor no ser vistas por ellas. Tenía sus buenos motivos.
Cuando creyeron conveniente salieron de su escondite y se encontraron con el sonido de los grillos y los escarabajos, algunos fuegos fatuos aquí y allá, pero demasiado tímidos en las poblaciones como para hacer travesura, pasaron hábilmente por el patio de algunas casas y en las ventanas desfilaron sus sombras… Cuando llegaron a la casa del comerciante, Diarmuid ayudó a Cú a subir la cerca que tenía, había muchas flores, de hecho, demasiadas, el agradable olor se les hizo un poco …insoportable. Al descender aplastaron algunas cuantas, sin darse cuenta, pero eso no les importó.
No escucharon ningún perro o animal guardián, pero sus orejas estaban atentos a cualquier mínimo ruido. Las luces de la casa estaban encendidas, una lámpara de aceite yacía puesta en la entrada de la misma, Cú la reconoció porque era el mismo modelo que había en la casa de Emiya, pensó en el por un momento, esta noche comenzaba el Samahin y seguro estaba solo en casa.
Cuando Diarmuid apuntó hacia el establo, Cú fue directamente hacia este y entró abriendo la puerta lo más suavemente posible, pero inevitable provocaba un chirrido, Diarmuid había permanecido cerca de la ventana principal, escondido y desde allí le avisaría si algo o alguien venía.
Como no vio ninguna señal de alarma, se apresuró a buscar en el interior.
Había dos caballos, pero solo uno de ellos asomó la cabeza por encima de la madera de la puerta, sus ojos tenían un tono espectral, verde como el ajenjo. Cú le reconoció de inmediato y abrió cuidadosamente la puerta para dejarlo salir, sin embargo, no lo siguió hasta el patio.
—¿Qué pasa, Romani? –Le preguntó en un susurro. El movió la cabeza y hubo una conversación entre ellos – No puede ser…De verdad odio a ese tipo. –Cú hizo mala cara.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué no salen? –Diarmuid se asomó por la puerta del establo susurrando apremiantemente.
—Romaní no puede cambiar de forma; él tiene sus bridas. –Le explicó Cú en respuesta.
—¡¿Qué?! –Diarmuid se inquietó, luego se llevó las manos a la cabeza. - ¿Dónde están sus Bridas?
Miraron a Romani, entonces este les dijo dónde estaba. Salieron al patio con Romani que se movía mansamente. Los llevó a una de las ventanas del segundo piso, estaba abierta por allí era donde Merlín guardaba sus perfumes y deseaba ventilar la habitación.
Se decidieron por entrar…Cú chulainn se animó a hacerlo. No sabía que había dentro de esa cara ni como era, aunque Romani le había explicado a donde se encontraban las Bridas. Diarmuid montó el caballo sin su silla, era altura suficiente para entrar por aquella ventana cuando el otro subió a sus hombros. Ambos miraron hacia la ventana, donde Cú finalmente terminó por adentrarse. No había luz, pero no importaba en absoluto para aquellos que nadan en las profundidades de las oscuras aguas.
Ahora solo les tocaba esperar por el otro. Aunque en el peor de lo casos, Merlín podría ser devorado o arrastrado junto a ellos, aunque conociendo a su amigo, estaba seguro que prefería lo primero.
Cú se filtró por la habitación, podía ver perfectamente, tenía un fuerte olor a hierbas que se le hacía en extremo familiar, buscó la salida y al encontrarla salió suavemente por esta hacia el pasillo, entonces vio una serie de puertas, según Romani debía estar a la tercera puerta, caminó lo más sigilosamente posible, y al estar allí la encontró cerrada, la abrió con mucha lentitud, al parecer estaba bien aceitada puesto que no emitió ningún ruido.
Desde el umbral pudo ver el interior de la habitación, había una cama grande junto a una chimenea de piedra, la ventana estaba cerrada y bordeada por dos cortinas de tejidos florales. Había algunos recipientes y artículos extraños en una pequeña mesa, no sabía que era, algunas cosas se les hacía familiar, como las lámparas y los broches, pero del resto era sin importancia. Lo que si le importaba era que Merlín estaba durmiendo en su cama, se deslizó hacia el borde y lo miró con sus ojos sobrenaturales, rojos como las llamas de las chimeneas, lo miró con odio. Dormía plácidamente en una cama mientras Romaní estaba en un establo frio y solo…aquello le causaba mucho coraje y no pudo evitar compararlo con Emiya…mientras deslizaba su mano hacia el cuello del comerciante y sus dedos evitaban tocar la piel para no alertarlo con su fría presencia.
Él no era como Emiya, Emiya tenía un corazón noble. Merlín jamás le daría avena y leche a Romani, o una manta caliente, o lo dejaría dormir con él en la noche. Sintió odio mientras deslizaba los dedos por la cadena que tenía en el cuello, vio el anillo de oro, en un movimiento rápido y controlado lo jaló y se lo quitó. Solo entonces se alejó rápidamente, demasiado rápido para que alguien pudiera verlo, y demasiado rápido para poder evitar un arranque de venganza y furia, salió por la puerta, no se molestó en cerrarla, cuando volvió por donde había venido, entró a la habitación llena de perfumes y saltó por la ventana. Cayó sobre sus pies en un aterrizaje preciso, pero que hizo ruido en la tierra, Diarmuid lo vio alarmado, más rápidamente Cú le acercó el collar, lo amarró detrás del cuello de Romani.
Diarmuid bajó de su lomo cuando este comenzó a transformarse, primero se encogió, sus piernas se tornaron más delgadas y su cuello más pequeño, el hecho tomó solo unos segundos y ante ellos aparecí un hombre de cabello rojo en ligeras ondas, estaba desnudo naturalmente y con aspecto cansado, como quien fuera atacado por la fatiga. Diarmuid lo ayudó a levantarse y ambos salieron escalando la cerca del jardín, destruyendo las flores en el proceso.
Cambiaron de forma cuando se encontraron a unos metros de la casa de Merlín y rodearon el pueblo en vez de atravesar por él, no había nadie a la vista y era tan conveniente de los lugareños temieron a la noche y ahora con el Samahin recién empezando las presencias eran aún más notorias.
Romaní no dejó de agradecerles. Estaba cansado y se detuvieron un momento en el bosque para que retomar las energías, en ese breve momento les contó lo que había pasado con Merlín, que, aunque no era del todo una despiadado, tampoco le daba muchas comodidades, saber esto llenó de indignación a Cú que no había parado de pensar en ello y Emiya.
Diarmuid que escuchaba atentamente no pasó desapercibida el espíritu de su amigo que parecía estar inquieto ante lo que Romaní narraba, quizá Cú estuviera reflexionando sobre la verdadera naturaleza del hombre y por tanto de Emiya, no lo sabía, por el momento Cú era hermético y cauteloso, pero pronto lo sabría, después de todo Cú chulaiin no era de los que se tragaba sus sentimientos por mucho tiempo.
Cuando recobró el aliento, llegaron al borde del lago sin pausa alguna y se sumergieron en las oscuras aguas, para Romani representó un verdadero jubilo y se empapó en lo más profundo del lago, dejando que la oscuridad lo abrazara por completo, el agua fría refrescó sus músculos y se dejó llevar por la corriente y las algas le hicieron cosquillas el cabello y el rostro. El Samain estaba allí y el velo se levantaba, bajo las aguas, multitud de luces se manifestaban alrededor de los seres.
No obstante, Cú no se anegó, sino que al poco tiempo tenía el rostro asomado en el borde de la superficie y observaba hacia el pequeño fuego que parecía iluminar orgullosamente un lugar que el conocía. Luego se dio cuenta que Diarmuid lo estaba observando a el de igual forma. Había una advertencia en su mirada, Cú respondió con una expresión algo complicada, entre la pena y el dolor. Diarmuid no le dijo nada más, sino que se sumergió finalmente en el agua dejando a Cú solo admirando la casita iluminada.
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Diarmuid pensaba que pasaría la festividad tranquilamente, tomando el poco sol de la temporada en una roca y quizá, podría de engañar a algún desagradable incauto, pero todo eso se vino abajo cuando observó a cierto personaje pasear por el borde del lago en la tarde del primer día. Se trataba nada más y nada menos que de Gilgamesh.
No tenía su caballo dorado puesto que sabía que eso ofendería a Cú de muchos manera, también a él mismo, tenía su indumentaria con algunas joyas y oro, propio de las entidades de la tierra, muy soberbios si se los preguntaban, se encontraba en búsqueda de algo sobre el agua del lago y se preguntaba que era aunque sospechaba que se trataba de Cú chulainn, pero sus ojos rojos solo encontraron la figura de Diarmuid tomando el sol en una roca, le hizo una seña obvia que se acercara, Diarmuid suspiró y así lo hizo.
Salió del agua empapado y Gilgamesh hizo un claro amago de alejarse para no mojarse.
—Diarmuid ¿Dónde está tu primo, Cú chulainn? –quiso saber.
—Debe estar por allí, no lo sé realmente-Le indicó el aludido un tanto indiferente. Dio una mirada hacia lo largo del lago, pero no vio rastros del necesitado en kilómetros. - ¿Qué deseas decirle?
—Habrá una celebración en las Tres Colinas, tú también estas invitado, dile que Medb desea pasar tiempo con él-Luego hizo una expresión de exasperación- No ha dejado de molestarme…Acaben con mi sufrimiento y asistan a la celebración o lo crucificaré.
Diarmuid arqueó ambas cejas ante…no sobre lo último, sino la intención de Medb. Ella era un hada…algo caprichosa y creía que Cú no lo tomara bien, sabiendo que en estos momentos parecía algo sensible.
—Le daré tu mensaje –Le respondió, aunque … ¿realmente tenían otra opción? Era eso, o que la misma hada viniera a buscarlo al lago, y eso sería contraproducente puesto que podría importunar no solo a Cú, sino también a Emiya. – agradezco la intención de invitarnos.
Diarmuid meditó al respecto, no era Medb lo que le preocupaba, sino que lo había invitado Gilgamesh y Medb sabía que no podrían ni debían negarse a este espíritu, si lo hacían podría denominarlo con un denuesto a su orgullo y lo menos que querían eran tener al Gilgamesh en malos términos. Cuando se lo informó a Cú este puso una cara larga y pataleó en el agua.
—No quiero ir…-Le manifestó al momento, había estado toda la tarde agazapado en el borde del agua, mirando hacia una dirección en específico, solo nadando, el agua era tan oscura que podría ocultarlo muy bien junto a la sombra de unas rocas. – Medb…esa hada no se rinde. Juro que no hice nada para ganarme su obsesión, oh, Morrigan…
El kelpie se lamentó, chapoteó un poco en el agua antes de subir a una roca y echarse boca abajo, el tenue sol le golpeó la espalda, pero no tenía aquel humor por Medb o la invitación de Gilgamesh al desfile en las Tres colinas, era otra cosa, quería estar con Emiya y Diarmuid lo sabía muy bien. Se compadeció de su amigo, y sabia el temor que albergaba su corazón. Lo miró allí, echado en la roca como un pescado a la parrilla de una fogata. Diarmuid le acarició el cabello en silencio, no podía ver su rostro, pero seguro estaba muy afectado.
Diarmuid subió a la roca y se sentó para acariciar su cabello. Estuvo en esa actividad por un tiempo indeterminado.
—Intenta soportarlo solo por estas dos noches… No podemos decir que no, Gilgamesh estaría enojado con nosotros por mucho tiempo, bien sabes, que no es bueno estar en malos termino con él. -Le explicó luego de un momento, quería ser paciente con su amigo que parecía que se convertiría en agua en cualquier momento si seguía así de triste.
…pero incluso en el silencio, en aquella posición los ojos de Cú Chulainn miraban hacia la casita, aunque no podía verla, sabia la dirección exacta.
Hizo mala cara, y se sintió de muy mal humor ante la idea de compartir el Samain con los demás, aunque no tenía nada en contra de Gilgamesh, sabía que no podría librarse del hada caprichosa. Aceptó a duras pena, manoteó la mano de Diarmuid apartándola de su espalda cuando se incorporó sentándose en la roca con aire disgustado, parecía un niño malhumorado.
Diarmuid lo dejó estar y admirándolo sintió algo extraño en su propio corazón, no queriendo excitar más la molestia de su primo, se deslizó hacia el agua suavemente apenas emitiendo un chapote y buceo hacia la orilla del otro lado, emergió en la solitaria orilla, preocupado. Miró hacia detrás de él, la otra orilla del lago, apenas podía ver a Cú chulainn allí, sentado en la roca, las sombras evitaban que pudiera ver algo humano. No le gustaba como le hacía sentir aquello, quería a Cú chulainn, pero este Emiya estaba perjudicándole de alguna forma… vino a su mente la posibilidad que lo hubiera envenenado con su comida…después de todo era un mago, podría tener cualquier tipo de artimañas sucias para ello.
Sus teorías se desviaron hasta las más fantasiosas y dañinas mientras caminaba por la orilla del lago, y se detuvieron solo al darse cuenta que había alguien siguiéndole, podía escucharlos mientras pisaban la tierra húmeda y la vegetación, sorprendentemente salieron a su encuentro, eran dos hombres jóvenes, parecían ebrios y perdidos. Diarmuid los miró con suma atención, tenían lindas ropas; uno tenía un pantalón azul muy bonito y el otro uno marrón con un cinturón dorado. Diarmuid sonrió internamente y no le tomó mucho tiempo llamar su atención, era demasiado temprano para beber, pero ellos se acercaron a él y elogiaron su cuerpo que mostraba siempre mucha piel, pálida y hermosa.
—¿No quieren darse un baño conmigo? –Le invitó seductoramente y uno de ellos que tenían el pantalón azul se inclinó hacia su rostro y admiró el encantador lunar debajo de su ojo, Diarmuid ya estaba acostumbrado, se inclinó un poco hacia atrás, sus pies se sumergieron en el agua y sus brazos en el cuello del hombre, el otro se unió tocando su piel. Un fuerte instinto de rencor nació de su interior y con un enérgico jalón logró derribar a uno de ellos lanzándolo al agua fría. El que se mantenía más próximo a él, se alarmó, al parecer no estaba tan ebrio, pero la figura de Diarmuid se elevó gigantesca sobre él, no le dio oportunidad de gritar para pedir ayuda cuando lo había cubierto por completo en las oscuras aguas.
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Cuando se hizo de noche Diarmuid parecía estar contento, tenía un regalo para el mar humor de Cú chulainn, unos lindos y limpios pantalones azules de una tela muy bonita. Al verla debía de reconocer que tenía un hermosísimo bordado y, además, le quedaban muy bien.
De inmediato Cú pensó que podría usarlos, puesto que eran mucho más largos y decentes que los anteriores a lo que Emiya escandalizaba. Diarmuid tenía unos pantalones pulcros de color marrón con un cinturón. Le preguntó de dónde los había sacado e inmediatamente le respondió con la verdad, Cú hizo un gesto como entendiendo y luego de intentar alisar un poco su cabello, partieron hacia el lugar indicado, debía de hacer un pequeño viaje de algunos kilómetros, pero en su forma equina no representaba ningún problema, no hasta que Cú mencionó su deseo de solo pasar por la casa de Emiya, Diarmuid se negó con mucha razón temiendo de que algo malo sucediera, su semejante dibujó un rostro triste y por un momento pensó que iba a romper a llorar, pero su expresión se convirtió en una feroz y se asustó de que Cú pudiera cometer alguna precipitación.
Suspiró antes de ceder.
Tendrían que rodear el lago, ir hacia el camino frente a la casa de Emiya, Cú aseguraba que solo echaría un vistazo corto e inofensivo, pero no contaban que al pasar Emiya estuviera allí, llenando un cántaro con miel e hidromiel. Diarmuid dudó en seguir ese camino, ambos en forma equina se confundían con la oscuridad, observó un fuego fatuo en un nabo, al parecer había hecho su casa allí, y cuando ambos pasaron por el frente, la luz se hizo más fuerte como una advertencia, en consecuencia, el fuego y la luz detallaron sus formas y Emiya los notó de inmediato. Lo primero que vio Diarmuid fue el aro que se formaba en la cabeza de Emiya, parecía una cinta muy fina de luz dorada, una clara señal de la influencia del Samain. Era un mago después de todo.
Temió lo que pudiera pasar si se acercaban demasiado, pero poco después se dio cuenta que Emiya estaba temeroso por sus presencias, al parecer era muy sensible en estas fechas, tenía la cabeza gacha y detectó un leve temblor antes de levantar los ojos hacia Cú que le devolvía la mirada atentamente. No estaba seguro de que lo reconocería, pensó que no, no era posible, puesto que jamás lo había visto antes en esa forma. Diarmuid se acercó al cántaro de hidromiel y bebió solo un poco atento a lo que ocurría entre ellos dos, pronto creyó divisar algo más que solo anhelo, algo de temor. Cú Chulainn se alejó y Diarmuid hizo lo mismo, pero al estar algunos metros lejos echó a correr en un trote moderado, pronto aumentó la velocidad y Diarmuid no pudo hacer otra cosa que igualarlo atravesando el bosque y al salir se hallaron en un prado, lleno de césped alto y terreno ondulante rodeado de fuegos fatuos traviesos que iluminaban aquí y allá.
Las Tres Colinas no eran más que tres pequeñas ondulaciones que rodeaban un gran árbol de roble, abedules y avellanos había aquí y allá creando sombras ante los fuegos fatuos que hacían luz. A medida que se acercaron advirtieron la presencia de fuego, fogatas y figuras sentadas alrededor de ellas. Cú disminuyó la velocidad y solo cuando caminaba hacia un abedul tomó forma humana, respirando forzadamente, casi jadeando. Diarmuid hizo lo mismo, pero se inundó de preocupación al ver como Cú se recostaba del abedul con aparente cansancio extremo.
—¿Qué…sucede? ¿Te ha hecho algo? –Inquirió Diarmuid, pensando que la presencia de Emiya le había golpeado el espíritu de alguna forma. Cú no respondió al momento, tomó aire, había corrido todos aquellos kilómetros sin detenerse y sufrido en el proceso.
Algunos personajes, invitados a la celebración, volvieron a verlos. La llegada de ambos Kelpie había alborotado un poco la apacible cháchara de los invitados.
Cú se volvió a verlo, sus ojos rojos como el carbón encendido parecía que iba a derramar lágrimas rojas de impotencia. Diarmuid no podía inferir que sucedía. Cuando Cú abrió los labios temblorosos para manifestar su mal, alguien se le acercó animosamente para abrazarlo por el cuello.
La acción fue tan repentina que lo tomó inadvertido y sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas. Era Medb quien lo abrazaba, contenta porque el galán del lago había asistido como le pidió al Gilgamesh. Diarmuid sintió aún más miedo.
—¡Sabia que vendrías! ¡Te estaba esperado, mi Cú chulainn! –Frotó su rostro en el pecho del aludido con efusividad y este que aún no se incorporaba de aquel ataque a sus sentimientos se quedó por un instante congelado. No sabia como lidiar con lo que sentía y con lo que sintió hace solo unos pocos minutos.
Mebd estaba vestida de un color rojo, casi tan brillante como los ojos de Cú, pero el brillo en el Kelpie era más producto de sentimientos fuertes y terribles contra sí mismo.
—Ven, ven, tu también Diarmuid, vamos cerca del fuego –Dijo animada, con una sonrisa de suficiencia. Diarmuid no sabía cómo responder a ello, tenía los ojos atentos a lo que Cú decía o hacía, lo vio cómo se limpió el rostro rápidamente con el dorso de la mano e intentó liberarse del agarre del hada, pero sin mucho éxito. Era más que obvio-para el- que Cu no deseaba estar aquí y mucho menos con Medb o con cualquiera que no fuera el sanador.
—Ya, dejame, puedo caminar solo –Escuchó que Cú se quejaba, pero sus piernas se movieron hacia donde Medb le dirigía, había otras personalidades en el fuego, una de ella era Atalanta, que se encontraba con su sobrino, Aquiles, y Chiron estaba sentado cómodamente aun lado.
Diarmuid se sentó al lado de Cú, saludó como era de esperar, siempre era repartida una cantidad considerable de comida y frutas, sobre todo aquellos que provenían del bosque. El vino y el hidromiel no faltaban, todos parecían felices, hablaba de sus anécdotas de este año y también de las noticias del mundo. Pronto quisieron sabe sobre los Kelpie del lago y además elogiaron los nuevos pantalones de estos dos.
Medb no le gustaba, confesaba que hubiera preferido que vinieran desnudos como siempre pasaba las fiestas anteriores, algunos se rieron, Cú no.
Contaron sobre Romaní y su exitosa liberación, muchos estuvieron alegres por ello, y se extrañaron que no fuera invitado, pero era de esperar, Romaní se había ido a descansar al fondo del lago, y tomaría un tiempo recuperarse, de verdad esperaban que compartieran el Samain con ellos, pero al pareces no se encontraba del todo dispuesto.
Chiron mencionó a un nuevo habitante en la casa del lago, pero internamente se preguntaba por qué los Kelpie, que eran los habitantes de esa zona no lo habían mencionado, Cú se tensó al solo escuchar el comentario, pero lo disimuló muy bien, sin darse cuenta Diarmuid lo había notado.
—Sí. Es un druida. –Le dijo Diarmuid.
—Cuida muy bien de su caballo y es muy generoso, tiene un aura bastante saludable diría yo…es un mago -Chiron meditó en cual palabra usar para describirlo, lo había visto por poco tiempo – Me dio algo de Hidromiel antes de poder llegar aquí.
—¿No se asustó cuando te vio? -Preguntó Aquiles que se había recostado cerca de él.
—No parecía muy asustado que digamos, más bien…algo triste. –Le respondió este, Cú lo miró atentamente- además, tenía un hechizo rodeando la casa. Ningún espíritu con malas intenciones sería capaz de entrar allí, creo que por ello estaba confiado.
Alquiles arqueó ambas cejas.
—Los magos son una maravilla, uno no sabe con qué van a salir –Comentó poco después – Quedan muy pocos, pero algunos no son muy buenos que digamos.
—Supongo que por ello quiere estar solo en ese lugar – Apuntó Chiron- No creo que tenga ambición para hacer alguna maldad. En estos tiempos es mejor alejarse de los hombres…
—¿Al menos es bueno con los niños? –Preguntó Atalanta.
—No había ningún niño cuando estuve allí, pero si tiene un caballo, estaba bastante tranquilo cuando estuve, puedo decir que es un buen amo-Comentó el centauro con cierto aire feliz.
Cú escuchaba todo aquello en silencio, no tenía mucho ánimo de participar, pero eso no lo privaba de estar en sintonía con todo lo que decía y comentaba, al parecer Emiya había acaparado un poco la conversación y no estaba muy seguro de que eso le gustara, no quería revelar su existencia frente a Medb, aunque esta parecía no importante.
—No importa lo buena persona que sea ese druida, estoy segura que terminara como los anteriores habitantes de esa casa. –Este comentario hecho por Medb llamó toda la atención de Cú y Diarmuid que giraron la cabeza hacia ella y su risa, las hadas podían ser algo crueles.
—Los anteriores a él…eran unos cerdos –Le repuso Cú con una mirada rebelde y hasta ofendido. Luego afiló la mirada hacia su dirección con aire despectivo, había ira en su voz– ¿Tu que sabes? …a ti nadie te importa.
Por un momento el hada no supo que responder pues con mucha razón ya que aquella replica le tomó totalmente desprevenida, su deseo era reírse y cortar con el tema del druida con algo de suficiencia, sin embargo, quedó pasmada. Los demás tenían una expresión similar ante el único comentario de Cú en todo el rato que estuvo allí. Querían pedirle una explicación, pero este a que ahora Medb buscaba apoyarse a modo de disculpa se había removido y alejado con la intención de escapar.
Medb insistió en ir con él y aferrarse de su brazo, pero fue fríamente rechazada, de por si Cú no encontraba atractivo estar aquí, mucho menos ahora con aquellas frías palabras. Se levantó y se fue hacia un avellano que no estaba muy lejos de allí, pero si estaba oscuro y solo, de modo que allí se sentó para pasar el mal sentimiento.
—¿Qué le sucede? –Preguntó Atalanta mientras lo seguía con la mirada. Luego todas las cabezas rodaron hacia Diarmuid que no sabía a dónde meterse, aclaró su voz antes de hablar.
—Denle su tiempo. No se ha encontrado bien estos últimos días. -Dijo- Si le pasa algo no me lo ha hecho saber. Estoy seguro que no tiene nada en contra de ustedes.
Chiron asintió con la cabeza, pero Medb no parecía convencida, ahora herida, parecía un poco más preocupada también. Observó hasta que Cú Chulainn se perdió pasando algunos otros abedules y otras presencias. Diarmuid no aconsejó seguirlo era evidente que deseaba estar solo.
•—•
Diarmuid no vio a Cú chulainn en la festividad, o por lo menos no lo vio integrarse en la celebración luego de lo ocurrido con Mebd, temió por él, y más cuando Gilgamesh apareció junto a su mejor amigo, Enkidu. Gilgamesh pronto saludó a los invitados y se tomó su tiempo, la noche avanzaba y el velo aun seria delgado en la tercera noche, de modo que compartieron o al menos Diarmuid intentó celebrar, pero siempre preocupado por que no divisaba a Cú por ningún lado.
Medb también estaba algo preocupada y ella misma se movió por todo el terreno de las colinas en búsqueda del Kelpie, pero sin mucho éxito, aquello la tornó un poco más ansiosa y todo empeoró cuando Gilgamesh la vio de aquí para allá buscando algo aparentemente, a las primeras señales, no le prestó suficiente atención, pero luego fue todo más notorio y no pudo evitar preguntar al grupo donde Medb se había reunido y de paso saludarlos a todos.
Se sentó con ellos y lo miró a cada uno con cierto interés, pronto comenzaron a parlamentar sobre sus vidas y los ligeros cambios en el tiempo y claro, en ellos, como las cosechas, o las nuevas estructuras que los humanos construían, el humor de la tierra y de los espíritus del otro lado que estaban de mal humor por las pocas ofrendas de los vivos. Gilgamesh contó como había peleado con una Banshee y demás criaturas que le gustaba mucho incordiarlo, luego cuando vio el momento preguntó por el comportamiento de Mebd y mirando a Diarmuid, le preguntó por su compañero; Cú Chulainn uno de los Kelpie del gran Loch.
Esta pregunta era algo que Diarmuid de verdad esperaba que no le hiciera y que no tuviera que responder por que no tenía una respuesta ante ello. No podía hablar por Medb, pero tampoco creía prudente hablar por Cú.
—El vino, pero no sé dónde está en este momento –Le respondió quedamente, los demás lo secundaron y fue entonces que contaron lo ocurrido con Mebd y que esta se había dedicado a buscarlo como loca debajo de las piedras incluso.
—¿Qué le pasa? –Cuestionó Gilgamesh con ojos inquisitivos sobre Diarmuid, a lo cual este los evadió y se encogió en hombro, no queriendo dejar en evidencia muchas cosas.
—Realmente no le lo ha hecho saber –Le dijo al otro, que hizo una especie de mueca como insatisfecho – Es cierto lo que sucedió antes, pero no sé por qué ocurrió o si algo le molesta.
—Eres su familiar, están juntos siempre. Debes, aunque sea, tener una idea de lo que le ocurre-Infirió El rubio.
Todos parecían curiosos por las razones del Kelpie, pero Diarmuid no sería quien se las disipara esa noche, ni ninguna otra noche por que realmente no quería hacerlo. Negó con la cabeza y fingió una expresión noble de preocupación. No podría contarles la verdad de lo que ocurría, no podía exponer a Cú, no se lo permitiría.
—Desconozco si algo le ocurre. Se lo ruego, sea condescendiente con el –Le pidió solemnemente el Kelpie del lago. Gilgamesh hizo un ademan con la mano, algo insatisfecho. Estaba ofendido, claro. No veía con bueno ojos estas faltas de respeto.
Pero eso era algo de lo que Cú chulainn debía de encargarse más adelante. Diarmuid desconocía si realmente se había quedado allí o no, pero lo confirmó en las horas siguiente que el también se dio en la tarea de buscarlo –con muchas más discreciones que Medb, claro- y no vio pista de él.
En las noches algunas hadas quisieron cortejarlo y lo invitaban a yacer juntos, pero él se negaba amablemente y en vez de ello las entretenía escuchándolas hablar de sus cosas, escuchar sus pensamientos que no podían compartir con otros porque ellas mismas los consideraba estúpidos. Diarmuid escuchó en silencio, las hadas siempre lo encontraban una presencia hermosa y atento, pero era eso nada más, al igual que para él, las hadas eran solo un inocente entretenimiento, no se acercaba mucho a ellas por demasiado tiempo ya que su carácter era algo …caprichoso
Si debía confesarlo, diría que la festividad de este año lo encontró aburrido y un poco gris, suponía que por que el alegre compañero no estaba aquí ahora y por tanto todo había perdido algo de color, la posibilidad que hubiera corrido hacia donde estaba Emiya era obvio para él y hasta muy acertada. Casi podía verlo asustando a Emiya…
Quizá dentro de pocas horas volviera con el corazón roto y quizá, peor, con alaridos de dolor durante todo el recorrido de regreso.
…pero Cú no volvió.
El Samain terminó y no vio rastro del Kelpie ni en la tercera noche. Diarmuid regresó, luego de despedirse de todos los demás, prometían verse y ayudarse cuando fuera necesario y agradecieron ser invitados. Diarmuid caminó por el bosque y fue hacia el árbol de manzanas para tomar algunas y se las comió mientras recorría la orilla del lago, intentaba encontrar a Cú en este, lo llamó, pero no respondió de ninguna forma, no quería pensar que algo malo le había pasado, comenzaba la mañana y con ello la neblina se disipaba en la medida que el sol se asomaba tímidamente entre las nubes.
Diarmuid atisbó la casa de Emiya, no había fuegos fatuos, la lámpara de aceite seguía encendida, eso quería decir que este aún no se había levantado o lo tomó de ese modo. Se detuvo y se adentró hacia la casa, pero notó que la cerca estaba cerrada y hábilmente intentó saltar sobre ella, al hacerlo de inmediato sintió todo el cuerpo pesado y algo cansado, más sabía que esto no era natural puesto que no se sentía de este modo hace unos instantes, de todos modos, camino lentamente hacia la entrada.
Cuando piso el primer escalón de la casita, la puerta se abrió rápidamente, en un movimiento seguro. Diarmuid y Emiya se observaron y por un momento este se sorprendió.
—Diarmuid. Buenos días. –Saludó cortésmente. El Kelpie se incorporó, pero no tuvo tiempo de responder cuando observó lo que colgaba en su cuello. Ese era ¡el collar de Cú Chulainn!
Abrió los labios para decir algo, pero quedó en solo la intención; Cú se asomó detrás de Emiya y lo admiró con cierta intriga.
—Diarmuid… Hola…-Había algo distinto en su voz, como cierta cautela. Diarmuid no entraba en su impresión y le costó un momento conectar los puntos para admirar la figura. Emiya solo yacía mudo, esperando alguna respuesta.
—¿Por cuánto tiempo has estado aquí? Estaba preocupado por ti. ¡Todos en la celebración! –Increpó el otro. – Medb estaba loca buscándote, y Gilgamesh indignado.
Cú esperaba algo así, pero por alguna razón no le prestó atención. Emiya, que comprendía más o menos el todo, solo avisó que estaría afuera quitando los nabos y demás cosas. Invitó a Diarmuid a ingresar a su hogar y le ofreció avena y leche dulce. El Kelpie de cabello azul, se ofreció a atenderlo; al entrar Diarmuid miró que Cú estaba vestido con una ropa de dormir blanca y su cabello estaba amarrado con una cola con un lazo rojo, su piel tenía algo más de color, se admiraba radiante y saludable, su piel estaba caliente cuando se tocaron y seca al igual que su cabello, Diarmuid no había entrado jamás a la casa de Emiya, esta era cálida y tenía algo que no podía descubrir; era como las caricias en la cabeza, te hacían sentir raro, como cómodo y dispuesto a bajar la guardia. Era una sensación muy entrañable, todo era cálido allí dentro, seguro y olía muy bien, como la manzanilla. Cú se movió rápidamente para despejar la mesa. Lo vio recoger algunas cosas por la ventana, antes de regresar con el
—Puedes explicarme lo que ha ocurrido aquí y por qué este vestido así ¿verdad? –Le preguntó Diarmuid. Cú le ofreció la avena en la leche y le invitó a servirse la miel. Diarmuid lo hizo con algo de torpeza porque hace mucho tiempo no sabía cómo usar una cuchara.
Cú no se hizo de rogar y le contó todo, claro fue muy preciso, solo lo que había acontecido. Diarmuid admiró la ventana rota cuando fue el momento y lo brazos sanos de Cú, también algo sobre esa noche. Se sorprendió al saber que habían yacido juntos esa noche y que, por tanto, Cú tenía un aire más …humano y radiante.
—¿Sabes lo que esto significa, Cu Chulainn? –Diarmuid habló en susurro muy serio. Sus miradas se encontraron y ninguna de ellas vaciló. - ¿Estás dispuesto a dejar devorar a incautos en el lago por él? No volverás a nadar en el lago como antes ¿lo sabes? Estas ahora a su merced. Si él quisiera te obligaría a suicidarte o peor…
Cú adquirió un tono serio, esto era el menor de sus problemas. Asintió con la cabeza, Diarmuid lo miró el silencio mientras el olor a leche y avena subían hacia su nariz. No había duda en la expresión de su semejante, algo a lo cual Diarmuid no le bridó seguridad.
—¿Tanto lo amas?
Cú volvió a asentir con seguridad. No iba a explicárselo a Diarmuid porque …no lo comprendería con solo decírselo, él no había experimentado el cariño de este hombre y por sus antecedentes no se lo permitiría jamás a ese nivel.
—Te advierto que, si veo una sola señal de abuso por su parte, puedes despedirte de sus tripas… -Le susurró con un aire oscuro, a lo cual Cú se acercó mucho a él.
—Ese mismo día te por seguro que me suicidaré.
—Ni se te ocurra hacer eso. –Advirtió Diamuid escandalizado.
—Tú no lo entiendes.
—Claramente no-Repuso el otro, luego parecía atormentado llevó una de su mano a la cabeza y luego agregó-No quiero tener que venir a rescatarte como pasó con Romani.
—Con Romani fue diferente. Merlín no lo amaba.
—¿Y Emiya te ama?
—Sí, lo hace y yo lo hago ¿Por qué no confías en lo que te digo?
Diarmuid separó los labios, pero en ese instante Emiya abrió la puerta, estaba cargado de nabos y los depositó en la mesa junto a estos dos. Cú sonrió al ver uno con un rostro sonriente, le dio un mordisco a este, pero luego lo escupió al sentir la cera de las velas, Emiya le reprendió y dijo que por el momento eran inútiles, iba a desprender la cera para hacer más velas y Cú se interesó en el cómo lo haría y Emiya se lo explicó con mucha paciencia.
El invitado comió observándolos en el proceso, muy silencioso, sus ojos no dejaban de mirar las bridas de Cú en el cuello de Emiya. ¿De verdad? ¿esto estaba pasando de verdad? Hace solo dos noches tan solo habían liberado un Kelpie de una relación así ¿Por qué Emiya era diferente? ¿podría ser diferente? Sintió algo muy extraño en el estómago, como un dolor…un ardor, puso mala cara sin darse cuenta y dejó de comer.
—¿Te sientes bien? –Preguntó Emiya al momento. Fue tan rápido que Diarmuid no le dio tiempo de disimular, se tocó el estómago - ¿Te ha sentado mal?
—Es que comí una manzana antes. –Le dijo como respuesta rápidamente.
—Creo que puedes tener indigestión- Admitió Emiya
—¿Qué es eso? –Preguntó Cú haciendo una cara de confusión.
—Estoy seguro que la leche le sintió mal al estómago, no muchos la toleran. –Informó Emiya- tengo algo para ello, espera aquí.
—No. No, estoy bien, descuida. –Repuso rápidamente Diarmuid.
—¿Estás seguro? Puedes recostarte un momento si o deseas.
—No. Estoy bien. –Le respondió categóricamente Diarmuid con un rostro severo, ganándose una fija mirada de Cú- no quiero quitarles más tiempo, debo irme.
—Diarmuid no tienes por qué…
—Me iré. Gracias por la comida, Emiya. –Le respondió Diarmuid, antes de levantarse, miró por un momento la sonrisa de un nabo y luego se fue hacia la puerta para salir por esta.
Emiya miró a Cú Chulainn y este le devolvió la mirada con cierta expresión complicada.
Chapter 2: Romani
Summary:
Algunas aclaratoria de Romani y Merlin. ;).
Gracias por sus comentarios.
Chapter Text
2
Ahora que Cú se la pasaba la mayor parte del tiempo con Emiya en su pequeña casa, Diarmuid tenía más tiempo solo y eso no sabía si le gustaba demasiado. Siempre había tenido a su primo cerca, era su compañero, incluso desde mucho antes, pero ahora…hacia una expresión de contrariedad cuando se hallaba solo sobre la roca del lago experimentando un sentimiento muy raro en su pecho. El agua estaba cada vez más fría, la época oscura helaba todo a su paso.
Tampoco le entusiasmaba compartir con Romani, nunca fueron muy íntimos y sinceramente lo atacaba un humor algo extraño. El Kelpie también tenía sus propios asuntos y rutinas …administraba su tiempo en no sabe qué cosas que a Diarmuid no le interesaba investigar.
Podía ver la casa desde allí si se ponía de pie y la imagen comenzaba a desagradarle no por alguna especie de rencor nauseabundo contra ambos sino porque se sentía cada vez más pequeño en un espacio enorme como ese. Sin Cú, el lago ahora parecía ser mucho más grande.
Con la finalización del año de Luz, las criaturas tenían mayor presencia en el mundo de los vivos, aunque el velo no era tan delgado como el Samain, tenían su impronta y los vivos, aquellos que conocían este evento antiguo; discretamente tendían a ser cautelosos. En esta temporada, le hubiera gustado tener la oportunidad de realizar algunas travesuras en la orilla del lago, pero jamás contó que se hallaría solo dejándose llevar por la corriente a un lugar desconocido, sin embargo, cualquier sitio era mucho mejor que permanecer estático sobre la roca mirando y esperando algo que nunca iba a llegar.
Si, quizá exageraba al pensar que Cú lo había “abandonado” cuando contaba con su compañía en las noches oscuras de mucha niebla o en las tardes que venía a recoger agua con Emiya o a lavar ropa o cualquier cosa, era un Kelpie, tenía agua en sus venas y no sangre como dicen, no podía separarse totalmente del lago o al menos no tan deprisa. Este –sin que Diarmuid lo advirtiera- sabía que se encontraba un poco resentido o lastimado por su ausencia, y era por eso que insistía en acompañar a Emiya al lago, además de contar con su presencia, no era su intención comer frente a un hambriento sino todo lo contrario, pero Diarmuid por un momento no lo veía así, por un instante sintió algo de rencor pensando que Emiya se lo hubiera robado, pero aquel pensamientos era infantil e inmaduro…Cú se lastimaría y lo odiaría si se atrevía a levantar la mano contra Emiya.
Estos sentimientos contradictorios y agresivos le enturbiaron el pensamiento y lo hicieron sentir aun peor y más confundido. Quizá el también debería de administrar su tiempo en algo –como había visto a Romaní que paseaba por el bosque sin rumbo fijo hasta la noche-
El lago era una enorme extensión que nacía entre las montañas y descendía como varias ramificaciones en diferentes pueblos y luego se acumulaba en el Gran Loch más abajo y de allí mucho más abajo en otras ramificaciones más pequeñas con otros pueblos.
Diarmuid jamás había podido ir a las montañas, se decía el agua era mucho más limpia y …algo más salada, además de no tener la presencia de muchos humanos, era sin duda un lugar solitario y no sabía por qué se le antojaba algo atractivo. No sabía que criaturas terribles se encontraban en ese lugar y esa era una de las motivaciones por las cuales no había querido ir cuando Cú se lo propuso hace un tiempo atrás…pero ahora no se le hacía seductora la idea, a pesar de que este no se encontraba, debido a ello y a su profunda meditación no opuso resistencia cuando la fuerte corriente del agua lo arrastraba.
