Chapter 1: 0
Chapter Text
Una de las desventajas de haberse encargado de lo administrativo en cuanto a los negocios turbios de su figura paterna era que no sabía dónde y con quién acercarse en búsqueda de retomar las riendas que su familia había soltado.
Así como no saber en dónde y con quién no relacionarse.
A final de cuentas, él sólo había visto la cara amable de ese mundo, en más de una ocasión había sido anfitrión y le había abierto las puertas de su casa a personas de dulces sonrisas y palabras llenas de miel... y mentiras.
Sin embargo, tener a su lado a su hermano era una ventaja colosal pues, por el contrario de él, Tsukasa sabía bien cómo aplicar en la vida real todo aquello que había aprendido de aquel a quien en algún momento llamó "papá", así como también sabía a quien acudir en momentos de verdadera oscuridad
Fue así como, en cuestión de tiempo, logró estar en donde se encontraba ahora.
En la cúspide del infierno terrenal al que sólo aquellas almas desprovistas de moral, o de deseos de vivir, acudían. El trono que le había sido arrebatado a la familia Yugi había sido devuelto a su primogénito.
Le había costado tiempo, dinero, sangre, algunas cicatrices y más de un hueso roto; pero, al final, lo había logrado.
Ahí estaba.
Y era hora de empezar a esclarecer algunas cosas.
—¿Honorable Número Siete?
Tan centrado como estaba en ese momento mirando hacia el mar y tan ajeno como era a su nueva identidad, no era de sorprenderse que no comprendiese sino hasta el tercer llamado, que se referían a él.
Honorable Número Siete.
La identidad con la que se referían a su antecesor y cuyo manto ahora caía sobre él.
Apropiándose de una parte de su ser y creando una nueva y mucho más retorcida persona. Una que prefería dejar dormida la mayor parte del tiempo, pues hasta él desconocía los límites de dicho demonio que amenazaba constantemente con suplantarlo de manera permanente.
—¡Honorable Número Siete! —exclamó nuevamente el sujeto frente a él.
El zaino volteó a verlo, todavía enajenado por la maraña de cosas que cruzaban por su retorcida mente.
—¿Dijiste algo?
—Los tenemos.
Sus ojos destellaron con el brillo de la malicia y perversidad.
Sería una noche memorable.
Hyuuga Natsuhiko nunca había destacado por algo en particular más allá de su "cara bonita" y carisma. De ahí en fuera, era tan relevante como una pulga marina, según lo que la peliverde siempre decía.
Pero, gracias a aquellas dos únicas cualidades, era que recién había ganado un lugar en un peldaño mucho más alto que en el que se encontraba en un inicio.
Había ganado la confianza de Amane Yugi.
Probablemente gracias a semejante hazaña por fin su señorita aceptaría la invitación a cenar que le había propuesto hacía unas semanas atrás e incluso el enano, a quien ayudaba a cuidar de vez en cuando, dejaría de dispararle balas de pintura sólo por diversión.
—Buen trabajo, Hyuuga.
Lo había felicitado el atemorizante ser con cuerpo humano a quien le debía "lealtad ciega" para, luego de eso, desaparecer tras la puerta que lo llevaría a sus próximas víctimas.
¿Que si se sentía mal por haber jugado con los sentimientos de aquella mocosa?
¡Claro que no!
Silbaba feliz mientras se alejaba y pensaba en qué comprarle a su amada con la recompensa que cobraría una vez el Honorable Número Siete terminara con ese par.
—¡S-su-suéltenme! ¿¡Quieren dinero!? ¿¡Es eso lo que buscan!?
—¡Dejen a la señorita en paz!
En aquel pequeño cuarto subterráneo se escuchaba gritar a un par de almas condenadas.
Sus cuerpos ya casi rendidos por el agotamiento estaban atados a un par de sillas que se movían al compás de sus pataleos e inútiles esfuerzos por liberarse. Sus rostros habían sido cubiertos por una sofocante bolsa de la que a duras penas podían aspirar oxígeno, lo que no les permitía ver a detalle a la figura frente a ellos.
—Desde que supe que ustedes dos existían, no he podido hacer más que anhelar y desear por nuestro encuentro. Y ahora que estamos reunidos, espero que esta noche sea tan memorable para ustedes como para mí.
Habló la figura que se iba acercando más y más a ellos en cada palabra.
Era un varón.
Joven.
De voz suave y casi gentil.
¿Un salvador?
No.
Dicen que la muerte no es tan terrible como se le dibuja. Algunos dicen que se presenta como una propuesta seductora de amabilidad y ternura; una oportunidad de dejar atrás toda preocupación terrenal para ascender al paraíso de liberación espiritual al que todo humano debería aspirar.
Sin embargo, muchas veces también se la veía como una deliciosa trampa que te envuelve y enceguece, haciéndote pensar en ella como una dulce madre que te acogerá en su seno para luego mostrarte su verdadero rostro y desgarrar con sus uñas, mismas con las que ya te ha encarcelado, cada fibra de tu ínfimo ser.
Arrancará tu piel.
Molerá tus huesos.
Aplastará tus órganos.
Devorará cada parte de tu mente.
Beberá tu sangre.
Bailará sobre tus restos.
Y después...
Te olvidará y buscará a su siguiente víctima.
Dejando en tu lugar nada más y nada menos que una mancha tan pequeña e irrelevante, que al cosmos mismo no podría importarle menos.
Y, en este caso, el verdugo parecía ser un favorito de la muerte.
Salvado por los pelos de su letal abrazo.
Tentado, pero todavía con pendientes en el mundo que lo hacían no rendirse del todo ante sus mortíferos encantos.
Cada noche la muerte y aquel sujeto, con nada más en la vida para perder; jugaban y apostaban, se seducían en la soledad de su cuarto, hablaban por largas horas y se miraban a los ojos. Embelesados por los misterios del contrario.
Era por eso que, Yugi Amane, había aprendido de buena fuente cómo hacer que alguien suplicara y clamara por su liberación del plano físico.
Cada día le ofrecía regalos de sangre a su más fiel compañera. A diario, un alma nueva era entregada en lugar de la propia con tal de que le concediera el tiempo suficiente para cumplir con su promesa.
Y la segadora no podía estar más complacida.
Así que, confiando en sus habilidades, procedió como de costumbre.
Lo había hecho miles de veces antes. Los motivos habían sido distintos a los de ahora.
No obstante, esta ocasión era especial; pues por primera vez podía darse el lujo de disfrutar de las mismas mieles que todos aquellos grandes a los que tuvo que pisotear para llegar a donde estaba.
Al fin había empezado su travesía en aquel páramo donde la verdad no era una opción.
Información como la que buscaba con ahínco era muy difícil de obtener, lo sabía. Pero también sabía cómo lograr que incluso un hombre sin lengua ni ojos diera su brazo a torcer.
—¿¡Q-qu-qué es lo qu-que qu-quieres!? ¿¡Dinero!? —El verdugo se detuvo al escuchar a la muchacha. No pudo evitar soltar una carcajada—. ¿¡Por qué te ríes!?¡Todos buscan sacar algo de mí!
—Lamento que piense eso de mí, señorita. Yo sólo estoy aquí para preguntar algunas cosas y luego de eso, con gusto los liberaré a ambos.
Los lloriqueos de la joven cesaron. En sus venas corría la sangre de grandes negociantes, sabía que debía aprovechar esta pequeña oferta.
—¿Q-q-qué q-quieres entonces?
—Me temo que, por el contrario de lo establecido por la etiqueta, deberé empezar por su distinguido acompañante —se dirigió al varón maniatado—. ¿Te parece bien si comenzamos?
—¡No vuelvas a acercarte a la señorita!
Hizo una mueca con sus labios que reflejaba algo de ironía por la situación; por supuesto que sólo era de su propio conocimiento y no del par de desgraciados.
—¡Pero cuánta devoción! En verdad que conseguir personal así de leal es una suerte hoy en día... Nunca sabes cuándo alguien te dará la espalda —concluyó con una sonrisa y se alejó nuevamente del casi nulo campo visual del par de presas. Tenía que ponerse cómodo y de paso preparar sus juguetes favoritos—. ¿Desde hace cuánto trabajas para tu señorita? —preguntó mientras desabotonaba los primeros botones de su camisa y arremangaba sus puños.
—Desde hace siete meses. ¿Puedo preguntar algo?
—Claro.
—¿Quién eres?
El zaino se quedó callado, lo meditó un momento y luego respondió.
—Por el momento confórmate con llamarme "Honorable Número Siete". Todo el mundo me conoce así.
—¿Honorable Número Siete?
—Te suena familiar, ¿no es así?
—¡Si esto es por el dinero, juro que en un mes podré pagarlo!
—¿Dinero? Oh, creo que no te has enterado. El anterior Número Siete murió recientemente y yo ocupo su lugar ahora. Cualquier deuda que hayas tenido con él fue olvidada en cuanto dio su último suspiro, no te preocupes.
—Entonces... Si no es por el dinero, ¿por qué estoy aquí?
—Cómo te dije, sólo quiero respuestas —contestó, acercándose nuevamente.
La distancia entre ambos varones se acortó, el prisionero podía sentir la mirada de su captor sobre sí, sin embargo, la oscuridad del material que cubría su rostro no le permitía detallar los rasgos.
—¿Quieres que te cuente una historia?
El maniatado no hizo más que asentir.
—Hace algunos años, una gran empresa encargada de la mayor parte de la importación de limones a nuestro país cayó en bancarrota gracias a las políticas nacionalistas de cierto político conservador. La familia del presidente se sumió en una gran depresión, pues las deudas y ver cómo poco a poco sus vidas debían de cambiar para mal fueron contaminando sus corazones. No obstante, un día les llegó una propuesta. Una que aliviaría la carga de sus hombros; deshacerse de aquel malnacido que había condenado a sus futuras generaciones a la miseria y al desamparo económico, pero no contaban con que ello no era más que una trampa de aquel diabólico ser que buscaba deshacerse de todo opositor y posible contrincante —Se detuvo, esperando alguna reacción o comentario por parte del rehén que temblaba bajo su mirada—. Fue así que, una noche, todas aquellas familias se reunieron en una casa de verano, propiedad de uno de ellos. Discutían arduamente, soñaban despiertos y vociferaban extasiados maldiciones contra el individuo que los había llevado a la desgracia con sólo abrir la boca. De ahí que nadie se percatara del momento en el que las puertas y ventanas de aquella casona en medio del bosque fueran cerradas y bloqueadas para, poco después, prender fuego al edificio y dejarlos morir en un desastroso y penoso accidente.
Los puños del cautivo se apretaron con fuerza, sus uñas se enterraron en sus palmas y sus nudillos quedaron blancos. Conocía esa historia mejor que nadie.
—Poco tiempo después, un chico de nombre tan común como los frutos que su familia importaba fue acogido por una de las familias sobrevivientes. Por su edad no podía hacer más que llevar de un lado a otro mensajes y transportar, de vez en cuando, pequeños objetos que serían necesarios para aniquilar al asesino de sus padres.
Los recuerdos iban aflorando con cada oración que salía de los labios de su captor; era como si reviviera cada momento narrado.
¿Qué estaba pasando?
¿Cómo fue que dieron con él?
¿¡Acaso no era suficiente con todo lo que había pasado!?
—Y entonces llegó el día... Era viernes por la tarde, aquel hombre y su esposa iban a pasear por el parque, aprovechando que sus dos hijos estaban fuera. A medida que el tiempo pasaba y el camino se volvía más y más extraño, la pareja empezó a cuestionar al individuo que llevaba el volante en sus manos y, para el momento en que llegaron al punto acordado, la identidad del piloto fue descubierta. Se trataba del mismo chico de nombre común y pasado tan ácido como los limones. Lo último que escuchó aquel jovencito antes de irse de ahí, era que los vástagos de la pareja habían sido eliminados y que el matrimonio estaba por saborear el mismísimo infierno.
Ahora todo empezaba a quedarle claro al prisionero, tragó duro y esperó a que continuara con su relato.
—¿Sabes lo que pasó después?
Negó con la cabeza, aunque lo sabía más que bien.
—Entonces te lo diré —dijo, mientras revelaba el rostro del sujeto maniatado.
Unos orbes tan oscuros como el ónix le dieron la bienvenida en cuanto sus ojos se acostumbraron a la casi nula iluminación del lugar, una sonrisa amigablemente cínica decoraba el rostro masculino. El rehén no aguantó sostener la mirada y enfocó la vista al suelo.
—Dicen que tengo los ojos de mi madre, aunque ahora mismo creo que me parezco más a mi padre. ¿No te parece?
El interrogado dirigió sus asustados globos oculares nuevamente a su captor. ¿Una broma de mal gusto acaso?
—Supongo que es hora de retomar la historia, pero lo haré mucho más interesante —Lo tomó del cabello fuertemente y susurró a su oído—. Vivirás en carne propia lo que ambos sufrieron antes de que se les diera el tiro de gracia... Pero tú no tendrás tanta suerte —culminó, soltándolo y dirigiéndose a una mesita a su lado, procedió a retomar su narración—. Los cuerpos del matrimonio Yugi fueron encontrados en un terreno baldío, ambos desnudos y en poses humillantes, de las que prefiero no entrar en detalles. Fueron golpeados en repetidas ocasiones, los forenses se atrevieron a sugerir que incluso sin la bala entre sus cejas hubieran muerto debido al traumatismo craneoencefálico. También, encontraron un total de diez fracturas en el cuerpo femenino y quince en el masculino. ¿Quieres saber en qué partes? —preguntó luego de haber leído una hoja de papel.
La respiración de su próxima víctima cada vez se volvía más dificultosa. Sabía con lujo de detalle lo que había pasado con esas personas. La satisfacción había sido tan grande que memorizar el artículo en el periódico de notas amarillistas fue una tarea por demás sencilla.
El verdugo se alejó, disfrutando a detalle el espectáculo ofrecido. Acto seguido, sonrió y le propinó una patada, tirándolo, junto con la silla, de espaldas. Lo siguiente que el pobre diablo supo fue que aquel fantasma del pasado subió a horcajadas sobre él y comenzó a golpear su rostro.
Amane al fin daba su primer paso a la verdad.
Rompió su nariz, tiró algunos de sus dientes, tiñó de violeta sus pómulos, reventó sus labios y culminó propinándole un codazo en la frente haciéndole perder el conocimiento. Enajenándose de los gritos que suplicaban por misericordia por parte de su "señorita".
Sus ojos se abrieron cuanto pudieron una vez las ganas de vomitar lo despertaron. Apenas dándole tiempo para girar su rostro y vaciar el contenido de su estómago. Atragantándose con el bolo alimenticio expulsado que se combinaba con la sangre en su boca, torturándolo con un sabor indigerible.
—Asqueroso.
Escuchó decir al captor. Sus ojos apenas lo enfocaban. La figura parada a unos metros de distancia secaba sus manos furiosamente mientras lo veía. Una vez las náuseas desaparecieron y el charco de sustancias olorosas empezó a enfriarse bajo la piel de su rostro, el sujeto de pie le dio una orden.
—Limpia tu desastre.
Lo ignoró y cerró los ojos, deseando que todo eso no fuera más que una pesadilla.
Grave error.
Un puntapié en el abdomen lo hizo regresar a su realidad.
—Dije que limpies tu desastre, usa tu lengua. Trágate el vómito.
Con la voluntad un poco quebrada y sin ganas de provocar al verdugo, giró su cabeza lo más que pudo hasta que su órgano bucal tuvo contacto con la sustancia viscosa.
Mientras tanto, el zaino leyó en voz alta el mismo papel que la última vez.
—Ambos meñiques, ambos anulares, un dedo índice, un pulgar y un medio. Ambas piernas. Cadera. Columna. Ambos brazos. Clavícula. Cara. Seis costillas.
Dobló el papel y lo metió en el bolsillo de su pantalón.
—¿Sabes qué es lo que acabo de leer?
"¿Cómo no hacerlo?", hubiera sido una mejor pregunta.
El sujeto empezó a llorar, haciendo que la mezcla de sabor ácido y metálico que limpiaba poco a poco adquiriera leves tintes salinos.
Eran los huesos que le habían roto al matrimonio Yugi.
De repente, la silla a la que seguía unido fue halada por una de sus patas por el sádico individuo. Un par de manos enguantadas se enredaron en su cuello y tiraron de él, haciendo que el objeto de madera regresara a su posición original. La fuerza empleada sobre su garganta lo había dejado sin aire durante unos cuantos segundos, los suficientes como para hacerle considerar la fuerza de su captor. Algo dentro de él empezaba a emocionarse.
—Exacto, son los mismos huesos que te romperé —le susurró al oído. La calidez de su aliento, así como el tono de sus palabras y la manera tan juguetona de pronunciar cada sílaba hicieron que, por un momento, se sonrojara.
El Honorable Número Siete se alejó del repulsivo ser que empezaba a respirar cada vez más entrecortado, dirigiéndose hacia la misma mesa de la que había tomado la hoja de papel.
¿Por dónde empezaría?
Contempló las resplandecientes herramientas de las que hacía uso en ese tipo de situaciones.
¿Un martillo?
¿Pinzas?
¿Cuchillo?
¿Picana eléctrica?
¿Porra con púas?
¿Grillete para el cuello?
¿La pera que recién había adquirido?
La decisión era difícil, pero decidió empezar con lo más sencillo.
Su diestra se apoderó del martillo y la zurda del grillete para cuello.
Su torso así como sus piernas seguían atados a la silla; sin embargo, sus brazos y cuello habían sido atrapados en un molesto aparato que lo hacía jadear cada que intentaba mover sus extremidades superiores. El condicionamiento en sus movimientos de alguna manera despertaba emociones que nunca antes había tenido y eso empezaba a preocuparlo.
El contrario sonrió satisfecho una vez admiró su obra concluida.
Ahora le resultaría mucho más sencillo proceder.
Desde siempre, Yugi Amane había tenido cierta fijación por los dedos de las personas. Por lo que se podía decir que esta parte del cuerpo era su favorita a la hora de cumplir con su trabajo.
Deslizó la cabeza del martillo suavemente sobre los brazos del sujeto cautivo, dirigiéndose tortuosamente hasta sus manos. Una vez ahí, se encaminó hacia el meñique derecho, lo enganchó con la parte del sacaclavos y giró la herramienta violentamente hasta escuchar un crack y un grito de dolor que alertó a la chica que los acompañaba en ese cuarto.
Miró la zona afectada. El dedo pequeño había quedado totalmente volteado, empezaba a hincharse y a cambiar de coloración. Miró a los ojos a su víctima.
Su mirada no dejaba de suplicar por clemencia.
¿Acaso alguien la había tenido con su madre o su padre?
¡Claro que no!
Por lo que repitió el mismo ejercicio.
Meñiques, índices, pulgares y medio... Todos conocieron el mismo final. Enganchar, torcer, quebrar, golpear hasta ser deformado, doblar... ¡Las posibilidades se volvían infinitas cuando ya no tenías nada que perder y sólo buscabas un poco de alivio en la desgracia ajena!
Y era así.
Necesitaba saber que aquellos que lo convirtieron en ese miserable ser, serían mucho más miserables que él en sus últimos momentos.
No hubo cese en los gritos.
Ni la atormentada víctima paraba de bramar.
Ni la aterrada joven lograba formar palabras coherentes debido a su continuo tartamudeo.
Aunque siendo honestos, tampoco era como si le importara. Ya estaba acostumbrado a escuchar alaridos de ese tipo. Se había vuelto inmune al dolor ajeno.
No obstante, se detuvo una vez llegó al anular izquierdo.
Un anillo.
Un recuerdo doloroso se hizo presente en su mente por una fracción de segundo.
Una memoria con sabor a donas caseras y tardes de películas luego de salir de la escuela.
El incomparable olor a fresa de una cabellera que le recordaba a la luz de la luna.
La intensidad de unos ojos carmesí que lo veían con adoración cada que divagaba en sus extenuantes monólogos sobre el espacio.
Unos labios que lo llevaban al paraíso en cada beso y que avivaban sus más bajos deseos.
Una voz que lo consolaba con dulces y tiernas palabras cada noche antes de dormir profundamente.
El fantasma de unas manos que se enredaban en su cabellera y que acariciaban sus mejillas.
...
El vacío de un corazón roto que lo mantenía vivo sin vivir realmente.
El dolor que lo hacía morir cada mañana al despertar y darse cuenta de que todo había sido un sueño.
Una broma de mal gusto de la vida.
El pequeño objeto que llevaba pegado a su pecho ardió sobre su piel, burlándose de aquellos sentimientos que empezaban a aflorar. Recordándole que, de alguna manera, seguía siendo humano aun cuando trataba de disfrazarse de demonio.
Retiró el aro del dedo y se dirigió a la contraria.
—¡No le hagas nada a la señorita! —alcanzó a exigir, antes de notar el par de orbes que lo retaban a pronunciar otra palabra.
Miró las manos femeninas.
Uñas pintadas de delicados colores pastel, piel de textura suave y tersa.
Muy por el contrario de las que él anhelaba volver a sentir.
Arañando levemente su cuero cabelludo mientras dormía sobre aquellas piernas que tanto adoraba.
Cuando su espalda se convertía en lienzo de trazos carmesí cada que la temperatura dentro de su cuarto iba en aumento.
Aquellas manos endurecidas por largas horas de trabajo en el jardín de la escuela.
Uñas apenas lo suficientemente largas como para lucir los vivos colores con los que solía decorarlas para disimular la tierra que a veces se acumulaba en su hiponiquio.
Movió la cabeza.
Era momento de trabajar, no de soñar despierto.
Jugó con la discreta alhaja de color plateado que adornaba el anular izquierdo femenino. Sintiendo la textura del material, girándolo suavemente para no perder detalle alguno y procediendo a retirarlo con delicadeza.
La joven se estremeció. La gentileza de las acciones realizadas por aquel a quien debería de temer la desconcertaba.
—Buena chica —susurró contra su oído, todavía cubierto por aquel saco de tela oscura que no le permitía conocer la identidad de su captor.
El espiral de emociones en su mente hicieron que el color de sus mejillas se avivara, que sus manos sudaran y que su respiración se agitara.
¿Acaso no estaba asustada?
¡Aquel sujeto era un desquiciado que ignoraba las súplicas y se deleitaba con los gritos de su amado!
Entonces, ¿por qué el suave tacto de su piel la hizo preguntarse cómo se sentirían aquellas manos sobre su cuerpo desnudo?
¿Por qué su voz había hecho que su piel se erizara?
Ansiaba verlo.
Quería conocer al dueño de semejantes cualidades y capacidades.
—Aww, que lindo. ¿Anillos de compromiso? Para mi gusto son demasiado sencillos considerando la cantidad de dinero que percibes y el dinero que le debías a mi antecesor —se burló, mostrando el par de alhajas al varón maniatado del cual no obtuvo respuesta alguna. Dejó el par de aros sobre la mesa, cambió de utensilio y regresó al lado del sujeto—. ¿Conoces el cuento sobre el hilo rojo del destino? Dicen que un hilo rojo atado a nuestro dedo anular izquierdo se conecta directamente con aquella persona que está destinada a ser nuestra compañera por el resto de nuestras vidas... Sería una pena si se cortara ese vínculo, ¿no crees?
Acarició su dedo con sensualidad, despertando sensaciones sobre la piel de su víctima que nunca había experimentado. Tomó con delicadeza el cuchillo, posándolo en la base de su dedo y, antes de que el cautivo pudiera decir cosa alguna, un dolor punzante se apoderó de su anatomía nuevamente.
No era que Amane no supiera usar un cuchillo; sino que, lo sabía usar tan bien, que conocía el tipo de cortes que debía hacer para prolongar el sufrimiento a la hora de cercenar alguna parte del cuerpo.
Un corte se convirtió en dos, esos dos en cuatro y luego del cuarto... Su cerebro lo obligó a desmayarse nuevamente. Tratando de escapar de aquella pesadilla.
Para el momento en que sus ojos volvieron a abrirse, lo primero que vio fue su dedo cercenado frente a él y una nota que le avisaba que su captor estaría de regreso en breve.
Empezó a llorar.
Así que ésta era la ira del universo.
Karma, le llamaban.
De repente, un ronquido lo hizo voltear lo más que pudo hacia el origen.
Se trataba de su señorita, estaba intacta por lo poco que podía ver. Suspiró. Esperaba que pronto los padres de su señorita, y futuros suegros, los encontraran y pusieran fin a todo eso.
Entonces podría desquitarse de aquel ser de ultratumba de la peor manera. Lo acribillaría.
El sonido de una puerta abrirse lo alertó y, segundos después de un silencio absoluto, el sonoro saludo que exclamó a su oído lo hizo estremecerse.
—¡Buenos días! Espero que hayan dormido bien porque hoy tenemos muchas más cosas que hacer —Su maldita voz, sonaba tan viva y alegre. Sólo un lunático podría estar así de feliz en una situación como esa—. Luego de que te desmayaras me di cuenta de que no pregunté nada de lo que quiero confirmar. Así que hoy me contarás más de ti... Y para eso traje un amiguito~
El aterrado ser lo miró de reojo, una sonrisa ladina decoraba el maniático rostro. Entre sus manos sostenía un bate de aluminio. Lo movía de un lado a otro, resplandecía bajo la tenue luz de las lámparas. Entonces lo azotó contra el piso, despertando a la joven que todavía dormía, robándole un salto por la sorpresa en el proceso.
—¿Comenzamos?
El cautivo tragó duro.
Para el momento en que el bate golpeó su torso desnudo por octava vez, el individuo ya había escupido la mayor parte de la historia inconclusa que Amane deseaba confirmar.
Era algo de entenderse.
Luego de contemplar horrorizado cómo sus extremidades superiores habían sido aplastadas lentamente por un tornillo de banco y de sentir sus huesos reventar mientras amenazaban con perforar la dermis en búsqueda de liberación, era evidente que casi toda su voluntad para guardar silencio se hubiera ido a la mierda.
Ahora colgaba de lo que, en algún momento, habían sido unos brazos fuertes y útiles, sostenidos por el agonizante agarre de un alambre de púas. Podía sentir aquellos picos metálicos perforar su piel gracias a la fuerza de gravedad, como si buscaran reunirse con las astillas de calcio que con anterioridad habían sido construcciones óseas bien definidas.
—Recapitulemos un poco —Pausó el joven verdugo—. Luego de que cumplieras tu parte como suplente del chofer de los Yugi aquel día, fuiste con tu patrón. Él pagó tu silencio y complicidad con dinero y una nueva identidad. ¿Cierto? —El pobre diablo apenas pudo mover la cabeza para afirmar—. Y... si mal no recuerdo de lo que leí en tu CV, te graduaste con honores de la universidad a los dieciséis años. Actualmente eres asistente personal del presidente de una empresa muy conocida de telecomunicaciones a nivel nacional. En tu tiempo libre fundaste una empresa con ayuda del consejo y tutela de su jefe actual y recientemente empezaste a trabajar en la casa de tu superior como chofer y escolta de su única hija. ¿Me equivoco en algo? ¿Algo más que agregar? ¿O prefieres contárselo primero al bate?
El cautivo tembló de sólo pensar en el objeto de aluminio.
De repente, una carcajada llamó su atención.
—¡Juro que cuando vi tu currículum casi mato al encargado de entregármelo! En verdad, ¿al menos te dignaste a revisarlo? ¡Es sólo una hoja! ¡Una maldita hoja que no tiene otra cosa escrita más que tu nombre, edad, dirección y menciona brevemente que te graduaste con honores a los dieciséis! —exclamó divertido, limpiando lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos—. ¿Te graduaste de la carrera de imbéciles en la universidad para idiotas? ¡De no ser por el nepotismo serías igual o menos valioso que una mosca!
Era cierto. No había tomado en cuenta la deficiencia en cuanto a calidad de los documentos que avalaban la existencia de su nuevo ser; pues había estado mucho más ocupado pensando en cómo lograr que la hija de su jefe se interesara en él ya que, de lograr obtener sus favores, ya no tendría que preocuparse por el dinero. ¡Su vida volvería a gozar de las bondades de una situación económica desahogada y abundante!
O al menos esa era su única preocupación hasta que la emboscada que les tendieron unos granujas los llevó a donde se encontraban ahora.
—Bueno, demasiada alegría por un día. Regresemos a lo que vine. ¿Podrías decirme qué es esto? —Le acercó una foto.
Observó por unos segundos la imagen y su mente recordó las largas noches que había pasado en aquella locación. Afirmó con la cabeza nuevamente.
—Supe que solías pasar tus ratos libres acá. Al parecer, te conseguiste cinco "juguetes" y te divertiste con ellos durante casi un mes para después acribillarlos. Tengo un sólo problema con esto. ¿Sabes cuál es?
¿Acaso no sólo había herido a sus padres?
¿Y si alguno de los otros cinco desgraciados que habían sido enterrados bajo los cimientos de aquel lugar también era objeto de afecto para el monstruo frente a él?
—Detesto que hayas presumido, como si fuera la gran cosa, el haber torturado gente a tus anchas. ¿¡Sabes todo lo que implica hacerse de renombre como torturador y ganar fama de sádico!? ¡No puedes ir por la vida clamando que golpeas gente hasta cansarte y decir que les torturas! Es una ofensa, para los que hemos tenido que aprender en base a prueba y error, que un idiota llegue haciendo semejantes afirmaciones.
El capturado rio.
—¡Eres igual a mí! —exclamó de golpe—. ¡No eres más que una copia de mi persona! ¡Yo me vengué mucho antes que tú y ahora estás haciendo lo mismo que yo hice con esos bastardos y tus malparidos padres!
El flequillo de Amane ensombreció su rostro y, en menos de dos pasos, ya lo tenía agarrado por el cuello de su camisa.
—Entiende una cosa, escoria. Tú y yo NO somos iguales, jamás vuelvas a repetirlo o pensarlo siquiera. ¡Yo soy mucho peor que tú! Haré que la idea del castigo eterno suene como un sueño hecho realidad. Terminarás suplicando por una muerte rápida, convertiré en realidad tus peores pesadillas y dejaré al descubierto nuevos temores que probablemente ni sabías que tenías —culminó, empujándolo.
El cuerpo del malnacido se balanceaba. La risa casi psicótica hacía eco dentro del cráneo de su captor, recordándole lo vulnerable que era ante la mención del deceso de sus progenitores.
Todavía dolía.
El contrario continuaba riendo, haciendo caso omiso a los riachuelos escarlata que bajaban por sus brazos y caían presurosamente al suelo, hasta que el contacto del aluminio contra su rostro le hizo escupir más dientes y soltar un alarido.
—¡Vamos, creí que disfrutabas la violencia!
El cuerpo inerte pero aún tibio de su víctima se balanceaba sin pronunciar palabra alguna ni largar alaridos como hasta hacía unos minutos atrás había hecho.
Lanzó el bate fuera de su vista y se le acercó. Tomó su rostro obligándolo a verlo, abriendo uno de sus ojos con la mano contraria.
—¿Sabes qué es lo más gracioso de todo esto? Muchas personas pensaron que el hotel abandonado donde solías hacer tus ridiculeces se había convertido en un congal de mala muerte. Los gritos de dolor de tus víctimas a oídos de los demás se escuchaban como gemidos de piruja barata y mal cogida.
Lo soltó y fue a lavar sus manos.
Veía sangre que no era la suya bajar por el desagüe, dejándolas limpias. Liberándolo momentáneamente de la sensación permanente de tenerlas manchadas sin importar cuantas veces las tallara.
Un clamoreo apenas perceptible lo hizo regresar la mirada al sujeto colgado.
Aún no terminaba.
Fue hasta el pobre diablo y cortó los alambres.
Debía preparar el escenario para el último acto.
Para el momento en que despertó nuevamente se dio cuenta de que, al contrario de la vez pasada, ahora se encontraba de rodillas, semidesnudo, sus dos brazos atrapados por un gambrel que lo obligaba a mantenerse erguido.
Miró al suelo y comprendió el dolor en sus rodillas.
Granos de arroz.
Pequeños y diminutos granos que se enterraban en su piel gracias al peso de su cuerpo.
El frío en aquel cuarto había incrementado. Su piel estaba reseca, ardía y la podía sentir partiéndose de a poco. Su anatomía se estremecía buscando desesperadamente maneras de calentarse.
Fue entonces cuando se dio cuenta de lo jodido que estaba.
Lo viera de la manera que fuera, sin duda alguna su fin había sido escrito en piedra desde el momento en que decidió ir a trabajar ese día. En ese punto, la idea de la muerte ya no lo aterraba, sino aquello que lo llevaría a aquel lugar idílico.
Su mirada se nubló y lloró.
—Veo que ya estás despierto.
Oh no.
Buscó asustado el origen de la voz que lo atormentaba incluso en sueños y lo encontró sentado a unos metros de él.
Su mirada destazaba sus secretos más profundos, arrancaba cada memoria de su mente, cercenaba sus sentidos y lo sumía en un estado de shock que lo hacía olvidarse por unos segundos de la situación en la que se encontraba. Era como si pelara cada capa de su alma, detallando cada aspecto de su persona y le obligara a tragar una verdad amarga y pesada.
Entonces el verdugo se levantó de su lugar y caminó lentamente hacia él.
—Hoy nos divertiremos aún más que ayer. —Pasó de largo y salió del campo de visión de su aterrorizada presa.
Llegó hasta una cajonera donde guardaba celosamente aquello que lo ayudaría a terminar de acostumbrarse a lo que estaba por hacer.
Su hermano varias veces antes lo había ayudado, pero ahora era distinto. Quería hacer las cosas por su cuenta, despegarse poco a poco de la tutela de su gemelo. A final de cuentas, el camino que planeaba recorrer era uno en donde no había cabida para la compañía. Ya fuera la de Tsukasa o la de cualquier otra persona.
No podía ni quería darse el lujo de poner en riesgo a personas valiosas para él.
No cometería los mismos errores que su figura paterna.
Procedió a colocarse un delantal, guantes, botas de hule, un cubrebocas y gafas.
Había aprendido a la mala que la presencia de fluidos ajenos sobre su piel hacían que su estómago se revolviera. Pues en varias ocasiones esto lo había llevado a descargar los contenidos de su tripa mientras escuchaba las burlas de su hermano menor.
Negó con la cabeza.
No era momento de pensar en su gemelo.
Abrió un estuche frente a él y tomó un cuchillo, dándose su tiempo para comprobar su filo, el mango y la ligereza del objeto.
Convencido de que la herramienta entre sus manos era la idónea, regresó con su víctima.
Antes que nada, jugaría con él un poco más. Lo atormentaría emocionalmente, lo llevaría al límite de sus sentidos y haría que enfrentara al abismo del horror para después regresarlo a la realidad y terminar, en un casi acto de piedad, con su patética existencia.
—¿Sabes? Entre las muchas cosas que tuve que hacer para llegar a este lugar, hubo una que fue un infierno para mí... Y eso fue trabajar en un rastro. ¿Sabes a cuántos puercos tuve que sacrificar y desollar? Los olores en aquel lugar eran insoportables, pero, al final, aprendí una que otra cosa. Dime, ¿sabes cómo chillan los cerdos cuando están asustados o cuando empiezas a abrirlos de canal aun estando vivos?
Las pupilas de su presa se achicaron. Sus piernas trataron de levantarlo para huir. El sólo pensar en ser desollado le bastaba para olvidarse de cualquier otra herida en su cuerpo. No obstante, un tirón lo detuvo.
Amane estaba ajustando el gambrel que mantenía sus brazos alzados.
Sus pies ya no tocaban el suelo, no podía hacer más que balancearse de un lado a otro.
Respiración errática.
Lágrimas bajando presurosamente por sus mejillas.
Voz tan quebrada que ni siquiera podía hilar palabra alguna.
La expresión de un hombre con los minutos contados.
—¿A dónde vas? ¿Planeas dejar a tu señorita sola?
El pobre diablo buscó con la mirada a la joven, encontrándola a unos metros de él. Sentada y con la misma bolsa sobre su cara. Podía ver su pecho subir y bajar, sus rodillas teñidas de un leve carmín debido al frío y el tiritar de su cuerpo que, al igual que el suyo, buscaba desesperadamente una fuente de calor.
Entonces, aquella sombra de maldad y locura, se acercó al dulce y tierno ángel que en tantas ocasiones lo había hecho sentir mejor con sólo ver su sonrisa.
No quería ni ver qué haría con ella.
No podía soportar la idea de que alguien tan pura y buena como su "señorita" fuera lastimada por un ser tan diabólico.
No toleraría la idea de que la luz de aquel frágil ser, a quien había llegado a amar y desear, fuera consumida por la oscuridad de aquella bestia con forma humana.
La mano enguantada descubrió su rostro.
La suave melena rubia cayó por sus hombros y un verde tan precioso como las esmeraldas hizo contacto visual con lo que apenas y se podía reconocer como globos oculares.
Pudo notar el horror y el asco en sus facciones.
Era de entenderse, probablemente lo que sus ojos veían era más a un desecho que a un humano.
—¿Saben por qué están acá?
Preguntó el verdugo, viéndolos a ambos. Sus ojos destilaban alegría maliciosa, sin embargo, ninguno de los dos capturados se atrevía a decir palabra alguna.
—¿No se te hizo raro que tu señorita te pidiera ir a un almacén en medio de la noche? ¿No pensaste que era extraño que te pidiera quedarte en el auto para esperarla?
Claro que no, él sabía que su señorita era una persona muy importante que solía encargarse de algunos asuntos en nombre de su padre cuando éste no podía atenderlos por sí mismo.
Fuera lo que fuera que estuviera tramando, no serviría.
Ella era la persona más inocente que había conocido.
¿Qué importaba si al principio no hubieran congeniado?
¿Y qué si en repetidas ocasiones lo había acusado de ser un cazafortunas? Lo cual era, pero que, aun así se mostraba indignado cada que se lo decía.
Sabía que el amor que entre los dos había surgido era fuerte y duradero. Por eso habían decidido jurarse amor eterno. Los anillos de plata que en algún momento adornaron sus manos era la prueba definitiva de aquella promesa de un futuro juntos.
¿Cómo olvidar la noche mágica en que sucedió?
Había luna llena, ambos disfrutaban de una bebida caliente y galletas, veían al cielo y contaban estrellas, riendo, hablando y jurando entre susurros un amor infinito. Tan infinito como el brillo del lucero que competía con el del satélite terrestre.
—¡Romeo, te estoy hablando! —Lo zarandeó, sacándolo de aquel recuerdo maravilloso.
—¡Digas lo que digas yo sé que mi señorita es un ser puro e inocente que jamás se atrevería a hacer algo indebido! —Amane soltó una risita.
—Claro~ Entonces, supongo que no te molestaría si revisamos entre los dos su celular, ¿cierto?
—¡La privacidad de mi señorita es algo que no te permitiré mancillar!
—Hablas mucho para ser un hombre muerto, ¿sabes...? ¿Por qué no mejor te relajas un momento y disfrutas del espectáculo? Va por cuenta mía.
Sacó de su pantalón aquel celular de carcasa rosa que el colgado conocía tan bien como a la palma de su mano y, sin mayor demora, desbloqueó el dispositivo, revelando una foto de ambos como imagen de fondo. Fue hasta la mensajería. Abriendo de uno en uno los mensajes.
Amigos, familiares, conocidos, compañeros de clase, maestros.
Todo estaba en orden.
Hasta que un contacto que no reconocía apareció en su bandeja de archivados.
—¿Quieres que lo abra? El último mensaje que fue mandado a este usuario fue justamente unos minutos antes de que los capturaran. —Con lo poco que podía ver pudo darse cuenta de que era cierto.
—Hyuuga Natsuhiko... ¿Te suena?
Claro que no, jamás había escuchado ese nombre.
—¡Nada de lo que diga es cierto, sabes que te amo! —exclamó aquella que hasta ese momento había estado muda.
—¡Y yo que pensaba que eras tartamuda! —respondió animado el de mirada ámbar—. Será interesante jugar contigo después. Ahora, ¿en dónde me quedé? ¡Oh! Es cierto, veamos... Último mensaje enviado a las 11:00 p.m, cuánta exactitud en los tiempos. 'Ya estoy llegando, cariño~' No es por nada, pero creo que es demasiado cariñosa para ser algo sin importancia, ¿quieres ver la galería?
El de brazos rotos miraba perplejo a su gran amor, ¿en verdad podía confiar en lo que el bastardo que lo había estado torturando le dijera?
De repente, la mano enguantada hizo girar su rostro hacia la pantalla.
Fotografías.
Más de una, más de diez, probablemente más de cincuenta... Todas y cada una donde la protagonista era la chica de sus sueños.
Las poses sugerentes así como la poca ropa que lucía en cada toma se volvían más y más seductoras conforme las imágenes cambiaban.
—¿Quieres que te cuente la verdad? —Sonrió divertido.
Una de sus partes favoritas a la hora de atormentar era destrozar toda emoción y esperanza. Ya saben, la llama interior que motivaba a todo ser viviente a seguir adelante.
Algo que él desde hacía mucho había perdido.
—Hyuuga Natsuhiko es un subordinado mío que se encargó de enamorar y engañar a tu dulce, linda y tierna señorita. El día en que fueron traídos acá fue porque ella y Hyuuga quedaron de verse para tener un encuentro, si sabes a lo que me refiero. —El tono de burla en sus palabras, así como la sonrisa perversa dibujada en su cara, sólo servían para hacerlo sentir peor.
¡Al diablo los huesos rotos y la piel curtida! El saber que aquella a quien siempre había tenido en un nicho no era más que una arrabalera lo estaba matando lentamente. Había depositado todos sus sueños y esperanzas de un feliz porvenir en ella y que ahora todo se tiñera de desgarrador desconsuelo...
—Tu señorita pensaba que Hyuuga era un chico de quince años, al igual que ella. Le contó sobre lo arrepentida que estaba por haber aceptado la propuesta de su padre y haber jugado a que estaba enamorada de ti. ¿Creíste que un importante empresario daría a su única hija a un don nadie? ¿En verdad pensaste que nadie se daría cuenta de tus verdaderas intenciones con ella? ¡Todos en su familia lo sabían! Por eso su niñera, la servidumbre, sus progenitores y todos los demás parecían estar de tu lado. Porque el padre de esa mocosa planeó que cuando tu empresa y la de él se fusionaran, a ti te matarían para deshacerse de la competencia.
¿Creerle o no?
Su mirada fue hasta la blonda, quien evitaba regresarle el gesto. Sólo veía al piso. Su silencio era respuesta más que suficiente.
El depredador llegó hasta donde se encontraba la frágil criatura. Colocando ambas manos sobre sus hombros desnudos.
Su tacto cálido consolaba a su atormentada piel.
La suavidad de su voz rozando contra su oreja la hacía estremecerse.
¿Qué había dicho?
Estaba demasiado ocupada pensando en la manera tan gentil en que la había transportado hasta tener de frente a su prometido... O mejor dicho, lo que quedaba de él.
No obstante, la brusquedad con la que la obligó a ponerse de rodillas la llenó de expectativas y preguntas cuya respuesta esperaba que fuera igual que lo que su mente imaginaba gracias a las novelas de tintes rosas que tanto amaba leer.
Entonces pudo deleitarse nuevamente con el calor de su tacto contra su piel. Una descendiendo hasta su cuello. La otra levantando su barbilla.
Podía ver sus ojos, eran mucho más hermosos de lo que había imaginado.
¿Era acaso amor o deseo lo que trataban de comunicarle?
Su ropa interior empezaba a humedecerse.
Podía oír su voz, pero no escuchar lo que le decía. Sólo quería que aquellas manos que la sostenían firmemente la continuarán tocando, incendiando cada poro de su ser. Recostó su mejilla contra uno de sus antebrazos y le dedicó una mirada. Un acto de sumisión que, al parecer, no fue nada grato.
La soltó y sus ojos expresaron asco y repulsión.
Acto seguido, un revés tan fuerte como para tirarla al suelo y romperle la nariz, le fue propinado.
Asustada y en alerta, volvió a verlo.
Y entonces comprendió el terror que destilaba de los ojos del hombre colgado.
Antes de tan siquiera poder gritar o decir palabra alguna, Amane la tomó del brazo, obligándola a verlo directamente. ¿En qué momento su mirada pasó de ser de un apetitoso caramelo a un agobiante azabache?
—No sé en qué retorcido mundo vives, o qué tipo de mierda tengas en la cabeza, pero, sólo para dejarlo claro, a mí no me gustan las niñas. Podré ser cualquier cosa, menos un maldito pedófilo. Yo no soy como este intento barato de Don Juan.
Aterrada, contempló la manera en que el verdugo vociferaba burlas y chistes de mal gusto en torno a la enferma psique de su chofer.
Sabía desde un principio que estaba mal, detestaba pensar que alguien como él fuera su pareja prometida para la eternidad, aunque tampoco era como si pudiera hacer mucho. Estaba atada de manos pues la voluntad de su padre era algo con lo que tenía que cumplir quisiera o no.
No obstante, ésa era la menor de sus preocupaciones en ese momento. Pues la primera se dirigía presurosamente a ella. Forzándola a hincarse nuevamente, algo que parecía ser una correa abrazó su cuello y un par de grilletes la unieron al piso.
Con la mirada al frente, pudo observar el horror en carne propia.
La manera tan delicada en que la punta de aquel cuchillo de curvatura levemente pronunciada recorría la epidermis del varón capturado.
La expresión de dolor que deformaba sus rasgos faciales cada que el filoso objeto dejaba a su paso huellas de un vibrante escarlata.
Por más que se esforzaba no lograba seguir el hilo de tan horrido show.
¿Qué decían?
¿Por qué su prometido se movía tanto a pesar de ser consciente de sus ataduras?
¿Para qué tratar de emprender la huida si se sabía condenado?
Entonces, una risotada salió de los labios del azabache.
—¿¡En verdad estás tan dañado como para ponerte así de duro con todo lo que te he hecho!? ¡Y yo que pensaba que me estaba divirtiendo, cuando el único que la pasaba bien eras tú!... Me das asco. —La facilidad con la que cambiaba de un tono divertido y casi infantil a uno serio y por demás tenebroso, sólo hacía que su víctima lo encontrara mucho más impredecible.
Desvió la mirada, apenado por las palabras de su captor, pues era cierto.
No podía negar que el recorrer del afilado objeto sobre algunas de sus partes más sensibles había despertado algo que ciertamente no se esperaba.
Podía verlo en sus pezones, erectos. Ya fuera el frío o la sensación fantasmal de la punta del cuchillo que había pasado por encima de ellos, no podía negar que dolían debido a su rigidez.
Podía sentirlo en la creciente erección que se marcaba de a poco por debajo de su ropa interior, delatando a la montaña rusa de emociones que le provocaba el contacto del acero contra su maltratada piel.
Solución salina empezaba a acumularse nuevamente en sus lagrimales.
¿Por qué tenía que lucir tan patético ante su verdugo?
¿Acaso la vida no podía siquiera otorgarle la dicha de partir del mundo terrenal con su orgullo intacto?
No.
De repente, un poderoso agarre sobre su cabellera lo hizo soltar un chillido de terror.
Palabras que no terminaba de comprender debido al susto lo hicieron pensar en cómo los huecos argumentales de su existencia misma habían dado pie a que su historia y la de aquel lunático se unieran.
Ya fuera Dios, el universo, o cualquier otra entidad creadora, le aborrecía y maldecía.
Por haberlo hecho así.
Por permitir que ambos caminos se cruzaran.
Por no darle mayor poder que el de vivir entre secretos.
Por otra parte, fuera cual fuera el motivo de su llanto, a Amane no podía importarle menos. Estaba impaciente, deseaba terminar con todo de una vez. Tenía una cita importante que atender.
Su diestra apretó fuertemente el mango del arma blanca que sujetaba.
Todavía era un aprendiz, era cierto. Y es que, a pesar de que su hermano varias veces le había explicado cómo hacerlo, ya fuera con los animales del rastro o con los pobres diablos que debían de desaparecer junto con los sangrientos restos de las bestias sacrificadas, Amane simple y sencillamente no lograba dejar de lado la aversión cada que veía a su gemelo cumplir con las labores que les habían sido encomendadas.
Sólo tenía que enterrar el cuchillo, no tan profundo como para dañar órganos, ni tan superficial como para que apenas y fuera un arañón. Ya sabía que la espalda era uno de los lugares donde el cuchillo podía adentrarse un poco más, muy por el contrario de las piernas y brazos, donde debía proceder con mayor cautela.
Respiró hondo y profundo, su pulso solía temblar cuando recordaba los desastres que terminaba por dejar a su paso cuando se ponía nervioso.
Pensar en la sangre, vísceras, y demás residuos con los que tendría que lidiar una vez su víctima fuera abierta de canal siempre revolvía su estómago.
El hecho de quitarle la vida a alguien ya no representaba gran cosa para él, su figura paterna se había encargado de manchar sus manos con sangre desde una tierna edad. De alguna manera ahora lo agradecía, aunque durante mucho tiempo siempre batalló contra los fantasmas de aquellas personas a quienes había dado el tiro de gracia.
No era momento de pensar en sus traumas, debía terminar pronto. Había algo que tenía que hacer.
Ahora bien, ¿por dónde se empezaba?
¿Por la espalda?
¿Por el pecho?
¿Desde la garganta?
¿Debía iniciar desde el recto como lo hacían con los cerdos?
Pensaría mejor si el lloriqueo de la mocosa cesara... ¡Al diablo la metodología!
Enterró el cuchillo a una profundidad que consideró prudente y empezó a descender desde el esternón.
El continuo patalear de su presa hizo que lo que en un principio hubiera deseado que fuera una línea recta, se convirtiera en un zigzag irregular sobre su abdomen. Movimientos bruscos y desacertados hacían que el desempeño del sádico individuo oscilara entre lo torpe y lo desesperado.
Los chillidos de terror y angustia, así como los de dolor y sufrimiento, se mezclaban conforme el arma se abría paso entre las capas de grasa bajo la agonizante piel.
Si tan sólo los agudos gritos de terror de la mocosa atrás de él se detuvieran.
Si tan sólo hubiera alguna manera de hacerla callar.
Si tan sólo hubiera algo que la obligara a cerrar la boca.
Y entonces lo recordó.
Se detuvo y retiró el cuchillo del costado de su agonizante víctima y lo dejó a un lado.
Fue hasta el botiquín de primeros auxilios y buscó aquello que necesitaba.
Una aguja atraumática e hilo de seda.
Ya estaba más que familiarizado con aquellos dos objetos. Tan pequeños y que a la vez solían traerle tantos recuerdos.
Recordó las lecciones de costura que cierta chica de mirada carmesí le había impartido.
Aunque siempre fue un inútil que solía pincharse los dedos con las agujas y cuyos movimientos nunca llegarían a ser ni la mitad de refinados que los de su mentora, siempre dio lo mejor de sí. No sólo porque le interesara aprender sino también porque cada cosa que ella buscaba con ahínco enseñarle, él lo sentía como una oportunidad para hacerse mucho más cercanos.
Era una pena que aquel inocente aprendizaje que buscaba en un principio ayudarle a reparar de vez en cuando las prendas dañadas por su hermano, ahora fueran utilizadas en un contexto mucho más turbio.
Regresó hasta donde se encontraba la joven encadenada, hilo y aguja preparados.
Y entonces una idea mucho más perversa atravesó su enferma mente dejando como evidencia una sonrisa casi desquiciada.
Se giró hasta el agotado varón.
Apenas una parte de su piel había sido removida.
A pesar de no ser un trabajo impecable y limpio como los de su hermano, debía admitir que el hecho de que no hubiera gran sangrado era una mejoría en su técnica, digna de admirar.
Pero ése no era el punto.
Dirigió la mirada al todavía notorio bulto entre las piernas del pobre diablo. Rio para sí mismo. En verdad que era un enfermo.
Tomó nuevamente el cuchillo y se arrodilló frente a su víctima. Acto seguido, bajó su ropa interior liberando a la creciente erección. De no ser porque era justamente lo que buscaba le hubiera dado asco tener la cara tan cerca de un pene y sin mayor demora procedió a cortar el miembro.
La sensación del cuerpo cavernoso entre sus manos le resultaba por demás repugnante, y el hecho de que algo de sangre salpicara sobre los lentes de protección que usaba sólo le hacía pensar en lo mucho que agradecía por ser un quisquilloso. No podía imaginar su reacción si aquella sangre hubiera tocado directamente su piel.
Un escalofrío recorrió su espalda.
Y ése fue un error.
Pues una de las piernas del castrado había colisionado contra la mano que sostenía el objeto punzocortante, dando como resultado un corte no tan profundo como para dejar marca alguna en la zurda, o al menos eso esperaba.
Terminó de cercenar la ya inservible virilidad y la estrujó entre sus manos. Rio.
La escena en sí era ya demasiado desquiciada como para que alguien más fuera testigo de ella y conservara su sanidad mental, pero no importaba.
Se dirigió nuevamente a la muchacha, luego hacerse un vendaje improvisado y cambiar sus guantes, quien boquiabierta y desconcertada no lograba entender qué pasaría con ella.
Aunque a decir verdad era demasiado simple.
Aprovechando su quijada casi desencajada, metió el sangriento miembro a su boca.
Testículos, glande, vello púbico... Todo iba incluido.
La pobre víctima estaba a nada de vomitar cuando en cuestión de segundos, el peso de su captor caía sobre su espalda mientras uno de sus brazos la obligaba a cerrar la quijada.
—Respira por la nariz, será más sencillo —le recomendó con una sonrisa.
Pero la joven no podía hacerlo.
El sabor metálico de la sangre.
La sensación de la virilidad mutilada chocando contra sus mejillas internas.
La textura del cuerpo cavernoso que su lengua movía desesperadamente para expulsar.
La sofocante presencia de los testículos que resbalaban contra su paladar y amenazaban con ser deglutidos.
El vello púbico que se metía entre sus dientes.
Todo eso hacía que su mente no pensara en nada más. Hasta que, claro, un pinchazo sobre su labio inferior la hizo poner atención a las manos masculinas. Entonces, otro pinchazo y el correr de algo entre su piel la hizo saber que pasaba.
Sus labios estaban siendo cosidos.
Sellados, mientras en su boca todavía podía sentir al miembro cercenado nadar entre sangre y saliva.
Empezó a llorar.
Trataba de abrir la boca para pedir misericordia, intentaba inútilmente hacer que sus piernas obedecieran y la pusieran de pie para emprender la huida. Pero no había respuesta de ninguna parte de su cuerpo; el terror la había paralizado totalmente.
¿De qué habían servido sus clases de defensa personal?
Sólo podía sentir y aguantar uno a uno los puntos sobre sus labios.
Y cuando todo acabó, cuando por fin aquel brazo dejó de sostenerla firmemente, cuando el hilo fue asegurado con un nudo más que ajustado y cuando el peso sobre su espalda había sido levantado, una mano acarició su cabeza y otra la hizo levantar la mirada.
—Shhhhh.
Aquel demonio con piel humana y sonrisa desquiciada regresó con el agonizante varón, reanudando su incompleta labor.
¿Podía sentirlo?
Claro que sí.
El muy hijo de puta, por más novato que se hiciera llamar, sabía lo que hacía. Y ahora que su señorita estaba callada, sus movimientos se hicieron mucho más precisos.
Deslizaba con mano firme la hoja del cuchillo entre las capas de su piel, podía sentir cómo las iba separando de sus músculos, cómo poco a poco le resultaba más y más sencillo retirar el cuero de su cuerpo.
Llegó un momento en el que ya ni siquiera gritaba, estaba demasiado débil. Ya fuera por la pérdida de sangre debido a la castración o al último intento de su cerebro por evitar ese infierno. Fuera cual fuera, estaba feliz por sentirse cada vez más cercano al mortífero abrazo de la segadora.
Su cuerpo saltaba con cada nuevo corte, con cada roce de las manos enguantadas sobre la todavía sensitiva piel.
Sabía que, de existir el infierno o el cielo, su alma estaba condenada, pero tampoco le importaba. Podía llegar al círculo del averno que fuera y presumir de haber aguantado en vida algo mucho peor que cualquier otro castigo infernal, le agradecería incluso al desgraciado hijo de perra que en ese momento estaba terminando de retirar la última parte de piel de su abdomen.
Lo miró una vez más, aprovechando que el individuo empezaba a retirarse el cubrebocas y los lentes, se aseguraría de grabar su imagen en su mente antes de cerrar los ojos y marcharse a cual fuera el lugar al que perteneciera. Lo esperaría ansioso en el más allá.
Sin embargo...
¿Por qué sus ojos le parecían tan familiares?
¿Siempre había tenido ese corte de cabello?
Ahora que lo pensaba... ¿Acaso no se parecía demasiado a...?
Y con aquella interrogante, el joven chofer de cabellera oscura cerró los ojos para no volver a abrirlos.
Amane no era una persona que gustara de traumatizar a mentes tan jóvenes como la de la chica de boca cosida y mirada suplicante.
Era sólo que... algo en ella lo hacía enfurecer.
¿El qué?
Ni idea.
Sólo sabía que luego de haberle sacado algunos nombres bajo la promesa de liberación a aquella mocosa, ya no le servía de mucho.
Por lo que sí, había sido innecesario recostarla por debajo del cadáver colgante para después romper los huesos que todavía no habían sido rotos de acuerdo a la lista y terminar abriendo de canal el maltratado organismo.
Así como también había estado de sobra cubrirla con sus órganos y vaciar la sangre que todavía había en el cuerpo sobre ella.
Y puede ser que también estuviera de más decirle que, para ese momento, sus padres estaban siendo llevados a la cárcel donde no pasarían la noche con vida y que su casa y seres queridos estaban ardiendo en llamas.
O tal vez no.
Pues la mirada de rabia, tristeza y terror lo había valido.
Había valido cada billete pagado con tal de sembrar pruebas de narcotráfico a los progenitores de la blonda.
Había valido cada noche de negociaciones con sus contactos en las penitenciarías a cambio de saber que el padre sería apuñalado hasta la muerte y la madre sería ahorcada con sus propias sábanas. Sus horas estarían contadas desde que pusieran un pie en el penal.
Accidente y suicidio sería lo que los periódicos clamarían a la mañana siguiente, cuando las cenizas de su hogar y los restos sin vida de sus seres queridos fueran lo único que quedara de aquel monopolio de telecomunicaciones.
Mientras tanto, la joven corría descalza por un amplio jardín.
Con la boca aún cosida y sus brazos buscando a tientas algo de lo que apoyarse pues sus piernas apenas y podían seguir con la huida.
Lágrimas bajaban por sus mejillas.
El recuerdo de todas aquellas personas a quienes atesoraba la acompañaba; doloroso y reconfortante.
Como una espina en el corazón que se le enterraba cada que los rememoraba.
Su amada niñera, una segunda madre para ella. Si tan sólo pudiera decirle por última vez cuánto la quería. Incluso cuando su gusto por espiar personas y escuchar conversaciones ajenas en ocasiones le llegaba a parecer de mal gusto.
—Hyuuga, ¿hace cuánto que no les dan carne a los perros?
—Una semana. Tal y como ordenó, Honorable Número Siete.
Amane suspiró mientras terminaba de secar sus manos. Estaba cansado, pero todavía tenía cosas por hacer.
—Creo que es hora de que salgan a pasear, puede ser que encuentren algo que les guste.
El castaño no necesitó saber más para encaminarse a liberar a los canes.
—Ah, y Hyuuga. —El atarantado subordinado detuvo su marcha—. Necesito que laven el sótano y cuando los perros terminen de comer, limpien su desastre. Ya saben cuánto detesto los malos olores. Y tampoco quiero que me interrumpan por lo que resta de la noche. Estaré ocupado.
El castaño afirmó con la cabeza y se fue presuroso. Sabía que al Honorable Número Siete no le gustaba que las cosas se dejaran para después.
Para el momento en que las manos de la rubia se percataron de las púas que forraban celosamente los troncos de los árboles, el sonido de ladridos, resoplidos y patas correr ya la había acorralado.
Observó aterrorizada la manera en cómo se le iban acercando aquellas bestias de cuatro patas que la miraban como si fuera su próxima cena.
Y era que, tal vez lo fuera.
El último pensamiento racional que tuvo antes de ser tirada al piso por uno de los ocho cuadrúpedos fue una maldición contra aquel que en ese momento agradecía haberle cosido la boca.
Ciertamente sería muy molesto escuchar sus gritos hasta que las mordidas de aquellos pitbulls acabaran con ella.
No había otro sonido aparte del de la jauría de bestias rasgando y mordiendo, tragando y buscando más. Era como si incluso los seres de la noche hubieran preferido guardar silencio mientras presenciaban el espeluznante espectáculo.
O a lo mejor, sí había un ruido más.
Un casi imperceptible grito ahogado. Una súplica por clemencia que iba desvaneciéndose, así como el brillo de aquellos jóvenes ojos.
Una mordida en la pierna, otra en el antebrazo.
Alguno atrapó la cabellera blonda entre sus fauces.
Patas de éste y aquel pisaban el abdomen y pecho.
Los colmillos de otro se hundían en uno de los costados y jalaban, tratando de arrancar un pedazo de carne.
Las garras de uno más arañaban el precioso rostro.
Pero claro, nadie sabría a ciencia cierta qué pasaba ahí. No al menos hasta que aquella escena fuera limpiada; sin embargo, para entonces ya no habría nadie a quien le importara.
—Ahora sí que te tomaste tu tiempo.
Tsukasa siempre había tenido la facilidad para escabullirse en la recamara de su hermano sin ser detectado; eso no había cambiado. Lo que era distinto era que ahora al mayor de ambos ya no parecía importarle tanto como antes.
El Yugi menor se le acercó, cigarrillo en mano, humo saliendo por sus fosas nasales y una sonrisa retorcida en sus labios. Sabía que estaba complacido pues al fin había cedido a las técnicas tan poco ortodoxas que desde un inicio le había recomendado usar.
—Eso creo. ¿En dónde habías estado todo este tiempo?
—¿Quieres? —Sin mucho más que hacer, el mayor de ambos tomó uno de los cigarros de la cajetilla que su hermano había puesto frente a él. Lo necesitaba para calmar un poco toda la maraña de emociones que venían asfixiándolo desde hacía días.
—¿Y el encendedor?
—Lo perdí. Tendrás que conformarte con mi cigarrillo.
El mayor unió ambas columnas de tabaco. Sentía la mirada de su hermano clavada en él, por lo que prefirió observar como el papel que envolvía los nocivos componentes se iba consumiendo conforme más aspiraba el fuego del contrario.
Una vez encendido, se separó y repitió la pregunta inicial.
—Ya sabes, estuve por aquí y por allá. Conocí personas, acudí a fiestas, lo típico... ¿Por qué no vienes conmigo a la próxima? En unas semanas será la fiesta de cumpleaños de los dueños del Camelia Roja y estaba pensando que tal vez...
—Tsu, por hoy quiero descansar. Necesito darme una ducha y vendar mi mano.
—Entiendo...
El menor se dirigió a la salida del cuarto y unos pasos antes de llegar a la puerta, un pensamiento llegó a su mente.
—Amane, ¿crees que ya haya apagado las velas?
Su hermano no respondió y continuó con lo suyo. Aunque internamente deseaba que así fuera. Que ella, muy por el contrario de él, ya hubiera cambiado de página.
—Nene, ¿no vas a soplar las velas?
La de mirada carmesí miró a la puerta una vez más.
Otro año había pasado y por más que quisiera sabía que aquella puerta, aquella maldita puerta, no se abriría.
No había nadie más que fuera a atender su fiesta de cumpleaños.
Nadie más, aparte de su mejor amiga y su hámster, parecía interesarse en ella.
Cuánto daría por escuchar las risas y regaños del par de gemelos que, con sus disparatadas ideas y tiernas palabras, llegarían cantando alguna canción que habrían compuesto sólo para alegrar su día.
Para celebrar un año más de su vida.
Por eso no apagaría las velas. De hacerlo, sería admitir que ya nadie más faltaba.
Porque todavía algo dentro de ella le decía que ellos llegarían en cualquier momento. Con muchos mocchis de fresa de su pastelería favorita, con peluches de hámsters o mokkes, con sonrisas traviesas, con listas de películas para desvelarse, con un montón de botanas que luego se arrepentiría de comer, con aquellos ojos alegres y vivos que tanto amaba ver...
—¿Nene?
Con una sonrisa llena de tristeza, la de tobillos anchos se dirigió a su cuarto, sin apagar las velas.
¿Qué pensarían Amane y Tsukasa si llegaran y vieran que ya las había apagado?
Una vez estuvo limpio y libre de toda tarea pendiente se sentó en la cama, su espalda recargada contra las almohadas que acojinaban el espacio entre su cuerpo y la cabecera.
¿En verdad sería lo suficientemente valiente como para hacer lo que estaba por hacer?
Se dio ánimos así mismo. Imaginando que no era una voz dentro de su mente quien lo impulsaba a sacar de aquella bolsa de papel ese libro; sino una entusiasmada joven de más o menos su edad, ilusionada por verlo leer algo tan especial para ella.
Un libro que nunca pensó volver a ver.
Y menos en una situación tan... ¿extraña?
Todavía recordaba al joven con máscara de Godzilla y su acompañante emplumado, vendiendo cosas de segunda mano en las calles de la ciudad vecina. No sería algo tan raro de no ser por sus gorros de aluminio y el hecho de que el cartel en su puesto le aseguraba a sus clientes potenciales que todo el dinero ganado sería usado para desenmascarar a las elites de masones en Japón.
Ya fuera por pena ajena, o simplemente por no tener nada más que hacer, se había animado a ver entre las desacomodadas cosas.
Revistas viejas, álbumes de fotos, relojes, espejos, ropa, un par de muñecos de porcelana que, por algún extraño motivo, le ponían los pelos de punta...
No entendía cómo la elegante dama de cabellera esmeralda podía clamar ser la dueña de algo tan espeluznante.
Y entonces lo vio.
Era como si alguien hubiera puesto su mano sobre la dura tapa, las yemas de sus dedos acariciaban los bien detallados relieves de una sirena que conocía sólo de vista y de oído.
Y algo le decía que era hora de conocerla a fondo.
Tomó el libro entre sus manos y se dirigió al excéntrico muchacho, ajustándose el cubrebocas y la gorra que llevaba puestos. El jovencito miró el libro y luego al comprador.
—Un cliente de cultura por lo que veo...
Sin saber qué responder, le dio el dinero y se fue sin siquiera esperar por su cambio o algo. Sabía que los diez mil yenes que había dejado en su mano eran más que suficientes.
Y ahora estaba ahí. En la comodidad del lecho, trazando nuevamente el par de figuras con sus dedos, a punto de leer aquella historia que recordaba vagamente.
Ya fuera una jugarreta, o un regalo por parte de su mente, estaba convencido de que la figura femenina a su lado era real y no otra ilusión. Quería pensar, al menos por esa noche, que al día siguiente despertaría en el cálido y amoroso abrazo de su otra mitad.
Podía sentir cómo sus delgados brazos se enroscaban en su brazo derecho, su cabellera suave y de delicioso aroma se recostaba contra su pecho, una de sus manos acariciaba delicadamente el vendaje recién puesto, mientras esperaba a que el varón iniciara con la historia.
Fantaseaba con la visión de su mirada entusiasmada y la manera tan dulce en que chillaría de emoción cuando llegaran a sus partes favoritas.
Aclaró su garganta e inició el relato.
Chapter 2: 1
Chapter Text
Si bien la noche anterior no había sido una de las mejores de su vida, tampoco podía negar la emoción que había despertado junto con ella en cuanto el dolor de cabeza, producto de la borrachera del día pasado, atacó su sistema nervioso.
Le parecía irreal que aquel escenario con el que solamente se había atrevido a soñar cuando era una colegiala inocente de primer año de bachillerato se hubiera vuelto realidad pues, desde aquella tragedia que había azotado su vida, todo parecía ir más lento. Como si de un sueño se tratara.
El sueño más largo y doloroso que alguna vez hubiera tenido.
Pero, ahora estaba a unas horas de convertirse en la señora Minamoto.
Sería la esposa de Teru Minamoto, un famoso detective de la Agencia Nacional de Policía en su tercera división.
Y no sólo eso.
Teru también era todo aquello por lo cual, en algún momento, había babeado; alto, guapo, cariñoso, caballeroso...
¡Un príncipe en toda regla!
El sueño de muchas y, para su suerte, la había escogido como compañera de vida. El anillo de compromiso que decoraba su dedo anular izquierdo era la prueba de ello.
Se habían conocido gracias al hermano menor de Teru, Kou Minamoto. Un joven de mirada y sonrisa resplandeciente. Su amistad había florecido desde que sus destinos se habían cruzado durante sus años como estudiantes en Kamome y desde entonces sólo se había fortalecido.
La vida los había llevado a reír, llorar y convertirse en el soporte del otro cada que uno de los dos estaba por caer. Por lo que no era de sorprenderse que alguno que otro personaje ajeno a su relación los confundiese por pareja cada que salían juntos.
En algún momento incluso ella había llegado a sospechar que, tal vez, el rubio en verdad sentía algo más allá de una simple amistad; sin embargo, sus dudas fueron disipadas el día en que le contó sobre Sousuke; un chico de apariencia frágil y gentil, pero de lengua afilada.
Rememoraba mientras se debatía entre si levantarse de la cama o no, total "—¿qué tan tarde podría ser?", pensaba cuando el anillo de compromiso se topó con su mirada. Todos y cada uno de los pocos, pero significativos momentos vividos con el rubio de ojos azules y sonrisa angelical llegaron a su mente. Aquella alhaja era símbolo de que su unión estaba destinada a ser.
Acercó el objeto brillante contra su pecho y se acomodó entre las cobijas, dispuesta a volver a dormir.
—¡Nene, levántate o se te hará tarde! —Ordenó su mejor amiga, abriendo de par en par las cortinas del cuarto compartido por la novia y su dama de honor.
La chica regresó a su realidad, dándose cuenta de que, en efecto, tenía menos tiempo del que había pensado para arreglarse.
¡¿Cómo demonios había pasado de ser madrugada a que las aves cantaran alegres en las ramas de los árboles?!
A punta de regañadientes tomó su bata y entró a la regadera.
Entre tanto, Aoi esperaba paciente en el cuarto, colocando todo en orden y preparando el vestido que habían escogido. No pudo sino suspirar al recordar lo difícil que había sido para la peliplata encontrar uno que le gustara y que se adecuara a todas sus exigencias.
Y no, no es que fuera una chica de gustos exquisitos, o una frívola que se dejara llevar por el precio y el lujo; sino que buscaba desesperadamente algo que ocultara totalmente sus tobillos.
Aquellos mismos tobillos de dimensiones colosales que en más de una ocasión le habían causado problemas con cada uno de sus intereses amorosos. Y de los que sólo un chico, tan idealista e inocente como la enamoradiza Nene, se había prendado desde la primera vez que los vio.
Aún recordaba los chillidos de emoción que la enamorada empedernida soltaba mientras le contaba sobre la confesión de amor que cierto varón de cabellera oscura le había profesado accidentalmente en el baño de chicas.
"—¡Y dijo que mis tobillos son lindos! ¿¡Puedes creerlo!?", cuestionaba insistentemente mientras suspiraba e hipotéticos corazones se dibujaban en sus pupilas.
¿Quién diría que aquella historia de amor inocente sólo tuviera como final la tragedia?
Lo había visto de primera mano cada noche durante casi tres años. Limpiando sus lágrimas hasta que la joven doliente encontraba la paz en el reino de los sueños.
Afortunadamente, Nene ya no era la adolescente ilusa que había sido en el pasado. Tampoco era la infeliz muchacha que lloraba cada madrugada la ausencia de su gran amor.
Era una mujer de veintiséis años a punto de casarse con un hombre maravilloso que la amaba y respetaba. Por fin el dolor de aquella pérdida era aminorado con la esperanza de un futuro brillante al lado de Teru.
Una vez que la protagonista de la historia salió del baño, fue apurada nuevamente por la pelimorada. Todavía quedaba mucho por hacer y muy poco tiempo restante.
Labial, base, rímel, delineador, rubor, pestañas postizas, perfume, jalones de cabello, plancha, rizadora, cepillo, peine, zapatillas, vestido, corsé, velo, ramo, collar, aretes, pulseras y anillos... Era evidente que, al momento de verse en el espejo, no lograra reconocerse en absoluto.
Su mirada volvía a tener brillo, su sonrisa era genuina y su cara no parecía ser más la de una demacrada víctima de las circunstancias. Estaba por darse otra vuelta frente a su reflejo cuando su dama la apuró nuevamente.
¡Era hora de iniciar la ceremonia!
Ambas chicas se dirigieron al salón de eventos del hotel en donde la boda había sido planeada. Menos mal que sólo debían descender del piso siete a la planta baja y correr hasta donde el novio y los invitados estarían esperando por la deslumbrante novia.
—¡Rápido Nene, ya todos están esperando! —exclamaba Aoi mientras corría jalando de la mano a su amiga.
—Lo siento Aoi, es sólo que estoy muy nerviosa... —respondió la contraria, deteniéndose un momento para respirar.
—No creo que debas preocuparte por la ceremonia, Nene.
—¿Eso crees?
—Estoy totalmente convencida de eso, además... Si fuera tú, me preocuparía más por la noche de bodas~
La de blanco se volvió un manojo de nervios de sólo pensar en lo que podría pasar esa noche. Sus mejillas se colorearon de mil y un tonalidades de escarlata y su voz se convirtió en un intento de balbuceo. Aoi rio y volvió a tomarla de la mano para llevarla al salón.
Mientras tanto, los invitados ya estaban en sus lugares; ansiosos y esperando la entrada de la chica que había robado el corazón del mayor de los Minamoto.
El personal contratado para la debida organización del magno evento estaba en posición. Aunque muchos ignoraban las sombras que se movían entre las paredes para luego fundirse en la oscuridad de los recovecos, era un hecho que todo el lugar estaba asegurado.
Después de todo, era Teru Minamoto quien contraería nupcias.
El prodigio de veintinueve años de la rama judicial, quien ya tenía en su historial a algunas de las cabezas de las organizaciones criminales más peligrosas de Japón, así como a uno que otro criminal solitario. Era vital mantener a salvo a la joven promesa de la justicia.
¿Quién más que no fuese él podría continuar con sus investigaciones?
La novia entró y todos voltearon para poder observar a detalle a la futura integrante de la familia Minamoto.
Amigos y conocidos de ambos eran conscientes de lo mucho que este paso significaba para la fémina pues, por fin, luego de mucho tiempo, su príncipe azul tenía otra cara que no fuera la de...
En cuanto llegó al lado del apuesto varón, no pudo evitar recordar por un segundo a quien en realidad fue y seguía siendo el único amor de su vida. Aquél que, de no ser por la injusticia del destino, sería con quien ahora mismo podría estar casándose. Pero ya había llorado lo suficiente por aquel chico que ahora estaba bajo tres metros de tierra.
Tenía que seguir adelante, asegurándose de honrar su muerte y sacrificio. Viviendo por él.
Todo iba de acuerdo al plan.
El chico de cabello oscuro sólo observaba y sonreía por debajo del fedora que ocultaba su rostro. No podía estar más complacido con el flujo en que todo se movía.
Su ayudante, no obstante, era más de la idea de terminar con todo aquello de una buena vez. Lo dejaba en claro con cada señal que sus manos enguantadas realizaban, era momento de entrar en acción, pero él deseaba ver más.
¿Cuál era el sentido de apresurarse?
Desde donde se encontraba era capaz de analizar todo a su alrededor.
La veía sonreír, sonrojarse, temblar, y ser traicionada por los nervios cuando pronunciaba sus votos. Una escena tierna y romántica. Tal cual se esperaba de ella; era parte de su encanto a final de cuentas.
La misma cualidad que sería la salvación y perdición de todos los demás personajes en esta obra pésimamente redactada.
Cuando el juez que celebraba la ceremonia enunció la famosa frase:
"Si hay alguien que se oponga a esta unión que hable ahora o calle para siempre".
Supo que era la hora.
¿Qué mejor que un poco de drama al mero estilo telenovelesco?
Pocos lo sabían, pero él también era un amante de la tragedia y un artista exigente con cada obra que dejaba tras de sí.
Dio la señal a su asistente y bombas de humo fueron lanzadas a cada rincón del salón.
Odiaba haber obedecido las demandas de la peliverde; sin embargo, no podía darse el lujo de hacerla enojar. Mucho menos cuando se trataba de algo tan importante y relevante en la vida de su gemelo.
El sueño rosa de la novia empezaba a convertirse en una pesadilla que iniciaba con la blancura del humo y cuyo final se tornaría cada vez más oscuro.
Podía escuchar el llamado de su prometido así como las maldiciones que vociferaba contra el personal de seguridad. Trataba de seguir su voz en medio del caos, y justo cuando creyó haberlo encontrado, se topó con una chica que nunca antes había visto; alta, de mirada inexpresiva, con ojos y cabello de la misma tonalidad de verde.
Fue el último recuerdo de la chica vestida de blanco antes de caer dormida.
El sabor salado de sus lágrimas, el nudo en su garganta y la presión de un corazón roto en su pecho la acompañaron hasta su nuevo despertar.
Se trataba de una pesadilla que desde hacía ya bastante tiempo no tenía, pero que ahora había regresado a su mente; como si de un presagio se tratara.
Se negaba a recordar.
No ahora que todo parecía empezar a tener color nuevamente. No cuando al fin alguien más le había demostrado afecto y cariño. No después de todas las veces en que se había dedicado a imaginar la vida con Teru. No ahora que la ilusión de formar una familia plagaba su mente noche y día sin cesar.
Simplemente no.
El deseo de desenamorarse de un fantasma que nunca podría darle lo que ella más anhelaba siempre la ahogaba, pues muy dentro de su subconsciente una voz reía cada que trataba de convencerse de que ya no sentía nada por aquel joven de ojos ambarinos y sonrisa pícara.
Miró a todos lados, sin pista alguna de en donde se encontraba. Desconocía su localización o cómo había llegado a aquella habitación de tintes rústicos pero de alguna manera modernos y paredes de tonalidades cremosas. Gran contraste con el azul profundo de la colcha sobre la que se encontraba acostada.
Bajó de la cama y comenzó a caminar lentamente, se sentía algo mareada y sus piernas estaban adormecidas. Probablemente hubiera pasado mucho tiempo inconsciente.
Se dirigió hacia una de las ventanas y admiró la basta cantidad de tonalidades verdosas que decoraban el paisaje, pero que desafortunadamente no le decía mucho. Continuó su andar hasta toparse con un balcón que para su suerte estaba mucho más despejado. Podía ver el mar, escuchar aves cantar, sentir aire caliente chocar contra su cara.
¿Cuánto tiempo había pasado dormida?
El hotel donde la boda se estaba celebrando se encontraba bastante retirado de la playa más cercana.
Por un momento llegó a pensar que tal vez todo había sido un más que retorcido producto de su imaginación y que en realidad se encontraba en su luna de miel.
Aunque ella y Teru habían acordado ir a un chalet en la montaña durante dos semanas...
El sonido de pasos dirigirse al cuarto donde estaba la trajo de vuelta a la realidad. Un andar pesado y lento, casi como si la persona dueña de la marcha quisiera avisar su inminente llegada.
Regresó a la cama y esperó.
La chica de cabello verde que Nene había visto anteriormente se encontraba frente a ella.
—Veo que ya despertaste —dijo con una sonrisa apenas visible, su semblante era calmado y casi reconfortante—. Te pido una disculpa en nombre de mi jefe. Le pedí que fuera un poco más cuidadoso... pero por motivos de tiempo todo terminó en un caos. —Masajeó un poco la sien al recordar la odisea.
—¿A qué te refieres? ¿Dónde están mis amigos y familia? ¿Qué pasó con la boda?
—Eso es algo que yo no puedo responder. Será mejor que preguntes directamente a mi superior.
—¿En dónde está?
—Antes de que lo veas... ¿No crees que deberías cambiarte?
Nene bajó la mirada dándose cuenta de que solamente llevaba puesta una bata de seda. Su cara empezó a hervir y trató de taparse lo más que pudo, convirtiendo el lecho en el que se encontraba en un nido.
—El baño se encuentra por allá —Le indicó, señalando a una puerta aledaña—. Puedes buscar algo que te guste dentro de los armarios, te aseguro que todo es de tu talla. Una vez termines, volveré por ti para guiarte con él.
—Gracias... —respondió, esperando que la contraria se identificara.
—Nanamine, mi nombre es Nanamine Sakura.
—Muchas gracias señorita Nanamine, yo soy Yashiro Nene.
—De nada, señorita Yashiro.
Una vez su anfitriona salió del cuarto, fue al baño. Optó por quitarse el sudor y tratar de relajarse metiéndose en la bañera. Al menos no parecían ser hostiles con ella, por ahora. Esperaba que quien fuera el famoso jefe de la misteriosa mujer fuera una persona calmada... Aunque también era de esperarse que no fuera así.
¿Quién demonios irrumpiría de esa manera en una celebración tan importante?
De haber tenido tiempo hubiera continuado con las interrogantes internas pero no quería hacer esperar al misterioso personaje y de alguna manera ofenderle, por lo que salió y se dirigió al armario. Dentro había ropa de hombre y mujer.
"Probablemente sea para los invitados varones", pensó. Y sin más tomó un vestido blanco de manta, ideal para el tipo de clima de donde se encontraba.
Terminó de cepillar su cabello y arreglarse lo mejor que pudo, coincidiendo con el momento en que Sakura llegó nuevamente, acompañada de un chico de cabello ondulado y mirada coqueta.
—¿Estás lista?
Asintió y salieron de aquel cuarto con el joven por detrás.
Bajaron unas escaleras, atravesaron un pasillo que llevaba a un recibidor, de ahí a lo que parecía ser la sala de estar, para por último dirigirse a una puerta que se encontraba al fondo de aquel lugar.
Se trataba de una biblioteca, o al menos algo parecido. La habitación estaba llena de estantes con libros y objetos de estudio, un escritorio al fondo, sillones que veían hacia una chimenea y un amplio ventanal que dejaba ver el vivo verde del jardín.
De repente, el sonido de una voz desde el fondo la tomó por sorpresa.
—Me alegro de verte.
—¿Disculpe? —Trató de reconocer la silueta que le daba la espalda.
—Dije que me alegra verte. —Repitió la persona que ahora podía identificar como varón.
La figura misteriosa volteó y sus miradas se encontraron.
Ámbar contra rubí.
—¡Que gusto volver a verte, Nene! —Terminó por exclamar emocionado.
La puerta tras ella se cerró mientras la joven seguía ahí; parada, boquiabierta, y con más de diez preguntas en su mente que no podían esperar a salir disparadas por su boca.
Su cerebro se negaba a aceptar lo que sus globos oculares trataban de enfocar a detalle. Su raciocinio juraba que la persona frente a ella no era más que un fantasma, una broma de mal gusto, un ser sacado de la tumba con el único propósito de hacerla miserable.
¿Cuánto más tenía que sufrir?
Había llorado la muerte del par de hermanos durante años.
El recuerdo del sepelio a veces todavía la atormentaba.
Y era imposible que su mente hubiera creado semejante cosa sólo para hacerla sentir mal.
¿O no?
¿Acaso tendría que volver a gritar hasta que su garganta sangrara y sus cuerdas vocales casi se rompieran?
¿Debería de encerrarse en su cuarto y pensar seriamente en el suicidio como lo había hecho unos años atrás?
—¿Qué pasa? Parece como si hubieras visto un fantasma. —Se burló aquel ente de cabellera oscura mientras se le acercaba para tomar su mano y colocarla sobre su pecho—. ¿Lo sientes? Es mi corazón latiendo, estoy vivo.
Sentía las pulsaciones y el calor corporal emanar de su torso. Aun así, le costaba creerlo.
—¿Acaso te comió la lengua el ratón? —Volvió a preguntar ahora un poco preocupado ante la palidez y evidente estado de estrés de la chica.
—¿Cómo...? ¡Hace cinco años tú moriste junto con Amane! ¡Yo fui al funeral!... ¡Vi los ataúdes y ahora estás aquí...! Vivo...
—Oh, así que eso era... Bueno, ¡todo fue fingido! —exclamó felizmente.
—¡¿Eso significa que él también está vivo?! —Fue lo primero que preguntó con mirada llena de esperanza.
—Sí —contestó complacido. Esto sería demasiado fácil.
—¡¿En dónde está?! —Insistió mientras se aferraba a la ropa del varón, zarandeándolo—. ¡Necesito verlo!
—Tranquila Nene, no está en casa... Tuvo asuntos que atender.
—¿Asuntos? ¿Te refieres a...?
—Sí, supongo que te enteraste cuando asististe a esa farsa de funeral. —Gruñó—. Me dio tanta vergüenza y pena ajena... ¡Fue como en esa ocasión en que Amane me hizo releer una y otra vez en voz alta mi ensayo sobre la guerra fría para mejorar mi redacción! —Se quejó—. Aunque por otra parte... Estará tan celoso cuando le cuente que estabas por casarte con el policía de cuarta que nos ha estado pisando los talones~
—¿Teru sabe que ustedes están vivos?
—Creí que ya estarías enterada, después de todo iban a casarse. Me pregunto... ¿Cuántos secretos más te habrá ocultado? ¿Quieres averiguarlo? —Sabía de buena fuente que no entendía ni era conocedora de lo que pasaba, pero igual le resultaba divertido contemplar la evidente interrogante dibujada en el rostro femenino—. Ahora que lo pienso, tal vez prefieras no saber de lo que es capaz tu prometido... ¿O debería decir ex prometido?
—¿A qué te refieres? ¡Tsukasa, no entiendo nada!
—Hmmm, empecemos por algo sencillo, ¿te parece? —Propuso, entregándole una bolsita sellada con algo dentro.
—¿Qué es esto?
—Un localizador. Lo tenías dentro de una de tus encías; supongo que te lo pusieron mientras cerraban el espacio dejado por una muela del juicio.
El recuerdo de Teru ofreciéndose a llevarla a un dentista de confianza la asaltó.
¿Su preocupación había sido una farsa?
—¡Por poco y nos hubieran atrapado! Pero afortunadamente mi querida asistente, Sakura, es aún más inteligente y no se conformó cuando descubrimos el localizador de tu anillo de compromiso.
Fue hasta ese momento en que se percató de la ausencia de la alhaja.
—Espero que no hayas estado muy encariñada con esa cosa ya que lo lancé a un río.
—Creo que necesito recostarme, descansar y... Espera... ¿¡Qué hiciste qué!?
Soltó un suspiro e ignoró la amenazante interrogante.
—La cena es a las ocho. Alguien irá por ti para ser escoltada hasta el comedor. Si no te sientes bien para entonces, llevaran la cena a tu cuarto. —Tocó su barbilla, tratando de recordar cualquier otra indicación que se le hubiera pasado—. ¡Ah! Y otra cosa, no trates de deambular sola por la casa, no todos saben de tu presencia y lo que menos quiero es que Amane se entere de esto antes de que regrese. ¡Serás la sorpresa ideal!
—No tengo la más mínima intención de salir... Sólo quiero relajarme y dormir un poco.
—Es mejor que lo hagas ahora. ¡No creo que Amane te deje dormir en cuanto regrese!~
Para el momento en que sus ojos volvieron a abrirse, ya era de noche.
Había despertado determinada a continuar la conversación con Tsukasa. Por lo que esperó a que llamaran a su puerta mientras miraba su reflejo y trataba de arreglar su cabello, recordando cada momento vivido con Teru. Saberse vigilada de esa manera por él...
¿Acaso no le tenía confianza?
¿Bajo qué pretexto puede alguien monitorear a su futura esposa?
¿Y si en realidad nunca la había amado?
¿Y si todo había sido una farsa?
Su mente daba vueltas en un eterno espiral de preguntas sin respuesta.
Nuevamente el sonido de pasos alertaron a la soñadora; sin embargo para su decepción fueron dos guardias quienes la llevaron al comedor y no la joven de apariencia sobria y calmada.
—Me alegro de que te sientas mejor —dijo la asistente en cuanto la vio arribar.
—Siendo franca me gustaría preguntar algunas cosas.
—Cenemos mientras hablamos, hermanita. —El anfitrión señaló una silla vacía a su lado.
—Gracias.
Tomó asiento y la cena fue servida.
—Entonces, ¿sobre qué tienes dudas? —Continuó Sakura, después de tomar un poco de agua.
—¿Cómo es que me trajeron hasta acá?, ¿en dónde estamos?
—¡No te lo diré! Es información secreta que Sakura me dijo que no revelara.
La joven dirigió la mirada a la peliverde, quien sin decir nada continuó cortando en pequeños pedazos el filete sobre su plato.
—Está bien, pero... ¿por qué el día de mi boda?
—Supongo que fue porqué me gusta el drama... Los gritos desesperados y llamados de auxilio... ¡Fue divertido! ¡Sakura, deberíamos robar novias más seguido!
—No creo que sea buena idea.
—¿Por qué?
—¿Qué ganaríamos con eso?
—Uhm... ¿Puedo hacerlo cuando esté aburrido?
—Es algo que deberías discutir con tu hermano. Yo sólo soy tu asistente.
—¡Pero no va a querer!
—Disculpen... ¿creen que podríamos continuar con lo mío? —Interrumpió la invitada.
—Claro, lo sentimos.
—¿Los invitados fueron heridos?
—No.
—Hubiera sido mejor si Sakura me hubiera dejado incluir armas y bombas reales en el plan. ¡Una salida sin explosiones no debería ser llamada salida!
Nene suspiró aliviada. Saber que al menos sus amigos, familiares y conocidos estaban ilesos levantaba un gran peso de sus hombros.
—¿Cómo fue que encontraron el rastreador?
—A pesar de que Minamoto parece ser una persona despreocupada, sabemos que no es así. Era evidente que estaba esperando esto, así que tuvimos que revisar minuciosamente cada parte de tu cuerpo para asegurarnos de que no tuvieras otros localizadores —contestó tranquila la de mirada esmeralda.
—¡¿Te refieres a todo mi cuerpo?!
—No te preocupes, quien llevó a cabo el procedimiento fue uno de nuestros doctores. —Continuó Sakura.
—¿Y mi vestido?
—Tsukasa lo quemó.
—¿¡Por qué!?
—Dijo que no lo necesitarías.
—Y Teru, ¿cómo está él?
—¡Su expresión cuando vio que todo se llenaba de humo es de las mejores que he visto en años! —exclamó el gemelo menor bastante animado.
—Supongo que me estarán buscando... —La de ojos rubí suspiró, agotada mentalmente.
—Así es y por lo tanto no podemos dejar que seas vista hasta que el Séptimo regrese.
—¿Quién?
—Sakura se refiere a Amane.
A pesar de querer indagar más en lo que competía al zaino o su rapto, sentía que por el momento era mejor dejar todo por la paz. Su mente tenía mucho que procesar. Aunque aún tenía una pregunta más por hacer, probablemente la más importante de todas.
