Chapter Text
Aquel Domingo de Mayo estaba siendo particularmente soleado en comparación con días anteriores, sin embargo, gracias a que se encontraban sobre el rio la briza húmeda ayudó bastante a contrarrestar los efectos del calor.
De todas formas, después de que padre e hijo fueran un momento a su caravana para conseguir su hielera con refrescos y volvieran a embarcar, Goofy recogió una gran sombrilla y la acopló a la mesa plegable que Donald había instalado en su patio anteriormente.
Fue bueno que el peliblanco todavía guardara las cosas en los lugares que Goofy podía recordar.
Hizo más fácil retomar el ritmo, como si nunca hubieran dejado de verse en primer lugar.
―Muy bien Max, ―Dijo el pelinegro mayor guiando a su hijo bajo la sombrilla. ―ahora quedate aquí con el gatito y vigila la mesa. Llevaré esto al refrigerador ¿Puedes contar si hay suficientes cubiertos para que comamos tu tío Donald, tú y yo?
― ¡A la orden, capitán papá! ―Exclamó el niño imitando un saludo militar, pasando a llevar una de sus orejitas con la mano en el proceso.
―A-hyuck, este Maxy y sus ocurrencias. ―Se rio Goofy mientras bajaba las escaleras, equilibrando tres platos llenos de comida con inusual habilidad.
Afortunadamente para el grupo, el almuerzo de hecho no se había estropeado con el alboroto.
De hecho, de alguna manera la comida se había acomodado en los platos perfectamente y estos habían aterrizado sobre la mesa de picnic de Donald sin ningún daño.
Así que una vez que comprobó que todo se encontrara en orden y que la carne no estuviera cruda en realidad, Goofy se encargó de cubrir tres de los platos con plástico de cocina para que los trillizos comieran después de su siesta.
El pelinegro mayor acababa de volver a la cubierta cuando un fuerte golpe resonó tras él, seguido de la voz frustrada de Donald.
― ¡Malditas goteras! ―Se escucho que refunfuñaba desde el interior.
O al menos Goofy pudo entenderlo.
Tristemente, contra más enfadado estaba el peliblanco más difícil era comprender lo que decía, por lo que Max solo escuchó un montón de resoplidos y gruñidos incomprensibles.
Pero no pasó mucho tiempo antes de que Donald apareciera frente al par frotándose la nuca, aparentemente adolorido, por lo que Max imaginó que su pobre tío debía haberse resbalado allá abajo y simplemente maldijo un poco.
Estaba acostumbrado a la gente torpe y, aunque su padre no maldecía normalmente, Max todavía conocía algunos adultos que sí, por lo que no le prestó demasiada atención.
―Aquí. ―Dijo Goofy tendiéndole a Donald un paño con hielo que tomó de la hielera.
―Gracias. ―Agradeció el peliblanco con tono molesto, arrebatándole el paño de las manos a su amigo.
―No hay por qué. ―Respondió Goofy risueño, sabiendo que aquel tono no iba dirigido hacia él.
― ¿Qué fue lo que ocurrió? ―Preguntó Max.
―Ah. ―Recordando de pronto con quienes estaba Donald suavizó su comportamiento, dedicándole una mirada de disculpas a Goofy antes de responderle calmadamente a Max. ―Verás, últimamente tenemos unas horribles goteras en la casa. Aparecen charquitos de agua aquí y allá, pero nunca puedo encontrar de donde viene el agua en realidad.
―Eso suena misterioso. ―Murmuró el mayor de los pelinegros, dando golpecitos sobre sus labios con un dedo.
―Si, muy, muy misterioso. ―Coreó Max imitando el gesto de su padre por un momento antes de pinchar demasiado fuerte su labio, sorprenderse por aquello, apartarse bruscamente de su propio dedo y golpearse la nariz accidentalmente.
El pequeño pelinegro pareció confundido por un momento, mirando a su alrededor intentando asimilar lo ocurrido, pero frunció el ceño rápidamente en el momento en que vio al gatito caer de espaldas junto a él cubriéndose la boca con sus patitas delanteras.
¡Claramente burlándose de él!
―Seh… ―Dijo Donald distraídamente con voz risueña observando la discusión que Max parecía estar teniendo con el gatito. ―Aunque en realidad no he tenido tiempo de prestarle demasiada atención al caso. Quizá lo averigüe durante este tiempo libre… ―Divagó el pato, todavía distraído. Entonces pareció recordar algo y dirigió su mirada hacia Goofy. ―¿Pudiste salvar algo del almuerzo?