Siempre había escuchado que no era recomendable bañarse en el Gran Loch, por su gran corriente y además por las criaturas de rondaban cerca de sus aguas así que no le parecía extrañó que no encontrara ningún vestigio de presencia humana –y era hasta deseable- mientras flotaba por la superficie boca arriba, desde esa posición podía admirar el cielo, nublado, el sol oculto como una esfera blanca detrás de las nubles ligeras y planas, el astro lo seguía en su recorrido. Pronto logró reconocer la corriente cambiar y avanzó un poco más rápido, maniobró con las manos para no quedar estancado entre alguna roca o la orilla.
Giró la cabeza hacia donde podía ver la orilla derecha, a algunos metros de agua podía ver la orilla, solo era bosques, y más bosque, arboles grandes de roble, abedul, avellanos y de más que rodeaban el lago, avanzó más y más y sintió que el lago se tornaba un poco más estrecho, solo un poco, no lo podía confirmar, pero lo sentía por la fuerza de la corriente que lo arrastraba y él se dejaba hacer mansamente. Pronto logró divisar una gran colina en la orilla y supo que era el final de su territorio y por tanto del bosque, ahora parecía entrar en otro lugar y se sumergió un poco para no ser visto por algún otro, algunos salmones pasaron por sus costados.
Un pequeño miedo se instaló en su pecho al entrar en ese terreno, y el cielo se tornó un poco más oscuro. Sintió que descendía un poco y cambió de posición poniéndose en forma vertical, a tiempo para esquivar una roca que salía de la superficie, tenía varias puntas y de esta logró ver que estaba amarrado algo que se sumergía en el agua y se perdía.
Intentó saber que era y se detuvo por un momento en la roca, sin embargo, no se atrevió a acercarse mucho más, solo admirando la cuerda que se sumergía, cuando no sintió ningún tipo de peligro se animó a tocarla y la jaló, pero esta no se movía. Así que se sumergió, pronto se dio cuenta de que se trataba todo, era una red de pesca, bajo el agua, había atrapado algunos peces en ella, la red continuaba a lo ancho del lago y se terminaba en el tronco de uno de los árboles de la orilla.
En la orilla emergió de pie y se sostuvo del tronco de un sauce llorón para evitar resbalar, no podía verse muy bien la cuerda emerger del agua desde allí. Bueno, no se podía ver mucho dentro de los brazos colgantes del sauce, este estaba prácticamente inclinado hacia el agua, pero sin tocarla. Nunca la tocaba. Sus ramas eran abundantes y de un verde muy saludable. Solo por curiosidad y por qué no tenía mucho que hacer, examinó el nudo de la red. Hecho por manos humanas, suponía, pero no atisbo a ver ningún bote cerca.
Miró por encima de su hombro, escuchó los grillos y los insectos detrás de él. El césped era alto, muy alto, llegaba a su cintura pensaba, jamás había estado allí y no sabía si había llegado a los límites de algún poblado y por tanto fuera un poco peligroso explorar.
Bajo el sauce se sintió seguro y escaló sobre sus ramas con mucho cuidado y dificultad, puesto no eran muy altas y se inclinaban hacia el agua no tenía una visión amplia del terreno lleno de césped. Intentó mirar todo el lugar detenidamente, pero no vio alguna estructura. Sintió deseos de explorar y también de volver hacia el Gran Loch, pronto la segunda tuvo más presencia dentro de su mente, quizá porque no sabía cuánto tiempo había pasado y no se había alejado tanto, mucho menos solo.
Volvió a la tierra por medio del sauce e ignoró la red y si había algún pescador por algún lugar, no deseaba permanecer más tiempo en el agua y luchar contra la corriente, recordó a Romaní y su habito de perderse en el bosque, pero a su alrededor no había ningún bosque, solo un increíble y hermoso césped verde que le acariciaba las piernas con cada paso, más adentro de aquel terreno había algunas colinas, y detecto movimiento de algunos animales más pequeños, como zorros o conejos. Miró hacia el norte, por donde había venido y encontró el inicio de los arboles; el inicio del bosque, hacia el sur se hallaba más césped y planicie, no sabía que había mas allá, y sintió cierta curiosidad y temor averiguarlo.
…quiza habría algún manzano con frutos tan dulces como el que él conocía en el Gran Loch…
—•
Cuando Diarmuid regresó al Gran Loch, encontró la figura diminuta de Emiya sobre una roca, a medida que avanzaba se dio cuenta de varias cosas, una de ellas era que estaba vestido completamente de rojo y que tenía un canasto y se encontraba inclinado hacia el borde de la roca como esperando algo. Al darse cuenta de la presencia de Diarmuid lo saludo con un gesto de la mano y en ese momento que se acercaba Cú chulainn emergió con algo en sus manos, que se batía agitadamente, eran dos salmones enormes.
Parecía contento con lo que capturó, le di una mordida cerca de las agallas y las tiró a las canastas, esta parecía estar llena. Diarmuid estuvo por un momento mirando cuando Cú lo miró con una sonrisa.
—¡Diarmuid! ¿Dónde estabas? Estuve buscándote por horas…-Nuevamente, Diarmuid se dio cuenta de que Cú tenía ligeros cambios, parecía tener frio, sus labios antes con un lindo color ahora estaban pálidos y sus ojos un poco…diferentes, menos vivos…como normales.
—Por allí-Le dijo sin dar muchas explicaciones, Cú frunció ligeramente las cejas, pero Diarmuid evadió la mirada hacia la canasta - ¿Qué hacen?
—Pesco.
Diarmuid hizo una expresión de confusión. ¿Para qué Cú pescaba?
—Emiya me enseñara a ahumar el pescado –Le explicó Cú mientras se subía a la roca. Esto confundió un poco más a Diarmuid, solo llevó las manos a la roca esperando a que Emiya se explicara.
—Pronto terminara el otoño. Los peces se irán a aguas más cálidas, es bueno tener comida antes de eso suceda. Sera el primer invierno que pasé aquí. –Le manifestó a Diarmuid que lo miró y asintió, pero sin real interés. - ¿Quieres venir a ver?
El castaño hizo una expresión de duda con la mirada.
—¿Quieres ver como se ahúma el pescado? –Preguntó Emiya de nuevo.
—Ah… ¿Puedo?
Emiya asintió y Cú sonrió mientras se exprimía el cabello. Luego ayudó a Diarmuid a subir a la roca para ir tras de Emiya que había tomado la delantera silenciosamente.
—Oye… ¿De verdad dónde estabas? –Le susurró Cú Chulainn
—Solo paseaba por el bosque. –Le mintió convincentemente- Buscaba a Romaní ¿No crees que es raro que no se la pasé en el lago?
Ambos caminaron a la par. Quizá, pensó Cú chulainn, debería de ofrecerle a Diarmuid algo con que secar su cabello, estaba goteando agua mientras caminaba y no sabía porque eso lo preocupó un poco.
—La verdad …Sí-Cú se detuvo un momento a pensarlo y luego algo llamó su atención. A Emiya también por ello se detuvo.
Los tres miraron hacia el camino y Cú frunció el ceño, pero no se movió más de allí. Luego Diarmuid y el intercambiaron miradas al ver a Merlín salir del camino del bosque hacia el sendero. Habitualmente tenia consigo un caballo, pero …por razones ya conocidas esto no era posible.
Los dos hombres no se movieron de donde estaban, pero Emiya sí lo hizo, inmediatamente este fue hacia Cú Chulainn y le ofreció la canasta con la pesca.
—¿Podrías llevar esto a la casa? –Le pidió discretamente, este que parecía que le saltaría encima a Merlín en la medida que se acercaba, asintió saliendo del trance de molestia. Tomó la muñeca fría de Diarmuid y penetraron en la cerca de la casa para ingresar al jardín.
Diamuid se dio cuenta de que el jardín estaba bien cuidado y había unos brotes en un lado, al parecer era lechuga o algo similar. El caballo descansaba comiendo del césped y algunas verduras en un canasto. Nuevamente cuando ingresó a la casa, sintió todo cálido y extraño, Cú dejó la canasta sobre la mesa y dejó salir un gran suspiro.
—Seguro está buscando a Romaní. -Le expresó Cú que se resistía a espiar por la ventana, algo que Diarmuid ya hacia descaradamente.
—¿Merlín sabe que Romaní está por aquí? –Cuestionó Diarmuid con los ojos en la ventana. Merlín y Emiya parlamentaban, no sabía de qué, no podía escucharlo y tampoco distinguir el movimiento de sus labios.
—No lo sé. ¿Por qué otra razón estaría aquí?
—Según sabemos es un comerciante –Le indicó Diarmuid, y no experimentó el odio y rencor visceral cuando admiraba a Merlín por la ventana, tenía la mente distraída; lo recordaba con la misma vestimenta blanca y las flores…le recordó un poco a las hadas, parecía cansado en esta ocasión y su piel pálida, hasta enferma – Ya ha venido antes.
—Ojalá no regrese nunca.
—Viene hacia acá –advirtió. Diarmuid se alejó de la ventana y se sentó frente a la chimenea que estaba encendida, Cu no se movió de su lugar cuando la puerta se abrió, pero solo entró Emiya.
Intercambiaron miradas unos momentos expectantes.
—…Creo que debes ir a cambiarte, Cú-Le susurró a Cú chulainn, que lo miró con el ceño fruncido, pero luego comprendió lo que trataba de hacer. Cú se fue hacia la habitación y se llevó a Diarmuid consigo.
Cuando estuvieron en la habitación, Diarmuid sintió una leve sensación de inseguridad, a pesar de solo ser cuatro paredes y una ventana. Cú chulainn se desvistió y secó su cuerpo con una toalla grande de color azul. Invitó a Diarmuid a hacer lo mismo y pronto presenció como Cú chulain se vestía con ropa seca.
Diarmuid se secaba el cabello cuando dijo.
—Está tratando de evitar que le saltes al cuello.
—Sí, lo sé. –Gruñó Cú. Y aunque ganas no le faltaban para cometer ese arranque agregó- ¿y tú?
—¿Yo qué?
—Te estas comportando extraño. – Acusó el de cabello largo.
—Imaginas cosas. –Le espetó terminando de secarse el cabello y se sintió algo incómodo al ver su primo vestido, casi parecía humano y eso le trajo recuerdos.
Cú lo miró con cierta suspicacia.
—¿Quieres que te obligue a decírmelo?
—No me pasa nada, no insistas. –Le replicó Diarmuid- Además ¿Por qué ahora vistes así?
—Emiya lo compro para mí, es cómodo. Ahora siento frio y esto es bastante cálido. –Le explicó contentó, tenía una camisa blanca con lo que parecía ser un chaleco, pantalones de algodón y un cinturón de cuero, con un gravado que Diarmuid no sabía que significaba.
—Todo aquí es cálido –Apuntó Diarmuid, se refería a la casa. Así eran las casas.
—Sí.
—¿Te gusta? –Diarmuid preguntó luego de un momento, había algo distinto en su voz.
—¿Qué?
—Este lugar. –Dio una mirada por las paredes de la casa y se acercó con cierta cautela a donde Cú estaba, se pegó mucho a él, sintiendo el calor que despedía de su cuerpo- ¿De verdad te gusta este lugar?
—Sí. ¿Por qué me preguntas eso? –Cú respondió en un susurro como si no comprendiera el porque de su actuar. Diarmuid pensó un momento antes de replicar, reflexionando.
No veía nada extraño en Cú chulainn, más de lo que ya estaba, pero eso era de esperar si se había entregado a Emiya. No parecía envenenado, ni preso de un hechizo, actuaba como siempre y tenía reacciones que reconoció como propias de él. Diarmuid entonces se convencía que este decía la verdad, meneó la cabeza y por una milésima se sintió derrotado.
No exteriorizó su preocupación, más bien miró sus manos frías en su regazo, bajo los ojos atentos del otro.
—Anduve deambulando más allá del Gran Loch…-Le expresó Diarmuid.
Las cejas de Cú se arquearon finamente.
—¿Ah, ¿sí? ¿Qué tal? –Indagó con cierta cautela.
—No sé…-Dijo un poco ambiguo, se detuvo un instante a pensar mejor en cómo responder, su semejante lo miraba con interés, convencido que Diarmuid le ocurría algo raro. – Es bastante lejos, creo que da la vuelta a todo el bosque. Aunque no hay casas, creo que alguien vive por esos lugares.
—¿Qué te hace decir eso?
—Encontré una red en el agua.
Cú asintió con la cabeza, pensando y le dio la razón, luego la habitación se quedó en silencio, en silencio suficiente como para darse cuenta de que alguien de acercaba a la puerta y la abría. Emiya entró y las dos cabezas giraron hacia él, pronto dijo que Merlin se había marchado, Cú sintió curiosidad por su visita, a lo cual se le respondió que vino por algunos remedios para la gripe, al parecer había estado enfermo en cama hasta ahora. También le comentó que había perdido un caballo y esto había limitado sus capacidades… Diarmuid y Cú intercambiaron miradas cómplices y Emiya los comprendió.
Luego, invitó a Diarmuid a colocarse ropa más cómoda, pero este se negó apremiando la labor que los había reunido allí. Así lo hicieron, sin tocar el tema de Merlin o Romani, Emiya no quería estimular la molestia de Cú chulainn, más bien era muy fácil hacerlo sentir más tranquilo con labores rutinarias de su día a día, cosa que, para ambos Kelpie, parecían haber olvidado.
—•
Melin no le tomaría tanto tiempo regresar a pie hacia el otro pueblo, al menos eso pensaba cuando decidió salir temprano ese día para ir por los jarabes de Emiya, el cambio de estación no le había sentado para nada bien, apreciaba más la primavera que el otoño, para rareza de muchos otros. Los bosques eran más fríos y pronto comenzarían las lluvias y el lago aumentaría su tamaño y no habría mucha comida.
Cosa que le preocupaba, puesto que estaba enfermo y no le agradaba la idea de pasar hambre en el invierno, como todos, debía de prepararse, por eso los climas fríos no le agradaban, la primavera y el verano eran sus temporadas favoritas. …además los bosques en invierno eran algo….
—Ah…-Se detuvo a algunos pasos de un roble. Dejó salir un suspiro de sorpresa muy suavemente como con un escalofrío interno que le erizó los pelos de la nuca. Fue una sensación algo inquietante y por un momento no le encontró ningún motivo aparente hasta que se giró lento hacia atrás con cautela.
Allí detrás de unos arbustos estaba agazapado un hombre de cabello rojo y ojos de jade. Merlín apretó el cristal del frasco por aquella aparición, el hombre no se movía, apenas y respiraba –o eso parecía- solo observándolo, no sabe por cuánto tiempo estuvo allí o por qué no lo escuchó venir, o porque no había intentado algo, pero…estaba allí, existiendo detrás de los arbustos.
Pocos segundos después, este hombre enderezó la espalda, sobresaliendo de los arbustos y Merlín se percató que no tenía camisa y estaba mojado, luego se dio cuenta que tenía algas en el cabello y fue más que suficiente para echar a correr por el bosque.
Diarmuid giró la cabeza hacia la ventana, Cú se dio cuenta y le pregunta que pasaba.
—Creí oír algo…-Dijo tranquilamente, pero suponía lo había imaginado.
Estaban juntos a la chimenea y había mucho que ahumar, pero los primeros filetes de salmón estaban listos y Emiya los dio a probar a los dos hombres y el por supuesto. Comieron…Diarmuid sin mucho interés, pero intentó que no lo pareciera, el salmón tenía un sabor diferente, pero no desagradable, podría decir que no le gustaba mucho ahumado…había tomado el gusto de comer cosas crudas…
Miró a Cú chulainn comer con entusiasmo, desaparecieron sus porciones en un rápido momento, ladeó el rostro pensando que su amigo tenía un apetito feroz. No tenía nada en contra de la comida de Emiya, la avena y el salmón eran decentes, pero aun no le entraba en la cabeza comer otra cosa que no fuera, bueno…entrañas o pescado crudo.
—¿Te lo vas a comer? –Preguntó Cú que observaba el trozo de salmón cocido de Diarmuid, este comía lentamente con bocados pequeños. Sin codicia, casi civilizadamente
—Sí. No lo mires –Le advirtió este, protegiendo su ración, Emiya los miró discutir a gusto desde su lugar mientras atendía las demás raciones, pasó algún tiempo y preparó una comida más fuerte, con algunas verduras y la carne rosa del pez, algo a lo que Diarmuid desconocía totalmente, pero comió con la misma parquedad y educación forzada.
Mientras comía pensaba en aquel sitio en el sauce llorón, pero pronto la conversación giró inevitablemente hacia Merlín y Romaní haciendo desvanecer la imagen en su mente.
Cú chulainn quería saber qué cosas pensaba Merlín sobre su caballo, a lo cual Emiya no dio muchos detalles, pero está totalmente convencido que Merlín pensaba que era un simple caballo. No sabía cómo se había escapado y con mucha razón, no había explicación lógica, a menos que se un ladrón muy habilidoso.
La conversación, aun sin intervenir, generó dudas en Diarmuid que no había considerado y que se animó a diluir una vez pudiera encontrarse con Romaní, sabia poco desde el día que lo “capturó” Merlín, él solo había desaparecido por una temporada, no se preocuparon por que pensaban que se encontraba en sus paseos o asuntos, pero todo cambió cuando vieron a Merlín llevando a Romani por el sendero frente al lago. En ese entonces nadie habitaba la casa y faltarían algunos meses para que Emiya tocara el claro y estos eventos sucedieran.
No se habían acercado a Romani y Merlin porque en primero, dudaban de que efectivamente fueran él, segundo nunca fueron tan íntimos como para saber si este era su deseo o alguna tragedia del destino y tercero algo les decía que no lo hicieran.
Quizá era momento de detenerse a preguntar y buscar alguna aclaratoria. Cú nunca le gustó el trato de mula de carga de los hombres para los demás semejantes y odia los desprecios, por ello era fácil provocar su ira sobre esto y por supuesto sobre Merlin, no quería ver que hubiera algo que no encajaba en todo aquello por la excitación que le causaba el odiar al comerciante, pero tras pensarlo tranquilamente Diarmuid se dio cuenta que había cosas que faltan y que todo era más…suposiciones.
Cuando terminaron de comer, Diarmuid miró por la ventana y decidió retirarse, pronto caería la noche y ahora tenía una nueva pequeña misión que deseaba cumplir. Agradeció a Emiya por su hospitalidad, pero no podía permanece por más tiempo. Se despidió cortamente y salió al jardín, de allí rápidamente cruzó la cerca y se fue al bosque. Cú chulainn lo miró desde la ventana sin que este se diera cuenta y estuvo por un momento con aire triste en su rostro. Emiya que no se había movido de la chimenea lo observó en silencio, pero sospechaba que algo le preocupaba a Diarmuid y por tanto a Cú chulainn.
Emiya se desplazó desde la chimenea hacia la ventana y miró por esta, aunque ya no estaba Diarmuid para seguirlo. Sus hombros se tocaron y Cú se apoyó de su hombro.
—Algo le pasa, no me lo quiere decir. –Le expresó entonces, Emiya asintió, no lo conocía del todo, pero había notado cierta tensión en el pequeño momento que estuvo en casa, la energía que rodeaba a Diarmuid se sentía pesada y fría.
—Creo que puede sentirse solo, han estado juntos por mucho tiempo ¿no?
—No es mi intención que se sienta así. –Justificó Cú cerrando los ojos y se relajó ante el calor que de Emiya sentía. Era verdad, quería integrarlo a cada actividad nueva que tenía el placer de experimentar, pero no dimensionó como esto podría afectar a Diarmuid de forma negativa.
Sus intenciones eran buenas, pero Cú no se detenía mucho a pensar las cosas, solo cuando estas explotaban en sus narices, como ahora.
—Estará solo este invierno –Apuntó Emiya. – Podría pasar una temporada aquí si lo desea. Haré un espacio para él
—¿De verdad harías eso?
Emiya no respondió con palabras, pero movió la cabeza mirando con la ventana. Luego inclinó la cabeza hacia Cú que sonrió alegremente y ronroneó en respuesta. Todo su cuerpo se sentía cálido y agradable y así permanecieron un momento.
Diarmuid, ajeno a lo que ocurría, avanzó por el bosque con mucho cuidado, quería, si era posible encontrarse con Romani y preguntarle sus inquietudes, no había pensado en un ataque tan directo a sus dudas, y por un instante se siento algo estúpido y torpe por no haberlo pesando antes.
Pensaba en preguntas específicas para el otro y además en algunas otras cosas más, avanzó algún tramo, profundo en el bosque donde la luz comenzaba a atenuarse por la espesura de los árboles que crecían muy juntos. Diarmuid se detuvo un momento, sintió una presencia, miró a todos lados, pero no detectó nada sospechoso, estuvo por un momento inmóvil, queriendo escuchar algo, pero solo apreció a los insectos, aves y animales pequeños de su enredador.
Diarmuid se movió sobre su eje y dio una vuelta lenta y cuidadosamente, luego se detuvo y se acercó a unos arbustos de arándanos sin frutos que estaban a diez pasos de sí. No vio nada interesante, pero olió algo muy particular que había percibido horas antes en la casa de Emiya, esos francos que descansaban sobre la chimenea, un líquido dorado con pequeñas ramas dentro, el olor provenía del piso, al parecer el líquido se había derramado de alguna forma, entonces, recordó las palabras del sanador y comenzó a moverse con mayor rapidez y exigencia sabiendo lo que podía significar aunque no estaba del todo seguro, de todos modos caminó algunos pasos más adelante y se empeñó en buscar detrás de los árboles.
Pronto emitó un gritó de exaltación al mismo tiempo que la otra presencia.
—¿Qué ha pasado? –Preguntó en una exclamación, Romaní volvió rápidamente ante su aparición y por un momento quedó sin palabras - ¿Qué le hiciste?
Lo último lo preguntó con algo de más calma, estaba tratando de entender la imagen que se presentaba frente a él.
—No ha pasado nada. Solo tropezó-Respondió Romaní con voz baja y algo apremiante.
Diarmuid se acercó un poco más para mirar lo que ocurría, Merlín no parecía tener ninguna herida visible, no tenía sangre en su vestimenta blanca, y tampoco tenía herida en las manos o algo. Estaba echado boca arriba mientras Romani le sostenia. Diarmuid miró a Romaní, pero este evadió la mirada.
—¿Esta muerto?
—No. No está muerto –Respondió este secamente. Diarmuid frunció el entrecejo. Luego suspirando con una sensación de derrota.
—¿Entonces, que sucedió?
—Lo asusté y se tropezó, eso fue lo que pasó. –Repuso Romaní de nuevo cortante… Diarmuid se dio cuenta que sus manos parecían temblar, sus dedos estaban algo inquietos, sobre la tela blanca de Merlin.
—¿Esta inconsciente?
Romaní asintió. El otro lo observó y luego a Merlín, pronto detectó su respiración, era lenta y pausada, hubo una interrupción en su inhalación, ambos la detectaron y los ojos de Romaní temblaron visiblemente preocupado.
—Tiene gripe. –Apuntó Diarmuid, ganándose una mirada de Romaní un poco confundido. – Parece grave. No lo escucho respirar.
—¿Morirá?
—¿Te interesa? –Repuso Diarmuid. El pelirrojo guardó silencio, pero en sus ojos se evidenció una visible aprensión detectada por su semejante, lo había reconocido por que eran los mismos ojos Cú podía cuando mirada hacia la orilla. – Morirá si permanece aquí. Esta oscureciendo.
—¿A dónde lo llevaras…? –Cuestionó Romani, y observó como Diarmuid lo movía e intentaba levantarlo en sus brazos. – Diarmuid… ¿qué harás?
Pero Diarmuid no le respondió, y algo, una fuerza interna impidió a Romaní resultar más agresivo cuando se llevaba a Merlín. Si era sincero Diarmuid no podía decir que odiaba a Merlín como Cú lo hacía, podría decirse que le causaba una cierta indiferencia, pero ahora que Romaní se veía involucrado en este misterioso asunto, quería participar para estimularle algunas reacciones …y si así podía hacerlo, porque se mostró verdaderamente inquieto mientras transportaba el cuerpo de Melin fuera del bosque, entonces podría hacer que exteriorizara más lo que se estaba guardando.
Romaní lo siguió con ansiedad creciente hasta la casa de Emiya, justo a tiempo para verlo encender la lámpara en el umbral de la cerca. Romaní se detuvo a algunos pasos de la entrada e impidió que Diarmuid avanzara tomando de la ropa a Merlin durmiente.
—¿Qué haces?
—Emiya es un sanador. Él puede examinarlo. –Le explicó cortamente Diarmuid al intentar recuperar el paso - ¿Qué te pasa?
Él no respondió. Lo observó irse, liberando la ropa blanca con la boca tensa y los ojos brillando en la poca luz que se comía la noche insipiente. Diarmuid sospechaba que deseaba gritarle algo, quizá terribles maldiciones, pero no se atrevía a hacerlo. Lo vio morderse el pulgar.
Emiya recibió a Diarmuid con claro asombro. Miró a Merlín inclinándose colocó la oreja en su pecho por unos momentos antes de alejarse e invitarlo a dentro. Luego observó a Romani que no se había movido de aquel lugar, pero su aura era densa e inquieta, Emiya tuvo que pensarlo dos veces antes de acercarse y ofrecerle entrar. Romaní no lo miró a los ojos cuando habló con él.
Le preguntó si estaba herido o si quería entrar a tomar algo caliente mientras atendía a Merlín. Emiya no sabía que había sucedido y tampoco sabía realmente lo que ocurrirá con Romaní y Merlín, pero si era completamente sincero el kelpie frente a él no parecía esperarlo para devorarlo, más bien estaba…preocupado.
—•
Cú chulainn casi se le salen los ojos de las orbitas cuando vio entrar a Diarmuid cargando a Merlín y luego penetró Emiya junto con Romani, estaba comiendo junto a la chimenea algo que Emiya llamaba humus… jamás lo había probado y pensó que le caería mal ante las presencias en la casa.
—Tiene dificultad para respirar, no puedo volver a casa con este frio, acuéstalo frente a la chimenea. –Le pidió Emiya a Diarmuid que movió sus piernas automáticamente ante aquella dirección. – Cú, busca unas mantas, por favor.
Los ojos de Cú chulainn eran una interrogante, cuando Emiya se lo pidió una segunda vez se movió como un autómata.
—¿Qué pasó? –Preguntó Emiya al ver que Merlín no despertaba. En ese momento Diarmuid miró a Romani, Emiya se dio cuenta e hizo lo mismo. - ¿Sabes algo?
—Se asustó al verme. Corrió, lo seguí y se tropezó, es todo.
Emiya llevó sus manos a la cabeza de Merlín buscando alguna herida, pero no halló nada. Luego nuevamente llevó el oído al pecho del comerciante y escuchó sus débiles pulmones. Cú regresó con las mantas y con ayuda las extendió frente a la chimenea, allí acostaron a Merlin y Emiya lo envolvió en mantas. Luego acercó uno de aquellos frascos de color dorado y vertió el contenido en una pequeña olla bajo la vista de todos expectantes.
—¿Se va a morir? –Preguntó Cú chulainn ganándose una mirada de todos. Cerró los labios ante el ambiente tenso. Emiya continuó con su trabajo y colocó el recipiente en el fuego por un momento, luego se acercó a Merlín y los ojos de Romani se abrieron con suma atención a lo que estaba a punto de hacer.
Emiya colocó la mano detrás de la cabeza de Merlin, sintió a Cú acercarse a su lado, atento a lo que sea que fuera a ocurrir. Diarmuid hacia lo mismo, pero estaba estático. Algo inexplicable ocurrió no sabían qué, no sabían cómo, pero Merlin gruñó y abrió los ojos lentamente, desorbitados y errantes, luego vinieron los gestos de dolor, un suspiró de asombro brotó de los labios de alguien.
—¿Recuerdas cómo te llamas?
—¿Emiya? … ¿Qué pasó? -Intentó hablar, pero fue atacado por una repentina tos seca. En ese momento Emiya retiró del fuego el recipiente, se hizo con un vaso de cerámica y lo vertió allí junto con otro poco de contenido frio para nivelar la temperatura
—Es probable que esto lo haga vomitar. –Y no era por que supiera mal o insoportable, sino porque tenía aquel efecto de desprender la flema de los pulmones.
Emiya se acercó para darle de tomar el brebaje, sabía a manzanilla y hierbas amargas. Merlín apenas pudo sorber cortamente, sus ojos dieron vueltas antes de cerrarlos preso del dolor en su cabeza.
—Debe tomar esto durante la noche –Emiya levantó la mirada hacia los presentes. No miró a Cú chulainn aunque sentia que este le estaba haciendo un agujero en su mejilla- Alguien debe quedarse a cuidarlo. Podría ahogarse en sus propias flemas y morir si no se está atento.
Cú hizo un gesto de comprensión y hasta aceptación con los labios.
—Yo lo haré –Atisbó a decir Diarmuid. Emiya iba a decir algo, pero …pensó que no era correcto o no debía de hacerlo. - Dime lo que tengo que hacer y me aseguraré de que no muera esta noche.
—¿Qué? –Quiso intervenir Cu chulainn entornando los ojos, pero Emiya le clavó una mirada de advertencia que lo hizo callar, aunque no lo libró de escuchar el rechinar de sus dientes
Emiya volvió a mirar A Diarmuid que no parecía perturbado, escuchó las instrucciones de Emiya con oídos bien atentos y asintió con la cabeza cuando este terminó. Debía de suministrarle el medicamente cada vez que despertara y si no despertaba debía de hacerlo para poder tomarlo, luego se debía estar atento a sus pulmones y la tos.
—¿Estará bien? –Preguntó Diarmuid.
—Si haces lo que te digo, lo estará. –Le manifestó Emiya.
—¿Y el golpe de la cabeza?
—Por suerte no es algo tan grave. No puedo suministrarle algo frio ahora, debe dormir así. De momento me preocupa su gripe, no tiene fiebre así que es algo bueno. –Repuso el Sanador. Luego miró hacia la ventana. – Encenderé las luces …luego les serviré algo de comer.
Emiya hizo un gesto a Cu para que lo acompañara y así lo hizo, regalándole una mirada de reojo a ambos, pasó por el lado de Romani antes de suspirar y ambos salieron por la puerta. Sin Emiya en la casa, la sala se sintió un poco más oscura y fría, aunque fuera solo metafóricamente. Diarmuid contempló el cuerpo del hombre durmiendo por unos momentos antes de girarse a mirar a Romaní, lo hizo con mucha delicadeza y el crepitar de la chimenea parecía haberse vuelto más fuerte.
Ambos intercambiaron miradas, Romaní se acercó con pasos lentos y se sentó al lado de Diarmuid, para ese momento ambos tenían la piel seca, el calor de la chimenea pintó su piel pálida de un color dorado.
Los ojos de Diarmuid fueron del cuerpo de Merlín hasta el de Romani a su lado.
—Gracias…
—No es a mí a quien debes agradecer…-Le repuso cortamente, le proporcionó una mirada hacia la ventana- Ya escuchaste, no morirá, pero si de verdad quieres mostrar tu gratitud me dirás que fue lo que pasó.
—Te he dicho lo que pasó.
—No. Hablo ahora de la vez que desapareciste. Sabes a lo que me refiero…-Había cierta amenaza en su voz. Romani guardó silencio por un momento, sus ojos iluminados por el fuego adquirieron un tono espectral. Sabia a lo que se refería Diarmuid y pensaba honestamente que ese momento debía de llegar.
Si lo pensaba fríamente, no sabía cómo explicar lo que había ocurrido, fue un acto desesperado y algo arrebatado de su mente o no de ella puesto que en ese momento no lo hacía por medio de la lógica que se debía de esperar.
—…Yo lo quería. –Susurró tenuemente, como un secreto. Diarmuid apretó las muelas lentas, pero dolidamente, no queriendo provocar ningún ruido. – El…pasaba por el lago siempre y …bueno…
—Te enamoraste…-Siseó Diarmuid.
—Pero él no sabía lo que era…de saberlo…
—Seguro jamás volverías a verlo pasar por el lago.
Romani asintió lentamente. Hubo un denso silencio entre ambos, casi se podía escuchar la corta respiración de Merlin debajo de ellos.
—Corrió por que me vio. Sabe lo que soy ahora, por eso tropezó y se golpeó.
—¿No lo sabía antes?
Romani negó con la cabeza.
—Me dices… ¿Qué él no tenía idea que su caballo era un kelpie?
Romani volvió a negar con la cabeza y hubo cierto temor en sus movimientos, ahora más cautelosos.
Diarmuid sintió un fuerte deseo de golpear algo, de destruir... No sabía cómo canalizar esta verdad, pero le causaba mucha indignación, un sentimiento venenoso de rencor se deslizaba por sus entrañas.
—Eras su mula de carga.
—Es lo que los caballos son.
—Tú no eres un caballo. –Argumentó Diarmuid elevando la voz.
—Lo sé…-admitió Romani con rostro en conflicto- … pero quería estar cerca de él, quería…aun quiero, pero ya no así… ¿Qué hubieras hecho tú?
—Le hubiera devorado los intestinos… -Diarmuid parecía insensible. Furioso.
Romani lo miró con algo parecido a la cólera.
—¡Tu no entiendes! No entiendes lo desesperado que estaba ¡No ves a los hombres más que por lo que tienen en su estómago! Hablar contigo de esto no era mi primera opción.
—¡Los hombres no nos ven más allá de la piel que tenemos o de lo que no tenemos puesto! –Repuso Diarmuid, Romaní parecía haberse elevado y la habitación se tornó fría y el fuego comenzaba a languidecer, pero esto no hizo languidecer el humor de Diarmuid que también parecía elevar su presencia oscura y fría – te recuerdo Romani que fueron los hombres lo que te hicieron esto que eres…
Ambos intercambiaron miradas de odio. De pronto un cristal se despedazó en una explosión, ambos se sobresaltaron y buscaron la fuente de aquello. Como atrapados en el acto, bajaron sus humores y las cabezas, desconocían que había amuletos ocultos en las ventanas y demás, era la casa de un mago después de todo.
Merlín gimió, ganándose la atención de los dos hombres con el, Romaní se incorporó luego el fuego comenzó a robustecerse nuevamente. Romaní se movió cerca del enfermo, protegiendo su cabeza, y sus dedos tocaron su cabello.
—Escúchame, estoy agradecido por haberme liberado aquella noche, erre en querer acercarme a él en esa forma, lo admito, pero no podía evitarlo, era eso o perderlo para siempre. –Le manifestó con voz apremiante y lleno de un sentimiento de urgencia- ¿Es que tú nunca has estado enamorado de nadie? Mira a Cu chulainn… ¿Por qué …? ¿Por qué puedes aceptarlo a él?
—Tu nos mentiste…
—No lo hice y si así lo piensas, entonces suplico tu perdón.
Diarmuid quería saltarle encima y golpearle la boca, pero no era a causa de esta verdad revelada, era algo más profundo, más profundo y oscuro que se enrollaba en sus pulmones. Luchó contra esta sensación en su pecho, pero no tuvo que hacerlo mas cuando la puerta se abrió con un chirrido, la brisa fría entró y luego desapareció. Diarmuid se movió lentamente con la espalda derecha mirando al fuego, el silencio los acarició con sus garras indiferentes como una advertencia sigilosa a no interrumpirlo. Emiya se deslizó hacia la ventana de la entrada y se agacho recogiendo el cristal en el piso. Cú chualain también se acercó con cierta duda.
—¿Qué es eso?
—Un amuleto.
—¿Para qué? –Preguntó Cú chulain recogiendo uno de los pedazos. Emiya miró de reojo hacia la chimenea y luego al irlandés con ojos más suave - ¿Significa algo?
—Nada importante –Le respondió y la curiosidad de Cú chulainn y sus ojos inocentes ante estos misterios se le antojo muy tierna. Le dio un beso en la mejilla- ¿Quieres ayudarme a servir la comida?
El aludido sonrió y asintió con la cabeza.
Diarmuid escuchó todo, luego miró a Romani acomodar la cabeza de Merlín en las mantas y apretó las muelas. Merlín abrió los ojos lentamente y el proceso comenzó, entonces Diarmuid se destensó y recordó que tenía una responsabilidad por lo que quedaba de la noche.
Chapter 3: Arthur
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3
Como había dicho Emiya, Merlín vomitaría la flema durante todo el proceso, era una experiencia desagradable para ambos hombres. El paciente no hablaba, tomaba mucho esfuerzo despertar, toser y terminar vomitando, pero la bebida tenía una acción similar al bálsamo. Era una sensación viscosa en la garganta, pero algo refrescante. Emiya depositó todo lo que necesitarían y repitió las indicaciones dos veces antes de dejarles agua templada y un barril de madera…
El proceso se oía simple, pero la realidad era otra, Diarmuid jamás había cuidado a un enfermo que recordara y no pudo evitar sentir cierta…compasión por todo el dolor por el cual parecía estar pasando Merlín y …Romaní. Esto no menguaba la molestia que sentía por el – quizá sí un poco- pero igual su lamentación era evidente. Romaní no buscó formas de querer defender su actuar o su historia, en ese instante nada de ello le interesaba si Merlín no se recuperaba.
La noche fue larga y laboriosa, Emiya se despertó cuatro veces en la madrugada para examinar a Merlín y escuchar su pecho, en ninguna de las ocasiones se alarmó o dio mal diagnóstico, dejando a los Kelpies hacer su trabajo.
Cuando llegó el día, Merlín abrió los ojos y se intentó levantar sin mucho éxito, el mareo persistía. No había luz que entrara por la ventana, el sol estaba oculto en las nubes como era de esperar en las mañanas de otoño, pero él se sentía cálido y cómodo, olía extraño, como a manzanilla y otra cosa…tomillo. Bueno, tampoco podía confiar en su olfato ya que sentía la nariz congestionada, sintió ganas de estornudar, y al hacerlo, su cerebro se sacudió y se lamentó, nuevos estornudos llegaron haciendo estremecer a Diarmuid pensando que se iba a reventar la nariz en cualquier momento.
Escuchó sus lamentos y ante el moco en su nariz, hizo un gesto de repugnancia, pero Romaní se sonrió como aliviado de que pudiera respirar.
Emiya salió a su encuentro rápidamente y también hizo una expresión de asco al ver el rostro del paciente.
—…Será mejor que te limpies. –Declaró el moreno ofreciéndole un pañuelo.
—…Do diento. –Intentó decir el comerciante sorbiendo. Pero Emiya le reprendió, dijo que tenía que expulsarlo todo y todo era todo. El pañuelo luego sería inservible, pero eso no le importaba. Merlin giró la cabeza, ojos reconocieron a Emiya, pero había tres hombres además de él, uno que había salido de una puerta, estaba de pie admirando todo con expresión severa.
Otro de ellos no estaba muy lejos, no lo reconocía por nada. Tenía el cabello castaño y no tenía nada más que unos pantalones verdes, su cabello rebelde, seco y brillante, pero otro llamó su atención, este estaba más cerca de él, un pelirrojo que lo miraba cautelosamente…Lo reconoció, pero no sintió el temor de antes, estaba demasiado débil como para huir o defenderse, además la presencia de Emiya le decía que todo iba a estar bien. Romaní le sonrió con cierto alivio en su pecho y Merlín que lo miraba ladeó un poco el rostro, su nariz esta roja… repentinamente Diarmuid se levantó de su lugar, sus ojos tenían algo oscuro.
—¿Te irás? –Preguntó Cú chulainn mirándolo trasladarse a la puerta. Este no respondió y su primo no entendió el por qué. Cuando la puerta se cerró, Emiya capturó los ojos de Romaní que yacía frente a sí y lo miró unos momentos como un diálogo silencioso.
Diarmuid fue directamente hacia el lago, sumergiéndose hasta lo más profundo, el agua estaba helada pero así era perfecta para él. Nadó lejos de aquel lugar, no sabe por cuánto tiempo, pero pronto no tuvo que moverse para que se lo llevara la corriente, la noche no fue agotadora, pero sí muy desagradable, más los sentimientos encontrados con los que aun lidiaba.
No sabía cómo sentirse o cómo actuar, seguro su primo tenia tantas preguntas como él hace un momento, pero prefirió olvidarlo, quería olvidarlo y deseaba por sobretodo dejar de sentirse así, no sabía cómo manejarlo y no sabía que podía significar, quizá si lo sabía, pero no deseaba admitirlo, había un fuerte odio en un su corazón pegado a las paredes como una infecciosa flema, una enfermedad arraigada por muchos años, cubierta de sangre seca, y piel muerta…un cáncer metastásico.