—¿Cuándo podré verlo?
—Todo depende de cómo vayan los asuntos que tenga que atender. A veces tarda horas y otras semanas en regresar.
La cena culminó unos minutos después del breve interrogatorio, por lo que sin más demora regresó a su habitación con la única intención de tirarse en la cama y tratar de digerir todo lo aprendido ese día. Aun cuando esto le supusiera divagar entre las memorias almacenadas en lo más profundo de sus recuerdos.
Se habían conocido durante su primer año de preparatoria en Kamome.
Fue en el segundo año cuando ambos confesaron sus sentimientos y desde entonces habían salido juntos. A pesar de atender universidades distintas, siempre lograban verse con frecuencia. Los mejores años de su vida.
Le encantaba verlo sonreír y escuchar su risa cada que la molestaba con chistes sobre sus piernas para después calmarla con dulces besos mientras le juraba que en realidad las encontraba bastante lindas.
El brillo de sus ojos cada que observaban al cielo de noche era algo con lo que no había dejado de soñar a diario.
Fuera donde fuera que él estuviera en ese momento, sólo deseaba que estuviera bien y que regresara pronto. Había muchas cosas que quería preguntarle.
¿Por qué nunca volvió por ella?
¿Por qué mantenerse oculto?
¿Acaso seguía siendo el mismo Amane del que ella se había enamorado y del que, para su mala suerte, seguía enamorada?
Cada pensamiento le rompía más el corazón, por lo que decidió no continuar.
Se metió entre las sábanas y cerró los ojos, tratando de ignorar el nudo en su garganta y las lágrimas que amenazaban con salir de entre sus párpados.
Mientras la chica de tobillos anchos dormía, la jornada apenas empezaba para cierto chico de cabello oscuro.
¿Qué importaba que el manto de oscuridad hubiera cubierto el cielo desde hacía unas horas?
Su rutina era ya de por sí nocturna.
El sonido de alaridos, sollozos, y golpes inundaba la habitación donde se encontraba, pero eso no parecía preocuparle en lo más mínimo. A fin de cuentas, no era él quien estaba recibiendo la golpiza por parte de los dos mastodontes que tenía por guardaespaldas.
Aunque tampoco era como si le gustara estar ahí, pues de alguna manera le ponía la piel de gallina el saberse rodeado de... fluidos.
Asqueroso.
Repugnante.
Sucio.
Desagradable.
Repulsivo.
Nauseabundo.
Simple y sencillamente eran las únicas palabras en las que podía pensar mientras contemplaba indiferente la sangre, sudor, mocos y lágrimas, e incluso a veces orín, que no hacían más que revolver su estómago.
Era cierto que con el paso del tiempo ya había desarrollado algún tipo de inmunidad ante este tipo de escenas, e incluso en algunos casos llegaba a pasar por alto cuando algún tipo de fluido llegaba a salpicarle encima; pero no por eso significaba que lo disfrutara... Bueno, sí llegaba a disfrutarlo cuando lo hacía por placer y no por "trabajo", pero eso era aparte.
En ese momento al menos el sabor a licor barato que bebía cada que algo asqueroso brotaba de entre las heridas de los torturados aminoraba los estímulos de su CTZ.
Por lo que en este punto podía decir que gozaba de una borrachera más que bien controlada gracias a la constante práctica. No por nada cuatro años respaldaban su teoría de que entre más intoxicado estuviera, mayor aguante tendría ante situaciones de esa naturaleza.
Observaba sin inmutarse en lo más mínimo. Le costaba entender el motivo detrás del silencio de cada preso.
¿Tan difícil resultaba para las personas hablar sinceramente en cuanto las interrogantes eran lanzadas?
De haber estado en sus zapatos, hubiera sido capaz de ladrar o interpretar a Verdi si con eso pudiera asegurar su vida.
Era un cuento de nunca acabar.
La dinámica monótona lo cansaba y le hacía pensar en cosas que tal vez estarían mejor enterradas en lo más profundo de su mente.
Desde las incontenibles ganas de orinar, hasta fantasear con una cierta cabellera platinada de puntas color aqua.
Afortunadamente, seguía siendo un hombre de ciencia que gozaba con experimentar y comprobar cosas que su retorcida curiosidad no podía dejar de lado, haciendo que pensamientos tan peligrosos como esos volvieran a ser encerrados en aquel recóndito lugar dentro de su psiche.
¡Otro punto para el alcohol!
¿Desde hace cuánto no dormía por más de tres horas?
¿Dos o tres días?
La verdad era que ya no recordaba y tampoco parecía importarle.
Lo único relevante en ese momento era terminar con la serie de chillidos y llantos desconsolados que no hacían más que agobiarlo, pues siempre que algo importante pareciera ir saliendo a la luz, era inmediatamente desviado o complementado con cosas irrelevantes, absurdas, o incluso, cubierto con mentiras.
¿Acaso era karma por lo que estaba haciendo?
Igual no era como si le molestara del todo. La privación del sueño, su constante estado de ebriedad así como el estrés acumulado en los músculos de su cuerpo, eran un pequeño precio a pagar a cambio de lo que buscaba.
Su fisioterapeuta estaría más que encantado de cobrarle su próxima visita sin duda alguna.
De entre los ocho interrogados sólo tres habían dado algún tipo de información valiosa, y eso empezaba a enfadar aún más al Número Siete; por lo que se levantó y procedió a unirse a la diversión antes de que terminara.
Faltaba un último personaje por cuestionar.
Un último y más que necio idiota que no se daba cuenta de lo jodido que estaba.
¿Por qué?
La respuesta era sencilla; él era un sádico.
Muy a pesar del asco que le provocara el espectáculo de sangre, saliva, lágrimas, y mocos, encontraba un poco de entretenimiento en el sufrimiento ajeno e incluso podía confesar que le resultaba placentero el ingeniar y poner en práctica las tan retorcidas ideas que su enferma mente planeaba.
En cuanto dio la señal, el par de hombres que ya casi terminaban de amasar al pobre diablo frente a él, se retiraron y permanecieron a una distancia prudente mientras limpiaban sus manos.
—Bueno, creo que de seguro ya olvidaste la pregunta que te hice hace unos minutos. ¡No te culpo! En tu situación cualquiera se olvidaría de ese tipo de cosas... Y es por eso que te tengo un trato —Se aclaró la garganta—, si contestas a mis preguntas honestamente, podrás irte ¿Verdad que es una oportunidad de oro? —Propuso canturreando.
La cara del pobre diablo se iluminó ante la esperanza.
¿¡Qué mejor que ofrecer un poco de luz en aquel túnel oscurecido por la locura y dolor sólo para terminar por destruir lo poco que quedara de su existencia!?
—¡Lo haré, haré lo que sea! ¡Quiero ser libre!
¡Tergiversar discursos era su pasión!
—¡Muy bien! Sabía que serías mucho más inteligente que tus amigos. Lástima que ninguno de ellos me dijera algo interesante. Ya verás que todo será mucho más sencillo. Así que rememoremos un poco, ¿te parece?
Los labios secos de su víctima no le permitían contestar a una velocidad prudente y siendo honestos, el zaino ya no estaba con ánimos de entretenerse con el juego previo.
—¡Pero qué pésimo anfitrión soy! Discúlpame por no haberme dado cuenta de esto, estoy seguro de que un poco de vino barato te bastará para aliviar tu sed. —Le acercó la botella de la que había estado bebiendo y lo hizo beber directamente de ella—. Perdona que no sea algo de mejor calidad pero la clave del alcohol adulterado es que te embriaga mucho más rápido.
Una vez que el tipo terminó de consumir la bebida, el zaino continuó.
—¿Mejor? Espero que sí, porque planeo que nos divirtamos mucho. ¡El día apenas inicia y tú y yo tenemos muchas cosas de qué hablar!
Cualquiera que lo viera pensaría que hablaba con uno de sus más grandes amigos.
La verdad era que sólo se trataba de los efectos de la bebida embriagante en su sangre.
Los ojos ambarinos brillaban llenos de euforia y emoción.
El par de grandulones que permanecían callados y expectantes a las órdenes de su jefe no podían hacer más que rezar y apiadarse un poco de la suerte del pobre diablo. Ya sabían de qué iba todo eso. Lo habían visto más de una vez en su tiempo bajo el mandato del joven de cabellera oscura. No lo negaban, le tenían miedo, y a diario procuraban que cada una de sus acciones no lo hicieran enfadar; no deseaban tentar su suerte y provocar su ira.
—¡Ey! —Los llamó—. Me encargaré de mi nuevo amigo ahora. Creo que tiene un poco de hambre... ¡De seguro le gustarían unos salchipulpos! Te gustan los salchipulpos ¿O no te gustan los salchipulpos? ¿¡A quién demonios no le gustan los salchipulpos!? —exclamó, atrayendo la mirada pavorosa del sujeto amarrado a la silla frente a él.
Conocían de sobra a lo que se refería. Asintieron con la cabeza y fueron en busca de lo necesario.
Aceite.
Cuchillo.
Agua.
Estufa eléctrica.
Cacerolas.
Una vez regresaron con todo lo requerido, se toparon con algo que en sus años de servicio jamás habían visto.
Tirado en el piso y ya más muerto que vivo se encontraba aquel tipo que, hasta hacía apenas unos momentos, estaban seguros que sufriría una de las tantas y enfermas torturas de su joven patrón.
No era normal que aquel muchacho recurriera a los golpes, por lo regular era más dado a usar objetos afilados e innovar algunos que otros jueguecillos sádicos.
—¡Que bueno que regresaron! Pueden retirarse ahora; vayan a comer, a dormir un rato, a ver una película o tomar un helado. ¡Yo que sé! Los llamaré en cuanto mi nuevo amigo y yo nos tengamos que despedir.
Sin chistar ni nada, terminaron de instalar todo y se fueron.
—Así que vas a casarte... Que emoción. De seguro estás muy enamorado de ella y ella de ti. —Inició un monólogo—. Sabes, me encantan las bodas. Aunque nunca me he casado. ¡Es más, ni siquiera he tenido novia desde hace mucho tiempo! Espero que me invites a tu boda. ¿Puedo ser tu padrino? ¡Prometo organizarte la mejor despedida de soltero que puedas imaginar! Y tu amada no tiene por qué enterarse. —Le guiñó el ojo—. ¿Cuántos años llevan juntos? Supongo que muchos. ¿Ya pensaste en donde vivirán? ¿Qué hay de los niños? ¿Prefieres niño o niña? ¿Qué te parecen los gemelos o mellizos? Te daré un consejo si tienes gemelos; siempre mantén un ojo sobre el menor, por lo regular es el que más problemas provoca...
Un discurso que no hacía más que extenderse y extenderse conforme el de cabellera oscura preparaba los ingredientes y prendía la estufa.
—¡Oh, pero qué estúpidos son ese par! ¡Se olvidaron totalmente del ingrediente principal! —Rascó su nuca y miró al sujeto todavía tirado en el suelo. Tomó el cuchillo y se le acercó—. Aunque... —Sujetó la cabeza de su víctima y lo obligó a mirarlo fijamente—. ¿Cómo dijiste que se llamaba tu prometida?
El pobre diablo respondió, sin esperar que en cuanto terminara de pronunciar aquel nombre conformado por dos sílabas, una sensación de dolor que no se comparaba con nada de lo que había experimentado hasta el momento, se apoderaría de sus sentidos.
No fueron una ni dos o tres veces en que el filo del utensilio de cocina colisionó contra su dedo anular izquierdo.
Maldito cuchillo sin filo.
No lograba atravesarlo, por lo que su verdugo había optado por tratar de romper el hueso tal y como si de un leño se tratara.
Perdió la cuenta después del cuarto impacto.
Al final, el dedo cercenado fue separado de su mano y la herida cauterizada de manera bruta y primitiva. Con ello el de cabellera oscura se dirigió a la mesita donde se encontraban los demás ingredientes y utensilios.
Retiró el resto del hueso, arrancó la uña y por último continuó con los sencillos pasos para preparar un salchipulpo. Tal y como cierta fémina de tobillos anchos le había enseñado durante sus años como estudiante de bachillerato.
—Bueno, va uno, pero creo que con eso te llenes. ¿Por qué no me hablas más sobre ti? Cuéntame sobre tu trabajo con la familia Ishikawa después de haber tenido que huir de Kamome y... ¿por qué no también me hablas sobre esa chica llamada Nene?
No podía hacer más que apretar los ojos, orar, suplicar, y pedir con todas sus fuerzas que quien fuera llegase a salvarlo.
—¿Estás orando? Veo que eres un hombre de fe. Irónico que alguien como tú se encomiende a algo tan puro y divino como Dios.
El prisionero lo ignoró y siguió rezando. Cada vez más rápido, más atropellado en su dicción y con el bonus de lágrimas saliendo de sus ojos, perdiéndose en las comisuras de sus labios o cayendo sobre el piso de concreto de aquella sucia y oscura bodega.
—Sabes, estoy seguro de que no importa cuánto supliques. Aquí no te encontrará ni Dios ni nadie. Ya deberías haber entendido que si quieres sobrevivir, sólo tienes que darme lo que te pido. ¿Es mucho pedir información honesta?
Sin obtener respuesta alguna, el verdugo volvió a tomar la mano violentada y procedió a romper el dedo de en medio.
—Creo que así será mucho más sencillo de cortar.
Pregunta tras pregunta ignorada sólo iban haciendo que los dedos en las manos del prisionero fueran desapareciendo. Hasta que por fin, en un arranque de desesperación, terminó por soltar aquel secreto que en su momento había jurado guardar con su vida.
Una sonrisa apareció en el rostro del de cabellera oscura.
Una nueva pista que lo acercaba más a su objetivo.
—Te creo —dijo finalmente mientras tomaba el mentón de su víctima—. Es por eso que te voy a liberar... ¡Pero antes! ¿Pensaste que te dejaría ir sin haber llenado tu estómago? —preguntó a la par que levantaba la silla a la que el prisionero seguía amarrado—. ¡Pues no es así! Me esforcé mucho preparándolas, espero que sean de tu agrado.
Antes de que el sujeto emitiera algún ruido denotando su evidente asco, fue interceptado por un trozo del singular manjar.
—Si vomitas haré que tragues tu propio vomito, cortaré hasta los dedos de tus pies y te los daré de nuevo para comer. —Lo amenazó con un susurro.
Miró al "pulpo" que había chocado contra su mejilla momentos antes. Era repugnante de solo verlo. Sus tentáculos yendo en todas direcciones, sonrisa serena, y mirada pacífica.
Bocado tras bocado, un sabor notablemente parecido al del cerdo, pero más concentrado, inundaba su boca; después de todo, aquel desgraciado ser ni siquiera se había preocupado de agregar condimentos que hicieran más ameno el proceso de alimentación.
Cuando se trataba de los trozos cocinados en aceite no era de sorprender que se topara con bordes o texturas mucho más crujientes. En cambio, cuando se trataba de aquellas que habían sido cocinadas en agua hirviendo, podía deglutirlas fácilmente gracias a la suavidad que el tejido correoso había adquirido.
Sus papilas gustativas se centraban en la potencia de su propio sabor, de cómo a veces la rigidez de los tejidos fritos contrastaban con la suavidad y casi crudeza de aquellos que habían sido hervidos.
Aún así, eso no quitaba de su mente el hecho de que estuviera comiéndose a sí mismo. Cada trozo era más pequeño que el anterior, o al menos eso le parecía. Quería terminar con todo eso; pero por más que se esforzaba, su quijada se movía a un ritmo tortuosamente lento, su lengua pasaba de un lado a otro cada bolo alimenticio y su garganta no cooperaba a la hora de tragar.
En cuanto terminó, suspiró aliviado, apenas conteniendo las contracciones de su estómago para vaciarse.
—¿Ves? No fue tan difícil, sólo tenías que obedecer —dijo el joven mientras aflojaba las cuerdas de su prisionero y una vez desamarró cada nudo lo ayudó a levantarse y a sacudirse el polvo—. No fue nada personal. En verdad lo siento, y como muestra de mi arrepentimiento cumpliré tu deseo. Así que date la vuelta y camina hacia la salida.
El hombre, aún confundido, hizo lo que le fue indicado, avanzando lo más rápido que sus temblorosas piernas le permitían. La ilusión de llegar a casa y refugiarse en los amorosos brazos de su futura esposa le daban fuerzas para no vomitar, caer al piso, y llorar en ese momento.
Un estruendo hizo eco en la habitación para después ser acompañado por un golpe en seco.
Amane suspiró aliviado.
Al fin había logrado terminar con todo aquello.
Sólo faltaba una última visita y podría darse el gusto de descansar por un tiempo mientras ideaba algo en base a lo que sus investigaciones lanzaran.
La puerta se abrió y el par de mastodontes actuaron en automático.
Llevando el todavía tibio cuerpo del pobre diablo a la pila de cadáveres que se localizaba al fondo de aquel tétrico escenario y posteriormente rociar gasolina por el lugar mientras su jefe salía, dirigiéndose al vehículo que los había estado esperando desde que llegaron hacía unos días.
Una vez todo estuvo listo, prendieron un cerillo que en cuestión de milisegundos tocó el piso y la pequeña chispa terminó volviéndose una llamarada que rugía y consumía todo a su paso. Honestamente, no era como si les interesara ocultar su delito, solamente no querían dejar pruebas de su paso por ahí e incluso si las habían, la policía de ese país ya estaba al tanto y con algunos billetes de por medio se harían de la vista gorda.
Ambos grandulones subieron a la parte de enfrente del transporte, en lo que el zaino se acomodaba en la parte trasera para dormir un poco, esperando a llegar al hotel de mala muerte donde se hospedaban.
El motor se encendió y Amane cerró los ojos.
Tenía tiempo desde que no escuchaba esas dos sílabas juntas. Y ciertamente no podía negar que las ganas de matar al sujeto que había tenido la osadía de reclamar ese nombre como el de la dueña de su corazón y futura esposa, lo habían consumido casi por completo.
La imagen mental de la joven peliplata en brazos de alguien más le hacía mal. Pero no podía ser tan egoísta. Era evidente que después de tanto tiempo ella habría seguido con su vida. Riendo, disfrutando, amando y siendo amada.
A lo mejor ya hubiera encontrado a su príncipe azul. Uno de esos que sólo aparecían en las historias de amor y películas infantiles que tanto adoraba.
Probablemente ya tendría una familia.
Conociéndola y gracias a todas las veces en que se había tocado el tema durante su noviazgo, podría apostar un brazo si no era que para ese tiempo ya estuviera a la espera de su primer o segundo hijo.
Con un hámster o tal vez dos...
Ambos con nombres ridículos, pero que ella defendería con la vida misma.
En una casa acogedora, cálida.
Algo que llamar hogar.
Donde aquel hipotético y suertudo bastardo hijo de puta llegaría después de una jornada de trabajo, la saludaría con un tierno beso en los labios, jugaría con sus retoños y por último todos atenderían la mesa para cenar y disfrutar de ese momento en familia.
Y aun cuando él era consciente de que Nene merecía eso y más, no podía hacer más que torturarse con los mil y un escenarios que su mente le proponía para antes de irse a dormir.
Sueños pacíficos llenos de risas y palabras de cariño. Nada de pesadillas repletas de alaridos y amenazas.
Debía relajarse.
No era bueno pensar con la cabeza todavía llena de recuerdos inútiles. Ilusiones dignas de un más que idiota adolescente enamorado y sueños estúpidos.
El vehículo empezó a moverse.
Abrió los ojos y sacó de debajo de su playera una cadena de la cual colgaba un anillo.
Un pequeño y sencillo objeto que le recordaba a la persona que había sido en un pasado. Las memorias detrás de la alhaja estaban bien aseguradas dentro de las paredes de su mente. Y al menos por ahora no las dejaría salir.
Volvió a colocarlo en su lugar y trató de dormir.
Tsukasa era consciente de que todo lo que había estado haciendo a espaldas de su hermano era una locura, y que el impacto en la estabilidad emocional de Nene podría afectarlo, más que beneficiarlo. Afortunadamente, Sakura siempre iba un paso por delante.
"¿Por qué no haces su estadía más amena? Podrías optar por pasar más tiempo con ella, fortalecer el lazo que había entre ustedes hace años".
Y ciertamente no podía estar más de acuerdo.
Ahora bien.
¿Cómo lo lograría?
Pensamientos que iban desde algo tan sencillo como compartir la mesa durante las comidas del día, hasta ideas más exageradas como llevarla a darle de comer a los tiburones que lo ayudaban a deshacerse de los "desechos" , plagaban su mente.
¿Qué haría Amane en su lugar?
¿Cómo había logrado que alguien tan sensible y romántica como Nene Yashiro se fijara en un desastre andante como el mayor de los Yugi?
Buscando entre los numerosos registros almacenados en su memoria, recordó el momento en que su gemelo había logrado acercarse un poco más a la albina.
Durante sus clases de cocina.
Todo había iniciado gracias a la básica preparación de los salchipupos y había culminado con el par de tortolos preparando donas y postres en el departamento de los Yashiro hasta tarde. Si bien no podía llamarse un chef, tampoco era como si fuera igual de cabeza hueca que su hermano mayor. Y eso, Nene lo sabía. Por lo que la idea de la cocina era algo a lo que él no podía recurrir; sin embargo, tenía que haber algo, cualquier cosa en lo que ella fuera buena y él un desastre.
De repente, la puerta de su cuarto fue abierta.
La figura femenina parada a escasos centímetros del marco tenía el mismo porte de siempre.
Indiferente.
Esto había llamado su atención desde la primera vez que se conocieron, cuando él todavía era un adolescente atolondrado. Tal vez era lo ideal en alguien que ocupara el puesto de "asistente personal/niñera de Tsukasa Yugi". No cualquiera había demostrado tener la temple necesaria para aguantarlo o la fuerza de voluntad para contradecirlo.
Sabía el motivo detrás de la súbita interrupción. Desde que su hermano había empezado a ausentarse de casa con más frecuencia, era obvio que alguien tendría que hacerse cargo de los pendientes locales.
¿Y quién mejor para atenderlos que él?
Era cierto que todavía no le terminaban de quedar claras algunas reglas de etiqueta, comportamiento, entendimiento sobre el espacio personal y el concepto básico de respeto a la privacidad de los demás; pero, ¿quién podría juzgarlo? Nunca antes había tenido la necesidad de aprender ese tipo de cosas pues él se relacionaba más que nada con granujas del bajo mundo, por lo que ese tipo de conocimientos no le servían de mucho en su contexto habitual. Además, dentro de todas y cada una de aquellas fallas residía parte de su encanto, o al menos así era, hasta que su hermano mayor le había leído la cartilla; tenía menos de tres semanas para lograr controlar todos y cada uno de sus impulsos desmedidos, así como para pulir sus modales y volverse un caballero en toda regla ahora que debía atender y socializar con personas de un escalafón más alto dentro del mundo delictivo, ya no solamente granujas y delincuentes de poca monta.
Sakura y el zaino caminaron mientras analizaban las propuestas de la peliverde.
Ambos eran profesores, sí.
La cosa era, ¿tenían lo que se necesitaba para controlar al menor de los hermanos?
De entre las dos opciones, el de cabellera oscura optó por el anciano de mirada severa, bigote y barba de candado, anteojos, pajarita en el cuello y nariz aguileña. Tal vez la experiencia, producto de los años, era lo que necesitaba.
Además, era eso o escoger a la mujer de mediana edad que buscaba desesperadamente cubrir sus arrugas con capas gruesas de maquillaje. Pensar en lo que podría suceder entre ellos estando a solas hacía que su piel se pusiera chinita.
Sakura salió a preparar todo para las lecciones de modales de Tsukasa, mientras él deambulaba por los pasillos de su hogar. En eso, su mente recordó las palabras de su asistente y siguiendo su consejo, se encaminó a la habitación donde cierta albina seguía durmiendo.
Siempre había pensado en lo romántico que sería despertar y que lo primero que viera fuera los ojos de su amado.
Y es que, aún cuando el par de gemelos compartían el mismo color de iris, simple y sencillamente, no era lo mismo. De ahí que terminara gritando y casi cayendo de la cama al abrir los ojos y toparse con la mirada curiosa del menor. Una disculpa acompañada de una carcajada no hicieron esperar a la chica de tobillos anchos.
—¿Dormiste bien? —preguntó, luego de haber controlado su risa.
—Algo así...
—¿Y eso? —Al no obtener respuesta decidió cambiar de tema—. ¿Quieres desayunar algo?
—Tal vez luego...
—¿Pasa algo? ¿Alguien te hizo algo?
La contraria negó.
—Sólo necesito darme un baño y cambiarme. Te veo en unos minutos, Tsukasa.
Suspiró derrotado y salió del cuarto para darle la privacidad necesaria.
Luego de años y regaños por parte de su hermano mayor, había comprendido que cuando se trataba de la chica de tobillos anchos, era mejor respetar su voluntad.
¿Qué podía hacer para cambiar los ánimos de la albina?
Pronto una idea cruzó su mente y salió presuroso en dirección a la biblioteca. Estaba seguro de que lo guardado ahí serviría para hacerla sonreír al menos un poco. Después de todo, necesitaba que estuviera tan radiante y cálida como su hermano la recordaba.
Cuando Nene salió del baño, se encontró con algo nuevo sobre la cama.
Se arregló lo más rápido que pudo, pues la duda sobre el contenido de aquellos objetos había despertado su curiosidad.
Una vez estuvo lista, tomó algunos de los libros que creía reconocer y fue al balcón a revisarlos.
Luego de dar algunas hojeadas se dio cuenta de que en verdad se trataba de obras conocidas.
¿De dónde habían salido?
Estaba segura de que Tsukasa no leería cosas de ese tipo y mucho menos Amane... ¿Sakura tal vez?
Como fuera.
Se perdió entre algunos de sus capítulos favoritos de "La princesa sirena", había sido y siempre sería una de sus obras favoritas.
Había coleccionado todos los tomos del manga así como también había logrado convencer a su madre de comprarle la edición especial de la novela ligera en tapa gruesa con relieve, se había aprendido los op y ed de cada temporada de anime, aunque siempre se lamentaría no haber podido ir al musical.
Bueno, tal vez no tanto.
Los recuerdos de ese día eran mucho más valiosos. Eran de los pocos que la habían ayudado a mantenerse cuerda durante sus horas más oscuras.
Sonreía, lloraba, reía, y se enojaba a pesar de saber qué era lo que encontraría en cada párrafo. Sin duda alguna siempre lograba sentirse mejor al leer su romance predilecto.
—Amane tenía razón cuando me dijo que era tu favorito.
La repentina voz del gemelo menor la hizo saltar en su lugar.
—¡Tsukasa, no me asustes!
—¡Pero es divertido! ¿Te gusta lo que traje?
—¿Tú trajiste los libros y álbumes?
—Sí. Mi hermano los tiene bajo llave dentro de la biblioteca.
—¿Estos libros son de Amane?
—Sí, incluyendo el que estás leyendo ahora mismo.
Nene miró la cubierta del libro. No podía imaginar a alguien como el mayor de los Yugi leyendo una obra tan pomposa y cursi.
—Cada que tiene un mal día se encierra en la biblioteca y lee ese libro. Dice que le recuerda a cuando solías hablar por horas sobre la historia y eso lo tranquiliza.
La contraria lo miró a los ojos y luego regresó la mirada a la cubierta.
—Él... ¿A él también le dolió?
—Cada día le duele más que el anterior... pero, ya estás acá y cuando regrese ustedes dos podrán estar juntos de nuevo. ¿No es genial?
—Tsukasa... ¿Por qué Amane nunca regresó por mí?
—Sólo él podría responderte —contestó, mientras tomaba el libro entre sus manos y lo reemplazaba con un álbum de fotos—. ¿Recuerdas esto?
La de tobillos anchos lo abrió y se topó con algo que hace mucho no veía. Un recuerdo agridulce cruzó su mente.
—¡Son nuestras fotos de graduación!
—¡Sí! ¡En esa están ustedes dos, en está estamos los tres y en la otra está Amane con la cara pintada! Nunca me creyó cuando le dije que habías sido tú quien lo había hecho.
—¡Dijiste que no me delatarías!
—Crucé los dedos.
Ambos jóvenes continuaron perdiéndose entre risas, historias, anécdotas, fotos, recuerdos y memorias con sabor a sueños rotos, sin saber que ese momento sería uno de los pocos felices en esta trágica y barata historia.
Para la hora de ir a dormir, Tsukasa le dejó un último libro. Asegurando que muy probablemente la haría descansar y tener sueños placenteros.
Una vez estuvo bajo las sábanas, lo tomó entre sus manos y lo vio.
El título leía: "Aventuras en el Cielo" y la portada estaba adornada por un conejo con un casco puesto, parado sobre lo que parecía ser la luna y una bandera en su pata.
Se trataba de una obra infantil que tenía por propósito mostrar a los más pequeños las maravillas del espacio así como sus misterios.
No era necesario ser un genio para saber a quién había pertenecido ese libro.
Las páginas pasaron una a una mientras su mente almacenaba las distintas ilustraciones y textos.
En cuanto terminó su lectura y se acurrucó en la comodidad del lecho, no pudo evitar retratar a la versión infantil de Amane. Había visto fotos suyas de bebé y de infante cuando iba a su casa e incluso en algún momento su madre llegó a compartir con ella recuerdos sacados del álbum familiar.
¿Habrá sido eso lo que dio inicio a su obsesión con el cosmos?
Podía imaginarlo.
Acostado junto con su hermano menor, bajo la seguridad de una manta, los rayos lunares colándose por la ventana, una linterna apuntando hacia las páginas, tapando sus bocas para evitar que las risas llamaran la atención de su madre, asombrados y emocionados por el nuevo universo al que eran expuestos en cada párrafo.
En verdad que la imagen mental construída, así como las fotos vistas y los libros leídos ese día, estaban ayudando a relajarla.
Anhelaba una vida pacífica y sencilla.
Una donde, al igual que el par de gemelos que rondaban su mente en ese momento, ella también pudiera sonreír honestamente.
Fue de esa manera en que llegó al reino de Morfeo.
Con una sonrisa en la cara y una sensación cálida envolviendo su corazón.
Tal vez, sólo tal vez... en un futuro todos sus sueños pudieran hacerse realidad. Mientras tanto dormiría y esperaría ansiosa su reencuentro.
El cambio de ambiente que Sakura, como ahora se refería a la chica de mirada indiferente, había propuesto esa mañana sin duda alguna le estaba sentando de maravilla. Aún si sólo se trataba de tomar el té en la sala, charlando animadamente, comiendo pastelillos y galletas.
—¿Es de tu agrado la habitación?
—Sí, gracias por la hospitalidad.
—No es nada, eres más que bienvenida en esta casa.
—¿Dónde está Tsukasa?
—Tiene clase.
—¿Clase?
—Para aprender a comportarse como una persona normal.
—Ya veo...
Continuaron conversando, conociéndose mejor y compartiendo información sobre los gemelos. O mejor dicho, hablando sobre todas las veces en que alguno de los dos había hecho algo verdaderamente estúpido que fuera digno de ser recordado. Ahora que se daba cuenta, probablemente ambas compartían muchas más cosas en común de lo que en algún momento pudo llegar a imaginar.
Todo iba bien.
Hasta que evidentemente, algo tenía que salir mal.
La tranquilidad de aquella mañana soleada fue interrumpida gracias a un sonido que hizo que ambas se quedaran congeladas por unas milésimas de segundo.
Acto seguido, la de cabellera esmeralda se apresuró a la habitación de la que había salido semejante estruendo, cerrando la puerta tras ella.
Nene regresó a su cuarto minutos después de quedarse sola, escoltada como de costumbre por dos gorilas que fácilmente le doblaban el tamaño, o al menos así era como se sentía cada que los miraba.
Se preguntaba si sería tratada de la misma manera una vez que Amane regresara.
O si, al igual que la madre de ambos gemelos, sería libre de salir y hacer lo que quisiera en cualquier parte de aquella casona.
Curiosa y preocupada al mismo tiempo, no dejaba de rodar sobre la cama. Haciéndose mil y una preguntas sobre lo acontecido ese día. Maldiciendo su estatus como prisionera. Ansiosa por saber y asegurarse de que todo estaba bajo control.
Pero sabía que gracias al contexto en el que los Yugi se desenvolvían, esperar un problema menor era verdaderamente una estupidez.
Lo había notado en la mirada de angustia de Sakura.
Su ánimo fue decayendo conforme los minutos se volvían horas, por lo que optó por encender la TV.
Se dirigió a uno de los sillones que estaban frente al aparato electrónico y tomó el control entre sus manos. Cambió de canales una, dos, tres y perdió la cuenta después del décimo programa saltado; pero fue antes de pasar al siguiente cuando escuchó una voz familiar salir del programa de noticias que estaba sintonizando.
"—Por favor, si alguien sabe algo sobre mi mejor amiga hágamelo saber. Fue raptada el día de su boda..."
Vio en la pantalla a su adorada amiga.
Con tantas cosas que habían pasado en su vida no se había puesto a pensar en el impacto que tendría su desaparición en sus seres queridos.
Lo que daría por decirle a Aoi que estuviera tranquila, que estaba bien, que dejara de llorar como lo estaba haciendo en ese momento, que no tenía porqué forzar sus cuerdas vocales para hacerse entender. Pero no era posible. No podía atravesar la pantalla para abrazarla y consolarla.
Un portazo la obligó a apagar el aparato y dirigir la mirada a la entrada del cuarto.
Recargado contra la puerta se encontraba el gemelo menor. Por su cabellera despeinada y la manera en cómo cesaba, podía apostar a que había llegado corriendo.
—¿Tsukasa, estás bien?
En respuesta, el joven tomó una de las lámparas de pie cercanas y procedió a azotarla contra el piso.
Asustada, Nene se hizo bolita en el sillón donde se encontraba. Esperando a que la rabieta del zaino terminara. Recordaba que los ataques de ira de Tsukasa eran como liberar un tornado dentro de una casa.
Una vez el golpeteo dejó de escucharse, volvió a asomarse.
Esperaba ver los tan típicos cuadros y espejos rotos, probablemente incluso algunas otras cosas desordenadas y destrozadas; sin embargo, no fue así, aquel caótico jovencito se había controlado. A lo mejor era parte de su crecimiento y madurez. Probablemente, y a pesar de su entorno, ahora gozaba de una temple mucho más desarrollada.
O simple y sencillamente, el monstruo que residía bajo su piel se encontraba en una jaula que podía abrir y cerrar a voluntad. Y ciertamente en ese momento, no era hora de dejar salir a su lado más retorcido.
La lámpara que había usado para liberar su estrés estaba deshecha y el piso contra el que había estado chocando repetidamente, también. Nada más.
El muchacho terminó de acomodarse la ropa y el cabello, la miró y sonrió.
—¡Nene! —Se abalanzó sobre ella, envolviéndola en un fuerte abrazo. Impidiéndole hablar o moverse.
Tampoco era como si quisiera ir contra la voluntad del menor de los Yugi. No después de una de sus rabietas.
Luego de un rato abrazados, el de cabellera oscura la soltó y procedió a recostar la cabeza sobre su regazo.
—¿Qué pasa, Tsukasa? —preguntó, esperando hacer algo para contentarlo.
—Sakura se molestó conmigo —contestó—. Está enojada porqué ya no tengo maestro de modales.
—¿Renunció? —indagó, jugando con la cabellera azabache.
—Murió —respondió, volteando a verla con una sonrisa.
—¡¿Qué?!
—Me aburrió y no quiso jugar conmigo... Todos los profesores son muuuuuuuy aburridos.
—¿Y-y por qué no buscan a alguien más? —Trató de desviar la conversación.
—Ya no queda nadie que quiera enseñarme a "sir ini pirsini nirmil".
La albina rio. Por más que en ese momento su cerebro estuviera mandando alertas sobre el peligro que representaba Tsukasa, otra parte de ella sólo quería seguir hablando con él, acariciando las hebras de queratina y tratando de encontrar una solución a sus problemas.
Desde que se habían conocido, el menor de los gemelos la había adoptado como hermana mayor y ella, hija única, no podía estar más encantada con la idea de tratarlo como si lo fuera. Aunque esto a veces provocara escenas de celos por parte del amante del espacio.
—¿Y qué te parece si yo te enseño?
—¿¡En verdad lo harías!?
—Claro que sí. Durante secundaria y primer año de preparatoria estuve en cursos de comportamiento para ser un poco más femenina... —Recuerdos vergonzosos pasaron por su cabeza mientras hablaba.
Sin permitirle decir algo más la llevó corriendo hasta la habitación de su asistente.
—¿Estás segura de querer hacer esto, Nene? —preguntó verdaderamente preocupada.
No podía evitar sentirse intranquila. Tal vez la de tobillos anchos no se daba cuenta de que era Tsukasa Yugi de quien hablaban. El mismo que hacia apenas unas horas había asesinado a su profesor por considerarlo "aburrido".
—Claro, no hay problema.
—Te recuerdo que mi jefe acaba de matar a su maestro de modales.
—¡Jamás me atrevería a dañar a una chica! ¡Y menos a mi cuñada! Amane me mataría antes de poder hacerle algo... —Se defendió el acusado. Aprovechando para abrazar a la de cabellos platinados y mirar a su asistente de forma suplicante. Incluso tal vez, mandando una señal que sólo ellos dos entendían.
—Está bien. Pero primero debo hablar con ella para que esté al tanto de lo que tu hermano espera de ti. Así que salte de mi cuarto.
Con la cola entre las patas se dirigió a la salida. No sin antes avisarle a su niñera sobre el boquete en la habitación de la invitada. Fue entonces cuando Sakura recordó que, efectivamente, su paga no era suficiente como para soportar los desastres de su jefe inmediato.
—Nene, creo que por hoy tendrás que dormir en otro lado. No es pertinente que duermas en un cuarto con un agujero en el piso.
—¡Oh, no quisiera ser una molestia, estoy bien así! —Trató de convencerla.
—Lo digo en serio, nunca se sabe que cosas pueden salir de ese tipo de lugares. Por no mencionar que si el Número Siete llega y se entera de que caíste por error o te lastimaste debido a eso, muy probablemente ni su hermano se salve.
—Podría quedarme entonces en una habitación pequeña, no requiero mucho espacio...
—¡Nene dormirá en mi cuarto! —exclamó Tsukasa, asomándose desde el marco de la puerta.
—No, no es bien visto —dijo su asistente
—P-pero... ¡Siempre hacíamos pijamadas juntos! Amane, Nene y yo solíamos acampar juntos e incluso nos quedábamos en su cuarto cuando íbamos a su casa.
—Eso es cierto. No tengo problema con quedarme en el cuarto de Tsukasa, podría ser divertido. —Intentó convencerla con una sonrisa.
¿En verdad podía negarse cuando lucían así de ilusionados?
No. No podía negarles la oportunidad de convivir un poco más. Y eso lo había captado en la mirada que el zaino le estaba dedicando.
—Está bien.
El varón estaba a punto de abalanzarse sobre la albina, quien lo detuvo en el acto.
—Primera regla; espacio personal. —Indicó, recordándole que de alguna manera que ahora ella era su maestra.
—P-pero... ¡Nene!
—Podrás abrazarme una vez te conviertas en un caballero.
—Está bien. —Con tono derrotado, el menor de los Yugi salió del cuarto y se dirigió al suyo para preparar su pequeña pijamada.
—¿Amane y tú se casaran? —La pregunta tomó a Nene de sorpresa.
Estaban en el cuarto del gemelo menor sentados en el piso. Tsukasa cepillaba la larga cabellera femenina mientras ella pintaba las uñas de los pies masculinos, acurrucada entre las piernas y brazos del caótico muchacho.
—¿Disculpa? —preguntó, creyendo no haber escuchado bien.
—Ya sabes. Si mi hermano te pidiera casarte con él... ¿aceptarías? —Detuvo el cepillado.
—Primero tenemos muchas cosas qué hablar, ¿no crees? Puede ser que él haya encontrado a alguien más y...
—¡Imposible! —Interrumpió—. Desde que ustedes dos ya no están juntos, él sólo se ha enfocado a esta nueva vida y en mantenernos en un bajo perfil. Nunca lo he vuelto a ver con la misma cara de tonto que ponía cada que pensaba en ti.
—¡No bromees, Tsukasa!
—No bromeo, es la verdad.
—D-de todas formas tenemos que hablar de muchas cosas.
El zaino continuó con su labor, sin indagar más o forzándola a charlar sobre su idiota hermano.
Después de todo, ahora podía sonreír complacido.
El color carmín sobre las puntas de las orejas de la que estaba seguro, pronto sería su cuñada en toda regla, le había dado la respuesta que esperaba.
Aquella noche fue como revivir los viejos tiempos.
Entre videojuegos, comida chatarra, rutinas de belleza, chistes y demás jugarretas, el tiempo había avanzado rápidamente. Después de haberse enfrentado en la pelea de almohadas más impresionante de todo el siglo, o al menos era así como Tsukasa la había descrito, el par de almas juveniles quedaron exhaustas. El menor de los Yugi dormía plácidamente aferrado a la pequeña silueta femenina en lo que ella continuaba dotando su cabellera de mimos. Aun cuando el cansancio le demandaba descansar, las palabras de Sakura todavía resonaban en su mente.
"El Número Siete requiere que su hermano aprenda a comportarse como una persona normal para la próxima visita de una persona muy especial a esta casa. Para lograr que la reunión sea exitosa, hay algunas cosas que recomiendo sean tu prioridad.
La primera y más evidente; aprender a respetar espacios personales. Esta persona está chapada a la antigua por decirlo de alguna manera y los acercamientos de Tsukasa hacia ella la última vez que vino, no le dejaron una muy buena imagen.
No indagar de más en asuntos que no le incumben. Esto incluye su giro, su historial delictivo, sus preferencias sexuales o su estado civil.
Sé que es imposible que Tsukasa se convierta en un caballero de guantes y sombrero de copa, pero al menos bastaría con que aprendiera eso y lo básico de modales en la mesa, así como mantener una charla cualquiera".
La de mirada esmeralda no le había dado más datos sobre la misteriosa persona con la que el chico que se aferraba a ella debía redimirse; por lo que debía idear algo. Antes de que pudiera seguir pensando y planeando una estrategia para mantener a raya los impulsos del menor de los Yugi, Morfeo llegó para llevarla a su reino.
El tiempo pasó y con ello la ya oxidada relación entre "alumno y maestra" volvió a fortalecerse.
Era hasta cierto punto predecible que algo como eso sucediera. Considerando que ahora ambos se habían vuelto uña y mugre. A dónde fuera que uno fuera, el otro lo acompañaba.
Bueno... casi siempre.
Las pijamadas se volvieron rutina cada que la profesora consideraba que su pupilo merecía un premio debido a su buen desempeño.
Sin embargo, corregir al gemelo menor de vez en cuando se volvía un juego de tira y afloja, donde para poder presionarlo a poner atención debía ceder a los juegos e interrogantes, en su mayoría embarazosas, que él le proponía.
Después de todo, no quería volverse aburrida.
No como su antecesor.
—Tsukasa, no estamos hablando sobre eso —respondió de manera calmada y dulce por décima vez ese día.
—¡Pero es importante! Después de todo, si ustedes no se casan y todo sale mal... ¿Te casarías conmigo?
La maestra se quedó callada ante la repentina proposición de su pupilo.
—Es mejor que te concentres. No olvides que las cucharas grandes son para sopa y las pequeñas para postre. —Repitió, esperando desviar la conversación.
—¡Está bien, maestra!
—Y recuerda que no debes hablar tan alto.
—¡Oh! cierto, lo siento, maestra.
En verdad que a veces el chico de mirada traviesa sabía como ponerle los nervios de punta. Afortunadamente, contaba con ya bastante tiempo de experiencia como para saber controlarlo.
Jefe y asistente llevaron a la joven maestra a su recamara luego de la cena. Una vez dieron la vuelta para retirarse, la de mirada serena habló.
—¿Qué estás planeando?
—¿A qué te refieres?
—Es evidente que has estado controlándote. No quiero demeritar el esfuerzo de Nene, pero me parece imposible que en cuestión de días hayas cambiado tanto. Incluso dejaste la mayoría de asuntos pendientes a Natsuhiko.
—¿Acaso estás celosa, Sakura?
—Soy tu asistente. Debo estar al tanto de todo lo que pasa por tu mente para evitar que hagas cosas tan estúpidas como irrumpir en la boda de Minamoto.
—¡Tú también estuviste de acuerdo! Ambos sabemos que probablemente ella sea la única que pueda evitar que mi hermano haga más idioteces.
—¿Y por eso le hiciste una pregunta tan sugerente? Es la ex-novia de tu hermano, no creo que le haga mucha gracia saber que le propusiste matrimonio, aun cuando haya sido solo una broma.
—¿Entonces estabas escuchando?
—Tengo oídos en todos lados, eso ya lo sabes.
—Nene es muy dulce. En parte siempre envidié eso de mi hermano...
—¿Y...?
—Sólo digamos que debo sentar las bases de mi plan B si el A no funciona.
—Espero que todo salga como planeas.
—¿Alguna vez algo no ha salido como lo planeo?
Las palabras que quería usar murieron en su garganta, un dolor en el pecho así como una vocecilla, le decía que esta vez sería distinto.
A unas horas del tan ansiado día, la casa estaba más viva que nunca.
Todo el personal se encontraba trabajando arduamente. Cada rincón de la morada debía estar impecable y el jardín debía mostrar más vitalidad y verdor que nunca.
Sakura, como asistente del cabecilla al mando, se encargaba de supervisar que todo fuera de acuerdo a lo planeado, así como también de escoger la vestimenta del representante de la familia.
Por lo mientras el susodicho y su estimada maestra estaban en la prueba final.
Había sido prácticamente imposible para ambos verse en todo el día, hasta que por fin, un espacio se había abierto en la ocupada agenda del zaino para ir a verla.
—¿En verdad crees que Yako aceptaría bailar conmigo? —preguntó burlón el de peinado de tazón.
—¿Yako? —Así que ese era el nombre de la persona que esperaban con tanto interés.
—Ya sabes, la amargada que vendrá. ¿Acaso Sakura no te lo dijo? —La contraria negó con la cabeza—. Bueno, tampoco es tan importante.
—Aún así, es mejor estar prevenidos. No sabemos qué pueda pasar. —Urgió la albina.
Tomó las manos del zaino, llevando una a su cintura mientras la otra la entrelazaba con la suya.
A pesar de no existir música alguna, el compás de ambos se sincronizó en pequeños y cuidadosos pasos.
No era necesario hablar, ni exigir atención o suplicar por un descanso.
Bastaba con mirarse a los ojos, sonreír y dejarse llevar por el meneo de la cadera femenina.
1, 2, 3...
Derecha e izquierda.
1, 2, 3...
Derecha e izquierda.
Y repite.
Un baile lento.
Un baile genérico.
A simple vista inocente y sencillo.
Pero que muy dentro del menor de ambos gemelos, significaba el inicio de una serie de confusiones y guerras consigo mismo.
Pues tal vez, sólo tal vez...
Por una milésima de segundo...
El deseo de que su plan A no funcionara había aparecido en su mente.
Ambos se detuvieron.
La intensidad de la mirada masculina llenó de temor a la pobre chica que todavía se encontraba unida a él.
¿Lo había molestado?
¿Y si en ese momento decidía terminar con ella de la misma manera en que lo había hecho con su profesor?
Después de todo, lo único para lo que había servido en esas tres semanas había llegado a su fin.
—Gracias, Nene. —Se le acercó.
—¿¡Q-Qué haces, Tsukasa!? —preguntó, alarmada ante la cercanía de sus rostros.
—Reclamo lo que será mío.
—¿¡A-A qué te refieres!?
—¿No lo recuerdas? Dijiste que podría abrazarte cuando me convirtiera en un caballero. Y ahora, gracias a ti, lo soy.
La tomó entre sus brazos fuertemente, elevándola unos centímetros del piso y haciéndola girar. Sakura llegó en ese momento. Totalmente consciente de lo acontecido en aquel lugar.
—Es hora de que Nene vaya a dormir —dijo con su monótono y tan usual timbre.
Al cuarto llegaron dos mastodontes que la albina ya conocía.
Se despidió de ambos y salió junto con los portadores de corbatas roja y verde.
—Te vi —dijo la peliverde en cuanto la puerta se cerró.
—¿Y qué piensas? ¿Nos vemos bien juntos?
—Si fueras alguien más no me importaría en lo más mínimo. Pero me pagan para mantenerte a raya y en este momento estás jugando con fuego. Te recuerdo que tu hermano no es el mismo que solía ser.
—Lo sé —dijo orgulloso—. Yo lo convertí en lo que es ahora. Sin mí, nunca se hubiera atrevido a rebanar un dedo.
La asistente no dijo más.
Conocía a su jefe y sabía que nada de lo que dijera en ese momento podría sacarlo de su necedad.
No sólo le preocupaba debido a su relación laboral, sino también al negado cariño que sentía hacia aquel que percibía como a un hermano menor. Un hermano menor al cual debía regañar constantemente, un hermano menor al que trataría de evitarle más problemas de los que de por sí atraía.
Sin embargo, con Tsukasa todo era impredecible.
Por más que quisiera cuidarlo hasta de sí mismo, el terreno al que ahora se aventuraba era uno más sombrío y peligroso. Uno al cual incluso ella se negaba a seguirlo.
En un principio le había parecido más que sensata la idea de llevar hasta esa casa a la chica de tobillos anchos. La veía como la solución a una de las principales preocupaciones de su endemoniado superior. Sin embargo, desde aquel primer acercamiento que encendió alarmas en su cabeza, no hacía más que sentir miedo cada que él y Nene tomaban clases juntos. Empezaba a sospechar que la llegada de aquella joven había sido en realidad la pieza faltante dentro del escenario apocalíptico que el zaino menor había planeado.
Uno donde su mayor satisfacción llegaría a costa de la relación Nene y Amane.
Lo miró.
Tsukasa no era precisamente la persona más inocente que hubiera conocido en todo ese tiempo, sabía que de vez en cuando se daba la oportunidad de disfrutar de los placeres perversos a los que personas en su mundo podían acceder.
A diferencia de su hermano, quien solamente lo hacía motivado por la búsqueda de información y algunas botellas de alcohol adulterado.
Suspiró y dejó de lado sus preocupaciones.
A lo mejor sólo estaba exagerando.
Debía tener fe en que lo que fuera que el menor hiciera, todo saldría bien.
Chapter 3: 2
Chapter Text
Ese día la albina fue despertada por una serie de toquidos en la puerta de su habitación, y pensando que se trataba de Tsukasa o Sakura se dirigió a abrir, llevándose la sorpresa de que no, no se trataba de ninguno de los dos, sino del guardia que normalmente siempre veía con Sakura.
¿Era Natsuhiko su nombre o su apellido? La verdad ya no recordaba.
—¡Buenos días, Nene!
—Buenos días —respondió con algo de cansancio en la voz, ciertamente había empezado a acostumbrarse a dormir un poco más desde que se encontraba en ese lugar.
—Sólo venía a decirte que por hoy todas las comidas serán traídas a tu habitación. Sakura y el enano están de acuerdo en no dejarte salir en todo el día.
—¿Por qué? —preguntó extrañada. Como maestra de Tsukasa no estaría de más estar cerca por cualquier inconveniente... Además, estaba un tanto curiosa en cuanto a la gente con la que se relacionaba Amane.
—Créeme, es mejor para ti. El Segundo Misterio es bastante especial con las chicas. A todas quiere volverlas muñecas.
—¿Muñecas?
—¿Acaso no sabes quien es Misaki?
—No...
—Está bien, supongo que de todas formas te terminarás enterando en algún momento —dijo, antes de cerrar la puerta tras de si y tomar asiento en uno de los sillones.
La todavía adormilada joven se sentó a su lado, esperando a que el castaño continuara.
—La primera vez que Misaki vino a esta casa, mi señorita estuvo a punto de convertirse en una muñeca. —Rememoraba—. El Segundo Misterio insistió más de una vez para que el Séptimo se la diera; sin embargo, no fue hasta que el enano la incomodó lo suficiente como para hacerla desistir y que se fuera. De eso ya ha pasado algo de tiempo, así que espero que esta vez no quiera volver a intentarlo.
—¿Y qué es eso de convertir a alguien en muñecas? —Insistió, no le quedaba claro del todo aún a que se refería.
—Ya sabes, juegas y te diviertes con ellas. Siempre están calladas y no pueden negarse a lo que sus dueños quieran hacerles. Ese tipo de muñecas son las que vende Misaki, y es por eso que no podemos dejar que te vea.
La sangre de Nene se heló.
Saber que una persona así llegaría a la que empezaba a considerar su morada, volvía a tirarle un balde de realidades gélidas encima.
¿En qué pensaba?
Era obvio que gente así estaría en el círculo de conocidos de Amane.
—¡Pero no tienes porqué preocuparte Nene, estás segura! ¡Ni el enano, ni mi señorita, ni yo dejaremos que te lleve o algo! Sólo tienes que quedarte aquí hasta que se vaya.
La albina asintió.
—¿Quieres que traiga el desayuno? ¿Quieres algo en especifico?
—No, así estoy bien.
El apetito de la joven se había ido, y muy probablemente no regresaría sino hasta mucho después.
—¡Agh! ¿¡Cuánto más va a tardar, Sakura!?
—Todavía faltan diez minutos más para que la hora acordada llegue.
El menor miró su celular. Parecía como si los minutos avanzaran a un ritmo casi agonizante.
—¿Recuerdas cuando casi te conviertes en parte de la colección de Yako?
Sakura recordaba ese día.
¿Cómo no hacerlo?
Por primera vez en su tiempo como asistente del menor de los Yugi había sentido miedo, pero también había sido capaz de presenciar de primera mano hasta dónde sería capaz su "hermano menor" de ir por ella.
Sonrió ante la imagen mental de Tsukasa invadiendo el espacio personal de la rubia de ojos verdes que lo miraba alarmada y sonrojada.
Y entonces, el sonido de un auto llegar le advirtió que era hora de volver a verla.
—¿Estás lista? —preguntó su superior, extendiendo la mano.
Ella en respuesta le devolvió el gesto.
¿Cómo empezar a describir la escena en la que aquellos tres personajes se encontraban?
Ciertamente cualquier adjetivo por sí sólo no permitiría a este cansado, ineficiente y triste intento de autora retratar para ustedes la imagen.
La recién llegada se encontraba cruzada de brazos, mirando al lado contrario de dónde jefe y asistente se encontraban.
—Sakura, ¿por qué no vas por algunos aperitivos? Estoy seguro de que Yako apreciará lo que pedí especialmente para ella. —Sugirió el zaino, harto ya del silencio incómodo y ansioso por ir al grano.
La peliverde salió sin chistar. Preguntándose en qué momento su superior había encontrado tiempo para pedir algo sin que ella se hubiera enterado.
—No creas que será tan fácil que olvide nuestro último encuentro. —Advirtió la rubia, aun molesta.
—Quiero limar asperezas. —Le sonrió inocentemente. Un truco barato que con la mayor no funcionó.
—Unos cuantos aperitivos no servirán de mucho. Te advierto que tengo un gusto bastante peculiar.
—Y yo estoy más que dispuesto a complacerte en todo lo que quieras.
—Eres igual que tu hermano. —Gruñó molesta—. No entiendo cómo fue que Misaki accedió a ayudarlos.
—Tenemos nuestras maneras. Ahora dime, ¿te gustaría jugar a algo en lo que esperamos a mi asistente? —preguntó, mientras se dirigía a uno de los muebles detrás de él.
—Preferiría ir directo al grano.
—Vamos, sólo será un juego inocente. —Insistió, ahora mostrándole un abrecartas.
La rubia lo miró y sonrió. Pudiera ser que empezaran a hablar el mismo idioma.
El sol empezaba a ocultarse para el momento en que el lujoso carro, del cual había descendido una despampanante rubia, se había retirado.
Desde su balcón, Nene había observado su llegada y su ida.
Ahora sólo tenía que esperar por Tsukasa o Sakura.
Pasaron los minutos que se volvieron una hora, luego dos.
Empezaba a preocuparse.
—¡Ne-ne~! —Una voz que conocía bien exclamó fuera de su cuarto.
Suspiró aliviada.
En cuanto el zaino entró, lo primero que hizo fue abalanzarse sobre ella en un poderoso abrazo.
—¡Todo salió bien gracias a ti! ¡Eres la mejor maestra de todas!
—Me tenías muy preocupada, tardaste mucho en venir —contestó la contraria con voz ahogada.
—Lo siento. Había cosas que atender y... recibí una llamada especial~
—¿De quién?
El muchacho sonrió.
—De Amane.
A varios kilómetros de casa, el mayor de los Yugi terminaba de asearse en el baño de aquella lúgubre habitación de motel.
A veces se preguntaba si la coloración rojiza de sus manos en verdad se encontraba ahí o si sólo se trataba de un juego mental para recordarse lo dañado que estaba, lo podrida que estaba su alma. Como fuera, sus pendientes habían llegado a un fin en aquel país extranjero y lo agradecía profundamente.
Sus enormes acompañantes estaban terminando de limpiar la bodega abandonada que le había servido como cuarto de juego.
Tenía ya la información que necesitaba.
Y al menos en esta ocasión el interrogatorio no había sido tan exhaustivo.
Sonrió divertido.
¿Quién se hubiera imaginado que uno de sus principales aliados hoy día hubiera conspirado en contra de su familia unos años atrás?
Ahora sólo tenía que encontrar el motivo.
Saber el porqué de que aquel idiota los hubiera traicionado, arrebatándole la posibilidad de cumplir sus sueños y vivir una vida normal.
Se tiró sobre la cama y, con el restante de fuerza que sus brazos guardaban, se cubrió con las sábanas del lecho. Se acomodó y recordó la llamada que había hecho unos minutos atrás.
Su hermano le había pedido que se apresurara sin decir el motivo. Y eso no podía significar nada bueno. Empezaba a preguntarse qué tipo de problema sería con el que lo recibiría ahora. Aunque de ser así, Sakura hubiera sido la informante. Se dio la vuelta y entonces el pequeño objeto que colgaba de su pecho se enterró en su piel, recordándole su presencia. Lo tomó entre sus manos y le dio un beso, pensando en la chica a la que hubiera entregado ese anillo de no ser por la crueldad de la vida.
La imagen mental de la joven dormida a su lado bastó para que pronto sus ojos se cerraran.
El tan ansiado día por fin había llegado y aunque una parte de ella estaba tan emocionada como una colegiala al ver a su crush, otra parte de ella le pedía ir con cuidado.
Después de todo, nada le aseguraba que ese Amane, que el Número Siete, seguía siendo el muchacho gentil y amoroso del que se había enamorado. Aún así, no perdía la esperanza de que todo se solucionara gracias al poder del amor.
Triste y patético sueño optimista.
Pero no era momento de pensar en eso, su Amane estaría en casa en unas cuantas horas, y ella quería hacer de su reencuentro algo memorable.
Miles de escenarios pasaban por su mente, desde los más inocentes hasta los más subidos de tono. Incluso desde los más tranquilos hasta los más dramáticos.
Estaba preocupada, ansiosa y para colmo ni el gemelo menor ni su asistente estaban en casa.
Tendría que lidiar con sus nervios sola.
Mientras tanto, el de cabellera oscura y la de mirada indiferente habían salido por algunas cosas que su hermano había solicitado de último momento.
—¿Qué piensas de esto Sakura?
—¿Debo preguntar lo obvio? —Tsukasa la vio con una expresión interrogante—. ¿Cómo por qué tu hermano querría un anillo vibrador?
—Bueno, según la caja dice que ayuda a tener un orgasmo más intenso.
—Tu hermano no tiene una vida sexual activa.
—¡Para eso está Nene!
—Es mejor que nos centremos en la lista que mandó por mensaje. —Sacudió la hoja de papel frente a él.
—¡Pero incluso brilla en la oscuridad!
Suspiró derrotada.
Al menos ella era la que llevaba el dinero para pagar.
Faltaba media hora y ya todos estaban en la sala esperando la llegada del mayor de los gemelos.
Nene tenía sobre sus piernas un plato con las donas que había preparado en búsqueda de calmar sus nervios; sin embargo, su cabeza todavía daba vueltas, su corazón latía rápidamente y su cara ardía.
¿Cómo debería saludarlo?
¿Cómo debería llamarlo?
¿La seguiría amando así como ella a él?
¿Sabría sobre su compromiso y casi boda con Teru?
¿Por qué no le había preguntado todo esto a Tsukasa antes?
Quería gritar de los nervios.
Tal vez todo sería mejor si huyera a la playa y se convirtiera en pez al contacto con el agua salina. Así como la princesa sirena cuando había huido de los brazos de su amado pirata. Perdiéndose en la inmensidad del océano.
Ah~
Cuánto había llorado en esa parte.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Tsukasa corrió al recibidor mientras exclamaba el nombre de su gemelo. Era evidente que estaba emocionado.
—¡Amane, Amane!
Se escuchaba desde donde se encontraba.
La albina sintió su pulso parar cuando escuchó la voz con la que soñaba a diario.
—Yo también te extrañé, Tsukasa.
No se atrevía a salir a su encuentro.
Una parte de ella quería ir hacia él y cubrirlo de besos. Mientras el miedo había convertido a su otra parte en una estatua.
—¡Espera, Amane! ¡No entres a la sala aún!
—Tsukasa, estoy cansado y quisiera recostarme un momento, así sea en el sillón.
La albina terminó por ocultarse detrás de una de las largas cortinas de la sala, esperando que el mayor desistiera de semejante idea.
—Tu cuarto está listo tal y como pediste, Número Siete. —Interrumpió Sakura.
—Gracias, subiré a descansar un rato y bajaré para la cena.
—¿Podríamos hablar primero de algo?
—¿Es tan urgente?
—Bastante a decir verdad... —Confesó algo apenado el menor.
Amane volteó a ver a Sakura quien afirmó.
—Está bien, vamos a mi cuarto. —Concluyó, exhausto e intrigado.
En cuanto las voces de ambos se perdieron, Nene recordó como respirar.
—¿Y bien? ¿Qué es de lo que querías hablar? —preguntó, cerrando la puerta y quitándose el reloj de pulsera que llevaba.
—Decidí prepararte una sorpresa. —Comenzó el menor—. ¡Estoy seguro de que te encantará!
—Tsu, sea lo que sea puede esperar a mañana.
—¡No, tienes que verla hoy mismo!
—En verdad me estás preocupando. ¿Volviste a meterte en problemas, necesitas dinero o algo? —cuestionó verdaderamente consternado en lo que terminaba de colocar su collar dentro de la caja fuerte de su mesa de noche.
El menor se había sentado sobre la cama de su hermano con la cabeza agachada y con un hilo de voz apenas perceptible soltó unas cuantas palabras.
—¿Disculpa?
—Nene.
Amane lo miró. De entre todos los temas de los cuales podrían hablar, ¿qué tenía que ver su ex?
—¿Qué hay con ella? —cuestionó, tratando de disimular la evidente perturbación.
—¿Sabías que estaba comprometida?
Tragó duro, su corazón se había roto en cuestión de segundos. Aún así, trató de no demostrarlo acostándose del lado contrario para darle la espalda a su hermano.
—Es lo normal, la vida sigue y me alegra que haya encontrado la felicidad. —Mintió—. ¿Es todo? Si es lo que me ibas a decir, vete y déjame descansar.
—¿Entonces no te importa si se casa o no con alguien más? —Insistió.
—No. —Empezaba a desesperarse—. ¿Podrías irte de una buena vez? Creo que tengo dolor de cabeza.
—Pe-pero... ¿entonces qué hago con ella?
—¿Hacer qué con quién? —interrogó, levantándose para ver a su hermano de frente.
—Ella estaba por casarse hace algunas semanas. Así que decidí irrumpir en la boda y raptarla. —Confesó con cinismo sin igual.
El pavor en la cara de su gemelo mayor era evidente. Se notaba que las pocas neuronas que tenía en la cabeza no terminaban de procesar lo dicho.
—¿¡Te refieres a...!? ¿¡En dónde mierda está!?
—Ha estado viviendo en tu cuarto desde entonces.
—¿¡Qué!?
Se levantó de un salto e inspeccionó el armario en automático. Tenía que ser una broma de su hermano, no podía creerle tan facilmente.
Aparte de su ropa, había prendas de mujer.
Entró al baño y el aroma a fresa que ya solo recordaba en sueños le dio la bienvenida.
Miró sobre el lavabo, había cosméticos cuyas marcas y colores conocía como la palma de su mano.
Tocaron a su puerta y antes de que pudiera correr a gritos a quien fuera, Tsukasa ya había abierto.
Rubí y ámbar se encontraron.
Sin pensarlo dos veces, la albina se dirigió a él, abrazándolo fuertemente.
Eso estaba mal. Todo estaba mal.
Ella no debía tocarlo.
No quería ensuciarla con la maldad que ahora habitaba su alma.
Estaba por alejarla cuando sintió su camisa mojarse.
¿Eran lágrimas?
Sentía el temblor del pequeño y frágil cuerpo de la chica entre sus brazos y dejándose llevar por su lado más egoísta, le devolvió el gesto, susurrando palabras que sabía que cesarían su llanto.
Tsukasa cerró la puerta tras de sí en cuanto su instinto le dijo que el plan A había funcionado.
Las caricias sobre la cabellera platinada así como las dulces palabras contra su coronilla habían cesado. Ahora sólo los unía un abrazo inerte del que la albina no planeaba liberar al zaino. Sentía que si en ese momento lo soltaba sería para decirle adiós definitivamente. Sin importar cuánto luchara por zafarse del agarre femenino no lo lograba y tampoco era como si buscara lastimarla usando la fuerza bruta. No podía actuar como si la de mirada carmesí fuera nada, cuando en realidad seguía siendo su todo.
—¿Amane? —Interrumpió los pensamientos del indeciso varón.
Hacía tanto que nadie lo llamaba con ese dulce tono de voz... Bajó la mirada al pequeño cuerpo tembloroso que se empeñaba en estrecharlo fuertemente. Podía leerla fácilmente.
Al igual que él, no sabía ni por dónde comenzar.
Apostaría lo que fuera a que muy seguramente en ese momento tenía ganas de golpearlo. Y siendo honestos, hasta él esperaba que así lo hiciera. Que le diera un coscorrón seguido de una cachetada para finalizar con una serie de insultos que sólo ella podría articular a una velocidad casi sobrehumana.
Y fue por eso mismo que terminó estupefacto en cuanto, en un momento de guardia baja, la sollozante jovencita reunió el valor suficiente para tomar su rostro entre sus manos y darle un beso en los labios.
—¿Sabes cuantas veces soñé con volver a hacer eso? —susurró contra su boca para inmediatamente después repetir la acción.
Pocas cosas lograban poner de colores al temible Honorable Número Siete, y al parecer algo tan simple como un beso dado por Nene Yashiro era una de ellas.
Maldición... ¡Estaba por cumplir veintisiete años, y aún así seguía comportándose como el mismo tonto enamorado de unos años atrás!
Sus manos empezaron a sudar, su rostro estaba colorado y cualquier palabra u oración que hubiera querido pronunciar murió en su garganta en cuanto la suave lengua de la fémina acarició sus labios y sus manos acariciaron suavemente sus mejillas.
Necesitaba algo. Ya fueran frases, sonidos u onomatopeyas que de alguna manera lo salvaran de caer en las garras de algo tan peligroso como resultaba ser el deseo; sin embargo, su cuerpo no reaccionaba, su cerebro parecía no funcionar y su aparato fonador estaba totalmente desactivado, pues seguía perteneciéndole a la adorable chica de tobillos anchos, y sólo ella podría sacarlo de ese momento de inutilidad absoluta.
Por otra parte, para la incansable joven, la resistencia de quien todavía fuera su gran amor sólo la hacía sentir más y más decaída. El hecho de que no correspondiera a sus actos y que tampoco respondiera a sus interrogantes la estaba volviendo loca.
Quería respuestas y las conseguiría.
—¿Por qué nunca regresaste por mí? —preguntó luego de separarse y buscar su mirada. Lastima que siempre la desviara—. ¿No vas a decirme nada?
Silencio. Amargo y tortuoso silencio. Siempre había sido su barrera más difícil de derrumbar. Suspiró y volvió a frotarse contra su pecho, consolándose en su calor, dejando salir una a una las interrogantes entre sollozos, mismas que durante tanto tiempo habían rondado su cabeza desde que supo la verdad de todo.
Cada pregunta sin respuesta le rompía más y más el corazón.
¿En verdad sería capaz de pretender que su reencuentro era nada?
Su rabia y tristeza tomaron lo mejor de ella y, en un último intento desesperado por obtener alguna reacción, terminó por darle un pisotón seguido de un insulto.
—¡Idiota!
El contrario, que hasta ese momento había permanecido tan estoico como podía, no pudo evitar soltar un chillido de dolor mientras trataba de sobar su pie descalzo. Quién diría que esos tobillos fueran tan poderosos.
—¡No era necesaria la violencia! —Se quejó.
—¡Te lo mereces, idiota! —exclamó, secándose las lágrimas que había vuelto a derramar.
—¡Ey, ey!... Sabes que no me gusta que llores —dijo, acercándosele poco a poco.
—¡Lo hubieras pensado antes de quedarte callado como un tonto! —Volvió a tomarlo entre sus brazos para zangolotearlo, como si de un muñeco de trapo se tratara.
—¡Ne-Nene! —Trató de detenerla.
—¡Eres el peor novio del mundo! ¡Bobo! ¡¿Sabes por cuantas cosas pasé durante estos últimos años?! ¡Lo mínimo que podrías hacer es responder cuando te hago una pregunta! —Concluyó antes de lanzarlo a un lado y darle la espalda.
De alguna manera se sentía melancólico. Le recordaba a todas aquellas inusuales peleas de su época de noviazgo...
¡No!
¡Debía evitar dejarse llevar por el momento!
¡Todo eso era por su bien!
Pero, un sólo sollozo de la albina bastaba para dejar de lado toda razón y acercarse a ella para limpiar sus lágrimas. En verdad que era débil cuando se trataba de la chica de cabellera platinada. Sabía que ya había ido muy lejos en cuanto la joven entrelazo sus manos y su corazón dio un salto en su pecho.
No podía, no debía.
Como si de fuego se tratara, se soltó del agarre y caminó de espaldas, trataba de poner distancia entre ambos, aunque la mesita de noche contra la que chocó tuviera otros planes.
—Creí que estarías feliz de verme... pero creo que no es así. —Lo observó con amargura.
Como odiaba cuando lo miraba de esa manera. Si eso continuaba no podría hacer más que terminar por ceder a sus deseos.
—Imaginaba que cuando nos viéramos me darías un fuerte abrazo y te disculparías conmigo por no buscarme... Fue muy tonto, ¿no es así? —El semblante asustado y pálido de Amane era todo lo contrario a lo soñado por la romántica empedernida. Comprendió que no quería tocarla, que no deseaba tenerla cerca y mucho menos darle cuentas de sus actos. Se sentía humillada y triste—. ¿¡No planeas responderme!? —Volvió a preguntar, a punto de rendirse, y nuevamente el silencio fue su única respuesta—. ¿¡Por qué nunca regresaste por mí!? —Insistió por última vez, convencida de que de no recibir respuesta, ella misma tomaría sus maletas y se iría de ahí.
—Lo siento —Por fin contestó, aunque no parecía ser sincero.
—¿Lo sientes? —Repitió en tono burlón—. ¿En verdad lo sientes, Amane? —inquirió, acercándose a la figura masculina.
—No podemos estar juntos, lo siento. —Se disculpó, marcando distancia—. Pediré que preparen tus cosas para que regreses a tu hogar.
A pesar de que su tono de voz era serio y de que no establecía contacto visual con ella, podía sentir el dolor en sus palabras. Si él, al igual que ella, sufría por su separación... ¿Por qué no simplemente se quedaban juntos?
—¡No quiero!
—Es lo mejor.
—¿Lo mejor para mí o para ti?
—Para ambos.
—¡No planeo volver a separarme de tu lado nunca más! —exclamó antes de acercarse con la intención de aferrarse a su cuerpo nuevamente.
—Es mejor que te vayas. —Tomó una bocanada de aire y se dio valor para mirarla a los ojos antes de soltar una última frase—. No quiero nada contigo. —Con tono seco e incluso impregnado de falso desprecio, esperaba que sus palabras bastaran para que se fuera, para que su corazón se rompiera y le resultara más fácil olvidarlo.
—¡¿Cómo puedes decir eso?! —preguntó exaltada.
¿Qué importaba si su maquillaje se había corrido gracias a las lágrimas o si los golpes que asestaba contra el pecho del zaino fueran perdiendo fuerza en cada impacto?
Lo único que quería era dejarle bien claro lo mucho que la estaba lastimando.
Y créanle a este patético intento de escritora cuando les digo que en verdad cada acción de la albina estaba dejando una herida en la ya podrida alma del de mirada ambarina. Le costó muchísimo tomar los débiles puños de la chica de tobillos anchos y emprender su camino a la puerta de la recamara.
No importaba cuánto tratara de zafarse, el agarre era fuerte pero gentil, pues no pretendía dañarla, simple y sencillamente buscaba la manera de guiarla hasta la salida; pero, eso aún no terminaba para Nene Yashiro.
La noche era joven y tenía muchas preguntas que necesitaban las respuestas de aquel cabeza dura.
Por lo que aprovechando un momento de distracción le dio la vuelta a la situación.
Y así, por obra de una entidad divina o simple y sencillamente gracias al poder del guion, la albina logró liberarse para besarlo con todo lo que tenía.
Quería comunicarle cuanto lo había extrañado, cuanto lo seguía amando, cuanto había deseado volver a verlo y cuanto anhelaba vivir desde ese momento y hasta la muerte a su lado.
Ambos cayeron sobre la cama una vez los labios masculinos correspondieron a los femeninos.
Y fue entonces cuando Nene Yashiro supo que, al menos por esa noche, había vencido.
Él siempre había sido el más hogareño del par de gemelos.
Siempre había preferido quedarse tranquilamente en casa, leyendo o pasando tiempo de calidad con su madre a salir y ocuparse de los asuntos que el progenitor de ambos controlaba desde la sombra de su figura pública.
A Tsukasa en cambio nunca le había molestado ser el reemplazo del mayor; pues al igual que su padre, encontraba un placer perverso en aquellos actos delictivos que le traían algún beneficio. Sobre todo cuando este venía a costa del sufrimiento de alguien más.
Le daba un plus.
Pero, desde que la tranquila vida del mayor se había convertido en nada más que un montón de ilusiones rotas y el anhelo truncado de un futuro pacifico, su brújula apuntó a otro lado.
La venganza.
Y en cuanto el menor se dio cuenta de esto, no pudo estar más complacido con la idea de ayudar a su hermano a "forjar carácter."
Desde las muy variadas tareas a las que habían sido asignados en búsqueda de ganarse un lugar entre la escoria de la sociedad, hasta aquellos actos con los que deseaba despertar el lado más sádico dentro del corazón de Amane. Todo lo había hecho para lograr lo que desde el principio había anhelado.
Vivir para siempre con su hermano.
Jugando con las cuerdas del destino como si de un par de dioses se tratara.
Decidir quién vivía y quién moría.
Arruinar y solucionar vidas.
Encontrar y volver a perder las pistas que conforme el tiempo pasaba se volvían más y más claras; y que a la vez sólo servían para quebrar más y más la poca cordura que quedaba en el mayor.
Fue sólo entonces cuando el más desfasado de ambos comprendió que su gemelo vivía sin vivir.
Respiraba, sin embargo la ausencia del brillo en sus ojos lo hacía verse cada día más muerto.
Pues Amane Yugi no vivía por amor a la sangre, poder y dinero.
No.
Vivía por deber consigo mismo.
Deber de descubrir la verdad detrás de aquello que le habían arrebatado.
En pocas palabras; respiraba solo por cumplir con el juramento que se había hecho de encontrar al responsable de su miseria y destrozarlo con sus propias manos.
Como una penitencia dada a un alma en pena, ya que una vez cumpliera con ello, podría darse el lujo de morir en paz.
Y eso, no podía permitirlo.
Intentó durante años con distintos métodos, tratando de que al igual que él, su hermano viera con otros ojos el mundo de oscuridad en el que ahora se desenvolvían. De que se dejara seducir por los placeres del retorcido universo que de alguna manera habían logrado controlar.
Fiestas que no festejaban otra cosa que no fuera el exceso.
Drogas que prometían aliviar el dolor en el corazón del mayor.
Compras innecesarias que llenaban superficialmente un vacío en el alma.
Delinquir por placer de saberse inmunes.
El éxtasis de ser dueño de la vida de alguien y decidir cuándo extinguir la llama de su existencia.
Mujeres, las más bellas y sensuales que pudiera comprar. Dispuestas a todo con tal de no terminar en bolsas de basura al día siguiente.
Y aún así, lo único que había logrado era hacer que la ya de por sí impenetrable armadura de su hermano se endureciera aún más.
En ocasiones debía lidiar durante semanas con su nueva fase de frío descorazonado que no veía diferencia entre cortar un cuello o cortar una manzana.
Y eso lo había aburrido.
Hanako se hacía llamar.
Honorable Número Siete la identidad que hacía un tiempo había robado.
El líder de la organización que, luego de hacer esto y aquello, obtuvo una gran cantidad de seguidores que muy seguramente lo seguirían al infierno mismo si es que así lo decía.
Aun así, detestaba esa cara tan indiferente.
Esa mirada hueca que drenaba de apoco toda esperanza en sus víctimas.
Ese tono tan inhumanamente cínico que entonaba cuando jugaba con las vidas de los pobres diablos que llegaban a caer entre sus manos.
Odiaba todo en Hanako.
Porque Hanako no era Amane.
Y Amane no era Hanako.
Compartían el mismo rostro, pero no eran lo mismo.
No podían ser los mismos cuando en el día se dedicaba a destripar personas mientras sonreía y disfrutaba del espectáculo y por la noche lloraba hasta quedarse dormido después de haber leído por milésima vez cierto libro cuya cubierta estaba adornada por una sirena. Por lo que, al ver agotadas todas las posibles respuestas, sólo le quedaba intentar con esa posibilidad. Aquella que había aparecido en su mente luego de haber escuchado una animada charla entre dos mujeres de mediana edad durante un paseo dominical. Relataban emocionadas las vivencias de cuando sus rostros todavía eran de porcelana. Y entonces, unas cuantas frases captaron su atención.
Algo sobre cómo la repentina noticia de esperar un hijo había salvado a una de las féminas de la guerra que libraba a diario consigo misma.
Según sus propias palabras, su mente se había deshecho de todo pensamiento perturbado para recordar que ahora era responsable de la vida dentro suyo, haciendo que surgiera el deseo de vivir por y para aquella personita que se había vuelto su motivo para continuar.
Sus ya más que gastados cables se unieron y cayeron en cuenta de que, para que su hermano dejara de contemplar con tanta adoración la idea del descanso eterno, debía mostrarle la belleza de la vida desde lo que en un principio le había sido negado.
Debía recuperar una parte de esa vida.
Y para eso había raptado a Nene Yashiro.
El plan era simple.
Una vez el par de tortolitos redescubrieran el amor en los brazos del otro y se encargaran de construir una familia, el Amane que tanto extrañaba regresaría. O al menos eso esperaba.
¿Qué podría malir sal?
Nada, absolutamente nada.
Esa noche dormiría tranquilo a sabiendas de que la cama de su hermano no sería demasiado grande ni fría para él, de que a la mañana siguiente despertaría con una sonrisa en el rostro, con el brillo de la ilusión y amor en sus ojos, envuelto entre los amorosos brazos de aquella que siempre lograba sanar sus heridas, ya fueran las físicas o emocionales.
Porque si existía una sola persona en ese mundo que pudiera mostrarle la belleza de la vida, era la albina de tobillos anchos.
—¿¡Cómo es posible que nadie en esta jodida sala sea capaz de decirme en dónde demonios se metió!?
—Jefe, comprendemos su enojo pero por más que hemos buscado no hay rastros ni indicios de su localización —respondió nerviosa una de las muchas agentes que ya sabía a donde llegaría esa discusión.
—¿¡Estás tratando de decirme que la tierra se la tragó!? ¿¡Qué clase de incompetentes son todos ustedes!?
—Lamentablemente las cámaras no captaron nada gracias al humo y las demás fueron hackeadas, nuestros agentes encargados han tratado de recuperarlos pero les ha resultado imposible al momento.
—¿Entonces, qué más podemos hacer? ¿Alguna propuesta aparte de lo que ya hemos hecho? —cuestionó, tratando de calmarse.
—Por el momento, sus familiares, amigos y conocidos han empezado a repartir panfletos y a difundir la desaparición de su prometida a través de la televisión local y redes sociales. Nosotros ya hicimos entrevistas, buscamos en cada rincón del hotel pistas e incluso interrogamos a los de seguridad, pero todo sigue igual. Nadie vio nada más allá de dos figuras correr con la señorita Yashiro en brazos.
La sala quedó en silencio al notar la sonrisa de su superior.
No era la primera vez que el fiero rubio de ojos azules perdía los estribos y dejaba salir su frustración frente a sus subordinados. Desde que sus superiores no le habían autorizado acceso a cierta carpeta, su temple había empezado a desmoronarse, por lo que ahora era mucho más fácil de irritarse.
—¡Fuera todos! —Ordenó.
Y así fue.
Sabían que hacer enojar a Teru Minamoto no resultaría en nada bueno para ellos. No querían ni necesitaban probar su suerte.
—Tranquilo, Teru, pronto encontraremos a Nene. —Interrumpió una voz desde el fondo de la sala una vez estuvo vacía.
—¿Estabas escuchando? —preguntó, un poco nervioso. Esperaba que la capacidad cerebral de su hermano menor jugara a su favor.
—La verdad es que no escuché mucho, la puerta estaba entreabierta y tu secretaria me dejó pasar.
—No te preocupes.
—¿Entonces... hay algún avance?
—Tranquilo Kou, no tienes porqué preocuparte por eso. Me encargaré de dar con su paradero, así podrá volver con su familia —dijo con una de sus ya tan típicas sonrisas fingidas.
—Te refieres a la nuestra, ¿no?
—Sí, Kou, va a regresar con nosotros. —Trató de desviar la conversación—. ¿No se suponía que tenías una cita con Mitsuba a esta hora?
—¡Oh, sí! Quedamos de vernos por acá ya que la galería donde será su exhibición está cerca.
—Ya veo...
El celular del segundo hijo de los Minamoto vibró, alertándolo de que su pareja se encontraba esperándolo en la entrada del edificio donde Teru trabajaba.
Con una despedida rápida y la promesa de volver a verse pronto, Kou se retiró de escena.
Sacó de uno de los cajones de su escritorio la carpeta que le había sido negada hacía ya algunos años, y que gracias a su linda carita y unas cuantas noches desenfrenadas con la encargada del área de archivo, había terminado en sus manos.
Él mismo le había sacado copias a cada documento dentro de la misma y desde entonces había estado trabajando en secreto en ella, pues desde que supo del incidente, algo no terminaba de convencerlo.
Y nada sorprendido se topó con que los reportes forenses no coincidían con las circunstancias de la escena del crimen en el caso de los gemelos Yugi.
¿Quién podría ser tan idiota como para creerse que los dos cuerpos que habían sido levantados en aquel callejón eran ellos?
No importaba cuando hubieran deformado sus rostros ni que les hubieran cortado los dedos, el registro dental y las pruebas de sangre no coincidían. Las personas que habían sido asesinadas ahí no eran los jóvenes de mirada ambarina.
Desde entonces había investigado por su propia cuenta, infiltrándose en el bajo mundo y prestando especial atención al movimiento del lado de los simpatizantes de la familia. Buscando pistas de lo que había pasado realmente con esos dos. Hasta que un día, a su celular privado llegó un mensaje de uno de sus informantes.
"Amane Yugi está vivo, ayer por la noche se deshizo del Honorable Numero Siete y ahora mismo está mudándose a su casa. Su hermano está con él."
Una vez lo supo, no tuvo de otra más que acelerar su cortejo hacia la joven que estaba en su radar, aquella que, de buena fuente sabía que era la debilidad del gemelo mayor. Tal vez si la usaba como cebo, podría atraerlo. Era más que consciente de que Amane Yugi era bastante celoso de la que había sido su novia, por lo que lo más factible sería que la buscara para llevarla con él. Pero en todo su tiempo de relación con ella, él jamás fue a buscarla.
"Está demasiado ocupado expandiéndose por la costa norte de Hokkaidō. Sólo sabemos que de vez en cuando va a Las Escaleras Misaki y pide a la misma chica en cada ocasión."
A lo mejor, Amane Yugi se había olvidado de Nene Yashiro, pero valía la pena intentarlo. Su relación con la de mirada carmesí iba cada vez más en serio, así como su investigación. Por lo que se había decidido a ir un paso más allá, jugarse la última carta bajo su manga y fue así como la joven enamoradiza le había dado el sí.
Y pensar que ahora todo su esfuerzo y planes se habían ido al carajo.
Tantos años de fingir sentimientos, para que al final su único cebo desapareciera como si la tierra se la hubiera tragado, cuando él muy bien había logrado ver una cabellera oscura y una sonrisa burlona desaparecer entre el humo junto con la de tobillos anchos.
Se sentó un momento, encarando al amplio ventanal que se hallaba detrás de su escritorio y admiró la grandeza de Kamome en lo que buscaba algo con lo que distraerse.
Podía escuchar sirenas y torretas. Algo no tan extraño en esa parte de la ciudad, pero que sin duda alguna, llamaba la atención.
Se preguntaba cuál sería el origen de semejante escándalo.
—¡Jefe, hay un adolescente disfrazado de cucaracha que exige verlo! —Interrumpió su secretaria abruptamente.
—¿A mí?
—¡Así es, dice que de no hacerlo liberará una horda de cucarachas en el edificio!
Bueno, al parecer había encontrado una distracción para la noche.
Esperando en la recepción se encontraba cierto chico de cabello rosado, terminaba de mandar un mensaje, cuando aquel a quien llevaba esperando unos minutos se le acercó sigilosamente para sorprenderlo.
Últimamente el joven fotógrafo había estado tan distraído y metido en su propia esfera, que lo único que parecía sacarlo de ahí era cuando el rubio de sonrisa cálida alborotaba un poco sus pensamientos.
Una vez estuvo lo suficientemente cerca, lo abrazó por detrás mientras gritaba cerca de su oreja, haciendo que casi tirara su teléfono.
—¡Te he dicho que no me asustes de esa manera, idiota!
—¡Lo siento! —Se disculpó entre risas—. Es solo que te veías tan concentrado en lo que hacías que no pude evitarlo. ¿Con quién hablabas?
—¿¡Desde cuando alguien tan lindo como yo tiene que darle cuentas de lo que haga o no a alguien como tú!? ¡Deberías agradecer que te dejé entrar a mi vida!
—¿O sea que no puedo meterme en tu celular pero sí puedo meterme en tu...?
—¡Cállate! —gritó apenado—. Y para tu información, sólo estaba hablando con el organizador de la exposición para decirle que llegaría un poco tarde porqué mi estúpido novio no se apuraba.
—Lo siento. —Repitió nuevamente, con una sonrisa que derritió el corazón del pelirrosado.
—Como sea. ¿No dijiste que tu hermano vendría con nosotros? —preguntó, aclarándose la garganta
—Fui a verlo, pero creo que es mejor que esté a solas. Al parecer no han encontrado nada sobre Nene... Aunque creo que hay cosas que no está compartiendo del todo.
—¿A qué te refieres?
—No lo sé dijo, sólo escuché una parte, pero conozco bien a mi hermano. ¡Quien sea que haya secuestrado a Nene va a pagarlo!
—Ya veo... —Apretó su celular.
—¡Vamos, se nos hace tarde para tu primera exposición de fotografía! —exclamó el rubio, tomándolo de la mano para desaparecer entre la multitud de gente que avanzaba por las calles de la ciudad y así espabilar un poco al voluble afeminado.
—Entonces... Eres hijo de Yugi. Recuerdo haber visto antes a Tsukasa, pero a ti no te recuerdo.
—Casi nunca me involucré en los asuntos de mi padre.
—Es una pena lo que sucedió.
—No tiene por qué darme sus condolencias, ha hecho bastante recibiéndome.
—Yugi y yo éramos cercanos. No podía darle la espalda a su hijo mayor cuando más lo necesita. —El joven zaino permaneció en silencio—. Vamos, te presentaré con algunas personas y luego cenaremos en lo que tu habitación está lista.
Recordaba bien su primer encuentro con Misaki. Después de todo, había sido la única persona que los había apoyado en cuanto sus heridas sanaron.
Lo recordaba por quien había sido con él.
No por su giro.
Pretendía no ver todo aquello que ocurría detrás de la cara sonriente de su anfitrión y sólo enfocarse en el amoroso hombre de familia que de vez en cuando le daba consejos y apoyaba en cada loca idea que se le ocurría. Así como hacía con aquel hombre al que alguna vez llamó papá.
Admiraba y sentía celos de su relación con su esposa, Yako.
Lo amorosos que se veían cada mañana bajando juntos para desayunar, dándose un beso de despedida antes de que Misaki se retirara a "trabajar", la forma en que la rubia de ojos verdes hablaba de él cuando no estaba, el amor y devoción con la que se miraban, la alegría que derrochaban al platicar y la maestría con que ambos se tocaban cuando creían que nadie los veía.
—Amane, ¿no crees que deberías buscar algo que te ayude a pensar en otras cosas aparte de lo que has estado haciendo en estos últimos meses?
—¿Disculpe?
—Sé que no debería meterme; pero... ¡Eres joven, tienes una vida por delante! Y tengo entendido que tienes algunas admiradoras en la casa de muñecas~
—No me interesa involucrarme con alguien.
—¿Sigues enamorado? —El de mirada ambarina dejó de lado lo que estaba haciendo y volteó a ver al hombre al lado suyo, su boca no pronunció palabra alguna—. Tsukasa me contó sobre esa chica, ¿Nene? Me dijo que ibas a proponerle matrimonio el día en que eso sucedió. —No hubo respuesta—. ¿Por qué no la buscas? Podrías traerla a vivir aquí contigo mientras te estabilizas. Sabes que no hay problema.
—No creo que sea lo mejor. Este mundo no es para personas como ella.
—¿Prefieres quedarte solo entonces?
—Supongo que sí.
—Escucha, sé que no soy nadie para decirte como vivir tu vida, pero deberías buscar algo que ilumine un poco tus días. Sabes que conforme pase el tiempo se volverán más y más oscuros.
