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The Last Raindrop

Summary:

Lo único que retiene a Sebastian a Pueblo Pelícano es su mamá y sus amigos. ¿Podrá la nueva granjera darle una razón más?

Notes:

Holaaaaa. Este es mi primer trabajo oficial en el sitio y estoy realmente... Feliz? Nerviosa? No lo sé, pero si sé que amo a mi querido emo nerd.
He leído varios fics de él y me gustaron varias de las versiones y quise unificarlas todas en un solo Seb pero es imposible, así que he creado (estoy creando) mi propia versión la cual ahora me es difícil explicar pero espero que con el paso de los capítulos puedan verla. Todavía estoy descubriendo como llevaré los episodios de la serie, pero sin duda pondré los eventos del juego.

Chapter 1: Mala primera impresión

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Al principio no lo comprendía.

 

Todo el pueblo estaba expectante a la nueva futura habitante de Pueblo Pelícano que llegaría en cuestión de semanas. No todos los días una persona dice " Oye, ¿Y si me mudo a un pueblo al que nadie conoce, habito la vieja cabaña en ruinas de mi abuelo fallecido y me hago cargo de una granja a pesar de que lo más cerca que he estado a un producto fresco es a una fruta del supermercado?". En el mundo hay muchos locos pero hasta ellos toman decisiones inteligentes ¿Quién en su sano juicio dejaría la cómoda ciudad para trabajar en el campo? Yo daría todo lo que tengo (lo cual en realidad no es mucho) junto con las vidas de Maru y Demetrius para salir de este maldito pueblo. Tal vez fue por eso que no quería verla al principio, porque ella tuvo todo lo que yo he querido en sus manos y lo cambió por todo lo que odio. Y así fué como después de su llegada, el primer día de primavera después de haberla visto por primera vez en el mostrador con mi madre sin que se diera cuenta, decidí que ella sería una de las muchas personas con las que no me involucraría.

 

Sin embargo eso no duró mucho.

 

Era un viernes por la noche, uno de los pocos días en los que me alejaba más allá de la montaña y convivía con más personas de lo usual. Ya eran pasadas de las 9 de la noche y le había dado una paliza a Sam en el pool como de costumbre. Ya estaba un poco cansado, así que me despedí antes que mis padres mi mamá y Demetrius y me dirigí a casa. No es que no me gustara pasar tiempo con mis amigos, es solo que escuchar tantas voces y ver tantos rostros diferentes me hacían sentir… ansioso.

 

Simplemente ya había agotado mi batería social.

 

Caminando bajo la luz de la luna a metros de mi casa, escuché otros pasos que no eran míos. Cerca del lago.

 

Me detuve para oír más atentamente. ¿Será el hombre salvaje? Nunca lo había visto, al menos no de cerca y no quería que hoy fuera la excepción, pero tan pronto como estuve dispuesto a salir corriendo de vuelta a mi agujero, ví a la fuente del sonido y no era nada parecido a un hombre salvaje.

 

Era una chica.

 

Era la granjera.

 

Mi racha intentando evitarla había terminado.

 

Ella también me vió y dió un pequeño salto de sorpresa ¿La asusté? Sostuvo una mirada incómoda por un segundo y recé por que no dijera lo que sabía que iba a decir, pero al parecer, Yoba ya estaba descansando.

 

— Hola

 

Maldición

 

— Hola — repliqué.

 

Ella tenía puestos unos pantalones viejos junto con una camiseta el doblemente vieja. A pesar de la poca iluminación, se notaba que estuvo desde muy temprano fuera: su ropa, cara y zapatos ( que aunque no soy un experto, puedo decir que unas zapatillas blancas no son el mejor calzado para los trabajos de la granja) estaban cubiertos de tierra. Su mochila rebosaba de artículos y su cabello marrón estaba desordenado.

 

— Eh — ella se tomó de las manos ansiosa — ¿Supongo que tú eres Sebastian?

 

— Creo que sí…

 

Silencio.

 

Las conversaciones nunca fueron mi fuerte. Y no lo negaba. No ganaba nada haciéndolo.

 

— Em, bueno… Robin- tu madre me habló de tí pero no había podido conocerte personalmente así que… eh- es un placer, mi nombre es Hannah y soy dueña de la granja cerca de aquí así que…— su rostro se ponía cada vez más rojo con cada palabra que decía.

 

Está muriéndose por dentro. Ésta no era mi intención, pero al parecer era algo involuntario. ¿Quién diría que tan pocas palabras causan más incomodidad que mil de ellas? En fin, esto también me estaba matando a mí. 

 

— B-bueno, ten buena noche— se despidió por fin, huyendo de mi clara incomodidad social. 

 

Y ese pudo haber sido el final. Pero para ser un tipo que no habla mucho, cada que abro la boca digo estupideces. Debí haber mantenido la boca cerrada.

 

— De todos los sitios ¿Por qué Pueblo Pelícano? Cualquiera lo hubiera pensado mejor.

 

Ella volteó a verme tratando de averiguar si había escuchado bien.

 

— ¿Disculpa?

 

Arrepintiendome de todas las decisiones que me llevaron a este momento, me encomendé al universo para que solo por esta vez me sacara de esta situación.

 

Fué entonces que escuché la voz de mi mamá.

 

Yoba si existe.

 

Mientras ella y Demetrius la saludaban yo escapé de vuelta a mi cueva no sin antes tomar una gran taza de café de la cocina. Todavía tenía unos trabajos que terminar.

 

Cuando por fin decidí que ya era hora de dormir, las palabras que salieron de mi boca resonaban en mi cabeza y no podía evitar pensar que un habitante más que ni siquiera llevaba una semana en el pueblo ya debía de pensar que soy un imbécil. No me importa la opinión de los demás acerca de mí (mentira) pero esto era superarme a mí mismo.

 

Al final no pude dormir esa noche.

 

Notes:

No creo que muchas personas vayan a ver esto, pero si tú lo estás viendo, quiero decirte GRACIAS, odio los fics incompletos así que prometo que daré lo mejor de mí para terminarlo. Nada de esto sería posible sin A, quién diría que entre broma y broma saldría esto? En fin, gracias.
Atte- June

Chapter 2: Guía de minerales para primerizos

Summary:

Solo Sam siendo Sam

Notes:

Me emocioné cuando ví los 4 hits, y solo puedo decir GRACIAS (¿
Lo sé, sueno un tanto patética, pero en mi defensa esperaba que ésto quedara perdido en el olvido.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Si hay algo que sin duda me gusta son los minerales.

 

Me crié en la casa que construyó mi mamá ella misma en las montañas. En ese entonces no había mucho que hacer ya que Sam y Abigail todavía no se habían mudado a Pueblo Pelícano. Recuerdo que no habían muchos niños aparte de mí,  pero debido a lo lejos que estaba mi casa del pueblo no veía al resto regularmente. Es por eso que tenía que entretenerme a mi manera.

 

Solía molestar a Maru hasta hacerla llorar, y cuando mi mamá o Demetrius me decían que parara salía afuera a explorar: Iba a la vieja estación para ver a los trenes pasar, buscaba ranas cerca del lago y a veces observaba de lejos al hombre salvaje cerca de casa. En una ocasión lo ví comiendo un tipo de filete de pescado crudo y sorprendentemente me pareció rico. Él me alcanzó a ver y me preguntó si quería un poco, pero entré en pánico y salí corriendo a mi casa. Más tarde mi mamá fué a disculparse con él y desde entonces tuve prohibido volver a observarlo a escondidas. 

 

Pero también tenía momentos en casa.

 

A veces en los días en que no podía salir, me ponía a leer los libros de ciencia de Demetrius:

 

Átomos

 

Patrones genéticos

 

Variaciones del clima

 

Consejos para padrastros. 

 

A este último parece que no le prestaba mucha atención.

 

Pero había uno que siempre terminaba leyendo.

 

Guía de minerales para primerizos.

 

Pasaba tardes repasando las mismas imágenes, memorizando nombres y propiedades. 

 

Simplemente me parecía sorprendente cómo de un ambiente sombrío y frío podía salir una pieza tan hermosa.

 

Un día entré a la mina cerca del lago con la esperanza de encontrar un pedazo de obsidiana después de oír decir a Demetrius que necesitaba un ejemplar para analizarla. Quería sorprenderlo . Así que fuí, pero no conté con que necesitaría herramientas especiales para extraer los minerales, ni que estaría tan oscuro, ni que habría murciélagos. Mucho menos en que habría monstruos. 

 

Después de que encontrara una roca negra la cual pensé que era obsidiana y gritara de la emoción escuché distintos sonidos que provenían de las sombras. Lo siguiente que supe fue que un cangrejo me había atacado. Todavía tengo la cicatriz en el abdomen.

 

Solo recuerdo que cuando llegué a casa los gritos de mamá no paraban, que mi presunta obsidiana en realidad era un pedazo de carbón y que Demetrius me lo había robado.

 

Desde entonces decidí conformarme con las imágenes en los libros, eso hasta poder pagarle a alguien más para que corriera el riesgo de que le pusieran 7 puntos en el abdomen.

 

Y ese día era hoy.

 

Después de que terminé el proyecto en el que estaba trabajando me dirigí al pueblo. No tenía ni tiempo ni ganas de ir a hablar con Clint y hacer el pedido personalmente. Es por eso que mejor opté por un anuncio en el tablero fuera de Pierre's  con la esperanza de que algún día lo viera. 

 

Cuando estaba a punto de irme ví a Sam acercándose en su patineta.

 

— Hey

 

Su cabello estaba diferente de lo usual.

 

— Resulta que olvidé que tenía que comprar mi producto para el cabello ¡El viento hace que se me piquen los ojos!— exclamó mientras se quitaba los mechones de la cara.

 

Solo era Sam siendo Sam.

 

Él estaba a punto de entrar a la tienda cuando la campana sonó.

 

Era la granjera.

 

No la había visto desde ese viernes por la noche, pero tampoco es como si yo saliera mucho que digamos. 

 

Su cabello no es tan oscuro como recuerdo. Es... ¿Castaño claro?

 

Entonces las palabras que dije volvieron a sonar en mi cabeza y quise volverme invisible, sin embargo, después de que saludara a Sam, su mirada se dirigió a mí lo cual me hizo sentir aún más presente.

 

Agradezco tener un amigo extrovertido.

 

— Hola Hannah, ¿Cómo va la granja? ¿Vas a cultivar algo nuevo?

 

— Oh hola, algo así. Voy a plantar un brote de melocotón y ver qué tal.— contestó, ella tenía una canasta que estaba llena de semillas y fertilizantes en una mano y en la otra tenía una canasta igual pero en ésta había dentro…

 

— Parece que te ha ido bien en eso de la pesca— señaló Sam dando su típica sonrisa tonta.

 

Llevaba en su interior diversos tipos de peces pero había uno que no se parecía en nada a un pez.

 

— ¿Una anguila?

 

Mi pregunta salió de mí sin querer.

 

Mier-

 

— Ah- sí, Willy me dijo que es más probable pescarlas en días lluviosos así que ayer probé mi suerte.

 

— Nunca había visto a una de cerca— reconoció Sam — Son tan… no entiendo por qué a mí mamá le gustan tanto.

 

— Eso es porque a ella le gusta cocinada.

 

Dije golpeándole un poco el hombro y ella se rió.

 

Pero no fue una risa escandalosa ni forzada: fue suave y calmada acompañada con una sonrisa un tanto tímida. Fue…

 

Tranquilizadora.

 

— No puede ser. El cumpleaños de mamá es en unos días.

 

Y así volví a la realidad.

 

Sam recibió miradas acusadoras de ambas partes.

 

— ¿Quién demonios puede olvidar el cumpleaños de su madre?- no, sabes qué, mejor no respondas— dije y lo interrumpí antes que me respondiera con un "yo".

 

Mientras Sam me daba todas las razones por las que había olvidado el cumpleaños de su madre, ella empezó a hablar.

 

— Eh, y bueno, ¿Al menos sabes qué le darás?— preguntó nerviosa.

 

— Bueno… emm…— el rubio se rascó la cabeza, dando lo mejor de sí por recordar algo que le gustara a la mujer con la que ha vivido toda su vida.

 

— ¿Anguila frita…?

 

Al menos se esforzó.

 

— ¡Pero no sé prepararla! La única que sabe prepararla es mi mamá — exclamó desesperado.

 

— Y-yo podría enseñarte.— ofreció ella.

 

Creo que los ojos de Sam se iluminaron bajo su cabello sin cera.

 

— ¿¡ Enserio!? ¡Gracias! 

 

— No es n-nada en realidad. Un vecino me acaba de pasar la receta y había querido probarla— balbuceó intentando que el pobre chico no le besara los pies como muestra de agradecimiento.

 

— ¿ Podrías venir éste sábado? Mi mamá suele salir de compras ese día.

 

¿Éste sábado?

 

— Sí, claro.

 

— Perfecto, y de paso podrás vernos ensayar. Hace tiempo que quiero la opinión de alguien ¡Y tú tienes buen gusto!

 

Maldición 

 

Al menos agradecí que pareciera que se olvidó de nuestro encuentro ese viernes por la noche.




Notes:

Una vez ví un fanart de Sam con el cabello abajo y la verdad es que me pareció muy lindo.
Desde que inicié a jugar Stardew Valley la comunidad me presentó a Demetrius como un mal padrastro con claras preferencias a su hija de sangre que hacia su hijastro.
Y me puse a pensar.
La única figura parental que ha tenido Sebby es Demetrius.
Su verdadero padre parece que nunca estuvo involucrado en su vida.
Estoy segura de que al menos por un tiempo intentó ganar su cariño y lo vió como un padre.
Pero como sea.
Atte-June

Chapter 3: Ayudante involuntario

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Sam tiene muchas cualidades.

 

Es divertido.

 

Es sociable.

 

Es creativo.

 

Pero si hay algo en lo que Sam sin duda no es bueno es…

 

— Demonios, olvidé llamar a mi abuela.

 

Es recordando cosas.

 

— ¿No se supone que la llamarías hace 4 días?

 

— Sí, bueno, lo que sea.

 

Él se acercó a su cajón y lo abrió. Dentro había un desastre.

 

— Me pondré esta liga para recordar hacerlo luego. Ok ¿Listo? ¡Empecemos!

 

Simplemente sonreí con resignación. Así era Sam. Podía olvidar su dirección pero nunca una melodía que inventó antes de irse a dormir.

 

Las notas resonaban por toda la habitación. Lo suave de mi teclado con lo eléctrico de su guitarra creaban una canción que habíamos estado perfeccionado los últimos 4 meses. Pero ambos sentíamos que le faltaba algo, y no sabíamos que era.

 

Estábamos sumergidos en lo nuestro hasta que una puerta abriéndose nos devolvió a la realidad.

 

La granjera.

 

— Um, hola— saludó a medias escondiéndose tras la puerta— toqué la puerta pero nadie contestó, así que entré, disculpa.

 

— ¡Ah! Hola, lo siento ¿Ya son las 2?— se disculpó Sam sorprendido mirando el reloj.

 

— No te preocupes— dijo ella agitando una mano— Llegué hace poco así que…

 

— Oh, entonces perfecto, ¿Traes todo lo que necesitas?— preguntó él dirigiéndola a la cocina.

 

Ella llevaba una gran bolsa con ingredientes y su cabello estaba recogido en una cola de caballo.

 

— Sí, pero se me acabó el aceite y me preguntaba si ustedes tenían.

 

Sam se quedó pensando un momento y luego buscó en los anaqueles.

 

Ni una gota de aceite.

 

— Parece que se acabó… iré a comprar a Pierre's.

 

Supongo que debería irme .

 

Pero antes de que pudiera decir algo, Sam gritó cerrando la puerta.

 

— ¡Bien, me voy! Sebastian te ayudará en lo que necesites.

 

Puertazo.

 

Ella me miró dudosa, tal vez tratando de saber si dejar ir a este ayudante involuntario o ponerlo a trabajar.

 

Cómo sea. Sería peor irme sin más.

 

Supongo que no quería que pensara peor de mí de lo que seguro ya piensa. 

 

— Entonces— comencé acercándome a los armarios de la cocina— ¿En qué te ayudo?

 

Ella sonrió ligeramente.

 

Ojalá no me arrepienta.

 

— Eh… ¿Podrías cortar éstos?

 

Me dió unos vegetales y asentí con la cabeza. Tomé un cuchillo y empecé.Nunca he sido particularmente bueno en la cocina, pero había ayudado a mi madre en algunas ocasiones.

 

Puedo con esto.

 

Poco después, la miré de reojo y ella estaba sacando más vegetales y condimentos de la bolsa. Parecían de buena calidad y me pregunté si ella sería buena cocinando ¿Habrá tomado los ingredientes de su granja o los habrá comprado?

 

Luego ella arremangó las mangas de su suéter y alcancé a ver una tela blanca alrededor de su brazo.

 

Eran vendas.

 

¿Se lastimó?

 

Enseguida volteó a verme y rápidamente volví a lo mío. Me pregunté si me había atrapado viéndola y eso hizo que se me subiera la sangre a la cabeza, sin embargo ella solo preguntó:

 

— ¿Sabes dónde están los sartenes?

 

Había estado cuando Jody preparaba la comida, así que hice memoria y me acerqué a la alacena de dónde estaba ella y abrí el armario.

 

— Aquí.

 

Cuando levanté la mirada me encontré cara a cara con ella, no demasiado cerca, pero lo suficiente como para contemplar sus grandes ojos verdes, y además ¿Un lunar debajo del ojo?

 

Me alejé rápido tratando de que se viera natural.

 

— ¿Algo más?— pregunté aparentando estar tranquilo.

 

— No, solo esto eh…

 

Me aclaré la garganta y volví a mi puesto sin mirarle la cara. 

 

— Um… ¿Ya terminaste con eso?— preguntó con ligereza.

 

Le respondí que sí y le dí la tabla en dónde había partido las zanahorias.

 

— Gracias — dijo ella dando esa sonrisa que había visto antes— ¿Puedes seguir con esto?

 

Me entregó otras verduras y ella comenzó a condimentar la anguila con una receta escrita a mano al lado. Parece que ésta no era una comida tan sencilla como pensé.

 

Se veía tan concentrada. Realmente se estaba esforzando.

 

— Es una lástima que no pude oírlos tocar— comentó ella rompiendo el silencio— Detrás de la puerta sonaba muy bien.

 

— Si, bueno, gracias. Pero realmente no te perdiste nada interesante— contesté con un tono desinteresado.

 

— ¿Por qué lo dices?

 

Seguí cortando. 

 

— No lo sé. No logramos que … tome la forma que queremos. No sé.

 

Ella se acercó, y prendió la flama de la estufa.

 

— ¿Y cuándo formaron la banda?

 

— Eh…— pensé un poco mi respuesta— Creo que a los 17 años. 

 

En realidad, fué una idea que surgió de la nada. Un día mientras estábamos en la habitación de Sam, él literalmente me preguntó "¿Y si formamos una banda?" Y yo le contesté "Claro".

 

— Siempre quise tener una banda, por eso creo que es genial— comentó ella. Pude sentir su sonrisa en su voz— Pero ni siquiera sabía tocar un instrumento así que…

 

Empezó a reírse y se acercó a tomar las nuevas verduras que había rebanado para añadirlas a la anguila. Y entonces caí en cuenta de que sostuve una conversación con alguien a quien apenas conocía.

 

En realidad, creo que es la primera conversación decente que he tenido con alguien que no sea mi mamá,Sam o Abigail en semanas.

 

Es fácil hablar con ella.

 

Y entonces recordé nuestro primer encuentro. ¿Pensará que soy un imbécil? Era una posibilidad. Pero no me sorprendería porque usualmente me comporto como uno. 

 

Imágenes de mí con mi familia atraviesan mi mente.

 

Sin embargo eso no era su culpa.

 

No soy quien para juzgar sus decisiones y yo sé muy bien eso.

 

Demonios, ¿Cómo se puede volver en el tiempo?

 

— Esas serían las últimas — me dijo mientras tomaba la tabla de madera por última vez.

 

Observé cómo los trozos de tomate caían en el platillo con un golpe seco, y aún estando crudo me parecía que se veía bien.

 

— Um, y…— traté de unir mis palabras — ¿Tu brazo está bien?

 

Señalé sus vendas con la mirada y ella la siguió.

 

— Oh, sí, bueno no— balbuceó — Ya no duele, pero Harvey dijo que no era grave y que sanaría en unos días.

 

— ¿Y cómo pasó?

 

Sentí que tal vez me estaba entrometiendo de más, pero ella no pudo decir nada ya que una puerta abriéndose fuertemente desvió nuestra atención a Sam.

 

— Perdón, no había aceite en los estantes y Caroline tuvo que traer una del almacén— explicó él mientras entregaba la botella— wow, se ve bien.

 

— Gracias, solo tengo que freírlo y estaría listo— comentó ella.

 

Sam ya estaba aquí y ella terminaría pronto, pero aún así decidí quedarme. De todas formas no era como si tuviera algo mejor que hacer, y además, de alguna forma cambié la clasificación de la granjera de "No involucrarse con ella" a "Tolero su presencia". Creo que en parte lo tomé como un progreso personal.

 

Segundos después la habitación se llenó con el sonido del aceite tocando la comida seguido del aroma de las especias. Que afortunada, Jody.

 

— Oye, Hannah, la camiseta que llevabas hace unos días era de "The Paradise", ¿Cierto?— preguntó Sam con cautela.

 

— Si, lo es ¿Los conoces?— replicó iluminándose.

 

— Bueno, me gustan algunas de sus canciones, pero los he oído más bien porque Aby es fan.— comentó rascándose la cabeza.

 

— Aby… ¿Abigail de la tienda? Genial.

 

— Sí, aún que yo prefiero el rock alternativo.

 

— A mí también me gusta— continúo revolviendo lo que había en el sartén— pero lo mío es más el pop.

 

Ellos continuaron con su conversación acerca de sus grupos, canciones y géneros favoritos y yo escuché atentamente. 

 

"El nuevo álbum de Cherry Blom es bueno, pero no le llega ni a los talones a Tears"

 

"Josh Frederick revolucionó el rock"

 

"Me gustan las canciones acústicas, pero también disfruto las electrónicas"

 

"La letra es lo más importante de una canción "

 

Sus ojos no dejaron de brillar mientras hablaba.

 

Cuando terminó de freír la comida, se despidió de ambos diciendo que "Cody la estaba esperando" y deduje que se refería a su mascota. Pero antes de que se fuera, Sam la detuvo diciendo:

 

— ¿Qué te parece acompañarnos a la cantina este viernes?

 

— ¡Me encantaría! Hasta entonces— dijo ilusionada para luego cerrar la puerta.

 

Bueno. Supongo que ya no sirve de nada quejarme a este punto. 

 

Más tarde, le dí un golpe en el brazo a Sam por haberme ofrecido como ayudante a la granjera en contra de mi voluntad, sin embargo no le dije razón. Ver su cara de confusión tratando de recordar algún motivo por el que lo haya golpeado fue compensación suficiente.

 

Notes:

Perdón si el capítulo fué muy vago o hasta tiene errores, todavía sigo aprendiendo a cómo estructurar los textos y diálogos. Además, debido a las vacaciones estaré fuera y como no quise dejarlos sin capítulo, tomé todas las ideas de mi cabeza y las escribí. Cómo sea ¡Hasta el miércoles!
Atte-June

Chapter 4: Mi segundo cajón izquierdo

Notes:

Ok, conseguí un lugar con internet y soy la personificación de la felicidad. Éste es el capítulo en el que he estado trabajando y perdón si casi no hay evolución en la relación principal, es que primero quiero poner las bases. Pero he tenido muchas ideas para más adelante y espero que les guste.
Quise hacer el punto de vista de Hannah por qué de todas formas, se supone que ella es la protagonista del juego y también para darle más desarrollo(¿

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Estaba a mi límite.

 

Después de graduarme de la universidad entré a Joja Corporation. Al principio se sintió bien ganar dinero y ser "independiente" pero supongo que a medida que pasa el tiempo el encanto de la vida laboral se vuelve monótono y te absorbe.

 

Me sentía estancada.

 

Me sentía perdida

 

Era infeliz.

 

Este era uno de mis días malos en dónde simplemente quería escapar. Escapar y correr lejos de este bucle en el que me había metido. Y sólo bastó con mirar a la vieja foto al lado de mi monitor.

 

Éramos yo, mis padres y mi abuelo de visita en su granja.

 

La nostalgia me invadió y las lágrimas empezaron a formarse. Te extraño tanto, abuelo.

 

Siempre tenía las respuestas a mis dudas, y algunas veces, me planteaba las preguntas correctas en vez de una solución.

 

¿Qué diría el abuelo?

 

Probablemente, primero me invitaría a darle de comer a los pollos, a pasear por el bosque o a ir a pescar al lago. Así era él, siempre tan unido a la naturaleza. Tal vez por eso siempre estaba tan pacífico.

 

Desearía ser como él.

 

Gotas tibias se deslizan de mis ojos hacia mis mejillas. Demonios, no, detente.

 

El trabajo no es el mejor lugar para tener crisis emocionales.

 

Seguí observando la foto. Probablemente la tomaron cuando tenía 7 pero Realmente me veo feliz. 

 

Entonces ideas locas pasaron por mi mente.

 

¿Y si me mudo a la granja?

 

Sí, ésta sin duda fue mi crisis más seria hasta el momento.

 

La llave para salir de este lugar estaba en mi segundo cajón izquierdo. Esa carta que mi abuelo me dió hace tantos años por fin me ayudaría a escapar de este lugar asfixiante y de los constantes tecleos.

 

Mi cabeza se llenaron de voces: las que me gritaban las miles de cosas que podían salir mal, de los años en la universidad que tiraré a la basura, de la posible cara de decepción que tendrán mis padres, de qué ninguna de las plantas que he cuidado ha sobrevivido para contarlo, y la lista sigue y sigue.

 

Pero en un pequeño rincón estaba un pequeño susurro, así que ignoré todas las voces que me gritaban en el oído y me acerqué a ella 

 

Ese pequeño susurro era la voz de mi abuelo.

 

"Hannah, a veces la vida moderna puede convertirse en un vacío del cuál no puedes salir y que poco a poco apaga tu felicidad. Por eso, a tí mi amada nieta, te quiero dar una oportunidad. La oportunidad de llevar una vida lejos de la agitada ciudad, de darte un segundo para respirar y apreciar tu vida."

 

Recordar sus palabras fueron las que me dieron el coraje que necesitaba.

 

El coraje para saltar del acantilado en el que estaba y lanzarme a lo desconocido junto a mi carta y mi foto. 

 

Todos dijeron que estaba loca, y probablemente lo estaba. Pero por primera vez en mi vida no me importó lo que otros pensaran.

 

Por fin tenía el valor de buscar mi felicidad.




Hice los arreglos necesarios y al cabo de unas semanas me mudé. 

 

Respirar el aire fresco, sentir el cálido sol en mi piel y la brisa en mi rostro me dieron paz.

 

Sin embargo el estado de la granja me lo quitó.

 

Hierba alta creciendo por dónde quiera al igual que los árboles, los graneros cayéndose y a la cabaña se le notaba que había estado deshabitada por un largo tiempo.

 

Está bien. Puedo con esto.

 

Los días pasaron y me seguí acostumbrando a mi nueva vida lejos de todo lo que había conocido.

 

Había estado saludando a mis vecinos más cercanos, tratando de familiarizarme y hasta, no sé, hacer amistades.

 

Sin embargo, las voces que gritaban todo lo que podía salir mal se volvían cada vez más difíciles de ignorar, pero pretendí que no las escuchaba. De nada serviría ya retractarme; si dudaba un poco en este punto me derrumbaría.

 

Pero toda mi fortaleza mental se cayó con un simple comentario:

 

"De todos los lugares, ¿Por qué Pueblo Pelícano? Cualquiera lo hubiera pensado mejor"

 

No conocía a ese tipo.

 

Él no me conocía a mí.

 

Entonces, ¿Por qué me afectaron tanto las palabras de un completo extraño?

 

Porque tenía razón.

 

Es cierto que fué una decisión impulsiva y que todos pensarían dos veces dejar su vida cómoda y cambiarla por una en el campo, ¿Pero quién le da el derecho a hacerme un comentario tan descortés?

 

Pero a pesar de eso, traté de darle el beneficio de la duda, porque si algo me había enseñado mi abuelo es a no juzgar a alguien tan rápido.

 

Yo no conozco a este tipo.

 

Y él no me conoce a mí.

 

Así fue entonces como perdoné a un completo extraño por haber tirado abajo mi frágil estabilidad mental con unas simples palabras que probablemente dijo sin pensar.

 

Bien.



Un día cuando estaba buscando a Lewis, me encontré con un chico rubio con ojos esmeralda montando su patineta, y en un descuido, casi tropezamos.

 

— Uff, estuvo cerca, lo siento.

 

— No te preocupes— respondí con tranquilidad.

 

Iba a seguir con mi camino hasta que su voz me paró.

 

— Eres la nueva granjera ¿No es así? —gritó en mi dirección—. Mi mamá me habló de ti. Pensé que serías un tipo de anciano jubilado.

 

Eso me hizo sonreír.

 

— Lamento no cumplir con tus expectativas. Mi nombre es Hannah.— bromeé estirando la mano.

 

— Soy Sam, vivo en la casa azúl.

 

Él correspondió mi saludo mientras curvaba sus labios en una sonrisa tonta. Unos segundos después, apareció un pequeño niño de cabello castaño-rojizo con un caracol en las manos y me pareció adorable. Venía corriendo gritando el nombre de Sam, pero se interrumpió a mismo al verme. Supuse que era su hermano al ver cómo se escondía detrás del rubio preguntando quién era yo.

 

Después, Sam se ofreció a mostrarme dónde estaba a la mansión de Lewis. Y entonces, empezó a tararear una melodía que me resultaba familiar

 

— ¿Like a man?

 

— ¿Cómo lo supiste?— preguntó sorprendido.

 

— ¿Bromeas? Mi papá la ponía a cada hora cuando era niña. 

 

— Mi mamá también, pero creo que era porque le gustaba el vocalista.

 

Ambos nos reímos mientras seguimos por el camino. Me agrada.





Sam parecía un buen tipo. Es por eso que cuando lo encontré con Sebastian me impacté un poco. Todavía tenía una mala impresión de él, pero si él era amigo de una buena persona entonces él también debería serlo ¿No? Eso esperaba.

 

Cuando cociné la anguila frita en casa de Sam fue realmente incómodo el momento en el que me quedé a solas con él. Puede que no me odie, pero sin duda él no quiere estar aquí conmigo. Así que en menos de 5 segundos ya tenía más de 10 cosas que podría decirle para que se pudiera ir, porque así soy yo, siempre buscando soluciones. Sin embargo no pude decir nada de lo que había planeado pues él prácticamente se ofreció a ayudarme. Probablemente fue por la presión, pero aún así… 

 

Me sentí aliviada.

 

Nunca me ha gustado el silencio, por eso quería conversar con él, pero no podía decir lo mismo de Sebastian. Parecía alguien de pocas palabras así que no me atrevía a intentarlo, pero aún así tenía un poco de curiosidad por saber qué tipo de persona era. En parte creo que fue porque no quería quedarme con una mala imagen de él.

 

Pero soy una cobarde y lo único que se me ocurrió fue preguntar en dónde estaban los sartenes.

 

Bueno, algo es algo. Aunque en realidad si los necesitaba.

 

Después de que me lo dijera, volví a intentar. Sus respuestas eran un poco cortas, pero cuando lo miré de reojo noté una chispa, un ligero brillo en sus ojos que eran de un café tan oscuro que parecían negros. ¿Siempre había estado ahí?

 

Me parecieron lindos.

 

Además, a pesar de que su tono era monótono y rozaba la apatía, su voz era muy bonita: era serena y profunda, pero tenía bordes suaves, y me pregunté qué tan bien se escucharía un poema si él lo leyera.

 

Un poco más tarde llegó Sam y la voz de Sebastian no volvió a salir. Qué lástima . Pero aunque sus palabras estuvieran ausentes, su mirada estaba más que presente en la conversación, poniendo su atención en cada gesto, movimiento y comentario que salía de nosotros. Todo sin que el brillo de sus ojos se apagara.

 

Está bien, tal vez no es el mejor conversando pero… él realmente sabe escuchar. 

 

Eso me gustó.

 

Notes:

Bueno,ya en serio, estoy feliz con el progreso del fic y no estoy segura de si ya agradecí los kudos así que lo haré ahora, GRACIAS.

4/Enero/2023: vine a corregir unos errores que apenas noté y también olvidé decir que, la canción de "Like a Man" es una referencia a la canción de The Killers, "The Man". Sólo eso.

Atte- June

Chapter 5: Lágrima Helada y Frambuesas

Notes:

ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN DEL AÑO. Estoy emocionada por lo que vendrá en el futuro, pero bueno, mis metas principales son que mi perro siga vivo al igual que yo, fácil¿No? Espero que si.

Atte-June

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Chapter Text

Este pudo haber sido un buen día.

 

Me había llegado un buen pago por el último trabajo que terminé.

 

Estaba lloviendo. 

 

Y había salido la nueva entrega de Cave Saga X.

 

Sin embargo la vida me odia, o tal vez simplemente fué karma, pero lo primero que ví al salir de mi habitación fue mi mamá lléndose junto a Demetrius mientras me gritaba:

 

—Te dejé el desayuno en la estufa. Saldré a la ciudad por algunas cosas, atiende a los clientes que vengan. Te amo Sebby, nos vemos.

 

Estaba medio dormido, así que tardé en procesar todo lo que dijo y cuando lo logré simplemente dí un suspiro pesado. 

 

Maldición.

 

Después de desayunar y ponerme unos pantalones, me coloqué en el mostrador, lugar que típicamente ocuparía mi mamá, pero bueno, se suponía que hoy me sentía feliz, así que absolutamente hoy no era un día típico.

 

Mientras tomaba mi taza la puerta se abrió.

 

Casi escupí mi café. 

 

—Oh, buenos días. 

 

Era la granjera y estaba totalmente empapada.

 

—Buenos días —saludé de vuelta tratando de no mirarla.

 

Sinceramente no sé si prefería que la persona que atravesara esa puerta fuera ella o un extraño.

 

No es que siga teniendo ese sentimiento estúpido que ni siquiera yo sé que era. ¿Envidia? Tal vez. Pero no es eso, es solo que yo realmente no sé tratar con personas nuevas. 

 

Y tampoco ayuda que cada que la miro recuerdo ese viernes por la noche. 

 

Está bien, está la posibilidades de que haya tomado mis palabras como una broma, o que las haya olvidado o que probablemente las recuerde tanto como yo y piense que soy un imbécil como yo creo. Ugh.

 

Cualquiera vería la situación y se preguntarían "¿Por qué darle tanta importancia a un comentario dicho sin pensar?" Y es que ese es el problema. Lo dije sin pensar. Y son este tipo de escenas las que se repiten en mi cabeza una y otra vez cada una peor que la anterior. 

 

—Y… ¿Dónde está Robin? —ella preguntó mirando alrededor siendo totalmente ignorante al desastre dentro de mí.

 

—Salió a la ciudad —respondí con mi tono desinteresado de siempre.

 

 Ella solo asintió con un "Ya veo" a la vez que se quitaba los mechones mojados de la frente.

 

¿Cuánto tiempo ha estado afuera?

 

—¿La necesitabas para algo?

 

—Eh, no, en realidad —dudaba mientras sacaba frascos de su mochila—, quería darle estos.

 

Era mermelada.

 

—Recolecté muchas frambuesas y pensé que esta era una buena forma de usarlas —explicó poniéndose cada vez más roja a medida que avanzaba—, y no sé eh- ella ha sido muy buena conmigo y quería darle algo como agradecimiento- hay no puede ser ¿A Robin siquiera le gustan las frambuesas? 

 

Estaba en plena crisis nerviosa y aún que suene cruel, era realmente entretenido verla entrar en desesperación, pero cuando estaba a punto de guardar el frasco de vuelta a su mochila, lo tomé para impedírselo.

 

—Tranquila. A ella le gustan. 

 

—¿En serio?

 

Sus ojos verdes me miraban fijamente, y por alguna razón me recordaron a los de un conejito asustadizo.

 

—Si, de verdad —dije finalmente tratando de sonar tranquilizador.

 

Mientras tomaba la mermelada de su mano empecé a ser muy conciente de la situación y un calor apareció dentro de mí en medio del ambiente frío y húmedo de la lluvia. 

 

—Y… —comencé de nuevo aclarando mi garganta— ¿Por qué estás tan mojada?

 

—Bueno, cuando yo salí todavía no estaba lloviendo, y PUM, salgo de Pierre's y me encuentro con esta tormenta.

 

Su nariz pequeña y respingada se arrugaba junto a su ceño provocando que sus gestos cambiaran a medida que me contaba su historia. Eso me hizo sonreír. 

 

— … ¿Te estás burlando de mí?— preguntó arqueando la ceja.

 

Aunque claramente estaba bromeando, me heló la sangre en el proceso. 

 

—N-no es solo que… —rebusqué para hallar un tipo de excusa—. Cualquiera lo hubiera pensado dos veces antes de salir de casa sin un paraguas considerando que había altas probabilidades de que lloviera.

 

Ella no contestó. Solo me observó.

 

—Supongo que no pienso bien la mayoría de decisiones que tomo, ¿No crees?

 

Mierda.

 

—No- lo siento, no es lo que quise decir- yo- …maldita sea —traté de explicarle tropezando con mis palabras en el intento. 

 

Así que me detuve, tomé aire y volví a empezar.

 

—Mira, lamento mucho lo que dije esa noche. Estaba teniendo un mal día y me desquité contigo y sé que no debí hacerlo. Digamos que soy un poco malo con eso de … socializar.

 

—¿Solo un poco? —preguntó cruzando los brazos.

 

—Está bien, soy pésimo. Pero lo estoy intentando, ¿De acuerdo?

 

Mi camiseta se estaba arrugando bajo mi puño cerrado y apreté con fuerza la mandíbula afilada que tenía. 

 

Ella únicamente suspiró y se acarició las sientes con sus dedos. 

 

—No, espera, lo siento, eso no- —balbuceó y después volvió a verme a los ojos—. Está bien. 

 

Y nos hundimos en un silencio asfixiante, pero nuevamente ella nos sacó de ahí.

 

Ví como una mano entraba a mi campo de visión.

 

—¡Comencemos de nuevo!

 

Sus mejillas estaban rojas como el hibisco y la determinación se desbordaba de sus ojos.

 

No supe qué decir, así que correspondí a su saludo por reflejo tomando su mano: Era más pequeña y suave que la mía y además, estaba helada debido a que ella seguía empapada. Pero a pesar de lo frío de su toque, lo único que lograba provocarme era calor.

 

Mi agarre fue brusco y torpe pero a ella no le importó, más bien dió una risa risueña, casi infantil. 

 

—Mi nombre es Hannah. 

 

El aire se volvió pesado.

 

—Soy Sebastian.

 

Mi corazón está flotando. ¿Y el de ella?

 

Nos quedamos así unos segundos que apenas parecieron un soplido. Y ahora, con la mano libre, me agarré la nuca tratando de alguna forma estabilizar mis latidos.

 

—Deberías secarte un poco… te traeré una toalla.— le ofrecí al mismo tiempo que me dirigía al armario en el pasillo.

 

—¿Qué? No hace falta, en serio, ya me voy de todas formas —se negó de inmediato siguiendo mi paso. 

 

Pero como si no la estuviera escuchando, tomé una toalla y la puse sobre su cabeza, supongo que en parte fue para que no viera lo patética que era mi expresión.

 

¿Desde cuándo no me sentía así de tonto? ¿Desde esa vez que me obligaron a exponer frente a todos cuando tenía 16?

 

— Gracias— murmuró. 

 

Ella se secó la cara y el cabello y yo solo la observaba en silencio.

 

Entonces, ¿Ya estamos bien?

 

Es increíble como un aparente problema se pude solucionar como si nada.

 

De repente un agudo estornudo resonó en el pasillo.

 

—Ugh, lo siento.

 

—Nah, está bien, pero la próxima vez recuerda traer un paraguas —bromeé riendo ligeramente.

 

Ella se quedó en silencio mirando el reloj cucú de la pared opuesta, pensando, y por primera vez en la vida me incomodó el silencio, hasta que fue ella quien lo rompió nuevamente.

 

— En realidad… también vine a verte a tí. 

 

¿Qué?

 

Ella hurgó en su mochila llena de materiales y herramientas al igual que cosas que de seguro recolectó de camino para acá, pero cuando ella sacó su mano de adentro, pude ver lo que ella en verdad estaba buscando. 

 

—Una Lágrima Helada. 

 

Era preciosa. Su figura estaba totalmente pulida y podría ser casi cristalina a no ser por el color azúl turquesa que parecía brillaba en su interior. Es mil millones de veces más impresionante que en los libros.

 

—Ví el anuncio en el tablero de Pierre's y… no lo sé. Aquí tienes —respondió ella antes de que yo siquiera pudiera preguntarle. 

 

Sus mejillas se pusieron aún más rojas cuando me dió el mineral. Sus dedos fríos rozaron mi mano y sentí como si me hubieran dado un choque eléctrico, pero aparté los pensamientos extraños y me dispuse a contemplar mi nueva adquisición. Y en ese momento mi memoria me arrojó imágenes que ahora tenían sentido. 

 

—Oye… ¿Cómo te heriste el brazo?

 

—Eh… bueno… —dudó jugando con la toalla en sus manos ansiosa—. Supongo que una gelatina verde puede ser peligrosa después de todo.

 

Dió una risa forzada, tal vez tratando de aligerar el ambiente pesado. Pero yo dirigí mi atención a su brazo: estaba cubierto por su manga, pero a través de la tela húmeda se lograba apreciar los blancos vendajes. Entonces un sentimiento de culpa me invadió y palabras de disculpa se deslizaron de mi boca. 

 

—Lo siento.

 

Demasiado patético y simple como para creer que vienen de corazón, pero en verdad sentía cada palabra. 

 

—Ya te lo había dicho, nada muy grave. —Ella se encogió de hombros y bajó la mirada hacia mis manos—. Además, fué mi culpa, bajé la guardia por un momento y me atacó por la espalda. 

 

—Te debiste de haber sentido asustada —dije por lo bajo.

 

Su mano alcanzó las mías y trazó con su dedo el contorno de la Lágrima Helada poniendo delicadeza en su toque y pude sentir que ella emanaba un débil calor. 

 

—Creo que casi me dió un infarto cuando lo ví pero… —habló en lo que casi fue un susurro—. Supongo que valió la pena.

 

Ella alzó la mirada para encontrarse con la mía y me ofreció una de sus cálidas sonrisas que me recordaban a una media Luna viéndola de cerca. 

 

Cerca.

 

Sus ojos verde oliva estaban enmarcados con largas pestañas y uno de ellos, el izquierdo, tenía un lindo lunar debajo de él; y pensé que tal vez estaba ahí para llamar la atención para que así todos pudieran notar las estrellas en sus ojos soñadores.

 

Entonces empecé a sentirme mareado. 

 

Aumenté la distancia con ella aclarando la garganta cuando comencé a ser consciente de mí mismo. Y de ella. Y de mis pensamientos sin sentido. Y de que tenía que pagarle. Y de que la tormenta ya se había calmado.

 

—Creo que ya debería irme —comentó ella mirando por la ventana.

 

Después de que me entregara la toalla le pedí un momento para ir por su dinero, así que bajé a mi habitación y al en unos pocos segundos volví, pero no sólo con su pago.

 

—Ten y ten —dije poniendo en su mano unos billetes y un paraguas.

 

Ella me miró confundida. 

 

—Puedes devolverlo otro día. Sólo no te mojes —reí entre dientes.

 

—Gracias, enserio —exclamó sonriente apretado el mango del paraguas.

 

Ella Hannah salió por la puerta y yo la observé  desvanecerse entre las gotas de lluvia.

 

Supongo que no fue un día tan malo después de todo.










Notes:

El primer regalo que le dí a Seb fue una frambuesa y parece que no le gustó. Eso quedará en mi memoria hasta el final de mi vida :(

 

En honor a Mike la tortuga mística, la mascota por excelencia de mi hogar.

Chapter 6: Billar, vainilla y cerezas.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El sonido del tecleo bajo mis manos se combinaba con la música de mi estéreo, creando así mi ambiente perfecto para trabajar. Había estado modificando mi nuevo proyecto desde que me levanté ese día y no fue hasta hace unos minutos que mi cuerpo empezó a resentir todo el tiempo que estuve sentado, así que cuando ví la hora decidí que era momento de parar. Era viernes de billar en la taberna por lo que tenía que salir un poco antes para llegar a tiempo. 

 

Y con un poco me refiero a una hora. 

 

En momentos como este odio vivir en un lugar tan aislado.

 

Salí de mi escritorio y me quité la sudadera que estaba usando, entonces abrí mi cajón de camisetas las cuales en su mayorías eran derivados del negro. Tomé una y me la puse: era muy ancha a comparación de mi escuálido cuerpo, pero eso era lo que buscaba en cada prenda de ropa. No quiero que nadie vea.

 

Después de eso y de apagar mi equipo de trabajo, me puse mis zapatillas negras y gastadas y agarré mis llaves para por fin salir de casa. 

 

Cuando abrí la puerta, la escasa luz que quedaba en el cielo me cegó un poco. Supongo que años de llevar una vida nocturna me ha afectado. Apenas empecé a caminar saqué un cigarrillo de mi bolsillo y lo encendí: su sabor amargo invadió mi boca, nunca me gustó eso, pero trataba de ignorarlo ya que era de las únicas formas que tenía para relajarme. Mientras el humo subía a mi alrededor, me puse a organizar todo lo que haría una vez volviera a mi casa.

 

Bien. Tomaré una ducha y después una taza de café. Haré las modificaciones a que el cliente quiere que haga y creo que eso me tomaría máximo hasta las 2 de la madrugada, pero si me queda algo de tiempo libre, tal vez pueda terminar esa partida que me quedó pendiente en The Raven's Club, o también podría trabajar en la letra de la nueva canción…

 

Seguí divagando en todas las posibilidades hasta que un rostro cruzó mis pensamientos. 

 

Una sonrisa.

 

Detuve mi paso por un segundo y después continué. Había estado pensando en ella desde ese día y eso me hacía sentir… raro. 

 

No es como si esto fuera un sentimiento desconocido para mí, ya me había sentido atraído hacia algunas chicas de mi clase durante la escuela secundaria y pensaba que tal vez creía que ella era un poco… sólo un poco… 

 

Linda. 

 

Y el hecho de que me sintiera como un adolescente hormonal sólo me hacía sentir aún más vergüenza de mí mismo. 

 

Pero yo sabía que esta sensación extraña desaparecería como siempre me ha pasado. Abigail es la prueba viviente de eso. 

 

Me hice amigo de ella junto a Sam a los 15 años. Teníamos mucho en común y me solía visitar seguido para pasar el rato sólo los dos.

 

Ella me gustaba. 

 

Pero nunca se lo dije. 

 

Supongo que fué debido a mi falta de confianza y a qué no quería arruinar nuestra amistad. Y así los meses pasaron y ella dejó de venir tan a menudo, hasta que un día, me dí cuenta de que hablar y estar con ella ya no me emocionaba igual que antes. El sentimiento había desaparecido. 

 

Ya no me gustaba.

 

Así que, probablemente sea el hecho de que ella es un poco linda, de que me regaló una Lágrima Helada (la cual en realidad no fue un regalo) y que sea una nueva persona que se está integrando en mi vida las razones por la cuales me siento atraído a ella.

 

Duda resuelta.

 

Solo queda esperar a que esto pase. No creo que tarde mucho 

 

¿Cierto?



Por fin llegué a la taberna y atravesé la entrada. El aroma a comida recién hecha se respiraba en el aire combinado por el olor a alcohol y debido a que era viernes el lugar estaba lleno de personas, pero no le presté atención a ninguna mientras me dirigía a la sala de juegos.

 

—Hey —me saludó Sam con una rebanada de pizza en la mano— ¿Ya comiste? Compramos pizza hawaiana.

 

—Hey —saludé de vuelta—. Ugh ¿Por qué de esa?

 

—Abby ganó el piedra, papel y tijeras.

 

— Creo que hoy pasaré… —me acerqué a la mesa de billar y noté un cabello púrpura conocido levantándose del sillón.

 

— Hola, por fin apareces —sonrió Abigail.

 

— Perdón, me ocupé con unas cosas. ¿Empezamos?

 

— ¡No, todavía no! —gritó Sam con media pizza en la boca— Hannah fué por las bebidas.

 

Oh. Cierto. Hoy es ese viernes.

 

Justo después de que Sam hablara, una figura entró a la sala. Era ella y acarreaba cuatro vasos distintos los cuales puso en la mesa circular cerca nuestro.

 

— Uf, listo —suspiró ella—. Perdón, Abigail, el té helado ya se había acabado uh-

 

Cuando por fin alzó la mirada y me notó, me saludó:

 

—Hola.

 

—Hey —asentí.

 

Ella llevaba puestos unos vaqueros negros que contorneaban la curva de sus piernas y en su torso lucía un suéter color vino que dejaba ver sus hombros.

 

Se veía bien. 

 

Pero de alguna forma mi charla interna de hace un rato me ayudó a mantenerme tranquilo, lo cual agradecí. Era probable que ella se volviera parte del grupo, lo cual no me desagradaba ni me gustaba, pero si no había otra opción lo mejor era al menos llevarme bien con ella.

 

—Bien, ahora sí podemos empezar, —dijo Sam tomando un palo de billar— Hannah, ¿Juegas?

 

Ella dudó un poco mirando la mesa de billar.

 

—No soy muy buena, está bien, prefiero mirar.

 

—¿Bromeas? Eso no importa — exclamó él dándole una palmada en la espalda a Hannah—. Seb es muy bueno, puedes hacer equipo con él para que te enseñe.

 

—No es que él sea bueno, solamente es que tú eres pésimo —se burló Abigail para luego estallar en una carcajada.

 

Espera, ¿Qué?

 

Hannah me miró vacilando como aquella vez en la casa de Sam. Ya qué.

 

—Claro —contesté con simpleza.

 

—¡Bien, aquí vamos! —boceó el chico rubio con su amplia sonrisa.

 

Nos dividimos en dos grupos y Abigail dió el primer tiro: las bolas salieron disparadas y se esparcieron por toda la mesa de juego. Una rayada de color naranja cayó en el agujero de mi esquina y ellos continuaron con su turno por lo que yo aproveché la oportunidad.

 

—¿Conoces las reglas? —me incliné a su dirección para poder oírla bien debido a que la música y el ruido me lo impedía.

 

—Si, pero soy muy mala dando tiros —confesó dando una risa forzada.

 

Se escuchó un quejido frente a nosotros.

 

—¡Te dije que la de la azúl! —reclamó la chica pálida y bajita.

 

—¡Pero estaba justo al lado de la 8! —se defendió él—. Lo que sea, ustedes siguen.

 

Analicé cómo iba hasta ahora la partida y busqué posibles opciones, hasta que encontré uno que me gustó. Voy por tí, número 3. Me acomodé en el ángulo que quería, y no fué hasta que estuve lo suficientemente seguro que disparé.

 

Pum

 

Cayó perfecta.

 

Siempre se me dió bien esto del billar. Cuando éramos más jóvenes, el papá de Sam nos enseñó las reglas básicas, es desde ese día que descubrí el placer oculto que tengo por ver a Sam consumirse en desesperación. No es personal, lo juro. 

 

Luego traté de encontrar un nuevo objetivo sin mucho éxito, pues a mi parecer, todas eran difíciles. 

 

—¿Qué te parece esa? —preguntó Hannah apuntando a la esquina a nuestra derecha.

 

—¿La púrpura? —lo pensé un poco—. Tal vez. 

 

Sus ojos brillaron de orgullo y creí que a lo mejor sería bueno que ella le diera el golpe.

 

—¿Quieres intentar? —ofrecí.

 

—Uh, claro eh… —se posicionó frente a la mesa— ¿Así?

 

Su espalda estaba tensa y su agarre era inestable, así que decidí ayudarla un poco.

 

—Um, tus manos… tal vez… —inicié a murmurar incoherencias para mí mismo descansando mi palo en la mesa.

 

Toqué con delicadeza su mano y la guié lentamente a donde quería esperando a que ella entendiera mis movimientos y los siguiera. Su mano era pequeña a comparación de la mía y tenía algunos cortes menores en ella. Debería usar guantes. Miré de reojo hacia arriba: los otros estaban distraídos tomando sus bebidas, así que tomé la oportunidad para poder reubicar la posición de su mano derecha  a lo largo del palo mediante las instrucciones de mi toque fantasma. 

 

No estaba tan cerca de ella, pero sí lo suficiente como para percibir el dulce aroma que emanaba.

 

¿Vainilla?

 

No, tiene algo más.

 

Cerezas. 

 

Apenas los pensamientos llegaron a mi mente, mi corazón empezó a agitarse dentro de mí pecho. Así que me alejé confiando en que la postura de ella había mejorado considerablemente.

 

Hannah suspiró y golpeó con fuerza la bola blanca. Fué un tiro largo y alcanzó al objetivo.

 

Bastante bien, de hecho.

 

Tanto que nos ahogó.

 

—¿Qué? ¿Por fin? Vamos, Abby —corrió el rubio al juego apenas escuchó el ruido. 

 

—Perdón —se disculpó ella sonriendo como si estuviera aguantando una risa

 

—Nah, está bien. Ese tipo de allá ha dado tiros peores. —señalé al rubio en un intento de hacer menos esto.  

 

—No sé por qué Abigail dice que es pésimo. Juega decente. —comentó mirándolos.

 

—Oh, créeme que lo es. Una vez probó una nueva forma de golpear la bola y terminó rompiendo una decoración que tuvo que  pagar al dueño —reí entre dientes recordando el momento.

 

—Diablos, pobre decoración —se lamentó acompañándome en mi risa.

 

Sin embargo, nos escucharon al otro lado de la sala.

 

—Al menos yo no confundí a mi mamá con una extraña —devolvió el golpe después de dar su tiro a la bola que inesperadamente acertó.

 

Él y Abigail se carcajearon juntos, y yo sólo me quité el pelo de la cara con la mano sonriendo mientras recordaba esa noche tan vergonzosa. Incluso el tipo al lado de esa pelirroja se burló de nosotros.

 

Seguimos hablando de cosas banales durante el resto de la partida hasta que terminó e iniciamos una nueva que quedó inconclusa, ya era tarde y teníamos que volver a casa.

 

Sigo invicto. 

 

Ya fuera de la cantina nos despedimos y escuché como Abby le decía a Hannah lo feliz que estaba por que hubiera otra chica en el grupo y Sam fingió sentirse herido. Pero en el fondo me alegré de verdad por ella. 

 

 Un poco más adelante en el camino, la chica bajita se desvió por otra calle, dejándonos a mí y a Hannah solos.

 

—Tengo que ir por este lado —comentó ella.

 

—Ten buena noche —respondí sencillo.

 

Sin embargo ella no se movió, por lo que esperé un momento para ver si quería decir algo más.

 

—Oye…

 

El sonido de los grillos cantando nos arrullaba. 

 

—¿Si?

 

— Em… —jugó con el dobladillo de su suéter—. Hoy me divertí mucho. Gracias.

 

—No es nada —dije en tono bajo.

 

Ella sonrió y se despidió, pero como si un impulso me hubiera atravesado, le grité:

 

—¡A mí mamá le encantó la mermelada!

 

Ella volteó con los ojos bien abiertos y de nuevo mostró esa sonrisa suya que era igual de blanca y llena como la media Luna sobre nuestras cabezas.

 

—¡Me alegra! —gritó de vuelta— ¡Al menos ya tengo una idea para su regalo de cumpleaños, pero por favor, no te equivoques de fecha al igual que Sam!

 

Solté una carcajada porque referenció una conversación que tuvimos en la taberna. Resulta que la mala memoria de Sam atacó de nuevo y confundió el cumpleaños de su hermano con el de su madre.

 

Sinceramente esto ya es mucho hasta para Sam

 

Pero yo soy más imbécil por no haber notado que él estaba equivocado. 

 

—No pasará —dije finalmente.

 

Y así nuestros caminos se separaron otra vez.

 

Y su aroma a vainilla y cerezas no salió de mí cabeza.




Notes:

Ok, una disculpa. Cuando busqué el cumpleaños de Jodi confundí la fecha con la de su visita a la clínica y fue apenas me dí cuenta del error :')
Y como buena arregla-todo lo encubrí con el cumpleaños de Vincent (ternurita❤️).

Gracias por el apoyo que le dan a esta serie, la verdad no sé cuántos le dan seguimiento a los capítulos, pero si eres uno de ellos, muchísimas gracias ❤️

Atte-June

Chapter 7: Bancarrota

Notes:

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Chapter Text

Nunca he tenido problemas para levantarme temprano. 

 

Siempre lo había hecho así incluso cuando trabajaba en Joja pues tenía que mantener el ritmo de mi apretada agenda. 

 

Pero eso quedó en el pasado. 

 

Ahora las tareas que debo realizar a mi día a día son pocas y no requieren mi total concentración, y siendo honesta, extraño un poco tener días más estructurados. Pero supongo que solo es cuestión de tiempo para que me acostumbre.

 

Pero a pesar de que me guste despertarme con el primer rayo de sol, odio el sonido que me lo anuncia. El que está grabado en mi subconsciente y hace que me estremezca cada vez que lo recuerdo.

 

Mi alarma.

 

Si pudiera confiar en que me levantaría sin necesitar de su ayuda, nunca la pondría. Es un sonido insufrible el cual apago cada mañana apenas recobro dos de mis cinco sentidos. Y hoy no fue la excepción. 

 

Con un movimiento rápido la desactivé  y decidí levantarme sabiendo que si no lo hacía en ese momento no lo haría nunca. Luego, estiré los brazos hacia arriba y bostecé. La cabaña del abuelo se veía más vacía de lo que recordaba, pero la estaba empezando a llenar con mis propias pertenencias. Antes de que me mudará a Pueblo Pelícano, Robin, la carpintera, tuvo que hacer varios arreglos dentro de la casa, por ejemplo, poner una cocina. Sabía que el abuelo odiaba eso de cocinar, pero esto era ir muy lejos. Pero además de esto, se debían reparar las tuberías, cambiar las ventanas y el piso, impermeabilizar el techo…, en resumen, ahí fue a parar gran parte de mi dinero, y ni siquiera pude considerar darle mantenimiento a los establos o a la parte de afuera de la vivienda. ¡Pero, Oye! Puedes preparar tu café diario, que es prácticamente tu único desayuno.

 

Bien.

 

En ese momento mi estómago gruñó.

 

En serio, necesito un trabajo.

 

A pesar de que mi papá me mandó un poco de dinero, todavía no podía mantenerme al ritmo con los gastos y todavía faltaba un mes para la primera cosecha. Es por esto que me emocioné como un niño cuando Abigail mencionó el concurso en el Festival de huevo, aunque no por motivos muy… adecuados. Ella dijo que ha sido la campeona de las últimas 4 competencias en búsqueda de huevos, y que desde entonces el premio consiste en un cheque. 

 

Ella sonaba muy entusiasmada por conseguir su quinta victoria consecutiva, y pensé que probablemente este no era el mejor momento para sacar mi lado competitivo. 

 

Hasta que una imagen de mí teniendo 3 comidas al día cruzó mi mente.

 

Lo siento Abigail, mi supervivencia y la de Cody es más importante.

 

Con eso, terminé mi taza de café y salí por la puerta. La suave brisa de mañana refrescaba mi rostro que a su vez era acariciado por los rayos del sol que comenzaban a emerger del horizonte. El color verde dominaba en la escena que veía, la cual se complementaba con las flores silvestres creciendo a los pies de los árboles. Nunca me cansaré de esto.

 

Después de visitar mis cultivos perfectamente ordenados y asegurarme de que todo estuviera correcto, me dirigí al centro del pequeño pueblo.  

 

Todo a mi alrededor consistía en colores pasteles y decoraciones alusivas a los huevos. Saludé a algunas personas que conocía, como el doctor Harvey, Lewis, el viejo matrimonio Mullner y a su nieto, Alex. Pero tan pronto me dejaron ir, salté hacia la mesa de comida. Nunca pensé que habría tantas formas de preparar los huevos. 

 

Mientras estaba centrada en mi plato, una voz conocida me saludó desde atrás.

 

—¡Hola, Hannah! Que bueno que viniste.

 

Salté un poco de la sorpresa y dejé de lado mi comida, pero al volver el rostro me encontré con un rostro familiar.

 

—Oh, hola, Robin.

 

Su cabello pelirrojo se mantenía atado en una cola de caballo y me estaba dedicando una sonrisa tan cálida como en ese día que me recibió en la estación de autobús.

 

—Ven, sígueme. Quisiera presentarte a mi familia —ofreció llevándome del brazo.

 

Es fuerte.

 

Nos metimos entre toda la multitud de gente, hasta llegar con un hombre y una chica parados frente a una mesa.

 

—Él es mi esposo, Demetrius y mi hija, Maru —los presentó Robin.

 

Ambos tenían pieles tostadas y cabello castaño oscuro y me saludaron con una sonrisa. Parecen amables.

 

—Oh, y creo que ya conociste a mi hijo, Sebastian. Ahora debe de estar con sus amigos.

 

Sin saber qué decir exactamente, simplemente contesté:

 

—Uh, claro… parece agradable.

 

Se notó que Robin intentó sofocar su risa, pero su hija no tuvo mucho éxito en ello.

 

—Pfff, ¿Sebastian? ¿Agradable? En otro mundo tal vez —bromeó la chica con overol.

 

—No es que él sea malo —la mujer trató de defenderlo —, puede ser muy bueno con sus amigos, es sólo que… él es un poco tímido.

 

¿Tímido…?

 

Por alguna extraña razón nunca consideré esa posibilidad. 

 

Pero mi atención se dirigió por un segundo a Demetrius: tenía una expresión muy apagada a comparación de cuando nos introducimos.

 

Hablamos un poco más y fue entonces que por fin noté lo distinta que era la familia de Sebastian y Sebastian en sí. 

 

Entiendo que tal vez no se pareciera a Maru ni a Demetrius, pero ni siquiera compartía mucho con Robin: No tenía sus suaves ojos verdes, su cabellera pelirroja ni la forma ovalada de su rostro. Además, ellos transmitían un sentimiento de calidez y amabilidad mientras que a primera vista, Sebastian se veía distante y melancólico. Supongo que el ADN es más confuso de lo que pensé.

 

La charla iba bien hasta que unas manos escurridizas me taparon los ojos.

 

—¿Quién soy? —preguntó con una voz burbujeante.

 

Reconocí la voz, por fortuna. No sé aquí en el Valle, pero en la gran ciudad si alguien te sorprende por la espalda probablemente vuelvas a casa sin tu billetera. 

 

—¿A-Abigail? —quité sus manos de encima mío.

 

—Bingo —dió una risita—. ¿Vas a participar en la competencia, cierto? Tenemos que registrarte.

 

Me jaló del brazo de manera inmediata, por lo que solo pude dar una despedida apresurada.

 

Me llevó a un puesto en donde tuve que escribir mi nombre y apellido en una lista. No había muchas personas como pensé que se anotarían. Perfecto.

 

Cuando íbamos de regreso nos encontramos con Sam y Sebastian.

 

—¡Hey, Hannah! —llamó el rubio en voz alta.

 

Yo lo saludé de vuelta y también a Sebastian, y lo único que obtuve a cambio fue un asentamiento, pero no vino solo, venía acompañado de una pequeña sonrisa. Me conformaré con eso por ahora.

 

Continuamos andando por el festival y me presentaron a nuevas personas: la familia de Sam y Abigail, y a algunos de sus amigos. Y a pesar de que en todo el trayecto Sebastian no dió más que comentarios cortos, no se sentía ausente. Su atención estaba con nosotros siempre hablando con la mirada.

 

Desde esa noche en la taberna me empecé a sentir más cómoda con ellos tres. Todavía no entendía bien por que ellos incluirían tan de repente a una total extraña como yo a su grupo, pero tampoco me disgustaba. De hecho, creo que desde hace tiempo que no hacía nuevos amigos.

 

Supongo que esa fue una de las razones por las que no me sentí atada a mi vida en Ciudad Zuzu.

 

Y tan rápido como mi vida social volvía a florecer, mi interés respecto a alguien empezaba a surgir.

 

No mentí cuando dije que pensaba que Sebastian parecía agradable. Bueno, tal vez no pensé eso al principio, pero poco a poco me demostró que no era alguien tan frío y apático como aparentaba, la manera en la que se preocupó por mí ese día lluvioso en la carpintería me lo confirmó.

 

Tengo curiosidad. 

 

Quiero conocerte. 

 

Nos detuvimos frente a un poste de luz decorado y empezamos a hablar de lo que sea para matar el tiempo.

 

—¡Y el festival del huevo de hace 3 años fue una locura! —aseguraba orgulloso Sam—. ¿Recuerdas, Seb?

 

—Nunca ví a Lewis tan furioso —dijo con una sonrisa maliciosa.

 

—¿Qué hicieron…? —volteé a mirar a Sebastian con una duda.

 

—Bueno… —tardó un poco en unir sus palabras—. Ese año hicimos una guerra de huevos podridos y digamos que, "por accidente", uno le dió perfectamente a Lewis en la cara.

 

Él empezó a reír al final y los demás lo seguimos.

 

—Si, claro. "Por accidente" —lo imité bromeando.

 

El solo se encogió de hombros y rió entre dientes. 

 

Todos los participantes del concurso anual de búsqueda de huevos, favor de presentarse en el centro.

 

Abigail y yo tuvimos que acudir al llamado de la voz del micrófono, por lo que nos separamos del grupo.  Sam nos deseó suerte mientras que Sebastian se limitó a hacer un gesto con las manos cruzando los dedos. Yo no sabía si eso iba dedicado a ambas o sólo a Abby, pero aún así lo imité dando una sonrisa amistosa.

 

Llegamos con los demás participantes: en su gran mayoría adolescentes y niños, pero eso no impidió que el espíritu competitivo corriera por mis venas. 

 

El alcalde pronunció unas palabras a las cuales no les presté mucha atención, solamente sé que en el momento en el que escuché al silbato mi corazón se convirtió en adrenalina.

 

Busqué en cada arbusto.

 

En cada maceta.

 

En cada árbol.

 

Y al cabo de tres minutos, mi canasta estaba llena de huevos.

 

Ya puedo saborear la pizza que hoy cenaré.

 

Había perdido de vista a Abigail apenas inició el reloj, pero me había topado con Maru y el hermanito de Sam. 

 

Seguí buscando huevos decorados con empeño. ¿Cuándo fue la última vez que me sentí así de desesperada? Probablemente desde los exámenes de ingreso a la universidad.

 

Me alejé un poco del grupo para revisar el puente que llevaba a la playa. Bingo. Un lindo huevo color azúl con rayas me miraba. Corrí con emoción yendo tras él, pero la gravedad es traicionera.

 

Me tropecé con mis propios pasos y caí al suelo, pero poco me importó cuando tomé mi objetivo y me aseguré de que ningún huevo se hubiera roto en la canasta.

 

Rastreé a mí alrededor lugares en donde no había revisado, pero inmediatamente después se volvió a escuchar el sonido del silbato. 

 

Se había terminado.

 

Sam, Sebastian, ojalá su suerte sirva de algo.

 

Llevé mi canasta de huevos al jurado para que hicieran el conteo, pero no ví a Abigail por lo que la empecé a buscar con la mirada.

 

Mientras me metía entre toda la multitud me tropecé con un sujeto.

 

—Ups, lo lamento —me disculpé de inmediato hasta que ví su rostro.

 

—Uh, hola.

 

Era Sebastian.

 

—Oh, hola —vacilé un poco—. Um, ¿Y dónde está Sam?

 

—Eso estoy tratando de averiguar... —dijo mirando a su alrededor—. ¿Y Abigail?

 

—Supongo que lo mismo…

 

Él se me quedó viendo un segundo para luego volver a buscar a sus lados.

 

—Mejor salgamos de aquí. Ellos nos encontrarán tarde o temprano… No soporto estar entre tanta gente —masculló en lo último que dijo.

 

Seguí sus pasos sin decir nada hasta encontrar una banca lejos del bullicio de la fiesta.

 

—Estoy tan cansada… —comenté después de un largo suspiro.

 

Él no contestó nada y únicamente se sentó a mi lado.

 

Su cabello color ébano caía por el lado derecho de su rostro y sus prendas de vestir eran de un color negro totalmente opuesto a los tonos pasteles a nuestro alrededor.

 

A pesar de que el ruido estaba presente en el fondo, el silencio dominaba entre nosotros dos y me sentía responsable de romperlo, pero mientras pensaba en posibles temas de conversación, él fue el que habló primero.

 

—Um… ¿Y tú pierna está bien? —preguntó con cautela.

 

—¿Qué?

 

Dirigí mi mirada hacia la parte inferior de mi cuerpo y me encontré con un líquido rojo carmín escurriendo de una cortada.

 

—Demonios —las palabras se deslizaron solas de mi boca al recordar ese maldito puente. 

 

—¿No lo habías notado…?

 

—¿Tú sí? —lo miré con los ojos muy abiertos. 

 

Su expresión seguía serena, pero se levantó de forma repentina.

 

—Quédate aquí. Volveré en un minuto.

 

No respondí nada. No sabía qué era lo que iba a hacer pero supuse que al menos volvería. 

 

Pasaron unos cuatro minutos hasta que él apareció de nuevo.

 

—Uff, lo siento —estaba jadeando—, no encontraban el botiquín.

 

En su mano llevaba una caja de color blanco y de ella sacó un desinfectante y algodón.

 

—Si no limpiamos la herida se puede infectar —explicó hincándose delante mío—. ¿Estás bien con eso?

 

Podría haberlo hecho yo. Debí de haberlo hecho yo.

 

Pero soy una cobarde que no soporta la idea de ir a su chequeo anual, mucho menos lidiar con eso de heridas.

 

Así que asentí con la cabeza y él lo tomó como luz verde por lo que comenzó con lo suyo: abrió la botella del líquido y humedeció con él el algodón.

 

—Si te duele, dímelo —advirtió sin apartar la vista de lo que hacía. 

 

Sebastian tomó el algodón con sus pálidas manos y lo frotó en mi piel desnuda. Apreté los puños con tal de no moverme por el ardor, así que me enfoqué en el chico delante mío para distraerme: sin duda no se parecía a Robin, él tenía una mirada afilada, su cabellos eran oscuros como el carbón, su tez era mucho más pálida que la de su madre y sus rasgos eran más finos a comparación del resto de su familia, sin embargo, había algo que sí compartía con su madre.

 

El puente de pecas esparcidas por su nariz y que se extendían por sus pómulos. 

 

Era adorable 

 

Él quitó toda la sangre alrededor y prosiguió tomando un rollo de vendas del botiquín.

 

—Ya lo voy a vendar.

 

—Mhm.

 

A pesar de la venda y el dolor, pude sentir su toque suave y cuidadoso mientras le daba vueltas a la fina tela alrededor de la herida hasta cubrirla por completo. Eso me dirigió de nuevo a esa noche en la partida de billar: él fue muy amable y respetuoso, de hecho, ni siquiera sentí como si me hubiera tocado, fué más bien un ligero roce que guiaba mis movimientos como si tuviera miedo de romperme. 

 

Todavía podía sentir su presencia detrás de mí junto al vago calor que desprendía. 

 

Mi corazón empezó a latir y sostuve la respiración como en esa noche. Me siento mareada.

 

—Listo —suspiró Sebastian y alzó la mirada—. ¿No está muy apretado?

 

—Uh —hice como si lo estuviera pensando—. No, está perfecto. Gracias.

 

Él solo asintió con la cabeza y volvió a sentarse junto a mí.

 

El silencio nos invadió de nuevo. 

 

—Y… —hablé esperanzada —. ¿No te gusta eso de la búsqueda de huevos?

 

Se quedó mirando a la nada, tal vez considerando su respuesta. 

 

—Creo que no he participado desde los 15 años, aunque de todas maneras nunca ganaba.

 

Lo observé un poco y repliqué murmurando un "ya veo" para que después, la ausencia de palabras volviera a nosotros. 

 

Era asfixiante. Y pude haber salvado la conversación, pero tenía miedo de que él se incomodara ante mis lamentables intentos. 

 

Así que cedí al silencio. 

 

Inconscientemente, mis ojos se dirigieron a él, y traté de seguir su mirada perdida en el horizonte, pero no encontré nada. Él estaba jugando con sus manos y movía su pie en un ritmo que intenté descifrar.

 

Y entonces nuestras miradas se cruzaron.

 

Pero en vez de retirarse, como yo hice, Sebastian lanzó un ataque sorpresa.

 

—¿...Cómo te lastimaste?

 

Su voz estaba un poco ronca pero con toques cautelosos.

 

—Eh… Caí en el puente frente a la casa de Lewis —reí un poco—. Supongo que debería prestar más atención.

 

—Pfff. Si no te cuidas terminarás cayendo por un hoyo —se burló. 

 

—En realidad, eso casi me pasa cuando volvía a casa —devolví entre una risa.

 

Aunque eso sí era de verdad. 

 

—Una vez Sam practicaba con su patineta en ese puente y digamos que no le fue muy bien. Todavía conserva la cicatriz.

 

Dió una sonrisa maliciosa y esperé que no fuera a propósito, pero no pude evitar imaginarlo tendido en la acera.

 

—Y por cierto —volteé mi cuerpo en su dirección—, ¿En dónde aprendiste a hacer esto?

 

Señalé mi pierna con un vendaje perfectamente atado a su alrededor.

 

—Uh, bueno —se rascó la nuca—, mi …hermana trabaja en la clínica así que…, supongo que aprendí algunas cosas de ella.

 

Por alguna razón su voz vaciló cuando mencionó a Maru, por lo que decidí que lo mejor sería desviar el tema.

 

—¿En serio? Genial. Yo no soporto los hospitales, de verdad me salvaste con esto.

 

—No es nada —dió una media sonrisa. 

 

Oh, ahí está.

 

Cuando su gélida expresión se tornaba en la más mínima sonrisa, se podía ver el destello de luz que tiene su familia. 

 

—Ah, tu paraguas.

 

Y así volví a la realidad. 

 

—¿Mm? No importa. Puedes dármelo otro día —dijo apoyando la espalda en el respaldo de la banca para mirar el cielo.

 

Yo lo imité y visualicé unas nubes grises a lo lejos.

 

—Parece que va a llover.

 

—Mm, que bueno —murmuró.

 

A todos los participantes del concurso anual de búsqueda de huevos, favor de reunirse en el centro. Anunciaremos al ganador.

 

Salté de mi lugar al escuchar la voz del hombre en el micrófono. 

 

—¡Rápido! —animé.

 

Sebastian se levantó perezosamente y me siguió como un padre persiguiendo a su hijo por una tienda de juguetes. 

 

Llegamos al centro y nos paramos uno al lado del otro en medio de la apretada multitud. Para ser un pueblo pequeño hay bastantes personas. 

 

Y todavía no había señal de Sam ni Abigail. 

 

Es mi honor anunciar que el ganador de este año con un puntaje de 32 huevos recolectados es…

 

Apreté los puños y contuve la respiración. 

 

¡Abigail Graham, felicidades! Sube por tu premio. 

 

Todos gritaron de emoción pero de mí no salió ningún sonido.

 

Sentí una puñalada en el pecho. Odio esta sensación de fracaso. Tenía un solo trabajo y aún así fallé. 

 

El dinero se me está acabando y ya no soporto tener solamente una comida decente al día. Podría eliminar por completo mis gastos no esenciales y vender algunas de mis cosas, y tal vez conseguir un trabajo de medio tiempo- Ugh, la comida de Cody- Espera. No. Él no es una opción recortable. 

 

Divagué por las millones de posibilidades hasta que por fin encontramos a ese cabello púrpura, la alegría se desbordaba de su rostro mientras subía al mostrador y recibía su cheque. 

 

Lo siento, Cody. Hoy no habrá pizza.

 

La mirada de Sebastian estaba clavada en mí, lo podía saber sin siquiera mirar, pero no quería que me tomara como a una mala perdedora o lo que sea. Por esto actúe rápido. 

 

—Vamos con ella, tal vez Sam esté con ella —sugerí dando mi mejor sonrisa falsa.

 

Él me siguió sin preguntar, por lo que lo tomé como una buena señal. Nos acercamos a donde estaba Abigail y ella me abrazó con emoción. Más tarde encontramos a Sam, resulta que desapareció debido a que no encontraban a su hermanito y tuvo que ir a ayudar. Estaba a la orilla del río jugando con unos caracoles. 

 

Pasamos el rato un poco más hasta que la tarde cayó y todos se fueron a sus casas, por lo que me quedé con Sebastian. Aún teníamos el botiquín con nosotros, por eso me ofrecí a acompañarlo a la clínica para devolverlo, y a pesar de que al principio se negó, después de que insistí un poco accedió. No me gusta nada que tenga que ver con la medicina, pero sentí que sería descortés dejarlo hacer eso sólo después de que había sido muy amable conmigo. 

 

El interior del edificio era de un blanco estéril y olía a limpieza profunda, pero como el doctor no estaba en el mostrador tuve que llamarlo.

 

—¿Doctor Harvey? ¿Hola?

 

Sin respuesta. 

 

—Él vive en la parte de arriba, tal vez no te escucha —comentó Sebastian poniendo el botiquín en el mostrador. 

 

—Si, tal vez.

 

Y entonces una puerta se abrió. 

 

—Uh, hola, Hannah. El doctor tuvo que retirarse y yo estaba en la parte de atrás, ¿En qué puedo ayudarte?

 

Era Maru, y vestía las mismas ropas que hace unas horas. 

 

—Hola, sólo queríamos devolver esto —señalé la caja.

 

—Gracias, ¿Tú fuiste la que se lastimó? Sebastian me asustó cuando me pidió que abriera la clínica —dijo ella mirando al chico a mi lado.

 

—Cállate, solo te pregunté por un botiquín —respondió irritado y desvió la mirada. 

 

Ella apoyó los codos en el mostrador. 

 

—Perdónalo —dió una mirada maliciosa—, es "tímido".

 

Luché contra mí misma para no reír, sin embargo la mirada de odio que Sebastian le dedicó ia Maru me lo impidió.

 

—En verdad eres hija de tu madre, ¿Cierto? —masculló él con veneno en sus palabras. 

 

Ella carcajeó abrazando su estómago. 

 

—Deberías visitarnos alguna vez a la casa, ¿Conoces el camino? —Maru preguntó recuperando el aliento. 

 

—Si, he ido a pescar algunas veces —respondí. 

 

—¿En el lago? Asombroso. Está lleno de peces gracias a que es temporada alta. Ahí suele hacer sus estudios mi papá, pero supongo que también podrías sacarle provecho vendiendo lo que pesques —dijo con una expresión de felicidad. 

 

Pescar, eh.

 

No era una experta, pero ya había atrapado algunas cosas… En su mayoría basura. 

 

Pero supongo que eso era mejor que morir de hambre junto a Cody. 

 

—Gracias, lo tomaré en cuenta —sonreí—. Ya me tengo que ir, fue un placer, hasta luego. 

 

Ella se despidió agitando la mano y salimos de la clínica. Ya fuera, Sebastian sacó un cigarrillo de su bolsillo y lo encendió en menos de un segundo. 

 

—Tu hermana es muy amigable. 

 

Tomó una gran calada de humo. 

 

—Eso suelen decir… —suspiró sin mucho ánimo—. Nos vemos luego.

 

—Si, adiós, y uhm… —vacilé—. Gracias por todo. 

 

—Ya me lo agradeciste —dijo con una expresión burlona con su cigarro cerca de sus finos labios. 

 

—Lo sé —dí una sonrisa inocente.

 

—Pfff. Adiós. 

 

Lo despedí con la mano y lo observé irse, por lo que seguí mi camino con la puesta del sol. 

 

Cuando regresé a casa, Cody ladró saludándome y yo acaricié su cabeza. Sus ojos se veían tan adorables así que no me pude resistir a su súplica silenciosa y terminé ordenando una pizza. 

 

Oficialmente estoy en bancarrota. 

 

Mañana empezaré con la pesca. 




Notes:

Hannah fue ese tipo de estudiante que no podía sacar una calificación menor a la máxima o de otra forma enloquecería.
Este episodio resultó más largo de lo que esperé, pero creo que me gustó.
Y perdón si hay muchos "sonrió" "sonrisa" etc. Por más sinónimos que busqué ninguno me convenció.
En unos días entraré a la escuela por lo que las publicaciones tardarán más, pero como ya tengo varios capítulos planeados, solo sería cuestión de que escribiera todas las ideas ;)

Para mi amigo A: nos vemos en el infierno en menos de 5 días ;)

Atte-June

Chapter 8: El lago junto a mi casa

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Mi ojos ardían y la espalda me estaba matando. Había estado todo el día creando mi nuevo programa cuya fecha límite se acercaba, y cuando se trata de mi trabajo u otra tarea importante suelo enfocar toda mi atención en eso hasta terminarlo. 

 

Sin embargo, mi concentración suele verse afectada por la más mínima distracción. 

 

En este caso, la nueva novela de fantasía que me llegó ayer. 

 

No me arrepiento. 

 

Con unos tecleos rápidos ingresé los últimos códigos del proyecto por ese día. Mañana continuaré. Me levanté de mi silla y me estiré tanto que parecía que quería tocar el techo. Los huesos de la espalda se me alinearon con múltiples crujidos y suspiré de satisfacción al bajar los brazos.

 

Todavía no tenía hambre, pero probablemente ya eran las 7 PM y no había almorzado por lo que decidí que sería mejor comer algo rápido para después salir a fumar un rato. 

 

Fuí a la cocina y me encontré con Maru: ella se estaba sirviendo café y me ofreció un poco levantando la cafetera frente a ella. Yo asentí y tomé mi taza. Ella me observó recargada en la mesa mientras me servía.

 

—Pensé que no saldrías en todo el día —comentó ella.

 

—Me hubiera gustado… —tomé un sorbo—. ¿Qué hizo mamá de cenar?

 

—Estofado de setas —imitó mi acción con la taza. 

 

—Ugh. Paso. 

 

Abrí la nevera. Había mucha comida que había quedado sin terminar de anteriores cenas, pero una captó mi atención. Perfecto. Tomé la rebanada de pizza y la coloqué en el microondas. 

 

—Podrías comer más sano, sabes —dijo ella con una mirada acusadora. 

 

Le rodé los ojos en respuesta y Maru volvió a su habitación. Yo comí mi pizza, lavé mi plato y mi taza, para finalmente salir de mi casa. 

 

El aire fresco de la montaña golpeó mi cara y sentí como si por fin pudiera respirar. Se podía ver el centro de Pueblo Pelícano a lo lejos, y un poco más a su derecha el Bosque Tizón. Mi mapa mental del lugar empezó a funcionar y, si mal no recordaba, la granja del viejo Johnson estaría por esa área. Mi estómago se revolvió. A ella parecía no importarle, pero por un momento hubo … desilusión en su rostro. Ojalá a ella simplemente no le guste perder y no sea otra cosa.

 

Inicié mi camino al lago mientras tomaba un cigarrillo de mi bolsillo y lo encendía. Su amargo aroma que flotaba a mi alrededor me relajaba, pero lo hacía aún más el azúl cristalino que empezaba a visualizar frente mío.

 

Paz. Eso era lo que sentía siempre que estaba aquí. 

 

—Urhg, vamos.

 

Pero nunca dura. 

 

Volteé el rostro y busqué más allá de los arbustos. Usualmente no hay nadie aquí. 

 

—Maldito pescado —dió una patada con odio al suelo. 

 

Oh, esa voz. 

 

Me acerqué a la persona misteriosa y mis suposiciones terminaron siendo ciertas. 

 

—Oye, deja al pez tranquilo —dije riéndome de la escena. 

 

Ella gritó del susto. Más fuerte de lo que esperé, de hecho.

 

—Demonios, casi me das un infarto —espetó recuperando el aliento. 

 

—Lo siento. 

 

En realidad no lo sentía. 

 

Me apoyé contra un árbol y ella enrolló de vuelta el hilo de su caña de pescar y acomodó su desordenado cabello. Traía puesta una playera amarilla y un overol cuyo dobladillo del pantalón estaba sucio, y además, parece que aprendió la lección, y en vez de unas zapatillas blancas estaba usando unas botas gruesas. 

 

—¿...Y qué haces aquí? —por fin me miró a los ojos

 

—Vivo aquí. 

 

Pude ver el fallo en sus neuronas al no saber qué responder a eso.  

 

—Si, bueno. Eso lo sé, me refiero a- umh —balbuceaba intentando encontrar las palabras mientras sus mejillas se tornaba de un color cada vez más rojo. 

 

Está bien, basta de juegos. 

 

—Quería distraerme —interrumpí—. ¿Y tú?

 

Ella agitó su caña de pescar y sonrió penosa. 

 

—Aunque no he tenido suerte.

 

Miré su valde que en vez de peces contenía basura. Mucha basura. 

 

" Por lo menos limpiaste el lago" pensé, pero antes de decir cualquier estupidez, alcancé a ver su rostro.

 

Estaba igual de desilusionada que en el día del concurso.

 

Sigh .

 

—¿Has estado usando algún cebo? —pregunté mientras me acercaba a dónde estaba. 

 

—Uh. No. ¿Eso ayudaría?

 

—Un poco… —me puse en cuclillas a la orilla del lago y me arremangué las mangas de mi sudadera. 

 

La tierra está húmeda.

 

—¿Qué haces? —dejó su caña a un lado y se puso a mi lado.

 

—Estoy buscando… —seguí escarbando en la tierra hasta que lo encontré—. Esto.

 

Tomé la lombriz que se retorcía entre mis dedos y ella se apartó de inmediato con asco. Le pedí su caña y clavé al insecto en la parte de metal.

 

—Inténtalo ahora.

 

Ella la tomó con cuidado, y con un movimiento rápido y lleno de gracia lanzó el hilo unos metros dentro del lago. 

 

—Um, gracias… —dijo por lo bajo—. ¿Dónde aprendiste eso?

 

Me encogí de hombros aún en el suelo, lo había visto en un programa de televisión. 

 

Nos quedamos en silencio  y observamos juntos la tranquilidad del lago mientras que daba una gran calada de humo. En algún punto, sus aguas se convertían en un espejo que reflejaban a la perfección la forma de las lejanas montañas. Siempre había amado ese efecto junto al pacifico ambiente que lo rodeaba y cuyo único ruido que podía tocarme era el de las aves pasando, los grillos cantando o el mismo viento. 

 

Todo siempre estando solo.

 

Pero ahora estaba con ella.

 

Y no me molestaba. 

 

Continuamos así por un rato: ella parada, atenta al más mínimo movimiento del agua y yo terminando mi cigarrillo. 

 

Hasta que por fin algo picó. 

 

Ella contuvo a medias su grito de emoción y empezó a luchar con el pez. Se notaba el esfuerzo que estaba poniendo en su agarre, y consideré ofrecerle ayuda, pero después reflexioné en que era probable que mi fuerza fuera igual o menor a la de ella, así que únicamente me limité a observar. 

 

Ella apretó la mandíbula y con un fuerte tirón logró sacar al pez.

 

La felicidad se desbordaba de su rostro mientras observaba a su más reciente logro: Era de un color café oscuro y considerablemente grande. 