La pregunta sonó verdaderamente esperanzada y es que, aunque el peliblanco se encontraba preparado para recibir una respuesta negativa, él todavía deseaba tener algo de suerte por una vez.
Así que estuvo gratamente sorprendido cuando, en contra de su creencia, su amigo le dijo: ―De hecho, todo estaba perfectamente.
― ¿De verdad? ―Soltó incrédulo.
― ¡Si! ―Exclamó Max con entusiasmo. ―Los platos estaban servidos y todo, tío Donald ¡Fue increíble!
―Supongo que al fin el sol brilla para nosotros ¿No es así? ―Dijo el peliblanco sonriendo alegremente.
O al menos así fue justo antes de que oscuras nubes comenzaron a cubrir el cielo rápidamente.
―Por su puesto. ―Resopló.
―A-hyuck, parece que lloverá. ―Comentó Goofy despreocupadamente, causando que los otros dos rodaran los ojos.
Donald suspiró con resignación y comenzó a recoger la mesa.
―Vamos. Será mejor que llevemos todo al comedor. ―Espetó sin ganas.
―Solo es un pequeño cambio de ambiente, Donald. No dejes que la lluvia estropee tu humor.
―¿No te gusta la lluvia, tío Donald? ―Preguntó Max, recogiendo a su gatito antes de caminar hacia el pato.
―Lo entenderás cuando seas adulto. ―Declaró el peliblanco mientras arrastraba la parrilla bajo el alero.
―No es justo. Los adultos siempre dicen eso. ―Se quejó el niño arrugando la nariz.
Una vez dentro del bote los tres se acomodaron sobre el sillón empotrado rojo del comedor
A Max le recordó a algunos de los restaurantes de carretera a los que había ido con su papá durante los viajes que habían hecho en sus últimos cumpleaños.
Le encantaban esos viajes.
Siempre se iban a la cama temprano el día anterior y salían de casa a mitad de la noche.
Conducían en medio de la oscuridad mientras jugaban a palabras encadenadas o cantaban juntos hasta que el cielo comenzaba a aclarar.
Entonces encontraría algún lugar despejado y admirarían el amanecer.
Su padre se las arreglaría para encontrar una cafetería en medio de la nada y lo dejaría pedir todo lo que quisiera comer.
Y luego conducirían algún tiempo más para asistir a eventos o visitar atracciones.
Fue genial.
Se preguntó brevemente si aquellos viajes continuarían ahora que se encontrarían viviendo con los Ducks.
Y es que el pequeño niño de siete años no podía imaginarse a su humilde camioneta jalando tanto de su caravana como del bote en el que estaban.
Comenzó a imaginar diferentes escenas en las cuales lograban acomodar el bote sobre su caravana y viceversa de mil maneras posibles, siempre resultando en desastre, y aunque en algún momento comenzó a meter comida a su boca, se encontraba demasiado distraído para notarlo.
Incluso ignoró también la curiosa conversación que los dos adultos entablaron junto a él.
Y es que ahora el hilo de pensamientos se había desviado hacia algunas preguntas importantes:
¿Cómo sería vivir con los patitos?
¿Serían capaces de llevarse bien a diario?
¿Tendrían que compartir una habitación desde ahora?
¿Y si su papá decidía que quería hacer algo más y lo dejaba allí?
¿Podría pasar eso?
¿Y si su nuevo tío no lo quería?
¿Y si seguía enfadado por haber salido con los trillizos sin avisar?
Todos estuvieron en peligro, pero ¿Y si se enojaba con él por ser el mayor?
Su padre, notando que algo andaba mal pero sin saber que, interrumpió aquellos pensamientos de pronto.
― ¿Todo bien, Maxy? No sueles ser tan callado. ―Preguntó con preocupación.
―Si… Es solo… Lo siento por salir cuando dijeron que no podíamos.
Ambos adultos abrieron la boca para responder pero entonces se miraron por un momento y tuvieron una conversación silenciosa antes de asentir.
―Gracias por disculparte, Maxy. Es importante que reconozcas tus errores. Estoy orgulloso de ti. ―Felicitó Goofy confortantemente antes de besar la frente de su pequeño. ―Lo más importante es que tú y los trillizos están a salvo. Y sé que entiendes que lo que hiciste estuvo mal, así que no voy a castigarte.
