Chapter Text
Capítulo 1: El chico ingles
Siempre que se proponía acostarse temprano y dormir por lo menos seis horas de corrido, terminaba derribado en su amplio escritorio blanco con una mejilla apoyada en un plano inconcluso o un libro abierto de par en par. Louis Tomlinson estaba sufriendo las consecuencias del descuido de sus estudios en su carrera de Arquitectura y ahora debía ponerse al día con varios asuntos pendientes. El joven de veinticinco años había pasado la noche estudiando a merced de golpes de café negro y una decena de cigarrillos que en ese minuto yacían apachurrados dentro del cenicero. Estaba por graduarse de la prestigiosa universidad de Columbia y sólo saber que estaba en la cuerda floja le quitaba tanto el sueño como el apetito. Cada vez que se miraba al espejo se notaba un poco más delgado. Su piel estaba más cetrina y círculos oscuros rodeaban sus ojos. La última vez que se había visto así fue poco después de la muerte de sus padres. Tan sólo recordarlo le estremecía los huesos.
Louis era un chico prometedor. Tenía gran habilidad para conseguir el preciado título de Arquitecto pero sus descuidos y poca seriedad a la hora de estudiar, le pasaban la cuenta a menudo. Muchos de sus maestros veían gran talento en él, sin embargo al no poner de su parte, complicaba importantes calificaciones haciendo difícil sus últimos dos semestres. El muchacho de cabello castaño y profundos ojos azules, vivía solo en un apartamento de W 71st St en su ciudad natal de Nueva York. Se había dado el lujo de comprarlo gracias a la herencia de sus padres y la ayuda de su tío, en quien se apoyó durante los diez años desde el accidente que lo dejó huérfano. No obstante, Louis se mostró fuerte todo el tiempo o por lo menos eso trataba de proyectar a los demás. Su mejor amigo Liam Payne, sabía que era un tema complicado de tratar, por eso nunca le preguntaba nada sobre lo sucedido. Aquel joven estudiante de Administración y encantadora mirada de cachorro, lo había conocido en el campus de la universidad. Compartieron un seminario en donde los alumnos de ambas carreras asistieron en conjunto como materia electiva de primer año. Desde entonces eran inseparables.
La débil luz de esa mañana se colaba por entre el cortinaje en la ventana que daba a la calle. El rayo sutil dio de lleno en los párpados cerrados de Louis llevándolo a salir del ensueño lentamente. La sombra del liquidámbar en las afueras, formaba figuras sobre su cuerpo gracias al viento que corría tranquilo. Su perro, un labrador dorado de mucha energía, lo despertó de un sólo ladrido. El chico frunció el ceño y se incorporó de la mesa despacio. El dibujo que reposaba frente a él se quedó pegado en su pómulo retirándoselo con desgano.
—Silencio, Max, me duele la cabeza — rezongó. Allí estaba, solo en la habitación y con miles de proyectos a medio terminar desperdigados por doquier. Un verdadero desastre. Aún con la somnolencia viva en sus ojos agotados, Louis miró el reloj despertador en su mesita de noche. Marcaban las siete con treinta minutos y supo de inmediato que llegaría tarde a clase, y no cualquier clase. Se trataba de una de las materias que más detestaba, sobre todo al ser impartida por un odioso profesor sin sentido del humor. Mierda, maldijo mientras se metía a la ducha casi vestido.
Entre la batalla diaria de taxis y tráfico, el tiempo siempre se comportaba de manera desconsiderada con quien estuviera retrasado. El joven llegó a duras penas al salón sintiendo los ojos negros del facultativo como dos lanzas de hierro caliente sobre la piel. Tomó asiento sin querer provocar ni el más mínimo ruido que alterara el transcurso de la clase. Estudio de Diseño Urbano Avanzado era la materia más comprometida que Louis tenía. Sabía que la había descuidado al punto de necesitar casi un milagro para salvarla y poder graduarse. Recién había comenzado el semestre y ya tenía dos calificaciones por debajo de lo aceptable. Ni siquiera quiso mirar la nota de la que el profesor estaba repartiendo en esos precisos momentos.