 

—¡Ah!, Es tan horrible, pero en serio estoy muy contenta. ¡Gracias, Sebastian! —exclamó dándome una amplia sonrisa. 

 

Esa no es una media Luna. Es un Sol.

 

Reí entre dientes ante su comentario para después caer en cuenta de que había dicho mi nombre, creo que fue la primera vez que lo oía de su boca. 

 

—Um, ¿Quieres otro cebo? —ofrecí tímido jugando con la tierra frente a mí.

 

—¿Huh? Está bien, yo puedo agarrarlo —dijo hincándose a mi lado. 

 

—¿Segura? Se te nota el asco —la molesté con el cigarrillo entre los labios. 

 

Ella observó la pila de tierra pensativa. 

 

—¿... Me darías otro, por favor? —preguntó con una cara de súplica.

 

Yo simplemente dí una pequeña sonrisa y comencé a escarbar. 

 

Hannah se quedó a mi lado, pero prefirió enfocarse en el paisaje. 

 

—Es muy bonito —murmuró.

 

—Si…, lo es —dije en un suspiro. 

 

—Lamento molestarte con esto. 

 

—Nah, está bien. No tengo nada mejor que hacer de todas maneras —dije sin emoción. 

 

Ella extendió la mano dudosa, y empezó a escarbar junto a mí sin decir nada, aunque más bien parecía que estaba jugando con la tierra. Hacia figuras sin forma y después las borraba.

 

—¿Desde cuándo estás aquí? —pregunté finalmente.

 

—Creo que desde las 7 —inclinó la cabeza para abajo con pesadez—. Me duele todo el cuerpo pero no quería irme con las manos vacías.

 

—¿Cuándo fue la última vez que te tomaste un descanso…? Además, te acabas de lastimar la pierna. 

 

—Eh… Supongo que este sería mi primer descanso del día —sonrió con dolor—. Y hablando de eso, la herida no era tan profunda. Sanará en unos días, espero. 

 

No sabía cómo continuar, así que seguí cavando más profundo hasta que finalmente encontré una nueva lombriz. Le pedí su caña de pescar, y cuando terminé, ella retomó su posición de pie. En parte me gustaba sentirme útil. 

 

Yo la miré desde abajo hasta que por fin me animé a levantarme y apagar la colilla con mi pie. 

 

Tomé aire  fuerzas.

 

—Y cuando no estás pescando…, ni haciendo nada relacionado a la granja —traté de unir mis palabras—, ¿Qué es lo que haces?

 

Después de eso, ella se quedó pensando unos eternos segundos. ¿Fue una pregunta muy repentina? Pero ella interrumpió mis dudas. 

 

—Me gusta leer. Últimamente leo libros relacionados con la agricultura y eso, pero mis repisas están llenas de novelas y cómics —respondió sin desprender su mirada del horizonte— ¿Y tú?

 

—Huh, bueno. También me gustan los libros, ¿Qué género te gusta?

 

—La mayoría de mis novelas son románticas y mis cómics son de ciencia ficción y fantasía —sonrió orgullosa.

 

—¿En serio? ¿Conoces la serie de cómics 'Cave Saga X' ? —pregunté entusiasmado. 

 

—¡Claro que sí! —respondió de inmediato—. Tengo la colección entera.

 

Mi corazón latía de emoción. 

 

—¿Ya leíste su nuevo volumen? —la miré con ilusión— No quiero arruinartelo, pero en serio es de lo mejor hasta ahora. Incluso el autor dijo-

 

En ese preciso instante, algo picó el anzuelo. Ella volvió a dar un grito de sorpresa y peleó por sacar del lago lo que sea que estuviera ahí abajo. Entrecerró la mirada y una gota de sudor se deslizó por su frente, hasta que finalmente el pez salió. Ella brillaba de felicidad y sus mejillas estaban sonrojadas por el esfuerzo. 

 

—Oh, lo siento —se disculpó cuando la euforia se fue—, por favor, continúa.

 

—¿Eh? No era importante —dí una sonrisa nerviosa intentando no hacerla sentir mal. 

 

—No, en serio quiero saber. En la granja la señal es pésima y tampoco he tenido tiempo para ir a la biblioteca —insistió Hannah. 

 

Sus ojos oliva me miraban con atención. 

 

Tragué ansioso. 

 

Hablamos hasta que el sol se ocultó y ella tuvo que seguir por el camino de las montañas. Yo por mi parte, regresé a casa con dificultad pues apenas podía ver dónde daba mis pisadas, sin embargo, el camino se hizo más claro a medida que llegaba a la puerta principal. 

 

Lo primero que ví al entrar fue a mi mamá ordenando documentos en su mostrador, y a pesar de mis inútiles intentos de pasar desapercibido, ella siempre nota todo. 

 

 —Oye, hace rato te estaba buscando, ¿Estabas con alguien? —me lanzó esa mirada que siempre pone cuando se trata de negocios. 

 

—¿Qué? ¿Por qué?

 

Ella lee mentes, siempre lo supe. 

 

—¿Huh? Por nada. Estabas sonriendo. 

 

 

—Buenas noches, mamá.

 

—Buenas noches, Sebby.

 

Su risa burlona resonó por todo el pasillo y se extendió hasta las escaleras que llevaban al sótano.

 

Y mi cara estaba ardiendo. 






Notes:

Ok, logré terminar el capítulo antes de volver a clases, pero al menos estoy contenta con el progreso de la relación principal.
Y bueno, agradezco el apoyo que se le ha dado al fic... Y... No lo sé. Gracias ❤️.

Atte-June

Chapter 9: No es estúpido

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El canto de las aves era suave y la brisa matutina era refrescante. Después de tomar mi café matutino y de saludar a Cody, me decidí por seguir probando mi suerte con la caña de pescar. Así que tomé mi mochila y empecé mi camino a las montañas por la ruta que recientemente había descubierto.Ya tenía dos horas desde que había llegado y tomé un pequeño receso sentándome en la hierba, estaba contenta pues en mi balde había unos cuantos peces. Por más desagradable que me pareciera, el consejo de Sebastian me fue muy útil.

 

Sebastian

 

Hace ya dos días que fue nuestro encuentro en este mismo lugar. 

 

El recuerdo de su linda y un tanto ronca voz cruzó por mi mente. 

 

Es la primera vez que lo escuché hablar tanto. 

 

Su rostro estaba lleno de pasión, sus manos bailaban en el aire a manera de exposición y sus ojos negros brillaban como estrellas en el cielo cada que mencionaba sus teorías acerca de la historia principal. 

 

Pero lo que más me cautivó fue su sonrisa. 

 

No era leve y contenida como él siempre quería que fueran. Esa vez las comisuras de su boca no mostraron restricciones a su felicidad y cedieron ante una blanca y llena sonrisa. 

 

Fue una vista hermosa. 

 

Y se lo diría, pero me convertiría en un sonrojado enredo de tartamudeos antes de decir nada.

 

Así que solamente esperaré por la próxima vez y lo admiraré en silencio. 

 

Las montañas se cernían a mis alrededores y el fresco olor de los pinos estaba impregnado en el ambiente.

 

Podría quedarme aquí para siempre. 

 

Y entonces recordé el anuncio que ví en el tablero de Pierre's. 

 

Demetrius, el esposo de Robin, había ofrecido una recompensa a quien le trajera un ejemplar de un pez llamado 'Perca' y yo por fin lo había atrapado. Así que con un movimiento rápido, me levanté de la hierba verde y seguí el camino que esperaba que fuera el que llevara a la casa de la carpintera, pero mis dudas se aclararon apenas ví el tejado color azúl. 

 

Consideré tocar la puerta, pero después me acordé de que este era un negocio, así que solamente la abrí. Robin estaba en el mostrador y me recibió con una cálida sonrisa, y después me dirigió al laboratorio personal de Demetrius: una habitación con paredes de un blanco estéril y lleno de muestras en examinación. 

 

—¡Muchas gracias, Hannah! —exclamó el hombre alto y moreno—. Este será un espécimen interesante de analizar. Aquí tienes tu pago. 

 

Yo le agradecí, y luego me puse a discutir unos cuantos asuntos con Robin en el pasillo, pues hace tiempo que estaba considerando la posibilidad de reparar el viejo granero del abuelo.

 

La fachada se estaba cayendo a pedazos y la madera estaba pudriéndose, pero tuve esperanzas de que, después de que Robin lo inspeccionara, me dijera que no era tan grave. 

 

A veces me gusta mentirme a mí misma. 

 

Establecimos una fecha en la que ella estuviera desocupada y los materiales que yo debía de traerle. Era temporada alta y ella estaba hasta el cuello de proyectos y escasa de recursos.  

 

Cuando terminamos nuestra conversación, me despedí de ella y de Demetrius, y me dirigí a la salida, pero una sorpresiva invitación de Robin me frenó. 

 

—Oye, antes de que te vayas, Sebastian está abajo, puedes pasar a saludarlo si quieres. 

 

No lo había pensado, bueno, suponía que me lo podía encontrar aquí ya que ésta es su casa, pero al no verlo, nunca consideré ir a verlo en su habitación. 

 

 

Bueno, tal vez un poco. Pero no lo hubiera hecho por mí misma. 

 

Honestamente, me entusiasmaba hacer nuevos amigo como si fuera una niña pequeña, es por eso que, con una sonrisa bajé las escaleras que llevaban al sótano después de avisarle a la pelirroja que no tardaría mucho. 

 

El camino se volvía cada vez más oscuro, en realidad no sabía qué le iba a decir, así que tendría que improvisar. Cuando finalmente estuve frente a la entrada, dí tres golpes suaves esperando no molestar. 

 

—¿Qué pasa? —una voz floreció al otro lado de la puerta.

 

Me puse un poco ansiosa y contesté:

 

—Soy Hannah, ¿Puedo pasar?

 

Hubo una pequeña pausa antes de que él respondiera.

 

—Si, está bien. 

 

La puerta de madera perfectamente formada, dió un pequeño rechinido al abrirla.  La habitación tenía las luces prendidas, pero seguía siendo más oscura a comparación del pasillo de arriba, y digamos que los muebles y paredes con colores apagados no ayudaban mucho.

 

—Hola —me saludó Sebastian detrás de su monitor en la esquina izquierda sin despegar su mirada de él. 

 

—Hola, ¿Cómo estás? 

 

—Huh, estoy bien, es solo que… —su voz se desvaneció para luego volver—. ¿Me darías un momento?

 

—Oh, claro, por supuesto —dije apresurada.

 

Él siguió tecleando y yo me acerqué un poco más a su escritorio. Sus paredes de color gris ceniza tenían pósteres por todos lados: videojuegos, bandas, sagas de libros, personajes de fantasía y cantantes…, y en una esquina cerca de su escritorio, una foto de él y Maru cuando eran niños junto a su mamá. 

 

Y sentí como si me hubieran echado un balde de agua fría al ver a un sonriente y pequeño Sebastian de cabello pelirrojo al igual que su madre. Al parecer la genética no era tan imprecisa como pensé. 

 

—Lo siento, tenía que introducir ese último código —dió fin a los tecleos.

 

—Está bien, ¿En qué trabajas?

 

—Soy un programador independiente, ahora estoy terminando el trabajo de un cliente —explicó con su rostro apoyado en su mano mientras revisaba los datos en la pantalla. 

 

—Genial. Yo tuve una clase de programación en la escuela secundaria pero se me daba pésimo eso de los códigos —reí. 

 

 —¿En serio? Bueno, supongo que una vez lo entiendes se te hace fácil —se apartó un poco de su escritorio y estiró sus brazos. 

 

Observé un poco más la habitación hasta que algo captó mi atención. 

 

—¡¿Dónde conseguiste ese?! —exclamé sorprendida señalando el póster de edición limitada de Cave Saga X—. Sólo se dieron unos cuantos en la convención, cuando llegué el puesto estaba vacío

 

Dió una pequeña sonrisa

 

—Lo encontré por internet. Al parecer una mujer estaba vendiendo las cosas de su ex marido. Te volverías loca si hubieras visto a cuánto lo ofrecía. 

 

Suspiré asombrada. 

 

—Yoba, hubiera dado mi riñón por él. Creo que ahorré por 3 meses para eso —seguí mirando la imagen y la firma del autor en su esquina. 

 

—Trabajabas en Ciudad Zuzu, ¿Cierto? —se veía especialmente interesado. 

 

—Huh, sí, en Joja Corporation.

 

—¿Y qué hacías?

 

La nostalgia comenzó a invadir mis recuerdos y acaricié la llave dentro de mí bolsillo. 

 

—Yo… estaba en el departamento de asuntos legales —me esforcé por decir las palabras—. Era abogada.

 

Por fin miré a Sebastian y me encontré con sus ojos oscuros observándome con atención y sus mechones color ébano cayendo en cascada por su mejilla izquierda. 

 

Hasta ahora, nadie me había preguntado por mi vida en la ciudad. 

 

—Suena interesante —dijo él. 

 

—¿Tú crees? Supongo

 

—¿Qué? ¿No te gustaba?

 

— No lo sé, era buena en eso pero la verdad es que yo no… No me apasionaba. 

 

Él desvió levemente su mirada a mis pies,  tal vez tratando de pensar sus siguientes palabras, pero el rechinido de la puerta abriéndose no lo dejaron decirlas

 

—Sebby, Abigail preguntó por tí, dijo que Sam te ha estado buscando. 

 

Era Robin, pero su semblante era un poco más serio y preocupado. 

 

—¿Le dijiste que estaba ocupado? —preguntó Sebastian.

 

—Sí, pero dijo que de todas formas volvería luego. 

 

Él dió un pesado suspiro con el ceño fruncido y se reclinó en su silla. Él estaba molesto. 

 

—Si… Sí, está bien, después hablaré con ella —masculló con acidez en su tono. 

 

La mujer no respondió nada y únicamente asintió y cerró la puerta. 

 

Él apoyó la cabeza en el respaldo de su silla y miró al techo

 

—Lo siento, huh-.

 

—¿Estás bien? —lo interrumpí.

 

—… Eh, yo… es solo que… —suspiró como si eso le ayudara a esclarecer sus pensamientos—. Yo les había dicho que estaría ocupado terminado este proyecto… y aún así… Lo siento es algo estúpido, no me hagas caso.

 

Yo no dije nada, y consideré irme ya que parecía que quería estar solo, y además, yo también lo había interrumpido, pero algo me dijo que tal vez eso no era lo que necesitaba. 

 

—No es estúpido. 

 

Él no se movió de su posición, pero tardó unos segundos hasta que escuché su respuesta en un murmullo. 

 

—Gracias. 

 

Su expresión se veía más calmada que antes, pero la tensión se sentía dentro de la habitación. 

 

Los oscuros orbes de Sebastian dejaron el techo y se cruzaron en mi camino por un segundo: sus ojos eran suaves y se veían perdidos dentro de las cuatro paredes.  Desearía saber en qué piensas. 

 

—Creo que ya debería irme —dije en voz baja. 

 

—Oh, um, claro. Eh- —tropezó con sus palabras—. Nos vemos. 

 

Sonreí tímida, el momento empezaba a tornarse incómodo y un sonrojo comenzaba a formarse en mis mejillas. 

 

—Nos vemos luego.

 

Avancé hacia la puerta, pero un impulso de estupidez me hizo detenerme para decir una última cosa. 

 

En realidad no tenía nada que decir. 

 

—Y, um, tal vez algún día… —jugué nerviosa con mi cabello—. Deberías de mostrarme dónde conociste a esa mujer divorciada. 

 

—Sí… —sonrió animado—. Sí, tal vez. Uh… Pásate cuando quieras.

 

Me sorprendió un poco su oferta, pero logré articular un "gracias" mientras salía de la habitación con una cara tonta. 

 

Fué raro.

 

Pero estaba feliz. 







Notes:

Estoy feliz de por fin volver a actualizar, levantarse temprano es horrible :')
Quise hacer el evento de 2 corazones a mi manera dándole otra forma a los diálogos y creo que me gustó.
Me gusta la teoría de que Seb originalmente es pelirrojo, y además, una vez ví un fanart de él con pecas, y como me encantó, decidí incluir ambas cosas en el fic.
Atte-June ❤️

 

04/ febrero/2023
He estado un poco muy ocupada y sin inspiración últimamente, pero apenas tenga tiempo volveré. Medio capítulo ya está hecho, solo falta poner detalles ;)
Gracias por esperar ❤️

Chapter 10: El sendero

Notes:

Volvimos ;)

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Había quedado con Sam de practicar con la banda hoy. Las canciones que antes eran solo ideas de sonidos empezaban a tener más forma, y ahora que Abigail ya no estaba tan presionada con sus exámenes podíamos contar con el ritmo de su batería. 

 

Algunas canciones eran apasionadas, otras burbujeantes, mientras que otras tenían una cognotación un tanto oscura, pero a nosotros no nos importaba mucho eso. 

 

Teníamos la música. 

 

Teníamos la letra. 

 

Pero no teníamos una temática para el álbum. 

 

Al principio consideramos no tener un orden en específico, pero rápidamente lo descartamos, y ahora, cada uno se estaba partiendo la cabeza pensando en posibles respuestas. 

 

Alrededor del medio día salí de la casa de Sam aún con las notas musicales en mi cabeza. Era un buen día de primavera, pero eso no podía importarme menos. Tomé un cigarrillo y rodeé la punta para luego dar una probada de su amargo sabor, pero de un momento para o otro me atraganté con el humo gracias al sorpresivo "¡Hey!" que recibí desde la esquina de la calle, y no fue solamente porque su voz me causaba cosquillas. 

 

Era Hannah, y traía consigo unas cajas llenas de artículos que no divisé bien pues yo estaba cerrando los ojos debido a mi tos. Ella se preocupó y dejó a un lado sus cosas y se acercó a mí para ver cómo estaba, y yo por reflejo me alejé. 

 

—Estoy bien —tosí una vez más contra la manga de mi sudadera.

 

—¿Estás seguro? —frunció el ceño preocupada y puso sus manos frente de ella pareciendo como si quisiera tomar mi brazo. 

 

—Si, en serio —dije con voz ronca debido a mi falta de aire. 

 

Limpié con mi manga las pequeñas lágrimas que se formaron en mis ojos un tanto irritados por el humo y aclaré mi garganta a fin de recuperar la compostura. 

 

—Lo siento —dijo en voz baja como si ella hubiera hecho algo malo. 

 

—No te preocupes —tiré mi cigarrillo al piso. 

 

Ya no tenía ganas de fumar. 

 

Miré mis botas negras por unos segundos, un tanto avergonzado por la situación anterior. 

 

—Uh —lamí rápidamente mis labios—, ¿Y qué haces aquí?

 

—Oh, acabo de ir a Pierre's por unos fertilizantes y vine a entregarle algo a la vecina de Sam —se agachó y tomó su pila de cajas. 

 

Y como si me hubieran quitado una venda de los ojos, noté que hoy estaba un tanto diferente, pero realmente no podía identificarlo bien entre todas las similitudes a días anteriores. 

 

—¿...Te ha ido bien con la granja? —pregunté con cautela.

 

—Bueno… —puso una cara incrédula— Pronto será mi primera cosecha y quiero ver cómo resulta eso. 

 

Ella sonrió con un toque de pena y yo la analicé. Se veía exhausta. El rubor que se esparcía por sus mejillas y el sudor que se formaba en su frente eran prueba de su esfuerzo físico. Ella no era precisamente alguien con una gran musculatura, por lo que era lógico. Y por lo que sabía, ella no  contaba con algún medio de transporte además de sus pies. 

 

—Entonces… Nos vemos luego. 

 

Ella se despidió tímida tomando ventaja de que sus ondulados y largos mechones color caramelo ocultaran parte de su rostro.

 

Oh, eso es. Hoy lleva el cabello suelto. 

 

—Oye.

 

Con un golpe de impulsividad, mis manos se dirigieron a los bordes inferiores de la caja, casi rozando con sus dedos lo cual me hizo sentir un choque eléctrico. 

 

Pero la confianza que tenía se desvaneció cuando ví la mezcla de confusión y sorpresa que tenía la cara de Hannah.

 

—Um… —cada nervio de mi cuerpo estaba tenso— Eso se ve pesado…

 

Wow, qué buena indirecta. 

 

Era evidente que ella estaba tratando de descifrar por qué estaba haciendo esto, y la verdad es que yo también estaba haciendo lo mismo. 

 

Sería descortés verla y no ayudarla, ¿no?

 

—Eh… Sí, un poco —respondió todavía atónita. 

 

Mi ritmo cardíaco se aceleró debido a los usuales nervios de mis horribles "y si…" Demonios, yo solo quería ser amable pero ni siquiera podía hacer eso. 

 

Así que tomé fuerzas del suelo.

 

—¿Te ayudo? —pregunté aguantando la respiración. 

 

Lo dije. 

 

Celebré en mi interior, feliz de haber hecho un avance en mi pobre capacidad social. 

 

—¿En serio? ¿Estás seguro? No quiero molestarte. 

 

 —N-no estoy bien. Hoy tengo el día libre —tartamudeé. 

 

Su expresión cambió de la consternación al optimismo, y sin pensarlo tomé una de las dos cajas apiladas.

 

—En ese caso, vamos. 



A medida que avanzamos, el camino empedrado desapareció,  dejando únicamente bajo nuestros pies al verde pasto. La luz se colaba entre las hojas de los árboles dándole así al sendero un aspecto de fantasía y más ahora que las flores se hacían presentes por la época. 

 

Ésta va a ser sin duda una de las pocas cosas que extrañaría de Pueblo Pelícano. 

 

Dí un pequeño vistazo a la figura que era solo un poco más baja que yo: Hannah estaba mirando a todos lados apreciando cada detalle con sus ojos inocentes brillando de la impresión. El recuerdo de un pequeño Vincent cruza por mi mente. 

 

Adorable

 

Me sorprendió su visita a mi habitación, pero en parte estaba feliz de que ella se acordara de mí. 

 

"No es estúpido"

 

Son menos de cinco palabras, pero me habían hecho sentir un poco mejor. 

 

Ella solo había vivido en el pueblo por unos 2 meses y sin embargo había logrado que me sintiera considerablemente cómodo en su presencia. 

 

Creo que se lo debo en parte a las noches de billar y a que también le gusta Cave Saga X. 

 

El silencio nos acompañó por un buen tramo de tiempo, y empecé a inquietarme. Yo no tengo ningún problema con la ausencia de palabras, pero no sabía si podía decir lo mismo de Hannah. 

 

¿Cómo inicio?

 

¿Cómo va la granja? Ya le pregunté eso.

 

¿Qué opinas del arco de Cave Saga X? No tal vez ya está aburrida de hablar de eso. 

 

¿Te gusta el sashimi?

 

Ugh. 

 

Continué formulando mis preguntas, pero se vieron interrumpidas por una Hannah corriendo hacia un lugar entre los arboles

 

—¡Por fin! —exclamó incándose en el pasto. 

 

Me acerqué a la ojiverde intrigado para luego darme cuenta que toda su emoción era por una simple flor. 

 

—Es muy hermosa, ¿No crees? 

 

No soy un fanático de las flores, pero sólo tarareé en confirmación no querido desilucionarla. 

 

Ella excavó una zanja alrededor de la planta para luego sacarla con delicadeza a fin de que las raíces salieran intactas. 

 

—Estuve buscando esto desde ayer —comentó—. ¿Conoces a Evelyn, la abuelita que se encarga de las macetas del centro? Al parecer quiere esto para un guiso. No sabía que los narcisos se cocinaban. 

 

Se quitó la mochila de la espalda y de ella sacó una bolsa de plástico en donde metió la flor. Además, en una libreta llena de garabatos, notas y fotos, ella marcó como completada una de las cosas en su lista. 

 

Que organizada. 

 

—Lo siento, ya podemos continuar —tomó su mochila y la caja del piso y me alcanzó en el sendero con una sonrisa—. ¿...Ya conocías el bosque?

 

—Si —la miré de reojo—, mi madre viene aquí para surtirce de madera. 

 

—Oh, ¿Y es cerca de aquí?

 

—Uh- Como a unos 45 minutos a pie ¿Quieres ir?

 

—Oh no no no no no —negó rápidamente—. Iré otro día, aunque no estoy muy segura.

 

—¿Por qué? —curiosiée.

 

—No lo sé… No conozco bien el área —se rascó la nuca.

 

—¿Te da miedo perderte?

 

—¿A ti no? 

 

Yo sólo me encogí de hombros.

 

—Está bien, pero imagínate: estás en medio de la noche con animales salvajes que te pueden hacer daño sin saber cómo regresar a casa. 

 

—¿Salvajes? —resoplé divertido— Lo peor que te puedes encontrar es a un ratón vendedor de sombreros.

 

—¿Qué?

 

—Nada, aunque ahora que lo pienso, si hay animales peligrosos.

 

Señalé a un lugar distante entre los árboles. 

 

—Por allá, cerca de la torre en ruinas, hay un bosque en donde puedes encontrar buena madera, pero está plagada de babas. 

 

—Ugh, esas cosas. Las manchas de mi ropa todavía no se quitan… Tal vez vaya algún día. 

 

—Claro. Solamente no te pierdas y mueras en el intento. No estaré ahí para curarte si caes dentro de un hoyo —me burlé.

 

—Ja, ja —me miró con ojos muertos—, no necesito una niñera.

 

—¿Segura?

 

Esta vez recibí un golpe en el hombro de su parte y nos soltamos a reír. 

 

—Lo estoy… —hizo una pausa—. A menos que quieras acompañarme.

 

Abrí mis ojos como platos y me pregunté si había oído bien. La miré por el rabillo del ojo y me encontré con un leve rubor en sus mejillas.

 

—E-es decir —sus palabras salían con nerviosismo—, si es que estás libre.

 

—Lo estoy —la interrumpí. 

 

—Oh. Genial…

 

Una sonrisa tonta jugó en mis labios y una sensación de entusiasmo me invadió hasta las entrañas.

 

Y seguimos caminando por el mágico sendero. Nunca se había visto tan bello. 





Notes:

Este episodio originalmente iba a ser más largo, pero como ya había estado ausente mucho tiempo, quise publicar lo antes posible... Y pues aquí estoy <3
Y por cierto YA ES EL DÉCIMO EPISODIO. Gracias por su apoyo y hola a las personas que acaban de llegar \:D/

8/marzo/2023
No estoy muerta (todavía), solo estoy en medio de exámenes, pero he estado trabajando en un one shot con nuestro emo favorito además del capítulo 11, y espero subirlos en una semana o dos.
Si son estudiantes, ojalá les vaya bien en sus exámenes ❤️

Chapter 11: Entre conejos y libros

Notes:

Es lindo volver, hola :)
Gracias a las personas que dejaron su ❤️ aquí, la verdad es que me hizo el día ver la notificación.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Continuamos por el largo camino hasta que el mundo de árboles se empezó a dispersar. 

 

—Ya estamos cerca.

 

El terreno se extendía a nuestros lados y el cielo se mostraba limpio de nubes arriba nuestro. 

 

Unos ladridos se escucharon a lo lejos. 

 

—Hey, hola, amiguito. 

 

Un perro color café claro la olfateó y movió la cola en un tipo de saludo feliz. 

 

—Este es Cody, Cody, él es Sebastian. 

 

Él se me acercó y me puso un poco nervioso el cómo daba vueltas alrededor mío. Me agaché cerca de él y traté de acariciarlo. Es adorable.

 

No sé mucho de razas de perros, pero era del tamaño de un labrador retriever y guardaba algunas similitudes con éstos. Una de sus orejas, la derecha, era de un café más oscuro distinto al resto de su cuerpo, y no pude evitar pensar en el lunar debajo del ojo que poseía su dueña. 

 

—Parece que le agradas —sonrió. 

 

Sus mejillas tornadas rosas se levantaban tiernamente como las de una ardilla.

 

—Y, uh, ¿dónde ponemos esto?

 

—Oh, claro, sígueme. 

 

Seguimos por el pasto, había cultivos en progreso de un lado que se veían muy bien, y al lado de un granero que daba lástima, había un viejo almacén. 

 

Ella dejó las cajas en el piso y abrió la cerradura con una oxidada llave, y con dificultad y un leve empujón, Hannah logró abrir la puerta.

 

—Puedes dejarlo aquí, después lo ordenaré. 

 

Mis brazos me mataban, pero llamó más mi atención el interior oscuro y lleno de polvo. 

 

Me apoyé contra las viejas paredes de madera en un suspiro.

 

—Muchas gracias por ayudarme.

 

—No es nada —dije tímido—. ¿Qué es eso? —señalé alguna figura entre las sombras. 

 

—Uh um —se buscó el hilo de mi mirada y dió una palmada al gran contenedor. 

 

—Es una envasadora, hace tiempo encontré sus planos entre las cosas de mi abuelo y pensé… no sé qué pensé pero bueno.

 

Me acerqué a ella. 

 

—Sé ve bien.

 

—¿Tu lo crees?

 

—S-si, bueno, no conozco mucho de envasadoras y eso pero… —entré en crisis—. La madera se ve resistente.

 

Me quedé sin aire.

 

—Gracias —se rió burbujeante—. Supongo que sabes mucho de madera y eso.

 

—Eh… sí, supongo que sí, mi mamá me ha enseñado algunas cosas.

 

—¿Si? ¿Como qué?

 

Dí un paso hacia la envasadora y rebusqué entre todas las conversaciones que mi madre había tenido conmigo y a las cuales yo me limitaba a asentir sin prestar mucha atención. 

 

—Bueno … mira estas marcas, es roble, ¿verdad? Esta es de las mejores maderas que se puede utilizar.

 

—¿Es así? —ella miró con detenimiento y puso su mano en la envasadora, muy próxima a la mía. 

 

—Um, sí… —mi voz desapareció en un hilo ya sin saber qué más decir. 

 

—Tal vez haga más de éstas, me ha sido de mucha utilidad —una sonrisa apareció en sus labios—. Tal vez pueda llevarles más mermelada.

 

Respondí en silencio con una simple sonrisa, pero supuse que eso fue suficiente para ella. No me gusta la mermelada o al menos no me considero un fanático de ella, pues por lo usual, Mi mamá y Maru acaban con ella en cuestión de días. En especial con la de fresa. Pero supongo que me gustaba que ella pensara que me gustaba. Esa pequeña consideración era algo que no quería arruinar. 

 

Ella se retiró primero y fue hacia la entrada; sus ondulados cabellos de caramelo brillaban por la luz que se contraponía por detrás de su figura, dándole un aspecto casi angelical. 

 

—Oye, si no tienes planes, ¿Quisieras pasar adentro?

 

—Nah, creo que ya debería irme

 

En circunstancias normales, hubiera salido corriendo apenas ya no tuviera nada que hacer en un sitio.  

 

—¿En serio? Qué lastima. Quería mostrarte la copia original de Eternal Land de la que te hablé.  

 

Pero su propuesta era tentadora. 




—Ven, Cody —le silvó al perro—. Perdón… no recordaba que estuviera tan sucio…

 

—Nah, es bastante decente si lo comparas a la habitación de Sam… —murmuré.

 

En realidad estaba impecable. Lo único fuera de lugar que podría señalar eran unas cartas esparcidas en la mesa. 

 

—Pff ¿Qué? —se rió—. En fin, ¿Quieres algo de beber? Tengo… agua —rebuscó en su nevera—, y té helado.

 

—Agua, gracias.

 

"Bien" dijo ella. Tomó 2 botellas de agua y me lanzó una a la distancia. Me alegra haberla atrapado. 

 

Observé vagamente el interior, no había ni mucho ni poco, pero se notaban los intentos de decoración. En especial el cuadro en la pared que no combinaba con nada dentro de la habitación. Había un comedor y una pequeña sala de estar improvisada. La verdad es que se veía muy acogedor. 

 

—¿Puedes creer que este lugar solía estar abandonado? Tu madre realmente es mágica.

 

Lo es. Y hasta la fecha pienso lo mismo. 

 

—Eso creo… De hecho, recuerdo que justo en esa esquina encontramos un murciélago. Debió de venir de la cueva cerca de aquí…

 

—¿Qué? ¿Un murciélago? ¿Cuándo -? No espera —se interrumpió a sí misma— ¿Estuviste aquí? ¿Cuándo?

 

Me miró con los ojos bien abiertos, como si la idea que yo estuviera en su casa era más remota y extraña que el hecho de que un murciélago hubiera vivido aquí. 

 

—Vine a ayudar a mi mamá un par de veces.

 

—¿De verdad? ¿Por qué no me dijiste?

 

—No hice gran cosa. Suelo encargarme solamente de detalles menores o de cargar la madera.

 

Me reí forzado. No es como si quisiera ocultarle esto, pero tampoco era mi intención decirle.

 

—En ese caso, gracias a ti también —me miró brillante y pasó una mano por la superficie de madera noble. 

 

—Y con detalles menores, ¿A qué te refieres? —dió un trago a su agua. 

 

—Detalles pequeños como grabados en la madera o cosas así…

 

Hannah levantó una ceja y mi agarre se apretó. No me avergüenza esta parte de mi vida, pero la verdad es que no estoy tan acostumbrado a hablar de este lado mío con los demás, ni siquiera con Sam.  

 

—Grabados… —murmuró—. ¿Tú hiciste estos?

 

Sus dedos pararon justo encima de un delgado camino de pequeñas hendiduras en la superficie e inmediatamente supe de qué estaba hablando. 

 

—Son muy lindas

 

Mi madre estaba muy entusiasmada por la nueva habitante y su nueva oportunidad de venderle construcciones a una persona más, por lo que no perdió el tiempo para crear una buena impresión alrededor de su trabajo, aún si eso significaba sobreexplotar a su propio hijo haciendo conejitos en cada gabinete, "Pero hey, al menos te dió sopa de calabaza".

 

—No son para tanto…

 

Es la verdad, apenas son grabados con forma y me impresionó mucho que ella lograra decifrarlos. 

 

—De qué hablas, me gustan. Eres bueno en esto. 

 

No suelo contar sobre esta parte de mi vida, por lo que nadie ha conocido mis insignificantes esfuerzos. 

 

Y aún así se siente bien que reconozcan tu trabajo. 

 

Pero inmediatamente, la vergüenza creció en mi interior y recordé el porqué nunca lo mencionaba. Murmuré algo parecido a un agradecimiento y abrí la botella de agua que ni siquiera había tocado. El agua proporcionó un rápido alivio a mi garganta reseca refrescándola. Cody estaba acostado cómodamente junto a Hannah, y fue detrás de ella apenas se movió.

 

—Ven, puedes pasar —abrió una puerta detrás suyo.

 

La habitación relativamente pequeña, estaba inundada por una luz blanca que provenía de las ventanas. El piso de madera y el color crema de las paredes eran del mismo que había en el resto de la casa, pero esta habitación estaba notablemente más llena, en parte por la cama y el armario en la esquina, pero lo que sin duda resaltaba apenas entrabas eran los libros. 

 

Las toneladas de libros. 

 

Había repisas que de seguro había instalado ella misma repleta de ellos, y con una que otra figura de colección acompañándolos. Pero el mueble más llamativo era el enorme librero en la pared opuesta. 

 

—Wow —exclamé sin emoción pues no tenía ni idea de cómo expresar mi gran impresión. 

 

—Gracias —rió—. Mira esto.

 

Sacó un ejemplar de Capitan North.

 

No estoy muy metido en eso de los superhéroes, pero hasta yo sé lo difícil que es encontrar uno de éstos.

 

Mi corazón se aceleró de la emoción, y tuve miedo de dañarlo por el simple hecho de tocarlo, pero mi deseo ganó y me puse a examinar sus páginas con una delicadeza que no sabía que tenía. 

 

—¿Dónde lo conseguiste? —me faltaba el aire. 

 

—Mi papá se lo compró a un hombre hace unos 12 años —sonrió orgullosa—. Solíamos tener una colección conjunta… También tengo este…

 

Había visto imágenes y vídeos de internet mostrando gran parte del contenido del librero de Hannah. Era impresionante. Era muy capaz de ponerme a leer cada historia hasta que amaneciera, pero tenía que recuperar las horas de sueño que había perdido toda la semana. Mis ojos vagaron por los lomos de la literatura perfectamente acomodada, abrumados por la gran cantidad de ella. Había títulos que ya conocía, pero muchos otros que no. Usando la imaginación, me podía hacer una idea de cuál era el género de la historia, aunque algunos tenían un nombre tan literal que era imposible pensar otra cosa además de lo obvio, por ejemplo, "Todo sobre las cosechas de Verano" o "Las Leyes y su aplicación en el Estado", este último estando en la última repisa junto a otros similares. Olvidados.

 

—...Y es por eso que deberías leer Honor y Odio —concluyó Hannah con su elaborada tesis para convencerme de leer una de sus novelas románticas. 

 

Pero no ayuda que me mire como loca.

 

—Si… No, gracias.

 

—Tú te lo pierdes —concluyó arrogante. 

 

 

—Pero enserio, si le dieras una oportunidad-

 

—Nop.

 

—Uhg.

 

La habitación se colmó de risas. Habíamos perdido la noción del tiempo hablando ocasionalmente de lo que sea. Ella más que yo. La iluminación que proporcionaba el exterior se transformó en una tenue luz rojiza. Hannah estaba sentada sobre su cama y con Cody a un lado suyo de nuevo, mientras que yo en un viejo asiento junto al enorme librero. 

 

Esto es todo lo que me gustaría por un solo día. Estar en medio de la nada en una acogedora cabaña lejos de todos y con montones de historias por leer. Respirando paz. 

 

Pero supongo que es más agradable si lo disfrutas junto a alguien más. 

 

Le dí vuelta a la página del libro que sostenía y escuché cómo algo caía al piso, sonaba como una hoja. Cody levantó la cabeza del regazo de Hannah para ver qué ocurría. 

 

—¿Qué es?

 

Tomé lo que se había caído y cuidé mis pasos hasta llegar al borde de la cama para mostrarle lo que tenía en mano. 

 

Hannah tomó el trozo de papel cuyas esquinas estaban desgastadas y viejas. Al instante reconoció de qué se trataba.

 

—Pensé que lo había perdido. 

 

Miró el reverso y después el frente de la foto la cual protagonizada una pequeña niña de ojos oliva, un anciano sonriente y conejos. Muchos conejos. 

 

Puso las yemas de sus dedos tocando la imagen y le sonrió llena de nostalgia como si estuviera rencontrándose con un ser amado al cual no había visto en mucho tiempo.

 

Seguí parado junto a ella sin idea de a dónde moverme. Sería una redundancia preguntar quiénes eran las personas en la foto por lo que me guardé la duda, así que a cambio, solté la primera pregunta que se me formó en la lengua. 

 

—¿Qué hacía eso dentro de un libro?

 

Saqué a la ojiverde de lo que suponía era una ráfaga de lindos recuerdos. Me miró a mí y luego a la imagen en su mano.

 

—No tengo idea —esbozó una sonrisa confundida—. Solía poner cualquier cosa como separador, tal vez por eso.

 

El silencio llegó al mismo tiempo en el que sus palabras terminaron. Ella contempló un poco más la fotografía como si de alguna manera esperara a que cobrara vida, por lo que yo, si mucho que hacer, me dediqué a repasar su semblante: su nariz estaba perfectamente tallada de forma pequeña y respingada, sus mejillas con facilidad tentaban a cualquier abuelita de pellizcarlas, y todo sumado a su rostro redondo y mirada inocente y luminosa, le daba un aire vital de juventud.

 

¿Cuántos años tendrá? ¿25? No lo aparenta. 

 

Pensé que probablemente tenía mi edad, o sino menos, pues en parte eso explicaría el porqué se lleva tan bien con Sam, un tipo que dejó de madurar desde los 15 años. 

 

Me burlé en mi interior hasta que recordé mi propia hipocresía. 

 

Vivir en el sótano de mi madre tampoco es muy maduro de mi parte. 

 

Reflexioné un poco y volví a mirar de reojo a Hannah.

 

A pesar de ser joven estaba llevando a flote una granja en ruinas con sus propias manos.

 

Pero nunca se quejaba. 

 

De hecho, era muy usual verla sonreír cada que me la encontraba. 

 

¿Dónde está su familia? 

 

Fue una pequeña pregunta que me surgió. Al parecer, todavía no podía entender del todo el porqué alguien desecharía una vida en la ciudad, pero me rendí diciéndome que debía tener sus razones. 

 

Sin darme cuenta, me quedé viéndola por más tiempo del que me hubiera gustado. No estoy seguro de si ella lo notó, pero al seguir mirándome de pie me ofreció sentarme a su lado dando una pequeña palmada en la cama. Yo acepté en silencio. 

 

De alguna extraña forma, el aire dentro de la habitación había cambiado a uno incómodo, pero dentro de ese silencio, floreció como un lirio la voz de Hannah, rompiendo el delgado cristal que nos estaba encerrando. 

 

—¿Tú lo conociste?

 

Sabía a quién se refería, y sin embargo su pregunta me tomó desprevenido.

 

—Lo ví un par de veces.

 

Sentí que en parte estaba mintiendo ya que mis recuerdos de haber visto a un hombre idéntico al que me presentaba la foto eran borrosos.

 

Ella asintió levemente. Sus ojos se veían un poco perdidos y tuve una sensación de culpabilidad por tal vez no darle una respuesta tan completa como ella esperaba, así que me esforcé otra vez por hacer memoria.

 

—Creo que —abrí lentamente la boca—, lo ví un par de veces en el lago de la montaña pescando junto a Willy…

 

Ella me miró un tanto en blanco, pero después esbozó una pequeña sonrisa. 

 

—Si, a él le gustaba pescar. 

 

—Es una lástima que no heredadas sus dones. 

 

Hannah me dio un golpe en el brazo, si es que se podía considerar eso por lo débil que fue, pero su intento de fingir enojo era destrozado por una sonrisa. 

 

Me sentí más aliviado al verla así. No soy bueno manejando los sentimientos ajenos, por lo que me resulta difícil dar ánimos a alguien decaído. Es por eso que me hizo un poco feliz ver qué mis burdos intentos dieron un aparente buen resultado. 

 

Hannah suspiró audiblemente. 

 

—Sabes, es extraño vivir en esta casa. Es como si… todo fuera diferente y a la vez todo continuara igual. 

 

Ella miró alrededor examinando cada esquina de las cuatro paredes, tal vez recordando todo lo que solía pasar dentro de ellas. 

 

—¿Cuándo fue la última vez que estuviste aquí? —pregunte sintiéndome un poco más confiado.

 

Hannah lo pensó un segundo. 

 

—No estoy segura —se rascó la nuca—. Solíamos venir cada verano hasta que dejamos de hacerlo. 

 

—¿Por qué?

 

Cody por fin despertó de su sueño reparador y sin dudarlo buscó ser mimado por las caricias de Hannah. 

 

—Lo mismo me preguntaba —comentó con la cabeza de Cody entre sus manos—. Me dijeron que era por falta de tiempo, pero estoy segura de que fue por las discusiones entre mi madre y mi abuelo. 

 

Las cejas de Hannah se juntaron levemente y rápido me dí cuenta de que me estaba metiendo en aguas peligrosas. No sabía si ella quería hablar de ese tema.

 

Dejé fluir sus palabras en el aire y me fijé en la fotografía que había sido puesta seguida de mi mano para observarla con más detenimiento. 

 

—¿Tenías flequillo?

 

Y no solo eso, también tenía un curioso aparato bucal que cubría sus dientes con un alambre de metal.

 

El rostro de Hannah palideció un poco a la vez que un rubor se formó en sus mejillas. Era extraño que algo así fuera posible.  

 

—Lo tuve hasta hasta los 14 —murmuró apenada. 

 

—¿Y qué hay de estos…?

 

Ella me arrebató la foto de la mano y la sostuvo en su pecho.

 

—No todos nacimos con una sonrisa perfecta como la tuya, ¿está bien?

 

Me burlé de su pequeño puchero mientras contenía la risa en mi interior. 

 

—¿Tengo una sonrisa perfecta?

 

La pregunta salió de mí como si nada, con claras intenciones de molestarla un poco más. Pero al contrario de lo que yo predecía, no recibí otro golpe, regaño, o puchero. 

 

En cambio, obtuve el rostro de Hannah en el que un tierno sonrojo floreció hasta la médula y unos ojos cristalinos evitaban mi mirada. 

 

Demasiado. 

 

Lo correcto en ese momento tal vez era sentirme culpable, pero la verdad es que no me lamenté en ningún momento. 

 

Linda fue uno de los pocos pensamientos que cruzaron mi mente. 

 

Girando mi cabeza hacia otra dirección, le dí la oportunidad de recomponerse. 

 

Luego de un momento, volví mi atención hacia ella de nuevo. Ahora tenía a Cody en su regazo abrazándolo como si fuera un peluche. 

 

—¿Y qué hay de ti? —preguntó contra su pelaje—. ¿Siempre has tenido ese peinado de emo?

 

El veneno se sentía en sus palabras. Supongo que era su manera de vengarse. 

 

—Ya tengo un tiempo con él —respondí con simpleza tomando con la punta de mis dedos un mechón que caía sobre mi frente. 

 

—¿Y cuándo te lo teñiste?

 

—Siempre lo he tenido de este color. 

 

Ella ladeó un poco su cabeza confundida y yo le sonreí después de haberle mentido descaradamente. 



El sol nos fue abandonado poco a poco hasta que nos vimos obligados a encender el interruptor de la habitación pues ya no podíamos vernos el uno al otro con claridad. 

 

No tardó mucho en que me tuviera que ir, pues a pesar de ser un pueblo pequeño, tampoco es seguro salir tan tarde por la noche debido a la nula iluminación en los caminos casi improvisados. 

 

Hannah me había mencionado que su portátil había estado teniendo algunos problemas, le dije que yo no sabía mucho de eso, pero que haría lo que pudiera. Ella estaba tan agradecida que se ofreció a pagarme.

 

Me hubiera gustado negarme y parecer alguien amable y desinteresado. 

 

Pero necesito el dinero. 

 

Al parecer, las rentas en la gran ciudad van en aumento. 

 

Para cuando llegué a casa ya todo estaba apagado a excepción del laboratorio de Demetrius, del cual él ya iba saliendo. Coincidimos en el pasillo pero no cruzamos palabra aparte del "Llegas tarde" que él me dirigió y que yo ignoré por completo al igual que al sonido de un insecto en el verano. 

 

Descendí por las aún más oscuras escaleras de mi sótano, y finalmente pude sentirme en casa. 

 

Tenía que terminar el módulo en el que estaba trabajando, pero ví más interesante el revisar la portátil de Hannah. 

 

Y lo que me encontré al encenderla me hizo sonreír. 

 

Un fondo de pantalla con conejos. 







Notes:

Algunos diálogos de Sebastian me daban el presentimiento de que era del tipo bromista discreto, o diciéndolo con otras palabras, le gusta molestar de vez en cuando.

Se que a nadie le importa, pero me fue genial en mis calificaciones. ¿Valió la pena el estrés? Si ¿Lo volvería a hacer? En absoluto no. El próximo año me lo quiero tomar lo más calmado posible.

Muchas gracias por continuar aquí conmigo.

Atte-June

Chapter 12: Padres

Notes:

El mismo día que actualicé por última vez, dos personitas bellas dejaron sus Kudos y posteriormente otra hizo lo mismo, recuerdo el momento con mucho cariño, y se lo agradezco a todos ustedes. ❤️

Atte-June

22/abril/23
No estoy muerta, estoy procesando mi pereza de escribir algo... No me ha llegado la inspiración para el siguiente capítulo, pero la verdad ansío hacerlo pues, después de ese, viene uno que tengo muchas ganas de hacer :( Espero pronto esté.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Subí el gran tramo de escalones hasta llegar a un campo abierto cuyas barreras eran paredes hechas de rocas. Usualmente estaría sin aliento al llegar a la cima, pero el enojo me da más energía de lo normal. Y no fue hasta que encontré refugio de los rayos de sol debajo de un árbol que mi cabeza se enfrió.

 

Mi familia y yo tenemos una relación demasiado tensa considerando que vivimos bajo el mismo techo. Pero no siempre fue así.

 

Yo culpo a Demetrius y a su claro rechazo hacia mí.

 

Demetrius me culpa a mí y a mi "etapa de rebeldía".

 

Mi mamá nos culpa a nosotros dos por ser tan tercos y nunca haber hablado apropiadamente.

 

Y Maru nos culpa a todos nosotros por nunca haber hecho nada para evitar llegar a este punto.

 

Pero ella tampoco hizo mucho aparte de quedarse mirando en silencio.

 

Todos tuvimos la culpa en esto. 

 

Pero ahora la aparente paz que hay en nuestro hogar fragmentado es un fino velo que se puede romper en cualquier momento. De hecho ya lo hizo. Y tardó mucho en volver a unir sus hilos, quedando así una gran costura. 

 

Y fue mi culpa. 

 

Por eso decidí alejarme. Sepultarme en ese oscuro sótano.

 

Para que ellas no vuelvan a llorar.

 

Por esta y otras razones me gusta que mi trabajo me absorba. Que ocupe todos mis pensamientos y así poder encerrarme en mi habitación junto al sonido constante del teclado y la escasa luz que emite mi monitor. Totalmente solo.

 

Puedo pasar horas trabajando en un proyecto sin tener noción del tiempo y eso me hace sentir como si desapareciera. Yo ya no estoy, pero eso no le impide al mundo seguir girando. 

 

Eso me gusta. Me gusta tanto que a veces me asusta.

 

Si yo desapareciera ¿Importaría?

 

Es una pregunta que suele aparecer en mi cabeza en ocasiones, cuando mis deberes quedan en segundo plano y el silencio empieza a volverse pesado.

 

Y me da miedo saber la respuesta.

 

Por eso ahogo mis penas en videojuegos y nicotina. 

 

Para permitirles a las personas de la superficie tener una familia feliz sin a una oveja negra que manche su perfecta foto familiar

 

Y lo acepto. 

 

Pero hay veces en la que nuestros apartados mundos chocan entre sí, o para ser más preciso, mi mundo y el de él. Hace años, un solo comentario era suficiente para una inevitable pelea, pero creo que después de una constante guerra entre los dos, simplemente nos cansamos. Quedamos hartos el uno del otro y ya no queríamos gastar más saliva y paciencia en nuestra lucha por la razón. 

 

Así que ahora, en nombre de la paz, nos declaramos en silencio como desconocidos que viven debajo del mismo techo. 

 

Sin embargo, por más maduros y diplomáticos que quisiéramos actuar, ambos somos unos imbéciles, y tal y como en cualquier país, solo se necesitaba un pequeño desacuerdo para que estalle el conflicto. 

 

El problema de hoy: Haber comido la última porción de helado en la nevera. 

 

Nunca dije que nuestras discusiones tuvieran sentido. 

 

Una cosa llevó a otra, y haciendo uso de la poca sensatez que tengo, decidí que lo mejor sería retirarme. Claro, no sin antes hacer una salida dramática azotando la puerta detrás mío. 

 

Sentía la rabia palpitar en mi cabeza, pidiendo a gritos que la dejara salir de alguna forma. Apreté mis puños con fuerza y fruncí el ceño para fulminar el horizonte. Ni siquiera me importó la ardiente luz encima mío. 

 

Mis pies se empezaron a mover solos como si no fueran míos, intolerantes a la idea de permanecer lo más cerca de ese insufrible hombre. 

 

Y así llegué aquí. 

 

El viento frío de las montañas refrescaba la piel expuesta de mi cuello y rostro. Ya tenía casi una hora sentado debajo de la sombra de ese árbol, o al menos así lo sentía. El sentimiento de enojo se había ido, dejando a su paso amargura en mi pecho, pero aún peor:

 

Quiero fumar. 

 

Y no traía conmigo mis cigarrillos. 

 

Todavía no tenía ánimos de volver a casa, y mucho menos de ir al pueblo. No quería moverme en absoluto, pero como si mi cuerpo lo necesitara, mi pie comenzó a bailar dando golpecitos al suelo de tierra y levantando una pequeña nube de polvo con cada toque. 

 

Debería dejarlo ya, pensé. 

 

Y entonces recordé la tranquilizadora sensación del suave humo escapando de mi boca. 

 

Tal vez…

 

Cerré los ojos y presencié la delgada línea entre lo que creía que eran mis pensamientos y lo que era el inicio de un sueño. 

 

Sin embargo, mi experiencia se vio interrumpida por el sonido seco de unos pasos aproximándose. 

 

Abrí perezoso mis ojos.

 

Una chica sonriente me saluda a la distancia. 

 

Y ahí terminó mi silencio, aunque no sabía si eso me molestó. 

 

—Hola —exclamó a medida que se acercaba. 

 

Yo agité levemente mi mano mientras tenía las rodillas en el pecho. 

 

—¿Qué haces aquí?

 

Una pregunta difícil. 

 

—Nada, ¿Y tú?

 

Y yo soy un tipo de respuestas sencillas. 

 

Ella me sonrió, como diciéndome con antelación que algo bueno le había sucedido. 

 

—Estaba dando un paseo y encontré varios de estos…—contó mientras se hincaba a mi lado—. ¿Sabes lo que son?

 

De una bolsa de su mochila sacó unos tubérculos de color blanco, recién arrancados del suelo a juzgar de sus raíces intactas y la tierra que se desprendía de ellos.  

 

—...¿Puerros…? —respondí inseguro.

 

Hannah los alzó a la altura de sus ojos y los observó como si su duda hubiera sido esclarecida. 

 

—Nunca los había visto —reconoció—. ¿Tienen buen sabor?

 

—No lo sé, pero se suelen comer en ensaladas. 

 

Ella asintió con la cabeza y miró su más reciente descubrimiento mientras que yo la veía hacerlo. Un tipo de evento en cadena. 

 

—¿Y qué es este sitio?

 

Ella observó las montañas de su alrededor, y me sorprendió un poco que todavía no lo tuviera claro. 

 

—Esas son vías del tren —señalé con el dedo—. Pero no suele detenerse. 

 

—Oh, así que por eso escuchaba esos ruidos… No sabía que había una parada.

 

—No muchos vienen aquí —miré con desinterés la degradada parada de trenes—, Aunque de todas formas no es un lugar muy interesante…

 

—Entonces, ¿Qué haces aquí?

 

Ella encontró una pequeña contradicción en mis palabras y se enganchó de ella para conseguir respuestas.

 

—Yo suelo venir aquí para estar solo.

 

—Oh, ya veo ¿...Pasó algo? —preguntó con cautela. 

 

'Algo', sí, se podría decir que sí. 

 

Pero esos algo son tantos que, una vez creemos que se han ido, vuelven en un contraataque con el resentimiento multiplicado por diez. 

 

—Sí, creo que sí…

 

Había un gran vacío que las palabras no eran capaces de llenar con explicaciones, por lo que me limité a perder mi voz en un suspiro cansado, y por un instante, imaginé que el aire que se deslizaba de mi boca era en realidad mi añorado humo. 

 

—L-lo siento, no quería parecer entrometida. 

 

Mis ojos rodaron hacia ella y su rostro apenado. Ella hacía siempre eso. Apretar sus labios cuando estaba nerviosa y bajar la mirada. Pero en este momento no sentí mi usual diversión ante la desgracia de los demás, sino que me frustró un poco que una vez más no me diera a entender adecuadamente. 

 

—No, está bien, es solo que…—inhalé profundo y exhale mientras peinaba mi flequillo—. Hoy no fue un buen día —terminé diciendo. 

 

—Lo lamento —dijo suavemente. 

 

—Nah, estoy acostumbrado. 

 

—¿A no tener días buenos…?

 

Había replicado sin pensar en mi respuesta, pero no se alejaba mucho de la realidad. 

 

—...

 

—Si, supongo que sí. 

 

Apoyé aún más mi espalda en el tronco del frondoso árbol reajustando mi postura. Mi mente estaba en blanco y a la vez debatiendo mis siguientes oraciones, y es posible que ella estuviera en una situacion similar. 

 

—... Pasé por tu casa —inició Hannah—. Quería saber si mi portátil ya estaba listo. 

 

Oh, es cierto. 

 

—Ya lo está. Perdón por no haberte avisado antes.

 

Este fue un trabajo no tan laborioso, por lo que se terminó en poco tiempo, pero me hizo sentir una peculiar sensación de vergüenza. Ella debe de necesitarla. 

 

—No te preocupes —sonrió Hannah—. ¿Has estado ocupado, no? ¿Trabajo?

 

La chica de ojos oliva se inclinó hacia el frente y se apoyó sobre sus codos, como si estuviera expectante a una respuesta. En este punto supe que ella ya había tomado su lugar junto a mí como propio. 

 

—Si, un nuevo cliente me ha estado haciendo varios encargos. 

 

—Oh, eso es bueno, ¿Verdad?

 

Hannah me miraba genuina y con esa sonrisa radiante suya. No estoy acostumbrado a que me vean de esa manera, por lo que al principio se sintió extraño recibir tanta atención. 

 

Yo me encogí de hombros con simpleza, desviando mis ojos a una piedra cerca mío sin mucho en mente. Hoy no me sentía de humor para esforzarme, por lo que es probable que tuviera tatuado "desinterés" en la frente. 

 

Hannah abrió su boca como si fuera a decir algo, pero el zumbido proveniente de mi bolsillo le ganó a sus palabras. 

 

Saqué mi celular en un rápido movimiento para verificar el nombre. Ya no era usual, pero sabía lo capaz que era mi mamá de intentar convencerme de volver a casa y "hablar las cosas" cuando ambos sabíamos que solo terminaríamos más frustrados y acordando dejar atrás el problema junto a los otros miles arrumbados. 

 

Pero, afortunadamente, en vez de ver "Mamá" en la pantalla, se encontraba "Sr. Young". Pero eso no lo hizo menos raro. Contesté al instante y la conversación se ejecutó de manera clara, rápida y al grano. 

 

—Perdón, era mi cliente —dije después de colgar. 

 

—Oh, no, está bien.

 

Ella se obligó a darme una sonrisa complaciente, lucía muy bien practicada, sin embargo no le llegaba ni a los talones a su brillo natural. 

 

—Oye… —mi voz fue baja pero llamó su atención al instante—. ¿Puedes recordarle a Sam que no iré el viernes?

 

—¿En serio? Qué lástima ¿Aún tienes mucho trabajo?

 

—Algo así. Mi cliente quiere que nos reunamos en la ciudad para discutir unos detalles. La verdad no lo entiendo… —comenté mientras maldecía a la imaginaria cara del señor Young en la montaña—. Aunque si la gasolina no estuviera tan cara, ya me hubiera ido.

 

—¿Tienes un auto?

 

—Motocicleta. 

 

Su rostro se iluminó de una manera aniñada y estrellas se formaron en sus ojos.  

 

—¿Te gustan…? —pregunté viéndola como a un bicho raro aunque sin esa intención. 

 

—B-bueno, a mí no tanto, pero mi papá solía tener una, pero la vendió poco después de que yo naciera.

 

Hannah abrió los ojos como si hubiera recordado algo y tomó su diario de su mochila. Hizo que las páginas bailaran bajo de su pulgar en búsqueda de algo que solo ella conocía, y cuando cayó en el indicado, me lo señaló entusiasmada. 

 

Era una vieja fotografía de un hombre con ojos oliva que vestía una chaqueta de cuero mientras estaba orgullosamente montado en lo que parecía una Yamaha de los 80 's. Sentí envidia por un momento. 

 

—¿Y usas esta foto como separador también?

 

—Dije que es un mal hábito. 

 

Ella frunció su ceño mientras que una sonrisa tiraba de la comisura de su boca. Yo husmeé un poco más en lo escrito en la página, cediendo a mis bajos instintos entrometidos. 

 

—¿"Entregar informes a Julieth"?

 

—Uh, si, es de hace unos meses…

 

—¿De cuando vivías en la ciudad?

 

Hannah asintió y miró la página como si recordara aquella época de su vida. La superficie estaba llena de fechas, notas, garabatos y una que otra mancha de café. Y algo que pensé en ese momento fue que si lograba leer el contenido de ese diario, tal vez la conocería muchísimo mejor de lo que nuestras conversaciones me permitirían.  Pero fue solo por un instante. 

 

—¿Y no lo extrañas?

 

—¿El qué? —preguntó confundida. 

 

—La ciudad. 

 

Su rostro quedó en blanco ante la cuestión, pero trató de ocultarlo mientras se rascaba la mejilla con una expresión complicada. 

 

—Mentiría si digo que no… Pero… —sus manos jugaron ansiosas con la cobertura del libro—. Yo no lo sé. Me gusta pensar que estoy mejor aquí

 

Yo la miré unos segundos, vacilante ante mi repentina curiosidad.

 

—¿Y lo estás?

 

Cuando lancé mi pregunta al aire, el viento continuó con la conversación durante los segundos de espera: Su silbido era apaciguador para cualquiera, al igual que el aroma a flores que llevaba consigo desde muy lejos, pero no lograba aliviar la creciente pesadez que nacía en mi pecho. 

 

Ella abrió sus labios ligeramente, y en un silencioso hilo de voz, salieron sus pensamientos. 

 

—Aquí el aire es muy ligero. 

 

Una respuesta muy extraña, pero que al juntarla con su rostros cobraba más significado. Una aparente mirada imperturbable dirigida al imponente horizonte. 

 

—En la ciudad todo es muy asfixiante.

 

Para ella, lo que decía tenía mucho sentido.

 

—Y además —su característica sonrisa risueña volvió en lo que creo que era un intento de aligerar el ambiente—, Aquí puedo tener a Cody.

 

Fue un cambio raro y repentino, pero decidí seguirle la corriente. 

 

—¿Allá no podías tener mascotas?

 

—No —negó con la cabeza—, vivía con mis padres y el apartamento nunca lo permitió, además, a mí mamá no le gustan los animales —se le escapó una resoplido agridulce—, creo que en parte era por eso que no le gustaba venir aquí. 

 

Hannah se rio y yo acerqué mis rodillas al pecho. 

 

—¿Te gustan los animales?

 

Ella asintió con la cabeza mientras se apoyaba en el tronco del árbol junto a mí. Ahora simplemente estaba sacando los primeros temas que se me vinieran a la cabeza con tal de que ella siguiera hablando mientras que yo inconscientemente tocaba una melodía imaginaria con mis dedos en vez de con el pie. 

 

—Desde niña quería ser veterinaria.

 

Me pareció confuso. 

 

—¿Y por qué no lo eres?

 

Ella dio una risa lenta y forzada al mismo tiempo que fruncía el ceño un tanto amarga. Sus dedos trazaron el lomo del diario sintiendo cada textura de los rasguños en el cuero marrón. 

 

—Mi mamá viene de una familia de abogados, creo que es normal que ella quisiera que yo también lo fuera. 

 

Su voz fue suave, pero aún así muy dentro de mí empecé a sentir rabia. Me es tan fácil juzgar a las personas con solo un vistazo que me resulta un problema, pero a pesar que yo no conociera a esa mujer, ya se me hacía inevitable pensar que era del tipo que no soportaba que no se hiciera su voluntad. 

 

Incluso si eso no era del agrado de su propia hija.

 

Pero en fin, yo no la conozco

 

—¿Y qué hay de tí? —Hannah cruzó sus brazos sosteniendo su diario contra su pecho— ¿Siempre quisiste ser programador?

 

Esa era otra pregunta difícil. 

 

Originalmente, nunca tuve expectativas o deseos acerca de mi futuro. Supongo que desde siempre había aceptado la opción de trabajar junto a mi mamá en la carpintería, ya que desde el día en el que supe andar, mi madre no dudó en introducirme en su mundo. También a una edad más temprana, quise ser un científico, pero esos ideales se fueron desvaneciendo poco a poco. Y al mismo tiempo en el que yo descubría que odiaba la materia de química, Maru triunfaba en el campo. El contraste era irrefutable.  

 

Y ahora que ella tomó la bata de laboratorio, yo me conformé con la madera. 

 

Ni siquiera me gustaba tanto. 

 

—No, pero tomé unos cursos durante la media superior y me interesó… No fue la gran cosa…

 

Con lo dicho, tomé un puño de la tierra del piso, que era tan fina y suave como la arena, y dejé que se deslizara a través de mis dedos, dejando al descubierto mi palma enrojecida. 

 

—¿Qué te pasó?

 

Por más rápido que quise ocultarlo, ella ya lo había visto. 

 

—Esto… —murmuré. 

 

"Espera" dijo sin darme tiempo de inventar una excusa medianamente creíble. Ella sacó un paño y una botella de agua de su mochila y quitó la suciedad que quedaba sobre la superficie, pero pareció aliviarse cuando se percató de que no había rasgado mi piel. 

 

Sus manos tenían varias pequeñas cicatrices, pero a pesar de la falta de cuidado, eran sorpresivamente suaves. 

 

Mi corazón empezó a palpitar de ansiedad. No me había dado cuenta de las profundas marcas de uñas que había dejado tras el remolino de furia. 

 

Muy pocas personas saben con exactitud lo que sucede dentro de la casa en las montañas. A sus ojos solamente somos una tierna familia con su hijo rebelde, y a este punto de mi vida ya no me importa lo que los demás crean de mí,

 

Pero a estas alturas, ¿Cómo definiría a Hannah?

 

Ella no era Sam o Abigail, pero tampoco un rostro conocido al cual deseo evitar. 

 

Estaba a la mitad de la balanza, quedándose en un lugar abstracto y confuso el cual me moría por etiquetar. Creo que es la maldición que debo de cargar como alguien que no ha hecho nuevos amigos desde hace años. Sin embargo, más que su estado tibio en mi día a día, en ese momento lo que más me estaba volviendo loco era su profundo silencio. 

 

Casi sepulcral. 

 

Mi pecho se sentía un poco pesado, a la expectativa de las preguntas o comentarios que nunca aparecieron. 

 

No sentía más allá de la fría humedad y de las gotas deslizándose por mi mano, pero una vez que ella terminó con su pequeña labor, un pequeño dolor comenzó a picar mi palma. 

 

—¿No vas a preguntar?

 

Sin ya poder contenerlo insinué la cuestión que se hacía su mirada pero que su boca no podía pronunciar, tal vez sonando más agresivo de lo que pretendía.  

 

—No sé si quieres hablar de eso. 

 

Saqué lentamente el aire por mis labios a la vez que observaba inmutable los rasguños carmesí en mi pálida piel. Entiendo que las personas normales y educadas traten de ignorar el elefante dentro de la habitación por cortesía, pero sinceramente esto era desesperante. 

 

—Demetrius es un idiota. 

 

Es un poco vergonzoso lo fácil que me resulta hablar mal del hombre. 

 

—No tiene derecho a decirme qué hacer, ni siquiera es mi padre. 

 

El veneno escurría de mis palabras, y sin darme cuenta, volví a apretar mis puños, pero al segundo siguiente aflojé la fuerza. 

 

Pero para mí sorpresa, las facciones de Hannah se mantuvieron serenas, o al menos más de lo que yo esperaba. 

 

Ella me observó con unos ojos suaves analizando mi rostro, y yo, como criatura de las sombras que soy, me sentí intimidado por la luz de su mirada así que la esquivé. Es algo que me pasa, me dejó llevar por la adrenalina y luego me lamento por mi imprudencia. 

 

Probablemente esta noche no duerma por sobrepensar este día. 

 

Mientras mis orbes bailaban vacilantes por el suelo, una voz acarició mi oído, surgiendo desde el incómodo silencio. 

 

—Lo lamento. 

 

¿Por qué te disculpas?

 

Ella no tenía culpa en esto. 

 

No tenía la culpa de haberse encontrado conmigo de casualidad, o de haber encontrado las marcas en mi palma, ni tampoco de que mi padrastro fuera exasperante, y mucho menos de asociarse con alguien tan complicado como yo sin advertencia previa. 

 

Quería decirle todo, pero mis palabras estaban atadas con cadenas a mi garganta y me quemaban. 

 

Sin saber qué hacer con mis extremidades adormecidas, tomé una rocas puntiaguda y la lancé tan débilmente que apenas y llegó a unos pasos de distancia. 

 

—Así que… ¿Por eso viniste aquí?

 

Miré la pequeña roca unos segundos. 

 

—Si, necesitaba irme de ahí, además… —me sentí un poco más confiado para verla a la cara—. Quería arrojarle piedras al tren. 

 

—..........¿Qué?

 

Miré a través de las ventanas de sus ojos y pude presenciar con claridad el cortocircuito que se ocasionó en su cabeza. 

 

Y fue entonces que mi sentido del humor revivió. 

 

—¿Hm? ¿Qué? ¿Tú nunca le has tirado piedras a los trenes?

 

La aparente confusión pintada en mi tono era casi descarada.

 

—.......No he tenido la oportunidad todavía…

 

Una pequeña risa se me escapó ante su seriedad y en respuesta ella rodó sus ojos, mientras que a lo lejos se escuchaba el agudo silbato. 

 

Yo me levanté con inestabilidad por todo el tiempo que estuve sentado y Hannah me siguió hasta las no tan lejanas vías del tren. 

 

—¿Haces esto seguido?

 

—¿Qué cosa?

 

Me puse a hurgar en la tierra para encontrar rocas de un buen tamaño. 

 

—Ya sabes… Atacar trenes con piedras. 

 

Solté un resoplido gracioso. De niño lo solía hacer por diversión, pero conforme fui creciendo, se volvió una forma de desquitarme. 

 

—Solo cuando quiero golpear algo. Deberías intentarlo, es terapéutico. 

 

Una media sonrisa bailó en la comisura de su boca a la vez que tomaba sus municiones de mi mano, rozándome con las yemas de sus dedos. 

 

Es un poco patético ser tan consciente de hasta el más mínimo contacto. 

 

El olor a humo se hizo aún más presente y el fuerte ruido comenzaba a opacar cualquier otro ruido. 

 

—La tiro y ya. 

 

Fue como una afirmación hacia sí misma, pero a la vez pareció una pregunta. 

 

—Solo piensa en algo que te haga enojar. 

 

Para mí es sencillo. 

 

"Enojar" murmuró. Al principio me pareció una idea remota el hecho de que algo en la faz de la tierra pudiera molestar a una chica como Hannah, pero ver cómo apretaba una pobre roca en su puño y estrechaba la mirada me demostró mi error. Creo que funcionó. 

 

El sonido del tren se hizo cada vez más intenso hasta que finalmente apareció delante de nuestros ojos y lo que tanto esperaba había llegado. La melodía de las ruedas pasar por las vías resonaba entre las paredes que formaban las montañas mientras que nosotros atacamos al tren con repetidos tiros y sin piedad. 

 

No tardó mucho para que se me acabaran mis rocas y tuviera que recolectar más, pero en lo que las recogía, mi vista, que estaba siendo obstaculizada por mis mechones ébanos llevados por el aire, se llenó de una silueta común pero que me resultó casi hipnótica.

 

Mientras que Hannah lanzaba con todas sus fuerzas las pequeñas figuras contra las desgastadas paredes de acero, una sonrisa tan brillante como el sol sobre nuestras cabezas bailaba en sus labios. Tenía un aspecto refrescante y liberador, y me pregunté si todo este tiempo estuvo reteniendo algo. 

 

—¡Hey, Sebastian! ¡Mira!

 

No entendí muy bien lo que decía debido a que todo el ruido opacaba su voz, por lo que me enfoqué en lo que tenía en sus manos. 

 

—¡Carbón gratis!

 

El carbón, uno de los minerales más comunes que se pueden encontrar, y sin embargo es suficiente para provocarle tal felicidad. 

 

Es tan rara. 

 

Es linda. 

 

Es rara. 

 

Me siento imbécil. 

 

Ouch, un carbón le golpeó la cabeza. 

 

Es linda. 

 

Y sin percatarme, mis ganas de fumar se habían ido con el viento. 

Notes:

Hace una semana que entré a mis vacaciones de primavera y pensé que eso hiba a hacer que pudiera actualizar más seguido PERO NO. Este capítulo me resultó más complicado de lo que esperé y no me terminó convenciendo del todo... Pero lo hice con amor <3
ACLARACIONES
Debido a un error (el cual no sé por qué no corregí en su momento) escribí que Pueblo Pelícano era una ciudad pequeña, pero ya cambié esa parte y ahora vuelve a ser un pueblo.
También, el nombre de Coddy está mal escrito, tengo que arreglar eso también :')

La ortografía es mi pasión.

Chapter 13: Mi amigo, el rubio extrovertido

Notes:

VOLVIIIII, perdónnnnnnn por la larga espera :c

Por lo usual, tengo el título planeado o se me ocurre conforme va avanzando el capítulo, pero este no fue el caso. No tenía ideas, así que le puse lo primero que se me vino a la cabeza.

Dato random sobre mí: Mi número favorito es el 13... Me gustan los números impares en general.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Desearía ser como en mis libros. 

 

Que de un día para otro, mi vida cambie radicalmente y obtenga dones extraordinarios. 

 

Más fuerza. 

 

Más riqueza. 

 

Más inteligencia. 

 

Más reconocimiento. 

 

Más, más, más. 

 

Siempre he querido más. 

 

Soy un tipo promedio, justamente el cliché del personaje totalmente normal y aburrido. Lo único que falta en mi vida para que se transformara en una de las historias que siempre me han fascinado leer, sería que me mordiera una araña radioactiva o que un mago llegara de un portal místico y me diera poderes. 

 

O incluso nada muy extraordinario, solo ganar la lotería sería suficiente. 

 

Pero esta es la vida real. 

 

Mi día se había limitado a escuchar música y a leer un poco. Estaba descansando mi vista de la luz del monitor pues sentía que mis ojos se derretian. Los huesos de mi espalda volvieron a su lugar al recostarme en mi cama en un satisfactorio dolor, tenía un par de días que no veía la luz del sol, pero eso no me importaba en absoluto. 

 

—Oye, Seb, ¿Qué es esto?

 

Y como si él tuviera un radar para cuando tengo tiempo libre, Sam vino a pasar el rato. 

 

Pero no vino solo. 

 

—Es un jarrón muy raro…

 

El pequeño niño castaño sostenía el adorable regalo de cumpleaños que Abigail y Sam me habían dado en una clase de broma. Sus caras se habían puesto rojas tratando de contener sus risitas tontas hasta que finalmente estallaron en carcajadas cuando los miré confundido respecto a ese "raro jarrón". Unos segundos después lo entendí. 

 

El rubio trató de contener su risa

 

—Huele a que lo haz usado —se rio entre dientes. 

 

—Claro que no —lo miré con reprocho. 

 

La humedad del sótano produce un olor extraño. 

 

Convulsionando con escandalosas risas, Sam cayó al piso. Ese tipo puede ser fastidioso cuando quiere. Ignorándolo, me senté en mi cama y resoplé. 

 

—Oye, Vincent, deja eso y mejor pásame ese libro verde del estante. 

 

Sin cuestionarlo, el niño dejó el jarrón del lugar en el que estaba. No sé cómo lo hace, pero siempre que viene logra encontrar cosas que ni yo mismo recordaba que había escondido. Es demasiado curioso para su bien. 

 

Vincent me dio el libro con la incredulidad escrita en su rostro, el cual me solía recordar a la de una cría de ciervo con esos grandes ojos nublados de inocencia. Él siempre ha sido un niño muy dócil y amable, producto de la enseñanza de Judi probablemente (sin mencionar que son prácticamente idénticos), mientras que Sam es el reflejo de su padre en sus días rebeldes de juventud. 

 

La cubierta era de una pasta dura, y a pesar de que las esquinas estaban muy desgastadas y las páginas amarillas por el tiempo guardado, las imágenes seguían igual de vivas que hace años. Dí dos palmadas en el colchón a mi lado, y siguiendo la corriente, él se sentó en un pequeño salto, hundiéndose entre las sábanas. 

 

—Mira, aquí —dije mientras señalaba una página. 

 

—¿Ranas?

 

Asentí con la cabeza. Vincent, ya estando interesado, puso el libro en su regazo, inmerso en las ilustraciones. Algunas veces cuando visito la casa de Sam, le ayudo a buscar ranas en la orilla del río. Me agrada ese niño. 

 

—Y bien, ¿ya pasaste ese nivel de The Raven's Club? —preguntó Sam desde el suelo después de lograr recuperar el aliento luego de su ataque de risa. 

 

—Anoche —dije en medio de un bostezo—. Ese mago de la torre fue un dolor de cabeza…

 

—Hablando de dolores de cabeza, anoche…

 

Me fascina hablar así con Sam por más cabeza hueca, insoportable, inmaduro,... y cualquier otra cosa que él pudiera ser. Él es mi mejor amigo, y algunas veces su falta de empeño para adentrarse en temas serios y quedarse con las banalidades me son como un salvavidas en mis días malos. No tengo que esforzarme en pensar en respuestas o en cómo actuar. Con él puedo ser espontáneo y limitarme a solamente asentir y reírme de sus chistes malos. En parte, tal vez sea por los años que tenemos conociéndonos, y que hemos llegado al punto en el que ya no necesitamos hablar las cosas para saber lo que pasa con el otro. Es un tipo de sexto sentido de mejores amigos. 

 

Conocí a Sam a los 8 años. Él acababa de mudarse junto a su familia al pueblo y todavía no había nacido Vincent. 

 

Todos los niños del pueblo (los cuales lograron escapar apenas cumplieron la mayoría de edad) tomábamos un viejo autobús para ir a la escuela más cercana pues, tal y como ahora, el pueblo no tenía un centro educativo. Y las cosas se dieron así: 

 

Sam era nuevo. 

 

Yo un solitario que se sentaba hasta atrás. 

 

Sam era un extrovertido cohibido por su nuevo ambiente. 

 

Yo era un tímido de lo peor que no se pudo negar cuando preguntó si podía sentarse a su lado. 

 

Y ahí inició nuestra amistad. 

 

Estoy agradecido de tenerlo conmigo. 

 

—... Y así el ganso cayó sobre la cabeza de ese señor que trabaja conmigo, se cayeron todas las sodas al suelo y PUM explotaron… Valió la pena limpiar todo eso, la vena de Morris se salía de su frente y te juro que tenía la cara roja del enojo… —relataba el rubio, sentado contra la cama en el piso, se notaba su interés y la emoción en su historia, pero el drama entre Sawako y Kazehaya era aún más envolvedor—. Y… Oye, ¿Me estás escuchando?

 

—Si… Morris, chico pollo, ganso volador, cena, ajá…

 

—¿Mencioné que tengo cáncer?

 

—Si… —asentí totalmente desconectado de esta realidad, mientras que el rubio, resignado, se nos unió arriba de la cama; ni siquiera su hermanito le prestaba atención. 

 

—¿Ya se besaron?

 

—No, todavía no. 

 

Tal vez no me gusten las novelas de romance, pero este manga es otra cosa aparte. 

 

—Maldita sea, otra vez esa chica… —mascullé mirando los enormes ojos de la rival, pero al mirar arriba y salir de mi mundo, decidí continuar con la plática interrumpida, pero cambiando a un nuevo tema—. Entonces, ¿Tienes listas las canciones?

 

—Si, sólo tienes que añadir lo que dijimos y listo. 

 

—Bien. ¿Cómo las acabaste? Tenías meses trabajando en ellas y no parecía que fueras terminar pronto…

 

Sam es muy creativo y dedicado en su arte, pero su propio perfeccionismo es el mismo que se obstaculiza cada vez que trabaja en sus melodías. Él no dejaría que algo suyo viera la luz del día a menos que estuviera totalmente satisfecho con el resultado. 

 

—¿Uh? Bueno… —su voz se apagó, eso es raro en Sam. 

 

—¿Qué?

 

—Nada —su tono era vacilante al igual que la mano con la que se rascaba la nuca—, Hannah me ayudó un poco.

 

Estaba confundido.

 

—Ella sabe mucho de música de aquí a unos 60 o 50 atrás —comentó admirado el chico mientras sonreía—. Ella es genial de verdad.

 

Asentí por inercia, deconectado de la situación actual. 

 

—He estado pensando… —continuó él. 

 

—Eso es raro, ¿estás bien? Tal vez sí tengas cáncer… —lo interrumpí burlonamente por instinto, haciéndome volver a la realidad. 

 

—Ja, ja, no —dijo poniendo ojos muertos lo cual me hizo reír—. ¿Crees que sea buena idea invitarla al cine?

 

Mi sangre se heló

 

—¿Cine? —devolví sin tener la idea muy clara. 

 

—Si, ya sabes, el nuevo al lado de Joja. 

 

—Uh… —mi garganta se sentía seca—, como quieras. 

 

El tarareó meditando, fijando su mirada en el techo de mi húmedo sótano

 

—¿Y cuándo estás libre? —volteó a mirarme. 

 

—¿Qué?

 

—¿Podrías dejar de contestarme con una pregunta? ¿Qué pasa? ¿No tomaste tu litro de café diario o por qué estás tan lento? —reclamó divertido arqueando una ceja, pero aún así lo golpeé en la cabeza con mi fabuloso libro japonés, haciendo que el sonido de la cobertura resonara en toda la habitación, incluso logrando que Vincent volteada a vernos, pero no intervino, lo cual me dió aún más gracia. 

 

—Como sea, me refiero a si seguirás con trabajo o ya estás libre. Hay una película que Abigail y Hannah quieren ver y queríamos que también vinieras —balbuceó frotándose el golpe con un falso y exagerado dolor. 

 

—Oh… uh, no lo sé, este cliente me ha estado dando varios trabajos últimamente pero yo veré qué hago…

 

El chico sonrió satisfecho e ilusionado. 

 

¿Qué demonios me pasó?

 

—Deberías venir, te hará bien —animó—. Te extrañamos la vez pasada, Hannah ha mejorado mucho con sus tiros, además es muy divertida, oh, y ya te conté que ella y yo…

 

Juro que no soy una persona celosa.

 

Es Sam, por el amor de Yoba. 

 

Ellos dos son amigables por naturaleza, y si llegan a salir, bueno…

 

 

Al menos no la mayoría del tiempo. 

 

Sam continuó hablando, saltando de un tema para otro hasta llegar al de la banda. Yo solo lo miraba atento mientras asentía levemente, tratando de quitarme esa horrible y amarga sensación de la boca del estómago. 

 

—Como sea, ¿Ya tienes todo preparado para la danza de las flores? —preguntó de la nada, queriendo dar un vistazo al libro que tenía Vincent. 

 

—Ugh —hice una mueca de asco.

 

—Vamos, ya estás muy mayorcito para esas caras.

 

—Me veo horrible en ese traje —me quejé hundiéndome en mi almohada, tratando de borrar cualquier imagen mía con ese feo vestuario azúl. 

 

Por mucho este es el festival que más odio. Y no soy solo yo, sino que todas las personas que al igual que yo, son obligadas por los mayores para participar en un evento en el cual te recordarán que sigues solo y soltero. Oh, ¿Y ya mencioné los trajes azúl cielo?

 

Sam tiene la teoría conspiracional de que es un tipo de estrategia por parte de Lewis para decir: "Oye, ¿Todavía nada? Apúrate a repoblar el pueblo y así te librarás de la humillación".

 

—Todos nos vemos así —resopló—. Además, tú no eres el que está sufriendo por sus alergias. 

 

Sam se había estado escuchando con la nariz un tanto tapada desde que llegó, pero no lo habían notado hasta ese momento. Pero es cierto, usualmente en esta época se la pasa estornudando mientras muestra esa sonrisa boba suya mirando las mismas flores que le causan ese martirio. 

 

Continuamos discutiendo acerca del baile hasta que una vibración a mi costado me hizo desviar la atención. Miré la pantalla que se iluminaba y mostraba la notificación de una oferta para rentar un departamento en Zuzu. 

 

La expresión del chico perdió intensidad y solo quedó un tipo de lienzo en blanco. 

 

—¿De verdad te vas a ir? —soltó después de un par de segundos en espera, haciendo sonar su pregunta entre el tenso aire. 

 

Duele cada que tocamos el tema. 

 

—Yo… lo estoy considerando. Solo es una idea, no tengo nada definido —contesté evasivo al mismo tiempo en el que quitaba la notificación y ponía la pantalla contra las sábanas. 

 

—¿Entonces por qué sigues buscando donde vivir? 

 

—No siempre voy a estar aquí, Sam. 

 

—¿Y por qué no? Hasta ahora todo ha ido bien, ¿no? Es cierto, Demetrius apesta y todo eso, pero no puedes buscar un lugar en el pueblo? No lo sé, Pierre debe saber dónde hay-

 

—Sam… —lo interrumpí antes de me diera las opciones que estaba cansado de escuchar. 

 

Él me miró triste, sus ojos se enternecieron y respondió en voz baja: 

 

—Te extrañaré.

 

No me veas así. 

 

—Ya te dije… es solo una idea. 

 

No pudimos mirarnos a los ojos, era incómodo cada que esto salía a la luz. Pero cuando pensé que ya se había dejado el tema de lado para seguir con uno nuevo para animar el ambiente, Sam me lanzó una última pregunta que, a juzgar de su tono, él lo estaba murmurando casi para sí mismo .  

 

—¿Qué tiene de bueno la ciudad?

 

No me molestó que lo picara por una última vez, más bien me molestó que no supe decirle nada que no fuera "estar lejos de este estúpido pueblo". 

 

Tal vez no me gustaba admitirlo, pero en el fondo me aterraba la idea de estar fuera de todo lo que he conocido. 

 

La ciudad es un lugar místico para mí, mi aspiración no escrita. Todos los niños del pueblo se fueron yendo de aquí para buscar sus grandes sueños en la gran ciudad, como si fuera un lugar mágico en dónde alcanzarás el punto máximo de tu vida en cuanto felicidad y éxito. 

 

El pueblo solo fue un lugar de paso

 

La ciudad te hará grande. 

 

Y yo quería eso. 

 

Ser grande y demostrarle a él a todos que yo también podía ser exitoso buscando mi libertad fuera de aquí, siguiendo el falso ejemplo que me había dejado mi padre fantasma. 

 

Siempre he querido más 

 

Después de un rato, carraspeé la garganta, pensando en algo más que decir, pero Sam me ganó. 

 

—Oh, por cierto, mi papá llegará el próximo año. 

 

Unas horas después, comimos estofado de setas, yo apenas tocándole, y Sam junto a Vincent se despidieron de casa. 

 

 

 

Notes:

17/Mayo/2023
Solo vengo a decir que el diálogo del principio ('el jarrón raro'), hace referencia al bong que tiene Sebastian (o tenía, ya que tengo entendido que el creador luego lo retiró) el cual no me sorprende que tenga ya que, en un diálogo de Robin, se menciona un extraño olor de su cenicero. No me sorprendería que él consumiera sustancias de dudosa procedencia, pero ya estando casado con Sebastian, él en un diálogo menciona que no le gustaba el mal olor del sótano por la humedad. Tal vez sea mi sentido del humor, o tal vez mi deseo por buscar una explicación que no involucre a Sebby fumando cosas raras, pero el punto es que me pareció divertido y lo puse. Je.
Siento que entre esos tres, son propensos a dar regalos broma de mal gusto...

He de decir que el último capítulo me dejó un poco aburrida, insatisfecha y hasta cansada (aunque ahora le estoy agarrando cariño), y como sentía que ya era mucho de la relación principal, quise al menos poner un poco de relleno y aprovechar para explicar unas cuantas cosas. Este capítulo SI me gustó, a pesar de que es mucho más corto de lo que usualmente les traigo, pero creo que era necesario para empezar con esta nueva faceta en mi escritura, pues como tal vez notaron, hay algunas diferencias en comparación a capítulos anteriores, y eso me hace sentir bien pues siento que he mejorado.