Cuando la corriente del rio fue más energética, pudo sentir como los peces pasaban a su lado a una gran velocidad, fuertes salmones que lo rodeaban en su avance, Diarmuid intentó ubicarse en el lugar bajo el agua, pero tan inmerso en sus sentires se encontraba, que apenas diferenciaba la división de las aguas, la corriente era fuerte y luchó contra ella para retornar, pero por alguna razón no podía avanzar, los peces no se resistían a ella y algunos de ellos parecían inquietos, ahora golpeando sus piernas y tobillos. Algo pesado golpeó sus piernas y se sumergió un poco más para así poder evitarlo, pensaba había sido una roca, todo un poco más turbio que antes por la actividad de los peces. Intentó cambiar de forma para tener mayor impulso y “cabalgar “contra la corriente, pero resultó ser todo lo contrario, arrastrando su gran cuerpo hacia la roca, ante ello una pequeña vibración ocurrió en el cimiento…algo parecía moverse sobre esta.
Se asomó hacia el borde de las aguas, bajó con mucho cuidado lo más cerca al agua y su corriente y haló de la cuerda de la red, pero al momento de hacerlo, una mano emergió de esta y lo capturó. El hombre gritó, yacía inclinado y vulnerable. La mano lo jaló y él a la red.
Se golpeó las piernas con las rocas, cuando descendió agresivamente, gritó, se aferró a la red, sintió fuertes brazos rodear su cintura y empujarlo hacia abajo. La red parecía soportar un peso descomunal, no sabía de qué otra forma podría tensarse de aquella manera, pensaba podría salirse de alguno de los dos extremos si no se libraba de aquello que lo agarraba. Pataleó y golpeó algo, siguió así hasta que pudo liberarse, pero entre ese intentó de liberación sintió un dolor terrible en el tobillo, subió de nuevo a la roca empapado y arrastró la cuerda que tenía su bote.
El agua estaba fría, en extremo fría, pero eso no lo detuvo de moverse, sacudió su cabello y logró posicionarse para soltar la red del lado de la roca. Jaló, pero el aire salió de sus pulmones. No podía haber agarrado algo tan grande. Pensó que el bote se voltearía por sus esfuerzos, pero nuevamente una mano emergió y buscó aferrarse al bote, ah, era una persona, luego otra, pero no podía salir, estaba atascado en la red.
—Aguanta…Aguanta ya…voy –Extrajo un cuchillo de un pequeño bolso en su bote, era pequeño, pero pronto tomó su mano surcó el brazo derecho que se encontraba aferrado a la madera del bote, encontró el tejido y lo cortó, la persona se comenzó a mover, intentaba alejarse, temeroso de ser cortado con la hoja de esa herramienta.
Aunque cortaba todo lo que creía podría ser, con desespero, no parecía haber algún cambio, los brazos solo ya no se movían, pensando que había muerto, emitió un gemido de terror y cortó con aun más desesperación todo, de un lado y el otro, la red pronto se fue con la corriente, -aunque aún tenía un nudo en el sauce-
—Lo siento… ¡Lo siento! –Decía y nuevamente intentó subir aquello. Pesaba horrores, y el bote se inclinó un poco, pero a él no le importó en absoluto. Pronto los brazos desaparecieron sumergiéndose, deslizándose en sus manos - ¡Oh no!
El cuerpo se iba con la corriente, había cortado demasiado y se deslizaba debajo del bote.
Fue hacia otro extremo del bote y encontró la mirada de un hombre sobre la superficie del agua. Arthur se echó para atrás y cayó en el bote, golpeándose, sintió dolor en sus piernas, se golpeó la cabeza y gimió haciéndose un ovillo en ese lugar. Sintió el bote balancearse y agua chorrear de la boca de Diarmuid.
—¿Estas bien? –Arthur se estremeció cuando se acercó, inclinándose hacia el hombre acostado en el bote. Lo vio temblar. Diarmuid se arrodilló.
Arthur sintió unas terribles ganas de llorar por el dolor, pero luego experimentó cierto alivio, ¡Estaba vivo! Aun así, había sufrido tanta emoción que le tomó un momento incorporarse, agotado, temblando y mojado. No se dio cuenta que se había cortado las manos, rasguños cerca de sus nudillos por el cuchillo, su cabello rubio era un desastre, pegado a su frente, todo su cuerpo estaba pesado y se negaba a moverse, descendiendo los niveles de adrenalina en su organismo, parecía todo desalineado a pesar de tener nobles vestimentas.
Diarmuid lo examinó con ojos curiosos pero clara cautela. Lo reconoció poco después con gran impresión.
—Diarmuid…-Alcanzó a salir de sus labios cuando usó sus brazos para sentarse. - ¿Cómo…?
Este retrocedió al escuchar su nombre…preguntándose ¿Cómo ese hombre sabio su nombre? En ningún momento se lo había dicho y por supuesto este hombre rubio jamás le había dicho el suyo.
—Ah…-Diarmuid tartamudeó. Miró los nudillos del otro y se alejó un poco más para darle espacio. - ¿Cómo sabes…mi nombre?
Arthur parpadeó lentamente, se llevó una de sus manos a la cabeza.
—Emiya…me lo dijo –Le respondió con voz queda. El bote se balanceó un poco y esto no ayudó a su mareo. Arthur se sentó y sus ojos vieron a Diarmuid por un momento- ¿Estas bien? –Preguntó incrédulo.
Diarmuid asintió con rostro complicado.
—Qué bueno. –Fue lo que escuchó del hombre rubio. Lo vio bajar la cabeza, al parecer adolorido. Diarmuid se hallaba en una incómoda posición. No sabía que decir o que hacer…
—Gracias… -Repuso con voz tensa. Arthur emitió un sonido en respuesta. - ¿Te…encuentras bien?
—oh, no…-Respondió, intentando moverse y se inclinó un poco hacia un costado del bote buscando algo. Lo encontró más adelante, en dirección al sauce y por tanto a la orilla. Diarmuid intentó encontrar lo que el hombre buscaba, pero con cierta dificultad. – La red se perdió y con ello la pesca.
Diarmuid lo miró, luego volvió a admirar la red que rodeaba el tronco del sauce en la orilla. Arthur tomó una cadena y la recogió para subirla al bote, este comenzó a moverse arrastrado por la corriente, pronto tomó los remos de su bote, emitió un sonido profundo al suspirar con evidente derrota. Tenía la intención de regresar a la orilla; ya no tenía nada que hacer allí, pensaba.
Arthur remó, le dolían las manos y la cabeza, pero por suerte la distancia no era mucha, el bote terminó haciendo un recorrido diagonal hasta tocar la roca cerca del sauce y soltó el ancla, Diarmuid lo ayudó, Arthur salió del bote, saltando hacia el sauce y rápidamente lo ató a una de las raíces. Diarmuid hizo lo mismo en silencio.
Se quedó cerca del sauce mientras Arthur se aventuraba a desatar la red. Lo apreció pesado y agotado. La sangre corría hacia el agua y esto era imposible de no mirar para el kelpie. Se acercó un poco…
—Dejame ayudarte. –Le pidió, sus manos se tocaron, el tacto frio de Diarmuid le hizo sentir agitaciones y algo en su cercanía lo mareó, fue incapaz de devolverle la mirada, aunque sabía que Diarmuid le observaba…apartó las manos discretamente como una aceptación a su pedido.
La red estaba rota. Solo se conservaba la mitad de esta, tenía un total de quince peces de diferentes tamaños, pero aquello hizo que Arthur frunciera su rostro. Diarmuid la arrastró y la subió al bote.
Algunos de ellos estaban vivos y se batían en la red.
Infirió que este hombre también tenía las mismas costumbres que Emiya y por tanto estaba recolectando su comida para el invierno. Cuando volvió hacia el otro, no estaba. Diarmuid salió de las raíces del sauce y lo encontró caminando hacia el terreno plano. Miró el piso y vio pequeñas gotas de sangre en la grama.
Por un momento dudó, inmóvil en ese lugar viendo como él punto dorado y azul se alejaba. Sus pies dieron unos cortos pasos, pero se detuvo… ¿hacia dónde iba? Volvió a moverse unos pasos más, pero algo le decía que no lo hiciera, sin embargo, al avanzar las gotas de sangre perduraban y las siguió, aunque no sabía por qué si desde donde estaba podía admirar al hombre de cabello rubio en la distancia.
Cuando Arthur estaba en la cima de la colina y comenzó a descender lo perdió de vista y fue que comenzó a correr. Ya no había sangre que seguir, pero entró en pánico al saber que no podía verlo. Diarmuid no se había alejado tanto del lago, menos en un terreno que no conocía, estaba turbado en su emoción que no se detuvo a darse cuenta que no parecía haber vida humana a kilómetros y por tanto aquel era un precioso terreno que admirar.
Pronto arribo a un terreno donde se encontraban diseminado algunos árboles de abedules, unos crecían muy juntos formando una especie de camino, fue como si hubiera entrado en otro mundo, ingresó en el y se sintió invadido de una sensación nueva que lo asustaba, el mundo se tornaba más pequeño, estrecho. Detectó la sangre en el césped y algunas mariposas que revoloteaban sobre unas flores de lirios.
Diarmuid se detuvo al mirar un sendero. ¿Cómo sus piernas se habían movido a un destino desconocido? No veía al amigo de Emiya por ningún lado, consideró la idea de volver, algunas mariposas revolotearon cerca de él; una de ellas parecía haber besado su mejilla, luego caminó por su cabello y se fue volando, Diarmuid la admiró en silencio, tenía un lindo color azul y negro, bailaba grácilmente hacia el sendero.
Dudó. Pensando en regresar…pero honestamente, lo menos que quería era encontrarse con Cú chulainn y Emiya, o peor Merlín y Romaní. Había sentimientos encontrados con los que no quería lidiar.
Avanzó hacia el sendero, no pasó nada notorio, pero allí nacían algunos árboles de avellanos y cerezas y sintió mucha curiosidad de probar sus frutos, cuando miró algunas gotas de sangre las siguió por un camino cuidado pero bordeado de césped alto que les llegaba a los costados y luego desaparecía para dar paso a una entrada de madera, rodeado de rosas. El rosal salía del interior y cubría lo que parecía ser una cerca de madera, le recordó la casa de Emiya, pero esta madera era más clara y junta, la entrada no tenía lámpara, y la madera era más o menos de un metro y medio.
La puerta estaba abierta y manchada.
Al ingresar se encontró con un amplio jardín y un caballo blanco que reposaba en el césped bajo una pequeña chocita, este lo miraba. Al penetrar ese lugar experimentó una terrible sensación, como un profanador. Este no era su lugar y por tanto no sería bienvenido allí, bajo la luz del sol todo parecía luminoso, claro y puro, el kelpie se sentía totalmente ajeno y pronto pensó que era un error haber ido allí.
No vio al hombre por ningún lado, de modo que …pensó en que lo mejor era no ser visto, pero cuando iba a retirarse para adentrarse en el césped alto se encontró con él que salía de la casa con algo en las manos. Ambos se miraron, Diarmuid se paralizó, como un soldado en territorio enemigo. Arthur bajó los cuatro escalones de madera de roble hacia el jardín, ambos se miraron en silencio, Diarmuid observó las vendas en sus manos y se sintió un poco más aliviado…no sabía por qué.
—¿Has venido a terminar lo que tienes en mente? –Le preguntó Arthur y sus ojos adquirieron un tono severo.
—Te fuiste…-se defendió Diarmuid- la red, y tus pescados…
Arthur seguía con la ropa mojada, al parecer no había sido tan rápido al cambiarse…
—¿La red? –Arthur hizo un gesto de contrariedad y se sentó un momento en el segundo escalón. Le dolían las piernas, seguro tendría moretones. – No…eso ya no importa… ¿Por qué estás aquí, Diarmuid?
Diarmuid no entendía la pregunta y no tenía respuesta para ello.
—Sangrabas…No sé. –Le respondió con una expresión compleja, pensando que verdaderamente cualquier lugar era mejor que El Gran Loch en este momento- Solo…te fuiste dejando todo atrás… además, no sé tu nombre.
—Arthur.
—Arthur.
El aludido asintió. Lo miró con sus ojos penetrantes y Diarmuid sintió que era otra persona, como si alguien se hubiera metido dentro del cuerpo de Arthur, alguien diferente al primer encuentro.
—Oye… ¿vas a estar bien? –Diarmuid avanzó algunos pasos…Arthur asintió, se miró las manos. – Gracias.
—No lo hagas. Está bien-Arthur suspiró. Diarmuid pensó que estaba verdaderamente molesto, ya no lo miraba, no a los ojos. - Yo solo… estoy muy dolorido…Tu estas muy bien, es de esperar de alguien como tú.
Diarmuid frunció el entrecejo. No comprendió lo que intentaba decirle.
—¿A qué te refieres? –Le preguntó el kelpie.
—¿Está bien que estés tan lejos del lago por tanto tiempo?
Diarmuid lo miró con ojos duros, expuesto. Arthur intentó mirar sus ojos, pero algo se lo impedía, no era miedo, sino otra cosa, un punto seductor debajo de los ojos del moreno. Poco tiempo pasó y Diarmuid creyó entenderlo todo. Retrocedió lentamente. Arthur no se movió, cuando levantó la mirada no encontró a Diarmuid por ningún lado.
—•
Pero Arthur no estuvo bien, por ello dos días después fue visitar a Emiya, el único que conocía que podía ayudarlo. Si bien los sanadores del pueblo eran buenos, Emiya tenía algo especial que ellos no. Al llegar –de improviso- lo recibió un hombre alto, de cabello oscuro y rostro agraciado y saludable. Tenía vivos ojos carmín y cabello largo y brillante. Ninguno de los dos se conocía, pero Arthur rápidamente supo que se trataba de Cu Chulainn.
—Ah. Tú… debes ser Arthur. Eres amigo de Emiya, pasa, pasa –Le animó con entusiasmo. Lo hizo sentar en una butaca y salió a buscar a Emiya al lago. Al volver, Emiya tenía una canasta con salmones frescos.
Se saludaron y luego de ello Arthur le mostró sus manos. Aunque no eran graves, si se infectaban sería catastrófico.
Emiya preguntó el origen de aquellas heridas, a lo cual Arthur pensó muy bien en que responder, diciendo que había sido mientras amarraba la red, fue muy ambiguo y lo atribuyó a su torpeza. No quería mencionar a Diarmuid y discretamente, mientras Emiya trataba sus heridas miraba a Cú chulainn, muy concentrado extrayendo las tripas de los peces de la canasta que Emiya había traído.
Hablaron cortamente y Emiya se enteró que Arthur había perdió su red en la corriente-otra mentira- esto preocupó mucho a su amigo que se ofreció de entregarle la suya. Después de todo él había recolectado suficiente comida. Apenado el caballero aceptó. Luego la visita se tornó más cálida y hogareña, dándole la oportunidad a Cú Chulainn de darse a conocer, aunque un poco torpe puesto que algo en los ojos de Arthur parecían ser…inquietantes. Cada vez que lo miraba sentía que lo atravesaba con una espada.
Arthur se mostró educado y elocuente. Un poco reservado y por supuesto que compartía una historia con Emiya de la cual pensó que después le contaría. Quiso saber cómo había pasado el Samain, a lo que Emiya respondió ambiguamente con un bien.
—Me alegra que todo haya pasado sin contratiempos. –Le manifestó, luego sus ojos fueron a parar al collar de Emiya, algo extraño, ya que este no tenía el hábito de portar joyería, pero luego miró a Cú chulainn y sonrió.
Emiya que estaba prestando atención admiró el lenguaje en los ojos de su amigo y carraspeó repentinamente avergonzado con las orejas rojas.
—Sí. Todo ocurrió sin muchos contratiempos.
—Entonces ¿eso quiere decir que hubo sus dificultades? –Infirió el rubio.
—Sí, al inicio, pero ya todo está bien.
—¿Y tú estás feliz con ello?
—Por supuesto. –Respondió y evadió la mirada, avergonzado solo un poco. Cú chulainn los miró a ambos, ignorando el lenguaje encriptado, miró como Arthur sonreír con genuina felicidad y pensó que era algo bueno de lo que hablaban.
—¡Eso me alegra tanto! ¡Tú aura está más saludable que nunca! -Le alabó aplaudiendo. – Esta más…roja.
—¿De verdad? –Inquirió el aludido.
Arthur asintió. Cú chulainn se intrigó por esta revelación y sintió curiosidad de saber de qué color era su aura o que significaba aquello. Hace algún tiempo que desconocía los secretos de los druidas al no emplearlos, ni verlo.
—¿Puedes ver el aura de las personas?
—Sí. Puedo. -Le respondió Arthur y nuevamente se sintió atravesado por la mirada verde de sus ojos – Hmm…tu aura es algo rara, esta mezclada, entre el rojo y el azul. Forma una combinación muy voluptuosa. Veo que eres un hombre muy apasionado.
El aludido sonrió ciertamente orgulloso, sus orejas se enrojecieron tiernamente y su dentadura fue visible con alegría.
—¿Escuchaste, Emiya?
Este lo miró por un momento y algo dentro de sí hizo que su aura se tornara más roja aun, como una cereza que iba a explotar su liquido en cualquier momento, pero esto solo Arthur pudo observarlo y guardó aquello en silencio con felicidad en su corazón.
Al irse, Emiya le proporcionó una canasta con filetes de salmón ahumado y algunos tubérculos. Arthur montó en su caballo y se retiró hacia el lago por el mismo camino por donde había venido y el único que verdaderamente conocía. Su caballo blanco andaba con cuidado y se detuvo frente al manzano que había visto anteriormente.
Sus ojos se detuvieron un momento entre sus ramas, como si estuviera admirando cuidadosamente cada una de estas, desde el caballo podía alcanzar alguna y así lo hizo, doblando una fina rama que no tenía frutos, la partió y la desprendió, el árbol se sacudió cuando fue liberado y dos manzanas cayeron al suelo.
Arthur guardó la rama que había capturado entre las cuerdas que sostenían su equipaje y se bajó del caballo para recoger las manzanas, era un árbol muy generoso, dulce y sus frutos eran algo que no podía darse la desgracia de desperdiciar, pero al agacharse para tomar una de ellas miró hacia el lago, alguien lo observaba desde allí y estuvo un momento en esa posición alerta, con la mano extendida hacia la fruta, pero sin tomarla por completo. Solo entonces, luego de un denso silencio, donde ni los animales más diminutos se atrevían a violar dicho mutis, algo emergió de las aguas del lago.
Arthur lo detectó y enderezó un poco la espalda, ambos se miraron, Diarmuid desde las oscuras aguas y Arthur desde la seguridad del prado verde. Tomó la manzana, luego la otra y se levantó para colocarlas en el cántaro donde Emiya colocó los tubérculos. Luego acarició a su caballo, prometiéndole que regresaría, este parecía haberse tornado un poco ansioso…pero Arthur no se alejó demasiado, solo se acercó en el límite donde existía el bosque.
—Espiar a las personas es de muy mala educación –Le hizo saber. Le habló desde allí a unos tres o cuatro metros de distancia de la orilla, quizá más. Diarmuid que solo emergía desde la nariz lo miró en silencio. - ¿Me tienes miedo? ¿Es por qué me di cuenta que sé lo que eres?
Diarmuid no respondió, pero se elevó un poco más para hablar sobre el agua.
—¿Qué hacías? ¿Por qué rompiste el manzano?
—Oh…eso –Arthur parecía pensar con cuidado lo que iba a responder- Necesito un injerto.
—¿Qué es eso? –Cuestionó sin moverse.
—Tengo un manzano, pero este no ha dado frutos nunca. No conozco la causa…pero si uno la rama de este árbol con las suyas quizá pueda. –Ante esa respuesta, Diarmuid arqueó sus cejas impresionado. No sabía nada como eso. – Tienes un buen árbol aquí.
Algo similar al fantasma de una sonrisa atravesó los labios de Diarmuid, pero Arthur no sonrió, más bien frunció el entrecejo luego de un momento, admirando en el kelpie algo que no le gustaba para nada, más bien comenzaba a preocuparle.
—¿Has venido solo por el árbol? –Le preguntó Diarmuid, pero este sabía que no era solo eso el motivo de su visita. Después de todo, lo había visto cuando llegó.
—Puedo deducir que me has estado viendo. –Le repuso Arthur con seguridad en sus palabras. – No. Vine a visitar a Emiya también.
—¿Es por tus manos?
—Sí. Es por mis manos –Arthur se miró los nudillos envueltos en las vendas limpias – Estaré bien. Emiya es bueno en lo que hace.
—Sí. –Diarmuid no lo ponía en duda.
—No le dije lo que pasó. –Reveló Arthur – Así que, mantén el secreto.
Diarmuid ladeó el rostro y el mechón rebelde de su cabello se inclinó con él. ¿Qué? ¿Por qué?
Pero la pregunta no podía salir de sus labios, un poco incrédulo y algo congestionado. Tanto era así que su pecho salió un poco del agua y parecía acercarse.
—Ya tengo que irme –Dijo Arthur, sonando bastante tranquilo, pero algo había cambiado en su forma de mirar al kelpie, era similar a como se mira a una criatura pequeña y debilitada.
Diarmuid no estaba acostumbrado a ese tipo de mirada, siempre era presa de ojos atrevidos y lujuriosos, pero Arthur parecía tenerle algo similar a la lastima, o la compasión.
—No…espera. –Intentó detenerlo con palabras, pero Arthur se giró para volver a montar su caballo y echo andar.
Al verlo irse, Diarmuid se echó para atrás y llevó sus manos al rostro, frustrado. Se volvió a sumergir no queriendo que nadie admirara su vergüenza, pero olvidaba que ahora él se encontraba solo en el lago.
Arthur no vivía en el pueblo como se podría pensar, aunque no estaba del todo lejos, no era tan lejos como Emiya había decidió apartarse. Los que son como ellos ahora tenían que lidiar con un estilo de vida reservado, austero y modesto. Hubo un tiempo en donde era conocido por el niño con el don de la visión, pero eso fue antes de los hombres de la ley vinieran al pueblo y adoctrinaran a los pobladores con ideas e inculcaran la malignamente la palabra paganismo como un acto malo y vil. Nunca permitido.
Comprendía porque Emiya había decidido marcharse tan lejos, donde no tendría que lidiar con estos ignorantes, de alguna forma él se vio obligado a hacer lo mismo, pero sin el sentido tan radical del aislamiento. Por suerte, pensaba mientras recorriera la planicie, Emiya no estaba solo, lo aprecia feliz, saludable y con una nueva energía, y viceversa, ambos parecían equilibrarse mutuamente. Eso era suficiente para poder dormir tranquilo, sin embargo, una espina en su mente le molestaba y le hacía arrugar el rostro en profunda meditación sobre aquel asunto. El asunto del Kelpie del lunar.
Su aura era densa y oscura. De un color similar al limo. No podía ser eso agradable, no para él que podía ver más que solo el atractivo lunar en su rostro. No se detuvo por mucho tiempo a pensar en ello cuando comenzaba a salir de los límites del pueblo y tenía que pasar por frente del terreno del presbítero. Se aseguró de bajar la cabeza un poco para pasar desapercibido. Odiaba llamar la atención cuando salía y llegaba al pueblo, los hombres en esta época oscura, estaban más atentos a sus actividades, como si quisieran agarrarlo con las manos en la masa de alguna especie de plan.
No temía a ello puesto que no se involucraba en nada con respecto a ese pueblo, más que para proveerse y dar uno que otro consejo a los que estimaba. La participación de Pendragon, como los de los Emiya, Tohsaka y los Matou, se había reducido significativamente ante la presencia de la nueva influencia religiosa del pueblo. No tenía caso luchar contra ello, las personas eran insensibles…y ahora ignorantes.
Pero los días venían uno tras de otro y él, a pesar de todo lo que había cambiado aquel pueblo, le gustaba vivir, disfrutar de estar vivo y de la tranquilidad que podía proporcionarle estar casi al final del límite del poblado. Vivía pues, cerca del pequeño espacio donde yacían los abedules y los arboles de ciruelas y cerezas. No muchos iban hacia aquel lugar desde que plantaron árboles frutales en los espacios cerca del centro del pueblo, cosa que Arthur alabó. La única idea inteligente que tuvo –en su pensamiento- el clero. Lo hicieron así por que se pensaba que en el bosque de abedules abundaban las hadas y duendes, las ninfas y esto era peligroso.
Arthur sabía que era así, pero conocía aquellos secretos que los recién llegados ignoraban y que tampoco querían escuchar, era mucho más fácil ignorar una existencia que intentar comprenderla.
Había plantado rosas blancas y lirios para que las hadas pudieran descansar dentro de sus pétalos, su jardín había crecido demasiado, gustaba de las visitas de personas de aura agradable y noble, como Sakura y Rin, pero no podría permitir que fueran presa de los ojos de todo el mundo por involucrarse con él.
De cualquier manera, ellas también debían procurarse para este invierno, y es por ello que Arthur no deseaba importunarla ni que le importunara cuando debía de reparar su red, ordenar las provisiones y limpiar el jardín. También quería cuidar los dos árboles que tenía en su jardín, el manzano quisquilloso y cuidar un poco más del ciprés. Ahora tenía un injerto de un manzano mucho más dulce y dócil, podía quizá, con algo de suerte, tener ricas manzanas para el verano.
Arthur se despertó temprano esa mañana, realizó su rutina habitual y luego de darle de comer a su caballo, peinarlo y recorrer su jardín, encontró a dos pequeñas hadas jugando dentro del entramado de los lirios, eran muy pequeñas y decidió dejarlas allí mientras el limpiaba alrededor del manzano, se aseguró de que el injerto estuviera bien amarrado a una de sus ramas con una cuerda de red y pronto partió con su caballo al camino donde los abedules y cerezos, se llevó la red consigo para poder extenderla en el lago.
Le tomaba exactamente cinco minutos en caballo poder llegar al lago a trote del caballo, su caballo blanco Excalibur. Lo dejaba pastar libremente por las colinas porque era un caballo inteligente que no le gustaba ser molestado por nadie más que por su amo y además no se alejaba demasiado.
El bote estaba donde lo había dejado, claro, sin los peces, este los había logrado recuperar. Bajó del caballo y este encontró entretenimiento en el césped que comía sin ansiedad. La rutina era sencilla, amarraba la red en las raíces del sauce y sobre el bote la extendía hasta una de las puntas de la roca que sobresalía en el lago. Pero aquella rutina no sería sencilla como esperaba. Se había detenido cuando iba a soltar el nudo del bote en la orilla. Algo cambió en la superficie del agua y por eso enderezó la espalda para levantarse y visualizar a su alrededor con mucho cuidado, sabía que no estaba solo.
—Puedes salir de donde quiera que estés. –Le hizo saber con un tono de voz fuerte y seguro.
Pasaron unos momentos antes de lograr sentía algo al borde del bote, pero no se inclinó para confirmarlo. Solo asomó la mirada hacia su derecha y se dio cuenta del rostro que se podía apreciar en la superficie del agua.
Arthur colocó una de sus manos en su cinturón –cerca del cuchillo- con una expresión un tanto intrigada.
—Diarmuid. –Saludó con cortesía, pero no por ello cordialidad amable - ¿Qué te trae por aquí?
Arthur se alejó unos pasos cortos del lado derecho y pensó que quizá sería buena idea pescar en otro momento. Diarmuid se apoyó del bote, pero no con la intención de voltearlo, sino que se sostuvo de allí, con su bello rostro sobre sus brazos.
—Vine con la esperanza de verte.
—Ah. Mira nada más, que Kelpie más honesto –Le felicitó sentado en su bote ahora, pero había algo de ironía en su voz - ¿Por qué querrías eso? ¿Tienes algo que decirme?
Arthur no lo miraba, no se lo permitía, en cambio se distrajo con la visión en su red, aunque estaba más que arreglada.
—¿Hay alguna forma de saldar mi deuda contigo?
Arthur lo miró por un corto momento y fue suficiente como para Diarmuid se sintiera atravesado por sus ojos verdes cargados de inteligencia.
—No tienes ninguna deuda conmigo –Le repuso el hombre con una voz que a Diarmuid le sonó divertida- debes de saber, Diarmuid, que hice lo que todo hombre haría en mi situación. Eres libre de cualquier deuda.
Aquello hizo que Diarmuid frunciera las cejas. Rodó los ojos con amargura.
—¿Estas asustado? -Diarmuid preguntó luego de un momento, porque el hombre no se atrevía a mirarlo a los ojos, como si temiera de algo. Arthur sonrió, con la mirada puesta en las manos del Kelpie.
—Tienes un lunar muy problemático, creo que lo sabes. –Le mencionó el hombre levantándose. Diarmuid sonrió y Arthur solo se dio cuenta porque adivinó el movimiento de sus labios.
—Sí… -Diarmuid aseguró con una mirada extraña, casi con oscuridad- pero estoy sorprendido de que te hayas dado cuenta.
—Que honor…-Arthur sonrió sin pasión, miró hacia la tierra y encontró a su caballo echado en el mismo lugar. Estuvo reconsiderando la idea de marcharse
—¿Cómo te has dado cuenta? –Quiso saber Diarmuid y deslizó los ojos hacia donde el hombre había estado viendo, observó el caballo blanco y luego a Arthur.
—Soy muy consiente de mí mismo y de lo que hay a mi alrededor. –Le respondió, pero Diarmuid sabía que no podía ser así, sospechaba en su interior que él era tan mágico como Emiya.
—¿Así también supiste que estaba viéndote la otra vez?
Arthur asintió sin mirarlo, pero sabía que seguía en la misma posición y en el mismo lugar.
—Considero espiar una actitud cobarde-Le manifestó Arthur prontamente. Diarmuid hizo un sonido en concordancia, pero internamente eso no le interesaba. Guardó silencio y admiró a Arthur desde donde estaba como dignado a que este le mirara, pero esto no ocurrió.
—¿Deseas que te ayude con tu red? –Le manifestó de repente el Kelpie, al ver que este no tenía el interés para continuar la conversación. Internamente aquello le frustraba un poco.
—No. Gracias –Arthur lo miró a los ojos cuando le dijo aquello y este rechazo resultó claramente abrumador para la hermosa criatura que parpadeó poco después.
—¿Por qué no?
—Creo que puedo manejarlo solo. Lo he hecho siempre, no representa nada para mí –Le respondió ahora sin verlo y por ello no pudo detectar el rostro en conflicto del Kelpie. Este se sumergió en el agua y volvió aparecer ahora del lado izquierdo, Arthur apenas y se inmutó.
—Pero será más rápido si te ayudo-Argumentó Diarmuid. Intentó que no se detectará ni un ápice de consternación en su voz, pero cuando Arthur le volvió a ver fue aquella misma mirada que comenzaba a odiar, su interior experimentó cierta conmoción; congelando la expresión de su rostro.
—He dicho que no. –Le respondió y no había un sentimiento especifico en la forma que lo dijo. Podría considerarse como una amable indiferencia que a Diarmuid por un momento le heló la sangre.
Arthur se movió hacia la punta del bote y dio un salto hacia las raíces de sauce, se agarró del tronco y pronto estuvo en tierra firme, Diarmuid lo observó aun consternado, sus ojos ámbar abiertos de par en par.
Se acercó a la orilla mientras Arthur se alejaba hacia su caballo, el animal se acercó a su encuentro en cuanto lo vio y Arthur le acarició la melena, ignorando a la criatura en las aguas. ¿Qué pasaba? ¿acaso no era su intención pescar? ¿No había venido aquí para eso? Sí, esa era su intención, pero no quería que el Kelpie lo importunara.
Suspiró desencantado el hombre, mientras aquietaba a su caballo que también era sensible al aura oscura de aquella criatura. Arthur podía sentirla, era fría y aunque debía de asustar, como cualquiera podría sentir, tenía un efecto diferente en él. Era entre repugnante y quejumbrosa, pero Arthur era un hombre con carácter. No podía compadecerse cuando aquello era peligroso. Sabía pues que aquel lunar era una trampa, como una rosa enterrada en el maloliente hoyo de cadáveres.
Al parecer el Kelpie no dimensionaba el rechazo de aquel joven hombre, y por ello su disgusto. No podía retenerlo y así comprobar que era como todos “los hombres amables” y por tanto estar satisfecho en asustarlo o molestarle. Podría salir desde la orilla y arrastrarlo de regreso, pero también pensaba que esto era imposible debido a su conexión con Emiya y por tanto con Cú Chulainn. Sintió odio en su interior, pero también mucha impotencia. ¿Por qué lo rechazaba? ¿no era acaso un hombre hermoso? Cualquier hombre y mujer caería irremediablemente a su encanto, pero no Arthur que se apreciaba molesto, fastidiado de su presencia.
Le fue imposible moverse de la orilla y al ver como este montaba a su caballo sin siquiera confirmar si seguía allí, se vio obligado a hacer lo mismo y retirarse como un sentimiento terrible en su estómago.
—
Los días pasaron y Arthur encontró espacio una mañana para poder extender la red en el lago sin que fuera interrumpido y al día siguiente pudo recoger la pesca y realizar las tareas relacionadas a las provisiones. En el jardín no obtuvo ningún tipo de interrupción y transcurrió así una semana tranquila, pero el trabajo nunca terminaba y una de las ventajas de que nadie se atreviera a salir a ese lado del pueblo, era que no tomaban las frutas de los árboles que por allí se encontraban diseminados, lamentaba que muchos de estos alimentos se perdieran.
Cuando Arthur se despertó, aun había neblina en el exterior, hacia cada vez más frio y decidió vestirse con su abrigo blanco y azul para poder salir hacia los abedules. Había humedad en el césped alto, pero esto pronto cambiaria cuando la nieve comenzara a marchitarlo, debía de aprovechar el otoño lo más posible, los frutos silvestres y algunos otros de los arboles generosos. No usó su caballo, llevó consigo una canasta entre tejida y partió hacia los abedules. Buscó el cerezo el cual tenía una buena carga, batió su tronco un par de veces y los frutos cayeron, algunos sacudones después, se dispuso a recogerlos.
Las pequeñas hadas lo habían seguido, acostumbradas a su presencia, se escondieron en su cuello, donde el pliegue de su abrigo afelpado les brindaba calor, Al darse cuenta de ellas les asomó dos cerezas gordas que comieron mansamente entretenidas, cuando no hubo más cerezas que recoger, caminó algunos pocos metros hacia el ciruelo, tenía escasos frutos o eso creyó ver, mientras le hacía un rodeo visualizando si podía treparlo y coger alguno, pero estos estaban demasiado lejos de su alcance. Las hadas que se habían saciado, echaron a un lado el hueso de la cereza y se ofrecieron a ayudarle.
Volaron alto en el ciruelo y con todas sus fuerzas intentaban desprender los frutos, esto bajo la mirada atenta de Arthur, tenía el rostro inclinado hacia arriba, cuando la ciruela cayó se concentró en atraparla ágilmente en su abrigo, luego la colocó en la canasta, así se repitió unas cinco veces más, con dos o tres frutas, la última fruta que esperaba que callera en su abrigo, rebotó unos pasos hacia adelante y Arthur corrió hacia ella con la intención de tomarla, pero cuando iba a agacharse para alcanzarla, se detuvo en seco y las hadas también se paralizaban en las ramas donde estaban. Una fría presencia había surgido delante de él y por alguna razón pensó que no era prudente levantarse todavía, pero allí estaba, podía ver sus pies frente a si y sintió las gotas frías caer sobre su cabello y su cuello. Supo, o creyó saber quién era, pero esto lo sentía un poco diferente, era una energía furiosa y alarmante, logrando erizarle los vellos de la nuca y los brazos.
Finalmente, buscó enderezar su espalda, pero al momento de hacerlo la presencia se le abalanzó. Intentó protegerse colocando su brazo derecho al frente, pero esto no logró ser suficiente.
—¡No! –Intentó exclamar con más fuerza para cuando el frio toque de aquel ser fue inevitable. Al perder el equilibrio, ambos cayeron, Arthur se golpeó la espalda con el piso lleno de hojas y césped. Rápidamente intentó incorporarse, pero Él no se lo permitió.
Su cuerpo frio se pegó aún más a él, Arthur sintió el pesó entre sus piernas, le heló la sangre, le hizo estremecer de una forma totalmente desagradable. Miró sus ojos dorados, eran oscuros, turbios y pronto sintió algo frio y húmedo cerca de su rostro, en su mejilla, sacudió su brazo derecho lo suficientemente para empujarlo a un lado. El hombre rodó y se levantó con rapidez.
—¡Que intentas hacer! –Le gritó furioso, retrocediendo hacia donde estaba la canasta y la tomó en su brazos- ¡No te acerques! ¡Alejate!
Las hadas fueron hacia Diarmuid y le jalaron el cabello, pero este las apartó con una sacudida de su brazo.
—¡Por qué! ¡Por qué no me miras!
—¡De qué demonios estás hablando! ¡Se puede saber que intentabas hacer hace un momento! –Le espetó con clara indignación. Arthur se llevó las manos al cuello y luego al rostro, donde la criatura le había besado, como intentando quitarse aquella sensación escalofriante de su piel- No importa. ¡No quiero saberlo!
Tomó la canasta con fuerza y extrajo su cuchillo de plata del cinturón, Diarmuid no se movió de su lugar, eso era una clara advertencia de que no se acercara, cuando sus miradas se encontraron Arthur no pudo evitar ser golpeado por esa sensación, cada vez que intentaba mirar los ojos de aquel hombre, se desviaban irremediablemente hacia aquel punto bajo su ojo.
—¿Qué haces? No entiendo…. Por qué no funciona contigo. –Susurró a regañadientes el Kelpie. Este lo miraba fijo, cada movimiento que realizaba Arthur era captado por sus ojos. Sus pies se movieron alrededor del ciruelo y Arthur se sintió acechado, sentía miedo, era increíble ver a un Kelpie tan lejos del lago.
—No sé qué intentas, pero te sugiero que te detengas ahora. –Le advirtió Arthur firmemente, tenía su canasta y se movía a la misma velocidad que el otro, por desgracia le era imposible no parpadear ante aquel punto, y decidió entonces mirar hacia las rodillas de aquel.
—No, mírame. Arthur.
El aludido frunció el ceño. Levantó los ojos un breve momento y se percató que este lo estaba mirando, existía algo oscuro en aquella mirada, pero no era esto lo que inquieta al joven hombre sino la desagradable presencia que irradiaba el ser. Arthur retrocedió, las hadas también estaban asustadas. A pesar de ello, del terrible mal que albergaba ahora el campo donde se encontraban y que había logrado su cometido, la mirada del Kelpie flaqueó. No sabría explicarlo, pero Arthur, al verlo, lo traspasaba, había algo que no le gustaba de aquella mirada y lo odiaba.
Se estremeció cuando la mirada de Arthur se tornó firme y hostil. Diarmuid llevó sus manos al rostro, odiaba aquella sensación terrible, como si lo desnudara, despellejando cada capa de su piel, exponiendo su interior, gimió en sus manos y fue la oportunidad perfecta para que Arthur abandonara ese lugar.
Chapter 4: 4
Chapter Text
4
Lo despertaron los sueños de nuevo; agua, frio y dolor, un dolor desgarrador en su cuerpo, como si le acuchillaran insistentemente la carne y la agonía le golpeaba el corazón, abrían sus pulmones y ardían. A pesar de hacer frio en su habitación, estaba sudando, chorros de traspiración se deslizaron por su cuello y barbilla y temió que tener alguna enfermedad. Arthur se levantó de la cama, ya era de día, aunque no había sol. Miró por la ventana de su habitación y encontró el cielo nublado, blanco. Caminó hacia el pasillo y creyó sentir un hormigueó en sus piernas, como si se despertaran también.
Avivó el fuego de la chimenea y encendió la cocina, tenía que calentar el agua para un baño, miró hacia la ventana un breve momento, admirando su jardín y el manzano. El injerto estaba en una de las ramas atado con un cordón de tela, pensaba sería ideal limpiar el jardín ese día. Quizá podría dar un paseo por el pueblo, pero la idea también le resultaba algo renuente, tampoco podía pensar en ir hacia el ciruelo, temiendo en encontrarse con el enigmático personaje del lago.