—Inaceptable, Tomlinson — le dijo dejándole el examen sobre el pupitre. Louis dejó caer los hombros —Dos más como éste y puedes despedirte del título.
—Lo sé, señor Cowell — contestó el chico, acomodándose el flequillo con una mano — Mejoraré, se lo prometo.
— Eso no me importa — rebatió acercándose más a él— He tratado con chicos como tú toda mi vida.
Desperdician miles de oportunidades por creerse mejores y ahora que están en aprietos, se muestran humildes. Espero que repruebes… sólo así le tomarás importancia a la carrera.
Louis sabía que tenía razón pero no quiso cambiar la expresión de su rostro para que él lo supiera. Le sostuvo la mirada con la misma tozudez que lo destacaba y el profesor continuó entregando las calificaciones al resto del alumnado sin agregar nada más. La mañana pasó tormentosa. El aspirante a arquitecto no podía pensar en otra cosa que en subir sus calificaciones a como dé lugar. Miró el examen en su mano y lo arrugó formando una pequeña pelota de papel. Tanto desvelarse por nada. “Mentira”, le dijo una voz muy parecida a la suya en su cabeza, “Esos días antes de rendir preferiste rendirte pensando en Eduardo Miller cada noche en vez de estudiar”… sí, no podía negar que había sido descuidado.
Al mediodía de ese martes insoportable, un seminario estaba por dar inicio en el gran salón de la universidad. Un arquitecto inglés muy reconocido llamado James Corden daría una charla sobre infraestructuras y proyectos urbanos que a Louis personalmente le interesaban a sobremanera. Miró la hora en su reloj de pulsera, apagó su cigarrillo y se fue al anfiteatro minutos antes de que comenzara. Caminó a lo largo de varios pasillos sin mucho apuro, giró en una esquina y una enorme fila de estudiantes esperando entrar lo hizo sumirse en el más profundo de los fastidios. Ese arquitecto invitado sí que tenía popularidad entre sus pares y sintió envidia. Después de varios minutos de tediosa espera, el alumnado ingresó en una lenta procesión. Louis tomó asiento en una butaca que daba al pasillo sacando de su mochila uno de los libros de aquel orador. Un texto que era la Biblia de muchos de sus compañeros.
— Bienvenidos a Planificación Urbana — saludó el arquitecto, de pie en el púlpito con una proyección de imágenes a sus espaldas. —Mi nombre es James Corden y damos comienzo con este primer seminario del semestre.
La charla inició bajo el silencio religioso de todos los presentes. Louis, a pesar de su enorme interés, no podía mantener los ojos abiertos. El dormir tan intermitentemente durante semanas le estaba pesando en los párpados e intentó en todas las posiciones no quedarse dormido. Escuchaba las palabras pero no entendía de qué estaba hablando. Miraba la proyección de imágenes pero el cansancio le nublaba la vista. Cabeceó un par de veces escuchando las risas de sus compañeros cerca de él.
Parecía un muerto en vida. Cuando creyó que debería salir del salón para no quedar en ridículo, la estrepitosa llegada de alguien al salón abovedado llamó la atención de todos. La audiencia completa se volteó hacia la puerta de entrada para ver a un muchacho recogiendo el montón de libros y planos enrollados que cayeron desde sus brazos al suelo. Louis lo miró, notando el rubor excesivo en sus mejillas. Sonrió con burla. Luego de esa interrupción, el recién llegado caminó rápidamente para tomar ubicación en una butaca vacía al otro lado del pasillo, como si quisiera que la tierra se lo tragara en ese preciso momento. James, quien había detenido sus palabras, lo miró con cariño y lo saludó con un gesto de la cabeza. Por otra parte, Louis lo observaba desconociéndolo por completo. Jamás lo había visto por el campus. Tenía una melena castaña y rizada, nariz bonita y por lo que pudo distinguir, ojos verdes. Una gruesa bufanda de color gris le rodeaba el cuello y al parecer era un lector voraz. Su maletín ya mostraba estar cargadísimo de textos, sin mencionar los que llevaba en los brazos.
— Y para conocer más sobre este tema, es un placer presentarles desde Londres a uno de mis ex alumnos más talentosos: Harry Styles, para respuesta de Louis, el chico recién llegado se puso de pie y caminó hasta el podio para saludar al orador y ocupar su lugar.