El mayor de los gemelos analizó las palabras de Misaki. No por una ni por dos o tres noches. Le llevó semanas decidirse. Tenía miedo de que toda aquella maldad a la que era expuesto terminara por consumirlo y apoderarse de él. Sabía que lo único que podría evitarle hundirse, era sentir el calor de las níveas manos entre las suyas. Ella era su salvación, la luna llena que lo ayudaría a guiarse en aquel bosque de locura y desesperación en el que a diario se internaba sin intenciones de regresar.
Y terminó por acceder.
—Entonces, repasemos una vez más. Una de mis chicas se acercará a Nene y la convencerá de acompañarla a una tienda propiedad de un amigo. Ahí ustedes dos podrán encontrarse.
—¿No será demasiado peligroso?
—No, las cámaras de seguridad estarán desactivadas y el local cerrará una vez esté adentro.
El silencio del joven era signo evidente de su todavía guerra interna sobre si jalar a la albina con él o no.
—Amane, si este plan no funciona, ¿por qué no intentas con alguien más? Sé de buena fuente que te llevas bien con una de nuestras muñecas.
De inmediato, unos ojos azules pasaron por la cabeza del mencionado.
—¡No nos llevamos bien. Me molesta cada vez que voy a tu negocio y no para de cambiarme el nombre!
—Bueno, hagamos esto. Si no funciona como quieres y un día te decides, simplemente tendrás que decirlo. Prometo que sólo la mejor de nuestra colección estará a tu lado.
Esa conversación había sido la última que sostuvo con su anfitrión, pues sólo faltaban unas horas antes de que la vida le recordara nuevamente el porqué de su rotunda negativa a involucrar a Nene en ese mundo.
Fue esa noche en que la adoración del señor de la casa se había preparado para salir con su esposo a uno de sus restaurantes favoritos. Era su aniversario y se tenía que celebrar por todo lo alto.
La recordaba usando un vestido de corte de sirena en tonalidad turquesa y una estola de piel de zorro blanco. Su maquillaje resaltaba mucho más sus ya de por sí finos rasgos y su peinado iba adornado por la peineta que unos días antes le había regalado el gentil hombre.
Los minutos pasaron y se convirtieron en horas.
Horas en que la despampanante rubia no dejaba de ir de un lado a otro. Preguntando a todos por su esposo, pero nadie sabía darle razón.
Hasta la mañana siguiente.
Probablemente lo que impactó más al castaño no fue el hecho de que fueran a dejar más de una bolsa de basura frente a la casa con los restos de Misaki dentro.
No.
Si no el dolor y rabia de su esposa.
Gritaba y se quejaba.
Vociferaba promesas de venganza y amenazas al aire.
Sus ojos estaban cegados por la cólera.
Se preguntaba si, de ser él en las bolsas de basura y Nene en el lugar de la adolorida viuda, ella reaccionaría de la misma manera.
O peor aún, si de ser Nene dentro de aquellas bolsas de color negro, él podría soportar la culpa y no terminar por ahogarse en su propio infierno.
Era mejor no tentar su suerte.
¿Acaso no lo había comprendido con sus progenitores?
Su padre había sido quien indirectamente había condenado a su familia. A su madre, y a ellos.
¿En qué cabeza cabía la idea de que enamorarse y tener una familia era algo sencillo de manejar estando en su posición?
Un aguerrido político de derecha de día y traficante de armas de noche.
Vaya doble vida.
¿En verdad su madre había amado tanto a su padre como para acompañarlo a la tumba?
Nunca tendría la respuesta.
Pero sabía que amaba lo suficiente a la albina de tobillos anchos como para dejarla hacer su vida. Aún si él terminaba de consumirse por el odio, resentimiento, tristeza, y cólera.
No era la vida que quería para ella.
Merecía una vida feliz. Sin preocupaciones, lejos de la maldad que hacía ya bastante tiempo que se había apoderado de él. Libre de su recuerdo.
O al menos esos habían sido sus pensamientos hasta ese momento.
Sabía que estaba mal y aún así lo estaba disfrutando.
Así como un niño que sabe que no debe comerse los chocolates que sus padres han guardado celosamente, y aún así los devora.
Se sentía vivo.
Se sentía feliz.
Se sentía como si la carga sobre sus hombros hubiera desaparecido.
Pero a la vez, una vocecilla interna no paraba de recordarle lo mal que estaba todo eso. Lo mucho que podría dañarla si no se detenía en ese momento.
Cuanto deseaba deshacerse de su abrazo y pedirle que huyera y escapara de su alcance.
Exigirle que regresara a la seguridad de su hogar y se olvidara de él.
Que nuevamente lo diera por muerto.
De gritarle que se alejara y nunca más lo recordara.
Aunque supiera que detrás de cada una de esas acciones se ocultaba el deseo de no volver a perderla nunca más. Sabía que de seguir así terminaría por mentirse a sí mismo y a ella, para así compartir la tormenta bajo la cual hacía mucho caminaba. Era por eso que debía aprovechar ese pequeño momento de racionalidad para dejar las cosas claras y dejarla ir. Todavía quedaba tiempo, aún no llegaban al punto de no retorno.
O al menos eso creyó.
La bandera blanca de rendición fue izada una vez devolvió los mimos.
Su sentencia fue dictada cuando se atrevió a degustar el sabor de los rosados labios.
Y su condena había sido ejecutada en cuanto cayó sobre la cama.
Era evidente que su maldito egoísmo sentimental había ganado sobre la razón.
Y ahora su cuerpo actuaba en automático.
Todo su ser recordaba la manera tan ferviente en que solía demostrar su devoción por la figura femenina que se encontraba sobre él.
Sus manos se apoderaron de las redondas caderas en un casi melancólico agarre.
Sus labios buscaban desesperados la calidez de los contrarios.
Su respiración se acopló con la de ella.
Sus corazones latían al mismo ritmo.
Por esa noche se animaría a caer en las redes de la más deliciosa mentira que pudiera crear entre esas cuatro paredes.
Sólo por esa noche quería volver a sentirse humano entre los brazos de su eterna adoración.
—¡Jamás me atraparán con vida! —exclamó el diminuto terrorista antes de correr lo más rápido que sus cortas piernas le permitían.
—¡Alguien detenga a esa sabandija! —Ordenaba el mayor de los Minamoto.
—¡No podemos, las cucarachas se metieron a las patrullas y la mayoría de agentes están sufriendo ataques de pánico!
El rubio gruñó y corrió detrás de la pequeña figura, era ágil sin duda alguna, pero la ventaja de ser mucho más alto y tener piernas más largas lo habían colocado a sólo unos centímetros de aprehenderlo. Se preguntaba qué tipo de desquiciado sería tan imbécil como para ir hasta su lugar de trabajo a perturbar la paz.
—¡Mira, un anunnaki volador con cabeza de reptiliano! —gritó el criminal en plena huida.
—¿¡Un qué!? —Levantó extrañado la mirada y se topó con la nada.
Devolvió la vista a su objetivo luego de darse cuenta de la trampa y continuó su persecución hasta llegar a un callejón.
—¡Alto ahí, quedas bajo arresto! —exclamó satisfecho.
Sin embargo, grande fue su sorpresa al encontrarse a solas en aquel estrecho espacio.
Chapter 4: 3
Chapter Text
Pocas o más bien casi ninguna cosa había cambiado en la fémina de tobillos anchos.
Entre ellas su adicción por los besos del zaino.
Siempre pedía otro y otro y uno más antes de despedirse o simplemente por capricho. Y tampoco era como si al contrario le molestara hacerlo, gustaba de cumplir cada demanda de su amado "rabanito travieso".
Ejemplo de ello, era ese momento.
Sin importar cuantas veces tuvieran que separarse por aire, la de mirada carmesí asaltaba los labios del varón con ansiedad y pasión. Mordía y lamía vehemente, se internaba descaradamente en su boca y jugaba con su lengua. Quería consumirlo por completo.
Y él no ponía resistencia alguna.
Estaba más que extasiado con la forma tan desesperada en que Nene reclamaba una y otra vez su cavidad oral.
Sentirla así... tan desesperada y ansiosa por fundirse en él, era gratificante.
No lo había olvidado.
Lo seguía amando.
Lo había extrañado.
Y en ese momento no quería hacer más que corresponder a todos y cada uno de sus avances. Hacerla sentir amada y bienvenida a su vida; aunque sólo fuera momentáneo.
Aferrándose fuertemente a su frágil figura, trazando mimos a lo largo de su cintura y acercándose tímidamente hasta su busto. Estaba tan tentado a tomar entre sus manos el par de pechos de la misma manera en que solía hacerlo cuando estaban a solas; pero tampoco quería asustarla.
—Amane... —Dejó salir un suspiro. El contrario permaneció en silencio, esperando a que continuara y, en un momento de valentía y extrema excitación, la fémina colocó las manos masculinas sobre sus senos—. No me molesta... nunca me ha molestado.
En verdad sabía leerle el pensamiento. Lo conocía demasiado bien.
Los acarició suavemente por encima de la tela de su vestido, buscando el pezón y frotando sus pulgares hasta dejarlos erectos. Disfrutando los gemidos que salían de su boca, deleitándose con la manera tan insistente en que rozaba su entrepierna contra el cinturón de su pantalón y el precioso escarlata que subía hasta sus orejas.
Había extrañado verla así.
Sumida en el placer que sólo él podía brindarle.
Aunque todo eso fuera olvidado en cuanto, gracias al continuo movimiento de la chica sobre su regazo, terminara sobre su despierta virilidad.
Un chillido de sorpresa la hizo detenerse y derrumbarse a un lado suyo.
El repentino roce entre su trasero y algo que no era la hebilla del cinto la hicieron caer en cuenta de a donde estaban llegando.
—L-lo siento —susurró el varón, apenado y alarmado de saberse el causante de esa reacción, la cordura lo golpeó nuevamente. Era su oportunidad para escapar y revertir todo mal que hubiera podido causar hasta ese momento.
—¿Por qué? —La pregunta lo tomó desprevenido.
¿Por dónde podría comenzar?
¿Por no haberla buscado cuando siempre le había jurado regresar de la misma muerte con tal de nunca dejarla sola?
¿Por no haber dejado de pensar en ella ni un sólo segundo?
¿Por no haber logrado dejar de amarla?
La lista era larga y una vida entera no bastaría para demostrar cuán arrepentido estaba.
—Bobo. —Interrumpió sus pensamientos y tomó su rostro entre sus manos para obligarlo a establecer contacto visual. El suave tacto sobre la piel de su cara le traía recuerdos. Dulces y felices recuerdos con sabor a donas caseras preparadas entre risas y tarareos de melodías sin armonía y letras inventadas. Le resultaba inevitable dejarse llevar por la delicadeza con que lo tenía prensado—. Si estás bien con esto... Podríamos...
Oh, no.
No.
NO.
¡NO!
Era simple adorno de palabras el haberse dicho que se dejaría llevar al menos por esa noche.
No podía hacer algo así.
Era un error que muy dentro de sí deseaba cometer, pero que no podía darse el lujo de llevar a cabo.
¿O sí?
Se paralizó y le clavó la mirada. Buscaba algún signo de inseguridad en su expresión... y no lo había.
Estaba entre la espada y la pared.
No quería disgustarla o hacerla sentir rechazada y por otro lado recordaba bien el valor que le daba a un momento así. No por nada ambos se habían quedado con las ganas en más de una ocasión.
"—Hasta que nos casemos." —Siempre decía luego de haber jugado con su hombría, dejándolo con la tarea de buscar liberación en la autocomplacencia.
Entonces, ¿por qué en ese momento?
—Creí que sólo querías hacer ese tipo de cosas cuando estuvieras casada. —Le recordó.
—Lo sé, pero me he dado cuenta de que aún si no estamos casados, quiero que sea contigo... Claro, si estás de acuerdo. A no ser que tengas a alguien más...
El varón la hizo callar con un beso, a veces Nene podía llegar a ser demasiado fantasiosa, tomó una de sus manos y besó sus nudillos.
—No vuelvas a decir eso. Sabes que nunca podría enamorarme de alguien más. Te he extrañado cada día más, no sabes cuanta falta me has hecho... —Prosiguió, besando uno a uno sus nudillos—. No sabes lo mucho que he soñado con tenerte conmigo día y noche, abrazarte, besarte y vivir a tu lado. —Besó su muñeca sin apartar la mirada de su rostro—. Nadie nunca se comparará contigo. Tu voz, tus labios, tu calor, tu mirada... —Su tacto había aprisionado la cintura femenina, atrayéndola a él—. Además, no he conocido a otra chica con tobillos tan gruesos como los tuyos.
La burbuja rosa de ternura en la que habían estado hasta ese momento, se rompió. Nene se soltó del agarre y acto seguido, atacó a su más que desconsiderado ex con un cabezazo.
—¡¿En verdad tenías que arruinar este momento tan perfecto?!
Era tan fácil hacerla enojar con sólo mencionar su principal inseguridad.
¿Acaso no recordaba que a sus ojos sus tobillos eran los más sexys y tiernos del mundo?
Porqué sí, Yugi Amane era un fetichista que gustaba y fantaseaba con las piernas regordetas de la albina.
Una vez que su compañera se calmó y él dejó de reír, ambos volvieron a verse y sin decir más compartieron un beso. Mucho más calmado, mucho más tierno y romántico, se sentía el roce liviano en sus labios y las sonrisas que aparecían de manera espontánea le daban un toque de exquisita inocencia. Hasta que claro, una nueva preocupación llegó a la mente del excitado joven. Se alejó de la albina, quien todavía embriagada por el frenesí de su juego previo, lo miró confundida.
—¿Pasa algo?
Oh, claro que pasaban muchas cosas. Y podrían pasar muchas más si no se detenía en ese momento. Era una evidente señal del destino para frenar su actuar.
—No podemos seguir, es muy riesgoso... No hay protección.
Ya era lo suficientemente malo el pensar en llegar a un nuevo nivel en su decadente relación como para que las consecuencias a largo plazo se convirtieran en un fantasma del cual no se libraría ni estando muerto.
Entendiendo mejor el contexto de su frase, la joven se sonrojó. Tampoco había tomado en cuenta ese pequeño, pero vital detalle.
Un poco desanimada desvió la mirada. En verdad quería hacerlo.
De repente, recordó algo y fue hasta la mesita de noche.
Una caja de regalo pequeña con una nota encima que decía:
"¡Luego me lo agradeces!"
En la más que evidente letra del gemelo menor.
Tsukasa le había dicho que dejaría un presente para ambos en aquel mueble, que lo abriera cuando su hermano pusiera peros a cualquiera de sus deseos. Esperando encontrarse con algo totalmente fuera de contexto, abrió la caja y su cara se puso de mil y un colores.
—¿Qué hay dentro? —preguntó curioso al notar la reacción de su pareja.
Sin poder hacer mucho más que quedarse parada en su lugar, terminó por entregarle la caja y proceder a sentarse en la cama, esperando que el objeto dentro hablara por sí mismo.
Al ver el contenido del regalo pensó en lo mucho que hubiera deseado ser hijo único.
—Creo que eso soluciona el problema, ¿no lo crees? —Interrumpió Nene.
Ese era para empezar el problema, ¿qué excusa podría poner ahora?
—¿Estás totalmente segura de querer hacer esto conmigo? —interrogó nuevamente.
—Totalmente.
—¿Aunque no sea yo con quien ibas a casarte?
La pregunta la detuvo por un segundo para después responder con total seguridad.
—Sí, aún cuando no eres mi prometido. Es contigo con quien quiero hacer esto. —Nuevamente la determinación de la joven de piernas rechonchas hizo suspirar derrotado al zaino—. ¿O... acaso no quieres hacerlo conmigo?
—¿Qué? —La pregunta lo ofendió en más de un sentido—. ¡Claro que quiero hacerlo, siempre he querido! —Soltó sin medir sus palabras.
Con los rostros colorados se sostuvieron la mirada. Quien fuera ahí el mentiroso sería descubierto; no obstante la sinceridad de sus ojos era evidente. Ardían en deseo y ganas de consumar el amor que desde hacía mucho no paraba de arder en sus pechos. Sentirse como uno mismo, entregarse en todo sentido y saberse dueño del contrario.
—Entonces, hazme tuya. —Concluyó.
Y eso bastó para soltar la rienda del más alto. Buscaba sus labios mientras sus brazos aprisionaban la pequeña figura femenina, acercándola más y más a él. La ropa empezaba a estorbar conforme el roce de sus intimidades se volvía más insistente.
La fémina no podía evitar soltar gemidos entre beso y beso, así como su voraz pareja no detenía su lujurioso tacto.
Todo era ideal.
El sabor de su saliva, el calor de sus cuerpos derritiendo cualquier ultimo rastro de inhibición o preocupación, el deseo reprimido de explorar sus anatomías entre las sabanas que por fin empezaba a volverse una realidad.
La recostó gentilmente. Admirándola mientras recuperaba el aliento.
Ahí frente a él, acostada sobre la cama que sin saberlo se había vuelto de ambos, estaba la única persona que podía voltear su mundo ciento ochenta grados con sólo un beso.
Despacio y deleitándose con el ritmo de la respiración de la albina, descendió nuevamente en busca de reclamar su cuello de la misma manera en que solía hacerlo cuando notaba que alguien veía a su novia inapropiadamente.
No era su culpa ser tan posesivo.
La culpa era de los demás por fijarse en lo que le pertenecía.
Perderse en el sabor de su piel de alguna manera lo tranquilizaba pues mentiría si dijera que no estaba nervioso. A final de cuentas, nunca en esos últimos años había considerado ni de cerca la idea de involucrarse con alguien.
Tenía mejores cosas que hacer.
Aunque, sentir la delicada figura temblar bajo él aumentaba puntos en su seguridad. Lo suficiente como para bajar los tirantes de la joven y morder su hombro, arrancando de su garganta más y más odas al amor. Las manos femeninas buscaban a tientas los botones de su camisa, necesitaba sentir su piel, requería su calor. Urgía el contacto físico y la ropa era un obstáculo que iba desapareciendo conforme aumentaba el grado de humedad entre sus piernas. Hasta que por fin, ambos terminaron de liberarse de toda barrera de tela.
La vergüenza los asaltó una vez se dieron cuenta de su desnudez.
Un chillido de susto emergió de la garganta femenina luego de saberse desnuda frente a él y terminó escondiéndose entre las sábanas. No había pensado en todas y cada una de las inseguridades que su cuerpo le acarreaba.
¿Qué pensaría de las marcas de estrías en sus muslos, de sus "llantitas" o del vello que cubría su intimidad?
Ella no era para nada como la despampanante rubia que había visto unos días atrás.
O como Sakura, de cuerpo envidiable y porte distinguido.
Seguramente estaría decepcionado una vez la viera.
No obstante, y muy por el contrario de lo que pasara por la mente de la chica de tobillos anchos, el zaino había quedado maravillado. Y ahora se veía en la necesidad de apoderarse de su propia versión de la Venus de Milo, por lo que se acercó al pequeño bulto enredado en la cama.
—¿Pasa algo?
—No quiero que me veas así...
—¿Por qué? Creí que querías hacer esto. —¿Se arrepentía acaso?
—Sí quiero... pero, no creo que te guste lo que vas a ver...
El joven entendió y sonrió. Nene seguía siendo tan adorable como siempre.
—Lo poco que me dejaste ver me encantó, no hay algo que no me guste de ti. —Sabía que era bastante insegura de su físico; no obstante, se encargaría de hacer desaparecer todos y cada uno de sus miedos con besos y caricias, como siempre había logrado hacerlo.
—¿No mientes?
—No.
La albina se quedó en silencio por un momento.
—¿Preferirías que apague la luz? —Propuso el varón.
—¿Harías eso por mí?
Sin responder, se levantó y apagó todas y cada una de las luces en la recamara. Para su buena suerte, la luz de la luna se colaba lo suficiente entre las ventanas como para que no terminara por caerse en su camino de regreso.
—Listo, ¿necesitas algo más, princesa?
Oh, hace cuanto no escuchaba eso.
Se asomó de entre las mantas y sonrió al verlo junto a ella. Le recordaba a algo, pero no podía decir bien a que.
—¿Podrías abrazarme?
—Como ordene mi princesa. —Acató con una amplia sonrisa.
La joven rio y se dejó envolver por el amoroso gesto de su amante. Seguía nerviosa por el paso que estaba por dar; sin embargo, con cada segundo que pasaba en la seguridad de sus brazos, todos y cada uno de los temores que la rondaban empezaban a desaparecer.
Tal vez de eso se trataba hacer el amor.
De entregarse más allá de lo físico. De compartir sus miedos y debilidades y lograr que desaparecieran con el poder de un abrazo, un beso o una palabra.
A lo mejor no lo sabía y sólo se había dejado llevar por lo que casi siempre leía en las revistas; pero, ambos ya se pertenecían desde hace mucho.
Se recostó un momento contra el pecho del joven y escuchó el sonido de la vida hacer eco dentro de él.
Amane Yugi estaba con ella en ese momento. Vivo y listo para entregarse en su totalidad.
Tomó una de sus manos y la llevó hasta donde su corazón se encontraba.
Ambos estaban ahí.
Los dos querían hacerlo.
Y todo era perfecto.
Las caricias sobre los nudillos femeninos, así como una dotación de besos sobre la coronilla platinada la calmaban, eso lo sabía bien. Siempre había sido su técnica secreta para tranquilizarla en los escenarios más adversos.
Como cuando Black Canyon murió y tanto ella como los gemelos guardaron luto por un mes.
O aquella ocasión en que se había olvidado totalmente del examen de matemáticas gracias al RPG de idols que había estado jugando durante semanas.
Y ahora que estaban ahí, desnudos y acurrucados uno contra el otro, no pudo encontrar mejor manera de hacerla sentir segura.
No lo negaba, él también estaba nervioso.
No.
Era peor aún.
Estaba mortificado.
El temible y osado Honorable Número Siete.
¡JA!
Si sus enemigos lo vieran en ese momento reirían y dudarían de su fama de sádico así como de la veracidad de sus crímenes más atroces y escandalosos... Sintiéndose tan pequeño, tan desprotegido, tan insignificante... pero a la vez tan necesitado de sentirse amado y cuidado por la chica entre sus brazos.
El roce de una de las piernas femeninas contra las suyas lo hizo centrarse en la mirada carmesí que lo observaba con adoración.
¿Cómo lograba combinar tan bien la sensualidad de su figura y la ternura que brotaba de sus ojos?
Era un arma letal disfrazada de la mujer de su vida. Lo tenía bajo su dominio total. No lograba pensar en nada más que no fuera ella y cuánto ansiaba prolongar las horas de oscuridad, ya que sabía que sólo de noche se animaría a dar un paso como el que estaba por dar. Quien sabe, tal vez en verdad sólo bajo el manto nocturno la sinceridad afloraba en cada ser humano.
Las manos que tanto anhelaba sentir sobre su piel acercaron su rostro al de ella, le recordaba a su primer beso. Y justo como esa vez, en su estómago se liberaron millones de mariposas al sentir los dulces labios femeninos sobre los suyos, el roce de sus pezones erectos sobre su pecho y la suavidad de sus piernas frotándose contra las suyas. Era demasiado como para que su pútrido corazón aguantara. Juraría que empezaba a revivir por la manera tan salvaje en que hacía eco dentro de su pecho.
El sabor de su saliva y la textura de su lengua, así como las tímidas mordidas sobre sus labios le hicieron perder la noción de su actuar, y cuando se dio cuenta, estaba sobre ella. Sus manos todavía unidas en un fuerte pero gentil agarre.
Se había dejado llevar por las caricias sobre su cabellera, así como por la redondez de sus pechos y la exquisitez de sus curvas.
En verdad debía estar mal de la cabeza como para seguir con todo eso.
¡Pero al diablo con lo que su lado más racional le dictara!
Su conciencia podía irse a la mierda y mandaría al carajo a su minúsculo, pero todavía presente, sentido de la moral.
Por esa noche se dejaría llevar por lo que su corazón y libido le dictaran.
Como el dibujar círculos con sus yemas alrededor de los rosados pezones, pellizcarlos suavemente, aferrarse a su cintura y dejar las marcas de sus dedos sobre su cadera, muslos y glúteos.
Lo quería todo de ella.
Su mirada llena de amor y devoción.
Sus manos juguetonas sobre su cuerpo.
Los exquisitos jadeos que salían de entre sus desgastados labios.
Su piel tan tersa y suave cubriéndolo amorosamente.
Su cabello hecho de estrellas y polvo lunar.
De repente, el ligero roce entre sus intimidades hizo que la fémina soltara un chillido de sorpresa.
Aunque siendo honestos, ella no era la única sorprendida.
Pues, a pesar de que las sensaciones eran distintas en ambos casos, la conmoción era la misma.
¿Cómo podría ignorar la deliciosa sensación en su virilidad al acariciar sus labios mayores? Tan cálidos y húmedos, invitándolo a acercarse e introducirse de a poco en su núcleo. Un terreno misterioso que ni siquiera su mano había sido capaz de explorar sin temblar y sudar la primera vez que se acercó a el. Algo tan tentador y que había guardado especialmente para él.
¿Y cómo podría ella olvidar el suculento deslice del miembro masculino entre su labia? Había sido inesperado pero no desagradable, ansiaba sentirlo de nuevo a decir verdad. La firmeza de su anatomía y el calor que emanaba... Se preguntaba, ¿cómo se sentiría una vez estuviera dentro suyo?
Colorados y tímidos, no eran capaces de aguantar la mirada contraría sin desviarla casi de inmediato.
¿Una señal del destino para que se detuvieran?
Quizás.
Aún así, cuando el de cabellera oscura estuvo por levantarse para emprender la huida, la suave mano femenina lo detuvo.
—¿A dónde vas? Sabes, no me molestó, sólo me tomó de sorpresa. Quisiera volver a hacerlo... Si quieres.
¿Por qué tenía que usar ese tono y verlo de esa manera?
¿Por qué sus ojos bajaron de los irises rubí hasta su más que generoso busto cubierto por las sábanas?
¿Por qué su cuerpo se había movido en automático para volver a atraparla entre el lecho y su figura?
¿Por qué una de sus manos dirigía su virilidad a lo largo de sus labios, lubricándose con sus fluidos?
¿De dónde había sacado el valor para buscar entre los húmedos pliegues el pimpollo que deseaba frotar contra su glande?
Ese era el poder de Nene Yashiro.
Cualquier cosa que ella le pidiera, él lo cumpliría.
Y más cuando la veía de esa manera.
Sonrojada.
Su cuerpo retorciéndose al compás de sus movimientos.
Una de sus manos aferrada a las sábanas mientras la otra cubría su boca, tratando de disimular los indecentes sonidos que muy seguramente soltaría de no taparla.
Su pecho subiendo y bajando rápidamente.
Sus pezones totalmente erectos, invitándolo a morderlos y lamerlos.
Quería darle más, llevarla hasta el límite y una vez ahí, saltar juntos al vacío.
Se detuvo al sentirse cerca.
El erotismo detrás de lo que sus todavía incrédulos globos oculares almacenaban celosamente era demasiado como para que un sujeto en su posición lo aguantara.
Su cuerpo hacía un esfuerzo casi sobrehumano por mantenerse despierto. Sacando de donde fuera la energía suficiente para no entorpecer su desempeño.
Había sido pésima idea no haber probado ni un bocado desde la mañana de ese día y más aún no haber dormido más de cuatro horas.
Por más que quisiera prolongar ese momento, la sensación resbaladiza de la labia femenina, su envolvente calor, y la hinchazón de su clítoris, eran los componentes necesarios para que las sensaciones en su miembro atravesaran su anatomía a la velocidad de la luz. Alertando la proximidad de su orgasmo.
Sus dedos reemplazaron a su sensible virilidad antes de que llegara a su límite.
Pellizcando y acariciando gentilmente a la excitada protuberancia, mientras con su otra mano separaba los húmedos pliegues sin mucho problema para encontrar la entrada a su centro; después de todo, conocía bien el cuerpo que se estremecía bajo él.
Recuerdos de noches interminables donde, ocultos bajo las sabanas, exploraban sus cuerpos; tocaban, mordían, probaban, acariciaban, pellizcaban, lamían y gemían sin necesidad de llegar a la penetración. Justo como en ese momento
Eso bastó para que una sonrisa sincera se formara en sus labios. Era como si por unos segundos hubiera retrocedido en el tiempo y no tuviera mayor preocupación que amar y ser amado.
En cuanto su índice encontró las puertas al Edén, un gemido que no pudo ser silenciado retumbó en la habitación.
Avanzó lentamente, detallando cada centímetro de su interior.
Suave, cálido y acogedor. Así como ella.
Un lugar en el que desearía quedarse por siempre.
Los dulces sonidos que salían de la boca femenina así como la fuerza con la que se aferraba a lo que fuera que tuviera a su alcance agrandaron su orgullo. Y avivaron aún más su erección.
Dibujó las letras de su nombre en su interior. Como si de una marca se tratara. Se movió lentamente, buscando el punto que en combinación con el frotar sobre su clítoris la acercarían aún más a su clímax. Cada movimiento suyo liberaba más gemidos y frases a medio completar.
"¡Te amo!"
"¡Si-sigue así, ahí!"
"¡N-no pares!"
"¡Amane, no te detengas!"
"¡A-Amane, te amo!"
Había soñado tantas veces con volver a escucharla así. Tan necesitada de sus amorosas ministraciones, ansiosa porque continuara, llamando una y otra vez su nombre, reafirmando su papel como el autor de la humedad de su vagina.
Las manos de la agonizante joven bajaron a sus pechos, ofreciendo al zaino un espectáculo que nunca olvidaría. La veía juntarlos y liberarlos. Uno de los delicados brazos femeninos atravesó el valle entre sus senos, llevando sus dedos hasta sus labios. Su otra mano pellizcaba suavemente un pezón y su mirada clavada en la propia.
¿Trataba de volverlo loco acaso?
¿Estaba probando su autocontrol?
¿En verdad estaba tan sumida en el placer como para actuar así?
Nunca se hubiera imaginado a la de tobillos anchos hacer algo tan fuera de su persona, no cuando lo único que destilaba de ella era ternura y candor. Y justo cuando pensó que no podría ser más erótica, la vida le demostró que se equivocaba.
Las rechonchas extremidades inferiores lo atrajeron más a ella, mientras levantaba su torso ayudándose de sus codos y antebrazos.
Admiró embelesada la manera tan cariñosa en que los dedos masculinos entraban y salían, la gentileza con la que apretaba su botón de placer y lo movía circularmente.
Sabía bien que Amane Yugi la amaba y adoraba. No esperaba menos de él en una situación así. Siempre anteponiendo sus necesidades por encima de las de él.
Pero eran una pareja, ¿no?
Como buena pareja debía asegurarse de que él también disfrutara.
Alargó su brazo y tomó su virilidad.
—Esto me trae recuerdos... —dijo. Todas las veces en que había jugado con su miembro llegando a su mente.
La maestría de sus movimientos era algo que seguía impreso en sus recuerdos. Sólo debía acariciar el glande con la yema de sus dedos, rozar levemente el resto del cuerpo con sus uñas, mimar el escroto y luego mover su mano de arriba a abajo, aumentando la velocidad de a poco, ejerciendo un poco de presión cada que llegara a la punta.
—E-espera... —La interrumpió.
—N-no te preocupes, yo también estoy por terminar. —Lo consoló, era consciente de que seguiría conteniéndose hasta hacerla correr.
Dulce y tierno Amane. Siempre pensando en ella por encima de su bienestar propio. Amaba que fuera así, aunque a veces le gustaría que su amado fuera un poco más egoísta. Miró el miembro masculino, sabía que estaba por alcanzar el clímax por el calor que emanaba, por las pulsaciones que sentía bajo sus dedos, por el color rojizo de la punta.
Y sabía también que su cuerpo estaba por ceder. Lo presentía por la manera en que sus paredes se estrechaban alrededor de los dedos masculinos, por la creciente humedad de las sábanas bajo su trasero, así como por el dolor en sus pezones.
Para el momento en que ambos dejaron de aguantar, sus labios se unieron vehementemente mientras la eyaculación femenina empapaba la mano masculina y semen caía sobre su vientre y pechos.
La mezcla entre la sustancia blanquecina y el sudor sobre su abdomen era reconfortante hasta cierto punto. Saber que en ella yacía la prueba del deseo y excitación de su amado la hacía feliz. Sentirse amada y deseada entre sus brazos era sin duda alguna lo que más había anhelado.
El palpitar de ambos corazones así como sus respiraciones iban poco a poco calmándose y sincronizándose, por un momento incluso fue capaz de imaginar que el ritmo de su pulso aclamaba el nombre del zaino.
Abrió los ojos lentamente cuando la pasión del momento cesó y dio paso a la ternura.
Con miradas sinceras y sonrisas se detuvieron a admirarse, aún cuando la luz de la luna era lo único que les permitía detallar la apariencia del contrario.
El varón se dejó caer a un lado, convencido de que su pequeño encuentro bastaría para contener el fuego interno de la chica a su diestra.
Sus párpados empezaron a cerrarse, y su conciencia no tardó en asaltarlo. Reprochando y juzgando su actuar. El recuerdo de todo lo acontecido hasta ese momento era la evidencia definitiva de su fallido intento por mantenerla a salvo.
Jamás se lo perdonaría.
Ah~
La dulce sensación de la carga de consciencia que desde hacía tanto que no lo asaltaba. Sin duda alguna esa noche, Yugi Amane era humano nuevamente.
Ahora sólo le quedaba sumirse en la culpa hasta quedarse dormido, ignorando a su voz interna y sus regaños sin fin.
Un amoroso y cálido abrazo lo envolvió junto con las mantas del lecho.
Sintió su cabeza ser recostada sobre el pecho desnudo de su compañera. Sus manos recorrían su espalda y jugaban con los mechones de su cabello.
En verdad era patético.
¿Aceptar el refugio ofrecido por la persona a la que debió haber protegido de sí mismo?
No podría darse más asco, ni tampoco podría odiarse más.
Aún así, lo último que su cerebro registró antes de rendirse a la tranquilidad que ella le traía, fue la sensación de un beso sobre su coronilla, sus piernas enredarse entre las propias, y una melodía sin letra que le traía recuerdos de un sueño lejano. De aquello que pudo y no fue.
Para el momento en que sus ojos se abrieron, lo primero que notó fue la insistencia y suavidad en los movimientos del zaino. Buscaba meticulosamente deshacerse del agarre de sus piernas y brazos. De alguna manera se lo esperaba, pero eso no significaba que no le doliera.
—¿Vas a algún lado?
La voz de la joven hizo que se paralizara. Justo lo que menos quería en ese momento era lidiar con ella y sus sentimientos. Puso su mejor cara antes de responder, cuidando que su tono no lo delatara; después de todo, ocultar cosas era algo que había aprendido a hacer desde pequeño, aunque para su mala suerte, Nene Yashiro lo sabía.
—Voy al baño.
—Te acompaño. Podríamos tomar un baño juntos.
Touché.
Se levantaron, uno atrás del otro sin importarles la desnudez de sus cuerpos. La cautelosa fémina a la expectativa de cada movimiento realizado por su pareja. Algo tramaba. No sería la primera vez que buscara salirse con la suya sin tomar en cuenta el daño que le traería. Sin embargo, estaba bien; porque ella siempre lo perdonaría y lo seguiría con los ojos cerrados, depositando confianza ciega en las manos manchadas de rojo.
Una vez ambos estuvieron en el cuarto de baño, fue capaz de verlo más a detalle. Percatándose de algunas diferencias con el chico que había amado unos años atrás.
La firmeza de sus músculos, sus hombros tensos, algunos moretones, cicatrices y cortadas sobre su piel y el punto central que acaparó su atención; un tatuaje que cubría la piel de su espalda. De diseño laborioso y colores llamativos, un par de peces koi de tonalidades rojiza y azulada, así como algunas camelias rojas que complementaban el cuadro, decoraban su cuerpo.
Estaba curiosa, pero prefería guardar las interrogantes para después.
Pues, a pesar de que Amane Yugi solía estar cubierto de vendajes y golpes durante sus años como estudiante de bachillerato, estaba segura de que las señales de violencia no pertenecían a esos tiempos. Era cuestión de suponer que, dado su giro, su cuerpo presentara ese tipo de marcas.
Tenía tantas ganas de saber la historia detrás de cada uno de los trazos que hacían de su piel algo único. Quería preguntar, indagar y sumergirse entre los secretos del zaino, pero sabía que no sería tan sencillo. Él nunca había sido muy dado a hablar de su vida después de todo, por lo que, así como solía hacerlo durante sus años de colegiala, no dudó ni un segundo en abrazarlo por la espalda mientras él esperaba a que agua caliente empezara a salir de la ducha. Lo sintió estremecerse ante la repentina cercanía y casi de inmediato, relajarse. Cuántas ganas tenía de besar cada herida, ya fuera vieja o reciente, de hacerlo sentir amado y seguro. El deseo de protegerlo resurgió en su pecho.
Así como también la necesidad de marcar distancia revivió dentro del de mirada caramelo.
Ignorando las acciones realizadas a sus espaldas, comprobó la temperatura del agua, asegurándose de que fuera del gusto de la contraria.
—Deberías meterte ya.
—¿No entrarás conmigo?
—Sólo voy a lavarme la cara.
—No sería la primera vez que nos bañamos juntos.
—Aún así, no es correcto. Ya hemos hecho demasiadas cosas por hoy. —Se giró para enfrentarla. De ninguna manera lo haría ceder de nuevo. En definitiva esta vez sería fuerte y tomaría su papel con seriedad. Nene Yashiro no podía estar jugando con el peligro que representaba estar unida a alguien como él. No debía relacionarse en lo más mínimo con Hanako, con el Honorable Numero Siete.
—Pero...
—No hay peros, la decisión está tomada.
Con la cabeza agachada, los dientes apretados y los puños cerrados, la de tobillos anchos decidió agotar su último recurso y, en un instante de guardia baja, lo aprisionó entre la baldosa y su cuerpo.
Sus labios se adueñaron del pezón masculino más cercano. La pequeña protuberancia no se mostró indiferente a los mimos linguales, endureciéndose traicioneramente.
Si su cerebro se oponía a escuchar, tendría que recurrir al juicio de su libido.
Las manos masculinas la tomaron por los hombros, tratando de resistirse aunque fue en vano. Las ministraciones orales de su compañera, así como las caricias descaradas que bajaban peligrosamente a su zona privada, lo dejaron mudo.
Era consciente de lo mucho que su cuerpo estaba necesitado de contacto físico, cualquier muestra corporal de cariño hacía que sus emociones multiplicaran por cien las sensaciones sobre su piel y sus partes más sensibles. Por lo que sí, era predecible que el agarre en los hombros femeninos pasara a su nuca, guiándola gentilmente, dejándole saber con frases entrecortadas y gemidos apenas perceptibles, lo bien que se sentía.
Sus deseos carnales no estarían conformes hasta consumar aquello que su consciencia tanto le exigía evitar.
Pero, ¿cómo podría regresar cuando había pasado el punto de no retorno?
¿Cómo negarse cuando su insistente lengua no dejaba de trazar círculos sobre sus más que endurecidos pezones?
¿Cómo alejarla cuando con una mano apretaba sus glúteos y con la otra mimaba su hombría?
¿De qué manera podría escapar cuando al verla mojada y tan ansiosa de entregarse a él no hacía más que pensar en todas esas veces en que la imaginó así?
—Te quiero aquí dentro... —susurró seductoramente a su oído mientras guiaba una mano masculina hacia su vientre.
La suma de las acciones, esa pequeña pero letal frase dicha entre suspiros y una mirada inocente, hicieron que volviera a darle la espalda a todo aquello que su mente le estaba implorando evitar.
Y fue así como no supo en qué momento regresaron a la cama.
Ni siquiera fue capaz de registrar el instante en el que en su cuello apareció una marca rojiza que en cuestión de horas se tornaría violácea.
Estaba demasiado sumido en todo lo que la de tobillos anchos le hacía sentir como para darse cuenta de que entre las manos femeninas se encontraba el envoltorio de color plateado que su hermano había dejado como regalo.
De alguna manera agradecía y maldecía el retorno de su consciencia para admirar a la joven entre sus piernas; abriendo cuidadosamente aquel empaque, una sonrisa en su rostro, mirada expectante y emocionada, un sonrojo indecente sobre sus mejillas. El espectáculo visual ofrecido era demasiado poderoso como para apartar los ojos.
Gracias a las luces prendidas, pudo detallar como sus manos, tímidas y temblorosas, apenas y lo tocaban; a pesar de eso, se sentían como la gloria misma. Desenrollando el condón desde el glande hasta la base para finalizar con un beso casto sobre la punta, haciéndolo sonrojarse y fantasear sobre aquellas ocasiones en que la cavidad oral femenina lo había estimulado.
—¿Listo?
Claro que lo estaba, había bastado ver su rostro tan cerca de su miembro como para terminar de endurecerlo.
La fémina se subió a horcajadas en él, sosteniendo el falo, lentamente avanzando entre sus pliegues, buscando delicadamente la entrada a su núcleo.
Su sensible intimidad estaba más que preparada para recibir al zaino en su interior. La temperatura basal era ideal, la humedad le aseguraba un deslice fácil y sus músculos, aún cuando estaba nerviosa, cooperaban para no hacerlo sentir como algo forzado.
En cuanto el glande se asomó a su interior lo pudo percibir como una sensación, si bien no desagradable, tampoco excitante del todo. Era extraño, como una presión en su abdomen que aumentaba conforme el miembro erecto de su pareja se deslizaba entre sus paredes.
—Respira. —La mirada carmesí lo observó curiosa—. Leí que en este tipo de situaciones lo mejor es respirar... Para que te relajes y la incomodidad pase más rápido...
Le sonrió como respuesta y tomó sus manos, una llevándola hasta sus pechos, invitándolo a acariciarlos, la otra entrelazada a la suya.
El contacto físico siempre había sido su manera de demostrar amor.
Abrazos, besos, caricias, tomarse de las manos... era su propio lenguaje.
Gracias a ese detalle, sabía que muy a pesar de lo que él dijera, seguía amándola. Tanto como ella a él.
Siempre había soñado con ese momento. El instante de fusión total entre sus cuerpos.
Tenerlo enteramente dentro suyo la hacía feliz. Sentir su calidez abrasadora competir con su propia temperatura, la rigidez de su miembro en contraste con la suavidad de sus paredes, la humedad de sus pieles mezclarse en su punto de unión...
Era eso lo que siempre había deseado.
Se tiró sobre él, abrazándolo y llenando su rostro y cuello de besos más que bien recibidos y regresados.
No necesitaban más que sus lenguas encontrándose, sus manos recorriendo lujuriosamente el cuerpo contrario, perdiendo el aliento y buscando un ritmo que terminara de sincronizarlos. Con los ojos cerrados se dejaron llevar por el mar de emociones en el que deseaban ahogarse.
Le bastaba con sentir el amor y adoración de su amante en la manera tan pícara en que pellizcaba y manoseaba sus senos, en cómo recorría con su lengua cada parte de piel a su alcance. La devoraba de a poco, dejando aquí y allá marcas de su paso. Despidiéndose de su calor y regresando con la fuerza suficiente como para dejarle en claro que él estaba ahí. Que era él, el primer hombre con el que hacía el amor.
Esperaba que fuera también el único y el último.
Lo amaba.
Lo amaba tanto que la mera idea de volver a separarse la hacía llorar; pero no era el momento de sollozar, quería recordar esa sensación por el resto de su vida. Más allá de lo carnal, algo que podría compararse con una experiencia casi religiosa.
Los dos en su propio mundo. Entregándose con tiernas caricias, besos llenos de devoción, súplicas entrecortadas por gemidos, mordidas descaradas y miradas de amor. Aunque, siendo del todo honestos, lo que para la albina era el mejor momento de su vida, para el de cabellera oscura era una mezcla de arrepentimiento y liberación.
Porque sí, a pesar de que lo estaba disfrutando no podía terminar de callar las voces dentro de su cabeza.
Faltaba a su propio código moral.
Estaba cometiendo el mismo error que su progenitor.
Y sabía que las consecuencias serían terribles para ambos.
¿Cómo podría mantenerla segura?
¿A cuántas personas debería asesinar para asegurarse de que lo acontecido en su cuarto fuera sólo un secreto de amantes?
¿En verdad sería tan simple como regresarla a casa y olvidarse de lo que estaban haciendo en ese momento?
—A-Amane...
Ahí sobre él se encontraba Nene. Sus delicados dedos acariciando y trazando círculos sobre su abdomen y pecho, sus uñas apenas rozando su piel.
La veía subir y bajar. Su cabello moviéndose al compás. Era una vista que nunca en su vida podría olvidar.
Tan sonrojada. Gotas de sudor y agua resbalando presurosas por su cuerpo. Sus labios entreabiertos, soltando de vez en cuando suspiros y frases de adoración a medio terminar. Aquellos rubíes observándolo embelesada.
¿Y cómo dejar de lado la excitante sensación de sus paredes engulléndolo?
Su cuerpo le daba la bienvenida en cada intrusión. No necesitaba hacer mayor esfuerzo, se sentía parte de ella. Como si desde siempre hubieran estado destinados a unirse más allá de lo sexual. Se habían vuelto uno.
Tal vez en otra vida, una menos injusta, los dos podrían vivir para siempre juntos y felices. Sin el peso de sus pecados sobre su espalda, sin el peligro merodeando a la eterna enamorada. Pero no era el caso en esta realidad.
La tomó por la cintura, acercando sus pechos a su boca, besándolos y mordiéndolos ligeramente. Quería perderse en el aroma de su húmeda piel. Plasmar la suave sensación del par de senos contra su cara. Memorizar los latidos de su corazón errático. Grabar la música de la pasión en su mente.
La extrañaría demasiado.
Se encargaría de hacer esa noche de debut y despedida memorable, pues sería la única manera que tendría para compensar el daño que le provocaría en unas horas.
Buscó su boca y la besó.
Agradecía sus ojos cerrados. No aguantaría que lo viera soltar unas cuantas lágrimas pues no deseaba separarse de ella, en verdad no quería eso.
Ansiaba verla a diario despertar junto a él; pasear por el jardín, buscar pretextos para verse en el transcurso del día, observar las estrellas, disfrutar de su cocina, sentirse amado y seguro entre sus brazos, amarse sin fin entre esas cuatro paredes, formar una familia... mentirse y creer que todo eso estaba bien.
Pero la amaba tanto que no era capaz de ser egoísta y retenerla a su lado, incluso si ella así lo quería.
La dejaría libre nuevamente, desaparecería en definitiva de su vida y se aseguraría de permanecer en la oscuridad eterna del olvido.
El beso se profundizó.
Mil y un emociones a flor de piel siendo expresadas en la intimidad del momento conforme el clímax de ambos se acercaba.
La albina sollozó mientras sentía a su amante sostenerla en su lugar. Algo en su agarre le decía que a partir de ese momento sus días estaban condenados a la pena y melancolía en aquella casa.
Cuando el momento llegó, entendieron por qué se le conocía como la petite mort.
Buscando el aire que sus pulmones no habían inhalado en lo profundo de sus almas. Sofocándose en sus cuerpos desnudos. Un amor sin rumbo, caótico y destinado al desastre.
Se sintieron morir y revivir.
Unidos en el más íntimo acto que un par de amantes con las horas contadas podían realizar para dejar testimonio de su amor.
El vaivén que los había conducido hasta el orgasmo cesó. Sólo quedaba la quietud del momento, el silencio que los envolvía, unidos en un abrazo melancólico y a la vez distanciados por la incertidumbre del futuro.
No necesitaban hablar. Todo lo que sentían, lo habían demostrado ya.
Se miraron una última vez, se besaron y aún con el nudo en la garganta y lágrimas a nada de salir de los ojos, fingieron que todo estaba bien.
Que había un "hasta mañana" en el inminente "hasta nunca".
Chapter 5: 4
Chapter Text
Yugi Amane no era una persona que se dejara llevar por las corazonadas; aún así, en aquella ocasión la vocecilla dentro de su cabeza no podía haber estado más acertada.
Era consciente de cuánto significaba para ella el espectáculo al que habían acordado ir ese viernes por la tarde. Algo había ocurrido. Algo que hizo que la chica de cabellera platinada renunciara a la idea de ir al musical del anime que tantos suspiros le había robado durante los últimos meses.
"La princesa sirena..." o algo así se llamaba, la verdad era que Nene siempre hablaba demasiado rápido cuando se trataba de su romance favorito.
Dios, ¿acaso así se escuchaba él cuando divagaba sobre el espacio?
Negó con la cabeza, ese no era el punto en ese momento.
Lo único que le importaba era pedalear más y más rápido. Quería llegar al departamento de su novia y corroborar que sus excusas sobre que su hámster se había escapado nuevamente eran verdad y no sólo una tapadera para evitar que se preocupara como de costumbre. V amos, no es que fuera un dramático como tanto solía llamarlo la de tobillos adorables. Era sólo que la amaba demasiado.
¿Resultaba tan difícil de entender?
Faltaban unos minutos para que la función iniciara y no podía importarle menos. Estaba a unas cuadras de llegar, así que poniendo en práctica todo lo aprendido desde que inició a andar en bicicleta, esquivó cada auto y peatón en su camino.
Calles aglomeradas y grupitos de personas por aquí y por allá interrumpían su paso.
¿Qué tipo de problema pudo haber surgido?
¿Sería exagerado aventurarse hasta su casa sólo para obtener respuestas y ayudar de ser posible?
Se preguntaba mientras ignoraba las llamadas a su celular. De todas formas sabía que sería ella tratando de convencerlo de no ir hasta su hogar. Pero al diablo, necesitaba estar a su lado en ese momento. Su corazón se lo decía.
Recobró el aliento después de haber subido ocho pisos a una velocidad casi sobrehumana. ¡Estúpido ascensor que nunca estaba en servicio!
Secó el sudor de su rostro y de sus manos. Arregló un poco su más que despeinado cabello. Tragó saliva. Presionó el timbre y esperó.
Las luces encendidas del departamento no ayudaban a tranquilizarlo del todo.
¿¡Por qué tardaban tanto en abrir!?
No hubo respuesta en los primeros tres minutos. Lo sabía porque contaba ansioso los segundos. Volvió a presionar el botón localizado debajo de la placa con el nombre "Yashiro" escrito. Ciento ochenta y tres segundos habían pasado cuando la puerta se abrió. Conocía de sobra a la figura femenina frente a él, desde el familiar color de su cabello hasta las delgadas piernas que sostenían su anatomía.
—¡Amane! ¿Vienes por Nene? —preguntó la mayor, sonriente.
—¿¡Nene está bien!?
—Sí, ¿por qué la pregunta? —Lo miró curiosa. Pocas veces lo había visto tan ansioso por saber de su hija a final de cuentas.
—¿Puedo pasar a verla?
Una sonrisa aún más amplia se formó en los labios de la mujer a la que llevaba ya un año conociendo y tres semanas llamando "mamá", pues el referirse a ella como señora Yashiro o incluso "suegra" sólo la hacían sentir vieja.
Y no había nada peor que hacerla sentir así. Lo sabía bien.
—Claro que sí, está en su cuarto —dijo, abriéndole paso—. Tengo que irme ya, mi turno en el hospital está por comenzar.
No era la primera vez que Amane se quedaba en casa de su novia a esa hora. Tampoco era la primera vez que veía aquella sonrisa maliciosa en los labios de la señora Yashiro cada que se quedaba a dormir o cada que pedía permiso para que Nene fuera quien se quedara con él.
—¡Que le vaya bien en su trabajo! —Le devolvió la sonrisa e hizo como si no hubiera comprendido el mensaje detrás de los blancos dientes de la mayor.
—¡Ah! —exclamó la fémina antes de cerrar la puerta tras ella—. Por cierto, el padre de Nene no está en casa. Tal vez regrese en cinco o seis horas así que... losdejareencerradosconlaesperanzadequeporfinmehaganabuela, ¡suerte Amane! —Concluyó, dando un portazo y pasando los seguros con llave por fuera.
El zaino suspiró.
De repente, un sonido proveniente de una habitación que conocía como a la palma de su mano hizo regresar toda su atención a su objetivo principal.
Las luces estaban apagadas, su ropa estaba en todos lados salvo donde se suponía que debería estar guardada, gruñidos y el sonido de sábanas moviéndose frenéticamente se escuchaban dentro de aquel cuarto.
Black Canyon emitía pequeños chillidos, casi como si no quisiera ser detectado. Como si pidiera ayuda a algún tipo de entidad omnipotente del mundo de los roedores por poder ver la luz del próximo día. Probablemente era la única criatura que se percataba de la gravedad del asunto dentro de aquellas paredes rosadas.
Súbitamente la puerta se abrió y la luz de aquel oscuro lugar fue encendida. El sonido de un grito casi tortuoso retumbó entre los muros ante tremendo alboroto.
—¡Nene! ¿¡estás bien!? —Su preocupación aumentó en cuanto no pudo localizar a su amada con la mirada.
—¡Amane, te dije que no era necesario que vinieras! —respondió una voz apenas audible por debajo de las cobijas de la cama.
—Cancelaste nuestra cita tan de repente que me preocupé, ¿pasa algo? —preguntó, acercándose al bulto formado en el lecho.
—Estoy bien, puedes irte. No estoy de humor ahora mismo.
—Yashiro...
Y aquí vamos de nuevo.
La chica que se ocultaba bajo la cubierta rosada conocía de sobremanera ese tono y el hecho de que hubiera usado su apellido en lugar de su nombre no auguraba nada bueno. El gemelo mayor estaba perdiendo la paciencia y recurriría a medidas extremas si no le daba respuestas.
—¿Prometes no enojarte ni reírte? —cuestionó, asomándose de entre las colchas.
—Lo prometo.
—¡Júralo! —ordenó, mientras sacaba de entre las cobijas su meñique.
—Lo juro —contestó, enredando su meñique alrededor del dedo femenino.
La fémina lo miró seria y reunió el valor suficiente para confesar su secreto.
—Estoy en mis días.
—¿Días?
—Sí, ya sabes... esos días.
Llámenlo imbécil, idiota, tonto, descerebrado, ignorante o simple y sencillamente: Amane, no habría diferencia alguna; pero, era una verdad absoluta que él desconocía, más allá de los rasgos generales de aquella situación, todo dato extra sobre dichos menesteres. Y esto incluía todo tipo de denominación coloquial para la palabra: menstruación.
La cara de incógnita que puso no hizo más que enojar a la doliente joven.
—¿La regla? —Insinuó nuevamente.
—¿Una escuadra?
—¡No!, sabes a lo que me refiero, los días especiales...
—Estás hablando en un código que no entiendo.
—¡Estoy menstruando!
—Oh.
—¿Ves? ¡no te importa! —exclamó, antes de volver a hacerse bolita.
—¡Espera, no fue eso!, es sólo que no sé cómo reaccionar o qué hacer en este tipo de situaciones... Nunca había hablado con alguien que se estuviera desangrando.
Mintió.
—¡No lo digas así!
—L-lo siento, ¿puedo hacer algo por ti? ¿Necesitas algo?
—Abrazo...
—¿Disculpa?
—¡Quiero que me abraces y me digas cosas bonitas, que me acaricies y me cuentes de nuevo como fue que te enamoraste de mí; pero... también tengo antojo de mocchis, pizza, una malteada de chocolate, una orden de papas a la francesa, una hamburguesa con doble queso, pay de limón, takoyaki, helado de vainilla y caramelos de fresa! —Soltó desesperadamente, eran demasiadas las cosas que quería y tan poco lo que tenía alcance en ese momento.
El silencio hizo que la joven se asomara nuevamente, temerosa de que su egoísta petición lo hubiera ahuyentado. Estúpido apetito voraz; p ero no era así, se encontraba parado frente a ella, con la mirada pegada a la pantalla de su celular.
—Listo, la comida llegará en unos minutos.
—N-no era necesario.
—Sabes que haría lo que fuera por ti.
Y nuevamente la reacción de la peliplata tomó por sorpresa al muchacho, pues dos ríos de lágrimas descendían impetuosamente por sus sonrojadas mejillas.
—¿¡Y ahora qué hice!? —preguntó preocupado.
—¡Eres demasiado bueno conmigo, Amane! ¡No te merezco, deberías estar con alguien de piernas esbeltas y que no fuera tan dramática!
—Nene, amo tus piernas y tus dramas. —Pellizcando sus mejillas la obligó a sonreír.
No le importaba verla así; despeinada, desaliñada, con los ojos hinchados, hecha un manojo de lágrimas, nervios y reacciones extremas. A sus ojos seguía siendo la chica más hermosa del mundo.
—¿Lo dices en serio? —cuestionó con la cara todavía atrapada entre sus manos.
—Nunca he hablado más en serio que ahora... Salvo por la vez en que me confesé en el baño.
—¿Aunque no me haya bañado?
—Podrías no bañarte por un mes y seguirías siendo la más hermosa. —La acercó a su cuerpo para abrazarla y depositar un beso sobre su frente—. No sé mucho sobre cómo lidiar con esto así que estaré a tus órdenes hasta que pase.
—No es necesario en verdad, mis padres saben que hacer en estos casos.
—Yo también quiero aprender, ¿cómo esperas que actúe en momentos así cuando vivamos juntos?
—¿Vivir juntos?
—Sí, tú y yo... y tal vez Tsukasa.
El mero pensamiento hizo reír a la joven entre sus brazos. Podía imaginar al menor de los gemelos metiéndose en problemas con los vecinos y a ellos abogando por él.
—Creo que me daré una ducha.
—Está bien, yo acomodaré un poco tu cuarto en lo que llega la comida.
—No tienes porque hacerlo, es suficiente con que estés acá.
—¿Tiene algo de malo que quiera consentir a mi princesa?
Era suficiente, él sabía bien lo mucho que la alteraba, en el buen sentido, que la llamara así y el efecto que causaba con sólo usar esa palabra.
—¿Podríamos ver una película mientras comemos? —Tenía que aprovechar la actitud complaciente de su novio. Aunque igual, siempre cumplía cada uno de sus caprichos.
—Claro que sí —respondió con una sonrisa mientras le tendía la mano para ayudarle a salir de su nido.
Se dirigió al baño después de tomar su toalla y demás productos de higiene personal.
Entretanto, el joven se quedó en el cuarto.
Recogía todo objeto desperdigado por el piso, doblaba la ropa, tiraba a la basura cada empaque de dulces y frituras que hubiera por ahí, colocaba en su lugar los libros y revistas, acomodó su cama y le dio de comer al pequeño hámster que corría en su rueda. Menos mal que el animalito ya no lo mordía cada que metía la mano a su jaula.
El agua caliente se encargaba de envolver su cuerpo en un relajante y más que bienvenido abrazo, sentía que podría quedarse ahí dentro por horas; pero, la promesa de pasar la noche junto a su novio era mucho más atractiva.
Un golpe a la puerta la distrajo.
—¿Si?
—Sólo quería saber si necesitas algo.
La fémina miró a su alrededor
—Olvidé mi shampoo, ¿podrías traerlo? Está en mi cuarto.
Escuchó los pasos de su novio alejarse y regresar.
—Ya está aquí.
—¿Podrías dármelo? No quiero salir de la tina.
El joven no contestó.
—¿Amane, estás bien?
—¡Ah! S-sí, sí estoy bien... Es sólo que... Ah... Bueno...
—¿Pasa algo?
Nuevamente el zaino calló.
—Amane, el agua empieza a enfriarse y necesito mi shampoo.
—¡Está bien! Voy a entrar...
La puerta se abrió y el atormentado muchacho ingresó, sus ojos apretados le impedían saber a dónde dirigirse.
—Amane, es por aquí. —Lo dirigió.
Llegó a su lado y le ofreció la botella.
—Bueno, ya está. Me voy. —Presuroso volteó para irse.
—Espera. —Lo detuvo, tomándolo de la playera.
—¿Qué pasa?
—¿Podrías ayudarme a lavar mi cabello?
El semblante de su novio se puso colorado hasta las orejas, y volteó a verla con mirada verdaderamente escandalizada.
—¿En verdad estás bien con esto?
—¿A qué te refieres?
—A que te ayude a lavar tu cabello mientras estás... Ya sabes... En la tina...
Fue hasta entonces que la joven se percató de todas las implicaciones tras su petición. Ella tampoco pudo huir del sonrojo en sus mejillas.
—¡Perdón! Es sólo que... mi mamá siempre me ayuda con mi cabello cuando estoy así. —Volteó a verlo, y notó como su mirada ahora totalmente seria y decidida.
—Entonces te ayudaré.
Fue hasta el lavabo, arremangó sus puños, lavó sus manos y se colocó por detrás de Nene, quien seguía de cerca sus movimientos. Estaba nervioso, era evidente, pero la determinación en su mirada la conmovía.
Colocó un poco de shampoo sobre la larga cabellera e inició dando un leve masaje, relajándola casi de inmediato.
Siempre le había gustado sentir las manos de Amane sobre su cabello, era una lástima que desde que habían pasado de año ya no fueran compañeros y ahora sólo tuvieran las tardes y descansos para estar juntos.
—Es muy bonito. Me gusta.
—¿Qué? —preguntó curiosa.
—Tu cabello. Es largo, bonito, huele bien y es muy suave.
—¿En serio lo crees?
—Sí. Fue una de las primeras cosas que me gustaron de ti.
El agarre sobre su cabellera era dulce y gentil, los habilidosos dedos que se enredaban entre sus mechones y masajeaban su cuero cabelludo no paraban de asombrarla. ¿Cómo era posible que alguien demostrara tanto amor en un acto tan simple como lavar su cabello?
Continuó la faena hablando sobre su día, sobre las tareas, sobre los exámenes que estaban por iniciar y sobre la última travesura del gemelo menor.
El baño estaba inundado de risas.
Hasta que el celular del zaino sonó. La comida había llegado.
Presuroso le dio un beso en la frente y enjuagó sus manos, apurándose para recoger el encargo.
En verdad, a veces se preguntaba si la entidad creadora de su mundo se enfocaba en hacerle pasar por malos ratos.
No sólo había tenido que lidiar con el bochorno que le había provocado el haber leído sobre como curar los cólicos menstruales y haberse topado con que una de las soluciones más recomendadas era... eso...
Si no que ahora debía aguantar la falta de tacto e incompetencia del malnacido empleado de la empresa de delivery.
Soltó un gruñido en cuanto cerró la ventana por la que le habían pasado los envases.
¿¡Quién se creía que era ese repartidor!? ¿¡Atreverse a juzgar a su novia sólo por los antojos que él estaba dispuesto a pagar!?
Había hecho bien en no darle propina.
Todavía indignado por los comentarios despectivos, empezó a acomodar y servir la comida.
—¿Amane? —La dulce voz femenina lo calmó de inmediato.
—Nene, ¿cómo te sientes? —Se le acercó.
Verla en un atuendo tan casual hizo que algo dentro de él se enterneciera.
Una pijama holgada, pantuflas de Mokke y su cabello suelto. Nene Yashiro era todo un sueño, incluso cuando no estaba usando sus vestidos más bonitos ni maquillaje.
—Mejor, tal vez un baño era la respuesta. —Un gruñido les hizo caer en cuenta de que la joven peliplata necesitaba comer.
—Claro... La comida acaba de llegar y sería una pena que se enfriara, además de que yo también tengo hambre.
—¡Vamos a comer entonces!
—¿Amane?
—¿Qué pasa?
—Me duele.
—Te dije que no comieras tan rápido.
Un bufido escapó de los labios femeninos, era cierto que le había advertido en más de una ocasión no comer a velocidades dignas de una competencia, pero...
¿Acaso no se daba cuenta de lo indefensa que se sentía en ese momento?
¿De lo mucho que aquellos sabores lograban distraer su mente de los continuos cólicos atormentando su vientre?
¡Hombres!
¡Nunca entenderían lo difícil que era lidiar con ese tipo de situaciones una vez al mes!
Sentía la envidia recorrer sus venas.
Lo miraba desde su posición al otro lado del sofá. Tan relajado y con esa maldita sonrisa mientras observaba entretenido la pantalla de la TV. Sin preocupación alguna a la par que terminaba de deglutir una de sus donas.
Debía hacerlo pagar.
¿Cómo se atrevía a ser feliz mientras ella se sentía desfallecer?
Sumida en la peor de las sensaciones, con dolores que fácilmente doblarían a cualquiera, la entrepierna resbalosa gracias a la sangre expulsada, sintiéndose insegura debido a la inflamación de su vientre y por si fuera poco, también estaba el hecho de que sus entrañas no pararan de reclamarle aquel acto de gula.
Lo miró una vez más, con los brazos cruzados y las piernas casi tocando su pecho. Escondida detrás de su tibia fortaleza.
Debía cobrar venganza. No sólo por su honor, sino por el de cada mujer que en ese momento estuviera pasando por lo mismo. Ya no era sólo una batalla entre amantes. Era una lucha de géneros.
Esperó que su guardia estuviera baja.
Y, en cuanto iniciara la escena del alunizaje por parte de la nave espacial en la que viajaban el par de hamsters protagonistas, sería su momento de actuar.
Las pupilas del joven se agrandaron, su sonrisa se hizo mucho más notoria y casi estaba por tirar la caja de donas de su regazo gracias a la emoción que lo atraía cada vez más a la pantalla.
El momento ideal.
Un grito de guerra salió de los pulmones de Nene.
Se abalanzó sobre él y antes de que su víctima tan siquiera pudiera decir "pío" , empezó su ataque.
Conocía sus puntos débiles.
Sabía que si sus dedos presionaban en los lugares indicados, pronto Amane estaría de rodillas pidiendo perdón.
Los ojos ámbar se abrieron de sobremanera al sentir aquel primer impacto por debajo de sus costillas. Ahora entendía que lejos de ser momento para tratar de ponerse romántico o de molestarla, debía huir, escapar y no volver hasta que los días especiales de su amada terminaran. Pero, la puerta estaba cerrada con llave y la ventana que daba al pasillo exterior no era lo suficientemente grande como para permitirle salir. De repente el suicidio no parecía tan mala idea, era eso o seguir aguantando las ganas de reír descontroladamente con cada impacto sobre su zona abdominal.
Lágrimas empezaban a asomarse desde las esquinas de sus ojos, pronto empezó a sufrir pérdida de aire y en un intento desesperado por recobrarse, terminó cediendo. Súplicas y peticiones de tregua abandonaban su boca entre risas mientras la chica sobre él no dejaba de atacar.
—¡Y esto es por todas las veces que me llamaste daikon! ¡Y esto por la vez en que dejaste que Tsukasa usara mis medias! ¡Y porque me castigaron por tu culpa lavando baños durante dos semanas! ¡Y esto porque detesto amarte tanto!... —La lista pudo haber seguido toda la noche y no llevaría ni la mitad de cosas por las cuales Nene quisiera desquitarse de su novio.
Él por su parte, la vio con detenimiento por un segundo.
Su cabello moverse al compás de sus acciones, sus mejillas rojas, el peso sobre su pelvis y sus delicadas manos asaltando cada centímetro de su abdomen.
De no haber sido por la risa lo hubiera encontrado altamente erótico.
Entonces, recordó por un momento lo que había leído y su cuerpo actuó en automático.
Obligándola a culminar su ataque y uniendo sus labios en un beso por demás lascivo.
Una de las manos masculinas enredándose entre los mechones femeninos mientras la otra la sostenía firme sobre su regazo, explorando cuidadoso la piel al descubierto de sus muslos, palpando sutilmente su trasero y de a poco juntando el suficiente valor como para animarse a sugerirle ir a su recamara y pasar el seguro de la puerta una vez estuvieran dentro.
No obstante, luego de un sonoro gemido femenino, la expresión de placer se convirtió en una mueca de dolor.
Se percató de cómo sus manos apretaban su vientre, de como se hacía bolita nuevamente y trataba de esconderse entre las mantas que había llevado para estar caliente.
—¿Estás bien? —preguntó verdaderamente preocupado.
—Me duele, es todo. —Gruñó en respuesta.
—Quédate aquí.
Curiosa, la chica sacó la cabeza de entre las cobijas y esperó.
Con andar lento y cuidadoso, el zaino regresó con una taza entre sus manos, dejándola sobre la mesita frente al sillón donde su novia lo esperaba.
—Leí en internet que la manzanilla ayuda en estos casos, así que espero que te sientas mejor.
—Gracias, Amane.
—No hay de qué. Si no pasa en un rato, entonces te daré un desinflamatorio
—Mis pastillas se terminaron.
—Compré más, no te preocupes.
—Lamento haberte atacado con cosquillas.
—No tienes que disculparte, fue gracioso... Además de que tenerte sobre mi no fue tan malo, la vista es estupenda.
—Pervertido.
—Soy tu pervertido.
Prefirió no responder, sabía que de hacerlo, nada bueno saldría. Además, el hecho de que se refiriera a sí mismo como "suyo" la hacía sentir de alguna manera bien consigo misma.
Terminó la bebida caliente y se recostó, se había relajado y el dolor empezaba a disminuir.
—Vamos a la cama, será mejor que descanses ahí.
—¿Y si mejor nos quedamos acá?
—Vamos, no seas floja.
—¡Pero quiero dormir aquí!
—¿Y si te cargo hasta tu cuarto?
—¿Qué?
Sin siquiera responder, el de mirada caramelo la cargó hasta su recamara, abriendo la puerta con el pie y cerrándola con la cadera. Colocó a la joven somnolienta sobre la cama y la arropó. En cuanto estaba por retirarse para ir a dormir a la sala como de costumbre, sintió un leve tirón en su ropa.
—Amane, todavía me duele.
—¿Quieres tomar una pastilla?
—No. Ven acá, acuéstate conmigo.
—Nene, sería mejor si voy por la pastilla.
—No, quédate conmigo.
—Sólo por unos minutos.
Una vez el Yugi mayor y ella estuvieron acomodados, los labios de la joven volvieron a abrirse para demandar algo más.
—Amane, ¿podrías darme tu mano?
Sin decir nada, el joven estiró su brazo hasta que ambas manos se tocaron.
—Tus manos son fuertes y ásperas, pero también son delicadas y suaves conmigo. Me gustan por eso... ¿Podrías sobarme?
Por largos minutos el joven a su lado se dedicó a palpar gentilmente la zona inflamada, recorría por encima de su ropa todo sitio que pudiera alcanzar, haciendo que la chica se relajara cada vez más hasta quedar casi inconsciente, como él.
—Amane —Pronunció con evidente cansancio en su tono—, me gustaría estar contigo para siempre.
La confesión de la chica a su lado le hizo perder un poco el sueño. Le emocionaba la idea, lo hizo sonreír y abrazarla un poco más fuerte.
—Yo también quiero eso —susurró en su oído antes de ceder al cansancio.
Despertó y se frotó la cara. Dejó uno de sus brazos sobre sus ojos, tratando de darse ánimos para levantarse.
No era la primera vez que tenía sueños, o mejor dicho recuerdos, de ese tipo.
De una vida distinta a la actual; de cuando sus días estaban llenos de sonrisas, cariño, el dulce sabor a fresa de los labios de su amada, el olor de su cabello, la suavidad de su piel contra la suya y su calor.
El mero recuerdo era tan doloroso que incluso su mente parecía recrear en sus labios el sabor a fresa, o en su nariz el tan característico olor a su shampoo de frutos rojos, incluso juraría que podía sentir la tersa piel rozar su pecho y el calor de su cuerpo contra el suyo.
Bueno, siempre se sentía extraño después de cumplir con sus responsabilidades, así que probablemente podría achacarlo al desfase de horario y el agotamiento extremo.
Estaba casi seguro de que en realidad todas aquellas sensaciones no eran más que fantasmas jodiendo su inexistente paz mental y que aquello que sentía sobre su brazo era simple y sencillamente una de sus almohadas.
—... mane...
Un momento, las almohadas no hablaban. No al menos las que él usaba.
Sus sentidos empezaron a alarmarse al sentir aquello suave y cálido sobre su extremidad removerse entre las sábanas. No era normal que una almohada extrañamente más pesada de lo normal se moviera o pareciera pronunciar su nombre. Descubrió su rostro y un golpe de realidad lo atacó en cuanto notó los hombros descubiertos de la chica que lo abrazaba amorosamente.
Bajo la mirada un poco más y pudo notar el pecho femenino desnudo pegado contra el suyo. Incluso, y sin querer hacer escándalo, podía sentir las protuberancias que ya recordaba haber mordido la noche anterior.
Ahora todo estaba claro.
Ellos dos...
Sólo tenía que contar hasta tres y entonces su enferma psiche dejaría de atormentarlo.
El sol empezaba a asomarse tímidamente como signo del inicio de un nuevo día, la peliplata se removió entre las sábanas del lecho, buscando inconscientemente la fuente de calor a la que se había estado aferrando toda la noche.
Sus ojos se abrieron y se dio cuenta de que estaba sola.
El lugar donde su pareja había descansado estaba frío. Probablemente se hubiera levantado hacía ya un buen rato.
Se sentó en la cama y se estiró mientras rememoraba la noche anterior, sonriendo para sus adentros e imaginando lo que el día le tendría preparado.
Esperaría a que saliera del baño y lo ayudaría a vestirse, desayunarían juntos y a lo mejor podrían ir a la playa... O incluso podrían quedarse todo el día en el cuarto, en la cama, abrazados y hablando, recuperando el tiempo perdido, compartiendo besos y caricias, sonriendo y renovando sus promesas de amor eterno.
Sea cual fuera el plan, no importaba siempre y cuando estuvieran juntos.
La puerta del baño se abrió, dejando al descubierto al zaino. Vestido y con el cabello mojado. Parecía apenas haberse duchado.
—Buenos días, Ama...
—Tienes que irte. —La interrumpió. Su mirada pegada al piso, no tenía el valor para darle la cara.
—¿Irme? ¿A dónde?
—De regreso a casa. No puedes, ni debes quedarte conmigo.
—A-Amane... creí que había queda... —Perpleja ante la frialdad de su tono y el shock causado por sus palabras, no sabía cómo sentirse.
—No insistas, te vas a ir. Algún día me lo agradecerás.
En automático se levantó de entre las mantas, sosteniendo entre sus manos una sábana para cubrir su busto pues a pesar a de su desnudez, no permitiría que ni siquiera él los volviera a separar.
—Si estás terminando conmigo al menos dímelo de frente. —Sabía que no podría hacerlo.
El varón avanzó, tratando de alejarse de ella lo más rápido posible. Lo más seguro sería que de seguir ahí terminaría por cometer los mismos errores que la noche pasada; pero la fémina tenía algo más en mente.
—¿¡A dónde vas!? —Lo pescó de una de sus mangas, obligándolo a voltear hacia ella, aferrándose al cuello de su playera—. ¿Crees que te resultará tan sencillo? ¿¡Por qué no entiendes que quiero estar contigo para siempre!? —Reclamó, su voz estaba a nada de quebrarse pero logró soltar las palabras con fluidez.
La mirada rubí desafiaba a la ambarina. Ira y tristeza nublando todo destello de felicidad que hubiera habido antes.
Lo que no sabía era que él lo entendía, y lo deseaba tanto como ella.
Anhelaba despertar a diario como ese día. Con su anatomía entre sus brazos, detallar su rostro mientras dormía, acariciar su espalda, besar su coronilla y frente, susurrar promesas de amor y decirle todo lo que en esos años no pudo.
Esos pequeños instantes vividos en secreto lo acompañarían en sus horas más oscuras, recordándole que al menos en esa ocasión se había sentido amado y protegido.
Era por eso que no podía arriesgar a su amada. Le había bastado esa noche para reafirmar su amor por ella. ¿Tenía algo de malo querer protegerla?
Negó con la cabeza. Volvió la mirada hacia sus labios todavía hinchados, sus mejillas sonrojadas, la piel de su cuello expuesta dejaba ver algunas marcas del paso de su boca por su cuerpo.
Y cuando sus ojos se enfocaron en su rostro, su mente le recordó porque no debía estar ahí.
En lugar de rubíes había oscuridad infinita, en lugar de piel nívea y suave había cuero descarnado de tonalidad verdosa, en lugar de labios incitadores sólo había una mueca de dolor...
Esa podría ser Nene Yashiro si no se apuraba a sacarla de su vida.
La empujó contra el colchón, huyendo y pasando llave a la habitación.
El menor de los Yugi fue el primero en levantarse, quería ver en primera fila y con sus propios ojos como su hermano y su cuñada bajarían las escaleras para tomar el desayuno juntos. Aprovecharía para hacerles burla, para mofarse de las más que predecibles marcas en sus pieles y para preguntar por sus futuros sobrinos.
No obstante, vio a su hermano bajar solo, pasando de largo y encerrándose en su estudio.
Algo no estaba bien.
Esperaba que al menos le diera un zape, pero parecía no haberlo visto siquiera.
Decidió ir en busca de Nene, subiendo de dos en dos los peldaños de la escalera y casi trotando para llegar a la recamara que habían compartido el par de tortolos. Pegó la oreja y escuchó un sollozo, tocó la puerta y al notar que no había respuesta trató de entrar, topándose con el seguro pasado.
—¡Nene! —exclamó, esperando a que la fémina respondiera.
—¿Tsu-Tsukasa?
—¿Pasa algo?
—... Amane dice que me tengo que ir...
No necesitó escuchar más antes de decidir abrir la puerta a como sabía, y no como debía.
—Nuestra visita se marcha. —Informó a la peliverde. Impactada por la declaración de su superior, sólo pudo afirmar con la cabeza. Al parecer el plan del menor había fracasado—. Si se requiere... —Dudó por un segundo—, están autorizados a tomar otras medidas para tranquilizarla.
—¿Se refiere a...?
—¡No! ¡No me refería a eso!... Solo quiero que la lleven de vuelta a su casa SIN hacerle daño.
—Entendido.
—¿Y mi hermano?
—No lo he visto.
—Búscalo, necesito hablar con él. Y de paso, ¿podrías agendar una cita con el quiropráctico? Siento que mi espalda va a terminar por matarme.
—¿A nombre de quién?
—Al de mi nuevo prestanombres, Kusakabe.
—La pediré para la fecha más cercana.
—Gracias.
Sin mayor discusión, la de mirada serena salió para cumplir con sus deberes. En su mente oraba a todos los dioses del panteón sintoísta por el bienestar del menor de los gemelos.
—Ese cabeza dura necesitará más que esto para hacer que te vayas. —Bufó con desdén luego de haber escuchado lo acontecido.
—Tal vez sea lo mejor, no quiero provocarte problemas.
—No es un problema. Además, no puedes regresar, de hacerlo estoy seguro de que cosas malas pasarán.
—Tenía una vida antes de que todo esto pasara, puedo regresar a ella.
—No es tan sencillo Nene. Minamoto no va a tentarse el corazón si te ve.
La de tobillos anchos miró al gemelo menor, recordando todo lo que hasta ese momento le había sido revelado sobre su ex.
Sabía bien que Teru era una persona diligente en cuanto a su trabajo y su deber. En ese punto ya no le parecía tan irreal la idea de que su relación no hubiera sido más que un cebo para atrapar al par de hermanos. Bajó la mirada, dándose cuenta de la situación en que se encontraba.
—¿Entonces qué haré, Tsukasa?, Amane no quiere tenerme cerca y si regreso a casa...
—Te quedarás aquí, ¿qué importa si Amane no quiere? Esta también es mi casa.
La de mirada carmesí lo abrazó y volvió a llorar. Se sentía perdida y desamparada, al menos el zaino se mostraba más atento que su estúpido gemelo; le dolía recordar su mirada al irse o la manera tan bruta con que había dado por terminado todo.
El contrario acariciaba su coronilla, tratando de consolar el llanto de la fémina, pensando en qué paso dar a continuación. Su homólogo en verdad era todo un caso.
Escuchó pasos dirigirse a la recamara y sonrió.
Antes de poner en jaque a su hermano, tendría que encargarse de sus peones.
—Mira que dejar en manos de otros algo que sabes que no podrías aguantar... Muy mal Amane. Por cierto, creo que necesitarás cambiar la puerta de tu cuarto. —Llegó burlándose el menor de ambos.
Desde su lugar, el mayor lo analizó. No era nuevo verlo desaliñado o con un arma en mano. Pero sabía que en esta ocasión aquellos detalles significaban que el problema principal aún se encontraba en casa.
—¿Estás molesto? —preguntó su hermanito, sentándose frente a él.
—¿Tú qué crees?
—Que no.
—¡Pues te equivocas!
—No entiendo por qué. Cuando llegué a tu cuarto encontré a Nene todavía en la cama. Ya sabes, su cabello alborotado, desnuda, y con más de una marca visible~
—No sé a qué te refieres. —Fingió apatía.
—Aun cuando dices eso, las marcas en tu cuello me indican otra cosa. Nunca has sido bueno ocultando ese tipo de huellas, creo que debiste pedirle ayuda al menos para que no se te notaran.
—Deja de jugar, lo que haya o no pasado en ese cuarto se queda ahí.
—Si eso dices... ¿qué opinaría Nene si te escuchara hablar así?
—Ella no tiene nada que opinar, a final de cuentas en un rato más se va de esta casa y regresará a su vida cotidiana.
—¿Entonces no era un chiste?
—No.
—¡La condenarás si lo haces!
—¿Tú también empezarás con cursilerías baratas?
—¡Nene se queda! De otra manera solo la estarías mandando a la boca del lobo, ella estaba comprometida con...
—¡No me interesa saber con quién se va a casar, mi decisión está tomada y punto! En cuanto a ti, ya idearé algo para hacer que pienses en lo que has provocado.
—¡Cuando te pones el saco de jefe mandón eres insoportable!
—¡No necesito ser de tu agrado para saber qué es lo mejor para nosotros! —exclamó, antes de tomar una bocanada de aire y continuar un poco más tranquilo—. Tsu... Somos familia, somos los únicos que quedamos y por eso debemos cuidarnos y apoyarnos.
—Lo sé, pero cambiaste demasiado desde que estás a cargo... A veces te extraño. Hay días en los que a pesar de estar en la misma casa nunca tienes tiempo para estar conmigo, y cuando nos vemos por lo regular siempre terminamos discutiendo, como ahora mismo.
—¿¡Y por eso tenías que raptar a Yashiro y traerla hasta acá!?... Es la segunda vez que haces cosas a mis espaldas... ¿O creíste que no me enteraría de que mi propio hermano ha estado conspirando en mi contra?
—¡No es así, sólo te quiero de vuelta! Y haré lo que sea para tenerte de regreso... Sin ideas estúpidas sobre una vida donde tú y yo nos separemos definitivamente.
El mayor suspiró derrotado, la discusión podría continuar por horas, y eso era lo que menos tenía.
Tiempo.
—Tsu, eres más que capaz de vivir sin mí. En cuanto todo esto termine, te aseguro que todas tus preocupaciones desaparecerán... Un día simplemente te olvidarás de mí y podrás continuar con tu vida como siempre.
—¡Cállate! ¿¡Ves!? ¡Es por eso que siempre terminaba siendo yo el encargado de los trapos sucios! —El mayor cerró la boca, tratando de entender lo dicho por su hermano—. ¿O acaso ya olvidaste quien se quedaba tranquilamente a leer y jugar con mamá en casa mientras yo iba con papá a vigilar que los cargamentos de armas y municiones fueran desembarcados correctamente? ¿Y todo por qué? ¡Por qué alguien se asustó cuando vio a dos muertos de hambre pelear por un bote de tiner!
Los ojos del mayor se agrandaron, recordaba aquella escena con claridad.
Tenía en ese entonces cuatro años. Su padre había llevado al par de gemelos a lo que en ese entonces le había parecido un arcade y que sólo hasta después de muchos años había reconocido como un antro de mala muerte. Su progenitor los había dejado encargados con uno de sus hombres de confianza mientras arreglaba algunos asuntos con el dueño de aquel maloliente lugar.
De repente, una riña inició. Un par de malvivientes discutían acaloradamente por un bote de color metálico, uno de ellos sacó una navaja de su pantalón y en menos de tres segundos, el ojo del contrario estaba sangrando mientras su garganta se deshacía a gritos.
Nadie lo ayudaba.
Sólo miraban y otros más reían.
Los guardias del lugar terminaron por echar al par de vagabundos del local. Uno sonriente, con aquel bote entre sus manos, el otro entre gritos de agonía y maldiciones.
Cuando su padre salió, el mayor estaba llorando en lo que el menor lo abrazaba y trataba de tranquilizarlo.
"No te preocupes, todo estará bien. No pasa nada".
Fueron las palabras de su progenitor.
No obstante, cuando salieron de aquel lugar y abordaron el vehículo que los llevaría de regreso a casa, el pequeño Amane había asomado sus curiosos ojos por una de las ventanillas, tratando de distraerse con la imagen de la luna, imaginando que el satélite seguía al auto. Sin embargo, lo que vio a unos metros de él lo hizo volver a gritar y llorar del miedo.
El hombre de mirada sangrante estaba apuñalando el cuerpo inmóvil de quien lo había cegado parcialmente para luego voltear en su dirección y sonreírle. No con dulzura, sino con una expresión que le aseguraba que de no ser porque se encontraba en la seguridad del vehículo blindado, él hubiera sido el siguiente en su lista.
"¡No quiero que vuelvas a llevarlo a ese tipo de lugares!"
Había sido lo que la mujer de la casa había dicho a su esposo luego de escuchar al pequeño sollozar y hablar sobre como el "coco" casi lo mataba.
Desde entonces, se había quedado en casa siempre. Tsukasa era el único que atendía dichas reuniones.
—¿Acaso recordaste algo, Amane?
Pero, el mayor ya no era un niño asustadizo de seis años.
—Nada que te importe.
—Entonces, ¿qué te parece si te recuerdo quien era el que te protegía de los bravucones de la escuela y te atendía en la enfermería para que nuestros padres no se dieran cuenta de que su hijo mayor no era más que un debilucho hijito de mami que no podía ni siquiera asestar un golpe contra sus compañeros cada que lo acorralaban?
—¿Terminaste?
El menor sabía que si tocaba los puntos necesarios en la inestable mente de su gemelo, sería capaz de hacerlo reconsiderar sus decisiones sobre Nene. Sólo necesitaba orillarlo al abismo.
—Ahora que lo pienso, Nene en verdad tuvo que estar desesperada como para fijarse en alguien como tú. Desde que se conocieron siempre fue tu enfermera personal y tú ni siquiera pudiste darles un puñetazo en la cara a los tipos que la molestaban... —Soltó una risa—. ¡Al diablo! Si en verdad alguien merece estar con ella el resto de su vida, no eres tú. Eres tan patético que ni siquiera tuviste el valor de mirarla a los ojos y decirle que lo suyo había termina...
Un golpe colisionó contra la barbilla del menor antes de que pudiera continuar, tomándolo por sorpresa.
Cayó al piso y para el momento en que se repuso, había una figura de pie frente a él.
Ambos pares de ojos se miraron. Y el menor comprendió que cualquiera que fuera el mensaje que le estaba comunicando en ese momento, era evidentemente una advertencia mortal.
El mayor lo tomó por el cuello de su playera y en acto-reflejo, Tsukasa le propinó un puñetazo que ciertamente le dejaría el ojo morado. Pero eso no detuvo a su hermano, quien sin pensarlo dos veces lo sometió bajó él y descargó todo su sentir.
No era que los golpes de su hermano no le dolieran, sino que el shock era tal, que toda palabra había muerto en su garganta. Sólo alcanzaba a dejar salir uno que otro jadeo y gruñido. Al menos podía estar satisfecho de saber que todas las veces en que le había mostrado como golpear a alguien las hubiera tomado verdaderamente en cuenta.
—¡Amane, suelta a Tsukasa!
Oh mierda.
¿Qué demonios estaba haciendo el rábano ahí?
La peliplata alcanzó a empujarlo, colocándose entre el par de gemelos. Suplicando con la mirada por un alto. Toda palabra había muerto en su garganta. Nunca había visto a Amane golpear a alguien.
El gemelo menor vio como su hermano levantaba nuevamente el puño y como lo dirigía a la fémina. Cerró los ojos, ¿acaso sería tan bruto como para golpear a Nene?
Pasaron los segundos y nunca se escuchó el golpe impactar contra la frágil anatomía.
Abrió temeroso los ojos, esperando que Nene estuviera bien; no obstante lo único que pudo notar fue que su hermano había huido.
—¡Auch!
—Te dije que te quedarás quieto. Creo que tendré que llamar al doctor para que venga a revisarte. —Lo regañó la peliverde.
—En verdad, no entiendo qué salió mal. Siempre que lo llevaba al límite terminaba por ceder a lo que le dijera...
—Nene, ¿podrías ir a buscar a mi cuarto más alcohol?
La albina asintió y salió en búsqueda de lo encargado.
—¿Ya me dirás qué planeabas hacer? De no haber sido por ella, estarías muerto.
—¡Lo mismo que vengo haciendo por años! Siempre que quería que Amane hiciera algo, bastaba con que lo quebrara un poco.
—Pues ya ves que ahora no funcionó.
—Sí... ¡auch! ¿¡Podrías dejar de poner alcohol sobre mi labio!? ¡Esa maldita cosa arde!
—Lo hubieras pensado antes de jugar con fuego. —Soltó un suspiro y dejó de lado la botellita de alcohol para luego encarar de nuevo al menor—. En fin, ¿qué procede ahora?
—Amane sabe que he estado actuando a sus espaldas... Si ya lo sabe sólo me quedan dos opciones. ¡Natsuhiko!
—¿Qué quieres enano? —pregunto aquel que había estado viendo todo desde una esquina.
—¿Les diste la caja con condones agujereados, cierto?
—¿Los condones agujereados eran para el Honorable Número Siete?
—Sí... ¿Acaso no recuerdas lo que te dije?
—Ah... ¡Sí, claro que lo recuerdo!
—Entonces supongo que sí cumpliste con lo que te pedí, ¿cierto?
—Ah, en cuanto a eso...
—Natsuhiko. —La peliverde interrumpió el balbucear del atolondrado guardia— ¿Lo hiciste o no?
—No...
—Sakura, tráeme la pistola de gotcha, balas de pintura y llama al cara de araña.
El castaño, al recordar todas las veces en que había servido de tiro al blanco, salió huyendo de la habitación.
—¿Al quinto?
—Sí.
—¿Para qué?
—Voy a presentarle a mi nueva novia, Nene Yashiro.
Las arañas de Kamome habían sido en su tiempo una de las organizaciones más peligrosas de todo Japón. Conocidos por todos, venerados por las mentes más débiles, temidos por los inocentes e intocables por la justicia; pero, conforme los años pasaron y las nuevas leyes fueron erradicando de a poco a sus integrantes, se convirtieron en una leyenda urbana. Un mito popular que prometía mostrar a quien les buscara la verdad de cualquier secreto que les carcomiera el alma a cambio de un módico precio, claro.
El hecho de que ya no pudieran operar a la luz del día no significaba que las arañas hubieran dejado de tejer sus redes.
Al contrario.
Se podría decir que ahora que permanecían fuera del ojo público, sus operaciones eran mucho más ágiles, hasta cierto punto los había beneficiado. ¿Qué mejor para un manipulador chantajista y sus secuaces?