Aparte de mi bloqueo creativo, culpo al hecho de que regresé a la escuela y a que volví a leer libros, y yo soy del tipo que no se despega de ellos hasta acabarlos. Hoy termino el segundo y la historia es hermosa, y creo que fue lo mejor que pude hacer pues últimamente "me sentía estancada, me sentía vacía, era infeliz " (quién entendió entendió jajajasjs). Pero como sea, volver a leer me hizo motivarme y ver cómo mejorar mi escritura, esperemos y dé frutos. ;)

Gracias por su paciencia, espero que estén bien. El siguiente capítulo me entusiasma mucho ya que lo tengo en mente desde que inició la historia, ya veremos qué pasa.

Atte-June ❤️

P.S.- Gracias por todo su amor a la historia. ❤️❤️❤️

P.S. de la PS.- Tal vez no se animen, pero me gustaría que dejaran sus preguntas para los personajes, idk.

P.S. de la P.S. de la P.S. — Comencé a publicar en Wattpad esta historia junto a otras bajo el mismo nombre de usuario "JuneOnDecember", obviamente esta apenas y tiene dos capítulos ahí, pero solo quería comentarles eso. Bai ❤️

Chapter 14: Traje azul, vestido blanco, peonías rosas

Notes:

No recuerdo la última vez que escribí un capítulo en tan poco tiempo... O-o Creo que en parte fue porque este era un capítulo que yo esperaba mucho.

Nunca me voy a cansar de darles las gracias, porque al final de todo, yo hago esto porque ustedes me motivan cada que vuelvo con un nuevo capítulo.

GRACIAS <3

Atte-June❤️

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Chapter Text

Mi primer Baile de las flores fue cuando tenía alrededor de 15 años. 

 

Esa época la considero la más significativa, complicada y vergonzosa de mi vida. 

 

Sam y yo empezamos a relacionarnos más con Abigail, las cosas en la escuela iban mal y en casa aún peor, pero claro, nada de eso impedía que saliera de casa con un corte desalineado junto a un extravagante estilo emo en donde no podían hacer falta cadenas (hasta ahora no puedo vivir sin ellas). Y me preguntaba por qué me molestaban, ja

 

En ese momento sentía que estaba proclamando mi libertad mediante mi ropa y comportamiento, pero ahora que veo las pocas fotos que conservo, no puedo evitar sentir pena ajena y pensar que luzco como un loco salido del manicomio con ese cabello negro mal teñido (cortesía de Abigail) exageradamente largo que cubría gran parte de mis ojos y que sólo hacía ver a mis profundas ojeras más tenebrosas, contrastando con mi pálida piel de fantasma. 

 

Oh, y como cereza del pastel, mis insufribles pecas. 

 

En fin, ya se podrán imaginar lo ridículo que me ví al ponerme por primera vez ese traje de color azúl cielo. Ese día logré escapar de todas las cámaras a excepción de la de Sam. Hasta hoy, no he logrado encontrar y destruir esa última muestra de mi vergonzoso pasado. 

 

Me levanté temprano ese día. El evento empezaba casi a la hora en la que usualmente despertaba, por lo que mi mamá tuvo que venir personalmente a asegurarse de que el sueño no me ganara y me quedara dormido. 

 

Esa mañana no fue muy buena. 

 

Primero, al bajar de la cama, recibí un agudo dolor en la planta del pie por parte de un cable que dejé tirado en el suelo; después, no tuve oportunidad de tener una ducha adecuada, pues Demetrius tocaba insistentemente la puerta para que me apresurara, y cuando por fin iba a tener un poco de paz en el desayuno, todos ya estaban saliendo de casa. 

 

Así que ahí estaba yo: Con el pie adolorido, el cabello aún húmedo, el estómago vacío, bajo el resplandeciente y molesto sol de primavera y apenas teniendo espacio para respirar con el apretado vestuario que traía puesto. 

 

Bien. 

 

Mientras me refugiaba en la sombra de un árbol jugando con mi celular, esperaba con gran impaciencia a que llegara Gus con la comida. Mi estómago rugía exigiendo ser alimentado, pero a la vez se encogía con la idea de tan siquiera ingerir algo. Este tipo de eventos siempre me ponen nervioso. 

 

Las personas llegaron eventualmente, entre ellos, Lewis y la familia de Abigail.

 

Me llamaron para que ayudara a bajar algunas cajas de mercancía pesada, y fue más que molesto ver cómo Abigail se burlaba de mí en silencio al ver que podía llevar una caja sin problema mientras que yo contenía la respiración para no perder las fuerzas. 

 

Es decir, esa maldita enana mide 1. 50 metros, ¿Cómo puede ser tan fuerte?

 

Son cosas que nunca sabré, al igual que nunca sabré qué esconde en ese cajón de su habitación que no me deja abrir. 

 

Dando el medio día, el lugar donde se organizaría el baile empezó a llenarse cada vez más, claro, había menos gente que en años anteriores, pero seguía siendo una buena cantidad. 

 

Sam se presentó junto a Judi y Vincent, dejándolos atrás inmediatamente después de vernos. Caminó descuidado hacia nosotros y casi tropieza con Penny, la recatada chica pelirroja que le da clases a su hermanito. 

 

—¿Y? —preguntó Abigail con una sonrisa pícara en su cara.

 

—¿Y, qué? —devolvió el rubio, quien fruncía el ceño en un tipo de intento de autodefensa. 

 

—¿Este será el año? —la chica frente mío cruzó los brazos e interrogó, obteniendo como respuesta únicamente un leve sonrojo en las mejillas. 

 

Tenemos la teoría de que a Sam le gusta Penny desde que ella le prestó su bolígrafo rosa en la clase de la señora Ingrid, pero ni una sola vez desde entonces la ha invitado a bailar. Es curioso ver al siempre amigable y extrovertido Sam poniéndose a tartamudear ante a una inofensiva chica. 

 

Es por eso que Abigail y yo apostamos quién sería el que daría el primer paso en invitar al otro. Abby le tiene mucha fe a su amigo, pero yo conozco a esa chica desde siempre y sé que no se guarda lo que piensa por mucho tiempo. 

 

El sol estaba en su punto más alto, por lo que era probable que el evento iniciara pronto. 

 

Los adornos florales ya estaban hechos.

 

El sonido ya preparado. 

 

La comida ya servida y mi estómago ya lleno. 

 

Pero faltaba algo. 

 

—¿Y la granjera?

 

O más bien alguien. 

 

Mi oído se hizo más agudo al escuchar de quién se trataba, y es que no me pueden culpar. Mientras que el rubio le llamó repetidas veces, Abigail le mandaba mensajes a diestra y siniestra sin dar algún resultado. 

 

—Oí que viene en camino con otros arreglos florales —dijo la otra persona involucrada. 

 

Eso me dio un poco más de tranquilidad, saber que era un simple retraso y no había sucedido nada malo con ella. Yo, para ser alguien que siempre tiene su teléfono en modo vibración y que responde mensajes horas después de recibirlos, me preocupa que alguien haga lo mismo. 

 

Momentos más tarde, ví a la buscada chica llevando macetas que rebosaban de narcisos. Mis amigos fueron inmediatamente tras ella, como unos cachorros con su dueño, pero yo me tomé mi tiempo. 

 

Ella portaba un vestido, blanco al igual que las demás solteras, pero con un diseño diferente. La tela contaba con una textura en ella, y unas mangas largas y holgadas, pero dejando sus hombros al descubierto. El resorte del torso se ajustaba a su cuerpo, remarcando con fidelidad cada curva en él. El largo apenas y llegaba por arriba de la rodilla, dejando al descubierto sus elegantes piernas, decoradas al final por unas zapatillas de piso. 

 

Oh, y por supuesto, esa larga y sedosa cabellera color caramelo. 

 

Me recordó a esas finas muñecas de porcelana. 

 

—¡Pensé que no vendrías! —exclamó Abby, abrazándola apenas dejó las flores en el piso. 

 

—Lo siento, pasaron cosas y se me hizo tarde —Hannah se dejó arrastrar de inmediato por ambos chicos, los cuales la tomaron de un brazo y la escoltaron hasta un lugar lejos de la muchedumbre, apenas y dejándome decirle hola por lo bajo y agitando levemente mi mano en un saludo, pero me sentí muy aliviado cuando ella correspondió con una pequeña sonrisa. 

 

Hablamos de trivialidades por un largo tiempo, pero luego saltamos a nuestro tema de conversación más importante: la banda. 

 

Como ya teníamos las canciones prácticamente terminadas, solo faltaba ensayarlas y conseguir un lugar en donde presentarnos. 

 

Lo segundo era lo más fácil en realidad, ya que Sam conocía a un tipo que era amigo del primo del tío lejano de un sobrino de la abuela política de un hombre el cual se dedicaba a hacer espectáculos callejeros. 

 

En cuanto a lo primero, bueno, todos sabíamos que Sam no nos dejaría ir hasta que cada tonada sonara perfecta. Mis dedos sufren de tan solo pensarlo. 

 

—Entonces, ¿el martes en el sótano? —preguntó el rubio, haciendo preparativos para el comienzo de la tortura. Ambos asentimos sin muchas opciones, pero Hannah se mantuvo estática ante la oferta—. ¿Y tú? También puedes venir, sabes —tiró de sus labios en una sonrisa, y ella respingó un poco ante la consideración que se le prestaba.

 

—Pero yo- uh-, no toco ningún instrumento —se tocó nerviosa el cuello y con una expresión lastimera—, No creo que pueda aportar en mucho…

 

—¿Mm? ¿De qué hablas? Me fuiste de mucha ayuda la última vez —habló él, mostrándose incrédulo ante su negativa y yo apreté los labios—. Además, quiero tu opinión de cómo se escucha estando en vivo. 

 

El rubio se rio y Abigail se sumó a la súplica, dejándola sin más opción que aceptar con una sonrisa contenida. Y no sé realmente por qué ella se retraía en hacer algo que le salía tan bien. 

 

—¡Quiero que se pongan a bailar! Que apenas se escuchen las primeras notas, tengan ese impulso de…

 

—Hablando de eso, ¿Vas a bailar? —interrumpió Abigail sin reparo alguno. 

 

Hubo un silencio de dos segundos. 

 

—¿Se necesita pareja, no? —la castaña se rio un poco—. No tengo así que… 

 

—¿No le has preguntado a nadie? 

 

Es usual que califiquen a Abigail de atrevida o hasta de maleducada, pero en realidad es solamente su abrumadora curiosidad hablando. 

 

—Veamos… —miró a su alrededor—. El nieto de los Mullner me dijo que no, el tipo de cabellera fabulosa también, Shane me mandó al diablo… Ayer fue un día muy productivo —relataba mientras enumeraba con sus dedos sus fracasos y todos nos soltamos a las risas. 

 

—¿Shane? ¿El sobrino de Marnie? De verdad estás desesperada —resopló divertido Sam. 

 

—Lo estoy, bueno, estaba —ella se encogió de hombros—. Supongo que los veré desde la mesa de postres.

 

—Está bien, no te pierdes de la gran cosa de todas maneras —intervino Abby—. Yo daría lo que fuera por no estar en ese estúpido baile. 

 

Como su pareja de baile desde los 15 años, debí sentirme ofendido, pero la verdad es que yo sentía lo mismo. 

 

Asentí con suavidad a las palabras de la chica con cabello púrpura, el cual, en ese momento estaba adornado por una corona de flores blancas. 

 

Justo después de eso, Pierre llamó a Abby para que le ayudara con el puesto, y un minuto después, Penny pidió hablar con Sam a solas. Al chico le temblaba la mano. 

 

—¿Es su novia? —preguntó Hannah cuando estuvo segura de que se habían alejado lo suficiente. 

 

—No, todavía —respondí con una sonrisa, podía sentir el dinero. 

 

Ella se rio por lo bajo y me lo contagió a mí. 

 

—¿Y qué hay de ti? ¿Vas a bailar o…? 

 

—No tengo opción —suspiré amargo. 

 

—¿Es tan malo?

 

La festividad en sí, me parece ridícula, pero siendo objetivos…

 

—No mucho, —admití sin mucha confianza, pues no quería parecer un pesimista—, pero daría lo que fuera para cambiar el color de los trajes. 

 

Sight , esos malditos trajes. 

 

Hannah se burló de mi lamento y exhaló.  

 

—Ojalá el próximo año pueda encontrar una pareja.

 

—¿De verdad quieres participar? —Pregunté extrañado. 

 

—En parte, pero es más porque me gusta bailar y se me hace interesante esta costumbre. Siempre quise ser la reina de la primavera o como se diga…

 

—¿Te gusta bailar? —estaba evidentemente perdido entre sus palabras y ella volvió a burlarse de mí. 

 

—Hace mucho que no bailo, pero creo que es divertido —dijo a la vez que una pequeña expresión de felicidad se pintaba en su rostro. 

 

Tal vez era pequeña pero era hipnótica, tal vez debido a la sinceridad con la que se presentaba o a todas las cosas tiernas a las que te recuerda. 

 

Y me lamenté un poco porque ella no tuviera pareja de baile. 

 

—Oye, Sebastian…

 

Me gusta como suena mi nombre en su boca. 

 

Tragué fuerte. 

 

—¿Si?

 

Ella jugueteó un poco con la flor que tenía en las manos, una peonía rosa. 

 

Cada año, a los solteros se les da una flor la cual deben de entregar a la persona a la que le piden ser su pareja de baile.

 

Mis manos empezaron a sudar y mi corazón a correr con anticipación. 

 

Nunca he bailado con alguien aparte de Abigail, y en circunstancias normales me aterraría desprenderme de ella…

 

Pero…

 

En ese momento un extraño y abrazador sentimiento de expectativa me invadió. 

 

—Tu… uh-... —su voz se apagaba conforme luchaba por avanzar, pero mirando hacia un costado, se logró armar de valor—. ¿Tienes pareja?

 

No me esperaba esa pregunta. 

 

E inevitablemente, mis nervios se descontrolaron. 

 

—Eh-, bueno, si, uh- yo no, pero- —me hice una bola de tartamudeos al mismo tiempo en el que mi rostro se teñía de un rojo carmesí, y estoy seguro de que no era muy distinto al que aparecía también en las mejillas de Hannah. 

 

No logré unir ninguna oración hasta que Abigail apareció aparentemente de la nada. 

 

—Volví —exhaló casi sin aliento, haciéndonos sobresaltar a ambos—. Papá de verdad tiene que contratar a alguien o yo debería cobrarle más —se quejaba ella mientras se posicionaba a nuestro lado, tardando casi nada en notar nuestras mejillas sonrojadas y el aire incómodo que nos envolvía. Quería ocultarme muy muy lejos por no ser capaz de simplemente tomar una flor. Bueno, en teoría no me la ofreció, pero daba lo mismo, no pasó —. ¿Qué les sucede? —cuestionó finalmente.

 

"Nada" dijimos al unánime, pero yo conozco a Abigail. Ella nos analizó con ojos juiciosos, casi intimidantes por su postura de brazos cruzados. Es increíble ver que alguien tan pequeña puede ser tan imponente. 

 

Su mirada viajó de mí a Hannah hasta la peonía que tenía en manos. Y su mente hizo un click. 

 

—¿Quieres bailar con Seb? —interrogó contundente. 

 

Hannah de inmediato sacó la flor de nuestros campos de visión, haciendo que se le cayeran unos cuántos pétalos rosas en el aire. Su espalda se irguió y puso una mano delante de su pecho para defenderse, casi como si fuera un instinto, pero su voz temblorosa y rostro sonrojado le restaba seriedad. 

 

—S-solo quería- ah-, si, pero- —balbuceaba y agitaba su mano frente suyo, pero fue interrumpida por una fuerte exclamación de parte de la peli violeta. 

 

—¡Todo tuyo! —vociferó Abigail, dándome un fuerte empujón para que quedara a un paso de distancia de Hannah —¡No se aceptan devoluciones!

 

La chica bajita carcajeó victoriosa por haberse librado finalmente de un solo baile de las flores. Debería sentirme ofendido nuevamente, pero estaba demasiado ocupado procesando lo que acababa de suceder. 

 

Y antes de que pudiera decir nada, se escuchó un fuerte y a la vez lejano anuncio:

 

—Que todos los solteros se presenten al centro para dar inicio al Baile de las flores anual. 

 

Una fuerte música instrumental comenzó a sonar en el aire a manera de preludio, y cuando menos me dí cuenta, los delgados y pálidos brazos de Abigail nos estaban empujando lejos de nuestros lugares. 

 

—¡Diviértanse! Oh, y Hannah, ¡Cuida tus pies! —se rió mientras se perdía entre la multitud que nos arrastraba al centro de la pista de baile. 

 

Es cierto que no soy un gran bailarín pero tampoco era necesario ponerme al descubierto.

 

Hannah me miró con esos grandes orbes verdes que tiene, expectante por mi siguiente movimiento tal y como en veces anteriores. No me gusta ser el que da el primer paso, pero en situaciones como estas en donde la otra persona está igual de confundida que yo, no me queda de otra que tragarme mis inseguridades y avanzar. 

 

Abrí un poco los labios tratando de sacar las palabras adecuadas las cuales no tenía. Ella prestaba suma atención a mis pequeños movimientos, acercándose a mí con pasos cortos. 

 

La miré a los ojos, luego a los blancos dientes que se asomaban en sus boca ligeramente entre abierta, y luego al verde pasto bajo nuestros pies. Y de pronto comencé a hablar:

 

—¿Todavía quieres bailar? —le pregunté con el corazón ansioso y apenas logré verla al rostro. 

 

Ella, por su parte, no respondió, sino que más bien sonrió tímida pero resplandeciente dándome un leve asentamiento con la cabeza. 

 

Mi pecho se inundó de una inexplicable felicidad, y en un movimiento cortés, le ofrecí la peonía que había estado reposando en el bolsillo de mi chaqueta hasta ahora. Hannah la aceptó y la sostuvo con cuidado junto a su propia flor, sus mejillas estaban decoradas con un tierno rubor, y con un poco de vacilación, tomó mi antebrazo para llevarme. 

 

Todo, absolutamente todo era irreal para mí, casi como un sueño en el que todo es borroso, pero que por alguna razón te llena de alegría. 

 

No tenía muy en claro a dónde nos dirigíamos, pero caminamos un poco más. Yo con los músculos tensos y ella provocando un cosquilleo debajo de la tela de mi chaqueta. 

 

Nos colocamos en una esquina de toda la multitud de parejas que estaban ahí, y aterrizando de nuevo en la realidad, me hice una pregunta esencial. 

 

—¿Conoces los pasos?

 

Nos detuvimos en seco, y ella por fin me liberó, pero la sensación de su toque no desapareció. 

 

—Algo así. La vecina de Sam me dejó verla mientras ensayaba, así que… —se encogió de hombros—, ¿Y qué hay de tí? ¿Debería cuidar mis pies?

 

La sonrisa traviesa era inevitable en su tono burlón, pero no logró molestarme. 

 

—No le creas, hace años que no le doy un pisotón —bufé sabiendo que eso no era cierto.

 

—Es un alivio. 

 

Me debatí por un rato si ya era un buen momento para iniciar, hasta que finalmente tomé valor para seguir el ejemplo del resto de las parejas y arrastrar mis pasos más cerca de ella. Hannah entendió mis acciones y me siguió la corriente, pero sin verme directamente. Mis latidos se descontrolaron apenas sentí la suavidad y calidez de su mano contra la mía, y tuve problemas en no temblar al sostener su pequeña cintura. 

 

El preludio terminó, dando comienzo a la grabación, que a pesar de ser antigua, las notas de cuerda permanecían intactas. 

 

Hannah estrechó un poco más la distancia entre nuestros cuerpos al poner su mano libre sobre mi hombro izquierdo. Era la misma en la que sostenía las dos flores, por lo que me producía cosquillas en el cuello cuando los pétalos lo rozaban.  

 

Me costaba respirar, tenía los nervios a flor de piel y no tenía ni idea de a dónde mirar. 

 

Con Abigail suelo hablar de lo que sea hasta que la canción se termine, siguiendo los pasos como si estuvieran programados en mi sistema. 

 

Pero ella no es Abby. 

 

Es más, mientras que la cabeza de la chica apenas alcanza mi barbilla, el rostro de Hannah queda casi a la altura del mío. 

 

Intenté recordar cómo se respiraba adecuadamente al sentir su cálida respiración tocar mi rostro y ejercí menos tensión en mis músculos. No quería que estar sumido en mis dudas arruinara este extraño momento, porque a pesar de que sentía la necesidad de huir de ahí, quería quedarme a su lado. 

 

Nos balanceamos rítmicamente, dando pasos cortos y volviendo a nuestro sitio. Ya no sentía como propias las extremidades que tenían contacto con ella. 

 

—Y —comencé con voz ronca—, ¿Desde cuándo no bailas…?

 

Parece que mi pregunta la tomó desprevenida porque le tomó un par de segundos en contestar. 

 

—Creo que la última vez fue en mi graduación de la media superior —recordó dándome un vistazo y luego volviendo a mi pecho—. Después de eso no tuve mucho tiempo libre —el baile llegó a un punto en el que nos tomamos de ambas manos, nos separamos y volvimos a juntarnos—. ¿Y qué hay de ti? ¿Te gusta esto?

 

—No mucho, pero supongo que me acostumbré —exhalé con una media sonrisa. 

 

—Bueno —ella giró debajo de mi mano, haciendo que la falda de su vestido flotara en el aire al igual que sus mechones castaños—, tú tampoco lo haces nada mal —sonrió sin despegar su mirada de la mía. 

 

Nuevamente nos unimos y me sentí embelesado por su cercanía. Su respiración levemente agitada, el dulce aroma de su perfume que acariciaba mi nariz, y el calor que me transmitía su presencia era lo único que abarcaba mis pensamientos. Y entonces mi mente se dedicó a divagar en ideas extrañas. 

 

Como por ejemplo, en cómo la asimilé a una flor parecida a la que ella tenía en mano. 

 

Por su piel tersa como pétalos.

 

Su cuello elegante como un tallo. 

 

Su presencia que adorna cualquier habitación. 

 

Y su aliento que es tan dulce como el néctar. 

 

Mi corazón seguía retumbando en mis oídos debido a los absurdos pensamientos que me asaltaban, apenas permitiéndome escuchar la melodía. Y me avergoncé de mí mismo como si ella pudiera leer mi mente, y después la maldije por aparentar tanta tranquilidad mientras yo me moría por dentro. 

 

La pena de bailar ante todos ya era suficiente y ahora estaba sufriendo por elección propia, aunque en ese preciso instante, no sentía la ansiedad de estar rodeado por tanta gente. 

 

Solo éramos Hannah, yo y las dos peonías rosas. 

 

Me quise distraer de lo dolorosamente consciente que era de la chica a mi lado ya que lo más probable era que el corazón se me saliera del pecho en cualquier momento. Es por esto que vagué con la mirada a mi derecha, y para mí sorpresa, me encontré con el rubio y la pelirroja, y ver eso hizo que me preguntara qué estaba haciendo Abigail. 

 

—Oye… —me llamó Hannah en voz baja, sacándome de mi pequeña paz—, no sé si tú lo sepas o tu mamá te lo haya dicho, pero estoy recolectando madera para unas reparaciones y… —balbuceó—, recordé el sitio en el bosque del que me hablaste —sus mejillas tomaron de vuelta ese sonrojo en ellas—, y me pregunté si tú estabas libre la próxima semana o… no lo sé —ella terminó por cerrar su boca, pero lo que no sabía era que había aumentado el agarre de sus manos. 

 

Las ansias me abordaron y recordé esa pequeña charla que habíamos tenido hace no mucho, pero que se sentía como una promesa lejana. 

 

—Acabé con mis encargos ayer —mencioné—. Estoy libre. 

 

Apreté fuerte mis dientes y la miré de reojo. Ella tenía una expresión en blanco, casi incrédula, pero desapareció en un segundo dándole paso a una sonrisa. 

 

—Bien. 

 

—Solo prométeme que no te perderás —bufé. 

 

Ella hizo una mueca, y con un movimiento travieso, acarició la flor contra mi cuello, haciendo que me sobresaltara. 

 

Hannah se rió con suficiencia. 

 

—Entonces no dejes que me pierda —murmuró finalmente. 

 

Y fue entonces que realicé que cualquier broma que le hiciera me sería devuelta. 

 

Y no sabía si eso era algo bueno o malo. 



El baile concluyó con los aplausos de los invitados. Ambos nos desprendimos al mismo tiempo y pude volver a respirar. 

 

Después de la vieja grabación, se puso otra con la misma instrumental. Algunas parejas decidieron quedarse a seguir disfrutando, otras se unieron (como mi mamá y Demetrius), pero gran parte se retiró, y ese fue nuestro caso ya que empezaba a incomodarme. 

 

Tomé a Hannah de su pequeña mano y la dirigí con delicadeza a través de la gente, como si tuviera miedo de romperla. 

 

El aire se volvió más ligero para mis pulmones y nos fuimos a un lugar apartado luego de asaltar la mesa de postres. Hannah tomó un trozo de tarta de moras mientras que yo un vaso de ponche. Tenía la boca seca. 

 

Los minutos pasaron y consideré llamar al resto, pero no fue necesario ya que cuando estaba tomando mi teléfono, los ví a ambos acercarse. 

 

Sam venía eufórico, derrochando felicidad con esa sonrisa tonta que tenía tatuada en su cara. 

 

Él nos explicó lo que ya todos sabíamos, y mientras él divagaba en detalles que parecían exageraciones, yo me incliné al lado de Abigail.

 

—Me debes 20 —le susurré, provocando que ella chasqueara la lengua con fastidio. 

 

—Es la última vez que confío en Sam —masculló a la vez que sacaba mi dinero—. Lo que sea, ¿Y cómo te fue? —interrogó alzando una ceja. 

 

Miré de reojo con los brazos cruzados a la chica, meditando en una respuesta que no era tan complicada: Ella aún conservaba ambas flores entre sus delgadas manos, acariciando el tallo con el pulgar distraídamente. 

 

—Estuvo bien. 





Notes:

Una vez pisé un cable. No es una experiencia agradable.

No me gusta mucho las rivalidades amorosas, es por eso que no quise que Abigail fuera un problema, y respecto a Sam... Todo está únicamente en la cabeza conspirativa de Seb.

Perdón si hay faltas de ortografía o palabras que se repiten mucho, jeje. Buscar sinónimos es un poco difícil más aún cuando hay uno que simplemente queda perfecto para cada oración...

Por cierto, ¿Conocen el significado de las peonías rosas? Siento que quedó muy bien en el contexto de la danza ;)

Chapter 15: Mermelada de Fresa

Summary:

ADVERTENCIA:
Este capítulo contiene una parte que habla sobre un complejo corporal.

Notes:

ESTO ES INCREÍBLE, un capítulo en menos de una semana (y creo que es el más lago que he hecho tal vez), realmente me superé, pero bueno, supongo que ahora volveremos al ritmo usual de capítulos, fue lindo mientras duró esta racha, pero todo fue gracias al cariño que le dan a la historia ¡Gracias!

No había pensado en un nombre para el capítulo hasta que apareció esta frase, jajajaj, creo que quedó bien...

No puedo contar las veces que, mientras escribo, voy a Google por orientación en mi ortografía. Amo la ortografía. Y por eso perdón si encuentran fallos en ella.

No los conozco, pero les tengo cariño, cuídense<3

Atte-June ❤️

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Cuando tenía 7 años leí un cuento como tarea de mi clase de literatura. 

 

La historia trataba de un granjero, que al no tener a dónde ir, volvía al pueblo en el que se crió. Él se hizo amigo de todo el mundo, combatió con los malvados monstruos, y con el poder que le otorgó el mago, acabó con la maldición que acechaba al valle. Fin. 

 

Ese era mi cuento favorito. 

 

Pero en ninguna parte mencionó algo sobre tener callos en las manos. 

 

El sudor se deslizaba por mi frente, gotas cargadas de esfuerzo y cansancio. Estaba jadeando, luchando por recuperar el aliento mientras recargaba la frente en mis adoloridas manos que sostenían mi azada. 

 

El aire se estaba volviendo denso y sofocante, producto del abrazador sol sobre mi cabeza.

 

El verano estaba llegando. 

 

Los cultivos que con tanto empeño había plantado, perdían cada día más su vivo color verde transformándolo en un amarillo desértico. Era un poco decepcionante saber que así terminaría todo el esfuerzo que dediqué, pero al menos me reconfortaba el hecho de que por primera vez había podido cuidar adecuadamente a una planta. 

 

Mi día había comenzado temprano por la mañana con los primeros rayos de sol e ignoré la correspondencia en mi mesa que continuaba sin abrir. Cuando llegué al pueblo, Lewis me advirtió que después de cada temporada, debería de limpiar nuevamente la tierra y prepararla para volver a sembrar en ella. Yo pensé que sería únicamente arrancar unos cuantos tallos muertos, pero luego me percaté de que el suelo había acabado  igual de maltratado que cuando llegué a esta granja. 

 

La espalda me mataba, los pies me palpitaba de dolor y mis manos ya no tenían fuerza. 

 

Así que hice lo que siempre hago cuando quiero huir de mi miseria. 

 

Darme una ducha. 

 

Las irregulares y pesadas gotas de agua fresca masajearon mi cuerpo. Me tomé mi tiempo en el baño, cantando las canciones que se me venían a la cabeza y riéndome de chistes que aparecían en mis series de comedia que ocasionalmente recordaba. Pasando alrededor de unos 40 minutos después, salí del baño: Renovada y oliendo a vainilla. 

 

Y este hubiera sido el momento ideal para ponerme mi mejor pijama y haber saltado a mi cama junto a la novela romántica que no había tenido oportunidad de terminar. 

 

Pero no. 

 

Mi mochila me miraba expectante desde la esquina, sabiendo muy bien que en su interior contenía los diversos pedidos que debía entregar ese mismo día y que yo, siendo una persona con un sentido de la responsabilidad muy alto y una billetera muy liviana, no podría negarme a cumplir. 

 

Me resigné a mí realidad como alguien que no se puede dar el lujo de tener un descanso, y con un largo suspiro, saqué una camiseta blanca y unos jeans ajustados. No tenía espejo, así que solamente miré para abajo y pasé las palmas de mis manos sobre mi cuerpo sintiendo cada curva en mí. 

 

Siempre he tenido un cuerpo bien proporcionado, y ahora con el trabajo que hacía en la granja, estaba en mi mejor forma. A pesar de saber lo afortunada que soy al poseer una cintura reducida, un busto lleno y unas caderas anchas, las malas experiencias no me han permitido verlo como algo completamente favorable; es por eso que desde hace tiempo he tratado de mantener un perfil bajo, pero poco a poco fui agarrando confianza en mi cuerpo al mudarme al valle. 

 

Ese día me sentí cómoda y confiada, así que decidí que me iría así, pero entonces, al tomar mi mochila, miré mi camisa de franela roja a cuadros sobre una silla. 

 

La camisa me miró. 

 

Yo miré la camisa. 

 

Y al final me la puse. 

 

Trabajaría en mi confianza otro día, además, ya había gastado gran parte de ella poniéndome ese lindo vestido para el baile de hace unos días, el cual estaba colgado en el mismo armario del que salió el resto de mi ropa. Agradecí a mi yo del pasado por haberlo puesto en la pequeña maleta que traje conmigo, pues muchas de mis prendas se habían quedado abandonadas en el departamento de mis padres. 

 

Toqué la fina tela blanca del borde, y recordé la suavidad de sus manos. 

 

Me estremecí un poco al pensarlo tapándome la boca con la palma. Quería quitar esas ideas de mi cabeza pero no hice ningún esfuerzo en hacerlo. 

 

Mis latidos se elevaron al igual que el calor a mi rostro y desvié mi mirada hacia mi costado, aterrizando justamente en el frasco de mermelada vacío el cual había estado usando como florero. 

 

Las peonías ya tenían unas orillas secas en los pétalos, y me lamenté de ello ya que eso significaba que esas flores morirían y no me quedaría ninguna prueba física de que tal momento en realidad sí sucedió y no fue un sueño, una ilusión o una fantasía. 

 

A pesar de que el camino de vuelta a casa fue borroso, sí recuerdo que aquel día llegué cantando y bailando a casa flotando en felicidad. De hecho, quise danzar junto a Cody un poco, pero el muy amargado huyó de mis brazos, por lo que fue reemplazado por el sensual señor almohada. 

 

¿Cuándo fue la última vez que me sentí así? En la facultad existía para estudiar, y todas las relaciones que tenía (las cuales eran pocas) las veía como un medio de ayuda que me servirían a futuro, y apenas salí de Zuzu, no había vuelto a saber nada de ellos. ¿Y en la escuela media superior? Bueno, tuve un par de novios, pero me terminaban botando debido a que mi obsesión por mis calificaciones me impedía prestarles la atención que merecían. Ese tipo de cosas me hacen preguntarme si estuve desperdiciando mi vida en metas que ni siquiera eran mías.

 

El lugar que ocupaba la aprobación de mis padres y maestros acaparaba todo mi corazón, sin dejar espacio para que alguien lograra establecerse dentro y calar hondo en mí. 

 

Así que sí. 

 

Nunca me he enamorado. 

 

Y de hecho, hace tiempo había perdido la esperanza de que aquel gran evento que todos esperan en sus vidas simplemente no llegara a la mía. Me había resignando a una vida de soltera eternamente casada con su trabajo. 

 

O bueno, ese era el plan hasta que le pedí el divorcio a mi empleo. 

 

Dejé la ciudad. 

 

Y lo conocí a él

 

Tomé mi mochila con un fuerte tirón y cerré la puerta con un azote, tal vez en un pésimo intento de alejar de mi mente el remolino de pensamientos y preguntas que se formaban en mi interior. 

 

Las diminutas piedras que estaban en el camino de tierra crujían bajo mis pasos y yo miraba al piso ensimismada, jugando con la tira de mi mochila. 

 

Sebastian es un tipo… peculiar

 

Eso fue lo único que pude identificar entre las miles de ideas que iban y pasaban. 

 

Pero todavía no entendía bien la razón de por qué él. 



Primero pasé a casa de de Sam a dejar una cesta de fresas, el rubio no se encontraba dentro lamentablemente; después visité a la casa de los Mullner para entregar un pedido de puerros, y por último, a Clint, para recibir mi recompensa por traer las 15 menas de cobre que le prometí. Todos me habían dado el precio que se había acordado y sentí un gran regocijo al pensar que con esto podría comer por los próximos 4 días. Así que saqué mi libreta y marqué las tareas del día ya realizadas. 

 

—Puerros, cobre, fresas… —murmuré. 

 

Mi pecho se volvía más ligero con cada marca que ponía, pero todo se puso  en cámara lenta al ver mi último trabajo. 

 

Llevar los 30 trozos de madera a la carpintería de la montaña. 

 

Sabía que en ese momento tenía un dilema en torno a él. 

 

Pero justo un segundo después de incertidumbre, tomé el camino directo a las montañas sin una gota de vacilación. 

 

¿Qué es Sebastian para mí?, Intenté poner las cosas claras. Era lo mejor. Soy una mujer a la que le gusta tener las cosas claras. 

 

Él… es una persona con la que me siento en confianza, o al menos cómoda. Siento que puedo hablar con él. Me siento bien con él… Es lo más parecido que he tenido a un buen amigo. 

 

Entonces. 

 

¿Por qué no lo siento como tal?

 

En los meses que había estado viviendo en el valle, había logrado formar relaciones, entre ellas, mi amistad con Abigail, Sam y Sebastian. No sé cómo sucedió, pero cuando menos me lo esperé, ya formaba parte de su grupo. 

 

Ellos en conjunto son geniales por poseer una química increíble, pero aún estando en individual siguen brillando por su singularidad. Abby es franca y siempre tiene algo interesante que decir y Sam te hace sentir incluído haciéndote reír con cualquier comentario. Ellos dos son personas únicas llenas de personalidad, y entendería que alguien se sintiera atraído hacia ellos. 

 

Pero no. 

 

Yo miré sobre sus hombros y encontré a un gremlin que se ocultaba tras sus espaldas. 

 

Y me gustó ese gremlin. 



Caminé alrededor de una hora, lo cual provocó que el dolor volviera a recorrer mis piernas y columna, pero visualizar el tejado azúl a lo lejos me dió la energía que necesitaba para seguir. Mi debate personal había perdido claridad en mi mente, por lo que lo dejé en segundo plano diciéndome que después lo resolvería, pero esa pequeña promesa se esfumó al avanzar y percatarme de que la puerta del garaje estaba abierta. 

 

En las pocas veces que había visitado la casa, siempre la habían mantenido cerrada. Ahora bien, esta no fue la razón por la que mi corazón empezó a correr como loco, no, más bien fue por la persona que estaba dentro, recostado en el piso. 

 

Por algún motivo, comencé a teorizar quién podría ser a pesar de que los jeans negros rotos y los tenis tipo bota del mismo color me advirtieron de quién se trataba. 

 

Me acerqué con pasos intranquilos, cuestionándome cómo debería de saludarlo. Sebastian estaba debajo de una motocicleta con acabados azules, la cual deduje que era suya por el empeño que le estaba dedicando, el cual era tanto que él no se había percatado de mi presencia a pesar de que estuviera justamente a su lado. 

 

Tal vez era por el sonido de la llave que estaba utilizando que no escuchó mis pasos, o tal vez fue porque me esforcé de más para no hacer ruido al acercarme. Sea cual haya sido la razón, tomé valor para sacar mi voz de manera uniforme y clara. 

 

—Hola. 

 

Un fuerte golpe salió de la parte inferior de la motocicleta, el cual vino acompañado de un ruidoso quejido. 

 

De inmediato bajé a su altura, asustada de que se hubiera hecho daño. Sus largas y esbeltas piernas se movieron, y sacaron a su cuerpo que reposaba en lo que parecía una vieja patineta. Él murmuró una maldición y se frotó la frente, apretando con frustración sus cejas. 

 

—¿Estás bien…? —pregunté con culpa y me sobresalté cuando él abrió de repente sus ojos para verme.

 

—¿Hola…? —articuló después de visualizarme. Parecía confundido respecto a mi presencia, o tal vez solo seguía aturdido debido al golpe. 

 

Sebastian tenía su rostro tapado por su mano a la cual se le notaban los huesos y que solo me dejaba ver partes de su rostro a través de los espacios de sus dedos. Su cara estaba llena de manchas negras que cubrían sus pecas al igual que sus manos y su cabello estaba alborotado, sin embargo, la diferencia que más llamó mi atención fue que, en vez de su característica sudadera con capucha, traía puesta una camiseta blanca ajustada, sucia, por supuesto, pero eso no pudo importarme menos cuando ví el par de centímetros de piel que dejaba al descubierto y la forma en la que se cernía la elástica tela a su esbelto cuerpo. Yo desde antes tenía la idea de que Sebastian era un tipo de complexión delgada por la manera en la que sus sudaderas caían sobre su figura, pero es por tal razón que sus brazos ligeramente tonificados me sorprendieron. Supongo que ayudar en la carpintería requiere un poco de fuerza. 

 

Y tragué fuerte. Muy fuerte. 

 

Y sentí vergüenza de lo que pensaría mi difunto abuelo si me viera ahora mismo. 

 

Entonces salí de mi ensoñación, y me percaté de que nos habíamos visto por alrededor de 5 segundos en silencio, así que me aclaré la garganta para recuperar mi voz. 

 

—¿Estás bien? —recordé la pregunta que había hecho y que parecía que él también había olvidado, esta vez un poco más firme. 

 

—Oh- uh, sí, lo estoy, lo siento —balbuceó apresurado a la vez que se sentaba—, yo… no te había escuchado. 

 

—No, está bien, yo lo siento —me froté el cuello y lo miré de reojo con culpa. Parecía que tenía talento natural para asustarlo—. ¿Pero estás seguro? Sonó muy…

 

No terminé lo que quería decir, en cambio, estiré mi mano para alcanzar su rostro. Lo hice lento para que él no se asustara, y sin tocarlo directamente, aparté los largos mechones ébanos despeinados del camino para poder obtener una mejor vista de su frente, la cual estaba enrojecida. 

 

Sus ojos se abrieron pero no protestó, sino que optó por desviar su mirada. 

 

Luego de una extremadamente rápida revisión, me alejé, demasiado consciente de lo raro que le pudo haber parecido, pero con un extraño sentido de orgullo porque él fingió ignorarlo. 

 

—No se ve tan mal —comenté. 

 

—Eso es bueno —susurró. 

 

—Si… —dije imitando su tono de voz. 

 

Estaba un poco desorientada, así que me obligué a recapitular todo ese día para recordarme el porqué estaba justo ahí. 

 

Y es así como volví a mis cinco sentidos. 

 

—Yo te ví aquí, así que… —inicié buscando algo que decir—. ¿Esta es tu motocicleta?

 

Él parpadeó dos veces y miró la máquina detrás de él, como si no recordara que estuviera ahí. 

 

—Ah, si… —soltó lentamente—. Le estaba cambiando el aceite. 

 

—Ya veo… —susurré, y nos sumimos una vez más en ese silencio extraño e incómodo que suelo detestar. 

 

Y aquí surgió de vuelta esa pregunta que estaba haciéndose cada vez más presente en mi mente. 

 

¿Por qué Sebastian?

 

Yo solía tener un prototipo muy establecido dentro de mis gustos: Debía de medir mínimo 1.75, tener un cuerpo atlético, ser inteligente, tener un buen estado socioeconómico. Oh, y tener un buen aroma. 

 

Culpo a las novelas románticas por hacerme tener estándares tan altos. 

 

En cambio, Sebastian es apenas unos cuantos centímetros más grande que yo, esbelto, de piel pálida, callado, emo, con un malditamente hermoso cabello de un negro tan profundo que cae al costado de su cara formando una clase de cortina enigmática; es un tipo que me reconfortaba con la forma en la que me escucha hablar de estupideces sin perder ningún detalle, que tiene una voz ronca como si se acabara de despertar la cual me fascinaba y que me enternece con lo involuntariamente amable que es cuando pretende apatía y desinterés. Tampoco puedo dejar de lado a sus largas y anudadas manos que son suaves a pesar de las evidentes cicatrices en ellas, y que cada vez que me tocan era como una brisa sobre mi piel que encendían mis sentidos de una forma que nunca imaginé. También es el tipo de persona que se apasiona hablando de lo que le gusta y hace brillar ese estúpido y hermoso rostro que tiene con esa mandíbula marcada que me hizo descubrir un nuevo tipo de belleza con su contorno fino y su puente de la nariz ligeramente curvado por donde pasa su mundo de pecas, Yoba, SUS PECAS, son como constelaciones sobre la nieve y son absolutamente la cosa más linda, hermosa y sexy que he visto en la vida. 

 

Y esta solo era una opinión general. 

 

Y es aquí en donde todos se dan cuenta de lo malditamente loca que me traía este chico. 

 

Yo, una mujer que fue educada para desconfiar en los demás y destrozarlos en el jurado, se había enamorado de un tipo al que solo había conocido por una temporada y que probablemente solo la había tratado con el mínimo de decencia. Eso era algo difícil de creer para mí, pero a estas alturas de mi vida en donde estoy cuidando de una granja, ya nada me puede sorprender. 

 

Solo me quedaba ver cómo se desarrollaba la situación sin poner resistencia. 

 

Me siento como una perdedora. 

 

Pero después veía su rostro y se me olvidaba. 

 

Tuve toda esta reflexión interna en alrededor de 5 segundos, que a mi parecer, se sintieron como 5 años por la intensidad de emociones que causó dentro de mí, pero él no tendría forma de averiguarlo. 

 

Sebastian me miró. Yo lo miré. Y tuve miedo de que de alguna forma él pudiera leer mentes. Él abrió ligeramente la boca, como queriendo decir algo, pero toda palabra que él pudo haber dicho fue interrumpida por una puerta abriéndose. 

 

—¿Todo bien? —Era Robin cerciorándose tomando el borde de la puerta, quedando impresionada al verme— Oh, hola, Hannah. Escuché un ruido y vine a revisar. 

 

—Hola —saludé de vuelta—. Si, todo está bien… —arrastré la última palabra mirando vacilante a Sebastian—. Solo vine a dejarte unas maderas. 

 

—Oh, claro, ven, pasa para que te muestre dónde dejarlas —ofreció abriendo aún más la puerta. 

 

Pude haberme negado, quería, pero no encontré ninguna excusa viable que justificara el porqué debería quedarme con su hijo más tiempo si habíamos estado sumidos en un asfixiante silencio. Así que me fuí de ahí a rastras. 

 

Quería ceder a mi impulso de voltear a ver al chico por una última vez antes de cruzar la puerta, pero tuve miedo de que si lo hacía, Robin notara la manera tan indecente en la que miraba a su hijo. 

 

—Gracias —sonrió ella, provocando que las comisuras de su boca remarcaran las líneas de expresión que se habían hecho más notorias con la edad, pero eso no impidió que se sintiera su calidez. 

 

—No hay de qué —respondí tratando de imitar su expresión y entré a la casa después de ella. 

 

—Respecto al granero —mencionó mientras caminaba hacia un lugar que yo no conocía, pero que por inercia la seguí—, ¿ya sabes cómo conseguirás la madera?

 

—Si, iré al bosque para buscarla.

 

—Oh, está bien —abrió una puerta de madera que estaba junto a una foto familiar. Sebastian ni siquiera se esforzó por sonreír—, ¿y sabes cómo llegar?, ¿tienes con qué llevar la madera?, ¿no te perderás? Te ves como alguien despistada —interrogó Robin preocupada, sacando su lado materno a más no poder. 

 

Eran muchas preguntas a las cuales solo pude responder con una risa lenta en primera instancia. Me ofendió un poco lo último, y supe que si Sebastian hubiera estado escuchando a través de la puerta se habría carcajeado como nunca, pero controlé la mueca que amenazaba en salir. Tampoco es como si estuviera equivocada. Siempre me perdía en el centro comercial…

 

—Estoy bien —respondí de inmediato y un poco apenada—, Sebastian me va a ayudar con eso… Confío en que sabe lo que hace —rematé con una sonrisa, la cual podía sentir que no lucía un confiada.  

 

—…Sebastian —repitió inquisitiva el nombre del chico en voz baja. 

 

Yo apreté los labios sin saber cómo contestar a eso. 

 

—Si, él te dirigirá bien —sonrió pacífica a pesar de que no me transmitía ese sentimiento—. Él es un buen chico. 

 

—Si, eso creo —dije al final, extrañada por el repentino giro que había dado el aire de la conversación. Me quité la mochila de la espalda, la cual era más pesada de lo usual. La abrí y saqué los pequeños trozos de madera rojiza y Robin me especificó en dónde colocarlos mientras ella misma me ayudaba. El interior del pequeño cuarto estaba hecho en su totalidad de madera: libreros, mesas, sillas, suelo y paredes. Había herramientas de carpintería que no reconocía y proyectos en proceso, en las repisas había diversas figuritas de madera hechas a mano, y por la única y pequeña ventana se colaba una luz anaranjada entre las cortinas, además, las paredes estaban plagadas de fotografías de niños y bebés. Era un lugar verdaderamente acogedor. 

 

—Oh, escuché que ustedes dos bailaron juntos en el baile. ¿Cómo les fue? —preguntó Robin con su inmutable sonrisa y con un tono de voz tan amable que era sospechoso. 

 

—Estuvo bien —respondí fingiendo simpleza. 

 

Su hijo todavía aparece en mis sueños. ¿Usted qué piensa?

 

—Ya veo, me alegra —terminó con su extraño y muy corto análisis— bueno, muchas gracias, iré a buscar tu paga, mientras tanto puedes volver con Sebastian y hablar un poco sobre la búsqueda de madera —sonrió. 

 

Yo asentí, y con una educada despedida y pasos rápidos salí de ahí. 

 

Fue extraño. 



Regresé sobre mis pasos hasta llegar a la puerta de dónde provenían nuevamente sonidos metálicos. Asumí que prosiguió con su trabajo, y no queriendo que se asustara otra vez, primero toqué firme como advertencia de mi entrada. 

 

—Pasa —escuché detrás de la puerta y yo obedecí un poco entusiasmada. Crucé el umbral, encontrándolo una vez más en el suelo de concreto. 

 

Y entonces salió de debajo y aguanté la respiración. 

 

—Hola —dijo en un hilo de voz.

 

Yo asentí tímida, apartando la vista sin mucho valor. 

 

—¿Cómo estás? —inicié buscando algo de qué hablar reposando en una clase de mesa metálica de color azúl.  

 

Él se quedó mirándome por un segundo, meditando su respuesta, pero respondiendo cuando volvía a su lugar debajo de la motocicleta. 

 

—¿Supongo que bien? —contestó no muy convencido—. Sucio y con un posible moretón en la frente, pero creo que bien —terminó con una risita. 

 

Yo la imité como reflejo, sintiéndome tonta con la facilidad con la que la dejé salir. 

 

—Lo siento, pero es tu culpa —me puse a la altura de su cuerpo—. Eres muy fácil de asustar —reí entre dientes. 

 

No pude verlo muy claramente por la posición, pero hizo de su cara una expresión entre enfado y risa. 

 

—Entonces —continué—, ¿sabes de mecánica y eso?

 

—Eh —apretó una tuerca hasta lo que alcancé a escuchar—, si, lo básico. Ahora la estoy revisando porque ya tiene un tiempo que hace un sonido extraño.

 

—Ya veo… ¿Y no hay un mecánico que conozcas?

 

Quería ser de utilidad al menos en esto. Me parecía un tipo de compensación por todos los favores que me había hecho. 

 

—Si pero no —respondió dando golpecitos en una superficie metálica—. Está a una hora de aquí, así que siempre trato de arreglarla yo mismo… Además, sería muy costoso —masculló la última parte. 

 

—Entonces debes cuidarla bien… —comenté en voz baja— Y sobre todo a ti, no quisiera visitarte en el hospital, me dan miedo —bromeé, y me arrepentí al instante presintiendo que mi chiste había sido de mal gusto. 

 

Pero para mi alivio y sorpresa, él rió. 

 

—Suenas como mi mamá —se deslizó lentamente y se acomodó—. Tranquila, siempre llevo casco y no bebo —sus labios se torcieron un poco para arriba y agudizó su mirada hacia mí, como si viera a un pequeño animalito tonto. 

 

—B-bien —tartamudeeé con problemas para articular—. Y no salgas muy noche o con mucha velocidad —le dediqué una mirada acusadora, casi con enfado con tal de que no se me notaran los nervios. 

 

—Eso… —hizo una mueca—. No creo que se pueda. 

 

—¿Por qué? —alcé una ceja retadora. 

 

—Bueno… —escapó de mis ojos mirando el reluciente exterior y se rascó la nuca, pero rápidamente apartó su mano como si recordara que la tenía sucia, eso me hizo soltar una risita involuntaria— A veces, cuando está oscureciendo me gusta salir, ya sabes, para respirar un poco. 

 

—¿A dónde sueles ir? —pregunté un tanto intrigada apoyando los codos sobre mis rodillas. 

 

Sonrió, pequeño, por un instante. 

 

—A ningún lado en específico —se encogió de hombros—, pero me gusta visitar la ciudad, más cuando todas las luces están encendidas,no lo sé, es muy… —no terminó, él se perdió en sus pensamientos tal vez recordando esos momentos— Me gustaría algún día probar esa libertad. 

 

Yo asentí siguiendo la corriente a pesar de que no entendía del todo ese sentimiento al que él se refería, pero me inquietó el verdadero significado de sus palabras. 

 

Libertad. 

 

Yo una vez busqué eso. 

 

El silencio perseveró hasta que, con un movimiento rápido, Sebastian se puso de pie y se limpió las manos con un trapo viejo. Yo me sorprendí un poco por lo inesperado de sus acciones, pero lo seguí. 

 

—Entonces —carraspeó—, ¿estás libre el Domingo?

 

No entendí. 

 

—¿Qué?

 

—Eh-, me refiero al bosque, si puedes el Domingo —balbuceó mientras apretaba la tela en su puño. 

 

—Oh, claro —me decepcionó un poco—. Si, estoy libre —me avergonzaron mis altas esperanzas, y como medio para que no se notará mi tristeza, busqué lo que sea para desviar la atención—. ¿Qué son estos?

 

Sobre la mesa azúl, habían pequeñas figuras de madera, de diversas formas y tamaños muy parecidas a las que tenía Robin en su taller, pero estas no lucían tan desgastadas. 

 

—Oh, eh, ¿son animales? O eso creo…

 

—¿Tú los hiciste? — exhalé extasiada y él asintió tímido—. De verdad eres muy talentoso, son muy lindos. 

 

Miré sobre la adorable figura de conejo que tenía en manos, y presencié el florecimiento del rostro de Sebastian; de cómo sus mejillas se tornaron en campos de rosas debajo de sus lindas pecas. 

 

Él es verdaderamente genial. Toca el piano, conduce una motocicleta y la repara él mismo, lee, sabe programar, tiene una voz hermosa (no dudo que cante), ayuda a Sam en la banda, Y SABE HACER FIGURITAS EN FORMA DE ANIMALITOS, oh, Yoba, me muero.  

 

Debí haber apartado la mirada, o por lo menos disimular mejor, pero eso hubiera implicado no apreciar por completo su rostro y eso no era una cuestión negociable.  

 

Y entonces me pregunté qué clase de expresión haría cuando trabajaba con la madera, cuando estaba programando o cuando estaba debajo de esa motocicleta. ¿Concentrada?, ¿arrugará el espacio entre sus espesas cejas?, ¿agudizará la mirada y apretará sus labios?... Yoba, pagaría por verlo trabajar. 

 

Soy Hannah Gray y soy adicta a los hombres trabajadores. 

 

Era una vista verdaderamente linda a la cual me hubiera gustado fotografiar, pero antes de que mis tontos impulsos le ganaran a mi sentido común, él protegió su lindo desastre con el viejo trapo para (fingir) quitarse las manchas de la cara. 

 

—Gracias —murmuró por lo bajo después de carraspear. 

 

Contra mi voluntad, decidí darle un momento lejos de la luz de mi mirada para dejarlo recomponerse, y mientras jugaba con la pequeña gran familia de conejitos de madera, él sacó algo de un cajón metálico, y descubrí que se trataba de un mapa cuando lo desdobló. 

 

—Aquí está la granja de Marnie —señaló un punto en el área verde y luego deslizó su dedo hasta otro punto siguiendo una línea recta —. Y aquí es donde talaremos los árboles. Llevaremos la camioneta de mi madre para que sea más fácil, no te preocupes —planificó confiado. 

 

Yo eché un vistazo más a detalle: El área en sí, estaba después del gran lago, en los límites de Pueblo Pelícano. 

 

Tragué ansiosa. 

 

—¿No está muy lejos? No quiero molestar, ¿No conoces un lugar más cerca…?

 

El pelinegro me observó con la boca ligeramente abierta y su largo flequillo cayendo sobre su ojo, casi cubriéndolo. 

 

—Está bien, además, este es un lugar en donde está permitido la tala de árboles —dijo tratando de hacerme sentir mejor a juzgar de su tono de voz tan suave—. Y no eres una molestia —arqueó una ceja y sonrió. 

 

Yo reí lenta y tontamente, apretando mis manos enrojecidas frente a mi pecho, con una mezcla extraña de alivio, agradecimiento, vergüenza y felicidad. 

 

—Te debo una grande, de verdad —exhalé con la cabeza baja—. Tú y tu mamá me han ayudado bastante. No sé cómo… agradecerles —dije finalmente si aliento.

 

Pero en vez de algunas palabras consoladoras o de gratitud, obtuve un golpe con un papel en la cabeza. 

 

—No seas dramática, solo te estoy llevando a un lugar que conozco y mi mamá solo te está vendiendo reparaciones —farfulló con el mapa enrollado en un cilindro. 

 

Yo me froté la cabeza (aunque no sentía ningún dolor) y lo observé confundida. 

 

Sebastian es sin duda un tipo peculiar. 

 

—No eres para nada bueno recibiendo cumplidos, ¿no es así? —revelé. 

 

—¿Qué?

 

—Nada.

 

Con mi mano izquierda, y con las facciones en blanco, le puse en frente de sus ojos una de sus creaciones. Un lindo y adorable conejito. Y cuando él estaba distraído preguntando qué es lo que estaba haciendo, ataqué su frente dándole un ligero golpe con el dedo. Él masculló un quejido y arrugó la frente. 

 

Y entonces, de mi mochila saqué unas post-it y escribí en una de ellas. 

 

—Ten —le extendí la pequeña nota. 

 

—¿Qué es esto?

 

Guardé lo que había sacado y cerré los bolsillos. 

 

—Mi número —Sebastian miró el papel, viendo con cuidado lo escrito y soltando un pequeño y divertido bufido al ver mi nombre escrito junto a un corazón. Pequeñas indirectas, me dije a mí misma—. No tengo idea de porqué todavía no lo tenías, pero bueno, ahí está —musité. 

 

—Bien, entonces… —mordió levemente su labio— ¿El Domingo?

 

Mis latidos empezaron a descontrolarse con anticipación. 

 

—Claro, pero recuerda —hablé en voz baja—, debes de cuidar que no me pierda.

 

Él quedó estático, y una vez más, un pequeño rubor se extendió por sus pálidas mejillas, recordándome por milésima vez en el día aquel baile, y sentí envidia de mi yo de ese entonces, porque en ese momento lo tenía tan cerca, a un solo suspiro que me mareaba.  

 

—En ese caso… —jugó nervioso con el papel en sus manos — Si prometes que no te alejarás tanto… Tal vez te lleve en mi motocicleta algún día —condicionó, regalándome una sonrisa maliciosa, de esas con las que te provoca. 

 

Mentí. La cosa más linda, hermosa y sexy que había visto no eran sus pecas, era esa estúpidamente bella sonrisa que me hacía sentir mariposas por todo mi cuerpo. Se sentía casi como un crimen que alguien tuviera esa capacidad y que muy probablemente no sea consciente de ello. 

 

Murmuré un tal vez, desviando todas las fuerzas que tenía en estabilizar mi respiración y no gritar de la emoción. 

 

—Oh —recordé de la nada, ignorando mi corazón problemático—. Te traje algo… —apresurada, abrí otra vez mi mochila, pero en esta ocasión saqué un pequeño envase de vidrio—. Acabo de producir más y pensé… No, no sé qué pensé —reí nerviosa.

 

Mermelada

 

Le extendí las manos, ofreciéndole este pequeño tributo. Si él no iba a aceptar palabras, entonces aceptaría mis sentimientos de forma física. 

 

La mermelada es dulce. 

 

—Es de fresa —aclaré. 

 

—Oh, gracias —la recibió visualizando los trozos de fruta que nadaban dentro—, estaba muy rica la última que me diste, a Maru le gustará-

 

—Ah, eso, uh —interrumpí, esperando no sonar muy descortés con lo que diría a continuación—, esta es solo para ti, —rasqué mi mejilla ansiosa, sintiéndola hervir—, así que cuídala. ¡La hice con mis mejores fresas! —añadí sin aliento y con voz temblorosa de los nervios. 

 

Él me miró con los ojos sorprendidos, pero después sonrió, cálido como su madre. 

 

—Gracias —dijo dando fin a mis divagaciones. 

 

Nos miramos. Fijamente. 

 

Y descubrí lo mucho que me gustaban sus ojos.

 

Por primera vez en mi vida, mi corazón estaba libre, dispuesto y preparado para acoger a alguien en su interior.

 

Y lo eligió a él. 



 

 

Notes:

Este es el capítulo en donde más he dejado salir mi lado fangirl por Sebby.
Y lo siento, pero considero verdaderamente atractivo las pecas :x

Hannah se perdió múltiples veces en su granja las primeras semanas (como yo).

Eso de "Sebastian carpintero" se me ocurrió desde el capítulo de Entre conejos y libros (o tal vez desde antes), no lo sé, me pareció una idea interesante que, tal y como Maru ayuda a Demetrius y le gusta ese campo de trabajo, a él también le atrajera el trabajo de su madre (considerando que es unido a ella según yo). Pero se me hizo tierno que él, en vez de grandes creaciones (UNA CASA, por ejemplo), le interesara las cosas pequeñas.

Por cierto, tal vez unos ya lo notaron, pero la cosa es que a veces edito capítulos pasados o las notas (en especial las notas que es en donde añado algunas curiosidades/datos).

Chapter 16: No, para nada

Notes:

¡Hola de nuevo! ¿Cómo están? <3
Solo diré que acabo de conocer a alguien nuevo: Las palabras monosílabas. Siento que toda mi vida ha sido una mentira.
También, últimamente he tenido un par de ideas para unos one shots, no sé si se concretarán o simplemente no se dé, pero los mantendré al tanto ;)

Gracias siempre por su apoyo a esta historia ❤️❤️❤️

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

No estaba nervioso. 

 

Para nada. 

 

No es como si me hubiera pasado toda la noche anterior dando vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño, tampoco es como si me hubiera despertado al instante con la primera alarma que todos los días dejo pasar debido a que tengo sueño pesado, y no es como si hubiera saltado de la cama directo a la ducha. Y tampoco es como si me hubiera tomado mi tiempo para elegir mi vestimenta cuando usualmente, solo me pongo un pantalón limpio y salgo de mi casa. 

 

No, para nada.

 

Fui a la cocina en busca de café, pues es lo primero que me implora mi cuerpo para seguir en pie, y ahí mismo me encontré a Maru. Ella estaba tomando algo del refrigerador, y apenas me acerqué a su lado, ella se sobresaltó como si hubiera visto a un fantasma. 

 

—¡Yoba, maldita sea, Sebastian, qué mierda, no hagas eso! Yoba, pensé que me daría un paro cardíaco… —farfulló sosteniendo su pecho. 

 

—Buenos días a ti también —resoplé, alcanzando mi taza de la alacena. 

 

—¿Qué haces aquí? ¿Que no despiertas hasta el mediodía? —cuestionó sarcásicamente volviendo a lo que estaba haciendo. 

 

—Voy a salir. 

 

—¿Un cliente? —sus palabras se oían lejanas debido a que tenía la cabeza metida en el refrigerador del cual sacó un cartón de leche. 

 

—No. Es un amigo —suspiré mientras me servía mi café. Pude sentir la energía con tan solo percibir su aroma. 

 

—¿Sam?

 

—Es alguien más. 

 

—No mientas, tú no tienes amigos aparte de Sam —vertió la leche en su tazón lleno de cereal, sonriendo burlona—. ¿Ya no hay mermelada?

 

—Tú tampoco tienes amigos —entrecerré los ojos fastidiado. Ella tenía razón—. No. Ya no hay. 

 

—Touché —murmuró. 

 

Me tomé mi tiempo para saborear la cafeína en mi paladar. Tenía que pensar claramente en lo que haría a continuación. Había acordado pasar por Hannah a su granja a las 11 AM, y todavía faltaba alrededor de 2 horas para ello. El camino no era tan largo si usaba un atajo, pero me pregunté qué tan raro se vería si llegaba con tanto tiempo de antelación. Tampoco es como si yo hubiera querido que obtuviera una impresión equivocada y pensara que…

 

—¿Es una cita?  

 

Escupí mi café. 

 

—Qué asqueroso —Maru me vio con desagrado y yo me limpié la boca con la manga de mi chaqueta de mezclilla. 

 

—¿Qué-? No. No es lo que tú- —balbuceé exaltado, pero me detuve por un momento al ver la cara de Maru y esa sonrisa sabelotodo que le heredó su madre—. No, no, no, no, no. 

 

Maru me miró burlona y con un aire de superioridad. Sabía lo que ocurría en su mente y no podía decidir qué me irritaba más: Su cara o el hecho de sentirme tan expuesto. Ella se separó del mostrador sosteniendo su cereal y puso una mano en mi hombro, lo cual hizo que me contragera.

 

—Si, si, lo que digas —hizo un ademán con la mano para restarle importancia—. Pero apestas a colonia —me dio dos palmadas y se alejó, dejándome rígido en mi lugar. 

 

Maldita Maru. 

 

Olí mi camiseta. 

 

No es una cita. 

 

Después de tomar mi café, fui a cambiarme. 




Conducí la vieja camioneta por el camino improvisado entre los árboles hasta llegar a la granja, en dónde me encontré a Cody. Él estaba acostado afuera en el porche, pero levantó su cabeza apenas me acerqué. Le acaricié la cabeza a manera de saludo y supuse que me recordaba. No veía a Hannah al rededor, por lo que asumí que todavía estaba adentro debido a la hora. Había llegado 40 minutos antes. 

 

Toqué la puerta un poco inquieto, esperando que mi puntualidad no fuera una molestia, pero no hubo respuesta. Volví a repetirlo, pero está vez Cody rascó la puerta con sus garras, como si hubiera querido abrirla por él mismo. No quería parecer tan atrevido al entrar sin permiso, pero ya que no había cerradura, decidí que tal vez eso lo hacía menos malo. 

 

La cabaña estaba igual de ordenada que la última vez que vine, a excepción de las cartas que seguían en la mesa. Todo estaba en relativa tranquilidad, pero no había señal de Hannah, por lo que llamé por su nombre. Cody había ido tras de mí y comenzó a olisquear todo a su alrededor hasta que dió con la entrada del baño que estaba al fondo en un largo pasillo. 

 

—¿Cody? —se escuchó una voz a través de la madera después de que el perro gimoteara contra esta—. ¿Cómo entraste?- —ella abrió la puerta y salió al pasillo y creo que se estremeció de sorpresa al verme—. ¿Qué? ¿Sebastian? ¿Cuándo llegaste?

 

Su cabello estaba totalmente mojado y gotas diminutas se anclaban a los pequeños rizos al final de sus puntas. Su cara se veía un poco descolorida, como si se la acabara de lavar y su vestimenta era sencilla: un pantalón de franela y una enorme camiseta color mostaza. 

 

—Lo siento, llegué y no contestaste así que entré —desvié mi mirada hacia cualquier parte, ella no lucía enfadada, pero más bien me atemorizaba el mal momento en el que había llegado. 

 

—¿Ya es hora? Perdón ¿Esperaste mucho? —volteó a su alrededor hasta que encontró su teléfono en la mesa y verificó la hora—. Wow, eres puntual. 

 

Ese es mi don. Cuando estoy muy ansioso por algo, puedo llegar horas antes de un compromiso. En una ocasión estaba tan nervioso por un examen que llegué antes que el profesor. Me fue bien. 

 

—No, me adelanté. Acabo de llegar —dije, todavía apenado.

 

—Oh, bien, entonces —infló una de sus mejillas y luego la explotó mientras pensaba—, ¿tienes sed? ¿agua? —ofreció, dirigiéndose a su refrigerador—. Puedes sentarte. 

 

Obedecí sin demora, no tenía ánimos de negarme, y me acomodé al filo del sillón más cercano. Ella no esperó mi respuesta, y me extendió un vaso de agua: El cristal estaba decorado con acabados azules. 

 

—Se acabó el agua embotellada. Cómo me ha ido bien en eso de la pesca, compré varios utensilios —sonrió orgullosa, casi como si fuera un logro. 

 

—Eso es bueno —felicité esperando sonar sincero y tomé un sorbo del agua. 

 

—Bueno… Iré a cambiarme —avisó alejándose y Cody la siguió—. ¿El camino es largo? —preguntó entrando a su habitación y hablando a través de la puerta cerrada. 

 

—Uh, no creo, bueno, ¿tal vez a menos de una hora? —balbuceé por la rara situación. 

 

—¿En serio…? —apenas se logró identificar detrás de la madera. 

 

Escuché movimiento dentro de la habitación: El sonido en el aire de una toalla siendo arrojada, una secadora siendo prendida y apagada, ropa cayendo, el golpeteo de una zapatillas contra el suelo, un cajón siendo abierto y cerrado bruscamente después de revolver su contenido, y finalmente, las bisagras rechinando, anunciando la apertura de la entrada. Ella probablemente había vencido un récord mundial con lo rápida que fue, y mi vaso de agua apenas había bajado dos sorbos. 

 

—Bueno —chocó sus palmas en un aplauso—, ¿te parece si ya nos vamos?

 

Su cabello ahora estaba recogido en una coleta alta con los mechones mucho más secos que antes y llevaba puesta una vieja chaqueta marrón que no parecía ser originalmente suya. Yo asentí y la seguí hasta la salida, no sin antes dejar el vaso vacío en la mesa de madera. Ella cerró su cabaña y se despidió de Cody con dulces caricias, aunque yo no entendía por qué tanta seguridad si ella estaba prácticamente en medio de la nada y el último crímen que hubo en el pueblo (y el peor al parecer)  fue el caso del curador del museo que huyó con todas las piezas hace años. Pero supongo que siempre es bueno ser precavido. 

 

Nos subimos a la camioneta y ella tomó su lugar justo a mi lado con su enorme mochila entre sus pies, y yo arranqué el motor, el cual era ruidoso debido a su antigüedad. Nos mantuvimos en silencio después de aclarar unos pequeños asuntos. Yo personalmente, aprecio la falta de ruido en cualquier situación, pero como me suele suceder estando con cualquier compañía, me sentía incómodamente responsable por la falta de palabras. Aunque lo más cómodo era esperar a que Hannah utilizara sus dones sociales conmigo, en esta ocasión me sentía especialmente animado para ser yo el que comenzara a hablar. 

 

—Entonces… —hablé logrando captar su atención al instante—, ¿sabes cómo utilizar el hacha o debo temer por mi vida? —bromeé con una sonrisa burlona, muy probablemente parecida a la de Maru. 

 

—Por supuesto que sé cómo utilizar un hacha —afirmó—, si no fuera así, ya me hubiera congelado en esa cabaña. 

 

—¿Es muy fría?

 

—Demasiado. Más por las noches. De hecho…

 

Si hay algo que me gusta de Hannah es que, a pesar de percibirse como alguien callada en grupos un poco grandes, la verdad es que en solitario es muy versátil a la hora de hablar, animándote a hacer lo mismo con pequeñas preguntas. Tal vez ella no sea el tipo de persona que entable conversaciones con cualquier extraño, pero sin duda sabía cómo mantener alejado al silencio, eso o simplemente no le gusta. 

 

—¿Quieres que prenda la radio? —ofrecí a lo que ella me respondió con un asentimiento efusivo—. ¿Qué pongo? —mis labios se torcieron en una pequeña sonrisa, pero claro, no era porque lo considerara tierno. 

 

—¡Esa! —sus manos detuvieron la mía en la estación de radio. 

 

A través de la bocina, se escuchó el increíble solo del guitarrista. Esa era una canción que en lo personal, me gustaba mucho al igual que la banda en general. El rostro de Hannah se pintó de una inmediata felicidad mientras seguía la letra. 

 

—¿Te gusta cantar? —pregunté. 

 

—Si, pero no tengo buena voz —rio ella—. ¿Y qué hay de tí? ¿Cantas?

 

—A veces. Por la banda…

 

—¿Si? En el ensayo no te escuché —inquirió ella. 

 

—Sam es el cantante principal, pero Abigail y yo a veces hacemos de coro. 

 

Es raro que en nuestras canciones cante alguien que no sea Sam, pero eso no me importa mucho a la hora del proceso creativo. A veces, simplemente las ideas llegan sin previo aviso y tengo que atraparlas como si fueran luciérnagas. Es por esto que mi teléfono está repleto de grabaciones de voz en donde estoy tarareando una melodía, recitando una idea que se me ocurrió para una letra, una rima, combinaciones de sonidos. Lo que sea, en realidad. 

 

E inevitablemente, tengo que cantar. 

 

Mientras las canciones se reproducían, Hannah me habló de lo bien que le había ido en su primera cosecha, detallando lo imposible que le pareció al principio llevar las toneladas de patatas a Pierre's, y me di cuenta de lo determinada que era sin dejar que nada se interpusiera en su camino. Se veía alegre a la vez que jugaba con sus manos en su regazo, algo así como si estuviera orgullosa de su trabajo. Eso me hizo sentir un poco de celos, tal vez porque yo nunca había sentido ese tipo de satisfacción con las cosas que he hecho, o al menos no en tal magnitud. Pero me sentí feliz por ella.  

 

Porque eso hacen los amigos, ¿no?

 

Hannah me habló de los montones de tulipanes que cultivó y de los coloridos tonos pasteles con los que pintaban su granja, y mientras hablaba de cómo a Cody el polen lo hacía estornudar, mi dedo meñique se topó con una figura. Me tomé un breve momento para averiguar lo que era hasta que un ligero movimiento me advirtió de su naturaleza. No quise voltear. No podía. Porque sabía exactamente lo que me iba a encontrar y no podía asegurar que mi cara no se iba a enrojecer. Mi mano estaba posada sobre el asiento (que es aterciopelado y de una sola fila debido a que es un viejo modelo), siendo dolorosamente consciente de la presencia a su lado. Retirarme era una opción, pero ya sea por mi tendencia a hacerme sufrir voluntariamente o a una fuerza invisible que me impedía alejarme, no la tomé. Es más, una persistente sensación de cosquilleo nació en la boca de mi estómago y subió hasta mi garganta, implorando ser saciado con un simple movimiento. Uno ligero, y a simple vista, imperceptible. Pero la implicación de tan corta distancia cambiaba cualquier punto de vista entre nosotros. Porque si yo me hubiera acercado deliberadamente, cediendo a mis inexplicables deseos de sentir su piel contra la mía en un pequeño toque que, probablemente, provocaría una descarga eléctrica por todo mi cuerpo al instante, ¿No habría sido lo mismo que decirle "Oye, quiero estar más cerca de ti"? ¿Y qué pasaría después? ¿Ella se quedaría por gusto o por compromiso? ¿Se apartaría? Cualquier respuesta me aterraba porque, sin importar cuánto me esforzara ni lo tanto que me mintiera, yo jamás la alcanzaría. Ella simplemente estaba a un nivel muy superior al mío con su gran dedicación y perseverancia, su intelecto, su lindo rostro, su personalidad amigable o su sonrisa. 

 

Porque ella brilla como la luna y yo simplemente la miro desde abajo. 

 

Porque ella es solo mi amiga.  

 

Y no estaba seguro de que pudiera aspirar a algo más con ella si ni siquiera sabía en qué punto de mi vida estaba parado. Es decir, Hannah se ve tan segura de sus decisiones mientras que yo…

 

 

Y sí, todo esto fue el torbellino de pensamientos que atravesaron mi mente mientras me aferraba al asiento aterciopelado con mi vida, dejando a dos heridos, mi autoestima muerta y una situación incómoda a su paso. Un suceso realmente trágico. 

 

Pero al parecer, Hannah no se percató en ningún momento a juzgar de la emotividad con la que me resumía el nuevo libro que había estado leyendo. Finalmente, ella apartó su mano para cambiar de estación de radio, pero por un segundo, un solo instante en el tiempo, pude sentir la pequeña sensación su suavidad en la punta de mi meñique, provocándome una explosion de sensaciones que eran todo menos algo insignificante. 

 

—... Y para cuando terminé, ya era casi de madrugada. Estuve como zombie todo ese día, pero no puedo evitarlo cuando me ponen uno de mis clichés favoritos de esa forma —ella soltó una pequeña risa que intenté imitar—. ¿Y qué hay de tí? ¿Tienes un cliché que te guste?

 

—No lo sé —contesté fingiendo no tener los sentidos a flor de piel—. El elegido, supongo —dije sin mucha seguridad. 

 

—¿Y tú menos favorito?

 

—Tampoco lo he pensado mucho. Pero odio cuando matan a personajes innecesariamente, es decir ¿qué culpa tenían ellos? —fruncí el ceño a la vez que recordaba a mi ahora difunto personaje secundario favorito—. ¿Por qué preguntas? —señalé apenas me percaté de lo raro que era, pero ella se encogió de hombros. 

 

—Curiosidad —respondió con suma simpleza. 

 

—¿Te causo curiosidad? —arqueé una ceja. 

 

—Si, es decir… Siempre traes esa cara de póker imposible de leer, ¿cómo no voy a tener curiosidad por saber lo que ocurre en esa oscura mente tuya?

 

Solté una carcajada. 

 

—Es un don natural. 

 

—Hablas mucho pero a la vez no dices nada, es extraño —comentó, ignorando mi respuesta. 

 

—¿Hablo mucho? —pregunté totalmente incrédulo. 

 

Las personas utilizarían muchas palabras para definirme, pero en esa lista no hay ningún sinónimo derivado de ser alguien "hablador". 

 

—Si, bueno, mucho más que antes supongo —balbuceó jugando con la orilla del dobladillo de su chaqueta. 

 

—A eso se le llama "entrar en confianza". 

 

—¿Es así? Antes me hablabas tan poco que pensaba que darte esa lágrima helada no había servido de nada —confesó con una risa entrecortada—. Eso hasta que sacaste a relucir tu lado friki conmigo. 

 

—Deberías sentirte honrada —remarqué con una sonrisa traviesa—, no le muestro mis cartas de Solarion Chronicles a cualquiera. 

 

—Y yo no le regaló mermelada a cualquiera —una risa salió de mí—. Hablo en serio —se quejó ella—, Pierre paga bien por ellas. 

 

—¿Hubieras preferido que yo te la comprara? —conjeturé. 

 

—Nah. 

 

Miré de reojo por un breve momento, y me encontré con una Hannah viendo el camino frente a ella con una pequeña sonrisa tirando de las comisuras de su boca. Ella sintió mi mirada, por lo que volteó a verme también, pero sin ser capaz de mantener más contacto visual (o de cualquier tipo) con ella, puse mi atención de vuelta al volante, dejando atrás la leve sensación de haber visto un rubor formándose en sus mejillas. 

 

—Lamento que pensaras eso al principio —dije, con las anteriores palabras enredándose en mi interior. 

 

—Está bien —le restó importancia con un ademán con la mano—. Pero si deseas compensarme, podrías leer una de mis novelas-

 

—No —interrumpí de inmediato. 

 

Continuamos divagando en temas aleatorios hasta llegar a nuestro destino. Ella llevó ambas manos cómodamente entrelazadas en su regazo durante el resto del viaje. 

 

Pero no. 

 

En ningún momento volví a sentir la necesidad de entrelazar mis dedos entre los suyos y verificar que nuestras palmas encajaran perfectamente tal y como lo hicieron en aquella vez tan lejana en el baile de las flores. 

 

No. 

 

Para nada. 

 

Porque la incertidumbre de que tal vez todo esto era pasajero, una ilusión que terminaría lastimándome o tal vez incluso hiriendo a Hannah me atormentaba. No soy bueno para los cambios, nunca lo he sido y es probable que nunca lo sea. Por eso, si mantener a las personas que aprecio a mi lado implica que yo sepulte mis sentimientos antes de siquiera reconocerlos formalmente, lo haré sin dudarlo. 

 

Porque ella es solo una amiga. 

 

—Oye —se acercó considerablemente y olfateó—, hueles bien. 

 

Una amiga que desearía no tratar como tal





 

 

Notes:

Los asientos de la camioneta de Robin son del mismo estilo de una Gmc 1959, modelo que aparece en una serie que solía ver, y sí, me identifico con Sebastian respecto a eso de matar personajes :c

La canción que se escucha en la radio es The Chain de Fleetwood Mac. Totalmente recomendada.

Sebastian es alguien inseguro, ya sea por sus capacidades sociales, su posición en la familia, su físico, su nivel académico, etc.
Hannah también lo es, pero más orientada a la parte de "No quiero ser una decepción".

Este capítulo me gustó (o al menos me dejó satisfecha) a pesar de que en ningún momento fue planeado, lo cual me parece un alivio. Fue fácil de escribir y el proceso fue fluido. :D

Actualización de la situación de mi vida: Ayer hice mi examen de admisión para mí siguiente nivel (?) académico/escolar. Creo que todo irá bien.

Gracias por su espera y por su apoyo. ❤️❤️❤️

Atte-June❤️

Chapter 17: El fondo de la botella

Notes:

¡Hola de nuevo! Siento que fue hace una eternidad la última vez que actualicé, pero este es un capítulo que estaba especialmente entusiasmada por hacer.
Gracias por seguir leyendo esta historia y por su apoyo, de verdad, GRACIAS<3

ESTAMOS EN JUNIO, mi mes favorito, ¿Por qué será? :3

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

El aroma de la comida recién hecha asaltó mis sentidos apenas crucé la puerta. La construcción con paredes de ladrillos desgastados por los años estaba llena de gente como era costumbre en las noches de viernes. Yo seguí el familiar camino hacia la sala de juegos sin dirigirle la palabra a nadie, típico de mi rutina semanal, a fin de encontrarme con Sam y Abigail. 

 

Y en los últimos meses, alguien más. 

 

La pequeña habitación se veía un poco más llena por la presencia de una nueva persona. Después de largas noches sin dormir tratando de encontrar el código mal ingresado, me despedí (al menos por ahora) del señor Young, lo cual me causaba un inmenso alivio, porque a pesar de que me guste el dinero, de verdad echaba de menos convivir con ese par de tontos. Esa tarde estaba extrañamente entusiasmado, como si algo muy bueno fuera a pasar o estuviera esperando este momento desde hace tiempo. Todos estaban rodeando las radiantes máquinas de videojuegos, pero me recibieron al instante. Las botas de combate de Abigail resonaron por el piso mientras se acercaba para atacarme en un no tan sorpresivo abrazo al igual que Sam, pero Hannah se quedó a un par de pasos a la distancia mientras me saludaba levemente con la mano, a lo cual me esforcé por corresponder apenas logrando mover los brazos del fuerte agarre. 

 

—Miren quién es —habló divertida Abigail—. Pero si es el señor "Tengo trabajo que hacer". Pensé que estabas muerto —me dio una fuerte palmada en la espalda de la cual me quejé. 

 

—Los vi el martes —me defendí con una pequeña sonrisa. 

 

—Pero pudiste haber muerto el miércoles —replicó de manera inmediata. 

 

Seguimos argumentando en nuestra pelea sin sentido hasta que Sam nos interrumpió. Él no es un tipo al que le guste los conflictos aún a pesar de que no sean serios; es por eso que intervino de una manera débil para llamar nuestra atención. 

 

—Iré por las bebidas —comentó el rubio a la vez que apuntaba hacia la barra sonriendo incómodamente—. Hannah, ¿puedes…? —no terminó lo que iba a decir pues la chica de cabello ondulado lo captó al instante. 

 

Ella pasó a mi lado en silencio, únicamente dedicándome una tímida sonrisa. Yo la imité sintiéndome tontamente feliz y burbujeante, pero a juzgar del el rostro de Abigail, que era una mezcla entre la sorpresa y la comprensión, ese sentir se tatuó en mi frente, pero a diferencia de lo que yo me esperaba, no lo mencionó para nada. 

 

—Oye —me llamó—, ¿no te lo hemos dicho? Sam ya tiene una fecha reservada para el concierto. 

 

—...¿Qué?

 

Me esperaba todo menos eso. 

 

—¿Por qué no me lo dijeron? —reclamé, no porque me molestara, sino porque estaba confundido. 

 

—Sucedió de repente —se encogió de hombros—. Hannah nos ayudó. Es increíble que una chica tan tierna sea aterradoramente buena en los negocios. El tipo estaba temblando —recordó con una media sonrisa. 

 

La imagen flotó por mi mente. Y se me hizo casi imposible imaginarme a un conejito asustado siendo intimidante. 

 

Ella era abogada, ¿no? Supongo que hay que tener carácter para eso, ¿pero Hannah?

 

Y por unos segundos me pregunté cómo habría sido en la época en la que trabajó en la ciudad. 

 

Poco después llegaron las bebidas y las posaron sobre una mesa cercana. Aproveché para preguntarle a Sam lo que sucedía y me contó una interesante historia en donde él tomó el autobús equivocado por quedarse dormido y terminó el el desierto Calico, pidió limosna a unos turistas, regresó a la ciudad con un horrible retraso, contactó al tipo que conocía y, al no poder convencerlo, llamó a la primera persona que se le vino a la mente: Hannah, cuyas palabras y tono fue tan imponente que el tipo no tuvo más opción que aceptar sus términos. 

 

Este es, en parte, el por qué Sam no se conectó para jugar en línea el miércoles. 

 

Luego de discutir algunas cuestiones y descubrir que debería de solucionar mi pánico escénico para mediados del verano, saltamos a las máquinas de videojuegos. Abigail tenía alrededor de un mes frustrada intentando pasar al jefe final de El rey de la pradera. Íbamos por turnos y era el de Sam. El rubio estaba tratando de no perder su última vida mientras que Abigail le gritaba cual general instrucciones al oído. Era una escena digna de una comedia, pero siendo honesto, a mí también me daría miedo tener a esa enana de cabello púrpura matándome con la mirada. 

 

—¿Esto cuenta como maltrato infantil?

 

Me reí ante el comentario de la chica que estaba a mi lado, casi a punto de atragantarse con mi bebida. 

 

—Una vez llamé al 911 y me dijeron que no. Es una pena —dije jugando con la pajilla en una sonrisa. 

 

Hannah rio dulcemente y lo sentí casi como un premio. No la había visto desde que conducimos hasta las afueras del pueblo para recolectar madera. Nunca creí que un cuerpo tan pequeño contuviera una fuerza brutal. Después de eso la llevé de vuelta a su casa, y el único contacto que había tenido con ella desde entonces había sido mediante mensajes de texto. Sin duda soy un rotundo no en lo que respecta a las llamadas, pero cuando se trata de escribir estoy un poco más dispuesto. Hannah había iniciado con un saludo casual al día siguiente de ese. 

 

Saludo el cual contesté 4 horas después.

 

Me disculpé apenas vi la notificación y agradecí que ella respondiera con un comentario tonto para restarle importancia. No sabía de qué hablar o si era lo indicado continuar la plática, pero creo que haber comentado que había cenado estofado de setas hubiera sido mejor que los minutos que pasé viendo la pantalla. El símbolo de 'en línea' no se desvanecía del nombre de Hannah, y mi corazón se detuvo cuando recibí un nuevo mensaje de ella. 

 

"¿Ya viste la nueva entrevista del autor de Cave Saga?"

 

Mi mente se iluminó al pensar en ello y en que la castaña había abierto un campo en común. No tardé mucho en responder, pero al instante me arrepentí de solo escribir un simple 'Si'. Luego de eso vinieron múltiples pequeñas conversaciones a las que podría calificar de insignificantes, pero sería contradictorio considerando lo pendiente que estaba de las notificaciones de mi teléfono. 

 

Las conversaciones se daban naturalmente, pero algo que he aprendido a lo largo de mi antisocial vida es una cosa:

 

Hablar con una pantalla de por medio no está ni cerca de lo que es hablar cara a cara. 

 

—Oh, tu mamá iniciará con las reparaciones la semana que viene —comenzó a hablar ella.

 

—¿En serio? Me alegra —respondí con una pequeña sonrisa. 

 

—Seb —la voz de Abigail cruzó la habitación—. Tu turno.

 

Ella lucía impaciente, pero no le di importancia cuando me dirigía en su dirección sin prisa. Hannah cruzó sus dedos para darme buena suerte y yo le agradecí en silencio con una sonrisa ladina. 

 

Abigail de compañera de juegos es un dolor de cabeza. 

 

El personaje se movía de un lado a otro luchando por sobrevivir a una amenaza al igual que yo. El rubio de chaqueta de mezclilla había huido al videojuego vecino, pero le presté una especial atención cuando invitó a la castaña a su lado. 

 

—¿Quieres jugar? —preguntó él poniendo una moneda en la ranura para iniciarlo. 

 

—No soy muy buena… —replicó un poco apenada—. P-pero está bien. 

 

Un enemigo consiguió atacarme, por lo que perdí mi primera vida y gané un regaño de la peli púrpura; pero una pequeña risa logró captar mi oído. Eché un ligero vistazo a mi costado y me encontré con una Hannah con una sonrisa contenida y unos ojos burlones. 