—Buenas tardes— saludó con voz más grave de lo que Louis imagino y se puso inmediatamente en materia.
A pesar de lo atractiva que era la presencia de Harry para Louis, el joven escuchó unos breves minutos hasta que el letargo volvió a invadirlo. Poco a poco la visión se le fue borrando hasta que se durmió unos instantes. Estaba tan condenadamente cansado que feliz se dejaba caer en su cama toda la tarde. Perdió la consciencia unos minutos, abandonado al sueño insistente cuando un codazo en su costilla lo despertó de golpe. Comprendió que todos lo miraban con la risa prendida de sus labios. No obstante, al mirar hacia el frente, James y el chico llamado Harry tenían una mirada iracunda y ofendida que daban miedo. ¿Había roncado?… Louis se disculpó optando por abandonar el salón sintiendo la mirada de todos como alfileres tras la nuca. Necesitaba un café y el más fuerte que pudiera beber. Al salir de la universidad, caminó hacia Amsterdam Avenue, donde había un Coffehouse que frecuentaba con regularidad.
Allí siempre lo asaltaba el aroma del café de grano y la cerveza al entrar. Era un lugar tranquilo y delicioso. Se acercó a la barra y la prima de su tío y propietaria del local, Ana Cristal le reconoció desde lejos su fatigado semblante. Sin mucha introducción, le sirvió una taza de café negro que el muchacho agradeció tras un largo sorbo. Cristal sabía muy bien que su agotamiento se debía a sus estudios hasta altas horas de la madrugada. Louis tenía que aprender a organizar su tiempo o de lo contrario su carrera se iría al bote de la basura.
“Si va a desvelarse por el idiota de Erik, tendrá que establecer un nuevo horario de estudio” pensó Cristal mientras secaba algunos vasos.
—Así que te quedaste dormido en un seminario importante…— le replicó. El aludido asintió recordando la mirada de reproche de aquel chico de ojos verdes. Sólo esperaba jamás encontrárselo por los pasillos. Afortunadamente era extranjero. De seguro volvería a su país después de la charla.
—Sí, pero tampoco es para tanto, ya estaba terminando.
— Claro, eso lo hace menos terrible ¿verdad?— ironizó ella quitándole la taza ya vacía para lavarla.
Los nervios siempre le jugaban en contra. Sus manos temblaban, la boca se le había secado y no recordaba para qué llevaba tantos libros de diversos autores y materias. Era un caso perdido. Harry, desde que tenía memoria, siempre había sido un estudiante modelo y algo obsesivo. Había sido el mejor en sus clases y se desafiaba a sí mismo de las maneras más exhaustivas posibles. Por eso mismo, luego de casi cuatro años como alumno de la conocida Universidad de Cambridge, el Departamento de Arquitectura abrió la posibilidad de beneficiosas becas en universidades americanas para finalizar sus estudios. Harry al enterarse no lo pensó dos veces. Necesitaba de nuevos desafíos, nuevas experiencias, conocer nuevas personas. No lo quería admitir, pero una de sus grandes razones además de la experiencia, era la apremiante necesidad de poner distancia entre él y su novio.
Después de un año de relación, el hostigamiento y las diferencias estaban siendo el asesino impune del amor que alguna vez sintió por él. Necesitaba espacio, tiempo para pensar. Por lo tanto, esta oportunidad se le presentó como un premio caído del cielo y mucho más tentador cuando uno de sus más exitosos profesores, James Corden, le aconsejó que no lo dudara ni por un segundo. Así, el joven optó por postular a una beca en la Universidad de Columbia, atravesar el océano hacia el oeste y arribar en la increíble ciudad de Nueva York.
— ¿Piensas irte así como así?— le había preguntado su novio a poco de abordar el avión. Harry no quiso mirarlo a los ojos.
—Es mejor tomarnos un descanso— el muchacho bufó su desacuerdo. Para David la relación iba viento en popa. Existían claras incompatibilidades entre ellos, como toda pareja que se conociera, pero Harry ya estaba harto de eso, necesitaba un compañero a su lado no un enemigo. Era un abismo que se estaba abriendo desde hacía tiempo y ya no podían ignorarlo. El último llamado por los altavoces alertó a Harry. Se despidió de David con un insípido beso en los labios y se perdió por el andén rumbo al avión.