― ¡Gracias, papá!
―Pero si esto se repite tendré que hacerlo hijo ¿Lo entiendes? ―Advirtió el pelinegro.
―No lo haré. Lo prometo. ―Aseguró el niño abrazando a su padre y a su vez aplastando al gatito, el cual se había acomodado entre ambos.
―Además, ―Añadió el peliblanco una vez los Goof se separaron. ―por lo que pude entender, Huey, Louie y tu solo fueron tras Dewey cuando corrió hacia el muelle. Ese chico va a causarme un infarto algún día. ―Se quejó.
―Ahora que lo dices ¿De qué estaba corriendo? ―Preguntó Goofy curioso.
―Algo sobre un niño que se veía como ellos tres. ―Respondió Donald encogiéndose de hombros.
―¿Oh? ¿Qué sabes sobre eso, Maxy?
―Mmm… Todo empezó cuando entramos a la habitación de los trillizos. ¡Su cama es un bote, papá! ¡Es genial!―Divago alegremente.― Uh, ¿Por dónde iba?
―Ustedes cuatro estaban en la habitación. ―Orientó el peliblanco.
―Ah, sí. Entonces Dewey- ―Max se detuvo abruptamente y miro hacia Donald. ―Dewey es el trillizo que viste de azul ¿Verdad?
―Correcto, ese es Dewey. ―Confirmó Donald.
Max asintió y continuó su relato.
―Todos habíamos entrado a la habitación, pero Dewey se quedó en la puerta y comenzó a hablar con alguien. Parecía… uh… ¿Cómo es esa palabra? Como miedo y… ¿No entender algo?
― ¿Confuso? ―Aventuró Goofy.
― ¿Desconcertado? ―Siguió Donald.
―Si, sí. Esas cosas. Luego Dewey dijo algo más y después comenzó a correr. Huey lo persiguió y fui tras él. Y el trillizo verde se quedó atrás.
El joven perrito se detuvo un momento, miró hacia todas partes e hizo señas a Donald para que se inclinara hacia él. Una vez que el pato lo hizo el niño susurró: ― ¿Cómo se llama el trillizo verde?
―Louie. ―Susurró Donald de vuelta conteniendo una pequeña risa.
―Está bien. ―Fue lo último que Max susurró antes de continuar con su historia, hablando rápidamente. ―Entonces bajamos del bote y alcanzamos a Dewey un poco más allá porque se había parado frente a un bote y cuando llegamos junto a él lo señaló y entonces por un momento pude ver a un patito muy similar a ellos. ―Paró un momento para tomar una bocanada de aire y continuó. ―Dewey dijo “¿Ven? No estoy mintiendo”, pero Huey le dijo que no había nadie allí y comenzaron a discutir y entonces una luz destelló y luego ocurrieron las explosiones.
― ¿Explosiones? ¿Como en plural? ―Preguntó Donald mirando al pelinegro con preocupación.
Su plato a medio comer olvidado hace tiempo a diferencia del de Goofy.
―No me di cuenta. ―Negó el pelinegro.
― ¡Si! La primera fue tan~ grande. ―Contó Max moviendo las manos sobre su cabeza para gesticular cuan grande fue la explosión. ―Pero cuando íbamos de regreso hubo más, aunque no me fije de donde venían porque tuvimos que correr de ahí cuando la gente empezó a perseguirnos.
―Si vuelvo a ver a esa gente vamos a tener una conversación sobre por qué no está bien perseguir a un grupo de niños asustados en medio de un ataque terrorista o lo que sea que fuera eso.―Declaró el peliblanco con molestia.
― ¡Si! ¡Eso haremos! ―Apoyó Goofy con entusiasmo.
― ¡Si! ―Los siguió Max, sin haber entendido el parloteo en absoluto, pero alzando su puño derecho al aire con convicción.
Entonces el gatito gris saltó sobre el hombro izquierdo del niño, soltó un agudo y determinado maullido fijando su vista en Donald y seguido a esto comenzó a frotarse contra la mejilla de Max, ronroneando.
Ante aquello las risitas y los sonidos de ternura no se hicieron esperar, relajando el ambiente mientras en el exterior una leve llovizna comenzaba.