 

Es doloroso ser tan conciente de alguien a tu alrededor. 

 

Sentir la necesidad constante de mostrar tu mejor lado y muchas veces no ser capaz de hacerlo. Tal vez ella no estaba en la misma situación que yo, en realidad estaba seguro de que a ella no le afectaba en lo más mínimo tenerme a su lado, pero mi cerebro es cruel y busca cualquier insignificante señal para hacerme pensar que Hannah estaba en la misma línea que yo. Por ejemplo, las pequeñas miradas que sentía en mi piel. 

 

No duré mucho en el campo de batalla y el pequeño personaje pasó a una mejor vida, eso hasta que Abigail lo revivió con una moneda. La chica me empujó efusivamente fuera de mi lugar para acaparar por completo los controles. Ella puede ser muy obsesiva cuando quiere. 

 

La tarde continuó con relativa normalidad: Separamos a Abby del videojuego, jugamos billar, gané, nos reímos de las historias de Sam…

 

Si, todo con relativa normalidad. 

 

—Te lo juro, el tipo estaba tan borracho que confundió al policía con su madre —exclamó la peli púrpura recordando esa alocada fiesta universitaria en la que estuvo. 

 

Las bebidas azucaradas fueron sustituidas paulatinamente por cervezas, ya que debido a una extraña conversación que empezó con un intercambio de experiencias de borrachos, derivó en una competencia de tragos. Música que probablemente escuchaba mi madre en su juventud sonaba afuera cada vez más fuerte al igual que los pasos de baile en el piso de madera. 

 

—¿Vas a jugar?

 

Una pequeña voz me sacó de mis pensamientos. Hannah estaba en el asiento a mi lado esperando a que llegaran con la botella de licor barato. Ella había estado más quieta de lo usual durante la noche. Un poco perdida en su entorno pero respondiendo positivamente a las pláticas. 

 

Yo negué con la cabeza ante su cuestión. 

 

—Nah, alguien debe de cuidarlos. 

 

La peli castaña soltó una carcajada a pesar de que yo no estaba bromeando. Esos dos se ponen muy intensos cuando están ebrios. 

 

—Vamos. ¿Qué es? ¿No eres bueno con eso del alcohol? —insinuó con un tono juguetón. 

 

—¿Y tú si? —pregunté de vuelta con una ceja arqueada. 

 

No era del todo mentira, pero hay varias razones por las que no me gusta beber, entre ellas, el hecho de que no me gusta apestar a alcohol. Atrae los malos recuerdos. Es por eso que a pesar de que mi aliento olía a una chimenea en ese momento, no me gustaría despertar con resaca a la mañana siguiente. 

 

Ella sonrió al suelo y después me encontró de vuelta, como si hubiera pensado su respuesta. 

 

—Puedo acabar con una botella sin problema —se jactó arrogante. 

 

Esto era un poco nuevo. 

 

—¿Quién diría que la chica de ciudad bebería como marinero? —reí lentamente. 

 

Hannah se quedó un poco estática ante el comentario, pero se las arregló para disimular acomodando sus largos y ondulados mechones del otro lado de su cuello, dejándome una vista libre de este mismo: Traía una muy delgada cadena y los dos últimos botones de su blusa estaban sueltos. 

 

—¿A quién llamas chica de ciudad? —se apoyó con su mano en el sillón y se acercó ligeramente con los labios entre abiertos que en ese momento estaban teñidos de un tierno y llamativo color rosa—. ¿Qué? ¿Tienes miedo de que te gane una granjera? —bromeó con un singular brillo retador en sus ojos que nunca había visto. 

 

Interesante.




La bebida no tardó en llegar y tampoco en acabarse. Fue un concurso muy corto, pero todos habían llegado a sentirse más confiados gracias al efecto del alcohol. 

 

En especial Hannah. 

 

Y cuando digo confiada, me refiero a no tener una pizca de vergüenza. 

 

Hannah había sido declarada la campeona de la competencia, aunque ya no sabía si lo había logrado porque de verdad quería beber o era su terquedad a no perder. Sin importar cual sea la respuesta, ella había ganado, y ahora estaba bailando sin control por la sala. 

 

¿Mintió sobre su capacidad para beber?

 

Era una opción considerando lo rápido que el alcohol había hecho efecto en ella mientras tomaba enérgicamente trago tras trago, para así, dar como resultado a sus risas tontas, sus comentarios sin sentido y sus pequeños jugueteos,  aunque por supuesto, tal vez el humor colectivo se había puesto "un poco alegre" debido a las demás cervezas que trajeron después. 

 

Abigail estaba tumbada en el sofá recuperando la estabilidad en sus piernas, y yo, la única persona sobria dentro de esa habitación, miraba perplejo el espectáculo frente a mis ojos: Dos borrachos bailando a punto de caerse y cantando a todo pulmón una vieja canción de despechados.

 

Como soy un adulto responsable, después de tomarles varias fotos y un largo video, me dediqué a separarlos el uno del otro cuando ya estaban muy juntos. Y tuve un extraño sentimiento cuando los desenredaba, como si hubiera una telaraña en mi interior que estaba desesperado por quitar. 

 

Ya teniendo a los tres en el sofá, me designé ir por agua para ellos, pero para cuando llegué me encontré de nuevo a la peli castaña de pie, dando sorbos perezosos a una botella con la inscripción "Toma con moderación". Yo se la intenté quitar pero Hannah tiró de nuevo de ella y quedamos cara a cara. 

 

—Dámela. 

 

—Nop —se rio aniñada. 

 

Sus ojos estaban perdidos pero se podía apreciar la pequeña chispa traviesa en sus orbes ocultos por los mechones despeinados en su cara. 

 

—Ya no puedes beber más —le retiré el envase de un fuerte tirón—. Te llevaré a casa. 

 

Abby ya estaba más conectada a la realidad por lo que fue más capaz de levantarse sin tanta dificultad y ayudar a Sam a hacer lo mismo. Un poco torpe, si, pero la intención es lo que cuenta. Gus es un buen tipo que entiende cuando alguien ha tenido un mal día y simplemente quiere olvidarse de todo, porque por supuesto, el negocio del bar era muy bueno, pero esto no quería decir que pudieras embriagarte libremente. 

 

—Me voy —avisó Abigail en la oscuridad siendo escasamente iluminada por una lámpara—, ¿estarás bien…?

 

La chica hizo una expresión de incredulidad señalando con la mirada a la risueña Hannah quien estuvo renegando todo el camino hasta la salida del salón.  

 

—Si…

 

Eso espero. 

 

En el camino le envié un mensaje de texto a mi mamá para avisarle que llegaría más tarde de lo usual a casa, no porque ella me lo pidiera, sino porque sabía lo sobreprotectora que podía ser y no quería preocuparla. Ella había estado bailando con Demetrius en el salón y no era capaz de interrumpirlos. 

 

La noche era espesa, pero la luz de las estrellas nos guió hasta la granja que alguna vez fue del viejo Johnson. La cabaña estaba en completa oscuridad, tanto que parecía abandonada. Por poco caemos debido a un mal paso que dio Hannah al subir los escalones, ya que ella estaba muy distraída contándome datos al azar sobre conejos, y algunos ni siquiera eran propios de la especie en sí. Estaba cansado por la larga caminata y me cuestioné si ya era hora de empezara a usar mi motocicleta para andar por el pueblo. Parecía una buena idea. Pero después recordé lo cara que estaba la gasolina y la posibilidad fue descartada. 

 

—Oye —tomé a la chica por los hombros—, ¿y tus llaves? 

 

La chica murmuró confundida "llaves" a la vez que palmeaba sus bolsillos en busca del objeto, el cual, terminó dándome unos segundos después. 

 

La puerta dio un agudo rechinido al abrirla y prendí la luz. Cody salió de la habitación de Hannah para recibirnos. Era posible que estuviera durmiendo en la cama antes de que llegáramos. 

 

—¡Cody…! —gritó de alegría queriendo abrazarlo, pero para su desgracia, su perro fue repelido por el intenso aroma a alcohol— ¿Qué pasa…? Aww.

 

Me acerqué a ella, era tarde y tenía que volver a casa, pero quería asegurarme de que ella estaría bien. Soy paranoico y si algo se me mete a la cabeza me es imposible sacarlo. 

 

—Ven —la tomé suavemente del hombro—, tienes que dormir. 

 

—¡No! 

 

Pero cuidar de ella era difícil considerando lo cabeza dura que era. 

 

Si algo había aprendido de Hannah esa noche era que se transformaba en una persona completamente diferente al emborracharse: Era terca, insoportable, inmadura, y sobre todo, atrevida y sin vergüenza. Por lo usual, las personas así son las que más cosas retienen en su día a día y me cuestioné si este era su verdadero yo, el que todos tenemos pero nadie en realidad conoce. 

 

No le dí importancia a sus quejas y la arrastré a su habitación y, cuando estaba alcanzando el interruptor, casi pierdo el equilibrio ya que Hannah me dio un fuerte tirón para ponerse frente a frente conmigo. Abrí los ojos completamente sorprendido y confuso. 

 

—No quiero —murmuró en voz baja—. Quiero bailar. 

 

Ahora yo necesito un trago. 

 

Intenté desprenderme sin éxito. Ella se había anclado con fuerza a mi cuello y comenzó a moverse a un ritmo que solo ella comprendía. Mi cabeza daba vueltas, pero no hallé una explicación lógica para ello pues no había tomado licor de ningún tipo, pero el simple hecho de tenerla tan cerca de mí ya era embriagador. Entre algunos pasos torpes, el suelo debajo mío crujió levemente, y al bajar un poco la vista me dí cuenta de que eran un par de sobres de cartas abiertos y arrugados. 

 

No estaba haciendo algo correcto, porque de alguna forma lo sentía así. 

 

Ella estaba ebria, yo lo sabía.

 

—Hannah...—la aparté de mí—. De verdad…

 

De repente ella perdió las fuerzas en sus piernas, pero logré atraparla a tiempo. La rodeé con mis brazos y pude sentir mil cosas diferentes en tres segundos. Y el gran conflicto entre quedarme o alejarme solo creció más. La suavidad de su cuerpo tan cerca del mío emanaba un tenue calor a través de la tela de nuestras ropas y su perfume de cerezas con vainilla era totalmente eclipsado por el hedor a alcohol barato, pero eso no pudo importarme menos.

 

Es más, me olvidé de todo el mundo fuera de esa habitación cuando alcancé a ver el envase de vidrio sobre la mesita de noche. 

 

Ella todavía conservaba las peonías de aquel lejano día. Ahora estaban marchitas, pero eso solo me hizo sentir un calor aun más abrasador en mi interior que se extendió por mi rostro del solo pensar que ella no había querido despegarse de ese pequeño recuerdo.  

 

Hannah no se movía y yo tampoco. Mi corazón latía como loco y era tan odiosamente ruidoso en mis oídos que solamente quería arrancarlo y reclamarle a Hannah las cosas molestas que me hacía experimentar, pero era muy probable que ella me viera confundida y se riera tontamente en mi cara. 

 

Y dejé de respirar cuando ella enterró su cara en mi pecho. 

 

—Hueles a humo.

 

Los nervios me carcomían. 

 

—Si… Lo siento —dije un poco apenado. 

 

Es un olor que suele disgustar a las personas, por lo que me sorprendió cuando sus delgados pero fuertes brazos rodearon y apretaron su agarre. 

 

Y escuché un pequeño sollozo. 

 

El sonido prendió todas mis alarmas internas e intenté encontrarme con su rostro. Sus ojos estaban nublados por las lágrimas, parecidos a una tormenta en el bosque, e inmediatamente entré en pánico. 

 

—¿Qué sucede? —cuestioné entre la incertidumbre y desesperación. 

 

—Mi mamá me odia —sus llantos entrecortados continuaron, dejándome saber casi todo y a la vez nada—. Ella de verdad me odia.

 

Ella respiraba bruscamente con falta de aire entre cada palabra, como si decirlo en voz alta fuera como apuñalarse a sí misma. 

 

—Hannah, oye… Ella… Respira, por favor.

 

Tomé su sonrojado y maleable rostro entre mis temblorosas manos. Sus ojos estaban cediendo sin remordimiento a las lágrimas. Gotas de agua salada y dolorosas se deslizaban a cada costado de los surcos de sus mejillas, dando camino a la tristeza. 

 

—¡Es cierto! —sollozó con la voz rota y apretó su agarre en mi ropa—. Desde que me fui no contesta mis llamadas, no me manda cartas, y lo entiendo, de verdad lo entiendo —se lamentó con amargura—. Los abandoné por un sueño estúpido que me está llevando a la quiebra, y no sé qué hacer, Yoba, ella tiene cáncer de pulmón.

 

Su última declaración se perdió en un llanto. Sus ojos se apretaron fuertemente en una dolorosa mueca y yo sostuve su cabeza cerca de mi pecho y la abracé. Estaba perdido y desesperado por aliviar su inmensa angustia a pesar de que sabía que eso era imposible.

 

—¡Soy una hija horrible! —chilló— Todo es demasiado y ya no sé qué hacer… Ni siquiera quiere verme. 

 

Permanecimos de pie en medio de la amplia y silenciosa habitación. Todas las grandes confesiones hechas retumbaban en sus cuatro paredes, pero la cabaña estaba demasiado lejos como para que alguien aparte de nosotros escuchara su lamento siendo liberado. 

 

Nunca había visto a una persona tan rota y vulnerable, y me parecía casi irreal que la misma mujer que había admirado por su arduo trabajo estuviera desmoronada en lágrimas entre mis brazos, ebria y sin aparentes esperanzas.

 

¿Por cuánto tiempo estuviste soportando esto?

 

Ella se desahogó en mí, temblando. Cuando la tormenta se apaciguó, solamente dejando atrás el rastro de un maquillaje arruinado y del cual no me había percatado. La llevé a su cama con la esperanza de pudiera descansar, pero cuando la iba a soltar, ella se aferró de manera inesperada a mí. 

 

—Quédate… por favor, no te vayas. 

 

Esa era una petición difícil.

 

Ella jugó con los cordones de mi sudadera y yo observé su rostro lleno de un aire de pena. Ojos nublados de aflicción. No podía. Sin embargo, en ese momento estaba colgando en una cuerda floja: Aterrado de cometer algún error fatal, deseando poder volver y alejarme a un lugar seguro, y a la vez, intrigado por lo que había del otro lado. Pero ese no era momento ni lugar para divagar en ese tipo de cosas. 

 

Ella de verdad necesitaba a alguien. Alguien que estuviera a su lado, acompañándola con su melancolía en el fondo de la botella. 

 

Con mucha dificultad, me acomodé al lado de Hannah, sintiendo desde un inicio que yo no debía de estar ahí, sin embargo, la pequeña sonrisa triste de Hannah me hizo poder aguantar la agonía. 

 

Ella se acercó un poco más a mí y se acurrucó cerca de mi pecho y su tibio aliento alcanzó la piel de mi cuello expuesto. La tensión provocaba que cada fibra de mi cuerpo estuviera atenta al más mínimo movimiento. Quería escapar y esconderme. Yo huyo de los problemas, eso viene de familia. 

 

—¿Nunca has sentido que no perteneces a ningún lugar?

 

Había pasado una cantidad de tiempo que no podía contar, pero había pensado que Hannah ya se había dormido, por lo que me tomó por sorpresa su pregunta

 

—A veces —respondí. 

 

Si hay alguien que comprende ese sentimiento soy yo, la mancha en la foto familia y el secreto en el armario que no quieren sacar. Muchas veces he querido irme y no volver. En el valle no hay nada que me retenga, es por eso que la ciudad se ve como una opción brillante para simplemente escapar.

 

—Yo también —siguió—. Aquí está bien, pero a veces siento que… no lo sé… sigo siendo una extraña… y en casa… Bueno, la última vez que ví a mi mamá me dijo que si me iba ya no me consideraría su hija —se rio lento—. Supongo que yo no pertenezco a ningún lado. 

 

No respondí. No soy bueno con las palabras y es por eso que no quería decir cualquier cosa. Pasaron unos lentos segundos hasta que ella olisqueó mi sudadera, haciéndome sobresaltar al instante. 

 

—Hueles a humo… —murmuró dejando que el aroma a alcohol llegara a mi nariz— Nunca me gustó el olor, pero me recuerda a mi abuelo y a mi mamá… —hizo una pausa— Seb, ¿sabías que los conejos proponen matrimonio con rocas? Es muy cursi…

 

—Esos son los pingüinos —corregí contra su cabello y le provoqué una risita. 

 

Y me sentí feliz de haberla hecho reír. 

 

—Háblame…solo háblame de lo que sea… Odio cuando todo está en silencio —pidió con una voz cansada y propensa al sueño. 

 

—...Una vez huí de casa —dije, soltando lo primero que se me vino a la cabeza—. Yo… había tenido una gran discusión con Demetrius y simplemente me harté, tomé mis cosas y me fui. 

 

No era un tema de conversación del todo alegre y tampoco comprendí en su momento por qué lo saqué a relucir, pero pasó un tiempo hasta que contestó. 

 

—¿No tenías miedo?

 

—Creo que si, pero estaba demasiado enojado como para darme cuenta…

 

—¿Y no te sentías solo?

 

—...

 

—...

 

—...Si… Me sentía muy solo. 




No estoy seguro de cuánto tiempo pasó, pero cuando noté que la respiración de Hannah se había hecho más lenta, me levanté con cuidado de la cama y por fin sentí que podía respirar. Fui a la cocina, sin ganas de irme todavía, y preparé un sándwich con lo primero que encontré en el vacío refrigerador y se lo dejé en la mesa junto a una nota que decía "No sirves para beber". 

 

La noche no era fría, pero el viento salpicó la piel de mis brazos descubiertos a falta de mi sudadera. La punta de mi cigarrillo brillaba de un rojo intenso, desprendiendo de él sus grandes nubes de humo, de las cuales sentí un especial remordimiento que en veces anteriores. Mientras caminaba bajo la luz de la luna de vuelta a casa en donde sabía que nadie me recibiría debido a las altas horas de la noche, de alguna forma, de todo lo que había pasado esa noche, había una sola pregunta que flotaba en mi mente junto a la preocupación de la gran resaca que tendría Hannah al día siguiente:

 

¿A dónde pertenezco?




 

 

Notes:

¿Se dieron cuenta de las cartas antes? ;)
Esta idea la tenía desde hace ya mucho: La granjera, rechazada por su familia. En parte me inspiré de un fic que leí hace tiempo.

De nuevo no sabía qué título poner al capítulo así que eso de la botella salió de la nada... :x

Quería que en este capítulo se sintiera un tipo de tensión entre Seb y Hannah, pero sin opacar al momento de angustia. No estoy segura de si lo logré del todo, pero creo que estoy satisfecha.

Y POR ÚLTIMO. Desde que inicié el fic, tenía una lista de los capítulos que habría, la cual, está a punto de acabar. Por lo cual, tendré que dedicarme a escribir una nueva "ronda"(?) de ideas para capítulos, o más bien, definir a dónde va a ir a parar toda esta historia, así que me disculpo por adelantado si ando muy ausente. En 3 semanas saldré de vacaciones así que tendré MUCHO más tiempo libre <3

Nuevamente, gracias por su apoyo, realmente me hacen muy feliz y me motivan a seguir con esto.

Atte-June ❤️

Chapter 18: Necesito un abrazo

Notes:

Hola! <3
Pensé que me tardaría un poco más con el capítulo, pero todo resultó bien, o eso creo...

Lamento si es mucho más corto de lo que acostumbro, pero la verdad es que este capítulo no estaba en mi "agenda de capítulos", pero de todas maneras no tenía planeado de que fuera muy extenso. Además, una disculpa por los probables errores ortográficos, no lo revisé muy bien y tengo sueño.

Como siempre, muchas gracias por seguir leyendo y por su apoyo❤️❤️❤️❤️

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

"¿Qué quieres ser de grande?"

 

La voz de mi abuelo se escuchó a mi lado. Él estaba usando su habitual sombrero de paja que lo protegía de los intensos rayos de sol. Tenía 7 años de nuevo y estaba ayudándole a alimentar a los conejos, aunque en realidad yo solo jugaba con ellos y les ponía nombres extraños a cada uno. 

 

Era una niña, así que todavía no pensaba en esa interminable cuestión que los adultos siempre tienen presente. 

 

El futuro

 

—No lo sé… —me encogí de hombros—. Quiero ser como tú, abuelo.

 

Recuerdo bien su reacción: Mi abuelo sonrió cálidamente haciendo que las líneas de expresión trazaran caminos imborrables en su rostro. Además, los cabellos plateados sobresalían en su frondoso bigote, bien peinado como siempre. Ahora que recuerdo ese día, pienso en lo feliz que debió de sentirse y en el hecho de que terminé cumpliendo esas palabras. 

 

Mientras acariciaba a los pequeños animales, alcé la mirada un poco más allá de la cabaña: Mamá estaba fumando detrás de la pared de madera con el ceño fruncido y con la mirada perdida;tal vez por una discusión que había tenido con mi abuelo, porque aunque no fuera tan aparente debido a su personalidad cariñosa, mi abuelo era alguien obstinado al igual que mi madre. Ellos dos eran muy parecidos, o al menos eso me decía mi papá, pero yo no podía ver sus similitudes hasta que los conflictos estallaban. 

 

El punto medio entre esta guerra constante era mi abuela, que a pesar de haberse divorciado de mi abuelo cuando mi mamá era una niñita, tenía un carácter pacífico.

 

Yo nunca la conocí, pero las veces que acompañaba a mi abuelo a regar los cultivos solía hablarme de lo increíble que era mi abuela como si nunca la hubiera dejado de amar, y hasta el día de hoy creo que eso es verdad. Y de esta forma, sin darme cuenta, terminé extrañándola como si ella hubiera estado presente desde el día en el que nací porque había hecho pasar esos relatos como propios. 

 

Observé la figura del humo gris en silencio con un sentimiento amargo en la boca. Mi abuelo me dio una palmada en la espalda y me dijo que todo estaría bien, que no me preocupara, y yo, como era una pequeña niña y no sabía nada de la vida, decidí confiar en él porque eso era lo más fácil. 

 

—Abuelo… —mis ojos se sentían calientes y se me nublaba la vista— Todavía no quiero volver. 

 

Era mediados de verano y dentro de dos días volvería junto a mi familia a Zuzu. Odiaba la idea de regresar a mi estrecha habitación y estar al cuidado de mi ruidosa vecina que solo me alimentaba con comida congelada. Mi abuelo sabía de mi sentir y le insistió a mi madre que nos quedáramos una semana más, pero para mi mala suerte, fue rechazado rotundamente. 

 

He conocido a mi mamá toda mi vida y sé la clase de persona que es: Una completa citadina. Ella toma su café negro todos los días, utiliza ropa formal a primera hora de la mañana, va a la oficina, maldice al tráfico, es adicta al trabajo, vuelve tarde por la noche y le paga a otros para que hagan lo que a ella no le da tiempo. Ella es del tipo de personas perfeccionistas y elegantes a las cuales admiras en el trabajo. 

 

Si. Esa es mi mamá. 

 

Y en este estilo de vida no cabía la vagancia ni mucho menos una vida en el campo. 

 

Esa mañana, mi abuelo había vuelto a insistir que nos quedáramos unos días más, pero mi madre no se lo tomó a bien. 

 

Mi mamá siempre fue estricta con los estudios, pidiéndome lo mejor para algún día seguir con el negocio familiar de mi papá; es debido a esto que desde que era muy joven participé en programas de reforzamiento y actividades extracurriculares como la gimnasia, que era la única que disfrutaba de verdad. Mi abuelo no estaba de acuerdo con ese método de crianza y se lo hacía saber a mi madre a menudo, lo cual no la hacía para nada feliz; y no fue hasta esa caótica mañana que ella le devolvió el golpe multiplicado por diez diciéndole que él no tenía derecho a decirle cómo criar a su hija si él ni siquiera había criado a la suya. De no haber sido por la intervención de mi papá, estoy segura de que las cosas hubieran escalado a algo mucho peor.

 

Un desayuno muy intenso sin duda. 

 

Esa fue la discusión más fuerte que recuerdo de ellos dos y creo que fue la más terrible. 

 

Ese mismo día en la tarde partimos de regreso a la ciudad. Yo estaba muy enojada y culpaba a mi mamá por ello, tan enojada que cuando me ofreció comprarme una rebanada de tarta de moras, la ignoré. Lloré mucho mientras me despedía de mi abuelo, de Tambor, del Señor Pato, Manchas, Andati Tantalio IV, Star, Algodón, Copito y otros animales de la granja a los cuales les había dado nombre. 

 

Me preguntaba por qué mi mamá odiaba tanto a mi abuelo y estaba enfadada por no encontrarle lógica. 

 

El viaje inició y en algún punto caí dormida en el carro, pero me desperté por unos extraños sonidos. Estaba muy oscuro y no distinguía muy bien las figuras, pero pude reconocer las voces. 

 

Mi papá abrazaba a mi mamá desde su asiento y la consolaba con suaves palabras diciéndole que todo estaría bien, pero parecía que simplemente el mensaje no llegaba a ella.  

 

"Siento que me estoy convirtiendo en él… Ya no sé qué hacer."

 

Y fue entonces que comprendí que incluso los adultos están a veces inciertos acerca de su futuro. 




El día que mi abuelo falleció fue muy extraño. 

 

Pasaron un par de años, era invierno y había pasado los últimos meses bailando entre la escuela, el apartamento en donde vivía y el hospital. Mi abuelo había estado tan grave de salud que tuvo que trasladarse a la ciudad y abandonar su adorada granja en busca de atención médica. Debido a los altos costos del tratamiento y el despido de mi mamá, mi familia atravesó una situación económica difícil y dejé todas mis actividades fuera de mi horario escolar para acompañar a mi mamá en el hospital. Me pasaba las tardes con mi abuelo leyéndole varios de mis libros y escuchando canciones que a él le gustaban. Detestaba todo en ese lugar: el aroma a medicina y desinfectantes, el ambiente frío y deprimente que picaba tu piel, los asientos incómodos, el agonizante sonido del aparato cardíaco, la sensación de que algo puede salir mal en cualquier momento… Odiaba todo eso y sin embargo quería permanecer al lado de mi abuelo. 

 

De repente me encontraba en mi antigua habitación y el aire que respiraba era gélido. Aún no había amanecido, pero algo me decía que debía de salir y encontrar algo. Con los pies descalzos, pisé las frías maderas y me dirigí a la sala de estar, la cual estaba totalmente desolada. Entonces, un olor familiar alcanzó mi nariz. 

 

Humo. 

 

Las ráfagas de viento se colaban a través de la puerta corrediza entreabierta que daba a un pequeño balcón. Ahí estaba mi mamá, recargada en la orilla del barandal contemplando los enormes edificios a la distancia. Ella escuchó mis silenciosas pisadas y de inmediato pisoteó su cigarrillo. Nunca le gustó que la vieran fumar, y además, mi papá siempre le prohibió hacerlo dentro de la casa o cerca mío; pero a pesar de que ella siempre intentó dejarlo, de alguna forma u otra el estrés y los problemas siempre la terminaban alcanzando. 

 

Ella me llamó por mi nombre; su voz sonaba distante, como si estuviera bajo del agua. Me dirigió hacia dentro, lejos del frío y se puso a mi altura y apretó mis hombros de manera débil. Su rostro portaba una sonrisa amarga, cansada a juzgar de sus evidentes ojeras. 

 

Yo sabía por qué estaba en ese estado. 

 

De hecho, en ese momento ya sabía todo. 

 

Mi abuelo había tenido un paro respiratorio la noche anterior, pero gracias a la rápida intervención, pudo obtener un poco más de tiempo para despedirse debido a su cuerpo tan deteriorado. 

 

Pero fue muy poco. 

 

Mi mamá me abrazó con fuerza de repente, como cuando ganaba alguna competencia de matemáticas o sacaba algún reconocimiento, o simplemente cuando regresaba del trabajo completamente exhausta. Eso me hacía muy feliz y solía esperar todos los días a que mis padres llegaran únicamente para poder sostenerlos, porque en ocasiones eso era lo único que necesitaba de ellos en vez de sus regalos. 

 

"Tu abuelo se ha ido."

 

El recuerdo de mi mentalidad de niña me inundaba de una sensación de incredulidad, pero mi lado adulta, el que era consciente, sabía exactamente a lo que se refería, pero aún así las lágrimas cayeron sin piedad. 

 

Los brazos de mi mamá me rodearon con ternura; el aroma a humo se respiraba en su ropa y solamente pude pensar en lo parecido que era al olor del abuelo cuando lo abrazaba. Él era un viejo fumador, que a pesar de tener tantas cualidades, cuidar de sí mismo nunca fue una de ellas. Los doctores decían que no había mucho que hacer. No había nadie a quien en realidad culpar, y tal vez eso era lo que lo hacía más difícil. 

 

De repente, mi mamá empezó a toser repetidamente hasta perder el equilibrio. Su cuerpo se contraía sobre el suelo hasta quedarse sin aire. Entré en pánico y la tomé sin saber qué hacer. Cuando por fin se detuvo, separó su mano de su boca y noté algo que me heló la sangre al instante: Un aterrador rastro carmesí que cubría su palma y boca. Mi vista se contorsionó al punto de ver todo a través de un tubo y mi estómago se revolvió. Sus ojos marrones se oscurecieron hasta el punto de no tener vida y una escalofriante sensación escaló por mi columna hasta paralizarme en mi lugar. 

 

"Tú me hiciste esto."

 

Quería hablar, pero las palabras estaban amarradas en mi garganta y me estaban ahogando. Sus manos alcanzaron mis brazos, estaban heladas como un muerto y me desgarraban la piel con sus afiladas uñas. Su color palideció a niveles inhumanos y todo a nuestro alrededor se perdió en la oscuridad, provocándome un sudor frío por toda la piel. Mis piernas no respondían,no podía soltarme de su inquebrantable agarre y mi corazón retumbaba en mi pecho de una manera tan aterradora que podía sentirlo a punto de salir de mi pecho.

 

  "Es tu culpa."

 

Y entonces abrí los ojos. 

 

Una destellante luz proveniente de mi ventana encandilaba mi vista y me lastimó las retinas al instante. La pesadez de mi cuerpo era innegable al igual que mi respiración agitada, el sudor frío y mi piel erizada. Todo había sido tan vívido que seguía aterrada, pero luego de confirmar que solo había sido una horrible pesadilla y abrazar a Cody (que estaba durmiendo a mi lado) al borde del llanto, mis sentidos se enfocaron en mi verdadero malestar. 

 

Una terrible resaca. 





Notes:

Literalmente me puse a investigar enfermedades respiratorias para este capítulo y el anterior. ._.

La mamá de Hannah no se me hace una persona mala (aunque en un principio quería retratarla como tal), solamente le ha tocado una vida difícil en donde creció sin una figura paterna, y a pesar de que solía explotar contra su padre, ella lo único que quería era sentirse querida por él. Si, ella es naturalmente estricta y exigente, pero para eso tiene al papá de Hannah para balancearla... Hasta lo que he escrito de él, creo que ya se imaginan que ellos dos son muy distintos. :x

No sabía cómo llamar a este capítulo (otra vez), pero después de ver que se repetía el concepto de abrazo, decidí ponerlo. Todos necesitamos un abrazo en algún momento.

Gracias por leer y ojalá se encuentren bien <3

Atte-June ❤️

Chapter 19: El condimento rojo

Notes:

No tengo ni idea de qué es lo que escribí, pero hey, ¿Cómo están? :D
Siempre es lindo regresar.

Muchas gracias a las personas que cometan y hola a los que recién van llegando <3

Gracias por seguir leyendo esta historia ❤️

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

El verano. 

 

Una estación del año popular por el receso escolar, el consumo excesivo de helado y la alta temperatura durante los días, lo cual, lo hace ideal para ir a la playa. Las personas suelen amar el verano. 

 

Y yo no lo entiendo. 

 

Los cuerpos sudorosos, pegajosos, en poca ropa y bajo los constantes rayos de sol me parecen incómodos y hasta asquerosos. Mi termómetro interno no es muy bueno lidiando con el calor, por lo que permanezco a salvo en casa hasta que anochezca o llueva. Cualquiera de las dos opciones es buena. 

 

Lamentablemente, y para mí desgracia, mi mamá hoy tuvo la maravillosa idea de sacarme de mi comodidad para lanzarme al ardiente mundo exterior en busca de los ingredientes de la cena de esa noche: Estofado de setas. 

 

Esa mujer no tiene compasión. 

 

Tomé el camino al centro del pueblo junto a Maru, pues antes de iniciar su turno en la clínica, me ayudaría a obtener las cosas marcadas en la lista; pero la única razón por la que estaba soportando especialmente a Maru siendo una sabelotodo, al clima parecido al de un horno y a que mi día iniciara más temprano de lo usual, era debido a que le habían otorgado un reconocimiento a Demetrius gracias a un estudio que realizó en el lago de la montaña, y mi mamá estaba desesperada intentando preparar lo mejor posible ese platillo. No me gustan las setas en general, pero aun en mi disgusto, pude comprender ese sentimiento de querer esforzarse. 

 

Puede que odie al tipo más que al simple hecho de sudar, pero mi mamá era razón suficiente para hacer mi sacrificio. 

 

Y tal vez, muy en el fondo, también quería contribuir un poco.  

 

La campana dio un tintineo al abrirla y sentí un pequeño alivio por al fin estar bajo techo. Pierre's es el tipo de negocio local al que la mayoría del pueblo acude por cercanía, porque si de precios se tratara, la mejor opción sería el supermercado cruzando el río. Hace un par de años que se inauguró y desde entonces, Pierre ha estado como loco intentando mantenerse a flote elevando los precios.

 

Y por supuesto, eliminando el aire acondicionado de sus gastos. 

 

Las paredes de madera encapsulaban todas las respiraciones acaloradas como si de un horno se tratase. El aire era denso y podía jurar que afuera estaba más fresco que dentro de la tienda. Este tipo de clima me hace querer fumar como loco, pero estaba seguro se que a Calorine no le gustaría que su tienda huela a tabaco. 

 

Me abaniqué a mí mismo con el cuello de mi camiseta de mi banda favorita y Maru le echó un vistazo al pedazo de papel arrugado al que yo llamaba lista de compras. 

 

—Está bien. Mamá necesita: Champiñones, ajo en polvo, café…, una manguera, crema, brea de pino, leche descremada, baterías… ¿el condimento rojo? —su cara se llenó de confusión y volteó a verme—. Sebastian, ¿qué mierda es esto?

 

—Las baterías son mías —contesté. 

 

Ella suspiró viéndome con decepción y aplanó aún más las pronunciadas arrugas en el papel.

 

—Busca el condimento rojo, le preguntaré a Pierre si tiene mangueras en el almacén —dijo finalmente. 

 

Yo acaté a sus indicaciones sin darle mayor importancia y me dirigí al último pasillo que emanaba un olor a especias. La tienda no es tan grande como para perderse en ella, pero sin duda tenía una gran variedad en cuanto a productos naturales, gran parte debido a Caroline. 

 

Mi mamá no es una cocinera excepcional, pero cuando prepara comidas que conoce suele hacer que sus sabores sean intensos; debido a esto, depende plenamente de especias cuyos nombres nunca recuerda y los cambia por colores. 

 

En este caso, rojo. 

 

Estaba frente a la pila de frascos bien organizados tratando de buscar uno que se asemejara al olor del polvo carmesí que mi mamá me había mostrado en casa. Y mientras estaba a punto de estornudar, una voz familiar me azotó. 

 

—... Me alegra que les haya gustado. 

 

De inmediato alcé la cabeza y comencé a buscar su rostro, pero no lo encontré. No fue hasta que ví su silueta a través de los estantes que realicé que no se estaba dirigiendo a mí. Y me sentí un poco patético por haberme emocionado tanto por tan solo escuchar su voz. 

 

—A mi abuelo le fascinan los puerros, ¡incluso en los huevos revueltos! Es raro, pero supongo que la proteína no me viene mal —exclamó el chico a su lado. 

 

La persona que la acompañaba hablaba con energía y en su silueta se podía ver que era alguien más alto y fuerte que yo con esos hombros anchos y esos brazos bronceados que sobresalían de su camiseta. No lo conocía, o al menos eso suponía. 

 

Ella sonreía con amabilidad mientras sostenía su canasta llena de cosas que no diferenciaba. Mi boca se secó de una manera inexplicable, pues me sentía ajeno a toda aquella situación, y aunque quise enfocarme en el abrumador olor a especias detrás mío, no podía evitar pensar en el largo tiempo que tenía sin ver a Hannah feliz. 

 

Había pasado alrededor de una semana desde aquella noche, y a pesar de que recibí un mensaje de disculpas y agradecimientos de su parte a la mañana siguiente, no supe más de ella desde entonces. 

 

No me llamó, escribió o visitó en absoluto. 

 

Y fue desde entonces que una extraña sensación picaba mi piel y quemaba mis entrañas. 

 

Me está evitando. 

 

Y estaba inesperadamente dolido por ello. 

 

Así que ahí estaba: perforando la cabeza de aquel extraño con mi mirada llena de envidia, pero a la vez, revolviendo en mi interior la cuestión que se había tatuado en mi mente los últimos días: 

 

¿ Hannah está bien?

 

Quería pensar que sí, de verdad quería que así fuera, porque soy un chico de respuestas fáciles ante problemas complicados, pero ahora se me hizo imposible alejar esa punzante preocupación que solo siento con personas que de verdad me importan. 

 

Porque yo sé que los que más sufren son los que nunca se quejan. 

 

Quise hablarle durante todos esos días que transcurrieron, pero nunca me fue posible debido a que no tenía ni la más remota idea de cómo sacaría el tema a relucir: ¿Hola? ¿Recuerdas cuando estabas borracha en tu casa, te pusiste a bailar conmigo, lloraste y me dijiste que tu mamá tiene cáncer? ¿Y cómo estás?

 

Por eso morí en mi silencio y en las sombras después de una dolorosa agonía.

 

—Últimamente ha hecho mucho calor —dijo el chico con una blanca sonrisa que se escuchaba en su voz. 

 

—Si, creo que me derretiré en el pavimento en cualquier momento —resopló divertida. 

 

Escuché su casual conversación a escondidas y en algún punto me sentí a algo parecido a un acosador. 

 

—Oh —ví cómo su silueta se acercaba a la de ella con interés—, en ese caso, podrías venir conmigo a la playa a pasar el rato —ofreció—. ¿Tienes bikini?

 

Su audacia me paralizó. 

 

Y parece que a ella también, al menos por unos segundos. 

 

Hannah respondió con una risa dolorosamente lenta e incómoda, tal vez por cortesía, pero es decir, ¿A las chicas les gusta ese tipo de atrevimiento? Si yo fuera una o observara que alguien se acercaba a Maru de esa forma, hubiera tomado el frasco de hierbabuena a mi lado y se lo hubiera arrojado a la cabeza, con un tiro tan perfecto que mi antiguo profesor de educación física hubiera llorado del orgullo. 

 

—Algún día, no lo sé —respondió ella.

 

—Bien, lo esperaré —replicó el chico. 

 

Finalmente, él se despidió y se adentró al pasillo principal, en donde pude verlo con claridad. En términos de chicos, él era el material perfecto para una película de romance adolescente: cabello genial, cuerpo atlético, alto, mandíbula bien marcada y una sonrisa perfecta. Él de alguna forma me hizo recordar a esos tipos populares de mi escuela, y no hace falta decir que era abismalmente diferente a mí. 

 

Ese es el tipo de hombre que le gustan a las chicas, ¿no?

 

Se veía tan seguro mientras iba a pagar su docena de huevos, con la espalda recta y la mirada al frente. Lucía como ese tipo de chicos que nunca han luchado por conseguir algo y que tienen una vida perfecta. 

 

No le quise dar más importancia a esa pequeña voz interior a la cual llamo "celos", y me dirigí hacia el siguiente pasillo en donde se encontraba Hannah. Todavía no sabía qué le iba a decir, pero la verdad era que mi frustración se había vuelto tan grande que ya ni siquiera me importaba tener un plan. 

 

Dí vuelta en la esquina y la tuve frente a mí, con su cabello caramelo cayendo en ondas por su espalda y con su atención clavada en las latas frente suyo. Yo me acerqué nervioso y con las manos llenas de sudor frío, pero me las pude arreglar para saludarla. 

 

—¡¿Huh?! —se sorprendió al verme—, Sebastian, Hola.

 

Ella acercó su manos a su rostro para acomodar sus mechones, un movimiento que puedo decir que hizo por reflejo y ubicó su vista en dirección a sus zapatos. 

 

—¿...Q-qué haces aquí? —tartamudeé en mi flojo intento de iniciar una conversación. 

 

—Uh, me vine a surtir de semillas… —respondió— Tengo que aprovechar cada segundo —su rostro fue decorado con una sonrisa, la cual tenía los bordes un tanto forzados. Y no pude decir si ella cerró los ojos por la naturaleza del movimiento o quería evitar mi mirada— ¿Y qué hay de ti? ¿Qué haces aquí? —devolvió mi pregunta para concluir. 

 

—Me enviaron por unas cosas —contesté con simpleza. 

 

Hannah replicó con un asentimiento a mi respuesta sin salida. El aire era pesado, no porque mis pulmones estuvieran acostumbrados a sentirse abrumados ante la presencia de la ojiverde, sino que esta vez tenía una verdadera razón para mi malestar, y esa era el terrible calor y la falta de aire acondicionado. Era como si una densa nube nos aplastara, aunque siendo sincero, siempre pensé que esa experiencia sería más placentera. Ahora estaba sudando y de verdad quería ahorcar a Pierre. 

 

No encontraba las palabras ni las fuerzas para tocar el tema, y cuando apenas las estaba reuniendo, Hannah hizo un sonido, como si anunciara por adelantado que hablaría, haciéndome perder cualquier esperanza en el proceso. 

 

—Claro… Nos vemos. 

 

La vergüenza creció en mi interior a la par de la ineptitud. Sentía que había algo en mi interior que estaba enjaulado y que quemaba mi garganta, provocándome un sabor amargo en la boca. Tal vez mi cara de decepción fue tan evidente que Hannah la notó, o puede que ella tampoco quería irse, pero sin importar las razones, ella no se movió de su lugar.

 

Mis pies se sentían pegados a las maderas del suelo. Mis manos nerviosas jugaban con un sobre de quién sabe qué en el estante mientras fingía concentración en una actividad tan vanal. Podía sentir su presencia, su mirada clavada en la piel. Pero no pude enfrentarme a ella directamente hasta que una mezcla de curiosidad y necesidad me hizo ceder, y encontrarnos en el llamado espacio tiempo. 

 

Mis ojos se desviaron ligeramente a mi costado, pero fue lo suficiente como para toparme con aquellos orbes verdes, que, por lo usual, puedo imaginarme lo que tienen en mente; pero en ese preciso momento me parecían bosques profundos y misteriosos, un lugar peligroso para cualquier aventurero. 

 

—¿Qué? —pregunté, sonando mucho más brusco de lo que me hubiera gustado. 

 

Hannah dio un pequeño respingo y desvió sus ojos hacia una esquina en el piso, y ahí fue que pude ver los restos de la Hannah que yo conozco. Ella se tocó la nuca y apretó los labios. Sus mejillas comenzaban a teñirse de un leve rubor al igual que sus palabras comenzaban a tropezarse entre sí. 

 

—Nada, solo… uh, yo… —su agarre en la canasta se intensificó— No lo sé. 

 

Veía todo muy lejano a mí, y de hecho, creo que en realidad no era tan consciente de la naturaleza tan incómoda de la situación. Como si fuera un paso en este proceso que estaba atravesando para poder resolver la cuestión principal. 

 

—...

 

—...

 

—¿Cómo está Cody?

 

—¿Uh?

 

Puse sobre la mesa lo primero que se me ocurrió sin siquiera pensar si era demasiado al azar. 

 

—Él está bien… o eso creo. Ayer no lo hallaba. 

 

—¿Dónde estaba?

 

—En el techo. 

 

—¿...Qué?

 

Una risa juguetona salió de sus labios, casi en forma de un suspiro. 

 

—No tengo ni idea de cómo lo hace, pero parece que le gusta el peligro —dijo con una leve sonrisa, la cual intenté imitar sin mucho éxito. 

 

—Creo que tú perro está loco…

 

—Creo que sí.

 

De repente todo era más ligero, se sentía como si hubiera retrocedido en el tiempo y estuviera teniendo esa conversación semanas atrás. 

 

—Lamento lo del otro día —comentó con suavidad . 

 

—Está bien, no te preocupes… ¿Recuerdas algo? —pregunté sabiendo exactamente de lo que ella hablaba y con una extraña sensación de esperanza arraigada a mí. 

 

Su cara palideció y se enrojeció al mismo tiempo, y aunque su respuesta haya sido un no dicho por lo bajo, yo sabía la verdad. 

 

Mentirosa. 

 

Pero lo dejé pasar. 

 

Asentí con cuidado, encontrándome perdido en un callejón sin salida. No sabía si debía retroceder, o al contrario, insistir. No deseaba hacer las cosas más incómodas de lo que ya estaban. 

 

Por fuera ella se veía tranquila, pero me inquietaba conocer cuál era su estado por dentro. 

 

¿Qué más has ocultado?

 

—Estos días estaré libre …B-bueno, estaré en la carpintería ayudando, pero, eh, tú sabes —estaba muriendo un poco muy lentamente con cada palabra que pronunciaba—. Si necesitas ayuda, puedes decirme. 

 

Mi corazón palpitaba en mis oídos y jugué con el borde de mi camisa, prenda de vestir que no que sería tan incómoda de usar si Pierre dejara de ser tan tacaño y pagara el maldito aire acondicionado. 

 

Mis palabras cargaban con más significado que una simple oferta, y esperaba que ella lo entendiera. Porque si bien no soy el mejor dando consuelo, quería ayudar. 

 

Aunque sea un poco. 

 

Pero mi inestable seguridad empezó a tambalear, porque tal vez Abigail sabría darle una solución inteligente, o probablemente Sam la haría reír con algún chiste. 

 

¿Qué puedo darle yo?  

 

—Gracias —dijo Hannah por lo bajo con una pequeña sonrisa reprimida en sus labios—. De verdad, muchas gracias —su voz se quebró en un diminuto sollozo.

 

Mis alarmas se encendieron de inmediato. En un rápido movimiento, alcé mi mano para tocar su hombro, pero había un tipo de campo magnético que me repelía y no pude atreverme a tocarla. Ella se apartó para ocultar su rostro y limpió bruscamente lo que asumí que eran lágrimas formándose en sus ojos. 

 

Ella recordaba. 

 

Aunque no era la única. Esa noche se reprodujo en mi memoria como si fuera un disco rayado. Cada sensación, palabra, el golpe de la noticia. Todo

 

Incluso mi sudadera con capucha que dejé atrás. 

 

Extraño es sudadera. 

 

—Sebatian, ya tengo la manguera.

 

Maru anunció su presencia y me provocó una descarga eléctrica a través de mis venas debido al susto que me dio. Hannah tuvo una reacción inmediata, la cual se podría resumir en ella escapando del lugar. 

 

Ella simplemente saludó de manera rápida a Maru, se disculpó y se retiró para ir a pagar sus semillas. Pude ver su cara entre los mechones de sus cabellos que bailaban al compás de sus pasos: estaba sonrojado, y no sabía si era por la emoción que la embargó, o por la vergüenza de que la vieran en tal estado. 

 

Y entonces me quedé ahí, de pie junto a Maru en el pasillo con una manguera. La ausencia de la pelicastaña hacía que me enfocará en lo cálido y húmedo que era el clima dentro de la tienda, ¿ya dije que odio el verano?

 

—Oye —me llamó la chica morena a mi lado—, ¿tienes la especia?

 

—No.

 

En ocasiones, no encuentro el sentido a mentir 

 

A diferencia de lo que pensé, ella no me regañó, más bien dio una largo y pesado suspiro. Su frente tenía una leve capa de sudor y se le notaba cansada. Maru tampoco es buena manejando el clima cálido. 

 

—Oye… —mi voz era plana como normalmente lo es.

 

Ella me miró expectante a mis siguentes palabras, pero la realidad era que yo ni siquiera sabía por qué la había llamado.

 

—... ¿Mamá tiene sobrantes de madera?

 

—Siempre —confirmó ella con sencillez—. ¿Por qué?

 

—Nada. Voy por la especia. 

 

Pasé de largo a Maru, dirigiéndome al lugar en donde todo había iniciado. Después, me tuve que separar (afortunadamente) de la chica más bajita que yo, abandonándola en su lugar de trabajo y dejándome con dos bolsas repletas de cosas que no estaban escritas en la lista, mucho calor y sin manos libres para encender mi cigarrillo. 

 

Sight .

 

Y conejos. 

 

Los conejos inundaban mi mente. 

 

De madera metafórica o poética, no podía sacarlos de mi cabeza durante todo el camino a la montaña. 

 

Por razones como estas no me relaciono con seres humanos. 

 

Y cuando llegué, fui recibido con la maravillosa noticia de que el aire acondicionado de la casa estaba averiado. 







Notes:

Continuamos con los episodios improvisados.
En un principio, el capítulo iba a ser MUY diferente, pero debido al contexto lo cambié. Creo que esto es a lo que llaman dejarte guiar por la historia o una cosa así...

Si, el chico que hablaba con Hannah es quien piensan, y sí, Sebastian lo juzgó de una manera muy errónea.

Tal vez se pregunten: ¿Qué era ese condimento rojo? Déjenme decirles que ni siquiera yo lo sé. ;)

Oficialmente me gradué, o más o menos, y lo único que puedo decir es gracias A, si no fuera por ti, nunca hubiera creado esta cuenta ni hubiera tenido el valor de compartir esta historia junto a otras <3

Atte-June ❤️

Chapter 20: "Hola"

Notes:

Hola, creo que desaparecí por mucho tiempo, pero bueno, gracias por seguir aquí<3
Tenía muchas ganas de terminar este capítulo y publicarlo, por lo que perdonen si hay errores ortográficos etc, etc. Tengo sueño :')

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

—Ufff… Ese fue el último.

 

Yo y la mujer de cabellera pelirroja recogida a la cual llamo mamá, estábamos exhaustos por el trabajo que habíamos estado realizando desde temprano en la mañana. Tal vez más yo que ella. 

 

Desde que era pequeño he colaborado en la carpintería con mi mamá. Ella me enseñó los tipos de madera, herramientas, a hacer planos, cortes…, creo que le debo a ella mi gusto por crear cosas.

 

Mi mamá ama su profesión; ella podría hacer cucharas de madera todos los días y nunca se cansaría. Durante años ha sido la carpintera del pueblo por excelencia, siendo reconocida por sus magníficos trabajos y gran dedicación, aunque por supuesto, no siempre fue así. Mis abuelos nunca apoyaron a mi mamá, por lo que se mudó a Pueblo Pelícano junto a su novio apenas cumplió los 18, para así dedicarse a lo que a ella le gustaba.

 

Estoy seguro de que nada salió realmente como ella planeaba, pero siempre me ha dicho que no se arrepiente de absolutamente nada, en especial de mí. 

 

—Bien —se sacudió los restos de polvo que cubrían sus guantes—, empecemos con ese trozo de ahí. 

 

—¿Qué es lo que harás? —pregunté quitándome la gorra que traía puesta para limpiarme el sudor de la frente. 

 

—Parece que la cabra de Marnie está preñada y ella quiere expandir el corral —sus manos se movían hábilmente por la cobertura de madera, estudiándola con cuidado y asegurándose de que fuera del ancho adecuado. 

 

Estábamos teniendo esta conversación en el taller de mi madre. Ese lugar repleto de madera, herramientas y aserrín acomulado. Puede que ella sea muy meticulosa con sus proyectos, pero la limpieza nunca ha sido su fuerte. De eso se encarga Demetrius. 

 

—Pensé que no tenía dinero —confesé. 

 

—Yo también, pero bueno —tomó su sierra y cortó la madera con un movimiento que iba y venía—, no creo que Lewis le dé de los impuestos del pueblo para pagarlo —bromeó ella y se rio de su propio juego. 

 

—Si…

 

No creo. 

 

—Estoy cansado —suspiré dramáticamente contra la pared. 

 

—Oh, vamos, cuando eras niño tenías mucha más energía que esto. 

 

Es cierto, de niño podía estar corriendo por todos lados, escalando, cayéndome, y levantándome todo el día y sin parar; o al menos así era hasta que crecí un poco más y conocí el maravilloso mundo de lo ficticio y la comodidad de la soledad. Y de esta manera, eventualmente perdí el interés en la realidad, pues a mi parecer, ya había visto y conocido todo en este valle. 

 

—No todos tenemos una fuerza brutal como la tuya —suspiré irritado. 

 

—Hah, vamos, cuando Maru me ayuda no se queja… o al menos no tanto como tú. 

 

—En ese caso le hubieras pedido ayuda ella —refunfuñé molesto girándome contra los estantes para tomar algunas piezas de madera. 

 

—Porque ella estaba ocupada en su sótano haciendo quién sabe qué —se defendió mientras se acercaba. Ella tomó mi rostro entre sus manos—, y además, nadie hace grabados tan lindos como tú —terminó por añadir y no respondí a eso— Supongo que te eduqué bien —sonrió arrogante. 

 

Me liberé de su agarre y puse los ojos en blanco mientras ella se reía en mi misma cara. Casi caía en su trampa. 

 

—Yoba, ¿qué pasó con mi dulce y tierno niño? ¿En qué momento creció tanto y se volvió un amargado? —su tono era como el que usarías cuando hablas con un bebé. Entonces ella se estiró a un estante cercano y tomó una pequeña y desgastada caja de madera mal hecha—. Aún recuerdo cuando me diste esto —rió con suavidad y observó con ternura la pequeña pieza. 

 

Conocía bien esa vieja cajita cuadrada. La hice cuando era un niño porque quería regalársela a mi mamá, es por ello que tomé los primeros materiales que ví y me puse manos a la obra. Fue el primer trabajo que realicé por mi propia cuenta y lo terminé en cuestión de días. Cuando se la dí, la felicidad la desbordaba, y es hasta el día de hoy que conserva ese pedazo de madera como si de una reliquia se tratara. 

 

—Creo que lloré durante dos días cuando me diste esto —comentó con la cajita en manos.

 

—Es horrible —dije sin reparos y solté un quejido cuando me dio un golpe con el codo enojada. 

 

—No insultes el trabajo de mi hijo.

 

Solté un resoplido, que en la manera en la que lo hice, parecía una ligera risa. A pesar de que era vergonzoso, muy en el fondo estaba feliz de que aún la conservara, pero era cansado que la sacara a relucir cada que se acuerda. 

 

—Cariño, aunque tú no quieras, siempre serás mi ayudante número uno —dijo con dulzura y con su mirada enternecida cargada de cariño. Me dio un beso en la frente y puse cara de asco con un quejido, pero rápidamente cambió de tema—. ¿Terminaste con los detalles de aquellos marcos?

 

Yo asentí con la cabeza y afirmé. 

 

—Bien, pronto tendremos que iniciar con el barco de las medusas —continuó. 

 

Todos los años, mi mamá hace el barco para la ceremonia que da final al verano. Si bien no soy un fanático de la estación, esta es curiosamente una de los festivales que más disfruto. Desde niño recuerdo haber asistido cada año a ver a esas extrañas medusas brillantes y quedando deslumbrado por lo asombroso y simple del acto. 

 

—Supongo que tendremos que dar otra vuelta por el bosque… —dio unos golpeteos con las yemas de los dedos contra la mesa de caoba repleta de aserrín que se pegaba a su mano— Oh, por cierto, ya no tienes trabajos pendientes, ¿no? ¿Podrías echarme una mano en la granja con el granero? —ella hizo una pequeña pausa, pero no me dio tiempo para darle una respuesta—. Estoy segura de que Hannah lo agradecería

 

Sabía lo que estaba intentando hacer. Lo sabía muy bien. Y eso hace aún más lamentable de que haya aceptado por la simple implicación de la chica de ojos verdes que no me había podido quitar de la cabeza, tal y como si fuera una droga. 

 

Hoy casi lo había logrado. 

 

Cuando dije que sí, mi mamá sonrió y aplaudió como si hubiera sido un milagro, como si ella no supiera que me había puesto entre la espada y la pared. 

 

Después de eso nos pasamos el resto del día cortando y lijando madera. Mi mamá ya tenía hechos unos planos con antelación e intentamos seguirlos al pie de la letra. La luz clara que se colaba a través de la única ventana se transformó eventualmente en una color anaranjada, pintando así las paredes del interior de unos tonos cálidos que combinaban a la perfección con el estilo hogareño de mi madre. 

 

Me gusta trabajar con ella, de vez en cuando, claro está, pero disfruto la manera en la que en estas estrechas cuatro paredes parecemos ser solamente nosotros, como cuando yo era joven y era su pequeño ayudante. Pero sin duda nada supera el aprecio que le tengo a trabajar frente a mi computadora por horas. 

 

Cuando la luz del día nos abandonó al punto de que tuvimos que encender el interruptor, mi mamá decidió que era buen momento para preparar la cena con los ingredientes que había comprado hace poco, y en efecto, comeríamos estofado de setas y la idea no me entusiasmaba para nada. 

 

Tenía muchas cosas en mente. Preocupaciones que iban y venían, pero que al final de todo solamente se acomulaban en el fondo de mi mente: El concierto, los nuevos proyectos de carpintería, el cómo debería de organizarme, la posibilidad de que el señor Young hiciera su reaparición con un nuevo trabajo, cómo sobreviviría a este verano, Hannah y, por último, la maldita figura de madera la cual no conseguía que se pareciera a un conejo. 

 

Nunca ha sido fácil realizar este tipo de trabajos, pero nunca lo había sentido tan difícil como en ese momento. El material era el mismo al igual que las herramientas y la técnica, pero de alguna forma no lograba alcanzar mis expectativas. Es inusual que yo dé un obsequio hecho a mano, pero simplemente la idea no había salido de mi cabeza. Sabía que a ella le gustaba lo que yo hacía, y sabía que tal vez un regalo la haría feliz en un momento tan complicado, pero el problema era que, de manera simple, mis manos no tenían ni la más mínima idea de qué hacer. Estaban totalmente desconectadas de mi centro de control. 

 

Las orejas estaban ligeramente disparejas, el cuerpo era un poco más grande de lo usual, el hocico muy redondo y las patas no eran tan largas como las suelo hacer. Es más, cuando finalmente lo tuve entre manos me cuestioné incluso si este no era un regalo muy básico o aburrido. Pero yo sé que es probable que haya visto al pobre e inocente conejo con un ojo muy crítico debido a mi frustración. 

 

Así es, buscaba perfección debido a que estaba molesto.

 

Porque le había enviado un mensaje a Hannah por la mañana y ella no había respondido. 

 

Desde la mañana, pasando el mediodía y hasta el atardecer había estado esperando una notificación y revisando constantemente el volúmen de mi celular y mi bandeja de notificaciones, algo que solo hago cuando estoy cazando ofertas en rentas de departamentos en Zuzu. 

 

Estaba enloqueciendo por la incertidumbre y lo único que pude hacer para no caer en la locura fue salir a fumar. Tomé el encendedor de mi bolsillo habitual y deslicé el cigarrillo entre mis labios. La noche había empezado a caer, pero todavía era capaz de ver el entorno. Dí vuelta a la casa y caminé a un lugar sin rumbo, era como si mis pies se hubieran puesto en modo automático y me llevaran a donde sea. 

 

El aire era cálido y formé nubes de humo en el aire hasta desvanecerse en el cielo. Mi mente estaba ocupada pensando en todo y a la vez en nada. Un lienzo en blanco que solamente se guiaba por lo que sentía y veía. 

 

En la penumbra de mi bolsillo, tracé en secreto la silueta del pequeño conejo y pensé; pensé en lo mucho que quería verla y asegurarme de que todo estuviera bien. Para ese momento ya estaba frente al lago, no lo había notado, pero fue gracias al croar de las ranas que salí de mi ensoñación; estaban a la orilla del agua, escondidas entre la hierba alta. 

 

Dí una gran calada a mi cigarrillo que se amoldaba a la perfección entre mis anudados dedos, dejando una marca irreversible entre mi dedo índice y el medio. Muchos consideran el fumar como un hábito desagradable, y tal vez lo es al igual que el resto de los vicios; inclusive yo mismo lo considero de esta forma, pero es irónico ver la manera en la que desprecio la práctica a la vez que no puedo vivir sin ella. 

 

La primera vez que probé el cigarro fue a los 16 años debido a que un grupo de compañeros me lo ofrecieron. La típica historia de querer encajar. 

 

Nos estábamos ocultando en un callejón para saltarnos la escuela y recuerdo la manera en la que el denso humo picó mi garganta y quemó mi nariz. Mis compañeros se rieron ante la escena sin darle mucha importancia y no volví a probarlo hasta unos meses después, esta vez por mera y banal rebeldía acompañada de una ligera curiosidad. 

 

Esos días se veían demasiado lejanos ahora mismo y no los extrañaba en absoluto. 

 

Aparté mis mechones revueltos lejos de mis ojos para despejar mi rostro y poder observar por un último segundo la increíble vista que tenía frente mío y disfrutar de un poco más de la paz de la soledad. 

 

Pero como siempre, mi mala suerte me atacó. 

 

O al menos eso creía al principio. 

 

Escuché pasos a lo lejos, no tan ligeros como para ser de algún animal. Me preparé para salir huyendo de vuelta a mi casa con tal de evitar el contacto con cualquier ser humano a toda costa. Mientras retrocedía inconscientemente, algo de la silueta que se aproximaba me contuvo en mi sitio. 

 

La hierba crujía bajo los pesados pasos y unos jadeos se aproximaban, y con mi pulso elevado a niveles mortales me preparé al peor escenario: un asesino en serie, Sam, algún fantasma a los que soy reacio a creer… No importa qué fuera, tendría que hablar con él. 

 

La oscuridad da pie a que las paranoias se disparen. 

 

Entonces, la extraña entidad salió de la penumbra y reveló su identidad ante mí. Mi voz se atascó en mi garganta y tiré lo que quedaba de mi colilla al suelo y lo restregué contra la tierra húmeda, como si un profesor me hubiera atrapado fumando detrás de la escuela. Usualmente no me suele importar si alguien me ve haciéndolo. 

 

—... Hola.

 

Los par de ojos verdes que llevaban rondando por mi mente toda la tarde estaban justo frente a mí. 

 

Su voz fue baja, casi un susurro que se perdía en el aire. Pero aún a pesar de la considerable distancia, la oscuridad o los suaves ruidos que llenaban nuestro ambiente, fui capaz de escuchar sus palabras. Creo que educarme a mí mismo en la quietud me ha enseñado a prestarle atención al más mínimo sonido. 

 

—Hola —repliqué luego de una exagerada cantidad de segundos después. 

 

No nos acercamos, más bien mantuvimos nuestros respectivos lugares. Lejos el uno del otro. Mis ojos se dedicaron a divagar por todo el sombrío espacio, pero entre rápidos movimientos, pude apreciar de manera superficial el aspecto de Hannah. Ella vestía su ropa cómoda usual al igual que su rebosante mochila, sin embargo ella se encontraba más sucia y exhausta de lo usual: Su cabello era en teoría un desastre y ella estaba cubierta de manchas de lo que asumía era tierra. 

 

Ella lucía quieta mientras me miraba atentamente, como si esperara lo que iba a decir a continuación. 

 

Mis manos comenzaron a sudar y mi cuerpo fue envuelto en un repentino calor. Ni sabía si era el efecto del verano, los nervios o ambos. 

 

Sentía que no la había visto desde hace una eternidad, pero la ví hace relativamente poco, pero mi percepción del tiempo seguía siendo tan mala como siempre pues, a mi percepción Hannah tardó  milenios en volver a hablar, aunque en realidad sólamente fueron un par de segundos. 

 

—¿Qué haces aquí? —preguntó tropezando ligeramente con sus palabras. 

 

—Nada —respondí tratando de aparentar estar tranquila cuando la verdad era que toda mi paz había saltado por la ventana hace mucho tiempo. Había un tipo de aire incómodo que nos rodeaba el cual no terminaba de comprender y no me gustaba para nada— Solo caminado, ¿y tú? 

 

Dí un paso hacia adelante seguido de otro con intenciones de continuar con la conversación. Entre las sombras visualicé un destello plateado, fino y alargado. Solo un poco de imaginación bastó para que dedujera dónde había estado. 

 

—Fui a las minas, acabo de salir y bueno…- Me  perdí. Se supone que solo iría por un poco de carbón pero… eh… —balbuceaba y explicaba con nerviosismo— cosas pasaron y no encontraba la salida, y cuando encontré el elevador estaba averiado y-... —interrumpió abruptamente su relato—. Deja de reírte —reprochó con un diminuto puchero

 

—No me estoy riendo —me defendí. 

 

—Estás sonriendo. 

 

Era extraño. Todo era extraño. Era como si no recordáramos nada en absoluto de la última semana, pero muy dentro de mí se sentía bien con ello. 

 

—No es lo mismo —debatí está vez cediendo a una pequeña risa aireada, producto de su pequeña historia y de su cara enojada—. ¿Había muchos monstruos? —arqueé una ceja  y señalé su espada la cual estaba cubierta de una sustancia viscosa. 

 

—Uh, algunos —dijo a la vez que miraba su espada, al parecer no esperaba que la señalará. 

 

—...

 

—...

 

—…¿Te lastimaron? —la pregunta salió naturalmente de mí y me produjo un suave cosquilleo en el interior de mi pecho. —Es decir, la última vez tú… —no completé lo que iba a decir pues supuse que ella ya había descifrado a lo que me refería.  

 

—Tranquilo, nada pasó —dio una sonrisa complacedora—. Soy más fuerte de lo que parezco. 

 

Yo la observé por un momento. No había vendas en sus brazos, pero sí algunos moretones y ligeras magulladuras en sus manos. Y algo en mi interior se retorció una pequeña cortada en su mejilla derecha. Era casi invisible; pero en ese instante lo único que quería hacer era tomarla y cuidar de hasta la más mínima de sus heridas. Quería tomar la responsabilidad

 

—Aun así me preocupo. 

 

Sus ojos se abrieron como platos y por fin miraron a los míos, tal vez confundidos pero no duró mucho la vergüenza. Unos instantes después regresaron a la hierba debajo de nuestros pies.

 

Nos habíamos quedado en silencio de nuevo. La luna se había posicionado arriba nuestro sin que lo notara y los grillos habían comenzado a cantar su canción secreta.

 

—Lo siento —su disculpa apareció tan de la nada que quise preguntar al respecto, pero ella continuó hablando—. Tu… me has ayudado mucho, y yo lo único que he hecho es causarte molestias —suspiró pesado y se acomodó un mechón detrás de la oreja sin cruzar miradas conmigo y yo no comprendía nada—. De verdad lamento lo que pasó esa noche,  en Pierre's, y por haberte estando evitando, yo solo … —ella tomó su hombro con la mano y la deslizó débilmente hasta lograr abrazarse a sí misma— no estoy acostumbrada a que alguien me vea en un estado tan patético. 

 

Y no pude contenerme. 

 

—No eres patética

 

Se me quedó mirando, su expresión de consternación había sido borrada y reemplazada por una de sorpresa. Tomé sus hombros y la miré de frente.

 

—No eres patética y tampoco una molestia —reafirmé—. Tú eres la persona más fuerte que he conocido

 

Entonces observé cómo su expresión desmoronó en una mueca que reprimió sin dudarlo, pero en sus orbes se habían acumulado pequeñas lágrimas que no saldrían. 

 

—Gracias 

 

Ella acomodó su cabello detrás de su oreja, probablemente por reflejo ¿O cómo alguna táctica para desviar la atención? Sin importar qué fuera yo deslicé mis manos lejos de ella.

 

Continuamos parados uno frente del otro en silencio. En este punto ya no había nada que decir, y lo poco que se pudiera agregar sería por mero relleno. A pesar de eso, de que a Hannah muy seguramente le dolía todo el cuerpo y de que ambos podíamos ver de lejos el momento en el que uno de los dos diera pie a la despedida, seguíamos mirándonos el uno al otro como si estuviéramos comprándole segundos al tiempo, a la expectativa de que el otro dijera algo más. Pero mi mente ya estaba muy en blanco como para tomar la iniciativa. Es curioso como Hannah me hace sacar ese lado de mí que desea hablar tanto como escuchar, porque si hay algo que me ha enseñado ella es que nunca la conozco lo suficiente. Siempre hay algo nuevo que aprender sobre ella y me había dado cuenta que no me molestaba la idea de descubrirla por completo. 

 

Inevitablemente nuestro tiempo se acabó y nos vimos obligados a renunciar a nuestra compañía silenciosa. 

 

—Creo que ya me tengo que ir… —dijo rompiendo el interminable silencio que nos arropaba y volviéndose al camino disperso entre los árboles. 

 

Me sentí inexplicablemente decepcionado. 

 

—Adiós. Está oscuro, ¿estarás bien? —agregué al final observando el sendero que tenía a su lado. 

 

Estaba un poco inquieto por el hecho de que ella caminaría sola por la noche entre la oscuridad, pero confíe en que nadie se atrevería a hacerle daño a alguien que porta una espada. 

 

Hannah dio una pequeña risita por lo bajo y jugó con las tiras de su mochila. El sonido me pareció muy bonito, y pensé que en general siempre me ha gustado su risa, y después pensé en la probabilidad de que la risa de Hannah sea uno de mis sonidos favoritos. 

 

—¿No confías en mí? —cuestionó ella—. Tranquilo, estaré bien. 

 

Solté un ligero bufido y peiné el cabello que caía al costado de mi cara; su ligera sonrisa podía convencer a cualquiera. El viento de la montaña silbaba entre sus surcos, no era tan frío como lo es en otoño, pero era refrescante considerando lo intenso que eran los rayos de sol al mediodía. 

 

—Bien —susurré. 

 

—Bien… Entonces nos vemos. 

 

Ella murmuró un "hasta luego" y dio media vuelta. Ví cómo se desvanecía eventualmente entre las sombras, y aunque yo debía de ir por el mismo camino, consideré que sería extraño acompañarla luego de despedirnos dos veces. 

 

Estaba dispuesto a observar el lago por un rato más hasta que unos pasos que se acercaban me hicieron dar la vuelta. 

 

—Antes de irme —Hannah había regresado me puso algo en la mano—. Es en agradecimiento por todo.

 

Fue inesperado y rápido. Era probable que la sorpresa estuviera implícita en mi cara, pero fue más aún notable cuando Hannah envolvió mi cuello con sus brazos en un muy veloz abrazo. Afortunadamente no traía su espada en manos. 

 

—Nos vemos —dijo con fuerza a la vez que retomaba su camino con apuro. 

 

Y ahí estaba yo: De pie en plena oscuridad y procesando lo que acababa de suceder. Revisé lo que se hallaba en mi mano por instinto y me congelé en el tiempo al verlo: Una pieza cristalina perfectamente formada y con un leve brillo que la cubría. 

 

Era una pieza de cuarzo. 

 

En ese preciso instante quería correr, alcanzarla y darle las gracias, pero solo me limité a sonreír como un tonto. 

 

Más tarde esa noche, mi celular vibró en mi bolsillo después de la cena. Era un mensaje de Hannah que adjuntaba una foto y decía así:

 

"De cuando Cody subió al techo."

 

Y de esta forma, sentí cómo todo volvía a una relativa normalidad. 





Notes:

Tuve una clase de bloque creativo, espero que pase pronto, pero siendo sincera, no tengo ni idea de dónde estoy parada ahora mismo, así que perdón si el capítulo no es muy bueno ._.
Cómo verán, sigo sin tener mucha creatividad a lo que respecta los títulos... Literalmente fue lo primero que se me ocurrió.

Sebby carpintero es lo máximo ❤️

No tengo mucho que decir así que, ¿Cómo están? Espero que bien.

Y por cierto, YA ES EL CAPÍTULO 20, WOW. Quiero aprovechar para agradecer a todas las personas que leen esta historia desde el principio, que acaban de llegar o hasta los que comentan. Todos ustedes son geniales <3

Gracias por los últimos meses. ❤️❤️❤️

Atte-June ❤️

Chapter 21: Dos fallos, un acierto

Notes:

Holi <3
No sé por qué, pero siempre termino publicando tarde por la noche...

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La habitación de Sam era un desastre: Ropa por ahí, latas de refresco por allá. Ese tipo viviría en un basurero si no fuera por su madre. 

 

Abigail estaba ahí con nosotros ocupando su respectivo lugar en la batería. Desde que la integramos a la banda la tonada de las canciones adquirió un ritmo especial. Se siente bien estar con ellos dos de esta manera, porque cuando se trata de la banda nos podemos entender entre nosotros. Como si hubiera una clase de conexión telepática que compartimos. 

 

Sin embargo no siempre compartimos una misma idea. 

 

El problema de hoy era que, al ensayar la nueva canción, a Abigail no le convenció del todo el coro diciendo que no era tan pegadizo como el resto del álbum. Sam no es del tipo que se moleste si critican su trabajo, más bien lo aprecia mucho si viene de uno de sus amigos; pero se podía ver el desconcierto en su mirada ante el solo pensamiento de tener que cambiar la canción. 

 

Me sentí un poco mal por él. 

 

Pero siendo honesto, Abby tenía razón. 

 

—Bien, entonces —el rubio daba vueltas por toda la habitación haciendo movimiento extraños con las manos, tal vez en un intento de atraer la inspiración hacia él— ¿qué tal si añadimos un remix de sonidos? ¿O que lo acompañe un silvido? No, lo tengo… —se posó frente a Abigail con una mirada de un loco al borde de la desesperación en sus ojos. En este punto de seguro ella se arrepentía de haber abierto la boca— ¿Qué tal si tú y yo hacemos un dueto?

 

—Está bien, es suficiente —espetó ella apartando a Sam y a su sugerencia sin reparos—. No lo haré. 

 

—¿Por qué? —chilló el rubio a la vez que seguía a nuestra baterista—. Es una canción sobre amor, ¡quedaría perfecto! 

 

La escena que contemplaba desde mi cómodo rincón lucía sacada de una comedia: El niño caprichoso implorando a su madre testaruda que le comprara un caramelo en la tienda. Ambos cumplían muy bien con sus papeles, pero todos sabíamos que todo estaba en contra de nuestro querido amigo rubio. 

 

—Eso no importa —respondió Abby— pero lo que no entiendo es por qué incluir una canción como esa, es decir, ¿de verdad queda bien con el tema del álbum?

 

—¿Creo que sí? —su afirmación sonó más como una pregunta— El tema es amar a la vida, creo que el amor entra en la categoría…

 

—¿Me recuerdas por qué lo elegimos? Como sea —redirigió la conversación de nuevo a su lugar—, a lo que me refiero es que suena muy plana, ni siquiera parece que tuvieras novia —se cruzó de brazos un poco derrotada. Como si estuviera viendo un callejón sin salida y estuviera analizando cómo saltarlo. 

 

Las canciones de Sam suelen ser muy enérgicas y llenas de vida, por lo que era difícil que él creara una melodía tan serena como esta, la cual desentonaba en su totalidad con el resto de los títulos. No estaba en contra de que él experimentara con un nuevo ritmo, pero la verdad era que podía ser mejor. 

 

La habitación se había quedado muda ya que los balbuceos sin sentido de Sam se habían detenido, y no fue hasta ese momento que noté que era la voz del chico la que llenaba el espacio de ruido. 

 

—N-n-n-n-no, no tengo n-novia.

 

Eso fue lo único que salió de su boca. 

 

Su cara estaba hecha un tomate y jugaba nerviosamente con las cuerdas de su guitarra eléctrica, la roja que su madre le regaló hace años. 

 

Nuevamente el habla abandonó al pobre rubio, cosa que era sumamente extraño tratándose de él. Ver a un extrovertido como Sam actuar tímido es un fenómeno que sólo ocurre en ocasiones determinadas en donde tiene que pasar algo en especial que ponga al sujeto con la guardia baja. Es todo un arte y un reto a la vez.

 

Observamos el rostro enrojecido del oji verde con detenimiento, incrédulos ante su reacción; y después de procesarla por completo, nos dedicamos a indagar en el asunto como buenos amigos entrometidos que somos Abigail y yo. 

 

—Pensé que Penny y tú habían comenzado a salir —me uní a la conversación. 

 

—No, es decir, si, pero no —balbuceó—. Hemos hablado solamente. 

 

Parecía una colegiala enamorada con esa sonrisa tonta tatuada en la cara y esa forma tímida de contestar. 

 

—¿Entonces todavía no han tenido una cita? —preguntó Abby. 

 

—Bueno… No en realidad… —de repente su nube de amor se esfumaba— La he acompañado al parque con Vincent y su amiga de vez en cuando. 

 

Primer fallo. 

 

Relación ambigua. 

 

Me había trasladado a la cama de Sam cuyas sábanas estaban fuera de su lugar y en donde estaban un par de calcetines azules con rombos. No soy bueno en el romance. Ni un poco. Lo único que sé es por los simuladores de citas y por un par de relaciones que duraron escasos meses y no llevaron a nada. Sin embargo, Abigail, que estaba sentada a mi lado mirando atónita a Sam, tenía un poco más de suerte. Ella es la reina de los juegos otome y también la que rompió el récord del grupo en conservar por más tiempo una relación, la cual por desgracia terminó el otoño del año pasado (de hecho, tenemos un club secreto en contra de su ex). Como sea, lo que trato de decir es que ella es la más experimentada respecto a este campo, lo cual es irónico considerando que nunca se dio cuenta de lo que sentí por ella hace años. 

 

Ella apoyó los codos en las piernas y fui capaz de ver su mirada analítica comenzar a trabajar. 

 

—¿No crees que ya es un buen momento para invitarla a salir? —lo instó a reflexionar. 

 

—No lo sé —dudó—, tal vez si espero un poco más…

 

—Yoba, has esperado por ella desde hace siglos —lo interrumpí—, claro que es momento.

 

—¡Pero no quiero estar a solas con Penny! —exclamó—, no quiero decir algo estúpido y arruinarlo.

 

Segundo fallo. 

 

La duda. 

 

Sam dejó atrás su guitarra y se lanzó a la cama, haciendo rebotar el colchón. Dio un largo y frustrante suspiro contra su almohada y Abby y yo nos miramos mutuamente. Sam puede ser verdaderamente tímido cuando quiere, tanto que da lastima. 

 

—¿Quieres que la invitemos a la taberna el viernes? Así no estarán solos —ofrecí lo primero que se ocurrió

 

—No, ella odia ese tipo de lugares —habló contra su almohada. 

 

—Entonces… ¿Al cine? —Abigail pensó en opciones— ¿A ella le gusta el cine? O tal vez… ¿Qué hay de la playa?

 

Uhg. 

 

—No creo que-

 

—¡Es perfecto! —gritó Sam. 

 

Su ánimo volvió de la nada y se arrastró hasta la pequeña chica. 

 

Odio la playa. 

 

Simplemente la odio. 

 

Odio la arena en mi ropa, el viento que arrastra montones de tierra, el olor a sal en el ambiente, personas gritando y empujándose, la humedad en el aire, el sol que pica mi piel, los numerosos ojos que siento sobre mí, pero sobre todo:

 

Mi sensibilidad a los rayos solares. 

 

Tenía que hacer algo al respecto en nombre de mi supervivencia. 

 

—Pensé que a Penny le gustaba el cine —mencioné en una táctica muy mala. 

 

—Oh, le gusta, pero hace poco me dijo que le gustaría ir a la playa pero que no quería ir sola —sonrió—. ¿Es una buena oportunidad, ¿no?

 

—Si, y de paso la verás es bañador, pervertido —insinuó la peli púrpura.

 

La cara de Sam se encendió en tiempo récord y se trató de defender con pobres tartamudeos sin mucho éxito. Conociéndolo, él no habría pensado en aquella posibilidad hasta que estuviera frente a Penny el mismo día del encuentro. 

 

—Bien, entonces ¿cómo la invito? —cuestionó Sam ya más confiado. 

 

Acierto número uno. 

 

Determinación. 

 

—Sólo pregúntale —respondí con simpleza, aún tratando de descubrir cómo quitar a la playa de los planes, pero a como iba la situación lo más factible era eliminarme a mí mismo del plan. 

 

Abigail estaba a punto de decir algo cuando dos golpes en la puerta nos interrumpieron. Sam gritó adelante y la puerta rechinó al abrirse. En un principio pensé que era su mamá, pero después recordé algo importante.

 

Jodi nunca toca para entrar. 

 

Ella no tuvo la oportunidad de saludar debido a que Abigail la atrajo con un abrazo. Hannah había sido invitada al ensayo de esa tarde, pero se disculpó diciendo que estaría ocupada todo el día, y puedo decir que realmente así fue. La mañana de ese día había ido a ayudar a mi madre a reparar su granero, sin embargo, contrario a todo lo que predecía, aquella granjera había salido desde muy temprano a realizar diversas actividades que solo ella sabe cómo hacerlas en un mismo día. Fue un poco decepcionante no haber podido verla, pero al menos Cody era buena compañía. 

 

Hannah dio un saludo en general y sonrió, y aunque mi ansiedad respecto a ella había disminuido mucho desde que todo se puso relativamente en su lugar, todavía sentía una curiosa necesidad por acercarme a ella muy parecida a la que sentí esa noche. Todavía no puedo creer que haya actuado con tanta libertad con ella, pero trataba de no pensar mucho en ello. 

 

—Vine a dejarle algunos pedidos a Jodi y quise pasar a saludar —comentó la peli castaña—. ¿Cómo les fue? 

 

Abigail le hizo un resumen extendido de nuestra reciente sesión y Sam se vio propenso a mostrarle él mismo con su guitarra las canciones. Hace meses se me hizo extraño lo rápido que habían incluido a Hannah al grupo, pero ella no tardó en acoplarse a las preguntas incómodas y chistes malos. Supongo que hace tiempo qué necesitábamos a alguien nuevo entre nosotros. 

 

—Oye, Hannah —Abby llamó su atención y ella correspondió—, ¿te gustaría venir con nosotros a la playa?

 

—Uh, claro. Tendría que revisar mis horarios pero me gustaría —aceptó con una sonrisa y sus mejillas sonrosadas ligeramente. 

 

Y así mi plan anti plan de playa se fue por el desagüe. 

 

—Habrá un buen clima para nadar —mencionó Sam—. Seb, ¿seguro que querrás venir?

 

Ellos saben que detesto la playa, pero en este punto su consideración no me servía de nada. 

 

—Ya qué… —mascullé a regañadientes mirando mi terrible destino. 

 

Sam gritó de alegría y me levantó del suelo en un abrazo. Molesto, le ordené que me bajara pero en ese instante todo era en vano. Nada más observé a las chicas en el marco de la puerta; una riendo de manera más escandalosa que la otra. 

 

Mis ojos se encontraron con unos orbes verdes con un peculiar lunar debajo de uno de ellos. Ella me dedicó una pequeña sonrisa y el pecho se me apretó levemente. Porque eso me pasa cada vez que la tengo frente a mí: me siento feliz de que me mire y al mismo tiempo tengo miedo de cometer alguna estupidez. 

 

Tal vez soy más parecido a Sam de lo que creía. 

 

Lo único que me quedaba por saber era cómo obtener determinación. 

 

 

Notes:

Este capítulo fue corto, pero disfruté escribiéndolo.

Todos los fallos de Sam han sido los de Seb. Tengo la esperanza de que pronto cometa un acierto :')

Llevo preguntándome esto un rato y la verdad es que no sé si cambiar la categoría (?) De la historia a "T" aunque realmente no lo veo necesario todavía.

Espero que estén bien y gracias por leer \:D/

Atte- June❤️

Chapter 22: Pésimos gustos

Notes:

Estoy feliz de haber publicado en tan poco tiempo ^^
Lo único malo es que me inspiro a horas en las que debería de dormir :'l

Espero estén bien, gracias por leer y buenas noches!❤️

Atte- June❤️

28/julio/23
Estoy revisando el capítulo y hay muchas faltas de ortografía. Una disculpa :'l

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

 

 

Ser ayudante de carpintería no es tan caótico ni estresante como algunos esperarían, tal vez debido a que mi mamá normalmente no deja que nadie interfiera con su trabajo por lo que ella carga con la mayor parte del proceso de construcción. Yo por lo usual, además de los pequeños detalles, sirvo para cargar madera, pasar clavos, sostener cosas, dar recados y traer bebidas. No es algo del todo difícil, pero sí es cansado. 

 

Esa mañana me levanté mucho más temprano de lo que acostumbro, no por la alarma que todos los días ignoro, sino que porque mi mamá prácticamente emergió de la nada y me despertó de la manera menos sana posible. Después de eso pasé a desayunar junto a todos a la mesa. Eso no es algo que suela hacer todos los días, pero ya que mi mamá inicia con la carpintera desde temprano no tenía elección. Mi tiempo en la mesa fue relativamente tranquilo hasta que mi mamá mencionó hacia dónde me iba a llevar. 

 

—¿Cuánto crees que van a tardar con el granero? —interrogó Maru con medio mordisco de pan tostado en la boca. 

 

—No lo sé —contestó mi mamá—, una semana con suerte. Es cuestión de reforzar solamente. Además, Sebby me ayudará —ella revolvió con esmero mi cabello hasta que el peinado que con tanta dedicación había hecho se desmoronó, cosa de la cual me quejé, pero que no servía de nada. Su boca se curvó en una cálida sonrisa, esa que había conocido desde que nací, y después vació más huevo revuelto en mi plato a pesar de que no lo había pedido. Sé lo mucho que le gusta que trabaje con ella, pero mi cabello es sagrado. 

 

—Eso es genial —comentó Demetrius—. Es bueno que salga de ese sótano.

 

Una punzada picó mi nuca y la mesa quedó suspendida en un silencio incómodo por medio segundo. 

 

—Oye, ¿y cómo te fue en tu investigación de ayer, papá? —farfulló Maru en un intento desesperado por desviar la conversación a un sitio lejos de la zona de guerra, ya que ella es el tipo de persona que detesta las peleas. 

 

—Estoy en ese sótano porque ahí es donde trabajo —mascullé. 

 

Pero la paz nunca fue una opción. 

 

Intenté quedarme callado, de verdad intenté extinguir el fuego de sus palabras y terminar con mi comida en silencio, pero mi instinto más bajo, del cual no tengo control, supo que hacer lo que mi sentido común planeaba haría que mi garganta terminara chamuscada de la rabia acumulada. 

 

A menudo no somos como queremos ser. 

 

El hombre moreno sentado junto a mi madre me observó con una calma intranquilizante. Me miró a los ojos de manera retadora y desaprobatoria, igual a como cuando nuestros desacuerdos se vuelven grandes. Siempre supuse que era para intimidarme. Ninguno iba a salirse de la línea, ya que de lo contrario significa que admitía la derrota, y somos lo suficientemente inmaduros como para tomarnos esta estupidez en serio. Los ceños estaban ligeramente fruncidos y mi lengua estaba preparada para escupir veneno. En lo personal no me considero alguien susceptible a buscar peleas, pero el solo pensar en que este hombre se salga con la suya me hace querer vomitar. 

 

—Me refería a un trabajo de verdad —finalizó de forma contundente a la vez que perforaba su comida con el tenedor. 