Harry no quiso dar alas a su mente y someterse a sus pensamientos. Lo único que conseguiría sería dudar de sus decisiones incluso de su propia persona, por tanto extrajo de su mochila una novela para ir leyendo durante el vuelo. “Banderas sobre el polvo” fue su elección desde la antigua librería que frecuentaba cerca de la universidad. Extrañaría ese lugar privado, donde cada texto adquirido era celebrado por el vendedor, un intelectual innato y buen hombre. Él se lo había recomendado.“Veamos si William Faulkner puede distraerme”, se dijo respirando hondo y abrió sus páginas para internarse en los días de la Primera Guerra Mundial como un viajero del tiempo. Para su fortuna, las imágenes que Faulkner plasmó en su cabeza le ayudaron a sentir el viaje mucho más corto. Cuando despegó la vista de las letras hacia la ventanilla ya veía tierra americana en todo su esplendor y sonrió.
El dinero de la beca financió la colegiatura y su estadía en Estados Unidos. El joven alquiló un apartamento en una de las calles oestes de la ciudad, viendo que tenía todo lo necesario. Era un lugar acogedor y espacioso. Consistía de la sala, dos cuartos amplios y un baño. La cocina americana estaba adoquinada de cerámicas en tonos suaves y unos muebles que a pesar de su sencillez resaltaban modernidad. Fuera de la ventana principal que daba a la calle, había una escalera de incendio que Harry anotó como el toque neoyorquino inconfundible. Su ojo de futuro arquitecto se fijó en cada uno de esos detalles. Luego de instalarse, su ex profesor le llamó para pedirle un favor: exponer sus innovadoras ideas en su seminario de Planificación Urbana como invitado especial. Harry era el mejor en el tema y quería sacar a relucir su talento frente a sus futuros compañeros de clase. Aunque dudó unos instantes, luego de la vehemente insistencia del arquitecto, aceptó.
—Excelente— celebró Corden al otro lado del teléfono —Eso sí, deberás dormir bien esta noche porque necesito que estés descansado para mañana.
— ¿El seminario es mañana?—se escandalizó Harry—Pero no tengo nada preparado…
—Deja que fluya la magia— y con ese comentario desenfadado, el arquitecto dio por finalizada la charla.
Harry le agradecía su excesiva confianza frente a sus capacidades. Esperaba no decepcionarlo, después de todo había viajado hasta tierras norteamericanas debido a su consejo, a su impecable enseñanza como profesor en Cambridge. Tenía que demostrar de qué estaba hecho. Por esto mismo, el nerviosismo al llegar al salón lo llevó a dejar caer torpemente sus libros al entrar por la puerta principal. Se maldijo en voz baja mientras recogía los textos sintiendo las miradas como un alud de rocas sobre la cabeza. Una vez sentado en una de las butacas del auditorio, esperó el momento en que James lo llamaría para subir a escena. Sus manos sudaban. No podía creer que hubiese aceptado. No obstante, se sorprendió así mismo al darse cuenta que no era tan terrible estar en un podio explicando temas que manejaba al derecho y al revés.
Se mostraba seguro, mentalizado en proyectar su amor por la carrera a aquellos que al igual que él buscaban abrirse paso en el negocio. Todo iba bien, todo estaba bajo control, sus manos habían dejado de sudar y temblar, su voz sonaba justo como quería: fuerte y firme, manejaba los tiempos y veía la mirada orgullosa de James por el rabillo del ojo. Sin embargo, el ronquido incongruente de un tipo a la mitad de su presentación distrajo la atención de todos. Risas e incomodidad llenaron el salón. La luz se encendió y un chico de revuelto cabello castaño dormitaba con el mentón pegado al pecho. Alguien sentado a su lado tuvo la idea acertada de despertarlo de un codazo. Al verse descubierto, el joven abandonó el lugar casi a tropezones notoriamente avergonzado. A Harry aquello no le importó. Podía sentir cómo la furia le rompía los bazos sanguíneos. ¿Quién era ese mal educado? ¿Acaso los americanos no tenían respeto por nada? Lo ignoró, esperó unos segundos y retomó la palabra dejando al cuerpo estudiantil asombrado ante su talento innato por la Arquitectura. Los aplausos no se hicieron esperar, mucho menos el reconocimiento por parte de varias personas al terminar, incluyendo el Jefe del Departamento, Irving Azoff
—Espero que no se haya ofendido por ese pequeño incidente, Styles — se excusó el facultativo, amablemente — Ese chico Tomlinson ha tenido ciertos problemas de comportamiento en este último tiempo. Ruego lo disculpes.