Vivir como meras leyendas, sin temor a que se les acusara o encontrara. Después de todo, ¿quién creería el cuento barato de que un grupo de yakuza estaría extorsionando a alguien en esos tiempos?
¡NADIE!
Escondiéndose entre los lugares más recónditos, con oídos y ojos en cada esquina a la que sus redes hubieran llegado. Siempre al acecho de todo tipo de material que les pudiera traer un beneficio.
Así era la manera en que las redes de Tsuchigomori Ryuujirō se tejían.
Se consideraba a sí mismo un ser hambriento de conocimiento.
Muy por el contrario de sus aliados, él no era alguien que buscara pelea u optara por mancharse las manos de sangre. Aunque había excepciones, y lo hacía sólo cuando le parecía que era necesario.
Se trataba de un hombre común, de gustos sencillos y un estilo de vida bastante pacifico.
Ya saben.
Despertar por las mañanas, maldecir a su alarma por no haber sonado, darse una ducha, desayunar mientras lee el periódico o escucha la radio, siempre al tanto de lo que el hombre del clima diga pues no le gusta la lluvia, lavar sus trastes, acomodar y limpiar su morada, sentarse en la comodidad de su sala mientras fuma su pipa y tomar una taza de café americano. A la espera de su siguiente presa.
En esta ocasión, se trataba de un policía cualquiera bastante conocido ya, aunque no por los motivos que le hubieran gustado. El tipo estaba a nada de romperse ante la presión de sus superiores que empezaban a sospechar de su actuar tan nervioso.
Y eso no podía permitirlo.
¿Qué beneficio podría traerle el que siguiera con vida?
Ninguno.
Con la sonrisa más afable y el tono más dulce de voz le ofreció una taza de café. Lo escuchó fingiendo interés, aunque siendo honestos, no era como si no supiera ya de su situación familiar.
Una esposa, tres hijos y un perro con la pata rota... En verdad no podía tratarse de algo sencillo para nadie. Por lo que hizo su buena acción del día.
Le dio una pequeña cantidad de dinero para alimentar a su familia y cubrir los gastos médicos del can, lo acompañó hasta la salida de su morada y lo despidió. Unos minutos después, llamó a una de sus arañas.
Lo había meditado por unos segundos, pero la respuesta era la misma.
¡Al diablo con su familia y su animal!
No podía dejar que más de sus allegados fueran capturados. Su cuello, y el de cierto par de gemelos que nunca admitiría estimar, estaba en juego.
Dar la orden había sido sencillo, lo difícil sería pensar qué tipo de accidente podría encubrir su muerte. Bueno, eso se lo dejaría a los matones en turno.
Suspiró, relajándose en el sofá de la sala de estar antes de volver a inhalar de su pipa.
Desde hacía ya un tiempo que no sabía nada de los hermanos Yugi de primera mano. No era como si los hubiera perdido del mapa, después de todo, cuando Amane había iniciado su cacería para ascender en ese mundo él le había ofrecido a algunos de sus hombres más fieles. Por lo que era sólo de esperarse que lo mantuvieran informado.
Y es que, aun cuando los había estado vigilando desde lejos, le resultaría mucho más agradable informarse por otros medios; ya saben, ponerse al corriente con sus vidas de la manera que cualquier otro ser humano lo hacía. A través del diálogo.
Una charla amena, un poco de café y tabaco en mano, cosas tan mundanas pero que le ayudarían a relajarse y olvidarse por un momento de quién era.
Lo último de lo que se había enterado era de que Amane había salido como de costumbre a cierto país más al oeste, y que su hermano estaba recibiendo clases por parte de una maestra de modales. El mayor había hecho bien en ponerle un instructor. No quería volver a ser interrogado sobre si los insectos eran parte de sus fetiches sexuales.
Sonrió divertido.
Esperaba que al menos la próxima noticia que recibiera de ellos fuera mucho más alegre.
Podría ser la edad o incluso tal vez el hecho de que se viera reflejado en ese par; pero esperaba que ninguno terminara igual que él. Viviendo en la soledad de cuatro paredes, sumido en la monotonía de la rutina, sin mayor distracción que la de enterarse de vidas ajenas a través de teléfonos descompuestos, sin nada en especial por lo que vivir o morir. Simplemente a la espera del inminente final.
De repente, el teléfono sonó.
Con paso pesado y quejándose por lo bajo, fue para atenderlo.
Esperaba que se tratara de algún nuevo cliente interesado en sus servicios o incluso de la molesta dueña del club nocturno "Las Escaleras Misaki" con algún tipo de propuesta para salir a dar la vuelta, aunque todo lo que hicieran fuera insultarse el uno al otro en el camino. Estúpida zorra barata.
Grande fue su sorpresa al escuchar el timbre indiferente de cierta peliverde en cuanto descolgó el aparato.
Agradecía que sus reflejos fueran mucho más veloces que antes y que su mente no hubiera estado del todo nublada por el deseo de querer callar la boca de su hermano, así como también a las voces en su cabeza que no hacían más que reprender su actuar de la noche anterior.
De haberla golpeado, de haberla dañado...
No sería capaz de volver a verla nunca.
Preferiría cortarse la mano agresora antes que volver a siquiera respirar en la misma habitación que ella.
No obstante, este no era el caso.
Se había detenido antes de hacerlo.
En cuanto sus ojos se enfocaron en cómo la albina había colocado sus brazos protegiendo su rostro, en como su hermano había cerrado los ojos, incapaz de hacer algo y muy seguramente temeroso de ver cómo su puño colisionaba contra la faz de Nene, fue como supo que debía detenerse.
¿En qué demonios se había convertido?
Miró sus manos, y le pareció que estaban teñidas de rojo.
Sacudió la cabeza y fue al baño más cercano para lavarlas, trastabillando en su andar, sujetándose de las paredes, un incipiente dolor de cabeza auguraba una migraña si no lograba tomar sus pastillas del botiquín. Sentía como si todo a su alrededor diera vueltas, escuchaba las voces de Tsukasa, de Nene, de él, la de Hanako... Cada uno defendiendo su postura, haciendo añicos sus tímpanos.
Se encerró en el pequeño cuarto, inhalando y exhalando, ahogando gritos, llorando, temblando, dejándose caer sobre el piso para luego arrastrarse hasta el lavamanos y tallar el tono carmín de sus manos, aunque este no desaparecía. Se observó por unos instantes frente al espejo y se desconoció. Ese no era él. No quería aceptar ese lado oscuro de sí. Y aun cuando sus ojos se enfocaban en la figura reflejada, no hacía más que ver al Honorable Número Siete, aquel maldito asesino de sonrisa perversa y con las manos manchadas de rojo perpetuo.
Se derrumbó nuevamente en el piso y apretó fuertemente los ojos en lo que trataba de controlar su respiración. Su cuerpo temblaba sin cese y una presión en su pecho lo hizo pensar que sufriría de un paro cardiaco en ese momento. Tal vez eso sería lo mejor, dejarse morir. Era más peligroso vivo que muerto. Le parecía como si sus costillas estuvieran a nada de estrujar al órgano palpitante que bombeaba sangre a su organismo. Sí, eso sería lo mejor.
Salió de ahí en cuanto pudo mantenerse en pie y las pastillas le hicieron efecto.
Fue hasta el jardín trasero, se sentía ahogar. Lo único que quería era tomar aire fresco y ordenar sus pensamientos, enfriar su mente.
A lo lejos divisó como su hermano disparaba balas de pintura a Natsuhiko, probablemente, al igual que él, estaba demasiado estresado y de alguna manera debía sacar su sentir. Lo detalló unos segundos más, recorriendo su rostro con la mirada, tenía el labio hinchado y su nariz estaba cubierta por una gasa. Esperaba que Sakura ya hubiera llamado al doctor.
Pasó una de sus manos por su cabello, su flequillo le estorbaba y fue hasta entonces que sintió un dolor punzante cerca de su ojo. ¿Cómo no se había dado cuenta de eso mientras se veía al espejo?
Tsukasa le había dado un puñetazo en el pómulo. Muy probablemente para ese momento ya tendría un moretón, pero no importaba. Suspiró nuevamente y trató de buscar entre el par de figuras masculinas alguna señal de la fémina de tobillos anchos, aunque no estaba ahí.
Probablemente el susto hubiera sido tal que ahora mismo estaría con Sakura, tomando una taza de té para controlar sus nervios, o tal vez estaría llorando...
Una punzada en su pecho lo hizo colocar una de sus manos sobre su corazón. Le dolía el solo pensar que Nene estuviera asustada debido a él.
¡Justo lo que quería evitar era lo que él mismo había provocado!
Caminó hacia otro lado, uno donde seguramente no podría hacer más daño.
Una de las primeras cosas que los gemelos Yugi habían encontrado en aquella casa una vez terminaron de mudarse, fue el pequeño zoológico que el anterior Honorable Número Siete tenía.
Tsukasa estaba encantado con la idea de meter a Hyuuga al recinto de los tigres y observar como el castaño huía de los grandes felinos, cosa que a Amane parecía no importarle en lo más mínimo.
Lo encontraba útil, sí, mas no era como si planeara pasar su tiempo acariciando conejos o viendo como los tigres o perros devoraban humanos.
Bueno, tal vez lo último sí; pero solo cuando estuviera demasiado aburrido.
Había terminado de ver todas las jaulas y recintos, tratando de decidir qué animales podrían quedarse y cuáles no, cuando se topó con un estanque artificial. Pensando que encontraría peces koi o algún tipo de anguila, se asomó, curioso de averiguar qué secretos ocultaba aquel cuerpo de agua turbia. No obstante, apenas se puso en cuclillas y divisó al interior, pudo sentir algo tirar de la manga de su chamarra.
Volteó y observó con aversión al animal más feo que alguna vez hubiera visto en persona.
Una tortuga caimán.
Ya saben, las mismas que de un sólo mordisco podrían cercenar una mano.
Y en ese momento, había una que estaba fuertemente aferrada a la tela de su vestimenta.
Trató y trató de quitársela de encima. Hasta que, con todo el dolor de su alma, tuvo que dejarle su prenda como ofrenda de paz.
El animal lo vio partir, y lo siguió.
Amane por su parte prefería mantener la distancia entre ambos, no era que el reptil fuera veloz o que su tamaño comprometiera más allá de unos cuantos dedos; aunque igual no se arriesgaría. Él siempre había sido más dado a convivir con animales inofensivos y pequeños.
¡No con máquinas asesinas!
Llegó hasta la puerta trasera de su morada y, una vez ahí, observó como el insistente reptil trataba de subir los peldaños para llegar a la entrada.
El mayor de los gemelos trató de hacerse entender con el acorazado en base a palabras y ademanes. Cosa que a más de uno de sus compinches empezaba a preocupar y es que, siendo honestos, ¿quién no lo hubiera tachado de loco? Bueno más demente de lo que ya de por sí era considerado. Sin embargo, y para sorpresa de todos, incluyendo su hermano menor, había bastado con que le arrojara un poco de carne cruda para que el animal cambiara de rumbo.
Tenía hambre, lo comprendía.
No le había dado mucho tiempo a su antecesor para ocuparse de los animales y demás pendientes. Por lo que sí había un culpable del hambre del inocente ser, era él.
Se acercó un poco a observar como el reptil devoraba la carne, era impresionante sin duda alguna. La fuerza de su mandíbula era algo que no querría comprobar por ningún motivo. Había bastado con que en algún momento hubiera visto videos de esos animales haciendo un show con el poder de su mandíbula.
En cuanto terminó de alimentarse, regresó la mirada a la figura bípeda, y por un momento, el nuevo Honorable Número Siete, sintió como si aquellos diminutos ojos estuvieran viendo a través de los propios.
—¿Quieres más?
En su mirada estaba la respuesta, así que fue a la cocina y regresó con más proteínas. La alimentó hasta que el animal se sació y para entonces, Amane ya se había atrevido a acariciar su caparazón. Era grueso, grande e intimidante. Y a la tortuga parecía no importarle mucho la manera tan delicada en cómo las yemas de sus dedos contorneaban el diseño de su escudo.
Finalizó y le devolvió la mirada una vez más.
El zaino entonces entendió que ese reptil sería, junto con los perros, el único animal que conservaría con él en esa casa.
...
Llegó hasta el estanque de agua cristalina con un contenedor de plástico entre las manos y la observó al fondo, siempre al acecho de los peces incautos que deambulaban por ahí. En cuanto ambos se vieron, el animal salió del agua. Como si quisiera darle la bienvenida.
El bípedo se sentó a la orilla y sacó del contenedor algunas vísceras y extremidades de animales con las que alimentaría al reptil. Esperaba que "Godzilla" le perdonara alimentarla así cuando era de dominio público que la monstruosa tortuga gustaba de saciar su hambre con dedos humanos.
El par de bestias descansaron sobre el pasto.
El reptil comiendo y escuchando todo aquello que su compañero tenía para compartir.
El de ojos ambarinos, vaciando hasta su alma en aquellos diminutos oídos que ni siquiera estaba seguro que lo comprendieran. No obstante, eso era lo que menos le importaba, tan sólo quería desahogarse. Sentirse escuchado.
Masticaba diligentemente mientras observaba al atormentado muchacho.
No era como si de entre sus fauces fueran a salir palabras mágicas de consejo, pero su mera compañía le bastaba. A pesar de ser un depredador, al zaino le provocaba cierta tranquilidad verla comer o acechar a sus presas. La inocencia de los animales era algo que siempre había admirado, pues siendo honestos, entre él y la tortuga, Amane podía ser mucho más monstruoso que el reptil.
Mas no importaba mucho en ese momento quien de los dos era peor; si aquel que actuaba por instinto o aquel que se estaba dejando llevar por sus instintos más primitivos, porque el compartir con quien fuera un poco de lo que aquejaba a su doliente corazón le estaba ayudando a no volverse verdaderamente loco. Aunque discutir con una tortuga carnívora sobre sus problemas sentimentales, ya podría poner en duda su salud mental.
—¿Honorable Número Siete?
Alguien había llegado a interrumpir su monólogo.
—No quiero hablar con nadie.
—Lo siento, pero se trata del quinto.
El zaino no necesito saber más, se levantó y se despidió de Godzilla, quien todavía masticaba una pata de pollo.
Hacía tanto que no sabía de él.
Esperaba que no fueran más malas noticias.
Levantó el parlante una vez llegó a su estudio y fingió su mejor tono.
No obstante, lo que su mayor le estaba diciendo fue poco a poco quebrando lo que le quedaba de estabilidad.
¿Acaso era una broma?
No. Tsuchigomori no era un hombre de bromas.
Era un entrometido, chantajista y chismoso, sí. Pero nunca bromeaba. Y menos con asuntos como ese.
¿A qué se refería entonces cuando decía que quería arreglar una visita para conocer a la novia de su hermano?
Sudor frío bajó por su espalda.
¿Acaso Tsukasa había recurrido a...?
Luego de haber colgado y de recordar como respirar, se tiró sobre uno de los sillones más cercanos.
Su hermano estaba jugando demasiado sucio si planeaba recurrir a ese tipo de tácticas.
¡El atrevimiento de aprovechar el pensamiento arcaico del quinto era algo detestable y bajo!
¿Pero qué podía hacer?
Su gemelo lo había atado de manos y de pies.
Lo viera de la manera que lo viera, estaba jodido.
De haberse negado, hubiera atraído la insana curiosidad del hombre de mediana edad y sabía que si eso pasaba, en menos de tres horas tendría a Tsuchigomori en la puerta de su morada, con una sonrisa maliciosa y sabedora, rodeado de una nube de humo y una reprimenda a nada de salir de sus labios.
Ya podía escuchar su voz llamándolo mocoso caliente.
Y lo peor de todo sería que lo haría responder a sus acciones de la noche pasada y su historial sentimental de acuerdo a como el código de su organización lo exigía. Entonces, no tendría más opción que aceptar a Nene en su vida y de paso involucrarla directamente en sus asuntos.
Y por otra parte, no era como si el haber aceptado y arreglado la cita hubiera cambiado de mucho el desenlace de las cosas.
Suponiendo que Tsukasa y Nene jugaran a hacerse pasar por amantes, novios o lo que ellos quisieran aparentar, aún así él tendría que darle un lugar dentro de su organización, observaría sin poder hacer nada al respecto como la de tobillos anchos y su hermano eran emparejados por el sujeto de cabellera bicolor. Aunque al menos no cargaría con la responsabilidad de un papel mucho más pesado como el que le esperaría a cualquiera que fuera su pareja formal.
Y es que, ¿cómo negarse a lo establecido por las leyes del sobreviviente yakuza?
Él mismo le había jurado lealtad a su código moral y se había comprometido a seguir las reglas de su grupo delictivo a cambio de apoyo económico y muchos otros favores.
Pensaba que era algo sencillo de cumplir, y durante todo ese tiempo no había tenido problemas con acatar lo establecido por el quinto, sólo debía mantenerse alejado del narcotráfico de manera directa y fin. Total, no era como si hubiera estado interesado en sentar cabeza ni tampoco su hermano, por lo que más allá de su trato y de haberse tatuado, según la usanza de las costumbres de aquel grupo de yakuza, no pensaba que hubiera habido mayor relevancia en cuanto a asuntos "personales" con él o su gemelo.
¡AGH!
¿¡Por qué no fue hijo único!?
Se hubiera ahorrado muchos problemas.
Pero todavía tenía tiempo, tal vez si lograba dar con el precio de su hermano, entonces Tsukasa se olvidaría de la estúpida idea de hacer pasar a su Nene, corrección, a Nene como su... su... novia.
Se levantó y fue en búsqueda del menor, esperaba que al igual que él, ahora mismo tuviera la cabeza un poco más fría.
—¡Lo siento, enano!
—¿Qué dijiste? ¡Las pulgas de mar no saben hablar así que no te entiendo~! Tal vez el abrecartas podría ayudar con eso.
Con una manzana sobre su cabeza y atado a un árbol, el castaño imploraba a los oídos sordos de cierto zaino que, todavía molesto por su incompetencia, se encontraba a nada de lanzarle otro objeto filoso con la excusa de querer darle a la fruta. Aunque no estaba del todo convencido, considerando que cada impacto se acercaba más y más a sus partes nobles.
Suplicó a todos y cada uno de los dioses de los que se acordaba y cerró los ojos en cuanto vio como el gemelo menor se preparaba para lanzar la resplandeciente herramienta. En cuanto los segundos pasaron y no escuchó al objeto chocar o las vibraciones en la madera del árbol al que estaba pegado, abrió los párpados.
El par de hermanos se veían, desafiantes pero mucho más tranquilos.
Y tal vez eso era mucho más peligroso.
Sin cruzar palabra alguna, tan sólo valiéndose de un lenguaje secreto entre gemelos, ambos caminaron con dirección a la casa, olvidándose del inútil que todavía temblaba atado a la corteza del manzano.
—¡Tsukasa déjalo!
—¡No!
—¡Lo estas lastimando!
—¡No sabes cuidarlo!
—¡Claro que sí y por eso te digo que lo sueltes!
—¡No sabes cuidar bien a Mokke!
—¿¡Que es todo este alboroto!?
—¡Tsu está abrazando muy fuerte a Mokke!
—¡Amane no sabe cuidar a Mokke!
—¡Claro que sí!
—¡Que no!
La pelea de infantes se volvía cada vez más acalorada, mientras el conejillo que el menor sostenía entre sus brazos tan celosamente temblaba e hiperventilaba, su respirar se volvía cada vez más complicado y de haber podido hablar lo más seguro es que hubiera pedido piedad por su vida. Pero en su lugar solo pudo soltar un chillido agudo antes de caer desmayado.
El par de gemelos vieron al inconsciente animalito ser puesto en una caja y llevado por su madre al veterinario.
Afortunadamente para el pequeño y exótico conejo no hubieron consecuencias más graves para su salud, por lo que luego de un par de días estuvo de regreso en brazos del mayor de los gemelos.
Amane cuidaba y mimaba al diminuto ser; jugaba con él, le leía cuentos, veían la tele juntos, dormían la siesta uno al lado del otro e, incluso a veces cuando su madre no se daba cuenta, solía meterse a bañar junto con el afelpado animal.
Mientras tanto, el menor sólo veía con celos y una desmesurada ira como el animal que sus padres habían adquirido para enseñarles sobre responsabilidad, le robaba poco a poco el tiempo, cariño y atención de su hermano mayor le podía ofrecer cuando no estaba fuera, acompañando a su papá.
Lo odiaba y lo detestaba. Si tan solo nunca hubiera llegado a sus vidas, él y Amane podrían continuar jugando juntos como siempre, sin un tercero que les arruinara la diversión.
Fue así como, aprovechando las típicas siestas de su gemelo junto con el animalito y el hecho de que sus padres no estuvieran en casa, se acercó a la dulce escena.
Dicen que los animales sienten las intenciones de las personas y también se rumorea que son capaces de saber cuando se encuentran en peligro. Pero en el caso del pequeño Mokke, que descansaba plácidamente al lado de Amane, no era así.
A final de cuentas, ¿qué podría pasarle de malo cuando se encontraba junto a su humano protector?
Las manos del menor lo tomaron delicadamente para evitar que quisiera escapar o soltara un chillido como de costumbre cada que la pobre criatura se encontraba a solas con Tsukasa.
Acto siguiente, la puerta del cuarto del mayor se cerró y la del menor se abrió.
¿Cómo deshacerse rápidamente de esa cosa sin que sospecharan de él?
Vio en la caja de sus juguetes.
Una cuerda para saltar. No, aún no sabía ni como amarrarse los tenis como para tratar de hacer nudos mucho más complicados
Una caja llena con su colección de piedras. No, le tomaría tiempo encontrar una piedra lo suficientemente fuerte para machacarle, sin mencionar que se mancharía. Y es que, aun cuando a su padre parecía no importarle llegar manchado de carmín a casa, él debía cerciorarse de que nadie se percatara de lo que estaba por hacer.
Su muñeco de Frankenstein podría encargarse del problema, de no ser porque se trataba de un objeto inanimado.
Se estaba quedando sin opciones y sin tiempo, tal vez sólo debería lanzarlo dentro de la bañera llena de agua, pero entonces ¿cómo lo secaría?, su hermano y su madre nunca le habían enseñado a usar la secadora de cabello por motivos de seguridad, o algo así le habían dicho.
Se tumbó sobre su cama bocabajo, se sentía frustrado.
¿Cómo hacían los verdaderos asesinos de sus programas de TV y películas para salirse con la suya?, ¡de seguro eran genios!
En cuanto sintió como sus pulmones demandaban aire, supo que había encontrado la solución a su problema.
Tomó al animalito que parecía ahora confiar un poco más en él y lo colocó sobre su cama.
Lo siguiente que el diminuto ser supo, fue que algo lo cubrió y que poco a poco el aire que entraba en su organismo iba disminuyendo.
Tsukasa sentía como el conejo se movía frenéticamente bajo él, percibió cada espasmo, desde los más violentos, hasta ya no sentir nada más, y aun cuando estaba totalmente seguro de que había cumplido su cometido, todavía esperó unos minutos más por si las dudas.
El reloj marcó las cinco de la tarde, la alarma del mayor sonó y sus ojos se abrieron, junto a él se encontraba el diminuto cuerpo de su mejor amigo. Le pareció raro que no despertara junto con él como normalmente lo hacía.
Se levantó de la cama y cuando estaba por tomar entre sus brazos a Mokke, su madre entró a su cuarto, llevaba con ella unas cuantas cajas que el mayor le había pedido para hacerle un laberinto al conejito.
El pelinegro entonces lo cargó y se dio cuenta de que su cuerpo se sentía extrañamente flácido; le miró, seguía sin abrir los ojos, llamó su nombre, le dio un pequeño golpecito en la cabeza, lo sacudió y nada funcionó.
¿Qué había ocurrido?
Sus padres concluyeron que tal vez mientras dormían, el gemelo mayor se había movido y como consecuencia el animalito había sido aplastado.
Amane se había vuelto un asesino a la tierna edad de cinco años.
Desde entonces nunca más volvió a tener suerte con las mascotas.
Sus peces solían brincar fuera de la pecera y morían.
Sus ratones y aves terminaban en las garras de gatos callejeros que ni él mismo sabía que rondaban su casa.
La granja de hormigas que tanto había querido, se había inundado cuando en un descuido la había colocado dentro del lavaplatos.
El gatito que había adoptado huyó de casa y luego sus padres solo pudieron entregarle el collar que llevaba todavía su placa con algunos rastros de sangre seca.
Todos y cada uno de los decesos habían sido su culpa. No era lo suficientemente responsable o precavido como para cuidar de ellos. O al menos eso pensaba.
Se dio por vencido, no era apto para cuidar ni proteger a nadie. No importaba cuánto se esforzara. La solución era alejarse o no involucrarse con aquello que él quisiera que permaneciera con vida.
En algún momento llegó a sospechar que las extrañas muertes y desapariciones de sus acompañantes peludos podrían ser responsabilidad del menor pero era imposible, pues en cuanto sus padres le compraban esto o aquello, su atención se desviaba totalmente a algo mucho más interesante con lo que pudiera entretenerse.
En fin, la pregunta ahora era; ¿qué tipo de trato le propondría a cambio de abandonar la idea de conservar a Nene en su morada?
¿Cuál sería la moneda de cambio para hacerlo desistir de su descabellada estrategia?
¿Dinero?
¿Acceso ilimitado al helicóptero?
¿Vacaciones?
¿Un auto?
¿Tigres...?
No.
La negativa de Tsukasa era rotunda y el mayor empezaba a desesperar.
Hasta que decidió ir a la yugular.
—¿Qué quieres entonces?
El menor sonrió.
—Sólo quiero que tú y el rábano regresen a ser un par de tortolitos. No sé, hagan bebés, bésense mucho, formen una familia o algo.
El mayor resopló.
Hubiera preferido que le pidiera un dragón de siete cabezas, tres cuernos, alas de pegaso, que pudiera hablar y bailar ballet.
Sería más sencillo encontrar algo así, que pedirle eso.
¡JA!
¿Cumplir su sueño de sentar cabeza y tener una vida tranquila al lado de su alma gemela?
No podía ni debía darle el gusto a su hermano de verlo felizmente enamorado y añorando una vida hogareña.
Eso había quedado atrás, enterrado junto con lo que había quedado del joven soñador y optimista que en algún momento había sido. Miró a su gemelo, negó con la cabeza y pudo observar a detalle como la cara del menor se distorsionaba, formando una mueca retorcida que quería aparentar una sonrisa.
—Entonces, atente a las consecuencias. —Amenazó, levantándose de la silla y encaminándose a la salida—. Ah, y algo más, no vuelvas a tratar de negociar sobre la estadía de Nene, de lo contrario, el anciano se enterará de todo lo que hiciste ayer por la noche.
Resignado, solo observó como su hermano iba cerrando la puerta tras de sí.
Desde ese día, ni Nene ni Amane volvieron a cruzar caminos pues en cuanto se veían a lo lejos optaban por ir en la dirección contraria.
Ni la fémina sabía qué esperar de aquel ser que veía deambular por los pasillos, ni él sabía cómo encarar esos ojos que ahora lo veían con una chispa de desconfianza.
Tsukasa había sido quien solicitara que las pertenencias de Nene fueran movidas a un nuevo cuarto, uno que no le trajera recuerdos dolorosos. Ahora era vecina de Sakura y se encontraba mucho más cerca de su cuarto. ¡Mejor así, podrían tener pijamadas más seguido!
No obstante, aún cuando el frío sobre su piel le recordaba su ausencia; eso no significaba que no lo llevara en la mente. Había reflexionado largo y tendido por noches enteras sobre él, sobre ella, sobre ellos... sobre si tal vez todavía hubiera algo que salvar de aquella maravillosa relación que habían forjado con tanto esmero unos años atrás. Sobre si a lo mejor, en el pecho del zaino ya no ardía la misma llama de pasión y devoción que dentro de ella seguía viva y ferviente.
Lo amaba, sin duda alguna lo hacía. Quería estar con él así le costara la vida. Ansiaba volver a sentir su calor, necesitaba escuchar su voz llamándola, sus manos entrelazadas a las propias, su mirada llena de adoración y el amor que tenía reservado solo para ella. ¿Acaso era mucho pedir? El precio que fuera, lo pagaría gustosa si eso significaba despertar a su lado sintiéndose amada y segura entre sus brazos.
Por lo que estaba decidido.
No renunciaría a esa pequeña llama que estaba segura que aún ardía dentro de su hueco pecho; lo había sentido en sus besos, en su tacto, en la manera tan vehemente en que la había amado esa noche de reencuentro. Aún cuando de sus labios no salieron más que palabras hirientes esa mañana no podía ignorar la ternura y candor con que esos mismos la habían besado de pies a cabeza unas horas antes.
Y si para eso tenía que acatar las órdenes de su cuñado, que así fuera. ¡Prepararía la mejor cena de todas!
Era cierto que la idea de ser presentada como novia de Tsukasa le había parecido absurda, pero si era la única manera en que podría quedarse ahí, no tenía de otra más que aparentar. Estaba nerviosa. ¿Y si la descubrían?, ¿qué pasaría?, ¿qué pasaría con ella?, ¿cómo reaccionaría él cuando la viera del brazo de su hermano?
Espabiló e incorporó las gambas a la sartén.
Esperaba que a Tsuchigomori le gustara la pasta a la tinta de calamar con erizo de mar.
Chapter 6: 5
Chapter Text
—¡Ah! ¿cuánto más falta para que llegue el anciano? Ya quiero comer...
—La cita con el quinto es a las siete, faltan unas horas y sabes que es bastante puntual.
—¿Y cómo está mi novia?
—Nene está en su cuarto, terminando de arreglarse.
—¿Y la garrapata trastornada?
—¿Quién?
—El esperpento que tengo por hermano, Sakura.
—No lo sé, supongo que estará en la biblioteca o su estudio.
—¿Crees que haga algo interesante?
—Espero, por el bien de ambos, que ninguno empiece con riñas. Sabes que no podré quedarme.
—De entre todos los días que ese idiota podría haberte pedido ir por un encargo tenía que ser justamente hoy. ¿Tan importante es?
—Es un pedido especial por lo que me comentó. Aún así, no quisiera regresar y encontrar la casa deshecha. ¿Entendido?
—A veces me tratas como si fueras mi mamá.
—No lo haría si no fueras tan obstinado. En verdad, Tsukasa, trata de no colmar más los nervios de tu hermano. La vez pasada debería servir como recordatorio de que ya no es como antes...
—¡Y eso lo hace el doble de interesante!
La peliverde suspiró resignada y terminó de recoger su cabello, pronto tendría que ir al puerto.
—Natsuhiko estará cerca por si necesitas ayuda.
—Tranquila, prometo no pasar la línea...
Había prometido no cruzar el límite a su asistente y aún así fue lo primero que hizo en cuanto el sujeto de cabellera bicolor y lentes se presentó con la nerviosa muchacha a su lado; pero, ¿¡cómo esperaban que reaccionara!?
La sonrisa congelada de su hermano acompañada de un disimulado tic en su párpado sano le suplicaban por hacer algo que terminara con su paciencia; por lo que, sin mucha reflexión, tomó a la joven entre sus brazos y la besó en cuanto la presentó como su novia.
Era cierto que la albina lo había separado casi de inmediato en cuanto sintió uno de sus colmillos perforar su labio inferior; sin embargo, el rastro de su labial sobre sus labios al igual la hinchazón del labio femenino era lo que quería en primer lugar. Se trataba de las huellas que le recordarían a cierto energúmeno que ahora él también conocía la textura y sabor de los labios de Nene.
La alborotada joven se había pintado de mil tonalidades de rojo profundo antes de disculparse e ir al baño a retocar su maquillaje en lo que el trío de caballeros se hubieran conducido hacia el comedor donde la cena les esperaba ya servida, de no ser porque Tsukasa y Tsuchigomori habían dejado atrás al mayor de los gemelos, quien simple y sencillamente no hallaba la fuerza de voluntad suficiente como para no arrastrar a su gemelo hasta el sótano y someterlo a todo tipo de torturas habidas y por haber.
Necesitaba recuperar la compostura, relajarse antes de que el malhumorado sujeto de lentes se diera cuenta de que algo no estaba bien con él. Cerró los ojos y pensó en algo, algo más que no fuera ese beso tan soez y vulgar que su hermano le había robado a la de ojos carmesí. La recordó; acostada a su lado, tan tranquila y relajada, aferrada a su cuerpo, compartiendo su calor, haciéndolo sentir vivo...
Listo, eso bastaría como para no querer asesinar a su gemelo. Por ahora...
Se aclaró la garganta, y aflojó un poco el nudo de su corbata, sentía que necesitaba mucho más aire del que sus pulmones pudieran inhalar. Algo también le decía que muy seguramente necesitaría un nuevo hígado luego de esa noche, tal vez si se lo arrancaba a su hermano podría sentir que ya estaban pagados.
Una vez la joven llegó a la mesa, agradecieron por la comida y degustaron la entrada, algo fresco y liviano, una sencilla ensalada de pulpo y mango.
—¿Y bien, no planeas decirme cómo lograste que la señorita Yashiro se fijara en ti? Siendo honesto siempre pensé que el primero en darme una noticia así sería el séptimo, más aún con su fama en la casa de muñecas...
El semblante de Nene palideció y Amane casi se atraganta con un trocito de mango, menos mal que logró recobrar la compostura casi de inmediato.
Tsukasa no podía estar más feliz, así que decidió jugar con el escenario que Tsuchigomori había creado.
—Seré honesto; la conocí desde el colegio y aunque nunca me atreví a confesar mis sentimientos, siempre tuve celos cuando la veía con alguien. Me parecía un desperdicio que se fijara en chicos tan patéticos que no pudieran ni defenderse ellos mismos. Así que ahora que está aquí conmigo, no planeo separarme nunca más de ella. Incluso si eso significa morir. —Agregó, tomando la mano femenina y depositando un beso sobre sus nudillos antes de observar a su gemelo con una sonrisa traviesa y este le devolviera una mirada severa.
—Así que llevan mucho tiempo conociéndose... Dime, Nene, ¿puedo llamarte así? —Sacándola de lo que parecía ser un episodio de disociación, la fémina asintió—. ¿Qué le viste a Tsukasa?
—Ah... pues... —Volteó a ver a Tsukasa, esperando que le ayudara con algo, pero no sucedió. Miró de nuevo al hombre de lentes, tratando de evadir su mirada pues la hacía sentir como una mosca atrapada en una telaraña. Por un momento, posó la mirada sobre quien encabezaba la mesa, aun cuando estaba tomando agua, podía sentir esos orbes ambarinos desnudarla a través del vidrio, esperando a que se sincerara. ¿Qué podría decir? Tsukasa, a pesar de ser la copia de su hermano, era distinto—. Supongo que lo que más me gusta de Tsukasa es que es sincero, algo obstinado, alegre y también sabe como consolarme cuando me siento mal...
—Ya veo...
Una vez el plato fuerte fue servido, Tsukasa no dudó en presumir que había sido su novia quien había preparado el platillo por sí misma, sacando así más de un cumplido por parte del de cabellera bicolor quien era un gran fanático de la comida casera.
—Entonces, yendo al grano, Tsukasa, ¿deseas que Nene sea parte de nuestra familia?
—Claro que sí, ella más que nadie merece estar aquí.
—¿Y Nene también quiere hacerlo?
—¡Sí, me gustaría mucho! —contestó sin titubear, haciendo que el mayor de los gemelos apretara fuertemente su cubierto. En su boca, el bolo alimenticio empezaba a agriarse.
—Sabes que normalmente tomaría mucho más que una cena como para aceptar que se una, aún más cuando ni siquiera la había conocido antes; pero por ustedes, supongo que puedo hacer una pequeña excepción. Séptimo, Tsukasa, ¿por qué no van por algo para brindar? Mi espalda y mis rodillas ya no están como bajar las endemoniadas escaleras a la cava, además confío que entre ustedes podrán encontrar algo bueno.
Entre murmullos molestos y sonrisas cínicas se levantaron y se fueron. Una vez estuvieron solos, Tsuchigomori retomó la palabra en cuanto terminó de deglutir el último bocado de su plato.
—Te felicito en verdad, tienes talento para la cocina.
—Mu-muchas gracias, significa mucho viniendo de usted.
—Pero no es suficiente. —Cambió severamente el tono de su voz, uno que de inmediato paralizó a Nene—. Debes saber, mocosa, que este mundo no es sólo preparar comidas y poner una bonita sonrisa a tus invitados cuando se te diga. Tú no eres una muñeca, aspiras a ser la pareja de Yugi, ¿no? ¿En verdad planeas dejar todo a un lado? Tu vida, tu familia, tus amigos, todo aquello que conoces ya nunca más existirá para ti en el futuro. ¿Estás totalmente segura de zarpar en este bote sin retorno? Aún estás a tiempo, si no quieres hacerlo bastará con que me lo digas ahora mismo, yo podría sacarte de acá y evitar que ese par te encuentre, ni siquiera la policía sabrá donde estás.
Nene lo escuchó, algo avergonzada, un poco miedosa y aún más enojada.
¿Creía ese sujeto que no lo había pensado?
¡Claro que lo había hecho!
Era solo que no quería recordar todas las conclusiones a las que había llegado. ¿Había algo de malo en querer soñar un poco? Su vida ya era demasiado miserable como para todavía atormentarse internamente. Le clavó la mirada, un puchero nervioso y lágrimas a nada de correr por su rostro. Estaba asustada, aunque ni siquiera el miedo la haría cambiar de parecer.
—L-Lo siento, pero aun cuando pueda parecer una chica tonta, crédula, terca y a lo mejor demasiado inocente para estar en un lugar así... ¡Quiero estar con él! Si no puedo hacerlo, entonces prefiero la muerte antes que separarme de él. Después de todo, lo amo. Lo amo demasiado y me duele incluso cuando se aparta de mi lado por unos minutos.
El mayor la observó por unos segundos. Ahí frente a él sin duda alguna se encontraba una chiquilla terca e idealista. Había visto eso antes, en más de un mocoso a decir verdad y casi ninguno llegaba a los tres meses de trabajar para él y sus arañas. Aun así, había algo en la mirada de la joven que lo hizo estremecerse por un instante; su seguridad y decisión apoyaban fuertemente al amor que profesaba. Quien sabe, a lo mejor en verdad la había tomado por una más de las tantas chicas que había conocido antes; anhelando una vida cómoda y una historia romántica y peligrosa sin estar dispuestas a aceptar el dolor y sufrimiento que incluía el camino delictivo. Pudiera ser que en ella hubiera madera tan fuerte como la del roble como para acompañar, y a veces guiar, un camino tan oscuro como el del zaino; pero sobre todo, para hacer frente a las adversidades y no dejarse vencer.
Esperaba en verdad que fuera así por su propio bien.
—No sé qué le viste a ese mocoso, tampoco puedo entender cómo es que alguien como tú pueda estar así de dispuesta a estar a su lado. En verdad debes amar demasiado a ese idiota... Y eso me alegra. Solo espero que puedas perdonar sus errores, Amane es un buen chico a final de cuentas...
Antes de que la peliplata pudiera objetar la evidente confusión de nombres, el par de gemelos regresaron, una botella de Sauvignon Blanc les ayudaría a limpiar el paladar antes de seguir con el postre; panna cotta de coco con salsa de frutos rojos, la favorita de Tsukasa desde que había regresado de Italia hacía ya algunos años.
Brindaron por el porvenir de Nene dentro de la familia. Por el futuro de la organización. Por Tsukasa, que había aprendido a usar correctamente los cubiertos y también por el amor.
El último platillo de la noche fue servido; Tsukasa y Tsuchigomori hablaban animados, Nene seguía recordando la conversación con el sujeto de lentes, completamente petrificada, ¿por qué había mencionado a Amane y no a Tsukasa?
Mientras tanto, el mayor no había dicho nada solo actuaba en automático, era mero espectador. Ni siquiera se había atrevido a dirigirle la palabra a su hermano cuando tuvo que ir con él por un vino, no respondió a cada una de sus insinuaciones ni tampoco a sus provocaciones. Sus respuestas a las interrogantes del quinto sobre las heridas del par de gemelos ya habían sido demasiado estúpidas como para arriesgarse a cagarla aún más. En ello podría ir incluso la vida de Nene si el quinto descubría que le habían mentido.
"Me golpee con una puerta."
"Me caí de la bicicleta."
Solo a un adolescente idiota se le podría haber ocurrido una respuesta así. Hubiera sido mucho más creíble decir que habían tenido una riña en un bar... O bueno, tal vez ni tanto, considerando que las pocas veces que iban juntos a uno de esos lugares lo hacían para cerrar tratos o entregar mercancía. No para estar alardeando como imbéciles sobre su ocupación y dándose aires de grandeza frente a los demás.
—Y bien, Nene, ¿has pensado ya en cuántos hijos tendrán? No creeré que son solo novios de mano sudada.
La mencionada se atragantó con el postre y el mayor de los gemelos casi escupe el vino que todavía no terminaba de saborear. Tsukasa por su parte no dudó en soltar una carcajada y asegurar que entre más bebés hubiera mejor, que no tendría reparo en cumplir los deseos de su amada si lo que quería era una familia numerosa.
Era suficiente, lo poco que quedaba del hígado del gemelo mayor se había ido a la mierda en cuanto escuchó la respuesta de su hermano y la imagen mental de ese par copulando atravesó su mente.
De manera sigilosa le pegó un puntapié en la espinilla a su hermano y este se lo devolvió. Le recordaba a cuando peleaban así de niños. Habían perfeccionado su técnica haciendo que ni siquiera su madre los descubriera. Sin duda alguna no podrían caminar bien al día siguiente. En fin, al menos tendría un día libre para recuperarse.
—Antes de irme, Honorable Numero Siete, debemos discutir unos asuntos en privado.
Extrañado pero no del todo, Amane le pidió que lo acompañara a su estudio y caminó tras él, tratando de que no notara el leve cojeo de su pierna izquierda.
—¿Sucede algo? ¿Quieres beber algo? —preguntó una vez la puerta se cerró y ambos tomaron asiento.
—No, gracias. Sólo quería hablar contigo, sobre ti. Has estado muy callado toda la noche. Apenas me di cuenta de que estabas ahí, creí que estarías feliz por Tsukasa. Dime, ¿Nene no te agrada?
—No, no es eso. No tiene que ver con ella, es sólo que... —Maldición, debía decir algo, lo que fuera, alguna de sus últimas preocupaciones, algo que sonara lo suficientemente importante como para mantenerlo así de distraído—. Ah... Se perdió un atún con municiones en este último desembarque. —Genial, si ya de por si había sonado como un tarado la última vez, ahora de seguro que el quinto podría reírse de él a sus anchas. ¿Qué estaba pasando con él? Él no era así, incluso cuando debía mentir no titubeaba ni un poco, estaba sereno, sin importar que tan bochornoso fuera lo que tuviera que decir.
—Es la primera vez que te pasa algo así, siempre has sido muy quisquilloso con la organización... Supongo que es por eso que estás tan distraído. Es esa misma distracción la que te hizo golpearte con una puerta, ¿no?
—Sí.
—Ya veo. Quiero pensar que así como Tsukasa tú también estarás considerando formar una familia, ¿no?
—No. Sabes mi posición respecto a eso. —Se recompuso de inmediato, una actitud defensiva al instante.
—Lo sé. Es sólo que esperaba que hubieras cambiado un poco de opinión desde la última vez que me lo dijiste.
—No ha cambiado ni cambiará. Tener una familia sería condenarla al sufrimiento. No quisiera que personas inocentes sufrieran por culpa mía.
—Es eso, ¿o eres tú el que no quiere sufrir?
—¿Disculpa?
—Amane, desde que nos conocimos hace unos años me pareciste un mocoso terco y asustado. Aun ahora te veo así, sólo con unos años más encima. Pero mi percepción de ti es la misma. Tienes miedo a sufrir, a perder a quienes amas, a hacerles daño y sin darte cuenta lo estás haciendo, no sólo a ellos, también a ti. Sé muy bien que Tsukasa es igual de terco y cabeza hueca que tú, sólo que al menos él es honesto en su actuar. Es como un niño en ese aspecto.
—Lo sabes, ¿no es cierto?
—Desde que Sakura me llamó supe que algo no estaba bien. Ese día mi rodilla dolía al despertar y eso solo significa dos cosas; uno, lloverá o dos, uno de ustedes hizo una estupidez. Y ese día no llovió. Además, estamos hablando de Tsukasa, ¿quién creería que tiene una relación formal?
—¿Qué sabes?
—Todo. Desde tu gusto por ella en primer año de bachillerato, su noviazgo, la propuesta de Misaki, el revolcón que se dieron hace unos días, incluyendo la pelea con tu hermano y tu intento fallido de negociación con él.
—No se te escapa ni una, maldito anciano. —Escupió con desdén.
—Es mi negocio, y mis arañas están en toda tu casa, ¿qué esperabas?
—Supongo que fui demasiado optimista al pensar que tal vez podría burlarte.
—Optimista e imbécil. Aunque hay algo que no logro entender del todo.
—¿Y qué es?
—¿Por qué quieres alejar a Nene? Ha sido el amor de tu vida por años. Aun cuando has tenido más de una oportunidad de pasar de página, simplemente te largas o declinas cada acercamiento, y ahora que está aquí la única persona que te pone en este estado de idiotez, decides que lo mejor será deshacerte de ella luego de haber pasado una buena noche. Sé que tienes miedo, pero en tu posición eres más que capaz de protegerla a ella, e incluso a uno que otro mocoso si es que así lo quisieran. ¿Acaso no te gustaría tener un motivo para vivir?
—¿No te parece que estás siendo un entrometido? No estoy de humor para escuchar sermones, siendo honesto.
El mayor suspiró resignado y dejó caer la mirada. Estaba de más seguir hablando.
—Entiendo —dijo, levantándose de la silla—. No te molestes en acompañarme, ya sé donde está la salida.
En cuanto la puerta se cerró detrás de la fatigada figura, Amane se quitó la máscara.
—Hyuuga, necesito que traigas la carpeta que dejé en la biblioteca y trae a Ne— que diga, a la señorita Yashiro a mi estudio. —Ordenó a través del radio que guardaba en uno de los cajones de su escritorio. Era su última oportunidad.
—¿Y bien?, no creo que te hayas ocultado todo este tiempo detrás de ese florero sólo para tratar de escuchar mi conversación con el séptimo. ¿Qué quieres saber?
La joven detrás del lujoso jarrón se asomó, como una niña reprendida, algo avergonzada. Tragó duro, había formulado la pregunta tantas veces en su mente y ahora ya no sabía como hacerla salir.
—Ya lo sabe, ¿cierto? Sobre Amane y yo.
—Así es.
—Quisiera saber entonces... ¿qué pasó con él? Quiero saber todo sobre él desde que nos separamos.
Parecía temerosa, pero aún así era lo suficientemente valiente para plantarse frente a él, una persona del bajo mundo, y pedir respuestas que ni siquiera estaba obligado a responder. Prendió un cigarrillo y le indicó que lo siguiera, sabía bien de la localización de los puntos ciegos en aquella casa.
Llegaron a un pasillo que la peliplata nunca había visto antes, conectaba a un balcón apenas lo suficientemente amplio como para que dos personas pudieran estar ahí. Sintió la brisa veraniega chocar contra su rostro y hombros desnudos en cuanto se expuso a la intemperie, respiró hondo y profundo y sintió como si algo en ella se relajara.
—Eso es algo que no puedo contestar, tendrás que preguntárselo tú misma —contestó el hombre mayor, viéndola de reojo en lo que exhalaba el humo del cigarro.
—No creo que me lo diga... No ha querido hablar conmigo desde... bueno, desde que nos volvimos a ver.
—Tal vez sea porqué sabe que si te contara todo lo que ha hecho y quien es ahora, dejarías de tratarlo como siempre lo has hecho. ¿O acaso puedes seguir amando a alguien que tiene las manos manchadas de sangre? —La observó, inhalando el humo del cigarro.
—Sé que sus manos están teñidas de rojo... Y aún así lo amo —respondió sin siquiera vacilar—. Sé que es un asesino, sé que no es una buena persona... aún así, lo amo y quiero saber más de él.
—Hagamos un trato —Sonrió—, dime un secreto tuyo que valga el trago amargo que me haría tomar si te cuento sobre él. Tienes hasta que acabe mi cigarro, si no, me iré.
Nene pensó sobre sus secretos más oscuros. Debía ser algo que nadie más supiera.
—En secundaria... —Inició—, solía practicar como besar con mi hámster.
Esperando que lo dicho hubiera sido algún tipo de broma para romper el hielo, le sostuvo la mirada aunque la seriedad en la faz de porcelana le dijo lo contrario.
—Inesperado, pero no creo que una confesión sobre zoofilia valga la pena —dijo, exhalando el humo, le quedaba menos de medio cigarrillo.
—¡Tengo más secretos! —exclamó—. ¡Hace todavía unos años solía escribir un diario fingiendo que Amane y yo seguíamos juntos!
—Ya lo sé, lo leí... Mi parte favorita fue la de tener cuatro hámsters y viajar con ellos a la luna, como en la película que vieron en su primera cita antes de ser novios.
Nene se sonrojó, ese era su secreto mejor guardado, sólo White Inferno había sido testigo de sus largas noches escribiendo para aliviar un poco la dolencia en su corazón, hasta que claro, el animalito pereció y ella decidió vender su diario a un mercado de pulgas. ¡Debía pensar en algo más!
—Espero que para mi próxima visita tengas algo mejor que contarme —dijo, antes de tirar la colilla apagada al jardín.
La albina asintió, no había perdido la oportunidad, había ganado más tiempo para pensar.
¿Qué tipo de cosas le podría contar a alguien que parecía saberlo todo?
Unos pasos apresurados interrumpieron el silencio entre ambos.
—¡Aquí estás, Nene!
Se trataba del castaño de sonrisa coqueta.
—¿Pasa algo, Natsuhiko?
—El Séptimo ha estado buscándote por toda la casa.
—¿A mí?
—Sí, como no aparecías en las cámaras y tampoco estabas en tu cuarto...
—¿Sabes para qué quiere verme?
—No, pero creo que lo mejor sería que fueras de inmediato. No está de muy buen humor...
—Es mejor que vayas. No te preocupes por mí, sé dónde está la salida. —Interrumpió el hombre mayor.
Tal vez en su próxima visita, Nene tendría algún secreto que compartir con él.
Algo que ni siquiera sus arañas pudieran averiguar.
—¡La encontré, Séptimo!
Ahí, sentado tras del escritorio de caoba estaba él. Observando a detalle los movimientos en el panel de seguridad.
—Bien, avisa que detengan la búsqueda y déjanos a solas —habló, todavía con la mirada pegada al monitor.
En cuanto el atolondrado personaje salió, la mirada de ónix se posó sobre el cuerpo de quien insegura lo veía desde la puerta.
—¿Qué necesitas? —preguntó, lo más firme que pudo.
—Primero, toma asiento. —Indicó hacia la silla frente a él y una vez se sentó, el zaino le pidió ver sus manos, a lo que, algo desconfiada accedió. Entrelazó sus dedos y se permitió observar lo bien que sus manos lucían unidas, lo bien que se sentía el roce sus pieles. Era un idiota cuando se trataba de ella.
—¿No me dirás que sucede? —Aun cuando el tacto gentil la estaba relajando, su sentido de alerta estaba activado.
—Perdóname. —Soltó, en cuanto sus ojos voltearon a ella. En un desconsolado atardecer se reflejó—. Perdón por lo que pasó ese día, no era mi intención... E-En verdad que no quería asustarte así, sé que no es justificación pero... Desde hace unos días no me he sentido como yo; no he podido dormir, olvido comer, las migrañas van y vienen... —El continuo tartamudear de su voz así como la falta de coherencia en sus líneas le dejaban ver a la albina lo afectado que se encontraba—. Tan sólo, por favor, quiero que entiendas que no planeaba lastimarte. Nunca ha pasado por mi mente siquiera asustarte y mucho menos golpearte, así que, por favor, ¿podrías disculparme?
—No tienes porque disculparte. No me hiciste nada a final de cuentas, bueno nada físico. —La fémina se soltó de su agarre, lamentando que de repente sus manos se sintieran tan frías—. ¿Eso era todo?
—No... —Observó sus manos antes de retirarlas—. Quiero mostrarte algo. —Tomando una carpeta de cuero negro que estaba al lado suyo, el mayor de los gemelos le mostró tres fotografías—. ¿Recuerdas que nunca decidías sobre donde querías vivir una vez te graduaras? Estabas indecisa entre una cabaña en medio del bosque, un departamento en una gran ciudad o una casa en los suburbios...
Justo eso era lo que Nene podía ver en esas imágenes. Fotografías de lugares preciosos. Parecían haber sido diseñados exclusivamente para ella. El zaino sacó la primera foto y junto con el los documentos correspondientes al mismo.
—El primero es una casa de campo en Chiusi, Italia. Tiene cinco habitaciones, tres baños, piscina, cocina grande, sala de estar doble, patio cubierto, área de fogata y barbacoa, también cuenta con una hectárea de área verde y la vista principal da a un viñedo. Luego... —Dejando de lado la primera foto junto con sus especificaciones, tomó la siguiente—. Un condominio en Khet Bang Rak, Tailandia. Está en el piso cincuenta de uno de los rascacielos más exclusivos del país. Tres habitaciones, dos baños, cocina grande, sala de estar, estudio, terraza privada y dos cajones de estacionamiento más pase VIP a la alberca olímpica del edificio. Por último... —Tomó la foto restante—. Una casa en Guerneville, California en Estados Unidos. Cuatro habitaciones, tres baños, cocina grande, sala de estar doble, patio a la intemperie, área de fogata y barbacoa, jacuzzi, cochera con capacidad para dos unidades, playa privada además de trescientos metros de jardín. Cualquiera de esas propiedades puede ser tuya. Sakura se encargará de tu traslado, cambiarás de identidad y te será transferida una pensión de por vida de cincuenta mil dólares mensuales, sí crees necesitar más dinero lo puedes hablar con ella.
La albina lo miró, entre confundida y asustada.
—Pe-pero... ¿para qué querría una de esas propiedades? ¿para qué cambiar de identidad? ¿para qué quiero esa cantidad de dinero?
Dulce necedad la suya. El varón se levantó de su asiento y se puso de rodillas a un lado suyo, la tomó de las manos y besó sus nudillos.
—Nene, mi amada Nene. Mi princesa. Entiende por favor, si quiero que te vayas no es porque no me duela tu partida; es porque amo tu sonrisa, amo tu voz, amo cada átomo que conforma tu persona y no quiero arriesgarte, no quiero hundirte junto conmigo. Te amo y por eso estoy dispuesto a dejarte ir de nuevo. Cumpliré uno de tus sueños de cuando éramos adolescentes y...
—Si en verdad lo fueras a cumplir, sabrías que ninguno de esos lugares es suficiente. Para que me convenza de irme de esta casa deberás venir conmigo. ¡Huyamos juntos a donde nadie nos encuentre! Podríamos hacer una nueva vida, casarnos, formar una familia... sólo tú y yo. —Lo interrumpió.
—Mi amor... —Sentía como las lágrimas empezaban a formarse en sus ojos, percibía el temblor en el cuerpo femenino, pocas veces la había llamado así y siempre provocaba el mismo efecto en ella; la descomponía totalmente—. No puedo desaparecer así como si nada, más de una persona quiere mi cabeza. Ir contigo significaría condenarte a peligros y sufrimiento y yo no quiero eso para ti. Una vez decidas a donde quieres ir, podrás continuar con tu vida como si nada. Lejos de todo esto, del peligro, de la muerte, de mí.
La muchacha tomó una de las manos que acariciaban sus nudillos y la llevó a sus labios, depositando un beso sobre sus dedos.
El contrario la miró, intrigado por cómo con un simple gesto estaba empezando a considerar su propuesta, y eso era malo.
—¿En verdad quieres que me vaya? —preguntó la joven, una vez estuvo segura de tener toda su atención—. ¿Podrás aguantar el saber que podría enamorarme de alguien más? ¿No te molestarás si comparto con alguien más la cama?
La escena de su hermano besándola, la hinchazón todavía en su labio inferior así como la imagen creada por su mente donde Nene era tomada por alguien más lo hicieron parpadear una, dos, tres veces, antes de tomar el rostro femenino entre sus manos y besarla. Tenía que reclamar nuevamente lo que le pertenecía, no podía permitir que el sabor de su hermano fuera lo último que la albina se llevara esa noche.
—Sabes que no puedo, no puedo ni quiero verte con alguien más. No sabes cuanto me estuve controlando para no asesinar a Tsukasa en cuanto lo vi besarte. Nunca podré aguantar verte con alguien más, jamás —susurró contra sus labios.
—Entonces bésame hasta que se me olvide el sabor de los besos de tu hermano.
La jaló hacia el piso junto con él, como si de alguna manera eso anunciara la caída de Nene Yashiro al escalón más bajo de la sociedad, y la besó. Ahogando en cada beso lágrimas que empezaban a salir de sus ojos, callando el deseo de su corazón por poseerla para siempre, pensando en que una vez se separaran el mundo, su mundo, se vendría abajo. Podía sentir sus manos acariciar su pecho y las propias aferrarse a su cintura y cadera mientras besaban, mordían y lamían los labios del contrario. Cuanto deseaba ceder a sus deseos y largarse de esa maldita vida con ella, iniciar de cero y cumplir las promesas de cuando eran un par de enamorados. Pero las posibilidades de hacerlo eran mínimas; más tardarían en llegar a su destino antes de que alguien ya lo hubiera ubicado, y eso no podía permitirlo.
Se separaron y se miraron, ninguno de los dos planeaba dar su brazo a torcer.
—Daría lo que fuera por besarte así a diario —confesó en un susurro.
—Sólo tienes que aceptar que me quede a tu lado para siempre. —Propuso antes de besar la punta de la nariz masculina.
—Ese es el problema, mi amor. Eres mucho más importante para mí que lo que yo quiera. Eres mi prioridad en cada momento, por eso te lo pido. Vete, huye a donde ni siquiera mi recuerdo pueda alcanzarte; simplemente, aléjate de mí. —Pidió con los ojos cristalinos, acomodando un mechón de cabello detrás de la oreja de Nene. La contraria sonrió amargamente.
—Lo siento, Amane; pero no quiero irme de tu lado nunca más y si para eso debo incluso pasar por encima de tus prioridades, no me importa. —Se levantó del piso y se encaminó a la puerta, el zaino la siguió, molesto y cansado ante la terquedad de su gran amor.
—¡No es tan sencillo como en tus tontos libros de amor! —exclamó antes de que saliera.
—¡Y aún así son los mismos tontos libros de amor que lees a escondidas! Cuando más débil te sientes... —Lo encaró y el zaino calló, no tenía más palabras para decir—. Antes de irme, quisiera saber algo, Amane. ¿No te parece que la cama se siente más fría y vacía?
—No he ido a ese cuarto desde lo que pasó.
—Ya veo... Si de algo te sirve, yo tampoco he regresado a esa cama. Buenas noches, Honorable Número Siete. —Se despidió antes de cerrar la puerta tras ella.
—Buenas noches, Yashiro.
—¡Estúpido, estúpido, Amane! —exclamó contra la almohada la enfurecida albina.
Por primera vez creyó sentirse como se sentía Tsukasa en sus momentos de rabia. Quería destruir los muebles de su cuarto, tirar todo, gritar, arrancarse el cabello, ir de nuevo al estudio, golpear a Amane y luego volver a besarlo solo para darle una cachetada y terminar llorando sobre su pecho.
¿Por qué le resultaba tan difícil aceptar su amor?
¿Por qué todos querían que se fuera?
¿Por qué nadie confiaba en su capacidad?
¡Les demostraría que ella también podía ser fuerte!
¡Ya les mostraría a todos de lo que estaba hecha!
Mientras tanto, lloraría hasta que sus ojos dolieran y ninguna lágrima más saliera de ellos. No podía darse el lujo de seguir siendo una debilucha llorona si aspiraba a convertirse en la compañera de vida de Amane.
Desde esa noche no había vuelto a dormir en una cama. Y mucho menos en esa. La vio desde el marco de la puerta y recordó vívidamente cada momento de esa velada entre esas cuatro paredes.
Habían cambiado las colchas y sábanas por lo que el aroma del cuerpo femenino ya no lo acompañaría como esa mañana. Entró al baño y no vio por ningún lado los objetos personales de Nene, mejor así. Una vez salió de la ducha fue a su closet y buscó una pijama, percatándose de que las prendas femeninas ya no acompañaban a las suyas, bueno, así tendría más espacio. Aunque igual sus prendas no ocupaban ni la mitad de la capacidad del mueble.
Cuando por fin se tiró sobre la cama entendió lo que Nene le había dicho y es que, en todos sus años durmiendo en ese cuarto, jamás lo había sentido tan vacío y frío como esa noche. Aun cuando era verano, un escalofrío invadió su cuerpo y lo obligó a cubrirse con las mantas. Se acostó de lado y su mirada analizó el espacio libre, era la primera vez que veía la cama ser así de grande.
Estaba ahí, en medio de aquella vacía y fría soledad, con recuerdos que lo hacían sentir igual por dentro. Nene tenía razón, la cama en verdad se sentía mucho más fría y vacía. Así como el hueco en su pecho.
Recordando las palabras de la albina, el zaino cerró los ojos y se perdió en fantasías que lo ayudarían a tratar de conciliar el sueño que necesitaba.
Escenarios donde él llegaba a casa, a ese amoroso y cálido hogar rodeado de un gran y bien cuidado jardín, su amada lo recibiría con una sonrisa y un beso lleno de amor y deseo. Sus retoños irían a su encuentro, a lo mejor serían un par de gemelos traviesos que no pararían de llamarlo papá mientras se le colgaban del cuello y de la espalda, entonces Nene los mandaría a poner la mesa y a guardar sus juguetes y él aprovecharía para robarle un beso más, antes de besar el vientre que llevaría en su interior a su tercer vástago. Independientemente de lo que fuera lo amaría igual; aunque siendo honestos, preferiría que fuera una niña ahora que su amada esposa ya hubiera dado a luz a dos varones. Se sentarían a la mesa y él escucharía atento las vivencias de sus hijos en la escuela y en su hogar, sonreiría cada que la mirada de Nene y la suya se cruzaran. Sería feliz...
Abrió los ojos de repente y se sentó. Estaba quedándose dormido y un sobresalto lo había despertado, sintió sus mejillas y se percató de que estaban húmedas.
—¡Maldición! —gritó, importándole poco si alguien lo escuchaba.
Cubrió su rostro con la almohada a su lado y ahogó miles de maldiciones, lágrimas, blasfemias y herejías en contra de la entidad creadora. Sea quien fuere, le debía más de una explicación para semejante condena y castigo.
Trataría de regresar a su hogar, de volver a sentirse amado y seguro con su familia. Incluso si no era real y nunca lo fuera a ser.
Conforme los orbes ambarinos iban abriéndose de a poco, sus ojos se enfocaron en la figura a su lado. Una larga cabellera de tonalidades claras, piel pálida, sus pechos al descubierto y mirada fija al techo.
El zaino sonrió, recordando la noche pasada.
Ciertamente había pasado un tiempo desde que salió a divertirse por última vez, con todo el desastre en casa apenas y le había dado tiempo de ocuparse de sí mismo y de sus pendientes. Por eso, de alguna manera agradecía que su hermano lo hubiera mandado a Akita para entregar un pedido a unos krysha que hacía ya un tiempo conocía; al menos con este encargo tan importante entre manos tendría el pretexto perfecto para ignorar sus llamadas y mensajes.
¡Nadie querría tener a la bratva enojada!
Estiró la mano hasta la mesita de noche y descolgó el teléfono, necesitaba que fueran a limpiar el desastre a su alrededor.
Se levantó con pesar mientras bostezaba y, luego de ponerse la ropa interior, se metió a bañar.
Recordaba haber salido de casa dos días después de la visita del anciano cara de araña fumigada y desde entonces había estado en distintos puntos del país, entregando y revisando cargamentos, supervisando que las actividades delegadas a los kobun hubieran sido acatadas y cumplidas a la perfección; de lo contrario, bueno... no le quedaba de otra más que recordarle a todos los presentes quién era él.
La noche pasada no había sido muy distinta de las demás; había esperado en el puerto norte de Akita a la hora indicada, veía los minutos pasar en su reloj de pulsera hasta que por fin una camioneta negra llegó, dejaron la direccional izquierda parpadear tres veces antes de apagarla. Salió de su vehículo y se encontró con el par de orbes grises que no tardaron mucho en reconocerlo. Con amplias sonrisas y los brazos extendidos le dieron un fuerte abrazo al más bajito.
—¡Menos mal fuiste tú quien nos vino a atender! No es por nada, pero tu hermano a veces nos hace sentir incómodos. De no ser por la cara juraríamos que ni siquiera están emparentados. —Rio uno de ellos.
—¡Eso me lo dicen bastante! —Soltó entre risas—. En fin, su pedido se encuentra en el almacén, ¿pasamos de una vez a revisarlo?
Con la afirmativa, el trío de varones se adentraron al lugar señalado por el zaino en lo que los encargados de la seguridad esperaban afuera, siempre atentos a lo que sucediera a su alrededor.
—Veamos, son una Remington 870 con culata ajustable y tubo de extensión en el cargador, un Mossberg 500 con gatillo de actuación suave y mira láser, una AR-15 y dos Smith & Wesson modelo 10 con cañones revestidos y culatas ergonómicas. Cada una con dos cajas de municiones y una más como cortesía de parte de mi hermano —mencionó una vez descubrió la caja donde tenían oculta la mercancía—. Por favor, revísenlas y háganme saber si hay algún problema.
El par de krysha no tuvieron que escuchar más antes de abalanzarse al contenedor y corroborar que todo estuviera en orden, tal y como lo habían pedido en lo que el de mirada ambarina prendía un cigarro para mitigar un poco el frío de su cuerpo. Akita a veces le parecía ser más frío que su hogar.
—Parece que todo está en orden —dijo satisfecho uno, en lo que el otro devolvía las armas a sus estuches—. En cuanto al pago, hablamos con Nanamine y nos dijo que no puede aceptar rublos, por lo que se hará una transferencia desde la sede en Moscú.
—Está bien. Fue un gusto hacer negocios con ustedes nuevamente. —Estiró la mano para estrechar la contraria, tratando de despedirse lo más cordialmente que pudiera pues estaba fatigado. Siendo honestos lo único que quería era acostarse y cerrar los ojos.
—¿Eso es todo? ¿Acaso no nos invitarás como siempre a algún sitio interesante? —interrogó el contrario con una sonrisa ladina.
Sintiendo que sus planes de ir a dormir temprano se irían al carajo, no tuvo de otra más que sonreír hipócritamente, apagar el cigarro con la suela de su zapato, lanzar la colilla por ahí y ponerse la máscara de anfitrión estrella.
—Claro que sí, solo estaba esperando a que Gennady regresara —contestó, observando al rubio que había vuelto a la seguridad del almacén—. Así que, díganme, ¿de qué tienen ganas el día de hoy?
Desde su lugar observó el cambiar de las luces sobre la pista de baile, los cuerpos que se pegaban y separaban acorde al ritmo de la música, las vibraciones sonoras hacían que el líquido en su botella creara ondas al compás. Normalmente estaría ahí, danzando hasta que sus pies dolieran o hasta que alguien interesante se le acercara con intenciones más que predecibles; aunque en ese momento no tenía ganas de eso, sólo quería dormir un poco y descansar, descansar lo suficiente como para poder cumplir con sus demás tareas. ¡Por todos los demonios! Sabía que el trabajo era demandante pero desde que a su hermano se le había ocurrido la maravillosa idea de extenderse y ampliar conexiones con el extranjero a duras penas podía recordar cómo se llamaba. Era cierto que había descansado bastante durante el tiempo en que Amane había estado fuera, mas no le parecía suficiente.
Tragó el remanente de su cerveza y se dirigió a la pista; bien, si de por si iba a desvelarse al menos que valiera la pena.
No era un maestro bailarín aunque tampoco era como si fuera igual de tieso y mojigato que el tarado de su gemelo; sí, aún estaba molesto con él y por eso en sus pensamientos siempre se refería a él como un menso. Se defendía bastante bien en cuanto a su performance en la pista de baile, le gustaba y lo relajaba; pero más que nada, le ayudaba a encontrar compañía nocturna.
Divisó a unos metros a sus dos acompañantes, sonrientes y con la mirada fija en los cuerpos femeninos que se removían bajo los ojos extranjeros. Suspiró un tanto aliviado, con esos dos entretenidos le sería más fácil irse, incluso si no encontraba a alguien con quien compartir la velada.
Se movió al ritmo de la canción; abriéndose paso entre los cuerpos sudorosos, observando atento, esperando encontrar a alguien que llamara su atención, cuando de repente sintió algo colisionar contra su espalda, volteó y la vio; tirada en el piso, con un vestido que apenas y cubría lo más íntimo de su anatomía, su piel blanca parecía absorber el color de las luces de neón a su alrededor, cabello suelto casi a media espalda de tonalidad clara y unos orbes que por un momento le hicieron recordar a alguien. La ayudó a levantarse tomando su mano. Su apariencia frágil lo hizo sonreír ladinamente y le invitó un trago.
Bingo.
Si había algo que había aprendido en sus visitas a clubes nocturnos era que muchas personas iban a esos lugares con máscaras puestas, y aunque a veces disfrutaba de tratar de adivinar quienes eran en realidad cuando el sol estaba en dominio del cielo, en ese momento no le importaba demasiado cuál sería la verdadera identidad de la chica bajo él.
Fue sencillo.
La pobre buscaba refugio.
Un corazón roto debido a la infidelidad de su novio.
Habían bastado unas palabras bonitas, un poco de alcohol, coqueteo descarado y manoseo bajo la mesa como para que aceptara ir con él a un hotel.
Y ahora ahí estaban; sus cuerpos unidos, sudor compartido, lenguas entrelazadas, sus pezones rozando contra su pecho en cada intrusión y sobre todo, sus gemidos y quejidos cada que mordía alguna parte de su cuerpo.
Se separó por un momento para contemplarla.
Una chica cuyo nombre había olvidado a los minutos de haberlo preguntado, pero con un rostro y un cuerpo muy parecido al de aquella que desde hacía unos días empezaba a vivir en su mente. Lastima que no tuviera unos tobillos igual de anchos, de haberlos tenido sin duda alguna los mordería pues dudaba que la original lo dejara siquiera acariciarlos. No como al imbécil de su gemelo.
Se preguntaba si sus rostros serían iguales durante el sexo, si al igual que esta chica anónima, ¿Nene lo atraparía entre sus paredes, sus piernas lo encarcelarían, sus uñas jugarían con el cabello que cubría su nuca y sus manos se aferrarían a sus hombros? Necesitaba escuchar más de ella, de sus alaridos y súplicas entrecortadas, quería grabar en su mente el dulce sonido que emitían esos labios tan desgastados al pronunciar su nombre entre beso y beso.
Imaginar que era con su "novia" con quien estaba en ese momento, no con una chica que simplemente se le parecía; y por un momento creyó su propia mentira.
Acarició su mejilla y besó su frente, bajó hasta su cuello y dejó más de una marca; pero cuando la fémina lo apartó para reprocharle, recordó que no era Nene con quien estaba. Era un estúpido.
Las quejas de la rubia cayeron en oídos sordos una vez sus manos se apoderaron del delgado cuello y empezaron a asfixiarla de a poco.
Quería ser testigo y verdugo gustoso de la manera en como lo que primero creería era parte del juego rudo, se convertía en un asunto serio. Su mirada pasando del placer y la lujuria al terror y desesperación absolutos, suplicando misericordia con ese par de orbes de tonalidad fucsia que lo habían confundido cuando por primera vez la vio. Sus uñas arañando sus manos, antebrazos y pecho, tratando de que eso bastara para liberarse, sin saber que en realidad eso estaba llevando al zaino al éxtasis. El rubor de sus mejillas se iba tornando a una tonalidad violácea, sabía que pronto sería azulada y eso lo hacía arder aún más.
En aquella habitación ya no se escuchaba el clamoreo pasional de un par de amantes, sólo el eco sordo de la lucha por una vida que sería injustamente arrebatada.
Finalmente, el cuerpo debilitado dejó de resistirse, sus manos resbalaron a sus costados, sus piernas abandonaron la lucha mientras el dominante continuaba su vaivén y, junto con el clímax del varón, el último destello de vida desapareció de su mirada.
Se dejó caer a un lado del inerte cuerpo, satisfecho y agotado. Eso tendría que bastar por ahora, en lo que buscaba la manera de amedrentar un poco el sentimiento que empezaba a agobiarlo cuando recordaba a Nene Yashiro. Cerró los ojos, recordando como cabizbaja se había despedido de él, prometiendo que en cuanto regresara le prepararía un pastel. Sonrió y permitió a su cuerpo descansar, no podía esperar a tenerla entre sus brazos de nuevo.
Salió del baño, encontrándose con el personal de limpieza y sus guardaespaldas, deshaciéndose del desastre que había dejado, eliminando todo rastro que hubiera quedado.
Ventajas de tener su propio hotel.
Si bien Amane manejaba las finanzas del grupo, no por eso significaba que Tsukasa fuera totalmente dependiente de él.
Él mismo se había logrado hacer con una pequeña fortuna a su nombre producto de algunos chantajes, desfalcos y apuestas ganadas, nada que deberle a su gemelo.
Terminó de vestirse con el cambio de ropa que le habían llevado y salió, necesitaba saciar su hambre.
—Comunícame con Natsuhiko, necesito saber como están las cosas por allá. —Solicitó a uno de los mastodontes que lo seguían de cerca en lo que caminaban por el pasillo para llegar al elevador.
El móvil del castaño debió haber sonado tres veces cuando contestó.
—¡Enano!
—¿Cómo va todo por allá? ¿Cómo está mi novia? —Dios, empezaba a acostumbrarse a llamarla así.
—¿Nene?, bueno, ¿recuerdas que te había pedido permiso para empezar un nuevo proyecto de jardinería?
—Sí, ¿ya tiene todos los materiales que le hacían falta?
—Así es, apenas hace unos días llegó el último saco de abono. Al parecer quiere hacer un pequeño huerto junto al invernadero, hemos tratado de ayudarla pero se niega rotundamente a recibir ayuda, dice que necesita algo con que desestresarse, así que ha pasado todas las mañanas preparando el suelo con ayuda de una azada y una pala. Cuando está descansando atiende las demás plantas, ya sabes; riega, poda, fertiliza y ese tipo de cosas. A medio día va a la cocina y ayuda a preparar el almuerzo y la cena, una vez termina hace postres y los reparte entre el personal. Gracias a esto ha empezado a ganarse el favor y la confianza de algunos, incluso de uno que otro guardia; luego de la cena, Sakura le enseña sobre los roles dentro de la organización, nuestros deberes y sobre los clientes más frecuentes del Séptimo. En mi opinión, creo que en verdad se está tomando muy en serio esto de querer unirse a nosotros. La otra vez entré a su cuarto y encontré libretas con notas y apuntes hechos por ella misma sobre lo que Sakura le enseña y lo poco o mucho que puede obtener de boca del personal.
Tsukasa rio sonoramente, atrayendo la mirada de algunas personas en el lobby. Nene en verdad que era todo un caso, pero no le sorprendió su determinación, desde que la había conocido en el colegio supo que si había alguien tan cabeza dura como su hermano, era ella.
—¿Y qué hay de la rata inmunda?
—¿Quién?
—El idiota con el que compartí útero.
—Ah, bueno... lleva dos días en el sótano. Desde que regresó de investigar sobre la desaparición de municiones no paró hasta dar con el responsable y... ya te imaginarás... Ya que soy el responsable de llamarlo a comer y a cenar he tenido la oportunidad de entrar y créeme que ese pobre tipo ya solo está deseando su muerte.
—¿Volvió a embriagarse?
—Ahora que lo mencionas... no recuerdo haberlo visto tan ebrio como de costumbre.
—Así que empieza a tolerarlo mejor...
—Eso creo, de todas formas estaré al pendiente y te haré sab—
—Hasta que por fin podemos hablar, Tsu. —Una voz conocida interrumpió al castaño. Una voz que Tsukasa había estado evitando en esos días.
—¿Qué quieres? —contestó con molestia—. He estado ocupado y creo que tú también.
—Es bueno saber que estás tan enterado de lo que pasa por acá. ¿Por qué no eres un buen hermano menor y me dices dónde demonios estás y qué demonios estás haciendo?
—Estoy en Akita, cumpliendo con mis funciones, tal y como me dijiste. Recién ayer entregué a Gennady y Sergei su pedido. Sakura ya confirmó la transferencia del restante.
—Bien, ¿y hoy que tienes que hacer?
—Primero necesito ir a comer, así que deja de arruinar mi apetito.
—Espero que luego de llenar tu estómago te tomes el tiempo de responder mis mensajes, sabes que detesto cuando no me contestas.
—Sólo si le mandas mis saludos a Nene, no pude despedirme como debía cuando me fui. Dile que le mando muchos besos~
—¿Sabes cuantas capas de concreto le pueden caer encima a alguien antes de que su respiración empiece a dificultarse? o ¿sabes cuantas descargas eléctricas por el culo soporta alguien antes de desmayarse? —preguntó con molestia entre dientes. Tsukasa sabía que de seguro estaría fingiendo una sonrisa mientras hablaba.
—No —respondió indiferente.
—¿Quieres averiguarlo?
—Preferiría que te ahorraras la molestia y solo le mandaras mis saludos a mi novia. Ah~ cuanto la extraño, no sabes cuanto quisiera ya regresar para estar con ella, abrazarla y llenarla de besos.
En respuesta la llamada fue terminada y el menor de los gemelos continuó su camino, su mañana había mejorado ahora que había molestado un poco a su hermano. Revisó su agenda y maldijo por lo bajo, debía tomar el metro si quería llegar pronto a su próxima cita. Tal vez podría desayunar algo en el tren o podría comprar algo de comida callejera.
El gemelo mayor le devolvió el celular al temeroso castaño, quien estaba inmovilizado por uno de sus mastodontes.
—A la próxima, espero que así como le informas de todo lo que pasa por acá, hagas lo mismo conmigo y me digas todo lo que hace mi hermano. —Sugirió, tomándolo por el cuello y acorralándolo contra la pared—. Ahora ve y termina el trabajo que dejé pendiente en el sótano, de lo contrario serás tú quien termine con las pelotas encementadas. ¿Entendido?
—¡E-entendido! —exclamó, nervioso por el aspecto del zaino. Si de por si a veces le parecía un demente, ahora mismo le parecía que estaba más cuerdo que nunca, y eso era mucho peor.
—No olvides esperar a que despierte antes de que lo lancen al mar.
—¿Vivo?
—Sí, no creo que pueda moverse. Ya tiene encima más de ocho capas de cemento seco.
—Está bien.
—¿Sabes dónde está Sakura?
—En Sapporo.
—Cierto, no lo recordaba... Supongo que entonces esperaré a que regrese.
—Me comentó que regresaría antes de las ocho.
—Bien, iré a mi cuarto a darme un baño y a descansar, quiero que me suban el desayuno y no quiero que nadie me moleste. Te quedas a cargo hasta la hora de la cena.
—¿Bajará para la hora del almuerzo?
—No, comeré en mi cuarto. —Concluyó, antes de darse la vuelta e irse.
El castaño suspiró aliviado, debía ser más cuidadoso cuando hablara con el menor.
Conforme subía los peldaños que lo llevarían a su recamara, sus oídos detectaron lo que parecía ser jadeos y gruñidos seguidos de lo que parecía ser un metal golpear rítmicamente contra tierra, un raspado apenas audible y el sordo caer de piedras y demás minerales le acompañaban. Algo que pocas veces se alcanzaba a escuchar hasta esa parte de la casa. ¿Se trataría de algún tipo de trabajo exterior? No recordaba que Sakura le mencionara algo sobre eso.
Luego de unos segundos, escuchó un grito que lo hizo parar en seco. ¿Qué demonios estaba pasando?
Sus acompañantes se pusieron en alerta al notar la evidente preocupación de su jefe.
Continuó su camino, tratando de averiguar de dónde venían esos sonidos, hasta que un segundo grito lo terminó de convencer de acelerar el paso, su diestra acercándose al bolsillo dentro de su chamarra que guardaba su arma, su mirada pegada a las sombras que se formaban en el pasillo por el que caminaba. Si había alguien oculto entre el follaje de los árboles podría detectarlo. No sería la primera vez que alguien fuera así de imbécil.
El sujeto de corbata roja se adelantó, cauteloso en su andar, llegó hasta la ventana y divisó con sumo cuidado. Luego de unos segundos, el zaino y su compañero lo vieron guardar su arma y señalar afuera, asegurándoles que todo estaba en orden.
El de mirada ambarina se asomó justo a tiempo.
—¡Y también quería decirte que eres el idiota con los ojos más lindos de entre todos con los que he salido! —exclamó la figura que levantaba en el aire una azada antes de dejarla caer sobre un surco— ¡AAAAAAAH! ¡No tienes idea lo mucho que te odio, eres un estúpido! —Intrigado por el nivel de cólera de la fémina en el jardín, trató de identificarla. Era una lástima que no llevara consigo sus lentes.
Y entonces, la protagonista de la escena volteó. ¿Quién más si no ella podría ser capaz de levantar con tanta determinación una herramienta de jardinería? ¿Quién más que no fuera Nene Yashiro podría tener dentro de sí tantas palabras amargas guardadas?
La vio susurrar algo. Algo que ni sus ojos ni sus oídos pudieron descifrar.
Por un momento se dejó llevar entre sus recuerdos.
Nene solía liberar su estrés de esa manera, haciendo trabajo pesado al aire libre y eso siempre le resultaba bastante entretenido de ver. Por lo que, si de por sí siempre la acompañaba en sus actividades del club cuando tenía tiempo libre, con mucha más razón la acompañaba cuando estaba así de molesta. Sus mofletes inflados, el sudor corriendo por su rostro y miles de insultos que no necesitaban caer en lo vulgar como para sentir el honor destrozado, la hacían ver extrañamente adorable. Quejándose y vociferando maldiciones contra maestros y compañeros con los que hubiera tenido algún tipo de roce, acompañando cada frase con el colisionar de una pala contra el suelo.
Aunque a veces, era su nombre que, amargamente pronunciado, acompañaba los palazos.
—¡Y aún no olvido que antes de desaparecer cambiaste mi apodo en el chat por "mi adorado daikon"! ¡TE ODIO, AMANE O COMO SEA QUE TE HAGAS LLAMAR AHORA! ¡Eres un tonto! —Continuó gritando a los cuatro vientos.
Guardó su arma y dejó salir un suspiro en lo que se sentaba sobre el piso junto al alféizar de la ventana, sentía su cuerpo relajarse a pesar de que a unos metros el amor de su vida estuviera insultándolo. A lo mejor su voz lo hacía sentir vivo, tal vez lo hacía recordar momentos dulces e inocentes... Pudiera ser que por un momento se hubiera olvidado de las manchas de sangre y mezcla que adornaban su sudadera y pantalón así como su rostro, y su mente le hubiera propuesto invitarle un helado a la albina, para hablar y limar asperezas. Tal y como hacía cuando discutían.
Pero una voz le recordó que ya no podría hacerlo.
—¿Quiere que la hagamos callar? —preguntó uno de sus guardaespaldas al notarlo tan callado.
—No, está bien. Solo quiero que sigan vigilándola como hasta ahora —dijo, observando al piso, tratando de ocultar el rubor en sus mejillas.
—Entendido.
Volvió a asomarse, ahora estaba regando los rosales. Detalló su atuendo; unas botas de trabajo, un overall de mezclilla con tierra en las rodillas, una camisa a cuadros de color blanco y azul cielo y un sombrero de paja, su cabello trenzado y el sudor bajando por su frente. Observó atento como arremangaba sus puños, dejando ver sus antebrazos y sus manos cubiertas por unos guantes de carnaza sostenían la regadera, su rostro colorado por el esfuerzo y el calor del casi medio día, sus mejillas manchadas por un poco de lodo...
Cualquiera podría decir que se veía poco femenina, que se veía sucia y descuidada; pero él no podía evitar verla y sonrojarse, porque desde siempre la había amado así.
Tan naturalmente hermosa.
Tan auténticamente ella.
Incluso cuando de sus labios no salían más que maldiciones que le eran dedicadas, no podía evitar pensar en lo mucho que le gustaría ir a donde se encontraba y hacerla callar con un beso, abrazarla fuertemente aun cuando se resistiera y hacerle cosquillas hasta que su ceño fruncido cambiara a sonoras risas que acelerarían sus latidos.
De repente, la escuchó tararear una melodía que conocía bastante bien y supo que era hora de marcharse, de lo contrario terminaría tarareando él también.
Se levantó, ojeándola una última vez.
Esperaba no volver a verla nunca más en lo que le quedaba de existencia y a pesar de eso sonreía como si estuviera mal de la cabeza, como si no fuera consciente de todo el peligro en el que su amada se encontraba; y todo porque una vocecilla dentro de su mente no paraba de recordarle que Nene lo había escogido a él por encima de su propio bienestar.
Continuó con su camino, tenía que quitarse los remanentes de cemento seco que habían terminado hasta en su cabello.
Impaciente y adolorido llegó hasta la habitación de la peliverde.
Por más que había tratado de dormir su cuello y espalda no paraban de arder, sus brazos se sentían entumecidos y sus piernas a duras penas lograban mantenerlo en pie. Necesitaba descansar, su cuerpo le exigía relajarse.
Sin embargo, ¿cómo hacerlo cuando todo en su mundo estaba patas arriba?
Bien podría haber solicitado la presencia femenina en su cuarto, pero sus extremidades inferiores, muy a pesar del dolor, le pedían que se moviera. A lo mejor todo en él se negaba a descansar, debía seguir adelante y nunca parar. Así que ahí estaba, parado frente a la puerta de la fémina, a punto de tocarla cuando escuchó más de una voz dentro, ¿se trataría de otra llamada de su hermano?
Entró sin previo aviso, muy por el contrario de lo que normalmente hacía, esperando a quitarle el celular a Sakura para volver a discutir con Tsukasa.
¿Por qué?
No lo quería aceptar, aunque era más que evidente que desde el beso entre su hermano y Nene, buscaba cualquier pretexto para discutir con él.
Una vez la puerta se abrió, miró dentro.
Había un pizarrón con fotografías de sus clientes frente a la cama, un mapa de la región sobre el escritorio y un par de figuras que lo veían sorprendidas ante la interrupción.
Sosteniendo un tanto de documentos, la ojiverde preguntó por el motivo de su intrusión, en lo que la de tobillos anchos ocultaba una libreta por detrás de su espalda y evadía a los orbes ambarinos.
—Solo quería saber si ya confirmaste mi cita con el quiropráctico —dijo, sintiéndose como un tarado al haber interrumpido.
La asistente del gemelo menor afirmó haberlo hecho y le pidió que la siguiera en lo que salía de su cuarto, pues había dejado los detalles por escrito en el escritorio de su estudio.
Nene se levantó y fue hasta el mapa, dándole la espalda al zaino, quien sin pensarlo dos veces cerró la puerta y siguió a la de mirada indiferente.
—Tal y como me pidió, la cita está a nombre de Kusakabe Shu, está agendada para mañana a las diez de la mañana. El quiropráctico sugirió que desayune para evitar que vuelva a desmayarse como la última vez y que lleve un cambio de ropa —dijo, entregándole un post-it con las sugerencias del doctor.
—Entiendo —respondió, tomando el papel y metiéndolo en el bolsillo de su pantalón.
—Si eso es todo, entonces me retiro.
—Espera. —La detuvo, inseguro de si hablar o no. No obstante, luego de unos segundos en silencio, tomó aire y terminó por sincerarse—. Sé que Tsukasa te pidió estar al tanto de todo lo que sucede aquí mientras no está y que se lo hagas saber, pero agradecería si la conversación que estoy por iniciar contigo la mantienes en secreto.
—Tsukasa es mi jefe directo por lo que debo acatar todas sus órdenes —contestó sin dudar ni un segundo antes de soltar un suspiro y verlo a los ojos—. Aunque, quien paga mi salario es usted, Séptimo. Además de que es el wakagashira de la organización después de todo.
Amane se sintió un poco más aliviado por la respuesta de Sakura, era cierto que gracias a su rango podía exigirle obediencia absoluta; mas, prefería evitar ese tipo de actitudes con personas con las que interactuaba a diario.
—¿Puedo saber que le has estado enseñando a Yashiro?
—Me pidió que le enseñara sobre la organización. Sabe que nos dedicamos al comercio de armas. Está aprendiendo sobre la jerarquía del personal, la división de regiones, el giro de los demás misterios, la cartera de clientes y las zonas que tiene en su dominio. Ahora mismo estábamos repasando sobre la jerarquía de nuestro grupo y los nombres y datos de sus clientes más frecuentes, luego planeaba mostrarle los puntos de entrega y desembarque y hablarle sobre los métodos que tenemos para ocultar la mercancía.
—Sé honesta, ¿crees que ella logre adaptarse a esta vida?
—Creo que es idealista, ilusa, crédula y demasiado inocente... Pero también es dedicada, necia y muy perseverante. Creo que eso basta como para que hasta alguien como ella logre hacerse de un lugar entre nosotros; a final de cuentas, tiene un objetivo claro.
Las palabras de Sakura hicieron que algo dentro de él se sintiera ansioso e inseguro. Hubiera preferido que en Nene no hubiera la más mínima pizca de agallas, que luego de enterarse de los detalles más insignificantes y generales de sus actividades saliera huyendo, que simple y sencillamente la cantidad de información fuera tan abrumadora que le causara jaquecas y le terminara rogando por salir de ahí; no obstante, parecía haber olvidado que la albina y él eran igual de necios en cuanto algo se metía a sus cabezas.
Sin más que decir, se dio media vuelta y emprendió el camino, aunque la peliverde lo hizo parar en seco.
—Séptimo, no olvide que en unos días vendrán los Tanaka. El señor Katsumoto mencionó algo sobre una propuesta.
El zaino se cubrió el rostro con la diestra y poco a poco la fue bajando hasta que quedó nuevamente pegada a su costado, volteó a verla con una sonrisa hipócrita. Lo que le faltaba.
—¿No dijo qué tipo de propuesta?
—No.
—Está bien, entonces debemos prepararnos para su visita.
—Los preparativos iniciarán mañana, sólo necesito que revise si los tentempiés propuestos son de su agrado o prefiere cambiarlos.
—Mañana los revisaré antes de ir al doctor.
—Entendido.
—Yashiro... ¿ya tiene un kimono?
—No, planeaba prestarle uno.