 

Eso me hizo enojar, y sin darme cuenta estaba clavando mis uñas recortadas contra mi palma. Iba a devolver el golpe, todavía no sabía cómo, pero lo iba a hacer. En ocasiones hablo más rápido de lo que pienso, y muchas veces me arrepiento, pero en ese momento solo quería que mi contraataque fuera escuchado. 

 

Por desgracia o fortuna, mi mamá no me permitió decir lo que sea que fuera a salir de mi boca. Ella llamó la atención de todos en la mesa levantándose de su silla, avisándome que me apresurara o se nos haría tarde, eso  a pesar de que todavía estábamos a tiempo. 

 

Como sea, luego de eso me levanté de la mesa a regañadientes y me dormí en la camioneta de camino a la granja. No tener mis horas de sueño me vuelve gruñón, pero no pude dejar pasar la oportunidad de leer durante toda la noche un nuevo libro que había empezado.

 

Inevitablemente dormí menos horas de lo que es sano. 

 

Y ahí estaba yo: Con la vista fatigada, los brazos palpitando de dolor por sostener por tanto tiempo una tabla de madera contra la pared, el sol quemando mi espalda, mi mente reproduciendo una y otra vez la riña que tuve con Demetrius para pensar miles de respuestas ingeniosas que pude haber dado para hacerlo añicos… Así que sí, mi cabeza estaba al límite esforzándose por mantener a todo mi cuerpo junto, de pie y lo más funcional posible. 

 

Habíamos estado trabajando aproximadamente por 2 horas y los rayos de sol habían cobrado vida sobre nuestras cabezas. 

 

—Sebby, ¿me puedes traer la cinta de medir roja de la camioneta? —solicitó la mujer pelirroja unos escalones arriba en una escalera. 

 

Yo asentí sin problemas y me dirigí al vehículo que estaba al otro lado de la cabaña. No había hablado mucho con Hannah desde que llegué, solo un breve saludo de bienvenida. Admito que esperaba algo más, no estoy seguro de qué, pero quedé un poco insatisfecho. Supongo que tal vez no ver a alguien por tanto tiempo te hace formar expectativas. Habíamos intercambiado mensajes alrededor de los pasados días, nada muy relevante, pero por lo menos llenaba el vacío de su ausencia. 

 

Cerré la puerta oxidada de la camioneta de un golpe con la cinta de medir en la mano y me tomé un momento para apreciar mis alrededores. El verde boscoso de los altos y puntiagudos pinos predominaba en la escena, y había algunas figuras de agua en el fondo que reflejaban a la perfección el azúl del cielo. La hierba alta y las rocas esparcidas habían desaparecido de la primera vez que estuve aquí antes de que la finca volviera a ser ocupada. 

 

Inherentemente, al caminar de nuevo a la construcción, busqué con la mirada a la figura en medio del campo abierto. Ésta vez Hannah se había quedado a trabajar dentro de la propiedad en lo que asumía eran sus cultivos. Ella estaba de cuclillas entre una caja de fertilizante y una vieja regadera de metal. Noté que se limpiaba con frecuencia el sudor de la frente con el dorso de la mano y que su rostro estaba sofocado por el calor. 

 

Me atrapé a mí mismo observándola más de lo debido, y quise olvidarlo y seguir con mi camino sintiendo pena ajena por mí, pero antes de que pudiera actuar, unos orbes verdes que se asomaban por debajo de un deshilachado sombrero de paja me alcanzaron y me inmovilizaron en mi sitio. ¿Es demasiado tarde para fingir que no la ví?

 

Ella me saludó a lo lejos agitando levemente la mano, la cual tenía una capa de tierra sobre de ella. Yo correspondí el saludo, tal vez de una manera menos entusiasta, pero no tenía espacio en mi cabeza para preocuparme por ello. 

 

Hannah sostuvo el hilo de visión y me dedicó una sonrisa, una tierna y calmada. Mi pecho se estrechó y desvié la mirada, no sabía la razón del porqué lo hacía. Tal vez por vergüenza. Sin embargo una dolorosamente tímida sonrisa se formó en mis labios. Me sentía demasiado presente ante sus ojos. Pero antes de que pudiera romper la peculiar conexión y escapara de vuelta al granero, Hannah se levantó de su lugar y sacudió la suciedad lejos de sus jeans azules. Mi sistema de control se prendió fuego al no saber cómo proceder, pero intentó con todas sus fuerzas procesar la situación: Hannah se había puesto de pie y estaba caminando hacia mi dirección.

 

Si mi corazón no era problemático antes, en ese momento sin duda lo era. 

 

Sus tenis, los cuales parecían haber sido blancos en alguna vida pasada, aplastaban el césped con cada paso descuidado que daba, y eventualmente su lejana figura llegó hasta mí.

 

—Hola, ¿cómo va todo? —sus palabras sonaban aireadas debido a su respiración ligeramente agitada. 

 

—Todo bien —afirmé—. Solo iba por esto —le enseñé la cinta de color rojo en mi mano. 

 

—Bien… Um —examinó sus alrededores de forma rápida hasta que señaló a mi mamá todavía en la escalera con el pulgar—. ¿No tienen sed o hambre? Déjame preguntarle a Robin. 

 

Ella no esperó mi contestación sino que más bien fue a obtenerla por ella misma. La mujer le dijo que un vaso de agua estaría bien. Le di la cinta de medir y continuó con lo suyo. 

 

—¿Y tú? —me analizó de pies a cabeza y me sentí un poco expuesto, pero al final ella sonrió de una forma distinta a como lo suele hacer— ¿Café, verdad?

 

Su pregunta sonaba más como una afirmación, pero aún así me molesté por asentir con la cabeza. 

 

—Eso le vendría bien —comentó mi mamá mientras martillaba la estructura—. Ha tenido una cara de muerto desde que llegó. 

 

A Hannah se le escapó una risita pero se trató de recomponer al instante. Mis orejas se encendieron de un brillo carmesí y apreté mi mandíbula; estoy acostumbrado a las bromas de mi familia o de Sam y Abigail, pero esa mañana algo andaba mal conmigo porque me sentía más malditamente tímido de lo usual. Necesitaba relajarme. Una pequeña sesión de caladas de humo podían resolverlo, pero el único inconveniente era que mi mamá detestaba que fumara en su presencia. 

 

Al igual que a Hannah no le gustaba el olor. 

 

Y dudaba que a ella le pareciera bien que hubieran colillas en su pasto. 

 

Por lo que el café sonaba como la mejor opción. 

 

Arrastré los pies hasta la cabaña siguiendo a mi guía. Ella se sacudió los pies en el tapete por lo que me sentí obligado a imitarla, de lo contrario temía profanar su piso con mis botas llenas de tierra. El interior de su vivienda no había cambiado mucho, por no decir nada. Estaba impecable como la última vez. Pero algo que noté al instante era lo sofocante que era adentro. 

 

—Perdón si está muy caliente, tengo que impermeabilizar el techo —dijo mientras buscaba un par de tazas de cerámica blanca en el almacén que yo había decorado. Sentí un ligero deja vu—. ¿Quieres crema? ¿Leche? ¿Azúcar? —enlistó al mismo tiempo que vertía el líquido oscuro. 

 

—No, gracias. Simple —me acerqué junto a ella y tomé mi taza. 

 

—¿Seguro? —tomó un sorbo—. Es muy amargo. 

 

—En ese caso es aún mejor —sonreí contra el borde de mi taza ante la descarga de energía que se colaba por mis venas. 

 

El rostro de Hannah se iluminó ante el comentario ¿el cual entraba en la categoría de cumplidos?, no lo sabía pero ella intentó reprimir su reacción, cosa a lo cual no le encontraba sentido. 

 

—A la gente no le suele gustar cómo preparo café —se rió lentamente y sirvió agua que le pidieron en un vaso. 

 

—A mí me gusta de esta forma, pero como soy el último en despertar me toca tomarlo como lo hacen. Solo lo bebo así por las noches —un largo bostezo se interpuso entre mi diálogo con cansancio. 

 

—¿Dormiste poco? —indagó con una ceja arqueada mientras me examinaba estando contra el mostrador al igual que yo. 

 

—Muy poco —reí sintiendo mis mejillas menos tensas.

 

El cambio repentino me sentó bien, y a pesar de que el aire era tan espeso de respirar, la comodidad comenzaba a apropiarse de mí. Disfruto de estar así con la gente en general: Despreocupado por cómo actuar. Pero es más que obvio que no suelo conseguirlo con la gran mayoría. Por eso me parece gratificante cuando llego a ese nivel de conformidad con alguien como para contarle cualquier estupidez. Algo así como un Sam o una Abigail. 

 

Muy en el fondo soy alguien que odia a todo el mundo, pero que en realidad también quiere estar acompañado. 

 

—Estuve leyendo un nuevo libro que encontré —expliqué.

 

—¿Ah, sí? ¿Y de qué trataba? —se sirvió un poco más de café y esperó por mi respuesta. 

 

—Va sobre un un pueblo maldito y un granjero… —hice una pequeña pausa y le sonreí al piso— De hecho, me recordó a ti. 

 

La castaña de piel levemente bronceada se me quedó mirando. Sin reacción ni respuesta. Fue un eterno segundo, por lo que mi risa nerviosa se hizo presente a la vez que moría muy lentamente por dentro. 

 

—¿De verdad? —fue lo único que salió de su boca.

 

—Si… —sonó más como un susurro— Lo siento, es raro —me disculpé al instante por la necesidad que me embargaba por hacerlo. 

 

—Uh, no, para nada —aclaró despreocupada, pero algo rondaba en sus ojos. 

 

¿Muy raro? Si, sin duda. Muy raro. 

 

—A propósito —ella interrumpió mis pensamientos y quitó los cabellos que estaban en su rostro—, estuve leyendo ese libro que me recomendaste. El de suspenso. 

 

—¿En serio? ¿Y qué te pareció? —la ansiedad y la emoción crecían y se extendían por mi interior. 

 

—Me gustó mucho, y de hecho, uno de los personajes me recordó a ti —recalcó con una grata sonrisa. 

 

—¿Huh? ¿Cuál? —no recordaba a ningún personaje de la historia que se pareciera en algo a mí, pero por alguna razón me puse feliz. 

 

—El hermano del protagonista. Por las pecas —señaló con una enorme sonrisa sus mejillas. No esperaba esa respuesta por lo que no supe qué responder. Sólo di una pequeña risa forzada, de esas cuando un familiar dice un mal chiste.

 

—No recordaba que él tenía pecas —mentí.

 

—Sip, me parecen muy lindas. Y además pude conectar con su personalidad —dio un largo trago a su bebida. Cualquiera diría que estamos locos por tomar algo caliente en pleno verano. 

 

—¿Te gustan? —Ella hizo un pequeño sonido de duda dentro de su taza, por lo que aclaré mi punto—. Las pecas.

 

—Si ¿por qué? ¿A ti no? —ahora la confusión la cubría. 

 

—No… Bueno, supongo que en otras personas se ven bien. Pero en mí… —vacilé al final de mi oración.

 

Nunca he sido un fanático de mi reflejo en el espejo de todas formas. 

 

—Bueno —Hannah tomó el último sorbo de su café y dejó la taza en el fregadero—. A mí me gusta cómo se ven en ti. 

 

Entrelacé con fuerza mis dedos alrededor de la cerámica blanca. Un pesado pero dulce latido nació en mi pecho, e incrédulo y buscando alguna contradicción, volteé a ver a Hannah.

 

—Entonces tienes muy malos gustos —decidí imitarla y beber lo último de mi café y colocar la taza junto a la de ella.

 

Tal vez se trataba de magnetismo o alguna fuerza superior, pero mi cuerpo se acercaba con demasiada naturalidad al suyo a la vez que no podía dejar de ver sus orbes verdes junto a su llamativo lunar. 

 

—Yo considero que tengo muy buenos gustos —dijo para finalizar. Su voz era baja pero confiada. Su boca se apretó y un rubor salpicó sus mejillas. Era difícil no prestarle atención. Había quedado sin respuestas u objeciones, por lo que me limité a contemplar la imagen a mi lado y disfrutar el calor de su hombro contra el mío en un muy inusual pero reconfortante silencio. 

 

Y me hubiera gustado saber hasta dónde nos estaba llevando esa situación a no ser por la puerta abriéndome que interrumpió toda ensoñación. 

 

—Oye, Hannah, disculpa, ¿pero puedo pasar a tu baño? —una mujer pelirroja se asomaba por la puerta de roble. 

 

—Si, por supuesto. Al fondo a la derecha —indicó con una seña al pasillo.

 

Mi mamá cruzó la sala hasta desvanecerse en el pasillo. En este punto, Hannah y yo ya estábamos a kilómetros separados. El solo escuchar el leve reclinado de las bisagras nos hizo saltar lejos como si el otro estuviera en llamas. 

 

Apreté el borde del mostrador de madera casi queriendo dejar mi marca de vergüenza y expectativas en él. Pero la voz de la ojiverde me hizo aflojarlo. Estaba seguro de que mi cara estaba hirviendo.

 

—Y… um… —ella jugó con el borde de su ancha camiseta amarilla en un intento de encontrar las palabras que buscaba posiblemente— Así que la playa —sacó a relucir.

 

—Si… —confirmé sin razón— ¿si irás?

 

—No recuerdo la última vez que estuve en el mar —suspiró al mismo tiempo que hacía bailar su vista por el techo—. Quiero nadar. 

 

Había escuchado de ella las múltiples veces en las que visitó a su abuelo, por lo que me pareció extraño que nunca conociera nuestra costa, pero no pregunté al respecto. 

 

—A Abigail le encantará que vayas. Le agradas mucho. 

 

Las comisuras de la boca de Hannah se elevaron hasta formar esa media luna que conocía. Dentro de mí celebré haberla hecho sonreír como si se tratara de algún premio nacional. 

 

—Me alegra. He estado tan ocupada últimamente, hah —cubrió su cara con las manos y exhaló pesadamente—. La espalda me está matando. 

 

—Tal vez deberías descansar un poco —mi sugerencia era sosa, pero si lo meditabas un poco, era algo que cualquiera te recomendaría, así que no fue tan patético. 

 

—Si me detengo me muero —sus ojos vagaron otra vez por el techo y aterrizaron de nuevo en lo míos—. Y además,  me ayuda a no pensar mucho. 

 

Al principio no comprendía a qué se refería exactamente, pero fue conforme visualicé su frente suavemente arrugada de consternación que lo descifré. No quería entrometerse demasiado, pero después realicé que tal vez lo mencionaba porque había alguna probabilidad de que sí quería hablar de ello. 

 

Así que me incliné por la segunda opción y me lancé al abismo con el corazón en la mano. 

 

—¿Cómo van las cosas con tu… familia? —decidí cambiar la última palabra de último momento. Mi voz era un tanto baja, pero estaba seguro de que me escuchaba.  

 

Hannah se encogió de hombros en una fingida despreocupación, pero su mirada delataba su verdadera ansiedad interna la cual no deseaba que viera la luz del día. 

 

—Supongo que bien —dijo—. No he hablado con mi papá. 

 

Ella abrazó su propio cuerpo con lentitud y contemplaba una silla como si fuera algo innovador. No me pude quedar quieto en mi sitio y mis pies se movieron solos, y con la vista fija en mi objetivo, volví a estar nuevamente al lado de Hannah. Sus orbes verdes me tenían en la mira con brillos de confusión y tintes de alivio. No hubo palabras, solo leves acciones mudas. La observé con detenimiento con la intención de acariciarla con la mirada y hacerle notar mi compañía silenciosa. Hannah la aceptó con una débil mueca que pretendía ser una sonrisa. Y por un instante, un segundo en el tiempo, sentí el peso de su cabeza sobre mi hombro. 

 

Posteriormente mi mamá salió del baño, y como lo habíamos hecho antes, saltamos en direcciones opuestas y forzamos una larga distancia entre nosotros. Sustos como esos dañan el corazón, pero los nuestros ya estaban demasiado ocupados enviando sangre a nuestros rostros y nuestras lenguas culpaban al clima de ello. 

 

Eventualmente,  nuestra labor en el granero terminó por el día y nos retiramos a casa en donde por desgracia me topé con Demetrius de camino a la cocina, pero estaba de demasiado buen humor como para dejar que él lo arruinará. No lo valía. 



Seguía sin estar entusiasmado por ir a quemarme en la arena, pero al menos ahora tenía una pequeña motivación. 



Notes:

Este episodio es raro. No sé cómo explicarlo, pero muy en el fondo lo siento así...

Y por cierto, adoro crear tensión entre Demetrius y Seb c:
Siempre me ha dado curiosidad su tipo de relación.

Chapter 23: Dejarse llevar

Notes:

Holaaaaaaa :')
Actualizar en medio de la noche es mi pasión.
Gracias a las personas que siguen pendientes de la historia y hola a los que vienen llegando :D
Tenía muchas ganas de hacer un capitulo de playa, porque si los animes y mangas pueden tenerlos, yo también quiero.

Por cierto, disculpa adelantada por las faltas de ortografía y errores.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La arena quemaba las plantas de mis ahora muy sensibles pies, el viento salado hacía revolotear mi cabello y el ardiente sol picaba mi piel hasta penetrarla.

 

Sí, estábamos en la playa. 

 

Los cinco nos abrimos camino entre los habitantes y visitantes tirados en toallas sobre la arena, siendo un poco dificultoso gracias a todas las cosas que cargábamos encima. 

 

—Parece que la temporada de turismo comenzó —señaló Sam. 

 

—Desde la semana pasada —añadió la pelirroja cuyo nombre es Penny y que llevaba un traje de baño amarillo claro, muy distinto al negro con tirantes que portaba la peli violeta—. De seguro vienen a ver al gobernador. 

 

El turismo en el pueblo y en el valle en general se dispara en verano y dura aproximadamente hasta la feria anual en otoño; por lo que naturalmente nuestro pueblo se llena temporalmente de más gente de la que vive en el área, debido a esto, lugares como la costa estaban más abarrotados de lo usual con más niños corriendo y gritando y más personas refrescándose en el agua o bronceándose. Aunque siendo objetivos, visito la playa exclusivamente en días en los que nadie piensa en salir.  

 

Después de vagar por la orilla un buen puñado de minutos, encontramos un sitio en donde pudimos tirar nuestras pertenencias. Mi cuerpo dolía un poco por el trabajo físico que había estado elaborando recientemente, pero preferí quejarme para mis adentros y disfrutar de lo único que me podía gustar de un lugar como ese: La enorme sombra que provenía de la sombrilla de playa y la refrescante brisa salada. 

 

Sam corrió hacia el mar junto a la pelirroja y a Vincent, quien había sido colado a la salida debido a su incesante súplica al rubio, la cual, finalmente dio sus frutos y dio como resultado al pequeño niño castaño salpicando a los mayores con el agua sin alejarse mucho de la costa. 

 

Ya sea que lo asumieron con antelación o vieron la oportunidad, todos me dejaron a cargo de la pila de mochilas amontonadas y de las otras cosas que no me molesté en revisar. No me quedaba nada más que sobrevivir al intenso calor.

 

—¿Quieres bloqueador solar?

 

Y con suerte, a alguien más. 

 

La chica con el lunar debajo del ojo se había sentado a mi lado y me estaba extendiendo el envase de color anaranjado. Ella había estado cubriendo con la crema sus piernas y brazos junto a su cara, la cual terminó quedando un poco blanca. Me burlé ligeramente por lo bajo y acepté lo que me ofrecía.  

 

—El hombre que da el clima dijo que estaría soleado, pero el sol está horrible —suspiró Hannah con dramatismo mientras apoyaba sus codos para estirarse a través de la toalla—. No quiero moverme. 

 

Sus largas piernas se extendieron hasta arrastrar la arena fuera de la sombra, e hice un gran esfuerzo por no mirarlas demasiado. Hannah no usaba un traje de baño, o al menos no libremente. Ella llevaba encima una playera deslavada demasiado grande como para ser su talla y lo suficientemente larga como para ocultar a la perfección sus shorts. Siendo honesto, esperaba que ella usara un traje de baño y se uniera al resto para mojarse, pero después pensé un poco más en esa idea y me sentí como una clase de pervertido. Así que decidí alejar cualquier cosa relacionada a bikinis de mi cabeza por mi propio bien. 

 

—¿En serio solo te quedarás aquí? —preguntó ella ahora recostada por completo con las manos sobre el abdomen. 

 

—Seh —continué colocando el producto sobre mis pálidos brazos con pequeños campos de pecas en ellos—.  No me gusta venir aquí cuando hay sol. 

 

—¿Qué? ¿Vienes de noche? —preguntó divertida con una pequeña risita.

 

—No, pero sí cuando llueve —aclaré dándole un golpecito en la frente con el envase a manera de corrección y ella puso una cara graciosa de la cual me burlé—. Y es aún mejor cuando es una tormenta eléctrica. 

 

—¿No es peligroso salir con ese clima?

 

—Tal vez. Sólo si usas paraguas, supongo, como en las caticaturas…

 

—Espera, ¿no usas paraguas? —se sentó al instante para mirarme a los ojos. Ahora me sentía en un interrogatorio. Su cejas se curvaron y marcaron una arruga de preocupación entre ellas, como si lo que estuviera haciendo fuera un pecado total—. Te puedes enfermar. 

 

—Yo nunca me enfermo —aclaré como punto de partida—, y la llevaría conmigo si alguien —la señalé con la mirada sin reparos— me la hubiera regresado hace meses. 

 

La expresión de Hannah se congeló en el tiempo y su mandíbula se aflojó ligeramente, y pude suponer que captó la muy evidente indirecta por el sonrojo que nacía en sus mejillas y al segundo siguiente se desmoronó en un montículo de disculpas y vergüenza.

 

—¡Te prometo que te devolveré todas tus cosas mañana! De verdad lo siento.

 

Ella cubrió su rostro con las manos y lo amasaba para sacar el estrés y la pena lejos de ella y yo la observé con detenimiento y sin apuros.

 

—Está bien, puedo vivir sin el paraguas, pero de verdad extraño la sudadera… —suspiré con falsa nostalgia. 

 

—Pero de cualquier forma, tienes que usar un paraguas cuando salgas a la lluvia —volvió a reprenderme—, ¡incluso te puede dar neumonía!

 

—¿Eres doctor?

 

—No, pero alguien debe de cuidarte. 

 

—Puedo cuidarme solo. 

 

—No lo creo…

 

Estábamos relativamente cerca con la mira fija en el otro, retándonos con sonrisas traviesas. Había cierta tensión en el hilo de conexión, pero a la vez algo adictivo y misterioso que no me dejaba abandonarlo. Ella se detuvo en medio de lo que iba a decir a continuación y me miró con las cejas suavemente tensas, y a diferencia de todo lo que pensaba que podía hacer, ella alcanzó mi cara con su mano y frotó sus dedos contra mi piel. Yo por instinto traté de alejarme; no lo había visto venir y me sentí un poco mal por haber reaccionado así. 

 

Toqué con las yemas de mis dedos el punto en donde ella había estado con los ojos muy abiertos. 

 

—Tenías rastros de bloqueador. 

 

Eso fue lo único que dijo y fue su excusa. 

 

Raro. 

 

Y eso fue lo que pensé. 

 

Que Hannah a veces también podía ser rara cuando se le prestaba la oportunidad. 

 

Es decir, yo sabía que ella era rara porque todos tendemos a poseer un lado raro aunque sea muy pequeño. Pero a lo que yo me refiero es que Hannah era rara en el sentido de rarita por hacer cosas extrañas en momentos extraños. Esto no era malo, solamente me parecía interesante haberlo descubierto. 

 

Un silencio incómodo nos hubiera inundado al instante después de esa situación, pero también al contrario de todas mis predicciones, logramos salir a flote con una charla respecto a, irónicamente, peces. Resulta que curiosamente, ambos tuvimos peces como mascotas en nuestra niñez, los cuales terminaron muriendo en cuestión de semanas. Que en paz descansen. 

 

Debatíamos cuál pez tenía mejor nombre cuando Abigail caminó en nuestra direcciones y se metió bajo la sombrilla junto a nosotros. 

 

—Hey, ¿no vendrás al agua, Hannah? —indagó la chica pálida. 

 

—Uh, nah. Estoy bien aquí —dijo ella con una sonrisa lastimosa, lo que me pareció fuera de lo común. 

 

Abigail nos examinó a ambos de pies a cabeza y después puso esa cara que pone cuando está analizando a alguien cuando miente, y aunque ni siquiera estábamos diciendo o contradiciendo nada, me sentía terriblemente expuesto. 

 

—Como sea —ella rebuscó entre su mochila y sacó una toalla—. Sam me pidió su balón, ¿saben dónde están sus cosas?

 

La castaña hizo un pequeño sonido, como el principio de una palabra que se ahogó,  y desenterró de la pila de bolsos la mochila azúl de Vincent para sacar un balón un tanto maltratado. De alguna forma parecía haberlo sabido con mucha antelación. 

 

—Yo se lo puedo llevar —se ofreció Hannah con la vista iluminada. 

 

—... Genial —terminó diciendo Abigail. 

 

La ojiverde se alejó de nosotros rápidamente e hizo saltar la arena con cada paso que daba. La chica de cabello púrpura se tiró sobre la toalla que sacó y su piel expuesta fue salpicada por los rayos de sol. 

 

—¿Qué haces? —indagué por mero aburrimiento. 

 

—Me bronceo.

 

—¿Por…?

 

—Mi mamá dice que estoy muy pálida —se recargó sobre sus codos y me vio un tanto irritada, a lo cual no le di importancia y me reí de ella—. Cállate, a ti tampoco te vendría mal que te dé el sol de vez en cuando. Pareces un fantasma —escupió. 

 

—Paso. Gracias —sonreí de una manera pasiva agresiva intentando recuperar mi tranquilidad.

 

Yo tampoco estaba usando un traje de baño, o al menos no lo estaba usando según su propósito, pero además del pantalón corto de color negro que traía puesto, mi torso estaba cubierto por una camiseta blanca. No iba a sumergirme en el agua de todas formas, por lo que decidí darle un nuevo objetivo a mi ropa: Cubrirme lo más posible tanto de la luz solar como de las miradas ajenas; aunque parece que no estaba funcionando muy bien, ya que unos atentos ojos a mi lado no se desprendían de mi piel y la perforaban.

 

—¿Qué?

 

Volví mi atención directo hacia la pequeña chica en el sol, la cual estaba en una pose intrigante, mirándome con suma atención, digna para ser fotografiada, pero realmente eso no podía importarme menos y mi tono de voz me delataba, aunque a ella pareció tampoco importarle. 

 

—La estás mirando —respondió sin mucha sorpresa. 

 

—¿A qué te refieres…? Yo no… —su simple comentario me sacudió de mis casillas y verdaderamente no sabía cómo debatir su observación— Estoy viendo a Sam —espeté. 

 

—Si… Claro —dijo con sarcasmo y puso los ojos en blanco en un muy condescendiente giro—. Miras al rubio cuando tienes a la chica por la que babeas en frente. 

 

El comentario hizo que mi corazón se sobresaltara. Maldición, ¿soy tan obvio? Aunque por supuesto, era Abigail de la que hablamos, claro que se iba a dar cuenta de todo, si no es que ella ya tenía una idea de la situación incluso antes de que yo mismo la conociera. Pero aún a pesar de esto, no podía evitar sentirme tan malditamente expuesto. Descubierto. Sin embargo, decidí al instante (tal vez como un mecanismo de defensa) llevarle la contraria inútilmente. 

 

—Estás loca —resoplé. 

 

—Sebby, Sebby, oh, mi dulce e inocente Sebastian —arrulló con una voz irritantemente dulce y soberbia al mismo tiempo que se levantaba de su lugar y se acercaba a mí—. Hablas como si no te conociera desde hace años. 

 

A veces siento que me rodean mujeres que son copias de mi mamá. 

 

—No molestes —mascullé con los nervios empezando a temblar en mi manos. 

 

—Vamos, ella es muy linda y amable —insistió—, de hecho, tengo un poco de miedo de que la corrompas, tú, chico con mente sucia y perversa —se terminó riendo de su propia broma a la cual permanecí inmutable, con la mirada fija en la chica de piernas fabulosas, pero no lo admitiría abiertamente. 

 

—Yo no tengo una mente perversa —rodé los ojos pensando en cómo cambiar de tema. 

 

—Seb. 

 

—¿Qué?

 

—No me engañas. 

 

—Sabes, a veces quiero tirarte por la ventana —escupí, lo cual provocó una pequeña risa en Abby. 

 

—Mi papá suele decirme eso… —suspiró derrotada ante mi negativa. A veces, su instinto de detective es exasperante—. ¿Seb?

 

Yo la miré de reojo, queriendo salir corriendo de aquella conversación. 

 

—Perdón, es que… Tú sabes —habló un poco más calmada—. Sé que para tí no es fácil este tipo de cosas y no lo sé… Me sentí feliz de verte más animado de lo usual —finalizó, y me sentí mal por haber hecho decaer su ánimo, pero no contesté con palabras directas; únicamente me limité a un asentimiento de cabeza. 

 

Es cierto. Las relaciones nunca han sido mi especialidad, mucho menos las románticas; pero era un poco irónico que fuera Abigail quien me lo dijera. 

 

En ocasiones, recuerdo cómo se sintió quererla de esa forma: La alegría, la emoción, las mariposas en el estómago. Todos esos sentimientos se sentían ya muy lejanos y obsoletos al mismo tiempo. Es por esto que cada momento con Hannah se sentía fresco y lleno de vida, como si todas las sensaciones que tuve antes fueran insignificantes. 

 

Pero siendo honesto conmigo mismo, en ese momento tenía un poco de miedo. 

 

No puedo explicarlo del todo, pero había algo que no me permitía aceptar por completo mis sentimientos y darme el permiso de hacer un intento. Aún había cosas que no tenía claras. Y odio esta parte de mí que es indecisa y duda de todo lo que existe. 

 

Para empezar, mi pobre experiencia en relaciones al que le sigue mi complejo de inferioridad. Aparte, yo ni siquiera estoy lo suficiente seguro de lo que ella siente. No sé si ella es solo amable, una muy buena amiga, quiere algo serio o incluso si ella tiene la más mínima idea de lo que siento. ¿Qué pasará el día que quiera hacer un avance? En el peor escenario me rompe la nariz y me dice que malinterpreté todo. Pero aún más importante.

 

Yo planeo mudarme a Zuzu.

 

¿No?

 

No soy un fanático de las relaciones a larga distancia. 

 

Pero lo que sí sabía era que el solo hecho de verla a lo lejos era capaz de hacer insignificantes esas dudas. 

 

Abigail, que de seguro notó mi no tan discreta mirada hacia el juego de pelota, me dedicó una sonrisa piadosa. Vaciló un poco, abriendo y cerrando sus labios sin romper el contacto hasta que pudo soltarlo. 

 

—Si te hace feliz, ¿por qué te retraes? 

 

Mi cabeza daba vueltas.

 

—No sé qué hacer, Abby.

 

Los sentimientos humanos son horribles, porque a veces son tantos al mismo tiempo que no tienes la oportunidad de distinguirlos. Es en parte a esto que prefiero las máquinas antes que a los humanos. En ese instante deseaba con todas mis fuerzas encerrarme en mi caparazón imaginario, cosa que casi lograba por la manera en la que me abrazaba las piernas cerca del pecho. 

 

—Sólo déjate llevar.

 

Sus palabras eran suaves y su solución sencilla. Quería hallar de qué manera me ayudarían, pero por donde sea que lo viera sobre pensar es mi especialidad, cosa que no concuerda para nada con el consejo. 

 

Abigail me miró y yo la miré, y la pequeña sonrisita que se formó en sus labios me la contagió. Acto seguido se levantó y revolvió mi cabello, haciendo que mi cara quedara oculta entre mis mechones ébanos, y después reprodujo en su celular el tercer álbum de nuestro artista favorito. 

 

Permanecimos en silencio por un largo tiempo con él único ruido entre nosotros que eran las melodías de las canciones junto con el romper de las olas. Y entonces recordé por qué a pesar de que ella fuera tan molesta, Abigail era de mis mejores amigos. 

 

Conforme los minutos avanzaban, parecía que el juego que ocurría a unos metros progresaba. Penny se había aliado con el pequeño niño y Sam intentaba hacerle frente junto a Hannah. Todos estaban participando con intenciones de divertirse, pero parecía que ella era la única que se lo tomaba en serio. Ni siquiera parecía un juego que conociera, sólo se lanzaban aleatoriamente la pelota entre ellos.

 

Finalmente, la partida terminó sin un ganador y regresaron a nuestro espacio a tomar de la hielera lo primero que encontraran. El humor estaba sobre los cielos entre nosotros, en especial con el rubio y la pelirroja, pero noté que Hannah estaba un poco silenciosa buscando su bolso.

 

—¿A dónde vas? —interrogó la peli púrpura antes de que yo pudiera hacerlo. 

 

—Uh, solo daré una vuelta —se puso sus sandalias y su atención bailó entre mí y Abigail. Sus habla vaciló con inseguridad, creo que porque temía que nosotros no estuviéramos de acuerdo—. Será rápido —recalcó. 

 

Ella caminó con cuidado a través de nosotros y recordé mi conversación anterior con la chica a mi lado, aunque no importaba si lo hacía o no, de todas formas ella me la recordó con un golpecito en el hombro. Con una mirada que decía más que mil palabras y un ligero gesto, ella me instó a seguir a mi actual fuente de inseguridades. La idea me imponía, pero el corazón se me apretó cuando noté que Hannah había estado prestando atención a nuestra pequeña discusión muda. 

 

Ella desvió de inmediato la vista hacia abajo, en un pobre intento de fingir ignorancia, pero permaneció estática, y quise pensar que era porque me estaba esperando. Rápidamente me puse de pie y me aproximé a ella, las piernas me dolían por todo el tiempo de estar sentado, pero me esforcé por ignorarlo. 

 

—¿...Puedo ir contigo? 

 

Pronunciar esas simples palabras requirió de más esfuerzo de lo que cualquiera podría imaginar. Afortunadamente fui aceptado y pude volver a respirar. 

 

Mis extremidades estaban adormecidas y no podía dejar de mirarla lleno de inocencia, siguiéndola como un cachorro a través de la blanca arena, pero una voz interrumpió el mejor sueño lúcido que había experimentado hasta la fecha. 

 

—Usa el sombrero —la chica bajita colocó sin cuidado su viejo y maltratado premio de la búsqueda de huevos anual sobre mi cabeza, sin embargo no tuve tiempo para reaccionar—. No quiero que mañana estés como un camarón.

 

Lo último que necesitaba era que, después de darme un consejo, Abigail me molestara delante de la castaña: pero aunque la vergüenza nacía en mi pecho, a Hannah no parecía molestarle en absoluto. En realidad, podría decir que su falta de reacción me inquietaba un poco. 

 

Solo permaneció de pie en su lugar, viéndonos sin expresión alguna.

 

Abby se retiró luego de que la empujará lejos al convencerla de que usaría el estúpido sombrero que yo sabía que me quitaría después de alejarnos unos cuantos metros. Mi buen humor se había roto y la magia que se respiraba en el aire se había esfumado. Sip, definitivamente la arrojaré por una ventana la próxima vez. 

 

La chica que era un poco más baja que yo cuidaba con detenimiento sus pasos, pero estaba seguro de que tenía algo en mente por la manera en la que su gesto cambiaba de forma tan leve y rápida a la vez. 

 

Cada ser que reside en este planeta sabe que iniciar conversaciones no es mi fuerte, pero tenía una gran urgencia por derretir el muro de hielo entre nosotros no parecía que se fuera a ir pronto a pesar de que, irónicamente, el sol sobre nuestras cabezas me estaba derritiendo.

 

Así que, de nuevo, improvisé. 

 

—¿Uh?

 

Hannah tomaba confundida los bordes del desgastado sombrero con sus enormes y hermosos orbes abiertos a la duda. Se lo había puesto en solo un segundo para que por lo menos me mirara a la cara, lo cual me hizo sentir como un niño implorando atención. Me reí con suavidad de lo que había hecho y ella me imitó.

 

—Te queda bien. 

 

—¿En serio? Gracias —resopló divertida siguiendo mi juego—. ¿Pero estarás bien sin él? ¿A qué se refería Abigail?

 

—A nada, estaré bien —evité el tema sin realmente estar seguro de mi respuesta —. ¿A dónde vamos?

 

—No lo sé… —habíamos estado caminado sin rumbo entre las coloridas sombrillas de playa y personas disfrutando su día, y con cada paso, el cabello trenzado de Hannah se balanceaba de un lado a otro en su espalda— Quería buscar algunas caracolas o conchas de mar. Quiero ponerlas en mi repisa, pero tal vez las termine utilizando en algún fertilizante —suspiró en una cansada sonrisa. 

 

—Bueno… Ahora hay marea baja, pero podemos intentar buscar —seguía inseguro de mis propias capacidades, pero pensaba que mínimo era competente para desenterrar algunas caracolas en la costa, por lo que nos desviamos de nuestro entonces actual camino y nos dirigimos más cerca del mar. 

 

Hannah estaba buscando con cuidado las figuras enterradas sin tener éxito, y yo la observaba sin interesarme por ayudarla. Ella había estado especialmente callada ese día, y aunque por dentro me estaba matando saber qué diablos había en su mente, contuve la duda y aprecié el paisaje: Anchas e imponentes aguas fundiéndose con el azúl del cielo en algún punto del horizonte. 

 

—¿Cómo está Maru? 

 

—Supongo que bien. Hoy fue a una competencia de robótica o algo así —contesté no muy convencido de lo que ya sabía. 

 

—Oh, sí, ella me habló de eso, pero tampoco le pregunté mucho… Aunque me hubiese gustado ver cómo le fue. El resto la acompañó, ¿no?

 

Con "el resto" sabía a quiénes se refería.

 

—Si, pero créeme, es más aburrido de lo que parece —caminé cerca de ella recordando esas largas conferencias—. Lo único bueno es la mesa de aperitivos…

 

Bufé con una casi imperceptible sonrisa y Hannah sostuvo el sombrero en su cabeza cuando una fuerte ráfaga de viento apareció. En este punto ya no me importaba si el sol me quemaba la espalda.

 

—El mar se ve muy bonito —mencionó con delicadeza—. Hace años que no lo veía. 

 

—Cierto, en Zuzu no hay costa —reafirmé. 

 

Hannah detuvo sus pasos un momento para apreciar la vista y, aunque había voces y risas a nuestras espaldas, pero no podía escucharlas con claridad. No, más bien toda la multitud de personas que me suelen abrumar estaban borrosas y lo único que podía contemplar el perfil de una hermosa chica. Sus largas pestañas revoloteaban con rápidos pestañeos y la suave piel de su cuello era salpicada por los rayos de sol. Sentía una gran atracción por mirarla, casi una necesidad, pero mi corazón se detuvo cuando ella me atrapó en el acto, sin embargo yo rápidamente me retiré lleno de cobardía, vergüenza y una incesante punzada que me decía "estúpido". Apreté con fuerza los labios actuando relajado, pero su casi tangible mirada me perforaba la existencia. 

 

—¿Desde cuándo conoces a Abigail?

 

Era una pregunta que entraba en la categoría de "normal", pero nuevamente, ejecutada en el momento más aleatorio posible. Aunque no la culpo del todo. Ella no tenía manera de saber lo que ocurría en mi cabeza. 

 

—¿Desde los 15? Aunque tal vez desde antes pero no nos hablábamos —lo que decía sonaba más como una duda que una afirmación—. ¿Por qué?

 

—Curiosidad… —ella se encogió de hombros y continuó con su camino— Es sólo que Sam me contó una vez cómo ustedes se conocieron —agregó.

 

—Ah, yo ni siquiera lo recuerdo bien…

 

Es un poco lamentable que el chico con memoria más corta que un pez pudiera recordar cosas que yo no. 

 

—Si —rio por lo bajo—. Sabes, les tengo un poco de envidia —sonrió lastimosa y le di una mueca no muy convencida—. Está bien, les tengo mucha envidia —rodó los ojos y volvió a reír—. Me hubiera gustado tener amigos como los tuyos, no lo sé, hubiera sido genial. 

 

—¿Bromeas? Esos dos fueron más como unos hermanitos que tenía que cuidar la mayor parte del tiempo —reí después de ella. 

 

—¿"Hermanitos"?

 

—Si… Creo que en este punto ambos son más mis hermanos que nada.

 

Ella asintió y tarareó en respuesta. Tenía una pequeña expresión de felicidad pintada en sus labios, pero no entendía por qué eso era motivo para alegrarse. 

 

Caminamos por la orilla solo un poco más, pero nunca tan cerca como para que las olas que se alejaban y se acercaban en un vaivén nos tocaran. Me sentía muy cómodo con ella. Más de lo que me había sentido con cualquier chica con la que hubiera hecho el tonto. 

 

Y entonces un golpe seco sobre la arena llamó nuestra atención. 

 

—¡Lo siento! —un chico moreno se acercaba con prisa— No los golpeó, ¿cierto?... Oh…

 

Y maldita sea, en ese preciso momento deseé que un tsunami azotara la costa y me llevara lejos.

 

—Hola, Hannah. 

 

Oh, mierda. 

 

—Hola, Alex, ¿cómo estás? —sonrió la castaña, tan amigable y social como siempre.

 

—Bien. Ví que hoy el clima era bueno y quise venir. Haley está por allá tomando fotos —señaló hacia atrás con el pulgar luego de recoger su balón.

 

El tipo tenía una sonrisa reluciente, digna de un comercial para pasta dental y su piel bronceada resplandecía con la luz. Era alto y con músculos sobresalientes los cuales exhibía sin pena; lucía como el protagonista de una historia de superhéroes después de ya no ser un perdedor y se transformara por completo; y luego pensé que yo era el perdedor y él el héroe. La idea me causó lástima y gracia a la vez, pero como hubiera sido raro que de la nada me riera, mejor me lo guardé para mí mismo. 

 

—Genial, bueno, mándale mis saludos. Nos vemos. 

 

La oji verde tuvo intenciones de retomar el camino original, pero una conversación inconclusa la retuvo. Yo rogaba por salir de ahí. 

 

—De hecho planeábamos ir a nadar. Puedes venir si quieres- Es decir, tú y tu amigo —corrigió de inmediato como si apenas estuviera notando mi presencia. No me ofendía, pero me exasperaba. 

 

—Él es Sebastian —presentó ella—. Un amigo. 

 

Lo más destacable de ese día fue que descubrí una verdad muy valiosa:

 

Estaba en la zona de amigos. 

 

Y es horrible. 

 

Lo saludé con falsa cortesía y en silencio a lo cual él replicó con un saludo enérgico, pero de inmediato retomó su propuesta. 

 

—¿Y qué dices? ¿Te animas? Si no sabes nadar no te preocupes, soy un buen instructor.

 

Él le dio un guiño con una sonrisa ladina a la vez que la rodeaba con su brazo. Una punzada cruzó mi estómago y una terrible necesidad de mirar para otro lado me embargó. Un sentimiento ácido quemaba mi garganta y se acumulaba en la parte interior de mi mente, el cual solamente aumentó cuando ví la expresión tensa de Hannah. 

 

—No planeo nadar, tal vez otro día.—sacó una dolorosamente lenta risa—. Vine con otras personas así que…

 

Sin mucho disimulo, ella se apartó de él para indicar su partida. 

 

—Entonces no hay mucho que hacer —aunque intentó ocultarlo, el tipo se vio levemente decepcionado, pero se recompuso de inmediato con un comentario incómodo—. Es una lástima, de verdad quería verte en bikini. Bueno, nos vemos, parece que Haley necesita algo.

 

Y así él se alejó a fin de encontrarse con, sorpresivamente, la vecina rubia de Sam, y nos dejó a nosotros en una situación difícil. 

 

Hannah tenía una cara que se derretía de vergüenza y yo luchaba por alejar todas las imágenes se formaban en mi cabeza y que me había esforzado tanto en evitar. 

 

Ahora quería que viniera un tsunami y se llevara a ese tipo de músculos perfectos. 

 

De manera paulatina e incómoda a morir, terminamos retomando el camino pues ya nos habíamos alejado lo suficiente como para volver con el resto. Quería decir algo ingenioso como "Ese tipo es muy raro" o hablar sobre algo completamente aleatorio. Pero terminé eligiendo probablemente la peor opción. 

 

—¿Y por qué no quieres nadar?

 

En mi defensa, estaba desesperado. 

 

Sus ojos verdes se abrieron y procesaron la pregunta, como si hubieran estado tan sumidos en sus pensamientos que los saqué de un trance. Noté que había estado abrazando su camiseta y sosteniéndola con fuerza, dejando atrás unas marcadas arrugas en la tela al soltarla e ir tras su cuello expuesto. 

 

—No lo sé. No pensé que habría tanta gente. —ella trataba de sonar relajada, tal vez hasta incluso el tono de voz que empleó fue a manera de chiste, pero se podían escuchar rastros de su propia verdad—. ¡Y lo peor es que no he encontrado ninguna caracola! Si quieres podemos volver… —desvió de inmediato la conversación a otro lado muy diferente. 

 

No quería volver. Tampoco que ella se sintiera mal. Tal vez es por eso que actué por impulso y sin darme cuenta mi mano había tomado la de ella para evitar que diera vuelta de regreso. Su mirada se abrió, pero no igual que con el chico de antes. Sus ojos se veían de alguna forma más suaves y perdidos. 

 

"Déjate llevar ". 

 

—C-conozco un lugar a donde casi no va la gente —tartamudeé incapaz de tener contacto visual—. Podemos buscar ahí.

 

Mi agarre no era apretado, tal vez torpe por como mi palma chocó contra el dorso de su mano, pero a la vez que mis palabras salían de mí, aflojé lo más posible mi fuerza al punto en el que solo las yemas de mis dedos la tocaron. Su mano era tan suave tal y como la recordaba o incluso más.

 

—Está bien —murmuró.

 

Mis latidos retumbaron en mis entrañas y resonaron en mis oídos al mismo tiempo que sus pies ligeros como plumas caminaron de nuevo a mi lado. Y juro que dejé de respirar cuando sus ágiles dedos se acomodaron correctamente para no perder el agarre. 

 

Es difícil no malinterpretar eso. 

 

Sin importar qué tan poca vida social tuviera, sé que esto no es algo que hacen los amigos. Las miradas discretas y esas sonrisas traviesas con doble significado tampoco. Y entonces todos los momentos en los que un latido cruzó mi corazón y los cuales había minimizado, cobraron más significado. De alguna forma quería decirle todo lo que se arraigada a mí pecho, pero simplemente mi boca se selló y lo único que pude hacer fue caminar. Caminar y sentir mis mejillas arder; porque mis sentimientos todavía no se terminaban de cocer en mi interior y no estaban preparados para salir al mundo. Sin embargo, reuniendo todo el coraje que tenía y con los nervios carcomiéndome, entrelacé mis dedos con los de ella a fin de tenerla más cerca y lograr grabar su calor en mi piel. Estaba muriendo tanto literal como de manera simbólica.

 

De nuevo mi atención se dirigió a ella, de forma discreta, y me maldije por lo bajo cuando me di cuenta de que el sombrero de paja ocultaba gran parte de su rostro. 

 

Y debido a razones divinas, logré sobrevivir hasta llegar al pequeño puente hecho con maderas. Le advertí que caminara con cuidado y la guié todavía tomándola de la mano. 

 

La zona estaba desértica en cuestión de personas, porque en realidad estaba recatada de corales y figuras de agua. Se respiraba calma y silencio.

 

—No conocía esta parte —admitió Hannah, rompiendo así él silencio que había perdurado toda la caminata. 

 

—¿Ves esa parte rocosa de allá? Son pozas de mareas y las personas no suelen venir aquí por ellas —expliqué mientras señalaba el área, y al acercarme hice que nuestros hombros chocaran. 

 

Nos aproximamos a las rocas y cuidamos nuestros pasos. Los ojos de Hannah destellaban con asombro y admiraba todo a su alrededor con inocencia aniñada. 

 

—¿Cómo conociste este lugar? —preguntó extasiada. 

 

—Venía con Maru y Demetrius para que él hiciera sus investigaciones. Solíamos ver a los peces de los estanques —me puse a la agaché a la altura de una figura de agua e insté a la castaña a hacer lo mismo—. Mira, eso que se mueve. 

 

Pequeñas manchas apenas perceptibles nadaban en su pequeño paraíso y Hannah se maravilló con ello. Me alegró de una forma tan profunda que a ella le gustara el lugar; más aún si consideramos que esos pozos rocosos son de los pocos sitios en los que tengo algún buen recuerdo con mi padrastro. 

 

De alguna manera era especial. 

 

Poco después Hannah comenzó su recolección de lo que sea: corales, caracolas, conchas de diversos colores, erizos (los cuales no estaba muy seguro de que fuera una buena idea que los tocara), algas… Pero sus ganas por seguir curioseando se acabaron cuando sin notarlo, recogió a un diminuto cangrejo. Ella gritó tan fuerte que puedo apostar a que se escuchó por toda la playa, y aterrorizada, arrojó al pequeño animal tan lejos que lo perdí de vista, aunque eso no podía importarme menos en ese momento porque estaba en medio de un ataque de risas. A Hannah no le hizo nada de gracia, por lo que, con mucha molestia, me lanzó el sombrero a la cara.

 

—¡No te rías! —chilló y, aunque intenté obedecer, me fue inútil.

 

Su sentido del humor se reactivó de la nada cuando comenzó a hacerme pequeñas cosquillas en partes aleatorias de mi cuerpo a manera de venganza. Me dolía el estómago, que se retorcía con cada risa tonta y fea que salía de mí. Traté de detenerla y huir , pero para cuando comencé a recuperar la razón, estaba tropezando y cayendo a la arena húmeda, y terminé arrastrando a la ojiverde conmigo. 

 

Caímos de la elevada cama de rocas al agua, sin embargo la marea todavía no era alta. Las risas se terminaron y fueron reemplazadas por ligeros quejidos. Hannah se disculpó por ellos, pero a juzgar por la sonrisa pintada en sus labios no podía creerle en absoluto. Nuestras ropas ahora estaban empapadas y las olas chocaban contra mi espalda; y no fui consciente de lo peligrosamente cerca que estábamos hasta que, con un movimiento divertido, ella colocó el sombrero de paja sobre mi cabeza. 

 

—Te ves bien, chico emo —rio con esa blanca sonrisa parecida a la luna. 

 

Mi corazón era estrujado por las paredes de mi pecho, estaba apretado y dolía. Dolía tenerla frente a mí de esta forma, pero era tan satisfactorio que no me podía alejar. 

 

—Cállate —mi risa volvió a mí, no porque de verdad esa emoción me llenara, más bien la utilicé como una máscara a lo que en realidad tenía en mente, y además la salpiqué con el agua salada del mar, acción la cual inició una guerra total por unos minutos. 

 

Algunos cabellos rebeldes de Hannah revoloteaban con la brisa y los hacían bailar en el aire, pero la tela húmeda de su camiseta se pegaba a sus curvas. El sol ya había pasado su punto máximo en el cielo y había descendido hasta el horizonte para comenzar a pintarlo de naranja. 

 

—Deberíamos volver —dije. 

 

Me faltaba un poco el aliento y visualicé mis extremidades ya estando de pie: El tono usualmente pálidos y descolorido estaba colorado. Era más que obvio que el bloqueador solar no fue suficiente. Estaba empapado de pies a cabeza al igual que Hannah la cual asintió a lo que dije y que la tomó por sorpresa. Por más que quisiera ceder a mis deseos, lo más probable era que el resto nos estuviera buscando. 

 

—Oye, mira —estaba entusiasmada respecto a algo que había encontrado a sus pies. Me acerqué para ver de qué se trataba y no pude compartir su emoción por lo que tenía en manos—. Es muy linda.

 

Era una simple roca. Si, tenía una superficie pulida y un color negro esmaltado, pero no me pareció nada demasiado extraordinario; pero como no quería desanimarla, asentí a lo que decía. 

 

Ella sostuvo la pequeña roca cerca de mi cara a manera de comparación y yo presté atención a sus extraños movimientos en silencio, un tanto confundido y a la vez un tanto impaciente por irnos, pero no podía decir que no disfrutaba la idea de quedarme un poco de más tiempo a solas en su compañía. 

 

—Tiene un color muy hermoso —comentó finalmente—. Se parece al de tus ojos.

 

Las mariposas llenaron mi interior inevitablemente. El calor llegó nuevamente a mis mejillas y no era por el sol está vez. Repasé mentalmente sus palabras y sus posibles significados, pero lo único que lograba entender me hacía emocionar aún más. No considero que mi rostro en general tenga algo que se considere atractivo, y mucho menos hermoso. Siempre he tenido un conflicto interno relacionado con mi aspecto ya que, gracias a las maravillas de la genética, terminé siendo una copia exacta de la persona que más odio en el mundo, solamente que en versión pelirroja y con pecas ( si, gracias, mamá). Y una de las cosas que compartimos son esos orbes cafés tan oscuros que lucen como el carbón, incapaces de reflejar alguna luz. Muy diferentes a los de Hannah si comparamos. 

 

Sin embargo ahora me decían que tenían un color reluciente y hermoso. 

 

Ahora tenía un desacuerdo interno que no quería resolver en ese momento y preferí ser feliz unos segundos. 

 

Carraspeé la garganta y alejé la conversación de ese camino al igual que mi mirada. 

 

—¿Todo esto se convertirá en fertilizante? —en realidad mi pregunta era algo que en serio me intrigaba. 

 

—No lo sé —se encogió de hombros—. Pero me gustan las cosas pequeñas así que tal vez la mayoría termine como decoración. 

 

—¿Es así?

 

Ella asintió y medité en su respuesta más de lo que cualquiera haría. Si le gustan las cosas pequeñas, ¿una pequeña figura de conejo entra en esa categoría, no?

 

Todavía tenía una cita pendiente con la creación de un conejito de madera pues la paciencia y el tiempo me habían abandonado últimamente. 

 

De alguna forma me las arreglé para sacar a la castaña lejos de ese lugar. Ella es seriamente terca. En el camino no ocurrió nada interesante lejos de que encontré un brazalete de perlas entre la arena y que compramos unos helados en un puesto ambulante. 

 

A Hannah le gusta el de mora y a mí me gusta ella. 

 

En algún momento se lo diré.  








Notes:

Espero que todos ustedes estén bien!
Una disculpa por la tardanza, pero nunca creí que el capitulo me fuera a tomar tanto tiempo lol. En parte culpo a mi bloqueo creativo
(Ps- Acabo de revisar y efectivamente, es el episodio más largo que he escrito. Wow)
.

Regresaré a clases en cuestión de días por lo que estaré más inactiva, pero no se preocupen, de alguna manera u otra encontraré tiempo para la historia.

Adoro la amistad de Seb y Abby, es como una hermana al igual que Sam

Gracias por el apoyo y espero que estén muy bien.❤️❤️❤️❤️❤️

Atte- June❤️

Chapter 24: Dulce muerte

Notes:

Hola!
No pensé que escribir este episodio me tomaría tanto tiempo pues tenía pensado terminarlo la semana pasada, pero lo al final lo terminé anoche, y no me importa que solo haya dormido 3 horas (literalmente), valió la pena. Honestamente fue una montaña rusa en cuanto la experiencia: Primero me agradó, después me pareció aburrido, luego me vinieron algunas ideas pero sentí que no quedaban del todo bien, después me replantee toda la historia, ¡Y el resultado fue algo que ni siquiera yo esperaba!

Ojalá lo disfruten!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Todos tenemos días buenos y días malos. Momentos en los que te alegras de existir y otros en donde deseas que todo desaparezca, o en su defecto, ser tú el que lo haga. Últimamente no había tenido días excelentes, pero había mantenido mi cabeza lo suficientemente ocupada como para que no sobrepensara las cosas. El trabajo en la granja es de gran ayuda. 

 

El día que por fin me animé a leer la carta que me envió mi padre fue algo así como el gris. Recuerdo que me senté en el borde de mi cama y repasé con cuidado cada oración, dando mi mejor esfuerzo por conectar cada idea. Era irreal y mis pensamientos eran borrosos. 

 

Solo permanecí sentada un largo rato hasta que de alguna forma recuperé la noción del tiempo y me alisté para ir a la taberna con los chicos. Mi atención no estaba en ninguna parte pero me esforcé por mantenerlo lo más normal posible. 

 

Como si nada pasara y la carta no existiera. 

 

Y hubiera permanecido así el mayor número de días posibles si no me hubiera emborrachado. 

 

E inevitablemente, derramé todo lo que me estaba ahogando.

 

Tengo un conflicto interno con aquella noche, y es que una gran parte de mí quiere desecharla. Convencerme de que estaba tan ebria que la olvidé. Mandarla al exilio de mis memorias con el propósito de no causarme más pena ajena de mí misma. Pero otra muy pequeña la atesoraba como algo muy valioso y preciado. 

 

Por lo tanto, desde entonces había mantenido la cordura refugiándome en cualquier tipo de actividad, porque además, nunca había visto el valor del dinero hasta que me fue escaso. A veces me reunía con los chicos y hacían de mis días grises buenos días, pero eso involucraba ver a ese lindo chico de cabello similar al plumaje de un cuervo, un peligro total para mi ritmo cardíaco; por lo que intentaba bailar entre verlo y evitarlo lo más posible (aunque siempre terminaba cediendo a mis deseos de sentirlo cerca de mí).

 

Porque cada que miro su rostro me transporto a aquella noche en mi cama en donde su calor me cubría y mis lágrimas se derramaban. Un torbellino de emociones juntas. 

 

Así que no solo me enfrascaba en el trabajo para no pensar en la salud de mi mamá y afrontar el hecho de lo terriblemente cobarde que era por todavía no haber intentado comunicarme con ella, sino que también tenía que lidiar con un tipo que me hace tener mariposas revoloteando en el estómago. 

 

Sebastian había sido muy comprensivo. Más de lo que hubiera esperado. No suele tocar el tema directamente, sino que más bien me distrae del dolor. Es como una droga que me lleva lejos de las preocupaciones momentáneamente con pláticas tontas por mensajes y sin presiones. Nunca habría adivinado lo mucho que necesitaba eso. 

 

Y nunca habría adivinado lo mucho que me gustaría recibir esa clase de atención. 

 

Inevitablemente ahora era una persona especial para mí y quería demostrárselo de todas la formas posibles, lo cual terminaba siendo un problema, pues la mermelada ya no era suficiente. Estaba segura de que él ya se había percatado de mis sentimientos, y demonios, muy en el fondo albergaba la esperanza de que él compartiera mi 'interés especial'. Era un presentimiento que rezaba que fuera cierto, porque ahora en lo único que pienso es en el calor de su mano entrelazada con la mía y en lo tierno que es, y sin poder controlarlo, me embarga una necesidad de abrazarlo. Simplemente tenerlo cerca de mí y tocarlo. 

 

En la playa mientras todos volvíamos a casa me habló acerca de Solarion Chronicles: El juego. Se escuchaba como un total nerd, pero fui incapaz de interrumpirlo debido a lo feliz que se veía hablando de algo que le gustaba. Adoro cuando balbucea . Él terminó invitándome con timidez a enseñarme cómo jugar al día siguiente junto a Sam a lo cual acepté sin pensarlo mucho y mi corazón se retorció levemente con la pequeña sonrisa reprimida que cosquilleaba sus labios. 

 

Después de una larga tarde de arrancar malas hierbas, maldecir a un par de aves que se comieron mis semillas y ordenar el viejo almacén a fin de acomodar algunas cosas que mi padre me enviaría por correo, entré a la cabaña para ver qué haría con mi desastre ondulado. No soy una experta en lo que respecta al maquillaje o moda, pero hago lo que puedo con lo que tengo; aunque puedo decir con orgullo que puse más empeño de lo acostumbrado en mi higiene personal, porque si hay algo que me gusta es la limpieza y no podía permitirme descuidarla ahora que estaba trabajando largas horas bajo el sol. La vecina de Sam, Haley, me había regalado recientemente un par de prendas que ella ya no utilizaba y que pensaba que eran de mi talla. Tal vez siempre verme con la misma ropa llena de suciedad y desgastada que utilizaba para el trabajo duro hizo que sintiera lástima por mí, pero no tenía manera de saberlo. 

 

Entre esas prendas había una blusa que llamó mi atención: Era de un tono amarillo cremoso, con encaje y un ligero escote. Era muy femenino en el sentido tierno de la palabra y pensé en lo distinto que era de lo que solía usar para trabajar tanto en la granja como en Joja. Era muy linda y en serio quería usarla, pero algo me detenía. Le dí vueltas y vueltas al asunto discutiendo pros y contras y dictaminé que hoy me sentía bien y quería verme bien, por lo que me la puse y salí de la cabaña antes de que pudiera arrepentirme, no sin antes tomar todas las cosas que había robado sin querer. 

 

Caminé hasta la montaña con la sensación de que iba tarde. Estaba nerviosa por alguna razón. Eso no era exactamente una cita, también nos acompañaría Sam y únicamente jugaríamos un par de partidas como máximo, algo normal pero sin Abigail aparentemente ya que tenía que ayudar en la tienda. Si, todo va a estar normal, así que no hay porqué estar nerviosa, ¿no?

 

Apreté las tiras de la bolsa que contenía las pertenencias de Sebastian y continué mi trayecto hasta la casa de tejado azúl. No estaba segura de si tocar la puerta, pero terminé haciéndolo, y de inmediato fue abierta por, inesperadamente, Demetrius. 

 

—Hola, Hannah —saludó primero con una acogedora sonrisa—. ¿Qué te trae por aquí?

 

—Buenas tardes —repliqué—. Vine para ver a Sebastian, ¿está?

 

La expresión del hombre se oscureció notablemente y fue lo que me hizo dimensionar la tan mala relación que tenía con su hijastro. 

 

—Pasa, está abajo junto a Sam —me abrió más la puerta con tal de que pudiera entrar—. Si necesitas algo, Robin estará aquí en unos minutos y yo estaré en mi laboratorio.

 

Agradecí su cortesía y bajé el oscuro camino hasta el sótano hasta que me topé nuevamente con una puerta. Dí unos suaves golpecitos en la superficie y escuché una voz florecer al otro lado. Mis mejillas se calentaron ligeramente con anticipación y di a conocer mi identidad. Lo siguiente que ví fue una suave sonrisa recibiéndome.

 

La habitación de Sebastian estaba como la última vez que había estado en ella: Interior oscuro, lleno de posters de diversas franquicias y muebles de madera, aunque estaba más organizada de lo que recordaba. Como si hubiera sido limpiada con anterioridad. Sam también me recibió ya estando sentado frente al gran tablero en la mesa. Una pequeña exclamación de sorpresa se deslizó por mis labios inconscientemente y Sebastian lo encontró como algo divertido, pero yo encontré doblemente divertido que su usual pálida piel estaba levemente enrojecida, un probable producto del fuerte sol del día anterior. 

 

—¿Estás lista? Iniciemos con las reglas generales… —no perdió ni un segundo en introducciones previas y se metió de lleno en la materia en la que era un experto. Él prácticamente me sentó a su lado y no le prestó atención a la libertad con la que me tocaba ni a la nula distancia que tenían nuestros cuerpos. Y no es que no me gustara. Todo lo contrario. Sin embargo, ser tan consciente de su cercanía me mareaba, y me empezó a molestar un poco el hecho de que lo que había pasado ayer no afectase su comportamiento— ¿Estás escuchando? —mi distracción había sido muy obvia, pero en gran parte era su culpa. 

 

—Sip, todo claro —mentí sabiendo que no había prestado atención a lo que había dicho los últimos cinco minutos. Me las arreglaría luego. 

 

Sebastian estaba particularmente serio. Sin bromas o juegos. Simplemente explicando a detalle las mecánicas y funciones, y dando lo mejor de mí, me enfoqué en sus instrucciones, pero no pude evitar reír con las caras graciosas de Sam. Memoricé las reglas lo mejor que pude y llené los huecos con auto conclusiones. No soy muy buena en cualquier tipo de juegos, tal vez debido a que siempre me fueron presentados como una distracción, pero esta vez quería actuar genial y tener un poco de suerte de principiante. 

 

Tracé con el índice el contorno de la figura de mi personaje. Había elegido al sanador, Sebastian era el mago y Sam el guerrero. La partida no fue tan larga como anticipaba y la puntuación tampoco fue tan alta como quería. 

 

—Hey, una C para ser tu primera vez es muy bueno —me animó Sam con una sonrisa de comercial e intenté comprarle su mentira. 

 

El ambiente era cómodo y no deseaba irme. Ellos compartían el mismo sentimiento por lo que comenzamos a hablar de banalidades, y sin darme cuenta, terminé bajando la guardia sentada en el piso contra la cama de Sebastian. Entre las paredes residía un olor a roble y a humedad con un toque varonil. Tal vez colonia. 

 

Sam me mostró la nueva letra de una canción que habían cambiado pero no mencionó la razón de por qué tomaron aquella decisión. No soy una experta, pero me gustó lo que leí y me encantó aún más cuando improvisó la música con el sonido de sus palmas chocar contra la mesa de madera. 

 

—Todavía hay que cambiar algunas cosas y quiero añadir el solo de guitarra, pero todo tiene que estar listo para la semana después de que venga el gobernador al luau. 

 

—¿Eso no es en menos de un mes? 

 

—Sip, sin presiones —bromeó y se tumbó al piso con un gran resoplido para observar el techo con la mirada perdida—. No puedo creer que está tan cerca… Es decir, he estado esperando esto desde hace tanto que es irreal.

 

Sebastian nos observó desde las alturas de su cama vestida con sábanas oscuras. Estaba leyendo algo pero ésto logró captar su atención. 

 

—¿Recuerdas nuestra primera canción,  Seb? —aludió Sam—. Por fin la tocaremos frente a un público…

 

Su voz estaba llena de algo soñador y nostálgico, lleno de orgullo por sus sueños realizados. ¿Este es el punto máximo en la vida de alguien? ¿Cumplir sus objetivos más profundos? Me parecía inspirador.

 

¿Me he sentido así alguna vez? En ese momento no lo recordaba pero estaba segura de que al menos un trofeo de gimnasia o un un elogio de parte de mis padres o maestros me hicieron sentir que había alcanzado el cielo. 

 

—Si… —respondió Seb— Yoba, creo que voy a vomitar.

 

Estaba conteniendo una sonrisa nerviosa, de esas que sueltas inconscientemente ante algo que es demasiado grande para tí aunque no sabía si lo que decía iba en serio.

 

—Abby ya tiene los asientos de autobús y el hospedaje —añadió Sam. 

 

Había aceptado acompañarlos. Creía que iba a ser buena idea despejarme del trabajo y el dolor de cabeza que implica quitar las malas hierbas. Iba a dejar encargado a Cody con Marnie y los cultivos al cuidado del espantapájaros junto a los rociadores (cortesía de Maru y sus experimentos). Estoy enamorada de esos rociadores. 

 

Pero había un pequeño problema. 

 

—Entonces, Hannah, ¿sí podrás acompañarnos a Zuzu por todo ese fin de semana?

 

Tenía que volver al lugar de donde había huido. 

 

—Si, todo cubierto.

 

Sebastian me miró un poco consternado pero evité sus ojos para aparentar una estabilidad y convicción que no tenía. Podía poner un sin fin de excusas para no ir, pero soy muy mala diciendo que no, y además, muy en el fondo quería ser parte de ese momento tan especial, al final de todo ellos habían sido las personas más geniales que había conocido en mucho tiempo. 

 

Poco a poco la noche cayó, o eso asumía debido a la hora de mi reloj ya que la habitación de Sebastian no tenía ventanas. Sam y yo estábamos a punto de partir de manera sigilosa hasta que una pelirroja conocida nos detuvo en el acto. Robin nos invitó a cenar junto a su familia con una ancha amabilidad pintada en su semblante. Siendo sincera me causaba curiosidad probar su comida, pero en realidad creo que era mi estómago implorando una comida decente el que me dirigía. 

 

Sam rechazó la oferta diciendo que le había prometido a su mamá que llegaría temprano a casa, sin embargo se le notaba en la cara que hubiera deseado quedarse a degustar lo que fuera que oliera tan bien en la cocina. Ésto me dejó a mí como última pendiente en elegir y no pude negarme. Mi apetito no es bueno diciendo que no a la comida gratis y mi billetera tampoco. 

 

Cuando vivía con mis padres en su departamento solíamos comer en su mayoría comida rápida y de vez en cuando yo preparaba la cena al llegar del trabajo, pero había veces que la hacía mi papá. Supongo que son las limitaciones de una vida laboral que te absorbe. Entre más me acercaba al área del comedor (el cual estaba en la cocina) más podía absorber el aroma a comida casera y mi boca se derretía. El olor a especias flotaba en nubes de humo que escapaban por la ventana y anticipé el buen sabor que tendrían los alimentos. 

 

Maru y Demetrius ya estaban en sus asientos y me saludaron con entusiasmo, pero no podía decir lo mismo de Sebastian, que permaneció con una expresión neutral desde que acepté quedarme. 

 

—¡Siéntate donde gustes! —me animó Robin. 

 

Dudé un poco en elegir una silla, pero terminé escogiendo la más cercana a la puerta y la cual estaba contra la pared. Me invadió un extraño nerviosismo por toda la columna vertebral, empezaba a sentirme fuera de lugar en la mesa, pero entonces un delicado empujón en el brazo me distrajo. 

 

—Ese es mi lugar —dijo Sebastian con una pequeña sonrisa juguetona que delataban sus obvias intenciones de bromear, pero sin embargo eso no evitó que me alarmara por dentro. 

 

Le ofrecí de inmediato devolverle su sitio pero él se negó. Lucía levemente desconcertado porque su broma no fue contemplada como tal y dos segundos después me dí un golpe mental cuando noté sus verdaderas intenciones. 

 

El chico de playera oscura se sentó a mi lado, dejándolo frente a Maru. Ella llevaba puesto un overol con manchas de aceite y el cabello recogido y comenzó una breve conversación que giraba en torno a los rociadores que ella había armado para un experimento y que me propuso utilizarlos para recibir ayuda en el trabajo. Era un trato de beneficio mutuo. 

 

Robin terminó trayendo a la mesa una charola con el plato principal: Coliflor gratinada, y no puedo explicar lo ansiosa que estaba por probarla. Sin embargo, antes de que pudiera clavarle mi tenedor a la comida, las palabras de Demetrius me detuvieron en mi sitio. Autocontrol, Hannah, autocontrol.

 

—¿Supiste que Maru acaba de ganar una competencia ayer? —habló Demetrius con gran emoción en su mirada en dirección a su hija— Fue espectacular, los demás no pudieron con su robot. 

 

—Eso me habían contado… —dije asumiendo hasta ese momento que ese era el motivo de la cena— Felicidades, Maru. 

 

La morena sonrió, un tanto avergonzada a mi parecer y le restó importancia, y la admiré por ello, porque no todos los días te ganas un premio tan grande como ese; si hubiera sido yo cuando era más joven, habría deseado que ameritaran mi esfuerzo,  aunque siendo honesta conmigo misma, puedo decir que aquella satisfacción y felicidad eventualmente se vuelve obsoleta. De todas formas ¿de qué me sirven los elogios y trofeos ahora? Lo único que me dejaron fue un instinto competitivo seguido de una autoexigencia insaciable. Evidencia de ello, fueron las largas horas que pasé practicando El Rey de la pradera en el salón de Gus luego de una lamentable derrota. Todavía no puedo superar el segundo nivel. 

 

Como sea, traumas de mi juventud. 

 

Finalmente, después de una breve pero a la vez eterna introducción, pude servirme una, a mi parecer, no tan exagerada porción de comida con sus respectivos complementos y, Yoba, Robin sí que sabe lo que es cocinar. El gratinado de queso se derretía en mi boca y casi lloré cuando Demetrius preguntó si la tarta de ruibarbo ya estaba lista. 

 

Traté con todas mis fuerzas comportarme en la mesa, conservando los modales básicos a fin de no avergonzarme, y es que acababa de caer en cuenta de que prácticamente me había colado a una celebración familiar. 

 

—¿Y cómo te va en la granja? —inició la conversación Maru, pues hasta ese momento todo era el sonido de los cubiertos contra el plato— Acabo de recordar que debo de aceitar los mecanismos de los aspersores.

 

Antes de responder tomé un segundo para tragar el pedazo de pan que tenía en la boca. 

 

—Todo ha ido bien —aseguré y le di un pequeño vistazo a Sebastian—. Y no puedo creer que hayas hecho esas cosas de chatarra. 

 

—Sólo hay que saber qué cables conectar —sonrió mientras tomaba un bocado de su comida. 

 

—Maru siempre ha sido muy ingeniosa —se unió a la conversación el hombre moreno—. Harvey a veces nos acompaña para cenar y siempre menciona lo feliz que ha estado desde que comenzó a ayudar en la clínica —el hombre parecía genuinamente alegre con lo que decía, pero con sólo ver el tenue sonrojo que se formaba en las mejillas de la chica pude leer las implicaciones de las amigables visitas del tímido doctor, pero parecía que su padre no tenía ni la más mínima idea. 

 

Interesante. 

 

—Papá, ¿por qué no mejor nos hablas acerca de tu nueva investigación? —desvió la conversación a un sitio más seguro. 

 

—Oh, bueno… Como estamos en pleno verano es el tiempo perfecto para estudiar a los murciélagos por lo que…

 

Comí con tranquilidad el resto de mi plato, sintiéndome de una manera que desde hace tiempo no sentía. 

 

En casa. 

 

Había algo difícil de explicar. Tal vez era la comida hecha en casa, las charlas casuales o tal vez simplemente era el hecho de estar sentada en una mesa en compañía de otros. Pero había algo cálido en ello, casi reconfortante.

 

Mis noches suelen ser solitarias, terriblemente silenciosas y lo detesto; por lo que para evitar caer en la locura con el insufrible tic tac del reloj del pasillo, pongo cualquier sonido de fondo: La televisión, la radio, música o incluso a veces la falta de comida por las noches altera mi cordura y comienzo a hablar con Cody; tenemos pláticas profundas sobre política. Pero cuando es hora de ir a la cama, todo se apaga y la cabaña en el bosque queda en total oscuridad, me doy cuenta de lo tan…

 

Malditamente. 

 

Sola que estoy. 

 

Cuando me mudé al pueblo pensé que estaba acostumbrada a la soledad, pero ahora puedo decir que es muy distinto estar sola en casa a la espera de un par de personas a estar sola en casa a la espera de nadie. Únicamente eres tú y tus asuntos. 

 

Eso era lo que quería. 

 

Libertad, ¿no es así?

 

¿Entonces por qué no se siente bien?

 

Me sentía sola a pesar de estar rodeada de gente. 

 

Su amor familiar me producía nostalgia y contemplar al lindo par padre e hija me traía recuerdos. 

 

Poco a poco un nudo se arraigó a mi garganta y un sabor ácido la quemaba. Quizás eran celos. Bajé la mirada y me enfoqué en mi comida y pensé en cualquier otra cosa como en el último video gracioso que Abigail me había enviado. No podía llorar en ese momento.

 

De repente, un suave empujón en el brazo me sacó de mi línea de ideas. Alcé la mirada hacia mi derecha y me encontré a los orbes de obsidiana de Sebastian; él, con un murmullo me pidió el tazón de puré de papa, lo cual le concedí. Sebastian había estado especialmente callado toda la comida en el sentido de que no había dicho ni una sola palabra. Estoy un tanto acostumbrada a eso cuando estamos con los chicos pues él participa de vez en cuando con algunos comentarios; pero aquí su presencia era casi nula así como incómoda. Casi como un fantasma. Aunque la rápida e imperceptible sonrisa de agradecimiento que me dio, rompió todo el hielo a su alrededor. 

 

—Bueno, basta de cosas que no entendemos —interrumpió Robin—, ¡háblanos sobre tí,  Hannah! ¿Qué te parece el pueblo? Ha pasado un tiempo desde la mudanza, ya eres un ciudadano en todo tu derecho. 

 

La pregunta me tomó un tanto desprevenida.

 

—Creo que es lindo; todos han sido muy amables… —mi respuesta no fue suficiente para las personas delante mío, por lo que carraspeé mi garganta para ganar tiempo y pensar en algo más— Y bueno- Nunca creí que terminaría viviendo aquí, pero es mucho mejor de lo que esperaba —reí nerviosa esperando a que compraran mi media verdad. 

 

—Oh, es cierto, eres de Zuzu, ¿no? Ha pasado tanto desde que se mudó alguien a este viejo pueblo que lo olvido —explicó mientras retiraba los platos vacíos, intenté ayudarla, pero ella se negó—. ¿A qué te dedicabas?

 

Lo que faltaba. 

 

—Era abogada en un Joja Corporation.

 

—Que Pierre no lo sepa —se unió Maru con diversión a la vez que traía la deliciosa tarta de ruibarbo—, pensará que eres un espía o algo así. 

 

Todos reímos por su comentario. 

 

—¿En qué universidad te titulaste? —continuó con cierto interés Demetrius.

 

—En la Universidad Autónoma de Zuzu.

 

Recibí mi pedazo de tarta y el vapor tenía un aroma espléndido. 

 

—¡Oh, ya veo! —carcajeó el hombre con ánimos y yo no lo comprendía— Yo hice mi maestría ahí y Maru está estudiando su Ingeniería ahí mismo también. Qué pequeño es el mundo. 

 

Entrar a esa universidad no fue sencillo.

 

Ni un poco. 

 

No soy inteligente naturalmente, de hecho me considero bastante ingenua en diversas áreas, y tal vez me hubiera sentido halagada al estar a casi la altura de los prodigios sentados al otro lado de la mesa, pero la expresión seria del chico a mi lado me lo impidió. Estaba en otro mundo, sombrío, ajeno a la conversación, o intentando serlo. 

 

La cena prosiguió con normalidad, alejándose de lo académico y enfocándose en las maravillosas habilidades culinarias de Robin, pero ella hacía de menos a todos los cumplidos diciendo que la preparación no era tan complicada. Y entonces, por un segundo, uní los hilos y noté de dónde había sacado del chico de cabello negro su incapacidad para recibir alagos. ¿La genética atacó de nuevo?

 

En algún punto todos nos levantamos de nuestros lugares. Me ofrecí nuevamente para recoger la mesa o lavar unos cuantos platos, pero la pelirroja se negó con firmeza. No quería sentirme tan inútil y tener como cargo de conciencia que, además de colarme en una comida familiar, estaba siendo atendida sin dar nada a cambio. Ahora tendría que regalarle una mermelada a cada integrante de la familia. 

 

Me terminaron sacando de la casa a rastras a fin de obligarme a dejar atrás mi deseo de ayudar, por lo que tuve que despedirme de todos. La noche era tranquila con solo ruidos naturales de fondo. Sebastian me había escoltado hasta la salida y ahora estaba frente a mí contra la puerta con su silueta siendo salpicada por la escasa luz que provenía de una lámpara exterior. Una corona de resplandor se creó en su cabello el cual se confundía con la noche. Sus largos mechones caían sobre la palidez de su piel, cosa que hacía un lindo contraste. 

 

—Gracias por invitarme y también por la comida— apreté con fuerza las manos, frotando mis pulgares de manera áspera a fin de intentar mantener un poco de mi titubeante compostura. La oscuridad hacía que su rostro se viera más atractivo de lo usual y no podía evitar notarlo; tal vez porque este era su hábitat natural.

 

—Yo solo fui por los ingredientes —resopló para restarle importancia—, y perdón si el juego no fue tan emocionante como esperabas —balbuceó en un hilo de voz que terminó en un murmullo.

 

—No, está bien, fue divertido. Nunca había jugado un juego de tablero de este tipo… fue interesante —mi sinceridad llegó a sus oídos y un poco más adentro pues una tímida sonrisa cosquilleó en sus labios de nuevo. Secretamente estaba muy feliz de que él compartiera una parte de su mundo conmigo. 

 

—Me alegra… —su rostro se iluminó de una forma aniñada tan inocente que quería abrazarlo y protegerlo por siempre. Había un imán en mi interior que era terriblemente atraído hacia él.

 

Aclaré mi garganta para sacar los pensamientos sin control de mi cabeza y cambié de tema. 

 

—Dejé tus cosas en tu habitación, de verdad gracias por todo y perdón por no haberlos devuelto antes…

 

Hah… De verdad voy a extrañar esa sudadera. 

 

Soy alguien cumplida cuyo antiguo empleo no permitía deslices pues las consecuencias consistían en grandes pérdidas, por lo que olvidar regresarle a su dueño su simple paraguas y sudadera era bizarro. 

 

Antes de que él pudiera responder, una ráfaga de viento picó la piel desnuda de mis brazos. Me abracé a mí misma intentando conservar mi calor corporal y me pareció extraño que en pleno verano pudiera sentir frío, aunque si lo pensaba bien, estaba en la montaña, obviamente la temperatura iba a ser distinta al resto del pueblo. 

 

—¿...Tienes frío? —preguntó lo obvio casi como una afirmación. 

 

—Un poco —dije un tanto apenada. Mi tolerancia a los climas alejados de lo cálido era muy pobre—, ¿tú no?

 

—Yo nunca tengo frío. 

 

Él sonrió de una manera engreída, como si eso fuera un premio, sin embargo, en aquél momento sí que era algo que yo quería. 

 

Di una risita por lo bajo sintiéndome embelesada por su tierna arrogancia y abriendo los ojos a la realidad que había ignorado todo el día y es que la cuestión era que mi cuerpo estaba más expuesto de lo usual. Me arrepentí en silencio por no haber hecho una mejor elección de vestimenta y no haber sido práctica, pero hey, al menos tu cabello suelto ayuda en algo.

 

Levanté un poco la vista y me encontré con Sebastian prestando atención a mis brazos entrelazados pero, apenas notó que fue descubierto, se retiró. Parecía que tenía algo en mente pero no tenía ni idea de lo que era, y cuando me iba a animar a preguntar, él me interrumpió. 

 

—Espera aquí. 

 

Y entró a su casa y cerró la puerta. 

 

 

Bien…

 

O eso creo…

 

Así que ahí estaba: De pie bajo a una lámpara, en medio de la oscuridad, sola, con frío y sin una pizca de conocimiento acerca de por qué de repente Sebastian se había marchado. 

 

Seguí la corriente de las circunstancias y observé con incredulidad mi alrededor. No me considero alguien a quien le aterrorice la oscuridad, la tolero hasta cierto grado, pero la ficción algunas veces te hace tener una mente paranoica. 

 

O incluso la realidad. 

 

Sacudí con efusividad la cabeza para alejar esos pensamientos desagradables sobre asesinos y pervertidos, aunque si me pidieran mi opinión, preferiría al asesino. 

 

Si hay algo que me ha enseñado la ciudad es que los pervertidos no son agradables. 

 

Mi pequeño monólogo interno fue interrumpido por una puerta rechinar. Eso sí que me asustó. Sebastian volvió a cerrarla; se miraba un tanto agitado, como si hubiera corrido hasta la entrada. Ahora era mi momento para averiguar qué era lo que pasaba, pero nuevamente no me fue posible preguntar. 

 

—Toma… Lo siento, no encontré ninguna recién lavada… —dijo con pena. 

 

En su mano sostenía una prenda de color negro, pero luego de agarrarla descubrí que se trataba de otra sudadera con capucha. 

 

Él de verdad se había tomado la molestia de ir hasta su habitación para traerme algo como esto. 

 

De tan solo pensarlo mi corazón dio un vuelco. 

 

Me vio un tanto expectante. Él de verdad esperaba que la usara. La timidez nació dentro de mí y se me hizo estúpido como ahora algo tan simple como ponerse una prenda encima mientras alguien observaba parecía un tabú. Sólo es una sudadera, me repetía a mí misma. 

 

Cuidé mis movimientos lo más que pude pero estoy casi segura de que se vio muy tosco. Al final saqué mis rebeldes rizos del interior para que se esparcieran a mi alrededor. Hacía un tiempo que no utilizaba la ropa de un hombre: Era tan amplia y cálida. Las mangas eran tan largas que no podía ver mis dedos y la tela olía a él. Idéntico a esa memorable noche de licor barato, pero con una pequeña diferencia. 

 

No había rastros de humo. 

 

Estaba la colonia, la suave esencia del detergente y el toque a roble, pero no estaba la presencia del cigarrillo. 

 

Me crié alrededor de este olor y me es fácil identificarlo, pero lejos de desconcertarme, me sentí aliviada. Como si hubiera recibido una grata sorpresa. 

 

—Gracias… —murmuré tan avergonzada pero feliz a la vez, reprimiendo ese impulso apasionado de abrazarlo. Mi interior burbujeaba y mi mejillas se calentaban. Estaba a punto de morir de adoración en frente de su casa.

 

Por lo tan lindo. 

 

Y considerado. 

 

Que era este chico. 

 

—¿... Estás bien? —preguntó él con suavidad, rompiendo los segundo en silencio que no había percibido. 

 

—S-sí, ya no tengo frío —respondí apresurada colocando mis manos cubiertas por las mangas sobre mi pecho. 

 

—Uh… Yo no… —se rascó la nuca vacilante—, no me refería a eso. 

 

¿..........Uh?

 

—Eh-, sí, lo estoy, ¿por qué? 

 

Estaba claramente confundida, pero la expresión preocupada de Sebastian no me daba respuestas. 

 

—Es solo que mi familia puede ser un tanto entrometida y tú no parecías, bueno… cómoda. 

 

¿De verdad había dado esa impresión?

 

—Estoy bien —aclaré con un pequeño nudo en la garganta—. De verdad, no hay problema, es solo que a veces… —apreté los dedos de los pies y saqué una risa lenta combinada con mis ganas de desaparecer. La luz de la lámpara se volvió encandilante pero no más que los orbes oscuros que me examinaban. No podía creer lo fácil que era de leer—, a veces simplemente los extraño.

 

—¿...Tus padres? —otra vez, una afirmación a manera de pregunta. 

 

Asentí con la cabeza baja y expulsando un suspiro en forma de sonrisa. Una nerviosa, o quizás apenada, no lo sabía, pero sí sabía que en mi pecho se empezaba a acumular algo.

 

No me gusta abrumar a los demás con mis problemas, por lo que me clavé las uñas en las palmas para difuminar un poco el dolor. 

 

—Hannah, ¿tienes tiempo?

 

Respingué ligeramente. Es raro que él me llame por mi nombre. No entendía qué era lo que él pretendía, pero no me negué. 

 

—Quiero mostrarte algo —dijo.

 

Sebastian tomó una de mis manos cubiertas y me guió a través de la oscuridad sin esperar mi respuesta. Su agarre era suave y su andar era fácil de seguir. No tenía ni idea de a dónde nos dirigimos pero mis mejillas se calentaron con su simple delicadeza. 

 

Su dirección nos dirigió a través de los árboles puntiagudos, imponentes en las penumbras, aunque tuve un poco de miedo de no cuidar mis pasos y tropezar con alguna raíz. Un poco después, nos detuvimos finalmente frente a la conocida figura de agua. El lago lucía más profundo de lo normal, y en vez de ser cristalino, se había convertido en un perfecto espejo para la luz de la luna llena sobre nuestras cabezas. 

 

Suspiré sin poder contener mi asombro. 

 

—Es bonito, ¿verdad?

 

—¡Es hermoso! —exclamé— ¡¿Cómo es que conoces tantos lugares así?!

 

—No lo sé —rio encogiéndose de hombros—. Este lago es lo único que evita que muera de calor en verano… Es por eso que el aire es un poco más fresco —explicó como si quisiera defender a la montaña. 