Se sentó cerca de la chimenea y se limpió el rostro con una pequeña tina, pero aquella acción solo lo llevó a pensar en lo cansado que se sentía, mas no quería volver a dormir, retiró el agua hirviendo y la colocó en su baño, y luego de proporcionar algunos maderos al fuego, lo suficiente como para mantener el calor en la casa, retornó a su habitación para tomar sus utensilios para el baño, así lo hizo.
Entró al baño, un pequeño cuarto con una gran tina de madera donde vertió el agua caliente junto con otra fría para nivelar la temperatura. Tenía que poner las piernas muy juntas para poder sentarse en ella y procuraba no moverse demasiado cuando se limpiaba con un trapo limpio y con jabón, este fue un baño lento. Tenía muchos pensamientos desordenados en su mente, sobretodo relacionado con el agua y el dolor. Quería saber lo que aquello significaba, le inquietaba y mientras realizaba las tareas habituales de su hogar, no podía evitar detenerse a pensar en esa sensación de pánico que le inundaba cada vez que creía poder desmenuzarlos.
Decidió ocupar su mente en limpiar su jardín, había muchas hojas secas aquí y allá y algunas ya se acumulaban en la entrada y en las rosas, las limpió con el uso de una de las escobas y las apiló en una esquina. Este proceso fue lento y su mente divagaba mientras limpiaba con paciencia aquel espacio, las hadas buscaron calor en los pliegues de su abrigo azul, admirando sus ojos, en la expresión estática en su faz mientras aplicaba sus manos a la tarea. Había estado así de circunspecto desde hace algunos días, desde el incidente con aquel bello hombre, el Kelpie, por suerte no se le había visto más, ni se había acercado a la casa.
…Pero ese encuentro solo abrió nuevas preocupaciones en Arthur. No sabía lo que quería o lo que haría. ¿Qué buscaba de él saltándole encima? Aunque no le mordió el cuello y lo arrastró a las aguas en aquella ocasión, había tenido dos oportunidades de haberlo extinguido, pero no lo realizó en ninguna de las dos. No solo le preocupaba la idea de no tener conocimiento de las intenciones del ser, sino también le alarmaba no poder recolectar tranquilamente su propia comida.
Esa idea le preocupaba aún más. Quizá debía de hablar con Emiya al respecto e informarle de esta terrible situación ocurrida.
Sintió alguien acercarse poco a poco a la entrada de su hogar, aunque no tenía tareas demasiado apremiantes de las que fuera capaz de realizar, no deseaba tener visitas, menos si sus auras eran algo turbias…Menos Kotomine Kirei, el presbítero del pueblo que se asomaba a su entrada con una de aquella sonrisas falsas y peligrosas. Arthur lo miró desde el sendero con cierto desdén mientras agitaba su escoba de un lado a otro. Tomó una bocanada de aire interna pensando que tenía que ser cordial y …paciente.
Sabía que solo lo visitaba por que le gustaba mantenerlo vigilado con la excusa de que ahora que no se encontraba el ultimo Emiya, seguro la existencia de Arthur era un poco más solitaria y al parecer estar solo en la mente de Kirei era algo que era impensable en un pueblo feliz donde todos debían de llevarse bien e integrarse.
Sobre todo, en el invierno que debían de estar más unidos que nunca, algo en esas declaraciones, a Arthur les sabía muy falsas y por ello su desdén hacia el apreciado presbítero.
Le hizo pasar al jardín y le preguntó cómo estaba, Arthur fue cortés y conciso, solo responder a lo que se le preguntaba. Pronto Kotomine apuntó acerca de las heridas cerradas en sus nudillos al sostener la escoba. Arthur se miró las manos con el mismo desdén que miraba a Kirei en la puerta de su hogar.
—Fue un accidente pescando –Le respondió. –Los salmones son muy grandes esta temporada, tienen mucha fuerza.
—Ah, eso es algo peligroso…Sabes que no se recomienda estar en aquellas aguas, son muy traicioneras. No sé por qué insistes en realizar actos tan destructivos para ti mismo.
Arthur le regaló una de esas miradas determinadas, pero no le respondió al respecto. Las hadas que siempre estaban en su abrigo se burlaban de Kotomine haciéndole caras feas. Este era incapaz de verlas…
—De cualquier forma, he venido a invitarte a una pequeña celebración en el centro del pueblo, cerca de la iglesia.
—Oh. ¿Qué se celebra?
—Gilles es el anfitrión. Desea realizar un banquete especial antes del final de la temporada, las plantaciones en sus tierras han sido muy provechosas, ha querido donar a la iglesia una parte de sus cosechas …
Arthur arqueó ambas cejas, pero su sorpresa no parecía llegar a sus ojos verdes, carente de toda emoción.
—¿Por qué no ha venido a él a invitarme?
Kotomine miró la expresión de Arthur un momento, pensando que decir, algo tenía el hijo de Pendragón en la forma de sus ojos, eran agudos y eso no era algo muy grato para el espíritu de cualquiera.
—Admito que temía de tu respuesta. Admira tu carácter, pero también le teme. No soporta verte tan apartado de todos nosotros, por eso te invita a esta pequeña celebración.
Arthur parecía inalterable, pensando. Pensando y tragándose las verdades en la punta de su lengua. Inconmovible. Si había emoción en sus ojos se esforzó por no demostrarlo. Fingió pensarlo…aunque realmente ideaba una mentira.
—¿Cuándo será? –Le preguntó Arthur, algo de emoción se filtró en los ojos de Kirei que pronto Arthur estrangularía.
—Dentro de dos noches…
El rubio hizo una pausa antes de hablar.
—No puedo comprometerme. Tengo mucho que hacer, las heridas en mis manos han frenado mi progreso –Mintió fríamente mirándose las manos- tengo que recolectar algunas cosas y realmente pensaba en recoger mi red mañana.
—Podrías solo estar un momento muy corto. –Le recomendó el sacerdote. Arthur le sonrió y dentro de su mente, quería borrarle aquella apacible sonrisa falsa al hombre.
—Eso suena posible. –Le respondió asintiendo con la cabeza- Puedo participar por un momento. Estaré cansado así que puedo asistir para distraerme un rato.
—Encuentro muy razonable tu juicio. –Alabó Kirei a lo que Arthur sonrió con cierta precariedad.
—¿Desea tomar algo de té?
—Oh no, debo negarme, tengo que hacer otras visitas. –Le respondió a lo que Arthur congeló la expresión sonriente en su rostro. – Gracias. Espero verlo en la celebración.
Arthur asintió, feliz internamente de que este tuviera cosas que hacer. Con la escoba en la mano le acompañó hacia la entrada del jardín y allí Kotomine parecía haber recordado algo.
—Quería hacerle una pregunta…
Arthur sospechaba más o menos lo que iba a preguntar, siempre preguntaba cuando venía a darle una sorpresiva visita, lo miró en la espera con una expresión atenta.
—¿Cómo está el hijo de Kiritsugu?
—Shirou. –Corrigió, no sabía por qué Kotomine le era imposible llamar a Shirou por su nombre cuando se refería a Él, siempre era, “el hijo de Kiritsugu” “el Hijo de Emiya” parecía que aún no caía en cuenta que este había muerto hace cinco años.
—Él se encuentra bien, espero.
—¿No lo visita?
—No con la frecuencia que me gustaría –Admitió y esto era completamente la verdad.
—Mande mis saludos en cuanto lo vea –le dijo amablemente. Sonriendo. Arthur asintió.
Ambos se miraron por un breve momento, Kotomine queriendo encontrar alguna duda en la mirada del rubio, pero esto era imposible para él, no tenía la sensibilidad para lograr este cometido.
—Por favor, cuídese, espero verlo pronto. –Le dijo al despedirse, Arthur lo observó perderse por el sendero.
Se quedó un momento en la entrada pensando y maldiciendo las consideraciones de aquel noble desagradable. Gilles de Rais no era alguien al cual Arthur encontrara encantador, pero a pesar de que se había empeñado en manifestar su indiferencia y desinterés hacia él, este parecía perseguirlo aún más. Debía admitir que ello le irritaba, era una pequeña espina dolorosa que aparecía si se movía demasiado.
Debía de buscar ahora una buena razón de ausentarse para aquella noche. No gozaba de dicha estar en estas celebraciones de Rais. Podría simplemente no ir, como siempre había hecho, dejando en claro su desdén por aquel hombre.
Se encogió de hombros y volvió a meterse en su hogar para realizar sus tareas habituales. No tenía tiempo para fiestas.
֎
Por otro lado, Cú chulainn parecía verdaderamente impaciente una vez logró visualizar a Diarmuid en la roca del lago, Diarmuid se estaba comiendo las uñas mientras pensaba furiosamente en algo lejano para el hombre de cabello azul, por suerte, Cú no reparó en este hecho o se impacientaría aún más; iba por agua y tenía consigo un cántaro. Llamó a Diarmuid, pero hicieron falta dos o tres gritos para que este se diera cuenta de que su primo lo solicitaba.
Diarmuid se volvió en la roca a mitad del lago y sus ojos se encontraron, le tomó dos o tres segundos abandonar sus pensamientos y moverse para saltar al agua y bucear hasta llegar a la orilla del lago donde se encontraba Cú chulainn. El agua estaba fría, helada, esto pudo sentirlo Cú chulainn cuando Diarmuid emergió y le chapoteó un poco provocándole escalofríos, cuando Cú abrió los labios para hablarle al hacerlo, Diarmuid pudo ver su aliento flotar cerca de sus labios.
—¿Cómo estás? ¿Dónde estabas? –Le preguntó, sus ojos rojos, vivos y alegres se abrumaron por un momento ante la expresión del otro. - … ¿Quieres tomar el almuerzo con nosotros?
—¿Qué?
—¿Si quieres acompañarnos a comer el almuerzo? – Cú volvió a preguntar con más énfasis y lo miró con atención, Diarmuid dudó, no quería entrar en esa casa y ver a Emiya, no…
—No. No quisiera…
—No digas tonterías –Le soltó el otro chasqueando la lengua. Diarmuid negó con la cabeza, pero fue incapaz de verle – Ven con nosotros. No me hagas obligarte.
—Antes de que intentes hacer eso –Interrumpió Diarmuid colocando las manos en la roca- ¿Qué sucedió con Merlín?
—Ah, está vivo por si te interesa, Emiya dijo que sobreviviría, luego que te fuiste… –Cú hizo una pausa y luego continuó con la idea- Se quedó en cama un momento antes de poder llevarlo a casa.
—¿Lo llevaste a casa?
—Emiya lo hizo. –Le respondió, ahora no había muchas expresiones de molestia en Cú por lo que había podido detectar, hablaba si la excitación que le había causado antes el comerciante- …Por cierto… ¿A dónde fuiste?
—Por allí…-
Los ojos de Cú chulainn adquirieron un tono oscuro, algo que Diarmuid no miraba con frecuencia y debía de admitir que esto le asustaba un poco, lo inquietó de cierta forma que lo señalaba con los ojos así. Rojos y penetrantes.
—Romani me contó lo que pasó con Merlín- Le repuso el de cabello azul con una nota insinuante del secreto- ¿Cuándo pensabas decírmelo?
Diarmuid guardó silencio un instante, mirando a Cú sobre la roca como buscando las palabras para replicarle...
—No creía…prudente decírtelo yo-Le respondió, su voz algo débil. - La verdad si tenía pensado hacerlo, pero …
—¿Pero…?
Cosas pasaron, Diarmuid pensó mirando directamente hacia los ojos del otro. Cú le hizo una mueca, impaciente por que terminara de explicar sus razones, pero esto parecía no querer llegar nunca.
Cu frunció el ceño y suspiró.
—Oye ¿te encuentras bien? Diarmuid. –Preguntó, su voz fue suave e inquisitiva a la vez. Diarmuid no lo miró, estaba observando la superficie del agua-…Mira, puedes decirme lo que sea. Que este ahora con Emiya no quiere decir que tenga que separarme de ti, quiero tu completa honestidad, pienso que merezco un poco de eso ¿no? un poco de consideración aquí.
—No, nada relacionado contigo. No pienses así-Le dijo en voz baja.
—¿Entonces …eso quiere decir que ocurre algo? ¿Con quién? ¿Pasó algo? –Cú se armó de paciencia, mucha, debía porque sabía que, si no, tomaría la decisión de obligarlo a decírselo y eso era algo que no le agradaba hacer, no con Diarmuid.
Diarmuid pensó, en la fría agua que le llegaba al pecho decidí hundirse un poco más y apartó las manos a la roca, parecía que se iría en cualquier momento y si lo hacía lamentablemente, Cú sería incapaz de perseguirlo.
—No lo sé…-Finalmente reveló el otro – No sé cómo explicar lo que esta pasando.
Los ojos rojos del hombre se entornaron, encontrándose más que confundido. Diarmuid no lo estaba mirando, parecía encontrarse en un verdadero conflicto interno. Cú tensó la mandíbula e hizo una mueca con los labios, preocupado.
—¿Quizá te sientas solo? …-Indagó Cú tanteando. Miró atentamente al otro que paseaba los ojos por la superficie del agua- ¿Cuándo comenzó?
Hubo un silencio entre ambos, Diarmuid pensando, pensando furiosamente en la raíz de todo este sentimiento, cuando hubo encontrado la respuesta, esta se posó en la punta de la lengua.
“Cuando vi a Emiya y a ti juntos “quería decir, pero su lengua se pegó al paladar y por un instante muy breve sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, apretó los dientes…
—Estoy bien –Dijo suavemente intentando que no se notara aquel sentimiento burbujeante en su pecho. De repente, sintió los dedos de Cú en su cabello, los posó suavemente en sus hebras húmedas y frías. El tacto de Cú era caliente, muy cálido y agradable.
—Estas siendo un estúpido-Le dijo Cú Chulainn, Diarmuid lo miró con los ojos abiertos de par en par. - Ven a comer con nosotros. Emiya quiere que pases unos días en nuestra casa. Será invierno pronto. No quiero que estés solo. No quiero que estés triste.
Nuestra casa…Algo de amargura se filtró en el brillo de sus ojos No estoy triste.
—Puedes decirme lo que te sucede cuando quieras, cuando creas que puedas –Cú no dejó de acariciarle el cabello. No quería abrumarlo con sus preguntas, pero aquel comportamiento lo confirmó, si no quería decírselo era porque estaba relacionado con él, Diarmuid lo quería mucho como para hacer o decirle algo que lo hiciera sentir culpable o mal, pero esto también era insoportable para Cú.
Los ojos de Diarmuid se deslizaron hacia el rostro del otro con cierta cautela. Luego su expresión se tornó apesadumbrada, culpable y terrible. Se llevó una de sus manos al rostro.
—No creo poder entrar a esa casa. –Confesó, exponerse a Emiya y Cú, mirarlo ser una pareja feliz, admirar como Emiya parecía aceptar a Cú totalmente, se le antojaba demasiado doloroso. ¿Cómo era posible?
—¿Cómo? ¿Por qué? –Cú chulainn parecía estupefacto, pero al parecer no molesto por aquella confesión. Rápidamente su mente comenzó a trabajar mientras confirmaba la expresión de vergüenza de Diarmuid. Pasaron unos momentos en silencio- Humm…. Esperame aquí.
—¿Qué?
—Esperame aquí, no te vayas. –Le ordenó. Tomó el cántaro rápidamente y se fue de allí directo hacia la casa. Diarmuid lo miró caminar hacia el jardín y luego no pudo admirarlo más, se quedó allí, flotando en el agua, esperando, al pasar unos minutos pertinente, lo vio volver con algo entre manos.
Tenía en sus manos una canasta, donde traía tres platos que distribuyó en la roca. Diarmuid lo miró en silencio. Cú chulainn los maniobró magistralmente. Diarmuid ladeó el rostro con curiosidad en sus ojos, había salmón, papas silvestres en sopa, algo de pan con pasas, olía muy bien, estaba caliente, podía admirar el humo elevarse del caldo de la sopa.
—Le dije a Emiya que querías comer aquí. –Le explicó. Le asomó un plato de salmón humeante y el olor penetró su nariz, sin darse cuenta a Diarmuid se le hizo agua la boca
—¿El…no te reclamó por esto? –Cuestionó Diarmuid con ojos intrigados. El otro negó con la cabeza. Diarmuid dudaba de como comer, había olvidado como debía hacerse correctamente. Dudó. Vio a Cú tomar una cuchara de madera, tallada finamente y beber de la sopa. - ¿Cuándo aprendiste a usar eso?
—Emiya me enseñó…-Le respondió sonriente, con cierto orgullo. Luego dejó lo que estaba haciendo y le acercó una cucharilla a Diarmuid, con torpeza la tomó, pero se sentía tan aturdido y abrumado que fue incapaz de usarla mirando a Cú con los ojos bien abiertos – Es complicado al principio. Es más fácil comer con los dedos, pero a Emiya no le gusta eso.
Cú sonrió abiertamente, como divertido. Esa sonrisa era punzante para el otro que arrugó la expresión de su rostro.
—¿Emiya …es bueno contigo? –Le preguntó intentando evitar que su voz se rompiera. Sintió los ojos vivos de Cú examinar su rostro. - ¿El…de verdad te quiere?
—Sí. –Respondió. Su voz se tornó suave pero segura, luego sonrió. - ¿Por qué tienes esa cara? Estoy diciéndote la verdad.
Diarmuid bajó la mirada hacia la comida, se veía tan deliciosa, olía tan bien. Diarmuid no había visto algo así en mucho tiempo, si esto no era dedicación por algo, entonces no sabía que era. En silencio, las cejas de Cú se chisparon un poco al observar a su semejante. Lo apreciaba triste, profundamente turbado. Tan solo al verlo comprendió una o dos cosas de él, que no quería verlo así, y que debía hacer algo pronto para aliviarlo.
—Creeme cuando te digo que Emiya es una buena persona.
—Lo sé. No lo pongo en duda… -Dijo, pero su determinación flaqueó. Pensó en Arthur y en la sensación que experimentó con su mirada, como si lo atravesara con un cuchillo. Un cuchillo en llamas. Sintió repudio y rechazo y esto afloraba un miedo terrible en su interior. A su vez, la mirada de Cú tenía un aire parecido, él al parecer, sabía cuál era el padecimiento del otro.
Diarmuid se sentía expuesto en su confusión. No podía decirlo, porque no sabía cómo ordenarlo en palabras, sabía que se sentía mal, su espíritu le dolía, le dolía ver a Emiya y Cú juntos, le dolía haber escuchado sobre Romaní y Merlín, si antes no podía sentir el rechazo de Cú ahora lo compartía y era tarde, puesto que Cú se había librado de él. Se había librado de ese dolor, ¿Cómo? ¿De qué manera ahora podía estar tan feliz?
—No pienses en esas cosas-Le exhortó apaciblemente. – Comamos.
Cú le enseñó a comer, aunque los dos vieron que era inútil y riendo Cú aceptó que comiera con las manos. Estaba delicioso, de alguna forma concentrarse en comer algo diferente le distrajo del sentimiento burbujeante en su interior, no hablaron de nada, solo masticando, Cú observando la superficie del lago que se encontraba tranquila. Había aumentado su volumen. Diarmuid estaba concentrado en sus pensamientos, sentado sobre la roca goteando agua por todos lados.
Pronto terminaron de comer, y ambos admiraron el lago. Escucharon los sonidos de la naturaleza a su alrededor, la brisa sobre las pocas hojas de los árboles, el correr del agua, el chapoteo.
—Yo… -Diarmuid abrió los labios...no concluyó. Bajó los ojos cuando Cú giró la cabeza para mirarlo y prefirió continuar con otra cosa. -Gracias…
—¿Te ha gustado?
Diarmuid asintió con los labios sellados. Cú recogió todo en silencio. Diarmuid lo miró y luego, se crispó al ver el color rojo detrás de Cú Chulainn. No había sentido a Emiya llegar y no sabía desde cuanto estaba allí, pero tenía una manta de lana azul desgastada en sus manos. El hombre de cabello blanco estaba ataviado con un abrigo de color rojo vino.
—Emiya~ -Saludó Cú sonriendo. Los ojos de Emiya se afilaron.
—Estuvieron comiendo con las manos-Apuntó. Cú se le congeló la expresión en el rostro viéndose descubierto. Negó frenéticamente con la cabeza.
—Noo…-Dijo, sintiendo los ojos agudos de Emiya sobre él, cargados de una inexistente decepción.
—Eres incorregible. –Le declaró falsamente enojado. Diarmuid ocultó sus dedos en forma de puños, escondiendo la evidencia. Mientras Cú replicaba en una discusión estúpida que no llegaría ningún lado- En fin, hace frio, solo he venido a traerte esto.
—Aww…Emiya –La sonrisa de Cú se ensanchó lentamente.
—Es para Diarmuid. No para ti. Tú estás suficientemente abrigado–Le aclaró carraspeando. Cú se congeló haciendo un puchero. El aludido lo miró parpadeando, vio como dejaba la manta en la roca y se podía de pie. Luego pedía que le entregaran la canasta, la tomó y se marchó por donde había venido.
—Demonios… yo también quería una manta. –Dijo Cú mientras la tomaba y la desdoblaba. Diarmuid no dijo nada, Emiya no le dio tiempo de agradecerle, sus ojos lo siguieron hasta que cruzó la cerca. De repente, sintió que Cú le cubría la cabeza con la manta y le secaba el cabello, Diarmuid se quedó muy quieto.
Pensando…pensando en su interior si era merecedor de todas estas atenciones…pero no prestó ahora mucha atención a lo que decía su interior cuando Cú chulainn empezó a parlotear de todas las cosas que había aprendido y que ahora hacía. Lo cubrió con la manta azul, aunque esto era totalmente innecesario, pero comprendió la intención de ambos.
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De nuevo estaba sudando cuando despertó. Se levantó y sintió dolor en sus articulaciones, en su cuello y sus muñecas, pero más que todo un dolor punzante en su vientre y sus piernas que hormigueaban. Sabía que el dolor era especial y desaparecería, pero esto no lo libró de preocuparse. Otra vez agua y gritos. Esta vez eran gritos de un hombre, luego burbujeos y nada.
Aun sudaba cuando se sentó con cuidado en la butaca frente al fuego de la chimenea. Sentía frio. Mucho frio en los dedos de sus pies y tobillo. Intentó recordar lo que había visto. Hacia tanto tiempo que no experimentaba visiones de este tipo. Lo atormentarían una temporada pensaba mientras miraba el jardín por la ventana. Tenía que saber que significaban. Así lo dejarían en paz.
Cuando el mundo se sintió menos irreal, calentó agua para su baño y arregló algunas pocas cosas en su habitación. Cambió las sabanas llenas de sudor y preparó sus ropas. Tardó mucho en el baño, lavando muy bien su cuerpo e impregnándose con el calor del agua en sus articulaciones. Se tomó el tiempo y lavó su cabello también. Se sentía cansado y quiso regresar a la cama, pero recordó que hoy era la celebración en el pueblo y debía de salir de casa lo más pronto posible para que no le importunaran.
No se sentía cómodo huyendo, pero internamente tampoco quería estar en casa, sabía que encontraría consuelo en la quietud de su guarida, sin embargo, tenía otras cosas en que pensar, como en aquellos sueños recurrentes. Quizá…Emiya podría ayudarlo.
También, cabía la posibilidad de que lo buscaran en casa para asistir a la dichosa celebración. Arthur hizo una expresión amarga y salió de la tina de madera, se secó y peinó su cabello. Arregló sus ropas y al salir al jardín las hadas se acurrucaron en su capucha.
Había sol aun, eso quería decir que tenía tiempo para un paseo. Se deslizó por el jardín hacia la entrada y salió por esta, no sin antes darle una mirada de reojo a su caballo que descansaba en su sitio.
Caminó lentamente y atravesó el césped alto, merodeando cerca. Pensando, pensando profundamente en sus sueños, no eran sus sueños. Claro que no, pero se habían mezclado con su mente y no podía ignorarlos. Cuando era joven solía emularlos como una representación. Sus padres le habían aconsejado que los canalizara de esta manera, bueno, no sus padres, los amigos de sus padres, los Emiya, era tan extraño ahora, pero cuando era niño parecía ser tan sencillo.
Había dejado de tener estas visiones desde hace un tiempo, debido a su voluntario alejamiento, pero en ocasiones ciertas imágenes venían a su mente en la medida que mantenía contacto con personas de aura penetrante. Sobre todo, de aura oscura y fría. Los sueños debía analizarlos meticulosamente y en calma. Siempre en control de sus propias emociones y las de las visiones. Estas eran como agua, se metían en sus grietas y se filtraban hacia su espíritu y causaba un dolor agudo. Esto era algo que no podía permitirse y por ello era preferible estar en paz, y en silencio.
Caminó unos cuantos pasos más en el prado, pero no más, y se sentó. Estaba lo suficientemente lejos de su hogar como para que nadie se atreviera a venir a buscarlo y lo suficientemente cerca como para no encontrarse con quien temía. El césped al sentarse le cubría los hombros, lo aplastó, las hadas salieron de su capucha y se quedaron muy cerca de él, admirándolo con una interrogante en sus ojos.
Arthur no les dijo nada, y tampoco les impidió jugar entre sus dedos mientras los tenía entrelazados, necesitaba estar tranquilo, ellas se aburrirán eventualmente y volarían por allí libremente como eran. Hacia frio, pero ataviado con su abrigo azul era soportable, así que se sumergió rápidamente en sus recuerdos, rebobinando las imágenes en su cabeza. Lentamente apagó los sonidos de su alrededor, el barullo del viento, las hojas arrastrándose por el piso y los insectos. Allí…allí podía escuchar el burbujeo del agua, similar a cuando alguien chapotea.
Alguien se estaba ahogando, pero lo inquietaba algo diferente, una sensación fría le atenazó el cuello y por un instante sintió como su respiración cortada. Se llevó la mano lentamente al cuello tratando de mantener la calma, si se desesperada quizá no podría recuperarse. Eran imágenes agresivas, y le asustó la cantidad de aura violenta que podía percibir tan solo al tocar su cuello, pero había algo más allí, Arthur se inclinó un poco hacia adelante, con una expresión adolorida, se movía lentamente, y mientras lo hacía, algo lo obligaba no hacerlo, algo lo sujetaba. Lentamente volvió a su primitiva posición y la presión desapareció, más luego retornó, volviendo a empujarlo hacia atrás, guardó la calma y se inclinó hacia atrás, acostado sobre su espalda, mirando el cielo nublado, intentando percibir lo que aquel significaba, significaba algo…
Alguien estaba sobre él. Movió las manos hacia arriba. Estaba luchando. Le tomaban el cuello. Asfixia. Mas golpes. Miedo. Ira. Arthur respiró profundamente, no quería que se filtraran esas emociones y perturbaran su cuerpo.
Odio. Odio. Celos. Amor. Resentimientos. Traición. Muerte.
Arrugó la expresión de su rostro. Las hadas se posaron al lado de su cara y tocaban sus mejillas preocupadas por el cambio en su presencia. Arthur las miró sin ver, respiró profundamente y una punzada le hizo cerrar los ojos, algo perforó su costado. Presionó con fuerza los párpados, escuchó pasos. Una nueva presencia. Abrió los ojos e intentó moverse, pero fue imposible hacerlo en esas condiciones. Estaba pegado al piso.
—Ah…-Escuchó, movió los ojos bruscamente buscando la fuente del sonido. Lo encontró cerca de sí. – Pendragón. ¿Qué haces en el suelo? Hm, bueno, debo admitir que en esa posición luces como te mereces.
Arthur intentó levantarse, pero no podía, la línea de separación entre las percepciones y la realidad era muy delgada, optó por no moverse, tampoco podía hablar, puesto que su garganta estaba atenazada, de modo que se relajó, respiró lo mejor que pudo, queriendo cortar la conexión. Gilgamesh que lo miraba desde su posición, se mantuvo en la espera. Había una sensación particular sobre el otro, y este cautelosamente movía sus ojos hacia su cuello.
—Ya veo… armas un rompecabezas –Le manifestó asintiendo. – Que don más curioso. No puedes moverte ¿verdad?
Una pizca de inquietud se filtró en los ojos de Arthur, pero intentó no demostrarlo demasiado frunciendo el ceño, mirando a Gilgamesh, este se deslizó hacia un costado de Arthur, podía escuchar su respiración desde donde estaba. Poco después, un caballo dorado apareció al lado de Gilgamesh, con actitud mansa pero digna, tenía ojos rojos, también mirándolo.
Cuando pensó que la presión había disminuido, Arthur movió los brazos y buscó apoyarse de los codos. Al parecer no era el mejor momento para su investigación.
—Por favor, no te detengas. Aun no has descubierto nada –Le pidió el rubio.
—Es preciso decirle que esto no es una especie de juego. –Replicó Arthur y contuvo las ganas de toser.
—Hmp....-Gilgamesh hizo un gesto con la cabeza- Desde luego que no, pero te es preciso saberlo. Y por lo que escucho hacia aquel lugar –Gilgamesh se giró un poco hacia atrás, hacia el pueblo, podía escuchar la música desde allí. – Ese sonido no te permitirá concentrarte. Ahora que has comenzado debes terminarlo.
Arthur entornó la mirada hacia el camino de césped, no podía escuchar nada y tampoco estaba seguro si podría intentar realizar este ritual nuevamente. No le gustaba si era honesto. Pero Gilgamesh tenía razón, necesitaba saber.
—¿Qué ha cambiado contigo? –Interrogó el hombre de ojos rojos y agudos – pensaba que odiabas este don tuyo.
—Lo hago. –Arthur se sentó lentamente y poco a poco retornó el control de su cuerpo y sensaciones. Las hadas que estaban cerca de su rostro todo aquel momento, se desplazaron hacia sus manos. – Solo sueños. Algo anda mal.
—Hmm…
Hubo un pequeño silencio.
—No considero prudente que realices esta habilidad tuya estando solo-Le aconsejó el distinguido ser. – Bien sabes, lo vulnerable que es tu cuerpo humano.
Arthur lo sabía, pero sabiendo que nadie se acercaba a este lugar, menos si se encontraban a gusto en un banquete. Además…si era totalmente honesto se había dejado llevar, luchar contra ello era muy peligroso, esperaba desprenderse de las garras poco a poco…
—Agradezco su preocupación- Respondió Arthur, conociendo el carácter de este espíritu. Lo mejor eran optar por el respeto.
—Siéntete horrado. Ven conmigo a los abedules, allí nadie se atreverá a perturbarte. Me interesa lo que tus ojos pueden ver, Pendragón. Ya no hay talentos en la sangre humana… demasiados ignorantes y pusilánimes. –Oh no…Arthur no pudo evitar crispar tus cejas, pero rápidamente intentó que no se notara.
Conocía poco a este ser, desde pequeño se contaban historias de su existencia. Era un ente que antes, al parecer, fue un druida con alta magia y ahora erraba felizmente entre ambos mundos, siendo inmortal. Se decía que era hijo de un Rey o de un Dios. Negarse a él, traía mala suerte y desgracias terribles porque era caprichoso como las hadas y sabio como los ancianos.
Se habían encontrado en ciertas ocasiones en los abedules, mientras Arthur recolectaba cerezas y ciruelas, Gilgamesh en ocasiones no solía darse cuenta de su presencia porque Arthur se escondía en las ramas del cerezo. En una ocasión, se escondió en las ramas del ciruelo al verlo caminar cerca, Gilgamesh se acostó cerca de este a dormir por lo que fueron tres horas, tres horas completas en donde Arthur no se atrevió a bajar del árbol. No quería arriesgarse a despertarlo y por tanto tener que lidiar con él.
No quería hacerlo, pero los ojos del hombre eran exigentes y agudos. Su aura era de un color dorado y se expandía detrás de el en forma de ondas de agua. Lo vio tomar las riendas de su caballo.
—Camina –Ordenó. Arthur dudó. Miró a las hadas que se preguntaron cuál iba a ser su decisión. Arthur se levantó lentamente. Suspiró profundo en control, mirando hacia la dirección de su hogar. No creía tener escapatoria. Se movió detrás del otro, aguardando unos cuantos pasos.
Gilgamesh se sentó bajo uno de los abedules, su caballo pastó libremente. Aun había luz de sol, pero muchas nubes. Arthur solo se sentó cuando él se lo ordenó.
—Cuéntame de tus sueños. -Le habló el otro. Estaba sentado cómodamente, su vestimenta no era muy práctica para el frio, pero si llamativa. Algo que decía que no era una persona normal, nadie sobreviviría sin enfermarse con aquel pequeño chaleco con su pecho desnudo y los tatuajes en su piel o los pantalones con grandes aberturas a los costados, su fina joyería y el plumaje.
Arthur se detuvo un momento a pensarlo, él también debía de organizar las imágenes en su mente.
—Hay siempre agua, un burbujeo. Alguien sostiene mi cuello siempre. Estoy dentro del agua, pero también estoy fuera de ella. Tengo frio, miedo y también odio. –Relató, y luego algo dentro de su pecho se retorció. Pensó en silencio bajo la mirada atenta del otro.
—Parece un acertijo. No es para nada atractivo –Dijo con las cejas arqueadas y una expresión de cierta apatía.
Arthur torció un poco la boca.
—¿Qué ha motivado este repentino cambio? –Preguntó por la raíz de todo aquello.
Arthur dudó si decírselo no, pero sospechaba internamente que aquel Kelpie tenía algo que ver.
—No lo sé –Le respondió quedamente. Bajó un tanto la mirada. –Pero estos sueños intentan decirme algo y no se detendrán hasta que lo descifre.
—En tal caso no pierdas el tiempo. –Le repuso con un ademán. Arthur le sostuvo una mirada severa. No necesitaba que se lo dijeran, no era su súbdito. Intentó ignorar su presencia y su enojo por su repentina interrupción.
Suspiró temblorosamente, con anticipación. Sentía los ojos de Gilgamesh sobre si, atento a todas sus expresiones. Por un instante no parecía haber nada, recobrar el hilo de las percepciones resultaba un poco difícil si era interrumpido abruptamente, por suerte Gilgamesh parecía intrigado por ello y guardó silencio.
Nuevamente sus oídos percibieron el sonido de los insectos, que no estaban allí, el ruido del agua que no existía y el burbujeo, ese burbujeo…
—Estoy en un campo…desconozco si es mi hogar, al parecer sí. Es enorme. No estoy solo…-La cabeza de Arthur se movió hacia un costado- Algo ha ocurrido…algo muy terrible ocurrió. Un asalto alguien entró a la choza…
—¿Qué época es?
—No lo sé. Pero es viejo…Es otoño. Los arboles no tienen hojas. Hace frio.
Luego un silencio muy breve, Gilgamesh se mueve, pero justo en ese instante Arthur también, inclinándose hacia atrás.
—Jalan mi cabello. Hay mucha ira. …miedo. -Su voz tembló –Alguien me odia…y me ama.
—¿Un amante quizá?
—No. Estoy consciente de que no lo amo.
Gilgamesh hizo una expresión pensativa.
—¿Qué más sientes?
—Solo miedo. Miedo. Hace frio. Odio. Deseos asesinos. –Arthur describió aquello aceleradamente, su pulso se disparó. Gilgamesh parecía imperturbable en la espera de sus descripciones.
—Ah…¿Qué más?
—Hay una mujer. La mujer…La mujer trae problemas. No sé cómo, pero está cerca de mí. Su esposo…no, su prometido. –Arthur se detuvo, muchas imágenes vinieron a su cabeza y luego corrieron lejos- No, no, no. No…
Palabras como “rechazo” “Odios”” Celos”” Amor” vinieron a su mente, sintió malestar en su estómago y sus ojos, aunque cerrados ardían.
—Sí. Ve más profundo.
—No puedo respirar si voy más profundo. –Declaró y su voz se tornó baja, débil. – Es su deseo matarme. Voy a morir.
—Pronto terminará
—Pero no quieren matarme…-Arthur negó frenéticamente con la cabeza- No quiero morir. Morir…perdoname, perdón.
Gilgamesh entornó la mirada, Arthur comenzó a sollozar y lo observó recostarse hacia atrás, tenso. Como si alguien le jalara el cabello. Sumergido en el trance, su cuerpo era dominado por aquellos recuerdos. El hombre se acercó a él y lo ayudó a caer suavemente en la hierba, su cuerpo estaba tieso y Gilgamesh sencillamente se encontraba fascinado.
—No lo hagas. No. No. No. No. No. –Sollozaba el joven hombre, frio, tieso del frio. Sus ojos están viendo, pero sin ver el rostro de Gilgamesh. Este sabía que no lo veía a él, sino a la imagen en su mente.
—¿Qué hace?
—No. No. No. –Arthur se estremeció. Dobló una de sus piernas repentinamente y las lágrimas se deslizaron de sus ojos. - ayúdame, ayúdame… es demasiado.
—Hasta el final.
—No… -Arthur lloró. – Voy a morir. Voy a morir…
Gilgamesh lo sostuvo en sus brazos. Impidiéndole que se golpeara la cabeza mientras se retorcía.
—Me…desgarra. –Tensó la mandíbula Arthur. Gilgamesh lo vio con los ojos serios y penetrantes de aspecto gélido. Algo allí no le gustaba. Esto se tornaba más oscuro de lo que hubiera esperado. – No, iré, iré contigo, pero no me mates…
Arthur derramó calientes lágrimas en la esquina de sus ojos, Gilgamesh las observó y limpió su ojo derecho. Acomodó su cabello mientras Arthur parecía sufrir, había algo hermoso incluso en la forma que sufría. Sintió las uñas clavarse en su hombro y escuchó como gruñía repentinamente.
—Te odio. Maldito…-Arthur gruñó, pero no abrió los ojos sumergido aun en el trance. La fascinación del druida era evidente. - Todos ustedes. Son unos cerdos…
Luego hubo más signos de sufrimientos, gruñidos, Arthur retorció los pies y su estómago se revolvió, por suerte no había comido nada hace algunas horas y no sabía que podía expulsar.
Su piel se tornó fría, un frio que se expandió por todo su cuerpo como las hondas del mar y entumecía sus pies, el conocía esta sensación, era el beso de la muerte. Creyó haber escuchado el grito de una Banshee en algún momento del trance, pero no le prestó atención. Su cuerpo estuvo tieso por unos minutos, como un trozo de madera congelada bajo el escrutinio del Gilgamesh. Los minutos pasaron y con ellos los efectos pavorosos de aquellas sensaciones. Arthur se volvió flácido, y con la poca fuerza que le quedaba se intentó girar.
Gilgamesh lo colocó de lado y fue cuando vomitó el ácido de su estómago. Tosió insistentemente con el desagradable sabor de su boca. Estuvo en silencio, recuperando la movilidad de sus músculos, tomando las riendas de su cuerpo y alejándolo de aquel estado de los desagradables recuerdos, Arthur se apoyó de sus brazos y sintió la ayuda de Gilgamesh al sentarse, sus ojos rojos sobre su rostro pálido examinaron su apariencia enferma.
Sudaba a pesar de hacer frio y la luz se alejaba lentamente entre las nubes. Gilgamesh giró la cabeza hacia su caballo, abandonó el cuerpo de Arthur y extrajo algo de su equipaje, una pequeña copa de oro, esta se llenó de agua instantáneamente y al volver le ayudó a beber. Arthur no pronunció un agradecimiento y se mantuvo en silencio incorporándose. Pronto sintió como era desplazado hasta reposar su espalda sobre un abedul y se quedó allí en un estado casi catatónico mientras movía la lengua dentro de su boca y bebía del agua en silencio.
Gilgamesh yacía a su lado sentado con las piernas cruzadas. Ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio, finalmente, Arthur suspiró. Agradeció por el agua y dijo.
—Un hombre fue asesinado. -
—Evidentemente…
—…Era inocente, pero antes de asesinarlo le propusieron una vía de escape. Mas, hubo una intervención sobrenatural, creo…que no era un hombre normal, quizá también haya sido un druida… pero no resultó bien … Lo…-Arthur dudó, cerró los ojos, el recuerdo del dolor desgarrador en su interior le hizo repensar lo que iba a decir. Gilgamesh levantó la mirada altivamente.
—Lo asaltaron. –Concluyó el mayor con cierta frialdad. Arthur asintió. - ¿Cuál fue su crimen?
—Adulterio.
—¿Era culpable?
—No. No lo creo. Todo es muy confuso. –Confesó. Gilgamesh no apartaba la vista de sus expresiones. Arthur parecía apesadumbrado, muy inusual en su rostro apacible, pero de alguna forma estas nuevas expresiones en su rostro eran igualmente bellas.