Así que los tres volvieron a prestar atención a sus almuerzos durante la media hora en que la lluvia se mantuvo, hablando cada tanto y pasando por varios temas sin importancia, hasta que al mencionar el nuevo trabajo de Donald, Max preguntó si su padre conseguiría un nuevo trabajo también o si continuaría como mesero de medio tiempo en MORTIMER'S RESTAURANT.
El niño lucía esperanzado sobre la posibilidad de que su padre consiguiera un nuevo trabajo, ya que no le agradaba el dueño de aquel local, encontrándolo despreciable por la forma en que había visto que trataba a su papá, sin embargo no obtuvo la respuesta que deseaba.
―Este lote está mucho más cerca del restaurante que el lote anterior, así que no hay razón para buscar otro trabajo, Maxy.
―Pero papá-
―Max, sabes que no es fácil conseguir un trabajo con mis calificaciones.
―Lo sé, papá… ¿Al menos puedo pasar a verte después de la escuela?
―Sabes que al señor Mortimer no le gusta eso. ―Se disculpó Goofy. ―Pero oye, si trabajo allí siempre puedo conseguir tu postre favorito los viernes, ya sabes.
Esto pareció alegrar al pequeño pelinegro, cuya cola comenzó a agitarse de pronto.
Donald por su parte decidió no entrometerse en aquella conversación, considerándolo un asunto delicado (Razón por la cual Goofy estuvo agradecido).
En su lugar el pato decidió preguntar: ― ¿Estas emocionado por tu nueva escuela, Max?
―Bueno, no tanto, pero papá me dijo que no tengo que cambiarme hasta el próximo año ¿Verdad, papá?
―Si. Eso acordamos. ―Confirmó el pelinegro mayor feliz de alejarse del tema de los trabajos. ―Por lo que resta del periodo estaré llevando a Maxy hasta la parada más cercana del autobús. Tendremos que ir un poco más temprano pero podemos hacerlo.
Max asintió efusivamente ante aquello antes de señalar una ventana.
― ¡Miren! Parece que dejó de llover. ―Exclamó con emoción.
Donald miró en la dirección indicada y luego echó un vistazo hacia el reloj en la pared.
Contrario al palabrerío de Huey eran apenas las 2:07 pm.
Los trillizos despertarían pronto y tendrían hambre.
―Entonces ¿Parece que estamos a tiempo para encontrarnos con la vendedora? ―Preguntó el peliblanco poniéndose de pie.
―Oh, sí. Pero ella no debería llegar aún. ― Dijo Goofy mientras reunía algunas de las sobras y las colocaba en una servilleta para el gatito sin nombre. ―Acordamos encontrarnos aquí alrededor de las tres.
Donald llevo los platos hacia el fregadero y cogió un paño húmedo para limpiar la mesa.
―Qué tal si antes-
―¡¿Hay alguien abordo?! ―Interrumpió de pronto la aguda voz de una mujer desde el exterior. ―¿Hola?
Ambos adultos compartieron una mirada confundida antes de que Donald dejara el paño sobre la mesa y comenzara a dirigirse hacia el exterior.
―Quedate aquí por un momento Maxy, vendremos enseguida. ―Indicó el pelinegro.
―Si, papá. ―Dijo el joven perrito volviendo a acomodarse en su asiento.
Una vez que Donald emergió a la cubierta notó que, a pesar de que ya no estaba lloviendo, el cielo aún no se había despejado y rayos de sol se filtraban aquí y allá entre la manta de nubes grises.
Dejando de lado aquello, el pato se apresuró hacia el borde del bote, con Goofy justo detrás.
Allí, mirándolos desde el terreno junto al cual se habían estacionado, se encontraba una mujer pequeña de cabello anaranjado vibrante, llevaba un vestido azul zafiro y lucia una gran cola esponjosa.
Parecía ser una ardilla.
―Hola ¿Cómo están? Soy Susan Merryweather. ―Saludó la chica al verlos aparecer. ―Me disculpo por la intromisión pero necesito informarles que no está permitido que se estacionen en esta zona del rio. No sé si la caravana les pertenece también, pero tampoco-
―Ah ¡Susan, eres tú! ¿Cómo estás? ―Saludó Goofy alegremente. ―Llegamos un poco antes. Lo siento por eso. ― Se disculpó, frotándose la nuca con incomodidad.