 

Poco después hubo un breve momento en el que las palabras se ausentaron, pero ya que eso implicaría enfocarme en nuestro estrecho contacto, preferí decir lo primero que se me vino a la mente, un pequeño pensamiento tonto que había rondado por ahí.  

 

—¿Se volverá una costumbre tomarme de la mano y luego llevarme a lugares así? —dije un tanto a manera de broma, pero me arrepentí al instante, pues a mi parecer, daba a entender que era algo que me desagradaba. 

 

Pero él fue por un camino totalmente distinto. 

 

—Solo si tú quieres… —habló con suavidad— Cuando te sientas… triste o sola puedo traerte a lugares como estos. Podemos hablar de lo que te molesta, o simplemente podemos hacer cualquier otra cosa- eh —el tenue brillo de la luna me dejaba visualizar su rostro, pero algo en su voz sin fuerzas me indicaba el eminente sonrojo en su rostro—. Yoba, eso fue muy cursi…

 

—Sí quiero.

 

Sentí algo recorrer mi mejilla, y no me percaté de que era una lágrima hasta que la toqué con las yemas de mis dedos. Para mi desgracia, no fue la única que cayó; más bien fue el inicio de lo que me pareció una interminable lluvia salada que no podía controlar, cosa que me frustraba mucho. 

 

Mi cara estaba cubierta de vergüenza, agradecimiento, confusión y amor. 

 

Limpié mi desastre con ambas manos, rompiendo el agarre que tenía con Sebastian. Quité los residuos con parte de las mangas, pero nuevamente me arrepentí pues lo más probable era que la terminara ensuciando con mi maquillaje arruinado. 

 

Soy un desastre

 

Olisquee un poco por lo bajo y luego pensé que en que aquél sonido pudo haber sido desagradable. No entendía por qué estaba tan sensible, pero realmente quería desaparecer. Quería cavar un hoyo muy profundo y sepultarme en mi vergüenza. Pero antes de que pudiera tomar mi pala, un ligero toque en mi hombro me congeló en el tiempo. 

 

No lo podía ver, no solo porque mi rostro estuviera siendo cubierto, sino que tampoco quería ver la lástima con la que él me vería. 

 

—Hannah —me llamó pero yo negué con la cabeza—. Oye… —lo escuchaba cerca: Su voz era ronca pero amable. Eso hizo que mi cabeza diera vueltas y pusiera más firmeza—, no era mi intención hacerte sentir mal, perdón… —se palpaba el remordimiento en sus palabras y me repetí idiota a mí misma por hacerle pensar que era responsable. 

 

—No es tu culpa —me las arreglé para articular—. Soy solo yo —de nuevo olisquee—. De seguro me veo horrible. 

 

Detesto que me vean llorar, me hace sentir tan patética, débil y vulnerable lucir como una persona que no puede arreglar sus propios problemas, es por eso que era ridícula la facilidad con la que podía llorar frente a su presencia. Porque no se sentía como algo incorrecto, era cómodo y me sentía segura. 

 

Me reí sin gracia y las gotas seguían escurriendo por mi barbilla y cayendo al pasto. Las emociones me atacaban y me recordaban a aquella noche. Sentía la presencia de Sebastian delante mío, con su mano todavía en mi hombro. Me intrigaba saber qué clase de expresión estaría haciendo, pero mis dudas se desvanecieron cuando su mano libre se unió a la otra en un suave recorrido desde mis hombros, pasando por mis antebrazos hasta llegar a mis muñecas. Dejé de respirar y mi piel se erizó a pesar de que no había sido tocada directamente. 

 

Sin decir nada y con suma delicadeza, bajó mis murallas hasta el nivel de mi barbilla sin poner presión, aunque yo tampoco puse demasiada resistencia. Mi rostro enrojecido entró en contacto con el ambiente fresco del lago, y de nuevo me sentí tan expuesta.

 

Se inclinó para verme y la luz de la luna se esparcía por su espalda. Sus usuales ojos afilados estaban suavizados, mirándome con ternura y estaba sonriendo de una manera tan enternecedora que me quemaba por dentro. 

 

—Eres muy bonita. 

 

Sus palabras flotaron en el aire y se impregnaron en mi cuerpo de la manera más dulce que había experimentado. No podía creerle, pero si me lo decía de esa forma era un tanto complicado apegarme a lo que sabía. Él sostuvo el borde de la manga de la sudadera que me había prestado, y con cuidado secó el camino de lágrimas combinadas con maquillaje para ojos que se habían deslizado. Se tomó su tiempo como si tuviera toda la noche para hacerlo y de lo único que fui capaz fue de observarlo y pensar en lo difícil que sería quitar las manchas de la tela. 

 

Estaba mareada y mis piernas perdían fuerza. Era probable que cayera en cualquier momento. Pero me obligué a recordar todos mis años de gimnasia y seguir de pie. 

 

Finalmente terminó, pero él no se alejó, apartó, o cualquier otro sinónimo que quiera decir que agrandó la distancia entre nosotros. Ya no fui capaz de escuchar otro sonido además de mi estruendoso corazón y nuestras respiraciones conjuntas. Tomé un poco de valor y alcé una de mis manos para alcanzar su fino rostro y él no me lo impidió. De verdad deseaba poder transmitirle algo. Su mandíbula se tensó con el primer contacto y el calor que emanaba su piel me era hipnotizante. 

 

—Hannah —dijo con suavidad y me encantó como sonaba mi nombre en sus labios. 

 

—¿Por qué eres tan bueno…? —pregunté al aire acariciando el contorno de su rostro— ¿Por qué eres tan amable conmigo?

 

Mi voz se quebró y la tormenta amenazaba con volver. No tenía control sobre lo que decía. No estaba molesta con él, estaba confundida porque nadie me había tratado tan bien antes sin querer algo a cambio, pero siempre esperé que Sebastian fuera diferente. Siempre asumí que Sebastian era diferente porque…

 

—Porque eres especial para mí —respondió unos cuantos segundos después en un susurro tan bajo que apenas distinguí. 

 

Esas simples palabras.

 

Esas simples palabras lograron que el autocontrol y la cordura que tanto tiempo me había esforzado en mantener desaparecieran.

 

Sus filamentos se rompieron.

 

Y fueron reducidos a nada. 

 

Y lo siguiente que supe es que estaba besando al chico frente a mí. 

 

Alcancé su rostro en un movimiento un tanto descuidado y mi otra mano se aferró por su vida a su hombro para que no perdiera el equilibrio, y creo que en ese momento morí. Mi corazón dejó de latir por un doloroso instante, pero me las arreglé para volver. Su aroma varonil y a roble inundó mis fosas nasales y me embriagué en el sabor dulce de sus finos labios entreabiertos por la sorpresa. 

 

Por un segundo temí haber cometido un error, pero toda preocupación, pensamiento coherente, o coherencia en sí, se esfumó cuando sus ágiles dedos se enredaron en mi cintura y recorrieron mi espalda con una lentitud que me generaba un cosquilleo progresivo. Mi cuerpo estaba cubierto por capas de ropa, pero eso no impidió que fuera terriblemente sensible, y grité internamente cuando él me atrajo con fuerza y me presionó contra sí mismo. Mi cabeza daba vueltas y vueltas, y me esforcé por transmitirle algo con mi beso. Lo que sea. Por lo que arrugué la tela de su camiseta y profundicé todo lo que él me permitió, porque maldición, sus labios se sentían tan bien; Mejor de lo que había imaginado. Y me embriagó la idea de que él quería esto tanto como yo. 

 

No había pausas para respirar, más bien atrapábamos fragmentos de aire cuando se podía, por lo que en instantes sentía el calor de su húmedo aliento contra mi boca, el cual se entrecortó en un jadeo cuando peiné entre mis dedos el cabello que caía en la parte de atrás de su cuello. Mis manos se deslizaron hacia el sur, o tal vez solo cayeron rendidas, y mi palma terminó contra su pecho, presenciando así todos sus dulces latidos. 

 

En realidad, todo acerca de Sebastian era dulce en ese momento. 

 

Desde la borrosa imagen que tenía de su expresión entre rápidos pestañeos hasta la forma en la que seguía con paciencia mi beso y se tomaba su tiempo. Él no tenía prisa en avanzar y eso solo hacía que me derritiera aún más entre sus brazos abrigada por su calor. Ahora quería llorar de adoración, amor y alivio. 

 

Ese chico de verdad me iba a matar.

 

De la manera más lenta.

 

Y dulce posible. 

 

El momento continuó unos largos segundos que no podía dimensionar; de alguna forma el tiempo pareció ralentizarse, y entonces…

 

Y entonces mi celular sonó. 

 

Ambos fuimos bajados del cielo y volvimos al mundo real, cayendo sobre nuestro momento y rompiéndolo en pedazos. 

 

"Ignóralo" quise animarme a decir, como si fuera una chica despreocupada y atrevida pero mis agallas salieron corriendo al ver el rostro de Sebastian con sus labios ligeramente hinchados y con rastros de mi brillo labial en ellos, y por supuesto, estaba ese vicioso rubor cubriendo su cara junto a esos ojos brillosos. 

 

—Creo que deberías contestar —dijo aún abrazándome. 

 

Yo obedecí por instinto y busqué con torpeza mi celular en mi bolsillo trasero aún desorientada por el torbellino de emociones que me atacaron. El calor de Sebastian me abandonó y me sentí más fría que antes, lo que me hizo de inmediato echar de menos su presencia cerca de mí. Quería arrojar con todas mis fuerzas mi insufrible celular con su insufrible ruido directo al lago, pero al ver el nombre en la pantalla me detuve. 

 

—¿Hola? ¿Papá?

 

Sebastian respingó un poco.

 

La voz de mi padre era la misma de siempre, pero tenía unos bordes cansados debido a la hora tan tardía en la noche. Hablaba con él de vez en cuando entre semana y por lo usual sus llamadas me levantan el ánimo, pero en esta ocasión él no tenía ni la más mínima idea de lo inoportuno que fue. En fin. Ya qué lo amo, lo perdoné en silencio. 

 

—¿Qué crees? —su voz se escuchaba a través de la bocina— La paquetería de envíos puede entregarte lo que pediste en tres días máximo, ¿no es increíble? —la felicidad y el orgullo se sentía en sus palabras y sonreí por inercia. Él siempre se esfuerza por hacer lo mejor para quienes ama. 

 

—Si, muchas gracias, papá… —dije con un profundo agradecimiento, pero fui sacada de mi pequeño mundo cuando recordé que Sebastian todavía estaba aquí. Un rubor apenado se extendió por mis mejillas. Nunca me habían atrapado en una llamada con mi padre antes. Pero a diferencia de todo lo que imaginé que haría, él solamente me dedicó una suave sonrisa cargada de un mensaje implícito que traduje como "Bien hecho". Desvié la mirada con una sonrisa que me habían contagiado y seguí escuchando la llamada.

 

—Oh, pero por cierto, necesito la dirección exacta de la granja, al parecer tienen una política muy estricta respecto a eso —continuó seguido de un largo y cansado bostezo. 

 

—Si, está bien… — ¿Qué tan patético es que no sepa mi propia dirección? —, te la daré mañana temprano, ahora no estoy en casa. 

 

—¿Qué? ¿A esta hora? Por favor dime que no estás sola —su voz se escuchó fuerte y claro que tuve que alejarme un poco del teléfono. 

 

—No estoy sola, no te preocupes —intenté tranquilizarlo antes de que tomara el primer autobús hacia el pueblo. Si yo soy paranoica, él es mil veces peor. 

 

—Bien, pero más vale que no sean chicos —espetó y me sonrojé al instante haciendo memoria de lo que estaba haciendo hace unos escasos 2 minutos, y lo peor es que Sebastian podía escuchar claramente su discurso—. ¡Recuerda lo que siempre digo! Los hombres-

 

—Si, ya lo sé, ya lo sé, papá —lo interrumpí antes de que mencionara cualquier otra cosa peor o de que pudiera escuchar la risa contenida de Sebastian—. Oye, me tengo que ir, te llamo mañana, ¿si? Te amo —colgué luego de que él también se despidiera y suspiré. 

 

Guardé de nuevo mi celular y levanté con lentitud la mirada hasta el hombre frente a mí. 

 

—Entonces… ¿Debería preocuparme? —dijo y se rio cuando rodé los ojos con un sonrisa reprimida. 

 

—Tranquilo, lo peor que puede hacer es investigarte a fondo y demandarte —dije con ligereza. 

 

—¿Abogado?

 

—Si. Mamá también —añadí, no recordaba si ya se lo había mencionado. 

 

Una linda familia de abogados. 

 

—Tú padre parece una buena persona… 

 

—Lo es —quería decirle que no era nada sexy hablar de mis padres después de un beso, pero para empezar, fue mi teléfono el que lo arruinó—. Puede comportarse así de sobreprotector, pero tiene sentido común. 

 

—Eres su única hija después de todo —suspiró pesado—. Demetrius es igual con Maru.

 

Después de eso la conversación se perdió y solo quedó la melodía de la naturaleza que no había apreciado hasta ese momento. Eventualmente las cosas se pusieron extrañas, es decir, dos autonombrados amigos se acababan de besar sin previo aviso, ¿qué puede ser más incómodo que el silencio después de eso? Ambos nos percatamos de ello y realizamos que debíamos de separarnos para procesar toda esa noche de manera adecuada, y con adecuada me refiero a mirar fijamente el techo hasta que amaneciera. Volvimos sobre nuestros pasos hasta el lugar en el que todo inició: La luz de la lámpara de la entrada seguía encendida, pero las del interior no lo estaban, por lo que asumí que todos habían ido ya a la cama. 

 

—Hannah —de nuevo mi nombre. No habíamos dicho nada en todo el camino—, mira, sé que soy el menos indicado para aconsejarte en cuanto cómo arreglarte con tu familia —se rascó con nerviosismo la nuca, en este punto asumí que era una clase de mecanismo de defensa o algo por el estilo—, pero de verdad no creo que tu mamá te odie.

 

—Eso espero —resoplé con una sonrisa lastimosa. 

 

Aunque no me gusta albergar falsas esperanzas. 

 

De verdad quería retener a esa muy cerca de mí. 

 

Terminé caminando directo a casa sola con la única compañía de la luna. Mis pies me dolían y tenía sueño, pero logré llegar a la cama antes de desmayarme en el camino y que un empleado de Joja me recogiera. No puedo creer lo costosos que son sus servicios médicos. 

 

Saludé a Cody con tiernas palmaditas en la cabeza y me acurruqué a su lado. Obtuve la suficiente determinación como para desmaquillarme y cambiarme de ropa, sin embargo la sudadera permaneció; pero no tuve el valor de verificar si Sebastian me había mentido o no. 

 

Las luces estaban apagadas en su totalidad y solamente se colaba una línea de rayo de luna por la ventana. Estaba todo en silencio aparte de las respiraciones de Cody, las mías y el sonido de la nada. 

 

Y de repente una necesidad me embargó, una impulsiva y solitaria. Tomé mi teléfono celular de la mesita de noche a mi lado y busqué mis contactos. 

 

En espera. 

 

En espera. 

 

—"Hola, habla Lillian Gray, en este momento no estoy disponible. Puede llamarme más tarde o dejar un mensaje."

 

Sabía que la posibilidad de que ella respondiera era baja debido a la hora, pero no había escuchado su voz hace meses, y aunque fuera solo una simple grabación educada, la sentía ahí. 

 

Mañana intentaría de nuevo. 

 

Y así, con la consciencia un poco más tranquila, cerré los ojos para dormir. 

 

 

 

 

MALDICIÓN, LO BESÉ





 

 

 

Notes:

Sí, amigos, por fin ha sucedido.

Créanme cuando les digo que no tenía planeado que se besaran hasta dentro de al menos 6 capítulos más, pero las circunstancias se dieron, y conociendo a Hannah, lo más probable era que ella diera el primer paso.
Y sucedió.

Pasó algo curioso con este episodio y en resumen sería que casi se pierde. Afortunadamente logré hacer una copia del documento. Ya es la segunda vez que me pasa, creo que ya debería de aprender la lección de no escribir fuera de casa... Por cierto, este es oficialmente el capítulo más largo que he escrito!

Sí, Hannah ha tenido muy malas experiencias, en parte es por eso que su padre es tan sobreprotector.

Reporte de mi vida: He regresado a la escuela y todo va bien a mi parecer. Últimamente no estaba muy inspirada, pero creo que ya estoy bien.

Gracias por su apoyo y seguir leyendo esta historia!

Atte- June❤️

Chapter 25: El funeral del optimismo

Notes:

ESTOY VIVA.
Tengo mucho que decir, pero primeramente quiero ofrecer una disculpa! Se siente como si la última vez que actualicé fuera hace una o dos semanas... Nada más alejado de la realidad!
Este capítulo pasó por varias rescrituras, al menos teniendo en cuenta que es sumamente inusual para mi que tenga que reemplantearme la dirección de un capitulo.
Además, prácticamente unos días después de actualizar por última vez, me enfermé e incluso ahora lo sigo estando (lo más probable es que sea un nuevo resfriado).
También la escuela me está matando! De verdad! Nunca pensé lo mucho que anhelaría tener un poco de tiempo libre y dormir. Quiero dormir :'(

Ya habiendo expuesto mis fabulosas excusas (además de mi claro bloqueo creativo), les presento el capítulo (cuya calidad es dudosa, pero lo hice con amor) <3

UNA DISCULPA ADELANTADA POR LAS FALTAS DE ORTOGRAFÍA QUE ENCUENTRES.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—Cariño, ¿cuántas veces tengo que explicarte que cuando te pido comprar fruta no me refiero a que traigas tomates?

 

El desenlace de nuestra mañana había resultado en una discusión respecto al frutero de la cocina recientemente rellenado con tomates. 

 

—Pero, cariño, ¡los tomates son fruta! —Demetrius trató de tranquilizar el irritable estado de ánimo de mi madre defendiendo su punto de manera objetiva, pero eso no lucía funcionar en la mujer de brazos cruzados.

 

—Demetrius… —ella dejó de lado su taza de 'mejor madre del mundo' en la mesa e inhaló para que de alguna manera divina, el universo le diera la paciencia que requería para esclarecer lo que trataba de dar a entender. 

 

Mientras ellos discutían acerca de tomates, yo estaba de pie contra el fregadero bebiendo entre bostezos mi café y sacándole la mayor energía posible a cada sorbo. Estaba exhausto y con la cabeza en otro lugar muy distinto. Hoy iniciaba de nuevo mi semana laboral con mi mamá y todavía no lograba adaptarme con éxito a sus horarios, y como si eso fuera poco, la noche anterior había dormido menos de lo que es saludable, por lo que en palabras de Maru, me veía como '"un zombie cara de mierda". Verdaderamente adorable. 

 

Di el último trago a mi taza y gruñí cuando me volví a la cafetera y ví que la última porción me fue arrebatada por la morena en overol. 

 

—Ni lo pienses, es lo que te ganas por no ayudarme a limpiar la cocina anoche —me reprochó con resentimiento y yo rodé los ojos con resignación—. ¿Dónde estabas? —preguntó inquisitiva. 

 

Esa era una pregunta difícil de responder. 

 

Los recuerdos vívidos pero a la vez borrosos del día anterior se arremolinaron en la parte posterior de mi memoria por enésima vez en la mañana y vi como muy lejano mi objetivo de mantener mi mente lo más despejada posible hasta llegar a la granja. Porque así es. 

 

Hoy la iba a ver. 

 

—Fui a dar un paseo y perdí la noción del tiempo —expliqué con medias verdades mezcladas con una pizca de mentira. 

 

—¿"Sólo"? —inquirió ella en voz baja.

 

—Sólo —recalqué, comenzando a irritarme. Sabía a lo que se refería. 

 

 Ya para ese momento la pelea de al fondo se había apaciguado y ambos habían vuelto a ser unos tortolitos azucarados que me daban ganas de vomitar pero, para mi desgracia, les pareció más interesante nuestra conversación 

 

—Ya eres lo suficientemente mayor como para solamente perder la noción del tiempo —se metió Demetrius para sermonearme y yo desvié la mirada en respuesta. 

 

No estaba de ánimo para pelear por lo que me tragué mis palabras junto al pedazo de pan tostado con mermelada de fresa que estaba comiendo, e intenté que su dulce sabor me distrajera. 

 

Y vaya que lo hizo. 

 

Porque de inmediato relacioné al azucarado sabor con el del brillo labial de Hannah. No era intenso, pero se podía saborear los bordes a fresa en su tentadora boca si tan solo se prestaba un poco de atención. 

 

En el momento en el que me percaté de mis renovadas fantasías, mis latidos enloquecieron y mi cara hirvió. Había dejado de escuchar a Demetrius en lo que parecía milenios y su voz se había convertido en un ruido opaco de fondo. 

 

—... Entonces lavarás los platos cuando llegues. ¿Queda claro? —su tono autoritario estaba presente con sus ojos fijos en mí como un dictador, pero eso no pudo importarme menos, por lo que simplemente asentí a lo que decía sin demasiadas objeciones. Esto petrificó notablemente a todos en la cocina pues, a juzgar por la cara de consternación que tenía antes mi madre, de seguro ella anticipaba una larga riña matutina, pero yo tenía otras prioridades en mi mente. 

 

Luego de algunos minutos y una tostada después, mi mamá revisó el reloj en la pared y decidió que ya era un buen momento para partir, ya que era un largo viaje aún si tomábamos un atajo. Todo el camino me la pasé con la cabeza en las nubes pensando qué es lo que haría cuando la viera, es decir, tal vez actuaría con normalidad debido a la presencia de mi mamá, pero me aterrorizaba lo que ocurriría una vez estuviéramos solos. Sabía que debíamos hablar al respecto pero no estaba preparado para ello. ¿Es extraño decir que quería escuchar todo lo que ella pensaba y a la vez quería nunca saberlo? Porque así era exactamente como me sentía. 

 

La punta de mis orejas hirvieron y unas ganas insaciables de gritar contra mi almohada me embargaron, en cambio, retorcí de una manera grotesca el borde de mi camisa con mis dedos con movimientos llenos de vergüenza. Quería drenar de mi cuerpo esta agónica sensación y huir lejos de esas emociones. 

 

Me sentía estúpido. Sumamente estúpido e inexperto tal y como un adolescente enamorado. 

 

Pero estaba entusiasmado por el panorama positivo que se me presentaba. Más que cualquier cosa en los pasados par de años. 

 

Mi mamá estuvo atenta a mí todo el camino con leves vistazos de vez en cuando. Estuve esperando a que ella me interrogara acerca de lo que me sucedía, pero al contrario de eso, llegamos en total silencio hasta la granja. 

 

Estacionamos la camioneta cerca de la cabaña como ya era de costumbre y en cuestión de minutos ya estaba bajando los materiales y llevándolos a la construcción en proceso. No veía a la chica de rizos caramelo por ninguna parte y eso solo hacía crecer aún más la ansiedad en mi pecho, pero queriendo conservar un poco de mi orgullo, decidí convencerme de que no me afectaba en nada. ¿O tal vez era para conservar la calma? No importa. Eventualmente iniciamos con nuestra labor; hoy mi mamá estaba determinada a avanzar lo más posible con los pilares para después comenzar con el reforzamiento del techo. Se había pronosticado para dentro de poco un clima lluvioso, por lo que debíamos apresurar el proceso lo más que pudiéramos para que nada se estropeara. En momentos como estos desearía que no lloviera. 

 

En algún punto me sumergí tanto en el martilleo constante que no me percaté de que Hannah había llegado a la escena. Casi caí de la escalera en la que estaba al escuchar su voz, pero me las arreglé para sostenerme bien. Ella llevaba su ropa de siempre, con su rebosante mochila de siempre, con su cabello recogido en la descuidada cola de caballo de siempre y, por supuesto, mostrando su amable sonrisa llena y reluciente, como siempre. 

 

Pero por alguna razón era un poco diferente.

 

Hannah caminó hacía mi mamá y la saludó con fraternidad disculpándose por no poder recibirnos adecuadamente. Yo las observé charlar desde las alturas y solo me tomó unos segundos adivinar que ella iba de salida. Mi corazón se hundió en mi pecho pero seguí martillando con dureza la madera para no pensar en el dolor. No estaba enojado, ¿tal vez decepcionado? De verdad esperaba poder abordarla esa tarde, pero siendo realistas, lo más seguro es que no podríamos encontrar un momento adecuado y tranquilo en todo el día. Eso lo entendía. 

 

Poco después su plática finalizó y la chica de enorme mochila se despidió. Miré inconscientemente de reojo su partida contando cada paso que daba, y cuando menos lo esperaba, ella se dio vuelta y me atrapó en el acto. Su expresión no lucía sorprendida en ningún sentido, más bien diría consternada. Sus ojos estaban suavizados y su anterior sonrisa alegre ahora tenía un aire de pena. No entendía el porqué de su aparente tristeza, pero luego de una silenciosa y lejana despedida con la mano, ella salió de la finca. 

 

Unas cuantas horas después, bajo el ardiente sol, tomamos un merecido descanso en la sombra, y mientras jugaba distraídamente con mi teléfono, noté que tenía un mensaje pendiente por leer de Hannah.

 

"Lo siento, Lewis me pidió ayuda con el Centro comunitario. ¿Hablamos luego?"

 

Que se joda Lewis pensé al principio, pero después medité en una respuesta más adecuada. Tecleé ansioso y borré párrafos enteros durante minutos, pero en un arranque de frustración, fui por la opción más simple. 

 

"Está bien, no te preocupes."

 

Suspiré contra la pantalla y apoyé mi cabeza contra mis antebrazos sobre mis rodillas, ¿frustrado? ¿aliviado? Era una extraña combinación, pero sin duda la espera era aún peor de lo que recordaba; si antes estaba seguro de que algo bueno podía resultar de esto, ahora solo estaba viendo un panorama un tanto gris y divague en posibilidades indeseables.

 

Traté de ser positivo, pero con frecuencia ser negativo es demasiado sencillo. 

 

Y para cuando apenas me estaba recobrando de mi crisis existencial, mi mamá anunció que reanudaríamos el trabajo. 




Un día. 

 

Dos días. 

 

Una eternidad. 

 

Para este punto, el optimismo había muerto. Su funeral se había celebrado horas antes de que la reparación del techo se finalizara. Fue un evento muy lamentable y sus amigos, Autoestima y Confianza, lloraron su partida. 

 

Estaba exhausto al final del día, pero mi único consuelo era el cielo nublado sobre mi cabeza: Aunque el ambiente era cálido, las ráfagas de viento predecían lo que se avecinaba, por lo que, satisfechos con nuestra labor, montamos la vieja camioneta y nos dirigimos a casa. Mi lado carpintero estaba feliz por el resultado, sin embargo mis ojos no se despegaron de la solitaria cabaña mientras salíamos del lugar. Sabía que estaba totalmente sola, a excepción de Cody, por supuesto, pero seguía sintiendo que algo estaba fuera de lugar. 

 

Había retomado la programación hace poco aceptando unos nuevos trabajos sencillos. Mi empleador era el esperado Señor Young quien estaba aparentemente muy entusiasmado de volver a colaborar conmigo, o al menos eso redactaba con mucho detenimiento en sus correos electrónicos. Se sentía bien que un cliente estuviera lo suficientemente satisfecho como para volver, pero siendo honesto, yo solo quería que me pagara. 

 

Me mantuve ocupado una vez me senté en mi escritorio pues el módulo que estaba preparando no podía esperar. O más bien yo no quería esperar. 

 

El reloj pareció ir más lento que de costumbre y los repetidos tecleos sonaban en mis oídos y rebotaban entre las paredes. No estaba enfocado en lo que estaba haciendo, o al menos no tenía mi mente insertada en los códigos que conocía a la perfección. De alguna forma era consciente de lo vacía que estaba la habitación. 

 

Echaba un vistazo a la pantalla de mi celular cada cierto tiempo. Sí, ahí estaba gran parte de mí concentración; pero no obtuve nada aparte de una publicidad acerca de la rebaja en la renta de un apartamento de Zuzu. Eliminé la notificación de inmediato y suspiré con frustración al ver mi bandeja vacía. 

 

Era casi absurdo cómo casi de un día para otro mi vida giraba alrededor de una persona. 

 

Pensé un poco. Pensé y no llegué a nada. 

 

Había hablado con Hannah en los pasados agónicos días: Breves conversaciones casuales y banales por mensajes de texto durante la noche. Como siempre solía ser. Ella de verdad apenas tenía un momento para respirar, y no puedo contar las veces que se disculpó por no habernos encontrado debido a su apretada agenda. El beso era una cuestión oculta debajo de la mesa y estaba implícito entre nosotros, pero ambos entendíamos que era algo que se debía de hablar cara a cara. No quería que ella se sintiera culpable, pero una parte de mí deseaba que ella estuviera en la misma situación de desesperación que yo. 

 

Moría lentamente. Muy lentamente en mi silla. 

 

Y creo que la desesperación empezó a afectar a mi mente, porque de repente comencé a imaginar a Hannah sentada en mi sillón. 

 

Sí, era grave. 

 

Ella estaba reposando cómodamente sobre la desgastada tela oscura, leyendo el libro de fantasía que prometí que le prestaría tiempo atrás. Su mundo de rizos se esparcía a su alrededor y sus largas piernas se extendían por la superficie del sillón de una manera casi elegante. 

 

Imaginé que ella me veía y me sonreía. Cálida y cargada de cariño. Y entonces ya no me sentí tan solo. 

 

A veces no puedo entender cómo me siento exactamente frente a Hannah. Fácilmente podía sentirme cohibido, desnudo a sus ojos y avergonzado por el simple hecho de existir, y otras veces me sentía confiado y seguro, con las ganas de hablar de todo lo que se me viniera a la cabeza con tal de generar alguna reacción en ella. Era como una montaña rusa de sentimientos y deseos en la cual siempre me siento en el punto más alto para luego golpearme con alguna duda. 

 

Soy inseguro y eso me está matando. 

 

Había tenido relaciones antes. La primera fue el inicio de un descubrimiento que terminó de una manera agridulce, y después le siguieron un par de chicas con las que me sentí dentro de un laberinto en el que nunca llegué a nada. Eventualmente perdí el interés y me enfoqué más en mis metas profesionales, y aunque encontré tranquilidad en ello y hasta incluso cierta satisfacción, la verdad era que la sensación de no ser suficiente prevalecía en mi interior. Como una pequeña espinilla molesta. Es por eso que por mucho tiempo me cerré a la posibilidad de que alguien entrara a mi vida, huyendo hacia mí mismo y poniéndome bajo candado. Porque después de todo, si no hay nada en tu corazón entonces no hay nada que pueda dañarlo, ¿no? Bueno, me tomó años descubrir que incluso el vacío duele. 

 

Pero Hannah se había colado entre mis murallas y se había infiltrado en mi interior sin que me diera cuenta. 

 

Y ahora residía ahí, cómodamente sentada en mi sillón. 

 

Pero no se sentía mal. 

 

No tengo práctica con eso de afrontar los sentimientos y mucho menos negociando con ellos. Pero en esta ocasión estaba dispuesto a correr el riesgo, porque cuando ella se ríe de mis chistes malos, sigue la corriente de mis silencios intermitentes o me presta atención cuando le hablo acerca de algo que me interesa, me hace sentir en el lugar más seguro del planeta. 

 

Esa chica, amante de las novelas románticas de las que soy tan apático, con el sentido de la orientación más defectuoso que he conocido, obsesiva con el orden, valiente, con fuerza brutal, aficionada de los conejos, incapaz de decir que no y mala perdedora me tenía a sus pies, y es que hasta incluso sus peculiaridades más diminutas me parecían adorables. 

 

Ya no tenía a donde huir. 

 

Solo me quedaba aceptar estos sentimientos en silencio y esperar a que ella hiciera lo mismo. 

 

Pero últimamente eso de la paciencia no se me estaba dando muy bien. 

 

Ya no necesitaba una respuesta directa. Sólo quería verla y sostenerla fuerte entre mis brazos deseando que ella supiera interpretarlo, y si quería ser un poco optimista, esperaba que ella me abrazara de vuelta. Creo que el optimismo aún seguía vivo en alguna parte dentro de mí. 

 

Cubrí mi cara con las manos y me derretí en mi asiento. Me dolía el cuello y tenía la vista cansada. Estaba harto de mi computador, de teorizar y de revolver mis emociones más de lo que ya estaban. Mi atención vagó por mi escritorio en dirección a mis artículos más preciados del momento: Una Lágrima Helada y un ejemplar de cuarzo. Tracé con el pulgar sus singulares siluetas y me fasciné con ellas. Y entonces una corta conexión de pensamientos me llevó a mi trabajo inconcluso más urgente. 

 

Cuando no estaba programando, ayudando con la carpintería o creando hipótesis, gastaba mi tiempo en pequeños conejos de madera. Demasiados a decir verdad. 

 

Había creado una pequeña gran familia de conejos, pero ninguno llegaba a ser lo suficientemente perfecto todavía. Creo que mi perfeccionismo respecto a este simple asunto había llegado a superar al de Hannah, el tipo de persona que había organizado sus cultivos de manera cuadriculada alrededor de sus aspersores y colocando pequeños letreros que indicaban el nombre de cada planta. Ayer me ganó la curiosidad y eché un vistazo: Sus arándanos se veían prometedores. 

 

Resoplé divertido, imaginándome a ella poniendo tanto empeño en una tarea como esa, y de forma inevitable una sonrisa nació en mis labios. 

 

La extrañaba. 

 

Así que en vista de que no podría regresar a la computadora, me enfoqué en los conejos de madera. 




Bostecé de gran manera contra el dorso de mi mano y comí con tranquilidad la porción que me había sido reservada bajo la tenue luz de la cocina. Habían preparado estofado de judías y lo había recalentado en el microondas ya que comprobé con un primer vistazo que lo mejor sería comerlo caliente. Era tarde y parecía que la lluvia no tendría final pronto. Eso no me molestaba, al contrario, el sonido de las gotas estrellarse contra el suelo me parecía hipnotizante. Una sinfonía que era diferente con cada lluvia. Contemplé por la ventana el golpeteo repetitivo de las gotas contra la ventana deseando que el clima se mantuviera de esa manera hasta el día siguiente.

 

Al terminar mi comida, lavé el plato sucio y encendí a mi vieja fiel amiga: la cafetera. Últimamente había tenido problemas con el filtro de agua, por lo que tendría que arreglarlo pronto, aunque no podía asegurar buenos resultados. 

 

Mientras estaba enfocado en el preparado, esperaba de forma atenta el mensaje de Hannah. Por lo usual, a estas horas, ella ya me habría saludado o dicho algo extraño, como por ejemplo, el miedo extremo que le ha tenido a la cueva cerca de la cabaña y a los extraños ruidos de los murciélagos provenientes de ahí. Pero hay que darle un poco de crédito, porque si ella fuera Sam, se habría mudado de ese lugar hace mucho tiempo. Literalmente el tipo durmió en la sala de estar por una semana porque vio una araña en el techo de su habitación. 

 

Entonces escuché pasos por detrás y dí un vistazo asumiendo que la única persona que seguiría despierta a esa hora sería Maru, que normalmente viene por algún aperitivo para continuar con su noche en vela junto a sus experimentos. Sin embargo, lo que me encontré no era a una Maru trasnochada. 

 

Él hizo una pequeña pausa en la entrada de la cocina al verme y después continuó hasta donde estaba yo. Él tampoco esperaba verme aquí. Él estuvo trabajando hasta tarde a juzgar por su bata de laboratorio y sus grandes ojeras, lo cual es inusual, pues por más obsesivo que sea el hombre respeta sus horas de sueño. 

 

No dije nada y continué con mi labor, y él con la suya. Sacó unas hojas de té que Caroline nos había regalado de la alacena, el que suele tomar cuando está muy estresado y quiere relajarse. O dormir, también funciona. 

 

—¿Sabes dónde quedaron los restos de iridio que tenía en el laboratorio? No los encuentro por ningún lado —dijo sin mirarme, por supuesto y puso una tetera con agua en la estufa. 

 

—Creo que Maru los tomó —contesté tratando de hacer memoria lo más rápido que pude—. No estoy seguro. 

 

Al final murmuró algo por lo bajo que no logré traducir, pero permanecí en silencio hasta que su té y mi café estuvieron listos. Reflexioné un poco mirando por la ventana; me había olvidado por completo de que estaba lloviendo. Cuando salí de mi habitación después de crear otros cuantos conejos no me percaté de que el laboratorio seguía en uso, por lo encontrármelo fue una sorpresa. No una grata, pero tampoco insoportablemente desagradable.

 

Sino que más bien extraña. 

 

Es raro estar con él de esta manera. Sin riñas o heridas reabiertas de por medio. Simplemente existir el uno con el otro de manera pacífica. Eso es lo más extraño que me puede pasar, porque realmente ya olvidé cómo es estar junto a él de manera normal. Civilizada. Ambos lo hicimos. Pero ya no hay mucho que hacer por este puente roto, porque los dos lo destruimos. Lo molimos hasta los cimientos y después le prendimos fuego; y actualmente solo nos vemos el uno al otro de extremo a extremo sin poder descifrar lo que el otro quiere decir.

 

Pero a veces tengo recuerdos acerca de un lejano pasado. Uno en el que yo todavía era pelirrojo y la vida no era tan complicada.

 

Y este es mi deseo más reprimido y oculto que puedo tener: 

 

Querer volver a ser ese niño iluso que obtenía partículas de lo que creía era afecto. 

 

Nunca podré confirmar si alguna vez este hombre sintió algo parecido al cariño hacia mí, pero sí puedo decir que al menos yo lo experimenté. 

 

Que traté de ganarme su cariño y aprobación. 

 

Y que lo vi como un padre. Uno que nunca tuve. 

 

—¿Mañana irán a la granja?

 

Pero incluso para él no fui suficiente. 

 

—Si sigue lloviendo, no lo creo. 

 

Pero él nunca sabrá.

 

—Según el pronóstico, es probable que continúe hasta el mediodía.

 

No, él nunca sabrá lo mucho que dolió. 

 

—En ese caso tendré que preguntarle a mamá —tomé un sorbo de mi café. 

 

—Por cierto, ¿conoces los horarios de Hannah? —mencionó de repente y el nombre me hizo respingar— Necesito hablar con ella respecto a unos asuntos relacionados a la cueva cerca de la granja…

 

Hablar, uh. Suerte con eso. 

 

—No lo sé, ha estado ocupada. 

 

Empezaba a querer salir de allí y regresar a mi hoyo, pero un pequeño y último comentario me hizo tambalear en mi decisión. 

 

—No entiendo cómo alguien con una carrera tan prometedora pudo abandonarla así sin más y cambiarla por una vida en el campo —tomó un último sorbo de su té y lo dejó en el fregadero. Ni siquiera pensé que me lo decía directamente a mí, más bien creo que lo estaba murmurando para sí mismo. Una duda personal.

 

—... —Demetrius ya estaba saliendo de la escena cuando hablé— Ella debió de tener sus razones. 

 

Yo tampoco las entendí en su momento y sigo sin tenerlas claras, pero estoy segura de que las hay. 

 

Él se detuvo en el marco de la entrada y volteó en mi dirección.

 

—¿Lo suficientemente válidas como para tirar su futuro a la basura?

 

Una pregunta muy tajante. 

 

Y no me agradó. No me agradó que hablara así de Hannah aunque fuera indirectamente y de manera disfrazada. 

 

—Estoy seguro que sí —me crucé de brazos y lo miré a los ojos y de frente—. Y ella no tiró "su futuro a la basura".

 

—No creo que sus padres opinen lo mismo. 

 

Ya no estábamos hablando de Hannah, ambos lo sabíamos. 

 

Nos miramos directamente unos eternos segundos y Demetrius fue el primero en retirarse diciendo: "No te duermas tan tarde", y se desvaneció en el pasillo que lo dirigía a las escaleras Me sentí aliviado y a la vez enojado por toda la conversación y por haber hecho un comentario tan innecesario. 

 

Tomé un poco más de café y salí a dar un rápido paseo queriendo esclarecer la mente, sin embargo no me fue posible. Una silenciosa necesidad creció en mi interior. Una que me hacía cosquillas y movía mis ansias. Entre mis dedos se sentía un enorme vacío y los froté con dureza para deshacerme de ella. Quería fumar, pero en lugar de encontrar mi cajetilla de cigarros en mi bolsillo, me topé con un envoltorio de goma de mascar. Últimamente prefería su sabor a menta antes que el amargo del humo.

 

La noche era tranquila como cualquier otra. La luna estaba en su punto más glorioso: reluciente y llena, con las estrellas adornando su alrededor. Muchos turistas se maravillan con este espectáculo pero para mí, que crecí viendo ese paisaje estrellado desde que tengo memoria, era algo de rutina. Aunque eso no significa que lo desprecie. Soy una criatura nocturna, por supuesto que valoro eso a lo que llaman cielo nocturno y la comodidad que se encuentra en su solitario silencio y tranquilidad. Sin problemas. Sin estrés. Sin reclamos. Únicamente eres tú y la gélida noche con todo lo que tiene para ofrecer. 

 

No estoy seguro de cuándo comenzó mi amor hacia esta hora del día. Es probable que fuera producto de las innumerables noches en vela que pasaba metido en las historias de mis videojuegos y mis libros. Ese era mi escape. 

 

Cuando mis calificaciones iban en declive.

 

Cuando me sentía invisible dentro de mi aula de clases. 

 

Cuando las peleas no tenían fin. 

 

Cuando ver a Maru me producía unos dolorosos celos. 

 

Cuando la única persona que he amado tan fuertemente tuvo que elegir entre mi y su esposo. 

 

Y cuando simplemente quería hundirme en lo más profundo del lago de la montaña. 

 

La soledad era mi escape. Lo sigue siendo, de hecho.

 

Muchos suelen malinterpretar esto, pero esta es una realidad que muchos no quieren admitir: Socializar es desgastante. Yo jamás seré como Sam o Maru, eso es un hecho. Estamos a lados opuestos del medidor. No disfruto estar rodeado de personas ni tampoco me siento cómodo compartiendo anécdotas o haciendo chistes con desconocidos, sin embargo de alguna forma u otra me las arreglo para sobrevivir. Sin embargo, creo que en realidad no detesto convivir; simplemente a veces necesito tiempo para mí. Para reflexionar, procesar o solamente estar en blanco. 

 

El pasto crujía bajo mis pies y observé las figuras bajo las sombras que iban y venían junto al camino, el cual no era mi ruta usual. Me sentía valiente, por lo que en vez de dirigirme al lago, fui a dar un vistazo cerca del gremio de aventureros. Mi mamá siempre me había dicho que mantuviera mi distancia con los integrantes, sin embargo siempre sentí un anhelo por conocer un poco más sobre ellos, porque después de todo, ellos son los responsables de que el pueblo no sufriera una infestación de babas pues las mantienen a raya. No estaba al tanto de la hora, aunque es posible que pronto marcaran la 1 de la madrugada. Todavía tenía que terminar mi módulo, era consciente de ello, pero me intrigaba la vista de ese enorme edificio que había sido establecido ahí desde que tenía memoria. Era una construcción de madera, casi como una fortaleza en medio de los árboles y cercana a la entrada de la cueva en la cual no tenía gratos recuerdos. Después de mi pequeño accidente, tuve miedo de que aquél cangrejo-roca volviera por venganza; es por ello que por mucho tiempo me mantuve alejado.

 

Es por eso que casi me dio un infarto cuando escuché ruido dentro de la cueva.

 

Como siempre, imaginé los peores escenarios, y en menos de un segundo teorice quienes asistirían a mi funeral: Sam lloraría como una reina del drama y Demetrius bailaría en mi tumba. 

 

Al principio solo fue un gran estruendo seguido de un sonido metálico. Y después pasos. Pisadas que se aproximaban. La sangre se me heló y me planté al piso sin opción de escapar, mirando las figuras que salían de la cueva siendo apenas visibles entre la oscuridad. Pero en vez de encontrarme con algunas sombras tenebrosas y potencialmente peligrosas, me encontré lo más cercano a una silueta humana. 

 

Era un humano. 

 

Y había caído al suelo apenas cruzó la salida rocosa de la cueva. 

 

El miedo que tenía desapareció y corrí hacia el cuerpo. Caí de rodillas sobre el césped en un golpe seco. Mi corazón latía tan malditamente fuerte en mis oídos que creí que se me saldría del pecho y ahora la cuestión era si esta persona sería la que moriría o sería yo. Yo no quería ver morir a nadie. Yo no quería estar en el mismo espacio tiempo que alguien que era propenso a morir. 

 

Me dí un golpe mentalmente. Tenía que recobrar la compostura por mi bien y por el de el herido frente a mí, así que con mucha vacilación y reuniendo lo que me quedaba de fuerzas, toqué lo que creía era su brazo. La tela estaba un tanto húmeda y me adelanté a lo que se trataba. 

 

Tenía la boca seca pero me las arreglé para pronunciar una pregunta. ¿Tengo que llamar por ayuda? Probablemente la clínica ya está cerrada, aunque puedo despertar a Maru; ella sabrá qué hacer, ¿no?

 

Estaba en un punto de quiebre, y mientras todavía pensaba en todas las posibilidades de lo que podía hacer con tal de no tener que llevar un cadáver a casa, unos dificultosos sonidos y una voz sin fuerzas se deslizaron de la boca de la persona en el suelo. 

 

—¿Seb… astian?

 

Y mi mundo se detuvo. 






Notes:

Lamento que hayan tenido que esperar un mes entero por este capítulo y también por el extraño desarrollo y final.
Creo que todo este capítulo es extraño.
Adoro indagar en la mentalidad de mis personajes, en este caso Sebastian. Hace poco releí la historia desde el principio, y oh vaya, sentí un poco de vergüenza, pero al menos eso me hace feliz ya que demuestra lo mucho que he mejorado tal y como dijo un comentario (Saludos <3). Algo de lo que siempre estaré contenta es de seguir progresando en mi escritura.
Como sea, algo que tengo planeado es indagar más a profundidad en los pensamientos de Hannah y Seb para que así tanto ellos como ustedes los conozcan! Espero lograrlo :')

Por último, quiero agradecer a todos ustedes. La felicidad y motivación que me brindan sus comentarios es invaluable a igual que los kudos de los nuevos lectores. Ustedes son una comunidad muy linda, respetuosa y amable, y simplemente siento la necesidad de agradecerles. Espero que estén bien todos ustedes en donde sea que se encuentren!

(Perdón, la nota es enorme )

Atte- June❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️

Chapter 26: La chica dentro de mí habitación

Notes:

Hola! <3
He de decir que este capítulo estaba en mi mente hace ya demasiado tiempo. El desenlace era un tanto distinto, pero la idea está ahí.
Siempre es agradable volver y me alegra haber podido volver lo más rápido posible. Mis responsabilidades me están aplastando un poco, pero honestamente nunca dejo de pensar en el desarrollo de la historia, pero creo que es genial actualizar a las 2AM, por lo que sigo feliz :D

Ojalá disfrutes el capítulo y una disculpa por adelantado si encuentras errores ortográficos o cosas por el estilo :)

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Entre lo que apenas era visible y lo que con dificultad se distinguía, las piezas se unieron. En un fugaz momento de lucidez saqué mi olvidado teléfono de mi bolsillo y encendí su linterna, haciendo que lo que suponía se volviera verdadero. Muy verdadero. 

 

—¿Eres tú…?

 

Hannah. 

 

No escuché sus palabras. Me volví sordo por un segundo y actué por reflejo. Me faltaba el aire y busqué en su cara lo que sea que me diera una esperanza. Mi teléfono ya había sido abandonado en el césped para este punto. 

 

—¿Estás bien? ¿Estás herida? No te muevas, por favor, no te muevas.

 

—Estoy bien… Yo… No estoy herida, sólo tropecé —ella negó cualquier cosa aún desorientada e intentó levantarse, ignorando por completo mi inmensa preocupación. 

 

—Hannah… —mi voz temblaba porque estaba viendo su piel desnuda llena de moretones y magulladuras menores — Estás sangrando. 

 

Ella abrió sus ojos con incredulidad y deslizó su mirada hacia su brazo para luego tocar el largo camino color carmín que terminó manchando sus dedos

 

—Oh…




El camino de vuelta a casa fue más dificultoso de lo que hubiera esperado, aunque era un alivio que la lluvia se hubiera detenido. De un lado cargaba la pesada y bultosa mochila, y del otro tenía a Hannah apoyándose en mí ya que, a pesar de que dijo que podía caminar sin problemas, en los primeros minutos fue muy evidente que era inestable. No hablamos. Tal vez porque nuestras cabezas todavía estaban muy revueltas analizando lo que acababa de suceder porque, al menos para mí, esto había roto mi patrón. Dudo demasiado que mi yo de hace unas horas que estaba desayunando cereal en la cocina esperara que ese mismo día llevaría a una chica herida a su casa en medio de la noche. 

 

Abrí con gran sigilo la puerta de mi casa como si no fuera mía y le indiqué a Hannah que entrara. Le dije que iría por Maru aunque ella se veía reacia a involucrar a más gente en el asunto. Fui hasta su habitación en la planta baja y traté de abrir la puerta pero estaba trabada, por lo que recurrí con desesperación a una llamada. Nada. 

 

Había asumido que Maru estaba en casa. Tal vez lo estaba, pero en ese extraño sótano experimentando. Ya no podía contar con ella. Con frustración traté de pensar. Pensar y pensar. Así que me dirigí al baño, saqué el botiquín de primeros auxilios y volví con Hannah. 

 

—Maru no responde, ¿quieres que llame a alguien más? —ofrecí esta alternativa, pero en realidad no sabía si mi mamá o Demetrius harían alguna diferencia. Ellos probablemente sabían lo mismo que yo. 

 

—No —negó con la cabeza—. No creo que tenga heridas profundas.

 

—¿Estás segura?

 

—Si, creo que sí.

 

La tuve que ayudar a bajar a mi sótano, y cuando los escalones ya no fueron un peligro, encendí la luz de la habitación. 

 

—Puedes sentarte en el sillón —dije mientras acomodaba su mochila en una esquina para después colocarme a su lado y sacar lo que necesitaba del botiquín. 

 

Ella solo asintió y arremangó la manga de su camisa y se me revolvió el estómago con sólo un vistazo, sin embargo me obligué a continuar. Ella estaba tan callada y me asfixiaba, pero por fortuna la ansiedad del pensamiento de que alguien muriera se había esfumado. Limpié la sangre y le advertí que ardería un poco; ella tarareó en respuesta y giró su cabeza en dirección contraria. Su mano se tensó arrugado la tela oscura del asiento. 

 

—¿Es grave? —su voz era baja y temblorosa.

 

—No creo que necesites puntadas —dije y Hannah respingó cuando volví a pasar el algodón húmedo por la parte sensible por lo que lo retiré de inmediato, pero tuve que continuar, de lo contrario nunca terminaría—. ¿Qué fue lo que pasó?

 

Su ropa no estaba particularmente dañada más allá de las manchas y el polvo, las cuales también se repetían en el resto de su cuerpo, incluso en su rostro.  

 

—Estaba buscando hierro y otras cosas —comenzó—. No bajé mucho… Pero de nuevo el elevador se averió y tuve que buscar las escaleras. Usar las escaleras de verdad apesta… —ella rio lentamente, me miró y se detuvo en una pequeña mueca— Ya me había encontrado con algunas babas y eso, pero mientras buscaba otra salida apareció una manada de murciélagos… y otras cosas que no distinguí; ya estaba cansada como para pelear así que sólo corrí…

 

De nuevo el algodón tocó la carne viva y ella reprimió un gemido. 

 

—Lo siento.

 

—Está bien. 

 

—...De verdad no entiendo cómo es que dejan esa entrada abierta —suspiré—, ¿qué pasaría si algún día esas cosas salen de ahí?... —terminé de limpiar y tomé las vendas— Sería un tipo de invasión zombie o algo así. 

 

Hannah esbozó una sonrisa y finalmente se animó a ver mi trabajo. Yo la observé sabiendo lo mucho que me gustaba la vista de su rostro iluminado, a pesar de su semblante cansado y las pequeñas magulladuras. Pero no me quise distraer; me esforcé por ser lo más cuidadoso posible al vendarla pues mis manos temblaban más de lo que hubiera deseado. 

 

Podía sentir sus ojos sobre mí y eso me mareaba. 

 

—Eso sería muy… caótico.

 

—Tú sabes que tengo una mente caótica —reí. 

 

—Si, eso es cierto —dio una risita—. Y aunque la mina sea muy peligrosa, si llegaran a restringir el paso, afectaría la economía del pueblo y Lewis no permitirá que eso suceda. 

 

Mi mamá me contó una vez que hace muchos años hubo un derrumbe dentro de las minas debido a una explosión; estaban en busca de carbón. Hubo muchos muertos y varios heridos.

 

—¿Pone la economía por sobre el pueblo? Vaya, ese es mi alcalde —dije con sarcasmo y Hannah volvió a reír. Terminé con el vendado y su brazo estaba cubierto con gasa blanca. Dudaba un poco de la calidad de mi trabajo, pero esperaba que al menos soportara hasta mañana—. ¿Te duele en otro lado?

 

Hannah pensó un poco y dirigió su atención a su mano opuesta a mí. Era una cortada que atravesaba en diagonal su palma, y por fortuna no lucía profunda. 

 

—No la había visto —admitió. 

 

Pedí su mano en silencio y pareció como si le estuviera pidiendo que bailara conmigo. Ella accedió y comencé a quitar la suciedad de su piel junto a los restos de sangre. 

 

Había un hilo de tensión entre nosotros, uno llamado "Conversación pendiente". Dejé de planear demasiado mis movimientos y le presté más atención a ella. A su mano. Sus dedos estaban ligeramente flexionados y sus uñas bien cortadas. La superficie había sido víctima de los trabajos de la granja y sufriría de un daño irreparable. De todas formas me parecían adorables. 

 

—¿Sabes? —apreció su nuevo vendaje y sonrió— Debería de contratarte como mi doctor personal.

 

—Ni loco. Casi me da un infarto cuando te ví allí tirada. Renunciaría en cuestión de días —resoplé y miré mi trabajo hecho, pero Hannah continuó observándome, con detenimiento.

 

Entonces su mano desapareció de mi campo de vista, muy lentamente, hasta llegar a la tela del sofá, cerca del algodón. 

 

Cerca de mí mano. 

 

Está bien… Está bien, me dije a mí mismo en un patético intento de convencerme de que esta chica no tenía el suficiente poder sobre mí como para agitar mi corazón tan fácilmente. 

 

—Gracias. Por todo —dijo con sus labios tirando de una suave sonrisa de gratitud—. Tuve suerte de que me encontraras.

 

—No es nada —contesté sin tener idea de qué debía de decir. Y de nuevo, un silencio predominó. 

 

Este era nuestro momento ¿no es así? Nuestra oportunidad . Después de esperar lo que se sintieron como años, podíamos hablar sin molestas interrupciones respecto al asunto debajo de la mesa. Oculto. Ella conocía la idea que corría por mí mente, con sus ojos abiertos y calmos, pero, un poco más al sur y haciendo uso de una lupa, se podía observar el creciente rubor en sus mejillas: Tímido, avergonzado. Entonces ya no me sentí tan mal por mi propia debilidad. Fue Hannah la que había detonado toda esta situación y solo me preguntaba qué tan consciente era de ello, porque yo lo era. Tan dolorosamente. Y moría de ganas por hacerle saber. 

 

—¿Y cómo has estado? —hizo una mueca seguido de sus palabras. Como si la pregunta no hubiera sido la que ella quería. O con la forma en la que ella la quería—. ¿Estás trabajando en la programación, no? ¿Te va bien?

 

—Si, supongo. Aunque mis días no han sido tan intensos como los tuyos así que… —opté por una vía divertida porque seguía perdido. ¿Debía de aguardar hasta que ella fuera la que sacara el tema? ¿Qué tal si piensa que no estoy interesado? Estaba atado de manos y pies y ningún camino me parecía correcto. Soy un adulto, me recordé. Tomo decisiones estables y concisas. Puedo decirle. 

 

Puedo…

 

Y al final terminé ofreciéndole un cambio de ropa. 

 

Estampé mi rostro totalmente derrotado contra la puerta cerrada, esperando a que Hannah me diera una señal para volver a entrar. Empezaba a creer que tal vez ésta no sería la noche

 

Hay oportunidades únicas en la vida, de esas que no se repiten. Esta no era una de ellas, ¿no? Y entonces reflexioné. Se me abrieron los ojos de manera literal y simbólica. 

 

Había una chica en mi habitación. 

 

Y no solo eso, era la chica que me gustaba, y en ese preciso instante estaba dentro poniéndose mi ropa. Para empezar, ¿esa no es una clase de fantasía masculina? Jamás en mi vida imaginé que algo así sucedería. Si esto no era una oportunidad única en la vida, no sé qué era. 

 

Una voz opacada por el grosor de la puerta me dio permiso de entrar y di un enorme respingo. 

 

Respiré hondo antes de girar la perilla: Hannah estaba de pie jugando con el dobladillo de una de mis camisas favoritas y su cabello había sido liberado; ahora se esparcía libre a su alrededor. ¿Cómo era que mi ropa vieja se podía ver tan bien? Con sus telas siendo víctimas de la gravedad cayendo sobre su cuerpo. Mi corazón inició un maratón dentro de mi pecho decidido a romper su propio récord personal.

 

—Veo que te quedó bien —carraspeé a fin de compensar los largos segundos que me quedé viéndola—. La talla, quiero decir. 

 

Ella sonrió, con un poco de pena, y regresó al sofá. Yo la seguí por instinto, de manera que volvimos al punto de inicio. Ella había quitado la suciedad de su cara y había secado el resto de su cuerpo con una toalla, la cual había sido puesta al igual que el botiquín sobre la mesa frente a nosotros; junto a mi tablero de Solarion Chronicles. Mi cabeza dio vueltas al recordar la partida más reciente que tuve. 

 

—¿Y cómo estás tú? 

 

—¿Qué? —Hannah ladeó la cabeza confusa. 

 

—Si, además de estar metida en las minas, ¿cómo estás?

 

Estaba a la orilla del sofá toqueteando mi cuello de forma nerviosa. Tenía que empezar de alguna manera. Ella meditó su respuesta unos instantes, haciendo así que el silencio de mi habitación fuera aplastante. 

 

—Bueno, yo he… Yo he hablado con mi madre. 

 

No me lo esperaba. 

 

—¿En serio? Eso es genial. ¿Y qué tal? —dije ansioso.

 

—Al principio no funcionó —jugueteaba con sus pulgares a la vez que hablaba—, pero ayer me contestó… y fue tan raro, todo lo que tenía planeado decirle de repente lo olvidé y simplemente hablamos de lo que sea… Le pregunté cómo le iba con la dieta a papá y si la vecina de enfrente seguía molestándolos por la noche. No le pregunté nada sobre su salud, pero de alguna forma… se escucha cansada.

 

—Lo hiciste bien —felicité finalmente. De verdad me alegraba por ella. 

 

—Es gracias a tí.

 

—Yo no hice nada —dije confundido. 

 

—Lo hiciste —insistió—, esa noche, si no me hubieras dicho esas simples palabras no me hubiera animado nunca. En serio, gracias. 

 

Ella se inclinó hacia mí dirección con sus ojos agrandados llenos, nuevamente, de una gratitud pura. No me sentía digno de ello, pero podía acostumbrarme a esa vista. Nuestros hombros recubiertos por la tela se tocaron, y su leve temperatura corporal incendió todo mi brazo. 

 

—Pudiste haberme mandado al diablo si hubieras querido, y si la llamaste es porque tú deseabas hacerlo. Yo solo te dí un empujón inconscientemente —farfullé más rápido de lo que podía pensar. 

 

Seguramente sonó más rudo de lo que pretendía. Más tosco y desinteresado, pero parece que ella ignoró tales elementos.

 

—¿Sabes lo lindo que eres cuando haces eso? 

 

Mi corazón explotó como montones de dinamita. 

 

—¿Q-qué cosa? —logré articular todavía procesando los sonidos que habían salido de su boca. 

 

Se encogió de hombros.

 

—Eso —dijo sin especificar nada.

 

No pude responder absolutamente nada. Me resigné a consumirme en el incendio en mi interior en silencio, no solo porque no se me ocurriera alguna contestación coherente, sino que no quería borrar el hecho de que ella me dijera que, a sus ojos, era lindo

 

En silencio y en la quietud, Hannah se acomodó, y sus ojos se vieron atraídos hacia mí delgado brazo de marfil hasta la punta de mis anudados dedos, y con la suficiente lentitud como para que lo predijera, ella tocó mi mano y acarició mis nudillos con suavidad. Yo no me resistí, no era capaz. Mi ritmo cardíaco estaba por los cielos y era su culpa, pero me fue difícil reprocharle algo cuando entrelazó nuestras manos en un dulce agarre, como si fuera lo más natural del mundo. Podía tomar eso y despedirme de la vida en paz, pero elegí corresponder el gesto. 

 

—Tienes las manos frías —murmuró.

 

Tararee en respuesta y eché un vistazo en su dirección: Sus mejillas estaban sonrosadas y su cabello estaba un tanto alborotado alrededor de su contorno redondo. En sus orbes podía ver mi reflejo y a una ternura abrasadora que nacía desde el interior. Quería besarla. Esa idea inundó mi mente de manera masiva y arrasó con cualquier otro pensamiento.

 

—Sobre lo que pasó esa noche… —mi atención se agudizó de inmediato antes de que intentara algo— perdón si te tomé por sorpresa.

 

—No, está bien, es decir… —no tenía idea de cómo responder a su disculpa— Sí me sorprendió, pero no me… No me molestó. 

 

Quería expresarme de la mejor manera. Ser claro como el agua en este asunto y no ambiguo. No creía que lo estaba logrando del todo, pero al menos la sonrisita reprimida de Hannah me dio alivio. 

 

—...Me gustas —dijo después de un rato con su lindo rostro sonrojado—. Yo… nunca me había sentido de esta manera, ¿está bien? Yo jamás me había sentido así de estúpida por un chico, y es frustrante porque soy una persona lógica —me miraba como una loca, una loca que necesitaba desahogarse—. Toda mi vida he hecho las cosas con lógica y nunca las evado, pero ahora que por fin encontré a un chico que de verdad me gusta lo estoy arruinando. Mi vida ahora mismo es un desastre, yo soy un desastre, y lamento que tengas que soportar esto porque no estás obligado. Lamento haberte hecho esperar tanto para tener esta conversación y lamento haber saltado sobre tí de esa forma, me hubiera gustado… hacerlo en un momento más adecuado. Pero no me arrepiento de ello. Porque me gustas. Me gustas demasiado y no quiero arruinarlo. Esa es la verdad. 

 

Ella murmuró una maldición por lo bajo secando sus lágrimas repentinas con efusividad. Y yo la miré hacerlo. Tenía que procesar todo lo que me había dicho para lograr retribuirle sus esfuerzos, pero lo único que se deslizó de mi boca fue lo siguiente:

 

—¿Te gusto?

 

Detuvo sus movimientos. 

 

—¿Es lo único que escuchaste?

 

—No… pero era lo único que me preocupaba. 

 

Ella estaba confundida pero luego cayó en una corta risa irónica. 

 

—Todos estos meses creí que había sido muy obvio. Mira… No sé tú, pero yo no soy el tipo de persona que besa a alguien a la ligera —dijo en voz baja y reflexionó en silencio por un segundo— ¿Entonces?... ¿Qué hay de ti?

 

Su voz era clara y sin titubeos, sin embargo su mano temblaba ligeramente. O probablemente era la mía, pero ella aplicó un poco más de fuerza en nuestro agarre. Mis palabras estaban arraigadas a mi garganta y era inútil intentar sacarlas porque mi interior era un total desastre en cuanto pensamientos y emociones; por lo que, cuando Hannah me preguntó si no diría nada, simplemente la abracé. Sin previo aviso y con fuerza. Cumpliendo así mi verdadera fantasía:

 

Tener a Hannah entre mis brazos. 

 

Ella imitó mi iniciativa y me sostuvo con el doble de esfuerzo aun a pesar de su posible dolor. 

 

—Mi vida también es un desastre —dije con mi boca contra su hombro en un extraño comienzo de lo que eran todas las ideas que corrían por mi cabeza—. He andado sin rumbo hace ya unos años y sigo sin saber exactamente a dónde quiero llegar, es decir, ¡mira dónde estamos! Soy un fracasado que vive en el sótano de su madre y que no fue lo suficientemente inteligente como para aplicar a la universidad —suspiré sacando mi verdadera preocupación y dándole nombre: Insuficiencia. Así era como yo me veía—. Pero… —deslicé mis manos a sus hombros, animándome a verla de frente— si tú aún así me aceptas, prometo que me esforzaré por hacerte feliz, porque yo-

 

—No eres un fracasado —me interrumpió—, y no te atrevas a decir que lo eres. Sí, vives en el sótano de tu madre, ¿y qué ? Recuerda que yo vivía también con mis padres antes de mudarme. Y no deberías de avergonzarte por no haber aplicado a la universidad, eso no te hace menos inteligente. Tú eres inteligente, de verdad lo creo, y también creo que eres una persona increíble y es por eso que quiero estar contigo. 

 

Nunca antes… me había sentido tan querido y valorado. Ese pensamiento transformado en emociones flotaba en mi interior. 

 

De nuevo, caí rendido sobre Hannah y apoyé mi frente cerca de la curva de su cuello. Todavía tenía rastros de esencia a vainilla y cerezas. ¿Algún día podré ganarle? Lucía como algo imposible.

 

—Tú eres increíble —dije.

 

—Lo sé —respondió de una manera egocéntrica y me reí de ello. Entonces ella comenzó a acariciar mi cabello y me gustó cómo se sintió

 

Y de esta manera, cualquier estúpida duda se fue lejos de la montaña. 

 

Permanecimos así un rato más, simplemente disfrutando del contacto con el otro. Nuestros cuerpos estaban cansados y pesados; había sido un día largo para ambos. Las confesiones también requieren de esfuerzo. 

 

—¿Y ahora qué? —habló con suavidad. 

 

—Pensaba en irnos a dormir o también en… —sugerí y la castaña me dio un débil empujón. Quería molestarla un poco más— ¿Qué? —reí— Has estado bostezando y pronto serán… —revisé la pantalla de mi teléfono— ¿Las 2am?

 

—Espero que Cody no me extrañe —tenía una leve sonrisita pintada en sus labios. Dormilona. Y volvió a bostezar mientras buscaba abrazarme nuevamente.

 

Peiné el cabello que caía al costado de mi rostro y noté los vagos indicios anaranjados. Pronto lo tendría que volver a teñir. Le dije a Hannah que ella podía dormir en la cama y que yo tomaría el sillón, pero ella se negó rotundamente diciendo que no quería ser una molestia más grande de lo que había sido. Fue un poco divertido al principio renegar con ella para obligarla a aceptar, pero luego de realizar que ella de verdad estaba decidida a dormir en mi incómodo sillón, tuve que improvisar. 

 

—Necesitas descansar adecuadamente, y si tú no vas a la cama por tu propia cuenta, yo te llevaré —advertí. 

 

Se le escapó una risa, como si hubiera dicho alguna tontería, pero eso desapareció conforme vio mi seriedad. 

 

—¿Y exactamente c-cómo lo harías? —tartamudeó con los ojos abiertos. 

 

Mi intención era únicamente meter presión, pero mi vista se deslizó a las piernas flexionadas de Hannah. Sería fácil cargarla en la posición en la que está. Ella leyó mis pensamientos en un segundo, lo noté con el esclarecimiento de su expresión. 

 

—No —dijo de inmediato. 

 

—¿No a qué? —reí. 

 

—A lo que sea que estés pensando. 

 

—Vamos, prometo no dejarte caer. 

 

—No confío en alguien que separa el queso de la comida —juzgó—. Y sí, sí vi que lo estabas haciendo durante la cena. ¿A qué clase de desquiciado no le gusta el queso?

 

Sabía a lo que se refería. Durante la cena de celebración de Maru arrastré el gratinado de queso lejos del resto de la comida. 

 

—A mí —respondí con simpleza—. Era de cabra. No me gusta ese. 

 

¿Cómo podía pasar de tener mariposas en el estómago a estar bromeando con esta mujer? No lo entendía, pero era genial. Refrescante. 

 

—Lo que sea. Puedo dormir aquí, no moriré por ello, lo prometo —finalizó. 

 

Suspiré con resignación. 

 

—¿Tienes frío? —me levanté del sillón y tomé de mi cama una almohada y una frazada azul que me regaló la mamá de Demetrius, y aunque puede sonar más maravilloso un microscopio como regalo (el cual recibió Maru), al menos yo no sufro en invierno. 

 

—Un poco… Gracias.

 

Hannah hizo suyo su lugar en el sillón y acomodó las cosas que le dí. Parecía acogedor. Volví a revisar sus vendajes y, de reojo, me aseguré de que no tuviera heridas en alguna parte de su rostro que no hubiera notado antes. Por fortuna solo había unos pocos rasguños, pero no lucía como si a ella le interesara mucho. 

 

Cuando por fin me iba a levantar del suelo, una mano alcanzó la manga de la sudadera que estaba usando y unos ojos me miraron expectantes. 

 

—No respondiste mi pregunta de antes —sus labios apenas se movieron al pronunciar sus palabras. Yo había quedado arrodillado frente al sofá y ella permaneció prácticamente acostada—. B-bueno, a menos que todavía no estés listo para decirme, lo entiendo. 

 

De nuevo se corrigió al instante, y yo tomé determinación. Le dije lo que sinceramente pensaba. Esperaba decírselo hasta la mañana siguiente cuando ambos estuviéramos mejor descansados y con nuestros cinco sentidos funcionando correctamente, pero esto ya no podía esperar. No más.

 

No, la paciencia se me había acabado. 

 

—Quiero estar contigo —hablé—. Quiero conocerte mejor y estar más cerca de ti. No tiene que ser rápido. Podemos tomarnos nuestro tiempo para avanzar… Eso es lo que me gustaría. 

 

Tenía mi corazón en la mano. Vivo, palpitante. Y se lo estaba ofreciendo a Hannah con la esperanza de que ella lo sostuviera y no lo dejara caer.

 

Y así fue. 

 

Sus grandes ojos boscosos se ensancharon con ternura. Se suavizaron y sus frondosas cejas se arrugaron en una agradable sorpresa. 

 

Sus labios dejaron de reprimirse y cedieron a una alivianada sonrisa, la cual apenas pude apreciar a detalle pues su cuerpo se abalanzó sobre mí, casi haciéndonos caer al piso. 

 

Y entonces nos miramos y reímos. 

 

De manera torpe y risueña. Burbujeante como el sentimiento en nuestros pechos.

 

Y así, un delicado y cálido sentimiento llenó las paredes de mi sombrío sótano. 




Esto sucedió en medio de la noche, por lo que es difícil recordar con claridad. No es específicamente porque estuviera entre la realidad y la ilusión del sueño, sino que más bien porque tenía demasiado en mente.

 

Aunque claro, también era el cansancio.

 

Con dificultad me separé de la castaña, pues los dos debíamos dormir lo más que pudiéramos para partir en la mañana. Fue doloroso y no queríamos hacerlo, pero luego de una larga vacilación me decidí a decir buenas noches y alejarnos lo más posible de una creciente tentación.

 

Porque esta es una verdad que hace un tiempo había descubierto pero en la que no quería pensar demasiado:

 

Hannah es hermosa. 

 

Y yo solo soy un chico.

 

Entendía que ella no solo estaba cansada, sino que también lastimada, por lo que, difuminando cualquier idea, me fui a mi cama lejos de cualquier peligro repitiéndome a mí mismo lo que había dicho: "No tiene que ser rápido". Inconscientemente me había puesto yo mismo la soga al cuello y me odiaba por eso. 

 

Estaba acostado en medio de mi cama, mirando lo que asumía era el techo y usando (como en numerosas noches) jeans ya que no tuve oportunidad para cambiarme, pero no tenía problema con eso. La habitación estaba sumida en la oscuridad total ya que las luces habían sido apagadas y había un interminable silencio. 

 

Que de repente terminó. 

 

—¿... Estás despierto?

 

Era apenas un susurro pero me arrancó el sueño de encima. 

 

—Si, ¿sucede algo? —respondí de inmediato. Pensaba que ella ya estaba dormida. 

 

—No es nada… Es solo que…

 

Su voz se perdía en el aire mientras luchaba por decir lo que tenía en mente, y la curiosidad nació dentro de mí por lo que me senté en el colchón, cosa que hizo que diera un ligero crujido. 

 

—¿Qué es? —insistí.

 

—No es nada —se echó para atrás—. Vuelve a dormir. 

 

Escuché su cuerpo volviéndose a acomodar bajo la frazada y yo me quedé confundido, pero al final de cuentas, mi cerebro ya no tenía la suficiente energía como para sobrepensar las cosas, por lo que volví a mi sitio 

 

—...

 

—...

 

—...

 

—...No me dijiste que te gusto. 

 

Abrí de golpe los ojos y procesé las vagas palabras que había alcanzado a oír. ¿En serio eso era lo que tanto quería señalar? Hice una muy rápida memoria y, en efecto, en ningún momento lo había dicho.

 

—¿Es eso? —pude presentir un asentimiento silencioso— Bueno… Tal vez si me hubieras dejado terminar con lo que estaba diciendo hace rato, tal vez lo hubieras escuchado. 

 

Hannah produjo un leve gruñido a manera de quejido, aunque no sabía si era en reproche para sí misma o para mí. 

 

—Entonces dilo ahora.

 

Esa mujer sabe lo que quiere y no se anda con rodeos. 

 

—¿De verdad necesitas oírlo? —se me hacía graciosa su necesidad por una respuesta, es decir, la entendía hasta cierto grado; pero aún así parecía que ella ignoraba el hecho de que, no solo le había ofrecido prácticamente tener una relación conmigo, sino que también la había abrazado, besado (aunque eso fue algo que ella inició, pero da igual, tampoco fue como si yo me negara a ello), había permitido que secuestrara dos de mis sudaderas con capucha y, como cereza del pastel, ahora ella estaba usando mi fabulosa camisa gris deslavada de mi cantante favorito. El simple hecho de que le haya prestado esa camiseta era prueba suficiente de lo mucho que me gustaba Hannah—. Lo siento, no puedo hacerlo. Como tu doctor personal, sería muy poco profesional de mi parte. 

 

—En ese caso, estás despedido —dijo en respuesta y eso provocó que una sonrisa tirara de las comisuras de mis labios. 

 

Molestarla era tentador, pero por otro lado, había una creciente vergüenza por cumplir con su petición. Hubo un momento de silencio y expectativa. Mi corazón se hundía en mi pecho con pesadez y mi boca se sintió seca. 

 

—...Me gustas. 

 

La declaración sonó dentro de las paredes, tal vez no demasiado alto, pero se escuchó; sin embargo no hubo respuesta a ella, lo cual después de unos segundos me pareció extraño. 

 

—¿Lo… Lo puedes repetir? No te escuché…

 

Su voz era suave. Tan suave e incrédula que sólo pude pensar para mis adentros que aquella era una pequeña mentirosa.  

 

—Me gustas —dije de nuevo con mayor facilidad y firmeza, y con una sonrisa, tonta e inconsciente, tatuada en mi rostro. 

 

Y hubo, como antes, un silencio en respuesta, pero esta vez menos prolongado. 

 

—¿Otra vez? —pidió. Podía sentir su sonrisita en su voz. 

 

Ahora ella me estaba molestando, o eso creía. 

 

—Estás realmente sorda —bufé sonriendo. 

 

—Vamos, solo una vez más —chilló—.  Será la última. 

 

—No, mañana. Tendría que decírtelo directo al oído si quiero que me escuches —balbucee con la mejilla contra mi almohada. Nunca había sentido un gran interés por seguir despierto y a la vez una gran necesidad por dormir. Ya ni siquiera tenía presente que mi cara estaba caliente. 

 

Lanzó pequeños quejidos en protesta que luego se esfumaron. ¿Qué le había pasado a todo el cansancio que tenía hace unos escasos minutos? De repente los sonidos se detuvieron, y cuando pensé que por fin había desistido, escuché el sonido de la frazada moverse… y luego pisadas. 

 

Dejé de respirar y traté de incorporarme. 

 

—No veo nada —rio ella. 

 

—Ten cuidado con-

 

Demasiado tarde. Un golpe seco seguido de un fuerte quejido se hicieron presentes antes de que pudiera advertir nada. 

 

—¿Estás bien? ¿Dónde te pegaste? —entonces pensé en que esta era una de las desventajas de la total oscuridad. Las esquinas de las mesas y otros objetos se vuelven peligrosos hasta que te estampas con ellos. 

 

—En el pie —replicó dolorosa—. Pero estoy bien. 

 

Claramente ella no estaba bien. 

 

Me senté en la cama y busqué a tientas a Hannah, pues el interruptor de la luz estaba junto a la puerta. Quería reírme de lo tonyo y bizarro de la situación, pero mordí mis labios con tal de no torturarla más. 

 

Me encontré con lo que teoricé era su espalda y ella dio un inmediato respingo para luego acercarse a mí, usando de guía mi brazo. Ahora ella no solo había sido emboscada por las criaturas de la cueva, sino que también fue atacada por la esquina de mi mesa de madera firme.  Sin duda había sido un día duro, pero por lo menos podía estar seguro de que ella no le tenía miedo a estar en la cueva con la muerte acechando. Y entonces me hice a mi mismo una pregunta primaria: ¿Ella no tendrá miedo de estar con un chico en su habitación a oscuras? Por alguna razón nunca me lo había planteado.

 

—¿Y bien? —su voz floreció en la penumbra— Ya estoy aquí. 

 

Un latido nació en mi pecho. Cálido. Y mi rostro se llenó de un rubor que agradecí a Yoba que Hannah no fuera capaz de ver. Mis sentidos se agudizaron. El cuerpo de Hannah emitía calor a mi lado y su voz sonaba más dulce de lo usual. Tragué. Muy fuerte. Y muriendo de vergüenza, lo solté para salir de esta tonta agonía:

 

—Me gustas. 

 

La castaña dio una risita y me abrazó por el cuello, feliz de haber salido victoriosa. Sus rizos bien formados y suaves cruzaron con mis dedos, ¿cómo es que ella hace para que prácticamente se deshagan al acariciarlos? Traté de distraerme con lo que sea a fin de no pensar en sus labios rozando mi mejilla. Tal vez se trataba de un beso, pero era demasiado perezoso y vago como para saberlo con certeza. 

 

—También me gustas —murmuró y después bostezo. El sueño volvía a ella. 

 

—¿Quieres quedarte aquí en la cama? Yo iré al sofá —aproveché la oportunidad. 

 

Ella negó con la cabeza. 

 

—Sólo me quedaré un poco más, después regresaré a dormir. 

 

Ese "poco más" duró hasta que sus lentas respiraciones se convirtieron en suaves ronquidos. 

 

Viendo el panorama, la coloqué con cuidado sobre la cama y la arropé. Tenía un poco de miedo a despertarla por accidente, pero ella dormía como roca. Finalmente me dirigí a mi preciado sofá al mismo tiempo que cuidaba mis pasos, y me tumbé sobre él. Rendido. Exhausto. Pero con una satisfacción inimaginable en el interior.

 

Pensé un poco. Pensé y recordé todo lo sucedido una vez salí de mi casa a dar un paseo. No, un poco más atrás, ¿esa cena con mi familia? No ¿Desde nuestra aventura para talar árboles al bosque? ¿Desde el baile las flores? ¿Cuando la encontré pescando por primera vez en el lago? ¿O es desde esa desdichada primera noche de viernes? Sin importar qué, mi mente se plagaba de memorias con ella, como si no hubiera llegado a mi vida apenas ese mismo año.

 

Pero ya no importaba. Ya era muy preciada para mí. 

 

Y con eso en mente, cerré los ojos intentando dormir e ignorar el hecho de que había una linda chica usando mi ropa y durmiendo en mi cama dentro de mi habitación. 




Notes:

Perdón si fue demasiado cursi la confesión, pero creo que era necesario poner todas las preocupaciones de ambos sobre la mesa para que todo tuviera un buen inicio. (Aunque también adoro que esos dos sean cursis, así que prepárense)

Para quien quiera saber de mi vida: Últimamente estoy leyendo un libro de romance medieval y eso me está inspirando como nunca para escribir una nueva historia y para seguir con esta. ¿Consejo? Si quieres escribir, leer te ayudará demasiado <3

Por cierto, respecto a los eventos de corazón, sé que en el juego no se puede salir con Sebastian antes del evento de 8 corazones. Aunque me hubiera fascinado hacerlo de esta manera en la historia (porque de hecho, así estaba planeado), las circunstancias se dieron y opté por dejar ese evento pero con otro enfoque. A muchos les gusta seguir la línea de eventos del corazones, a mí me encanta que lo hagan y e probable que a muchos de ustedes también y sea a lo que están acostumbrados, pero espero sinceramente que a pesar de este pequeño cambio les sea posible disfrutar la historia <3

Espero que todos ustedes se encuentren bien donde sea que se encuentren en el mundo y gracias por seguir leyendo esta historia.

Atte- June❤️

Chapter 27: "A veces eres muy tonto"

Notes:

Hola! De nuevo, siento que fue hace una eternidad la ultima vez que actualicé! Pero aquí estoy <3

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Desde que soy pequeño he tenido pesadillas. Recuerdo que en repetidas ocasiones, después de un mal sueño, solía ir corriendo a la puerta de mi mamá, temiendo más a la sensación de estar solo que a la profunda oscuridad de los pasillos. Y cuando por fin lograba despertarla de su sueño (lo cual era todo un trabajo), ella me hacía espacio en la cama y me permitía continuar durmiendo a su lado. Ese era mi lugar seguro. 

 

Conforme fui creciendo las pesadillas únicamente fueron aumentando. La mayoría de ellas las suelo olvidar al instante, pero siempre conservando una inquietud punzante en el pecho al levantarme. Sin embargo, he aprendido a vivir con esto. 

 

Creo que esa noche soñé con el típico derrumbe… ¿O era el abismo sin fin? No lo sé con seguridad, pero lo primero que escuché al despertar con brusquedad fue un fuerte jadeo que no era mío. Me incorporé con rapidez, encendí una lámpara cercana al sofá y miré alterado a la figura frente a mí: Hannah sostenía mi frazada azúl en sus manos, estremecida de la sorpresa y con los ojos bien abiertos. 

 

—¿...Hola? —me demoré en articular. 

 

—Se te cayó —dijo refiriéndose a la frazada—. Quería ponértela.

 

Ya con sus motivos aclarados, me rasqué la cabeza, desorientado. Sin duda le había dado un gran susto, pero de todas formas tomé la tela azul de sus manos.

 

—Gracias… —balbuceé—. ¿Qué hora es?

 

—Casi las 7. Oye, en serio duermes como muerto.

 

—...¿Eh?

 

Ahora estaba mucho más confundido. Era demasiado temprano como para que mi cerebro funcionara de manera correcta. Ni siquiera había tenido mi café matutino, ¿cómo querían que pensara de manera coherente?

 

—Sí. Tengo una alarma a las 6 AM, y como no encontraba mi teléfono, tardé mucho en desactivarla —y añadió burlona—: Pero tú no te despertaste en ningún momento. 

 

—Sí, bueno, no suelo levantarme a esta hora —admití dando un gran bostezo y me detuve un momento a observar su persona: cabello alborotado y su cara ligeramente marcada por la almohada. Y entonces realicé que de verdad ella había pasado la noche aquí. 

 

Me levanté con lentitud y encendí el interruptor del sótano, haciendo que finalmente todas las sombras fueran esclarecidas por la luz. Volví a sentarme y Hannah me imitó, pero quedamos a lados opuestos del sillón. 

 

—¿Descansaste bien? —preguntó con suavidad—. Perdón, me quedé dormida y tú tuviste que…

 

—Dormí bien —repliqué sin dejarla terminar del todo—. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes?

 

—Me siento mucho mejor. Me duele todo el cuerpo, pero creo que es normal —rio lentamente, inocente y cansada. 

 

—Deberías ir a ver a Harvey cuanto antes —dije y ofrecí unos instantes después—: Yo puedo llevarte.

 

—Gracias, pero primero tengo que ir a ver cómo está Cody —dijo, y por mi parte había olvidado por completo a su perro—. Debe de estar hambriento…

 

Y entonces un pequeño gruñido provino de sus entrañas.

 

—Y supongo que tú también.

 

Su rostro se incendió ya sea por mi broma o por el rugido de su estómago, pero de inmediato se abrazó a sí misma y se derritió de vergüenza.

 

—Cállate —musitó en un hilo de voz.

 

Me burlé de ello en el interior, pero después de meditarlo un poco, llegué a una duda razonable y a una respuesta muy obvia: Ella de verdad estaba hambrienta.

 

—Quédate aquí —dije al mismo tiempo que me incorporé para salir del sótano, y cuando Hannah a duras penas pudo preguntar a dónde me dirigía, sólo le respondí—: No tardaré. 

 

Y así la dejé, y no fue hasta que cerré la puerta que noté lo que creía era desilusión en su rostro. Eso solo hizo que me tomara más en serio mi promesa, por lo que procuré cumplirla, y al cabo de lo que sentí como un par de minutos regresé. Tuve un poco de dificultad al moverme; debía tener el mayor cuidado posible para lograr que lo que tenía en manos no cayera y causara un desastre que alertara a todo mundo. En mi casa madrugar es costumbre, pero el clima lluvioso los pone más lentos y perezosos de lo usual; una gran ventaja si lo pensaba bien.

 

Cuando volví a entrar no encontré a Hannah en donde la había dejado, más bien ella decidió dar un rápido paseo por mi librero para matar el tiempo. La atrapé con las manos sobre el lomo de unas de mis novelas de fantasía, pero lo dejó al verme llegar. 

 

—Come, no quiero que te desmayes —dije y coloqué el plato junto a dos tazas humeantes en la mesa de madera. 

 

Ella miró con incredulidad, pero terminó por acercarse y me agradeció los alimentos. 

 

—¿No te preguntaron por qué llevabas un emparedado y dos tazas de café a tu habitación? —preguntó antes de dar un glorioso mordisco, despertando así mi propia hambre. Debí haber preparado uno para mi. 

 

Una sonrisa ladina bailó en mis labios. 

 

—No había nadie en la cocina, y aún si me hubieran visto, ellos saben que soy un adicto a la cafeína. 

 

Ella rio con los labios besando la taza y yo tomé la propia: El café estaba más amargo de lo usual. Eso no me molestaba, al contrario; pero eso solo significaba que, tal y como predije, Maru había pasado la noche en vela con sus experimentos. 

 

—Tengo que irme lo más rápido posible. No quisiera que me vieran salir de aquí sabiendo que no fui invitada… —dijo, y luego añadió en un pequeño murmullo—: Y tampoco quiero causarte problemas.

 

Entendía a lo que se refería, es decir, ¿qué madre no malinterpretaría ver a una chica saliendo de la habitación de su hijo? Aunque en general cualquiera lo haría, y en el momento que mi mamá o Maru se enteren de que Hannah, su adorada granjera, había pasado toda la noche conmigo, todo el pueblo lo haría. Pero estaba seguro de que me aniquilarían una vez descubrieran que Hannah estaba lastimada y casi no me esforcé en pedir sus ayudas.

 

—La tienda abre a las 9. Puedo sacarte de aquí cuando todos estén desayunando. —Tomé un gran sorbo de café y después pensé en si iría junto a mi madre a la granja para continuar con el proyecto. Si era así, estábamos en problemas. 