—Aunque fuera culpable o inocente. Su muerte te ha causado una gran impresión-Le repuso el ser. – Considero demasiado tal tipo de castigo para algo así. De cualquier forma, dijiste algo mientras estabas en el trance …parecías negociar con el verdugo.
Arthur parpadeó. Hizo una pausa y asintió lentamente.
—Sí. Creo que le propuso ir con él. El hombre iría, pero el acuerdo no llegó a ningún lado. –Arthur arrugó un poco la expresión de su rostro. Había remanentes de dolor en sus ojos verdes...
—¿Has tenido un encuentro con alguien nuevo estos últimos días? –Le cuestionó Gilgamesh. Arthur volvió a verlo, no le respondió. Oscurecía y el malestar no se iba, más tampoco deseaba regresar a casa no con la celebración andando.
—No. –Mintió. No sabía por qué lo había dicho. Estuvo en silencio demasiado distraído. Gilgamesh lo observó con los ojos entornados. No le creía.
Esta manifestación era demasiado concreta como para salir de la nada. ¿Qué esperaba con mentirle? Gilgamesh se levantó de donde estaba. La copa de oro pronto desapareció.
—No creo que algo así pudiera salir de la nada –Le hizo saber alejándose hacia el caballo- y los ignorantes de aquel pueblucho donde vives no tienen la capacidad de retener esta información antigua. Piensa bien lo que harás con ella. Sabes lo que significa.
Arthur estuvo un momento observándolo, comprendiendo que este no le creía. Sus ojos fueron a parar hacia el sendero hacia el lago por un breve instante antes de mirar a Gilgamesh subir a su caballo.
—Recuperate y vuelve a casa –Le ordenó. Arthur uso el árbol detrás de el de apoyo para poder levantarse. – Piensa que harás con esa información, sé que algo ha sucedido, tu intento de engañarme es sinceramente patético, pero admiro tu capacidad de visión. Es un desperdicio que lo desprecies de esta manera. Alguien te está pidiendo auxilio a gritos. No lo ignores, los dones fueron entregados por una razón. Eso es algo que no debes de olvidar así te cuelguen por ello.
Tomó sus bridas y echó a andar lejos hacia el árbol de los cerezos, Arthur lo vio, una imagen que se volvía cada vez más borrosa y trasparente hasta desaparecer. Maldijo internamente.
Como odiaba su don.
Las hadas retornaron, ocultándose en su capucha, Arthur le tomó unos minutos poder recuperarse un poco y decidió regresar a paso lento. Cuando llegó a su jardín, encendió las luces con dolor en sus huesos. La chimenea estaba pronto a extinguirse y le arrojó algunos maderos, estuvo frente al fuego por que tenía un frio muy insistente, pero él sabía que esta sensación no era a su piel sino a su alma que temblaba por la experiencia. Pronto las imágenes se tornaron más nítidas al recordarlas y esto fue como un puñal en su corazón. Sus ojos se le llenaron le lagrimas calientes, quería detenerlas, pero estas eran necias e incontrolables. Llorar así no era de caballeros, pero en ese momento, solo y herido no podía ser más que un hombre.
֎
Diarmuid y Arthur se encontraron nuevamente en el lago del sauce para mala suerte de Arthur que comenzaba a despedirse de los sueños o más bien pesadillas, pero el Kelpie yacía allí, sobre la roca y al verlo en el bote quiso acercarse cautelosamente.
Automáticamente Arthur pensó en remar hacia el sauce y marcharse lo antes posible, pero Diarmuid fue mucho más rápido y se sumergió en el agua bajo del bote y emergió a un costado. Arthur no lo miró, siguió remando y casi lo golpea al hacerlo.
—Arthur. Espera, escúchame. No vine a hacer nada malo.
—Eso es difícil de creer cuando hace unas semanas querías saltarme encima –Un remo pasó por encima de la cabeza de Diarmuid y este tuvo que sumergirse un poco para evitar un golpe directo.
—Sí, bueno, de eso quería hablarte. ¿Podrías escucharme, por favor?
Arthur no respondió. Se movió rápidamente cuando llegó a las raíces del sauce y amarró el bote con un nudo vertiginoso, saltando a la tierra, huyó, pero Diarmuid también salió del agua.
—Por favor, déjame en paz. –Le exigió el caballero de rubia cabellera. - No me interesa saber por qué hiciste aquello. No quiero saber nada de ti.
Estas palabras, aunque no fueron emitidas con crueldad, dolían, dolían aún más que la forma en que lo observaban. Diarmuid estuvo por un momento pasmado, pasmado en la orilla del lago, mirando como Arthur caminaba rápidamente lejos de él. Lo rechazaba, ¡a él! Diarmuid del punto del amor.
—No…-Se obligó a moverse detrás de él. - ¡Arthur! Espera, lo…lo siento ¿está bien? Yo, solo…
No había respuesta alguna. Odiaba aquella indiferencia, odiaba no saber quién era este hombre. Rápidamente sus piernas se movieron y sintió que esto alarmó mucho al otro por que aceleró el paso. No importaba, lo alcanzaría, además de que ya sabía dónde vivía, podía ir, a menos que tuviera uno de aquellos amuletos de Emiya, pero lo dudaba.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de Arthur, buscó tomar su muñeca, y el contacto frio de aquella piel lo hizo detener, luego una corriente eléctrica le penetró el cuerpo, dejándolo tieso. Imágenes agresivas vinieron en su mente, el burbujeo, los gritos, los golpes. Arthur se desequilibró, falto de aire. Cayó de rodillas, tropezando por sus propios pies.
—No…Suéltame.
Al instante Diarmuid lo soltó, pero se acercó con curiosidad e intriga y preocupación. Arthur tenia arcadas, pero no podía expulsar nada. Diarmuid comenzaba a entrar en pánico… ¿Qué estaba pasando? ¿le había hecho algo? No podía ser posible, solo lo había tocado.
Un nombre se repetía, se repetía en su mente.
Diarmuid se disculpó múltiples veces, pero no se atrevió a tocarlo una segunda vez, no se acercó más que lo necesario, mas podía escuchar que Arthur murmuraba algo, inclinado en el suelo, usando sus manos para mantenerse firme, incluso estando sentado.
—¿Quién es….-Arthur logró articular- Sola…? Kayneth… -Luego una sensación de mareo le hizo pegar la frente del suelo. Ahora, era el momento para que Diarmuid entrar en pánico.
Abrió los ojos de par en par, mirando a Arthur sufrir con indiferencia, toda la preocupación fue desplazada por el espanto.
—¿Cómo sabes ese nombre? –Soltó el otro. Se alejó por unos centímetros. Arthur no respondió demasiado adolorido en su interior. - ¿Cómo…?
¿Cómo era posible? No encontraba motivo lógico, no, esto no tenía ningún sentido. No. Negó con la cabeza mientras Diarmuid pasaba su propia crisis mental. Esos nombres eran demasiado viejos, era un recuerdo demasiado antiguo, no podía ir tan profundo, las raíces eran demasiado vieja, se había plantado firmemente, pero Diarmuid las había arrancado de la tierra, era imposible volver a escuchar esos nombres ahora.
Arthur le tomó un minuto o dos levantar la mirada nuevamente, sentía ganas de vomitar, sería un desperdicio arrojar el desayuno allí, en medio del campo. Observó una figura borrosa, Diarmuid estaba de pie frente a él, frio y estático.
¿Había dicho algo malo? No podía evitarse, los nombres se escuchaban dentro de su cabeza a gritos, y más gritos. Eran sonidos furiosos, luego suplicantes, y más tarde nada, amortiguados por algo.
Tenía que irse, recordaba, estaba muy débil y tenía un Kelpie frente así. No podía arriesgarse, bastante malo era aquellos efectos pavorosos en su cuerpo y mente. Se intentó levantar y tropezó una o dos veces, bajo los ojos de Diarmuid que lo observaban oscuramente.
—Arthur… dime ¿Cómo sabes esos nombres?
La voz de Diarmuid se escuchaba lejana, dentro del griterío en sus oídos. Sola, Kayneth, había otros ruidos, pero no podía concentrarse en desmenuzarlos o analizarlos, no allí. Su nombre dolía, al entrar a sus oídos cada vez que Diarmuid lo llamaba. Alguien lo toma de su hombro y lo gira, pero ha perdido la capacidad de ver y observa con horror que está debajo del agua. Arthur bate la mano que lo agarra, es fría y dura. Cargada del ánimo de matar. Cierra los ojos y siente que el agua entra a sus pulmones, pero esto es inexistente, solo quiere que se detenga. Solo le pide que se detenga.
Chapter 5: 5
Chapter Text
5
Esta vez no lo despertaron las pesadillas, sino una rica sensación en su cabeza, como un hormigueo agradable que se esparcía con la lentitud de la miel por todo su cabello, su cuello y hombros, como cuando los músculos se calientan en el fuego luego de una ventisca. Arthur abrió los ojos y no reconoció donde estaba. Había una lámpara al lado de la cama en una mesa con dos gavetas. La ventana; arboles afuera, sin hojas. Luego giró hacia un lado y encontró a Emiya con los ojos cerrados y los brazos cruzados; dormido con la cabeza de Cú Chulainn sobre su regazo, con una manta azul sobre sus hombros. Ambos dormían, al parecer habían fracasado en velar por su sueño. ¿Cuánto tiempo había pasado?
Había aun luz, así que eso quería decir que era de día, era un poco incierto, no podía ver el cielo, solo los arboles desnudos, árboles y más árboles. Yacía acostado en una cama grande y muy cómoda, cálida y suave. Intentó recordar que había sucedido. Ah, sí. El incidente con Diarmuid. Pensó amargamente.
Sus ojos vagaron hacia la ventana pensando. Entornó la mirada y creyó ver algo moverse en el exterior, ah, no, solo era el caballo de Emiya. Pasaron unos momentos antes de que un bostezo despertará a Cú, levantó la cabeza del regazo de Emiya y lo miró fijamente, como confirmando que estaba despierto. ¡Oh! Estaba despierto.
—Hey… Qué bueno que abriste los ojos ¡¿Qué tal?! –La sonrisa de Cú fue de genuina felicidad. Se levantó energéticamente y se acercó a Arthur.
—Ah. Buenos días.
—Sí, aun es de día. ¡Estuviste dormido desde que Diarmuid te trajo aquí! ¡Desde la mañana!
Arthur frunció un poco las cejas.
—¿Diarmuid me trajo aquí? –Preguntó. Cú asintió.
—¿Te sientes bien? Dijo que te desmayaste.
Arthur tensó los labios y pensó prudentemente en que decir, sus ánimos bajaron un poco y Cú lo observó cuidadosamente.
—Sí… -Reveló Arthur hablando con lentitud – Lo hice.
Ambos se miraron, los ojos de Cú chulainn tenían un aire muy diferente a lo que Arthur hubiera esperado, su aura resplandecía en rojo y azul, armónicamente, sus ojos eran vivos y alegres, como los de un joven. Era muy curioso, no tenía un aura oscura como Diarmuid, si no lo conociera, supondría que era un alma dulce.
Cú entornó la mirada con intrigada actitud.
—Fue más que eso ¿verdad?
—¿ah?
Arthur arqueó ambas cejas sin comprender. Pensando en cómo responder a eso, pero justo en ese instante, Emiya se movió despertando de su sueño y sus ojos revolotearon antes de enfocarlos, ambos lo miraron.
—¡Buenos días! –Saludó Cú, mirándolo con ojos alegres. Emiya lo miró por un momento y susurró una respuesta, luego se desperezó, inclinándose hacia Arthur.
Ambos lo hicieron.
—¿Cómo estas, Arthur? –Preguntó levantándose lentamente y tomando la manta con él. Arthur sabía que Emiya tenía preguntas y estaba en su deber realizarlas, pero este no esperaba que llegaran tan rápido.
—Estoy…mucho mejor ahora. Gracias. ¿Han dormido allí toda la mañana? Lo lamento. No quería causarte incomodidades. – Arthur habló y buscó la forma de salir de la cama, pero Cú no se lo permitió, llevando sus manos a los hombros y volvió a acostarlo.
Cú estaba caliente y al sentir el tacto de su piel por primera vez, le hizo sentir extraño, como contagiado de una energía entusiasta.
—Descansa, Descansa. –Le pidió Cú con los ojos atentos con un mensaje discreto. Arthur se quedó quieto viéndolo y obedeció mansamente – Creo que necesitas comer antes de explicar cómo te sientes. No ha comido nada desde que llegó aquí
Emiya y Cú se miraron, al parecer Emiya se encontraba algo impaciente por saber lo que había sucedido, había muchas dudas, y Diarmuid no se había quedado para aclararlo, era la segunda vez que traía a alguien consigo y se largaba sin más, algo muy desconsiderado si se lo preguntaban y si se lo volvía a ver lo arrinconaría hasta expulsarle una explicación.
Emiya sostuvo la mirada del otro hombre por unos segundos más, antes de ceder. Suspiró. Poco después el estómago de Arthur se retorció haciendo un ruido muy vergonzoso. Cú echó a reír antes el bochorno del rubio.
—Lo siento. No he comido nada esta mañana…-admitió el caballero.
Emiya depositó la manta sobre la cama, y se retiró, cuando la puerta se cerró detrás de él, los ojos rojos rodaron hacia el rostro de Arthur y le hizo un guiño. Le aconsejó descansar un poco más y reunirse con ellos cuando la comida estuviera lista. Cú salió por la puerta para ayudar a Emiya en lo que necesitaba.
Arthur miró como la puerta de la habitación se cerró y nuevamente el quedó solo. Solo con sus pensamientos, llevó las manos a su pecho y luego a su estómago y su cuello, estaba todo en orden, tenía toda su anatomía completa, el también se preguntaba que había pasado específicamente, puesto que había perdido el conocimiento de un momento a otro, pero el único que tenía las respuestas a ello no estaba presente, y Arthur no sabía que tan bien seria hablar sobre algo tan …intimo como las visiones del interior de Diarmuid.
No le gustaba aquel don, siempre veía cosas y hechos de personas de las cuales no deseaba saber. En ocasiones las imágenes eran de hechos trágicos o tristes, hechos que marcaban permanentemente a los individuos. Nada era tan profundo como el dolor y casi siempre salía a flote en sus visiones.
En esa cama, se sintió curioso de no percibir el dolor de Cú chulainn. Las mantas tampoco tenían rastros de alguna sensación incomoda, se preguntó si la influencia de Emiya tenía algo que ver. De todos modos, no permaneció demasiado tiempo para sacar conclusiones y antes de que lo llamaran se levantó y caminó hacia la puerta.
Cuando se acercó a la chimenea donde hablaban Cú y Emiya estos interrumpieron su conversación para admirarlo llegar.
—¿Por qué te levantas? –Preguntó Cú.
—Ah, me siento mejor. Además, siento que volveré a dormirme si permanezco allí por más tiempo. –Le respondió, iba a agregar algo más, pero en ese instante notó que Emiya tenía algo en el cuello de su capucha, era una niña en miniatura de cabello blanco y ojos rojos.
Arthur guardó silencio y la observaba, parecía muy cómoda en los pliegues del abrigo rojo del hombre.
—Oh… -El hada dándose cuenta que era observaba, parecía un poco tímida y se ocultó un poco más en los pliegues.
Los ojos de Emiya y Arthur se encontraron como reconociendo aquel hecho. Arthur se acercó cautelosamente y se logró sentar cerca de la chimenea, Emiya estaba preparando una sopa con muchas verduras, olía delicioso.
—Es un hada –Apuntó Arthur mirándola atentamente.
—Desde el Samain no ha dejado de visitarme. -Apuntó Emiya mirándola o eso intentó, pero se encontraba muy metida en sus pliegues. – Le gusta la miel. Se llama Illya.
Estuvieron en silencio esperando que la pequeña hada asomara la cabeza, siendo consciente de que ahora ella era el centro de atención de los presentes, Cú chulainn no le agradaban las hadas, pero esta parecía ser diferente. No tan cruel o caprichosa o eso pensaba.
—Es muy bonita. –Elogió el rubio, estas palabras fueron escuchadas por la diminuta niña que lo miró atentamente con ojos cautelosos, pero internamente se sentía muy bien ser considerada de esa manera. Arthur le sonrió cuando sus miradas se encontraron. Hubo un instante de silencio, solo interrumpido por el burbujeo del caldo en la fogata.
En ese momento, tarde se dio cuenta Arthur que Emiya lo estaba observando insistentemente. Este quería hacer las respectivas preguntas que se albergaban en su interior, pero no quería sonar impaciente o demasiado invasivo. Se obligó a terminar de preparar la cena en silencio, Cú chulainn encontró entretenimiento cambiando los frascos de medicinas de posición, llevándolos de la mesa a arriba de la chimenea y unos muebles, Arthur pensó en ayudarlo, pero él le dijo que estaba bien, y lo invitó a sentarse en la mesa, al hacerlo, Cú le colocaba un cuenco en la mesa, junto con un vaso y una cucharilla, luego vio que traía un pequeño paño y una ciruela que partió en dos y luego vertió sobre ella una pequeña porción de miel
Emiya retiró la olla de sopa de la chimenea y la colocó en la mesa, luego de servir la colocó a un lado para sentarse a comer. La sopa tenía un delicioso olor y Arthur casi se le salen las lágrimas porque hacía mucho tiempo que no disfrutaba algo preparado por Emiya.
Observó el hada morder la ciruela llena de miel y un sentimiento de ternura se instaló en su pecho. Comieron en un silencio inusual y Arthur se dio cuenta de ello, un silencio que era insoportable…
—Las visiones han regresado. –Dijo el rubio repentinamente, los dos hombres lo miraron atentos. Emiya afiló la mirada en su dirección. - Desde hace unas semanas…
—¿Qué lo detonó? –Preguntó Emiya, esta pregunta hizo detener a Arthur en su hablar. No sabía si exponer a Diarmuid, pero no tuvo tiempo de pensar en ello cuando su visión volvió hacia una de las ventanas cerca de la puerta.
Cú chulainn exclamó al hacer lo mismo.
—Diarmuid. –El hombre de ojos rojos se levantó sin darse cuenta del pequeño brinco que Arthur había dado en su puesto, pero Emiya si era consciente de todo y ambos se miraron con un lenguaje encriptado en el aire.
Diarmuid estaba en la ventana asomado, parecía que no tenía intención de ingresar, pero su presencia era algo difícil de ignorar. Cú habló cortamente con él, mientras Emiya miraba a Arthur a los ojos con conocimiento de la respuesta.
En menos de cuatro minutos, Diarmuid estaba acompañándoles en la mesa, goteaba agua por todos lados y su cabello desordenado, tenía restos de algas y algunas ramas acuáticas, estaba cubierto agua nieve, también comía, con una divertida torpeza a la cual Cú tuvo que socorrerlo. Volvieron a sumergirse en un inusual silencio, donde solo los platos y las bocas eran protagonistas, pero poco a poco el aura de Diarmuid se tornaba impaciente y oscura, cerniéndose sobre ellos, esto era invisible para los demás, pero Arthur era capaz de verlo y no podía hacer otra cosa que inquietarse.
Emiya se levantó lentamente, y pidió que lo excusaran pues debía de encender las luces de afuera. Arthur miró por la ventana, es verdad, oscurecía. Casi automáticamente, como si estuviera contando los segundos Cú exclamó que lo acompañaría, ambos salieron por la puerta en silencio.
Arthur volvió la mirada de su plato a la puerta y de la puerta a los ojos de Diarmuid o eso intentó, pero estos se desviaron irremediablemente al punto de amor de su rostro y debía admitir que comenzaba a irritarlo. Los ojos dorados lo vieron, no existía animosidad en ellos, más bien cierta timidez.
—Emiya ya lo sabe.
—¿Sabe? ¿Qué…? ¿de qué hablas? –Preguntó Diarmuid reaccionó perdido. Arthur suspiró, misteriosamente. Luego de unos momentos de silencio se atrevió a preguntar - ¿Tú…te encuentras bien?
Vio como Arthur llevaba sus manos a la cabeza, al cabello rubio y luego creyó encontrar una idea en su mente a un dilema.
—Sí. Estoy bien. –Le respondió. Sus ojos se desviaron a la sopa- Gracias por traerme aquí.
Diarmuid no supo que responder, no en ese momento.
—Supongo que ahora estamos a mano. –Comentó. Arthur negó con la cabeza.
—Nunca has estado en deuda conmigo. No digas eso. –Le replicó el rubio. Luego de un momento, parecía dudar, no lo estaba mirando y sabía que esto parecía irritar al Kelpie, que tenía un aura inquieta detrás de él - ¿puedo preguntar … por qué tienes ese lunar tan odioso?
Diarmuid por inercia se llevó los dedos de las manos al rostro, sobre el punto del amor.
—…Una ninfa me besó allí hace mucho tiempo. –Respondió brevemente. – Desde entonces…
—…te ha causado muchos problemas ¿no? –continuó Arthur impresionado.
—…Sí. –Respondió lentamente el otro. Luego se sumergieron en un momento de silencio, ambos sin mirarse. La sopa se enfriaba.
—¿No has pensando en …ocultarlo?
—¿Ocultarlo? … ¿Cómo? ¿A qué te refieres?
Arthur dudó, pero luego de parecer meditarlo con seriedad, extendió su mano hacia él, este hombre automáticamente se acercó un poco, y sintió como Arthur extendía sus dedos sobre algunas hebras de su cabello buscando algo. Cuando creyó encontrarlo se deslizó lejos de él, Diarmuid miró hacia sus dedos, tenía una pequeña hoja. Arthur ahora fijó toda su atención en su rostro y nuevamente la sensación de ver observado por aquellos ojos lo dejó estático. Poco después reaccionó y Arthur se alejó, Diarmuid no pudo evitar inclinarse un poco hacia él, pero se obligó a retroceder, intentó llevar los dedos hacia su rostro, pero Arthur se lo impidió.
—Te la quitaras. No la toques –Advirtió. Diarmuid alejó sus manos y ahora se dio cuenta que Arthur lo estaba observando sin parpadear o desviar la mirada.
Ahora que se miraban ya no sabía qué hacer. Había perdido la habilidad de formular un pensamiento correcto, un poco fascinado de ser observado.
—¿Tú…te encuentras bien? –Preguntó Arthur, Diarmuid parpadeó.
—Yo, sí…
—Me mientes. –Acusó Arthur – Estas inquieto.
Diarmuid tensó la mandíbula y bajó la mirada un momento.
—Sí… eso. –Luego continuó levantando la mirada- eso que haces…eso que haces para saber que estoy mintiendo ¿Qué eso? ¿es lo mismo que hace para leer la mente?
—Yo no leo mentes. –Apuntó Arthur categóricamente – es más como un rompecabezas, puedo leer el aura de los seres que es algo totalmente diferente a leer la mente.
—¿Eso fue lo que pasó aquella vez? ¿Cómo? ¿Cómo puedes hacer todo eso? –El aura de Diarmuid de excitó, y por un momento parecía que fuera a desbordarse sobre Arthur. El hombre rubio no mostró signo de miedo ante ello.
—Mi familia podía hacerlo. Son pequeños dones o pequeños dolores debo decir que los dioses nos otorgan –Le respondió con una sonrisa débil.
—Veo que …te ha causado ciertos problemas.
Arthur asintió, sonriendo tristemente.
—Sí…Es verdad. –La voz de Arthur se volvió suave y baja- Es un don horrible. Hay cosas que no deseo ver de las personas. No sé porque tengo este don.
Diarmuid lo percibió triste y abatido, por primera vez vio su rostro hermoso en conflicto y debía de admitir que no le agradaba.
—Te pido perdón. –Dijo Arthur repentinamente y Diarmuid no supo porque debía perdonarlo- No era mi intención indagar dentro de tu espíritu, pero cuando tengo contacto directo con algo o alguien de presencia muy fuerte, eso simplemente…entra.
—¿Eso?
Arthur asintió.
—Tu aura se mezcla con la mía y eso trae consigo imágenes de tus experiencias, sobre todo aquellas que te han marcado o son importantes para ti. Por eso supe aquellos nombres, pero debes creerme cuando te digo que no sé qué representan para ti.
Diarmuid enderezó un poco la espalda y se echó para atrás.
—No es mi intención perjudicarte o señalarte. No deseo entrometerme en tu pasado.
—¿Qué tanto viste? –Preguntó Diarmuid con ojos cautelosos. Arthur por un instante se vio descolocado y confundido, tardó en responder, pero luego pensó que era algo lógico el preguntar aquello.
No obstante, se hallaba en la difícil situación de revivir aquella experiencia, era horrible y cruel y no sabía si era correcto decírselo.
—No sé…No sé si sea correcto decirlo, yo… hm.
—Es asqueroso ¿verdad? –Comentó Diarmuid, Arthur lo observó atentamente, negó con la cabeza, pero este no lo miró, tenía una expresión de dolor entre ceja y ceja y aquello no le gustaba – Debió ser algo muy asqueroso de ver.
—No es la palabra que usaría. –Interrumpió Arthur, Diarmuid lo vio por el rabillo del ojo – fue…muy doloroso.
—Sí…Lo fue. Fue…muy doloroso. La muerte a veces lo es. –Diarmuid cerró los ojos y ocultó su rostro hacia abajo, las sombras a contraluz le impedían ver la expresión en sus ojos.
El silencio de tornó denso y por un momento insoportable, Diarmuid parecía haber revivido aquella experiencia en su mente, podía sentir como lo atravesaban y como el beso de la muerte lo raptaba y luego el odio. El cáncer del odio en su interior palpitaba.
—Lo lamento. –Escuchar aquello lo hizo despertar de aquel trance. Subió los ojos hacia Arthur – Lamento lo que te pasó. Sé que no merecías nada de eso.
—Tu… ¿Qué sabes? –Estas palabras fueron como una lima pasando por su garganta, pronto se arrepintió de haberlas dicho cuando Arthur le regaló una mirada compasiva. Oh, lo sabía, él sabía mucho.
—No sientas lastimas por mí. –Replicó Diarmuid a regañadientes ocultando sus ojos bajo sus parpados apretados - No la quiero.
—Te equivocas. No siento lastima por ti. Solo digo lo que es verdad. Sé que no merecías lo que te sucedió -Le manifestó Arthur seriamente- Lamento también hacerte recordar esto. Hay cosas que uno prefiere olvidar.
—Lo que me hicieron jamás podré olvidarlo. –Rebatió Diarmuid levantándose y con ello su aura también detrás de él se elevó hacia el techo. Arthur lo miró atentamente con ojos severos y temple en su rostro.
—Puede que no…hay cosas en esta vida que jamás podremos olvidar, pero no puedes obsesionarte con el mal que te hicieron, con estos sentimientos de ira y resentimientos… ¿A dónde crees que iras? –Diarmuid rápidamente de alejó de la mesa con la expresión fruncida y fue hacia la chimenea.
No, no quería escucharlo.
Arthur comprendió aquella acción y volvió a guardar silencio. El aura de Diarmuid estaba inquieta y lo sentía tan volátil, sería mejor no estimularlo más. No ahora, en la noche y en ese lugar, no quería arrastrar a nadie más con ello.
—Lo siento. Te estoy incomodando demasiado. –Comentó el hombre levantándose de la mesa sintiendo que su actuar no fue el correcto - No soy nadie para decirte que hacer o que pensar.
Arthur caminó hacia la puerta y la abrió; hacia tanto frio a fuera. El invierno estaba a nada de caer. Diarmuid lo miró de reojo en la chimenea.
Al abrir la puerta, notó a Emiya y Cú hablando con alguien en la entrada, era una mujer y un hombre. Ambos tenían cabellos verdes. La mujer tenía un arco y unas flechas. No sabía si interrumpir, pero al notar que los observaban parecieron terminar de hablar rápidamente y se despidieron.
—¿Eran …amigos? –Preguntó Arthur cautelosamente al verlos ya en la puerta. Cú sonrió y asintió. Emiya miró hacia la chimenea ignorando a ambos hombres.
—Así es. –Le respondió- son mis amigos. ¿Qué pasa?
Emiya no dijo nada, pero no fue necesario cuando Cú chulainn miró hacia la chimenea preocupado, luego a la mesa, no había tocado la sopa. Algo en Diarmuid no andaba bien, el hombre de cabello azul miró a Arthur un breve momento, y luego a Emiya, ambos compartieron miradas cómplices.
Diarmuid anunció que no se preocuparan que ya se iría, solo quería asegurarse de que Arthur se encontrara bien, con esto cumplido se deslizó hacia la salida y antes de salir de la cerca de bordeaba la casa de Emiya tomó forma equina, un semental negro y se sumergió en el lago.
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Diarmuid no fue el mismo luego de aquel momento, bueno, no lo era desde hace un tiempo, Cú insistió en visitarlo en el lago muchas veces, pero este no aparecía por ningún lado. Comenzaba a nevar y el césped se llenaba de un largo y suave manto blanco. Lo vio emerger imprevistamente una tarde, tenía aspecto fantasmagórico y aunque no era algo imposible debía confesar que aquello le preocupaba mucho. Cú quería que pasara el invierno con ellos, habían desocupado un cuarto que usaban de almacén, pero Diarmuid se negó rotundamente. Su primo que no había entrado en la posibilidad de que algo así sucediera se sintió muy indignado y hasta molesto.
—¡Que pasa contigo! ¡Estoy tratando de pasar tiempo juntos este invierno y me tratas con una fría indiferencia! ¡Tienes una actitud diferente desde hace tiempo y he dedicado ignorarlo porque pensaba que me lo contarías, pero ya no pienso guardarme nada! –Cú estalló enojado, sus gritos alertaron a Emiya que estaba del otro lado del jardín cubriendo a su caballo con lana, pero no se acercó - ¡Tienes que dejar esta actitud! ¡No haces nada más que aparecer, dejarnos preguntas y huir!
—¡Pues ignorarlas fácilmente! ¡Lo que haga o deje de hacer no te debería importar en absoluto! ¡Yo no te digo lo que tienes o no que hacer! –Diarmuid le respondió con voz igualmente de potente. - ¡No debes preocuparte por mí!
—¡Mira que eres un desagradecido! ¡Eres mi familia, como pretendes que me olvide de ti, grandísimo idiota! ¡por supuesto que me importas, has estado muy extraño estos meses y honestamente no me gusta! ¡Dime ya que es lo que te pasa para poder ayudarte!
—No recuerdo haberte dicho que necesito tu ayuda. –Repuso el Kelpie con ojos mezquinos. Aquello fue la gota que derramó el vaso, Cú echó a un lado lo que ocupaba sus manos y abalanzó sobre él. En consecuencia, ambos cayeron y dieron vueltas en la nieve.
—¡Eres un estúpido! ¡Estoy preocupado por ti, ingrato!
Ambos rodaron por la nieve y Emiya salió a su encuentro para separarlos, pero Illya le jaló el cabello con fuerza para detenerlo, no quería que fuera lastimado por algún golpe colosal de los dos hombres.
—¡No necesito que te preocupes por mí! –Diarmuid rebatió, Cú estaba sentado sobre su pecho, pesaba, pesaba horrores.
—Estás haciendo un berrinche estúpido. ¿Esto es porque estoy con Emiya? Sé que no te gustaba la idea al inicio, pero tienes que aprender a aceptarlo.
—Esto no tiene nada que ver con Emiya. –Diarmuid acusó con odio en sus ojos. – Solo es… que ¿Cómo…
—¡Que!
—¡Nada! ¡Dices tonterías! ¡Puedes estar con quien sea, eso a mí no me importa! –Diarmuid se logró mover e intercambiar posiciones, buscó levantarse, pero Cú se tomó fuertemente de la pierna y esta cayó.
—No vas a huir, tenemos que hablar de esto.
—No tenemos que hablar de nada.
—Eso se escucha como que quieres que te obligue a hacerlo. –
—Suéltame. No vamos a hablar de nada. -Dijo rotundamente Diarmuid.
—Sera mejor que hables. –Advirtió Cú. - ¿esto es por Emiya y yo?
Diarmuid que volvía a la primitiva posición se cruzó de brazos y cerró sus labios mirando a Cú con actitud rebelde y desafiante.
—Debe serlo has estado así desde el Samain. No insistas en negarlo, es obvio.
Pero Diarmuid no dijo nada. Tenía los ojos duros contra el rostro de Cu chulainn, parecía humano, un humano cálido y vi, pero tenía una fuerza sobrenatural que asustaba.
—Escucha, que este con Emiya no quiere decir que no me importes. Lo haces, eres mi familia. Te aprecio y eres importante para mí, solo que ahora tengo a otra persona que es importante para mí.
—Callate. No quiero escucharlo.
—Mala suerte.
—Puedes hacer lo que quieras con Emiya, no me importa
—No seas mentiroso, claro que te importa, pero no creo que sean celos. A ti te está molestando otra cosa, y tienes miedo de decírmelo porque…
—¿Por qué…?
—¿Por qué …? Exacto
—Estoy tratando de entender ¿Por qué? ¿Por qué Emiya te quiere?
Cú parecía indignado…como si le hubieran dicho que olía a perro cuando se acababa de bañar.
—¿Cómo?
—Y ¿Cómo? ¿Cómo puede quererlo tú a él? Es un hombre, un hombre, recuerda lo que te hicieron los hombres, te ahogaron en este mismo lago por defenderme…y tú, ahogaste a muchos otros por rencor ¿Por qué no ahogaste a Emiya? ¿Por qué? ¿Por qué no lo ahogaste y te comiste sus tripas?
Diarmuid se tornó desesperado. Había odio en su manifestación y también mucha incertidumbre. Cú le tomó una o dos momentos incorporarse de aquella pregunta. Por un momento se sintió muy muy enojado, pero rápidamente pensó que Diarmuid no se lo había preguntado antes por esto mismo.
—Por qué el té salvó a ti. –Le manifestó con voz lenta. Recordando el primer encuentro con el- Él nos salvó. Iba a perderte. No podía sanarte, no sabía cómo hacerlo, pero él estaba allí y lo hizo. Te ayudó, te curaste y no nos pidió nada a cambio. No voy a negar que la idea de hacerlo pasaba por mi mente, pero luego pensaba ¿Por qué hacerlo? Es un hombre amable, bueno y desinteresado…no se merece esto.
—Nosotros tampoco no los merecíamos. –Apuntó Diarmuid agudamente con los ojos brillantes.
—Puede que no…pero ¿hacerlo no me hace igual que los hombres que tanto dices odiar? –
Diarmuid guardó silencio con una mirada furiosa.
—Es lo mismo. Somos iguales que los hombres que decimos odiar.
—No. Los hombres son crueles, aprovechados y viles. Se merecen lo que les pasa.
—Pues yo no quiero creer eso, eso sería admitir que Emiya es así y sé que no lo es. -Cú suspiró profundamente- Estoy casando ¿sabes? Cansado de sentirme así, de sentir rencor y odio por hombres que ya están muertos. Los que nos pasó fue horrible y sí, no nos lo merecíamos, pero lo hecho, hecho esta. Este lago…
Cú chulainn miró hacia la orilla, quieta y silenciosa.
—Fue nuestro hogar por mucho tiempo…pero nunca representó una segunda oportunidad, y quiero tener una segunda oportunidad y con Emiya me siento bien…Mi aura y mi piel están más cálidas, no he sentido ni una pisca de rencor desde que estoy aquí, hasta perdone a Merlín ¿Por qué tú no puedes hacer eso? ¿Por qué no te das una segunda oportunidad? Te la mereces.
Diarmuid lo miró con furia y sus ojos se llenaron de lágrimas. No sabía que decir, él pensaba que le ocultaba cosas a Cú chulainn, pero era este el que guardaba aquellos secretos. Primero Cú, luego Romaní… Negó con la cabeza. Él no merecía tal cosa.
—¡No lo sé! ¡No sé cómo hacerlo! –Gritó desesperado- Yo los odio. Estoy profundamente resentido. Quizá no haya una segunda oportunidad para mí, no sé qué hacer.
—No digas eso. No digas eso.
—¿Cómo él puede quererte a ti?
—Yo a veces también me lo pregunto. -Admitió Cú chulainn moviendo la cabeza, buscó a Emiya por el jardín, pero no lo encontró por ningún lado. Luego escuchó a Diarmuid sollozar, esto era muy extraño, Diarmuid casi nunca lloraba, bueno, no estaba llorando, intentaba retener sus sentimientos tomentosos- Diarmuid, tienes que creerme cuando te digo que nos queremos y que esto es real. Solo tienes que dejar que pase.
—¿Qué pase qué?
—Tienes que dejarlo ir. Ya es momento. Te haces daño y no quiero que te hagas daño.
Diarmuid acalló su llanto y Cú le ayudó a limpiar su rostro con las mangas de su suerte rojo. Se bajó de encima, lentamente y se sentó en la nieve. Diarmuid también se sentó, se limpió el rostro y suspiró profundamente, aun con un sentimiento indescifrable en su interior, pero indudablemente algo más calmado una vez hubo logrado expresar todo.
—Quería preguntarte algo.
—¿Qué es?
—¿Qué sucedió con Arthur aquella noche?
—Ah. El… hm, él sabe de mí. No sé qué tanto, pero sabe lo que pasó de cómo me ahogaron. Es...
—Es un lector de auras. Emiya me explicó cómo funciona. Es algo muy desagradable. –Advirtió Cú. - ¿Dices que sabe de aquel asunto?
Diarmuid asintió.
—El me salvó de una red hacer algunas semanas… por eso se lastimó los nudillos. –Reveló Diarmuid. Se limpió el rostro con los dedos alejando la nieve – el… sus ojos, son como una espada en llamas, pueden ver a través de ti. Es muy impactante.
—Sí… lo sé. –Cú arqueó ambas cejas.
—Bueno, él supo lo de mi lunar con solo verme y …me irritaba que no me viera a los ojos. Es un hombre duro, no caía a mi encanto. –El fantasma de una sonrisa atravesó los labios de Diarmuid al recordarlo.
—Oh. Sí. Tiene un carácter admirable, según vi.
—Me molestaba. Así decidí probarlo y lo acorralé, pero no salió nada bien, sus ojos dan mucho miedo cuando está enojado. Sentí que me despellejaba tajo por tajo, viendo mi interior podrido… tuve que irme de allí… -Diarmuid suspiró. Se sentía bien liberar aquellos sentimientos, para entonces, Cú lo observaba detenidamente.
—¿A partir de allí comenzó todo?
—Si. La última vez, fui a disculparme con él, pero me ignoró, reconozco que me enojó mucho, así que lo seguí y le tome del brazo, pero al momento se retorció, luego dijo el nombre de Sola y Kayneth y casi pierdo la cabeza, pero afortunadamente se desmayó, lo traje con Emiya y bueno, luego en la cena cuando no estaban me dijo que sentía indagar sobre mí y me explicó sobre su don…
—¿Eso te molestó?
—No…no lo sé. Pero me sentí muy expuesto. El me da algo de miedo, pero no lo odio, aparte de ti, es el único que sabe sobre esto. Solo quiero saber que tanto sabe.
—Pues, preguntale.
—Cú chulainn, no es tan simple ir a preguntarle que tanto sabe de mi historia. Seguro piensa que soy asqueroso, una criatura vil y aprovechada.
—Lo eres, a veces. A veces no.
Diarmuid le dio un golpe a su hombre sin determinación. Cú se echó a reir.
—Sí. Tal vez deba, pero no creo que lo vea en un buen tiempo.-Dijo Diarmuid luego de un momento de reflexion.
—Puede que visite a Emiya en estos días… o quien sabe, no lo sabrás si no estás determinado a hacerlo. –aconsejó su primo, Cú lo miró con suma atención.
En ese instante Diarmuid le dirigió una mirada suspicaz a Cú.
—Tú quieres que de verdad pase el invierno con ustedes ¿no es así? –preguntó Diarmuid con cierta incredulidad.
Cú asintió sonriendo con cierta travesura.
—Será divertido. Así también sabrás a lo que me refiero.
Diarmuid lo miró por un momento, pensando en sus palabras y luego observó el lago, quieto, frio y misterioso, luego sintió a Cú pasar su brazo por su hombro, cálido y reconfortante, se quedó un momento así, ambos primos juntos, Diarmuid cerró los ojos.
—Por cierto, vi a Atalanta y Aquiles recorrer el lago la noche anterior y la noche anterior a esa ¿ha pasado algo? –Preguntó Diarmuid.