—No hay cuidado, señor— respondió Harry, aprendiéndose ese apellido de memoria sin quererlo. Aquel agravio había dejado pululando una sensación de rabia en el interior de su estómago. Nadie nunca había sido así de desconsiderado con él, mucho menos cuando se trataba de una materia importante. Él era el mejor, y había llegado para demostrarlo.
Louis había llegado atrasado a la clase del profesor Cowell nuevamente, debido a una temprana llamada telefónica. Su preciada motocicleta por fin estaba lista y eso lo llevó a brincar de su cama como niño en mañana de navidad. Hacía días que estaba en ajustes mecánicos en el taller de su tío, por tanto, estaba ansioso por montarla de nuevo y recorrer las calles de Nueva York como antes. Ya estaba harto de tener que enfrentar el tráfico matutino arriba de un taxi o en el subterráneo, rengueando a la velocidad de una anciana en su auto destartalado. Quería sentir el viento contra su rostro, el vértigo en su estómago y por sobre todo, volver a las carreras nocturnas en las cuales competía con varios motociclistas de la ciudad.
Aquellos encuentros eran liberadores. Podía dejar todo atrás con sólo accionar la velocidad en un movimiento de su muñeca. Había ganado muchos retos y bastante dinero en las apuestas. El único lugar en donde Louis se sentía un ganador, además de estar frente a su mesa de dibujo, era en una calle desierta y con el motor de cuatro cilindros de su Yamaha FJR 1300 AS rugiendo entre sus piernas. No había para él nada mejor que ese momento. Salió del apartamento apresurado, corriendo entre los autos hasta el taller. Su tío lo esperaba fumando tranquilamente en el pórtico.
— ¿Ya está lista, Roger?— le preguntó al hombre, sin siquiera saludarlo antes.
—Me debes doscientos dólares— fue todo lo que le dijo con una sonrisa burlona en los labios.
Roger Poulston era un hombre de muchas historias y gran personalidad. Tenía el atractivo de un hombre misterioso, cabello ligeramente ondulado y barba rebelde. Sus ojos grises proyectaban una seguridad en sí mismo admirable como también infinita bondad. Era el primo favorito de la madre de Louis por ende, fue escogido para hacerse cargo de Louis en el peor de los casos. Antes de la muerte de su prima y su esposo, Roger nunca se había visto a sí mismo como una figura paterna, no tenía la experiencia ni la dedicación; pero en ese entonces su sobrino tenía sólo 15 años de edad, tuvo que madurar a la fuerza para ser un digno tutor o de lo contrario sería un niño cuidando de otro. Durante años administraba su propio negocio, un taller mecánico donde pasaba gran parte del día arreglando motos o en el interior del Coffehouse de su prima Cristal. Era un fanático declarado del café negro que ella preparaba y de la música en vivo los viernes por la noche. Tenía una excelente relación con Louis. No podía quejarse de ello. Luego de pasar diez años como una familia, había aprendido a conocerlo mejor que nadie y traspasó el inmenso cariño que sentía por Johannah hacia Louis. Veía mucho de ella en el muchacho.
Después de platicar unos minutos, Louis descubrió su motocicleta desde la lona gruesa que la cubría y la montó para salir chirriando las llantas contra el asfalto. Le hacía falta despejar su mente con la velocidad de un rayo. Comprendió que estaba retrasado y apuntó hacia la universidad como una flecha imparable. Estuvo en las afueras del edificio en menos de cinco minutos. Como bien lo suponía, Cowell lo esperaba con sus pupilas agudas de la rabia. Sabía muy bien lo que ese profesor pensaba de él y ya era tarde para remediarlo, por lo tanto se ahorró excusas sentándose en su pupitre al final del salón. Estaban a la mitad de una presentación, donde varios ejemplos de diseño urbano se dibujaban contra la pantalla. Louis tomó atención escribiendo algunos apuntes.