 

Ella asintió y siguió comiendo, ahora con mordidas más pequeñas y tranquilas. Debió de sentirse observada por mi, pero no podía evitarlo. Entrelacé los dedos alrededor de la porcelana blanca y su calor picaba las palmas de mis manos. El silencio se prolongó más de lo esperado. Era extraño, casi subnormal estar acompañado por alguien tan temprano por la mañana y lo era aún más que fuera Hannah. Así que lo único que podía hacer era verla comer el emparedado que preparé mientras ordenaba lo que sabía.

 

—Esto me recuerda… —inició a hablar Hannah—. Lo que me dejaste esa noche cuando me llevaste a casa ¿no era también un emparedado? Estaba rico. —Ella terminó con su plato y volvió a vagar por mi habitación. Pasó por el tablero de Solarion Chronicles, mis videojuegos apilados y mi cama deshecha. No me había dado cuenta de que mi habitación estaba un tanto desordenada. 

 

—Supongo que es de esperarse teniendo en cuenta que es lo único que sé cocinar —mencioné con la boca contra la cerámica y como respuesta obtuve una risita. 

 

—¡Jamás volveré a tomar así! —exclamó—. ¿Tienes idea de la resaca que tuve a la mañana siguiente? Fue horrible… Oye, vamos, estoy siendo seria. No te rías —era un poco difícil seguir sus deseos—. Mi cabeza se sentía como si…

 

—Como si fuera a explotar —acompleté.

 

—Si… —dijo analizando un poco mi rostro—. Pensé que no tomabas. 

 

—No lo hago.

 

—Pero te has emborrachado —sonaba más como una afirmación que una pregunta. 

 

—Sólo una vez —aclaré—. Creo que tenía… ¿17 años? Tal vez 18… El punto es que llegué tan ebrio a casa que tuve jaqueca por una semana. 

 

—¿Qué diablos hacías tú bebiendo así a los 18? —me regañó tan severa como burlona mientras analizaba mis repisas. 

 

Me encogí de hombros.

 

—Iban a hacer una fiesta de celebración por la victoria de algún partido en las afueras, y no sé cómo pero Sam logró arrastrarme hasta allá —expliqué mientras peinaba distraídamente mi flequillo negro para luego pasear por mi cuello.

 

Esa fiesta fue mi primera vez ebrio y lo gracioso es que no tengo memoria de lo que pasó gran parte de la noche. Lo que sucedió es que no podía "soltarme" así que me dieron una cerveza, y luego otra, y luego otra… Me dijeron que horas después los vecinos se quejaron y vino la policía, y bueno, Demetrius tuvo que recogerme en la estación de policías junto a Jodi y mi mamá. Ninguno de los tres se veían felices de vernos. No tengo idea de qué tan mal le fue a Sam, pero yo nunca me había sentido tan avergonzado y culpable hasta ese momento. 

 

El camino a la montaña fue silencioso o eso creo, y cuando llegamos a casa pude ver a Maru observando a hurtadillas desde el pasillo. Estoy seguro de que escuchó cada regaño que lanzó Demetrius, tal vez incluso mejor que yo, ya que su voz sólo hacía que me doliera la cabeza.

 

De ese día, a pesar de todo, jamás olvidaré dos cosas: 

 

La gran decepción que le generé a mi mamá y a Demetrius.

 

Y la gran resaca que tuve al día siguiente. 

 

Es por esta razón que no bebo. 

 

Tomé mi último trago de café y dejé la taza junto a la lámpara. Hannah había escuchado con atención mi breve historia y la espera por algún comentario de su parte se hizo larga. Incluso dudé que hubiera sido buena idea contarle eso en ese momento. No quería poner las cosas sombrías, en especial por nuestro reciente cambio de situación. ¿Se le puede llamar así?

 

—Es genial que hayas sido tan firme con tu decisión —dijo y no repliqué. Ella había pasado a explorar mi área de trabajo, mi escritorio. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa y la acepté un tanto más ligero. Ese simple gesto tranquilizador me hizo tomar la iniciativa para poder seguirla. 

 

Me tomé un momento para cambiar sus vendajes y ella siseó cada vez que la limpiaba. Mencioné que se veían mejor, pero que de todos formas tendría que ir a la clínica y ella asintió no muy entusiasmada por la idea. Aunque en parte la comprendo; todos tenemos un pequeño trauma con los médicos. 

 

Ella daba vueltas en mi silla de trabajo sin ningún motivo, como cualquier persona normal haría, y se detuvo un segundo a admirar las diversas cosas que tenía sobre mi escritorio, fijándose especialmente en mi prematura colección de minerales. ¿Debía de decir algo? Por alguna razón me embargó la necesidad de hablar de algo con Hannah, como si hubiera algo pendiente, algo por comentar o simplemente mi instinto estúpido de decir algo estúpido en momentos no tan estúpidos. 

 

—Eras tan adorable cuando eras niño —comentó de repente y no lo comprendí al principio. ¿ "Niño" ?—. Y Yoba, Maru también —dijo con ternura y brillos en sus orbes.

 

Seguí el hilo de su mirada, y me encontré con esa desgastada foto que me negaba a quitar de la pared. Y apreté los labios con pena. No me gustan las fotos, pero de alguna extraña manera me sentía bien con esa, claro, solo para mi propia apreciación. Iba a ofrecer darle la novela de fantasía que le prometí, de la que me interesaba conocer su opinión y que se ambientaba en una época medieval. Pero antes de poder decir nada, ella se inclinó hacia abajo cuando su pie golpeó una caja, revolviendo su interior. Y mi sangre se heló cuando la puso en su regazo.

 

—¿También los hiciste tú, no es así? —jadeó maravillada y no pude contestar del todo—. ¿Sólo hiciste conejos? 

 

Ella esculcó en el interior apreciando cada pieza de madera y mis uñas se clavaron en la tela de la silla de una forma tan brutal que era casi necesaria para que no saliera el grito que embotellé en mi garganta. Y creo que me insulté a mi mismo en 100 idiomas diferentes por no haber guardado esa maldita caja de cartón en un mejor sitio, lejos de los pies y la curiosidad de Hannah. Pero siendo justos, ¿qué tan probable era que la encontrara? Antes de encontrarla fuera de la cueva y de salir de mi habitación, guardé a los conejos miniatura dentro de esa caja como siempre lo había hecho, totalmente despreocupado por dónde cayeran. Me arrepentí mucho.

 

—¿Vas a hacer algo con ellos o solo fue para practicar? —preguntó.

 

De nuevo, no supe cómo responder. Practicar… Sí, podríamos llamarlo así. Y entonces empecé a dudar acerca de todo, prácticamente; porque mi mente ansiosa estaba más ansiosa de lo usual al estamparse con esta situación que me había puesto de cabeza. ¿Es bueno que le diga que eran para ella? Maldita sea, se supone que solo le daría uno de ellos. Un solo conejo. No una maldita familia entera. Idiota, idiota, idiota, idiota… Y sentí vergüenza. Una oleada enorme de ella recorriendo mis venas.

 

Podía decirle: "Eran de práctica. Conserva uno", pero soy terco y me aferraba a mi idea inicial de dárselo como un regalo que había hecho especialmente para ella, aunque si me detenía a pensarlo bien, ni siquiera sabía exactamente cómo hubiera sido ese escenario. En realidad no había plan. 

 

Ella esperaba con paciencia mi respuesta mientras continuaba contemplando a los pequeños animales inanimados en la palma de su mano. 

 

—Si, eran para practicar —terminé diciendo casi a regañadientes—. Puedes tomar alguno, si quieres —en una rápida movida, giré la situación en torno a mis deseos, pero seguía frustrado por la situación en la que se había propiciado, pero me convencí de que un regalo era un regalo.

 

Es frustrante que las cosas no vayan como quieres. 

 

—¿Estás seguro de que no los usarás en algo?

 

—Lo estoy. De todas maneras lo más posible es que el resto termine como leña.

 

Hanna se volvió a verme sorprendida de un tirón.

 

—¿Hablas en serio?

 

—Sí, es lo que solemos hacer con las cosas tan pequeñas que no pueden ser transformadas. —Pensaba que era algo obvio. 

 

—Pero todos están en perfecto estado —recalcó con pesar—. Sabes, es cruel matar a toda la familia y dejar a un solo sobreviviente. 

 

—Así funciona la ley del más fuerte. 

 

—No creo que eso se aplique en este caso…

 

Me burlé en silencio de su ceño fruncido. Pensativo. Y entonces ella llegó a una resolución:

 

—Entonces me los llevo a todos —declaró devolviendo a los ahora aliviados conejos a la caja

 

—¿En serio? —Ahora yo había sido sorprendido.

 

—Sí —se levantó de la silla tomado la caja y se dirigió a su mochila para sacar la ropa que tenía cuando la encontré fuera de la cueva—. No permitiré que mates a esos pobres conejos y mucho menos que destruyas tu trabajo.

 

Aturdido por no esperar esa respuesta de su parte, la observé meter las figuritas dentro de su mochila en alguno de sus miles de bolsillos. Cada una de ellas había sido elaborada con cada vez más esfuerzo que la anterior, llegando a ser todos esos pequeños conejitos un cúmulo de emociones que se me hicieron difícil poner en palabras. El cálido sentimiento de felicidad que me generó eso también era difícil de poner en palabras. Me debatí por un segundo si sería correcto decirle que cada una de aquellas figuras estaban, en realidad, destinadas a ser suyas, pero por alguna razón lo dejé fluir tal y como estaban pasando las cosas. 

 

No pasó mucho después de esto para que iniciara nuestra misión imposible: Sacar a Hannah de la casa. Cuando ella volvió a su ropa original, me aseguré de que no hubiera moros en la costa. Afortunadamente, el escritorio de mamá estaba vacío al igual que el pasillo y en el laboratorio no había señales de vida, por lo que arrastré a Hannah escalones arriba lo más silenciosamente posible hasta llegar a la puerta.

 

Maldije por lo bajo cuando una madera del piso crujió y no me di cuenta de que estaba aguantando la respiración hasta que la puerta principal se cerró a mis espaldas. Me volví a los ojos oliva de Hannah y había un rastro de diversión por lo absurdo de la situación, e inevitablemente me lo contagió.

 

—Supongo que me voy. —Miró el camino que la dirigiría a su atajo y me observó de vuelta a mí.

 

—Te acompañaré.

 

Esa mañana mi disposición para con Hannah era enorme; ella podía pedirme que fuera al otro lado del mar Gema para traerle algún pez exótico y yo la obedecería sin dudarlo. En palabras simples, era un estúpido cegado de amor. Ella lo sabía, y agradezco que a pesar de eso, ella no tomara ventaja de ello. Lo único que hizo en respuesta a mi ofrecimiento fue tomar mis dos manos y darme una sonrisa genuina: Sin picardía o diversión. Solamente era una sonrisa de gratitud tan honesta que no reparaba en llegar hasta sus ojos y marcar sus líneas de expresión. Mi pecho se apretó ligeramente y por algún extraño motivo mis músculos se tensaron. La usual frialdad de mis manos chocaba contra la calidez de las palmas de Hannah, la cual se extendía por toda la superficie.

 

—Lo mejor será que vuelvas adentro —contestó unos segundos después—. Sería malo si notaran que no estás.

 

—Tranquila, no lo harán —repliqué casi riendo por su preocupación, sin embargo, ella frunció el ceño con desconcierto.

 

—A veces eres muy tonto —dijo con suavidad antes de ponerse de puntillas y alcanzar mi mejilla con un beso ligero como pluma—. Ahora me voy, te llamo luego. 

 

Ella se alejó sin dejarme decir algo más y no me quedó por hacer otra cosa aparte de observar su cuerpo balancearse mientras desaparecía entre el camino y la delgada brisa que dejó la lluvia de la mañana. Y me quedé inexplicablemente sin aliento.

 

Anoche fue real y hoy también lo era. Tenía que acostumbrarme a esa idea.

 

Me quedé afuera tratando de respirar un poco mejor, buscándole forma a esa vista de la que mi mamá siempre se admira. Y de repente, la puerta rechinó.

 

—Hey, ¿qué haces aquí? —Era Maru—. Mamá ya hizo el desayuno y te está buscando.

 

—Ya voy —respondí. Debajo de sus ojos había unas ojeras tan profundas como cuevas, dignas de exploración—. ¿Necesita algo? 

 

—No lo sé. —Luego recordó algo—. Oye, ¿anoche me llamaste? Perdón, no lo escuché.

 

—Sí, pero lo pude solucionar.

 

—¿Entonces todo bien? —Se aseguró.

 

—Sí —contesté—. Todo está perfecto.

 

Notes:

Sebastian tontito...
Por fin descubrió a los conejos! Hace tiempo me preguntaba cómo exactamente Sebastian se los daría. Quería que se los diera todos pero no se me ocurría cómo... Hasta que pensé en esto y me gustó.
Esta fue mi semana de exámenes y creo que todo bien. Espero que ustedes también se encuentren bien.
Gracias por seguir leyendo esta historia <3

Atte- June❤️

Chapter 28: Dos o cuatro años

Notes:

Hola! Es bueno volver :D
Mi vida ha sido un pequeño desastre, pero estaba ansiosa por finalmente publicar. Lo iba a hacer hace unos días pero lo olvidé por completo, una disculpa por eso...

En fin, ojalá disfruten el capítulo!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Ese mismo día que regresé a mi cabaña, fui a darle una rápida visita al tan alto pero a la vez introvertido doctor Harvey. Estar sola dentro del pequeño consultorio médico me hizo sentir ansiosa, pero me traté de convencer de que probablemente sólo me daría algunos analgésicos y revisaría los vendajes sin llegar a más; de hecho, incluso había ideado una estrategia para que Harvey considerara hacer un pequeño descuento a la consulta: Iba a darle un frasco de encurtidos de mi cosecha pasada. Sí, prácticamente era un tipo de soborno, pero hey, la amabilidad siempre acarrea favores, ¿no es así? También quería convencerme de eso. Sin embargo, el diagnóstico del doctor rompió mi burbuja de idealizaciones.

—Lo más recomendable es que bajes el ritmo en cuanto a las actividades más cansadas como talar árboles, cargar cosas pesadas, estar mucho tiempo debajo del sol sin hidratarte…

—Espera, espera —lo interrumpí antes de que siguiera enumerando cosas—. ¿A qué te refieres con "bajar el ritmo"?

—Hannah… —Se inclinó hacia el frente para apoyar los codos sobre su escritorio de madera firme—. Tienes que descansar.

Después de dar su veredicto, aceptar los encurtidos y no darme ningún descuento, salí del edificio preguntándome cómo iba a sobrevivir a eso. Por fortuna, encontré la respuesta más pronto de lo que esperaba.

Ya que estaba justo al lado, fui a hacer unas compras rápidas a Pierre's. Ahí encontré a Abigail en un mandil verde acomodando algunas latas. Si algo he aprendido de ella en los meses que la he conocido, es que ella es verdaderamente astuta, de esa clase de personas a las que nada se les pasa inadvertido; es por esto que cuando vio mi bolsa con analgésicos y una receta recién firmada, no pude contener la verdad ante sus insistentes preguntas.

Ella misma tomó la decisión de ayudarme con la granja en sus días libres diciendo que eso le ayudaría a "mejorar su resistencia". No tengo idea de a lo que se refería, pero mis intentos para hacerla cambiar de opinión fueron inútiles. Me resigné a eso y me convencí de que estaba bien después de todo; que en realidad sería de gran ayuda. Pero fue realmente mortificante cuando a la mañana siguiente me encontré a la banda completa en mi porche, listos para trabajar.

A lo que me explicó después Sebastian, lo que sucedió fue que la chica peli violeta los había convocado para ayudarme con las labores de la granja, a lo que ninguno se rehusó. Eso me terminó por matar por completo. Simplemente mi ser no podía con tanta amabilidad que, con tanto desinterés, personas que hace meses para mi eran extraños, me estaban ofreciendo. Sentí tanta gratitud, tanto cariño y tanta vergüenza por no poder con mis problemas yo sola (y también porque me habían encontrado en pijama) que no pude más y lloré. Así es, lloré por una falla en mi sistema, el cual está programado para no aceptar nada de nadie sin dar algo a cambio. Nunca. Jamás. Porque en mi familia llena de personas capaces y autónomas eso no es permitido. Pero allí estaba yo, aceptando todo sin ser capaz de pagárselos.

Ese día todos me ayudaron con las tareas de la granja, y aunque al principio me involucré de lleno en mostrarles con mi ejemplo cómo realizarlas, Sebastian logró contenerme bajo techo con labores más fáciles casi a regañadientes, pero tampoco puedo decir que no disfruté estar con él. Todavía tenía los sentidos muy sensibles por su culpa.

En general, por más renuente que era yo para aceptar la ayuda, la verdad es que me gustaba tener compañía: Voltear a un lado y ver a una cara conocida, escuchar conversaciones a las espaldas, que las risas de otros me tocaran los oídos cada cinco minutos… La granja estaba tan llena de vida. Pensé que ya lo estaba cuando limpié el terreno y planté los cultivos, pero esto era diferente.

Esa fue la única ocasión en la que estuvimos los cuatro juntos, pero desde entonces, en sus días libres, tenía el apoyo de alguno de ellos durante un par de horas, y fue de esta manera en la que el tiempo pasó volando hasta unos días antes del esperado Luau. Sebastian estaba conmigo y respondía con la mayor paciencia posible todas mis dudas.

—¿Que cómo es el Luau? —Colocó la polvorienta caja en el suelo, haciendo que una nube de polvo saltará de ella—. No lo sé. Es en la playa, está el gobernador, y por alguna extraña razón, hacen una sopa gigantesca para que todo el pueblo coma de ella.

—Oh, pero no te recomiendo probarla —agregó la chica morena en overol a mi lado—. Es normal que agreguen cosas extrañas a la mezcla.

Y hoy, además de la presencia de Sebastian, contaba con una invitada especial: Maru.

Maru se había sumado a la visita de manera casi inesperada, ya que después de reportar unas anomalías en la forma de riego de los aspersores, le pedí que viniera lo más pronto posible para solucionarlo. El viaje a Zuzu estaba ya muy próximo, por lo que no podía permitir que mis criaturas murieran en mi ausencia.

Además de esto, ella había querido ver con sus propios ojos el nuevo proyecto que involucraba la cueva que estaba dentro de la granja. Hace unas semanas, su padre me había visitado para ofrecerme sacarle provecho a esa área de tal forma en la que ambos saliéramos beneficiados: Él con sus observaciones y yo con los productos. Obviamente, no me pude negar, aún si eso involucraba atraer a aún más murciélagos a la cueva. No tuve tiempo para pensar en eso, ya que estaba demasiado ocupada visualizando los montones de fruta gratis que obtendría, y que por alguna razón, asumí que resolverían por completo mis problemas financieros.

No me malinterpreten, amo a todos los animales… O al menos eso creía hasta hace unos meses.

Sebastian no sonaba entusiasmado en absoluto respeto al Luau, mientras que yo no podía esperar a mañana. Era como una niña, y es que en verdad, las celebraciones de Pueblo Pelícano eran tan variadas y peculiares que quería conocerlas todas. Me arrepentía enormemente de no haber participado en ella cuando era más jóven. Tal vez solo quería comida gratis, o tal vez solo quería una nueva experiencia, pero estaba implícito que deseaba pasar tiempo con Sebastian y probar esta nueva faceta en la que estábamos.

Él era el que menos a menudo visitaba la granja ya que el trabajo lo tenía hasta el cuello tanto con la carpintería como con su trabajo como programador. Nunca pensé en lo mucho que lo echaría de menos cuando la reparación del granero finalizara. Realmente él me tenía muy mal acostumbrada con su constante presencia y atenciones.

Como lo prometimos, habíamos decidido ir a nuestro tiempo para conocer mejor al otro, y creo que por mi parte lo estaba logrando. Algunos descubrimientos eran casi insignificante mientras que otros un poco más comunes o hasta obvios, por ejemplo, su poca tolerancia al calor, la forma rítmica en la que tamborilea los dedos cuando está ansioso, la naturalidad con la que puede hablar de alguna anécdota de Sam o Abigail, y el cómo sus brazos, aunque delgados, tenían cierta fuerza. Pero algo que apreciaba en particular era el esfuerzo que hacía por compartir un poco más acerca de él mismo y su familia; por lo usual eran pequeños recuerdos con su mamá o Maru, pero no podía evitar sonreír.

—Entonces… —Se limpió la suciedad de las manos y se colocó a mi lado en la entrada—. ¿Ahora qué?

Él me había ayudado a finalizar la limpieza del viejo almacén al igual que Maru. Encontramos muchas cosas que habían permanecido guardadas bajo llave desde que el abuelo falleció. Había diversas recetas de cocina, planos de construcción, herramientas viejas y una muy bien conservada caña de pescar. Se veía en tan buenas condiciones que hasta consideré retomar mi fallida carrera como pescadora, pero cuando Sebastian hizo una pequeña broma respecto a esto, se volvió un reto personal.

Viendo a mi alrededor y realizando que ya no había trabajo pendiente, pregunté:

—¿Quieren aprender a hacer mermelada?

 

Al llegar al interior de la casa, lo primero que hice fue sacar los ingredientes y los utensilios.

—Pensé que usabas las envasadoras para hacerla —comentó Maru refiriéndose a la mermelada, sin poder apartar su mano de Cody, que con mucho gusto recibía todas sus caricias.

Pequeño traicionero.

—Sí —contesté—, pero es muy tardado y las tres que tengo ya están trabajando.

Sin problema alguno comencé a cortar manzanas y limones para ponerlos en una olla. Sebastian se paró no muy cerca de mí para observar el procedimiento, y asumiendo lo que él pensaba, simplemente le pedí que siguiera con esa tarea, a lo cual él no se negó.

—No sabía que se podía hacer mermelada de uva —dijo con una media sonrisa. Ahora él se encontraba a un paso de distancia de mi, sin embargo lo sentía muy cerca.

—Yo tampoco, pero encontré tantas en los caminos que ya no sé qué hacer con ellas. —Tomé un pequeño racimo y desprendí una de sus jugosas uvas, y sintiéndome un poco valiente, le ofrecí—: Ten, prueba una.

Él miró un tanto pasmado la pequeña fruta frente a su boca, y me pareció extraño el tiempo que demoró en tomarla hasta que observé cómo sus ojos se desviaban más allá de mi. Y entonces recordé que no estábamos solos.

Sebastian dejó de lado el cuchillo un momento y tomó entre sus propios dedos la uva mientras mis mejillas se tornaban rosas por mi imprudencia.

—Están buenas —dijo en un hilo de voz para luego volver a meter su cabeza en los cortes.

Por supuesto que él no iba a hacer tales cosas con SU HERMANA estando aquí. No sé en qué había pensado. Pero actué rápido como siempre para disimular, y terminé ofreciéndole de la misma manera a Maru una porción, a lo cual ella, un tanto sorprendida, aceptó de la misma forma que Sebastian pero notablemente incómoda. Si ella no había sospechado nada hasta ese momento, ahora sin duda lo haría. O tal vez podía verlo como algo inofensivo. Eso esperaba.

Sebastian no había dicho mucho desde que llegó, tal y como solía hacer cuando estábamos en compañía de otras personas. Me entristecía un poco no poder escucharlo y que su comportamiento cambiara de esa forma. Era un tanto frustrante; pero siempre trataba de recordar que, poco después de mi visita al doctor, Sebastian me habló de sus deseos por mantener todo lo más discreto posible durante algún tiempo, explicando lo rápido que se esparcían las noticias en un pueblo tan pequeño como lo era Pueblo Pelícano. No lo pude entender del todo, pero logré empatizar con su deseo de querer conservar su privacidad, por lo que accedí sin objeciones. Igualmente, él me había asegurado que tarde o temprano nuestros amigos y su familia se darían cuenta de lo que en verdad ocurría.

—¿Y solo pones todo dentro de la olla y lo dejas cocinando? —Maru limpió sus manos y se unió a nosotros en la cocina con total normalidad, pero echando un vistazo a Sebastian cada cierto tiempo.

—Sí —dije y agregué—: Siempre creí que sería algo más complicado, pero es muy sencillo…

—En ese caso, envíanos más mermelada cuando puedas. ¡La última estaba deliciosa! Es una pena que se terminara tan pronto.

Asentí con la cabeza con una leve sonrisa mientras continuaba con lo que hacía. Saber que esos primeros intentos fueron del agrado de alguien me hicieron muy feliz, y me hice el recordatorio mental de obsequiarles los dos próximos frascos de mermelada que produjera.

El tema principal de la conversación fue lo próximo que estaba nuestro viaje a Zuzu para el tan esperado concierto. Los ensayos habían aumentado su número por semana a causa de la ansiedad de Sam; nadie podía detenerlo. Se había vuelto un tirano y tenía a Abigail y a Sebastian esclavizados. Esta es de las pocas ocasiones en las que me alegra no ser miembro directo de la banda.

También pusimos un canal aleatorio en la televisión. No era demasiado nueva, pero no podía quejarme sabiendo cuánto pagué por ella; la persona prácticamente me la estaba regalando. Aparte de las reparaciones en la cabaña y la integración de la cocina, también destiné una parte de mis ahorros al interior, aunque para ser honesta, la mayoría de los muebles (como los sillones y mi enorme estante de libros) habían sido una donación de Lewis por ser "la adorada nieta de su viejo amigo". Esa acción me facilitó mucho mi llegada al pueblo y es por esta razón que me siento en deuda con él, por lo que me es imposible decirle que no cuando se trata de echarle una mano, en especial con su nuevo proyecto: El Centro Comunitario. Sí, era cansado, en especial porque no tenía ni idea de por qué me pedía ayuda a mi, una granjera que con suerte pudo poner una repisa (y que por cierto, se había caído hace no mucho), y no a Robin, la carpintera del pueblo.

Supongo que es por la diferencia de precio, pues yo trabajo prácticamente gratis.

Él realmente sabe lo que le conviene.

La mezcla aromatizada sobre el fuego ya estaba tomando consistencia, por lo que pronto podría pasarla a los recipientes. Así que le pedí a Maru que resolviera el contenido mientras yo iba por unas cosas.

Sebastian me siguió sin que yo se lo pidiera, con la excusa de ayudarme, y aunque su boca decía eso, mi yo interior deseaba que fuera por una razón diferente. Sea como haya sido, me acompañó hasta la habitación que estaba en el pasillo; aquella en donde dormía junto a mis padres cuando veníamos de visita, y que además, había sido la habitación de mi madre. Ahora estaba irreconocible y no era más que un tipo de almacén sin muchoen su interior, de hecho, la iluminación dentro era escasa y dependía plenamente de una ventana.

—¿Puedes creerlo? ¡Se retrasaron dos semanas porque puse un seis en vez de un cuatro en la dirección! —Recordé aquél horrible error que cometí.

—¿Y llegaron…?

—Hoy en la mañana —acompleté—. Desperté y todo estaba en la puerta. —Señalé las demás cajas de cartón sin abrir junto a mis pies.

—¿Y cargaste todas estas cajas desde la entrada hasta aquí?

Sebastian me lanzó una mirada con tintes acusadores luego de ver los múltiples frascos de cristal dentro de la caja, la cual no era nada liviana. Le sonreí con un tanto de culpabilidad. A pesar de que no lo veía con frecuencia era el que más me cuidaba de… prácticamente, de mí misma.

—Pudiste haber esperado a que llegara —continuó diciendo.

—No quería tener todas esas cosas en el porche. —Y cómo no lo vi muy convencido, añadí—: Además, ésta es la más pesada. Las otras son mucho más ligeras.

Sebastian seguía sin estar muy de acuerdo, pero con una suspiró preguntó:

—¿Qué hay en las demás? —Y dijo después con una sonrisita—: No creo que hayas comprado siete cajas de frascos de vidrio.

No, en realidad había comprado cuatro, pero las tres restantes seguían perdidas en el correo por mi terrible desliz.

—Mi papá también me envió ropa, algunos documentos que tal vez necesite, libros… —Me arrodillé para ver el contenido que ya había curioseado antes. Entre un par de camisas, se encontraba una de mis tazas de café favoritas. Una verde. Y también estaba una foto familiar que solía estar colgada en la pared de mi habitación—. Y otras cosas…

Sebastian abrió la boca como si fuera a decir algo más, pero como el olor de las uvas y limones se hizo más intenso, volvimos de inmediato. Ya con los contenedores, simplemente vaciamos la sustancia en algunos de ellos. El interior de la cabaña se colmó de un aroma dulce que se hacía más intenso por el calor encapsulado; de hecho, me sorprendía que Sebastian no se quitara la sudadera negra que traía encima, pues la piel pálida de sus mejillas encendida por el calor era prueba suficiente de que se estaba horneando dentro de su propia ropa. Me pareció contradictorio de que él, que siempre se quejaba del calor, no hiciera el mínimo esfuerzo por refrescarse un poco; no como su hermana, que se despidió de su suéter apenas el sol se intensificó. Ella tampoco parecía ser muy tolerante al calor.

Cuando el hambre se hizo presente poco después del mediodía, buscamos qué comer en mi pobre refrigerador. Las última semanas había estado sobreviviendo de barritas campestres, sí, tal vez no sea la fuente de alimentación más adecuada, pero cumplía con su función de calmar mi gran apetito.

—... Y cuando salí de casa, lo primero que vi fue un enorme monstruo de nieve —relataba Maru entre bocados a la pizza congelada que tenía en caso de emergencias—. Estoy segura que mi grito se escuchó hasta el pueblo —rio ella de su propia anécdota de invierno.

—De todo lo que podías hacer, ¿por qué un monstruo? —pregunté dirigiéndome al peli negro a mi derecha. Quería escucharlo hablar un poco.

Pero él no tenía ni la menor idea de mi gran deseo por oír su voz, por lo que sencillamente se encogió de hombros antes de contestar:

—No lo sé… Estaba aburrido.

—Sebastian es mucho mejor que yo en lo que respecta a hacer figuras en la nieve. Yo no tengo mucha creatividad para ese tipo de cosas —admitió con un poco de pena y después añadió de repente—: Oh, pero deberías de ver lo que hizo una chica en el concurso de esculturas de hielo el invierno pasado. ¡No tengo idea de cómo pudo hacer tal cosa en tan poco tiempo! Se llama Leah y vive en una pequeña cabaña cerca del rancho de Marnie.

Por lo que me estaba diciendo, asumí que quería saber si ya la conocía.

—Sí, la he visto un par de veces —repliqué—. No he hablado mucho con ella, pero una vez me ayudó a salir del bosque cuando me perdí recolectando frambuesas.

No es necesario decir que Sebastian se burló de mi en silencio. Esa ocasión me dejé llevar tanto por mis pensamientos que perdí la línea de mis pasos. Por fortuna me encontré con Leah antes de que el sol se ocultara.

—Yo tampoco, pero viene de vez en cuando a la tienda por algún consejo de mi mamá o por buena madera. No tiene mucho en el pueblo. Creo que mencionó que este verano cumpliría un año desde que se mudó.

Un año…

365 días.

Sonaba a demasiado tiempo, pero ahí estaba yo, a casi la mitad de esa cantidad y sentía como si hubiera sido ayer que me subí al autobús, pero al mismo tiempo, me había adaptado a la vida en el campo y tanto mis metas como expectativas habían cambiado por completo.

Me gustaba pensar que ya no era aquella chica encerrada en su cubículo, siempre corriendo en círculos desesperada por ser complaciente con todos y nunca llegando a nada. De verdad quería imaginar que había cambiado y que ahora luchaba por mi felicidad.

—Supongo que si ha durado tanto tiempo aquí, es porque le ha ido bien.

—Es probable… ¿Y qué hay de ti? Tengo curiosidad, ¿cuándo llevarás animales al granero?

Sonreí ante su pregunta. El propósito de reparar ese edificio era justamente poner animales dentro a pesar de que, al principio del proyecto, más que una buena decisión la vi como una inversión mal ejecutada. No guardé casi nada de mi cosecha de primavera por lo que, a excepción de los gastos usuales de la casa, cada centavo fue destinado al pago de Robin.

Ya había aprendido la lección y el tiempo me hizo ser más astuta con mis recursos, por ende, en esta próxima cosecha de verano conservaría una parte de los productos para mi propio consumo, y a la vez contaría con el apoyo de mis próximos animales. Veía como una muy buena opción ir tras un par de gallinas, pues por más que quisiera, mi presupuesto no se ajustaba al precio de los conejos. Estaba realmente entusiasmada, e incluso ilusionada de llegar a tener animales en la granja. Los buenos recuerdos que tenía con mi abuelo en el viejo granero solo alimentaban aún más ese anhelo.

—Planeo traer algunas gallinas después del concierto —hablé—. Ya sabes, para observar cómo se comportan.

Maru asintió y mencionó que su mamá esperaba que algún día tuviera cabras para hacer queso. Resulta que ese era su favorito.

La alegre chica con lentes nos acompañó casi una hora más hasta que tuvo que retirarse por un compromiso que tenía en la clínica sin dar detalles. Ella se despidió afectuosamente conmigo, deseando que me recuperara pronto, mientras que con su hermano sólo acordó que se verían luego en la casa. Sebastian como respuesta le recordó que no olvidara pasar a Pierre's por algunos encargos de su madre.

Yo no tengo hermanos, así que mi experiencia es casi nula; por lo que no sabía con exactitud si aquello había sido simpleza o frialdad. Quería pensar que era más lo primero que lo segundo, debido a que asumía que convivir constantemente con alguien te hacía prestar menos atención al trato que le dabas; más si era tu hermana.

Sebastian permaneció conmigo en el porche en silencio hasta que Maru se desvaneció por completo en el camino. Fue casi como si él se sintiera en peligro mientras todavía alcanzara a verla, y sólo cuando todo rastro de ella junto a su enorme entusiasmo se fueron, él se volvió a mí para hablarme:

—Y, bueno… ¿Ahora qué?

—Yo… No lo sé —vacilé—. Creo que ya no hay tareas pendientes excepto regar mi árbol.

—¿Tú árbol?

—Sí, ya sabes, el de melocotón. Ven, te lo mostraré.

Tomé su mano y lo dirigí hasta la orilla del pequeño estanque frente a la cabaña totalmente orgullosa de cómo había cuidado a ese pequeño brote.

—Árbol, éste es Sebastian. Sebastian, Árbol —dije con una sonrisita la cual el peli negro imitó con un leve resoplido.

—Pensé que ya tendría fruto… Es decir, yo no sé nada de plantas y eso, pero lo compraste a principios de verano. —Él se rascó la cabeza y se agachó para apreciarlo más de cerca.

—Sí, yo también pensé lo mismo —reí—, pero parece que eso será hasta dentro de dos a cuatro años —suspiré con pesar. Esa era tal vez otra mala inversión.

Sebastian tarareó en respuesta prestando atención a la escuálida base de la que se desprendían las ramas junto a sus hojas. Yo me levanté unos segundo para regar su tierra. Sebastian estaba más sereno de lo usual. O tal vez era yo la que estaba más deseosa de hablar que de costumbre. Algo que también había aprendido de él es que a veces hay que sacarle las palabras, aunque todavía no estaba segura de cuándo era oportuno y cuándo él simplemente quería estar callado. Esta vez estaba determinada a guardar silencio junto a él y apreciar lo bello de los sonidos naturales, y pude haberlo logrado si no me hubiera distraído.

Mi vista rebotó de la planta hasta su perfil, el cual encontré más interesante. Me fascinaba admirar la curva del puente de su nariz y el rastro de pecas que por ahí se esparcían. Se me apretaba el pecho e inconscientemente sonreía. Se veía pensativo, casi serio. Ya no creía que estuviese pensando exclusivamente en la planta, por lo que estando yo misma ensimismada, pregunté con suavidad:

—¿En qué piensas?

Él abrió sus ojos con un tanto de sorpresa, como si no hubiera notado que lo estaba observando.

—Nada, yo solo… —balbuceó con una diminuta sonrisa—. Sólo me preguntaba qué pasaría en dos años o cuatro. No lo sé. Suena a mucho tiempo.

365 días.

730 días.

1095 días.

1490 días.

—Bueno —empecé divertida, y estiré los brazos por encima de mí cabeza para después desplomarme en el césped—, para comenzar, tendremos melocotones. —Volví a reír—. También habrá gallinas, patos y conejos. Muchos conejos. Y cabras para el queso de tu mamá.

Sebastian me miró con una sonrisa bailando en la comisura de sus labios hasta que decidió tumbarse a mi lado. El cielo estaba repleto de nubes que se movían con el viento.

—A mi mamá también le encantan los melocotones, por si te interesa —dijo divertido.

—¿En serio? —La noticia me emocionó inesperadamente—. De verdad quiero agradarle a tu familia.

—Ellos te quieren más que a mí, te lo aseguro —bromeó.

—Mentira. Tu mamá te adora. —Me volteé en su dirección y me apoyé en mi costado—. Siempre que hablamos dice algo así como “Oh, Sebby esto” “Oh Sebby aquello”.

Me reí con mis propias palabras, pero a Sebastian no pareció darle tanta gracia porque la única reacción que tuvo fue sus cejas arqueándose un tanto extrañado.

—No me digas Sebby —murmuró.

—Sebby —dije con una risita.

—Cómo sea. —Cambió de tema antes de que siguiera molestándolo—. A Maru le gustan las fresas. Dale unas cuantas de esas y te amará de por vida.

—Perfecto —dije, y no sé qué me embargó para preguntar—: ¿Y qué hay de Demetrius?

La voz se le cortó por un segundo y su sonrisa se difuminó.

—Le gusta el helado —contestó actuando lo más natural posible—. Pero no tienes que preocuparte por todo eso. Ya les caes bien.

—Y quiero que siga siendo así, además, si les voy a regalar algo, quiero que sea algo que les guste. —farfullé para luego añadir—: ¿Y tú? ¿Hay algo en especial que te guste?

Él se tardó tanto pensando en su respuesta que me puse a imaginar que tal vez diría algo salido de alguna película, cliché y romántico como “Sí, me gustas tú”, pero su respuesta me bajó de las nubes.

—La sopa de calabaza.

—¿...Calabaza?

—Sí —afirmó sin reparar en mi extrañeza—. Mi mamá la hace cuando es temporada y es mi favorita desde que era niño.

Un pequeño y pelirrojo Sebastian comiendo con emoción de su tazón revoloteó en mi mente y se me expandió el corazón por lo adorable de la imagen.

—Bien, entonces a tí te daré sopa de calabaza.

Él se limitó a sonreír y a volver a mirar al cielo. Era tan lindo. Después de eso él me hizo una serie de preguntas acerca de mí y de mi familia. ¿Comida favorita? Tarta de moras. ¿Cómo son mis padres? Mi mamá es alguien reservada y trabajadora, mientras que mi papá es más relajado y cariñoso. Le aseguré que él le terminaría agradando a pesar de ser tan sobreprotector. Más que nada confiaba en que encontrarían algún gusto en común como los cómics o incluso las motocicletas. Tenía nervios con respecto a mi mamá en cuanto al nivel de los estudios y el empleo, pero yo sabía que ella no era tan prejuiciosa para fijarse solamente en eso.

Después de todo, su hija dejó su cómodo trabajo de oficina y terminó siendo una granjera.

Oh, y por cierto, la situación con mi mamá iba mejorando: conversábamos de vez en cuando mientras ella no estuviera demasiado cansada por el tratamiento. Ella no hablaba de ello, y mi papá a duras penas me daba informes. No me querían preocupar, lo sabía, pero me inquietaba más que no mencionaran nada del asunto.

Era agradable hablar sobre estas cosas juntos. No lo sé. Simplemente hablar sobre nosotros, nuestra familia, el futuro… De alguna forma eso me hacía sentir más intimidad entre nosotros y que en realidad nos estábamos acercando aún más. Me daba la sensación de que él estaba igual de comprometido que yo y que, de alguna manera, este “vamos a ir lento” se transformara un día en algo más. Claro, estaba abierta a la posibilidad de que esto no funcionara, y de ser así, simplemente debíamos terminar todo antes de lastimarnos; pero esperaba que no resultara así. Más bien quería que lo nuestro fuera algo así como como el árbol de melocotón plantado a nuestros pies: que inició pequeño, pero con el tiempo se desarrollaría y daría fruto.

Luego de hacerle saber que yo era hija única y lo mucho que me hubiera gustado tener alguna compañía, le pregunté con gran interés acerca de cómo era tener hermanos, pero su contestación no fue para nada satisfactoria.

—¿Cómo que “normal? —interrogué al mismo tiempo que acariciaba el lomo de Cody, que por fin había aparecido en escena.

—No lo sé. Normal, creo. Aunque de todos modos nunca he sido muy cercano a Maru.

—¿... No lo son?

Pese a su anterior frialdad, por alguna razón no imaginé esa posibilidad.

Sebastian negó con la cabeza y siguió explicando levemente serio:

—No. Nos llevamos unos cuantos años de edad por lo que no jugábamos juntos mucho, pero cuando crecimos lo único que hacíamos era pelear.

—Vaya… ¿Ustedes se llevan bien ahora?

—Creo que sí, pero en realidad no sé cómo es tener una relación de hermanos normal…Es decir, Sam le lleva más de 10 años a Vincent y se llevan muy bien. —Acercó su mano hacia la cabeza de Cody para acariciarla, cosa que él aceptó gustoso. Cody se había recostado en el espacio que había entre nosotros sin problema alguno—. Ya no discutimos pero estoy seguro de que se alegrará cuando me vaya de la casa.

Eso me sonó como algo tan alejado de la personalidad de Maru que me hizo sentir mal por ella y por Sebastian.

—¿Cómo puedes pensar eso?

—Ella siempre ha sido la favorita, no creo que si un día me voy me extrañe.

Él se rio de lo último que dijo. Lucía tan convencido de sus palabras que eso solo me desconcertó todavía más.

—Dudo que tu mamá tenga algún favoritismo —debatí.

—Tal vez ella no —admitió—. Pero Demetrius los tiene.

No repliqué de inmediato. Se notaba el resentimiento con el que cargaban sus palabras. Sebastian nunca habla de Demetrius, o por lo menos no lo suficiente. Su relación era una gran interrogante para mí, pues a veces contaba recuerdos dulces que involucran a su padrastro, pero a la vez emitía quejas ácidas contra él. Los sentimientos contrariados eran evidentes.

—¿Las cosas siempre han sido así entre ustedes? —Sabía que estaba tocando un territorio sensible, por eso me enfoqué todavía más en sus expresiones faciales y lo poco que me dejaban ver de sus verdaderas emociones.

Sebastian seguía acariciando a Cody, teniéndome de frente.

—¿La preferencia? Sí, supongo que sí. Antes de que naciera Maru creo que él al menos me prestaba un poco de atención, pero una vez ella llegó, no tuvo tiempo para algo más. —Él frunció ligeramente el ceño conforme hablaba, con cada palabra pronunciada entre dientes—. Pero creo que es lógico, sabes. Ella es su hija después de todo.

Eso me dejó pensando.

—¿...Puedo hacerte una pregunta? —pronuncié unos instantes después—. Si no quieres contestarla, lo entenderé.

Sebastian estaba confuso, pero asintió con la cabeza.

—¿Y tú padre biológico? ¿Tú relación con él también es…?

No me animé a terminar. Me arrepentí de haber abierto la boca casi al instante de expulsar mi duda. La forma en la que el rostro de Sebastian se contorsionó fue algo que nunca había visto antes. Y el silencio que le siguió a todo eso fue el más horrible que había experimentado.

Sebastian nunca habla de su padre.

Iba a decir que lo olvidara. Que podía no responder a eso. Porque más que terror, su expresión me dejaba desolada, pues eso era justo lo que reflejaban sus ojos junto a otras emociones mezcladas: Un inmenso sufrimiento.

—Nunca lo conocí —habló, y miles de posibilidades y escenarios cruzaron mi mente. Todos trágicos. Él advirtió mis especulaciones y las corrigió de inmediato—: Está vivo, pero se fue cuando tenía 3 años y nunca intentó contactarse.

Estaba conmocionada. Él se reacomodó en su sitio volviendo a colocar su espalda contra el césped y sentí cómo un muro se levantó entre nosotros. Cody se decepcionó de ya no recibir cariño y se fue.

—Lo lamento —dije con una suavidad cargada de un enorme remordimiento, sin saber qué otra cosa podía agregar—. No tenía idea.

—No es tu culpa. Nadie habla mucho de él, y todo fue hace ya mucho tiempo… Ya no importa.

Volvió su mirada hacia mí un poco más serena, pero había un algo en la diminuta y forzada sonrisa que me ofreció que me indicaba que su tranquilidad era mentira.

Buscaba cualquier cosa que decir; sin embargo cada cosa que se me ocurría no me parecía buena pues lo único que se repetía en mi cabeza era: “Claro que importa, grandísimo tonto”. Por supuesto que no podía decirle eso.

Lo único que pude hacer fue tomar su mano, que estaba sobre su abdomen.

—Oye… No llores —dijo, un tanto más preocupado que divertido. Creo que los hombres no suelen ser buenos lidiando con las lágrimas de una mujer.

—No estoy llorando.

—Tienes los ojos rojos —señaló con una risita. Él intentaba fuertemente aliviar el ambiente.

No podía entenderlo, y por eso solo pude mirarlo con pesar; con mis cejas formando una arruga creciente entre ellas. Sabía que a él no le estaba gustando que lo mirara así, ya que en sus ojos se podía leer ese sentimiento, al igual que su enorme deseo por terminar con esa conversación. Sebastian terminó retirándose para sentarse en la hierba. Su cabeza tapaba al sol de mi vista y él me observaba desde arriba.

—Debió de ser difícil —dije apenas audible cuando alcanzaba su rostro y acunaba su mejilla con la palma de mi mano. Tenía una fuerte necesidad por tocarlo. Sus labios se apretaron y un suspiro pesado se deslizó de ellos.

—La peor parte se la llevó mi mamá… —Él desvió la mirada. Sus manos jugaban con el dobladillo de sus sudadera—. Era jóven y estaba sola, pero de alguna forma se las arregló…

Y ahí estaba de nuevo.

Siempre haciendo de sí mismo menos. Restándose valor.

No quiero decir que creyera que para Robin fue fácil. En absoluto. Ella fue una madre soltera, jóven e inexperta. Un trabajo total y, ahora que sabía más de su historia, no podía hacer otra cosa que admirarla más de lo que ya hacía. Pero me molestaba que él menospreciara la carga que de seguro ha llevado todo este tiempo. Para este punto ya especulaba que este era otro de sus mecanismos de defensa: negar cualquier emoción hasta convencerse de que no dolía.

Me senté con un poco de dificultad y me puse a su altura; sin embargo, no logré divisar muy bien sus ojos agrandándose cuando rodeé su cuello con los brazos. Su cuerpo se petrificó por medio instante hasta que, sin duda con mucho esfuerzo, correspondió la acción. Él apenas y me tocó. Él rara vez me tocaba demasiado. Todavía no sabía en qué consistía, pero siempre lucía como si tuviera miedo a romperme, o quizás a algo más. Pero esas dudas y especulaciones quedaron en segundo plano, muy atrás.

No podía imaginar mi vida sin uno de mis padres pues ambos me habían aportado tanto buenas como malas cosas. Eran parte fundamental de lo que era yo ahora. No todo fue perfecto, ellos no fueron perfectos, pero estuvieron ahí, conmigo. Que alguien a quien yo apreciaba tanto no pudiera tener tal cosa me hundía, aún a pesar de que sabía bien lo común que era ese tipo de escenario.

—Ya te lo dije —murmuró contra mi hombro—. Fue hace mucho tiempo.

Me despegue lentamente de él, pero no por completo.

—Está bien —pronuncié en voz baja y añadí—: Gracias por contarme esto; de verdad lo aprecio.

Sebastian asintió con suavidad, y después de poner sus pensamientos juntos y en orden, nos puso de nuevo de pie. Hubo un breve silencio intermitente antes de que nos preguntáramos dónde estaba Cody y saliéramos en su búsqueda. No me preocupaba mi perro; hace ya mucho tiempo que aprendí que él sabía cuidarse mejor de lo que yo sabía cuidarme a mí misma, más bien mi mente estaba totalmente ocupada procesando toda la información. Era demasiada. Y cada porción de ella estaba obligada a ligarse a una pregunta.

El sol comenzaba a picar y mis heridas en proceso de sanación a molestar, por lo que nos dirigimos al interior de la cabaña sin mucho ánimo. Mientras él bebía del agua que le dí, me preguntaba profundamente si después de terminarla, se iría. Todavía era temprano y la conversación anterior ya había quedado muy atrás en el camino para mí, pero no podía asegurar cómo él se sentía. Todavía no quería que Sebastian se fuera. No me importaba si ya no hablábamos de algo significante, solamente quería tener su compañía. Durante todo el tiempo que transcurrió desde que pusimos nuestros sentimientos sobre la mesa, mi deseo de estar junto a él únicamente había ido en aumento. Fue incentivado. Por lo que había sido torturada constantemente con su ausencia vez tras vez en los Viernes de billar o cuando simplemente nuestras agendas no coincidían. Pero sus mensajes nocturnos nunca fallaban.

Con un golpe seco, el chico con pecas al otro lado de la cocina colocó su vaso vacío sobre la mesa. Y esperé. Esperé a que dijera algo antes de que yo intentara retenerlo con cualquier cosa. Mi corazón latía de ansiedad. Sin embargo, parecía que el de él también pues su comportamiento había sido ligeramente extraño. Mi piel se erizó cuando él comenzó a hablar:

—¿Para qué vas a usar esa maderas?

Seguí la dirección de su mirada y me topé con aquellas repisas de mi habitación que no funcionaron. Estaban contra la pared en una esquina.

—Eran mis repisas —expliqué con una salpicadura de pena en mis mejillas—. Se cayeron.

Sus piernas caminaron hacia ellas y yo me quedé anclada a mi sitio contra los gabinetes de cocina, vigilando cómo inspeccionaba la superficie. No quería que él supiera el tan mal trabajo que hice casi de forma improvisada, aunque en mi defensa, fue la primera vez que instalé algo por mí misma.

—Los soportes están flojos —señaló. Su voz era calma y uno de los mechones de cabello ébanos se balanceaba en el aire con cada movimiento.

—Sí, y también creo que no hice bien los agujeros en la pared. —Me encogí de hombros—. Noté que estaban un poco disparejos.

—Sí quieres puedo instalarlas —habló y provocó que abriera los ojos—. No será muy difícil.

Iba a decir que otro día lo haría yo, pero en realidad mi plan desde que se vinieron abajo fue contactar a Robin o incluso a Lewis para que lo hicieran por mi. Hubiera sido extremadamente tonto rechazar su propuesta, además, me permitiría tenerlo a él para mí un rato más y ver su faceta como carpintero. ¿Sólo ganancias, no? Eso era lo que yo veía.

Solo tuve que confirmar una vez para que Sebastian se pusiera manos a la obra, y en cuestión de minutos ya estaba haciendo nuevas marcas en la pared color crema de mi habitación con un lápiz. Me sentí inútil por solo poder servir de espectadora.

—¿Te ayudo con algo o…?

Él despegó sus ojos de su pared. Por alguna razón se veía más atractivo cuando trabajaba y lo odiaba por eso.

Él lo pensó un segundo. Y de verdad creí que me daría una tarea de verdad hasta que replicó con:

—Oh, claro. Puedes limpiar todo cuando termine con esto.

Lo dijo con una sonrisa tan tierna y maliciosa a la vez que únicamente logró irritarme. Eran de esas que ponía cuando me preguntaba si debería de dejar ganar a Sam en el billar por una vez para después destrozarlo.

Le dí un golpe tan débil en el costado que ni siquiera contaba como uno, y no pude hacer otra cosa aparte de reír. Entonces comenzó a perforar la pared con un taladro. Para mí fortuna, no soltó demasiado polvo, pero además de descubrir que no limpiaría demasiado, noté dos cosas:

El cómo frunce el ceño cuando está muy concentrado.

Y lo mucho que me gustaba su figura.

Lo último ya lo sabía desde hace mucho, sin embargo, verlo por completo me provocaba mariposas en la boca del estómago. Un hormigueo tonto que te impide dejar de observar.

Esa sensación habitualmente encaminaba a que yo buscara su contacto ya sea por medio de juguetear con sus manos o abrazándolo… Pero siempre terminaba queriendo obtener algo más, y sin embargo, todavía no me atrevía a ir más allá de las muestras de afecto básicas, porque aunque me resultaba raro admitirlo, me había hecho adicta al afecto físico.

Fui abruptamente sacada de mis pensamientos cuando Sebastian solicitó mi ayuda para sostener la repisa mientras él ajustaba los tornillos. Me esforcé en gran medida para drenar cualquier pensamiento que nos involucrara a nosotros dos, y mi convicción se redobló cuando recordé que no era un buen momento para cualquier movimiento, porque de lo contrario, una repisa de madera caería sobre nuestras cabezas. Y sería doloroso. Y además, no podría con la mirada de decepción que me dirigiría Harvey después de explicarle por qué demonios volvía tan pronto al consultorio con una nueva herida.

La instalación pronto terminó y Sebastian contemplaba con orgullo su trabajo.

—Supongo que después de todo, lo que mamá me enseñó me fue útil —murmuró casi para sí mismo.

Sonreí de ternura ante sus palabras.

—Entonces, ¿está listo, no?

—Sí —reafirmó—. ¿Qué pondrás aquí? ¿Tus figuras de colección?

—No. —Me dirigí a mis gloriosas adquisiciones resguardadas en una caja de cartón y tomé la que estaba sobre ella—. En cambio estas linduras ocuparán ese lugar.

Sebastian iba a preguntar de qué estaba hablando hasta que vio los conejitos de madera que él conocía muy bien. Cerró la boca al instante y los miró con una cautela extraña, pero mi entusiasmo era tanto que casi no lo noté.

Amaba esas pequeñas figuras de madera. Amaba que él me las hubiera regalado todas a mí. Aunque, si pensaba en el hecho de que era dármelas todas o que fueran destruidas en el fuego, le quitaba toda la magia al gesto.

Como sea, las apreciaba tanto que aquello no iba a contrarrestar mi afecto, después de todo, me servirían como recuerdo de aquel momento.

Sin problema alguno, comencé a acomodarlas sobre la madera. La reinstalación me había dado la ventaja de ponerla a un nivel más accesible para mi altura. Sebastian aparentaba desinterés mientras estaba sentado al borde de mi cama junto a la caja, sin embargo, su mirada atenta y no muy discreta lo delató.

—¿Cuánto tiempo crees que me tome tener esta misma cantidad de conejos? —pregunté queriendo sacar de en medio el silencio.

—No lo sé, considerando que son conejos no creo que debas esperar mucho.

Reí entre dientes, y me tomó por sorpresa que él se levantara y se colocara justo a mi lado, y de nuevo, sintiendo un ataque de mi usual curiosidad, le pregunté con una sonrisa:

—¿Qué crees que pase contigo dentro de dos o cuatro años?

Esta vez yo lo había tomado por sorpresa; emoción que sólo le duró unos cuantos segundos mientras meditaba en su respuesta. Parecía ser favorable por la forma en la que las comisuras de sus labios se alzaban en esa sonrisa que tanto me fascinaba.

Y me hubiera encantado escuchar su respuesta si no hubiera sido por dos interrupciones simultáneas:

La escandalosa entrada de Cody al dormitorio.

Y la vibración del teléfono de Sebastian en su bolsillo.

Yo tranquilicé al perro con tal de que Sebastian pudiera hablar con tranquilidad, y me di cuenta de que había hecho bien al escuchar que hablaba con un cliente por el lenguaje un poco más formal que rara vez le escuchaba, por no decir nunca.

La conversación se extendió más de lo que ambos esperamos, por lo que decidí dejarlo solo en la habitación. Hablaban con términos que no lograba comprender del todo aparte de lo básico, pero parecía que había un problema; y como mi cabeza no entendía más de la mitad de lo que implicaba, asumí que era algo complejo.

Ser programador independiente debe de ser difícil.

Claro que lo era. Por lo que había aprendido a lo largo del tiempo mediante la observación, Sebastian debía de aceptar la mayor parte de los proyectos que le ofrecieran, ya que trabajar de manera independiente implica hacer todo tú solo. Incluyendo conseguir clientes. Yo no sabía lo que era eso. Cuando empecé mi vida laboral me mantuve bajo un sueldo fijo en el negocio familiar de mi familia paterna para luego saltar a los brazos de Joja. Tener un contrato es la cosa más cómoda que puede existir en ocasiones.

Bueno, es un pueblo pequeño. Debe de ser difícil encontrar empleo tan siquiera.

Y un momento después pensé:

En la ciudad hay una gran demanda de trabajadores de cualquier tipo que ni siquiera importa tu nivel de estudios.

¿...Nunca pensó en ir allá?

La pregunta era estúpida, pero lo era porque una parte de mí me explicaba que probablemente fue porque no tenía los medios. Era comprensible. Rentar, servicios, alimentos, transporte… No todos los sueldos de la ciudad son suficientes por sí mismos para cubrir esas necesidades.

Pero la otra parte insistía en la duda. La picaba con hechos difíciles de ignorar.

Además de la falta de trabajo, recuerda que su padrastro y él se odian a muerte, y por si eso no fuera poco, también piensa que a su hermana no le interesa… Eso me suena a dos razones muy válidas para querer irse.

Quiero decir.

Tú te fuiste por mucho menos.

Sacudí la cabeza. Esto se sentía mal, incorrecto… Pensar en ese tipo de cosas sin saber el porqué y luego mirar a Sebastian, que tenía el teléfono todavía pegado a la mejilla dedicándome una sonrisa, me hizo sentir de lo peor. Pero él incluso me habló de que deseaba “probar esa libertad”.

Me obligué a dejar de pensar en la cuestión. Me había hecho una experta en evitar ciertos temas de mi elección, pero con este no fue tan sencillo. La pregunta se enredó en mi subconsciente y le di interminables vueltas sin saber a qué resolución quería llegar. Ni cómo llegar. Ni por qué quería llegar.

Seguía de pie cuando Sebastian finalizó la llamada. Tal vez tuve de sentarme; debí de lucir muy impaciente estando de pie a su espera.

—¿Todo bien? —Me aproximé a él por reflejo abrazándome a mí misma. Su expresión lastimosa me advertía que algo le preocupaba.

—Sí… No… No lo sé. —Se frotó las sienes con un largo suspiro y yo toqué su hombro dando lo mejor de mí para comprenderlo—. Hubo un fallo en el último proyecto que entregué. La verdad es que ni siquiera yo sé cómo puede dejar pasar ese tipo error… Lo siento, tengo que irme.

Me entristecí por él y también porque se viera en tal situación. Había culpabilidad en su rostro; él me había dicho que estaría libre dentro de poco, e inevitablemente me entusiasmó la idea de pasar todo el día con él; sin embargo no le reprochaba nada. Sabía que era importante y que fue algo inesperado. Es su trabajo, después de todo.

—Entiendo… No te preocupes por mí, pasaré el resto del día en casa —dije, y después de ver la mueca que Sebastian hizo, agregué—: Tal vez lea ese libro que me diste… Suena interesante…

—Lo lamento… —musitó sin poder decir otra cosa.

Mis dos manos estaban sobre sus hombros y le di mi sonrisa más positiva que podía ofrecer. No tardó mucho en emprender su viaje de regreso a la montaña, y tampoco tardé mucho en echarlo de menos. Si tuviera que describir este día en una palabra, elegiría agridulce, ya que justamente fue ese sabor el que prevaleció en mi boca cuando medité en los acontecimientos de ese día.

Algunos eran fáciles y lindos de recordar.

Otros eran difíciles de digerir por completo…

Y en un rincón oscuro permanecía una incógnita sin resolver.

Y en otro mucho más presente, una inconformidad molesta.

Lo que sucedió fue que, estando ya en el porche para despedirlo, no fui capaz de tomar la valentía necesaria para hacer algo aparte de desearle un buen viaje.

Un. Buen. Maldito. Viaje.

¡Maldición! Yo queria besarlo.

A pesar de mis verdaderas intenciones, me quedé diez segundos enteros frente a él observándolo en completo en silencio tratando de sacar un poco de determinación de mi yo del pasado, que simplemente fue por lo que quería. Pero ver su rostro totalmente incrédulo a lo que corría por mí cabeza me hizo sentir estúpida, por lo que no lo soporté más y tiré todo por la borda.

Así que miré su figura alejarse de la granja totalmente resignada.

Para distraerme de mi dolor, sufrimiento y terrible estupidez, me refugié en la lectura, ya que mi actividad en el trabajo era limitada. Desde pequeña me inculcaron un gusto por los libros: Primero con los cuentos de hadas clásicos y después expandí mis horizontes por mí misma (y también con ayuda de mi papá). Sí, amo el romance porque amo el drama y los finales felices. Soy toda una romántica empedernida, pero tengo una debilidad por la fantasía. Supongo que siempre disfruté imaginarme en escenarios imposibles, lejos de mi aburrida habitación, mi aburrida vida y mis caóticas presiones. También creo que influyó mucho en mí el propio gusto de mi papá. Desde que era jóven y rebelde, él colecciona cualquier tipo de cómic o libro de su interés; más tarde yo me le sumé a esa afición, ya que tener una actividad más que compartir con él me hacía feliz. Mi mamá siempre ha declarado que eso sólo es una pérdida de dinero y esfuerzo, pero no puede argumentar nada en su defensa cuando se le critica su exéntrica colección de tazas de café.

Así que sí, los libros se convirtieron en mi lugar seguro.

El único problema que acarrea este pasatiempo es que nunca tengo suficiente.

No solo lo digo por el enorme librero que tengo en mi habitación. Más bien me refiero a las historias en sí: Cuando el libro me atrapa, no puedo dejarlo hasta que mi curiosidad sea saciada, o en su defecto, caiga dormida. Pierdo por completo el sentido del tiempo y la responsabilidad.

Y exactamente eso me pasó esa noche.

Era casi la medianoche y había cumplido con lo que le dije a Sebastian. La historia era verdaderamente envolerora y no planeaba dejarla pronto para descansar.

Mientras estaba en medio de un diálogo del protagonista, mi teléfono recibió una notificación. Vacilé mucho en estirarme al otro extremo de la cama para revisarlo. Sin embargo, estaba en la espera de la contestación de Abigail a que habíamos intercambiado mensajes durante toda la tarde. También cabía la posibilidad de que fuera mi papá, pero ya era demasiado tarde como para suponer que él siguiera despierto.

Abby me agrada, tanto así que me tragué mi peculiar vergüenza y la invité algún día a la cabaña para poder enseñarme a jugar videojuegos. En sus propias palabras, ella “me enseñaría todo lo que sabe”.

Pero al revisar la notificación y percatarme de que no era de mi querida peli púrpura favorita, sino que de Sebastian, no me sentí menos emocionada.

“¿Estás despierta?”

Yo sonreí.

“Lo estoy.”

Él comenzó informando que terminó de arreglar los errores y nuevamente se disculpó. Tardé un poco en pensar en una respuesta, aunque de todas maneras terminé escribiendo que no importaba y rápidamente cambié de tema. Resulta que lo único que él cenó fue un café y algo extraño que encontró en la nevera. Lo pude haber reprendido por ello, pero me hubiera sentido muy hipócrita sabiendo que yo ni siquiera me había parado de la cama a comer algo.

La conversación se estableció de manera espontánea. Y no sé si fue la valentía que produce estar detrás de una pantalla, pero pude expresar lo que quería:

“¿Puedo llamarte?”

Sólo mensajes. Esa había sido la norma hasta el momento. Por eso, cuando pasaron unos segundos de espera, pensé que tal vez rechazaría la idea. Era tarde después de todo.

Pero entonces me sorprendió con mi celular vibrando con una llamada entrante.

—¿Hannah…?

Mi piel se erizó. Su voz se escuchaba profunda y un tanto ronca debido a lo bajo que habló.

—Hola… —repliqué sin la suficiente fuerza, por lo que repetí—: Hola.

La sonrisa en mi rostro era imborrable.

En la bocina se escuchó un ruido extraño, por lo que pregunté:

—¿Dónde estás?

—¿En mi casa? —rio lentamente y corrigió—: En mi cama, debajo de una frazada…

—¿La azúl?

Hubo un momento de silencio.

—... Sí.

Estoy segura de que él oyó la risa que se me escapó.

Hablamos de banalidades por una largo rato, de una manera tan natural, que ni siquiera noté cuándo terminé acostada en la cama y acurrucada con una frazada que tenía a la mano. La luz de una sola lámpara iluminaba tenuemente la habitación y el libro había sido pospuesto para el día siguiente.

La voz de Sebastian en mi oído me arrullaba con cada palabra. Él podría ser el remedio para mi insomnio, pensé.

No tenía intenciones de dormirme; quería continuar escuchándolo con atención, sin embargo, mis párpados comenzaban a volverse pesados, pero Sebastian seguía hablando con mucha lucidez, y entonces me quedó claro que él era una criatura nocturna. Eran casi las 2 AM.

—Oye… —habló él—. ¿Recuerdas la pregunta que me hiciste?

Traté de obligar a mi cerebro a pensar, y cuando lo logré, me desperté un poco.

—Creo que sí… ¿Por qué?

Guardó un momento de espera. Ese chico me mataría del suspenso, pero un instante después contestó con un entusiasmo disimulado:

—Dentro de dos o cuatro años… Del uno al diez, ¿qué tan buena idea te parece que desarrolle un videojuego?

No pude hacer otra cosa además de emocionarme.

Notes:

Cuando estaba haciendo el bosquejo del capítulo, la idea para la instalación de la repisa era distinta... Era así:

Sebastian le estaba reclamado a Hannah en su cabaña:

"Debo de cuidar que no te pierdas, que duermas, que comas y que no mueras desmayada en las cuevas... ¿Se te ofrece algo más?"

Y entonces Hannah le pide que instale la repisa.

Lol.

Por cierto, creo que ya era hora de que Sebastian se abriera un poco en cuanto a su padre biológico... Siento que para él es, por mucho, el tema en el que más trabajo le cuesta abrirse.
Oh, además, les informo que volví a enfermarme ;)
Por fortuna ya pronto entraré a vacaciones, así que espero poder traerles capítulos en menos tiempo.

Gracias por seguir leyendo y siguiendo esta historia. Espero que todos ustedes estén bien ^^

Atte- June ❤️

Chapter 29: Personas, gente, estrés

Notes:

Hola de nuevo <3!

Honestamente no tengo mucho que decir ahora, pero estoy feliz de por fin haber terminado el capítulo y espero que lo disfruten. También, quiero pedir disculpas por adelantado por cualquier falta de ortografía que encuentren.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Una de las cosas más difíciles para mi es tratar con desconocidos.

 

No sé en qué momento se me cerró tanto la mente en cuanto a conocer a nuevas personas, pero desde hace ya un tiempo que tengo ese problema, el cual, en muchas ocasiones me ha valido unos largos e incómodos silencios. 

 

Ese defecto es uno de los tantos que tengo y el que más me interesa cambiar en mí, sin embargo, cada que se presenta la oportunidad para mejorar en mis “habilidades sociales”, o termino metiendo la pata o me acobardo y dejo que Sam o Abigail me salven.

 

Justamente lo último había ocurrido. 

 

Estábamos en el Luau, festividad especialmente popular por la visita que hace el Gobernador al pueblo, que además, lograba atraer a un montón de turistas para disfrutar de unas breves vacaciones de sus ajetreadas vidas de ciudad. No quería ni imaginar qué tan cargados de trabajo podían estar como para considerar a Pueblo Pelícano, un lugar alejado de la humanidad y sin mucha diversión que ofrecer, el sitio ideal para visitar como turistas.

 

Esto convertía al Luau en el evento más grande del pueblo, solo por detrás de la reconocida feria de otoño que se efectúa cada año sin falta. Por ende, la playa estaba repleta: Personas bailando por ahí, personas comiendo por allá… Me sentía cohibido entre tanta gente. Estaba la opción de huir a un rincón oscuro (si es que existía alguno, porque el sol estaba más resplandeciente que nunca y arrancaba gotas de sudor a todos los invitados), pero aquello me fue arrebatado una vez que me vi involucrado en un círculo de conversación en el que no conocía a la mitad de los participantes.

 

Resulta que Abigail había invitado a unos cuantos de sus amigos de la universidad. Asumí que al menos la mayoría eran de la ciudad. Tenían esa forma relajada de hablar y de bromear, aparte de su sentido de aventura, impulsado por conocer a la tan infame y a la vez gigantesca sopa: La atracción principal de la fiesta.

 

Estábamos cerca del núcleo de todo. El lugar se empezó a colmar de personas poco después de que la decoración finalizara. Por supuesto, yo estuve involucrado en todo ese desastre desde muy temprano, por lo que tenía un ánimo terrible. Y la punzada persistente en mi cabeza junto al hueco que sentía en el estómago no ayudaba en nada.

 

No estaba de humor como para esforzarme en fingir ser alguien sociable. Mis músculos se tensaban al observar cada cara nueva y no tenía ni idea de qué hacer con las manos aparte de juguetear con el encendedor dentro del bolsillo de mi pantalón. Seguía cargando con él por mera costumbre ya que mi yo del pasado se había encargado de sacar todos mis cigarrillos de emergencia de mis chaquetas. ¿Era posible ahorcarse a sí mismo? No lo sabía, pero divagué en la idea con un enfado interiorizado. Me había propuesto ya no fumar, seguir por fin los consejos de mi madre y hacer algo por mi salud (aunque, claro, también había unas razones ajenas a ella). Pero a veces se presentaban situaciones como estas, en donde lo único que me tranquilizaría sería el suave humo salir de mi boca.

 

Sacudí la cabeza. Ya había roto mi propio récord y no quería arruinarlo por un puñado de personas a las cuales no volvería a ver jamás. Por lo que me propuse con aún más fuerza salir de ese círculo.

 

Yo era el único incómodo: Todos reían y conversaban a pesar de la fuerte música. Incluso Hannah, que al principio se mostró un tanto retraída, no tardó demasiado en desenvolverse en las conversaciones. Mostraba sin vergüenza aquella sonrisa como un valioso adorno, y me era casi imposible dejar de verla. Tenía una lucha interna entre robármela y desaparecer juntos, o dejarla ahí con su esplendor. Era una decisión difícil, pero por más que me inclinaba por la primera opción, me sentiría terriblemente egoísta. Después de todo, se notaba que ella estuvo esperando con ansias el Luau y se estaba divirtiendo. No quería quitarle eso. 

 

Las cosas iban bien entre nosotros, o eso me gustaba pensar, pero en mi cabeza seguía rondando un recuerdo. Nunca esperé hablarle de mi padre. Bueno, sabía que el tema saldría en algún momento, pero nunca pensé que sería justamente en ese. No estaba del todo preparado y creo que ella tampoco; aunque creo que con ese tipo de cosas nunca se está lo suficientemente listo. Pero le agradecí  mucho en silencio que dejara el tema hasta ahí.

 

La única persona con la que he hablado de mi padre es con Sam. No es solo por los años de amistad y confianza, sino porque una parte de mí siente que él me puede entender. Porque aunque él suele ser una persona muy abierta, también tiene sus reservas. Él ha pasado casi la mitad de su vida arreglándoselas con su familia, cargando con la incertidumbre de si su papá sigue vivo y siempre tratando de proteger a Vincent, o incluso a su madre. 

 

Sé que es un tipo de tormento diferente al mío, pero tienen algo en común: Falta una persona.

 

Sin dar muchas explicaciones, salí de ahí. De todas maneras había permanecido con un perfil bajo en la charla, por lo que mi ausencia no afectaría en nada. Fui tras las mesas de aperitivos para encontrar consuelo en la comida. No tenía hambre en realidad, sin embargo quería tomar algo que me diera energía. Las mesas eran largas con manteles blancos cubriéndolas; las cuatro formaban un cuadrado alrededor de la infame sopa. Tomé una muestra de sashimi. El humo que despedía la olla, para mi sorpresa, no tenía un olor terrible, pero su aspecto sí que era extraño. ¿A quién demonios se le había ocurrido que era buena idea crear tal tradición?

 

Estaba atrapado en mis pensamientos cuando un hombro chocó contra el mío. Volví la cabeza en su dirección, sobresaltado. Unos grandes ojos azules me miraron con la misma sorpresa.

 

—Lo siento —murmuró.

 

Era la vecina rubia de Sam.

 

Yo asentí a su disculpa y ella continuó tomando su porción de magdalena. En todo el tiempo en el que había ido a la casa de Sam, nunca había cruzado palabra con ella; de todas formas no tenía interés en ello. Una parte de ella siempre me repelió con su mirada arrogante y su peculiar forma de evitar a la gente. Parecía del tipo de persona que vive dentro de su propia burbuja, aislada en su propia perfección egoísta.

 

Todavía no terminaba de tomar mi segunda porción de sashimi cuando llegó otra persona que me repele aún más que la rubia.

 

—Oye, dice mi abuela que ya quiere tomar la foto y que también quiere que aparezcas —habló él chico de músculos tonificados y bronceados a la rubia.

 

Este día no podía empeorar más.

 

—Pero no traje el trípode —replicó ella. Por mi parte, ya estaba a punto de irme.

 

—Bueno, tal vez… Oh, oye, tú —me llamó. Supe que fui yo al que llamó, pero deseé que fuera a alguien más.

 

Me sentí hecho de piedra e hice un enorme esfuerzo por volver la mirada. Ellos me observaban; sin duda se referían a mí. La garganta se me secó en un instante.

 

—Eres el amigo de la granjera, ¿no? —habló. Me tomó un momento comprender que con “granjera” se refería a Hannah—. ¿Podrías hacernos un favor?

 

—Alex…

 

—Sólo será una foto —interrumpió a la chica, que claramente estaba incómoda. Yo estaba igual.

 

Apreté los labios con nervios y las palmas de las manos me empezaron a sudar. Y no sé si fue la forma suplicante en su mirada lo que me presionó o mi mera estupidez lo que me hizo aceptar.

 

Él sonrió; parecía modelo de alguna revista, y no tardó en llevarme a quién sabe dónde.

 

Eché un último vistazo a donde estaba Hannah cuando me di cuenta en lo que me había metido. Ella no me vió. Suspiré internamente y seguí caminando apretado entre la multitud. Eso de ayudar sin más no era propio de mí, pero tampoco me consideraba un maleducado que rechazara las peticiones sin alguna excusa válida. Aunque en realidad pude simplemente decir que me estaban esperando y que no podía. Era una opción, pero ya era muy tarde para pensar en posibles escapes.

 

Antes de que lo notara, ya estaba lejos del ruido y frente a una pareja anciana que me eran familiares. Es un pueblo pequeño, por supuesto que conozco a la mayoría de los habitantes, que intente recordarlos es una cosa aparte.

 

Los saludé con cortesía: La señora tenía una sonrisa amable y el señor en silla de ruedas una expresión amarga. Quería que las cosas fueran rápidas, y parece que la chica también, por lo que en cuestión de segundos ya todos estaban en sus posiciones.

 

—...Presiona este botón para tomar la foto y con este puedes enfocar… —explicó la rubia con detalle.

 

“Y no la dejes caer”. No lo dijo, pero la desconfianza era evidente en sus ojos.

 

Por fin me coloqué, y tuve miedo ya que las manos me temblaban tanto que pensé que tal vez la cámara se me escaparía entre los dedos. Sin embargo, me las arreglé para tomar la foto… Y tres más por si la primera era un desastre. Me sentí tan ajeno a esa situación. Ellos eran casi extraños para mí y no tenía nada que ver con ellos, pero conformaban una linda familia a la cual estaba capturando en fotografía. El yo de hace unos meses ni siquiera se hubiera planteado esta situación, pero ahí estaba: tratando de hacer un favor a quienes no son parte de mi vida. 

 

Y entonces pensé que en lugar de ser yo, debería de ser Hannah la que tomara el papel de la persona generosa, porque usualmente es así. Ella siempre está por ahí tratando de ayudar a la gente y se ha ganado su aprecio, de hecho, cuando ella llegó quiso ayudar a colocar unas mesas cuando un día se quejaba de su dolor de espalda. A veces no la entiendo… 

 

—Listo —hablé.

 

—Muchas gracias, cariño. —Se me acercó la señora mayor y colocó sus temblorosas manos sobre mi brazo—. Eres el hijo de Robin, ¿no es así? Oh, vaya, casi no te reconocí con ese cabello negro. Sí que has crecido, te has vuelto todo un hombre. ¿Verdad, George? —El señor hizo pasar un gruñido por respuesta. Ella dio una risita y se despidió. Parece que nada la desanima.

 

Estaba hecho. Había cumplido con la petición y ya podía irme (a pesar de que no sabía a dónde en primer lugar). Pero de nuevo, ese chico me retuvo.

 

—Ah, por cierto, ¿tú fuiste el que encontró el brazalete de Haley en la playa?

 

Me quedé pensando, pero solo me bastó un vistazo a la muñeca de la chica para entender por completo. Era ese mismo brazalete de perlas azuladas que encontramos hace semanas. En ese instante recordé dos cosas: El nombre de la vecina rubia de Sam es Haley y que Hannah me mencionó hace un tiempo a quién pertenecía el brazalete.

 

Los ojos de Haley se abrieron ligeramente; parece que no lo sabía, pero permaneció callada.

 

Asentí desorientado a lo que decía el chico.

 

—Entonces te lo agradezco. Juro que no sabía qué hacer si Haley no dejaba de llorar —vociferó—. Porque cuando le dije que le compraría otro no quiso.

 

La chica arrugó la frente con una pronunciada molestia, o al menos eso podría parecer, pero las pequeñas y bochornosas marcas de rubor delataban su vergüenza. Ahora que lo pienso, era ese mismo ceño fruncido el que mostraba cuando se topaba conmigo o Sam fuera de su casa.

 

—¡No estaba llorando! —aclaró irritada—. Y te lo dije, este brazalete era de mi abuela… No puedo simplemente comprar otro y listo.

 

La sonrisa del chico se transformó en una mueca.

 

—Perdón —murmuró con un arrepentimiento que me tomó desprevenido, y añadió en un tono de voz muy distinto—: Pero de todas formas, gracias.

 

Esta vez era mi momento de hablar pero no tenía ni idea de cómo responder a eso. ¿En serio me está agradeciendo por levantar algo del suelo?

 

—Está bien. Yo sólo lo ví en la arena y me pareció curioso —hablé con la verdad—. Y como no sabía qué hacer con él, se lo di a Hannah.

 

—Oh, es cierto, ¿sabes dónde está Hannah? No la he visto. —Sus ojos esmeralda brillaron con interés. En ese momento la buena impresión que me estaba formando de él se detuvo.

 

¿Cuándo se terminará esta conversión?

 

—Ella estaba cerca de la pista de baile —indiqué con total deseo de que no saliera en su búsqueda. Aunque eso me hubiera sido de utilidad ya que ignoraba dónde estaba. Tampoco podía llamarla porque mi teléfono estaba total y absolutamente muerto.

 

—Oh, en ese caso puede esperar, es solo que mi abuela tiene algo para ella —aclaró.

 

Ese fue el final. Metí las manos a los bolsillos con una extraña sensación y encontré de nuevo mi encendedor, y así, toqué los límites de la fiesta, tratando de hallar a un mundo de rizos caramelos que conocía muy bien.

 

Y para mi suerte, lo hice.

 

El sol comenzaba a decaer sobre el horizonte, y los rayos anaranjados le daban un brillo especial a su cabello. La llamé por su nombre y ella volteó; estaba cerca del muelle.

 

Mi corazón latía de una forma que me era muy conocida.

 

—¿Y el resto? —pregunté. Ella estaba completamente sola.

 

—Pierre se llevó a Abby para conocer al Gobernador, y Sam… Sam es un traicionero. Estaba a mi lado hace un segundo, pero juro que lo acabo de ver caminando junto a Penny. El resto fue a ver la sopa —resopló, no tan herida como fingía estar—. ¿Y tú dónde estabas? También desapareciste.

 

Me encogí de hombros.

 

—Ya te lo había dicho: Eso de socializar no es lo mío —referencié una de nuestras primeras conversaciones, y ella entendió por completo. 

 

—Claro, claro —rio—. ¿Pero ni un poco?

 

Hice un gesto de vacilación, una pequeña mueca para evitar su pregunta porque ella sabía la respuesta; se estaba burlando de mí. 

 

—Entonces —continuó ella—, ¿deberíamos buscar al resto o…? —No terminó lo que quería decir, ella asumió que yo sabía a lo que se refería. Había un ligero brillo en sus ojos que me decía todo lo que pensaba.

 

Hicimos lo que ella no pidió en palabras y me la llevé con gusto de aquél lugar a uno más tranquilo. En el camino quedé un poco asombrado por la cantidad de saludos que recibía Hannah, como si conociera a todo el pueblo: El dueño de la tienda de pesca, Marnie, el doctor Harvey, el tipo de la cabaña en la playa… Entonces un recuerdo me vino a la mente; uno relacionado a una noche de borrachera: ¿No dijo esa vez que se sentía como una extraña en el pueblo? Esa conversación lucía lejana, pero me preguntaba si pasó el suficiente tiempo como para que eso cambiara. Entonces otro recuerdo me asaltó, lo que había pasado antes de que me confesara eso: Su cuerpo acostado junto a mí y el suave calor que emitía. Traté de ahuyentar esos pensamientos sin mucho éxito.

 

—Está escribiendo un libro —dijo ella mientras trataba de pasar las tablas de madera que funcionan como puente.

 

—¿Quién? —pregunté desorientado, tomando su mano para que ella se apoyara y no cayera.

 

—Elliot. —Ella notó la duda todavía en mi rostro—. El hombre de cabello fabuloso.

 

“Elliot” , repetí mentalmente. Había escuchado hablar de él, más que nada por Abigail, pues según ella era un cliente frecuente en la tienda. Solté un bufido. La cara de impresión que puso cuando salió de su cabaña y se encontró con todo el circo de la celebración fue fuera de lo común. No se lo esperaba, ni de cerca.

 

Ya estando del otro lado, Hannah inhaló profundamente, como si por fin pudiera respirar y se adelantó en el recorrido para apreciar mejor su entorno por ella misma, absorbiendo cada detalle con sus ojos curiosos. Contuve el aire. Como de costumbre, esta parte de la playa estaba desolada, cosa que me daba paz; pero había descubierto que una sola sonrisa de mi acompañante quebraba toda tranquilidad en mi interior.

 

Seguí su figura desde atrás; a pesar de que llevaba zapatos, cada pisada que daba se sentía como si las diera con los pies desnudos. De repente ella se hincó para buscar algo en la arena y yo la imité con la misma fluidez.

 

—¿Qué es? —pregunté casi en voz baja.

 

—Una caracola de mar —respondió, y limpió la pequeña superficie pulida con los dedos. Después alzó la mirada para verme y entrar en un tema totalmente distinto—: ¿Ya sabes de qué tratará tu videojuego?

 

—Tengo algunas ideas —repliqué con un inexplicable nudo en la garganta—. Pero ninguna me convence del todo.

 

—Dímelas. —pidió Hannah como si fuera de lo más natural. Ella se levantó, limpió sus manos en su pantalón desgastado y se arremangó la camisa de cuadros que llevaba puesta.

 

El nudo en la garganta dejó de estar tan tenso.

 

Quería hablarle de todas las idioteces que rondaban por mi mente, pero primeramente le resolví una de sus dudas. El interés por crear un videojuego no me surgió de un día para otro, aunque en un inicio se sintió así. Fue una idea que fue cocinándose poco a poco en mi cabeza hasta que tomé la decisión de dar comienzo al proceso. No considero que mi único incentivo hubiera sido mi gran gusto por los videojuegos o el tiempo que pasé viendo las fallas y ventajas de sus mecánicas, sino que también mi conocimiento previo en la programación. Sí, era probable que en algún momento me encontrara con uno que otro inconveniente, pero confiaba en que podía resolverlo. 

 

Pero había otro motivo. Uno de mayor peso para mí.

 

—Creo que quiero probarme a mí mismo lo que puedo hacer. —Andaba en la parte rocosa, observando desde lo alto a la castaña caminar descalza en la arena, con las olas que iban y venían mojando sus pies. Ella me lanzó una mirada con una interrogante silenciosa—. Ya sabes, hacer algo… por mis propios medios y luego obtener un resultado… Tener algo propio que haya logrado yo mismo.

 

Mi lengua estaba más torpe de lo usual y las palabras no alcanzaban a describir por completo lo que sentía, aunque ahora que lo escuchaba, sonaba un tanto egocéntrico. Probablemente porque lo era. Pero Hannah no me hizo sentir así; me miraba con una serenidad increíble, la misma que me mostró ese día que nos encontramos junto a las vías del tren y descubrió mi mala relación con mi padrastro. Y de nuevo reforcé la confianza que tenía en que ella no me juzgaría. 

 

—¿Como tener un objetivo? —comparó finalmente con delicadeza. No estaba seguro, pero ya que se acercaba a lo que trataba de decir, asentí—. Entiendo —dijo con suavidad y añadió resuelta—: Sé que quieres hacerlo tú solo y que yo no sé casi nada sobre eso, pero si hay algo en lo que te pueda ayudar, cuenta conmigo.

 

No pude dudar. La sonrisa que me dedicó fue una garantía completa de su disposición. Esto era importante para mí, más de lo que yo podría explicar, y me resultaba aliviador tener a alguien apoyándome. Todavía me faltaba contárselos a Abby y a Sam, aunque sabía que ellos estarían de acuerdo de inmediato.

 

El paseo se volvió largo y, por fin, le expuse todas mis ideas a pesar de que me mencionó que su conocimiento respecto a los videojuegos era escaso. Sin embargo, me resultaba extremadamente fácil hablar con ella sobre ello. Simplemente las palabras llegaban solas y ella no perdía detalle de las cosas que probablemente solo yo podía comprender. Era como si estuviera conversando con Sam: Sin ni una presión aparte de decir todas las estupideces que se me ocurrieran. Consideré que era esa la razón por la que Hannah parecía llevarse tan bien con todos: porque era fácil hablar con ella. 

 

Pero la cuestión era que Hannah no es Sam. 

 

En un momento dado del recorrido, ella se detuvo un momento para atar su cabello ya que el viento salado no la dejaba en paz. Tenía los ojos perdidos en alguna parte de la arena y los míos no pudieron evitar fijarse en ella. En su aspecto. En su cuerpo.

 

Otra estupidez que podría decir es que lo único llamativo en Hannah es su personalidad. Eso sería una mentira descarada. Mi atención se deslizó desde la línea de su cuello hasta la generosa curva de su busto. La boca se me secó y con rápidos pestañeos planté la vista en mis pies mientras le daba vueltas con rudeza al encendedor en mi bolsillo.

 

No soy indiferente al cuerpo de Hannah. Ni un poco. Pero trato de pensar lo menos posible en ello para no caer en la locura (como en ese momento, por ejemplo). Era frustrante tener que hacer uso de todo mi autocontrol para no hacer algo apresurado, y lo era aún más que Hannah no parecía tener ese problema. Repetidos abrazos, contados besos en las mejillas, innumerables acercamientos… La naturalidad con la que hacía todo eso me mataba, pero me mataba aún más no poder hacer lo mismo por ella. Conocer lo que Hannah sentía por mí me daba la tranquilidad de que ella no vería mal mis acciones, pero cada vez que un impulso me estaba orillando a hacer algo, me congelaba una inseguridad infundamentada.

 

—Entonces. —Su voz me sacó abruptamente de mis pensamientos—. ¿Te inclinas por el una temática de terror?