—No te preocupes, yo me encargo. Tú concéntrate en que todo salga bien. Ya tienes demasiados asuntos que atender.
—Está bien.
—Y... disculpa si parezco abusar; pero me gustaría que le contaras sobre los planes que tenemos de expandirnos a Aomori y al sur de Akita, no olvides mencionar los distintos negocios que manejamos para lavar dinero, incluye lo de la apertura del orfanato y que no se te pase dejarle bien en claro como debe comportarse con ese idiota de Katsumoto. Lo que menos quiero es tener problemas con ese maldito anciano de mierda.
—Bien. ¿Alguna otra cosa?
—Sé que parece que pido mucho; sin embargo, en este punto creo que has entendido bastante bien qué es lo que quiero lograr con esto.
—Sí, y me encargaré de que su cometido se cumpla, aunque me parece injusto.
—Esta vida es injusta, es lo primero que tiene que aprender.
Sin decir más se fue, dejando un sabor amargo en la boca de la peliverde.
Katsumoto Tanaka; cincuenta y ocho años, coleccionista de armas, lleva siendo cliente del Séptimo desde hace tres años.
Su última participación como servidor público fue cuando formó parte de la Cámara de Representantes; de ahí que conociera al padre del Séptimo, quien formaba parte de la Cámara de Consejeros, aunque eso creo que lo sabes bien.
Debido a su popularidad es que su gusto por las armas podría ser visto como algo tabú considerando que en su momento estuvo a favor de las reformas en la Ley de Control de Armas de Fuego y Espadas de Japón, por lo que es preciso mantener un perfil bajo; además, afirma que con las regulaciones y los costos de permisos le resulta más fácil y económico adquirir sus piezas a través del comercio ilegal.
La gran mayoría de sus pedidos están conformados por armas blancas artesanales personalizadas. Desde simples cuchillos de cacería hasta espadas; aunque, su última compra fue un rifle Winchester modelo 1873, mismo que será entregado en unos días.
Su familia está conformada por su esposa, Azumi Tanaka y sus cuatro hijas; Chiasa, Chihiro, Eshima y Hoshikiri. Chiasa, Chihiro y Eshima están casadas con altos funcionarios de las prefecturas de Oita, Osaka y Sapporo, cabe destacar que todos estos matrimonios fueron acordados entre familias.
En cuanto a su personalidad; es muy serio, estricto, severo, perfeccionista y tradicionalista. Se rumora que es cruel y recurre a la violencia física en contra de su hija menor y su esposa cuando hacen algo que no le parece adecuado. Te recomiendo que no le dirijas la palabra a no ser que te haya preguntado algo directamente, no lo mires a los ojos porque lo va a considerar una falta de respeto. Simplemente mantén la cabeza agachada, pégate a las paredes, pasa desapercibida. Si haces lo que te digo, no tendrás problemas en su presencia.
¡Ah, otra cosa antes de que me olvide!
Tiene la costumbre de hacer comentarios sobre las mujeres bastante... desacertados, por lo que te sugiero que aun cuando diga o haga algo que te moleste, no digas absolutamente nada. Créeme, es mejor evitar problemas con ese sujeto. Más ahora que el Honorable Número Siete planea expandirse.
Esas habían sido las palabras de Sakura, y ahora las recordaba mientras terminaba de pintar sus labios de un tono rosa pálido, apenas notorio. Sus mejillas igual, algo leve, no tan exagerado. Katsumoto no lo vería bien, no quería que encontrara en ella el más mínimo defecto. Nada que pudiera traerle problemas a Amane.
Su cabello estaba recogido con ayuda de la peineta que hacía juego con el kimono que Sakura le había llevado; un rodete casual y a la vez lo suficientemente formal como para la ocasión.
Observó su reflejo y sonrió satisfecha, estaba nerviosa pues desde hacía un tiempo que no usaba ese tipo de vestimenta. Sólo la había llegado a utilizar durante los festivales a los que iba con Amane y claro, desde que el muy tarado había decidido desaparecer sin dejar rastro, ya no había tenido ni ganas ni deseos de acudir a ellos.
Admiró nuevamente su atuendo.
La suavidad y delicadeza de la seda blanca que cubría graciosamente su cuerpo la hacía sentir etérea. La belleza de las camelias rojas bordadas que lo adornaban en tonos tan vibrantes que solo podían competir con el de su mirada eran el foco principal de atención, cada diseño cuidadosamente elaborado y detallado, un trabajo artesanal del que no podía siquiera imaginar el costo. Un obi de seda negra que se aferraba a su cintura, haciendo contrastar el conjunto y un sensu pintado a mano con dibujos de peces koi y camelias rojas... demasiado parecidos a los que había visto en la espalda de su amado.
Se preguntaba si había sido mera coincidencia o si sus sospechas eran ciertas y Amane había escogido ese conjunto para ella.
De solo pensar en esa posibilidad, sus mejillas se tiñeron de un carmín casi tan intenso como el de las flores en su vestimenta y soltó un chillido. Sakura le dijo que lo había comprado ella, pero algo le decía que no era así.
Tomó su bolso de nudo, hecho de la misma tela que su vestido, y salió corriendo de su cuarto, quería apresurarse para ayudar con los últimos detalles antes de que las visitas llegaran.
Chapter 7: 6
Chapter Text
Faltaba media hora para que llegaran, o al menos eso era lo que el chofer de los Tanaka les había comunicado.
Amane se sentó en la sala, esperando y maldiciendo por lo bajo en lo que fumaba un cigarro.
A pesar de lo que muchos llegaban a pensar, su problema con el tabaco no era algo "crónico" por llamarlo de alguna manera; por el contrario de su gemelo, quien era un fumador social, el mayor recurría a esto sólo cuando se encontraba en situaciones de bastante estrés. De ahí que las últimas semanas su consumo de nicotina hubiera aumentado drásticamente, casi al grado de asquearlo; sin embargo, ¿qué más podía hacer?
La nicotina le ofrecía una solución casi instantánea. Agradecía que todos los cigarrillos convencionales la tuvieran entre sus ingredientes principales y por lo mismo fuera tan sencillo dejar de pensar en sus males por unos minutos.
Se recostó por un momento, dejando caer la cabeza sobre el respaldo y pensó en algo más que no fuera el inminente dolor de cabeza que le daría después de la visita de Katsumoto. Siempre era así. Había sido buena idea el haber dejado una jarra de agua en su cuarto junto con las pastillas que mitigaban sus malestares.
Ahora que lo pensaba, Sakura no le había dicho nada sobre la reacción de Nene en cuanto al vestido. Esperaba que hubiera bastado con su ojo de buen cubero como para adivinar la talla precisa ya que bueno, recordando la desnudez de su cuerpo, podía asegurar que algunas zonas habían crecido exquisitamente. ¡No es que fuera un depravado! ¡No! Simple y sencillamente admiraba la belleza del cuerpo femenino...
Era cierto que no era un experto en cuanto a moda; a decir verdad, de no ser porque su hermano menor había quemado casi todas sus prendas de vestir muy seguramente seguiría usando la misma ropa rota y desgastada que hace unos años. El menor de ambos se lo había dejado en claro, él ya no era el Amane que hacía encargos para peces gordos a cambio de una miserable paga, él era el Honorable Número Siete y por lo tanto debía actuar y vestir como tal; por lo que si bien seguía sin tener un guardarropa tan extenso como el de Tsukasa, al menos podía decir con seguridad que lo que ese mueble guardaba eran prendas hechas a su medida, confeccionadas con ayuda de un sastre y un diseñador de imagen. No lo negaba, le gustaba como se le veían a pesar de que cada que recordaba la cantidad de dinero que había gastado en aquella ocasión sintiera como si le dieran una patada en el abdomen. Y vaya que estaba familiarizado con ellas.
En fin, esperaba que, aun cuando sus gustos podían ser tachados de anticuados, el kimono que le había regalado a Nene fuera de su agrado y que se le viera de la misma manera en que la había imaginado cuando lo vio. El precio había quedado en último plano; porqué cuando se trataba de ella sabía que de poder hacerlo, bajaría las estrellas y la luna y se las obsequiaría, incluso si era de manera anónima como en esta ocasión.
Aunque siendo honesto, prefería verla sin nada puesto.
Dio una última bocanada al cigarrillo, sería mejor pensar en algo más o de lo contrario tendría que atender el mismo problema que lo había estado atormentando esas últimas noches.
En eso escuchó pasos acercarse, esperaba que todavía no llegaran sus invitados. Volteó a la entrada de la sala, esperando encontrarse con Sakura o alguien más; pero en su lugar se encontró con el kimono blanco siendo portado por su dueña, por un momento se olvidó incluso de que todavía no había exhalado el humo del tabaco; olvídenlo, muy seguramente se lo había terminado por tragar sin darse cuenta y es que... ¿qué se suponía que debía hacer cuando tenía a semejante diosa frente a él?
Todo en ella era perfecto; la peineta, el kimono, el obi, la bolsa, y el sensu que había sido un encargo caprichoso cuyo diseño esperaba que de alguna manera pasara desapercibido.
¿En qué demonios estaba pensando cuando pidió que estuviera decorado de esa manera?
Oh, cierto. Sólo pensó que sería una buena manera de marcarla como suya, aun cuando frente a todos tuviera que cargar con el título de novia de su hermano menor.
La vio acercarse a él tímidamente, jugando con sus mangas. Su cabeza agachada y sus pasos cada vez más lentos, ¿por qué demonios tenía que ser tan adorable?
—Gracias, por el kimono... es muy lindo al igual que todo lo demás —dijo, atreviéndose a verlo a los ojos. Sus mejillas pintadas de carmín natural y una sonrisa que no había visto desde hacía tanto tiempo.
Al parecer subestimó a Nene o a lo mejor, Tsuchigomori tenía razón y estaba actuando como un tarado enamorado que ya no podía pensar con lógica cuando se trataba de ella. Corrección, desde que se había percatado de sus sentimientos por ella no había habido un sólo día en su miserable existencia en que sus neuronas pudieran conectarse debidamente cuando en su mente aparecía su imagen.
—No agradezcas y tampoco lo malentiendas, era necesario para la visita de hoy —respondió, evitando su mirada y apagando el cigarrillo en el cenicero. Tenía que al menos actuar como un cerdo descorazonado en lugar de un idiota que se arrodillaría a sus pies si así se lo pidiera.
La fémina se quedó callada por unos segundos, antes de sonreír brillantemente y responder.
—Aun así, gracias... —Logró su cometido. Había descubierto a quien compró su atuendo y eso bastaba como para pintar una sonrisa sincera en su rostro—. Tengo que ir con Sakura para terminar de arreglar los floreros. — Se despidió, haciendo una pequeña reverencia antes de darse la vuelta y empezar a caminar.
El contrario la observó nuevamente antes de que se fuera, se levantó de su lugar y fue hasta donde estaba, tomándola de la mano y acercándose peligrosamente a su rostro.
¿Acaso la besaría? Nene se preparó, si quería besarla lo permitiría, porque ella también lo quería.
Pero no era así, se le acercó para reacomodar la peineta que empezaba a aflojarse, para pasar un mechón rebelde por detrás de su oreja y arreglar el cuello de su prenda. Le clavó la mirada, sabía que estaba por decirle algo, cuando Sakura llegó con la noticia que menos quería escuchar, los Tanaka habían llegado.
Lo primero que hizo en cuanto el adulto frente a él lo abrazó fue pensar en cuál de todos sus pecados sería el que estaría pagando en ese momento. ¿Sería lo de los salchipulpos?, ¿lo del cemento?, ¿los dedos cercenados que sirvieron como cena para su tortuga? Quien sabe, pero estaba más que convencido que debía ser alguno de esos.
Para este punto ya debería estar acostumbrado, y resignado, a las muestras de afecto de ese individuo. ¡Con una mierda, el sujeto lo había cargado cuando aún andaba en pañales! Después de todo, su padre y él se conocían dados sus puestos en la política; sin embargo, eso no quitaba el que siguiera haciéndolo sentir incómodo, y más aún con Nene presente.
Ya tenía una idea sobre cuál era la propuesta que traería con él. Esperaba que al menos fuera lo suficientemente prudente como para hacerla una vez estuvieran a solas.
¿Hasta cuándo lo estarían molestando con ese tipo de estupideces?
Suspiró, fingió una sonrisa y le devolvió el gesto.
Haría lo que fuera para quedar en buenos términos con él. Necesitaba su favor si quería que su ingreso al sur fuera sencillo y sin tantos contratiempos.
—¿Creciste? Te veo cambiado, hay algo distinto en ti... —comentó el mayor, observándolo de arriba a abajo.
—No creo haber cambiado mucho desde su última visita. —Esbozó una sonrisa.
—¿Será el ojo morado? Deberías dejar de meterte en riñas de ese tipo. De lo contrario ya no les gustarás a las chicas.
—Ese es el menor de mis problemas. Aún así, gracias por su preocupación.
—Me preocupo por ti, muchacho. En ti veo al hijo que nunca tuve... ¡Solo Dios sabrá porque nunca me bendijo con un varón y en su lugar me maldijo con cuatro inútiles! —Volteó a ver con asco y repudio a su par de acompañantes femeninas.
Amane tuvo que morder el interior de su mejilla para no decirle algo, no le gustaban ese tipo de actitudes. Suponía que en parte se debía a que había crecido bajo el cuidado de su madre y por lo tanto le costaba mucho más controlarse cuando se trataba de comentarios despectivos hacia las mujeres; por lo que decidió cambiar el rumbo de la conversación.
—Agradezco que me tenga en ese concepto. Ahora bien, ¿por qué no pasamos a mi estudio para revisar su encargo? Los bocadillos serán servidos en breve y posteriormente podríamos pasar al campo de tiro. Tal y como me solicitó la última vez, le enseñaré lo más básico de su nueva arma y como dispararla.
—¿Sigues sin sentar cabeza?
—¿Disculpe? —Maldición, el anciano estaba siendo demasiado directo e imprudente.
—Sí, quiero saber si sigues soltero. A tus veintiséis años, con todo el dinero y poder que tienes me cuesta bastante creer que no tengas alguna novia por ahí. —Con un demonio, lo estaba poniendo en una situación difícil considerando que Nene estaba ahí, a tan solo unos metros, donde fácilmente podía escuchar toda su conversación—. No me digas que los rumores son ciertos y... ¿¡Estás saliendo con la chica de Las Escaleras Misaki!?
—¿¡Eh!? ¡NO! ¡Claro que no! —Se alteró, de solo pensarlo un escalofrío recorrió su espalda.
—Entiendo que es muy guapa pero no creo que sea una mujer que sirva como esposa. A final de cuentas es solo una puta, como todas en ese lugar. Claro que no está mal que te diviertas con cuantas quieras, aunque deberías empezar a pensar en una familia. Hay muchos rumores corriendo por ahí sobre ti. —Sabía bien a qué tipo de palabrería barata se refería, así que prefirió no ahondar en ellos.
—Créame que no. No estoy involucrado con nadie de ese lugar en ningún sentido.
—Ya veo... Entonces, ¿ya tienes a alguien? ¿Se trata de la muchacha que está junto a Nanamine? —cuestionó, señalando a Nene. Antes de que pudiera decir algo, el vejestorio ya había llegado hasta donde se encontraba la fémina de kimono blanco quien, nerviosa y algo alterada por todo lo que había estado escuchando trataba de mostrarse serena, se dejó manipular, cuidando que su mirada no se cruzara con la del energúmeno al que felizmente quisiera decirle más de una cosa—. Seré honesto, tiene una linda piel y sus pechos y caderas se ve que servirán para concebir al menos tres o cuatro crías... Aunque es bastante fea... ¡Deberías buscar a alguien más!
Nene palideció, se mordió la lengua y reprimió cualquier instinto asesino que estuviera a nada de salir. Debía aguantar por Amane.
—Se llama Yashiro Nene y es la pareja de... mi hermano.
—¿De Tsukasa? Bueno, no me sorprende viniendo de un degenerado como él. ¡Casi me provocas un infarto! Creí que tus estándares eran así de bajos.
El tic en el ojo de Amane empezaba a delatarlo, no importaba cuanto sonriera, su semblante no podía traicionarlo más. Tenía tantas ganas de tomarlo por el cuello, golpearlo hasta deformar su rostro y sacarle los ojos con una cuchara, hacérselos tragar y luego obligarlo a comer basura y los desechos de sus perros por lo que le quedara de vida; sin embargo, ya no tendría el pase libre al sur.
—Bueno, ¿qué tal si dejamos a las damas a solas en lo que vamos a atender nuestros propios pendientes?
—Sí, creo que será lo mejor. ¡Son unas ignorantes que no comprenderían de qué estamos hablando! —Soltó entre risotadas—. ¡Ah, antes de irnos! Quisiera que conocieras a alguien. —Harto de todo, no le quedó de otra más que voltear a donde el vejestorio señalaba—. Ella es la menor de mis hijas, tiene dieciséis años y en unos meses cumplirá diecisiete, pero créeme que es toda una señorita. Su nombre es Hoshikiri. Creo que en algún momento se conocieron.
—Ah sí, de la primera vez que fui a su casa a hacerle una entrega.
—¡Qué buena memoria tienes! En ese momento no pensé que fuera necesario presentarlos porque bueno, como verás es muy tímida y era ya muy tarde. ¡Aunque sabe cocinar, limpiar, coser, bailar y sobre todo es muy callada! ¡Ni te das cuenta de que está ahí! Mi mujer se ha encargado de criarla y enseñarle a ser una buena esposa.
—Es bueno saber que los valores familiares se preservan.
—Sabes, tus padres siempre anhelaron que tanto tú como tu hermano encontrarán compañeras a su nivel. Mujeres bien educadas y que comprendieran su lugar dentro del hogar. Y aunque Tsukasa parece haber encontrado a alguien eso no le quita lo degenerado. ¿Qué pensarían tus padres si supieran que es bisexual? Tú... no eres así, ¿verdad?
—Créame que mi decisión de no involucrarme con alguien de manera sentimental no es debido a mi orientación sexual. Si no porque no lo veo como una prioridad en este momento.
—Un hombre centrado y trabajador. ¿Qué no daría por tener a alguien así en mi familia? ¡Serías el orgullo de cualquier suegro!
—Ya tiene tres yernos que estoy seguro que cubren ese perfil.
—Sí, pero ninguno de ellos eres tú.
—¿Por qué no pasamos de una vez a mi estudio? Será mejor continuar allá nuestra conversación. Sakura se encargará de atender a su esposa e hija —dijo, tratando de llevar todo ese discurso tan incómodo a otro lugar donde no pudiera seguir haciendo daño.
Una vez el par de masculinos se fueron, la peliverde se presentó con la señora Tanaka y la guio hasta la sala donde tomarían el té y hablarían en lo que su esposo y el Séptimo terminaban de atender sus pendientes en privado.
No obstante, Nene se quedó congelada en su lugar, sin saber que hacer o qué decir. Necesitaba aire y golpear a alguien. Esperó que no hubieran moros en la costa y una vez estuvo totalmente segura de que ya nadie la escucharía, no se permitió la censura.
—¡Maldito viejito calvo con olor a formaldehído! ¡Debería ser un poco más caballeroso con las mujeres, es por eso que nadie lo aguanta! —exclamó, conteniendo la voz lo más que podía, no quería que las paredes la escucharan.
Su rabieta continuó por un buen rato, entre maldiciones e insultos dirigidos al invitado de Amane deshizo sus cuerdas vocales, cuando un sonido la hizo parar en seco. Estaba tan centrada en ofender al cabrón que la había insultado que no se había percatado de la figura tras ella, hasta que escuchó su sollozar.
Mierda.
Volteó y observó temerosa a la adolescente de cabellera oscura, ojos tan profundos como el ónix y kimono de colores rosa y azul pastel.
—¡Ah! No... no era cierto lo que dije de tu padre. —Rio nerviosa, acercándosele y pasando un brazo por encima de su espalda— ¡Claro que no es un viejito calvo con olor a formaldehído! Es sólo que... ah bueno, ya sabes... eh... ¿Estoy en mis días? ¡Sí, es por eso que estoy tan irritable! ¿Por qué no vamos a la cocina? ¡Podría prepararte algo, soy muy buena cocinera! Sólo... por favor no le digas esto a nadie. —Trató de convencerla en lo que buscaba la manera de consolarla.
—¡Es un maldito hijo de puta! —exclamó la temblorosa joven, deshaciéndose del abrazo de la albina, quien la observó boquiabierta—. Todos los días le pido a Dios por su muerte... Quisiera que desapareciera. ¡No lo aguanto, no lo tolero! ¡Desde que nací mi vida ha sido un infierno!
—Tranquila, baja la voz, podrían escucharte... —susurró Nene, aterrada de que alguien oyera el discurso de odio de la joven.
—¡No quiero hacerlo! Llevo toda mi vida queriendo decir esto y... ahora quiero sacarlo todo... ¡Estoy harta de callar!
Renuente a que siguiera con su acto en medio del pasillo que conectaba a casi toda la casa, le pidió que la acompañara a un lugar donde, por experiencia propia, sabía que podría gritar y desahogar todo aquello que su alma llevaba guardando. Claro, no sin antes avisar a Sakura que estaría con Hoshikiri mostrándole los rosales.
Una vez la muchacha se calmó, Nene le ofreció un poco de agua pues una de las mayores desventajas de tener como lugar seguro el invernadero era su temperatura ligeramente más alta que el promedio.
—¿Ya estás más tranquila? —preguntó, dirigiéndola a un banquito.
—Sí... Gracias, por no acusarme y perdón por haberte asustado hace rato... Es solo que no sé qué vaya a ser de mi en unas horas... Tengo tanto miedo... —respondió, sosteniendo con manos temblorosas el contenedor cristalino.
—¿Qué sucede? —cuestionó verdaderamente preocupada.
—¿No lo sabes? Acaso... ¿en verdad estás acá por voluntad propia?
—¡Claro que sí! Bueno, algo así...
—¿¡Por qué!? No me digas que estás con Yugi Tsukasa por... ¿amor?
—¡E-es complicado! Pero en parte es cierto, estoy aquí por amor... Lo amo como no tienes una idea —confesó, sus mejillas totalmente sonrojadas.
—Pues mi mejor consejo es que huyas si puedes hacerlo. ¡El par de enfermos que viven aquí son unos monstruos, podrían matarte en cualquier momento! Dudo siquiera que puedan sentir felicidad o algo tan hermoso como el amor... —exclamó horrorizada. No entendía como alguien que parecía ser tan amable estuviera por gusto en ese nido de víboras.
—¡Tranquila! —La tomó entre sus brazos, queriendo evitar que de nuevo llorara—. ¡Ellos no son tan malos como parecen!
La de colores pastel la observó fijamente en lo que terminaba el remanente de su bebida, aclaró su garganta y se decidió a compartir lo que sabía. Era lo menos que podía hacer por alguien que había sido tan comprensiva con ella.
Tenía que advertirle sobre los Yugi.
La primera vez que los vi fue hace tres años. Llamaron a la puerta de mi casa en medio de la madrugada, pasaron por debajo de mi balcón y los espié desde mi ventana, llevaban con ellos un par de maletas. Una de ellas iba dejando un rastro de tonalidad oscura que por la poca iluminación no pude identificar bien.
Mi padre no cabía de la felicidad, los abrazó y los invitó por unos tragos. Me escabullí y fue así como los pude ver completamente desde el pasillo. Estaban cubiertos de sangre, sus sonrisas eran casi demoníacas, sus ojos no parecían ser los de una persona que acaba de matar a otra persona y se arrepiente... Por el contrario, nunca creí que alguien pudiera verse así de feliz luciendo como un total desquiciado. No aguanté más, hui a mi cuarto y lloré toda la noche por el miedo, temía que enloquecieran y me mataran.
Al día siguiente supe que se trataba de los gemelos Yugi; hijos de uno de los mejores amigos de mi padre y a quienes se les había dado por muertos. Mi padre no paraba de elogiarlos, estaba satisfecho con su trabajo, pues no sólo le habían conseguido la katana que tanto quería, si no que como "regalo" también le habían llevado la cabeza del jefe de la familia que se negaba a vendérsela... Eso era lo que iba dejando un rastro que aún hoy día se niega a borrarse del todo.
Mi padre se hizo cliente frecuente de los gemelos, estaba convencido de querer tenerlos como yernos y estaba por lograrlo, hasta que un rumor lo detuvo en su plan de casar a mi hermana Eshima con Tsukasa. Todo mundo sabía de la vida nocturna del menor de los gemelos. "Un muchacho con más parejas sexuales que aspiraciones, lleno de vicios, un descarrilado que solo busca su fin y el de los demás." Sin embargo, esos atributos no eran el problema; el inconveniente era que entre sus muchos deslices de una noche habían también varones. Por lo que terminó desistiendo. O no del todo...
El Honorable Numero Siete es conocido por su frialdad y seriedad; los únicos problemas en los que normalmente se ve involucrado son en enfrentamientos por territorio, o choques entre su grupo y otros. Aunque, lo temible de él es su sadismo. Se dice que en esta casa, en el sótano, tiene un cuarto donde una vez atrapa a sus víctimas, no les permite salir de ahí con vida. Se sabe que gusta de prolongar las sesiones de tortura por días, se cuenta que a veces deja a sus prisioneros vivir lo que les resta comiendo basura y bebiendo sus propios orines. A algunos más los mutila aun estando vivos y hace que se coman a sí mismos. También se dice que a veces alimenta a sus perros y tortuga con carne humana. Hay tantos rumores de ellos que no podría terminar de contarte todo en un solo día...
Y por último, el motivo por el que estoy acá es porque mi padre quiere venderme con el Séptimo. Espera que acepte su propuesta y de esa manera pueda cumplir su deseo de unir a los Yugi y los Tanaka; pero yo no quiero, ¡ese sujeto es un monstruo, estoy segura de que me matará si es que llegó a caer en sus manos!
Le supliqué y rogué a mi padre que no lo hiciera, le prometí hacer lo que fuera; sin embargo, mis intentos fueron en vano. Me dijo que en caso de que no me aceptara él mismo me mataría con el arma que está comprando ahora mismo y cortaría todo lazo con ellos. "¿De qué me sirven un maricón confundido y un sádico adicto al trabajo si no pueden darme nietos?" dijo.
Así que aquí estoy, sea cual sea el desenlace estoy condenada a morir ya sea a manos de la persona que me concibió o las de un demonio que podría torturarme por días hasta que olvide mi propia humanidad.
Yo... Yo sólo quería ir a una escuela como todas las chicas que pasan por la calle frente a mi casa. Nunca he ido a una, toda mi vida he recibido educación en mi hogar, de esa manera mi padre podía monitorear que no tuviera novio o algo que pusiera en riesgo mi castidad. Podrá sonar estúpido, pero quería ser maestra de jardín de niños. Me gusta cuidar a los hijos de las sirvientas; prepararles comida, jugar con ellos, leerles, enseñarles cosas... Yo solo quería vivir tranquila, haciendo lo que me gusta...
La albina la escuchó atenta, tratando de digerir todo lo que le había sido revelado.
¿En verdad Amane y Tsukasa eran así?
Sabía que no eran inocentes palomitas en un camino lleno de maldad; pero no pensaba que fueran... de esa manera.
Era cierto que había hablado con algunos miembros del personal, mas nunca había preguntado directamente por los gemelos. No quería que se sintieran incómodos o forzados a hablar de un tema que se notaba que no querían tocar, por lo que aceptaba gustosa cualquier pedazo de información que le soltaran, ya fuera de ellos o de alguien más.
Aunque eso no era lo importante en ese momento.
Necesitaba encontrar la manera de salvar a la pobre adolescente del energúmeno que tenía por progenitor.
—¡Natsuhiko! —Atrajo la atención del castaño, intentando que nadie más la escuchara.
—¿Nene? ¿Está todo bien? —Se le acercó en cuanto la vio, escondida entre las plantas del jardín.
—Debo hablar de algo importante con Ama– con el Séptimo y es muy, muy importante.
—Lo siento, Nene; pero está ahora mismo en el campo de tiro con el señor Tanaka y nos ordenó que no lo molestaremos a no ser que fuera algo verdaderamente urgente.
—¡Es importante, en verdad!
—¿Por qué no me das el recado y yo se lo hago llegar en cuanto se vayan los invitados?
—¡Es urgente! De esto depende la vida de alguien...
—¿Tu vida o la del enano?
—De ninguno de los dos.
—Entonces no creo que le interese.
—¡Por favor, Natsuhiko, prometo ayudarte a conseguir una cita con Sakura si es que me ayudas! —El castaño la vio, estaba tan decidida y la propuesta no sonaba tan mal—. ¡Podría prepararte el almuerzo a diario y podría lavar tu ropa y...!
—Entiendo, entiendo, es muy importante. No te preocupes y ve a la biblioteca. El Séptimo estará contigo en unos minutos.
La mirada de Nene se llenó de esperanza y no tardó ni un segundo en salir corriendo hasta la habitación indicada. Dos pájaros de un tiro; el carismático personaje ya tenía algo que contarle al loco de su jefe esa noche durante su reporte nocturno y ahora la de tobillos anchos le debía un favor.
—Disculpe la interrupción, Honorable Numero Siete. El quinto lo llama, dice que es algo importante que no puede esperar.
Amane agradeció la interrupción, lo vio como una señal divina de misericordia pues entre los chistes de mal gusto y el fuerte olor de la colonia de su acompañante, ya no sabía cuál era el culpable de su dolor de cabeza.
—Entiendo. Si me disculpa señor Tanaka, debo ir a responder.
—No te preocupes, ve. Yo me quedaré aquí.
—Natsuhiko, muéstrale a nuestro invitado como disparar y luego practiquen los tiros en lo que regreso.
—¡Entendido!
Y así, el chico de hakama café, camisa blanca de cuello perkins y kimono verde oliva fue hasta la biblioteca, esperaba que no se tratara de algo tan importante como lo había hecho sonar el castaño.
Para el momento en el que la puerta se cerró tras él supo que el idiota de sonrisa burlona le había tendido una trampa. ¿Qué trataba de lograr encerrándolo junto con Nene en la biblioteca? ¿Qué demonios planeaba Tsukasa con todo esto?
La vio por unos segundos antes de darse media vuelta y empezar a caminar a la salida.
—¡Espera! —Lo detuvo, aferrándose a la manga de su kimono. Amane la observó con detenimiento, algo pasaba como para que lo viera de esa manera, tan insegura y dubitativa—. Necesito hablar contigo de algo.
—Estoy ocupado, no puedo perder el tiempo. Cualquier cosa que necesites díselo a Sakura —dijo, tratando de zafarse de su agarre.
—¡Es importante y no puede esperar! Eres el único que podría ayudarme.
Su tono lo hizo reconsiderar, ¿acaso pasaba algo más grave? No, si alguien la hubiera molestado o siquiera tratado de dañar él hubiera sido el primero en saberlo, sus guardaespaldas estaban al pendiente de ella en todo momento.
—¿Qué sucede? —Necesitaba quitarse la duda.
—Es sobre el señor Tanaka y su hija...
Creyendo que se trataría sobre el espectáculo en el recibidor, soltó un suspiro. No creyó que Nene fuera así de insegura, no cuando le había demostrado cuánto la amaba. Se dirigió a un sillón y se dejó caer, tal vez podría tomarse unos minutos lejos del anciano para despejarse.
—Tienes tres minutos para decirme qué sucede. —Concedió—. Una vez salga por esa puerta, no habrá marcha atrás. —Tenía que verse firme e inflexible, no podía permitir que Nene viera en él al mismo debilucho al que solía curar a diario. En ese momento no era Amane, era el Séptimo.
Y así, la de tobillos anchos explicó sin censura todo lo que la adolescente le había dicho. Bueno, no todo, había omitido los rumores que lo rodeaban a él y a Tsukasa, era mejor dejar eso de lado por el momento. Aunque para Amane no era sorpresa a decir verdad, sabía que Katsumoto le vendría con una tontería de ese tamaño. También era consciente de que su cordialidad y actitud tan amigable no eran más que simples máscaras con las que buscaba obtener descuentos de vez en cuando, ya que si bien el anciano amaba las armas, amaba aún más el dinero.
Por otro lado, tampoco era como si pudiera darle una patada en el culo y mandarlo a freír espárragos, no le convenía tenerlo en malos términos.
—Bien, ¿y cuál es el problema? Si te preocupa que considere siquiera la propuesta... Créeme que no lo haré. Seré honesto, él no es el primero en hacerme ese tipo de proposiciones. Antes de Katsumoto han habido otros y otras que han querido unirse a mi de esa manera; pero no pretendo aceptar. No quiero ni busco una relación con nadie, ni hoy, ni nunca. —Esperaba que sus palabras tuvieran el doble impacto con el que las había soltado. Que Nene entendiera que si bien no lo vería con alguien más, tampoco podría ilusionarse con él.
—Ese no es el problema... ¿Acaso no lo entiendes? ¡Va a matarla en caso de que no aceptes! Y sé que necesitas tenerlo de buenas para que logres entrar a Aomori y Akita sin mayor contratiempo... Por eso es que quisiera que... aceptaras su propuesta... —Soltó con un hilo de voz.
La quijada de Amane casi toca el piso, ¿de dónde había salido esta impostora? ¿¡Qué había sido de la chica celosa e insegura que en más de una ocasión le hizo un drama por cosas tan estúpidas como su colección de revistas eróticas!?
¡Las cuales obviamente ya había tirado a la basura!
—A ver, espera un momento. —Trató de ordenar sus palabras e ideas—. ¿Quieres que vaya con Katsumoto y cuando me proponga quedarme con su hija, acepte?
—¡Sí! Así tendrás feliz al señor Tanaka y Hoshikiri podr–
—¿Estás segura de lo que estás diciendo? —La interrumpió. Tenía que ser una broma.
—Totalmente. —El semblante firme de la albina lo estaba preocupando.
—¿Y si decidiera en verdad casarme con ella? ¿Seguirías insistiendo? —cuestionó, sintiéndose levemente herido al haber escuchado lo que buscaba de él.
—Tú mismo lo dijiste, no quieres involucrarte con nadie. No veo a qué viene tu suposición. —Se cruzó de brazos.
—... Tienes razón.
—Entonces, ¿aceptarás?
—¿Y a cambio que obtengo? —Nadie daría algo a cambio de nada.
—No creo tener algo que te interese... —Admitió tímida. No creyó que Amane fuera a negociar en una situación así.
—En dado caso me voy. Y, una última cosa, Yashiro; no vuelvas a tutearme, aun cuando eres mi cuñada, no somos amigos ni tampoco somos cercanos. Guárdame el mismo respeto que todos los demás y trátame de usted. —Le tenía que recordar su puesto, no podían ser tan descarados como en ese momento. Cualquiera lo podría ver mal.
—No volverá a pasar, Honorable Numero Siete.
—Y otra cosa, no vuelvas a buscarme de esta manera. No queremos que se preste a malos entendidos. Eres la novia de mi hermano, compórtate como tal. —Soltó, dirigiéndose a la puerta.
—Usted mejor que nadie sabe mis motivos para estar aquí —respondió la albina—. Y si Tsukasa tiene algún problema con mi actitud, debería ser él quien me reprenda.
El zaino volteó a verla, no cualquiera se atrevería a contestarle. No a menos que quisiera terminar con la lengua como corbata.
—Veo que estudiaste los códigos. Eso es bueno, aunque te recuerdo que sigo siendo el jefe de esta casa e incluso si eres la pareja de Tsukasa, tengo todo el derecho de hacer lo que quiera contigo. —Advirtió, acercándose y tratando de mostrarse amenazante.
—Pero no lo hará. —Le clavó la mirada. La actitud del varón estaba agotando su paciencia.
El contrario apretó con fuerza los puños.
—Sigues sin darte cuenta, ¿verdad? Le pediré a Sakura que te haga entender cual es tu papel en esta organización.
—¿Y por qué no mejor me lo muestra usted? —Lo retó, decidida y enfadada.
La insolencia en las palabras de Nene sacaron lo peor de sí. Necesitaba que la albina dejara de lado todo acto de rebeldía. Una mujer como ella, en un mundo como el de él, no era una buena combinación. La tomó del brazo y la empujó contra el sillón, haciéndola caer y subiéndose sobre ella; la observó, estaba asustada, podía verlo en su mirada, pero por el contrario de otras veces, no temblaba. Eso no estaba bien.
—Te pedí varias veces que me escucharas, te rogué que te largaras de este agujero de ratas, ¡que olvidaras todo y siguieras con tu vida! No me culpes si aprendes a la mala. Así que lección número uno; las mujeres en el mundo criminal solo sirven como moneda de cambio. No importa si eres la mujer de Tsukasa o la mía, ese siempre será tu papel. ¿Deudas, favores, pagos? No importa, si a alguien le gusta tu esposa, hija, madre, hermana o lo que sea, puedes ofrecerla a cambio.
El asombro con tintes de miedo en los orbes magenta fue lo que esperaba y por un momento se sintió satisfecho. Hasta que el brillo de la esperanza volvió a ellos.
—Tú no lo permitirías. Me lo dijiste, no soportarías verme con alguien más. —Le recordó y Amane maldijo internamente.
—Olvidaste lo primero que te dije —Desvío la conversación—. No vuelvas a hablarme de esa manera.
—Y si lo hago, ¿qué? —Listo, la gota que derramó el vaso había caído. Ni uno ni otro planeaba ceder.
—No te quejes si hago esto.
La mano masculina se inmiscuyó entre las capas de tela del kimono, explorando el muslo aterciopelado. Sus labios no esperaron a apoderarse de los femeninos, se había estado controlando y ahora que tenía la oportunidad no planeaba desaprovecharla. Su otra mano no dudó ni un segundo antes de dotar de caricias vehementes uno de sus pechos por encima de la tela. No negaba que sentir cómo se rendía a él lo complacía. La manera en cómo su cadera se elevaba, buscando rozar contra la propia, las manos femeninas se aferraron a sus hombros buscando algo de donde sujetarse pues sentía que todo a su alrededor daba vueltas. Entonces, el varón no esperó más para bajar un poco el cuello de la prenda femenina y dejar prueba de su paso por ahí. Un recordatorio, de tonalidades rojizas y violáceas para su hermano menor, de que por más que todos conocieran a Nene como la novia de Tsukasa, en realidad era y siempre sería su mujer.
Un sonoro gemido salió de entre los labios rosados seguido de un leve jalón de cabello. La albina sabía jugar sus cartas, sabía que a él le gustaba cuando jalaba su cabello, lastima que no pudiera perder más tiempo.
Se detuvo y se levantó, se acomodó la ropa y se fue, dejando a la albina con el corazón a nada de salir de su pecho, el maquillaje arruinado y el kimono totalmente desarreglado. ¡Cuánto lo odiaba!
La primera vez que contempló la idea de llamar a alguien suegro, no había salido tan bien como pensó. A decir verdad, su relación con el padre de Nene siempre había sido un poco difícil. No importaba cuánto tratara de ganarse su favor, simple y sencillamente el señor Yashiro no aprobaba su noviazgo; aunque bueno, igual no era como si esa situación pasara más allá de evidentes rechazos y ser ignorado en fiestas familiares, pues la señora Yashiro era quien llevaba la batuta en el matrimonio y por lo tanto las puertas de su hogar estaban siempre abiertas para él.
Le hubiera sentado de maravilla que fuera el padre de Nene quien lo hubiera estrechado de la misma manera que el tarado de Katsumoto, que festejara y celebrara la decisión de unir ambas familias con el mismo entusiasmo que el anciano rancio. Sí, le hubiera gustado mucho más que la primera vez que se festejara algo así, fuera por la unión de Nene y Amane, no la "unión" del Séptimo y... como fuera que se llamara.
—¡Antes de que sigamos festejando! —Interrumpió al viejo antes de que volviera a abrazarlo—. Primero necesito comentarlo con Tsuchigomori, ya sabe como es sobre este tipo de asuntos, aunque no creo que haya problema alguno. Tal vez en unos meses podría celebrarse una fiesta de compromiso en lo que su hija se adapta a las reglas y responsabilidades de la organización —comentó, tratando de no vomitar ante el mero pensamiento de compartir vida con alguien más.
—¡Oh sí, no te preocupes, entiendo perfectamente! Sé que ustedes tienen sus propias reglas y no hay problema, ¡Hoshikiri demostrará estar a la altura!
—No lo dudo. En dado caso, ¿qué le parece si en tres días la viene a dejar para que se acostumbre a su nuevo hogar? —Sugirió, esperando tener un poco de tiempo en lo que terminaba de digerir la tontería en la que se había metido.
—¿Tres días? No muchacho, ya traemos sus cosas en el maletero, puede quedarse desde hoy mismo —informó emocionado.
—Bu-bueno, lo mencionaba porque sé que puede ser un cambio drástico y no quisie–
—Agradezco que quieras ser considerado con ella, pero de hombre a hombre te daré un consejo ahora que serás mi hijo político; no consientas demasiado a las mujeres. En cuanto te toman la medida no hay quien las pare, debes ser siempre firme y no dejarte llevar solo porque lloren y se quejen, todas son unas malditas perras mentirosas que no sirven para otra cosa que no sea abrir las piernas y parir.
Apretó los puños, sonrió forzadamente, aún más de lo que había estado haciendo todo ese día, y trató de controlar el tic en su ojo.
—Gracias por el consejo.
La noticia le cayó como un balde de agua fría, no creía que el de cabellera oscura y mirada profunda fuera a aceptar la propuesta tan descabellada de su padre y aun así, ahí estaban el par de varones comunicando a las féminas dentro de la sala de estar la decisión del monstruo de tomarla como esposa.
Sus piernas temblaron, casi deja salir un grito, una lagrima rodo por su mejilla y de no ser porque la chica de kimono decorado de camelias tomó su mano, muy probablemente hubiera empezado a sollozar.
Por más que trataba de convencerse de que todo eso no era más que una pésima broma de mal gusto, no era así. La sonrisa de su progenitor lo decía todo, no necesitaba comprender las palabras o siquiera digerir lo que fuera que se estuviera discutiendo.
Sintió a su madre abrazarla antes de que se fuera, escuchó a su padre murmurar algo contra su oído antes de despedirla para siempre y aun así, lo único que podía hacer era observar fijamente a quien se volvería su verdugo y de la misma manera, ese sujeto de apariencia humana y entrañas de demonio le devolvía la mirada. Algo se lo decía, por más que sonriera, no estaba para nada feliz. En ese par de orbes tan oscuros como la noche de luna nueva, no podía ver más que odio y rabia.
De repente, alguien tocó su hombro.
—Por aquí.
Volteó a ver de quien se trataba; era ella, la chica de expresión indiferente y facciones de muñeca.
—¿A dónde vamos? —preguntó, tratando de ponerse al corriente con lo que estaba pasando a su alrededor ahora que sus progenitores la habían abandonado en la cueva del lobo.
—Sígueme. —Urgió la peliverde, tomando la maleta que habían dejado sus padres y caminando.
La siguió en cuanto sus piernas se conectaron a su cerebro, volteando una última vez a la sala y despidiendo a la sonriente albina que parecía tranquila. Dirigió temerosa la mirada al monstruo que se le acercaba, cerró los ojos y rezó por su seguridad, sólo esas paredes sabrían los horrores a los que sería sometida.
La de tobillos anchos observó al zaino acercarse, insegura sobre si moverse o quedarse en su lugar optó por hacerse la desentendida, esperando a que como en muchas otras ocasiones pasara de largo, ignorándola. Jugó con el abanico entre sus manos, concentrándose en los dibujos, pasando los dedos por encima de los trazos, imaginando como sería hacer eso mismo sobre el modelo original, necesitaba pensar en cualquier otra cosa que no fuera la figura que se cernía a su lado, cuya mirada la devoraba enteramente.
—Tenemos que hablar —farfulló entre dientes, rabia y coraje acompañando cada sílaba.
Sin tener mayor opción se levantó de su asiento y lo siguió a unos pasos de distancia, se sentía por primera vez insegura de estar a solas con él; pero se trataba de Amane, con él nunca correría peligro porque se amaban aun cuando su amor era prohibido.
Llegaron al cuarto donde fue su última discusión, abrió la puerta y pidió a sus guardaespaldas quedarse fuera, necesitaba hablar en privado con la novia de su hermano. La invitó a tomar asiento en uno de los sillones y le ofreció una bebida, cosa que declinó pero agradeció aun así, el contrario se sirvió un trago y prendió un cigarrillo. Verdaderamente no podía terminar de acostumbrarse a verlo fumar.
El varón se sentó sobre la mesa de café frente a ella, dejando a un lado su vaso y acercándose el cenicero.
—Bien, escuché tu súplica, cumplí tu deseo, perdí dinero y puse en entredicho mi reputación. Es hora de que pagues el precio, ¿no lo crees? —dijo, con una sonrisa falsa que le daba escalofríos.
—N-No tengo dinero con que pagar o algo de valor que ofrecer... Lo sabes bien —respondió, nerviosa e insegura de dirigirle la mirada.
—¿Qué pasa? ¿No estás tan segura como hace rato? ¿Acaso estás empezando a darte cuenta de que este no es lugar para ti?
—¡No es eso! —exclamó, molesta ante la cínica insinuación del zaino, quien con una sonrisa burlona bebió de su vaso.
—Claro... entonces, ¿qué puedes ofrecerme a cambio de que no vaya en este momento hasta el cuarto de esa mocosa y la asesine con mis propias manos? Fácilmente podría encubrir su muerte, decir que escapó a la primera oportunidad e incluso eso me traería mayores beneficios que casarme con ella. ¿Y bien? ¿Qué tienes para ofrecerme?
—Yo... yo... —Su cabeza daba vueltas, trataba de encontrar algo que pudiera servir como moneda de cambio. Suspiró resignada y lo vio a los ojos. Esos ojos de un profundo dorado que la miraban expectantes y ansiosos por su respuesta—. No tengo nada con que pagar, pero puedo ofrecerte mi vida si es suficiente —contestó, esperando a no corroborar de primera mano los rumores.
¿Qué estaba pensando?, Amane no le haría daño, nunca lo haría.
El contrario rio sonoramente, calmándose unos segundos después e inhalando el humo de su cigarrillo antes de dejarlo salir sobre la cara de la fémina.
—No seas tonta, Yashiro.
Irritada estaba por objetar, cuando un dedo se posó sobre sus labios, indicando que guardara silencio.
—Me pagarás con el sudor de tu cuerpo, con tus gemidos y suplicas por piedad y sobre todo... —Guardó silencio por un momento, delineando con su pulgar el labio inferior, casi adentrándose a su boca y fijando su atención en sus labios de un incitante rosado—, me pagarás con tu arduo trabajo. —Concluyó antes de cortar todo contacto físico y levantarse, dando un último sorbo a su bebida—. A partir de hoy lavarás a diario todos los baños de la residencia principal, te encargarás personalmente de limpiar mi recámara y ayudarás en las tareas de la cocina y el jardín. De lunes a sábado, desde que el sol salga hasta la hora de la cena, serás mi criada personal.
—¿Qué? Espera... ¿¡qué!? —preguntó, claramente consternada por la resolución del masculino, su rostro ardiendo ya no sabía si de la vergüenza o el coraje.
—¿Acaso creíste que te pediría algo más íntimo? Te recuerdo que eres la novia de mi hermano, por lo que no deberías pensar en ese tipo de cosas, cualquiera podría hacerse la idea equivocada. —Le dirigió una mirada llena de resentimiento, apagando el remanente de la colilla sobre su escritorio—. Así que ya lo sabes, hablaré con Sakura para que desde mañana empieces a pagar, te recomiendo descansar cuanto puedas ya que necesitaré mucha asistencia en estos días.
Aun con las palabras atoradas en su garganta, la fémina se levantó indignada y marchó de mala gana a la salida antes de que su odioso jefe la detuviera, tomándola de la muñeca y acorralándola contra la pared.
—Una última cosa, cuñadita; quiero que cada palabra que salga de la hija de Katsumoto me la digas. Pregunta por su familia, por el viejo decrépito, por todo lo que pueda resultar interesante —ordenó, clavando la mirada en la de rubí y bajando sin descaro alguno hasta su pecho—. Y también, no quiero que uses maquillaje para ocultar lo que está debajo del kimono, ¿entendido?
Desviando la mirada pero claramente ruborizada, asintió.
—¿No fui claro? Pregunté si estaba todo entendido. —Urgió el más alto, una de sus manos acariciando la tela del obi y la otra jugando con el cuello del kimono.
—S-Sí.
—Muy bien rabanito pervertido, ahora vete.
En cuanto salió, el par de sujetos que resguardaban la entrada fueron llamados.
—Traigan a Sakura, necesito hablar con ella y procuren que la hija de Katsumoto no vaya a intentar algo que no.
Asintieron y fueron a cumplir con el encargo.
El zaino suspiró en lo que se dejaba caer sobre su silla.
¿Cómo había hecho para controlarse?
Estaba a nada de besarla, de morder su cuello, de arrancarle la ropa, de arrebatarle a su garganta cada sonido existente y cobrarse de la manera más patética y cobarde que pudiera imaginar; pero no podía hacerlo, Nene no merecía un trato así, tenía que salvarla incluso de él.
Asqueado con el solo pensamiento se levantó nuevamente, fue hasta donde se encontraba la botella de whisky escoces y se sirvió otro trago, necesitaba que algo distrajera su mente de tan peligrosas y repulsivas ideas.
—¿Me buscaba, Séptimo?
—Siéntate, necesito hablar contigo sobre mi repentina decisión.
La peliverde tomó asiento, ignorando totalmente la botella sobre el escritorio y el vaso junto a la misma, el humo de cigarro inundando el cuarto y la evidente cara demacrada de su jefe.
—Primero que nada quiero aclarar que esto fue idea de Yashiro, no mía. Me pidió que aceptara la propuesta del vejestorio porque no quería que... ¿cuál es su nombre? ¡Olvídalo, me da igual! El punto es que no quería que la mocosa fuera asesinada por el anciano. Así que ahora tenemos este pequeño problema que se tiene que solucionar antes de que se convierta en noticia con todos los demás. No creo que ese idiota mantenga la boca cerrada, lo más seguro es que ya esté divulgando con todos sus conocidos la "buena nueva". —Escupió con amargura.
—¿Está sugiriendo que deberíamos desaparecerla?
—¡No! Ese es el problema, Yashiro quiere que la niña viva una vida normal y tranquila. Así que llegué a una solución, pero necesito que me ayudes a arreglar todo lo necesario.
—Escucharé atentamente cada una de sus peticiones.
—La mocosa vivirá en el orfanato que se inaugurará, será registrada como una más de los huérfanos que se atenderán y para eso necesito papeles falsos y, sobre todo, quiero que entienda que no debe darme motivos para matarla de la peor manera que pueda imaginarse, por lo que no quiero verla, ni que se me acerque —dijo con evidente coraje antes de soltar una bocanada de humo y continuar—. Mientras tanto, debemos hacer creer a Katsumoto que los preparativos para la fiesta de compromiso se están llevando a cabo y que su hijita está recibiendo un buen adoctrinamiento. Se quedará en la habitación en donde está ahora y se le tratará como a una invitada más. Aprovecharé mi próxima reunión con Tsuchigomori y Yako para contarle sobre esta situación en lo que tú hablas con Kusakabe para agilizar los trámites en el orfanato, ¿entendido?
—Sí, Séptimo.
—Bien, entonces comunícale mis órdenes sin mencionar lo de su nueva identidad y adviértele que en caso de hacer algo que me llegue a irritar en lo más mínimo, será la primera en su familia en morir con la lengua saliéndole por la tráquea. —Solicitó, dando un último sorbo a su vaso y regresando la mirada a la fémina—. Para terminar, a partir de mañana Yashiro se unirá al cuerpo de aseo, asegúrate de que le den todo lo necesario para lavar cada uno de los baños de la residencia principal y también que le enseñen como hacer la limpieza de mi recamara, una vez finalice ayudará en el jardín o la cocina. Aunque creo que eso ya lo hacía desde antes. Su horario de trabajo es de lunes a sábado, desde que sale el sol hasta la hora de la cena. —Concluyó, apagando el remanente del cigarro en el cenicero.
—¿Puedo preguntar por qué ese cambio con Nene? —La peliverde no entendía muy bien a qué se debía su actitud hacia la albina y ciertamente debía informar con lujo de detalle a Tsukasa sobre esto.
—Me pidió un favor, lo cumplí y tiene que pagar —respondió, sacando de un cajón un abrecartas para jugar con el filo del mismo, necesitaba distraerse.
—Ya veo. En dado caso me encargaré de lo que me pidió, ¿eso es todo?
—Sí, si necesito algo más te lo haré saber.
—Me retiro entonces.
Una vez la de mirada serena se retiró, el zaino clavó el objeto punzocortante contra la madera del escritorio. Una, dos, tres, cinco, diez... perdió la cuenta hasta que terminó por clavar el abrecartas lo suficientemente profundo como para que no se cayera.
Estaba molesto, furibundo y colérico ante la propuesta de Nene y más que nada por la facilidad con que accedió a su demanda. ¿Por qué tenía que seguir enamorado de ella? ¿Porque no podía dejar de amarla? ¿Por qué su recuerdo se negaba a abandonar su mente y corazón?
Se sentía furioso y frustrado porque su primer compromiso no era con aquella a quien siempre quiso ver vestida de blanco, quería gritar y tirar todo a su alrededor. Nadie parecía querer dejarlo en paz, todos querían meterse en su vida y tomar decisiones por él.
¿Vivir o morir? Solo sería él quien decidiera su fecha de caducidad.
¿Felicidad infinita o amargura sin fin? Sólo él sabría que escoger, nadie más.
No importaba cuánto se esforzara su hermano, Tsuchigomori y los demás entrometidos que habían cuestionado su rotunda negativa a sentar cabeza y cimentar un legado, él no era bueno. Nunca serviría como esposo, jamás sería buen padre, simple y sencillamente no era apto para un papel tan grande.
En el fondo tenía miedo de ocupar un rol así, a lo mejor era ese el verdadero motivo de su repelús hacia las relaciones amorosas.
Pero cuando pensaba en ella; en su mirada tan llena de esperanza, en su tacto cariñoso, en el efecto tranquilizante de su voz, en la suavidad de su piel y la devoción con la que lo había amado así como la pasión de sus labios... No podía hacer más que dudar y poner en entredicho cada una de las resoluciones a las que había llegado en esos años.
Porque cuando la miraba así fuera de lejos, su mente no esperaba ni un segundo para llenarse de infinitos "¿y si...?". Porque la posibilidad de una vida a su lado, la sola idea de compartir felicidad y amargura, vida y muerte con ella, era suficiente como para que todas sus murallas cayeran y mostraran lo peor de él.
La necesitaba, más que a nada en ese mundo. La quería con él, ansiaba poseerla y nunca dejarla ir. Porqué esta segunda oportunidad había sido suficiente para recordarle que no importaba cuanto quisiera fingir ser un demonio, siempre sería el idiota enamorado que gustoso se pegaría un tiro en la sien si eso significaba asegurar el bienestar y felicidad de la de tobillos anchos.
Aun así, no podía evitar sentirse mal, sentirse usado y manipulado por ella. ¿Tan certera estaba de su amor que sabía que aceptaría cualquier cosa que le pidiera? No es que fuera mentira, pero darse cuenta de eso le dolía. ¿Hasta dónde llegaría ella? ¿Hasta qué punto sería capaz de doblarlo?
Quería odiar a Nene Yashiro; sin embargo, su corazón solo dolía porque no era ella con quien estaría comprometido. Nadie hablaría a sus espaldas sobre el compromiso de Amane y Nene, todos estarían hablando del compromiso del Séptimo y como fuera que se llamara.
Probablemente eso era lo que más le dolía.
Ese era el motivo detrás de las patéticas lágrimas que caían sobre su escritorio, detrás de sus tontos sollozos y detrás de su miserable llanto.
Tendría que encontrar la manera de hacerla pagar el dolor que le estaba provocando, porque nada en esta vida es gratis.
"No consientas demasiado a las mujeres. En cuanto te toman la medida no hay quien las pare, debes ser siempre firme y no dejarte llevar solo porque lloren y se quejen..."
Odiaba tener que darle la razón en ese punto al vejestorio.
La albina llegó a su cuarto conteniendo las lágrimas, ahogando los gritos y maldiciones que quería soltar porque todo ese día había sido una mierda.
Sí.
Desde aguantar en silencio y calma los insultos del viejo hasta tener que escuchar como Amane estaba comprometido con alguien más.
Era cierto que ella se lo había pedido y que ese compromiso no era real, no al menos en el sentido sentimental, pero era un hecho que la futura esposa de Amane no era ella. Aun cuando deseaba que eso pasara, sintió una puñalada en el pecho cuando el anciano anunció alegre la noticia en la sala, casi deja caer la galleta que estaba por morder y las lágrimas hubieran arruinado el rímel de sus pestañas de no ser porque se percató del evidente pavor de la joven a su lado, haciéndola recuperar el poco de sensatez necesaria para tomar su mano y tratar de hacerla sentir acompañada. Debía mantenerse serena, no debía delatarse o de lo contrario cosas malas pasarían.
Tal vez empezaba a entender un poco más a Amane. No era tan fácil actuar de una manera cuando tus sentimientos te exigen hacer algo totalmente distinto.
Y pensar que solo unas horas atrás estaban compartiendo aliento...
Lo necesitaba tanto... Quería volver a sentirlo así; cerca de ella, sus manos erizando cada vello de su cuerpo, sus labios consumiéndola, su aliento chocando contra su cuello y su mirada devorando cada detalle.
Habían pasado algunas semanas desde la primera vez que compartieron la cama, pero desde entonces había días en que no podía hacer más que recordar cada instante en la habitación que ahora tendría que visitar a diario.
¡Tonto Amane!
¿Por qué tenía que jugar así con ella? ¿Acaso disfrutaba de verla estremecerse? ¿Le causaba algún tipo de placer verla tan necesitada de él?
Porque sí. Si se lo hubiera pedido no hubiera dudado ni un segundo en desvestirse y pagarle con su cuerpo; sin embargo, ahora estaba ahí, destinada a ser parte de la servidumbre, convirtiéndose en su juguete personal, en aquella que mangonearía como quisiera y que aun así tendría todo su amor.
Se tiró sobre la colcha, maldiciendo veinte veces más antes de caer rendida.
Desde entonces, la de tobillos anchos se levantaba cuando todavía el sol no se asomaba y se preparaba para cumplir con sus labores; cambiando su pijama por el uniforme de mucama y acomodándolo lo mejor que pudiera para que el escote no revelara la marca que adornaba su piel, recogiendo su cabello y esperando a que el habitante de la primera recamara que debía atender saliera de ella en caso de encontrarse ahí.
En cuanto el cuarto estaba desocupado, iniciaba con la limpieza de aquel espacio que le traía más de un recuerdo doloroso. No podía evitar sentirse especialmente melancólica al pasar las manos entre las sábanas del lecho y recordar la sensación del colchón contra su espalda, así como lo cómoda que había dormido esa noche, aferrada al cuerpo del varón que ahora la atormentaba de esa manera. Llenando su cabeza de imágenes y momentos que muy probablemente no volverían a ocurrir, se preguntaba si en caso de casarse con la jovencita de cabello oscuro, ella y él compartirían cama... ¡¿En qué demonios estaba pensando?! Amane no lo haría, jamás lo haría; pero es que su mente no podía evitar imaginarla sobre esa cama, con aquel a quien su corazón llamaba a gritos cada noche.
En verdad que apenas empezaba a dimensionar la gravedad de sus decisiones y el peso de sus palabras. Aun cuando había salvado una vida, muy seguramente había condenado su existencia al dolor eterno y a su corazón a romperse un poquito más cada que lo veía.
Una vez hubiera dejado todo perfectamente arreglado y acomodado de la manera en que una de las mucamas más experimentadas le había enseñado, continuaría con su labor de limpieza con los baños de la residencia principal; un total de siete baños completos, cuatro baños de visitas y dos baños de servicio que para la hora del almuerzo ya estarían rechinando de limpios. Entonces tomaría su segunda hora libre para alimentarse y descansar antes de ayudar en la cocina a preparar la cena o ponerse un sombrero y atender los brotes de sus huertos que recién empezaban a aparecer entre la tierra, o ayudaría a podar y abonar el resto de plantas que embellecían el paisaje de ese jardín.
Al final, compartiría mesa con Sakura y Hoshikiri para cenar e inmediatamente después, iría con el Honorable Número Siete y le informaría sobre cualquier cosa que su prometida compartiera con ella durante los descansos e incluso mientras atendía sus distintos deberes; pues aun cuando era Nene quien debía lavar los baños o ayudar en la cocina y el jardín, la de ojos solitarios no dudaba ni un segundo en ayudarle, haciendo que poco a poco se hubieran hecho más cercanas en esas últimas tres semanas.
Ya fuera por pena o lastima, la jovencita trataba de apoyar a la de tobillos anchos en lo que pudiera; aunque siendo honesta, a veces Nene prefería que no lo hiciera, su presencia era un recuerdo constante de Amane.
De ahí que en ese momento se encontrara contándole sobre el plan del anciano de usar a su hija como espía y saber si en verdad el Séptimo estaba a la altura de su familia, o si solo lo había idealizado dado su apellido y la idea que tenía de su progenitor, pues su afirmativa a su propuesta le parecía sospechosamente conveniente y no se arriesgaría a quedar en ridículo. Por eso mismo era que había mantenido la boca cerrada, solo por si las dudas, no podía correr el riesgo de quedar en ridículo con sus amistades y demás familiares.
Por otra parte, la madre de la joven pelinegra estaba aliviada de saber que muy por el contrario de lo que se imaginaba, su hija compartiría vida con alguien que a pesar de su reputación parecía tener el mínimo de decencia como para no maltratarla. Incluso llegaba a suponer que a lo mejor el malvado ser de hielo empezaba a enamorarse de ella y por eso su cambio de actitud.
Y es que, ¿cómo no suponer semejante disparate cuando Sakura era la encargada de que la jovencita contara una historia digna de una novela juvenil?
Debía hacer creer a sus padres que todo en esa casa iba de maravilla, que su relación con el Honorable Número Siete cada día era más fuerte y que de a poco se iba convirtiendo en lo esperado de la mujer del wakagashira. Aunque la realidad distaba mucho de ello.
Trataba de no cruzar camino con el monstruo que la miraba con desdén y asco cada que se encontraban. No daba largos paseos por el jardín de la mano del jefe de la casa si no que se apuraba para llevar y traer los productos de limpieza que a veces Nene olvidaba en el almacén. Tampoco compartían largas charlas acompañadas de té y tentempiés cuando la apretada agenda del Séptimo se lo permitía, sino que se apuraba a devorar sus alimentos y desaparecer en su cuarto para que el demonio no tuviera queja alguna de ella.
El de mirada ambarina sonrió, a punto de soltar una risotada en cuanto la de tobillos anchos terminó su reporte.
—¿Amor? Amor es lo último que podría sentir por esa mocosa, cada que la veo siento como si viera a ese anciano... —dijo, tratando de que no se notara lo mucho que le disgustaba hablar de ese individuo.
—El amor es lo que se espera de una relación entre prometidos... A lo mejor si hablaras con ella y se cono–
El índice del zaino chocó contra los labios femeninos, haciéndolos callar.
—Si yo fuera tú, no me atrevería a terminar esa frase. ¿Acaso Sakura no te lo contó?
—¿Qué?
—Bien, como miembro en entrenamiento de esta organización supongo que puedo decírtelo, pero debes prometer por tu honor y el de Tsukasa que nada saldrá de tus lindos labios. En ello va la vida de esa niña, tu vida, la de Tsukasa y mi posición, ¿entendido?
La albina asintió y el zaino le contó sobre la resolución a la que había llegado, el plan que había ideado y la participación de Sakura en todo esto. Desde los papeles falsos, la nueva identidad que le había creado hasta como en unos días la jovencita se mudaría al orfanato para continuar con sus estudios y así, posteriormente pudiera pagar la deuda de su padre; cuidando y enseñando a los niños que ahí se refugiaran.
Los ojos de Nene brillaron esperanzados y una sonrisa inocente se formó en sus labios; la menor no solo tendría una vida tranquila, si no que también podría cumplir su sueño. Sabía que por más temible que lo retrataran, el Amane que amaba seguía ahí dentro.
—¿Tan feliz te pone saber que no me casaré y que nunca lo tomé en serio?
—Mentiría si dijera que no, Séptimo. —Y es que era verdad, su corazón y mente no paraban de reprocharle cada que se descuidaba, porque veía en ese compromiso la oportunidad de que el de mirada caramelo encontrara el amor en brazos de alguien más; por lo que, el saber esta nueva versión de la historia le quitaba un peso de encima.
—No solo eres tonta, Yashiro, también eres olvidadiza. Hablaba muy en serio cuando dije que no quiero nada con nadie, peor aún, ¡con una menor de edad! En fin, la mocosa se largará en cuanto se inaugure el orfanato. Todo listo para que inicie una nueva vida. Como verás, mi trabajo haciendo realidad deseos es impecable.
—Y por eso quiero mostrar mi agradecimiento. —Sonrió aún más, acercándose sin miramiento alguno.
—No es necesario, el precio ya lo estás pagando —dijo, nervioso ante su cercanía y dirigiéndose a la salida antes de sentir la presión de un par de labios sobre su mejilla y el deslice de unos dedos entre su ropa.
—El Séptimo debe cuidar más su imagen. Siendo la cabeza de la casa se espera una apariencia pulcra y no desaliñada. —Concluyó la fémina, retirando una pelusa de su playera polo y acomodando su cuello.
Sin más que decir, el zaino se retiró presuroso, pues su tacto sorpresivo y su atrevimiento al besarlo empezaban a surtir efecto sobre su faz y eso no debía ser presenciado por nadie.
No había sido su intención, en verdad que no; pero es que, al ver la cama y recordar los momentos pasados sobre ella no podía evitar sonrojarse y sentir un leve cosquilleo en su vientre bajo. Aunque lo que la había llevado a su perdición había sido la pijama del varón que la atormentaba a diario.
Por lo regular Amane no dormía en su cuarto y cuando lo hacía procuraba guardar su ropa pues le disgustaba la idea de alguien más tocando sus cosas, aun cuando sabía que Nene era la que entraba a sus aposentos, no quería correr el riesgo; por lo que sí, encontrar su ropa entre las sábanas la había llevado a hacer algo que muy seguramente nunca hubiera creído de sí misma.
Acercó la tela blanca de la playera de algodón a sus fosas nasales e inhaló la esencia de su portador; olía a jabón neutro, a shampoo sin fragancia, a su piel, a su cansancio y a su sudor. Ya fuera que estuviera ovulando o que las sesiones de juego en solitario estuvieran perdiendo efecto, no lo pensó dos veces antes de poner seguro a la puerta y tirarse sobre la cama, oliendo y refregándose contra las mantas.
Cerró los ojos luego de meterse entre las sábanas y dejó a su imaginación divagar.
El cuerpo femenino se estremeció en cuanto sintió algo húmedo desplazarse a lo largo de su intimidad, luego de ese primer movimiento siguió otro y luego otro más. Eran movimientos lentos. Lo que sea que estuviera haciendo Amane con ella, no quería que se detuviera.
La lengua masculina saboreaba cada milímetro de la sensible piel en el área más recóndita de su amada; no tenía prisa.
Por encima del par de labios mayores, abriéndose paso con la lengua y develando el pimpollo inflamado que reclamaba atención y que gustoso le daría.
La fémina por su parte no pudo evitar el impulso de cerrar las piernas en cuanto sintió aquel primer deje húmedo rozando contra la parte más sensible entre sus muslos; sin embargo, las manos del contrario no se lo permitieron. Sus leves gemidos lo incitaron a separar la labia con los dedos y comprobar la humedad de su intimidad. Detuvo el dote de atención para mirarla con picardía y lubricar sus dedos con saliva antes de insertarlos en su cavidad y retomar su tarea lingual sobre el palpitante apéndice.
Soltaba gemidos, producto de todo el placer que su zona erógena estaba recibiendo. Movía su cadera al ritmo de las embestidas, y en respuesta el zaino la mordía levemente, besaba la cara interna de sus muslos y regresaba a su tarea.
Estaba tan centrada en todo lo que sentía que no se había percatado del miembro erecto que se cernía a unos centímetros de ella, hasta que entre suspiros lo vio y tomó una decisión.
Era justo que le devolviera un poco del placer que le estaba otorgando.
...
Empezó a masturbarlo con movimientos lentos, de arriba a abajo. Poco a poco iban en aumento, sentía el gemir del contrario chocar contra su entrepierna.
Ahora que montaba su rostro le resultaba mucho más sencillo complacerlo en lo que él la consentía.
En un acto más audaz y llenándose de descaro, engulló la punta del pene mientras continuaba con los movimientos manuales, sincronizándolos de la manera que a él le gustaba. Su lengua lo envolvía, lamía y en cada ascenso presionaba la punta con sus labios mientras succionaba, haciendo que dicha parte se tornara cada vez más colorada y su temperatura aumentara.
Ya estaba familiarizado con el tacto de Nene, siempre gentil, delicado y suave; y ciertamente lo estaba también con sus ministraciones orales. Lo que no recordaba tan bien era lo paradisíaco que le resultaba la combinación de ambos. Adoraba la manera en que lo engullía y admiraba lo calmada que se mantenía incluso cuando sentía su glande rozar contra la campanilla.
No pudo evitar soltar un alarido en cuanto la velocidad de las lamidas femeninas aumentó. Estaba jugando sucio así que, no queriéndose quedar atrás, decidió pasar a la última fase de su plan.
Insertó dos dedos dentro de su vagina, haciendo que por mero acto reflejo las caderas femeninas se acomodaran y empezaran a moverse en lo que sus dedos buscaban el punto que la haría correrse en cuanto lograra estimularlo. Atrapó con los dientes la protuberancia que al ser presionada liberó el equivalente a una descarga eléctrica a través del cuerpo femenino que temblaba con cada leve mordida y beso.
Su clítoris era pequeño, rosado y bastante similar a una habichuela en cuanto a su forma. Se preguntaba cómo algo tan pequeño podía lograr que de sus labios salieran tantos sonidos apenas silenciados por su miembro. En definitiva esa pequeña habichuela siempre había sido su mejor aliada a la hora de darle todo el placer que merecía su amada.
El miembro que la fémina engullía con ansiedad empezaba a aumentar su temperatura y a palpitar, era cuestión de tiempo antes de que su amante terminara. Debía prepararse para no tener los mismos contratiempos que cuando eran novios.
Aumentó la velocidad y la fuerza de succión alrededor del glande así como las ministraciones orales lo hacían a la par, los dedos que jugaban con su punto G estaban por volverla loca. Estaba segura de que de no ser por el pene de Amane, soltaría gemidos tan altos como para alertar a todos en esa casa.
Pronto la ola final de placer los envolvió a ambos.
Líquido caliente empapando los dedos intrusos en la cavidad, el remanente en su entrada siendo devorado por los ansiosos labios del varón.
La peliplata tragando hasta la última gota del líquido viscoso que presuroso bajaba por su garganta, dejando en su boca el sabor de su amado.
Al recobrar el sentido lo primero que hizo fue avergonzarse, ¿qué demonios estaba pensando?
Presurosa se levantó, arregló lo mejor que pudo su indumentaria, acomodó el lecho que había desacomodado más de lo que ya estaba y huyó de la escena, pues el solo pensar en lo que su imaginación le había mostrado la hacía reconsiderar sus valores y moral como una digna y honorable señorita.
Una vez la puerta de la habitación principal se cerró, huyó de la escena casi corriendo. Iba tan ensimismada en sus pensamientos y en tratar de que su bochorno no fuera evidente que ni siquiera se percató del momento en que pasó junto a una figura conocida.
—Nene. —Una voz la interrumpió de su huida a través de los pasillos.
La de tobillos anchos se detuvo y volteó a ver a la peliverde.
—¿Pasa algo, Sakura?
—El Séptimo me pidió que te comentara que por hoy no lavarás los baños, tiene algo importante que hablar contigo y quiere que estés atenta a su llamado.
—Entiendo...
Perfecto, justo lo que necesitaba.
Chapter 8: 7
Chapter Text
Habían pasado dos horas desde que llegó a su habitación y se percató de un pequeño e irrelevante detalle...
Su ropa interior había desaparecido.
Sí, la misma que llevaba puesta esa mañana cuando limpió y acomodó la habitación del Séptimo. La misma que se había quitado para poder tocarse sin barrera alguna mientras fantaseaba con la figura masculina.
Sudor frío bajó por su espalda, tenía que recuperar su ropa antes de que su verdugo la encontrara y no pudiera liberarse de sus burlas. Pero eso tendría que esperar, porque en ese momento habían llegado por ella. El Honorable Número Siete solicitaba su presencia en el estudio.
—Tsukasa llamó, quiere que te lleve a Las Escaleras Misaki pasado mañana. Al parecer nos reuniremos ahí y regresará con nosotros a casa —comentó, con la mirada pegada a unas hojas de papel. Tenía tiempo que no lo veía usando lentes, le gustaba como le quedaban.
—¿Las Escaleras Misaki?
—Ya has escuchado de ellas, ¿no es así? Es el negocio de Yako.
—¿Y para qué quiere que vaya?
—Dijo que quiere ver a su novia —respondió, tratando de aparentar indiferencia. Aun cuando había azotado el teléfono contra el piso una vez terminó la llamada.
—Ya veo...
Permaneció unos segundos en silencio, tratando de digerir la noticia en lo que el de lentes continuaba hablando.
Las Escaleras Misaki...
Ese club nocturno donde se encontraba la misteriosa chica que siempre asociaban con Amane...
Se preguntaba qué tipo de relación tendrían y porqué parecía siempre tan nervioso y a la defensiva cuando se le mencionaba. Quería preguntar pero tenía miedo de la respuesta.
A pesar de que Tsukasa le aseguraba que su hermano no había dejado de amarla, no podía estar tan segura del trato que ese par tuvieran.
¿Amantes?
¿Amigos con derecho?
¿Cliente y servidora?
Era cierto que el Séptimo podía resultar atractivo para muchas.
Joven, adinerado y poderoso...
No le sorprendería si se llegara a enterar de que en algún momento tuvo algo que ver con alguien más, así como ella.
—Yashiro, ¿me estás escuchando? —Levantó ligeramente la voz, preocupado por el semblante de la peliplata.
—¿Ah? ¡Sí, sí! —Salió de su trance, algo alterada.
—Está bien... Sakura irá a tu cuarto para darte los pormenores sobre ese lugar. Así como con Katsumoto, Yako puede llegar a ser bastante especial.
—Entiendo... —Su rostro había palidecido repentinamente y sus ojos empezaban a acumular lágrimas, pero debía ser fuerte.
—¿Estás segura de que nada malo sucede? ¿Alguien te hizo algo? —Insistió, dejando de lado el papeleo y levantándose.
—¡No es nada de eso! —exclamó irritada antes de salir dando un portazo sin siquiera despedirse.
El zaino se quedó con la palabra en la boca y muchas interrogantes.
¿Había hecho algo mal?
¿Había pasado algo y ni siquiera sus guardaespaldas se habían percatado?
Tendría que recurrir a las cámaras y así averiguar qué pasaba con ella, no podía permitir que algo le pasara o peor aún, que alguien le hiciera algo.
Una de las ventajas de ser el cabecilla de la casa era que su palabra era ley; aunque claro, esto no siempre aplicaba para su hermano. De ahí que en lo que terminaba de leer y sacar algunas cuentas, las grabaciones de ese día eran revisadas minuciosamente, esperando a encontrar cualquier mínima señal de acoso u hostigamiento hacia Nene; sin embargo, no había nada anormal en su rutina, o al menos eso parecía hasta que alguno de los encargados se percató de la evidente ansiedad que emanaba la de tobillos anchos en cuanto salió del cuarto de su jefe.
Era por eso que ahora le tocaba a Amane revisar lo ocurrido dentro de su habitación; porque sí, habían cámaras dentro de los cuartos, solo que a esas sólo él tenía acceso.
Llegó a sus aposentos, y revisó primero su entorno.
Todo parecía en orden, nada fuera de lugar, impecable. Tal y como siempre estaba. ¿Qué sería aquello que había descompuesto totalmente la sanidad mental de la joven de tobillos anchos?
Salió de la ducha y se dispuso a revisar la grabación de ese día en su cuarto, prendió el panel de control de las cámaras y abrió la ventana de la habitación principal.
La vio entrar, acomodar sus cosas, limpiar sus muebles y entonces, tuvo que pausar y repetir la escena más de una vez.
Ese pequeño rábano pervertido...
¿En verdad estaba esnifando cual adicta a su pijama? La misma que en ese momento estaba usando.
Continuó observando; insegura y volteando a todos lados, dirigiéndose a la puerta y pasando el seguro, cerrando las ventanas y la puerta que daba al balcón, corriendo las cortinas y finalmente tumbándose en la cama. Oliendo la prenda masculina, cerrando los ojos y acariciando cada parte sensible de su cuerpo.
Sus ojos no podían dejar de observar a la pantalla, sus pies traicionándolo al llevarlo al mismo lugar que donde se encontraba la fémina en el video. Cayó sobre el lecho, su mirada aun pegada a las imágenes, su nariz reconociendo el aroma de la anatomía femenina en la colcha y almohada, esto no era bueno...
Sus manos actuaron por sí solas en cuanto estuvo metido entre las sábanas y entonces, algo que parecía haber sido enviado por la vida como un premio se enredó entre sus dedos mientras terminaba de acomodarse. Lo observó y sonrió complacido.
¿Qué tan sucia tenía que ser Nene como para dejar la evidencia de su crimen en un lugar tan evidente?
Sonrió, cubrió con una de las copas del sostén su nariz en lo que su otra mano cubría su hombría con el bóxer femenino y sus ojos se cerraron.
—¡Amane!
—¡Nene!
No podían detenerse. Estaban tan ensimismados en el calor del momento que nada más importaba; disfrutaban de la fricción entre sus intimidades, de los dulces gemidos que salían de ambas gargantas, saboreaban en apasionados besos el sabor de la saliva del contrario, sus lenguas danzaban desenfrenadamente al ritmo de los movimientos de la peliblanca que se encontraba sobre el gemelo mayor.
¿Cuántas veces habían repetido sus nombres hasta quedarse con las gargantas secas?
¿Cuan sudados sus cuerpos se encontraban?
¿Qué tan sensibles seguían sus partes más privadas?
¿En verdad no había algo que pudiera sacarlos de ese trance producto de la oxitocina liberada?
Lo único cierto para ambos en ese momento era la felicidad compartida. Podían verlo en sus miradas; el gozo no sólo del sexo, sino también de su compañía. La pecaminosa sensación de sus pieles unidas que les erizaba hasta el vello más pequeño del cuerpo, sus suspiros entrecortados por besos ansiosos, el frenesí con el cual ambos marcaban un ritmo apresurado que de repente se volvía a penas un leve vaivén que les permitía disfrutar con mayor detalle cada parte de ambos, esos te amo tan sinceros y sensuales siendo susurrados a sus oídos, las expresiones de placer y cariño que sus rostros reflejaban...
Todo era perfecto. La escena ideal.
Una pareja de jóvenes enamorados entregándose al placer carnal más íntimo que existe.
Con un ritmo mucho más acelerado Nene movió sus caderas sobre el varón que no dejaba de masajear sus senos con evidente adoración, no podía dejar de repetir su nombre mientras la joven rebotaba sobre su regazo.
Ella podía sentir como aquello que entraba y salía de dentro suyo cada vez se encontraba más y más rígido, se daba cuenta de que al igual que ella, estaba por terminar.
Por su parte a los ojos del joven ella lucía como la viva encarnación de Venus, su propia diosa del amor.
Tan plena, segura de sí misma, tan sensual y atractiva. Su expresión al igual que cada poro de su piel expresaba lo mucho que disfrutaba del coito y eso vaya que lo excitaba aún más. Saber que la complacía no sólo de manera sentimental sino también sexual, le daba un boost a su ego masculino.
El saltar de sus pechos, la manera en que su cabello se mecía acorde a su ritmo, el color rosado que teñía sus mejillas, su mirada nublada por la lujuria y deseo así como por el amor que sentía por él, ese leve boqueo previo a sus dulces gemidos, la forma en que el sudor de su rostro resbalaba por su piel hasta perderse en el valle de sus senos, esa voz que llamaba su nombre y le hacía saber lo mucho que lo deseaba, lo encantada que estaba por tenerle dentro y también cuánto lo amaba y anhelaba con entregarse a él y sólo a él una y otra vez.
Esa mujer iba a volverlo loco sin duda alguna.
Las caricias sobre los pechos femeninos se alternaron con pellizcos en los pezones, haciéndolos endurecerse conforme más presión ejerciera en ellos en lo que las manos femeninas no paraban de mimar el torso desnudo y húmedo del joven bajo ella.
En cuanto ambos estuvieron casi al límite de sus sentidos y su poca consciencia y lógica terminaba por desaparecer, Nene se derrumbó sobre él para abrazarlo. Quería terminar sintiéndose tan pegada a él como pudiera, deseaba sentir contra su piel el palpitar del corazón contrario.
Le dio un beso en la frente bajando por el puente de su nariz. Como una caricia apenas perceptible sobre sus labios, continuó su recorrido descendiendo por su barbilla hasta llegar a su cuello, pasando a su pecho y buscando aquel par de protuberancias que, en cuanto localizó, no dudo en engullir turnándose entre uno y otro.
El mero contacto de la cavidad oral femenina contra aquellos botoncitos de carne que resaltaban mínimamente en su pecho le hizo percatarse de lo sensible que era en ese punto. Aprender tanto de su anatomía con la persona que más amaba en la Tierra era reconfortante de alguna manera.
Los suspiros y gemidos que dejaba escapar le informaban a la fémina sobre su desempeño, así como también le motivaban para seguir experimentando; pellizcando, lamiendo, chupando, succionando e incluso mordiendo levemente.
Sabía que en cualquier momento ambos llegarían al clímax y de ser posible quería admirar y grabar en su mente la manera en que Amane cerraba los ojos mientras apretaba la mandíbula ligeramente. La forma en como por unos segundos su respiración se pausaba, el sonrojo de sus mejillas y como sentía su cuerpo relajarse y tensarse con cada movimiento lingual suyo.
Le parecía tan tierno, le daban ganas de llenarlo de besos y no dejarlo ir nunca más.
Lo siguiente que percibió fue la fuerza con la que aquello entre sus piernas se introducía de manera más violenta en su interior.
Dejó salir un grito y dirigió la mirada al rostro del contrario, topándose con su cínica sonrisa ladina y una mirada lujuriosa que admiraba cada centímetro de su piel.
El recuerdo del despertar en los brazos de su persona especial, de un beso de buenos días acompañado de muchos te amo y sonrisas entre palabras cariñosas así como de la alegría que sólo los amantes conocen al perderse en la mirada de su otra mitad, los acompañó en su viaje directo al espacio, donde después de memorizar algunas constelaciones y visitar mundos que nunca creyeron alcanzar, descendieron suavemente hasta el lecho donde sus cuerpos físicos empezaban a relajarse.
Sus respiraciones estaban agitadas, sus pieles estaban adornadas por el rocío de la pasión y sus alientos aún no regresaban.
Y es que no sólo el sudor embellecía la escena sobre sus cuerpos, sino también el líquido blanquecino que había sido liberado en el punto más alto del éxtasis. A pesar de querer derramar su esencia dentro de ella, había logrado juntar la suficiente fuerza de voluntad para correrse fuera.
Observó avergonzado la mancha blanquecina que adornaba la ropa interior de Nene, la misma que había usado para autocomplacerse.
Se sonrojó y quiso desaparecer por un momento. ¿Así que eso era lo que ella había sentido y de ahí su actitud tan alterada? Tenía sentido... Aunque, cuando le dirigió una segunda mirada no pudo evitar pensar en lo bien que se veía la prenda de color salmón manchada de lascivo blanco.
Una idea traviesa pasó por su mente.
Ya había encontrado la manera de hacer pagar a Nene.
Faltaban todavía unos minutos antes de que el gallo cantara cuando la fémina llegó al cuarto que como todos los días había estado limpiando. Esperaba que por algún golpe de suerte su ropa siguiera oculta bajo las mantas de la cama, que el varón no hubiera encontrado las prendas.
Ahora que su mente no estaba plagada de pensamientos dolorosos debía aprovechar para recuperar satisfactoriamente su ropa interior y hacer de cuenta que eso nunca pasó.
Ya luego pensaría en que hacer una vez llegara a ese sitio de mala muerte y cómo reaccionaría en cuanto conociera a la que bien podría ser su verdadera rival de amores.
Giró el pomo de la puerta y apretó el asa de la cubeta donde llevaba los productos de limpieza que usaría para cumplir con sus deberes. Cerró los ojos, dio unos pasos adentro y para el momento en que sus párpados se abrieron, ahogó un grito con la zurda y dejó caer la cubeta.
Ahí frente a ella estaba su ropa interior, tendida sobre la colcha de tonalidad oscura. Era imposible no verla, contrastaba demasiado. Se acercó avergonzada a la escena con el propósito de guardar sus prendas, cuando observó mortificada la mancha blanca que adornaba sus pantys.
—¿Tocando algo que no te pertenece?
Volteó mortificada al marco de la puerta y lo vio, sonriendo cínicamente mientras mordía una manzana.
—Sólo planeo devolvértelas si me las cambias por las que traes puestas. —Continuó, mirándola fijamente.
No sabía a dónde mirar, qué decir o qué hacer. Así que solo bajó la mirada y apretó la ropa entre sus dedos. Por más que tratara no encontraba palabras que decir. ¡Tenía que pensar en algo rápido!
—No creí que fueras tan depravada.
—¡Es un malentendido! —Soltó—. L-Lo que sea que estés pensando n-no es cierto, es sólo que eh... Por error dejé parte de mi ropa limpia aquí... ¡Juro que no era mi intención nada de esto!
—¿Ah sí? —cuestionó, acercándose y susurrando contra su oído—. Mentirosa.
La tomó por los hombros y la llevó hasta uno de los sillones, sentándola y prendiendo la pantalla.
—Disfruta del espectáculo, tú eres la protagonista después de todo.
Observó aterrorizada como se le veía cerrar la puerta y las ventanas, como olía las prendas masculinas, la manera tan descarada en que se había desvestido antes de acostarse sobre el lecho y echar su imaginación a volar. Era demasiado vergonzoso e impúdico, no podía seguir viendo.
Se tapó los ojos con las manos y apretó los párpados, tratando de eliminar las escenas que sus ojos habían captado. De repente, el tacto masculino la obligó a bajar las manos y con ellos abrió los párpados nuevamente. El zaino se le acercó aún más, hasta que en un susurro continuó con su reclamo.
—No cierres los ojos, mira. ¿Acaso no eres hermosa? ¿Qué querías lograr con esto, Yashiro? Si tu intención era seducirme, lo lograste.
La giró, obligándola a verlo ante la falta de respuesta.
—¿Y bien, pequeño rábano pervertido? ¿Qué quieres de mí?
Se sentó junto a ella sin despegar su mirada, devorándola y consumiéndola con ese par de orbes color ámbar que tanto anhelaba.
—Sabes que eres mi debilidad y te aprovechas. Sabes que sería capaz de lo que sea por ti y no dudas ni un segundo en usarme... Desde la visita de Katsumoto no he sabido cómo sentirme. Dime, Yashiro, ¿acaso pensaste en cómo me sentiría al respecto del compromiso?
La fémina guardó silencio, dándose cuenta de la metida de pata que había cometido. Y es que había pensado en todos, menos en él... Había dañado a la persona que más amaba sin darse cuenta. Lo había obligado a hacer algo que no quería, algo que ahora que lo observaba claramente, lo había lastimado.
—Seré honesto, no me disgusta que lo hagas y creo que eso es lo que más me molesta. Saber que puedes hacer lo que quieras conmigo y aun así no encontraré en mí la manera de odiarte o enojarme contigo. Ahora que lo sabes, te lo repito, ¿qué quieres hacer conmigo, Yashiro? ¿Qué quieres de mí? —Repitió su pregunta, tomándola del mentón y detallando cada poro de su rostro. Era sin duda alguna la mujer más hermosa que alguna vez hubiera visto. Y era suya.
Una leve presión sobre sus labios, una mano aferrándose a su playera y la otra enredándose en su cabello fue lo último que sintió antes de entender qué pasaba.
Nene lo estaba besando y sin dudarlo más, correspondió.
Tomó el liderazgo en cuanto sus brazos se enredaron en su cintura y la sentó sobre su regazo, de ahí subieron sin pudor alguno hasta el cierre del uniforme, bajándolo y descubriendo el pecho de su amada, no quería perder el tiempo.
Entre mordidas y besos la observó, soltando gemidos y suplicas por más, sonrojada y aferrándose fuertemente a sus hombros. Se separó por un momento del par de pechos que amaba consentir.
—¿En verdad puedes poner esa cara al estar con otro hombre que no es tu novio? Deberías comportarte mejor, cuñada.
La contraria tomó el rostro masculino entre sus manos y le clavó la mirada antes de contestar.
—Sabes perfectamente bien porque llevo ese rol. Así como también sabes que sea cual sea mi título, siempre seré tuya.
Concluyó, antes de besarlo y morder su labio, las manos masculinas se enredaron en las hebras claras y deshicieron su recogido.
La tiró sobre el sillón y se le subió encima, dejándola sin aliento en cada beso y mimando sus muslos luego de subir la falda de su traje. Sin dudarlo ni un momento, Nene acarició por encima de la entrepierna de su amante deleitándose con el bulto bajo su pantalón, y profundizó el beso.
Una serie de golpes en la puerta los hizo separarse del susto.
—¡Séptimo, la camioneta está lista! Recuerde que debe llegar en una hora al puerto.
—¡Vete a la mierda! —exclamó molesto antes de lanzar el control de la pantalla contra la puerta.
Volteó a ver a la fémina que acomodaba su ropa y cabello antes de volver a tirarla sobre el sillón y succionar con fuerza uno de sus pezones que todavía estaba al aire, haciendo que soltara un último gemido, mucho más fuerte que los anteriores y que muy seguramente quien estuviera fuera lo escucharía.
—Debes dejar de ser tan indecente, Yashiro —dijo antes de levantarse y acomodarse la ropa—. Este es tu último día como criada, así que en cuanto termines prepárate, porque una vez regrese, iremos a Las Escalares Misaki. —Le informó en lo que se dirigía a la salida y le dedicaba una sonrisa ladina.
Nene apenas podía callar los insultos que quería gritar, lanzando un cojín contra la puerta una vez se cerró detrás de la figura masculina. Cuánto hubiera dado porque lo golpeara en la cabeza.
El zaino volteó a verla una vez más y reconsideró todas las decisiones que había tomado en su existencia. Probablemente hubiera sido mejor ahorcarse con el cordón umbilical en lugar de nacer y llegar a este punto en su vida.