La chica observó al pelinegro por un momento, sorprendida, antes de que el reconocimiento se reflejara en su rostro.
―Ah, no, no, no, no, no. ―Chilló la chica aceleradamente. ―Mi error, mi error. Lo lamento por esto. Pensé que… bueno, no importa. ―Balbuceó ella, dejando de intentar parecer amenazante y luciendo incómoda en su lugar.
―A-hyuck, no te preocupes por eso. Es nuestra culpa por llegar antes de lo acordado.
―Así es. ―Concordó Donald cruzándose de brazos. ―Aunque parece que también llegó algo temprano señorita Merryweather.
―Oh por favor, llámame Susan. En realidad, vine antes porque estoy mostrando esa casa ahora, ―Explicó, señalando hacia una gran casa con tonos azules junto al lote en el cual se encontraban. ―pero una vez que termine vendré inmediatamente a atenderlos a usted y a su esposo, señor Goof.
― ¿Esposo? ―Preguntaron Donald y Max con desconcierto.
Este último, quien siendo el niño curioso que era había seguido a los dos adultos, corrió frente a Goofy rápidamente y le preguntó con rostro consternado: ― ¿Te vas a casar con tío Donald, papá?
―No, hijo, no. ―Se apresuró a responder el pelinegro y, alternando su mirada entre su hijo y Susan, dijo: ―Donald es mi mejor amigo, o bueno, uno de ellos, no vamos a casarnos. ―Le aseguró al niño antes de mirar a Susan con incomodidad.
Ninguno le prestó demasiada atención a Donald, quien estaba teniendo problemas para contener su risa en aquel momento, sin preocuparse por las gotas aleatorias que lo rosaban de vez en cuando.
―Oh... ―Murmuró la chica, asimilando la situación poco a poco y sonrojándose, avergonzada. ―Yo, eh. Lo siento de nuevo. Cuando el señor Goof dijo que viviría aquí con un amigo yo solo asumí… Ay, no. Lo siento tanto. Pensé que era la forma de decirlo sin decirlo. Ah, yo…
―Bueno, no te preocupes por eso. ―Rio el peliblanco con ligereza. ―En realidad, yo si estoy saliendo con dos chicos, si eso ayuda en algo. Pero Goofy aquí está soltero y le gustan las chicas.
―Ah, haha… ¿De verdad? ―Preguntó la chica sonrojándose nuevamente.
―De hecho. ―Respondió el pelinegro desviando la mirada ligeramente.
―Así que ya saben, si deciden salir puedo ofrecerme como niñera.
― ¡Donald!
―Bueno, Susan. ―Continuó el pato, ignorando a su amigo. ―Avísenos cuando pueda atendernos. Nos quedaremos aquí si no es molestia.
―Oh, no, no, no, no, no. ―Se apresuró a decir la pelirroja ansiosa por alejarse de allí en busca de que la tierra se la tragara. ―Prácticamente son los dueños y no están destruyendo nada, así que no se preocupen. ―Argumentó retrocediendo lentamente. ―Entonces, si me disculpan.
Pero antes de que la chica pudiera alejarse lo suficiente, una pareja salió gritando de la casa a la cual Susan se dirigía.
― ¿Pero qué? ¡Esperen! ―Exclamó ella, comenzando a correr en dirección a la pareja. Aunque decidió detenerse una vez que ellos se metieron en su auto y se alejaron a toda velocidad.
―Vaya, eso fue raro. ―Comentó Donald cuando Susan volvió a estar lo suficientemente cerca.
―No tanto. ―Murmuró con desgana la chica. ―Estos ya fueron los octavos compradores que reaccionaron así. ―Reveló antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo. ―Oh, yo… Quiero decir…
― ¿Ocurre algo malo con la casa? ―Preguntó Goofy algo confundido.
―Oh, no, no, no, no, no, nada de eso. ―Se apresuró nuevamente la pelirroja. ―Yo en realidad no sé qué es lo que los asusta tanto… Por más que reviso simplemente no puedo encontrar nada extraño ¡Es una casa maravillosa! Y está a un precio realmente bueno. Si no fuera a mudarme pronto de la zona yo misma la compraría.
―Suena misterioso ¿No lo crees, Goof? ―Dijo con picardía el peliblanco.
―Ya lo creo, Duck. ―Respondió el aludido con tono juguetón.