—Hm, me gustaría pensar que no. No estoy seguro, Atalanta nos dijo que han surgido nuevas apariciones; fuegos fatuos en los bosques y el Gran Loch.
—Siempre ha habido fuegos fatuos. - Comentó Diarmuid frunciendo las cejas.
—Ella dice que hay más, es como aquella vez, cuando surgieron tantos que se posaban en la superficie del lago. Hace…cinco o seis años…Eso es mala señal. -Argumentó Cú mirando hacia la superficie del lago.
Diarmuid no había prestado mucha atención a los fuegos fatuos a la orilla del lago…si había visto luces entres los troncos, pero aquello, pensaba, resultaba corriente y normal en la época oscura.
—Está preocupada. Así que nos pidió que abriéramos bien los ojos por el lago.
—Entiendo. Quizá sea alguna enfermedad.
Cú pensó. Se silenció por un instante, la idea de que fuera una enfermedad en algunos de los pueblos era posible, pero Atalanta no estaría tan preocupada si eso fuera de ese modo.
—No lo sé. Pero es muy extraño que surjan tan de repente. –Concluyó Cú meditando en silencio, pensando, y luego más energéticamente dijo- ¡Voy a buscarte algo de ropa! Emiya seguro tendrá algo que pueda servirte.
֎
Los días para Arthur se vieron librados de aquellas imágenes tormentosas, y pensó que podría pasar el invierno con quietud y tranquilidad, pero nuevamente la vida le decía que tenía que afrontar otras dificultades, y esa dificultad era el noble extranjero Gilles de Rais…
Si Arthur lo pensaba más oscuramente podía llegar a concluir que este personaje tan sombrío e inquietante esperaba atentamente el momento para ir a su encuentro justamente que salía a pasear por el ciruelo y los cerezos porque allí estaba con sus ropas finas de invierno pomposo y por tanto muy odioso frente a él en la entrada de su hogar. Arthur no se movió de la entrada mientras este se acercaba, no quería moverse por que no deseaba invitarlo implícitamente a que caminara con él, no a solas y no lejos de los demás. Si debía decirle algo que se lo dijera allí de pie en la entrada de su hogar.
“Otra vez no…” Pensó con hastío.
Rais se mostró cordial y afable como siempre, hablaba con sumo respeto, poco se sabía de este noble y esto era algo que a Arthur no le gustaba, no gustaba de su presencia por mucho tiempo, aunque no expedía un aura tan fuerte había algo en él que no le resultaba agradable, quizá, podría estar siendo muy rudo con el francés, no obstante, tampoco quería bajar la guardia.
Sospechaba de su presencia allí. Quería invitarlo a la celebración de esta tarde en el centro de la ciudad, la plaza cerca de la iglesia era conocida por un lugar donde se realizaban estas celebraciones comunitarias. Era céntrico y además también espacioso, sin duda un buen lugar para compartir con todo el pueblo. Arthur fingió pensar al verlo tan ilusionado.
—Me ha invitado a tantas celebraciones y eventos este último año y no he ido a ninguna de ellas ¿es que acaso no ve lo que es obvio, Sr Gilles de Rais? –Era a esta sinceridad a la que Gilles en parte temía, si bien era un hombre pomposo, Arthur tenía un extraño poder sobre él. Era pues, el mismo poder de la admiración que se tenía por un enamorado.
—Pero ¿Por qué? Me apena ver su presencia tan distante con los que viven a su alrededor ¿es que acaso nos odia? ¿me odia a mi acaso? Dios no quiera.
—No tiene nada que ver con odio y usted no ha hecho algo para ganarse mi odio, sin embargo, debo ser sincero en decir que aprecio y disfruto del silencio y la estadía en mi hogar. –Repuso honesto y sin dejar de mirarlo a los ojos oscuros, había algo alarmante en sus ojos y Rais pensó lo mismo en los ojos verdes joven, pero estos eran tanto inquietantes como hermosos.
Quizá porque aquellos ojos eran como una espada en llamas y pensaba que lo purificaría al atravesarlo. ¿Podría alguien como el ser purificado?
Pero sus palabras lo apesadumbraron ¿Un joven solo así? ¿Cómo? ¿Cómo podía soportar estar solo? Rais no podía, no le gustaba el silencio, sino los gritos de los desafortunados, pero aquello era algo que no podía confesar.
—Oh, por favor no diga eso, tenga compasión de mí, ¿Por qué pues, no me permite acercarme a su presencia? Esta usted tan elevado, y es tan distante. Confieso que su indiferencia quema más que su odio. Tal solo deseo conocerlo, bien puede apostar que usted desearía darse a conocer.
—Se equivoca. No quiero resultar más grosero de lo que ya he podido ser en rechazar sus invitaciones, pero debe usted aprender a aceptar un no como respuesta. Comprenda que yo no soy alguien a quien usted debería conocer y tampoco ser tratado como un amigo.
El noble francés guardó silencio ante esa manifestación y un sentimiento errante y desagradable floreció como una planta podrida en su pecho, aquel rechazo dolía de una forma que no creyó posible, sin palabras violentas, Arthur pudo hacerlo una herida, pero dolía de esta forma por el sentimiento de admiración que albergaba en su interior. Arthur era un ser puro que gustaba con poder acercarse y poseer, quizá si lo hería, podría beber de su sangre bendita y así encontrar una evasiva paz, pero este personaje, blanco y desconocido lo rechazaba en toda su pureza, y no encontraba razón por la cual pudiera afirmar tal declaración.
Ambos eran hombres de apariencia respetable y el carácter calmado y tranquilo de Arthur le brindaba cierta sensación que podría aprovechar para aproximársele y por todos los medios lo intentó, más los resultados no fueron los esperados.
—¿Cómo me dice eso? –Cuestionó herido, su rostro se deformó en una expresión de dolor –no veo nada que pueda impedir ser cercanos más que su terquedad en permanecer encerrado en las cuatro paredes de su hogar.
—No soy de su círculo de creencias, eso es más que suficiente para mí. –Le replicó Arthur- Usted ha llegado aquí con un dios que no conozco, una creencia que no es mía y que no podrá cambiar.
—Pero joven Pendragon. No sea terco e incrédulo, hay salvación para los que creen en este dios. He venido de muy lejos, he cruzado el mar desde Francia para traerles a este pueblo ignorante la verdadera Fe y la verdad. Si abandona sus dioses paganos encontrará gozo en estar con lo demás y quizá conmigo.
Por un momento Arthur se sintió muy incómodo de como continuar, comenzaba a exponerse y aunque no era un secreto para nadie las creencias antiguas de los más viejos en este pueblo, ciertamente debía de tratarse con la mayor discreción.
—Por favor no insista, y no intente cambiar lo que está dentro de mi espíritu. He visto bondades de estas creencias que ustedes llaman paganas que han traído alivio sobre nosotros.
Gilles de Rais hizo un gesto de perturbación, casi desesperado, las palabras que salían del hombre rubio eran clara blasfemia, pero de alguna forma en su interior le proporcionaba una sensación muy estimulante, esa terquedad y valor de seguir adelante con sus ideales era quizá algo esperado por su parte E internamente admirable.
—Esas bondades no son más que tretas del demonio. Han estado tanto, tanto tiempo en la oscuridad, pensamientos arcaicos perduran y confunden, pero habrá misericordia para los pecadores. Creame. No caiga en ilusiones, la verdad es una sola.
Arthur sintió una creciente ansiedad, pero sabía que no era a causa de lo que el noble fanático decía, estas declaraciones podían ser bien escuchadas en los sermones del presbítero Kotomine. Si no era a causa de otra cosa, a medida que Gilles permanecía allí, algo en su interior cambiaba y salía de su cuerpo, o intentaba salir de su cuerpo, era ciertamente algo muy anormal y el no saber identificarla llenó a Arthur de una incipiente incertidumbre.
—¿Usted de verdad cree eso?
—¡Por supuesto! ¡Con todo mi ser! ¡No hay otra verdad que esta y en ella se encuentra la salvación! –Exclamó vehementemente, su expresión se tornó inquietante, era la primera vez que Arthur lo admiraba así, con una devoción casi obsesiva.
El Joven Pendragon enmudeció por cautela mas no por miedo, quería descifrar si lo que decía era real, pero no podía confirmarlo, este hombre tenía un aura muy extraña e alarmante. Tarde se dio cuenta que las hadas escondidas en su capucha azul estaban pegadas a su nuca temblando, susurrando palabras que no comprendía, pero tenían cierta inquietud.
—Quizá yo no quiera esta salvación. -
—Oh no blasfeme, Joven Pendragon.
—Esta conversación sea prolongado más de lo que me hubiera gustado –Le interrumpió abruptamente Arthur, con una expresión disgustada- Debo retirarme ahora.
—¿Pero a dónde ir? Y con esta nieve…
Arthur le dedicó una mirada, pero no le respondió cerrando la pequeña puerta de su cerca. Cerró el primero botón de su abrigo azul, grueso y pesado y se alejó de él.
Gilles lo llamó en repetidas ocasiones, pero Arthur lo ignoró, a medida que caminaba se sentía cada vez más furioso, quizá con él o consigo mismo, no lo sabía, solo estaba seguro que aquella conversación lo había puesto de mal humor, pronto, cuando se alejó lo suficiente, meditó a cerca de la energía extraña que emanaba de Rais, si bien este personaje para el no emitía un aura muy fuerte, era aún más extraña que esta energía desconocida se manifestara tan de repente.
Kotomine no era diferente, siempre había tenida un control inusual en su aura, casi nunca Arthur había podido verla, pero la sola presencia del presbítero por demasiado tiempo le incomodaba.
Al parecer, encontrar a Arthur tan absortó en sus meditaciones no era del agrado de las hadas Mordred y Nero que se escondían en su capucha. Pronto salieron e intentaron llamar su atención, pero el hombre parecía muy adentrado en sus preocupaciones. Le hicieron muchas maldades, entre ella jalar su capucha o intentar jalarle el cabello, pero el hombre tenía paciencia y lograba apartarlas amablemente antes de seguir su paseo por la nieve y el silencio. Habían pasado el ciruelo y los cerezos sin hojas, solo esqueletos de madera, desnudos y torcidos.
Lo que llamó la atención de Arthur no fueron sus hadas sino unas luces de colores en la superficie del agua del lago, se detuvo y las observó desde allí; eran fuegos fatuos, algunos parecían danzar sobre la superficie del agua y la nieve de la orilla.
Sabía que no se lo estaba imaginando, las hadas detuvieron sus maldades intentando morder sus orejas, y se dieron cuenta de que había muchas de ellas en el agua y la nieve, al darse cuenta de la presencia del hombre aparecieron cerca de sus pies, pero nunca lo tocaban. Arthur que conocía a estas luces traviesas, las logró ignorar, o al menos ignorar sus provocaciones…pero no había visto a tantas de estas luces, ni siquiera en el Samain.
Una de ellas bailó y saltó sobre las orillas, brillaba y desaparecía, luego aparecía y volvía a desaparecer, dando brincos, Arthur centró su atención en esta, pronto chocó contra una de las rocas de la orilla y escuchó un chillido agudo.
Curioso Arthur se movió hacia aquella roca, no tenía idea de que los fuegos fatuos podían hablar o siquiera gritar, eso sería un descubrimiento tormentoso, ya que eran muchos. Cuando miró en la roca descubrió a una pequeña niña, era el hada de cabello blanco y ojos rojas, Illya.
Recordaba al hada porque está la había visto en casa de Emiya, era una muy linda, si se lo preguntaba y tenía un lindo color de ojos. Comía vivamente del fruto rojo o eso intentaba, porque parecía sobarse la frente, pronto se preguntó si Emiya estaría cerca.
Tardó unos minutos antes de que ella se diera cuenta de que Arthur se había acercado un poco hacia la roca y la estaba observando.
—Hola. –Le saludó, ella dejo de moverse y volvió a verlo con clara sorpresa, las dos hadás en la capucha de Arthur estaban asomadas muy atenta a lo que sucedía.
Ella se mostró tímida y no respondió.
—Lamento interrumpirte, pero ¿estás sola en este lugar? –Ella miró los ojos verdes del hombre y lo reconoció al momento, era el amigo de Emiya y por tanto debía ser amigo de ella también ¿no?
Ella negó con la cabeza. Luego señaló hacia adelante, allí, la orilla del lago se veía bordeaba por muchos árboles, la mayoría de ellos no tenían hojas, pero tenían suficientes ramas como para hacer que fue un sitio estrecho y oscuro bajo la sombra de los árboles.
—Él está allá, Esta pescando, yo no puedo pescar, pero me siento aburrida así que me quedé aquí esperando. -Le respondió y volvió a coger su cereza de la que comía.
—¿Pescando? ¿Con este frio? –Le interrogó. Ella se encogió de hombros.
—A él no le importa el frio, pero pescar es aburrido, yo me quedo aquí. Me iré a casa cuando termine de comer.
—¿A casa? ¿Te refieres a casa de Emiya?
Ella asintió sin dudarlo. Arthur sonrió como cautivado.
—Creo que a él le preocupara que estés por aquí sola, hay muchos fuegos fatuos, podrían querer jugarte una broma-Le comentó el hombre- ¿Sabes por qué están aquí?
—Son niños. –le dijo ella – Son niños muy traviesos. No me gustan, pero estoy aburrida. No sé por qué están aquí, aparecieron de repente, primero fueron dos, luego aparecieron diez, creo que algo raro pasa, Atalanta onessan me pidió tener los ojos abiertos.
Arthur entornó la mirada. ¿Atalanta? Meditó sobre lo dicho, si eran niños, entonces aquello no tenía muy buena pinta, pero ¿Cómo? En otoño no estaban tan presentes, se preguntaba si el invierno tenía algo que ver. Volvió a observar a su alrededor, los fuegos aparecían aquí y allá y jugaban entre ellos.
—…Los ojos abiertos…-Susurró Arthur, y luego miró hacia el bosque, no había fuegos allí, no estaba oscuro y el sol se encontraba detrás de las nubes- Creo que será mejor que regreses con Cú.
Ella no le prestó atención, pero Arthur le ofreció la mano, ella dudó primero, pero luego subió a su mano, miró a Nero y Mordred en la capucha, pero Arthur no la expondría, viéndola tan tímida.
Arthur se adentró al bosque con mucho cuidado, la nieve se acumulaba en el terreno y esta le cubría hasta las pantorrillas, le encantaría tener esa habilidad de las hadas y poder volar en este momento, se acercó más a la orilla donde las ramas de los árboles se inclinaban hacia el agua, el agua estaba fría y tenía escarcha y pequeños fragmentos de hielo delgado en la superficie.
Illya se encargó de guiarlo y pronto se encontró con una ropa colgada en una de las ramas de un árbol desnudos cerca de la orilla, un abrigo marrón, dos camisas blancas y pantalones negros, los tocó y estaban secos, no vio ningún calzado alrededor, pero si una canasta con grandes salmones, hizo una nota mental de regresarle la red a Emiya ya que había logrado arreglar la suya, ah, se le antojaba poder volver a comer su comida.
Se sentó en un troncó seco y se sintió en paz en ese lugar, hacia silencio y se sentía confiado de que estaba solo, sería bueno, sentarse y esperar a que Cú saliera del agua para conversar, no había hablado mucho con él y ciertamente sentía un poco de seguridad de hombre a hombre con respecto a su amigo. Bueno Hombre-Kelpie….lo que fuera.
Pasaron unos cuantos minutos antes de ver que algo se asomaba en la superficie del agua, muy lentamente. Arthur se inclinó y afiló la mirada, sintió a Illiya comer a su lado en el tronco y Mordred y Nero se sintieron celosas porque ellas también querían cerezas, pero aquello quedó en el olvido cuando vieron al hombre emerger del agua. Se cubrieron los ojos de la impresión y Arthur estaba a punto de hacerlo cuando Diarmuid estaba desnudo frente a él, ríos de agua fría se deslizaban por su cuerpo hasta los pies.
El Kelpie se quedó paralizado con los peces en las manos y de inmediato retrocedió, volviendo a cubrirse la mitad del cuerpo con el agua, salpicando un poco sobre los pies de Arthur.
—¡Lo siento, Arthur! ¿Qué haces aquí? –Exclamó cuando asomó la cabeza por la superficie. Luego miró a Illya. – Ah, ¿tú lo trajiste?
—Él dijo que quería hablar contigo.
—Y-yo no dije eso. –Replicó Arthur tartamudeando y se levantó como si el tronco estuviera quemándose– pensé que era Cú Chulainn quien estaba aquí.
—Yo nunca dije que era Cú chulainn. -Dijo el hada con suficiencia masticando- Diarmuid está pescando aquí.
—¡Ya lo noté! -Intervino Arthur enrojecido. – Como sea, no era mi intención que esto terminara así. Lamento haberte asustado.
—¿Y cómo esperabas que terminara? –Preguntó Diarmuid desde el agua. Esa pregunta dejó pensando a Arthur por un momento
—Solo pensaba en Illya, un fuego fatuo le cayó encima. Quería traerla con alguien antes de que le jugaran una broma –Dijo con honestidad, apresuradamente- no sé si lo has notado, pero hay muchos de ellos por aquí.
—Sí…-Dijo, mirando a su alrededor.
—¿Y…porque estas pescando tan escondido? –Preguntó cautelosamente Arthur. Diarmuid aún no se movía y de nuevo, aquel lunar estaba allí, Arthur se dio la vuelta por dos razones, una era para dejarlo vestirse, y otra era para no tener que verle el lunar - ¿Podrías cubrirte?
Escuchó el agua agitarse, luego caer, suponía que Diarmuid ya había salido de allí, luego pasos, el sonido de la ropa frotarse.
—Estoy pescando aquí porque los fuegos fatuos están jugando en la orilla del lago y ahuyentan a los peces, tuve que quedarme en este lugar, está escondido y los fuegos aun no lo han tocado. –Explicó mientras se secaba por completo, esto tomó algo de tiempo.
—Sí. Hay demasiados.
—Sí, las noches de inviernos son muy oscuras. De noche esto es demasiado problemático para pescar salmones. –Confesó Diarmuid.
—No sabía que sabias ahumar pescado.
—Emiya me enseñó una vez.
Las cejas de Arthur se fruncieron un instante muy breve.
—Oh, ya veo…-Dijo Arthur suavemente. – Tu… estas pasando el invierno con ellos.
—Sí…no hay como negársele a Cú chulainn- Diarmuid suspiró. No tenía frio, pero tenía que vestirse, no quiera mostrarse desagradecido si habían cosido aquel abrigo para él.
Cuando Arthur se volvió verlo, discretamente encontró la imagen de Diarmuid un poco diferente, completamente vestido lucia hasta normal y natural; como un apuesto hombre de alguna de las villas, pero el lunar seguía allí y no podía evitar parpadear más de lo normal por ello.
—¿Podrías cubrírtelo, por favor? –Dijo el rubio, al punto del amor se refería. Diarmuid buscó en su cabello, pero no encontró ninguna alga o alguna hoja pequeña para cubrirlo, así que fue al lago y hurgó en la orilla un pequeño trozo de alga que se colocó en la mejilla.
Luego volvió a mirarlo, pero al hacerlo sintió cierta vergüenza. No sabía por qué mirar a Arthur le causaba esta inseguridad, pensaba en la última vez que compartieron palabras y eso le traía un horrible recuerdo. Algo de ansiedad se filtró a través de su corazón, pero no tuvo tiempo ni deseos de manifestarla.
—Gracias, y lamento importunarte –Le respondió Arthur. Ambos se miraron a los ojos, o eso intentó Diarmuid al tomar la canasta llena.
Diarmuid sonrió de lado, realmente que lo vieran desnudo era el menor de sus problemas en ese momento, no era como si aquello no hubiese pasado antes, pero con Arthur se sentía diferente, era una sensación de vulnerabilidad que no solía experimentar a menudo, casi nunca y ante los ojos del rubio se exponía de una forma sobrenatural.
—No me eres inoportuno, solo…me sorprendí de verte.
—Puedo decir que también me sorprendí en verte –Comentó Arthur para sí mismo, pero había demasiado silencio entre ellos, no escuchaba insecto ni animales cerca, así que sus palabras fueron mucho más claras. Diarmuid sonrió con cierta travesura ante ello, lo había visto desnudo, suponía que eso sorprendía a más de uno.
Se silenciaron por un instante, mirándose, acostumbrándose a verse a los ojos, Diarmuid tenía un color de ojos que Arthur no había visto antes, eran como dorados como la miel que le gustaba tanto a las hadas.
—…¿Deseas…-Diarmuid habló suavemente- decirle algo a Cú?
Arthur parecía haber podido tocar esta realidad y parpadeó. Realmente no tenía que decirle nada.
—No. Solo deseaba hablar con él ya que se encontraba cerca- Dijo honesto. No encontraba razones para mentirle- No te quitaré más tiempo.
—No tengo problemas. -Apuntó Diarmuid casi al momento, Arthur apretó un poco los labios, luego el Kelpie agregó- Te ves cómo alguien muy solitario ¿me equivoco?
Arthur no respondió al momento, solía tener muchas personas antes a su alrededor, pero estas…se había marchados, unos antes, otros para siempre.
—Sí. Digamos que puedes considerarme así. –Le respondió sonriendo con cierta timidez- No es que lo deteste la compañía, pero, a veces …es agradable hablar con alguien.
Y Diarmuid suponía que Cú era una buena opción para hablar, después de todo era un tipo alegre y …carismático, mas, aunque aquello podía ser verdad, no sabía por que experimentaba malestar, quizá por que Diarmuid deseaba poder solo hablar con Arthur.
El Kelpie asintió pensativamente, su mirada cayó un poco.
—Diarmuid…-Arthur lo llamó con una voz suave, en ese momento levantó la mirada para atenderlo – No quiero quitarte más tiempo, dispensame. ¿Podríamos encontrarnos para hablar en otro momento?
Aquella propuesta dejó a Diarmuid por un instante flotando en la ignorancia, pero se esforzó por no demostrar su sorpresa y claro, incipiente agrado por la idea. Nuevamente, sentía como si Arthur pudiera leer su mente.
—Mañana extenderé mi red en el Lago del Sauce, luego debo entregarle la red a Emiya, he podido reparar la mía, así que creo que es momento de devolverla.
—Si…-Diarmuid respondió cauteloso. Asintiendo con una sonrisa muy suave en sus labios.
—Bien…estaré en la mañana. –Le informó y pronto dio algunos pasos hacia atrás para retirare, pero no se fijó muy bien donde pisar dentro de tanta nieve y raíces, por suerte, Diarmuid fue rápido y le sujetó con una de sus manos por el hombro.
La oportuna acción salvó a Arthur de golpear la cabeza con una rama detrás de él. Diarmuid tenía mucha fuerza, debía admitir, pero también era de esperar. Sus manos seguían siendo tan frías como antes, pero ahora era un poco diferente, cuando aquella aura deseaba entrar Arthur logró impedírselo, sin embargo, seguía estando allí la misma miasma de antes.
—Ten cuidado al regresar. –Dijo alejando la mano de su brazo tan rápidamente como le fuera posible. Arthur le agradeció. Se tocó el brazo y se dio cuenta como Diarmuid bajaba los ojos hacia los salmones en uno de sus brazos. – Ya…bueno, me despido.
Arthur asintió y sonrió un breve momento, inmediatamente Illya saltó hacia el hombro de Diarmuid y la imagen se le antojo bastante linda. Diarmuid se volvió y caminó lejos de él, lo vio agacharse para bajar por de una de las ramas y siguió caminando. lo sabía por qué se había quedado allí…de pie, mirando cómo se marchaba, se tocó el lugar en el hombro donde le había sujetado…estaba algo húmeda pero no encontró algunos remanentes de dolor punzante.
Quizá…podría saber más de Diarmuid el día de mañana.
Chapter 6: 6
Chapter Text
El día en que Arthur había asegurado extender la red estaba nevando plácidamente y sin prisa, había estado de esa manera durante la noche y caminar era un asunto complicado, el paisaje de aquel lugar era inmaculado y gélido, más tomaría tiempo para que el lago se congelada, sin embargo, el agua era peligrosamente fría y Arthur tenía que tener cuidado de cómo moverse en el bote, no quería caer a la corriente y terminar lastimosamente congelado. Antes de adentrarse en su tarea echó un vistazo desde la seguridad de la orilla. El agua estaba tranquila e imperturbable, pero Arthur pensaba que allí había algo más.
Pocos momentos después cuando iba a caminar bajo las raíces del sauce escuchó algo emerger tan lenta y mesuradamente que apenas y hubo una perturbación en la superficie, Diarmuid asomó la cabeza hasta que el agua logró descubrir su boca para hablar, pero fue Arthur quien hablo.
—Diarmuid…has venido. ¿No tienes frio?
Diarmuid frunció un poco el entrecejo por que no comprendía la pregunta, pero dijo que no. Se deslizó hábilmente hacia un lado, cerca de donde estaba el bote de Arthur y esto obligó a Arthur a moverse también.
—No esperaba que aparecieras en el agua. ¿Dónde dejaste tus ropas?
—En la roca. –Respondió el otro- ah, bueno, realmente parecías que me esperabas aparecer en el agua.
Arthur se vio descubierto, ciertamente pensaba algo así, porque en la mayoría de las ocasiones había sido de este modo. Asintió con la cabeza, mientras de movía cuidadosamente por las raíces del sauce para saltar al bote. Encontró a Diarmuid aguardando desde un costado de la estructura.
—Espero no estés completamente despojado de tu ropa.
—Es muy difícil nadar con ellas-Comentó Diarmuid alejándose un poco el bote que comenzó a moverse.
El agua era oscura debido a su profundidad, así que no podía ver más allá de su pecho desnudo, algo que Arthur podía tolerar. Arthur no podía pedirle que se vistiera ya que lo encontraba razonable, así que lo dejó estar, deslizándose en la medida que el bote se movía.
—¿Puedo preguntarte algo? –comenzó Arthur. Diarmuid lo miró con suma atención. - ¿Estas…caminando en el agua? ¿Cómo puedes contra esta corriente?
Diarmuid que jamás había podido mantener una conversación de este tipo por un momento se examinó a sí mismo. Sus brazadas y los movimientos de los pies.
—No. Solo me deslizo. –Él tampoco sabía cómo explicar aquello que le resultaba tan natural. Cuando Arthur amarró el bote a la roca se acercó un poco a este apoyando los brazos del borde- solo hago brazadas y patadas. Como ya debes saber soy mucho más fuerte de lo que aparento.
—Sí. Desde luego me di cuenta. –Le repuso Arthur moviéndose, haciendo sus oficios dentro del bote. – Solo que se ve tan fácil.
—Lo es –Corroboró Diarmuid-
Arthur emitió un sonido algo difícil de interpretar y como se había girado fue imposible para Diarmuid admirar su expresión.
—Bueno, para ti luce muy natural. –Incluso en el agua fría, Diarmuid ni parecía estar cercano a tiritar solo estaba allí moviendo los brazos perezosamente.
—Infiero que no sabes nadar.
—Ah…no-Reconoció Arthur. – Bien sabes, que se nos prohibió estar cerca de los rios o lagos… así que nunca aprendí a nadar. -Explicó el caballero, tomando la red para encontrar uno de los extremos.
Diarmuid encontró aquello muy razonable.
—Es fácil de hacer. –Diarmuid se deslizó un momento a la roca, y fue un movimiento tan fluido que apenas provocó un chapoteo. – Puedo enseñarte si así lo deseas.
Arthur que no había quitado los ojos de la red hizo otra vez aquel sonido.
—Muy bien, cuando la nieve se descongele y el agua sea más cálida puedes enseñarme –Le respondió Arthur para sorpresa del Kelpie que arqueó las cejas.
—¿De verdad? – había dicho aquello sin realmente una expectativa, pero Arthur había respondido con tanta seriedad antes su oferta que no pudo sino extrañarse.
—Sí. Dijiste que podías enseñarme; ahora el agua está muy fría, si lo hacemos ahora podría enfermarme. –Le respondió el caballero, y pronto le extendió un extremo de la red.
Diarmuid aún no entraba en su estupefacción, por tanto, tardó en recibir la herramienta.
—Está bien. Sí. El agua esta fría –corroboró el, aunque no podía sentir frio. Tomó el extremo de la red y esperó instrucciones.
Arthur estaba inclinado hacia el borde del bote para poder hablarle, se sintió claramente intimidado por los claros ojos, como el color de las manzanas, pero Diarmuid se mantuvo firme.
—Por favor, extiende la red hacia el sauce. –Diarmuid solo asintió y se deslizó con destreza envidiable hacia aquel extremo, mientras Arthur ataba el otro extremo a la roca y logró ver la ropa de Diarmuid colocada a un lado, tenía ese mismo abrigo verde, camisa y pantalón, pero sin zapatos. Suponía que le resultaría algo incómodo.
Cuando retornó al bote, Diarmuid nadaba hacia él. Luego de ello le pidió que lo ayudara a estirar un poco más la red para evitar nudos. El proceso fue transcurrió con tranquilidad en donde ninguno de los dos emitió palabra alguna, Diarmuid internamente emocionado por aquella nueva promesa y Arthur pensando en lo que había hecho, pero no tenía ánimos de arrepentirse, después de todo nadar era algo que deseaba aprender, y que pensaba jamás lo ejecutaría.
La punta del bote llegó hacia la raíz del sauce y Arthur emitió una risa al ver el nudo que tenía. Diarmuid arqueó la ceja y rápidamente quiso saber el motivo de su diversión.
—Has hecho muchos nudos –Le dijo apuntando hacia esto uno sobre el otro.
—Sí. No quería que se soltara, la corriente es fuerte.
—Es verdad… pero será complicado de desatar en su momento. ¿Quieres que te enseñe a hacer un nudo?
Diarmuid parpadeó y se acercó con cuidado de no salpicarle a Arthur el agua, este se inclinó un poco hacia un costado, cómodamente para poder quitar el nudo y hacerlo de nuevo. Diarmuid se apoyó de la raíz en la orilla, mirando los dedos de Arthur, allí vio las cicatrices de sus nudillos. Habilidosamente deshizo los nudos no sin antes enfrentar dificultades, luego pidiéndole toda la atención a Diarmuid procedió a pasar la cuerda de aquí y allá alrededor de la raíz y pronto alrededor de la misma cuerda, pronto tenía un nudo totalmente diferente al que había hecho.
—¿Podrías hacerlo de nuevo? –Preguntó Diarmuid. Arthur lo miró, asintió y deshizo el nudo solo jalando un extremo para sorpresa de Diarmuid, luego repitió el proceso aún más despacio bajo los ojos atentos de Diarmuid que se aceraba para examinarlo con detalle, pero en la medida que se acercaba a examinarlo su rostro y el de Arthur se acercaban, evitó que ambas mejillas se encontraban en el momento junto cuando Arthur finalizó el nudo.
—Con algo de practica podrás dominarlo. –Comentó Arthur alejándose dentro del bote dejando a Diarmuid en el agua admirando el nudo. Arthur ahora lo admiraba a él y se le atojo una imagen de lo más tierna.
Arthur sonrió, pero pronto recordó algo que provocó que la sonrisa no perdurara, fue pues que miró hacia las ramas del sauce con actitud seria y se levantó para colocarle el nudo del bote en la raíz del sauce. Había terminado antes de lo esperado y todo gracias a la ayuda del Kelpie, ahora no sabía muy bien que hacer…
—¿Pasa algo malo? –Arthur escuchó a Diarmuid que se había apoyado al borde del bote. El rubio bajó la mirada hacia él.
—No es nada. Solo…
—¿Solo…?
—Hum, bueno, gracias por tu ayuda. –Arthur no confesó lo que estaba pensando, solo se sentó de nuevo el bote, como en espera de algo de cualquier cosa. Diarmuid ladeó el rostro mirándolo en silencio.
—¿Puedo preguntarte algo? –Se animó el Kelpie. Arthur sintió una pisca de inquietud, pero asintió con la cabeza. - ¿Estas bien?
—Ah…-La duda atravesó la mirada de Arthur. Claramente no comprendía -¿a qué te refieres?
—Hace unos días cuando te toque, parecía que iba a morir de dolor. –Explicó –Pero ahora parecer estar bien.
Las cejas de Arthur se arquearon un poco, su expresión volvió a la calma.
—Sí. Estoy bien. –Le respondió- he asimilado tu aura y he tenido tiempo para poder depurarme de ella adecuadamente. La primera vez siempre es dolorosa.
Ambos se miraron en silencio, luego Diarmuid arrugó un poco la expresión de su rostro como comprendiendo algo.
—Lo siento. –Le dijo entonces. – No era mi intención causarte todo esto.
—Basta. No te disculpes. No quiero recordar lo que sucedió. –Le dijo firmemente. – Ya lo que pasó, pasó. Ahora estoy mejor.
—¿En serio te sientes cómodo estando conmigo?
Arthur arqueó ambas cejas y luego señaló a la esquina de su ojo derecho.
—Sin duda tu lunar es un pequeño inconveniente, pero te encuentro muy agradable, claro. –Explicó Arthur- pareces alguien tranquilo con quien se pueda hablar.
Diarmuid frunció el entrecejo mirando a Arthur; por un momento no quería creer en sus palabras, aunque una parte de él quería hacerlo, quería pensar que Arthur era sincero con él.
—No me crees. –Apuntó agudamente el rubio, pero no parecía realmente molesto. Viéndose descubierto Diarmuid apretó los labios y bajó los ojos. - ¿Por qué no me crees?
Diarmuid no respondió.
—Crees que estaría hablando contigo en un bote, rodeado de agua fría si no me parecieras alguien agradable. -Le preguntó Arthur tranquilamente. Suponía que el hecho hablaba más que las meras palabas- Estoy agradecido que me hayas ayudado con la red.
Diarmuid se deslizó un poco hacia el agua y Arthur pensó que le había dicho algo que no le gustó.
—Parece que no estás acostumbrado a que te expresen gratitud –apuntó Arthur y encontró los ojos de Diarmuid muy tímidos como para sostenerle la mirada.
—No creo que debas estar agradecido conmigo cuando fui yo quien te ocasionó tantas amarguras –Le replicó lentamente el Kelpie. Arthur se inclinó un poco para poder escucharlo bien puesto que hablaba con cierta inseguridad.
—Tonterías –soltó el rubio con un ademan de la mano, aquello dejó a Diarmuid un poco aturdido – Te has disculpado y te he perdonado. No hay nada de lo cual deba recriminarte. Lo mejor sería olvidarlo. No es como si quisieras causarme más amarguras ¿¿o sí?
—¡No, por supuesto que no! -La voz de Diarmuid se excitó y su pecho salió un poco más del agua tranquila. Arthur alisó su expresión al verlo, algo que ocasionó que Diarmuid se sintiera muy expuesto.
—Entonces eso es más que suficiente. –Dijo sencillamente.
—¿Cómo puede ser así?
—¿Cómo “así”?
—¿Cómo puedes olvidarte de eso tan fácilmente?
—No es fácil, pero tampoco es imposible. Solo decido no hacerlo. No me gustaría guardarte rencores. No creo que te los merezcas.
—Me los merezco. –Apuntó Diarmuid.
Arthur buscó mirarlo a los ojos.
—Pues entonces, decido no dártelos.
—¿Qué?
—El rencor.
Diarmuid arrugó el entrecejo y se llevó las manos a la cabeza; hablar con Arthur a veces resultaba un tanto complicado, porque la verdad era muy sencillo. Era muy claro y eso a Diarmuid le parecía muy sospechoso. No podía ser posible que fuera sincero, pero Arthur lo era y aquello era algo que el Kelpie no había podido esperar ni de dimensionar.
—No te atormentes con esto. -Sintió entonces los dedos cálidos sobre su hombro húmedo, a pesar de estar vestido con guantes de tela, podía sentir la calidez de allí- Si piensas mucho en ello te amargaras. Te he perdonado ahora. Solo falta que logres perdonarte a ti mismo.
Ahora Diarmuid parecía asustado, pero no dio tiempo a demostrarlo cuando Arthur se levantó del bote.
—Basta ya de esta charla tan deprimente. Me gustaría devolverle la red Emiya ¿podrías acompañarme? No conozco el camino hacia su casa de este lado del bosque
Diarmuid lo miró saltar hacia la raíz del sauce y tomar un barril de madera en sus hombros, fue entonces que se movió, deslizados hacia la roca para subiera por esta y vestirse. Arthur le dio espacio; lo que se traduce a que no lo miró vestirse en la roca.
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El recorrido resultaba ser mucho más difícil de lo que Diarmuid recordaba, todo estaba lleno de nieve y era por tanto resbaladizo, por suerte, Diarmuid era un ser avispado y sus reflejos eran rápido. Había logrado salvar a Arthur de caer dos veces y debía admitir que sentía bastante bien por eso. Cuando llegaron al camino usual lucharon un momento con la nieve en el camino antes de encontrarse de cara al lago, había pasado aproximadamente treinta minutos de caminata cuando vieron la casita de Emiya a la distancia. Diarmuid para ese entonces se había ofrecido de llevar el barril con la red de Emiya, para él no representaba molestia.
Lograron ver las ventanas irradiar una luz dorada, seguro en el de la chimenea, pero esta luz se hacía más amplia y luego más pequeña, como si el fuego se avivara o se extinguiera de repente y continuaba esta dinámica. Pronto esto los alarmó y corrieron hacia la casa, Diarmuid dejó la red en la entrada antes de precipitarse a la puerta que abrió de un movimiento que hizo vibrar los tornillos. Paró en seco incapaz de entrar y cuando Arthur lo siguió atrás hizo una expresión consternada.
—¡Gilgamesh! –Arthur lo llamó. De repente todos volvieron hacia Arthur. Cú chulainn que estaba frente al aludido con varias espadas en su dirección y Emiya a su lado con la intención de protegerlo. - ¿Qué demonios intentas hacer?
Diarmuid arqueó ambas cejas ante aquel vocabulario.
—Pendagron ¿Qué haces tú aquí? No interrumpas. Castigo a este infiel por abofetear mi consideración.
—¿Qué? –Diarmuid ahora parecía estupefacto. Mirando las espadas de todo tipo, apuntando hacia Cú. - ¿Qué ha pasado? – Diarmuid observó a Cú con ojos imperantes.
—¡Solo he dicho que no voy a ir a la reunión frente a la fogata! ¡Es todo!
—Ingrato mestizo, las hadas me han pedido que te invitara, menudo amargado. Y tu Diarmuid –Las espadas cambiaron de dirección hacia este que se echó para atrás por un momento, pero temía que de si se movía mas lo empalara allí mismo- ¡También debes ir! ¡Han expresado su deseo de invitarlos!
—Pe…pero
—Pero ¡que!
—Cú chulainn ha dicho que no quiere ir. –Intervino Emiya seriamente. Arthur sabía que se encontraba furioso. – No puede obligarlo a ir.
—¿Me estas retando, druida? –Inquirió Gilgamesh levantando el mentón con clara advertencia. Sus espadas mágicas rodaron hacia ellos dos nuevamente. Arthur que también comenzaba a sentir las primeras señales de la ira hizo una expresión de disgusto.
—Esto es una falta total de respeto. –Dijo entonces - ¿No puedes aceptar un no como respuesta? Sin dudas tu carisma ha ido empeorando con los años.
—Mi carisma está perfectamente bien-Replicó el rubio de ojos rojos- Cuida, pues tus palabras, Pendragon. Esto no es un tema de diversión. Los habitantes de este bosque deben participar en la ceremonia.
—¿A razón de que? Hace muchos inviernos que no se emplea aquella reunión ¿Por qué motivo me convocas para lidiar con hadas maniáticas y osadas? –Se lamentó Cú levantándose. – Yo no puedo participar de la ceremonia ya no habito en el lago.
—Ah, de cualquier forma, te ves involucrado. -Dijo tensamente Gilgamesh mirándolo - indiferentemente el camino que has tomado habitas en este bosque
Luego sus ojos rojos se enfocaron en la figura de Emiya que le desafiaba silenciosamente con la mirada. Pronto volvió a ver a Diarmuid que por un momento se sintió atravesado por alguna de estas lanzas.
—No ignoren lo que ocurre a su alrededor, los fuegos fatuos van en aumento. Esto no es una buena señal, algo pasa en este bosque y preservar la paz en este lugar no es solo tarea mía, sino de todos ustedes.