No es que a la albina se le viera mal esa falda y esa blusa. Era solo que... se le veía demasiado bien. DEMASIADO.
¿Otro plan de Tsukasa para hacerlo caer a los tobillos de Nene?
¡No necesitaba hacerlo!
Ya de por si estaba lo suficientemente enamorado de ella como para no quitarle los ojos de encima. Agradecía no ser el conductor o de lo contrario ya hubieran chocado.
La peliplata cruzó una pierna sobre la otra, subiendo unos centímetros más la prenda y revelando sus muslos. Maldición, ¿porque tenía que ser tan bonita?, ¿porque no podía dejar de verla?
Volteó a la ventanilla, tratando de pensar en algo más que no fueran sus piernas, su cabello, sus labios... toda ella.
...
Había llegado un poco antes de lo previsto a casa, por lo que apenas le dio tiempo de darse una ducha y cambiarse la ropa. No quería que la rubia encargada del lugar volviera a correrlo por llegar oliendo a atún.
Una vez listo, fue a la sala donde su acompañante ya lo esperaba.
Sus labios de discreto carmín juntos en un mohín, sus manos tratando de que la minifalda fucsia tableada cubriera un poco más sus muslos, su busto resaltando gracias a su blusa halter negra, una coleta alta que dejaba caer en delicadas ondas su cabellera y tacones a juego. Era toda una visión.
La joven lo descubrió ojeándola de pies a cabeza antes de sonreír ladinamente y acercarse lentamente, exagerando un poco el meneo de su cadera. Le tocaba devolverle de alguna manera la frustración con la que la había dejado esa mañana.
—¿Qué opina, Séptimo? —Se detuvo a unos centímetros de distancia y se dio una vuelta para mostrar a detalle su atuendo—. Tsukasa mandó este conjunto para que vaya a Las Escaleras Misaki, dice que quiere bailar conmigo un rato. ¿No le parece... romántico?
El calor de sus mejillas desapareció luego de escuchar eso.
—Bien, entonces vámonos. No querrás hacer esperar a tu novio —farfulló, tratando de disimular la molestia y caminando de mala gana a la puerta.
Subió a la parte trasera de la camioneta gris que los llevaría al infame sitio, cerrando la portezuela fuertemente y disponiéndose a dormir un rato para recuperar las horas de sueño perdidas; o al menos eso hubiera hecho de no ser porque escuchó la puerta del lado contrario abrirse y ver casi con pánico como la albina se acomodaba en el asiento junto a él.
Sería un trayecto largo y difícil para el amargado.
En silencio sepulcral viajaron por lo que les parecía ser horas. Ni se miraban ni se hablaban. No había mucho que decir entre ellos siendo honestos. ¿O si?
La verdad era que en ese punto una nueva preocupación asaltó la cabeza de Amane, haciéndolo sobrepensar como siempre. ¿Acaso ni su mente podía darle un descanso de vez en cuando?
Si el atuendo de Nene había sido suficiente para sonrojarlo, no quería imaginar qué pasaría con los demás que la vieran. Y no, no es que fuera celoso, simplemente quería evitarse molestias, más de las que de por sí tendría ese día. No sólo iba a tratar asuntos con Yako y el anciano cara de araña, también iba a cobrar una deuda pendiente.
¿Cómo podría cuidarla mientras no estuviera cerca?
Confiaba en Tsukasa y en parte por eso había aceptado llevar a Nene con él, porque sabía que su hermano estaría ahí para cuidar de ella; pero, no confiaba en su puntualidad. ¡Más de una vez lo había hecho esperar hasta por más de tres horas!... Así que en definitiva necesitaba un plan B.
Era cierto que uno de sus guardaespaldas se encargaría de vigilarla de lejos, no obstante, necesitaba de alguien más que la cuidara de cerca.
Una sonrisa burlona y unos ojos azules pasaron por su mente.
No podía creer que tendría que pedirle ayuda.
Suspiró con cansancio y resignación, tendría que encontrarla antes de que su acompañante se internara al abismo que era ese lugar.
Lo primero que Nene notó en cuanto bajó del vehículo fueron las luces de neón de un letrero que decoraba la fachada del edificio frente a ella. "Las Escaleras Misaki", leía en fuente cursiva en vibrantes colores rosa y morado. Debía ser honesta, cada que hablaban de ese lugar no podía evitar pensar en un burdel de mala muerte; con borrachos afuera vomitando y orinando las paredes, basura en la acera, salaryman apenas caminando en línea recta, mujeres y hombres vulgarmente vestidos a las afueras, fumando y a la espera de clientes que buscaran pasar un buen rato.
No planeaba toparse con... eso.
Amplios ventanales polarizados y paredes impecables, jardineras que decoraban naturalmente la fachada con sus flores y arbustos bien cuidados y podados además de un frente limpio y por si fuera poco, la gente que entraba no parecía ser cualquier tipo de clientela.
Una ráfaga de aire la hizo cerrar los ojos y tratar de cubrirse, no había contemplado que el clima cambiaría drásticamente, ¿en dónde estaban?
Miró a todos lados, buscando algo que le indicara su localización o algo que la ayudara a ubicarse, pero fue en vano.
—Sígueme y no te separes de mí por nada hasta que encontremos a Tsukasa —dijo el que había sido su jefe en esas semanas, tomando la delantera y dejándola atrás por unos metros.
Dio unas zancadas largas, tratando de alcanzarlo. ¿Hasta cuándo seguiría con su acto? ¿Tan difícil era tomarla de la mano o llevarla del brazo?
Oh cierto, cabía la posibilidad de que esa misteriosa mujer lo viera con ella...
Una vez dentro, agradeció el abrigo del lugar que le evitaba seguir temblando ante la inclemencia del clima y detalló el ambiente que le había dado la bienvenida; paredes revestidas de terciopelo rojizo, piso de mármol pulido, maravillosa iluminación, olor a velas aromáticas de vainilla y una alfombra algo mullida que ahogaba el eco de las pisadas de los visitantes a lo largo del pasillo principal.
Al fondo, una puerta de madera maciza era custodiada por cadeneros y a unos metros más se podían ver los peldaños de una escalera que iba a los pisos superiores.
Había gente riendo, gente observando, gente sonrojada, algunos que subían y bajaban, otros que entraban y salían de donde podía imaginar que era la pista de baile. Hasta que la presencia del zaino se hizo notar y por un momento creyó que incluso la música había pausado. Algunos lo veían, otros fingían no verlo, otros más huían al baño y otros apuraban el paso; susurros, miradas furtivas, algunas mujeres y hombres más atrevidos guiñaban el ojo y sonreían en su dirección ya fuera por el alcohol de las bebidas que llevaban en la sangre o por el descaro de sus lujuriosos pensamientos.
Sintió su corazón achicarse en cuanto escuchó una voz femenina llegar a su encuentro.
—¡Al fin llegas! Estuve esperándote todo este tiempo, hace un rato que no habías venido a visitarme, ¿acaso ya no soy especial? —cuestionó una joven que se le abalanzó y de la que lamentablemente no pudo ver más que su larga cabellera azabache.
—¿Dónde están Yako y Tsuchigomori? ¿Ya llegaron Nagisa y sus acompañantes? ¿Has visto a Tsukasa?
—Siempre tan aburrido, ¿ni siquiera preguntarás por mi? —Hizo un puchero que luego de unos segundos en silencio se convirtió en una sonrisa—. Tsuchigomori y Nagisa están en el palco número dos. Yako aún no termina de arreglarse, y los acompañantes de Nagisa están en la barra... En cuanto a Tsukasa, no lo he visto.
—Bien. Iré con el anciano, necesito hablar de algo con él; pero antes, ven conmigo.
La de mirada rubí lo vio tomar a la misteriosa joven de la muñeca y llevarla rápidamente a un rincón más apartado; hablaban acaloradamente, susurraban de vez en cuando a sus oídos, la sonrisa traviesa de esa chica le revolvía el estómago y entonces, la gota que derramó el vaso: la vio colocar su índice sobre sus labios, obligando al varón a guardar silencio, la cara del zaino tornándose de carmín profundo
No aguantaba ver esa escena tan ridícula, tan dolorosa. Aun así, algo en ella se negaba a creerlo.
Esperaría a Tsukasa en la barra, claro si es que lograba dar con ella.
Caminó a la puerta de madera maciza, deteniendo su andar en cuanto escuchó el cuchicheo de un grupo de espectadoras.
—Siempre que viene es lo mismo, nunca se separa de él por ningún motivo —farfulló con evidente molestia una joven de cabello corto, rubio y lacio.
—¡Y que lo digas! Desde hace años son así de unidos y no puedo evitar sentirme celosa... ¡Si tan solo tuviera unos minutos a solas con él estoy segura de que no volvería a verla! O sea, nunca ha visitado otros privados, sólo entra al de Sumire y se queda ahí por horas... ¡Escuché que la última vez que vino salió de ahí hasta el día siguiente! ¿Qué tan buena será? —contestó otra de cabello rizado y pelirrojo.
—Si yo fuera ustedes no estaría tan celosa de ella, ¡estamos hablando de ese loco! —Interrumpió una más que llevaba en sus manos una bandeja con bebidas y bocadillos.
—Podrá estar loco y medio traumado, pero es encantador~ ¡No seas tan amargada, Kazumi, déjanos soñar un rato!
—Bueno, los rumores que lo siguen no son tan encantadores. ¿No supieron? Se dice que los gemelos tienen una relación y por eso ninguno de los dos ha sentado cabeza aún —relató Kazumi, dejando de lado la charola.
—¿Incesto? ¡No lo creo! —respondió la rubia, tomando un vaso con lo que parecía ser algún tipo de cóctel—. La otra vez estaba dándole un oral a un tipo que trabaja para Tsukasa. —Le dio un sorbo al contenido—. ¡Dijo que el muy enfermo se acuesta con todo lo que tiene un agujero y luego los asesina! Si estuviera con su hermano no estaría tan hambriento de sexo como para salir cuatro veces a la semana en búsqueda de acostones.
—¿Entonces, creen que sea gay?
—De ser así hubiera aceptado los avances de alguno de nuestros compañeros, pero solo acepta que Sumire se le acerque.
—¿Y si... es impotente o precoz y ella le hace favor de no delatarlo? O... ¿creen que lo está extorsionando?
—¡Shhhh, no digan más, hay alguien viéndonos! —Maldición, la chica de la charola la había descubierto—. ¡Ey, tú! Eres nueva aquí, ¿cierto? ¿También eres una muñeca o eres cliente?
—Eh... e-este yo... Lo que su–
—No la molesten, llegó con el Séptimo. Es extraño que Sakura no venga con él, ¿eres su reemplazo? —preguntó la pelirroja, acercándosele.
—¡No, no!
—¿Entonces? —Esto era malo, el trío de mujeres la estaban rodeando. ¡Hubiera sido mejor ir directo a la puerta de madera!
—Soy ahm... novia de... Tsukasa... —¿De qué otra manera podría presentarse?
—¿¡NOVIA DE TSUKASA!? ¿TE REFIERES A ESE TSUKASA? —Gritó la de cabello lacio, horrorizada ante la idea.
—¡Demonios, no sé si felicitarte o desearte una muerte rápida! ¿Cómo es que ese engendro logró enganchar a una chica tan linda como tú? —Interrumpió la pelirroja.
—Ah... e-este...
—Déjala en paz. —Kazumi intervino—. ¿Por qué le contaría su historia de amor a una desconocida? —Volteó la mirada a Nene—. Dime, ¿estás perdida? ¿a dónde quieres ir?
—Bu–Buscaba el camino a la barra, quería beber algo.
—Vamos. Yo te llevo. Tengo que ir a dejar estos vasos y a recolectar más bocadillos.
Y así la albina fue encaminada por la mujer de piel bronceada y cabello ondulado a través del pasillo que las condujo a las oscuras entrañas de ese lugar. Sus sentidos se agudizaron ante la falta de luz; el olor del aromatizante inundando sus fosas nasales, sus ojos apenas adecuándose a los cambios repentinos de las luces en la pista de baile, sus oídos tratando de no reventar ante la inclemencia de las bocinas, su piel erizándose ante las vibraciones que viajaban del piso hasta su coronilla.
Ninguna de las dos hablaba y empezaba a sentirse incómoda, ¿había sido buena idea revelar así como así su identidad?
Llegaron al bar, a unos metros de la pista de baile, y fue entonces cuando su acompañante rompió el hielo.
—¿En verdad eres novia de Tsukasa, el Tsukasa hermano gemelo del Séptimo?
—Sí... —respondió, sintiéndose avergonzada incluso.
—Ya veo... —Se quedó en silencio por unos segundos, como buscando qué palabras decir—. Bueno, si de algo sirve, medio burdel ha querido al menos chupársela, pero el muy desgraciado solo escoge a otros clientes. Aunque creo que es lo mejor. ¿Acaso no te da un poco de miedo?
—¿Miedo?
—Sí, estar con alguien que sabes que puede matar a otra persona sin pensarlo dos veces.
—No... no me da miedo...
—Debes estar o muy enamorada o ser en verdad muy idiota.
—¡Ey!
—Lo siento, pero es la verdad. Los gemelos son bastante complicados. Es por eso que a tantas nos llama la atención la relación de Sumire con el Séptimo.
—¿Relación?
—Sí. Te contaré solo para que sepas un poco más de tu cuñado —dijo, sentándose en un taburete e indicándole a Nene que tomara asiento en el contiguo—. ¿Qué quieres de tomar?
—Una limonada, por favor.
—¿Nada de alcohol? Bien. —Llamó al bartender e hizo la orden—. Una limonada y un flechazo de cupido.
En cuanto el trabajador empezó a preparar las bebidas, la conversación continuó.
—La relación de esos dos es complicada. Desde mucho antes que el Séptimo se convirtiera en lo que es ahora, esos dos se conocían. A veces viene directo al privado de Sumire y pasa ahí toda la noche. En otras ocasiones ella lo espera como perro a su amo en la entrada del establecimiento y de inmediato acapara toda su atención durante el tiempo que está acá, por lo regular los ves hablando aquí en la barra o van a uno de los palcos. ¡La frustración de las demás muñecas es tan evidente! Por más que han querido acercársele, pareciera como si solo la escuchara a ella. Sabemos que es la muñeca favorita de Misaki porque la trata como a una hija, pero, ¿a quién no le gustaría tener un poco de atención de ese tipo? O sea, ¿¡has visto sus ojos, su sonrisa y la cara que pone cuando está molesto!? Además, su voz... —Soltó un suspiro—. ¡Cómo me gustaría que al menos me insultara con ese tono que usa cuando amenaza gente!
La albina dio un sorbo a su bebida en lo que la contraria seguía hablando sobre el Séptimo. Más allá de sentirse celosa o molesta, le resultaba curiosa la manera en que hablaban de él; desde su porte y vestimenta hasta su mirada y complexión física. Así como las miles de fantasías y teorías que tenía sobre cómo debía lucir su torso desnudo... Si tan solo supiera que efectivamente era un desgraciado hijo de perra, con todo el respeto a su difunta madre, pero no por los motivos que todos en ese lugar creían.
—Entonces, ¿esos dos son muy cercanos? —preguntó una vez su compañera se quedó sin palabras.
—Bastante, aunque nos hace preguntarnos qué tipo de relación tienen verdaderamente. Nunca los he visto besarse, agarrarse de las manos o hacerse ojitos... ya sabes, tonterías como esas. Mucha gente cree que el Séptimo solo está usando a Sumire para que sus tratos con Misaki sigan en pie y podría ser cierto, pero otros creen que simplemente es un amor muy raro.
—¿A-Amor?
—¿De qué otra manera se le puede decir? Pasan noches juntos, siempre lo recibe y nunca se le separa cuando viene. Si no es amor, no se que será.
La albina palideció y agradeció que debido a la escasez de luz nadie pudiera ver cómo sus ojos empezaban a cristalizarse. Tomó la bebida con alcohol que su acompañante había pedido y la terminó de un solo trago. Sabía que le dolería confirmar su miedo más profundo, pero no creyó que le dolería tanto.
—Creí que no querías beber alcohol.
—Lo necesitaba.
—Ya veo... —respondió la joven a su lado, con una sonrisa y mirada sabedoras.
Quería ir al baño para poder limpiar las lágrimas incipientes que amenazaban con arruinar su maquillaje, no obstante, al momento de levantarse terminó tropezando con alguien.
—¡Lo siento! —Soltó, tratando de no caer y aferrándose al brazo de la persona contraria.
—¿Huh? ¿Acaso ya no tienen muñecas de calidad en este putero de mala muerte? ¡Misaki debería reconsiderar a quienes contrata, últimamente las escoge feas y con piernas de rábano! —exclamó el sujeto de aliento alcoholizado—. Pero tú... ¡Tú eres especialmente fea!
La de tobillos anchos estaba llegando a su límite. ¿Cuántas humillaciones más necesitaba pasar? Sólo quería un poco de aire fresco, sentir que no se estaba ahogando y olvidar por un segundo todo de lo que se había enterado hasta el momento. Se soltó del agarre del barbaján que la había insultado y empezó a caminar indignada, aguantando las ganas de sollozar y tratando de retirarse con el orgullo aparentemente intacto.
—¡Ey! ¿¡A dónde vas!? —La iba persiguiendo el insistente sujeto de gafas de sol y barba de candado— ¡Tal vez con una bolsa en la cara no me daría tanto asco cogerte! ¡Tienes buenas tetas a final de cuentas...!
—Déjala en paz, Osamu. No creo que a su novio le haga mucha gracia que la estés molestando. —Lo detuvo la mesera.
—¿Novio? —Le preguntó en cuanto la alcanzó—. ¿Entonces no eres una muñeca?... Tiene sentido... ¡Aún así, apuesto a que tu novio no podría darte lo que yo sí!
—Su novio es Tsukasa. El mismo que te ganó en las cartas hace dos meses. —Aclaró la trabajadora.
—Ese maldito bastardo... ¡Que mal gusto tiene en las mujeres! —gritó molesto, apretando fuertemente la muñeca de la albina y haciéndola chillar del dolor—. ¡No cabe duda porque se acostó con mi ex y porque ahora se está revolcando contigo! Aunque, supongo que tú podrías servir para desquitarme.
La mesera intervino, liberando a Nene y actuando como barrera entre los dos.
—Es mejor que te vayas. Estás ebrio y Nagisa está en el palco, deberías ir con él.
El varón la apartó de un empujón que la hizo tropezar contra un grupo de clientes.
—¡Que se vaya a la mierda! ¡Me ha negado tantas veces el puesto de wakagashira de su estúpida organización que estoy a nada de crear la mía! Dime, ¿no prefieres a alguien que está por crear su propia banda a un sirviente cualquiera como ese idiota de Tsukasa? —Se le volvió a acercar.
La combinación de sensaciones y sentimientos nublaron el pensamiento y raciocinio de Nene. En su mente no había nada más que no fuera la escandalosa alerta de peligro, el dolor punzante de agujas enterradas en su corazón junto con el leve efecto embriagante del cóctel que tomó cual si fuera shot.
Sintió una mano tocar su trasero, otra más acercarse a su busto. Era un tacto desesperado, asqueroso, nuevo. No como las manos de Amane.
Amane.
¡Debía encontrarlo rápido! Estaba segura de que la protegería de ese individuo y de cualquier otro malnacido que quisiera hacerle algo.
Lo primero que hizo en cuanto se libró del pavor que la mantenía paralizada fue darle una cachetada seguida de un pisotón al tipo que amenazaba con besarla y no lo pensó dos veces antes de huir de ahí; internándose y colándose entre los demás asistentes aun cuando no sabía bien a dónde se dirigía, entre cuerpos sudorosos, el ruido ensordecedor de la música y la poca visión.
Hasta que alguien la jaló del cabello, el mismo sujeto.
Soltó un chillido que dirigió todas las miradas a ella. Observaron pavorosos como el varón se le acercaba. Se hicieron los ciegos ante la mueca de dolor de la fémina, se hicieron de oídos sordos a los insultos que el masculino usaba para reclamar su actuar, otros más optaron por retirarse lo más que pudieron de la escena.
No era algo nuevo, pero sí incómodo de mirar.
De repente, la música se detuvo y el sonido de un arma cortando cartucho retumbó en la pista de baile.
—Suéltala —ordenó una voz apenas familiar.
En cuanto el agarre en su cabellera cedió, sobó su cabeza y volteó a ver a su agresor y ahogó un quejido en cuanto se percató de la situación en que se encontraba su salvador; no sólo el Séptimo tenía encañonado al molesto sujeto, él también lo estaba por los otros dos acompañantes del indeseable, aunque ni siquiera parecía importarle.
Cruzaron miradas por un segundo y antes de que pudiera decir algo, el zaino habló.
—¡Sumire, llévatela ahora! —Firme y sin titubear, su mano sin temblar.
Sin saber de quién se trataba fue llevada contra su voluntad. Alejándose en lo que rogaba a la persona que la conducía a través de la muchedumbre que le permitiera quedarse ahí, asegurarse de que estaría bien.
...
El encañonado por el Séptimo empezó a reír.
—De no ser porque es novia de tu hermano pensaría que en realidad es tu novia, ¿o acaso se la comparten? Dime, ¿qué lugar te toca? ¿Te la chupa o se la metes? —Se burló.
—Estás demasiado ebrio, deberías comportarte mejor. Nagisa lleva un rato buscándote.
—¿Me juzgas a mí por estar ebrio? ¿Debería recordarte que la última vez que nos vimos estabas en las mismas que yo? Aunque siendo honesto, en ese entonces me diste lastima y aun ahora me la das. Te veías tan asustado... ¡Hasta estabas temblando y llorando en esa ocasión! ¿Cuánto ha pasado? ¿Tres o cuatro años? He escuchado mucho de ti en este tiempo, pero por más que trato no dejo de ver en ti a un pobre niño asustado que juega a ser un hombre de verdad, tal vez debí matarte ese día cuando estabas verdaderamente ebrio. De haber sabido que así me hubiera ahorrado este problema, hasta hubiera disfrutado cortándote en pedacitos. —Concluyó, dándose la vuelta y encarándolo.
El zaino apretó fuertemente la empuñadura, pegando el arma en la frente del contrario. Tenía tantas ganas de disparar incluso si eso lo llevaba a su muerte.
—¡¿Qué demonios ocurre acá?! —preguntó un hombre de mediana edad.
—Tus subordinados, Nagisa, molestaron a mi... cuñada —contestó, identificando de inmediato al hombre con el que su superior muy probablemente estaba compartiendo tragos.
—¿Podrías empezar por bajar el arma, Séptimo?
—Que la bajen primero los otros dos orangutanes.
Ante un gesto del mayor, el par la bajaron y en consecuencia el de mirada ambarina también.
—Osamu, necesitamos hablar —ordenó Nagisa y se retiró, confiando en que el de barba lo siguiera sin causar mayores disturbios.
El de gafas farfulló maldiciones y escupió a los pies del zaino, quien ni siquiera se inmutó. Hasta que al rozar hombros el regañado se dio la vuelta y trató en vano de golpear en el rostro al más joven, quien lo detuvo y se lo regresó, haciendo que todos a su alrededor perdieran el último hilo de tranquilidad al ver cómo el agresor perdía el equilibrio, tropezaba con un taburete y caía de espaldas en el piso. Al menos eso le facilitaba las cosas a los guardias del lugar que llegaron para llevarlo donde Nagisa les indicara.
Un poco más tranquilo, se sacudió el polvo y acomodó su vestimenta, cuando una cachetada le fue propinada.
—Al palco, ahora. —Indicó su jefe. El anciano cara de araña.
Tocándose la mejilla lo siguió, al menos estaba seguro de que ahora Nene ya no correría riesgos.
—¡Tengo que ir a verlo! ¡Es urgente! —Rogaba la de tobillos anchos en lo que trataba de abrir con desesperación la puerta del cuarto donde había sido llevada.
—¡Tranquila, es mejor que esperes a que venga por ti!
—¡No lo entiendes! ¡No lo entiendes!
—A mi también me preocupa, pero estoy segura de que no pasará nada malo. Solo aguarda unos minutos.
—¡No, claro que no te preocupa! —Volteó a verla con evidente rabia en la mirada—. ¡Tú no lo amas como yo lo amo!
—Espera un momento, ¿tú crees que amo a Gon?
—¿Gon? ¡Me refiero a Amane! ¡El Honorable Número Siete o como sea que se haga llamar!
La sonora carcajada de la de mirada azul la hizo detener sus intentos por abrir la puerta.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó molesta.
—¡No creí que pensaras que yo estaba enamorada de él!
—¿No lo amas?
—¡Claro que no! Entre él y yo solo hay tratos y negocios, nada más.
—¿Y por eso pasa noches enteras en tu cuarto?
Soltó un suspiro y se sentó sobre su cama, negando con la cabeza pero con una sonrisa divertida en los labios.
—Creo que lo mejor es que primero nos presentemos. Mi nombre es Sumire, trabajo y vivo aquí en Las Escalares Misaki, y no estoy enamorada del Séptimo. —Le estrechó la mano.
Desconfiada se le acercó.
—Mi nombre es Nene, soy novia de... Tsukasa y estoy en mi etapa de prueba con las arañas de Tsuchigomori —contestó, devolviéndole el gesto.
—Así que eres tú... ¿Y por qué la novia de Tsukasa está tan preocupada por su cuñado? Es más, ¿por qué dices que lo amas?
—Primero tú dime qué relación tienes con el Séptimo y luego yo te responderé.
La de cabello azabache sonrió aún más y recordó.
...
En aquella ocasión estaba despidiendo a un cliente que como muchos otros iba a su encuentro más por su compañía que por cualquier otro servicio extra que pudiera ofrecer.
—¡Vuelva pronto, señor Yoshida! —exclamó sonriente desde el marco de la entrada.
Unos segundos después de haber cerrado y de haberse acostado en la cama, lista para descansar, escuchó el incesante llamado a su puerta.
—¿Quién es? ¿Señor Yoshida? —preguntó, preocupada por la intensidad de los golpes.
Curiosa y aterrada se atrevió a abrir, esperando que solo fuera una broma de sus compañeras. Aunque para su mala suerte, al momento de hacerlo fue empujada al interior de su habitación y aterrada observó cómo un muchacho de sudadera roída y pantalones decolorados por manchas de cloro se dejó caer sobre su diván.
—¿Disculpa? ¿Estás perdido? Por hoy ya no atiendo a nadie más, así que por favor sal de mi cuarto, estoy segura de que cua–
—¡Agh, cállate de una vez! Solo quiero dormir...
La agresividad del misterioso joven la hizo cerrar la boca. No sabía si sentirse ofendida por su tono o por la manera tan grosera en que había irrumpido en su espacio; pero, justo cuando estaba por reclamar y decirle más de una cosa para obligarlo a salir de su cuarto, lo escuchó gruñir, removerse en su lugar y decir algo que no entendió del todo.
Curiosa por naturaleza, no dudo en acercarse y poner atención al discurso inconsciente del de ropa sucia y olor a alcohol barato.
—¡No te vayas! Ne... Te a... Nene...
Así que de eso se trataba.
Suspiró resignada y lo cubrió con una manta luego de quitarle los tenis y acomodarlo lo mejor que pudo en el minúsculo espacio del mueble. Lo observó y reconoció su rostro, sin duda le sería de ayuda; por lo que escuchó durante un buen rato, sonriendo ante la inocencia y el sufrimiento de su monólogo, solo yendo a dormir hasta que sus párpados no pudieron más.
A la mañana siguiente el de mirada ambarina abrió los ojos, una jaqueca horrible deshaciendo su cerebro.
—¿¡Dónde estoy!? —se preguntó alarmado en cuanto notó la manta que lo cubría y la decoración tan femenina del cuarto en el que se encontraba.
—¡Buenos días! —saludó una voz a su lado.
El varón dio un saltito en su lugar ante la respuesta que evidentemente no se esperaba.
—¡¿Quién demonios eres tú?!
—Mi nombre es Sumire, creí que ya lo sabías... —respondió con un puchero—. ¡Eres tan cruel, Gon!
El varón se negó a contestar a sus provocaciones, no estaba de ánimos para seguirle el juego ahora que su cerebro había terminado de reconocer a la presencia femenina.
—¿En dónde estoy?
—Ayer por la noche llegaste a mi cuarto, estás en Las Escaleras Misaki.
—Las Escaleras Misaki... Oh, ya recuerdo... —Meditó por un momento, el rompecabezas en su mente armándose de a poco, cuando un pensamiento lo hizo abrir los ojos con horror—. ¡¿Qué hora es?!
—Son apenas las siete de la mañana.
—¿¡Las siete!?
—Así es.
—Menos mal. —Dejó salir un suspiro de alivio, le quedaba tiempo antes de iniciar la jornada en su trabajo de medio tiempo—. Debo irme y disculpa la intromisión.
—Aunque no me digas tu nombre te conozco. Te he visto venir a este lugar en más de una ocasión y hablar con mucha gente, personas interesantes y peligrosas... —Lo interrumpió en lo que el contrario amarraba las agujetas de sus tenis.
—¿Y qué con eso?
—Hay algo que quiero proponerte. —Le sonrió maliciosamente.
—No tengo porque hacer tratos contigo, si es por el favor que me hiciste puedo pagarlo.
—No quiero dinero, pero supongo que tú tampoco estarías tan emocionado de que hable sobre esta chica que no parabas de mencionar mientras dormías... ¿Cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Nene...
El varón se paralizó y maldijo por lo bajo, clavándole la mirada en cuanto terminó de colocarse los zapatos.
—No vuelvas a mencionar ese nombre. —Amenazó con evidente recelo.
—No lo haré~ Claro, si es que me haces un pequeño favor...
—¿Qué quieres?
—Sé que conoces a Hakubo.
—Algo así, no es muy extrovertido.
—Quiero que se hagan amigos y... ¡me ayudes a conquistarlo!
—¿Me ves cara de casamentero?
—Te veo cara de indigente. Uno que estaría dispuesto a hacer lo que fuera por mantener el nombre de Nene Yashiro oculto.
El contrario se sonrojó fuertemente, aun sintiendo el alcohol jodiendo su cabeza.
—Está bien, ¿cómo se supone que lo haré?
...
—Y desde entonces él y yo nos hacemos favores a cambio de no revelar la información del otro.
—¿Se chantajean con hablar públicamente de sus intereses amorosos? ¿Como en la secundaria?
—Algo así. En fin, esa es mi relación con él.
—¿Y entonces porque a veces se queda en tu habitación hasta el día siguiente?
—Desconfiada~ Hace unos años los rumores sobre el Séptimo en cuanto a no querer relacionarse con nadie iniciaron, por lo tanto necesitaba a alguien que jugara ese papel, ¡así que aquí me ves! Y aunque lo parezca, él no pasa aquí toda la noche. Mi cuarto tiene una salida secreta que solo Misaki y yo conocemos. Él entra a vista de todos y casi de inmediato se va. Aunque cuando no lo hace hablamos sobre Hakubo... o de ti.
—¿De mi?
—Tú eres Nene Yashiro, ¿no?
—Sí.
—Le encanta hablar de ti, me ha contado su historia miles de veces y siempre lo veo igual de sonriente e ilusionado. Hasta parece otra persona. —Culminó su relato—. ¿Ya me dirás porque eres novia de Tsukasa?
La albina guardó silencio, tenía tiempo que no hablaba de esa manera con alguien y además, había algo en esta chica que le recordaba a su mejor amiga. Aclaró su garganta y aun con las mejillas rojas, le contó todo.
...
El sonido de unos golpes en la entrada del cuarto pausaron su conversación.
—¿Quién es? —preguntó Sumire, pegando la oreja a la puerta cerrada.
—Soy Kusakabe, el Séptimo dice que lleves a su cuñada a la salida de siempre y que lo hagas rápido. Misaki también quiere verte en cuanto te desocupes.
Una vez las pisadas del varón se alejaron, volteó a ver a su acompañante.
—¿Ves? Te dije que estaría bien. Deberías confiar un poco más en él, no por nada está donde está. Y deja de ser tan insegura, si yo supiera que tiene a alguien más ya te lo hubiera dicho; pero créeme, solo tiene ojos y corazón para ti. Está totalmente e-na-mo-ra-do de ti.
La de mirada carmesí se sonrojó y asintió con la cabeza.
—Vamos, es mejor que no lo hagamos esperar, se escuchaba que era urgente. Ya será en otra ocasión que me cuentes sobre Hoshikiri y el asunto de ser su criada. ¡Es el peor! Ya verá en cuanto lo tenga enfrente —declaró, tomándola de la mano y llevándola a la salida indicada.
—Es aquí pero tengo que irme, ¡no querrás ver a Misaki cuando está enojada!
La de tobillos anchos rio un poco y se despidió. ¿Quién diría que ahora querría regresar a ese lugar?
Volteó al frente, había una puerta de emergencia al final del pasillo en el que se encontraba. Empezó a caminar, esperando que Amane la estuviera esperando tal vez afuera.
De repente, la luz se fue.
Tenía miedo pero ese era un lugar seguro, ¿no?
Aceleró el paso pues por más que caminaba no parecía avanzar, aunque no importaba, trataba de tranquilizarse, porque fuera cual fuera la situación al menos estaba cerca de una salida. Empezó a temblar, ¿hacía frío o solo era su cuerpo siendo traicionado por los nervios? Trató de conservar el calor frotándose los brazos y cruzándolos. El sonido de la música lograba llegar hasta ese pasillo, le traía recuerdos no muy gratos.
Giró nuevamente a la puerta por la que había llegado en cuanto escuchó que se abría y observó con terror una figura salir por ahí, por un momento le pareció que se trataba del sujeto que la había molestado en la pista de baile; se le estaba acercando cada vez más rápido, en lo que ella trataba de huir a la salida, su único escape.
Una mano cálida la detuvo, un agarre gentil y suave, aun cuando la textura de esas palmas, que reconocía incluso en la oscuridad, era áspera. Volteó a verlo, un brillo en el par de orbes que la observaban con una mezcla de alivio y rabia fue lo último que necesitó saber antes de tomar su rostro entre sus manos y besarlo. No requería de la luz para saber de quién se trataba, tampoco para reconocer el camino a sus labios.
—Tuve mucho miedo —dijo contra la boca masculina.
—Estás a salvo, tranquila. Iremos a casa y todo estará bien. —La consoló mientras la abrazaba fuertemente, percatándose de su piel erizada. Se separó por un momento de la frágil anatomía y se quitó el abrigo que llevaba—. Póntelo, hace frío y creo que va a llover.
—¡Podrías enfermar! —exclamó, temiendo por la salud del más alto y recordando la vulnerabilidad de su sistema inmune.
—Ya estoy acostumbrado, no te preocupes por mí.
—Gracias... —contestó, colocándose la prenda y aspirando en su esencia la frescura del mar colindante a su vivienda, la masculinidad de su portador de corazón vibrante y la tenacidad propia del sol negándose a rendirse en cada atardecer que veía desde su ventana. El dorado del horizonte recordándole la mirada que amaba.
—Vamos, la camioneta ya nos espera —comentó luego de revisar su celular y asomarse para corroborar que todo estuviera en orden.
La tomó de la mano y se adentraron a la seguridad del vehículo.
El regreso sin duda alguna distaba mucho de la ida; en lugar de ceños fruncidos y miradas perdidas en las ventanillas, el varón acariciaba tiernamente la coronilla de su acompañante, quien acurrucada entre sus brazos y envuelta en la calidez del abrigo masculino no paraba de sollozar. Necesitaba sacar todo lo que estaba reprimiendo en ese lugar y en respuesta, el contrario susurraba palabras de amoroso consuelo.
El conductor y el copiloto los veían gracias al espejo retrovisor, les parecía extraña la relación de ese par, pero tampoco era como si pudieran cuestionarlo. Valoraban demasiado sus lenguas como para arriesgarse por un simple chisme; no obstante, era intrigante ver una cara de su jefe que no conocían.
¿En verdad esa cosa tenía sentimientos?
Eso parecía.
—Llamen a Sakura y díganle que preparen el cuarto y un baño para Yashiro. Necesita descansar. —Interrumpió el reflexionar de sus dos trabajadores.
Sin siquiera responder o pensarlo dos veces, el copiloto hizo las llamadas necesarias, esperaba que el Séptimo no hubiera notado como los observaban; pero, ¿como no hacerlo? ¿Alguna vez habían visto a un par mirarse con tanta adoración? ¿Hablarse de una manera tan cariñosa?
¡Ni sus madres los habían arrullado con tanto amor!
Honestamente, cuando Sakura recibió la llamada de su superior y le ordenó maximizar la seguridad de la vivienda, esperaba verlo llegar como muchas otras veces; al borde del colapso, herido, furioso... No así.
Abrazando a la rubia, tomándola de la mano, hablándole con tanta ternura y cariño que por un momento creyó que no se trataba del mismo sujeto que llevaba conociendo desde hace unos años. Detestaba darle la razón a Tsukasa, pero era cierto su punto. El Séptimo era otro cuando estaba con ella, casi parecía humano.
En ese típico escenario donde el gemelo mayor solo vería desolación y desesperanza, ahora se mostraba fuerte y firme, como un pilar de piedra inamovible. Porque eso era lo que Nene necesitaba; que la tomara de la mano, que la llenara de cariño y amor a través de palabras y caricias, no permitiéndole caer.
Los observó caminar directamente al cuarto de la todavía sollozante mujer, sus figuras desapareciendo totalmente luego de que el pestillo fuera pasado y sus guardaespaldas tomaran lugar frente a la puerta.
La llevó a la cama y le quitó los zapatos, dándole un beso a sus tobillos que la hizo sonreír un poco.
—Iré a revisar que el baño esté caliente en lo que te preparas para asearte.
La albina asintió aun sin saber del todo cómo reaccionar ante las atenciones de su ex. Era extraño, pero lindo.
Se quitó el abrigo y lo dobló sobre la silla de su pequeño escritorio. Suspiró y sintió alivio en cuanto se deshizo de la ropa interior. Se enredó en la toalla y entró al cuarto de aseo.
—El agua está como te gusta, agregué sales y bombas de lavanda para relajarte, también algunos aceites esenciales. Saldré y esperaré en tu cuarto hasta que termines.
—Espera. —Lo detuvo, tomándolo de la manga—. ¿Podrías quedarte conmigo? —No quería presionarlo, pero también quería saber hasta dónde podía llegar con él esa noche.
—No me hagas esto más difícil de lo que ya es.
—Sé que has hecho cosas más difíciles. Sumire me contó un poco sobre ti.
—Esa traidora... —Mascó entre dientes.
Sintiéndose un poco desanimada ante la reacción del zaino bajó la mirada y continuó.
—Está bien si no quieres, tampoco quiero presionarte...
—¿Tienes toallas extras?
—¿Ah? —Volteó a verlo, empezaba a desabotonarse la camisa.
—No esperarás a que me seque con la misma toalla que tú como cuando nos bañábamos juntos, ¿o sí?
—Están en la cómoda frente a la cama... —contestó, intrigada por la facilidad con que había aceptado.
—Iré por una y pediré que traigan una pijama para mí, mientras tanto entra, no querrás que el agua se enfríe.
La joven asintió y vio a su acompañante salir del baño.
¿En verdad lo haría?
Sea como fuere, se quitó la toalla y se dejó consentir por el agua caliente y los olores tranquilizantes, su cuerpo poco a poco relajándose. Cerró los párpados y dejó que las últimas lágrimas rodaran por sus mejillas; entonces, sintió a alguien entrar a la bañera. Volteó, y con un ademán el más alto le pidió que se hiciera al frente. Así lo hizo en lo que el zaino se terminaba de sentar, pegándola contra su pecho en cuanto estuvo acomodado y borrando el rastro salino con sus pulgares.
Lo escuchó soltar un suspiro antes de que tomara una esponja y lavara su espalda.
—N-No tienes porque hacer eso...
—Quiero hacerlo. Sabes que me gusta bañarme contigo, me relaja limpiar tu cuerpo y lavar tu cabello, así que solo déjame hacer lo que me gusta.
—Con una condición. —Volteó para verlo a los ojos.
—¿Cuál?
—Que me dejes hacer lo mismo.
—Está bien.
En silencio se dejó llevar por el suave rozar de la esponja contra su piel, expectante al tacto masculino, se permitió cerrar los ojos y olvidarse de todo en cuanto los habilidosos dedos de su alma gemela se enredaron en su cabellera para frotarla y lavarla, consolando su cuero cabelludo del maltrato recibido esa noche.
Abrió los ojos en cuanto la abrazó fuertemente y plantó un beso en su cuello, otro en su mejilla y uno más sobre su hombro, dedicando una sonrisa burlona al notar su sonrojo y sin detenerse siguió a sus labios. La besó lentamente, sin segundas intenciones, solo quería deleitarse con la suavidad de los mismos, con saber que por esa ocasión había logrado mantenerla a salvo.
Una vez fue su turno de asear la anatomía masculina, alternaron lugares. Podía detallar el lienzo que era su espalda, y aun cuando había terminado de limpiar su anatomía se permitió pasar los dedos sobre cada trazo, observando embelesada como su piel se erizaba, como sus músculos se tensaban y relajaban bajo la presión de sus yemas.
—Noté lo que hiciste con el abanico. Me gustó ese detalle.
El contrario no respondió pero el sonrojo en la punta de sus orejas lo delató.
Con una sonrisa continuó su trabajo; lavando y pasando los dedos entre los mechones que gustaba de jalar amorosamente cuando jugaban y en ocasiones más candentes, desesperadamente. Masajeó su cuero cabelludo de la misma manera que él, tratando de que en cada movimiento su amor y cariño le fuera comunicado.
Con un beso sobre su hombro terminó la faena.
La fémina salió primero del baño, aprovechando para vestirse y preparar la cama para dormir. Por un momento se pregunto, ¿así hubieran sido sus noches de vida cotidiana de no estar metidos en todo ese embrollo? Le hubiera encantado que sí.
Se sentó sobre el taburete de su tocador y sonrió melancólicamente, imaginando una vida normal a su lado.
Lo observó salir del cuarto de aseo, vestido con una playera térmica de algodón blanco y un pantalón gris en lo que secaba su cabello con una toalla. Se observaron y sonrieron como solo entre ellos lo hacían. No necesitaban decir mucho, no había mucho de qué hablar, y si lo había, preferían no hacerlo.
—¿Puedo trenzar tu cabello? —preguntó en cuanto la albina terminó de usar la secadora.
—Sí... ¿Todavía recuerdas cómo hacerlo?
—Claro que sí —respondió y palmó el espacio frente a él en la cama.
Se sentó entre sus piernas y se dejó llevar por la manera en que los dedos masculinos la relajaban; como pasaba el cepillo, como dividía las secciones y luego trenzaba cada mechón, usando un scrunchie para que la trenza no se deshiciera y preguntando si no necesitaba aflojarlas.
Ese era el Amane que conocía. El que velaba por su bienestar, el que la amaba y adoraba, el que susurraba a sus oídos juramentos de amor bajo la luz de la luna, el que le robaba un beso o dos cuando no había maestros que los vieran en la escuela, el que sonreía brillantemente cada mañana cuando pasaba por ella para ir al instituto. El que le había sido robado injustamente pero trataría de recuperar.
—De una vez te aviso, no podré quedarme a dormir. Necesito ir primero a revisar algunas cosas —dijo una vez terminó con la segunda trenza.
—¿Vendrás en cuanto termines? —Giró la cabeza para verlo.
—No te recomiendo esperarme despierta. Es casi la una, deberías ir a dormir.
—¿Tiene que ver con el sujeto del bar? ¿Osamu?
—Sí, en parte.
—Note que redoblaron la vigilancia, ¿sucede algo?
—Nada de lo que tengas que preocuparte. —Tomó una de sus manos y besó sus nudillos.
—Lo sé, eres muy bueno en lo que haces y confío en ti. Sé que contigo nada malo puede pasarme.
—No sigas. No estarías metida en este tipo de cosas de no ser por mi culpa.
—No importa porque siempre estás ahí para mí. Podrá sonar egoísta, pero me gusta eso. Me gusta que seas tú quien siempre me ayude.
El zaino resopló y se levantó de la cama.
—Vamos, es hora de que vayas a dormir, así que acuéstate.
—¿Y si algo sucede?
—Uno de mis guardaespaldas estará afuera de tu cuarto, cualquier cosa que necesites solo llámalo y entrará de inmediato.
—Preferiría que fueras tú...
—Sabes, no sólo en mi cuarto hay cámaras... —dijo en tono sugerente, haciendo referencia al incidente de la mañana y obteniendo un precioso puchero acompañado de mejillas ruborizadas—. Te estaré viendo, así que no seas tan caprichosa, vendré en cuanto todo esto se calme.
—¿Lo prometes?
—Lo juro.
Con un beso en la coronilla y otro en los labios, el de mirada ambarina salió del cuarto y la fémina cerró los ojos con una sonrisa. Quería pensar que este sería el pináculo en su relación que los devolvería a la tan ansiada estabilidad.
Chapter 9: 8
Chapter Text
—Si Tsukasa llama, dile que no regrese a casa hasta nuevo aviso y si por algún motivo llega, que no salga de su cuarto. Quiero guardias y perros rodeando el perímetro de la propiedad y otros más custodiando cada entrada.
—¿Y la tortuga?
—Resguárdenla en su estanque de invierno.
—Está bien.
—Los encargados de las cámaras tienen estrictamente prohibido dejar de observarlas, de lo contrario yo mismo les sacaré los ojos. Cada quince minutos los que estén haciendo rondines deberán comunicar su posición y estado del área que les haya tocado vigilar a Hyuuga.
—Entiendo. El cuarto de seguridad está preparado en caso de necesitarse, adentro hay botiquines y un teléfono satelital, tal y como lo pidió esta mañana. Los doctores ya están alertados también.
—¿Y los generadores eléctricos y radios de emergencia?
—Listos.
Esas habían sido sus órdenes.
Las luces de la casa apenas alumbrando lo indispensable, las cortinas cerradas en cada ventana y él, sentado en la soledad de su estudio solo observaba a su amada descansar plácidamente. Haría lo que fuera para mantenerla a salvo.
En cuanto a Sakura, estaba en su cuarto junto con Natsuhiko y la mocosa, por lo que no tenía mucho de qué preocuparse.
Vio con especial interés su cigarrera, quería tanto fumar... Pero, ¿acaso no sería maleducado hacia Nene si planeaba dormir en su cama?
Lo dejaría pasar, no necesitaba verdaderamente la nicotina.
Soltó un suspiro y se recargó contra el respaldo de su silla, los eventos de esa noche atravesando su mente.
...
—¿¡Qué demonios tienes en la cabeza!?
—Osamu fue quien empezó todo. Estaba molestando a Yashiro.
—Sabes que tenemos protocolos incluso para eso. ¡No vas por la vida sacando un arma y apuntando a la cabeza del primer imbécil que te revienta las pelotas!
Apretó fuertemente el puño.
Era cierto, en esta etapa de su vida se había regido por protocolos y reglas, por lo que incluso él se sorprendió un poco al darse cuenta de la gravedad de la situación en la que se había metido. Pero... al ver a Nene en ese estado... Sin pensarlo dos veces, volvería a hacerlo.
—No volverá a suceder. —Mintió.
—Eso espero, trataré de que este incidente no haga que ese bastardo gane simpatía con Yako, de por si no eres santo de su devoción y Osamu... bueno, es uno de sus clientes frecuentes y es el perro faldero de Nagisa, así que la tienes difícil en cuanto a credibilidad.
Resopló y negó con la cabeza. Casi había echado a perder años de investigación que por fin empezaban a tomar un forma más concreta.
—Misaki ya puede atenderlos. —Interrumpió una de las muñecas.
El par de varones entraron al palco número dos. Ahí estaba ella, tan radiante como siempre y a la vez tan peligrosa como solo pocos podían atestiguar.
—Más vale que lo que me dijo el vejestorio sea cierto, de serlo... Nagisa y sus idiotas están en graves problemas conmigo —dijo luego de tomar un cóctel.
—No sólo tú querías encontrar a los responsables, yo también. Es lo mínimo que puedo hacer en agradecimiento a la hospitalidad de Misaki.
La rubia lo miró de arriba a abajo, lo analizó y luego rio burlonamente, girando hacia su contemporáneo.
—Parece que el mocoso es sincero... Y tú, amargado, no creas que una escena entre un par de idiotas va a ser suficiente para que mi balanza favorezca a uno u otro. Me temo que aun si Nagisa ruega por la vida de ese bastardo, no planeo tener piedad.
—Me preocupa cómo se lo tomará. Estoy seguro de que de alguna manera le tiene cierta estima.
—Misaki. —Interrumpió una muñeca—. Nagisa y sus acompañantes ya están de regreso.
—Diles que entren y que algunos guardias vengan a custodiar la entrada. De aquí ese imbécil no va a salir por cuenta propia.
Y fue así como, estimado lector, el inútil amargado por el que la mayoría de ustedes suspiran, procedió a revelar frente a los presentes todo aquello que había logrado recabar durante su último viaje al extranjero.
Esto claro, luego de amenizar un poco el ambiente y "limar asperezas", porque sí; el Séptimo era un desgraciado hipócrita cuando tenía que serlo. Un día podría estar dándote la mano, sonriendo y al siguiente podría ser tu propio verdugo.
La muerte de Misaki no sólo había afectado a Yako, también a él.
Pero, ¿qué tenía que ver Nagisa, un capo de la piratería, y tres de sus hombres más valiosos en todo esto?
La respuesta radicaba en el pasado de sus compinches.
Cuando Misaki aun respiraba fue varias veces increpado sobre el futuro de su negocio dada la infertilidad de Yako y su negativa a adoptar. ¿Qué sería entonces de su legado?
"El tiempo dirá..."
Siempre contestaba, sin preocuparse mucho por ello y confiando en que la vida le alcanzaría para solucionar ese dilema. Sin embargo, había personas que no estaban del todo convencidas, personas que veían la falta de un heredero como una debilidad de la que podían sacar beneficios.
Hasta que ella llegó, Sumire.
La arrabalera que de alguna manera había enternecido los corazones del feliz matrimonio y a la que de a poco iban viendo con ojos paternos. Y eso evidentemente era algo malo, debían actuar antes de que Misaki hiciera algo que interrumpiera sus planes.
Y era ahí donde Osamu y los otros dos compinches que siempre estaban con él entraban.
Su encomienda era sencilla.
Después de todo, en algo parecido habían estado involucrados antes.
Matar al chofer, secuestrar a la víctima y luego de llegar al lugar indicado, proceder según lo que el jefe les hubiera pedido. Y en esta ocasión había sido bastante directo; descuartizado lentamente, prolongando el tiempo de sufrimiento lo más posible para posteriormente dejarlo en bolsas de basura frente a su hogar. Una clara amenaza contra Yako, una amenaza sobre lo que le podría pasar a ella y a la mocosa si no cedía el negocio a aquellos que deseaban el lugar de Misaki.
Claro que no contaban con que más allá de una cara bonita; la rubia tenía uñas y dientes que no dudaría en usar y si bien había llegado tarde para asesinar a aquel que le había robado a su compañero de vida, ahora tenía a los verdugos frente a ella.
—¿Es cierto todo esto, Osamu? —cuestionó Nagisa, evidentemente afectado por las declaraciones dadas por el zaino.
Si bien lo más lógico hubiera sido contarle todo esto a Nagisa a solas, Yako había insistido en que el enfrentamiento fuera así; repentino y crudo. Tal y como lo que le habían hecho a Misaki, deseaba ver la cara del imbécil de barba cuando aquel que lo había defendido y ayudado le diera la espalda. Era obvio que, considerando que Nagisa y Misaki eran primos, de ninguna manera lo dejaría pasar.
Ante el silencio de los señalados, Nagisa tomó sus cosas y se dirigió a la salida.
—Yako, dejo en tus manos las vidas de estos tres. Mi grupo y yo no los reconocemos como miembros —declaró, antes de abrir la puerta para retirarse.
La sonrisa de la de ojos verdes se hizo aún más grande, sabía que Nagisa no tendría el corazón de ver lo que estaba por suceder, ni tampoco querría seguir abogando por aquel que tenía las manos manchadas con la sangre de uno de sus familiares.
—Mocoso, araña estúpida, ayúdenme a atarlos y luego lárguense.
Fue hasta entonces que el trío de condenados se dieron cuenta de que por más que trataban de levantarse no podían hacerlo. Las bebidas que cierta mesera les había servido estaban adulteradas por órdenes de la rubia y evidentemente, ¿quien era ella para negarse a cumplir las órdenes de su jefa?
No importaba cuanto quisieran gritar o resistirse, simple y sencillamente la voz no salía ni sus extremidades respondían.
—Creo que tenías razón, en verdad debiste matarme en aquella ocasión. Así te hubieras evitado pasar por esto —susurró el zaino contra la oreja del sujeto al que había encañonado previamente, burlándose de la ironía de sus palabras.
—¡Misaki! —Un varón gritó desde afuera del palco—. ¡Misaki, abre soy Kusakabe!
Ante la mención del nombre, la rubia se dirigió a la puerta, sabía que el de lentes no sería tan imbécil como para interrumpirla en medio de algo sumamente importante.
—Más vale que sea de vida o muerte. —Advirtió una vez lo tuvo frente a frente en la confidencialidad del privado.
—Alguien acaba de mandar un mensaje para Sumire... Es una amenaza...
—Habla. Dame los detalles.
—Uno de sus conejos fue abierto de canal y adentro había una nota donde se le exige desaparecer si no quiere terminar como el animal y, había otra para ti.
—Dámela.
El de lentes la sacó de su pantalón y se la entregó.
"Deja en paz a esos tres si no quieres que la niña termine igual que tu marido."
Furiosa arrugó el papel y lo lanzó contra el piso para luego pisarlo.
—¿Sumire sabe de esto? ¿Qué está haciendo?
—No lo sabe, está en su cuarto con la cuñada del Séptimo.
—Bien, dile que quiero hablar con ella en cuanto se desocupe y no le menciones nada.
Con una reverencia se marchó lo más rápido que podía.
—Mocoso, cara de araña... Es hora de que se larguen, yo jugaré a solas pero me temo que ya los he involucrado demasiado y lo más seguro es que no solo vengan por mí, sino también por ustedes.
—No digas estupideces, me quedaré contigo por hoy. Por más que seas un zorra barata, no puedo dejarte sola. —Soltó el de cabellera bicolor.
—Si sigues así pensaré que estás tratando de coquetearme.
—Preferiría castrarme con un palillo de madera antes de siquiera pensarlo. Es solo que eres demasiado impulsiva y no piensas bien cuando estás enojada. Además, Sumire necesitará apoyo en caso de que vuelvas a embriagarte como en Navidad.
—Como quieras entonces.
—Yo me retiro, tengo que hablar con Sakura para que la seguridad de mi hogar se duplique... con mi hermano fuera y con mí... digo, su novia bajo mi cuidado debo ser más cauteloso.
—Entiendo, ve. Yo pediré que cierren el lugar y luego estos tres y yo nos divertiremos mucho en el jardín. —Volteó la fémina a ver a sus presas con una sonrisa que rayaba en la locura.
—¿Cuántos días estuvieron sin comer? —cuestionó Tsuchigomori.
—Apenas dos, solo se les daba lo mínimo, así que ahora mismo mis lindos zorros están ansiando un festín que no planeo negarles más tiempo. Aunque obviamente yo también me quedaré con algunos regalos... Tal vez un ojo, una oreja, dientes, cuero cabelludo, un dedo o la lengua... Veré que tan creativa puedo llegar a ser.
...
El sonido de su teléfono sonando lo despertó, sin haberse percatado se había quedado dormido sobre su escritorio.
—¿Qué? —contestó de malas.
—Ya puedes ir a dormir a tu cuarto, volvieron a mandar otra nota, van tras Sumire y Yako específicamente. No creo que a nosotros nos toquen por el momento...
—¿Qué te hace pensar eso?
—He empezado a mover mis redes, sé que al menos en un futuro cercano no se nos acercarán.
—Entonces, ¿ya sabes quien es el idiota que está mandando esas notas?
—Las redes se tejen de a poco, tranquilo, lo encontraremos.
El zaino colgó. Lo que le faltaba, una preocupación más a su cuello y hombros.
Azotó la cabeza contra la madera del mueble, tenía tantas ganas de tomar un poco de whisky... Y estaba por hacerlo, hasta que al fijar la mirada en el monitor pudo observar a Nene durmiendo plácidamente, aferrada al abrigo que le había prestado esa noche.
¡Al diablo con todo!
Necesitaba dormir bien al menos por unas cuantas horas.
Abrió la puerta con sumo cuidado y caminó lentamente hasta el lecho donde descansaba la fémina, retirando la prenda oscura de su agarre delicadamente y metiéndose entre las mantas.
¡Mierda! ¿Qué se suponía que debía hacer ahora que estaba a su lado?
Había pasado mucho tiempo desde que durmió con ella... Y no, la última vez no contaba porque se había quedado dormido; pero ahora estaba totalmente consciente de lo que su cuerpo hacía, por lo que efectivamente, estaba pasmado. ¿Cómo hacía antes para dormir con ella?
Sus manos dejaron de aferrarse a las sabanas fuertemente, así como su torso se dio la vuelta y se acercó inseguro a la fuente de calor; la contempló por unos segundos, desde siempre su rostro durmiendo le traía una sensación de paz y tranquilidad que no terminaba de comprender pero que gustoso aceptaba. Si tan solo pudiera verla así más tiempo, si tan solo pudiera tenerla así a diario... Soltó un suspiro y siguió detallando sus facciones, cuando los brazos femeninos atraparon su cintura, sus piernas se enredaron con las propias y su cabeza se acomodó en su pecho.
El acto había sido tan rápido que ni siquiera tuvo oportunidad de acomodarse o algo, simplemente ahora era cautivo de su abrazo y tampoco era como si se opusiera del todo. Aunque claro, el sobrepensar volvió a jugarle en contra.
¿Qué demonios estaba haciendo?
¿Por qué había aceptado hacer todo esto?
¿Por qué aun cuando sabía que lo ideal era tenerla lejos, siempre buscaba pretextos para estar cerca?
Entonces, se percató de algo.
El cuerpo femenino temblaba, su cara se contorsionaba probablemente debido a un mal sueño.
Y ahí recordó el motivo principal de su tan inusual actuar.
Si estaba ahí era porque Nene lo necesitaba, independientemente de sus problemas o de la situación en que se encontraran, siempre trataría de protegerla y consolarla si estaba en su poder hacerlo.
Devolvió su abrazo lo mejor que pudo, besó su frente y la consoló con susurros y caricias. Tal y como siempre hacía cada que no podía dormir.
En cuanto la sintió relajarse, cerró los ojos y se dejó consentir por las palpitaciones del corazón femenino sobre su pecho. Sonará cursi; sin embargo, le gustaba pensar que ambos corazones se comunicaban, que así como ellos, también compartían votos de amor.
Por un momento el recuerdo de la pista de baile llegó a su mente.
Si hubiera llegado un poco más tarde, ¿qué hubiera visto?
Había sido lo suficientemente enervante ver a Nene en los brazos de ese individuo, con un rostro de evidente pavor e incomodidad, las asquerosas manos de ese sujeto tocando su trasero, bajando a sus muslos, la otra casi llegando hasta sus pechos... De solo recordarlo su estómago daba un vuelco.
Sin embargo, no importaba porque no había pasado nada más, él no lo había permitido y ahora estaban juntos. Trataría en la medida de lo posible seguir cuidándola, probablemente sería mejor idea darle permiso a su guardaespaldas de intervenir en cualquier situación que la pusiera en riesgo.
Inhalo la esencia de su cabellera, le dio un beso en la frente y se relajó.
—Es hora de que te vayas, Yako va a cerrar por hoy.
—Ella sabe que estoy acá, así que no te preocupes. En cuanto mi hermano y Nene se vayan iré al palco número dos, después de todo mmmmm... ¿Como decirlo?... Tenemos cosas que hacer, además, ¿quién crees que le ayudará a desquitarse del trío de idiotas?
—Como quieras entonces.
El menor de los gemelos vio al de visión débil salir del privado y suspiró.
¡Con un carajo!
Como le caía mal ese sujeto, no entendía cómo es que su hermano no lo había matado cuando pudo hacerlo. A lo mejor luego se lo preguntaría.
Sintiendo que algo golpeaba su muslo, volteó abajo de la mesa que tenía enfrente y fue hasta entonces que dejó de empujar el cañón de su arma en la boca del pelirrosado.
—Lo siento, Mitsuba, me ibas diciendo en qué demonios está metido tu cuñadito, ¿no? —preguntó, esperando unos segundos para que el contrario recuperara el aire.
—Ya te lo dije tres veces. —Escupió—. Teru no cuenta con el apoyo de la policía ni de su equipo, pero está investigando por su cuenta.
—Es justamente por eso que necesito que lo mantengas ocupado.
—¿Y cómo se supone que haré eso?
—No lo sé, es tu problema. A no ser que quieras que le mande tus lindas fotos desnudo a tu novio, ya sabes, las que te tomé la primera vez que nos conocimos. Creo que en ese entonces ya estaban saliendo, ¿no?
El pelirrosado se sonrojó, recordando la noche alocada en que sin querer había sido infiel a la única persona que lo había apoyado aparte de su madre.
—Vamos no pongas esa cara. En lo personal, creo que es de admirar la dedicación que le has puesto a nuestra relación.
—¡No tenemos una relación! Y si hago lo que me pides es solo para que no lastimes a Kou...
—Y es por eso que muy pronto te recompensaré~ Mientras tanto, creo que mis zapatos también están sucios, ¿por qué no empiezas a limpiarlos con esa linda boquita? Tengo que verme presentable para hablar con Yako y la araña fumigada. —Sonrió observando con placer como el de facciones afeminadas bajaba el rostro hasta la altura de su suela.
Despertó con la agradable sensación de una mano enredada en su cintura, un tacto y un calor que su cuerpo extrañaba y añoraba a diario.
Se giró para comprobar lo que creía un sueño todavía y lo vio junto a ella, durmiendo tranquilamente, su respiración pacífica y su rostro en total calma. Una visión extraña de ver en esta nueva faceta de su vida.
Sonrió y se le acercó, cuidando de no despertarlo.
Un tanto temerosa se atrevió a pasar las manos por su cabellera y a acariciar su mejilla. Se sentía curiosa y expectante por cuál sería el rumbo de sus vidas ese día, se preguntaba si volverían a la misma dinámica; ser un par de desconocidos con recuerdos en común, o si sería la oportunidad que esperaba para volver a enamorarse de él, de todas las cosas nuevas que lo hacían quién era ahora.
Quería conocer el pasado detrás de sus ojeras, de su alcoholismo y tabaquismo, de sus tatuajes y cicatrices, de sus constantes quejas sobre dolores musculares y de sus noches en vela en aquel cuarto que era casi sagrado para él. Lugar donde ella bien sabía que guardaba un poquito de su esencia original.
Los orbes ambarinos se abrieron y por un momento vio un destello de felicidad en su mirada. Estaba por abrazarlo, cuando el semblante masculino palideció y sus manos se aferraron a su pecho fuertemente, casi tropezando es que salió de la comodidad del lecho y huyó con paso presuroso hasta su cuarto.
La contraria no tuvo ni oportunidad de terminar de comprender qué sucedía o qué había presenciado, era la primera vez que lo veía así. Su voz interna le gritaba que debía seguirlo, asegurarse de que estuviera bien, cuidarlo y procurar su bienestar hasta que esa mirada de terror y dolor desapareciera.
Se puso lo primero que encontró y fue hasta la habitación del jefe de la casa, siendo interrumpida en su camino por el sujeto encargado de su protección. Le obstruyó el paso a la puerta de la recamara principal, negando con la cabeza.
—¿¡Por qué no puedo entrar!? ¡Amane necesita ayuda!
—Nadie más que las personas designadas por él pueden entrar a su cuarto en estas ocasiones, lo sentimos.
—¡Pe-pero... Me necesita, necesito verlo! —Insistió, tratando de tomar el pomo de la puerta y siendo apartada nuevamente.
—No tiene porqué preocuparse, los doctores ya vienen.
—¿¡Qué tiene!? ¡Díganme!
—No podemos contestar a eso.
La de tobillos anchos resopló y estuvo a nada de dejar todo tipo de etiqueta detrás, cuando Sakura salió del cuarto al que ella deseaba acceder e interrumpió.
—Nene, tranquila —dijo, tomándola de las manos y llevándosela lentamente—. ¿Ya desayunaste? ¿Por qué no esperas en la sala?
—Sakura, ¿qué está pasando? —Se soltó del agarre y la miró a los ojos decidida a obtener respuestas—. ¡Hace tan solo unos minutos estábamos durmiendo y en menos de dos parpadeos salió huyendo a su cuarto! Y ahora me dicen que los doctores ya vienen... ¿Qué pasa con él?
Con un largo suspiro y el semblante agachado, la peliverde respondió.
—Solo el Séptimo te lo puede decir. Créeme que estará bien, es más común de lo que te puede parecer este tipo de escenarios. Los doctores ya vienen a revisarlo. No es algo mortal, pero si necesitará suficiente reposo.
—¿Podré verlo después? Me gustaría cuidarlo...
—En cuanto esté estable hablaré con él para saber si puedes pasar a verlo. —Concluyó antes de dejarla en el pasillo principal y regresar al cuarto de su jefe.
Nene observó al piso por unos instantes; indecisa entre dejar las cosas hasta ahí y hacerle caso a Sakura o volver a insistir. Su visión empezó a tornarse borrosa, cuando un par de doctores y camareras pasaron a su lado rápidamente, desapareciendo detrás de la puerta de la recamara principal.
Se limpió las lágrimas incipientes y fue a su cuarto para alistarse, ya encontraría la manera de ayudar a Amane por su cuenta.
El silencio en la cocina era inusual. Durante sus días ayudando en esa área se había acostumbrado a la charla informal y alegre entre los trabajadores. No obstante, tanto sus rostros como sus miradas en ese momento contaban una historia distinta.
Susurros entre camareras y personal de la cocina viajaban de una oreja a otra, todos estaban a la espera de noticias sobre el estado del jefe de la casa.
—Escuché que esta vez fue peor que otras... Los doctores le recomendaron reposo de dos días mínimo al parecer... —Alcanzó a escuchar en lo que dejaba de lado la masa para donas que estaba preparando.
¿Qué era tan fuerte como para mantenerlo en cama?
—El suelo de su habitación y del baño estaban hechos un desastre, esta vez había incluso sangre... Al menos terminé de arreglar su cuarto antes de que le diera por segunda vez.
Esperaba que los rumores más fuertes fueran mentira, simples exageraciones en aras de crear morbo. Sin embargo, ¿y si no lo fueran?
—Hola, Nene. —Una voz detrás de ella la hizo saltar en su lugar.
—¡Hoshikiri! —Contestó con los nervios de punta—. ¡Perdona, no te vi!
—No te preocupes, lo noté. ¿Tú también estás preocupada? —Algo apenada, la contraria asintió con la cabeza—. Tranquila, por lo que he escuchado no es tan grave como parece. ¿Ya comiste algo?
—No... aun no...
—¿Por qué no vamos a desayunar y luego te ayudo con lo que sea que estés haciendo?
—E-está bien. —Aceptó algo insegura, siguiendo a la joven hasta el jardín.
—Yo misma hice este té de jazmín. Aunque creo que lo dejé hervir un poco más de lo debido, lamento si no es de tu agrado.
—Gracias, estoy segura de que te quedó muy bueno —respondió la de tobillos anchos, tomando un poco de la taza que recién le había servido la de cabellera oscura. ¿Cómo podría explicarle que sus papilas gustativas no percibían ningún sabor?
—Todos hablan de lo mismo, dicen que el Séptimo lleva algún tiempo enfermo y ocasionalmente tiene que ser atendido por doctores, entonces permanece en casa un par de días sin salir de su cuarto. Nadie sabe decirme con seguridad que tiene pues solo su gente de confianza sabe a ciencia cierta. —Contó la más joven, esperando que la poca información que pudo recabar esa mañana fuera suficiente.
—¿Enfermo...? —Sintió sus manos perder fuerza y casi soltar la taza, de sus labios apenas había salido un hilo de voz.
—Eso es lo que se dice, pero tranquila, ¡estoy segura de que pronto volverá a estar bien como antes! —Trató de animarla al notar su evidente estado de estrés.
—¡Quiero verlo, necesito verlo pero no puedo entrar a su cuarto! Ni siquiera Sakura quiere decirme que sucede y los nervios me están acabando... Estábamos tranquilamente durmiendo y al segundo siguiente lo vi salir rápido de mi cuarto... Yo... No entiendo nada... —dijo, tratando de no derramar lágrimas. Debía ser fuerte si quería estar al lado de Amane el resto de su vida.
—¿Tu cuarto...?
Al notar su evidente metida de pata se puso colorada. Eso podía ser mal visto, aún más considerando que la más joven era la prometida de Amane.
—¡N-no es lo que piensas! ¡Dormimos en el mismo cuarto pe-pero no pasó nada, absolutamente nada, lo juro! —Balbuceó, debía encontrar palabras o algún tipo de justificación antes de que la más joven creara escenarios que podían ser peligrosos para ambos.
Una pequeña sonrisa adornó los labios de la de cabellera oscura.
—No tienes porque darme explicaciones, es sólo que el hecho de que un hombre y una mujer duerman juntos sin estar casados todavía me parece escandaloso. Si de algo te sirve, ya lo sabía. Casi desde que llegué a esta casa me enteré gracias a un par de mucamas que tú y el Séptimo tienen una historia juntos.
La albina la miró, entre avergonzada y confundida. ¿Acaso no lo más lógico sería recriminarle por tener algo que ver con su prometido?
—¿No te molesta?
—No podría molestarme en absoluto, has sido muy buena conmigo; me ayudaste a escapar de casa y convenciste al Séptimo de mantenerme con vida. Sé que mi posición como "prometida del Séptimo" no es más que un título sin valía. Lo veo en sus ojos, me odia y de no ser por ti hace mucho que estaría muerta. —Sonrió con un poco de tristeza—. Aunque si te soy honesta, me gustaría saber el motivo... ¿Por qué alguien como tú está enamorada de alguien como él?
La albina la miró por un momento antes de tomar un sorbo a su té que empezaba a enfriarse y relatar la historia de amor más cliché y rosa que alguna vez hubiera escuchado.
Tsukasa Yugi, muy a pesar de que pareciera vivir a la sombra de su hermano dentro de su propio elemento, no era un lío con el que quisieras involucrarte. Era cierto que desde muy joven su nombre ya resonaba por los callejones más oscuros de Japón, siendo susurrado por labios temerosos e incrédulos, cada nuevo rumor peor que el anterior. Sin embargo, esta misma fama, por llamarla de alguna manera, había sido la responsable de que él y su hermano hubieran logrado burlar a la muerte en aquella ocasión.
¿Que si fue repentino? Sí.
Pero inesperado, no.
Tanto él como sus progenitores sabían que en cualquier momento pasaría algo así, y aún así, la suerte dio vuelta a la ruleta. Dejando de esa familia de cuatro integrantes a solo dos sobrevivientes.
Nunca terminaría de agradecer a Sakura que consiguiera sustitutos de él y su hermano con tanta facilidad y rapidez, a veces se preguntaba si a lo mejor ya los tenía listos. Después de todo, no había sido tan difícil ni tardado plantarlos en el lugar donde se suponía que habían dejado sus cuerpos, ni vestirlos con sus prendas.
Lo difícil había sido tratar de convencer a su hermano de qué hacerse pasar por muertos era lo mejor.
No había sido el crimen perfecto, pero al menos les dio tiempo para desaparecer y renacer.
Desde entonces había empezado a actuar por su cuenta bajo las narices del zopenco que tenía por hermano mayor, y jefe.
Tal y como estaba haciendo en ese momento.
—¿Me vas a decir que no te pareció divertido, cara de araña? —preguntó desde el baño, secando su cabello luego de haberse duchado.
—Es la última vez que te acompaño en una de tus sesiones de tortura. Al menos tu hermano procura no salpicarse tanto... —Suspiró con molestia el contrario.
—Es porqué es un aburrido. —Se le acercó, terminando de subirse el pantalón que le habían prestado en la morada de la rubia—. Al menos Yako tiene sus recuerdos; un ojo, una lengua y las uñas de cada dedo.
El mayor recordó con asco la extracción de cada parte orgánica, ciertamente no podría pararse por la carnicería en mucho tiempo, así que decidió desvíar la conversación a asuntos un poco más urgentes. Prendió un cigarrillo y se tumbó en uno de los sofás de cuero aledaños.
—Hablando de sabandijas, creo que es mejor que lo sepas; Minamoto no ha parado en sus intentos de hacer el caso de Nene más conocido, incluso recurrió a redes sociales para atraer el ojo público y meter presión.
—Tal y como lo esperaba de él —contestó el zaino con algo de molestia en su tono. El rubio podía ser una piedra incómoda en el zapato de cualquiera—. Aunque supongo que ya te encargaste de eso, ¿no?
—A la próxima espero que me avises para tener preparada a mi gente y no desvelarlos durante tres días seguidos para hacerle shadow ban. —Recriminó el mayor con mirada severa.
—Lo tomaré en cuenta —dijo con una sonrisa que le indicaba al de lentes que el más joven no lo haría—. En fin, aparte de eso, ¿qué más está haciendo mi rubio favorito? —cuestionó, sentándose a su lado para casi de inmediato robarle un cigarrillo de su cigarrera.
—Nada que tú no sepas. Sé muy bien que tienes información de primera mano —respondió, arrebatándole el contenedor. Sabía que si no la recuperaba en ese momento, jamás la volvería a ver.
—¿Qué puedo decir? Aprendí del mejor. —Soltó junto con una risa.
—Deja de ser un adulador y piensa bien tu próxima jugada, ¿hasta cuando crees que tu hermano siga sin enterarse de todos los problemas en los que te has metido?
—Mi prioridad ahora mismo es deshacerme de Minamoto, pero no he encontrado la oportunidad de hacerlo, lo demás son pequeñeces que pueden ser solucionadas rápidamente —respondió confiado en lo que soltaba una bocanada de humo en la cara de su mayor.
—Si las cosas siguen como hasta el momento, pronto ustedes dos tendrán problemas de talla internacional.
—No creas que no me estoy encargando de eso y, como muestra de que tan bien me está yendo, ¿qué te parece si te ofrezco algo de ayuda para quitarle un poco de atención a Minamoto?
—¿Qué harás? ¿Sacar a Godzilla del mar? —Se burló el de cabellera bicolor, cruzándose de brazos.
—No, algo más tierno. ¡China le regalará a Japón un panda!
El mayor rio, casi ahogándose con el humo de su cigarro. Si claro, como si eso fuera a pasar.
—Si lo logras, te concederé cualquier capricho por más idiota que me parezca.
—Que sea un trato. —Le extendió la mano, y el más viejo devolvió el gesto, confiado en que el gemelo menor jamás lograría hacer algo de esa talla.
—En otros asuntos, Sakura me dijo que tu novia ya casi termina de aprender lo más importante sobre la organización de tu hermano. Ella cree que ya es hora de presentarla con las demás integrantes de la familia y que aprenda las tradiciones y roles de nuestras integrantes.
—¿La llevarás con la señora Gyo? —preguntó, verdaderamente curioso. Eso sería interesante de ver.
—En unos meses, recuerda que hace poco la operaron y aunque se está recuperando rápidamente no quiero llenarla de trabajo, sabes que es muy especial.
—Y malhumorada...
—Y es por eso que estoy preocupada por él... Lo amo, con todo mi corazón.
La más joven no sabía qué decir, era cierto que en más de una ocasión había leído y soñado con historias de romance; no obstante, jamás había escuchado de primera mano una.
Ni siquiera cuando le preguntaba a su madre sobre como tanto ella como su padre se habían conocido y enamorado. Si es que a la relación de sus progenitores se le podía llamar amorosa. Se le acercó y acarició la espalda de la albina, quien había terminado por desmoronarse ante la incertidumbre.
—No te preocupes, ¡te apoyaré en todo lo que pueda! Eres una buena persona y quiero que seas feliz, incluso si no entiendo del todo tu amor por alguien como él...
—Sé que es un monstruo, sé que hace cosas horribles y que los rumores que lo rodean son espantosos, pero cada que lo veo, cada que me abraza, cada que me besa... Simplemente olvido todo eso, no veo el rojo de sus manos ni la frialdad de sus acciones, solo veo al hombre que amo.
—¿Y no te da curiosidad...?
—¿Qué?
—Me contaste sobre la versión del Séptimo de la que te enamoraste, una versión que dista mucho de lo que es hoy día. ¿No te da curiosidad saber si puedes seguir amándolo una vez conozcas cada uno de sus secretos?
—¡Claro que sí! No hay cosa que más quiera que conocerlo de nuevo y darme cuenta de que no importa cuanto cambie, mi amor por él prevalecerá sin importar que versión de él tenga enfrente.
Y con esos ojos carmín viéndola con tanta determinación, fue que la más joven se decidió; ella también quería conocer a alguien y amarlo de la misma manera que la contraria. Quería conocer ese sentimiento que se quedaba corto en las novelas de romance que había leído, quería encontrar alguien por quien deseara vivir y morir.
Quería enamorarse.
—Séptimo, es primordial que descanse y siga la dieta que le mandamos la última vez. Además de dejar de lado el alcohol y el tabaco, de lo contrario la úlcera que tiene en la boca del estómago volverá a complicarse con los episodios de costocondritis.
El zaino los miró desde el lecho, sin ganas de discutir ni nada. Se metió entre las cobijas y cerró los ojos, esperando que con eso se fueran.
Palpó su pecho, ya no dolía pero el desagradable sabor de la sangre en su boca le hacía querer vomitar de nuevo, era un sabor que hace tanto ya no degustaba.
¿Cuándo fue que su cuerpo comenzó a decaer tanto?
¿Cuándo fue que empezó con todo eso?
Su mente viajó hasta esos días en que el único dinero que obtenía era el de ser usado como saco de boxeo para luchadores clandestinos y posteriormente pasar a ser uno él también. No fue el mejor ni tampoco el peor, pasó verdaderamente sin pena ni gloria y es que tampoco era como si quisiera destacar en algo tan bárbaro como eso.
Aún menos luego de ese incidente en específico.
Si cerraba los ojos y se concentraba lo suficiente podía transportarse de nuevo a ese viejo y abandonado almacén a las afueras de Sapporo.
Veía las paredes llenas de grafiti y demás manchas de origen que prefería dejar como desconocido. Un suelo que a pesar del hormigón, empezaba a verse cada vez más verde, algunas plantas incluso brotaban entre las grietas, decorándolo junto con el resto de mugre y basura que se notaba que desde hacía mucho no recogían.
Escuchaba los gritos excitados de la muchedumbre que iba a apostar su dinero, esperando no solo regresar con los bolsillos llenos, si no también con un buen espectáculo que llevar en sus mentes.
El olor en el cuadrilátero improvisado era simplemente nauseabundo. Una mezcla de todos y cada uno de los fluidos corporales que se pudiera imaginar, combinándose con los propio. Su sangre, su sudor, sus lágrimas, su saliva e incluso un poco de orina.
En posición fetal era como trataba de amortiguar la ráfaga salvaje de golpes que su oponente le brindaba. Tal y como solía hacer en su época de estudiante.
En cuanto el más fuerte logró descomponer su defensa a punta de patadas, el de orbes ambarinos vio su vida pasar por segunda vez en ese momento. Su adversario estaba decidido a matarlo. Lo percibía en su mirada.
Y en escasos segundos entendió que debía huir o ganar si valoraba un poco su asquerosa existencia.
En una demostración de poder y dominio, su oponente le dio la espalda, mostrándose victorioso antes de acabar con el pobre enclenque que aún conservaba la visibilidad de un ojo.
No lo dudó ni un segundo, tenía que actuar en ese momento; de lo contrario, ninguna otra oportunidad le sería dada. Imaginó una moneda al aire y casi como respuesta a sus plegarias, su diestra se apoderó de un objeto que por ahí yacía tirado.
Se levantó rápidamente, ventajas de haber ahorrado la energía suficiente, y se abalanzó en contra de su rival con una cadena en mano.
Así eran las peleas clandestinas a final de cuentas; sin reglas, sin límite de tiempo, el último en caer era el ganador.
Para su buena suerte, logró que su torpe golpe asestara contra el rostro del grandulón, aturdiéndolo y abriéndole una buena porción de piel que de inmediato empezó a sangrar. El grito que soltó fue apenas más sonoro que la conmoción en el público.
Era ahora o nunca, tenía que acabar con él. Vivir o morir.
Con una patada en la pantorrilla es que el contrario cayó al suelo.
Los espectadores eufóricos lanzaban objetos que le podían servir como armas; botellas de licor, barras de metal, sillas, palos de madera... Lo que estuviera a su alcance era bueno y no debía ser desperdiciado.
Su sangre hervía y le exigía recuperar un poco del orgullo y honor que le había sido arrebatado unos minutos atrás. Si bien era pésimo peleador en cuanto a encuentros a puño limpio, se convertía en una sabandija resbalosa cuando tenía a su alcance cosas de las que apoyarse.
Enredó su diestra con la cadena y lo golpeó en el rostro hasta que sus nudillos se abrieron y su sangre se mezcló con el óxido de su no tan conveniente arma.
Lanzó a un lado el objeto de metal y a como pudo alcanzó un palo de madera que apenas colisionó contra el pecho de su oponente, se rompió.
Tenía que desquitarse de todos los golpes que le había dado ese idiota grandulón. Veía en ese sujeto todo aquello a lo que había sido condenado sin siquiera haber cometido delito alguno, toda su frustración e ira contenida, todo aquello en lo que se estaba convirtiendo y que se negaba a aceptar.
Sus manos temblaban, ya no sabía si por la adrenalina o el miedo.
Porque sí, incluso en ese momento en que parecía llevar la ventaja no paraba de temer, de preocuparse por lo que pasaría en el futuro.
Tomó una silla plegable y usó el filo de la misma para asfixiar al pobre idiota que ya casi ni se movía. Estaba por lograrlo, las lágrimas de su contrincante empezaban a mezclarse con la sangre que él mismo había derramado luego del primer puñetazo que le había asestado, cuando un empujón que lo hizo tropezar le arrebató la victoria.
Maldita la hora en que dijeron que no había reglas. Se vio acorralado, el encuentro que había empezado como un uno contra uno, se había convertido en un cuatro contra uno... O lo que quedaba de uno.
Entre dos lo sostuvieron en lo que el otro par se encargaban de propinarle golpes por todo el tórax, hasta que un crujido se convirtió en gritos que retumbaron por todo el lugar, parando solo hasta que perdió la consciencia.
Para el momento en que abrió los ojos, estaba en una pequeña clínica. Se quejó al sentir la molestia en su pecho, era como si alguien tratara de abrir a la fuerza su caja torácica para sacarle el corazón y el mero hecho de respirar sólo aumentaba la molestia. Cada inhalación era una punzada en el pecho que lo hacía revolcarse entre las sábanas.
Un dolor peor que el de su ojo morado.
Más fuerte que el de sus nudillos rotos.
Y desde entonces había vivido así.
Gracias a la intervención médica de ese momento es que entendió a que se enfrentaría el resto de sus días; costocondritis a causa de una fractura en su esternón.
Con algunos analgésicos y reposo es que los episodios pasaron de ser diarios a ser cada vez más esporádicos, pero no por eso menos dolorosos.
No obstante, el hecho de que no tuviera acceso en ese momento a una correcta terapia para controlar las dolencias, junto con sus trabajos de medio tiempo, fue que terminó por convertirse en algo que corría peligro de enfrentar ante la más mínima provocación.
Estrés, frío, sobre esfuerzo... Cualquiera de ellos podría desencadenar su malestar y doblarlo hasta el punto de lo patético.
Y ahora se había combinado con sus problemas gástricos; las úlceras en su estómago provocaban que la debilidad de su esternón cediera, haciendo que los episodios de costocondritis se unieran a los dolores propios de la gastritis mal atendida que le habían detectado desde hacía ya algunos meses.
"No debe saltarse comidas."
"Abandone el alcohol y el cigarro."
"No puede permanecer mucho tiempo en ayunas."
"Recuerde que las situaciones de estrés prolongadas pueden desencadenar estos episodios."
Ignoró completamente cada una de las recomendaciones de sus doctores, aun sabiendo que de hacerlo su estado empeoraría, pero igual no era como si buscara sanarse. Tenía los días contados una vez lograra su cometido.
A lo mejor era su propia manera de rendirse a la muerte.
—Séptimo, los doctores ya se han ido, puede dejar de fingir que está durmiendo. —Indicó la peliverde.
Con molestia, el zaino se destapó el rostro y observó a su alrededor, efectivamente no podía ver ni una sola bata blanca que le pusiera los nervios de punta.
—¿Ya les pagaste? —Fue lo primero que cuestionó, siempre poniendo al frente sus prioridades.
—Natsuhiko se encarga de eso. ¿Necesita algo? ¿Se siente con ánimos de comer? —preguntó la de mirada serena, esperando que su jefe aceptara probar bocado.
—Estoy bien, sólo quiero descansar... —contestó, volviendo a acostarse en la cama.
Con un suspiro y negando con la cabeza, Sakura se preguntó si en verdad valía la pena seguir como trabajadora/asistente/niñera del par de gemelos.
—Pediré que traigan una jarra de agua. Vomitó mucho, por lo que debe hidratarse de inmediato. En un rato más alguien traerá el almuerzo, recuerde que debe tomar sus medicamentos después de haber comido, no antes.
—Lo sé... Pero primero quiero descansar. —Mascó con evidente molestia.
—¿Le sentaría bien si Nene viene a hacerle compañía? —Propuso, casi apostando su vida a que el contrario aceptaría de inmediato.
—No.
—¿Está seguro? Ha estado toda la mañana preguntando por usted y preparando comida que desea traerle ella misma. —Insistió incrédula.
Por un momento el solo pensar en la sazón de su amada lo hizo salivar y su estómago gruñó, anticipando la entrada de delicias que solo la de tobillos anchos podía concederle; no obstante, se contuvo.
—Estoy seguro. Ahora vete.
Y con esas palabras, la peliverde salió de la habitación.
El varón soltó un suspiro y meditó su decisión.
Si bien deseaba ser egoísta y dejarse mimar por su amada como bien sabía que lo haría, tampoco quería que lo viera así. No necesitaba verse al espejo para imaginar sus ojeras, el color pálido de su semblante, sus labios resecos y el rastro de lágrimas secas en las orillas de sus ojos.
¿En qué cabeza cabía que él pudiera protegerla?
Si ni siquiera podía cuidar de sí mismo...
Tenía un cuerpo imperfecto, débil y enfermo a nivel físico y mental.
No era lo que él buscaba para ella. Ella merecía a alguien sano con quien pudiera cumplir sus miles de fantasías, alguien que pudiera protegerla, no a quien ella tuviera que cuidar y proteger.
Cerró sus puños y se golpeó en el pecho, provocando un pequeño espasmo que lo hizo soltar un grito ahogado. Se odiaba.
—¿Cómo está? ¿Puedo pasar a verlo? —preguntó la albina llevando consigo una gelatina que la misma Sakura le había sugerido preparar.
—Los medicamentos recién hicieron efecto, está profundamente dormido, lo mejor será dejarlo descansar —dijo, tratando de no poner mucha atención a la mirada algo desmotivada de la contraria—. No te preocupes, está bien. Solo necesita descanso y a lo mejor para la cena ya podrás entrar a su cuarto para cenar juntos. —La consoló, dedicándole una sonrisa.
Nene lo meditó y sonrió también, no podía esperar a verlo para cuidar de él y procurar que tomara todas sus medicinas, tal y como hacía desde que eran un par de tortolitos enamorados.
Aun cuando las excusas de Sakura para no dejarla entrar al cuarto del Séptimo le llegaron a aparecer incluso tiernas, no pudo más con la duda y la curiosidad. Necesitaba ver a su amado, comprobar por ella misma que se encontraba sano y salvo, que ya no sentía dolor alguno y que estaba fuera de todo riesgo.
Y si bien había jugado sucio al haber sobornado al par de grandulones que custodiaban la entrada con pastelillos para que la dejaran pasar, no se arrepentía. Además, en caso de molestarse por haber entrado así como así, tenía entre sus manos el pretexto perfecto para estar ahí.
Dejó sobre uno de los sillones el abrigo que había abrazado la noche pasada y caminó con paso lento a la cama donde apenas y se veía la figura de Amane recostado.
Se le acercó con suma cautela y lo vio; tan sereno, como si nada malo hubiera pasado unas horas atrás. Agradeció internamente por verlo así, durmiendo en paz, descansando sin molestia alguna.
—No sabes lo mucho que me preocupé, eres el peor novio de la historia, ¿lo sabías? —susurró mientras acariciaba su coronilla—. Me pregunto cuándo me dejarás entrar... Quiero verte despierto, hablar contigo y cuidarte ahora más que nunca, además, ¡podría traerte de comer lo que me pidas! Sabes que me encanta cocinar para ti y también... Hay tantas cosas que quiero saber de ti y contarte muchas más sobre mí. Tengo curiosidad y deseo enamorarme de este nuevo tú... —Tomó una de sus manos y besó sus nudillos—. Quiero saber incluso tus secretos más oscuros y compartir tus miedos. Demostrarte que soy lo suficientemente fuerte para ayudarte cuando lo necesites.
Acarició su mejilla y le dio un beso en la frente antes de marcharse, esperando que el día siguiente fuera distinto, que por fin la puerta de madera de su cuarto se abriera para ella, pero no pasó.
—¡Han pasado dos semanas, Hoshikiri! ¡Dos semanas! ¡Y ese idiota sigue sin dejarme verlo! —gritó en lo que terminaba de aflojar la tierra de una de sus parcelas—. Te juro que de no ser porqué todavía lo amo ya hubiera quemado la cocina a ver si así voltea a verme...
—Tranquila Nene, estoy segura de que ha tenido muchas cosas que hacer, es normal entre los hombres de su giro. A veces incluso no llegan a casa por semanas o meses.
—Lo sé, recuerdo que la madre de Amane era una mujer muy solitaria... ¡Pero eso no lo exime de que podría darse un espacio para mí! Un día soy el amor de su vida y al siguiente me evita como si tuviera la peste! —exclamó, arrancando las malas hierbas que empezaban a nacer cerca de sus rosales—. ¡Es que simplemente no lo entiendo! La última vez incluso nos bañamos y dormimos juntos. Me trató con toda la delicadeza y amabilidad de antes...
—¿Qué tal si está avergonzado?
—¿Avergonzado de qué?
—Muchos hombres se sienten inferiores al mostrarse débiles frente a otros. A lo mejor no quiere que pienses que es débil y no encuentra la manera de encararte.