―Bueno, ―Continuó la chica saliendo de sus divagaciones sin haberles prestado atención al par en realidad. ―supongo que me he desocupado antes de lo previsto. ―Tarareó con optimismo forzado ―Lo mejor será que vaya a por los papeles del lote ¡Vuelvo enseguida!
Pero antes de que Susan pudiera alejarse demasiado del bote, Max, quien se encontraba admirando con asombro la casa azul frente a ellos, preguntó: ―¿Esa es la casa en la que vamos a vivir ahora?
―Lo siento Max, en realidad-
― ¡Oigan! ―Chilló Susan, animándose repentinamente y entrando en modo vendedora. ― ¿No les gustaría verla? Ya estamos todos aquí y quien sabe, esta podría ser la casa de sus sueños. Podría ser algo grande para ustedes tres, pero quizá más adelante-
―En realidad tengo tres niños tomando la siesta justo ahora. ―Mencionó Donald.
―Y están tus novios también. ―Añadió Goofy, recibiendo un asentimiento por parte del peliblanco.
― ¡Oh! ¿Lo ven? ―Continuó la chica, emocionada. ―Esta podría ser la casa para ustedes.
La joven ardilla se alegró enormemente ante la posibilidad de vender aquella extrañamente difícil casa y no planeaba rendirse fácilmente, incluso si aquello ponía en riesgo la venta del terreno.
Donald por su parte no estaba seguro de que fuera la casa para ellos y se lo hizo saber a la emocionada chica, siendo lo más suave que pudo con ella, explicándole que posiblemente no tuvieran el dinero necesario para comprar una casa tan grande.
Pero la pelirroja no se desanimó y dijo: ―¡Oh, pero es realmente barato! De verdad. Solo tres mil dólares más que el terreno que planean comprar.
― ¿Qué? ¿En serio? ―Dijeron Goofy y Donald a la vez.
Goofy parecía ilusionado: ¡Que afortunados eran por recibir semejante oportunidad!
Donald en cambio se sentía escéptico: ¿Qué ocultaba aquella casa para no venderse aun siendo tan barata?
Max por su parte se encontraba entre ambos: Acababan de ver salir a dos adultos el doble de altos que él, corriendo de la casa. Eso no podía ser bueno ¡Pero era una casa enorme! Seguro tendría miles de cosas geniales que ver. Si la compraban seria lo máximo.
Susan decidió continuar con su propuesta intentando no desanimarse por la expresión dudosa de Donald.
Si él estaba dudando quería decir que aún no había descartado la idea completamente ¡Todavía podía estar de acuerdo con comprar la casa!
― ¡Es en serio! Incluso… ―Ella dudó un momento, indecisa sobre si era el momento de decirlo o no, pero finalmente decidió continuar. ―Bueno, sí. Se los diré porque estoy algo apurada con esto… Quiero decir, oh… Dime que no acabo de decir eso en voz alta.
―Fingiremos que no ocurrió si te hace sentir mejor. ―Concedió Donald, intentando que la conversación avanzara.
―Oh, gracias… Mmm… Bueno. La verdad es que el vendedor de la casa y el terreno son el mismo. Él dijo que si alguien quería ambos podríamos llegar a un precio. Entonces ¿Qué dicen?
―Ok, ok. Esto está resultando realmente extraño. ―Declaró el peliblanco cruzándose de brazos y dirigiéndole a la chica una mirada poco impresionada. ―¿Cuál es el truco?
―Vamos Donald, ella no parece tener malas intenciones. No pienses lo peor de todo el mundo. ―Lo reprendió Goofy.
―Eres demasiado suave. ―Se quejó de vuelta el pato.
―¿Acaso tienes miedo de una casa? ―Se burló el pelinegro gesticulando hacia la propiedad.
― ¡Nada me da miedo!
―Entonces, no nos matará ir a verla.
―Después de ver a esas personas correr, me gustaría diferir.
―Entonces tienes miedo.
― ¡Que no!
―Bien, bien, entonces no habrá problema con ir a ver la casa ¿No es así? ―Continuó Goofy con voz calmada y una sonrisa de suficiencia, tal cual como cuando llegaba a un acuerdo sobre las comidas de la semana con su hijo.
Max por su parte observaba la conversación, maravillado.
¡Hacia tanto tiempo que no veía a su padre divertirse así!
¿Si quiera lo había visto así en primer lugar?