—¿Qué ha sucedido? –Intervino Diarmuid, ahora todo el temor de una puñalada pasó a segundo plano.
—Aun no lo sabemos, pero las hadas están muy nerviosas. Atalanta no deja el tema de los fuegos fatuos y sinceramente a mí se me antoja bastante insólito. –Respondió Gilgamesh- Han aumentado en menos de unos meses, no hay signos de enfermedad en los pueblos como para explicarlo por medio de una epidemia.
—No comprendo…-Intervino Arthur.
Gilgamesh lo observó sin ansiedad en su rostro y pronto las espadas desaparecieron sumergiéndose nuevamente en su aura dorada.
—Los fuegos fatuos son las almas de los infantes muertos de forma dolorosa y trágica –Le explicó Gilgamesh. – Normalmente puede aparecer luego de su fallecimiento, si este es doloroso el alma deambula por los bosques, las hadas se encargan de ellos, juegan con ellos, y los cuidan hasta que desaparecerán, sin embargo, su número se ha vuelto anormal, y las hadas no se dan abasto.
Arthur sintió un escalofrío recorrerle la nuca y pronto el color abandonó su piel.
—Este fenómeno no puede ser ignorado. –Le manifestó mirando a Cú chulainn. - Veo que ahora tienes un nido de amor, pero si quiere mantener la paz que habita en este lugar te sugiero poner de tu parte y dejar tus resentimientos contra ellas para solucionar esto.
Cú hizo mala cara, pero pronto sintió la mirada de Emiya sobre el con algo de compasión.
—Todos deben asistir. –Gilgamesh también observó a Diarmuid, este tragó saliva. Luego el Gran druida se detuvo mirando a Arthur con altivez y sonrió- He dicho todos.
—¿Qué? –Arthur dio un salto en su sitio- ¿Qué?
—Tú también debes, eso te enseñara a controlar tu lengua ante mí. –Le replicó odiosamente el rubio- Usa solo tu lengua para besar la mía o alabarme.
Todos quedaron estupefactos ante aquella exclamación y Arthur enrojeció de pura indignación.
—Eres verdaderamente un completo atrevido. –Gruñó Arthur con sus ojos flameante. Diarmuid no le gustó aquella expresión en su rostro. Gilgamesh alzó el mentón muy divertido.
—Tu don tal vez pueda ser de ayuda. –Dijo el Druida. – Hay algo oculto aquí y tú eres bueno para armar rompecabezas.
—Pues te deseo mucha suerte tratando de averiguarlo por su cuenta-Desafió Arthur y estaba por lo que Emiya sospechado a punto de enzarzarse en un duelo a palabras o agudas miradas contra el Druida. – Eso te enseñara a mantener tus modales, su alteza
Gilgamesh se rio a garganta batiente, le divertía provocar la ira de Arthur, era una faceta que casi nadie conocía y que él está gustoso de exponer con tal de sacar el león que habitaba dentro de aquel corazón noble.
—Mis modales se guardan para aquellos que se lo merecen.
—Eres un hijo de…
—Gilgamesh-Diarmuid intervino rápidamente- ¿Dónde y cuándo será la ceremonia?
Gilgamesh guardó silencio con una sonrisa peligrosa en los labios, había cierta travesura en sus ojos mientras deslizaba la mirada de Arthur a Diarmuid.
—Sera en la luna nueva. Al pie del árbol Sagrado. –Le respondió y se cruzó de brazos – Vistan de blanco o vayan desnudos…Me es completamente indiferente.
Gilgamesh caminó pasando entre Diarmuid y Arthur hacia la puerta. En un micro segundo, Arthur y Gilgamesh intercambiaron miradas. Cuando cruzó la puerta y esta se cerró todos soltaron un suspiro y el mundo parecía que volvía a respirar tranquilamente. Todos intercambiaron miradas expectantes, silentes y llenos de una incertidumbre tacita.
Emiya se levantó y se deslizó hacia la chimenea para arrojar algo más de madera, ya que al irse Gilgamesh el calor se había marchado con él. El sonido de las brasas elevarse devolvió la capacidad de hablar a todo.
—¿Qué rayos fue eso? –Preguntó Diarmuid acercándose a Cú. Arthur no se movió de la puerta. Pronto Cú se explicó de lo que sucedió. Como no le agradaban las reuniones de las hadas lo primero que hizo fue negarse sin escuchar primero. – Te he dicho que no puedes andar de apresurado con Gilgamesh. Escucha antes de hablar, por Morrigan… harán que te maten un día de estos.
Emiya estaba de acuerdo con Diarmuid a pesar de que no le agradaba para nada este Druida que había entrado a su casa y amenazado con más de quince espadas diferentes.
Cú asintió ante los regaños de su primo, pero luego su atención fue a parar hacia Arthur que se encontraba mirando hacia la ventana por si Gilgamesh se le ocurría regresar, aunque lo dudaba no era su estilo el devolverse.
—¿Y él? ¿Por qué no lo regañas a él? ¿Lo viste? Estaba contrapunteando con Gilgamesh sin temor a que le volaran la cabeza. –Le susurró Cú a su primo que arqueó ambas cejas, se refería a Arthur, obviamente. Se miraron en silencio y pronto Cú sonrió con cierta picardía, pero solo quedó allí cuando Emiya le jaló de la mejilla.
—No vuelvas a hacer eso –Le dijo, Cú se lamentó ante el dolor – Podías haber salido herido…
Cú se sobó la mejilla castigada, pero no dijo nada. Ahora se sentía muy arrepentido, no solo debía asistir, sino que estaba seguro que Gilgamesh los arrastraría a todos allí. ¿Cómo esto se transformó en algo así?
—Lo lamento. Pero es que seguro estará Medb allí.
—¿Esa Medb? –Preguntó Emiya, a lo que Cú se mordió la lengua y sus ojos se pusieron blancos de solo imaginar a Emiya y a Medb en el mismo lugar. Casi le dio una convulsión espontanea. – Cú…
—Creo que le dará un ataque. –Apuntó Diarmuid sacudiéndolo. Cú negó con la cabeza fervientemente.
—No. Quiero. Ir.
—Eres como un niño pequeño a veces- Dijo Emiya mirándolo hacer caras de sufrimiento. Le acarició el cabello sedoso con cierta ternura.
—Pero Gilgamesh tiene razón –Apuntó Diarmuid seriamente. - Si las hadas han invocado la gran hoguera, es porque esto es algo extraordinario…algo que escapa de sus habilidades. Los fuegos fatuos aumentan y perturbaran a otros seres en el bosque si no hacemos algo.
Pronto Cú tornó su rostro serio pesando. Emiya dejó de acariciar su cabello y cuando escucharon un ruido se dieron cuenta que Arthur había traído al interior de la casa el barril con la red. Emiya fue pronto a ayudarlo y ambos la colocaron a un lado. Diarmuid lo miró.
Ahora el rubio parecía haber recuperado su expresión serena y hermosa. Lo vio sacudirse la nieve del cabello. Sus miradas se cruzaron por un momento y algo en Diarmuid le decía que debía de disculparse por involucrarlo en esto.
—Arthur. Lo siento, te hemos metido en esto. –Pero Arthur frunció el ceño un momento y lo hizo callar con un movimiento de su mano.
—Yo solo me he metido en esto –Le replicó.
—Ahora tendrá que venir a la ceremonia con nosotros –Apuntó Cú sentándose con las piernas cruzadas junto al fuego. - ¡ah! ¡Puede ser tu compañero en la danza! ¡Es mucho mejor que las hadas!
—¿Hum? –Emiya y Arthur manifestaron su confusión. Era de esperar, no sabían nada a cerca de aquella ceremonia. Diarmuid sintió unas ganas de llenarle la boca de algas a su primo inoportuno, pero sabía que lo hacía para molestarlo.
—¡Cú…! Basta. –Diarmuid apretó los labios, y una corriente nerviosa a travesó su cuerpo. Arthur entornó la mirada, dejó salir un suspiro y miró a Emiya.
—Te he traído la red. Muchas gracias –Emiya asintió con la cabeza, quería ofrecerle el quedarse un momento más, pero algo le decía que no lo hiciera, Arthur estaba mirando mucho hacia la ventana- Ya…me tengo que ir.
Aquellas palabras perforaron el pecho de Diarmuid, no sabía por qué, pero no quería que eso sucediera, pero no existía fuerza sobrenatural que detuviera a Arthur o por lo menos eso pensaba cuando lo vio colocarse la capucha.
—¿No quieres quedarte a tomar algo caliente antes de irte? –Preguntó Emiya como si hubiera leído la mente de Diarmuid. Arthur lo miró, pero negó con la cabeza.
—Tengo que irme ahora, no quiero encontrarme con los fuegos fatuos de noche. Además, me encuentro cansado
—Llevate mi caballo, entonces. –Le dijo Emiya avanzando hacia la puerta. Arthur agradeció en silencio y ambos hombres salieron de la casa, no sin que Arthur se despidiera de Diarmuid con una mirada silenciosa y llena de algo parecido a la gratitud.
Cuando Cú y Diarmuid estuvieron solos, este último sintió que le palmoteaba el hombro y lo miraba con fijeza tal que le perforaría la cabeza en cualquier momento. Diarmuid le devolvió la mirada con cierto reproche. Pero Cú le sonrió y sus ojos se volvieron rendijas finas, por un momento el rostro de Diarmuid se llenó de color, pero no dijo nada, no se sentía capaz poder decir algo, cuando al parecer Cú había logrado verlo, mas ahora se sentía arrepentido de no ser lo suficientemente valiente o atrevido como para ofrecerse a acompañar a Arthur, al parecer lo esperaba, pero él no tenía el valor, demasiado turbado en su culpa.
Cú le consoló y le ofreció un té caliente en la espera que Emiya retornara.
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Por suerte, esa no fue la última vez que se vieron y esta vez fue Diarmuid quien tomó la iniciativa de esperarlo en el Sauce, la nieve se acumulaba en las raíces, pero el Kelpie que no tenía calzado no sentía la necesidad de protegerse del frio. Había fuegos fatuos apareciendo intermitentemente en la superficie del agua, en las rocas y en la orilla juntos a los árboles. Era escurridizos y algunos se acercaron para provocarlo, pero Diarmuid era inteligente y no les prestó la más mínima atención.
Cuando escuchó los pasos de un animal aproximarse a donde él se encontraba se asomó por el tronco del sauce y observó el caballo blanco de Arthur, tenía pues un porte tan majestuoso que podría confundirlo con el caballo de un rey o un noble, Arthur tenía un abrigo blanco, grueso, con líneas azules y una capucha del mismo color. El animal al percibir la presencia del Kelpie se detuvo abruptamente y cambió de dirección a pesar de que Arthur tenia aferrado bien las riendas.
—Ah. ¡Diarmuid! –Por un momento el caballo se inquietó y casi se levanta en sus patas traseras. El Kelpie se alejó, ocultándose detrás del sauce y solo entonces el noble caballo se tranquilizó, se alejó un poco de la orilla para poder mantenerlo tranquilo, de pronto pequeñas iluminaciones se asomaron en la orilla y Arthur estuvo un momento muy quieto sobre el corcel, acariciando su lomo.
Los fuegos no acercaron demasiado al animal, y se alejaron un más cuando Arthur descendió de este, la nieve le cubrió los pies y caminó con mucha paciencia hacia el sauce, donde encontró se con Diarmuid, este tenía un abrigo diferente, era de un color parecido a la arena y había cubierto su lunar con un trozo de alga.
—¿Tu caballo estará bien? –Preguntó Diarmuid al verlo. Arthur entornó la mirada y asintió, luego se ocupó de notar las luminiscencias sobre el agua.
—Hay muchos –Apuntó en un susurro luego miró a su bote con más interés, este no tenía nieve acumulada, algo muy extraño, pero rápidamente concluyó que el castaño tenía algo que ver. Diarmuid asintió mirándolos también, parecían bailar en la superficie. Arthur los observó por un momento- ¿y …que haces tú aquí?
Diarmuid se sintió atravesado por aquella pregunta, y vio como Arthur saltaba hacia su bote que estaba amarrado debajo del sauce.
—Pensé que necesitarías ayuda para recoger tu red –Le explicó Diarmuid y decía la verdad, pero había algo más que la simple consideración. Arthur se sentó, pensó un momento y asintió
—Sí, me vendría bien tu ayuda. –Concordó este. Diarmuid sonrió un poco, tomó los pliegues de su abrigo dispuesto a desnudarse para entrar al agua, pero Arthur rápidamente lo detuvo diciendo – Oh, no, no tienes que hacerlo, ven, acercate, siéntate aquí –Le apuntó rápidamente hacia el bote.
—Pero será más fácil si te asomó los peces. –Repuso el otro con extrañeza- ¿Cómo poder ayudarte si estoy en el bote?
—Solo ven. –Le dijo Arthur con un ademan de la mano. Diarmuid dudó por un momento, luego con mucho cuidado de no resbalar se subió al bote y se sentó con cautela. Arthur le sonrió cuando estuvo allí, se veía muy diferente…su cabello estaba ligeramente húmedo y brillante, vestido era como un humano normal- ¿Has estado esperando por mucho tiempo aquí?
Los ojos de Diarmuid bajaron hacia sus pies un breve momento antes de responderle.
—No mucho tiempo-Mintió. Ambos intercambiaron mirada, Diarmuid sentía que Arthur podía ver a través de su mentira y por ello le sonreía con cierta picardía. Pero Arthur no era un torturador.
—Ya veo. Por favor, ayudame a jalar la red al bote. –Le dijo pronto y ambos pudieron manos a la obra.
Con algo de dificultad debía decir, puesto que en el momento que asomaron la cabeza hacia la superficie del lago para tomar la red las iluminaciones flotaron frente a sus ojos como para llamar su atención. Esto a Diarmuid le irritó, aunque fue muy bueno ocultándolo, sorprendentemente la red no tenía muchas peces cuando la examinaron. No esta demás decir que esto no representó nada para Diarmuid y su descomunal fuerza.
—Son los fuegos fatuos –apuntó Diarmuid- su luz hace que la red sea visible y los peces se asustan por la luz
—¿Por qué hay tantos?
Diarmuid negó con la cabeza, él no tenía la respuesta.
—Hace algunos inviernos ocurrió algo similar, pero eso fue hace mucho tiempo. Las hadas invocaron a la ceremonia del fuego para poder “apagarlo”-
—Hablas de aquella ceremonia, la que dijo Gilgamesh.
—Sí. –Corroboró Diarmuid. - ¿Conoces a Gilgamesh? –La preguntó sonó un tanto sorprendida, aunque Diarmuid se esforzó por no demostrar demasiada curiosidad.
—Sí… hace algunos años se presentó ante mí. –Le respondió. No había ningún sentimiento especifico en su voz. Lo más plana posible – es muy molesto. –Admitió arrugando la nariz- presumido e indiscreto.
Diarmuid resopló una risa contenida, sin duda, no se hubiera imaginado escuchar Arthur decir aquellas cosas tan poco corteses, pero le resultó bastante acertada y algo divertido asintió.
—Pues no es dueño del mejor carácter –Le corroboró Diarmuid.
—Es una forma amable de decir que es insoportable –Le apuntó Arthur con una sonrisa. Diarmuid sonrió y no recordaba que sonreír le hiciera sentir tan ligero. Arthur también lo hizo y su rostro se tornó mucho más amable para decir – Mis padres lo conocían mejor que yo, les daba consejos y augurios, a pesar de tener un carácter difícil, es sabio y justo.
Diarmuid miró hacia la superficie del lago y sintió aquellas palabras como verdaderas, no recordaba que Gilgamesh actuara de otra forma, o por lo menos no que el supiera, siempre había procurada preservar algo de paz en el Gran Loch y se involucraba cuando las situaciones podían llegar a ser insostenibles.
—¿Qué sucedió hace algunos años? ¿Me contarías?
Diarmuid regresó su atención a Arthur y asintió.
—Ocurrió exactamente lo que está ocurriendo ahora. Muchos fuegos fatuos invaden los bosques y el Gran Loch. Antes…muchos viajeros pasaban por las orillas y estos traviesos seres los obligaban a adentrarse en los bosques, lo hacían extraviarse, se caían en los lagos, tenían accidentes o se ahogaban. -Explicó. Solo entonces Arthur recordó las breves historias que había escuchado de sus padres o de sus vecinos en aquel entonces. Siempre se les advertía que no debía ir al Gran Loch o al bosque. -Pronto no solo asaltaba a los viejos sino a los seres del bosque y eso era algo que no se podía permitir o por lo menos a Gilgamesh no le gustaba. No es natural que tantos fuegos invadan un territorio.
—¿Es verdad que son almas de niños?
—Normalmente se cree que son almas de personas inocentes. Los fuegos fatuos hacen lo que hacen porque piensan que está bien, les gusta divertirse ¿Qué más puedes hacer en ese estado?
Ambos se miraron, pero no encontraron respuestas. Arthur suspiró un momento.
—¿Puedo preguntarte algo? –Comenzó Arthur y Diarmuid volvió a verlo con interés, asintió. El rubio no estaba seguro de hacer la pregunta- ¿Encuentras divertido ahogar a la gente?
Ambos se silenciaron, Arthur intentó mirarlo, pero falló bajando los parpados, pensaba había sido descortés, pero era la realidad y no podía ser tratada de otra forma.
—No es la palabra que usaría-Respondió seriamente Diarmuid después de un tiempo, observando la superficie del agua- No es divertido, pero en su momento siento mucha satisfacción o sentía…
—¿Ya no?
Diarmuid lo miró directamente a los ojos y para su suerte, Arthur se encontró con su mirada.
—Ahora no lo sé. -Dijo bajando la mirada, Arthur lo persiguió con agudos ojos- No he atrapado a nadie en el Gran Loch últimamente. –Recordó, el ultimo habían sido esos dos incautos ebrios, recordarlos les hizo sentir mucho remordimiento. – No quiero hablar de esto. –Dijo repentinamente, levantándose.
—Está bien. –Concluyó Arthur, aunque estaba muy serio y Diarmuid lo notó, lo miró de pie y se sintió muy incómodo. – No tienes por qué hacerlo.
—Tú preguntaste. –Acusó Diarmuid.
—Me interesa saber de ti y esta es una realidad de tu persona. No esperes que lo ignore. –reveló Arthur, sus palabras a Diarmuid las percibió bastante duras, aunque no lo eran. Arthur no lo miraba y por ello era incapaz de observar el rostro en conflicto del otro. – Si no quieres hablar de eso, está bien.
—¿Por qué?
—¿…? –Arthur levantó la mirada con una interrogante en sus ojos verdes.
—¿Me odias? ¿Es eso? Seguro piensas que soy un ser repugnante y vil. –Le espetó el Kelpie. - Solo tienes que decírmelo.
Arthur entonces se levantó con actitud desafiante.
—Considero que eres un ser bastante resentido. -Le reveló Arthur categóricamente–Miserable y triste. –Diarmuid abrió mucho los ojos y sintió como si le clavaran una lanza en el corazón. – pero no te odio. Sí te odiara no estarías aquí conmigo en un lago de agua helada.
Diarmuid apretó los dientes y se sintió aún más confundido.
—No te entiendo. ¿Qué es lo que quieres de mí? –Exclamó el otro. Estaba a punto de tirarse al agua solo para cortar aquella conversación. No tenía sentido, no lo odiaba, pero le decía todo aquello.
—Quiero que dejes de hacerte daño.
—¿De que estas hablando? –Inquirió con leve temor, sus ojos lo admiraron con suspicacia y sospecha- No me estoy haciendo nada. Solo eres tú, tu haciéndome molestar.
—Puedes molestarte si así lo quieres, pero solo intento ayudarte.
—¿A qué?
—A que dejes de sufrir.
Diarmuid le clavó la mirada furiosa.
—Tienes que dejar de sufrir por hombres que están muertos.
Diarmuid se atragantó con sus propias palabras. Quería replicar y decirle que estaba equivocado. El no conocía nada de él. No tenía idea de lo que decía, que no estaba sufriendo y no tenía derecho de decirle eso. Podría ahogarlo allí con las manos alrededor de su cuello, sería tan fácil. Pero Diarmuid no pudo hacerlo. Había algo en su interior que se lo impedía. Sabía que Arthur conocía muchas cosas sobre él y pensaba que aún estaba conociendo más, porque aquellas mismas palabras le hicieron recordar a Cú chulainn.
Cuando el bote tocó la raíz de la orilla, ambos se tambalearon un poco, pero Diarmuid fue más hábil y se escabulló, le ardían los ojos y la garganta. Prácticamente saltó en las raíces hacia la orilla llena de nieve huyendo. Arthur dejó el bote, sin tiempo para hacerle el nudo y fue tras de él.
—¡Dejame en paz! –Le gritó Diarmuid volviéndose. - Deja de meterte en mi mente. ¿Por qué te importa lo que haga yo? No es asunto tuyo.
Arthur paró en seco. Quería responder, pero la expresión de Diarmuid era tan feroz que le asustó, aunque lo miraba firmemente. Diarmuid se volvió caminó unos pasos hacia adelante, cuatro pasos exactos y colapsó en la nieve con las manos en el rostro.
Un aura oscura se desprendía de su espalda, Arthur lo observó en silencio y lo escuchó sollozar. Era un sentimiento denso y sucio el que se manifestaba allí. Una combinación de lastima y compasión se filtró en los ojos del rubio. Diarmuid se arañó el cabello, prefería sentir dolor en cualquier parte de su cuerpo que en su corazón como dos lanzas incrustadas en su pecho.
—¿Por qué te importa una criatura como yo? No lo entiendo –Sollozó amargamente, gruesas lagrimas surcaban su rostro. - Estoy manchado. Por mi culpa…todo esto es mi culpa.
Un denso silencio se expandió sobre ellos, solo interrumpido por el suspiro de viento en sus oídos. Se escuchó la nieve crujir detrás de él, pero sus sollozos bloqueaban sus oídos que no se percataba de su alrededor. Dolía, dolía demasiado. No quería recordar lo que había sucedido, seguía tan claro a pesar de los años.
—Porque sé que no lo mereces y no es justo que te hagas esto y le hagas esto a los demás, no te hagas esto ti mismo. –Escuchó la voz de alguien a su lado, por un momento no la reconoció. Sintió algo caliente en el costado de su cuerpo – tienes que dejarlo ir.
—No puedo. –Diarmuid se abrazó a sí mismo, como atacado. Su cuerpo violado- No puedo. No. Yo los odio. Ellos me hicieron esto. Mataron a Cú…
Arthur que jamás había visto a Diarmuid en aquel estado, sintió una herida en su pecho, la sensación podía experimentarla; era muy dolorosa y visceral.
—Está bien. Podemos hacerlo poco a poco. –Repuso el hombre suavemente. Estaban muy cerca susurrándose en la nieve. El viento golpeó sus oídos, la nieve caía delicadamente sobre sus cabezas. - Ellos ya no están aquí, no pueden hacerte más daño.
Diarmuid no dijo nada, pero negó frenéticamente con la cabeza. Entonces sollozó de nuevo, se llevó las manos al rostro y cubrió sus labios por que no podría controlarse. Sentía muchas cosas, ira, remordimiento y culpa, una culpa infecciosa.
—Está bien. Tienes que dejarlo ir –Escuchó la voz de Arthur a su lado y algo lo cubrió de una tierna calidez. Se apretó a ella y lloró hasta sentirse agotado, derramando la agonía de su alma, le dolían los ojos y la garganta y la nieve cerca de él parecía derretirse.
Se detuvo paulatinamente, relajando sus músculos tensos y se dejó estar un momento, incorporándose, cuanto cansancio. Todo dolía, todo era pesado, pero también era muy cálido y consolador. Se movió reconociendo pronto que Arthur lo estaba abrazando y el por tanto también. Retrajo las manos cerca de su pecho.
—¡Lo siento! –Rápidamente dijo, tosió, con su garganta tensa. Arthur colocó una mano en su espalda- Lo siento…
—Está bien.
—Lo siento…-Volvió a decir Diarmuid agotado- No…
Apretó los labios, no podía hablar, había drenado una parte de él y ahora fue como si perdiera toda fuerza.
—¿Quieres…hablar de eso? –Le preguntó Arthur. Diarmuid lo miró con ojos endebles.
—¿hablar…?
Arthur lo miró por largos segundos ladeando la cabeza. Diarmuid bajó la cabeza, limpiándose los ojos.
—Está bien…será a tu ritmo.
Diarmuid asintió, sintiéndose un poco más …ligero. Se disculpó muchas veces a lo cual Arthur aceptó con cierta piedad. El también se disculpó por provocar aquello. Permanecieron un momento más sentados en la nieve sin darse cuenta que alguien los miraba en la lejanía.
Chapter 7: 7
Summary:
¡Estoy viva! jajaja solo algo cansada y deprimida, pero ¡aqui estoy de vuelta! ;D
Chapter Text
7
Sus encuentros se acentuaron aún más, Emiya le resultaba muy extraño que saliera en la tarde y volviera antes del anochecer, pero Cú chulainn que intuía mas o menos lo que ocurría le contó todo, a lo que el druida no hizo más que callar con cierta inquietud en su corazón… ¿era posible que Arthur permitiera que Diarmuid se acercara a él? No podría determinarlo, pero también advertía que, si algo le sucedía a Arthur por culpa de Diarmuid, Emiya no respondería de sus acciones. Cú jamás había visto a Emiya enojado, hablaba de estar realmente, realmente furioso y eso era algo que no quería descubrir.
Pero tenía un buen presentimiento de esto, la noche en que Diarmuid regresó, aquella noche, lo encontró cansado, de aspecto muy diferente a su vitalidad tétrica, podría decirse que durmió toda la noche, pero a la mañana siguiente se evidenció un ligero cambio, estaba ciertamente distraído, pensando concentradamente, no atendía a lo que se le preguntaba en primera oportunidad y trabajaba con extremada lentitud y cuidado. No era muy difícil concluir que algo había sucedido...
Cú evitó preguntar, porque si era honesto, le agradaba mirarlo con la cabeza en las nubes, pero al caer la tarde o al esperar que terminara de nevar, Diarmuid parecía llenarse de vitalidad al momento de anunciar que saldría a pasear. Cú quería acompañarlo, pero Diarmuid daba a entender que quería estar solo o simplemente se largaba rápidamente vistiendo su abrigo verde que arrastraba por el piso, eso de vestir aquellas prendas eran tan incómodo, pero había sido un regalo y no podía despreciarlo, no era un desalmado.
Una tarde de cielo blanco, Cu lo miró partir cruzando la cerca del jardín hacia el bosque. Siempre iba hacia aquella dirección y no era raro pensar el por qué, al parecer las cosas estaban mejorando, esperaba que así fueran, bueno, los “largos paseos de Diarmuid” le proporcionaban la suficiente privacidad para estar con Emiya y yacer juntos…pero esto no era lo único que lo contentaba, Cú realmente pensaba que esto era bueno para el Kelpie.
Pero, aunque Cú se hiciera ideas fantásticas con todos estos encuentros, la realidad era que Diarmuid no deseaba forzar nada. Tenía mucho que pensar respecto a su propio asunto y Arthur posiblemente no vería aquello como una oportunidad para algo más. Cuando se encontraba solo con él y habla sobre él, se sentía sumamente vulnerable. Arthur tuviera por ojos filosas espadas, al verlo, Diarmuid podía sentir que lo acariciaba suavemente con aquel filo.
Esas tardes habían pescado y además Diarmuid le contaba su experiencia terrible, lo sucio, infeliz y usado que se habías sentido, la vergüenza venenosa que experimentaba, todo por aquel lunar problemático debajo de su ojo que en su juventud había adquirido, ya no se acuerda como exactamente; pero la terrible experiencia, era algo que jamás podría olvidar. Arthur le aclaró que esas cosas no se olvidan y que tendría que vivir con ello, la idea atormentó a Diarmuid, pero Arthur lo apaciguó prontamente, asegurando que no tenía por qué preocuparse.
—Puedes contarme lo que quieras. Cuando lo hagas te sentirás mucho mejor, sé lo que te ha sucedido, pero hasta el momento no has expresado como te siente ¿verdad?
Ambos se encontraban debajo del sauce, sus ramas estaban cargadas de nieve, el caballo de Arthur paseaba lánguidamente cerca del lago y los peces se encontraban listos para llevar a casa.
—Pues…me siento terrible; enojado y angustiado. ¿De verdad quieres escuchar algo así?
Arthur le dedicó una de aquellas miradas atentas y un poco burlescas diciéndole ¿de verdad me estas preguntando eso? …Cuando ya había visto dentro de su espíritu.
—Todo comenzó cuando nos instalamos en un prado, no recuerdo que fecha era, pero nos encontrábamos en otoño, y nos quedaríamos a pasar el invierno allí. Existía por aquel tiempo una mujer, Sola, que estaba comprometida con un hombre; Kayneth.
Arthur asintió.
—Ella visitó nuestra tienda una tarde para ofrecernos sus servicios medicinales, y me vio.
—¿Tu lunar?
Diarmuid asintió.
—El resto fue historia; a partir de ese momento no quería separarse de mí, encontraba cualquier forma de toparse conmigo, era confiada y atrevida, me hacía regalos y deseaba estar sola conmigo, pero yo no podía, ella era una mujer comprometida y yo bueno…no me gustaba.
Arthur lo miró con suma atención.
—¿Te acosó por mucho tiempo?
Diarmuid asintió.
—No comprendo ¿Por qué solo ella te acosaba?
—Ah. Mi madre me lograba ocultar el lunar con una pintura, pero el día en que ella estaba allí, yo no la tenía puesta, no me había dado cuenta hasta que fue demasiado tarde.
—Comprendo.
—Eventualmente aquello no podía ocultarse y Kayneth, su prometido se enteró por las habladurías de los humanos de la comunidad, irrumpió en nuestra tienda y me acusó a mí y mi familia, por el bien de la comunidad nos expulsaron y todo por mi culpa.
Diarmuid se silenció y un recuerdo doloroso borró la luz de sus ojos y Arthur le proporcionó cierto confort al colocar su mano en su hombro devolviéndolo a la realidad bajo el sauce.
—No es tu culpa ¿Qué sucedió después?
—…Por un momento, pensamos que vivir apartados nos ayudaría y era así, al menos por un tiempo, pero Sola apareció una noche en el invierno, dijo que había abandonado a Kayneth y quería estar conmigo, quería que huyera con ella. ¡Yo no quería! Cú la corrió por que yo no podía, era tan cobarde y entonces ella se apuñaló en el vientre frente a nosotros. Dijo que no podía volver, no podía soportar la vergüenza de regresar sin mí, ya no tenía lugar en el mundo si no era conmigo.
—¡Yo la maté! La llevé a ello. ¡Y luego Kayneth apareció y todo fue de mal en peor! –Diarmuid se llevó las manos a la cabeza como si alguien estuviera pronto a golpearla – Me obligó a ir con él o quemaría nuestro hogar, no tenía otra opción, pero Cú no quería y me fue a buscar para rescatarme, pero aquello fue un error, corrimos hacia el lago, pero él nos encontró y sus hombres lo secundaron, dos de ellos ahogaron a Cú en la orilla del lago.
—Luego Kayneth fue por mí, me golpeó hacia las rocas de la orilla, pero su enojo y tristeza por Sola parecía haber desaparecido cuando estuvo conmigo, y luego me di cuenta que el había visto mi lunar y todo se sintió repugnante y espeluznante. Quería que regresara con él, y dejaría todo pasar, pero yo no quería, entonces…entonces, el…lo hizo. Él lo hizo. Lo hizo…
—Está bien, Diarmuid, ya pasó, no puede hacerte daño ahora.
—Luego me ahogó, sumergió mi cabeza en el agua y seguía haciéndolo, hubiera muerto felizmente ahogado, pero él estaba dentro de mí y no dejaba de moverse… -Sollozó y se cubrió el rostro con amargura- ¿Por qué no dejaba de moverse, Arthur? Era muy doloroso, dolía. Solo me quería morir…me quería morir.
Diarmuid no pudo continuar hablando cuando comenzó a sollozar y sintió como Arthur le cubría con su cálido cuerpo, también su ropa de gruesa tela le cubrió de la brisa fría.
—Yo no quería provocar nada de eso…Cú murió por mi culpa y Sola también y luego yo, pero …quizá ese fuera mi castigo. Era lo mejor.
—No. Diarmuid, eres solo una víctima de las circunstancias.
—Eso no cambia nada, no cambia el hecho de lo sucio que estoy. –Replicó limpiándose las lágrimas. Arthur no se alejó de él, con sus hombros tocándose.
—No digas eso. Lo que te hicieron no debe definirte.
—Es fácil decirlo para ti.
Arthur bajó los ojos y de inmediato Diarmuid se dio cuenta que estaba siendo ofensivo con él. Era a causa de esos sentimientos tóxicos que reverberaban en la superficie de su espíritu.
—No quería decir eso. Lo siento. –Se apresuró a disculparse, arrepintiendo.
—Está bien. Estas pasando por algo. Diarmuid, nada de lo que te ocurrió fue porque te lo mecieras, en ocasiones suceden estas cosas terribles a personas buenas y no hubiéramos podido haber hecho nada para impedirlo o quizá sí, pero pensar en ello y martirizarte por te ocurrió te impedirá seguir adelante, eres amable, inteligente y un buen hombre, eso me diste a entender, pudiste haberte aprovechado de Sola, pero no lo hiciste.
—pero…yo
—Lo que sucedió después de que te convirtieras en un Kelpie solo tú lo sabes. No es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con ello lo que nos hace avanzar.
Diarmuid asintió. Ambos compartieron una mirada larga y cargada de muchas emociones y sentires, compresión, compasión y entendimiento, por ese momento los ojos e Arthur, filosos, como un arma mortal, asemejaron a leves caricias de una rosa.
—Pero puedo decir que ya no gozaras de hacerlo de nuevo cuando hagas las pases contigo mismo. - Hubo una ligera pausa, entonces agregó con otro tono más solemne – Gracias por contarme todo esto.
Diarmuid guardó silencio, sus ojos aun deslizaban lágrimas, asintió sin decir nada más, era tan extraño ver un rostro tan hermoso como el de Diarmuid llorar, pero allí estaba, drenando todo esos tóxicos sentimientos; Arthur lo había visto hacer las caras más tristes o llorar sin lágrimas hasta el momento, pero en esta ocasión se sentía un llanto real y desgarrador, que duró aproximadamente una hora en sus brazos, por un momento pensó que se había quedado dormido por que no emitía ningún sonido y no había abierto los ojos.
Él tenía un rostro hermoso, no solo era por el problemático lunar en su rostro, Diarmuid era un hombre apuesto, y Arthur sabía que también tenía su grado de nobleza. Al verlo tan quieto y relajado (quizá se encontraba agotado) le hizo sonreír solo un poco, pensando en acariciar sus cabellos húmedos o limpiar sus mejillas, pero algo lo detuvo, no sucumbió a sus deseos, deseaba respetarlo, ante todo. Así que permaneció muy quieto, con Diarmuid apoyado de su regazó hasta que las piernas se le acalambraron.
Ese día decidieron regresar, había oscurecido muy temprano y no podían ver nada, o por lo menos Arthur no podía ver nada en absoluto, no era lo mismo para Diarmuid que se movía hábilmente viendo en la oscuridad. Pronto los fuegos fatuos comenzaron a manifestarse, eran tantos que parecían pequeñas antorchas rondando por su alrededor, Arthur jamás había visto tantos, su caballo estaba atemorizado también, bailaban debajo de sus patas y su cola.
Uno de ellos repentinamente golpeó el rostro de Arthur y fue como aspirar agua, tosió y el fuego desapareció, Diarmuid se apresuró a socorrerlo y ahuyentó algunos en vano.
—¿Te ha lastimado?
—No, estoy bien, solo…-Arthur se llevó los dedos a la nariz.
—Son muy inquietos últimamente. –Apuntó Diarmuid. Luego creyó recordar algo por que hizo un gesto con las cejas arqueadas; la ceremonia de luna nueva.
Ambos debían de ir y estos días estaba tan concentrado en las reuniones con Arthur que se olvidó totalmente de ello. Pensar que no asistir correctamente y encontrar a un Gilgamesh arrastrándolo a fuerza de espadas no le resultó una imagen seductora. Pensaba en ello cuando Arthur intentaba subir al caballo ¿él lo recordaría? ¿iría?
—Arthur… -Lo llamó y se acercó para hablar con él mientras algunos fuegos fatuos se paseaban por sus pies y alrededores. Hacia frio, mucho frio y esto estremecía a Arthur que se sacudió. Volvió a ver a Diarmuid. - ¿Iras a la ceremonia de la fogata?
—Ah. Sí…eso. –Arthur pensó y Diarmuid era capaz de ver la expresión en sus ojos, aunque estuvieran en total oscuridad. - ¿Tú iras?
—Debo. No tengo opción.
—Hm, eso se oye como algo que no disfrutarás. Iré si eso hace tu estancia más apacible.
Aquellas palabras se escucharon sinceras, y Diarmuid hizo lo posible por no emocionarse debido a ello, pero no sabía si lo había logrado.
—No conoces la celebración ¿iras de todas formas?
—¿Sabes? Está todo muy oscuro, puedes contarme mientras me ayudas a llegar a casa.
—¿Puedo?
—Si. Después de todo no sabía que habías caído dormido tan profundamente.
—Lo siento, me disculpo, he abusado de tu buena voluntad.
—No te disculpes tanto y trata de resarcirte.
Con ello Diarmuid sonrió, Arthur le ofreció las correas del caballo blanco y avanzaron en la oscuridad. El viento les golpeaba el rostro al avanzar, Recordaba el camino a la casa de Arthur, aunque en invierno todo lucía plano y menos colorido. Diarmuid se le restauró un buen humor a pesar de estar hablando de una celebración a la cual no quería ir.
Se llamaba la celebración de la fogata y por la descripción que Diarmuid le hacía ver a Arthur asemejaba a un aquelarre, las hadas bailaban alrededor de la luz, el gran y poderoso Lugh, este fuego atraía a los fuegos fatuos y ellos saltarían hacia el volviéndose uno. Era común que hubiera música y un ambiente alegre por que los fuegos fatuos veían esto muy entretenido y atractivo, Arthur solo había escuchado cosas así en los relatos de su madre y escucharlos de nuevo le hizo pensar que no sería tan malo después de todo.
—Antes de ir debemos hacer el intento de capturar uno o dos fuegos fatuos usando nabos.
—¿Nabos?
—Sí, es tradición –Dijo Diarmuid. Llevaron al jardín de su hogar, las luces estaban apagadas y Arthur se apresuró a entrar y dejar su caballo bajo el techo de su hogar. Diarmuid no entró al jardín, siempre respetuoso, dispuesto a irse.
֎֎
Para esta empresa era conveniente atrapar los fuegos fatuos en luna nueva donde no existía luz y fueran más visibles, Arthur había proporcionado los nabos tallándolo con formas de rostros felices, Mordred y Nerón fueron de ayuda para tallar los rostros, había nevado toda la tarde de modo que el prado se encontraba alfombrado por una capa de nieve y a Arthur le resultó complicado caminar.
A Diarmuid le resultó simpático los rostros sobre los nabos; tenían amplias sonrisas y podía jurar que uno tenía un pequeño colmillo quizá no intencional. No teniendo experiencia atrapando estos pequeños seres, Arthur contaba con las agudas habilidades de Diarmuid para capturarlos, pero cuando oscureció estos pequeños se empecinaron en burlarse de sus intentos, uno de ellos subía muy alto en el cielo haciendo imposible alcanzarlos, otros se lanzaban a las superficies del agua donde Diarmuid no podía meterse por que se encontraba vestido para aquella noche y mojarse no creía que valdría tanto el esfuerzo, a pesar de los fallidos intentos resultó una actividad divertida.
Arthur no podía ver en la oscuridad y no podía calcular las distancias de un fuego y de otro porque estos podían cambiar de tamaño a placer. Podía ver la silueta de Diarmuid moverse de aquí para allá, escuchaba sus esfuerzos en vano y le daba ánimos. Pronto el Kelpie se detuvo, vencido por estos traviesos seres y se sentó en la nieve con el nabo en las manos.
—No tiene caso. –Dijo Diarmuid. Arthur lo buscó con las manos y encontró su hombro, tenía los ojos bien abiertos debido a la oscuridad. – No creo que alguien note que no tenemos a algunos.