— ¿Cuáles aspectos tiene considerados el diseño urbano? — preguntó el profesor. Una mano se alzo por sobre las demás de manera veloz y notoria.
— Considera varios aspectos importantes… — dijo una voz grave y de marcado acento británico. Louis la reconoció de inmediato. Dirigió su mirada hacia el origen un par de filas más adelante. Allí estaba el chico ingles que habló en el seminario, sentado en su clase más odiada. Louis rió para sus adentros a causa de la ironía y su mala suerte. El joven continuó— Entre ellos, la estructura urbana, que señala cómo las partes de un lugar se interrelacionan unas con otras; la accesibilidad para moverse idealmente entre los espacios concebidos; la tipología, densidad y sustentabilidad urbana…
—No olvides el lenguaje visual… —intervino Louis como una voz solitaria. Toda la clase se volteó para mirarlo, incluso Harry Styles, quien quedó con su respuesta a mitad de la garganta. Al verlo, lo reconoció al instante como el insolente americano que se había dormido en la charla. Frunció el ceño, ofendido —Debemos tener en cuenta el complejo de elementos visuales y su grado de significatividad, ¿no te parece? La apariencia de una cosa y su relevancia con el entorno es un punto muy delicado como para dejarlo pasar
—Si me vas a hablar de Icono lingüística, creo que estás perdiendo tu tiempo— le rebatió el chico de rizos con los ojos encendidos de debate. Louis alzó las cejas al escucharlo tan seguro— Conozco muy bien ese concepto llamado también lenguaje icónico. Si quieres hablar de sus diferentes perspectivas científicas, te sugiero que te inclines por el marco de las Ciencias Sociales, porque en esta conversación nada tiene que ver — todos los estudiantes profirieron un sonido acucioso de burla. Louis adivinó la sonrisa desagradable en Cowell al ver que alguien se atrevía a contradecirlo. Guardó silencio al no tener argumentos sólidos para replicarle.
— Le presento a Harry Styles, señor Tomlinson — dijo el profesor con un tono de irritante desafío — Nuestro nuevo alumno becado desde la universidad de Cambridge. Le sugiero que en mi clase no le conviene llegar tarde ni quedarse dormido.
¿Quién lo había mandado a meter sus narices donde no lo llamaban?, ¿Por qué esa estúpida necesidad de demostrar conocimiento ante un sabelotodo insufrible?… debió quedarse callado sentado al final de los pupitres como siempre lo había hecho. Nunca había participado en esa clase y justo ante el consentido del mejor arquitecto de Europa se le ocurrió abrir la boca. Enfurecido consigo mismo, Louis se subió a su motocicleta para acto seguido calzarse el casco sobre la cabeza al terminar la clase. Aún tenía el acento de ese chico resonando en sus tímpanos y apretó los dientes de la impotencia. Era inteligente, demasiado para su gusto. Tuvo la ilusa idea de mostrarle que no era un pelmazo ignorante, que el hecho de haberse dormido en el seminario en nada reflejaba su talento para la Arquitectura, pero había sido un tiro por la culata hablando sobre un tema que debió manejar mucho mejor.
Condujo a lo largo de la avenida Broadway pensando en que sería el peor año de su carrera. Ya resultaba indignante que sus notas bajaran a causa de sus descuidos e insomnios, ahora un extranjero había llegado para ponerlo doblemente en ridículo. ¿Qué diría el rector Johnson si supiera que estaba al límite de reprobar? Aquel anciano de ojos azules confiaba en él con un ahínco sorprendente. No sabía qué había hecho para obtener tal honor de su parte. Ni siquiera quiso darse crédito. Luego de recorrer algunas cuadras, Louis detuvo su motocicleta en un paso de peatones en la esquina que daba a su calle. Descuidado, el chico miró hacia el interior del Café 21 en donde a través de la ventana del local, reconoció a Eduardo Miller comiendo con el pedante de su novio Henri Jackson. Aquello terminó por inyectarle cianuro en las venas. Recordó la única vez que había salido con él un año atrás. Era uno de los chicos más populares de la universidad.