—Pues si es así... —Volteó a verla con el entrecejo fruncido—. ¡Se puede ir a freír espárragos! Yo solía ir a cuidarlo a su casa cuando enfermaba. Era yo quien preparaba sus comidas favoritas cuando salía a estudios de campo para que no tuviera que comprar el almuerzo. Era yo quien lo acompañaba a desvelarse para estudiar y él también solía cuidarme cuando me sentía mal, iba a mi casa y se quedaba conmigo hasta que todo malestar pasara. ¿Acaso no recuerda eso? Éramos un equipo, una pareja que cuando uno de los dos necesitaba apoyo, el otro no dudaba en dárselo. ¿Qué pasó con todo eso? —cuestionó al aire con miles de recuerdos en su mente.
La de cabellera oscura se quedó callada, verdaderamente no había mucha lógica en las acciones del jefe de la casa. Pero, ¿quién era ella para cuestionarlo?
Salió de su ensimismamiento cuando vio a la de tobillos anchos cargar un bulto de abono y empezar a repartirlo entre cada una de las plantas que lo necesitaban. En verdad que Nene Yashiro era una mujer muy fuerte.
—Y pensar que en unos días me voy... —Soltó la más joven, viendo con especial melancolía los pétalos de una rosa.
—¿Te vas? ¿A dónde? —Lo dicho por su acompañante la sacó de su rabieta por unos segundos.
—A mi nuevo hogar, estaré viviendo en el orfanato que el Séptimo mandó a construir hace unos meses. ¿Acaso no recordabas que en unos días es la ceremonia de inauguración?
—¡Cla-claro que me acordaba! —Rio nerviosa. La verdad era que con todo el asunto de Amane y ella, no se había dado cuenta de como la fecha indicada por el calendario se acercaba cada vez más.
La contraria rio ligeramente ante el descuido de su protectora. En verdad que la extrañaría y le encantaría pasar más tiempo con ella; sin embargo, ella también quería vivir por y para ella, cumplir sus sueños y enamorarse.
Un vestido modesto de color azul marino con detalles en color negro era su atuendo para ese día tanto especial como triste. Se miró por última vez en el espejo y sonrió satisfecha. Era cierto que no podía competir contra las demás bellezas del medio, pero quería pensar que tenía uno que otro encanto que la ayudaría a destacar.
Dirigió la mirada a su cuello y por más que detestaba admitirlo, no porque odiara la idea pero sí porque su lado de ilusa empedernida se había activado, el collar de perlas que Sakura le había dado de parte de Tsukasa, la hacían sentir como si fuera una de las típicas esposas ricas en eventos formales.
Rio para sus adentros.
Se suponía que lo vería en el evento, rogaba porque así fuera.
Así aprovecharía para desahogarse, para contarle todas y cada una de sus preocupaciones, de sus inseguridades y de las idioteces que su hermano había hecho durante su ausencia. Esperaba que eso bastara para calmar a sus demonios internos cuyas propuestas de golpear con una de sus palas a Amane, empezaban a sonar cada día más tentadoras.
Estaba por subir junto con Hoshikiri y Sakura a la camioneta, cuando el grandulón que la seguía como si fuera su sombra le indicó que había un vehículo especialmente para ella e intrigada lo siguió. ¿Acaso Tsukasa había llegado por ella?
El sujeto abrió la puerta y ella subió, agradecida por las atenciones, hasta que vio a su lado.
Trató de abrir la portezuela o de llamar a alguien, cuando su acompañante indicó que era hora de irse y las ruedas de la máquina empezaron a girar.
Se cruzó de brazos, soltó un bufido y miró a través de la ventanilla. Si creía que reteniéndola a la fuerza bastaría para que volviera a caer en sus encantos estaba muy equivocado. Esta vez no bastaría con unas cuantas palabras y besos. NO, tendría que verdaderamente ganarse su perdón.
La tensión en el ambiente se podría haber cortado con un cuchillo, pues no sólo se trataba de la evidente y bien justificada molestia de la fémina; si no también de los nervios que la situación le provocaba al varón que trataba de no demostrar cuánto deseaba al menos saludarla.
Las miradas de ambos se perdieron entre la maleza, el camino y el mar. Sus pensamientos divagaban desde la situación actual hasta escenarios imaginarios donde terminaban discutiendo y peleando o besándose entre lágrimas y promesas de no volver a separarse. Lástima que en esta ocasión ninguno de los dos se atrevió a romper el silencio.
—Ese vestido se te ve muy bien... —Terminó por hablar el zaino, para luego aclararse la garganta, esperando respuesta alguna, pero la contraria no lo hizo—. Puede que el lugar te guste —continuó—, tiene un jardín amplio y Sakura me dijo que podrías venir a enseñarles a los niños cómo cuidar de parcelas y otras plantas... Así también podrías visitar a la niña esa cuando desees.
Sin embargo, de los labios femeninos no salió ni un pio. Resignado, el contrario se cruzó de brazos y recargó la cabeza contra la ventanilla, en verdad lo había arruinado todo, ¿no era así? Detalló su silueta en el reflejo y eso le bastó para sentirse en paz.
En cuanto los vehículos se detuvieron, el mayor de los gemelos quiso apurarse para abrirle la puerta a su acompañante pues entonces no tendría de otra más que tomar su mano e ir a su lado, cuando su portezuela de su lado se abrió y casi cae de cara sobre el asfalto.
—¡Amane! ¡Lo siento, no te vi! —exclamó su homólogo con una sonrisa que le decía que se sentía de todas las maneras posibles, menos arrepentido—. Estaba demasiado ansioso pensando en mi novia que olvide que venías en el mismo vehículo que ella —dijo el menor de los gemelos, antes de correr hasta la otra portezuela y abrirla—. ¡Nene! ¡No sabes cuanto te extrañe y a tus pasteles! —La recibió, dándole la mano para que descendiera—. Te compré muchas cosas bonitas también, en este mismo momento deben estar llegando a la casa. En cuanto lleguemos te ayudaré a acomodarlas en tu cuarto, ¿te gusta la idea?
La contraria lo miró y con una sonrisa tomó su rostro y lo atrajo al de ella, el semblante confundido de Tsukasa paso a uno de sorpresa en cuanto sintió sus labios unirse en un beso lento y lleno de amor que terminó en una sonrisa aún más amplia y miradas llenas de picardía.
—Vamos, quiero que me cuentes todo lo que hiciste en este tiempo que no estuvimos juntos, te extrañé mucho, ¿lo sabías? —dijo la fémina, entrelazando sus brazos, recargando la cabeza contra el hombro masculino y caminando hacia donde el evento principal se llevaría a cabo.
El Yugi menor no pudo evitar voltear y mostrarle la lengua a su hermano a manera de burla. Algo le decía que el día estaría lleno de diversión a costa del hígado del mayor y no podía esperar a ver su cara contorsionarse de molestia.
Amane, con la quijada casi zafada, no había terminado de entender que había pasado. ¿En verdad Nene acababa de besar, con el mismo fervor que le dedicaba a él, a su hermano?
Estaba tan ensimismado que ni siquiera se percató de la presencia detrás suyo.
—Se nota que esos dos se aman mucho.
—Cállate, Kusakabe. —Volteó a verlo, evidentemente irritado.
—Es la verdad, te apuesto a que terminarán teniendo sexo en uno de los cuartos de lavado. —Bromeó, teniendo como referencia la fama de Tsukasa como un mujeriego profesional.
Con evidente desprecio en su mirada, el de orbes ambarinos se fue, dejando a su acompañante confundido ante su actitud. Era cierto que el Séptimo era un amargado, pero incluso él había llegado a reír con uno que otro chiste contado por él. A lo mejor de nuevo no había dormido bien o se había vuelto a golpear con algo o alguien... Sí, eso tenía que ser. Lo ideal sería llevarle un trago luego de la ceremonia.
—Buenos días, Kusakabe —dijo una voz que le heló la sangre al de lentes.
—¡Sakura, buenos días! —contestó, encarándola una vez la sangre le regresó al cuerpo—. ¿Quién es tu acompañante?
—Ella es el asunto especial del Séptimo, creo que ya te había contado sobre ella, ¿no es así?
—¡¿Cómo olvidar los asuntos especiales del Honorable Número Siete?! —respondió, recordando lo agresivo que se había puesto cuando lo interrogó sobre sus motivos detrás de querer una nueva identidad para una mocosa por la que no daría ni cinco centavos.
—¿Y Yako? Creí que vendría como siempre lo hace a todos los eventos —preguntó la peliverde, tratando de desviar el tema por unos instantes y verdaderamente extrañada por no ver a la rubia acompañando a su subordinado favorito.
—No vendrá, y no creo que salga en mucho tiempo. Ya sabes, todo el asunto que sucedió hace unas semanas la tiene mal.
—Entiendo, en dado caso, ¿pasamos de una vez contigo para terminar de poner en regla los papeles del asunto que te comentó el Séptimo? —cuestionó, tomando de la mano a la joven que veía a todos lados con evidente miedo.
—¡Claro! Vamos por acá a la oficina de la directora para que las presente y todo quede en orden. —Le indicó a la peliverde y le sonrió a la más joven, tratando de que su rostro de pánico cambiara. No había nada que hiriera más su corazón que una doncella infeliz.
La de cabellera oscura no pudo evitar temblar, no sabía si debido a los nervios propios de un nuevo inicio o por algo más...
Chapter 10: 9
Chapter Text
“La familia no sólo es el pilar de la sociedad, también es la calidez de una fogata en invierno; nos reconforta, nos llena de energía y nos recuerda que nunca estamos solos.”
Las palabras del discurso de inauguración dado por su prestanombres retumbaban en su cabeza conforme caminaba sin rumbo por la propiedad.
Sólo debía aguantar unas horas más para cumplir con sus pendientes en ese lugar y luego podía largarse de ahí. Unas horas más para que la directora del sitio pudiera atenderlo con normalidad absoluta y sin contratiempos. Unas horas más para terminar de esclarecer todos y cada uno de los puntos más importantes sobre el verdadero propósito de ese espacio.
Se frotó los ojos y bostezó. No había dormido bien en días y el minúsculo desayuno que había ingerido unas horas atrás a duras penas le servía para no caer desmayado sobre el pasto.
Observó a lo lejos al de lentes; saludando invitados y posando para las fotos que más de una persona quería tomarse con él. Sabía que era considerado un “niño bonito”, pero a veces le parecía que el fanatismo de algunas personas por él era agobiante.
Gruñó por lo bajo y siguió caminando entre los juegos que había en el patio, viendo niños correr y jugar por todos lados, escuchando los gritos y cuchicheos propios de sus vocecitas chillonas. En sus ojos observaba el brillo de la inocencia.
Sonrió por un momento, pensando en lo afortunados que eran en ese momento, sin ninguna otra preocupación en la vida más que no caerse o rasparse las rodillas; se dio la vuelta, listo para acceder a las instalaciones en búsqueda del sanitario para lavarse el rostro en aras de espabilar, cuando un balón impactó contra su faz.
Tenía años sin sentir el cuero de un balón de soccer estamparse contra el puente de su nariz, casi le parecía refrescante un dolor así y no a los que hoy día ya estaba acostumbrado.
Logró conservar el equilibrio antes de casi caer de espaldas y, una vez se mantuvo en pie, volteó a ver a todos lados, esperando que nadie hubiera atestiguado semejante escena y para su buena suerte, así fue. Retomó el pasó y se encaminó apresuradamente hasta la entrada del edificio principal.
¿Alguna vez han sentido que despiertan con el pie izquierdo?
¿Se han percatado de que hay días en que simple y sencillamente cuando creen que ya nada puede ir peor, la vida les demuestra que sí lo puede hacer?
Es casi como un reto que está más que dispuesta a demostrar.
No había bastado con ese primer balonazo en la cara, o los otros dos que le dieron en la espalda y el abdomen, tampoco con el pisotón que un niño le había dado sin darse cuenta, mucho menos cuando otro más había impactado contra él, haciéndolo caer de frente sobre el pasto, ni cuando con horror vio como un infante de probablemente no más de cinco años limpiaba su nariz con el bajo de su abrigo.
En definitiva, la vida estaba testando su paciencia. Y no era que los niños le desagradaran. Es decir, por algo había llegado a considerar ser maestro en algún momento. Simple y sencillamente, le parecía que no era el día, ni el momento, ni la vida correcta para estar ahí.
Se sentó en una mesa libre y se recostó sobre la misma, a lo mejor si cerraba los ojos, el tiempo iría más rápido.
—Quita esa cara, te ves más frustrado que una garrapata en un museo de cera, ¿qué te sucede? —cuestionó una voz a su lado que de inmediato reconoció. Sin querer abandonar su posición, simplemente emitió un gruñido y continuó tal cual.
—Asuntos del corazón, cuatro ojos —respondió el menor de los gemelos, uniéndose a la plática.
Una breve pausa trajo un silencio incómodo entre los tres varones.
—Espera un momento. —Terminó por romper la tensión el de lentes—. ¿Me estás diciendo que tu hermano tiene sentimientos? ¿Y qué está sufriendo a causa de ello?
—Sí, sufre por el amor perdido de una mujer, ¿no es romántico?
—Siempre creí que era gay, siendo honesto.
Tsukasa soltó una risotada antes de despedirse, pues “no quería separarse de su novia ahora que de nuevo estaban juntos”.
—Es curioso —comentó Kusakabe, observando al menor abandonar la escena y encontrándose con la chica de cabellera platinada a quien de inmediato tomó de la mano—, mientras tú sufres por el desamor de una mujer, tu hermano se ve más feliz de lo normal con su novia. Francamente, cuando dijiste que la chica que llevaste a las Escaleras Misaki era la novia de tu hermano lo dudé bastante; sin embargo, ahora estoy verdaderamente convencido de que tu gemelo la adora.
Ante el comentario del de lentes, Amane emitió otro gruñido. No quería hablar de ello. No quería recordar la manera en que los labios de su hermano y los de su mujer se habían encontrado unas horas atrás.
—Tengo que irme, al parecer la directora se desocupara en unos minutos, cuando eso pase te buscaré para hablar con ella.
Y así, el de cabellera ondulada se retiró dejando al zaino con la ardua tarea de volver a enterrar esas horribles imágenes.
Su mente divagó entre los recuerdos felices que atesoraba y rememoraba cada que se sentía caer; gustaba de recrear en su mente la calidez de los abrazos de su otra mitad, los mimos en su cabellera y piel, así como los besos tímidos que compartían de vez en vez. Se levantó con dificultad, debía ir a otro lado. No se sentía en paz ni seguro en ningún lugar.
Su andar sin rumbo lo llevó hasta el patio trasero, donde nuevamente una pelota colisionó contra su cabeza. Al menos en esta ocasión se trataba de una pelota de hule normal y no una de soccer.
—¡Lo siento muchísimo, en verdad! ¡No lo vimos y los niños estaban ensayando sus patadas…! —Se disculpó una voz tras él.
El de orbes ambarinos no tenía ni que voltear para saber de quién se trataba. Aún así, se giró y la encaró. Por su parte, el semblante de la fémina palideció y luego se tornó indiferente.
—Lo siento en verdad, Séptimo. Llevaré a los niños a jugar a otro lado si es que planea quedarse por acá —dijo, agachando la mirada y ofreciendo una reverencia. Sintió su corazón apachurrar ante el trato tan respetuoso que le estaba dando.
Preferiría que siguiera siendo una insolente, que lo viera a los ojos y le gritara, que lo insultara y se atreviera a golpearlo; no obstante, en sus facciones solo podía ver lo mismo que en el resto de gente con la que lidiaba; indiferencia y desprecio.
El varón acercó su mano hacia su rostro involuntariamente, y la fémina pudo sentir cómo su corazón estaba por salir de su pecho.
¿Qué iba a hacerle?
El tacto helado de sus dedos hizo que sus mejillas ardieran, los sintió desplazarse lentamente hasta llegar a unos mechones rebeldes que acomodó delicadamente detrás de su oreja.
Ambas miradas se cruzaron nuevamente, y, antes de que el más alto pudiera decir algo, su homólogo llegó.
—¡Nene, creo que este bebé se descompuso o algo! —exclamó, sosteniendo entre sus brazos a un infante que sin duda alguna parecía estar pasándola mal—. ¡Por más que intento hacer que deje de llorar no lo hace!
La contraria cargó entre sus brazos al menor, acurrucándolo contra su pecho, acariciando su rostro y hablándole con voz aterciopelada.
El efecto tranquilizante de su esencia sirvieron para que el más pequeño dejara de llorar casi de inmediato y la observara de la misma manera que el par de varones, con adoración absoluta.
Tsukasa se le acercó y propuso cantar una canción para mantener en calma al menor en lo que su mano se enredaba en su cintura y la llevaba de regreso con el resto de niños.
El gemelo mayor los observó, tratando de digerir todo lo que había pasado al momento. Sintiendo como el hueco en su pecho empezaba a crecer; consumiéndolo de a poco, helando la sangre en sus venas, robando el brillo en sus ojos, apretando su corazón.
Parpadeó una y dos veces, tratando de convencerse de que lo que estaba viendo no era cierto, que a lo mejor se trataba de un mal sueño. Pero por más que mordía la parte interna de su mejilla solo logró probar la sangre en su boca, no despertar.
Era injusto, demasiado injusto. Tener a la mujer con la que soñaba a diario tan cerca… y a la vez tan lejos.
Lo que daría por ser él quien estuviera a su lado, jugando y riendo entre infantes de todos tamaños, sin importar cuan escandalosos fueran, ignorando cuantos balonazos y demás accidentes sufriera. Todo eso con tal de estar con ella y volver a escuchar su dulce voz, un tono que no había escuchado antes y que deseaba escuchar más veces; dirigido a él, dirigido a sus propios retoños. Con esa misma mirada llena de cariño y calidez que habían descongelado por unos segundos su piel.
Si tan sólo pudiera ceder a su egoísmo, si tan solo pudiera ser lo suficientemente egoísta para haber llegado a su lado, presentarla con todo mundo como la dueña de su mundo, llevarla a explorar esa y cada una de las propiedades que poseía y hacerle saber que eran suyas también, besándola incluso si los niños hacían ruidos de asco; pero no era el caso.
Observó por última vez la escena, antes de irse de ahí.
El par de tortolos sentados sobre el césped, sin importarles las manchas de hierba. Cantando y enseñando canciones de cuna a algunos otros infantes que por ahí deambulaban, el varón cargando sobre sus hombros otro más, Nene sonriéndoles cándidamente.
Su mente le jugó una última broma de mal gusto y lo puso a él en el lugar de su hermano, los infantes a su alrededor serían propios y ellos serían felices juntos.
Se fue lo más rápido que pudo, no soportaba verlos así.
—Es difícil cuando la persona que te gusta no corresponde tus sentimientos, ¿o me equivoco? —preguntó el de lentes, ofreciéndole un poco de whisky.
—No tienes idea de lo que dices… —respondió el amargado, aceptando la bebida y tomándola como si fuera agua.
—Sólo digo lo que creo, a no ser que haya otra historia…
El zaino sonrió por un momento, indeciso sobre si contarle o no. A final de cuentas, en cuanto a mujeres, el de lentes podía darle una que otra lección. Dejó salir un suspiro largo y pesado.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? —preguntó, un recuerdo que en su momento le había causado angustia ahora era motivo de risa entre el par.
—¿Cómo olvidarlo? —Rio sonoramente el de cabellera ondulada—. ¡Nunca había conocido a un matón con tan mala suerte!
—Era de mis primeros trabajos, no me juzgues.
—Lo que nunca te perdonaré es que me hayas confundido con el otro sujeto. Yo soy mucho más guapo que ese idiota.
—En la oscuridad y sin mis lentes no podía identificar bien quien era mi objetivo, además, ¿acaso no resultó más provechoso? —El de lentes tomó de su vaso y le sonrió como respuesta—. Solo espero que esa manía tuya de involucrarte con mujeres casadas haya quedado en el pasado. Puede que ya no contraten idiotas como yo para darte una escarmentada.
—Tiene tiempo que no lo hago. No he tenido tiempo siquiera de pensar en eso.
—Supongo que es mejor así.
A lo lejos divisaron una figura que los llamaba al interior del edificio principal. Era hora de terminar de concretar el verdadero objetivo de ese lugar.
Minami Yokoo; antigua Kaikei de las arañas de Tsuchigomori. Había llegado a las redes de la organización gracias a su hermano menor, quien sin dudarlo un solo segundo la había vendido al So-honbu-cho de Sapporo para saldar sus deudas de juego. Afortunadamente para ella, su valía aumentó en cuanto tuvo la oportunidad de administrar las finanzas de la sede, sacándolos del bache económico en el que se encontraban. Dejando atrás los días de abusos físicos y sexuales de los que era víctima.
De a poco se convirtió en un miembro valioso para las arañas y, conforme el tiempo pasó, logró hacerse cercana al Oyabun. Convirtiéndose incluso en su asesora y consejera; no obstante, para sorpresa de muchos, su valía fue verdaderamente demostrada en cuanto su corazón empezó a latir por alguien fuera de ese mundo.
Evidentemente para Tsuchigomori la decisión de Minami sobre renunciar a la organización lo puso en una encrucijada; era demasiado valiosa como para dejarla ir tan fácilmente y… a la vez se sentía en deuda con ella por todas las veces en que se había encargado de sacar a flote el barco cuando lo veía ya casi hundido.
Al final, la resolución los dejó conformes.
Desde entonces, Minami Yoshida, su nombre de casada, seguía trabajando para las arañas, pero sin ser miembro oficial de la organización. Le concedieron la libertad, siempre y cuando sus talentos solo sirvieran a sus propósitos.
De ahí que en ese momento ella fuera la nueva directora del orfanato que el Wakagashira había construido. Sus deberes eran simples; administrar y lavar el dinero que el prestanombres de turno le traería. Algo que ya llevaba años haciendo.
Restaurantes, bares, clubes, tiendas, etc…
Todo establecimiento que las arañas poseyeran en Sapporo, ya había pasado al menos una vez por sus manos.
Y esto, Amane ya lo sabía.
La había investigado desde que el anciano cara de araña le había dado luz verde a su proyecto; claro, con la condición de que ella fuera quien se encargara de administrar el dinero que ahí entraría.
En cuanto su mirada se ajustó a la débil iluminación del cuarto, la vio sentada en la silla principal. Un claro recordatorio de que a pesar de que él fuera el Wakagashira y dueño de ese lugar, la que mandaba ahí, era ella. Eso le gustaba.
Sus ojos chocaron por unos segundos; ámbar contra ónix.
Una mirada que no titubeó un solo segundo. En definitiva, los ojos de una persona que había visto demasiado en esta vida como para dejarse intimidar fácilmente.
El gemelo mayor sonrió y se dirigió a su encuentro, estrechándole la mano y haciendo las debidas presentaciones. Aunque la mujer cortó todo tipo de formalidades. Ella también ya sabía quién era él.
—Apreciaría bastante si fuéramos al grano, Honorable Número Siete. Estoy segura que incluso a usted este tipo de formalidades le parecen tediosas cuando ya los dos nos conocemos —dijo con voz seria.
El zaino se sentó y se recargó en el respaldo de cuero.
—Tiene razón. En lo personal las encuentro tediosas, pero ya sabe cómo es esto. Pasemos a lo importante —dijo, sacando su cigarrera y ofreciéndole uno a la fémina, cosa que declinó—, Kusakabe, habla. —Indicó al de lentes, antes de encender el cigarrillo que sostenía con los labios.
—Como ya lo sabe, Yoshida, el Honorable Número Siete hará uso de este lugar no sólo para… regularizar sus ingresos; si no también para almacenar su mercancía, misma que le puedo asegurar que no representa un peligro para las personas que aquí habitarán.
—Estoy segura de ello, de lo contrario no habría aceptado el puesto; sin embargo, lo que más me importa en este momento es saber su horario y el protocolo a seguir cuando lo tengamos por acá. Así como otras cosas más.
El de cabellera oscura exhaló una nube de humo antes de contestar.
—Verdaderamente no importa si vengo yo o solamente mis subordinados. En todo caso nos haremos pasar por repartidores de pescado; ya que los refrigeradores se encuentran conectados al almacén no será tan difícil entrar y salir sin que nadie lo note. No se preocupe por nada más que mantener el área libre de curiosos hasta que nos vayamos. —Hizo una pausa, tratando de recordar alguna cosa que hubiera olvidado—. Planeo venir los domingos o lunes por la noche que es cuando hay menos gente activa; aún así, espere mi llamada.
—Así que los tendremos por acá más seguido de lo que creí…
—Supongo que sí. —Inhaló el humo de su cigarro y continuó, cada palabra saliendo entre nubes blancuzcas—. No tiene que preocuparse por darme la bienvenida o preparar algo en especial, tan pronto como llegue me iré. A no ser que tengamos que hablar sobre alguna situación de manera personal. —Miró a la mujer de mediana edad, su figura inclinándose al frente para que cada frase fuera comprendida, tratando de dejar bien claro el mensaje detrás de sus siguientes palabras—. Como bien sabe, hay cámaras que monitorean cada centímetro de este lugar las veinticuatro horas; por lo que incluso si una mosca pasa volando por ahí, yo me enteraré. Cualquier mínimo intento de abrir esa entrada sin el código de seguridad, activará una alarma que alertará a mis hombres, y a mí.
La fémina sonrió con seguridad, no era la primera vez que le habían hablado de esa manera. Tampoco sería la última, estaba segura. No obstante, no se dejaría impresionar por un jovencito estúpido con aires de matón que en su mirada escondía, casi perfectamente, todo el miedo e inseguridad de un niño asustado.
—No tendrá problema alguno, se lo puedo asegurar. Ahora, sobre esta nueva chica… ¿Hay alguna indicación en su caso?
—No —dijo, recargándose nuevamente en el respaldo y mostrándose un poco más indiferente—. Simplemente procuren que termine sus estudios, luego será contratada acá mismo para impartir clases. Aparte de eso, es probable que en unos días venga el padre de la chica preguntando por ella y, se lo advierto de una vez, es una persona bastante necia; por lo que le recomiendo esconderla lo mejor posible.
—Entendido. ¿Alguna otra cosa?
—Recordarle que en caso de que algo saliera mal, hay un refugio dentro del sótano. Cuenta con un teléfono satelital para pedir ayuda y otro tipo de provisiones. La única persona que sabrá el código de entrada será usted, ni siquiera yo lo sabré. Probablemente mañana los técnicos vendrán para configurarlo, así que piense bien en eso. —Con un poco de sorpresa, los irises oscuros lo observaron. No todos los de su giro se preocupaban por la gente que laboraba y habitaba en sus centros de lavado de dinero—. Además de eso, una mujer llamada Nene Yashiro vendrá a ver la mocosa una vez por semana bajo el pretexto de enseñar sobre jardinería al resto de niños. No le niegue el acceso y en la medida de lo posible, denle todas las facilidades.
La mayor asintió. Eran bastantes los pendientes que tenía que atender.
—Fue un gusto conocerla, ya estaremos en contacto. —Se despidió abruptamente el zaino, levantándose de su silla—. Kusakabe, quédate para hablar sobre lo que concierne a la parte económica y luego me dirás a qué acuerdos llegaron.
Sin mirar atrás, cerró la puerta tras de sí. Caminando rápido y sin rumbo nuevamente.
¿Por qué su corazón dolió en cuanto pronunció el nombre de Nene?
Lo había dicho tantas veces antes y sin embargo, esta era la primera vez que un nudo en su garganta se formaba y sus ojos amenazaban con desbordarse. Era patético.
Necesitaba salir de ese lugar rápidamente, gritar hasta que sus cuerdas vocales sangraran y sus pulmones colapsaran.
En tal estado era solo de esperarse que algo más sucediera en su camino, algo que al menos por unos instantes lo hiciera pensar en otra cosa que no fuera el dolor en su pecho o la lágrima que había bajado presurosa por su mejilla, perdiéndose en el cuello de su camisa. Por lo que, al momento de casi terminar de descender los peldaños de la escalera, resbaló con un carrito de juguete; golpeándose con el barandal y rodando por los escalones faltantes.
Lo que le faltaba.
Se levantó pesadamente al llegar al final de la escalera e hizo una nota mental sobre volver a agendar una cita con el fisioterapeuta.
Estaba en eso, cuando una figura menudita se escondió detrás de él sin siquiera decirle algo primero. El zaino observó al menor, quien con un ademán le indicó que guardara silencio, y así lo hizo.
Unos cuantos segundos después, un par de niños, un poco más grandes que aquel escondido detrás de él pasaron corriendo por ahí. Gruñían de frustración y coraje, de sus bocas no salían más que maldiciones en contra de otro infante que al parecer se había escapado de sus manos.
Amane continuó inerte en su lugar, mostrándose verdaderamente interesado por la pantalla de su celular donde fingía escribir un mensaje. El par lo observó por unos segundos, acercándose a él. Casi como si supieran del secreto que escondía tras de si.
—¿Se les perdió algo? —preguntó con tono molesto en cuanto el dúo estaba a tan solo medio metro de él. A manera de respuesta, se vieron entre ambos y salieron de ahí. Era imposible que un sujeto tan amargado les dijera algo incluso si se lo preguntaban.
Una vez los pasos y voces se alejaron lo suficiente, descubrió a la menudita anatomía.
—Ya puedes salir, ya se fueron —susurró, observándolo con detalle. De alguna manera le recordaba a él en su época de secundaria. Su cuerpo cubierto de vendajes y curitas, así como de moretones y otras heridas que requerían atención.
El contrario se asomó, asegurándose por sí mismo y, una vez estuvo convencido, dio las gracias, preparándose para emprender la huida. No obstante, el más alto lo detuvo, tomándolo por el cuello de su playera.
Ante el tirón, el pequeño lo miró, con evidente pánico y desconfianza en su mirada. Amane por su parte, al notar la expresión de pánico del contrario trató de suavizar su tono y semblante, aunque no parecía que su intento funcionara del todo.
—Acompáñame. —Indicó con voz firme y mirada severa. O al menos era así como lo percibía el asustado infante quien renuente pero resignado, colgó los hombros y lo siguió.
Ese sujeto no podía ser peor que los otros dos ineptos que lo estaban persiguiendo, ¿cierto?
—Puede que duela un poco al principio, pero es para que no se infecte. El raspón en tu rodilla debe ser incómodo, ¿no? —dijo, aplicando un poco de yodo con ayuda de algodón sobre la herida.
El más pequeño hizo una mueca, cerrando fuertemente los ojos y mordiéndose el labio inferior, tratando de no quejarse en voz alta.
—¿Qué curita quieres que te ponga? —preguntó en cuanto terminó de colocar el antiséptico, señalando las opciones dentro del botiquín a su lado.
El dedito del menor señaló el primero que vio, una bandita de color verde. El mayor asintió y la colocó sobre la rodilla del infante. Revisó todas las curaciones por última vez, lo bajó de la camilla de la enfermería y lo miró a los ojos.
—¿Me dirás cómo es que pasó todo esto? Ese golpe cerca del ojo y la mordida en tu brazo no son por jugar o caerse, de eso estoy seguro. —Por un momento recordó todas esas veces en que fue interrogado por distintas personas y cómo, al igual que el menor frente a él, desviaba la mirada, quedándose mudo. Ahora entendía la frustración del silencio—. Puedes contármelo, no habrá problemas para ti. —Insistió.
No obstante, los labios del infante no se abrieron en lo más mínimo y su mirada se pegó al suelo. Hasta que una serie de toquidos los interrumpió. El más bajito se preparó para emprender la huida en caso de ser necesaria.
—¿Satou? —Llamó una voz débilmente. Del marco de la puerta se asomaba una figura aún más pequeña.
—¡Rei! —Llegó a su lado en dos zancadas—. ¿¡Qué haces acá!? ¡Te he dicho que me esperes en el escondite!
—Estuve esperándote ahí y… como no llegaste, salí a buscarte. Tenía miedo de que Hideo siguiera golpeándote.
Satou se puso de mil tonalidades de carmín. Su secreto mejor guardado había sido descubierto frente a un adulto que le daba escalofríos.
—Es mejor que nos vayamos —dijo, tomando de la mano a Rei y encaminándose al pasillo—. Todavía tenemos que encontrar otra muñeca para que juegues.
—Aún no te puedes ir, Satou —habló aquel que había estado en silencio, observando con especial interés el interactuar de las dos criaturas.
Con hartazgo, el mayor de ambos infantes se volteó y lo encaró. Estaba llegando a su tope. No necesitaba que alguien fingiera interés por sus problemas, no necesitaba que más gente se enterara de sus heridas y la debilidad de sus puños. Simple y sencillamente, no necesitaba que más personas supieran lo patético que era cuando se trataba de proteger a su único compañero de juegos.
—Gracias por haberme atendido, pero no se meta en lo que no le importa —respondió, mirándolo fijamente y eso le bastó a Amane para sorprenderse por unos segundos. Había pasado un tiempo desde que alguien se había atrevido a verlo de esa manera.
—¡No seas grosero con el señor! —Interrumpió Rei, jalándolo de una manga—. Recuerda lo que nos dijeron, debemos comportarnos para que alguien nos quiera adoptar.
Ante la mención de la adopción, el de bandita verde se quejó por lo bajó y salió corriendo a pesar del llamado del contrario para que regresara; no obstante, fue en vano. Resignado, se paró frente al zaino y ofreció torpemente disculpas en nombre de su compañero.
Amane lo observó, evidentemente se le veía estresado, temeroso y ansioso; aun así, estaba plantado frente a él, dando la cara por las acciones de su compañero, pidiendo que no le contara sobre ese incidente a las encargadas. Temía porque lo regañaran.
Con una sonrisa, el mayor despeinó la cabellera castaña del menor. Ya sabía cómo podía obtener sus respuestas.
—No se lo diré a nadie, no te preocupes. —Inició—. Sólo si a cambio me dices que sucedió con ese niño llamado Hideo.
El contrario lo miró evidentemente conflictuado y nervioso. Por una parte, aseguraría el silencio de ese adulto metiche y por otra parte traicionaría la confianza de su mejor amigo.
Al final, soltó un suspiro y dijo probablemente incluso más de lo que Amane había solicitado.
—Hideo dice que los niños no deben jugar con muñecas, pero a mí me gusta jugar con Haru y Hikari a las muñecas. Hoy me vio jugando con ellas y me quitó la muñeca que estaba usando, la rompió y luego me empujó. Satou quiso defenderme, pero le dio un golpe en la cara y otro de sus amigos le mordió el brazo, luego Satou salió corriendo y Hideo y su amigo lo siguieron… —Hizo una pequeña pausa y continuó con su relato—. No es la primera vez que hacen esto, desde que estábamos en el anterior orfanato, Hideo solía molestarme y Satou me protegía, así que me siento un poco culpable.
Amane permaneció en silencio por unos segundos, pensando. Tendría que hablar con Kusakabe sobre esto. Entre menos fueran los conflictos dentro de su propiedad, menores serían las posibilidades de llamar la atención.
—¿Qué te parece si te regalo una muñeca? Para compensar la que te rompieron. —Propuso, tratando de suavizar lo mejor que pudo su tono.
La mirada del castaño se iluminó.
—¿¡Sería mía!? —De inmediato cuestionó, la ilusión de tener algo propio desbordando su corazón.
—Sí. No se la tendrías que prestar a nadie más —contestó, esperando que un pequeño soborno bastara para que las heridas emocionales del menor no dolieran tanto—. ¿Sabes qué le gustaría a tu amigo? —preguntó, esperando que no se tratara de algo imposible.
Bastaría con tenerlos felices a todos para que no le dieran problemas, para que todo estuviera en orden. Para que nadie sospechara de ese lugar. Para estar en absoluta paz.
—Satou casi nunca habla de lo que quiere, solo una vez me contó que quería ir a un parque acuático. De esos donde hay muchos toboganes.
Cosas simples que podía cubrir. Si con eso podía tener a ese par un poco más calmados y sin riesgo de crear algún escándalo entonces lo haría, les daría lo que le pedían con tal de asegurar la paz de ese sitio.
Del otro niño se encargaría, ya fuera mandándolo de regreso a la casa hogar de donde había salido o solicitando un intercambio.
O quién sabe… A lo mejor sus contactos del mercado negro le darían una buena cantidad por un par de órganos jóvenes.
—Entonces, ve a preguntarle a tu amigo a que parque acuático le gustaría ir. Y que luego se lo diga a la directora, yo me encargaré de lo demás —dijo, tratando de que el menor se fuera lo más rápido posible. Tanto socializar empezaba a ponerlo de malas.
Sin pensarlo dos veces, el castaño salió de ahí, vociferando gracias a todo pulmón y azotando la puerta tras de si.
El contrario se levantó pesadamente de su lugar y, antes de siquiera dar un paso, sintió un líquido caliente bajar por sus labios. Miró al piso, gotas de sangre caían desde sus fosas nasales. Lo que le faltaba.
Aunque, siendo honestos, era de esperarse que su nariz resintiera todos los golpes que había recibido ese día.
Buscó entre los materiales del botiquín algo con que limpiar su nariz, no quería manchar aún más.
—Vamos, Azumi, ya verás que en cuanto tomes una pastilla y descanses, dejará de dolerte la cabeza. —Interrumpió una voz entrando a la enfermería y de inmediato silenciándose—. Honorable Número Siete, no sabía que estaba acá.
El contrario volteó, con pánico en sus facciones la observó y pensó en lo que en ese momento ese par de rubíes veían. Su nariz sangrante cubierta por unas vendas mal puestas, su cabello despeinado, su ropa desaliñada y muy seguramente manchada al igual que sus manos. No era lo que quería que viera cuando lo veía.
—Azumi, recuéstate en la camilla en lo que busco en el botiquín algo que puedas tomarte. —Indicó a la menor que la sostenía de la mano, quien con algo de inseguridad, acató las palabras de la adulta.
Nene se le acercó lentamente, como si estuviera tratando de atrapar a un animal callejero que aprovecharía cualquier oportunidad para huir de ella y, una vez estuvo lo suficientemente cerca, lo tomó de los hombros y lo dirigió a una silla cercana donde, sin decir una sola palabra, retiró los vendajes manchados de entre sus manos y los acomodó a manera de que le fuera más sencillo utilizarlos.
—Recuerda que cuando tu nariz sangra debes sentarte e inclinar tu cabeza al frente para que la sangre fluya. —Le recordó con voz aterciopelada, colocando suavemente los vendajes frente a sus fosas nasales—. Ahora ya solo aprieta ligeramente y en unos minutos dejará de sangrar.
El contrario hizo lo que la fémina le había dicho, aún hipnotizado por su tono.
La observó buscar medicina para la niña en la camilla y ayudarla a tomar agua para pasarse la pastilla. ¿Por qué tenía que ser tan bonita incluso cuando en su cabello había pasto y yerbas atoradas?
Salió de su ensoñación en cuanto la contraria se le acercó nuevamente y retiró su mano de la nariz.
—Ya dejó de sangrar al parecer… —comentó con una sonrisa leve.
—Gracias —dijo para luego aclararse la garganta, desviar la mirada y alejarse un poco. Si no mantenía la distancia no estaba seguro de que podría hacer con ella—. Vendrás una vez a la semana para dar clases de jardinería, la directora ya está enterada.
—Entiendo —contestó con un tono quedo, un poco dolida por su manera de actuar.
El varón estaba por emprender la huida, cuando alguien irrumpió la escena.
—¡Nene, Emiko se raspó el codo! —exclamó Tsukasa, entregándole la adolorida criatura en los brazos. Miró al contrario una vez la albina centró su atención en la menor y soltó un suspiro—. Algunas cosas nunca cambian, ¿cierto? Vamos, te ayudaré con eso. —Indicó, tomando el botiquín y a su hermano para llevarlos fuera de la enfermería.
El gemelo mayor vio por última vez a la albina antes de que la puerta se cerrara tras él. Su corazón estaba destrozado en ese punto, pero la resolución a la que había llegado era irrevocable.
Tenía que salvar esa sonrisa, esa mirada, ese tacto y esa voz tan dulce.
—No puedo creer que incluso ahora sigas apareciendo frente a mi lleno de heridas. Nuestros padres deben estar revolcándose en la tumba al verte así. ¿Acaso no fueron suficientes las de la escuela y las de cuando se te ocurrió la maravillosa idea de volverte luchador clandestino?
—No quiero pensar en eso ahora mismo —contestó, torciendo los ojos.
El contrario tomó una bolita de algodón con agua oxigenada y empezó a frotarla contra la piel manchada de sangre, cosa que provocó descontento en el mayor. Le dolía.
—Deja de quejarte tanto, tengo algo que decirte. —Ordenó el menor, y el contrario guardó silencio, expectante—. Nene está más que molesta contigo. Apenas pude apaciguar un poco su coraje contándole lo que tú no tuviste el valor de decirle. Ya sabes, lo de tu salud en general. Así que ahora sabe que tienes la misma capacidad de sobrevivencia que una babosa en un plato lleno de sal.
—¿¡Por qué se lo dijiste!? —preguntó molesto, liberándose de las manos de su hermano y viéndolo con evidente enfado.
—Era eso o que te atacara por la noche con su pala de jardinería —contestó, retomando su labor de limpieza—. No creo que lo haya dicho en broma. Además, ¿no es lo justo? ¡Incluso te preparó una gelatina! ¡Y te atreviste a no probarla! Siempre supe que algo estaba mal contigo, pero nunca creí que fueras así de desalmado, hasta yo tengo limites —dijo, evidentemente indignado.
El contrario guardó silencio, ¿cómo podría explicar lo que por su mente pasaba?
El menor por su parte preparó un vendaje para colocarlo sobre la nariz de su gemelo.
—Yo… —Empezó el de mirada lunar—. No quería que se enterara porque tengo miedo. —Continuó, clavando la mirada en el par de orbes ambarinos que también lo observaban—. De que sepa mi realidad; que estoy enfermo, que no duermo, que gasto miles de yenes en especialistas, que de vez en cuando tengo ataques de costocondritis y de ansiedad… Y que aún así no hago nada para recuperarme. Tengo miedo de que sepa que desde hace un tiempo dejé de pelear por mi vida.
—Tsukasa. —Llamó la fémina luego de sentarse en la orilla de su cama, lanzando por ahí sus zapatillas, atrayendo la atención del zaino—. ¿Está bien? —preguntó, en lo que su novio de nombre terminaba de acomodar las bolsas de ropa.
—¿El inmundo que tengo por hermano? Sí, supongo que está bien. Algo adolorido y con la nariz hinchada, ¡deberías verlo, parece como si tuviera una batata en la cara! —Soltó una risotada—. Pero sí, no morirá.
—Me refiero a que durante el trayecto de regreso estuvo más callado de lo normal. Hay algo en sus ojos que me tiene preocupada.
—Estás sobrepensando demasiado. Tranquila, es la expresión que cualquiera tendría luego de apenas desayunar una rebanada de pan y almorzar algo de whisky y cigarros.
—Algún día caerá desmayado por ahí… —comentó con evidente enfado y frustración.
—No se puede hacer mucho por él. Ya estoy más que resignado. Honestamente creí que una vez estuvieran juntos su actitud cambiaría, que estaría más feliz y cuidaría más de sí mismo. Siempre has sido la causa de sus sonrisas después de todo.
—Lamento no haber logrado que tu hermano cambie su actitud. En verdad he querido acercarme a él, pero creo que tú mejor que nadie sabe cómo ha terminado todo. Me gustaría prepararle la comida, recordarle que debe cuidar de su salud física y asegurarme de que descanse bien por las noches.
—Corrección, si estuvieran juntos probablemente lo último que harían sería dormir por las noches~
—¡Tsu… Tsukasa! ¡No digas eso! —Lo regañó la albina, evidentemente alterada y sonrojada.
—¿Vas a negar que de poder, volverías a acostarte con él? —inquirió, viéndola con una amplia sonrisa.
Nene permaneció en silencio. Sabía más que bien que jamás podría declinar una invitación para compartir lecho con él.
—¡Hablemos de otra cosa! —exclamó, tratando de que eso salvaguardara un poco de su dignidad.
—Te escucho —dijo, acomodando algunas cajas y más bolsas.
—¿No es peligroso? A lo que me refiero es… Hubo mucha gente y se tomaron fotos… Traté de no aparecer en ellas, pero gracias a ti y Kusakabe, ¡aparecí en mínimo cinco! ¿Qué pasaría si Teru me encuentra así? —preguntó con rostro aterrorizado.
—Ah, así que eso te preocupaba…
—¿Soy la única a la que le parece riesgoso?
—No te preocupes. Fue un evento de la organización al que sólo nosotros, algunos clientes y aliados fueron invitados. Las fotos son escogidas después por Tsuchigomori para que solo las personas “limpias” puedan aparecer en los tabloides de revistas y artículos. Las demás se quedan en el álbum familiar.
—¿Álbum familiar?
—La organización se percibe como una gran familia. Así que es obvio que tengamos también un álbum familiar. Además, incluso si Minamoto te llegara a encontrar, debería pensárselo muy bien antes de siquiera acercarse a ti. No sólo a mi hermano le desagradaría la idea de que ese tipo se te acerque, a mí también —dijo, con la mirada fija en los orbes rubí.
—Entiendo… —contestó, aún con la mirada fija en el contrario. Se aclaró la garganta y desvío la conversación nuevamente—. Por cierto, Amane me dijo que iré al orfanato a dar clases de jardinería y de paso visitar a Hoshikiri una vez por semana. De alguna manera eso me pone de mejor ánimo, todavía me siento mal por no haberme podido despedir de ella…
—No tienes porqué sentirte así, ya la verás la próxima semana. ¿Te gusta la idea de ir con los mocosos a plantar flores?
—Será un buen cambio de aires, supongo. —Concluyó con mirada caída.
—¿Qué te parece si te muestro un poco de la ropa que te compré? —preguntó, tomándola de la mano—. O mejor aún, ¿qué te parece si me muestras como te ves con algunas prendas que escogí para ti?
La contraria esbozó una sonrisa tímida, agradeciendo los intentos del menor de los gemelos por hacerla sonreír.
Había pasado un tiempo desde que disfrutaba de una noche de películas organizada por alguno de los gemelos. Si bien se trataba de algo que hacían entre los tres, no podía quejarse ahora que solo se trataba de ella y Tsukasa. Además, de alguna forma quería compensar los detalles que había tenido con ella, así que… ¿Qué mejor manera de hacerlo que preparar las palomitas de caramelo que tanto le gustaban?
—¿Qué te parece si preparas algunos bocadillos en lo que yo me encargo de lo demás aquí? —Propuso el menor, empezando a mover algunas sillas y cojines.
—Está bien, ¿qué te gustaría que preparara?
—Lo que sea que hagas de seguro me gustará. —El contrario sonrió, con un recuerdo agridulce en la mente. Volteó a verla y se le acercó lentamente—. Sabes, siempre estuve celoso de Amane, tenía a su lado a alguien que siempre preparaba sus platillos favoritos, alguien que siempre lo cuidaba cuando enfermaba o se lastimaba, alguien que en todo momento lo apoyaba… Por lo que, ahora que eres mi novia, me gustaría sacar provecho de eso. —La voz del menor de los gemelos sonaba mucho más grave y profunda al pronunciar esa última frase. Un escalofrío recorrió la espalda femenina de manera fugaz.
La mirada de caramelo que hasta hace unos minutos brillaba con alegría genuina se había tornado a un oscuro ónix. Algo dentro de ella le ordenó huir de ahí, temía por lo que fuera a pasar si no se alejaba lo suficiente de él. Así que se dio la vuelta y emprendió la huida con rumbo a la cocina.
Suspiró al terminar de recordar lo vivido unos instantes atrás. Esperaba que ahora que regresara, la tensión entre ambos se disipara y pudieran disfrutar de una velada con palomitas de maíz y películas que muy seguramente ya habrían visto antes.
Colocó las palomitas en un tazón, sacó algunas bebidas del refrigerador y continuó meditando.
Últimamente el comportamiento del gemelo menor había cambiado con ella, no era ni remotamente parecido a cuando eran colegiales. Pues aun cuando habían estado separados un buen rato, durante su tiempo juntos algo ya no era igual que en su época de colegio. La cuestión era el que.
Tal vez solo estaba exagerando. A lo mejor estaba tratando de hacerla sentir a gusto a su manera. No obstante, Tsukasa nunca fue una persona que se fuera por la vía ortodoxa, más bien todo lo contrario. Sí, probablemente era eso.
—¿Pasa algo, Nene? —cuestionó el zaino luego de haber notado como, por décima vez en lo que iba de la cinta, la contraria suspiraba con gran pesar.
—No es nada, Tsukasa. Sólo quería saber de donde sacaste la película… Hace un tiempo que no la veía —respondió, dándole otro trago a la botella que tomaba con ambas manos.
—La encontré entre las baratijas de mi hermano.
La fémina se removió incómoda en su lugar. Cosa que no pasó desapercibida por el varón. Por algún extraño motivo empezaba a sentirse somnolienta, relajada, desinhibida.
Sin estar del todo convencido, el menor pausó la proyección para tomarla entre sus brazos y recostarla en su pecho.
—¿No me dirás qué sucede? —Acarició su cabeza suavemente, casi de la misma manera en que hacía su hermano.
Por un momento la contraria se quiso convencer de que el calor que la arropaba en ese momento venía del homólogo de su acompañante. No obstante, aun cuando cerraba los ojos y trataba de imaginarse a aquel que tanto quería tener con ella; el olor de la colonia que sus fosas nasales percibían, así como el ritmo del corazón que escuchaba, era distinto de lo que ella anhelaba. Soltó un suspiro y terminó conformándose.
—Es sólo que… Recordé mi primera cita con Amane… —dijo en un hilo de voz.
—Ya veo, supongo que debí escoger otra película —respondió, su tono verdaderamente dolido.
—¡No, no es eso! ¡La película está bien, es de mis favoritas! —exclamó de inmediato la contraria, tratando de que el menor de los gemelos cambiara su expresión—. Es solo que… quisiera volver a esos días en los que Amane era Amane.
—Te entiendo —dijo, acariciando la mejilla de la fémina suavemente—. Sabes, cuando vi que tenía esta cinta entre sus cosas importantes creí que tal vez verla lo ablandaría un poco; pero nunca pude lograr que la viéramos juntos, siempre estaba metido en sus miles de pendientes —comentó con hartazgo y frustración.
En la mente de Nene se recreó por un instante ese primer acercamiento por parte del mayor de los gemelos.
Las mariposas en su estómago revoloteando cuando el chico de ojos color ámbar se le había acercado tímidamente para pedirle una cita. De las náuseas que sentía en su camino a la plaza debido a los nervios. Los suaves roces entre sus manos cada que tomaban palomitas y ese casi mágico momento en que estuvieron por besarse, de no ser porque el tipo que se encontraba detrás de Amane había pateado fuertemente su asiento, haciendo que el pobre cayera de frente.
Sin darse cuenta, había empezado a llorar. Lo quería de vuelta, lo necesitaba de nuevo a su lado.
En un abrir y cerrar de ojos, el gemelo menor tomó la barbilla femenina y con su pulgar trazó el contorno de su labio inferior mientras que con su mano libre rodeó su cintura, acercándola a él.
—Es un idiota, ¿no es así? —Le sonrió—. Hace sufrir a las dos personas que dice amar más que a nada en este mundo.
La contraria lo miró fijamente, era consciente de la posición en que se encontraban y asintió. Recordar cada rechazo y humillación vivida desde que había llegado a esa casa hacía que su sangre hirviera. No importaba cuáles fueran sus motivos, ella jamás se aprovecharía de sus debilidades.
¿Acaso no recordaba cuanto lo adoraba?
¿Acaso no recordaba todos sus juramentos de amor incondicional?
Negó con la cabeza, tratando de zafarse del fuerte agarre del menor de los gemelos; pero Tsukasa la mantuvo inerte en su lugar, acercando sus rostros aún más. Estaban a unos cuantos milímetros, podían sentir la respiración errática de cada uno, escuchar sus corazones palpitar fuertemente y, antes de que cualquier otra cosa pasara, el varón hizo la pregunta que llevaba todo el día queriendo hacer.
—¿Qué significó el beso de hace rato?
La contraria se mantuvo callada por unos segundos.
¿Verdaderamente había un significado detrás de su osadía?
¿O se trataba solo de una manera de vengarse del idiota de su ex?
—Nada, solo quería molestar a Amane —contestó, viéndolo fijamente. Casi retándolo a que le demostrara lo contrario. Casi convencida de sus palabras.
—Mentirosa. —Sonrió y cerró toda distancia, esperando a que la contraria lo alejara y lo maldijera por aprovecharse de su estado emocional; sin embargo, nada de eso ocurrió. Por el contrario, la fémina se acomodó en su regazo, rodeándolo con las piernas y en su mente un objetivo claro.
Esta era su oportunidad para descubrir si podría dejar de pensar en el zoquete que tanto amaba probando otros labios. Era ahora o nunca.
Las manos masculinas se posaron sobre los muslos femeninos, acercándolos aún más. Sus pelvis chocaron y su mirada fija en ella. No importaba verdaderamente si solo buscaba jugar con él o desquitar todo su sentir usando su cuerpo, él también quería averiguar hasta donde le permitiría llegar.
Entre besos, mordidas, frases indecentes que colorearon aún más su rostro y manoseos descarados fue que Nene entendió que no estaba con Amane. Con el mismo que en su primera vez había estado al tanto de cada movimiento, siempre buscando y priorizando su placer.
Estaba con el menor de los Yugi, con aquel que no preguntaba ni buscaba algo más que no fuera su propio placer. El mismo que no se detenía a pesar de sus quejas y gritos porque se detuviera, aquel que a pesar de los jalones de cabello y arañazos seguía con su tacto ansioso, tomando más y más de ella. La estaba devorando y de a poco el brillo en los ojos de rubí empezó a opacarse, siendo reducida a nada más y nada menos que una maraña de sensaciones y gemidos que reaccionaban ante los estímulos en su cuerpo.
Tsukasa no daba nada a cambio, siempre había sido más de tomar lo que quería y luego largarse. Solo buscaba su satisfacción, no la de los demás.
¿Alguien llegó a pensar que sería distinto en este caso?
La verdad era que no, pues si bien apreciaba y probablemente gustaba de Nene, no la veía como otra cosa más que un capricho que en ese momento estaba a nada de cumplir. Quería saber y conocer cada parte de ella, hacerla suya de la misma manera en que había visto a su hermano y ella hacerlo.
Porque claro que sí, claro que los había visto tener sexo. Necesitaba asegurarse de que eso sucediera o de lo contrario hubiera tenido que recurrir a otros métodos para que Nene lograra seducir a su gemelo. De ahí que se hubiera robado el video de esa noche.
¡UPS!
Apretó fuertemente uno de sus pechos y pellizcó su pezón, regocijándose al notarlo tan duro como su entrepierna.
La albina desabotonó su blusa, exponiendo su torso totalmente al menor. Arqueándose en cuanto la lengua del zaino recorrió el valle entre sus senos y llegó hasta su monte de Venus, solo para después morder fuertemente su cintura y chupar el par de tetas con ansiedad fogosa.
Era mucho, demasiado para su atormentada psiche. Todo le daba vueltas y se sentía desfallecer y regresar a su mundo. Para ese punto su mente no lograba distinguir con quien se encontraba.
¿Amane?
¿Tsukasa?
¿Una combinación de ambos?
La mirada de caramelo parecía burlarse de ella cada que jalaba sus mechones oscuros, su sonrisa perversa estremecía su piel y sus manos sometiéndola la hacían sentir perdida. No importaba cuánta fuerza tratara de utilizar para zafarse de esas ministraciones que a pesar de corresponder, sentía que estaban mal, simple y sencillamente no lograba deshacerse de la fuente de esas caricias y marcas en su cuerpo.
De sus labios apenas salían súplicas por un cese y gemidos que traicionaban sus plegarias.
Hasta que por un momento el peso sobre ella desapareció y su agotada anatomía se relajó. Por más que trataba de enfocar la mirada no lo lograba, su cabeza seguía dando vueltas, era como si estuviera ebria. Sólo sabía un par de cosas de su entorno; estaba recostada en una cama, apenas podía distinguir lo que había frente a ella y estaba semidesnuda.
Pronto unos labios regresaron a los propios, mordiendo fuertemente, haciéndola sangrar. El mismo tacto se apoderó de sus muslos y los separó. Escuchó claramente una bragueta bajar y sentir como su falda era subida hasta su cintura, el roce entre su intimidad y algo duro la hizo ahogar un suspiro.
¿Acaso eso era lo que creía que era?
Lo peor de todo ocurrió en cuanto se percató de su propia humedad y de como esta aumentaba al igual que la lascivia en el beso que compartía. En cuanto sus labios se separaron, una mano cubrió inmediatamente su boca, ahogando cada frase, gemido o grito que fuera a soltar. Impidiéndole siquiera comunicar el shock causado en cuanto un par de dedos empezaron a explorar y trazar cada pliegue en su labia, jugando a su paso con el hinchado apéndice que demandaba atención, rodeando su dilatada entrada, enredándose entre sus vellos…
Una mirada casi tan oscura como la noche misma la observó en cuanto logró aferrarse a la camisa del autor de su suplicio. Necesitaba comunicar de alguna manera lo que necesitaba, y en ese momento sólo había una palabra en su mente: más.
Casi de inmediato bajó la vista, estaba demasiado avergonzada, confundida y mortificada. Pero necesitaba seguir.
El par de falanges se adentraron al calor aterciopelado, acariciando y mimando cada recoveco que tocaban. En respuesta, la fémina enredó las piernas alrededor de la cintura del varón. Quería más, por lo que a tientas buscó a su alrededor, solo satisfecha hasta que llegó a la ropa interior del contrario y liberó la erección que de inmediato tomó entre sus manos, masturbándolo con la misma avidez que el contrario al jugar con su interior.
Ante las ministraciones, su acompañante nocturno destapó la boca femenina, besándola de inmediato. Nene supo entonces que solo necesitaba un poco más de estímulo para reemplazar el par de dedos con aquello que estaba entre sus manos. Así que de a poco dirigió el falo hasta su entrada, lubricándolo con su humedad, presionándolo contra el pequeño apéndice que no dejaba de reclamar atenciones. El par de dedos salieron presurosos de su interior. Estaba listo.
Una nube de lujuria opacaba la mirada carmesí. Aún así, su corazón llamaba entre latidos el nombre de aquel con quien había estado fantaseando todo ese tiempo.
—Amane.
El ritmo acelerado de las acciones descendió entonces considerablemente. Esos labios que buscaban devorarla ahora la besaban tiernamente. Esas manos ansiosas ahora la acariciaban cuidadosamente, casi con temor a lastimarla; sin embargo, algo en ella seguía recordándole que el dueño de su corazón no era el autor de ese momento bajo las sábanas. Pero eso pasaba a segundo plano cuando lo único que podía hacer era imaginar y tratar de convencerse que sí era él, que se trataba de su Amane quien ejercía presión en su entrada, inmiscuyéndose lentamente, haciéndola suspirar satisfecha.
Poco a poco el vaivén de las caderas unidas hizo que las paredes de la fémina se contrajeran alrededor del miembro que diligentemente no había parado su labor. Con un último beso indecente, la albina se corrió. Soltando un leve gemido que de inmediato fue callado por un beso más quieto.
Durante un par de segundos la pareja se quedó así, en silencio absoluto. Las miradas de ambos viendo a cualquier otro lugar que no fuera al frente. Poco a poco la presión en su interior empezó a desaparecer, su acompañante estaba saliendo de ella.
¿Acaso no planeaba terminar?
Aunque exhausta, Nene se levantó, acercándosele y llevándolo de regreso al lecho. Lo menos que podía hacer por él era ayudarlo a terminar de la misma manera en que la había ayudado a ella.
Tomó entre sus manos la erección y la colocó entre el valle de sus senos, masturbándolo lentamente con ellos. De a poco acercando sus labios hasta hacer contacto con la punta, engulléndolo y lamiéndolo. Sintiéndose satisfecha solo hasta que una mano acarició su coronilla, guiándola a lo largo del miembro. Y eso solo le evitó subir la mirada. Prefería seguir pensando que se trataba de Amane a desengañarse y vivir con la conciencia sucia.
No pasó mucho tiempo cuando la eyaculación del varón inundó su cavidad oral, casi ahogándola. Se separó rápidamente de él dejando salir un poco de esencia blanquecina que cayó presurosa sobre sus pechos.
Creía que eso bastaría para que el contrario se fuera, pero no fue así. Sintió su espalda colisionar nuevamente contra el colchón y una lengua limpiar las manchas de semen sobre su piel.
Honestamente, para ese instante ya no terminaba de definir los límites entre lo que en verdad estaba pasando y lo que no. No sabía si en verdad había tenido sexo con quién sospechaba era Tsukasa pero se empeñaba en convencerse de que era Amane. Ni siquiera sabía si después de ese encuentro hubieron más, como su mente le estaba haciendo creer.
Podía sentir cada caricia, cada mordida, cada pellizco e intrusión. Percibía el olor indiscutible del sexo en el aire. Escuchaba el gruñir del contrario cada que terminaba dentro o fuera de ella. Se sentía desvanecer cada que llegaba al orgasmo.
El último recuerdo vivido de su noche fue un beso sobre su frente y la suavidad de las mantas arropándola.
La cercanía entre su hermano y Nene empezaba a molestarle más de lo que en algún momento pudo haber imaginado, no sólo por los celos que tanto trataba de negar. Si no también porque si en verdad algo se terminaba de desarrollar entre ambos, sería mucho más difícil deshacerse de Nene.
Prefería por mucho que la peliblanca estuviera lejos de su alcance, y del de su hermano, para que ella hiciera su vida cómo y con quién quisiera. Lejos de todo aquello que concernía a la vida delictiva. Dos pájaros de un tiro; se aseguraría de que la integridad de Nene no corriera peligro y muy seguramente él podría estar un poco más concentrado en lo que recién había encontrado gracias a un informante que ahora yacía a sus pies con un tiro entre ceja y ceja.
Ya saben, gajes del oficio.
Suspiró con pesar. Ciertamente la pila de pendientes solo sabía crecer y no le importaba si recién había llegado de un evento o si eran las cuatro de la madrugada y él estaba completamente ebrio.
Llegó a su cuarto y se dispuso a dormir, tenía cosas que hacer a primera hora de la mañana; debía prepararse y alistar a su gente para trasladar el restante de mercancía, nombrar a los nuevos encargados de la seguridad dentro y fuera del orfanato, así como empezar a buscar un lugar seguro para la albina. A lo mejor Sakura podría ayudarle con eso.
Cerró los ojos y como si fuera mofa, su mente se encargó de reproducir cada segundo del beso compartido entre su hermano y Nene. Frustrado dejó salir un grito. Desearía poder borrar esa imagen de su memoria; pero no podía.
Sus ojos habían visto más que suficiente como para sentir a su corazón ser reducido a nada más que un montículo amorfo y apenas palpitante. Algo gracioso considerando que a veces él hacía lo mismo con las personas que llegaban a sus manos.
Pero Nene no necesitaba abrir su caja torácica para extirpar su órgano vital y proceder a destrozarlo con sus propias manos. No, ella era mucho más peligrosa en ese sentido, pues bastaba una sonrisa, una mirada o incluso solo estar presente en el mismo lugar que él para que sintiera como cada parte de su cuerpo le reclamaba el no encontrarse cerca, o dentro de ella.
Una serie de toquidos la despertaron, confusa y algo irritada Nene se levantó de entre las sábanas. Su cabeza dolía al igual que su cuello.
¿Qué demonios hizo la noche anterior como para que incluso su abdomen doliera tanto?
Con un poco de más consciencia, las imágenes de la velada pasada llegaron a su mente, mortificándola y paralizándola.
Observó con anticipado horror su cuerpo, esperando encontrar las marcas de cada mordida y chupetón; sin embargo, no había nada. Estaba vestida con su bata de hamsters y mokke de color morado, su cabello sujeto en una coleta despeinada.
Levantó su camisón, expectante a las marcas sobre sus pechos y abdomen; pero estaba limpia. Sintió sus labios, ni siquiera estaban hinchados y sus bragas estaban tan limpias como las de cualquier persona que olvidó cambiarlas al terminar el día.
Los toquidos volvieron a sonar y Nene concedió el acceso, siendo saludada por la figura del gemelo menor llevando con él una bandeja de comida.
—¡Buenos días! —exclamó con evidente ánimo—. Traje el desayuno porque creí que estarías todavía dormida. Vaya noche la de ayer, ¿cierto?
Ante la mención de la velada, el semblante de Nene palideció.
—¿A-A qué te refieres, Tsukasa? —preguntó ansiosa.
—¿No lo recuerdas? —preguntó, colocando la bandeja en la mesita de noche.
—¡NO! ¡No recuerdo nada! —gritó, la duda carcomiendo su cerebro.
El contrario se sentó a la orilla de la cama y lo meditó por unos segundos. Cada segundo un martirio para la contraria que lo veía con terror.
—Estábamos viendo una película y de la nada empezaste a llorar porqué te acordaste de Amane. Luego me besaste, te besé, nos besamos. Estábamos por seguir cuando dijiste que querías vomitar. Corriste al baño y te ayudé a recoger tu cabello, luego te quedaste dormida.
—¿¡Qué yo hice qué!? —preguntó nuevamente. No podía creerlo.
—Vomitaste. Aunque siendo honesto jamás había visto a alguien tomar tanto soju antes —comentó verdaderamente asombrado.
—¿¡Soju!? —Ni siquiera bebía sake en grandes cantidades, mucho menos hablar de alcohol de otro país.
—¿No lo recuerdas? Llegaste con varias botellas de soju ayer.
—¡Creí que era agua frutal o té helado! ¿¡Por qué no me lo dijiste!? —cuestionó, zarandeándolo.
—¡Pensaba que ya lo sabías!
—¡Pues no! —Concluyó antes de tirarlo sobre la cama y empezar a dar vueltas por todo el cuarto—. ¿¡Y cómo es eso de que te besé, me besaste y nos besamos!? ¿¡Hasta dónde llegamos!? —preguntó, regresando a la cama.
—¿En verdad quieres saberlo~?
—¡Sí!
El contrario dejó salir una carcajada.
—No te preocupes. Solo fueron unos cuantos besos y caricias, la verdad es que me desanimó bastante el que me confundieras cada tres segundos con Amane. Así que después de vomitar te ayudé a lavarte los dientes, ponerte la pijama y arroparte. —Trató de sonar lo más indiferente posible.
—¿M-Me viste des… desnuda? —Con tono temeroso preguntó.
—En mi defensa, tú ya estabas desnudándote frente a mí antes de que quisieras vomitar, así que no fue tan escandaloso. Por cierto, lindos pezones —respondió juguetón.
—¡Tienes que jurar que nunca se lo dirás a nadie! —Lo tomó por los hombros, acercando sus rostros, mirada fija en la contraria.
—¿Que vomitaste? —Se hizo tonto.
—¡No! Que tú y yo… ya sabes…
—Ni siquiera tuvimos sexo, aunque me hubiera gustado —dijo, tomándola por la cintura y obligándola a sentarse sobre su regazo, sus piernas encerrándolo—. No te preocupes, no le diré a nadie que mientras te desnudabas frente a mí, llorabas por mi hermano. —Finalizó, dándole un beso en los labios.
La contraria volteó de inmediato, haciendo que los labios del varón se posaran sobre su cuello, besándola suavemente, erizando la piel de su nuca. De los labios femeninos salió un ligero gemido, sus manos acariciando los mechones oscuros.
—No entiendo porque lo hice… —susurró.
—Estabas demasiado enojada y frustrada. No te preocupes, muchas personas lo hacen —respondió el zaino, separándose de su piel.
—Gracias, por haberme ayudado con el vómito.
—Nada es gratis. A cambio quiero que respondas algo. —La contraria lo miró expectante—. ¿Significó algo para ti el beso de ayer? Ya sabes, el del orfanato.
—... No, solo quería molestar a Amane. Lamento si te hice creer algo más —contestó sin verlo a los ojos.
—No hay problema. —La reconfortó, acariciando su cintura antes de abrazarla—. Me voy, tengo que ir con Sakura y Natsuhiko a revisar algunas cosas en Sapporo, así que tal vez regresemos hasta la noche. Descansa y come. —Se despidió, dándole un último beso en los labios, cosa que la albina correspondió por un par de segundos antes de empujarlo ligeramente.
Se levantó y fue hasta el baño en lo que el varón salía de ahí.
Estaba satisfecho con su actuación y con su manera tan rápida de contestar a lo que Nene le preguntaba.
Si bien no todo lo que le dijo era mentira, tampoco era del todo verdad.
Había muchas cosas que no le contaría.
Como que el día anterior había pellizcado y empujado al par de niños que llevó con ella para evitarle estar con su hermano.
Que su hermano y él solían besarse cuando tenían cuatro años…
O el hecho de que lo verdaderamente acontecido en su cuarto sería, probablemente, su secreto mejor guardado.
—No sé con seguridad cuándo regresaremos, por lo que el Séptimo me pidió dejarte a cargo de su hogar. No te presiones. Como ya sabes, cada trabajador tiene un área y labor designada así que sólo es cuestión de que te asegures de que cada labor es cumplida. Natsuhiko también puede apoyarte en caso de que lo necesites, así que no dudes en llamarlo —dijo la peliverde, subiendo a la camioneta junto con el menor de los gemelos.
—¡E-En verdad no creo que pueda hacerlo, Sakura! —exclamó la albina con terror en la mirada—. Es una responsabilidad inmensa…
—Tómalo como tu oportunidad para demostrar que eres capaz de ser la compañera del Séptimo. No dudes de tu capacidad para tomar decisiones y sobre todo, no te tientes el corazón. Cualquiera podría ver en eso una debilidad. Si tienes que matar a alguien, hazlo.
Con eso, la de mirada serena colocó en sus manos una llave maestra y subió la ventanilla, dejando a la de tobillos anchos con más dudas que respuestas, viendo como el vehículo se hacía más pequeño conforme la distancia aumentaba.
—No te preocupes, probablemente regresarán en una o dos semanas. —Trató de consolarla el guardia castaño.
—¡Es mucho tiempo, Natsuhiko! Es la primera vez que me piden estar a cargo de la casa, y eso de matar gente… No lo decía en serio, ¿¡cierto!?
—Debes acostumbrarte a eso si en verdad estás decidida a quedarte en nuestro mundo. Si de algo te sirve, tú solo tendrás que dar la orden, yo lo haré por ti.
Insegura sobre si eso debía hacerla sentir mejor o no, la de mirada rubí cambió de tema.
—¿Sabes a donde fueron?
—El Honorable Número Siete solicitó con urgencia la presencia de su hermano y Sakura, no sé más.
—Tsukasa se veía ansioso y demasiado serio… ¿Crees que algo malo está sucediendo?
—Sólo podemos esperar… —Concluyó el castaño antes de volver a su puesto.
La joven entró luego de unos minutos a ese lugar que ahora veía con pavor absoluto. Trataba de recordar el horario de las actividades del personal.
En un par de horas la cena sería servida.
En ese momento los rosales estaban siendo podados al igual que las camelias.
La limpieza de los cuartos hacía ya un rato que debía haber terminado al igual que la de los baños.
Bien, empezaría su monitoreó por ahí y luego buscaría entre sus notas la lista de labores que se realizaba en casa. Quería asegurarse de no olvidar nada en absoluto.
Se dejó caer sobre la cama en cuanto el día concluyó. No terminaba de entender como es que en un par de horas su energía había sido drenada de esa manera. Esperaba que Sakura y los gemelos regresaran pronto.
Y por otra parte… Una voz en su mente la animaba a cambiar algunas cosas que había notado mientras trabajaba con las mucamas y cocineros. A lo mejor si Amane se daba cuenta de su capacidad para administrar y organizar su hogar, la vería con otros ojos. Distintos a los que la habían estado viendo desde que regresaron del orfanato.
Lejanos, fríos.
Se acurrucó entre sus mantas y se dispuso a dormir. En definitiva lograría que el mayor de los gemelos volviera a ella.
Tres días habían pasado, tres días desde que la peliverde la había dejado a cargo de ese lugar y aun cuando seguía temerosa de siquiera dar una orden, sus niveles de seguridad habían aumentado considerablemente.
Empezó por cambiar algunas de las metodologías en cuanto a la limpieza y arreglo de las áreas verdes, así como ajustar horarios para aprovechar de manera más eficiente el tiempo de luz natural.
Aun cuando al principio recibió algunas miradas confundidas y susurros molestos, no se desanimó, estaba segura de que todo saldría bien.
Miró al reloj, ya casi pasaría la camioneta por ella para ir al orfanato. Natsuhiko quedaría a cargo por unas horas en lo que ella iba a cumplir con su deber como tutora de jardinería y podría ir con Hoshikiri para hablar con ella. Estaba ansiosa por saber cómo se encontraba.
Con una sonrisa terminó de trenzar su cabello, cuando una serie de gritos y alboroto llamó su atención.
Presurosa bajó las escaleras lo más rápido que pudo, encontrándose con aquel a quien no hubiera querido ver en un millón de años.
Katsumoto.
Chapter 11: 10
Chapter Text
Por milésima vez en el día, el zaino suspiró viendo como las nubes parecían seguir la camioneta en la que iba. Sus acompañantes no habían querido preguntar, o siquiera comentar entre ellos, pero era evidente que el menor de los Yugi tenía algo en mente. No querían parecer entrometidos; sin embargo, lo ideal sería que todos tuvieran la cabeza centrada, después de todo, el encargo del Wakagashira era importante y no podían darse el lujo de fallar. En ello les iba la vida.
Les bastaba con comunicar a través de sus ojos lo que sus bocas no articulaban, hasta que probablemente el más idiota del grupo se aclaró la garganta y habló. Los demás lo observaron, esperando que no terminara de la misma manera que el último sujeto que se atrevió a indagar de más en los asuntos del menor hacía unos meses, con un tenedor en el ojo.
—Disculpe, ¿hay algo en lo que podamos ayudarle? Hemos notado que se encuentra algo distraído...
El de mirada ámbar volteó a verlos, la sonrisa en su rostro no les permitía descifrar cuál sería el rumbo que tomaría la interrogante.
—Extraño a mi novia, es todo —respondió, antes de devolver los ojos al cielo.
La conmoción en el vehículo no se hizo esperar, pensaban que se trataba de un rumor y nada más, aunque ahora que había sido confirmado de labios del zaino, la duda fue más grande que sus ganas de conservarse en una sola pieza.
—¿¡Tienes novia!? —cuestionó el más cercano a él en ese grupo—. ¿¡Tú!?
—¿Tan difícil es creerlo? —Devolvió la interrogante, sintiéndose algo ofendido por la manera en que lo había dicho.
—Lo que pasa es que bueno... siempre has preferido los encuentros de una noche y ya. Además de que una vez dijiste que no te interesaba formalizar con nadie.
—Y sigo pensando así, pero no sé, es distinto con ella...
Con incredulidad el grupo de varones siguió teorizando y compartiendo lo poco o mucho que sabían sobre la misteriosa mujer.
Tsukasa suspiró una vez más, recordando el temor y confusión de su mirada aquella noche... Sonrió ampliamente, deseaba ver más seguido esa expresión.
Su maestro siempre se lo había dicho y reconocido; Nene era sin duda alguna única entre los demás de su clase. Destacaba especialmente por la fuerza de sus tobillos, lo que le permitía llevar a cabo con facilidad más de un ejercicio; no obstante, su mayor obstáculo siempre fue su timidez y renuencia a hacer uso de la fuerza física fuera de la arena. Incluso en situaciones de emergencia, para ella siempre tenía que haber otra solución más allá de los puños.
"Entonces, ¿qué podemos hacer en lugar de recurrir a los golpes? —preguntaba el entrenador de vez en vez y, antes de dar espacio a que los pupilos alzaran la mano, él contestaba—. Primero, manténgase a una distancia prudente. Luego, utilicen técnicas de de-escalada verbal. En caso de no tener resultados, pueden proceder a hacer uso de herramientas de defensa o llamar a la autoridad. Sólo si sienten que nada de esto puede asegurar su bienestar físico, procedan con todo lo que les he enseñado."
Y aun así, ahí se encontraba ella; tirada en el piso, sosteniendo con una mano su mejilla hinchada, lágrimas bajando por sus ojos y el shock de verse envuelta en una situación que no podía controlar.
Lo había intentado, en verdad que sí.
Mantuvo su distancia por más que el anciano buscaba acortarla; sin embargo en un parpadeo, fue acorralada.
Trató de negociar con él, de pedirle que bajara su tono, que dejara de insultarla, que se fuera... Todo en vano.
Con una mano había logrado tomar un libro y asestarle un golpe al mayor, pero no sirvió de mucho, considerando que para ese momento ya habían otros tres sujetos en la sala. Sus miradas se lo decían, estaba en verdadero peligro.
Amenazó con llamar a la policía, y eso solo los hizo reír.
¿Qué podría decir una vez atendieran su llamado?
Miró con angustia como Natsuhiko entraba a la sala, siendo golpeado por su compañero de turno, mismo que ella había aceptado para el puesto apenas unas horas después de la partida de Sakura y Tsukasa, y cayendo al piso antes de siquiera preguntar qué sucedía.
Un puñetazo le fue propinado en el rostro, haciéndola tropezar con la mesita de café de la sala y caer al piso.
Ahora estaba ahí, siendo arrastrada a la puerta. Sentía el cañón de un arma contra su sien. Era consciente de que en cualquier momento podía ser detonada. Veía con tristeza como aquellos que pudieron haberla salvado, se quedaban inmóviles ante la amenaza de volarle los sesos.
Cerró los ojos fuertemente en cuanto salió de la casa y el sol del mediodía destelló sobre su faz. En su corazón suplicó que eso fuera una pesadilla; pero, la manera tan brusca en que la lanzaron a la parte trasera de un sedán, al igual que las cuerdas con las que la ataron, le decían lo contrario.
Escuchaba voces a su alrededor; sin embargo, no lograba entender lo que le decían. Todo estaba demasiado borroso, demasiado confuso, sus oídos zumbaban, se sentía mareada, su estómago amenazaba con expulsar su desayuno...
—No se preocupen, el Séptimo vendrá en cuanto sepa que la tenemos.
—¿Estás seguro?
—Totalmente.
Las palabras del traidor al igual que las del anciano resonaban en su cabeza. Buscaban a Amane, querían hacerle daño a Amane y por eso la estaban usando como cebo.
Porqué sabían que era importante para él.
Sus discusiones empezaban a tener sentido, al igual que su negativa a tenerla cerca. Esto era lo que quería evitarle.
Soltó una lágrima, en ese punto ya ni siquiera sabía si volvería a verlo. Porque esto era distinto a lo acontecido en las Escaleras Misaki. Porque no estaba Amane para protegerla y llenarla de besos y palabras de consuelo.
Pronto, el impacto contra su cabeza proporcionado por un objeto desconocido la hizo cerrar los ojos. En su mente, el último roce de sus labios contra los de su amado se iba desvaneciendo.
—Las mucamas que estaban limpiando la biblioteca me dijeron que el anciano llegó preguntando por el Séptimo, Nene lo atendió pero no sirvió de mucho, él solo quería hablar con usted... —relató el castaño con un poco de molestia en su tono, colocando otra bolsa de hielo en la zona donde lo habían golpeado—. Ella le pidió que se fuera, estaba en eso cuando llegué y me dejaron inconsciente de inmediato, entonces aprovecharon para llevársela, amenazando con dispararle si alguien trataba de detenerlos.
El zaino observó al guardia de actitud coqueta, tenía ganas de desquitar en él su ineptitud al proteger a Nene; no obstante, habían prioridades. Recuperarla era su principal objetivo en ese momento.
Vio a sus pies una magatama que podría haber reconocido en cualquier lugar debido al estilo; sin duda alguna era de ella. La tomó entre sus manos y soltó un suspiro. Necesitaba mantener la calma, aun cuando sólo deseaba asesinar con sus propias manos a aquellos que se habían atrevido a acercarse a su tesoro más valioso. Guardó en el bolsillo de su pantalón el accesorio y continuó, tratando de verse lo más sereno posible.
—¿Sabes a donde fueron?
—Dijeron que lo estarían esperando en el almacén número ocho del muelle de carga.
Al menos conocía bien ese lugar, quedaba a unos metros de donde desembarcaban sus pedidos.
Tenía tantas ganas de salir con rumbo a ese sitio inmediatamente pues ya habían pasado unas cuantas horas desde que se la habían llevado. Aunque, conociendo al anciano, muy seguramente no lo estaría esperando con las manos vacías. Necesitaba idear algo.
—Séptimo, el Quinto está en la línea. —Interrumpió una de las mucamas.
El zaino fue a su estudio rápidamente, esperaba que Tsuchigomori ya supiera algo. Esperaba que las redes de sus arañas llegaran hasta donde se encontraba la albina.
—Antes de que digas algo, dime, ¿estás tomado? —preguntó el mayor.
—No. Ni siquiera he fumado.
—Bien, necesitas mantener la cabeza fría, sé que lo que más quieres es ir por la mocosa, yo también lo quiero. Pero de nada te servirá ir si no piensas claramente.
—¿Sabes qué es lo que quieren? —preguntó el contrario, haciendo de lado el consejo del mayor.
—Katsumoto sabe que su hija ya no está en la casa y que Nene es tu pareja sentimental.
—Probablemente quiera de regreso a la mocosa. Si es eso en este momento iré por ella.
—No, es más que eso. Está iracundo por qué le viste la cara. No le importa su hija, sino el hecho de que hayas jugado a estar comprometido con ella. Le pegaste donde más le duele, en el orgullo.
—¿¡Y por eso tiene que secuestrar a Nene!? —preguntó exaltado. De entre todas las personas en esa casa, la única que no se merecía pasar por algo como esto, era ella.
—¡Sí! —respondió el de lentes, tratando de que entendiera su punto—. ¡Sabe que la amas y que darías tu vida por ella! Entiéndelo de una vez, quiere tu cabeza. No es un secuestro cualquiera, en cuanto llegues te matarán y muy seguramente a ella también.
Por unos segundos, el más joven permaneció en silencio. Se sentía frustrado y enojado consigo mismo. A lo mejor si hubiera dejado a sus guardaespaldas con ella, esto no estaría pasando. Probablemente si él hubiera estado en casa, esto no estaría pasando. Todo este embrollo era su culpa y su incapacidad para protegerla.
Recordó por un momento la visión que tuvo al día siguiente de reencontrarse.
No quería que ella terminara así; con una mueca de dolor y miedo absoluto, con oscuridad en su mirada, con la piel descarnada...
Se dejó caer de rodillas y empezó a sollozar. No soportaría perderla, encontrar su cuerpo inerte, su corazón en silencio.
—Amane, sé que es difícil para ti... pero Nene te necesita más fuerte que nunca. Ahora, respira hondo y profundo. —Ordenó, dándole espacio de unos segundos para que lo hiciera—. ¿Ya estás un poco más calmado?
—Eso creo... —murmuró, tratando de concentrarse en su respiración, expectante a lo que su mayor le tuviera que decir.
Las palabras del hombre de lentes resonaron en su cabeza, tatuándose en su mente y ayudando a idear un plan que le aseguraría el rescate de su luna. Colgó el teléfono e hizo otra llamada.
Regresaría a ese lugar que lo había visto caer tantas veces. Regresaría ahora a mostrarle lo peor de él.
De a poco, la albina despertó gracias a un dolor punzante en su cabeza.
Sus ojos intentaban ajustarse a la poca iluminación del cuarto en el que se encontraba mientras sus manos y pies trataban de moverse sin éxito alguno, pues estaba atada a una viga. Quiso articular un llamado de auxilio, pero la mordaza en su boca no se lo permitía.
Miró a todos lados, dándose cuenta de que estaba completamente sola en ese lugar que parecía estar abandonado. El piso sucio, al igual que las paredes, le daban un toque de misterio con sus manchas de irreconocible origen; así como la presencia de ratas e insectos rastreros aumentaron su preocupación.
Fue hasta que uno de esos animalitos se le acercó lo suficiente que se percató de la semi-desnudez de su cuerpo. Sólo tenía puesta la ropa interior. Eso explicaba el frío que recorría cada poro de su piel.
Trató de levantarse para evitar a las alimañas; no obstante, un calambre hizo estragos en sus extremidades entumecidas, haciéndola caer sobre su trasero.
Soltó un quejido apenas audible, cuando un olor nauseabundo inundó sus fosas nasales. Una combinación asquerosamente perfecta que estaba a nada de hacerla vomitar.
Empezó a sollozar al saberse vulnerable.
Solo quería regresar a su hogar; sin embargo, ¿a cuál se refería?
¿El departamento en el que ya sólo vivía ella?
¿La casa de los gemelos?
Por primera vez se sintió insegura sobre su lugar de pertenencia. Verdaderamente empezaba a preguntarse, ¿a dónde pertenecía?
Estaba sola.
Sus días en aquel departamento fueron de los más solitarios que hubiera vivido. Con la supuesta muerte de los gemelos, el fatídico accidente de sus padres, el deceso de su hámster y sus plantas pereciendo debido a la falta de cuidados producto de su depresión... Ese lugar ya solo le servía para esconderse del mundo exterior sin verdaderamente ofrecerle un refugio de consuelo.
Y por otra parte, la casa de los gemelos si bien rebosaba de vida no paraba de recordarle que no era parte de ese mundo. Lo estaba terminando de comprender en ese momento.
Las palabras de Tsuchigomori, las lágrimas y súplicas de Amane, las interrogantes de Hoshikiri... Por más que quisiera ignorarlo, lo veía en las miradas de pena y confusión de los empleados de ese lugar, en los murmullos a sus espaldas por parte de los guardias, en los silencios de Sakura cada que le preguntaba por los gemelos.
Y ahora estaba ahí, siendo lo que no quería ser para Amane, una molestia.
"Las mujeres solo sirven como moneda de cambio."
Escuchó su voz susurrando a su oído.
¿Qué daría él a cambio de su liberación?
Sollozó aún más.
Si tan solo le hubiera hecho caso y se hubiera ido cuando se lo pidió, muy probablemente no estaría ahí, siendo una preocupación más para el zaino.
De repente, el sonido de pasos y voces acercándose hizo que su corazón casi saliera de su pecho.
—Por más que la veo, no lo entiendo. ¿Qué tiene de especial como para que ese imbécil esté enamorado de ella?
—A lo mejor son sus tobillos, son enormes.
—Tenía que ser igual de degenerado que su hermano... Al menos sus padres están muertos, se evitan la decepción. —Hizo una breve pausa deteniéndose en su andar—. Espero que tu idea de mandarla a un burdel saque buenas ganancias.
—Ya verá que en cuanto su chofer regrese de haber hablado con mis contactos, le dará buenas noticias.
Sólo lograba identificar la voz del anciano, y eso bastó para alertarla.
La puerta se abrió y los orbes cansados la vieron con asco. Ella por su parte trató de esconder lo mejor que pudo su cuerpo, se sentía violada aun sin ser tocada.
—Vaya, al fin está despierta —dijo con alivio—. Por un momento creí que había muerto o algo —comentó el de la tercera edad, encarando a su acompañante.
El contrario sonrió de manera perversa en lo que la veía de pies a cabeza y eso le puso chinita la piel a Nene. Mientras tanto, el mayor se le acercó, colocándose en cuclillas frente a ella.
—Es bueno que estés despierta, así serás de las primeras personas en saber cuando el Séptimo sea asesinado. —Empezó, sus ojos fijos en los femeninos, alimentándose de todas las emociones que los orbes rubí trataban de ocultar—. Tal vez no lo sepas, pero estamos en un lugar muy importante para él. Verás, aquí solía participar en peleas clandestinas. Vine a verlo más de una vez, aunque nunca aposté a su favor. Sabía perfectamente que siempre perdería.
El par de masculinos rieron sonoramente pues habían sido testigos del pésimo desempeño del zaino en la arena.
—¿Te puedo confesar algo? —susurró a su oído, su aliento pegando contra el cuello y mejilla de la fémina—. A veces solía pagarle a algunas personas para meterse en las peleas y que lo golpearan entre todos. Hacía los encuentros mucho más emocionantes, sobre todo cuando usaban otras cosas además de sus puños; sillas, barras de metal, cadenas, botellas de vidrio...
La fémina no pudo evitar imaginarlo. Sabía que Amane no era el tipo de persona que se metería porque sí a ese tipo de cosas, pero entonces... ¿Qué lo había llevado a cometer algo tan fuera de sí?
En su mente podía verlo tirado en el piso, siendo masacrado a golpes mientras el público enloquecía. Su corazón dolió.
—Sigo sin entender, que ve en ti ese idiota. Entiendo que podrías darle buenos hijos, pero esos tobillos... —Soltó un suspiro lleno de desaprobación—. ¡Son asquerosos! Solo un enfermo como él podría encontrarlos atractivos. O quién sabe... A lo mejor en algún burdel tengas buena recepción. Ya sabes, nunca faltan los degenerados.
Los ojos de Nene se abrieron completamente, desbordando terror absoluto. Su futuro incierto ahora se le presentaba como un infierno terrenal. Prefería por mucho la muerte.
—¡Señor! —Interrumpió un varón más, entrando al cuarto—. El Séptimo llegó al muelle y va en dirección al lugar designado. En cuanto esté en posición, usted puede dar la orden.
El viejo sonrió satisfecho.
—¿Escuchaste eso? El muy idiota cayó en mi trampa. Probablemente piensa que te rescatará y te llevará de regreso con él... Una lástima que en cuanto ponga un pie en ese almacén, le dispararán. Es imposible que sobreviva a eso. ¿Y sabes que es lo mejor? Que todo esto es tu culpa. Vivirás para siempre con la carga de saber que de no ser por ti, él no hubiera terminado como queso suizo.
—El Séptimo ya está en la mira. Va junto con uno de sus hombres al parecer. —Anunció nuevamente el recién llegado.
—Que disparen apenas se asomen dentro del almacén.
—Entendido.
La fémina trató de gritar, de protestar, de levantarse y hacer lo que fuera para detener lo inevitable, pero no podía. Aun cuando sus muñecas y tobillos empezaban a sangrar debido a las ataduras y la fricción contra su piel, a pesar de que sentía su garganta desgarrarse mientras trataba de suplicar. Eso no importaba siempre y cuando tuviera la más mínima oportunidad de evitarlo.
Pasaron uno, dos, tres, cinco, diez o tal vez más de treinta segundos en los que con horror vio como el encargado de comunicar los deseos del viejo hablaba y daba las instrucciones a los tiradores. Mismas con las que su amado en ese momento estaría siendo acribillado en un intento por salvarla.
Ahogó un grito en cuanto confirmaron la muerte del zaino y sus ojos se desbordaron de lágrimas.
¿Qué sentido tenía vivir ahora que la otra mitad de su corazón había dejado de latir?