Arthur los buscó sin éxito.
—Bueno…-Dijo resignado, pero no terminó la idea cuando sus ojos fueron llamados por una luz, no sobrenatural, sino la de una lámpara. – Mira, ¿Qué es eso?
Diarmuid miró hacia aquella dirección y estuvo un momento en silencio, reconociendo a Cú vestido de blanco sobre la capa de nieve, quien estaba a su lado era Emiya, los habían ido a buscar advertidos de Diarmuid que se encontraría en ese lugar para ir a la celebración. Rápidamente Diarmuid se levantó con el nabo en la mano y tomó la mano de Arthur para llevarlo hacia donde la pareja se encontraba, al llegar notaron que Emiya tenía un nabo en su mano y esta tenía un fuego fatuo allí. Sorprendidos, los dos preguntaron cómo lo había conseguido.
—El simplemente se metió allí. –Respondió Emiya con cierta indignación- así mismo pasó en el Samain. No sé por qué. Es un atrevido.
Los hombres lo examinaron con cierta envidia, y le contaron todo lo que estuvieron haciendo, pero sin éxito alguno. Cú se echó a reír, dijo que no tenían ya tiempo, la celebración empezaría en cualquier momento y debían de ir al árbol sagrado. Arthur encendió la lámpara que había traído y apagado para atrapar a los fuegos, Cú le regaló fuego y emprendieron la caminata adentrándose al bosque, guiados por Cú quien conocía el camino hacia aquel lugar, Emiya caminaba a su lado y parecían hablar acerca de la idea de haber traído algo para comer. Arthur se concentraba en pisar bien mientras caminaba y Diarmuid se entretenía con los fuegos que aparecían por el camino y que parecían seguirlos como si quisieran retomar el juego que tenían antes.
De pronto, mientras más avanzaban, las luminiscencias se hacían más presentes y más cercanos a ellos, rodeándolos, flotando a su lado en un camino que la lámpara de Cú indicaba soberbiamente como la luz real y poderosa. Repentinamente un fuego golpeó dentro del nabo que Arthur tenía en su mano, dando un respingo, Diarmuid preguntó algo alarmado sobre lo que había sucedido, pero no tuvo tiempo de formular pregunta cuando un fuego se metió en su nabo iluminando todo como una tímida lámpara.
Intercambiaron miradas y creyeron ahora en las palabras de Emiya. Que luces más caprichosas.
Más adelante un sendero de luces los guiaron hacia un área con los arboles muy separados en medio de dos abedules se alzaba un robusto roble, y frente a este una formidable fogata con madera de haya que se comía el fuego lentamente, luz que los cuatro hombres habían advertido a unos metros.
Lograron ver poco después a quien parecía ser Merlín con un gran manto blanco y un bastón y con Romani quien también había sido invitado al parecer, verlo les proporcionó cierto alivio a Emiya y a Diarmuid, pero nadie dijo nada, no sabían cómo acercárseles, de todos modos, otras personalidades se hicieron presentes, una de ellas era Atalanta que había estado sentada hablando con Aquiles y este a su vez sentado cerca de lo que Emiya reconoció como un centauro, a quien había pedido hidromiel en el Samain; Chiron.
Alrededor de la fogata se hallaban diseminados algunos troncos cortados y dispuestos de asientos, luces rodeaban el perímetro moviéndose mansamente.
Chiron tenía una pequeña lira que tocaba en son de práctica algunas canciones. Al acercarse a la fogata al momento fueron notados y Aquiles se apresuró a recibir a Cú con entusiasmo, vieron a Emiya y unieron dos más dos, era el druida aquel de quien habían hablado la otra vez. Conocerlo finalmente llenó de curiosidad aún más a los tres amigos. A quien no conocían y algo que lo cual sin duda los llenó de muchas interrogantes fue aquel hombre de cabello rubio y ojos de jade que estaba cerca de Diarmuid y de quien al parecer no se quería separar. El misterio no duró mucho, Diarmuid lo presentó, era amigo de Emiya y su amigo; Arthur, pero esto levantó muchas teorías pícaras en los labios de Aquiles, que miró a Diarmuid con cierto recelo y hasta incredulidad.
Sin embargo, mientras el fuego se comía la madera de la fogata, Emiya y Cú se hicieron un lugar en cuatro troncos próximos a los demás, alguien saltó de entre los arbustos hacia la pareja. Era Mebd, y en ese momento los temores de Cú se materializaron cerniéndose sobre él, literalmente Mebd le saltó encima con la fuerza de un elefante. No podía dejarla caer, de modo que la atrapó frente a los ojos preocupados y sorprendidos de Emiya que casi hace caer el nabo.
Diarmuid y Arthur se apartaron sorprendidos de aquel evento, mientras Mebd apretujaba toda la anatomía de Cú deseosa de su bello hombre. El la apartó lo más pacíficamente que le fue posible.
Aquiles suspiró.
—Siempre es lo mismo. -decía, para luego atender hacia las notas que Chiron tenía en su lira.
—Ah. Mi hermoso Cú, no huyas de mí. Te he extrañado tanto. -Dijo el hada con los ojos fijos en este, que se apresuró a alejarse poniéndose al lado de Emiya - ¿Quién es ese hombre? -Cuestionó con rostro ahora exigente, acercándose para examinar a Emiya con sus agudos ojos logrando ponerlo nervioso. Cú se sintió en el deber de protegerlo de los ojos acusadores del hada…
Arthur no estaba al tanto de lo que ocurría con ellos dos, Atalanta se había dispuesto a explicarle en qué consistía la celebración y al agradecer haber asistido, su explicación era más ilustrativa que la de Diarmuid y este último hasta se quedó pasmado escuchándola, casi olvidando que Medb estaba cerca…
Diarmuid tenía un mal presentimiento, y para evitar ser envuelto en algo, invitó a Arthur a sentarse al lado contrario de donde la pareja se encontraba discutiendo por la aparente autoría de Cú chulainn. Arthur aceptó mansamente solo por el hecho de brindarle privacidad a la pareja. Dejaron la lámpara en un tronco junto con el fuego fatuo de cara a la fogata para que saliera cuando quisiera hacerlo.
Pronto los dos se quedaron en silencio… Diarmuid admirando como Arthur estaba vigilando a los fuegos que se paseaban a su alrededor o los troncos que poco a poco se llenaban de los invitados. Una mujer de largo cabello negro y vestido de igual color se sentó junto a un hombre de cabello blanco y manto rojo, se tomaban de las manos mientras hablaban y eran acosados por un hombre mayor de cabello castaño y maneras teatrales que escribía con furiosa inspiración sobre un pergamino.
Aquello hizo sonreír a Arthur, eso logró ver Diarmuid que lo observaba contemplar su alrededor, pronto aparecieron Romani y Merlín charlando de cara a la fogata, luego surgieron múltiples hadas alrededor de la fogata, algo que maravilló a Arthur, unas eran muy pequeñas y otras de tamaño de una persona, las dos podían volar por igual, hablando entre ellas, riendo celebrando y jugando, observando a los invitados con ojos curiosos.
Una de ella tomó a Emiya y lo alzó de la tierra, Cú casi se infarta, pero logró bajarlo a tierra a tiempo, las hadas molestaron a Cú, riéndose y cantando que ahora tenía pareja y que se besaban bajo un árbol.
—Que malas son con él. –Comentó Arthur viendo el rostro pálido de Cú desde allí. Diarmuid asintió.
—Por eso no les gusta las hadas. Les agrada molestarlo. –Dijo Diarmuid. Repentinamente, un hada pequeña apareció frente a ellos y lanzó la indiscreta pregunta si eran pareja, ninguno de los dos supo responder sin tartamudear o avergonzarse, el hada quería saber, por qué Chiron iba a comenzar a tocar música y ella quería divertirse y bailar con alguno de ellos dos. Miraba insistentemente a Diarmuid, aunque este había ocultado su lunar bajo una pequeña marca de pintura azul que Arthur le había preparado.
Chirón empezó a tocar un ritmo alegre que al parecer todos conocían por que se apresuraron a tomar pareja, pero si era honesto Diarmuid no deseaba separarse de Arthur, sería muy mal educado de su parte dejarlo solo mientras se divertía, ante todo quería que permaneciera cómodo y acompañado, todo se volteó patas para arriba cuando Arthur manifestó la intención de querer bailar, y se ofreció a hacerlo y el hada; una joven de cabello castañas y ojos vivos parecía genuinamente satisfecha.
Ella le tomó de las manos y lo llevó al suave calor de la fogata, Arthur logró mirar a Diarmuid una última vez, este sonrió a medias y lo vio incorporarse a la multitud de parejas que se paraban alrededor de la fogata como una especie de aquelarre y el fuego se hacía más grande. Diarmuid los contempló a todos, a muchos los conocía, otros eran nuevos y causaban curiosidad en los presentes que se detenían a preguntar por ellos, charlando por largos minutos, estaba claro que esta celebración abarcaba todo el bosque y más allá de el.
Cuando menos lo esperó observó a Emiya y Cú unirse al baile, aunque algo extraviados, ya que Emiya no tenía experiencia en este tipo de danza, las hadas más pequeñas se reían de ellos dos y Diarmuid jamás había visto a Emiya con las orejas más rojas como en aquel momento, pero bailar era algo importante de la celebración, bailar y reírse, Diarmuid se dio cuenta que los fuegos fatuos salían de las lámparas y nabos para rodearlos a todos en la pista de baile y uno a uno, poco a poco se lanzaban al fuego, era cuando podía preciar unas risas infantiles.
Diarmuid se levantó de donde estaba y dirigió a la mirada hacia el nabo de Emiya y Cú dándose cuenta que este seguía allí, adentro, mientras todos los demás rondaban por el aire alborotadamente. Se dispuso a vigilarlo por unos minutos en que duró la canción, pero luego vino otra canción, otro baile y no se movía del lugar, miró los nabos que había traído Arthur y el, pero estos estaban apagados, ya no había luz allí.
Cuando terminó la tercera canción, descubrió a Arthur yendo hacia donde el había estado sentado antes, casi huyendo de las hadas que querían tomarlo de pareja para la cuarta canción, Diarmuid fue a su encuentro y le comentó sobre lo que había visto del nabo que Emiya había traído, estuvieran un momento atento a los fuegos fatuos que aun rondaban por el lugar, y confirmaron que también bailaban y que saltaban hacia el fuego, era cuando se escuchaban las risas de niños. Pero aquel fuego fatuo aún no se movía, permaneciendo inmutable en la sonrisa el vegetal.
No tuvieron suficiente tiempo de idear alguna teoría a este suceso cuando algo increíble sucedió; repentinamente los bailarines de la pista comenzaron a levitar apenas unos tres a dos centímetros del suelo, las risas no faltaron y tampoco la estupefacción. Cuando Arthur sintió su cuerpo siendo suspendido se asustó, sabía que las hadas tenían estas propiedades, pero lo que no estaba consciente era de que podría experimentarlo y tan terriblemente abrupto. Su pánico alertó a Diarmuid que en seguida fue a socorrerle tomándole de las manos, entrelazaron los dedos y lo jaló a tierra, pero no podía creerlo cuando él también parecía elevarse del suelo.
—No, no me sueltes, Diarmuid-Le suplicó apretando el agarre de sus manos, pero pronto Arthur le tomó del hombro cuando comenzó a moverse sin rumbo y se elevaban más y más hasta estar a treinta centímetros del suelo.
Rompiendo su aura de pánico, escucharon la estruendosa risa de Gilgamesh en algún lado, y escuchó que ordenó a Chirón tocar una canción más alegre para dar inicio al baile de las hadas. Estas asemejaban ser espíritus diáfanos a la luz del fuego que rodeaban tomadas de las manos, comandando el fenómeno de la levitación.
Emiya y Cú flotaban con la corriente por algún lado, abrazados; Cú rodeaba con sus brazos a Emiya para no ser víctimas de alguna caída repentina, ambos navegando en el aire.
—No te preocupes. –Diarmuid habló queriendo apaciguar la incertidumbre del rubio que no sabía bien de que parte del cuerpo de Diarmuid aferrarse, no había peso en su cuerpo, pero tampoco sentía que había comando, se mecían e iban moviéndose en un círculo alrededor del fuego, como las hadas, más temía que al no poder controlar sus extremidades, cayeran a las llamas. – Es como nadar.
—Pero no sé nadar. –Dijo el, aferrándose a sus hombros con fuerza, Diarmuid no pudo evitarlo, experimentando todo el peso de Arthur y su calor contra el suyo, decidió pues tomarlo con el pensamiento de ayudarlo a quedarse quieto. Alguien pasó por encima de sus cabezas con magistral destreza, Arthur intentó agacharse, pero no consiguió sino hundirse más en el pecho del Kelpie.
Diarmuid no dijo nada, pero no se mentiría a si mismo al confesar que yacía muy cómodo de esta manera, sin peso en sus extremidades, dejándose llevar por la corriente y el viento, el agradable calor y el aroma e Arthur cerca de sí.
—Relajate. No pasará nada malo. Es tal y como te lo dije. -Diarmuid entrelazó sus dedos con los de Arthur y pronto ocurrió algo que este último no podía expresar; era un sentimiento muy particular, como un ligero gozo.
—¿Sientes eso? –Preguntó alarmado mientras se deslizaban entre la marea cálida de aire- Diarmuid ¿Qué es?
—¿Qué sientes tú? –Le preguntó este intrigado y sus cuerpos se unieron un poco más. Semejante a un abrazo.
Arthur se encontró aturdido ¿es que acaso era diferente para cada uno? Por un momento no respondió, no sabía cómo explicar aquel sentimiento, era indudablemente agradable y cálido, le hizo recordar a su hogar, cómodo y seguro, pero también era un tanto voluptuoso y gustoso, se sintió pesado, con una extrema relajación.
—Es raro.
Diarmuid sonrió con sus ojos vivos por la luz de las llamas.
—Lo es. -afirmó el moreno, con una sonrisa misteriosa en sus labios. Ambos intercambiaron miradas. Arthur se rió, por algún extraño motivo, quiso controlar su risa, pero no parecía ser dueño de su garganta o de su lengua.
Hizo esfuerzos por resistirse, porque eso de reírse sin motivo no lo encontraba muy caballeroso. Se llevó una de sus manos a la boca y se calló el mismo, pero sin resultados fructíferos cuando sintió un burbujeo en el estómago y calor en la punta de sus dedos, se alarmó pensando que podía ser producto de algún encantamiento.
—Es raro. ¿Qué es? –Quiso saber, pero Diarmuid no le pudo responder por que el también lidiaba con un extraño sentimiento en su interior que le obligaba a morderse los labios, sus ojos yacen vivos y brillantes sobre los de Arthur y fue cuando ambos se rieron sin causa, luego escucharon más risas a su alrededor, femeninas y otras infantiles. El sentimiento era compartido por los que levitaban a su alrededor. De pronto sucedió lo que todos esperaban y los fuegos restantes fueron uno con la robusta llama de la fogata.
Todas excepto una, el fuego que Emiya había logrado atraer a la fiesta y que al parecer carecía de los instintos naturales de sus semejantes, queriendo permanecer encendido en aquel nabo para siempre, pero Diarmuid ni Arthur estaban conscientes de esto porque cuando sus pies tocaron el suelo, sus labios estaban unidos en un beso gentil y delicioso.
Chapter 8: 8
Chapter Text
Feliz año a todos.
8
Una vez sus pies tocaron el suelo ignoraron donde se había ido todo aquel arrebato que los dominó mucho antes, las cosas resultaban por aquel momento tan claras, más ahora después de todo aquellos encantos se tornaron difusas. No tuvieron el valor de decir algo, con los labios hormigueantes, cálidos por los besos dados. El rostro de Arthur se ensombreció en un tinte rojo de sus mejillas, mudo pensando si era correcto disculparse, si podía pensar que las hadas tenían algo que ver con el resultado de sus comportamientos, pero no lo creía posible o prudente justificar sus acciones echándole la culpa a los demás.
Diarmuid abrió los labios, pero nada de sonido brotó de estos. Pronto Arthur sintió como este apretaba suavemente su mano, tenía un ligero calor en aquel contacto, quería decirle algo cuando sus ojos lo miraron con cierta timidez, si hubiera podido, Diarmuid estaría manifestando su vergüenza, pero esto le era imposible, solo se limitó a mirar su rostro como para confirmar que no había sido una locura y que no estaba disgustado.
El Kelpie no tendría tiempo de formar en palabras sus disculpas, cuando fue rápidamente jalado por algunas hadas hacia arriba, Arthur intentó impedirlo, pero sin éxito. El repentino asalto lo dejó estupefacto, mirando como Diarmuid se unía al torbellino de figuras flotantes por encima de su cabeza, este se resistía más terminó siendo perseguido. Arthur no quería repetir la experiencia de ser elevado del suelo, no quería que ocurriera algo similar con su acompañante, aunque no encontraba el motivo de aquel actuar poco caballeroso.
Se alejó de los alrededores, encontrándose cerca de uno de los troncos, quería buscar ayuda para recuperar a Diarmuid, pero no encontró a Emiya ni a Cú por ningún lado, mas si encontró a un extravagante hombre que estaba muy dispuesto a contarles las leyendas que había recopilado en sus viajes, se llamaba Shakespeare y era un especie de escritor ambulante. Arthur escapó de sus garras con algo de esfuerzo al ver que no conseguiría ayuda para rescatar a Diarmuid cuando comenzó a preguntar “¿Qué relación tiene usted mozo de buena figura, con la criatura llamada Diarmuid? …es el rompecorazones del bosque, oscuro caballo de ojos de fuego. No me diga pues, que usted se trata de algo más oscuro, oh, preciso es escribir esta historia, siéntate y cuéntamelo todo…” pluma en mano. Arthur escapó cuando un hombre de manto rojo y cabello blanco apareció para ocupar la atención del escritor.
Afortunadamente encontró a Emiya y a Cú en otro lugar cerca de los troncos, al parecer tenían dificultades con el nabo que Emiya había traído consigo. El fuego no quería salir, imperturbable, no quería imitar a ningún de sus semejantes quedándose quieto en el tubérculo hueco.
Cú preguntó por Diarmuid, que no estaba con él, algo a lo que Arthur no tardó en responder, pero lo vieron siendo jaloneado por Mebd, y compañía, de aquí para allá. Esto no llamó la atención de Emya que tenía su propia misión con la lámpara.
Decidieron sentarse en los troncos. Cú aseguraba que las hadas no le harían nada a Diarmuid y que él sabía librarse de ellas como siempre hacía. Pronto la atención se volcó en el extraño comportamiento de la lámpara tanto así que Gilgamesh se asomó para mirar en el interior, hizo un gesto de reconocimiento al ver que Cú y compañía habían asistido y luego se marchó porque tenía mucho más que atender. Entre ellos sacaron algunas teorías sobre este fuego, uno era que se trataba de un fuego normal y corriente, pero lo descartaron cuando comenzó a parpadear como consciente de que hablaban de él, otra era que no era un fuego fatuo sino un espíritu del fuego, y la más loca es que se trataba de un alma humana. Arthur pensó en tocarlo y así revelar el misterio pero fue abruptamente interrumpido por Diarmuid que apareció por fin libre. Todo el sosiego que Arthur había logrado cultivar en este periodo que estuvieron separados flaqueó al tener a Diarmuid cerca nuevamente.
Diarmuid parecía que hubiera corrido un maratón, se apreciaba algo ansioso pero centró sus esfuerzos en ocupar su mente en un tema tan irrelevante para él como aquel fuego testarudo, algo que lo salvara de pensar en los labios de Arthur y lo suave que era la piel de estos o el calor que expulsaban sus manos. La salvación vino en forma de un borracho Aquiles que surgió de la nada para obligarlos a unirlos a su grupo para escuchar las anécdotas de Shakespeare.
La noche avanzó entre bailes, historias y ebriedad. Poco a poco los corazones de los dos hombres comenzaba a aquietarse y pudieron soportarse mirarse a los ojos con complicidad. Emiya permaneció unas horas dormido recostado de Cú que le cubrió con su manto blanco y se perdió el final de una de las últimas tragedias más elaboradas del narrador inglés.
La fogata perdía poder, y cuando el sol emergió nuevamente anunciando un nuevo amanecer, estaba reducida a cenizas tibias. Para entonces, el fuego del nabo aun permanecía allí, vigilante…para sorpresa de Emiya que al despertar no sabía ahora que hacer con el. Gilgamesh se ofreció a liberarlo, pero cuando fue a tomarlo el fuego salió de allí y se pegó a Emiya, se sentía extraño y emanaba una extraña calidez. Era evidente que el fuego sentía una atracción particular por Emiya y eso estimuló la curiosidad de Arthur, pero ya tendría tiempo para eso, ahora estaba cansado y tenía sueño en demasía.
Decidieron volver por donde vinieron, aunque a un paso lento y el silencio, víctimas de las energías agotadas, aunque los dos Kelpie no parecían agotados en lo más mínimo. Al llegar a la casa de Emya se despidieron. Diarmuid no quería dejar a Arthur solo, lo encontraba cansado y además no podría pensar en otra cosa que aquel beso y por mas cansado que estuviera necesitaba algunas palabras al respecto, pero Arthur no estimuló ninguna conversación mientras caminaban hacia su hogar, con los primero rayos, tenues del sol llegaron a la puerta de su casa. El jardín que antes Diarmuid había visto ahora estaba plagado por una capa de nieve considerable de escarcha brillante… las rosas, ya no existían.
Arthur se detuvo en la puerta del jardín, Diarmuid aún no se atrevía a atravesar, pensando que profanaría un lugar sagrado. Rechazó los intentos de Arthur por hacerlo pasar a casa, diciendo que regresaría al lago y que él debía de descansar, en ese instante, Arthur tomó su mano con repentino arrebato, más luego consciente de este acto se sintió terriblemente avergonzado pero no lo liberó o se movió para dejarlo ir, si no que permaneció allí, incapaz de hacer algo.
Diarmuid le sonrió con cierta simpatía.
—Estamos cansados.—Mintió porque él no lo estaba en absoluto, más bien aquel contacto le hizo llegar al pináculo de su energía. Sus ojos se iluminaron con una felicidad discreta pero contenida. — Debo irme.
—¿Podrás regresar…solo?—Preguntó Arthur pero luego se sintió aún más avergonzado de hacer una pregunta tan estúpida. Conociendo a Diarmuid estaba seguro que era un hombre capaz.
Diarmuid le sonrió y con un rostro tranquilo, el más sosegado que pudo dibujar en su faz asintió, asegurando que si podría. Esa mañana se despidieron pero no fue una despedida final.
☘
Luego de aquello fue inevitable para Diarmuid no querer buscar más, quería pues, encontrar el significado de aquel beso, pero aquello llegaría por sí solo y difusamente encontraría la línea que separaba la amistad del amor. Sus encuentros perduraron ese invierno, aunque en ocasiones no encontrara a Arthur cerca del sauce, tenía la suerte de encontrarlo en el bote, pronto esto no pudo continuar, viendo que el lago se había logrado congelar por completo, cristales de hielo surcaban la superficie y se deslizaban haciendo una empresa difícil el navegar. Por supuesto que a Diarmuid no le importaba en lo más mínimo este fenómeno, el frío del agua no podía penetrar en su piel tan hermosa y sobrenatural, pero si lo encontraba sumamente limitante cuando quería tocar a Arthur más allá de sus manos.
Por su parte Arthur también realizaba sus esfuerzos para acercarse, no olvidando su deseo de ayudarlo a superar sus rencores. Charlaban por horas bajo el sauce, encendían una fogata pequeña y conversaban. Comían y a veces solo yacía en silencio frente al fuego. Aquello representaba un bálsamo para la soledad del rubio y un alivio para las asperezas del alma del kelpie. Arthur lo invitó a su hogar muchas veces pero Diarmuid se negaba, otras más le era imposible salir a verlo por el clima inclemente.
En una ocasión fue insoportable para Diarmuid no verlo y la idea de las invitaciones anteriores dieron vueltas y vueltas en su cabeza, sabía el camino y podía llegar sin temor, puesto que no tenía vecinos con ojos curiosos, pero por un momento lo dudaba, ya que no sabía como Arthur pudiera tomar aquel acto que el mismo Kelpie encontraba como desesperado. Gustaba de Arthur, la tranquilidad y la nobleza de su carácter, por muchos días, pensó sobre esta sensación que le causaba, e imaginaba que Cú podía entenderlo.
Habló con él al respecto aunque con mucha mucha dificultad, ya que no sabía cómo explicar un sentimiento tan misterioso para él en palabras para que Cú chulainn comprendiera, su sorpresa fue grande cuando este lo escuchó en silencio y con ojos avispados toda la ansiedad que Diarmuid murió con las palabras de Cú.
—Estás enamorado. —Dijo y de sus ojos brillantes admiró la alegría. — No puedo creerlo, pero está muy claro. Ahora ¿me entiendes? ¿ves?
Diarmuid no supo que responderle, si este era el sentimiento que Cú había experimentado, lo admiraba porque resultaba abrumador y desconcertante, lo obligaba a hacer cosas que nunca hubiera pensado hacer, como pensar en la idea de visitarlo sin invitación a pesar de que no paraba de nevar y la nieve le llegaba hasta las rodillas todo a causa de la simple razón de que necesitaba verlo. Cú lo apoyó en todo, creyendo que era mejor actuar que sentarse a que las cosas mágicamente se resolvieran.
No pensaba con claridad cuando se trataba de Arthur y sin él se detestaba un poco, pero rápidamente lo olvidaba cuando yacía cerca de nuevo, su humor cambiaba de una forma extraña, a pesar de no ser un hombre con arrebatos o cambios de humor, Arthur le provocaba todo eso y más y estar con él lo encontraba ya necesario. Bajo este razonamiento que en realidad no le tomó mucho tiempo llevar a cabo, salió de la casa de Emiya y Cú, aun no dejaba de nevar, pero esto no representó alguna dificultad. No le ocultó a la pareja hacia donde iba, pero encontró cierto comportamiento extraño con el fuego fatuo que se había quedado permanentemente en el nabo alumbrando en el exterior de la casa, este lo siguió hasta cierto punto de su travesía, parpadeando intermitentemente y ocultándose entre unos arbustos. ...Los pasos de Diarmuid se hallaban cargados de determinación, pero a medida que se acercaba a el bosque de los ciruelos y cerezos, se sintió decaer en una ansiedad y cuestionamientos sobre lo que hacía.
¿Sería correcto el ir sin avisar? ¿Arthur estaría en casa? cuando pisó la entrada de aquel lugar se encontraba cerrada la puerta, había dejado de nevar en el punto exacto que arribó, nieve se acumulaba en la entrada y en la cerca. Tocó pero inesperadamente algo de nieve cayó sobre sus hombros...luego un poco más a la izquierda, derribando hacia su cabeza, al encontrar la puerta cerrada, era imposible saber qué sucedía en el interior, pero esto pronto cambió cuando la puerta se abrió empujando la nieve acumulada consigo...Diarmuid ayudó a abrir la puerta con mucha más facilidad de lo esperado y la nieve se desplazó con esta hacia el exterior.
—¡Diarmuid! —Arthur estaba allí, con una especie de pala en mano. La nieve se apilaba a los lados del camino. —Qué sorpresa. —Dijo con una sonrisa en su rostro.
Por un momento el Kelpie no sabia que responder, se hallaba sumergido en un estupor. Soltó la puerta e intentó incorporarse.
—Lamento llegar sin avisar. —Dijo primeramente y se determinó a irse, porque en su mente rápidamente había concluido que Arthur se encontraba demasiado ocupado como para atenderlo. Este pensamiento le supo muy amargo, pero también otro sentimiento vino a consolarlo, era una compresión desmedida por el otro.
—Oh, no. No tienes que disculparte. —Arthur lo detuvo, pero desconcertado por la retirada— ah ¿Ya te irás?
—Sí. No quiero importunar —Susurró, pensando que había sido un error haber tomado aquella decisión.
—No lo haces, no digas eso
Arthur lo tomó de su mano con sus dedos enguantados.
—Ha dejado de nevar. ha sido impredecible este clima. No te vayas tan pronto. ven adentro,podemos tomar té y estar al fuego. será más cómodo así. —Le ofreció con la amabilidad de un anfitrión. El corazón de Diarmuid se derritió, pero no pudo evitar sentirse eufórico también. Entró como se lo pidió, Arthur le abrió la puerta y rápidamente le acercó una silla cerca del fuego. El interior de su casa tenía un extraño olor a rosas con otras cosas, como romero y sospechaba lo que yacía arriba de la chimenea de mármol.
Diarmuid se sentó con la mirada atenta a su alrededor, y cómo esta actitud tan curiosa de su parte la creía inapropiada concentró su atención en el fuego, pero Arthur pronto lo ocupó para calentar el agua y fue inevitable no observar la luz naranja de su resplandor contorneando su figura. Las formas de su rostro y sus labios delineados finamente por el fuego.
—¿Estás bien? —preguntó repentinamente Arthur al verse, se había sentado en la alfombra frente al fuego mientras preparaba el té. Diarmuid asintió rápidamente, pero tenso, sin poder agregar algo más. Arthur miró hacia sus ventanas con desconcierto en su mirada.
Internamente pensaba que se trataba de algunos de los amuletos que solía poner en las ventanas y que estaban incomodando a su invitado.
—¿Limpiabas? —preguntó Diarmuid no soportando el silencio sólo interrumpido por el crepitar de la madera. Arthur asintió. Luego miró hacia la ventana atrapando la corriente de su teoría.
—La nieve a veces no me deja salir, debo limpiar todo, pero en la mañana vuelve a ser lo mismo. —Explicó pacientemente. Hubo un momento en que guardó silencio y su mirada se tornó un poco complicada. — ¿Cómo has estado tú? ¿Emiya y Cú?
—Ellos están bien. —Le respondió sin espera y sin duda, pero no tuvo la misma determinación consigo mismo. —Yo, estoy bien…aunque…
Arthur atendió el agua que no tardó en romper a hervir y la retiró rápidamente, esta labor distrajo a Diarmuid y pronto quiso ayudarlo, a lo cual Arthur se negó porque se encontraban cerca y era además el invitado. Cuando Arthur le entregó la taza con su té a Diarmuid sus manos se tocaron y Arthur se quedó allí, congelado por un momento, como aquella vez, como la primera vez que lograron tocarse, y lo que halló en su interior lo asombró. Diarmuid tomó la taza, percatándose del estupor del otro y se alarmó.
—¿Qué sucede? —Le preguntó al momento. Arthur retiró las manos que se habían quedado suspendidas en el aire y las trajo a su pecho, colmado de aquella sensación que le hizo sonrojar las mejillas. Tartamudeó en su intento por responder. —¿Arthur? ¿Por qué estás así?
Arthur intentó recomponerse aunque no del todo y esto que había ocurrido antes dejó una semilla de duda en Diarmuid que no tardó en germinar con extremada rapidez.
—¿Has visto algo desagradable de nuevo? —preguntó directo al hueso. Lo cual poco después pensó que se trataba de algo extraño porque hacía mucho tiempo que no ocurría algo así. Arthur lo negó rápidamente con cierto desespero.
—No... ¡No! ¡No es nada de eso, al contrario…
—¿Al contrario…?
—No. me refiero a …a que no es desagradable.
La mente aguda de Diarmuid trabajó horas extras intentando encontrar alguna causa.
—¿Viste algo? —Volvió a preguntar con cierta cautela y su corazón se estremeció del que pudo haber encontrado dentro de su alma. Arthur tomó un leve respiro calmándose por completo.
—Quizá me lo puedas decir tú. —Le respondió Arthur. — ¿Por qué viniste aquí Diarmuid? Te había invitado antes, pero no has querido venir y de repente estás aquí sin ninguna invitación ¿te ha ocurrido algo? Puedes contarme.
—¿Puedo?
Arthur asintió pero conocía las expresiones de Diarmuid y sus ojos le decían que no se encontraba seguro de contárselo, aunque ya lo sabía. Esperó en silencio con sus ojos y oídos atentos. El humo del té se deslizaba hacia el techo y desapareció.
—Es difícil explicarlo…yo solo vine, porque quería verte. —Hubo un instante de silencio entre ambos, pronto el Kelpie sintió que aquella respuesta era bruta y para nada tenía que ver con su sentimiento real, agregó — Quería verte; te extraño. Queria saber…si tú también …me extrañabas.
Arthur guardó silencio buscando los ojos esquivos del otro hombre, se encontraba avergonzado por su confesión. Diarmuid no era para nada bueno hablando de sus sentimientos más crudos y Arthur parecía haberse dado cuenta mucho antes, temía de Arthur, no por su odio, sino por su ausencia de amor hacia él. Colocó la taza a un lado, pues ya no tenía ganas de tomar su té que se había enfriado. Arthur no ignoró este gesto, pero lo dejó pasar.
—Sí. Claro que sí. —dijo suavemente con los ojos fijos en su persona. Diarmuid sintió algo cálido tocando sus dedos, era Arthur, le sujetó una de sus manos, Diarmuid la miró, entonces la apretó, se hallaron muy cerca uno del otro y cuando Diarmuid levantó la mirada para contemplar su rostro, lo encontró a pocos centímetros del suyo. — Puedes decirmelo cuando quieras. Lo entiendo. —Susurró
las cejas de Diarmuid reflejaron su contrariedad.
—¿El que?
—Esto que estás sintiendo. - Le aclaró tomando su mano entre las suyas. Estremeciéndose, Diarmuid tensó por un momento la mano antes de apretarse contra la palma de Arthur, caliente y viva.
Sí estaba inquieto. Su espíritu parecía querer desgarrarse solo para poder tener un nombre ante aquella sensación voluptuosa y febril; llamarlo un dulce dolor, o un bienestar tormentoso sería muy poco.
Arthur parecía feliz con esto, aunque no hubiera escuchado explicación; él ya lo sabía.
Diarmuid se sentía cada vez más y más expuesto ante la mirada de Arthur pero no fue como lo había recordado, se sentía seguro y cobijado dentro de este escrutinio de ojos amables, llenos de una compasión diferente y le gustó la forma que lo observaba, representando un alivio para su intención de explicarse, le facilitaba muchas cosas que Arthur podía extraer con pinzas delicadas.
—Pero…Arthur, yo… estoy sucio. -Le dijo transformando su expresión en el tormento implacable de su alma. Arthur no se inmutó.
—Basta de eso. -Replicó haciéndole callar. Diarmuid apretó los labios y de poder percibir su corazón estaba seguro que lo sentiría en su garganta. - No digas eso. No es verdad. Te extrañé. Quédate esta noche.
Hubo caricias en su cabello marrón y se sintió tímido de levantar la mirada hacia el rostro del hombre rubio frente a él. Estremecido por tanto contacto íntimo, le abrumaba, no acostumbrado a muestras de afecto tan inocentes..
—No podría ... .yo. -Cayó y tembló ante su vergonzoso comportamiento, temía decir algo incorrecto, de exponerse demasiado interesado, demasiado desesperado de sus atenciones, pero era así. Decidió controlar su euforia y esto le generaba tanto conflicto interno. Arthur era un caballero con él y él quería serlo también en un sentimiento de agradecimiento. Abrió un poco más sus párpados y se encontró tímidamente con la mirada verde penetrante del hombre.
—No temas, Diarmuid. -Le susurró y se aproximó tanto que Diarmuid se congeló pero lo consintió, sus cálidos labios hicieron contacto con su mejilla, su pecho se derritió luego de un salto de emoción y pronto todo era caliente, suave y delicioso, sus sentidos se colmaron de esta experiencia extraña y exquisita.
Ambos se miraron, Diarmuid llenó de vergüenza, estaban muy cerca, intentó decir algo, pero solo alcanzó a balbucear, su educación y elegancia emigraron un momento dejándolo indefenso y expuesto. Ocultó su rostro por un momento en sus manos, Arthur emitió una risa inocente pues se olvidaba que éste las tenía sujetas, en consecuencia las manos de Arthur le tocaron el rostro, hallando calidez en estas.
—Podría quedarme…un rato .-Anunció en un susurro. Arthur le sonrió satisfecho. Reveló su rostro y se soltaron las manos, Arthur le animó a sentarse frente a la chimenea mientras calentaba nuevamente su té.
Cuando estuvo caliente de nuevo le animó a tomárselo, asegurando que esto le calmaría, y no fue mentira ni una ilusión, realmente fue así. Arthur guardó silencio en todo aquel rato, más su presencia no se sintió pesada en ningún momento, ahora que estaba más tranquilo Diarmuid meditó sobre sus sentimientos anteriores, escuchó la madera crepitar, el viento golpear contra las ventanas, escuchó la respiración de Arthur mas adelante, tranquila y acompasada. creyó entonces que era el momento de explicarse mejor pero al abrir los labios Arthur le interrumpió diciendo.
—Yo debo confesar que sí te extrañé. Me siento muy solo a veces, desde que Emiya se marchó este lugar se siente un poco diferente, no…quizá fue mucho antes y solo me estoy dando cuenta ahora… -Su voz no parecía triste, más bien era de un hombre compuesto que había hecho las paces con su soledad, pero sin resignarse a ella. Sus ojos se fijaron en los del otro hombre-...Me alegra que hayas venido a verme. Me alegro que estes aqui, Diarmuid. Eres importante para mi, te aprecio. Te quiero. Es mi deseo que estés tranquilo y sosegado. No quiero forzarte a nada si no te sientes listo. Quiero que sepas que estoy aquí para cuando quieras y que estaré aquí si tus sentimientos se muestran cristalinos.
Diarmuid guardó un instante de silencio y se sintió cautivado por sus palabras, Arthur rebosaba una seguridad plena en su declaración, algo de lo cual Diarmuid pensaba carecer, no tenía palabras para responderle, se sentía sobrepasado por tal compromiso, pero debía de responder al respecto. Movió la cabeza con su espíritu inquieto y conmovido, sus ojos se iluminaron con la emoción interna, quería estar cerca de él, quería decirle que también era importante para él, que lo apreciaba y lo quería. Que se sentía confundido, pero necesitaba estar cerca de sí, explicar este sentimiento como lo manifestó con Cú resultaba más fácil, ahora era como un tormento.
Arthur se acercó hacia donde estaba él, se miraron en silencio. Diarmuid expectante.
—Está bien, no temas, no te estoy diciendo esto porque deseo que respondas una pregunta.
—No…Quiero poder ser digno de tus sentimientos. No pienses que te soy indiferente -Le replicó con cierto desespero, ahora que yacía cerca de él, no podía soportar la idea de que se alejara- Arthur…tú sabes mi historia. Me conoces… me abrumas. Te quiero y disfruto estar a tu lado, vine aquí en un arrebato de desesperación…-Soltó aquello y pronto se sintió avergonzado de su comportamiento - Necesitaba verte.
—Estoy aquí.
—Sí. Lo estas, pero…pero temo el día en que no quieras verme nunca más, si ese día llega ¿que será de mi? no se si pueda soportarlo.
—No digas algo así. Todo estará bien. Te quiero y tu me quieres, además ¿por qué no querría verte? eres noble, hermoso y honestamente resultas muy tierno justo ahora.
—Por favor, no te burles de mí. Te lo ruego.
—Oh, por supuesto que no lo hago, Diarmuid. no conocía este lado tímido de ti, pero está bien poder verlo, eres vulnerable conmigo y yo lo seré contigo, no te lastimaré. Quiero conocer más partes de ti, si así me lo permites.
Si hubiera podido, Diarmuid se hubiera ruborizado pero solo reflejó aquella dulce vergüenza a través de sus hombros y sus ojos.
—Ven aquí, por favor, permíteme abrazarte, estás inquieto y no soporto verte así. -Solicitó el joven rubio. Diarmuid solo inclinó un poco el cuerpo hacia él y se sintió colmado del calor que emanaba sus brazos, apoyó la cabeza de su hombro y decidió apoyarse de el.- No me iré a ningún lado… Ya estoy aquí.
Diarmuid observó el fuego ardiendo, el resplandor que se inyectaba en sus pupilas y mientras Arthur le acariciaba se sintió en paz, dejándose arrastrar por la corriente del sosiego. Jamás se había sentido como ahora, eufórico, consentido y vulnerable, abrir sus pétalos y exponerse no era algo a lo cual se encontraba familiarizado, pero con Arthur era un asunto diferente que quizá se permitiera hacer más seguido. Si, si era con Arthur podría hacerlo bien.

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