Tenía ojos almendrados gracias a sus raíces latinas y su sonrisa clara, espontánea. Habían caminado por los hermosos paisajes de Central Park hasta que una inesperada lluvia de primavera los asaltó. Se refugiaron bajo un puente y esperaron hasta que amainara. Fue allí donde se besaron. Aún recordar que sólo fue eso le amargaba el aire en sus pulmones.
Su perro lo recibió con una ovación que no veía en nadie más. Comenzaba a creer que era el único que se alegraba de verlo. Le acarició su cabeza amarilla y se preparó algo de comer. Echó un vistazo a su mesa de dibujo frente a la angosta ventana sentándose frente a sus bosquejos para repasar todo lo que había creado. Tenía varios proyectos a medio camino. En su laptop almacenaba diversos archivos de planos y visualizaciones de inmuebles en tercera dimensión. Todo un recopilatorio a lo largo de cuatro años. Tenía que empeñarse en mejorar o lamentaría el día en que se dejó vencer por la desmotivación. Cuando tomó el bolígrafo para trazar algunas líneas esperando la inspiración, alzó la vista un segundo hacia el edificio de enfrente. Una figura familiar entraba por la puerta cargada de libros y planos enrollados. Louis lo distinguió sin problemas. Harry Styles, el becado de Cambridge, entraba a los apartamentos cruzando la calle llevándolo a fruncir el ceño. No pasó ni un minuto para que lo viera de nuevo a través de la ventana amplia del tercer piso, a la misma altura que él. Bajo cierta curiosidad, el joven dejó a un lado la lapicera para observar mejor, descorrió un poco su cortina reparando en que Harry estaba en labores de aseo y orden del lugar. Por lo visto, tenía nuevo vecino.
Luego de un rato, donde Louis decidió concentrarse en lo que estaba haciendo, Harry salió por la ventana para sentarse en la escalera de incendio y leer un libro. Louis volvió a posar su atención en él agudizando la vista para poder ver qué estaba leyendo. Reconoció la portada: “Banderas sobre el polvo”. Le extrañó su particular gusto. Una rara curiosidad por él lo sacudió de golpe, fue imprevisto, incluso molesto. Se obligó a bajar la mirada al bosquejo que estaba dibujando, no quería distraerse. Tomó algunas medidas, deslizó su bolígrafo sobre el papel, esbozó unas líneas, pero no pudo evitar mirar a su vecino otra vez. Notó que su cabello que era bastante largo le caía descuidadamente por los hombros en una melena espesa, rebelde, incluso atrayente. Sus manos eran grandes, de dedos largos y delgados, manos propias de un artista. De pronto, Harry fue sobresaltado por algún sonido sorpresivo.
Dejó el libro a un lado, entró por la ventana y cogió el auricular de su teléfono. Había recibido una llamada. Louis, gracias a su personalidad de arquitecto observador, reparó en cada cambio gradual de sus gestos. Parecía que eran malas noticias. Pudo identificar la tensión en su ceño para luego revelar enfado, mucho enfado. Estaba discutiendo a juzgar por sus bruscos ademanes. Su propia ventana cerrada le impedía alcanzar a oír alguna palabra y no quiso abrirla. No quería alertarlo con ningún movimiento para que no se diera cuenta de que lo estaba espiando. Sí, eso era lo que estaba haciendo, espiando. Louis se avergonzó de sí mismo intentando enfocarse en su trabajo. Segundos después, Louis vio salir de nuevo a Harry para retomar su lugar en la escalera de incendio. ¿Estaba llorando? Aquello lo conmovió hasta la médula. ¿Qué habría pasado? ¿Quién lo había llamado?, ¿Sus padres?, ¿su novia? ¿Extrañaba Inglaterra? Se angustió sintiendo en su propio pecho las convulsiones de su llanto. Desvió sus ojos hacia su perro, quien lo observaba como si estuviera juzgándolo.
— No me veas así, Max— le dijo tras un suspiro— sólo estoy mirando, nada más.