El anciano la miró con desdén, ahora que el Séptimo había pagado por su falta, tendría que encargarse de ella. Una molestia más desde su perspectiva.
Observó de reojo a su acompañante, uno de sus hombres más leales y, sintiéndose complacido por la noche, decidió compartir su alegría.
—Diviértete con ella tanto como quieras, solo no la mates. De preferencia dale una probada de lo que le espera en su nuevo trabajo —dijo, antes de salir de ahí.
La mirada hambrienta del contrario se posó sobre la temblorosa figura y agradeció a su jefe. Sería una noche que nunca olvidaría.
—¿Aún no te han mandado las fotos de su cadáver? Me gustaría que la estúpida viera el cuerpo del Séptimo —preguntó el mayor de los dos.
—Desde hace unos minutos no he logrado ponerme en contacto con ellos. Puede que la señal no sea buena por allá.
—Esperemos un poco más, el chofer aún no regresa después de todo —dijo, abrigándose—. Este maldito lugar siempre ha sido un refrigerador, debimos haber ido a otro sitio para escondernos en lo que veíamos que hacer con la inútil...
El par de varones permanecieron en silencio, gritos y súplicas apenas ahogadas por las paredes como sonido de fondo. Si bien para el portavoz del mayor no resultaba agradable esa situación, su jefe parecía estar extasiado con la misma. Se le notaba en la sonrisa perversa que adornaba su rostro desde que salieron de ese cuarto.
—Si tan solo el Séptimo pudiera ver en este momento como su mujercita está siendo mancillada por alguien más... Lástima que murió, hubiera sido un buen yerno a pesar de ser un inútil. —Soltó para sí mismo con una carcajada.
—Disculpe, pero... ¿Qué pasará con su hija? ¿No planea buscarla? —inquirió el más joven. De entre todas las cosas que había escuchado ese día, en ningún momento el mayor había hablado siquiera de su progenie.
—¿Para qué? ¿Para ser la burla de mis conocidos? —contestó con amargura—. Prefiero darla por muerta.
El contrario bajó la mirada. Si la joven había estado en manos de una bestia como el Séptimo, lo más seguro es que ya estuviera muerta. Esperaba que al menos su final no hubiera sido tan trágico como el destino de la cautiva que desde hacía unos minutos ya no gritaba.
De repente, un sonido fuera de las instalaciones atrajo la atención de los varones. Sonaba como pasos, como murmullos. A pesar de que ese lugar estaba a unas horas de la ciudad más cercana y que casi nunca se registraba actividad ahí, sería mejor asegurarse de que no hubiera nadie a los alrededores. No podían darse el gusto de ser descubiertos, menos aún teniendo entre las manos algo tan delicado como la reputación de un respetado ciudadano como el anciano.
—Iré a revisar —dijo el acompañante del viejo, desenfundando su arma.
Pasaron unos cuantos minutos en absoluto silencio y calma. Muy probablemente se hubiera tratado de algún animal que por ahí deambulara.
Un poco más calmado, el anciano revisó nuevamente el celular de su trabajador para saber si las imágenes que desde hacía un rato había pedido ya estaban en la bandeja, pero no había nada. Molesto ante la incompetencia de sus subordinados, intentó llamarles; sin embargo, todos los dispositivos estaban apagados. Algo no estaba bien.
Los minutos parecían eternos y conforme más tardaba el más joven, su ansiedad aumentaba.
En el peor de los casos se trataría de una posible emboscada por parte de las arañas y el hermano menor del Séptimo. Aunque siendo honestos, incluso si algo así sucedía no veía gran problema, a final de cuentas su cometido había sido cumplido y sería recordado como aquel que logró asesinar fácilmente a una de las figuras más sádicas en el campo delictivo. Su honor estaría intacto.
Incluso, tal vez, podría morir satisfecho y con una sonrisa en el rostro.
De repente, una piedra colisionó contra lo que quedaba de los vidrios de la ventana más cercana al hombre de la tercera edad.
Bien, si querían jugar sucio, él tampoco se dejaría atrapar fácilmente. Lucharía hasta el final incluso a sabiendas de que era una pelea perdida. Tomó su arma, misma que había comprado con el Séptimo y la preparó antes de dirigirse con paso lento al exterior.
Apenas se había asomado un poco, cuando un golpe le fue propinado haciéndolo caer de espaldas, nuevamente al interior de aquella bodega.
—¿¡En dónde está!? —cuestionó una voz que creía ya nunca volver a escuchar.
Con la visión borrosa debido al impacto, apenas pudo entender la interrogante antes de ser levantado por el cuello.
—¿¡En dónde está!? —Repitió con voz un poco más serena pero impregnada de amargura—. ¡Contesta! —Continuó, zarandeándolo antes de darle otro golpe que le hizo escupir los pocos dientes que le quedaban.
—¿C-Cómo?
—¿¡En dónde está Nene!?
El contrario permaneció en silencio debido al shock en lo que veía con terror como los dos acompañantes del Séptimo buscaban dentro de aquel sombrío lugar.
Fijó la mirada en el rostro de su agresor, sus ojos le decían que no estaba ahí para negociar ni nada. Estaba ahí para matarlo. Sonrió ante la ironía y antes de siquiera poder decir algo, fue estampado contra una pared, quedándose sin aire al instante.
—Dime de una vez en donde está y puede que considere no darle a mis perros tus órganos para jugar luego de drenarte hasta la última gota de sangre —habló con voz grave, acercando sus rostros y clavándole la mirada.
El mayor, sin lograr hilar palabras solo alcanzó a señalar una puerta, misma de la que en ese momento salió un alarido. Sin pensarlo dos veces, se acercó a la estructura de madera y, percatándose de que estaba cerrada con llave, voló la cerradura de un disparo. No tenía tiempo para estar preguntando por llaves o buscarlas.
Una serie de puertas y pasillos intrincados que lo mareaban en medio de la oscuridad le dieron la bienvenida. En ese punto su único aliado era su sentido del oído, tenía que agudizarlo para localizarla. Suplicaba internamente para que los leves sonidos que escuchaba se hicieran más fuertes, pues entre más tiempo pasaba, más ansioso se sentía.
Tuvo que hacer el mayor de los esfuerzos para no llamarla, debía aprovechar que al menos en esa zona parecía que nadie se había percatado de su presencia. Eso le evitaría muchos problemas en caso de haber más matones por ahí escondidos.
Luego de varias puertas abiertas, escaleras subidas y bajadas y pasillos recorridos, terminaron frente a una puerta en lo más profundo de ese laberinto, misma desde la que apenas unos segundos atrás había salido un grito seguido de maldiciones e insultos.
Giró el pomo con sumo cuidado aún cuando sus manos no paraban de temblar, preparándose mentalmente para encontrarse con el peor escenario. Cerró los ojos por un par de segundos, se concentró en su respiración, en la fuerza con la que sostenía su arma y, en cuanto terminó de inmiscuirse en ese lugar, sintió un vacío en el corazón y el estómago.
Un bastardo con el pantalón abajo, retorciéndose de dolor en el piso y amenazando a la sollozante albina con matarla.
Su visión se nubló por un segundo en lo que su acompañante más alto se adelantaba para retirar a la posible amenaza, cumpliendo así con la tarea encomendada por el zaino; mantenerlo vivo. La muerte era un regalo piadoso para escoria como él.
Las miradas de rubí y ámbar se encontraron por un instante antes de que el varón se apresurara a quitarse la chamarra que llevaba puesta, cubriendo su cuerpo desnudo. La abrazó y trató de aliviar con palabras el sufrimiento de sus almas, llorando junto con ella por un instante, permitiéndose bajar la guardia para mostrarle su debilidad y empatizar lo más posible con su dolor.
Sentía su cuerpo tembloroso casi helado, sus manos aferradas a su playera, la humedad creciente en su pecho, escuchaba sus balbuceos entrecortados que no terminaban de hilar siquiera palabras.
Besó su coronilla y la abrazó aún más fuerte antes de cargarla entre sus brazos y sacarla de ahí. Un lugar como ese no era sitio para alguien como ella.
Llegaron hasta la camioneta a las afueras del maldito lugar y subieron a la parte trasera, solicitando a aquel que recién había tomado el lugar del chofer prender la calefacción.
—Vamos a la clínica. Avisa a la araña que Nene está conmigo y que mande más gente a la bodega. —Indicó, terminando de acomodarse.
El vehículo empezó a andar y el zaino soltó un suspiro, recordando las palabras de Tsuchigomori. Necesitaba mostrarse fuerte ante Nene, incluso cuando su cuerpo no paraba de temblar, sus ojos amenazaban con desbordarse y con el tic de su ojo derecho haciéndose cada vez más fuerte. El nudo en su garganta solo se desharía una vez gritara su frustración, sus dientes rechinando como medida temporal.
La encaró y se quitó la playera. Con todo lo que tenía en mente no se le había ocurrido llevarle ropa limpia.
—Toma, con esto estarás un poco más caliente. —Le ofreció la prenda de manga larga—. Me voltearé para que no te sientas incómoda.
La contraria asintió y con algo de dificultad se la colocó, suspirando aliviada en cuanto notó que le cubría hasta los muslos. Se volvió a enredar en la chamarra y se le acercó al varón, tratando de darle las gracias pero fallando ante la resequedad de su garganta y boca.
—No te esfuerces —habló el contrario, dedicándole una sonrisa antes de pausar por un momento, dubitativo ante lo que planeaba proponer a continuación—. ¿Quieres un... abrazo?
Sin pensarlo dos veces, la fémina se dejó caer en su agarre, acurrucándose en su pecho y casi de inmediato quedándose dormida.
La observó por unos instantes en lo que acariciaba la coronilla y jugaba con su cabello, tal y como sabía que a ella la relajaba. Sacó de su pantalón el accesorio que había encontrado tirado en su sala y lo usó para levantar su flequillo.
Solo hasta entonces se permitió dejar de ignorar aquello que no había querido detallar.
El rastro de sangre en la comisura de su labio reventado. Un golpe en su mejilla. Una pequeña abertura en su frente. Marcas de estrangulamiento en su cuello. Algunas cortadas en sus brazos y piernas que apenas y estaban terminando de coagular.
No obstante, lo que más había hecho eco en su mente, era su mirada antes de establecer contacto con la de él. Vacía, lejana, sin su típico brillo... Algo en ella se había roto y no estaba seguro de si podría ser reparado.
Frunció el ceño y miró a la ventana. En su reflejo podía ver las lágrimas que sus ojos empezaban a soltar. Las limpió furiosamente, aún no podía terminar de bajar la guardia, todavía tenía que servir como soporte para la chica que permanecía inmóvil sobre él. Aún cuando él mismo quisiera dejarse caer junto con ella.
Maldijo en su mente.
¿Quién podría ser tan bestia para hacerle algo así?
¿Qué tanto deseaba ese imbécil y el resto de tarados morir de maneras espantosas?
¿Acaso no eran bien sabidos sus crímenes?
Probablemente debía imponer un nuevo récord, hacer que los rumores sobre él fueran peores como medida de seguridad. Así ya nadie más volvería a siquiera pensar en acercársele.
"¿Volver a acercarse a Nene?"
Lo pensaba como si fuera un hecho el dejarla a su lado.
El nudo en su corazón se hizo aún más fuerte en cuanto sintió sus manos enredarse a su cintura. Volteó a verla y acarició su coronilla nuevamente. A pesar de las heridas y cabello alborotado, no cabía duda alguna de que era la mujer más hermosa que alguna vez hubiera visto, la dueña de su corazón y alma... Y por eso, tendría que hacer pagar la falta por haberse metido con ella.
Una de las personas más inocentes y amables que el mundo pudiera conocer no merecía ese trato bajo ningún pretexto.
Claro, eso sería hasta que los doctores la revisaran y estuviera segura en casa.
"Su hogar."
Una voz dentro de su mente había susurrado.
¿Verdaderamente le podía llamar hogar a esa casa que desde el inicio solo le había traído sufrimiento?
Acarició su mejilla y miró al techo, primero lo importante, ya luego tendría tiempo para cuestionarse sobre esto y aquello así como atender los pendientes con su ex cliente. No era como si un anciano maniatado e inconsciente, así como un bastardo con las piernas rotas fueran a escapar.
—Entonces... ¿Estará bien? —preguntó, temeroso de saber la respuesta
—Tiene una fractura leve en la nariz, una herida que requiere puntos en la frente, y su labio inferior está hinchado. Afortunadamente las heridas en brazos y piernas no son graves, aunque algunas pueden llegar a dejar cicatriz. También estamos monitoreando su temperatura corporal y proporcionando electrolitos, está algo deshidratada. Afortunadamente, la tomografía no nos mostró daño cerebral significativo.
El zaino soltó un suspiro de alivio.
—¿En cuánto tiempo podré llevarla a casa? —cuestionó, estirando un poco las piernas y los brazos, frotando sus ojos y tratando de espabilar.
Ya eran poco más de las dos de la mañana y aun cuando su cuerpo le pedía descanso, su sentido del deber lo mantenía despierto.
El profesional de la salud se aclaró la garganta y procedió.
—Lo ideal sería que pasara la noche acá, solo por si las dudas. Si todo sigue estable, a primera hora de la mañana podrá llevársela. Por lo mientras, sugiero que pase a verla, ha estado preguntando por usted todo este tiempo. —Indicó, terminando de escribir algo—. No olvide adquirir los analgésicos y algunos otros medicamentos que anoté en caso de que no pueda dormir o se sienta ansiosa. En unos días iré a su casa para revisarla —dijo, entregándole una receta.
El contrario se la pasó a uno de sus guardaespaldas y este salió de inmediato en busca de las medicinas.
—¿Necesita algo más, Séptimo? —inquirió. La mirada ambarina se veía demasiado inquieta y ansiosa.
—Hablemos en un lugar más privado —susurró, apenas lo suficientemente fuerte para que el contrario lo escuchara.
El de bata blanca miró a todos lados, asegurándose de que nadie estuviera por ahí husmeando.
—Vamos a mi consultorio, le daré algo para tranquilizarlo—dijo, llevándolo con él.
—Aquí podremos hablar libremente. —Inició el profesional de la salud, buscando entre sus gavetas algunas pastillas—. ¿Sucede algo?
—Sospecho que ella... —Guardó silencio por unos segundos. El solo pensar en eso lo hacía temblar. Tragó saliva, su boca se había resecado—. Creo que... fue abusada.
—Así que de eso se trataba. —Se le acercó con algunas botellas y cajas entre las manos—. No se preocupe. En cuanto llegó, las enfermeras le preguntaron qué había sucedido e hicieron especial hincapié en ese tema, sobre todo en caso de requerir un método de emergencia o análisis posteriores para determinar alguna ETS y ella accedió a que la revisáramos. Tenía dudas, pues durante un periodo de tiempo estuvo inconsciente. —Relató, dejándolas sobre el escritorio y sirviendo un vaso de agua—. El resultado fue negativo, no fue agredida.
El zaino sintió su espíritu descansar. Al menos había llegado justo a tiempo para evitarle otro trauma.
La miró desde el marco de la puerta. De no ser por las curaciones y vendajes en su rostro y cuerpo, nadie podría siquiera imaginar todo el infierno por el que había pasado. Aun cuando cualquier otro pensaría que se veía tranquila y serena, su mirada seguía perdida en el horizonte, sumida en sus pensamientos. A lo mejor tratando de borrar todo aquello que había vivido en las últimas horas.
De repente, los ojos carmesí voltearon a verlo y casi de inmediato cayeron a su regazo.
El de mirada ambarina en dos zancadas ya estaba a su lado, tomando su mano.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, apretándola levemente.
La contraria permaneció en silencio, totalmente paralizada. Su cuerpo empezó a temblar y de sus orbes bajaron dos lágrimas que cayeron sobre las mantas. Entre hipidos balbuceaba disculpas por haberlo preocupado y no haberse ido cuando se lo pidió, así como el repetitivo agradecimiento por haberla salvado.
Su cuerpo actuó en automático y la envolvió, besando su coronilla y acariciando su espalda, tratando de calmarla. Susurrando palabras de amor y comprensión, de consuelo y seguridad. Recordándole que ya todo había terminado.
—Quiero irme... —dijo una vez estuvo más tranquila.
—Mañana por la mañana estaremos en casa.
—No... quiero irme... ya no quiero estar aquí. Tenías razón, este no es mi mundo.
El contrario abrió los ojos con sorpresa y la tomó por el mentón. Quería ver sus labios pronunciar esas frases.
—Dilo de nuevo. —Pidió
—Tenías razón, este mundo no es para mí... Lo mejor será que me vaya. —Concluyó, desviando la mirada.
Una mezcla de sentimientos se apoderaron de su estómago y mente. No podía negar que su corazón dolía, así como tampoco podía ocultar el alivio que su alma había sentido en cuanto escuchó esas palabras salir de su boca. Aún así, sólo se centró en el alivio. Sus estúpidos deseos egoístas pasando a segundo plano.
La abrazó aún más fuerte y besó su coronilla.
—No te preocupes. Yo mismo me encargaré de que desaparezcas —susurró, antes de darle un beso en la frente—. Te lo prometo.
Para el mediodía, todos en la casa estaban a la espera del regreso del Séptimo y de la huésped más controversial de la propiedad. Mucho más interesante incluso que la tan llamada "prometida" del Honorable Número Siete.
Entre susurros y murmullos tanto cocineros como mucamas, así como guardias y jardineros, especulaban sobre algo que para muchos era evidente y para otros apenas estaba siendo destapado.
La preocupación del jefe de la casa por esa mujer era algo de lo que todos podían dar fe; sin embargo, también era algo de lo que preferían no hablar abiertamente. Después de todo, sabían que hablar de más les podía costar la lengua o incluso su vida.
El Wakagashira había dado el ejemplo al día siguiente de su regreso del extranjero.
La vieron bajar del vehículo cabizbaja, aferrada a la chamarra de piel del zaino que la abrazaba conforme avanzaban a la entrada. Detrás de ellos, el par de perros fieles que no se le despegaban veían a todas direcciones, asegurándose de que todo estuviera en orden.
—Que alguien lleve sopa de miso y una jarra de agua al cuarto de Nene. —Solicitó al ama de llaves—. Yo estaré en mi estudio, que nadie me moleste. Mi hermano llegará en unas horas, él estará a cargo de todo.
Con una reverencia la fémina se retiró, presurosa por cumplir con la indicación.
—¿Necesitas algo más? ¿Quieres que cierre las cortinas? —preguntó, llevándola a la cama y quitándole los zapatos.
—No, así está bien. Gracias —respondió, antes de acostarse.
—Cualquier cosa que necesites no dudes en llamar a servicio. Uno de mis guardaespaldas se quedará fuera de tu cuarto —dijo desde el marco de la puerta, viéndola acurrucarse y cubrirse con una manta.
Ante su silencio, decidió dejarla a solas. Probablemente eso le vendría bien. Siendo honestos, a lo mejor era él quien necesitaba pasar unos momentos a solas, distraerse...
Caminó a su estudio, necesitaba empezar los preparativos para la desaparición de Nene. Entre más rápido, mejor.
—Creo que deberías darme un aumento, mira que ponerme a trabajar doble turno... —dijo una voz desde la puerta.
El zaino vio a su gemelo desde su escritorio y se acomodó los lentes, una mueca de disgusto en su rostro. Su típica sonrisa ladina ahora más que nunca le hacía querer vomitar.
—Siéntate, tenemos que hablar.
—Ya está en casa, ¿cierto?
—Sí, hace un rato la dieron de alta y la traje de inmediato.
—Bien, en cuanto a tus encargos; el primero ya está en los estómagos de algunos peces y demás criaturas marinas, ¡yo mismo me encargue de hacerlo en cuadritos! —exclamó con una carcajada—. Y el segundo... ya están en la bodega. Como no quería que se pudrieran pronto los metí en un congelador. No fue tan sencillo meterlos ahí, así que espero que no te moleste si los recorté un poco.
El mayor soltó un suspiro y sonrió con desesperanza. A veces todavía le sorprendía la actitud de su gemelo, la naturalidad con la que hablaba de sus crímenes.
—¿Ya sabes que harás con el anciano y su compinche? —Continuó el menor.
—No he tenido cabeza para pensar en ellos. —Masajeó el puente de su nariz, pensando en cómo proseguir con el tema—. Nene ya no quiere estar acá. Me pidió ayuda para desaparecer.
—Me lo imaginaba y lo entiendo... En unos días se le pasará, o eso quiero pensar.
—No, no lo entiendes... La veo y... es distinta, algo en ella no está bien. Todo me lo dice, su mirada, su voz, sus manos... Dejó de ser la misma... Si tan solo la hubiera protegido mejor... —Sus manos empezaron a temblar, su tono a punto de quebrarse.
—El anciano se aprovechó de su posición para llegar a ella sin levantar sospechas. No te culpes. Además, había algunos infiltrados que le avisaban todo. —Trató de justificar.
—¡Justamente es por querer estar conmigo que pasó esto! —exclamó, levantándose de su silla y azotando las manos contra la mesa—. ¿¡Acaso no puedes entender que lo que vivió la hirió profundamente!?
El de colmillos afilados observó con asombro la desesperación en los ojos de su homólogo, su pavor e ira eran palpables. En su mirada, el brillo propio de la humanidad iba regresando. Sería interesante ver ese destello de vida más seguido.
—¡Pude haber perdido a mi otra mitad! —gritó, dejando salir todo aquello que hasta el momento había callado—. ¿¡Qué hubiera pasado si llegaba unos minutos más tarde!? El solo imaginarla fría entre mis brazos... —Su voz terminó de quebrarse—. Hace que todo mi cuerpo tiemble. —Volvió a sentarse, se quitó los lentes y cubrió su mirada con la diestra—. Hacia tiempo que no sentía tanto miedo como ahora... Necesito que huya lo más pronto posible, que se olvide de mí y yo de ella... Soy lo peor que le pudo haber pasado y por eso, necesito que esta vez no te metas. —Lo observó, nuevamente la oscuridad de su inhumanidad adueñándose de sus orbes.
Con una sonrisa, el menor de ambos se levantó y se dirigió a la salida.
—Iré a cenar, ¿sabes si prepararon katsudon? Tal vez debería pedirles que me preparen un plato...
—¡Tsukasa, lo digo en serio! —exclamó, evidentemente alterado ante la indiferencia de su hermano—. ¡Esto es una amenaza; Nene se irá en unos días para siempre, más te vale que no hagas nada para tratar de convencerla de lo contrario!
—Lo entendí, jefe —dijo con una sonrisa en su rostro que sólo aumentó el coraje en su mayor.
Con un bufido el contrario encendió un cigarro y volvió a sostenerle la mirada.
—Otra cosa, cámbiate la ropa. Nene no puede verte cubierto de sangre, ¿entendido?
—En definitiva, la caída provocó que se le abrieran los puntos de la frente. ¿Puedo saber por qué se cayó de la cama?
—Tuve un mal sueño... Es todo.
—Supongo que podría aumentar la dosis de los calmantes... —comentó el profesional de la salud—. Iré a lavarme las manos y por los materiales para volver a suturar.
—¿Po-podría ver a Amane primero? —Solicitó la albina.
—Aquí estoy. —Interrumpió una voz que rápidamente se le acercó, tomándola de la mano y sentándose a su lado—. Tranquila, pasará pronto.
—¿En dónde estabas? —preguntó, algo sorprendida.
—Fuera de tu cuarto. No quería que te sintieras incómoda o algo durante la revisión, por eso no entré. —Concluyó, acariciando su mejilla.
La contraria asintió y lo miró a los ojos.
—Odio las agujas... —susurró algo apenada.
—Lo sé. Ni siquiera te gustaba que te inyectaran cuando enfermabas. —Se burló, acariciando sus nudillos.
De a poco el doctor se le acercó, aprovechando que la fémina parecía un poco más tranquila. El agarre de la mano masculina se hizo aún más fuerte.
—¿Todavía recuerdas eso?
—Recuerdo incluso el patrón de tu pijama amarilla de hamsters. Según me dijiste en esa ocasión, era cómoda y calentita. En lo personal, siempre pensé que cualquier cosa se te veía de maravilla.
—No puedo creer que todavía lo recuerdes...
—También recuerdo esa ocasión en que vomitaste luego de subirte a la montaña rusa cuando fuimos al parque temático de la princesa sirena. O cuando te quedaste dormida durante cálculo y el maestro aprovechó para leer los poemas que escribías en la parte trasera de tu libreta.
—De entre todas las cosas que podrías recordar de mí... ¿¡Por qué solo estás mencionando las que me dan más pena!? —Recriminó, olvidándose totalmente de las manos del doctor sobre su frente.
—Por qué eres adorable cuando te sonrojas.
La albina se quedó callada por un segundo, sus orejas estaban tan rojas como sus mejillas; bajó la mirada y simplemente susurró un "tonto" antes de entrelazar sus manos.
Ceder a sus demandas desde siempre había sido algo tan natural y propio de él como voltear a ver a la luna cada que el cielo nocturno cubría la ciudad. Bastaba con que lo jalara de la manga y le dedicara una mirada suplicante para que abandonara la idea de regresar a su cuarto y se quedara con ella.
Acostados en la cama, mirando al techo, sus manos unidas, soltando de vez en cuando alguna risita que inundaba el cuarto; era esa la manera en que nunca se hubiera imaginado el zaino que estaría con la albina. Hablaban sobre cosas en las que tenía años sin pensar. Poniéndose al corriente de alguna manera con las novedades de su pequeño círculo.
—Sigo sin poder creer que el maestro de historia que me reprobó en aquella ocasión fuera abandonado por su esposa para irse con uno de sus estudiantes... ¡Debí haber visto eso! —exclamó con una sonrisa—. ¿Qué más ha pasado? —preguntó, encarándola.
—Han pasado muchas cosas desde... eso... —respondió, de repente sintiendo el peso de los años.
—Es lo normal, la vida siguió su curso. —Concluyó.
—Extrañaré esto. —Continuó la fémina, acostándose de lado. Encarándolo también.
—¿Viborear sobre nuestros antiguos maestros y compañeros? —preguntó divertido, haciéndose el tonto.
—¡No! Me refiero a estar contigo como ahora... Tranquilos, riendo...
El más alto se le acercó y la abrazó suavemente, besando su coronilla y acariciando su espalda.
—Yo también lo extrañaré... pero es lo mejor.
—Lo sé. No quiero ser una carga para ti.
—Jamás has sido una carga para mí, lo sabes. Simplemente tengo miedo de que vuelvas a pasar por algo como lo que pasaste... Si algo te pasara... yo... no sé qué haría —dijo, viéndola a los ojos y acomodando un mechón detrás de su oreja.
—¿Podrías quedarte un rato más? —Pidió, aferrándose a su playera.
—Estaré contigo hasta que las pastillas hagan efecto y vayas a soñar con hamsters.
—Tiene años que no sueño con ellos...
—No es mal momento para volver a soñarlos.
El par se abrazó. Las manos femeninas aferradas al torso masculino y las manos más grandes descansando en la cintura de la contraria.
—¿Dónde está Katsumoto? —preguntó la albina antes de bostezar.
—¿Por qué te importa saberlo? —Regresó la pregunta, evidentemente extrañado.
—Solo es curiosidad...
—Nunca más se te acercará. —Besó una de sus manos—. No tienes porqué preocuparte por eso.
—¿E-está..? —Los orbes rubí se abrieron con terror.
—No, aún no. —Desvió la mirada.
—¿Lo... harás? —cuestionó, temerosa de la respuesta.
—Sí.
Su cuerpo tembló y sudor frío bajó por su espalda. Las palabras en su garganta se negaban a salir.
—¿Po-podrías desistir por... esta vez? —Alcanzó a pedir, esperando que al igual que con todo lo demás, le hiciera caso.
—¿¡Desistir!? ¡Nene, ese enfer–!
—Lo sé. —Lo calló, colocando su mano sobre los labios masculinos—. Sé que es una mala persona y que me hizo mucho daño, pero odiaría que manches tus manos por mí... Así que, ¿podrías dejarlo pasar? —Suplicó nuevamente con palabras y su mirada.
—¿Eres consciente de lo mucho que influyes en mí como para que reconsidere terminar con la vida del desgraciado que se atrevió a lastimarte? —Le preguntó, acariciando su mejilla.
—No lo hago por él, lo hago por ti.
—Una vida más, una vida menos... ¿Cuál es la diferencia?
La fémina se quedó callada, ¿qué podía responder a eso? Su mirada conflictuada hizo que el contrario la atrajera más a él, juntando ambas frentes.
—Si eso te hará sonreír de nuevo, entonces no te preocupes. No le haré daño al anciano. —Con una sonrisa besó su nariz y mejilla, deteniéndose antes de llegar a sus labios.
—¿Podrías besarme? —susurró despacio, tratando de controlar su aliento agitado.
No necesitaba pedirlo dos veces como para que tomara su mentón y uniera sus labios en un casto beso que casi tan pronto como inicio, término.
—¿Otro más? —Pidió nuevamente. Sintiendo por debajo de sus dedos como el pulso del zaino se aceleraba.
Cada tímida petición siendo atendida al instante por aquel que no podía negarle nada en el mundo. Cada beso borrando de su mente la sensación de labios agresivos y mordidas hambrientas asaltando su boca. Cada caricia llena de devoción curando cada rasguño y golpe sufrido.
Desde aquella noche, su rutina nocturna era la misma. Llegar al cuarto de la dulce fémina, dejarse caer entre las mantas y pasar las horas hablando y riendo con ella hasta desfallecer debido al agotamiento. A veces, aquellos besos tímidos e inocentes se convertían en lascivos y ansiosos, aunque nunca llegaban a más. Para el día siguiente, despertaría con la energía renovada y los orbes carmesí que tanto amaba viéndolo. La sonrisa de la que se había enamorado dándole los buenos días.
No podía negar que se sentía de maravilla. Que había estado durmiendo mejor que nunca y que incluso sus dolores en el cuello y espalda parecían haber desaparecido. Era como si ella fuera la cura a todos y cada uno de sus males.
Una lastima que la fecha impuesta por el profesional en cuanto a falsificación de documentos estuviera a la vuelta de la esquina.
—¿La casa ya terminó de ser remodelada y amueblada? —preguntó, terminando de leer las escrituras de la propiedad que pasaría al nuevo nombre de la albina.
—Ya solo están arreglando algunos detalles menores. Los muebles hoy mismo empezarán a ser colocados por el diseñador de interiores.
—Bien, en cuanto al jardín, ¿ya llegaron las flores que pedí?
—Séptimo, antes de que sigamos con esto. —Lo interrumpió la peliverde—. Me permito recordarle que todavía hay gente en la bodega esperando órdenes.
—Hasta que Nene esté lejos de acá, nada se moverá más de lo necesario.
—Entiendo. —Soltó un suspiro—. Sí, desde ayer están acomodando las flores y plantas que solicitó. Las parcelas ya están listas para ser cultivadas.
—Bien, entonces ya todo está en orden... En dos días, Nene Yashiro dejará de existir —dijo, viendo a través de su ventana como la albina se entretenía removiendo la maleza de entre las flores del jardín.
—Séptimo, ¿está seguro de que es lo mejor?
—Nunca había estado más seguro.
La albina volteó a verlo y le sonrió, el contrario correspondió. Más que nunca debía proteger lo que restaba del brillo en sus ojos y esa sonrisa que aunque brillante, seguía sin ser tan amplia como antes.
—No te preocupes si no quedan totalmente redondos, basta con que sean deliciosos para que a cualquiera se le olvide la forma. —Consoló la albina a su acompañante, dándole algunas palmaditas y dedicándole una sonrisa.
Desde hacía unos días que, debido a las órdenes del Wakagashira, la fémina no iba a ningún lugar a no ser que estuviera acompañada por el mastodonte que casi le doblaba la estatura. De ahí que de alguna manera lo terminara involucrando en actividades que le ayudaban a mantenerse distraída; cocina, jardinería, costura, limpieza...
Y en ese momento, estaba aprendiendo a preparar pastelillos.
Quien diría que la personalidad de la pareja de su jefe directo fuera tan diferente a la de él. Mientras con el zaino tenía que preocuparse por limpiar sus armas, mantenerlo a salvo, matar y torturar... Con ella lo más pesado que había hecho era ayudar a cargar los bultos de abono para los rosales.
De haberlo sabido hubiera solicitado un cambio desde hacía mucho.
Además, al menos ella sí se tomaba la molestia de saludarlo por las mañanas, preguntar cómo estaba e invitarlo a desayunar. No como el enclenque cascarrabias que en cuanto despertaba empezaba a darles órdenes.
—En lo que esperamos a que terminen de hornearse, ¿qué te parece si salimos a cortar algunas flores? Quisiera hacerle un ramo a Amane y también revisar que no haya maleza en los rosales.
El más alto asintió y buscó las herramientas de jardinería de la albina junto con el sombrero de paja que le había regalado, no quería que lo volviera a regañar por pasar mucho tiempo bajo el sol.
—Séptimo, el Quinto está aquí. —Anunció una de las mucamas
—¿Para qué vino? —cuestionó el zaino, evidentemente extrañado ante su presencia. No era normal que el de lentes fuera a su casa simplemente para charlar.
—Dice que es urgente.
Bastó con eso para que el varón dejara de lado sus asuntos y esperara a que la larguirucha figura de su jefe se asomara por la puerta.
—¿A qué viniste? —preguntó un tanto a la defensiva una vez lo vio entrar a su estudio. Probablemente se trataría sobre su baja en el desempeño de sus labores. Sí, eso tenía que ser.
—Ahórrate la mezquindad, vine porque me importa cuidar de la mocosa.
—En dos días se va, ya todo está en orden. Yo mismo me he encargado de eso.
—Así que aún no lo sabes... —dijo, sacando un cigarrillo y prendiéndolo.
—¿Saber qué? Detesto cuando me ocultas información.
El contrario lo miró, soltando una bocanada de humo y negando con la cabeza.
—En cuanto me enteré, supe que tenía que venir en persona para decírtelo en caso de que no estuvieras al tanto.
—Le estás dando muchas vueltas, habla ya. —Empezaba a impacientarse.
—¿Dónde está ella? Sería mejor si también lo supiera.
—Está en el jardín; pero no tiene porque enterarse de nada más que tenga que ver con este mundo. Di lo que sea que tengas que decir.
Con otra bocanada de humo saliendo por sus fosas nasales, el de lentes lo miró.
—Hay dos problemas en tu plan de desaparecer a Nene. —Hizo una pausa y volvió a inhalar el humo del tabaco—. El primero; Katsumoto buscaba un burdel para prostituirla, su chofer se puso en contacto con algunas personas de Aomori y desde ahí se regó la noticia de que se estaba vendiendo a la mujer del Honorable Número Siete.
—Ese bastardo... —musitó entre dientes. De no ser por la promesa que le había hecho a Nene, lo castraría.
—Como te lo podrás imaginar, más de una persona se interesó en ella. A final de cuentas, no eres la persona más carismática del mundo.
Negándose a pensar que Nene se encontraba en peligro, habló.
—Todo mundo pensará que se trata de Sumire, deberíamos avisar a Yako.
—No. Katsumoto le tomó fotografías a Nene, saben quien es y cómo luce.
Las manos del zaino empezaron a temblar, su visión se nubló y un vacío en su estómago se asentó. Debía pensar en algo rápido.
—Adelantaré su huida, hoy mismo podría salir del país con su nueva identidad... —susurró, a punto de levantarse de su lugar.
—Ahí es donde viene el segundo problema. —El de cabellera bicolor se acomodó en su lugar y apagó el restante con su suela—. El Tercero vendió la información de Nene a los que estaban interesados en comprarla. En pocas palabras, ya todos saben que la quieres ocultar e irán tras ella en cuanto te descuides
Permaneció en silencio, su mirada fija al escritorio, su mente yendo en todas direcciones, sus pensamientos gritándole y burlándose de él.
Nuevamente había fallado al intentar protegerla.
—¡Hola! —Saludo la fémina al encargado de custodiar la entrada al estudio de Amane—. ¿Puedo pasar?
El más alto la vio, luego a su anterior compañero y enarcó una ceja. El acompañante de la albina sintiéndose algo apenado se quitó el sombrero de paja, desvió la mirada y trató de ocultar el jarrón con flores que llevaba.
—El Quinto está adentro en este momento, es mejor si vienen en un rato más. —Informó, tratando de disimular la risa que quería salir de su garganta.
—¿Tsuchigomori vino? ¡Mejor aún! Así podría darle uno de los pastelillos. —Presentó la más bajita su charola con los dulces tiernamente decorados con colores pastel y chispitas de corazones y estrellas—. ¿Quieres uno? ¡Tu compañero me ayudó a prepararlos e incluso decoró algunos! —Insistió, esperando que esa frase lo convenciera de probar los dulces.
Con una sonrisa burlona dirigida a su compañero tomó el que se veía más deforme de todos y agradeció. Estaba por entrar al cuarto para anunciar la visita de la albina, cuando el de lentes salió.
—Mocosa, te sugiero que no entres en este momento. Necesitamos hablar urgentemente —dijo, tomándola del brazo y llevándosela junto con los pastelillos.
El par, viéndose entre ellos, supo que algo no estaba bien.
No era la primera vez que Sakura veía al mayor de los Yugi en medio de una crisis nerviosa, aunque siendo honesta, esta vez se notaba mucho más afectado.
Sus manos temblorosas, sudor bajando por su frente, el tic de su ojo y sus pésimos intentos por controlar su respiración eran los elementos de ese cuadro lleno de desesperanza.
—¿Dónde está mi hermano? —Logró articular.
—Hoy salió a descargar la mercancía del puerto para llevarla al orfanato.
—Llámalo, dile que se olvide de eso, tiene un nuevo trabajo que hacer. —Ordenó, antes de tomar aire una última vez, terminando de serenarse—. También, llama al Tercero, dile que mi hermano irá por los papeles de Nene hoy por la noche.
Chapter 12: 11
Chapter Text
—¡Tsuchigomori! ¡Tsuchigomori! —Se detuvo en su andar, pausando por consiguiente el del mayor—. ¿¡Qué sucede!? ¿¡Por qué no puedo ver a Amane!? —cuestionó con evidente preocupación.
El contrario le devolvió la mirada, gruñendo por lo bajo y viendo a todos lados. Debía encontrar un lugar propicio para darle la noticia.
—Vamos al invernadero, ahí podremos hablar sin problemas. —Indicó la de tobillos anchos. El mayor observó su figura tomar la delantera, era evidente por la forma en que caminaba y su mirada, que algo ya sospechaba.
Una vez ahí, Nene le ofreció asiento a la sombra de algunas palmas en lo que colocaba la bandeja de postres sobre su mesa de trabajo. Muy seguramente lo que fuera a decirle no podría ser acompañado con dulces.
—Quiero preguntarte algo. —Inició el de lentes una vez la fémina se sentó a su lado.
—¿Si? —Con algo de desconfianza y recelo, la albina lo miró.
—¿Estás segura de la decisión que tomaste? Ya sabes, sobre desaparecer.
Sin duda alguna no se esperaba esa interrogante. Mucho menos de alguien como Tsuchigomori, considerando su primer encuentro.
—Eso creo... —Terminó por aceptar, bajando la mirada en lo que jugaba con sus dedos.
—No estás del todo convencida, ¿cierto? —La encaró.
—Hace unos días hubiera respondido con un rotundo sí de inmediato. —Empezó, soltando un suspiro—. Sin embargo, de un tiempo para acá... tanto mis heridas físicas como emocionales ya no duelen tanto.
Con una risa ligera, el varón siguió.
—Nuestros doctores son buenos, supongo que un bono no les caería mal.
—Además de eso, se trata de Amane. —Una leve sonrisa en los labios—. Todas las noches va a mi cuarto y hablamos, bromeamos, reímos... A veces incluso nos besamos... —Confesó, antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo y que sus mejillas se colorearan de un tierno carmesí—. ¡Pe-pero nada más que eso, lo juro!
—No te preocupes, continua.
—Al despertar y verlo a mi lado me siento feliz, y sé que yo también lo hago sentir de esa manera, lo puedo notar en su sonrisa cada que abre los ojos y me mira. Me gusta observarlo mientras duerme y pensar en cómo podría hacerlo feliz ese día; pero, luego me pregunto qué pasará cuando ya no esté con él, si seguirá sonriendo a pesar de todo, o si regresará a ser el mismo que conocí hace unos meses. No quiero que vuelva a quedarse solo y a la vez... no quiero ser una carga para él.
—Ya veo —comentó el de lentes, estirando los brazos—. ¿En qué pensabas mientras estabas en la bodega?
Con algo de incomodidad se removió en su asiento y lo observó de reojo, era la primera vez que hablaba sobre eso desde que había regresado.
—Me preocupaba por Amane. No me gustaba pensar que estuviera sufriendo a causa mía. También pensaba en que no lo volvería a ver... Y eso me ponía mal.
—¿No te importaba lo que pasara contigo? —preguntó con cierta incredulidad.
—¡Claro que sí! Es solo que... cuando Katsumoto dijo que me vendería a un burdel, una parte de mí se rindió inmediatamente, aunque mi corazón insistía en creer que él me salvaría; sin embargo, cuando dijeron que Amane había sido asesinado... Llegué a la conclusión de que buscaría la manera de morir esa misma noche. Es por eso que mordí a ese sujeto cuando me besó, quería hacerlo enojar tanto que le fuera imposible negarse a terminar con mi vida. No hice el menor intento por defenderme mientras me atacaba...
—Estabas decidida...
—Sí.
El varón se quitó uno de sus guantes, revelando dos prótesis en lugar de su índice y anular.
—La primera vez que fui secuestrado este, junto con la muerte de mi hermano menor, fueron el precio que pagué a cambio de mi libertad. —Comenzó, su mirada perdida en el recuerdo—. Los motivos fueron distintos, es cierto, pero quiero que entiendas que es algo usual en esta vida. A los gemelos los han secuestrado en más de una ocasión y me cuesta incluso pensar en alguien de nuestra organización que no haya pasado por lo mismo. Si sigues en este camino, es de esperarse que vuelva a suceder. —Concluyó, colocándose de nuevo el guante.
—Aunque así lo decidiera, Amane ya preparó todo para que me vaya. En dos días me iré para siempre de su vida... —Soltó con un deje de dolor en su tono.
—Olvídalo, los planes cambiaron. —Negó con la cabeza.
—¿¡De qué habla!? —Volteó a verlo con sorpresa.
—Te tomaron fotos mientras estabas inconsciente y las distribuyeron en algunos sitios de Aomori para venderte, se corrió la voz y esto llegó a oídos de Misaki. En cuanto me lo dijo, vine a avisarle a ese tonto.
—¡Pe-pero...! ¡Entonces tendré que irme aún más rápido!
—No, mocosa, esto es más delicado que huir simplemente. El sujeto encargado de tu nueva identidad vendió tu información a los enemigos de la organización y de Amane. Tu cabeza tiene precio y se encargarán de encontrarte, estés donde estés. —La miró severamente—. Y antes de que siquiera pienses en una cirugía de rostro, tomaría meses de recuperación y de nuevo papeleo.
En silencio, la fémina miró a su regazo con los ojos casi desorbitados, conteniendo las lágrimas y recordando cada momento de su estadía en esa bodega.
Tsuchigomori se levantó, probablemente lo ideal sería dejarla a solas en lo que pensaba y se tranquilizaba. Estaba por sacar otro cigarrillo de su cigarrera, cuando un tirón en su gabardina lo hizo voltear.
—¿Podría contarme cómo fue que perdió sus dedos?
Estaba molesto. No, era más que eso.
¿Enojado? No, tampoco podía ser un simple enojo.
¿Indignado? Tal vez un poco más que eso.
¿Colérico? Ya casi se parecía a la palabra que buscaba.
¡Ah! eso es, la palabra era: iracundo.
Sentía la ira correr e invadir cada centímetro de su cuerpo a la misma velocidad que la sangre que le daba color a sus mejillas y nudillos en ese momento. Todo gracias a esa estúpida llamada.
Había actuado por impulso, sin verdaderamente pensar en las posibles consecuencias que podría haber para sí mismo. Siendo honestos, había pecado de arrogante al creer que no se daría cuenta de que se trataba de él. Y aún así, ahora estaba ahí, golpeando atunes congelados en lo que pensaba como hacer que el idiota al que le había revelado la identidad de Nene, no fuera a hablar.
Podría matarlo sí; sin embargo, ¿bajo qué pretexto?
Le dio un golpe mucho más fuerte al trozo de carne que colgaba y soltó un suspiro.
¿Qué debería hacer?
Su celular sonó y vio con desagrado el contacto, lo último que quería era lidiar con los regaños de Sakura o con las demandas de su hermano; no obstante, conforme las palabras de la peliverde llegaban a sus oídos, su cuerpo se relajó y en una expresión de alegría, rio.
De entre todos los trabajos que su hermano le había encomendado, ese sería uno de los que más disfrutaría.
—Estúpida Misaki, por su culpa casi pierdo la casa de Los Ángeles y medio millón... —murmuraba cierto hombre de facciones aguileñas, tez blanca y entradas pronunciadas para sí mismo en lo que terminaba de leer algunos documentos.
—No hubiera pasado eso sino fueras tan tonto —dijo una voz en tono burlón desde la entrada de su despacho—. Todo mundo sabe que las chicas de Misaki ganan dinero gracias a extorsiones y a qué se aprovechan de ti una vez estás lo suficientemente ebrio. ¿Puedo entrar? —preguntó una vez tuvo la atención del atormentado mayor.
—¡Ey! —exclamó molesto antes de continuar con su reproche—. Podrás ser el hermano del Séptimo, pero eso no significa que no pueda matarte si así lo quisiera... ¿O preferirías que lo hiciera tu hermano? —Con una sonrisa burlona lo invitó a tomar asiento y el zaino aceptó—. Vienes por el encargo del Séptimo, ¿cierto? —Cambió de tema.
—Así es. Mi hermano te ofrece una sincera disculpa por apurarte, pero algunas cosas sucedieron y ya ves... —Se hizo tonto.
—Dile que le cobraré un extra —contestó, extendiéndole una carpeta—. Lo más urgente está aquí. Cosas como la cuenta bancaria y el certificado de nacimiento todavía tardarán un par de días, pero no creo que pase de esta semana.
Tsukasa revisó algunos de los documentos más importantes; el pasaporte, la visa, la ID, el boleto de avión y dejó salir un silbido en tono de asombro.
—En verdad eres muy bueno en esto... ¡La ID incluso se ve mejor que la mía!
Con evidente orgullo, el mayor respingo la nariz y tomó un poco del whisky servido a su lado.
—Mis servicios siempre son de la más alta calidad.
—Eso veo. —Cerró la carpeta y le sonrió con picardía, su tono haciéndose de repente más profundo—. Sabes, yo también necesito algunos de tus servicios...
—Coméntalo con mi asistente, yo tengo una partida de póker que atender... A no ser que también quieras discutir conmigo sobre lo que hablamos hoy por la mañana —respondió indiferente luego de barrerlo con la vista.
Antes de que el mayor se levantará de su asiento, el zaino llegó hasta su lugar, encerrándolo entre su cuerpo y el sillón de cuero.
—Preferiría hablar contigo de manera más... personal... —Acercó su rostro al contrario y le fijó la mirada con párpados a medio cerrar—. Vayamos por un trago, hablemos y pasémoslo bien por esta noche. O acaso... ¿Prefieres ir a ese aburrido club de póker clandestino donde ya debes más de diez millones?
El contrario lo miró por unos segundos en silencio, meditando antes de responder.
—Eres un muchacho estúpido y muy seguro de si mismo... Y no sé si eso sea algo bueno o malo.
—Ya me lo han dicho antes. —Concluyó, acariciando el dorso de la mano contraria con su pulgar.
El de lentes tomó su abrigo y terminó el resto de su whisky.
—Más vale que sea lo suficientemente interesante como para hacerme perder mi noche de juego.
—No te arrepentirás.
Como todas las noches, llegó hasta el cuarto de la albina luego de haberse lavado el rostro y tratado de arreglarse lo mejor que pudo. Sabía que muy seguramente su apariencia le costaría un coscorrón y alguna reprimenda, pero ese era el menor de sus problemas en ese momento.
A pesar de sus ojos todavía enrojecidos y el fuerte olor a tabaco que lo envolvía, necesitaba verla. Necesitaba recordar que ella estaba ahí con él. Viva.
Terminó de juntar valor y abrió la puerta, su mirada buscando rápidamente su figura. Estaba frente a su tocador cepillando su cabello, sus ojos fijos en el movimiento de sus manos. Se le acercó lentamente, esperando que su reflejo ya la hubiera alertado de su presencia.
La fémina lo miró a través del espejo, con una expresión arcana en su rostro. Algo que no terminaba de situar entre curiosidad y pena.
—¿Sucede algo? —preguntó, girando un poco la cabeza.
El más alto guardó silencio y tomó el cepillo de sus manos para ayudarla a cepillar las hebras faltantes.
—Demasiadas cosas por un día...
—Lo imagino —respondió, observando con particular interés los productos de belleza formados en el tocador.
—Pasó algo con tus papeles... —Inició, pausando por unos segundos en lo que terminaba de deshacer un nudo—. Debemos retrasar tu partida.
La fémina asintió con la cabeza, aun sin poder encararlo. Sabía que pronto volverían a discutir.
—Tal vez en medio año puedas irte. —Dejó salir un suspiro y luego trató de sonreír, esperando que su actitud la convenciera de desviar el tema—. ¿Hay algún lugar que te gustaría conocer? La verdad es que no me preocupé ni siquiera en pensar que fuera de tu agrado el sitio al que planeaba enviarte. Quisiera que ahora fuera a tu gusto.
—Tsuchigomori ya me contó todo. —Soltó. Necesitaba hablar de una vez por todas con él sobre el elefante en el cuarto.
Los orbes ambarinos se abrieron con pánico.
—¿Ha-Hablaste con él? —Tartamudeó.
—Sí...
El silencio entre ambos se hizo denso y pesado, las manos masculinas detuvieron su labor mientras la fémina se levantaba de su lugar.
—Entonces, ya lo sabes... —De sus labios apenas salió un hilo que denotaba incredulidad y negación.
—Sí. Me contó sobre las fotos, Aomori y sobre cómo el encargado de mi nueva identidad vendió la información... Ya todos me conocen y saben quién soy, ¿no es así?
El de cabellera oscura cayó sobre sus rodillas y procedió a demostrar su más sentida disculpa con una dogeza.
—Prometí que te ayudaría a desaparecer... —susurró contra el piso—. Y ahora estás en la mira de tantas personas. ¿Acaso soy digno de tu perdón?
La contraria se puso a su nivel y lo abrazó.
—No digas eso... No es tu culpa. —Lo consoló, colocando su cabeza contra su hombro y acariciando su espalda. El varón le devolvió el gesto, sosteniéndola fuertemente entre sus brazos.
—Si tan solo pudiera regresar el tiempo... —dijo entre hipidos ahogados por la tela de la bata femenina—. Jamás me acercaría a ti.
Las palabras del zaino paralizaron a la albina, quien, separándose lo observó fijamente. Frente a ella estaba probablemente la versión más patética y débil que alguna vez hubiera visto de él y aún así lo abofeteó, haciéndolo caer de espaldas.
—¡Tonto! ¿¡Acaso te arrepientes de lo nuestro!? —Recriminó.
Sobando su mejilla y viéndola con sorpresa, se incorporó. La contraria siguiéndole el paso.
—Me arrepiento de haberte arrastrado conmigo a este mundo... —respondió, sus ojos pegados al piso.
—No contestaste a mi pregunta. —Lo tomó por el cuello de su playera, obligándolo a verla—. ¿Te arrepientes de lo nuestro?
En su rostro podía detallar sus mejillas sonrojadas por la ira, su entrecejo fruncido, sus ojos que amenazaban con soltar una que otra lágrima. Era tan linda... Entrelazó sus manos y, conectando ambos pares de orbes, habló.
—Sí. Me arrepiento de cada herida, de cada palabra, de cada maltrato, de cada lágrima, de no poder protegerte... Me arrepiento de todo lo que has vivido desde que llegaste a esta maldita casa. Me arrepiento de amarte tanto como para alguna vez haber pensado en mantenerte a mi lado.
Con una sonrisa débil y a punto de desbordarse, la contraria empezó a reír. Sin darse cuenta, el más alto le había profesado su amor en un intento por alejarla.
Su decisión estaba tomada.
Lo llevó hasta el lecho y ambos se sentaron. Era hora de sincerarse y decirle su resolución.
Pocas veces se podía adivinar el estado de ánimo del menor de los gemelos solo con ver su cara, motivo por el que aún cuando la sonrisa y las palabras aterciopeladas de Tsukasa se apoderaban de sus oídos, algo no terminaba de convencerlo de sus buenas intenciones y de su disposición a escucharlo. Había algo más detrás de esos orbes ambarinos que parecían querer devorarlo.
—¿Qué te parece si vamos a un bar que conozco? Se llama Vibe, ¿ya has ido? —inquirió el mayor, tratando de recuperar un poco del control en esa situación. Ya era lo suficientemente malo el que Tsukasa fuera el chófer del vehículo en el que iba.
—No. ¿En dónde queda?
—Está a unas cuadras del parque Nikko —respondió, agradeciendo que el zaino hubiera caído en su juego. Si buscaba hacerle daño, él le demostraría porqué a su edad seguía activo en ese mundo. Nunca estaba de más otra carta bajo la manga.
Aprovechando las luces rojas, el más joven sacó su celular y mandó un mensaje, atrayendo la curiosidad de su acompañante.
—Solo le informo a mi hermano que ya tengo su encargo y que llegaré unas horas más tarde —dijo, tratando de que sus palabras fueran suficientes para el copiloto.
—Tú y tú hermano son demasiado distintos —dijo, viéndolo de reojo.
—Lo he escuchado antes. —Rio.
—Debe ser frustrante vivir bajo su sombra.
—Me terminé acostumbrando.
—No sé cómo haces para soportarlo —musitó, encendiendo un cigarrillo—. Cada que nos encontramos en reuniones no dejo de preguntarme porque Tsuchigomori lo escogió como su Wakagashira. Desde que el Quinto lo anunció, ha perdido algunos clientes y socios. Nadie tiene la suficiente confianza de tratar con el idiota de tu gemelo.
—Palabras osadas considerando que estás hablando de mi hermano mayor. Esto podría costarte al menos un dedo, o dos...
—Pero no se lo dirás, estamos en el mismo barco. Si yo me hundo, te llevaré conmigo. —Lo encaró, exhalando el humo de su cigarro a través de las fosas nasales.
—Hay muchas cosas que no le he dicho a mi hermano. Una más, una menos... No veo la diferencia —respondió indiferente, presionando el encendedor.
—No eres tan lamebotas como dicen los demás...
—¿Te parece que un lamebotas sería capaz de arruinar los planes de su hermano? —cuestionó, viendo el camino frente a él, la zurda apretaba fuertemente el cuero del volante—. No te preocupes, no se lo diré. —Sacó un cigarro y lo prendió—. No me conviene que sepa que fui yo quién te contó quién era Nene y que te di una lista de personas que pagarían muy bien a cambio de su información. —Concluyó, viéndolo fijamente y esbozando una sonrisa que a simple vista parecía inocente, pero que ocultaba algo demasiado podrido por dentro.
—Hoy, luego de que Tsuchigomori me dijera sobre lo que sucedió, me contó también cómo fue que perdió sus dedos... yo se lo pedí. —La albina miró su mano, todavía tratando de imaginar cómo se sentiría la mutilación de sus falanges—. Creo que por fin soy verdaderamente consciente de lo que significa quedarme a tu lado.
—Y es por eso que debes irte lo más pronto posible. —Tomó sus manos, tratando de desviar su mirada a la propia—. No sé qué haría si algo como esto se repitiera o peor...
La contraria se soltó por un momento de su agarre para acariciar la mejilla que había golpeado, podía ver los rasguños de sus uñas.
—Siendo honesta, así me siento todavía. Una parte de mí insiste en que huya y no mire atrás pero, cuando te veo a mi lado, cuando te veo sonreír y me besas... Lo reconsidero y me pregunto, ¿soy capaz de dejarte solo en este mundo tan cruel...? —Fijó su mirada en los orbes ambarinos—. Quiero pensar que esta es una nueva oportunidad para mí, para nosotros. Quiero que me enseñes cómo ser fuerte. Quiero ser digna de estar a tu lado. Quiero enamorarme de esta nueva versión de ti y que tú también te enamores de lo que aspiro a convertirme.
—Pe-pero... —Una mano tapó sus labios.
—Antes de que digas algo más, quiero que sepas en qué pensaba mientras estaba en esa bodega. ¿Podrías escucharme? —El contrario asintió y la fémina continuó—. Después de que me dijeran que iba a ser vendida sentí miedo pero a la vez alivio porque ya no era una pregunta que necesitara respuesta, aunque... luego de que dijeran que estabas muerto, pensé en lo innecesario que era seguir adelante. Planeaba buscar la manera de terminar con mi vida esa misma noche.
Aterrado, el varón la abrazó.
—No digas eso, tu vida es lo más precioso que existe.
—Lo es porque te tengo a mi lado. Si me hubieras visto durante esos años en que pensaba que estabas muerto, reconsiderarías dejarme ir. En ese tiempo pasaron muchas cosas que solo me hundieron aún más. No quiero regresar a ese lugar donde ya no tengo nada. No me obligues a regresar a la soledad y el frío de tu ausencia.
A pesar de las interrogantes que deseaba hacer en ese momento y de tratar de convencerla de desistir en su idea de quedarse a su lado, solo alcanzó a abrazarla aún más fuerte, aspirando su esencia y calmándose de a poco con el latir de su corazón contra su pecho.
—Hay rumores sobre ti, dicen que estás haciéndote de una fortuna por tu lado, a escondidas de tu familia —dijo el mayor, tomando de su vaso.
—Es cierto, quiero crear mi propio grupo. Estar bajo la falda de la araña amargada y mi hermano no es a lo que aspiro —contestó, exhalando el humo de su cigarro.
—¿Planeas renunciar? —preguntó, aprovechando que la música de fondo mantenía cierto nivel de privacidad en su delicada conversación.
—No —respondió, antes de tomar su vaso y darle un último sorbo a la bebida—. Quiero más que eso. Quiero terminar con las Arañas y con mi hermano...
Evidentemente asombrado por su cinismo, el Tercero bajó su guardia aún más.
—¿Por qué? —Entre más información pudiera sacar del cabeza hueca, más fácil le sería extorsionarlo.
—¿No es obvio? Estoy harto de que todo se haga según las reglas del anciano. Somos criminales, no tendríamos porque tenerlas, deberíamos vivir como quisiéramos.
Con una sonrisa, el mayor lo vio. De entre todas las cosas que podría haber imaginado para ese día, lo último que hubiera pensado era estar hablando sobre una conspiración contra el Oyabun y el Wakagashira de las Arañas.
—Eres demasiado osado al contarme todo esto, ¿no estás pecando de ingenuo? —Lo molestó, sabiendo perfectamente que el zaino ya estaba más que hundido.
—No, por qué quiero contar con tu ayuda para algunas cosas. Si todo sale bien, el pago será más que generoso. ¿Qué dices, socios? —Propuso, extendiéndole la mano.
En respuesta el Tercero le devolvió el gesto, sin saber que había terminado por firmar su sentencia.
Como ya era parte de su rutina, el de cabello bicolor se preparó para descansar; se puso la pijama, tomó sus medicamentos para los distintos malestares que sufría y prendió la televisión, esperando a que su pastilla para dormir hiciera efecto.
Cambiaba los canales sin verdaderamente poner atención a lo que sus ojos veían, tenía otras cosas en que pensar. Se preguntaba qué estaría pasando entre el par de tortolitos, que estaría haciendo Tsukasa con el Tercero y que en estarían metidos sus demás subordinados... Demasiadas cosas en que pensar y poco tiempo para solucionar cada una.
Masajeó su sien, y recordó al doctor sugiriéndole descansar y relajarse, a lo que en aquella ocasión no pudo hacer más que reír.
¿Descansar y relajarse?
¿Teniendo a los gemelos Yugi bajo su mando?
Admiraba bastante la paciencia y tolerancia de los difuntos padres. En verdad debían haberlos amado demasiado como para aguantar cada idiotez en la que se metían.
Resopló y siguió cambiando, hasta que algo llamó su atención. Se inclinó hacia la pantalla, se puso los lentes y subió el volumen hasta casi dejarlo sordo. No podía creer lo que veía.
"A través de una significativa ceremonia que se llevará a cabo en el Zoológico de Tokio es que se le dará la bienvenida al nuevo residente, un panda macho de dos años de edad llamado Xiao Sun, donado por el gobierno chino..."
¿Cómo demonios...?
¿¡En qué mierda se estaba metiendo Tsukasa!?
Y aún más importante, ¿cómo es que no se había enterado antes?
Siempre funcionaba, siempre era así...
Unos cuantos tragos, charla que los hiciera sentir cómodos, que los hiciera sentir que estaban en una posición de igualdad, que los hiciera sentir con las riendas de lo acontecido y luego de un par de caricias, miradas coquetas y un beso, terminarían en la habitación de un hotel, de preferencia uno de los que él era dueño. Así era como siempre sucedía.
Y esta vez no era la excepción.
Había estado con chicos antes, claro que sí. Había algo en las personas de su mismo sexo que no terminaba de identificar y que de alguna manera lo atraía. Aunque en este caso, no era por lujuria que estaban en esa habitación, besándose y compartiendo palabras subidas de tono. No, esto era algo que debía hacer para mantenerse a salvo, para que este sujeto que se retorcía en su regazo como una colegiala vigorosa, no fuera a hablar.
A final de cuentas, no hay persona más discreta y silenciosa, que un cadáver.
Con un fuerte mordisco en su cuello, el mayor apartó al zaino.
—¡Tranquilo, esto puede dejar marca! —Recriminó.
—Que extraño, me dijeron que te gustaba el trato rudo —contestó en tono burlón, apartándose y recostándose del otro lado del lecho.
—¿¡Quién te dijo eso!? —preguntó, sus orejas coloradas.
—Rumores que van de boca en boca en bares y clubs nocturnos.
El adolorido varón lo vio con algo de desconfianza, necesitaba hacerle entender que de igual forma, él sabía de su reputación.
—También se dicen varias cosas de ti... Dicen que quienes se meten contigo no vuelven a aparecer... —Soltó.
El zaino enarcó una ceja y dejó salir una risotada.
—Supongo que es hora de averiguarlo, ¿no crees? —Lo miró desafiante.
—No soy alguien con quién puedas jugar. No eres más que un mocoso. —Trató de ocultar un poco el miedo que había sentido al notar sus ojos escaneándolo.
—Y aún así me dejaste jugar con tus b–
—Si te atreves a terminar esa frase, despídete de tu lengua. —Interrumpió, evidentemente colorado.
—Tranquilo, recuerda que estamos en el mismo barco y ya somos socios. —Palpó el sitio a su lado, invitándolo a acercarse.
El mayor volvió a bajar la guardia, relajándose antes de ocupar el lugar designado.
—¿Cómo planeas deshacerte de tu hermano y Tsuchigomori? —inquirió, no quería dejarse llevar por las locas fantasías de un joven iluso.
—¿No te parece que eres demasiado entrometido?
—Necesito asegurarme de que eres capaz de cumplir con lo que planeas.
—Entonces, yo contestaré a tu pregunta si tú contestas a la mía. —Propuso, estirando un poco sus brazos y fijando sus orbes en los contrarios—. Además de los dos tontos que están a unas cuadras de acá y el tarado que se registró en la habitación de al lado, ¿quién más está al tanto de lo que estamos haciendo?
El mayor se congeló. Nadie antes se había dado cuenta de sus sombras.
—¿Muy complicado de responder?, entonces te haré otra pregunta... ¿Qué tan idiota crees que soy? —Tomó su rostro entre sus manos, apretando fuertemente sus mejillas—. ¿En verdad crees que fue inteligente tratar de ponerme una trampa a pesar de conocer mi reputación? Es cierto, nadie que entra a una habitación de hotel conmigo sale con vida. Y eso lo terminarás por corroborar hoy.
El mayor se liberó del agarre dándole un puñetazo en la cara al zaino, sus piernas enredándose entre las sábanas al tratar de correr y cayendo al piso antes de siquiera pedir auxilio. Aunque igual no era como si alguien fuera a ayudarlo.
El más joven se puso en cuclillas frente a él, tomándolo por algunos mechones de cabello y levantando su rostro.
—Debo agradecer a tu codicia el que mi hermano haya demorado la partida de Nene, puede que incluso lo esté reconsiderando. —Le sonrío—. Pero será un problema si vas con el chisme sobre que fui yo quién te dio una lista de las personas que estarían más que interesados en comprar la información de su amorcito... Así que supongo que ya sabes que pasará. Por cierto, tanto mi hermano al igual que la araña amargada ya saben que fuiste tú quién vendió la información y están furiosos, por eso estoy aquí. No es algo personal, en serio, es solo que tengo un trabajo que cumplir.
Todavía tomándolo por la cabellera lo lanzó sobre la cama y se le subió encima.
—¿Quieres saber cómo es que me deshago de los idiotas que me acompañan a hoteles? A la mayoría los asfixio con mis propias manos —dijo, sus dedos aprisionando el cuello, el valle de su mano presionando contra su tráquea—. Aquí entre nos, me ayuda a llegar al orgasmo... A veces soy algo sádico, sobre todo cuando se trata de hombres... ¡Oh! ¿Ya te desmayaste? —exclamó, viendo como el mayor había perdido la consciencia, tronó la boca con molestia—. Ni siquiera había terminado... Esto me pasa por haber querido jugar con un anciano.
Tomó su celular y revisó sus mensajes, la gente que cuidaba al Tercero ya había sido encontrada y eliminada del mapa, su hogar ya había sido ocupado por sus secuaces y sus cómplices, silenciados. Ventajas de contar con el apoyo no solo de las arañas, si no de su propio grupo.
Ya solo eran él y el pobre diablo que esperaba pronto despertara.
¡Ah, y también Mitsuba!
Esperaba que pronto llegara.
—No entiendo mucho de fotografía, pero creo que todas estas fotos son impresionantes.
—Gracias.
—¿Eres tú quien tomó las fotos?
—Así es, mi nombre es Sousuke Mitsuba, encantado.
—Un placer conocerte Mitsuba, mi nombre es Tsukasa. —Le extendió la mano y él correspondió con un gesto amable—. Me preguntaba... ¿por qué no hay fotos de personas?
—Solo me gusta capturar objetos que sean de mi agrado.
—Ya veo...
Una simple conversación, así había sido como Tsukasa y Sousuke se habían conocido durante una de las exposiciones de su trabajo en una galería de arte.
El menor de los Yugi le había parecido alguien bastante extravagante y ruidoso, aunque también una persona con una percepción del arte bastante... ¿curiosa...?
¿Cómo plasmarlo en palabras?
Tsukasa era capaz de encontrar belleza en las cosas más grotescas que se pudiera topar por ahí y eso cautivaba de alguna manera a Mitsuba.
No obstante, todo cambió el día en que el más bajito de ambos revelara su verdadera identidad.
Escuchó atento cada palabra que salía de la boca del gemelo menor sin poder entender muy bien de lo que hablaba o a lo mejor ni siquiera tomándolo en serio; y es que, en un principio le parecía una de las bromas que el más bajito estaba tan acostumbrado a hacerle cada que se veían; sin embargo, conforme le fue revelando más y más cosas se dio cuenta de que no se trataba de un juego.
¿De qué otra manera podría saber tantas cosas sobre la familia Minamoto y de él?
Aprovechándose de los sentimientos del pelirrosado por el rubio, Tsukasa había tomado ventaja total de la debilidad de Sousuke y le obligó a aceptar sus demandas a cambio de no hacerle daño ni mencionar nada a Kou sobre uno que otro desliz que llegaron a tener. A veces eran cosas sencillas, cosas que incluso sin necesidad de que le fueran instruidas podía hacer mientras desayunaba con su pareja. No terminaba de agradecer a cada uno de los dioses del panteón sintoísta el que Kou fuera tan inocente, y un poco distraído, como para no darse cuenta del excesivo interés que mostraba cada que su hermano mayor salía como tema de charla.
Otras, no le resultaba tan fácil cumplir con lo que se le pedía.
Aún recordaba la vez en que lo citó en medio de la noche solo para verlo descuartizar a alguien mientras le hablaba sobre la hermosura del color de las entrañas y la textura de las mismas de una manera casi poética. Describiendo con lujo de detalle y haciendo uso de una gran variedad de adjetivos y metáforas los olores que desprendían, así como de los ruidos que inundaban sus oídos y las sensaciones que le provocaban el estrujarlas entre sus dedos.
Tenía miedo, pues sabía que cuando la noche caía y el menor estaba fuera de casa, el infierno se alzaría en las calles. Era como si las tinieblas le ayudaran a permanecer en el anonimato eterno, ocultando toda evidencia y con ayuda del manto de oscuridad lograra salir impune. Nunca recibiría castigo alguno. Triste, pero cierto.
Esperaba que al menos esta vez su "urgencia de verlo" no fuera una excusa más del psicótico castaño para mostrarle su arte y ver cómo danzaba con la muerte nuevamente.
Oraba fuertemente porque no fuera así mientras caminaba acercándose cada vez más al lugar que le había sido indicado.
"Todo estará bien. Lo haces por Kou. Él está a salvo en la ciudad vecina recogiendo a Tiara del aeropuerto y en unas horas podré irme a descansar", pensaba de manera optimista.
Posiblemente el ser optimista fue el peor error que pudo haber cometido, porque todos sabían que cuando se trataba de Tsukasa Yugi, nada podía ser fácil de digerir.
No podía resistirse a semejante escena; las extremidades atadas, su boca amordazada, el leve forcejeo que le recordaba que seguía vivo, los sonidos incomprensibles que emitía... Necesitaba más, necesitaba hacerlo aún más exquisito de lo que ya le resultaba el deshacerse de la piedra en su zapato.
Devoraba con ojos ansiosos cada centímetro del cuerpo masculino que pronto se convertiría en un ejemplo para todos aquellos que se atrevieran a ir en contra de su hermano. Y sobre todo, de todos aquellos que se atrevieran a chantajearlo.
Todo eso sucedería en esa simple habitación de hotel, dentro de esas cuatro paredes adornadas por espejos y esculturas que enaltecían la belleza del cuerpo humano. Pronto la llama de vida de aquel pobre diablo se apagaría, y los únicos testigos de semejante espectáculo serían la luna y las estrellas que se asomaban tímidamente por las ventanas.
Su ensoñación fue cortada en cuanto llamaron a la puerta. Presuroso olvidó ponerse el pantalón y atendió; no obstante, al ver a su lacayo pelirrosado, su sonrisa se hizo aún más grande. Nada como tener la pieza faltante de su plan para la noche a unos centímetros. Nada como imaginar como la presencia del afeminado y el sujeto maniatado daría pie a una verdadera revolución dentro de las vidas de todos aquellos involucrados con él.
Sin embargo, los gritos del afeminado varón al ver el cuerpo amordazado del Tercero lo obligaron a apurarlo dentro del cuarto.
—¿¡Podrías cerrar la boca de una buena vez!? —El recién llegado enmudeció en respuesta, pues la mirada que Tsukasa le dedicaba no hacía más que prender todas sus alarmas de posible riesgo—. Muy bien, ahora que estás callado creo que podremos conversar tranquilamente.
El pelirrosado escuchaba cada palabra que salía de la boca del azabache, cada frase más enferma que la anterior, su tono era de emoción y excitación total. Tsukasa no solo estaba ansioso, estaba extasiado con el solo hecho de contarle sobre lo que tenía planeado una vez su labor en esa habitación terminara y como era que él, su conejillo de indias, le ayudaría a lograr sus objetivos mucho más rápido de lo que llegó a creer en algún momento.
Siendo honestos, tenía mucho más miedo por lo que se suponía que él iba a hacer una vez concluyera el sádico espectáculo.
—Pero... podrías lograrlo de una manera menos sangrienta, ¿no crees? —cuestionó, esperando que la sugerencia no cayera en oídos sordos.
—¿Qué sentido tendría entonces?
Inseguro de cómo responder, Sousuke no hizo más que dar una respuesta vaga, no quería problemas, menos estando a solas con él en una habitación de hotel.
—Sí... supongo que tienes razón —respondió, tratando de que todo eso quedara como una simple tontería que había dicho.
Con una sonrisa amplia y la emoción a flor de piel, Tsukasa nuevamente se le acercó al sujeto maniatado, tomándolo por los mechones e inhalando el olor de su cabello.
Rosas.
Las únicas flores que le gustaban eran aquellas a las que arrancaba los pétalos, imaginando qué tipo de gritos harían si tuvieran bocas.
El Tercero lo miró con ojos que oscilaban entre el miedo y la ira. Su cuerpo temblaba y sudaba. Muy al contrario de aquella que lo abrazaba sin terror alguno, aquella que le preparaba todo tipo de golosinas. La misma que lo consentía y mimaba.
Acarició su piel, una fina capa de sudor la adornaba. Incluso su sudor era distinto al de ella. Ahora que en sus dedos había quedado la sensación de la tersa piel de porcelana, le resultaba sencillo diferenciar entre ella y cualquier otro.
Se acercó a su rostro y por un momento quiso pensar que la persona amordazada no era el Tercero, sino el tesoro más preciado de su hermano.
Nariz recta, pestañas pequeñas, lo que parecían marcas de acné sobre sus mejillas sonrojadas y labios carnosos. Siempre imaginó que si un día la besaba probablemente no sería limón lo que probaría, sino cereza o tal vez fresa. Y estaba en lo correcto.
Cuanto daría porque fuera ella quien estuviera en el lugar del idiota maniatado.
Parpadeó y dejó de ver a la fémina sobre la cama, solo se trataba del mismo cerdo que no dejaba de objetar. No había problema, incluso alguien tan desagradable como él podía tener su encanto.
La noche sería larga y traumática para Sousuke, así lo supo en cuanto el varón de amplia sonrisa volteó a verlo y le hizo la pregunta más desquiciada que alguna vez hubiera imaginado.
—¿Cuántos voltios crees que aguante antes de eyacular?
—¿Disculpa?
—Ya sabes, como en las granjas. Le electrocutan el trasero a un semental y este eyacula.
—N-No lo sé...
—Averigüémoslo. —Sonrió, sacando por debajo de la cama algo que había pedido a sus subordinados que colocaran antes de llegar a ese cuarto.
Cada día que pasaba le hacía más insoportable la espera de resultados.
Aún más desde que se percató de que cada una de sus publicaciones y posts, así como toda la atención que buscaba obtener gracias a su cara bonita y carisma, estaban en un agujero del que no podía subir. Muy probablemente estaría siendo víctima de shadowban, lo había visto antes, pero tampoco era como si pudiera demostrarlo. No ahora que su alcance había sido reducido por sus superiores debido a sus continuos enfrentamientos, discusiones y acusaciones de corrupción en contra de otros compañeros y jefes.
Dejó salir un suspiro pesado y se tiró sobre el escritorio. De ser una figura respetada y admirada por la gran mayoría de su área, ahora se le veía con recelo y desconfianza.
Miró nuevamente su celular, esperando que el último post que hizo hubiera tenido algún tipo de interacción, pero a lo sumo sólo había logrado algunas vistas. Ahora todos los ojos estaban sobre la noticia del panda que llegaría a Tokio en unos días.
Parecía como si el destino se pusiera en su contra.
El zumbido de su móvil lo hizo rápidamente abrir la barra de notificaciones, conocía ese número aún sin tenerlo registrado. Leyó el mensaje y vio con cierto grado de disgusto las imágenes adjuntadas.
A pesar de la naturaleza tan vil y baja de su informante, estaba satisfecho con los resultados que su investigación por debajo del agua había arrojado al momento.
Miró con desagrado una última vez las fotos de Nene antes de hacer un respaldo en la nube y borrarlas. Si bien jamás la había llegado a amar, tampoco era como si disfrutará viéndola en ese estado tan vulnerable. Se preguntaba qué habría pasado como para que terminara así. ¿Acaso el objetivo de su investigación la había abandonado a su suerte? O a lo mejor... No, no podía creer que ese individuo estuviera fuera del mapa.
En ese punto, lo único con lo que podía contar verdaderamente era la información que sus fuentes le ofrecían a cambio de favores o dinero.
Ahora debía unir y teorizar lo que había pasado en esos últimos días alrededor de la figura de aquel a quien deseaba ver tras las rejas.
La misteriosa desaparición del jefe de la familia Tanaka.
La inauguración de un orfanato, cuyo propietario era el nuevo prestanombres del Séptimo.
El rapto de Nene y su posible venta a un burdel.
Esperaba que pronto uno de sus cómplices logrará ingresar a las facilidades que eran usadas como almacén y centro de lavado de dinero, probablemente encontraría algo interesante ahí. Algo que convenciera a sus superiores de dejar de hacerse de la vista gorda.
Debía agradecer a la vida el que su nuevo informante y él se hubieran conocido mientras perseguía al lunático de las cucarachas.
—¿Crees que soporte una tercera? —preguntó al mortificado testigo en lo que embestía lentamente con un dispositivo eléctrico el más que atormentado agujero del hombre mayor.
Con asco, el pelirrosado negó con la cabeza. En verdad no creía que luego de toda la electricidad usada en ese cuerpo, fuera a salir otro chorro blanquecino de su miembro.
El zaino metió el dispositivo aún más adentro, haciendo que su víctima se quejara con un sonido ahogado antes de volver a activar la corriente eléctrica que en segundos hizo que el cuerpo a su disposición liberara otra carga y cayera inconsciente.
Dejándole el electreyaculador en el recto, fue hasta su rostro y de un golpe lo obligó a despertar.
—Todavía no es hora de descansar, apenas estamos empezando —susurro a su oído con mueca burlona.
El estruendo de una cachetada en aquella habitación hizo callar todo sonido.
Nunca antes habían visto a su figura materna tan alterada como para recurrir a eso.
Algunas semanas ya habían pasado desde que la cabeza de la familia Tanaka junto con sus yernos habían desaparecido. Lo lógico habría sido advertir a la policía, hacer que los buscarán en su calidad de esposas preocupadas. Además, considerando la fama de sus parejas, era evidente que se les buscaría por mar y tierra. Hombres tan respetables como ellos, ciudadanos ejemplares como ellos, modelos a seguir como ellos, eran parte primordial de la sociedad.
No obstante, a pesar de haberlo hecho, habían cambiado un poco la versión.
Salieron a pescar como hacían normalmente y no supimos más.
Era la versión que a todos daban.
Gracias al dinero y el poder de la figura de su esposo, la matriarca había logrado convencer al jefe de la investigación y sus superiores de dejarlo así, como un desafortunado accidente que las había dejado viudas, esperando que el mar les regresara algo que, en el fondo, esperaban nunca volver a ver.
Sin embargo, una de ellas estaba a punto de quebrarse y hablar, la hermana mayor. Por lo que en cuanto esto llegó a oídos de la más grande, no tuvo de otra más que actuar en nombre del bien común y recordarles su pacto.
—Estamos mejor ahora —dijo la de cabellera entrecana.
Y nadie más se atrevió a objetar.
¿Cuántas uñas tiene un humano en todo su cuerpo?
Un total de veinte es la respuesta.
¿Entonces, por qué el zaino tenía veintiún uñas en la palma de su mano?
—Mitsuba.
—¿Qué?
—¿Podrías contar cuántos dedos tiene este anormal?
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez en las manos.
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez en los pies.
Y sin embargo, al contar las uñas retiradas seguían dando un total de 21, no le cuadraban las cuentas y eso le intrigaba.
—Espero que al menos tus dientes sean normales... —susurró a su oído antes de darle la vuelta, haciendo que quedara recostado boca arriba.
Una vez en esta posición, trató de liberarse con movimientos bruscos y para nada inteligentes. De no ser por el trozo de tela en su boca hubiera intentado pedir ayuda a punta de gritos. Sus ojos buscaban ansiosamente la mirada de Sousuke esperando un poco de piedad, pero el pelirrosado no era quien podía liberarlo, sino Tsukasa. Y sin duda alguna, el gemelo menor no se detendría a causa de unas cuantas lágrimas.
Mientras tanto, luego de contar las uñas por décima vez y dejarlas en las palmas de su espectador, se volvió a su presa nuevamente.
Estaba fastidiado pues no le gustaban los números impares.
Se le subió encima, recargando todo su peso sobre su vientre y, una vez a gusto, levantó su rostro, tomándolo por el cabello.
—¿Prefieres que empecemos por los molares o los caninos? Sinceramente prefiero los incisivos~
Veía la sonrisa deforme del joven, su mirar lleno de excitación e incluso podía notar como temblaba por la emoción. Si en algún momento había pensado que el menor de los gemelos Yugi era un tipo de buen ver, en ese momento lo podía describir como la cosa más espantosa que hubiera tenido la desgracia de conocer.
—Ey, te estoy preguntando algo, ¿por qué no respondes? —Insistió el verdugo.
Aunque la respuesta era obvia, a veces Tsukasa entraba en un estado donde toda lógica y razón se perdía, solo importaba que sus demandas fueran atendidas. Eso implicaba que si le pedía a un sordo escucharlo y este se "negaba" a hacerlo, tendría entonces que hacerle dos nuevos oídos para que ahora si pudiera escucharlo. Si un ciego se "negaba" a mirarlo, le bastaba con arrancarle los globos oculares para que en verdad tuviera un motivo para no verlo.
Lo mismo pasaría entonces con el Tercero, quien se "negaba" a responderle.
—Mitsuba.
—¿S-si?
—Dame las tijeras que están en la mesita de café.
El afeminado varón, hecho un manojo de nervios, se acercó lo necesario para colocar el objeto requerido en la mano de quien llevaba la rienda de semejante escena.
—Si no quieres hablar entonces no necesitarás la lengua ni los dientes... y otras cosas.
Pasó lentamente las tijeras abiertas por el borde de la lengua que tenía sujeta con sus dedos índice y pulgar luego de haber retirado la mordaza. Las abría poco a poco para después cerrarlas rápidamente y así crear pequeños cortes en el músculo. Lagrimas corrían por la cara del individuo, confusión y terror dominaban sus sentidos.
Quien diría que el hombre que hasta hace poco se había sentido en el paraíso hubiera encontrado su propio infierno en la comodidad de una cama king size.
No pregunten el motivo pero el hecho de que sobre la cama hubiera un espejo hacía que la escena fuera aún peor. Se veía a sí mismo, reducido a nada más y nada menos que a una temblante y asustadiza bola de nervios. Sin duda alguna el poco orgullo que le quedaba estaba siendo destrozado por el individuo sobre él.
De repente, un dolor mucho más agudo le hizo regresar a la conciencia de su estado físico. Un corte, sí, eso era. Después otro, y otro más. No habían sido cortes dirigidos a su lengua como lo esperaba y eso era lo que lo había llenado de sorpresa. El sentir como sus labios eran separados de su rostro.
—Si no planeas hablar conmigo, no veo para qué necesitas labios —dijo Tsukasa, su tono era similar al de un niño haciendo berrinche pero su mirada, esos ojos color ámbar, le informaban que en realidad se estaba divirtiendo demasiado.
En verdad, ¿de dónde había salido este sujeto?
Los chillidos de dolor no se hicieron esperar, las lágrimas rodaban por sus mejillas sonrojadas, ya fuera por el efecto del alcohol ingerido o de la adrenalina. Sangre inundaba su boca casi al grado de asfixiarlo, el sabor metálico de la misma le asqueaba y se sentía a punto de vomitar. Si hubiera tenido todavía uñas, con seguridad ya hubiera rasgado las sábanas debajo de él.
Todo en él era una obra de arte; su mirada llena de pánico, los movimientos frenéticos, el color rojo de su líquido vital, el par de cascadas infinitas que bajaban por su rostro, los apenas audibles sollozos de dolor... Y su favorito: el trozo de carne que se había quedado atorado a las tijeras y que ahora mecía, en un acto de evidente burla, de un lado a otro frente a la visión borrosa de su víctima.
En definitiva todavía faltaba mucho por hacer esa noche pues el sanguinario artista no estaba satisfecho aún con su obra. Siempre había sido un crítico exigente consigo mismo.
Cabelleras oscuras se mecían con el viento, sus ojos observaban el mar de luces de la gran urbe, iluminando exquisitamente algunos templos y pagodas, sus oídos eran atacados por el sinfín de sonidos propios del escenario, el smog en el aire los obligaba a usar mascarillas que cubrían buena parte de sus rostros. No obstante, no necesitaban quitarlas para identificarse entre ellos, pues los lazos de sangre los unían.
Estaban a la espera, solo tenían que esperar unos minutos más para que pudieran regresar a la comodidad del departamento.
—¿Crees que se moleste por tu encargo? —preguntó uno de ellos al sujeto a su lado.
—No tiene porque saberlo. Además, el idiota ya lleva algún tiempo jugando al investigador, es hora de que deje atrás esa tonta idea y pase de página. —Escupió con desagrado, viendo al edificio frente a ellos.
—Nos dijo que lo dejáramos tranquilo...
—Lo dices como si lo hubiera mandado a matar por segunda vez. Solo será un recordatorio de que es mejor no meterse en donde no es bienvenido.
—No veo por qué te empeñas en favorecer a uno y maltratar al otro.
—¡Porqué uno ya dejó todo por la paz y el otro es un imbécil resentido! —exclamó, atrayendo la mirada de los demás.
Antes de que alguien pudiera decir algo, los llamaron dentro. Por fin podrían quitarse el frío y comer algunos wontones fritos.
Sólo uno más, tan sólo una última pieza más y entonces podría sentirse satisfecho con las modificaciones que había hecho a la cavidad oral del individuo que ya no tenía ni siquiera la voluntad necesaria para tratar de gritar o suplicar.
—¿Cuantos dientes son, Mitsuba? —preguntó el zaino mientras colocaba el último molar en la palma ensangrentada de su acompañante.
—Con el que me acabas de dar son treinta y uno... —respondió, su mirada lejana al igual que su pensamiento. Tratando de ignorar lo que sucedía a unos centímetros de él.
—¿Treinta y uno?
—Sí. —Ni siquiera Mitsuba tenía ya la fuerza como para aterrarse al ver las piezas de calcio sobre sus manos, por lo que su tono era plano totalmente.
—Estoy seguro de que cuando empecé a removerlos eran treinta y dos, ¿se lo habrá tragado? —Se preguntó mientras regresaba al lado de su víctima—. ¡Ey! ¿Te tragaste uno de tus dientes?
La falta de respuesta era a causa de algo tan evidente como el hecho de que la luna no era de queso, pero para la retorcida mente del menor de los Yugi no era más que una falta de modales el que después de tantos momentos juntos el sujeto en cuestión no le dirigiera la palabra. De no haber sido porque podía escuchar su pesado respirar hubiera pensado que tal vez estaba muerto.
Pero la vida no parecía querer abandonar aún el cuerpo inerte del Tercero. Sólo él y su karma sabían que tanto más debía de aguantar antes de que por fin pudiera descansar.
—Así que sigues sin querer hablar. —Su mirada se posó sobre las tijeras que había usado previamente para retirarle los labios—. Bien, ya que te niegas a responder y ya ni siquiera me pareces divertido... supongo que es hora de terminar esto, pero primero quiero intentar algo.
Regresó junto al pelirrosado, quien para concentrarse en cualquier otra cosa que no fuera la sádica escena frente a él, contaba una y otra vez el número de uñas y dientes.
Veintiún uñas.
Treinta y un dientes.
Empezaba a parecerle gracioso que a las uñas les sobrara una unidad y que a los dientes les faltara una, era como si de alguna manera la uña sobrante compensara al diente faltante.
En definitiva su "amistad" con Tsukasa le estaba afectando.
Ni siquiera se percató del momento en que el zaino había retirado las tijeras frente suyo; por lo que, tratando de ponerse al tanto de lo que ocurría a su alrededor dirigió la mirada para ver lo que acontecía a unos metros de distancia suyo.
Quien parecía ya no reaccionar ante los estímulos de dolor, de repente volvía a retorcerse con cada corte proporcionado al órgano bucal de consistencia blanda y resbalosa que era sostenido firmemente por la punta gracias a los dedos índice y pulgar del joven que sonreía ampliamente ante el espectáculo de expresiones que el pedazo de hombre hacía con cada incisión.
Algunos cortes eran más largos que otros, otros eran apenas rasguños, con cada corte se encargaba de apretar la ahora deforme lengua de su víctima pues se preguntaba si lo que sea que hubiera dentro de ella sería parecido a la arena kinetica o sería de alguna manera algún tipo de masa moldeable.
Mucha fue su frustración cuando se percató de que sus suposiciones eran erradas.
¡Tanto esfuerzo para nada!
En verdad este tipo no le había servido como creyó que lo haría.
En un acto de total furia terminó por cortar de tajo el sangrante y deformado órgano para lanzarlo al piso y aplastarlo de un pisotón. Se sentía frustrado y molesto.
Tomó lo que quedaba del tercero, su movimiento parecido al de un convulsionar frenético le recordaba a los peces fuera del agua, y lo puso boca abajo. Ni siquiera se sentía con las ganas suficientes de ver nuevamente su estúpida cara, por lo que optó por algo rápido.
Sacó de debajo de la cama una caja pequeña y sacó su última adquisición; una navaja de tipo estilete. Ese sujeto sería afortunado en que su cuerpo fuera a ser usado para estrenar un arma de tanta belleza.
Con paso moderado se encaminó al lado de quien todavía parecía estar consciente. En cuanto estuvo a una distancia ideal para lo que tenía planeado liberó al objeto punzo cortante de su estuche y por unos segundos pasó la hoja sobre sus yemas, casi cortándolas, se deleito con la dureza del mango y el brillo del acero.
Era ideal.
Susurró unas cuantas palabras al oído del hombre condenado a muerte, sin embargo nadie más que ellos sabían que era lo que había dicho.
Y en cuanto terminó de hacerlo le apuñaló por la espalda.
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve... perdía la cuenta y volvía a empezar.
Las primeras cuatro veces el tipo se había movido enérgicamente pero conforme las sábanas y su ropa se teñían de carmín, él perdía las ganas de vivir.
Alguien en su posición sabría que la muerte no siempre era lo peor que podía suceder. Y quien afirmara lo contrario era porque nunca había conocido a Tsukasa Yugi.
En cuanto el último suspiro de vida salió del cuerpo del Tercero, el de orbes ambarinos finalizó, había contado hasta treinta y cinco...
¿¡En verdad este tipo no había podido siquiera esperar al treinta y seis!?
Oh bueno, estaba seguro de que cuando se reunieran en el averno le daría la última puñalada para sentirse mejor.
A final de cuentas.
¿Qué otro lugar le podría esperar a ambos que no fuera el infierno?