Había recuerdos. Recuerdos difusos.
Probablemente del tiempo anterior a que su madre falleciera.
Una gota de lluvia cayó sobre su nariz, distrayéndolo de aquello justo antes de escuchar la palabra “arañas”.
― -demasiadas arañas o algo así. Es una casa antigua.
― ¿Arañas? ―Indagó Max, nervioso.
―Oh, no temas Maxy. No te pasará nada. Ya verás.
―Entonces ¿Qué dicen? ―Presionó Susan, menos animada que antes.
―Bueno… ― Comenzó el peliblanco.
Goofy y Max miraron a Donald con ojos brillantes, presionándolo por una respuesta positiva.
―Un recorrido podría estar bien, supongo. ―Declaró el pato.
― ¡Si! ―Exclamó la pelirroja, agitando su puño en el aire antes de notar que seguía frente a sus clientes. ―…Digo… Eso es maravilloso señor Donald.
―Solo llamame Donald.
―Muy bien. ―Acordó la chica antes de girarse en dirección a la casa. ―Entonces pueden seguirme-
―Hey, espera. No tan rápido. ―La detuvo el pato. ―Puedes abordar y ponerte cómoda si quieres. Tengo que ir a despertar a los trillizos de su siesta y servirles el almuerzo antes de ir a ningún lado.
―Oh, sí. Cierto. Tus trillizos. ―Murmuró Susan mientras el peliblanco se apresuraba hacia la habitación de los niños.
―Podrías venir y hablarnos sobre la casa mientras los niños comen. ―Propuso Goofy.
―Si, sí. Eso sería genial. ―Estuvo de acuerdo la chica.
Pero, justo antes de que comenzara a abordar el bote, su estómago rugió.
Fuerte.
―Oh… yo, mmm…
―Va~ya. Fue como si hubiera un león en su estómago. ―Alabó Max, impresionado, sin advertir ni por un segundo que aquel comentario había aumentado notablemente la vergüenza de la pelirroja.
―Max, no seas descortés. ―Susurró Goofy entre dientes.
― ¿Por qué susurras papá?
―Eh, yo… quizá, yo mejor-
―No te preocupes por nada, Susan. ―Tranquilizó el pelinegro. ―Es nuestra culpa por molestarte durante la hora del almuerzo. No tienes que avergonzarte.
Pero a pesar de aquellas dulces palabras ¿Cómo podría no avergonzarse Susan?
¡Su estómago había tronado tan poco profesionalmente!
Se cubrió el rostro con las manos, deseando de pronto que toda la situación se tratara solo de un mal sueño y nada más.
Sintiendo pena por el estado de ánimo de la chica, Goofy se preguntó cómo podía animarla y, afortunadamente, la respuesta llegó a él de inmediato: Comida.
―¡Lo tengo! ―Exclamó alegremente.
― ¿El que? ―Gimió la pelirroja a través de sus manos justo antes de que el pelinegro se acercara a ella y la guiara hacia el interior del bote.
―Vamos, vamos. Tu solo hablanos sobre la casa y mientras yo te prepararé el mejor sándwich estilo Goof de la historia.
Susan sonrió ante el amable gesto.
―Gracias, pero eso no es necesario. ―Susurró la chica.
―No es ninguna molestia, de verdad.―Le aseguró Goofy.
Y aunque la vendedora planeaba negarse nuevamente, fue interrumpida por Max, quien tomo su mano y exclamó: ― ¡Los sándwiches de mi papá son los mejores del mundo! ¡Le van a encantar! ―Mientras la arrastraba hacia el comedor.
Goofy se quedó en la cubierta por un momento, sonriendo con orgullo ante las palabras de su hijo.
―Es un chico maravilloso, Bee. ―Susurro melancólicamente dirigiendo su vista hacia el cielo. ―Tan dulce como tu… Espero que puedas verlo desde allá en donde estes, cariño.
En aquel momento, una brisa dulce y juguetona se levantó repentinamente y rodeó a Goofy, llenando su cabello de bonitos y fragantes pétalos amarillos.
Y así como la brisa vino, se fue, dejando a Goofy Goof con un mensaje solo para él.
Un mensaje que atesoraría de por vida.
Un mensaje que iluminó su corazón.
Un mensaje que se desvaneció en el aire.
Como un susurro.
Con una última gota.
Entonces, el cielo se despejó.