 

Su cabello caía en una cascada rizada por su espalda, dejando al descubierto su clavícula y sus redondas mejillas ligeramente sonrosadas. La vi con incredulidad hasta que mi cabeza volvió a nuestra conversación. Me aclaré la garganta con la esperanza de no seguir pensando en las puntas de mis orejas que estaban ardiendo. Peiné mis mechones con ansiedad para sacarlos de mi cara. Todavía no lo pintaba.

 

—Suena sencillo —expliqué—, pero no me convence del todo… Para empezar, no sé qué trama le pondría.

 

Era un poco muy humillante considerando la cantidad de libros, cómics, películas y contenido en general que había consumido a lo largo de mi vida. Siempre había considerado que tenía un gran conocimiento acerca del entretenimiento y sus historias, pero ahora que necesitaba inspiración, simplemente nada se me ocurría. Pero por más que quería quitarme ese problema de encima eligiendo la vía fácil, me era imposible hacer algo sin identidad.

 

Me embarqué en una discusión silenciosa con mi otro yo mientras Hannah se entretuvo recolectando todo lo que llamaba su atención. Mi mente viajó por un instante al día en el que le mostré por primera vez ese lugar; era agradable compartir ese tipo de cosas con ella y no me molestaba la idea de compartir aún más. Entonces otro recuerdo se me llegó a la cabeza: Era la imagen de una pequeña Maru jugando con las olas del mar. Sonreí un poco, pero de un momento a otro el gesto se amargó. Lo que sucedía después de eso era que yo aparecía, la empujaba al agua y ella lloraba… Luego llegaba Demetrius y la abrazaba, mirándome con una desaprobación tajante. Más amargura. Mi comportamiento de niño era tan brusco que a veces rozaba lo abusivo; no siempre era deliberado, pero tampoco entiendo por qué me solía divertir aquello. 

 

Yo sabía exactamente la reacción que tendría Demetrius si se enteraba de mi nuevo proyecto personal: Me observaría con aquella desaprobación que crecí viendo en sus ojos. Mi mamá tal vez me daría su aprobación superficial sin externar su desconcierto… Pero ¿y Maru?

 

Lo pensé un poco.

 

No tenía ni la menor idea.

 

El silencio se había hecho extenso, y tomándome desprevenido, unos suaves dedos vacilaron en tomar mi mano, eso hizo que la sangre me subiera a la cabeza con un familiar calor, pero sin haber procesado todavía del todo lo que sucedía, palidecí al ver a alguien caminar en nuestra dirección por lo que aparté mi mano de la suya de la forma más brusca posible. Era aquella pequeña niña de piel morena. Aunque ya no era una niña.

 

Y desde hace mucho que ya no se dejaba intimidar por mi.

 

—¿Dónde estabas? —preguntó con un notorio enfado a pesar de que era obvio, pero ella no buscaba una respuesta—. Te estuve llamando. Papá va a hablar con el Gobernador para saber cómo podría apoyar sus investigaciones y mamá insiste en que vayamos en familia.

 

Me mostré un poco dudoso a que a ese hombre le interesara introducirme al Gobernador, pero entonces reparé en el “mamá insiste”. Eso me hacía más sentido.

 

Me volví a Hannah pero ella ni siquiera se molestó en levantar la mirada. Desconcertado, avancé. Todos salimos de ahí, adentrándonos de nuevo en la ruidosa fiesta y con el aire regresando a su estado difícil de respirar. Ya estaba anocheciendo.

 

—Buscaré a Abigail —avisó la ojiverde como si tratara de irse antes de que nosotros la dejáramos—. Te veo luego —articuló en un tono neutro, casi vacío, prestando atención a nuestra otra acompañante, aunque no importaba mucho porque Maru se había detenido a medio camino para conversar con el doctor Harvey. Eso me impacientó.

 

—Me regañó como si fuéramos una hora tarde y ahí está: riéndose con su jefe —mascullé con rencor infantil.

 

—Tenle un poco de paciencia. —dijo y añadió con malicia—: Para ella no es solamente su jefe y ya.

 

Ella me dio una sonrisita traviesa y me perdí temporalmente en el hecho de lo bien que le quedaba hasta que le presté atención a sus palabras. Sonrió más ampliamente. Ella sabía algo que yo no.

 

—¿A qué te refieres? —interrogué.

 

—Oh, ahí está Sam.

 

—Hannah…

 

—Saluda al Gobernador de mi parte. —Me guiñó el ojo.

 

Traté de obligarla a que me explicara de qué demonios hablaba, pero antes de hacer nada, me paralicé en mi sitio. 

 

—Este es mi hijastro, Sebastian, y mi hija, Maru —nos presentó el hombre de playera azúl marino a un señor de traje púrpura elegante y aspecto amable. De inmediato supe quién era.

 

Mi madre apareció casi de la nada y se situó justo al lado del doctor. Su semblante, por lo general despreocupado, era serio. Las manos del doctor Harvey jugueteaban nervioso con el vaso de ponche y Maru le echó un vistazo... Y luego una diminuta sonrisa. La duda picaba mi subconsciente, acorralaría a Hannah más tarde.

 

El hombre de bigote marrón se presentó con formalidad, pero su voz temblaba ligeramente. Demetrius aprovechó para lanzarme una mirada de desaprobación, como si yo les hubiera suplicado que me esperaran para que me pudieran presentar al Gobernador. 

 

El tiempo se volvió abrumadoramente lento. Tan lento que ya no le prestaba atención a lo que decía Demetrius acerca de los peces del lago, o de la posibilidad de que el Gobernador comprara una casa en Pueblo Pelícano. Iba a dormirme del aburrimiento, pero podía agradecer que no me veía obligado a participar en la conversación.  Mi atención vagó lejos de los peces y casas, más precisamente, al rubio que carcajeaba sin pena; me pregunté qué estupidez le habría dicho Abigail, o la castaña a su lado, en su defecto.

 

Me topé con un par de ojos oliva y me detuve en ellos por unos largos segundos. Le pedí ayuda en silencio con una mirada desesperada, pero ella no le dio importancia y se burló de mi tragedia. Era un pequeño juego para matar el aburrimiento. Una sonrisa tiró de la comisura de mi boca pero Maru me dio un discreto golpe en el costado para que no cometiera la imprudencia de reírme y vio a Hannah, que rápidamente se volvió a Sam. Apreté los dientes y la obedecí a regañadientes… Lo logré por poco más de dos minutos. 

 

Abigail devoraba un pastel de chocolate y Sam le contó algo a Hannah que hizo que su sonrisa decayera lentamente hasta parecer preocupada… ¿Desilusionada? ¿Triste? No era propio del rubio decir cosas que desanimaran a los demás y no era común en la castaña que algo le robara la gran sonrisa que tenía desde que entró a la playa y contempló todas las decoraciones con asombro.

 

Tenía curiosidad, mucha, de hecho, pero tuve que aguantar otras largas horas (o al menos así se sintieron) hasta que pude escapar del Gobernador. Me dirigí hacia las únicas personas con las que me sentía cómodo en busca de respuestas y, bueno, comodidad. Porque en medio de tantos extraños, yo quería eso. Y tenía buena suerte porque los amigos de Abby se despidieron hace poco para poder tomar el autobús de regreso a casa.

 

—Está bailando —contestó la peli púrpura.

 

—¿...Con quién? —Conté mentalmente a los presentes. No estaba bailando con ninguno de ellos.

 

—Con la vecina de Sam —aclaró sin darle importancia.

 

—¿La rubia?

 

—La de pelo azúl. 

 

La fotografía que tomé ese mismo día más temprano me seguía atormentando sin ninguna razón. Sí recordaba el nombre de esa chica que mencionaban: Emily. Posiblemente porque llevaba años trabajando de camarera en la taberna, y al igual que la castaña, se llevaba bien con prácticamente todo el pueblo. Tal vez no me molestaba su presencia, pero su enorme positividad siempre me intimidó. Entonces las encontré entre la multitud: Las dos chicas bailaban con entusiasmo como si estuvieran solas en la oscuridad de la playa. Eso me hizo mucha gracia.

 

—¿Y cómo te va? —La chica pálida habló sin mucha discreción. Pinté mi rostro de duda y ella rodó los ojos exasperada—. ¿Te sirvió el consejo que te di?

 

Por fin entendí, pero no repliqué de inmediato. A decir verdad, el consejo de Abigail de dejarme llevar me resultó muy útil tanto en la playa al tomar la mano de la castaña, como cuando terminé besándola frente al lago; pero por supuesto, no le diría eso a ella, de lo contrario tomaría aquello como un logro personal y yo no quería eso.

 

Nos organizamos para hacer unos cuantos ensayos antes de irnos a Zuzu. Tan solo pensar en ello me revolvía el estómago, pero no era el único, ya que toda la banda tenía ese mismo choque con la realidad. No paraba de imaginarme arriba en el escenario… Todavía no resolvía mi supuesto pánico escénico, pero algo se me ocurriría. Eso esperaba. 

 

Estando ensimismado en busca de algo para beber en la mesa de aperitivos que fue asaltada y ya nunca repuesta con más comida. Entonces un brazo fuerte vestido con una chaqueta de mezclilla se apoyó en mi hombro.

 

—Tú mamá estaba como loca hace rato y ni hablar de Demetrius. ¿Dónde te escondiste, eh? Sé que no te cayeron bien los amigos de Abby pero…

 

Me alegró que él mismo sacara del camino la primera cuestión, la cual no estaba dispuesto a contestar. Así que desvié la charla a otro lugar.

 

—Pensé que estabas con Penny, ¿ya se fue a casa?

 

—Sí, algo así. —Su usual tono vivaz estaba apagado de repente—. La gente empezó a tomar más cerveza así que decidió irse. Quise acompañarla pero se negó… Como sea. Oye. —Ahora él era el que cambiaba de tema al igual que su blanca sonrisa volvía—. En Zuzu, te juro que si llegas a intentar algo, te atraparé. 

 

Me separé de él confundido… y hasta asustado a la vez.

 

—¿Qué cosa?

 

Él rodó los ojos como si yo estuviera dentro de su cabeza y debiera de saber exactamente a lo que se refería.

 

—Hablo de que si intentas escapar para quedarte en Zuzu con un nombre falso e iniciar una nueva vida como fugitivo, te encontraré y te traeré a rastras con tu madre —amenazó Sam con una sonrisa—. Perdón, no permitiré que te vayas de aquí.

 

Reí lentamente. No me enfadó a diferencia de lo que se podría asumir considerando la negativa que Sam tenía en cuanto a mi decisión de mudarme a Zuzu, tampoco por el hecho de que me estuviera tratando como un perro propenso a escaparse en cualquier descuido.

 

—¿Como aquella vez? —insinué.

 

—Justamente como aquella vez.

 

—Idiota. —Lo insulté sin intenciones de insultarlo de verdad, y él soltó una carcajada. No sería la primera ocasión en la que me saca “a rastras con mi madre” de la ciudad. Lo medité un poco y me planteé la posibilidad de que esa no tan agradable primera vez diera como resultado la gran convicción del rubio para conservarme aquí, es este pueblo.

 

—Es en serio —continuó con su advertencia—. Y no estoy solo, tengo a Hannah de mi lado, así que te estaremos vigilando.

 

Arqueé una ceja.

 

—¿Hannah? —inquirí.

 

—Sí, tuve que pedirle ayuda para vigilar que en el autobús no te escaparas por la ventana. —Tomó el último bollo de arce y se lo metió a la boca como si se lo fueran a arrebatar—. También se lo pedí a Abby pero no le importó en absoluto.

 

De nuevo me reí. No me importó que le insinuara a Hannah que era propenso a fugarme con tal de iniciar una nueva vida sin más en la ciudad. Yoba. No recordaba la última vez que tuve tiempo para buscar ofertas de renta o que tan siquiera me interesara… El trabajo me tenía muy ocupado junto a cierta persona.

 

Solté un bufido y abrí una lata de soda que encontré en la mesa. Nadie creería las tonterías de Sam. 

 

¿Cierto?

 

Vagué entre estresante la multitud de personas que era menos que en la mañana, y me fijé en la luz que desprendía una fogata no tan lejos. De pie frente a ella estaban Maru y el Doctor. Los analicé con suspicacia.

 

Se estaban riendo de algo. Normal . Maru tenía una sonrisa tonta en su cara. Posiblemente normal. La mano de Maru se entrelazaba de manera afectuosa con la de él.

 

Escupí la soda.

 

Eso ya no era normal.

 

—Oye, ¿estás bien? —preguntó él rubio preocupado, pero yo no lo alcancé a escuchar. 

 

Entonces mis ojos se cruzaron con los de Maru y ambos nos petrificamos. 

 

El Doctor estaba saliendo con mi hermana.






Notes:

Escribir este capítulo fue estresante y un tanto aburrido al principio ya que sentí que estaba repitiendo una fórmula y que estaba caminando en círculos. Yo suelo tener una idea general de qué es lo que quiero que suceda en un episodio y con qué propósito, y a pesar de que sabía todo esto al momento de escribirlo, ¡la verdad es que estaba muy perdida!

En algún momento de mi bloqueo creativo y mi desesperación encontré paz jajjaj y creo que estos últimos días fueron decisivos para la historia ya que por fin me decidí qué rumbo tomará. No puedo explicarlo con palabras, pero fue como si todas mis ideas y deseos se pusieran de acuerdo y en orden. Fue mágico, sin duda, y todo mientras todavía estaba comiendo mi desayuno. Lol

Así que después de toda esta gran revelación, fue como si él capítulo se escribirá solo: como si los personajes actuaran por sí mismos y hasta incluso yo sentí curiosidad por lo que ocurriría después. Solamente quería compartir esta linda y extraña experiencia con ustedes :)

En otros temas... Maru y Harvey? Sí, soy amante de los romances de trabajo y el drama.

Como sea, NOS VAMOS A ZUZU.

Espero que todos ustedes estén bien y gracias por seguir leyendo! <3

Atte- June❤️

Chapter 30: Zuzu y los calcetines de la suerte

Notes:

Sigo viva

Y antes que nada, perdón por las faltas de ortografía que te encuentres en el capítulo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—Sam…

 

—¿Y si el sonido falla a la mitad del concierto?

 

—Sam…

 

—¿Y si todo resulta un desastre? Oh, Yoba, es demasiado…

 

—Sam…

 

—No puede ser… —El rubio que había estado caminando de un lado a otro con una crisis paranoica desde temprano se detuvo de repente—. Olvidé mis calcetines de la suerte.

 

Era de madrugada y tenía migraña. No quería ni debía de lidiar con aquello.

 

—Esperen aquí. Iré por ellos —se decidió y tomó sus cosas muy dispuesto, y solo pude detenerlo al tomarlo del brazo.

 

—Sam. —La amargura se escapó sin querer en mi tono—. El autobús llegará en menos de quince minutos, no llegarás a tiempo.

 

Apenas estaba saliendo el sol pero el día había comenzado de una manera muy intensa. De los cuatro presentes esperando en la parada de autobús, tres no estaban para nada acostumbrados a madrugar. No nos gustaba y tampoco estábamos hechos para eso. Pero aunque Sam no hubiera podido cerrar los ojos ni una sola hora durante la noche, tenía la energía, los nervios y la ansiedad que a todos les hacía falta por la somnolencia; incluso le faltaba a la castaña, que estaba cayendo dormida junto a Abby.

 

Sam se logró detener y suspiró tembloroso, pasando sus dedos entre su cabello. Al parecer, por fin se había tranquilizado.

 

Pero si dijera que yo estaba menos inquieto que él, sería una gran mentira.

 

Era como si la realidad todavía no estuviera frente de mí. No, todavía no nos subíamos al autobús. Ni llegábamos a Zuzu. Ni nos presentábamos. Ni le hacíamos saber al mundo que nosotros y nuestra música existía. 

 

Pero esta era la realidad: Hoy haríamos nuestro primer concierto en Zuzu.

 

Todos los meses antes de ese día estuve enredado en otros asuntos, así que no pude imaginarme a fondo cómo sería este momento, y ahora, que estaba a contadas horas de un sueño que esperé junto a Sam desde nuestras adolescencias, no lo veía como algo real.

 

La música definitivamente ha sido parte de mí vida, pero crearla es algo que siempre ha apasionado a Sam. No estoy seguro de esto, pero creo que todo inició en esa época en la que pasaba todo el día en la casa de Sam, huyendo de mi familia. Nos encerrábamos en su habitación para hacer nada; a veces yo me ponía a leer sus historietas mientras él tonteaba con su guitarra. Inventaba acordes, los combinaba y después me los enseñaba… Era divertido, pero todo se tornó más serio cuando de repente él me mostró la letra de la primera canción que compuso. Me preguntó de la forma más tímida posible qué me parecía, y yo, que era jóven, inexperto, estúpido y fácilmente influenciable, me pareció lo más genial del mundo. Hasta el día de hoy, las canciones que él crea me parecen lo más genial del mundo. A veces extraño aquella euforia por cualquier experiencia nueva o por las cosas fuera de lo común. Puede que suene dramático, pero considero que ahora ya nada me sorprende lo suficiente, como si fuera un viejo amargado que ya tuvo una larga vida y hubiera visto todo.

 

Recordé a aquél anciano en silla de ruedas y sacudí la cabeza. No necesitaba esas preocupaciones en ese momento, pero mi mente insistía en que muy probablemente terminaría como ese señor si seguía con mi actitud amargada, poco sociable y pesimista.

 

Pero el pesimismo era parte de mí, así que me resigné al hecho de que tal vez acabaría en una silla de ruedas y calvo.

 

Otra vez sacudí la cabeza y observé al rubio. Ni siquiera le dio tiempo de peinarse y hacía rebotar su pie sobre el pasto mientras tarareaba una de nuestras canciones… La reconocí de inmediato, fue una de las primeras que compusimos juntos.

 

Tomé aire y di un paso hacia él. Se supone que yo debería ser el de la crisis nerviosa, y se supone que él debería decirme “tranquilo, todo saldrá bien”. No soy bueno cuando la situación cambia y tampoco quería decir algo cursi para darle seguridad, pero no iba a dejarlo estar así durante todo el viaje. Él es nuestro guitarrista y vocalista después de todo; si él no ponía sus pensamientos en orden entonces todo resultaría un desastre.

 

—¿Traes el collar que te dio tu papá? —Tomé una botella de agua de las muchas que trajimos. Mi garganta estaba seca por la larga caminata que hice desde la montaña hasta el pueblo.

 

—Siempre.

 

Por supuesto que lo llevaba consigo. Desde que su papá se lo regaló, él no se había quitado aquel collar de donde colgaba una piedra de ojo de tigre.

 

—Entonces tienes suficiente buena suerte —concluí, deseando que al menos pensar en eso lo tendría calmado un rato. 

 

—Sí… Supongo que sí

 

Me debatí si debía de agregar algo más, pero el creciente sonido de las llantas sobre el pavimento llamó la atención de todos. El autobús se detuvo con un agudo rechinido y cada uno tomó sus cosas, no eran muchas. Algunos turistas bajaron con sus mochilas, otros llegaron justo tiempo para abordar, mientras que otros permanecieron en su lugar. El punto es que el autobús iba a ir tan abarrotado como era de esperarse.

 

Con cada paso sentí que me hundía y tenía el pecho apretado. Se sentía como los segundo previos a subir a una montaña rusa, y si así me sentía con tan solo pisar el autobús, entonces no quería ni imaginar cómo estaría al pisar el escenario. Tal vez sí debí dejar que Sam fuera por sus calcetines de la suerte. Cuando cayera dormido, me las arreglaría para quitarle uno.

 

Froté mis dedos con ansiedad, sintiendo cómo algo faltaba. En momentos como estos sólo un cigarrillo me calmaría. Últimamente había tenido más ganas de fumar que nunca, al igual que mi irritación se volvía más habitual. Y mi falta de sueño no ayudaba.

 

Tampoco las crecientes discusiones en casa.

 

Y como ya se había vuelto costumbre, no tenía mi paquete de cigarrillos a la mano.

 

Decidí no pensar más en mis estúpidos problemas con Demetrius. Dentro del autobús el aire era pesado, olía a desodorante, comida y a otras cosas que no podía identificar. Todo estaba encapsulado dentro del estrecho espacio y eso hacía que la molestia en mi cabeza persistiera. 

 

—Ustedes dos siéntanse aquí, yo vigilaré que Sam duerma un poco. —La peli violeta indicó la fila de asientos atrás de la que ella planeaba tomar, y después me murmuró—: Me debes una.

 

Me puse rígido y lo ignoré.

 

En circunstancias normales hubiera estado secretamente agradecido, pero honestamente no supe cómo sentirme ante ello en ese momento. Los últimos días Hannah estuvo más callada de lo usual… Más ausente y distraída también. Sé que nadie tiene la obligación de ser un rayito de sol todo el tiempo, no es sano; lo que en realidad me preocupaba de que la castaña no estuviera haciendo alguna tontería o diciendo cosas extrañas al azar es que yo no conocía la razón.

 

Tener poco que decir me ha convertido en un buen observador, o por lo menos eso considero, porque usualmente mis observaciones llevan a que sobre piense las cosas, lo cual termina en paranoia; como lo son, por ejemplo, mis preocupaciones innecesarias como cuando escucho risas a mis espaldas y pienso que se están riendo de mí, o como cuando camino por ahí y siento que todos se dan cuenta de lo escuálido que soy. Esas son preocupaciones innecesarias y estúpidas, y que sin embargo, fueron lo suficientemente importantes para mí como para haber arruinado gran parte de mí vida escolar.

 

Mi cabeza no funcionaba bien esa mañana. Literalmente estaba divagando en todo lo anterior. Lo único que tenía claro era que me hubiera ahorrado todo ese estrés si tan solo tuviera la habilidad de leer mentes. Sí, esa era mi solución divina.

 

Así que pensé. Pensé en qué diablos en la tierra haría que Hannah Gray estuviera prácticamente muda desde hace días.

 

Puede que solo esté cansada. Es lógico. Trabajó como loca hasta que se lesionó, y de todas maneras se esforzó en adelantar lo suficiente sus deberes para poder acompañarnos.

 

Así que, opción 1: Cansancio.

 

La castaña me dejó el lugar junto al pasillo ya que ella tomó la ventana sin dudarlo. Su cuerpo se hundió en el asiento y sus párpados parecían pesados. Eso reforzó mi teoría. 

 

En este punto sólo buscaba cualquier cosa que me distrajera del concierto. Sustituí una preocupación por otra. ¿Inteligente, verdad?

 

—¿Crees que Sam estará bien? —preguntó ella arrastrando las palabras.

 

—Eso espero —murmuré sin ánimos y con un enorme hueco en el estómago. Tenía intenciones de devolver la pregunta; eso sería más eficaz que sacar mis propias conjeturas. 

 

—¿Tú cómo te sientes? —preguntó antes que yo.

 

—Estoy bien —mentí. Me abroché el cinturón del asiento y confirmé que el de Hannah estuviera igual. Como conductor de motocicleta y como hijo de una madre (a veces) paranoica y (a veces) sobreprotectora, soy más que consciente de lo frecuentes que son los accidentes de tránsito. 

 

—Hice café, ¿quieres? —Sacó un termo de su mochila. El vapor que se escapaba de la tapa era sumamente tentador, pero me enfoqué en lo que de verdad necesitaba.

 

—No, gracias. Quiero dormir un poco.

 

El conductor cerró las puertas y dio aviso con voz fuerte nuestra próxima parada: Ciudad Zuzu.

 

Y noté lo extrañamente tensa que se ponía Hannah con esas palabras. 

 

—¿Y tú estás bien? —hablé en un tono lo suficientemente bajo como para que solo ella me pudiera escuchar. Las escasas charlas del fondo y el sonido del autobús sobre la carretera ayudaban un poco.

 

Desvió la mirada, evasiva, al asiento frente suyo, y tras un muy pequeño sorbo a su café respondió:

 

—Quiero tirarme por la ventana.

 

—Bien… ¿Por qué?

 

Perfecto, me descuido un segundo y ella ya tiene pensamientos suicidas.

 

Suspiró con una pesadez gigantesca. Como si fuera un hombre de mediana edad hundido en deudas y manutenciones. Esa no era una buena señal, pero aunque mi preocupación por ella crecía de manera gradual, me reí internamente con el pensamiento de que, si yo iba a ser el viejo cascarrabias, entonces ella podría ser la anciana que está en angustia constante. Seríamos una pareja caótica sin duda.

 

Sus labios se movían murmurando cosas sin saber cómo terminarlas, y entonces me lanzó una mirada que me hizo salir de mi ciega confusión. Aquellos bosques en sus orbes estaban ensombrecidos por algo que la sobrepasaba.

 

—Bueno… Para empezar —habló por fin—, estoy terriblemente cansada pero tampoco creo que pueda dormir, estoy casi segura de que dejé la luz del baño encendida, a Cody no le cayeron muy bien Marnie ni sus gallinas cuando lo llevé en la madrugada con ella… Por lo que espero encontrar un desastre cuando vuelva; y, como si eso fuera poco, estoy en un autobús maloliente de vuelta a… —El tono desdeñoso que utilizó se detuvo de forma abrupta—. Es por eso que quiero tirarme de la ventana.

 

Como es costumbre en mí, no supe qué responder de inmediato. Ahora lo entendía; el problema era Zuzu. Antes predije que tal vez el viaje sería difícil para ella… Pero pensé que la situación había mejorado.

 

—Bueno… Si tienes suerte, cuando vuelvas descubrirás que Cody no se comió a las gallinas de Marnie.

 

Ella hizo un esfuerzo por reír. 

 

—Sí. Ojalá. 

 

Hannah tomó otros cuantos sorbos silenciosos al mismo tiempo que observaba por la ventana. Afuera no había nada interesante aparte de los árboles a los lados de la carretera. Los primeros rayos del sol comenzaban a salir.

 

—Este fue el mismo autobús que tomé cuando me mudé al pueblo —comentó de repente—. Cuando compré el boleto nunca pensé que volvería en cuestión de meses.

 

Hannah era una abogada. Se tituló en una buena universidad. Tenía un trabajo estable. Tiene una familia que la ama… Creo que realmente nada le hizo hecho falta en sentido físico en toda su vida, y sin embargo, lo dejó todo para revivir la granja de su abuelo. Lejos de lo inspirador que puede sonar esa historia sobre dejar la ciudad e irse al campo, a mí me generó la misma pregunta que me hice desde que la conocí, pero que hasta ese momento jamás había resuelto.

 

—¿Por qué te mudaste? —solté. Sus ojos se abrieron como platos y se clavaron en los míos por un largo rato, como si hubiera pronunciado una duda prohibida—. ¿Hay algo que deba de saber? ¿Acaso mataste a alguien o…?

 

Destensó los músculos y dejó asomar una sonrisa.

 

—Lo siento, en realidad soy una espía del Imperio Gotoro y estoy en una misión especial —susurró divertida.

 

—Eso suena mal —reí.

 

—Sí… —dijo—. ¿Pero de verdad nunca te lo he dicho?

 

—Lo recordaría sin duda.

 

Para este punto ya no tenía sueño y los ronquidos provenientes de los asientos de en frente me aseguraban que por lo menos Sam ya estaba dormido. Tomé el termo color amarillo de las manos de Hannah, y sin soportarlo más, le di una probada. Era amargo tal y como me gustaba.

 

—Es una historia aburrida —repuso, probablemente para que diera un paso para atrás.

 

—No creo que me aburra. —Yo ya estaba muy interesado—. Pero si no quieres hablar de eso, también es válido —dije seguido de otro trago de café. No quería forzarla a nada porque ella nunca me forzó a mí a hacer algo. Me hundí dentro de mí asiento sin despegar mi atención de su expresión vacilante.

 

Después de cinco segundos de dudar, comenzó a hablar. Una parte de mí no esperaba que lo hiciera.

 

—Siempre quise estar a la altura de las expectativas… No solo de mis padres, sino que de todos. Si mis profesores esperaban que sacara la mejor calificación de mi clase, lo hacía; si mis tíos esperaban que me uniera al negocio familiar, lo iba a hacer; y si mis padres querían meterme a miles de actividades extracurriculares, asistiría a todas ellas. Y yo siempre creí que podría hacerlo. —Me quitó su termo y tomó un sorbo—. Sí, puede que… debido a eso, yo me haya limitado mucho en otros aspectos en mi vida. — Como ser veterinaria, por ejemplo —. Pero si las personas a mi alrededor estaban felices, creía que podía vivir así… Yoba, ahora que me escucho decirlo en voz alta suena tan estúpido, ¿sabes?

 

Sí, conozco esa sensación. La de querer alcanzar las expectativas de alguien por cualquier medio. También conozco la sensación de hartarse y rendirse con aquello.

 

—...Y entonces inicié con Joja. Me mataba en el trabajo, hacía lo que sea en impresionar a mi jefe y me empeñé en aplicar para el puesto que quería. Fueron casi dos malditos años intentando… Y rechazaron mi solicitud vez tras vez. —De repente todo se oscureció y me percaté de que entramos al túnel para salir completamente de Pueblo Pelícano. Hannah continuó—: Sé que es una tontería que te afecte tanto algo como eso. Todos sabemos que puede tomar un largo tiempo hasta que te asciendan, pero cuando leí el correo que me enviaron explicando que rechazaron por tercera vez mi solicitud yo… —Su voz se quebró—. Me sentí tan fracasada… Tan inútil, tan estancada, tan vacía… Y entonces me di cuenta de lo infeliz que era con mi vida. No quería ese puesto ni ese trabajo. 

 

Un no sé qué me movió, y a tientas busqué entre las sombras su mano que apretaba con fuerza el cilindro de aluminio. Ella respondió de inmediato y entrelazó sus inesperadamente fríos dedos con los míos. 

 

—¿...Y entonces decidiste mudarte? —Me animé a hablar después de un rato en silencio escuchando. Entonces salimos del túnel y me encontré con una pequeña sonrisa.

 

—Se podría decir que sí… Fue un impulso, supongo. Desde que mi abuelo falleció, supe que era propietaria de la granja. Nunca consideré seriamente la posibilidad de vivir en ella, pero como lo único que quería hacer en ese preciso momento era alejarme de todos, hice lo que pude con tal de tener la documentación y las reparaciones de la cabaña lo más rápido posible; incluso traté de apresurarlo aún más luego de las

discusiones con mi madre. No la culpo, no quería que arruinara mi vida —suspiró—. Pero me hubiera gustado que me escuchara un poco porque no tenía a nadie con quien hablarlo. Era difícil incluso con mi padre… Como sea, esa es la historia de cómo mi crisis existencial terminó en esto. —Extendió los brazos con fuerza para señalar lo que sea que ella estuviera señalando—. Al menos te conocí a tí, a Abigail y a Sam… ¡Y a Cody! Oh, Yoba, amo a ese perro.

 

No supe si sentirme ofendido por el evidente favoritismo.

 

Ahora, con esa interrogante que me perforaba la cabeza desde hace meses resuelta, podía comprenderlo. Quizás no en su totalidad, pero hubo un enorme cambio. Además, pude notar otro cambio. Un burbujeante sentimiento protector en la boca del estómago, y lo único que conseguí fue apretar el agarre de nuestras manos. De alguna forma quería cuidarla pero todavía no sabía cómo o de qué; pero lo iba a hacer. No quería que esa chica amante del café y de los perros se volviera a sentir así de hundida.

 

—¿Tú sabes que estoy feliz de que estés aquí, cierto? —pregunté con incredulidad. Después de decir eso, me invadió la sensación de que aquello había sonado un poco egoísta. Como si la desgracia que la había orillado a mudarse fuera algo positivo para mí.

 

—Yo también estoy feliz de estar aquí… —suspiró con sinceridad, y sin pensarlo mucho, recostó su cabeza en mi hombro, y su cabello me hizo cosquillas en mis ahora sonrojadas mejillas. Eso me dio tranquilidad pero a la vez me apretó el corazón—. ¿Este es un buen momento para mencionar que no les dije a mis padres que estaría es la ciudad?

 

Abrí los ojos de sorpresa a pesar de que ella no pudo verlos.

 

—Pensé que todo iba bien con ellos —dije, desorientado por el cambio repentino de tema.

 

—Sí, todo va bien pero… —Sacudió la cabeza—. Iba a hacerlo pero me terminé echando para atrás. ¿Debí hacerlo, cierto?

 

—Creo que siempre y cuando te sientas cómoda, lo que decidas estará bien.

 

—...Creo que sí debí hacerlo —murmuró para sí misma contra la tela de mi hombro.

 

—Hey —la llamé y ella levantó la vista con sus enormes ojos verdes clavados en mí—. Todavía tienes hoy y mañana para cambiar de opinión —sugerí. Hay decisiones de las cuales te puedes arrepentir, yo soy consciente de ello aunque por motivos diferentes. Sin embargo no le iba a decir eso, más aún conociendo el estado de salud de su madre y lo pendiente que estaba Hannah de ella.

 

—Cierto… Gracias —sonrió y no pude ignorar la comodidad que vino después—. Perdón, siento que siempre estamos hablando de mí.

 

—¿Quieres hablar de otra cosa? —Arqueé una ceja. Yo no lo consideraba así. 

 

Ella dudó un poco, pero de repente ahogó una exclamación y se volvió a mí.

 

—¿Por qué Sam piensa que huirás por la ventana?

 

De todas las dudas no me esperaba esa.

 

—¿Porque Sam es idiota? —Honestamente no quería adentrarme en alguna historia deprimente de mi pasado, así que traté de evadirla de manera olímpica—. Por cierto, ¿qué más traes en tu mochila? 

 

Ella rebuscó siguiendo la corriente y sacó una bolsa de galletas con forma a flores.

 

—Me las regaló Evelyn. ¿Quieres una? —No se veían para nada mal, por lo que seguí los deseos de mi estómago—. Alex me las entregó ayer después de ir a Pierre's… Puede que a veces sea un poco… Bueno, tú sabes. Pero en realidad es buena persona 

 

Dejé de masticar.

 

—¿Y me dices esto porque…?

 

Se escogió de hombros y sacó otra galleta de la bolsa.

 

—Me dijo que se encontraron en el Luau y me pidió que te agradeciera una vez más por la fotografía y el brazalete de Haley… 

 

—Ah… Bien… —Tomé otra galleta un poco desconcertado. 

 

Dejando de fuera los comentarios extraños sobre bikinis, él parecía alguien bueno. Un buen ciudadano. Alguien que no atentaría contra los derechos o la vida de una persona. Eso lo convertía en alguien mínimamente aceptable, ¿no? No era como si me importara, de todas formas no volvería a hablar con él. 

 

Pero si ese tipo se llevaba bien con alguien como Hannah, entonces no podía ser tan malo, ¿cierto?

 

Sin duda estaba muy cansado a juzgar por los pensamientos extraños que comenzaba a tener. No tardé mucho hasta quedarme dormido. 



Ella dijo que “no podría pegar ni un párpado”, y sin embargo desperté con su cabeza apoyada en mi hombro totalmente noqueada del sueño. Ni siquiera la perturbó la voz del conductor anunciando la llegada, el alboroto de la gente recogiendo sus cosas o el gran estruendo que hizo la mochila de Abigail al caerse del compartimiento superior. Y se suponía que yo dormía como un muerto.

 

A la cuarta llamada reaccionó, y luego de un par de parpadeos se incorporó de inmediato para entrar a la multitud que se arrastraba a la salida. Apenas puse un pie afuera del apestoso autobús pude respirar. Edificios enormes alzándose por todas partes, calles pavimentadas repletas de autos, gente que iba y venía. Ruido. Mucho ruido.

 

—Hogar dulce hogar… —murmuró Hannah. 

 

No perdimos tiempo y buscamos a la persona encargada del lugar en donde nos presentaríamos. No antes de ir a comer. Por supuesto. Los estómagos rugientes de los cuatro fácilmente podría espantar a un oso.

 

—Entonces, repasemos —empezó a explicar por sexta vez el rubio con una papa frita en sus dedos, haciéndola bailar en el aire a manera de exposición. Hace mucho que había dejado de prestarle atención.

 

Me obligué a tragar la pizza hawaiana que eligió Abigail mientras mis dedos bailaban bajo la mesa, imaginando que ahí mismo estaba mi teclado. Ahora todos tenían las energías renovadas y listas para hacer todo lo que faltaba antes de la presentación.

 

Primero fuimos al centro de la ciudad para entregar el dinero faltante al conocido de Sam. Al hombre de mediana edad no le importábamos en absoluto y mucho menos nuestros asuntos, pero cuando escuchó la voz de la castaña, lució como un niño asustado. Ella dijo que solamente había regateado el precio de manera amistosa por llamada la vez que habló con él. Honestamente no sé qué entiende ella por “amistosa”.

 

Y no sé qué más añadir a estas alturas. Entre las cosas más interesantes está que, en el camino al motel (sí, caminamos de un lugar para otro porque ya no queríamos gastar ni una moneda más) Abby tiró algo a un bote de basura público y dentro encontró una lata de Joja-cola intacta. Ella le dijo en broma a Sam que no se atrevería a beberla (spoiler: Sí lo hizo). 

 

Después de una minuciosa limpieza, la bebió. 

 

Toda. 

 

Entera. 

 

Sé que después de tantos años conociéndolo ya no me debería de sorprenderme este tipo de cosas, así como ya no debería de sorprenderme que Abigail coma piedras…

 

Solo espero que esos dos no mueran pronto debido a una intoxicación o algo por el estilo.

 

Mientras caminábamos y moría de calor y cansancio en el proceso, pude pensar en varias cosas. Por ejemplo, en lo rápido que caminan las personas de ciudad. Creía que tal vez ir a un paso apresurado era solo cosa de Hannah, pero entonces me di cuenta que en realidad era una característica de su especie: Citadinos oficinistas. Ellos daban zancadas mientras discutían por teléfono con sus elegantes trajes y cabellos estirados. Claro, si es que todavía no se les había caído por el estrés. 

 

Siempre sentí repudio por la idea de convertirme en una rata corporativa y estar atado a sus términos y condiciones. Creo que simplemente no quería volverme parte del montón, un número más en las estadísticas (aunque siendo realistas, absolutamente todos somos un número más). Pero poco a poco he aceptado una triste-no-tan-triste realidad: No podría haber sobrevivido ni un solo mes únicamente de mi trabajo como programador autónomo, por lo que tarde o temprano me vería obligado a recurrir a una empresa. 

 

Yo tenía algo claro, y es que yo no quería eso.

 

Así que si tenía que elegir entre quedarme hasta el día de mi muerte en Pueblo Pelícano o convertirme en una rata corporativa, eligía la primera.

 

No todo era trajes y oficinistas. El centro de la ciudad es un lugar con gente muy variada. Traté de imaginarme qué tipo de vida llevarían los niños que se fueron de Pueblo Pelícano. Ya no tenía contacto directo con ninguno de ellos, aunque a decir verdad, debido a mi personalidad retraída nunca le hablé a varios de ellos. Me pregunté si lograron cumplir sus metas en esta ciudad que tanto idolatraba. 

 

Todo allí era muy diferente al lugar en donde me crié. El suelo de concreto se volvía cada vez más duro con cada pisada y el aire más difícil de respirar. Y entonces recordé lo que me dijo una vez Hannah cuando me encontró en la estación de trenes. El aire en la ciudad no sólo era difícil de respirar: era pesado, agitado, repetitivo, exigente. 

 

Y por primera vez en mi vida, el brillo de la ciudad que siempre veía a lo lejos se apagó.

 

Pasé delante a varios letreros de “Se renta” y otros cuantos de “Se buscan empleados" mientras multitudes de personas que jamás había visto se desplazaban por la acera. Estaba en un lugar ajeno a mí, lo cual era extraño por las muchas veces que estuve en Zuzu, incluso por la vez en la que recorrí sus calles de noche hace mucho tiempo, desorientado, enfadado, harto, sintiendo un tipo de libertad falsa… Y con una enorme soledad abrazando mi cuerpo.

 

No fue horas más tarde esa misma noche que apareció Sam entre todos los rostros desconocidos y me llevó de vuelta a Pueblo Pelícano. A casa.

 

Ahora nada se sentía familiar aparte de las tres personas que caminaban a mi lado. Fue como si se rompiera un hechizo, y probablemente no sentiría el cambio hasta dentro de unos días. 

 

Tal vez eso era lo mejor. 

 

Tal vez establecerse en un lugar conocido, con gente que quería y enfocarme en mis nuevas metas era lo mejor.

 

Tal vez lo mejor siempre había estado frente a mis ojos y nunca lo ví hasta ese momento.

 

Una mano jaló de mi brazo, sacándome del hoyo de mis pensamientos. El fuerte brazo de Abby me dirigió al lugar en donde ya estaba instalado el escenario. Era sencillo, casi improvisado. Pero funcionaba para nosotros.

 

Ensayamos ahí mismo el resto de la tarde hasta que llegó el atardecer. Mis manos fluían por las teclas como agua; me concentraba en lo que sabía y en lo que había repetido tantas veces como para olvidarlo. La voz de Sam y la batería de Abigail me guiaban, y juntos recreamos por última vez las melodías antes de presentarnos. Fue poco a poco que el frente del escenario se llenó de personas que compraron previamente su boleto y de curiosos que terminaron entrando. 

 

Cada vez se escuchaba más bullicio. Di un vistazo. Debía de haber alrededor de sesenta personas. El pecho se me apretó y apoyé la espalda contra una pared de concreto para estabilizar mi respiración. Todos van a estar muy ocupados viendo a Sam cantar. Ni siquiera me prestarán atención… ¿verdad?

 

Si no obtenía un cigarrillo me volvería loco, pero por lo menos ya había controlado mi dolor de cabeza con unas pastillas hace unas horas. El rubio estaba hablando junto a Abigail echando vistazos hacia el público; en unos minutos los tres subiríamos aquellos escalones de madera y nos presentaríamos. No tenía expectativas en cuanto a la cantidad de asistentes, pero de todas maneras era abrumador. Lo más abrumador que había hecho en años.

 

Cerré los ojos y respiré profundo.

 

—¿Quieres?

 

Abrí los ojos y me encontré con Hannah. 

 

Negué con la cabeza. Me estaba extendiendo una botella de agua.

 

—¿El dolor de cabeza volvió? Todavía tengo las pastillas por si las necesitas…

 

—Estoy bien, gracias —hablé—. Sólo son los nervios.

 

Exhalé tratando de quitarme un poco la pesadez en el pecho, y pasé los dedos por mi cabello negro. Necesitaba aferrarme a algo con urgencia. 

 

—Todo irá bien. ¡Ustedes son increíbles! Lo harán genial.

 

Frotó mi brazo con su mano para darme ánimos, y yo me aferré a sus palabras.

 

Repetí el ejercicio de inhalar y exhalar, y nos quedamos callados un poco más. Caminamos hasta el sistema de sonido para verificar que todo estuviera en orden, al mismo tiempo que tenía fantasías con saltar la barda que cercaba el terreno y salir corriendo.

 

—¿Qué está haciendo Sam? —preguntó la castaña observando a lo lejos al chico. Él estaba frotando la piedra de su collar y murmurando algo que no escuchábamos.

 

—Cree que el collar le da buena suerte. —Me levanté del suelo con escaso césped y me apoyé en la estructura de madera del escenario. Ambos miramos en otra esquina a Abigail, que caminaba en dirección al rubio para llevarlo a algún lugar fuera de nuestra vista—.  Creo que yo también necesito un poco de eso —suspiré.

 

—¿Nunca has tenido algo así como un objeto de la suerte? —Se cruzó de brazos frente a mí—. Algo así como una camiseta o unos calzoncillos… El otro día Lewis me pidió encontrar los suyos, ¿y sabes dónde los encontré…?

 

—No quiero ni necesito saber de los calzoncillos de Lewis, gracias. —Traté de ahuyentar cualquier pensamiento relacionado a eso al mismo tiempo que Hannah reía. También contesté su primera pregunta—: Y sí. Sí tengo una sudadera favorita… Aunque realmente no sé si considerarla de la suerte.

 

En realidad, ni siquiera sabía si creía en eso de la buena suerte. Nunca me he considerado muy supersticioso, o por lo menos no al nivel de Abigail: Todo es risas y diversión con ella hasta que te introduce a la ouija que tiene en un rincón de su habitación. Pero he de admitir que esa cosa nos ha servido bastante para gastarle unas buenas bromas a Sam.

 

—¿Y por qué no la trajiste? —inquirió.

 

—Porque te la llevaste hace tiempo.

 

Mi respuesta fue corta y tranquila, al igual que el sonrojo que salpicó las mejillas de la chica. Una sonrisa tiró de la comisura de mi boca.

 

—Te la devolveré en cuanto volvamos. Lo prometo.

 

Tuve que reprimir una risa baja. Empezaba a sentirme más cómodo hasta que una persona gritó que la presentación comenzaría en tres minutos. Mi pulso cardíaco se disparó.

 

—Todo saldrá bien —repitió tomándome de los hombros—. Han ensayado mucho. ¡Cruzaré los dedos por tí! Los miraré desde ese costado —señaló a su derecha.

 

Traté de forzar una sonrisa.

 

—¡Dos minutos! —gritaron de entre la multitud.

 

—Gracias. Por todo.

 

No sabía con certeza lo que le agradecía, pero sentía que era apropiado. Ella había hecho tanto por mí y por la banda que todos la considerábamos como un miembro más. En respuesta Hannah me miró con dulzura por un segundo y luego volteó a sus alrededores. Antes de que pudiera preguntar nada, ella acunó mi rostro entre sus manos y me besó. Rápido. Fruncido. Suave.

 

—Es de la suerte —dijo al separarse. Yo no podía ni articular una palabra completa—. Mis padres solían darme uno en la frente antes de cualquier competencia de gimnasia… ¡Pero yo no soy mis padres, así que…! —rio con desgana, torciendo su sonrisa en una mueca mientras se separaba. Su cara estaba como un tomate—. Eso sonó raro. Como sea. ¡Suerte!

 

Hannah se esfumó al dar vuelta en la esquina, dejándome pegado en mi lugar hasta que pude mover mis pies hasta los escalones, encontrándome con el resto. Ahora mi corazón latía con fuerza por dos motivos diferentes y mi cabeza tenía un conflicto de prioridades. Así que sacudí todo lo que tenía dentro y puse todo en orden tanto como pude.

 

Subí cada escalón sintiendo que mi cuerpo se hundía bajo el peso de lo que vendría. Miré los rostros de mis amigos: estábamos iguales, pero ellos tenían un chispa de entusiasmo, la cual me lograron contagiar.

 

Traspasamos las cortinas y unos aplausos y silbidos nos recibieron. La gente nos miraba expectantes mientras nos colocábamos en nuestros puestos. Nuestros pasos resonaban en las maderas del piso y las luces caían sobre nosotros al igual que la oscuridad del anochecer. Quise buscar a Hannah entre el público pero no me animé.

 

Le dí un vistazo a Abby a mi izquierda mientras tomaba sus baquetas. Ella me miró y señaló con diversión su boca. Rápidamente lo entendí y froté el dorso de la mano contra mis labios. Ahora tenía mi buena suerte esparcida contra mi piel.

 

Sam finalmente dio un paso al frente después de tomar una gran bocanada de aire. Yo estaba al borde de un paro cardíaco por la tensión.

 

—¿Hola? —El micrófono amplificó de gran manera la voz del rubio. Sus manos se aferraron con fuerza a su guitarra roja—. Vaya… No esperaba que vinieran tantos —rio, consiguiendo unos cuantos aplausos—. Como sea, nosotros somos Los Pelícanos y les agradecemos que asistieran. —Abigail y yo estábamos en nuestros puestos listos para cuando Sam terminara sus palabras de apertura y diera luz verde a la primera canción. Nuestra primera canción de la noche—. Y bueno… Abby, ¿nos haces los honores?

 

La peli violeta no se la pensó y comenzó con el golpeteo constante; su cabello era sostenido por una cinta verde en su cabeza. Y dejé que la melodía fluyera por mis venas.

 

—Esta canción se llama “Dugout”.

 

—”Pool House” —corrigió Abigail. 

 

—Sí, “Pool House” —rio. Siempre olvidaba el nombre de su propia canción—.  Esta canción se llama “Pool House”.

 

Y con eso fuera del camino, hicimos lo que mejor hacemos juntos:

 

Hacer música. 







Notes:

Lamento mi ausencia, aunque realmente siento que solo pasó un poco de tiempo desde la última actualización.
Pero ya estoy devuelta! (Por ahora lol)
No puedo creer que ya estemos en el capítulo 30… Y tampoco puedo creer que hace un mes que ya decidí cómo terminaría la historia y cuál sería la línea de tiempo.
Necesito expresar esto porque fue muy irreal: Eran principios de enero a las 2 am y después de tener bloqueo creativo por días, de la nada me puse a escribir acontecimientos. Y listo. Esa noche la historia tuvo final (aunque en realidad siempre supe cómo sería, pero nunca cómo llegaría a él). Y tardé un rato en quedarme dormida porque mi proyecto de un año estaba terminado y no podía creerlo. También me sentí sorprendentemente feliz y vacía.

OK, basta de sentimentalismos.
Notas!
La idea de que hubiera un viaje a Zuzu creo que siempre la tuve en mente y me gustó reunir al grupo. En lo personal me interesa mucho la dinámica de amistad que tienen Abby, Sam y Seb y quisiera explorarla un poco, porque después de todo, ellos se conocen desde hace años.
Un día me pregunté cuál habría podido ser el detonante de la decisión de Hannah. No me lo había planteado seriamente hasta ese día, pero creo que la respuesta siempre estuvo ahí. Hannah es alguien que siempre buscó aprobación en todo lo que hiciera, y no fue hasta que aceptó que había estado viviendo sin vivir que decidió hacer algo al respecto. ¿Que si mudarse a la granja de su abuelo fue algo extremo? Sí, pero no hablemos de eso… Y no sé qué más decir. Creo que alguien introvertido como Sebastian sería propenso a tener un poco de pánico escénico, o siendo más precisa, a ser el centro de atención. Tampoco estoy muy segura de cómo funciona eso de dar espectáculos callejeros ni cómo cobran la entrada, así que supongamos que todos compraron su boleto mediante PayPal \:D/
A propósito, desde siempre me he preguntado qué tipo de voz tendría Sam. Los últimos diálogos son una referencia directa a la canción Pool House de The Backseat Lovers (“This song's called Dugout." "Pool House." “This-, this song is called Pool House") Es una buena canción, pero no estoy segura de si así es como sonaría la voz de Sam :/
Y por si alguien se lo preguntaba, los calcetines de la suerte de Sam son de lana roja.

Y bueno… Este martes vuelvo a clases. Extrañaré dormir 8 horas.

Gracias por seguir leyendo y apoyando esta historia, y espero que todos ustedes se encuentren bien estén donde estén.❤️❤️❤️

Los quiero más que a mis 8 horas de sueño diarias ❤️

Atte- June❤️

P.S- Está científicamente comprobado que los besos de buena suerte son 100% efectivos.

Chapter 31: Olvidar es difícil

Notes:

Hola ;)
Una disculpa adelantada por los errores ortográficos que puedas encontrar en la lectura.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El concierto fue mucho mejor de lo que alguna vez pude imaginar. No porque se cumplieran algunas fantasías, sino porque en sí, aquello era real. El nudo en el estómago no se soltó en ningún momento, pero no tardé en ignorarlo por completo debido a la emoción.

 

Cuando bajamos los escalones apenas podía sentir las piernas. Me temblaban las manos y todavía no podía conectarme al mundo todavía. Como si hubiera tenido el mejor sueño de mi vida y acabara de despertar.

 

Luego apareció Hannah de entre la oscuridad y todos nos fundimos en un gran abrazo.



Nos quedamos un rato más en el terreno para arreglar algunos asuntos respecto al transporte de la batería de Abby junto a mi teclado. Fuera de ese asunto no hubo otros inconvenientes, lo cual agradezco, porque no tenía la energía física ni mental para poder esforzarme para buscar soluciones. Nadie las tenía. 

 

Caminamos por las calles nocturnas de Zuzu mientras Sam cantaba junto con Abby a todo volumen la última canción que tocamos para el público. Pero, después de una extendida celebración, cada uno ocupó un lugar dentro de nuestra habitación barata de motel: La chica pálida se desplomó sobre la cama, el rubio monopolizó la diminuta televisión para ver la repetición del capítulo especial de “Aliens y sus verdades ocultas”, mientras que Hannah se apoderó del baño con una prolongada ducha. De cualquier forma, se podía respirar la alegría entre las paredes. 

 

Esa noche me fui a dormir con una gran satisfacción en el pecho.



Desperté con una muy extraña sensación en la nariz. Al levantar los párpados con pesadez, me di cuenta de que solo era Abigail toqueteando mi cara con una pajilla para matar su aburrimiento. La observé escéptico; no me molesté en preguntar por qué.

 

Yo estaba tendido en el piso alfombrado con únicamente una almohada bajo mi cabeza. A diferencia de Sam que corrió con la fortuna de quedarse con el pequeño sofá de la habitación, yo tuve que conformarme con el no tan agradable suelo.

 

La chica me seguía molestando desde su posición privilegiada encima de la cama matrimonial, por lo que le arranqué la pajilla y la arrojé lejos. Ella soltó un quejido que interrumpió al escuchar la puerta del baño abrirse. Abby se levantó de inmediato y entró después de que Hannah hubiera salido. Me le quedé mirando por un rato, parpadeando unas cuantas veces; su cabello estaba igual de revoltoso que la vez que ella se quedó a dormir en mi habitación.

 

Entonces recordé en qué espacio tiempo me encontraba en ese preciso momento.

 

Hannah centró su atención en mí, tirando de una pequeña sonrisa a la vez que subía a la cama y se acostaba en la orilla del colchón para poder verme desde las alturas, tal y como lo hizo la anterior chica.

 

—¿Dormiste bien? ¿El piso estaba muy duro? —se burló.

 

—El piso estaba espléndido, gracias —respondí sarcástico. Ella se rio.

 

—Por lo menos no tuviste que lidiar con los ronquidos de él por toda la noche…

 

Seguí su mirada hasta el oso que roncaba como un motor averiado encima del sofá. El cuerpo de Sam estaba desparramado por toda la superficie acolchada conservando la ropa de ayer.

 

—¿Estará respirando bien? —se cuestionó la castaña.

 

—Eso creo… —Un gran y ahogado ronquido retumbó en las paredes—. Sí. Eso espero.

 

Ella seguía preocupada pero desvió su atención hacia mí. Me paralizó con una lenta sonrisa mientras abrazaba con más fuerza la almohada sobre la que estaba.

 

—¿Qué? —pregunté sin pensar.

 

—Nada. Sólo pensaba en ayer. Estuviste genial —sonrió aún más.

 

Sentí cómo me hundía aún más en la alfombra y el cómo mis pulmones dejaron de funcionar correctamente. Tomé el cumplido en silencio a la vez que desviaba la mirada. Sabía que se refería al concierto, pero sin embargo, lo primero que arrojó mi memoria fueron sus deseos de buena suerte.

 

Por una parte, eso era lo que en secreto quería que sucediera hace mucho tiempo, por otra, estaba frustrado por no haberlo podido disfrutar por completo. 

 

Abigail salió del baño, me levanté con un impulso y me senté. Me dolía la espalda como si hubiera cargado una tonelada de madera como en la carpintería y mi cuello no estaba mejor. Conecté mi teléfono al cargador de la pared y revisé mis notificaciones: dos llamadas perdidas de mi mamá y un mensaje de texto preguntando cómo nos fue y a qué hora regresaríamos. Le dije que estaríamos de vuelta para la cena y que todo había ido bien.

 

En la última semana ella era la única persona de mi casa con la que hablaba. Por lo menos de vez en cuando. Desde el Luau, Maru estaba incómoda por mis recientes descubrimientos respecto a ella y a Harvey, por lo que me evitaba lo más posible. Además, las discusiones con Demetrius se volvieron peligrosamente frecuentes desde que habló con el Gobernador. Todo empezó cuando sugirió indirectamente que debería retomar mis fallidos planes de ingresar a la universidad.

 

Me lo tomé lo más tranquilo posible y le dejé muy en claro que no tenía tiempo para aquello.

 

—Pero piénsalo bien —insistió en su momento el hombre—, podría ayudarte a conseguir un trabajo más estable.

 

No comprendía el porqué de repente se interesaba por mí y mi futuro.

 

—Podría, pero ahora eso no es mi prioridad. Ya te lo dije: tengo otros planes.

 

Trabajaba todo el día en pequeños proyectos que me llegaban, y en mis ratos libres, trabajaba en mi videojuego, mi nuevo proyecto personal. Además, mamá había estado muy ocupada con algunos encargos locales de carpintería sumado al barco que se usará en la despedida del verano, por lo que también requería de mi ayuda. Mi agenda actual estaba demasiado ajustada como para considerar volver a la escuela.

 

—Antes, entrar a la universidad era una prioridad para tí —repuso.

 

—Sí, pero ahora tengo otras cosas en mente —refuté, haciendo chocar mi tenedor contra el plato. Comenzaba a impacientarme. 

 

—A veces no te entiendo —finalizó la conversación en un murmullo. 

 

Yo tampoco te entiendo ”, pensé pero no lo dije.

 

Mi mamá y Maru pudieron volver a respirar con tranquilidad y se apresuraron a cambiar de tema. La pregunta de por qué Demetrius tenía la repentina necesidad de convencerme de retomar mis estudios me perforó el subconsciente. Días después deduje que posiblemente era debido a la visita de algunos de sus familiares los cuales venían a ver a las medusas lunares, y para así, poder decirles que su hijastro no seguía siendo el fracasado que recordaban.

 

Pero lo más extraño de todo no fue que ese hombre me ofreciera aquello; me había decepcionado tanto que ya no esperaba nada de él. Lo que sí me desconcertó por completo fue que, al día siguiente trabajando en su taller, mi mamá apoyó la idea pidiéndome que lo considerara un poco.

 

Creo que lo que más me pesó fue que ella se pusiera de parte de Demetrius. Todavía no le explicaba nada a ella de en qué consistían aquellos planes, no sabía nada de mi videojuego. Me pregunté rápidamente qué tan decepcionada estaría; si esto ya era caer lo suficientemente bajo en cuanto mediocridad laboral. O al contrario, que tal vez ella compartiría mínimamente una cuarta parte de mi entusiasmo. Pero no tuve manera de saberlo. 

 

Me dio miedo y al final no dije nada. 

 

No quería verla decepcionada. De todas las personas, ella era a la que menos quería decepcionar, a pesar de que ya lo había hecho innumerables veces. Pero aún así, cada vez pensaba más en lo mucho que significaría obtener el apoyo de mi familia. 

 

Aunque sea un poco.

 

Decidí que ya no quería pensar más en eso, por lo que fui a tomar un ducha rápida. Eran las 11:00 AM cuando Sam se estaba despertando y ya todos volvían a tener hambre, por lo que optamos por buscar algo cercano. Pero entonces Abby mencionó la gran ilusión que le hacía visitar algunas tiendas que vio por nuestro camino en el centro. Sam le siguió en entusiasmo y arrastraron a Hannah en el proceso.

 

Así que nuestra pequeña salida para comer se convirtió en una salida improvisada.

 

Las aceras estaban igual de concurridas y el sol igual de brillante. Sam siempre me habló de lo insoportable que era el verano en la ciudad con todo ese concreto en las calles, pero no fue hasta ese domingo que lo experimenté en carne propia. 

 

Al primer negocio que entré fue con Sam y era una tienda de música. Había vinilos cubriendo la pared, fotografías de grandes de la música que ya conocía y unos cuantos instrumentos. Curiosieé algunos álbumes que conocía mientras Sam buscaba unas nuevas púas para su guitarra. Al final no compramos nada y salimos para encontrarnos con las chicas, quienes se habían quedado afuera en el puesto de manualidades de una señora.

 

Hannah y Sam tomaron la delantera en cuanto guiarnos, pero honestamente se me hacía imposible pensar en cómo ellos, siendo tan descuidados y olvidadizos como lo son, podían caminar como si conocieran la ciudad como la palma de sus manos. Estaba casi listo para perdernos, pero confié en que ese era su territorio en común.

 

—Quiero pintarme el cabello pero no estoy segura de qué color elegir —habló Abigail. 

 

—¿Tienes alguno en mente? —se interesó Hannah. 

 

—Tal vez un rubio… o quizás negro. Pero creo que es ir a lo seguro…

 

—¿Qué tal rosa chicle? —intervino Sam.

 

La peli violeta soltó una carcajada.

 

—Sí, lo tendré en mente —contestó mientras seguía caminando—. En definitiva, los colores fantasía son lo mío.

 

—¿Cuál es tu color de cabello natural? —preguntó la castaña. 

 

—El mismo que el de mi papá… Es un lindo color, pero no lo sé… Creo que es en lo único que me parezco a él. —Soltó una risa irónica para acto seguido enfocarse en unos gatos dentro de una tienda de mascotas. 

 

Todos se vieron repentinamente atraídos por la adorabilidad de los animales. Yo mismo me encontré sonriendo a un par de gatos peleando juguetonamente.

 

Tal vez no sea como Hannah, que ama tanto a los animales que deseaba convertirse en veterinaria, o como Abigail, que le rogó hasta el hartazgo a sus padres para adoptar una mascota y únicamente obtuvo a David (La Cobaya), pero hay algo en los animales que me fascina. Vivir en la montaña limitaba mi contacto humano, pero a la vez logró que le prestara más atención a los seres vivos que consideramos inferiores a nosotros. 

 

Muchas veces vi a pájaros carpinteros en los pinos, insectos que se arrastraban por la tierra húmeda o los peces que vislumbraba en el lago… Incluso en la temporada de lluvias, había ranas que me acompañaban. De niño, hasta cuando tenía a nadie a mi alrededor, no me sentía solo.

 

Me quedé mirando en dirección a los gatos recordando mis días de niñez. Vaya, ¿a dónde se habían ido esos buenos tiempos? Por lo menos las ranas continuaban siendo mis fieles compañeras. 

 

—¿Te gustan? —La ojiverde acortó la distancia, señalando los gatos con el mentón.

 

—Sí —contesté secamente. Era verdad, me gustaban, pero tampoco quería llevármelos a casa—. Aunque no podría conservarlos.

 

—¿Por qué?

 

—Me echarían de la casa antes de tan siquiera ponerles nombre —resoplé con media sonrisa—. Siempre han dicho que una carpintería y un laboratorio no es lugar para animales…

 

Y considerando los cuidados y atenciones que se les debía de dar a las mascotas, siempre optaron por regalarnos peces a Maru y a mí.

 

—A mi mamá tampoco le gustan mucho los animales —suspiró con pesar—. Una vez estuve ASÍ. —Hizo un ademán con la mano, remarcando el pequeño espacio que separaba su dedo índice de su pulgar—. De conseguir que mi papá adoptara un cachorro.

 

Resoplé divertido hasta que recordé la decisión pendiente que tenía ella en cuanto visitar a sus padres. El tema no volvió a surgir entre los dos desde que estuvimos en el autobús. A pesar de mi obstinada curiosidad, pensé que ese no era un muy buen momento para hablar de eso. No cuando estábamos en medio de la calle, con Sam y Abigail pudiendo escucharnos, y además, con Hannah tan feliz.

 

Me limité a seguir la conversación actual:

 

—¿Cómo lo ibas a nombrar? 

 

—¿Cómo estás tan seguro de que ya tenía un nombre preparado? —Arqueó la ceja un tanto sorprendida al mismo tiempo que retomábamos nuestra caminata.

 

Me encogí de hombros.

 

—Una corazonada —respondí simple.

 

—Mr. Señor Caramelo… lll. —Contuvo el aire y evitó mi rostro. Sabía que me estaba burlando de ella.

 

—Está bien… ¿Pero no crees que “Mr. Señor” sería una redundancia?

 

—Creo que lo menos que le importa a una niña de once son las redundancias.

 

Hannah volvió a reírse, sacando a relucir aquella media luna que tenía por sonrisa. Yo la admiré sintiendo los ojos que nos observaban sobre los hombros. Estaba seguro que nadie nos vio el día anterior detrás del escenario, pero en realidad solo era cuestión de tiempo hasta que todos sacaran sus propias conclusiones. En especial Sam, que en ese momento nos espiaba con curiosidad. Algún día tendría que explicarle mi relación con Hannah, pero por ahora solamente quería verla feliz el mayor tiempo posible.

 

Todos entramos al parque que tanto la castaña como el rubio reconocieron como “el más grande y famoso de la ciudad”. Y aparentemente Zuzu también tenía sus festivales anuales. 

 

La línea de puestos lucía interminable y todos tenían algo para ocupar su tiempo. De nuevo nos separamos: Sam fue a una mesa en donde decoraban tablas de patinar, Abigail entró a la tienda de una vidente y Hannah se empeñó en conseguir un conejo de peluche en un juego de fuerza. 

 

Traté de encontrar algo que llamara mi atención pero el aglomeramiento me hizo buscar un rincón alejado, bajo la sombra de un árbol y fuera de los límites de la música de feria. Estaba un poco fatigado y el reposo de anoche apenas y fue suficiente para sacarme de la cama. Seguía teniendo mucho calor debajo de mi sudadera, pero lo único que me consolaba era que pronto llegaría el otoño y le seguiría el invierno. Eso me hizo sonreír ligeramente. Las temperaturas bajas siempre son una buena noticia para mí.

 

Pasé el tiempo repasando lo que tendría que hacer una vez regresara a casa. El señor Young continuaba siendo un cliente constante aunque daba la impresión de tener planes más ambiciosos. Por mí eso estaba bien; el dinero nunca me viene mal, más aún ahora que tenía en la mira comprar la siguiente entrega de The Raven's Club.

 

También pensé en la carpintería y la discusión con Demetrius reapareció. Estoy seguro de que si hubiera estudiado la universidad estaría haciendo un montón de dinero. Pero en ese instante de calma pude pensarlo con la cabeza firme y llegué a la misma conclusión: no es una prioridad. 

 

En un tiempo pasado me interesaba seguir una carrera relacionada a las ciencias de la Tierra, como la mineralogía… Pero aquel deseo terminó tan rápido como fallé en el examen de ingreso. Entonces decidí enfocarme en la programación, en donde tenía más práctica y las interacciones sociales eran leves. Y fue así como descubrí mi gusto por insertar códigos en una pantalla.

 

Así que aceptar la propuesta de Demetrius era como traicionarme a mi mismo.

 

Y me pregunté si algún día tomaría una decisión que no fuera deliberadamente en contra de ese hombre.

 

Tal vez ya era momento de madurar.

 

Tal vez ya era momento de dejar el pasado atrás. 

 

Me detuve un segundo. Zuzu realmente me estaba afectando. Pero la verdad es que ya estaba cansado de esa guerra eterna y me pregunté si él también. 

 

Tomé en un puño la hierba a mis costados y exhalé. Olvidar es difícil. 

 

No tardó mucho hasta que escuchara mi nombre entre el ruido de la feria para irnos.



Tardamos un poco en salir del parque ya que no encontrábamos a Hannah, y después de visitar otros pocos lugares, terminamos entrando todos a una tienda de antigüedades; apenas podía respirar con lo caliente que estaba adentro.

 

—Te dije que lo iba a lograr.

 

Miré de reojo a la castaña a mi lado: ella llevaba un peluche de conejo azúl consigo.

 

—He de decir que me sorprendiste. —Miré por la vitrina una figura de colección. El precio era mucho mayor a lo que podía manejar—. Nunca pensé que llegarías más allá de “fuerza de elefante”.

 

—Es una lástima que no podamos quedarnos hasta la noche. Cuando oscurece llenan la calle de luces y lanzan cohetes artificiales. De pequeña siempre me gustaron porque pensaba que eran luciérnagas. —Sus ojos se llenaron de recuerdos demasiado vivos para ella—. Siempre he querido verlas en persona —agregó, y luego desvió su atención a una pequeña caja de marfil—. Mira, una cajita musical, jamás había visto una de verdad…

 

Por alguna razón, la vieja y deforme caja de madera que le regalé a mi madre se me vino a la mente. En esa tienda de antigüedades había de todo: baratijas, cosas de posible gran valor, cosas extrañas, cosas tétricas… Cosas que le fascinan a Abigail para ser más específico.

 

Observé cómo Sam casi deja caer una vasija de porcelana, que por suerte, logró salvar a tiempo. Era como un niño, pero eso era ofender a Vincent. La niña que estaba al otro extremo del pasillo se comportaba mucho mejor que Sam y se limitaba a observar todo con asombro.

 

Ella no estaba sola, iba acompañada de un hombre al que ella llamaba “papá”. Él rebuscaba entre los pocos libros que había a la venta y ella le hacía preguntas con insistencia. Su cabello castaño rojizo era parecido al de Vincent al igual que su curiosidad. Pero mientras yo veía en esa niña al hermanito de Sam, Hannah veía otra cosa.

 

Era casi como si ella se reflejara.

 

—¿Qué pasa? —hablé.

 

—¿Uh? Eh… Nada, yo sólo… —Volvió su cabeza a la estantería—. Pensaba en que olvidé traer mis audífonos para escuchar mi música…

 

—Yo traje unos, ¿los quieres? El viaje de regreso es un poco largo.

 

—¿De regreso…? —musitó por lo bajo—. No, está bien. Los puedes usar tu. 

 

—No tengo problema en compartir.

 

Una pequeña sonrisa creció en su boca.

 

—Confiaré en que tu gusto musical es bueno y espero que tus camisetas no me hayan mentido —advirtió un tanto divertida.

 

La gran mayoría de mis camisetas son de artistas o bandas que me gustan… Lejos de eso, son llanamente negras.

 

—Bien —concluí. Ella no volvió a ver a la niña con su padre. 

 

Tenía una vaga idea de lo que andaba por su mente.

 

—Creo que Abigail va a comprar algo. Es… —Casi se le cae el conejo azúl a Hannah—. ¿Es un esqueleto?

 

Fue difícil, pero al final conseguimos convencer a Abigail de que no podría llevar esa cosa en el autobús.



Nuestra última parada fue el café favorito de Hannah, en donde (según sus propias palabras) hacen un café tan cargado y tan bueno que un solo vaso te dejaba sin dormir tres días. Yo confirmaría si era verdad o no.

 

Para ser sincero estaba desgastado. Feliz pero exhausto. Caminé tanto, me expuse al sol, estuve rodeado de tantas personas, forcé mi batería social y confianza más allá de sus límites… Probablemente no me iba a recomponer hasta finales del verano. Por mi eso estaba perfecto; ansiaba encerrarme en la oscuridad de mi habitación. De todas formas estaba orgulloso de mi mismo por lo mucho que aguanté y me felicité internamente.

 

Nos sentamos en una de las mesas del local y, debo de aceptarlo, el café sabía a gloria. Y mientras Sam nos cuestionaba nuestra elección de bebida con el clima que había afuera, Hannah se comía una tarta de moras y Abigail le robaba como podía.

 

Ese fue el final de nuestro viaje a Zuzu.



Como buenas personas irresponsables que somos, llegamos a empacar nuestras cosas; al menos no eran muchas. Salimos con retraso, nos dividimos el precio de la habitación entre los cuatro y caminamos directo a la estación de autobuses. Este “pequeño paseo” acabó con mis ahorros de varios meses y creo que también con los de los demás. Y entonces comprendí por qué la gente prefiere nuestro olvidado y aburrido pueblo: economía. El dinero rige la vida de muchos y no se les puede juzgar.

 

Todos se comenzaron a ponerse en contacto con sus familias, porque queramos o no, somos adultos sujetados al techo de nuestros padres. Jodi y Vincent ya querían de vuelta a Sam; Caroline llamó para resolver unas dudas y avisó que cenarían comida de Gus… Sé por experiencia que Abby tiene una personalidad rebelde, pero sé que en el fondo quiere bastante a sus padres, tanto que eligió por cuenta propia estudiar la universidad en línea para no dejar Pueblo Pelícano. Yo le escribí un mensaje a mi mamá sin tantas complicaciones.

 

La única que permanecía de pie, alejada y sin hacer nada era Hannah. Ella en vez de regresar con su familia, volvía a alejarse. Y como ya no mencionó el tema otra vez, pensé que posiblemente ya hubiera tomado su decisión. Por más que quisiera ayudarla, era su elección.

 

Cuando me acerqué a su lado ella reconoció mi presencia al instante.

 

—¿Y bien? ¿Qué opinas de Zuzu? —Ella sonrió aún más al ver mi mueca.

 

—Estoy empezando a creer que es mejor de lejos y durante la noche…

 

—Así suele ser con la mayoría de cosas.

 

Las calles y la gente estaban más tranquilas. Debían de ser alrededor de las seis de la tarde pero el sol seguía encendido. Es la magia del verano.

 

—¿Sabes? Yo a esta hora ya estaba en camino a casa. Tomaba ese autobús azúl. —Señaló con el dedo el transporte atascado en el tráfico—. Y me tardaba alrededor de una hora llegar. Podía caminar, pero la ciudad es muy grande y es peligroso caminar por la noche sola.

 

—Tu sueles caminar por el Pueblo sola —repuse, apoyándome en una pared de concreto.

 

—Es muy distinto. Lo peor que puede pasar es que un mapache me ataque.

 

Ella abrazó con aún más fuerza al conejo contra su pecho y guardó silencio. Un silencio reflexivo.

 

—Voy a verlos.

 

—¿A quiénes…? —Volví a verla. Hannah suspiró. 

 

—A mis padres. Voy a verlos. —Finalmente me miró a los ojos. Tenía un poco de miedo, pero sobre todo estaba decidida.

 

—Está bien —contesté sin saber qué otra cosa decirle. No lo esperaba, pero la apoyaba.

 

—No podremos escuchar tu música juntos —dijo.

 

—Lo podemos hacer otro día.

 

—Sólo le dejé comida a Cody para el fin de semana.

 

—Le llevaré más a Marnie.

 

Di un paso en su dirección, y luego otro más.

 

—Y la luz del baño…

 

—Yo iré a apagarla. —Puse una manos sobre su hombro y sonreí complaciente—. Ve con ellos.

 

Ella apretó los labios y sus ojos se pusieron vidriosos. Lo siguiente que supe fue que me estaba abrazando.

 

—Gracias. De verdad. Te lo pagaré, te lo juro. —Su voz se entrecortada pero negué con la cabeza.

 

—No me tienes que dar nada. —Me despegué de ella antes de que nuestros amigos nos vieran—. Ve a decirles, yo te conseguiré un taxi.

 

Ella recuperó su compostura y se apresuró a explicarles a los otros sus nuevos planes debido a que el autobús ya había llegado. Ellos se lo tomaron bien, pero a decir verdad no tenía idea de si Hannah había optado por contarles a ellos algo sobre su vida antes de la granja.

 

—Ten mucho cuidado —dijo Abigail—. Dinos cuándo planeas regresar para conseguir tu boleto.

 

—Envíales nuestros saludos a tus padres —habló él rubio—, y Hannah… En serio debo de agradecerte todo lo que hiciste por nosotros y la banda. Eres genial —sonrió un poco apenado y después alzó el cuerpo de la chica del suelo en un abrazo como los que nos daba a mi o a Abigail.

 

A castaña soltó una carcajada entre sorprendida, nerviosa y alegre. Algunas personas alrededor se quedaron viendo. Cuando sus pies tocaron el concreto, se dirigió a mí y me extendió su peluche para que lo sostuviera. Yo la observé confundido.

 

—Te encomiendo al Barón Bunny.

 

—Será un honor —acepté, con una pequeña sonrisa.

 

Sin nada más que decir, Hannah se despidió y entró al taxi que yo había detenido hace un minuto. Nosotros subimos al autobús y tomamos nuestros asientos junto a otros pasajeros.

 

Quise desearle buena suerte.

 

No pude.

 

—Creí que te sentarías con Abby —le comenté a Sam, que se dejó caer en el asiento.

 

—Ambos queremos la ventana y ella no está dispuesta a negociar —suspiró—. Además, ayer por la noche descubrí que me había pintado el brazo mientras estaba dormido. Con plumón permanente —recalcó.

 

Vi el impresionante dragón que la peli violeta hizo en el brazo del chico. Ella simplemente sonrió de una forma maquiabélica al otro lado del autobús. No lo lamentaba, los tres lo sabíamos.

 

Cuando el vehículo se puso en marcha fui aún más consciente de que faltaba uno de nosotros, y aparte de echarla de menos, deseé profundamente que todo resultara bien. Creo que nunca me había sentido así respecto a alguien: tan vivo, tan cuidadoso, tan disponible. Era un cambio extraño, pero no me desagradaba. Me daba cierto propósito para no dejarme desvanecer.

 

Aunque no importaba que yo fuera un fantasma, tenía el presentimiento de que Hannah se las arreglaría para verme.

 

Sam se quedó dormido contra el cristal y yo le tomé una foto, y además, también me cuestioné si mi vida sería diferente si hubiera conocido a Hannah antes. Tal vez. O tal vez no. Mientras yo estaba tomando decisiones cuestionables, ella era una Hannah que no conocí; hace unos años, el universo todavía no me daba una lección y ella seguía dejándose llevar por lo que otros decían. Nada bueno podía salir de esa unión…

 

Al menos puedo dar gracias al cielo que ella no presenció mi etapa melancólica de primera mano. 

 

Eso me devolvió a mi adolescencia, que me llevó a las peleas, que me llevó a su vez a la cuestión de la universidad.

 

Me pregunté si habría alguna forma en la podría complacerlo. 

 

Tal vez un trabajo decente y estable de oficina lo haría feliz. Como los que tienen sus hermanos estirados.

 

 

Ni muerto.

 

Dejé los pensamientos a un lado; me las arreglaría luego con ese asunto. El cansancio cobró factura y me dormí profundamente. Lo último que supe fue que mi teléfono recibía una notificación.

 

Cuando llegamos al pueblo supe que era un extenso correo del señor Young. En resumen, me ofrecían lo siguiente:

 

Un empleo permanente en Zuzu.








Notes:

¿Saben? Realmente no sé qué tipo de emociones surgirían después del concierto, pero me imagino que después de un evento tan grande como ese, sería lógico que te invadirá una especie de alivio y una gran satisfacción... Y tal vez se pregunten... ¿Mineralogía? ¿Ciencias de la tierra? ¿Seb? Bueno... Sip. Recordé la fijación de Sebastian por los minerales y el hecho de que Demetrius es un científico. Aunque pueden considerarlo como esa típica carrera que te hubiera gustado estudiar pero que al final no era para ti. En mi caso fue el ballet. Espero que todos ustedes estén bien, y si no lo están por algún motivo, espero que pronto lo vuelvan a estar. <3

Gracias por seguir leyendo y apoyando esta historia.

Atte- June❤️

Chapter 32: Todo está igual excepto yo

Notes:

Una disculpa adelantada por las faltas de ortografía que te puedas encontrar.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Es una verdad universalmente conocida que los problemas siempre aparecen frente a tu puerta de entrada cuando menos lo esperas.

 

En mi caso, era yo contra la puerta de cristal de la cafetería.

 

Cuando dije que iría a ver a mis padres no tenía ni un plan. Cero. Nada. Así que lo romántico de mi iniciativa se desmoronó cuando entré en el taxi. Al escuchar el sonido de la puerta cerrarse y preguntarme qué dirección debía darle, le especifiqué la primera que se me vino a la cabeza. De todas maneras podía cambiarla en cualquier momento; el embotellamiento vial seguía siendo igual de terrible que siempre incluso en domingo: conductores enfurecidos por ahí, algunos posibles accidentes de tránsito por allá… Todo en sí estaba igual, y creo que eso me gustaba. Me tranquilizaba saber que todavía pertenecía a un sitio. 

 

El taxista que me tocó apenas y dijo nada, lo cual fue un gran alivio; no estaba acostumbrada a platicarle mi vida a los taxistas porque, para empezar, yo era más una chica de metro y autobuses. Además, sabía que si comenzaba a explicarle mi vida a aquel tipo me quebraría antes de llegar al primer semáforo; después él iría con sus amigos taxistas y les contaría la historia de una desdichada ex-abogada-actual-granjera que ahora tenía que volver con sus padres con la cola entre las patas, los mismos que le repitieron hasta el hartazgo que la vida en el campo era difícil en distintos aspectos… Yo, honestamente, hubiera llorado de la risa si el taxista me hubiese contado esa historia. Aún sabiendo que se trataba de mi.

 

Con los músculos tensos y la cabeza en otra dimensión, me obligué a llamar a uno de mis padres antes de que me arrepintiera y corriera de vuelta a mi granja. Elegí a mi papá. No fue difícil, siempre ha sido más fácil con él.

 

Llamé pero no contestó. Especulé que posiblemente estaba con alguno de mis tíos atendiendo el negocio familiar de abogados de los Gray. Llevamos las leyes en nuestras venas, ¿lo sabían? 

 

Decidí enviarle un mensaje lo más breve y conciso posible. Vaya, estaba tan nerviosa que las manos me temblaban y solo pude escribir un insípido “ Estoy en la ciudad, ¿nos podemos ver en el café de siempre?

 

Todo el eterno trayecto me la pasé analizando posibles problemas y resultados… Todo acababa en desgracia, un apartamento incendiado y una viejita perdiendo su peluca. Iba a ser terrible, desastroso. Eso pensaba, pero una parte de mi me consolaba diciéndome que tal vez esta era una oportunidad para arreglar todo lo que dejé sin cuidado en la ciudad. 

 

Todavía estaba a tiempo de retractarme. Lo consideré seriamente por unos segundos y luego lo descarté. Era algo necesario, y si no lo iba a hacer por mi o por mi familia, lo haría por Sebastian. Él me había ayudado y apoyado tanto que retirarme era casi como echar todo eso al caño. No lo podía permitir.

 

Además, hacerlo se sentía casi como admitir la derrota. 

 

Y yo detesto perder.

 

Así que por el bien de la relación con mi familia y mi orgullo, dejé que el cinturón de seguridad actuara como camisa de fuerza hasta que llegué a mi destino y no hubo marcha atrás.

 

Mi papá había respondido con un “ Estoy en camino .”



Mi cuerpo estaba tenso como una roca de pies a cabeza, y estaba segura de que el menor de los estímulos me haría reaccionar de inmediato. Era una bomba de tiempo. Estaba en una mesa para dos mirando en dirección a la entrada que en cuestión de minutos atravesaría mi padre. Tenía miles de sentimientos encontrados y aún así tuve que obligarme a tomar el expreso que ordené.

 

Siempre fui muy unida a mi padre porque él era el divertido, el cariñoso, el paciente… Cosas que a mi mamá se le dificultan, pero nunca le reproché eso. Él me inculcó el gusto por la música y lectura, me enseñó a perderme en mi imaginación. También era un poco indulgente conmigo, mucho más de lo que a mi madre le hubiese gustado. ¿La historia del perro que le conté a Sebastian? Era totalmente cierta. Una tarde en fin de semana mi papá y yo caminábamos directo a la librería más cercana (que, lamentablemente, años más tarde cerró). Hacía frío y él me sostenía firmemente la mano para que mi yo de once no se perdiera entre el caudal de gente que iba y venía. Y entonces lo vi, fue amor a primera vista: un cachorro con patas demasiado grandes para su escuálido cuerpo rebuscando en la basura. Ese pequeño estrujó mi débil corazón y, por más que supliqué, no obtuve el resultado que deseaba.

 

Las únicas dos cosas que se interponían eran la negativa de mi mamá y el hecho de que en el edificio que vivimos no admiten mascotas.

 

Un lado de mi gritaba de emoción por finalmente volverlo a ver después de tantos meses lejos, y el otro me recordaba las condiciones en las que salí de casa. Fue muy turbulento y estoy segura de que casi le rompí el corazón a mi papá cuando decidí irme. 

 

Él siempre me daba lo que necesitaba y de todas formas yo fui egoísta.

 

Sentí que el pecho se me hundía con el recuerdo. Cuando renuncié a mi trabajo y les expuse mis locos planes a mis padres  mi mamá perdió la compostura. Jamás la había visto tan… inflexible. Indispuesta. Jamás le había expresado explícitamente mis deseos, y mucho menos se los había impuesto. Mi papá funcionó como mediador e intentó tranquilizarnos a ambas, pero estaba más que claro que él también se oponía a la idea de que me mudara a más de cinco horas en viaje por carretera.

 

La noche antes de que tomara el autobús a Pueblo Pelícano, él entró a mi habitación y dialogó conmigo con más calma. Me preguntó si esto realmente era lo que quería, si no había otra alternativa.

 

Sí que las había: Podía estudiar la carrera que siempre soñé, podía conseguir un trabajo provisional mientras ordenaba mi vida, podía mudarme a un apartamento si lo que quería era estar sola… Había toda una infinidad de posibilidades pero la idea de vivir en paz en medio del campo ya se había colado en mi, y además, después de que mi madre me dijera de la manera menos suave que, si me atrevía a irme, ya no me consideraría su hija, no me quedaron muchas ganas de permanecer en Zuzu. Necesitaba algo nuevo en donde pudiera empezar desde cero y descubrir por mi misma lo que quería para mi vida.

 

Me destrozó decirle a mi papá que definitivamente me iba a ir, y él solamente asintió en silencio para luego hacerme prometer que lo llamaría cada que pudiera. De verdad lo amo y me duele saber que posiblemente lo lastimé con mis decisiones que eran casi caprichos sin remedio.

 

Pero ya estaba todo hecho, y ahora estaba en nuestro café favorito esperando su llegada.

 

Y posteriormente me enfrentaré a mi madre.

 

Se me revolvieron las entrañas.

 

Todavía no sabía de cómo me las arreglaría para verla a los ojos…

 

Mi cabeza no dejaba de dar vueltas a las consecuencias que tuvo mi innovadora idea de convertirme en granjera, en las cuestiones que surgirían (mi pobre situación económica) y que tendría que evadir de alguna forma, y además, la enfermedad de mi mamá… Eso último todavía era un tema delicado para mí en diversos aspectos.

 

Le estaba dando otro sorbo a mi bebida humeante sin muchas ganas cuando escuché la campana de la entrada anunciar a un nuevo comensal. Y mi universo se redujo a una sola persona. Era él. Era exactamente él. Llevaba la misma camisa azúl de los domingos que había perdido casi todo su color por el uso y traía el mismo reloj que le obsequió su madre, mi abuela. Tenía la misma postura de siempre con su misma barriga de siempre. Sin embargo, lucía un poco más cansado a diferencia de la última que lo vi: su cabello azabache tenía más canas de las que recordaba y sus ojos oliva se notaban exhaustos.

 

Embotellé todas las fuertes emociones hasta el punto de que no fui capaz de seguir el impulso de saltar de la silla para abrazarlo como nunca antes. La única forma en la que la emoción pudo salir de mi cuerpo fue mediante unas lágrimas cargadas, de las cuales no me percaté hasta que mi vista se nubló por completo.

 

—Mi niña… Vamos, no llores.

 

Era la misma voz cálida de siempre.

 

Juro que no quería hacer una escena, aunque pensándolo bien, fue mi culpa por haber elegido un lugar público para nuestro encuentro. Traté de poner las cosas en orden dentro de mí, pero entonces vi cómo unas lágrimas parecidas a las mías trazaban los surcos de las mejillas de mi papá. Entonces me quebré sin más remedio sintiéndome condenadamente ridícula por estar llorando por tales cosas… Pero luego él cubrió mi mano temblorosa con la suya y un enorme alivio me recorrió.

 

Lo había extrañado tanto…



Limpié mi cara e hice sonar mi nariz mientras trataba de regularizar mi respiración. Mi papá me contemplaba con una sonrisa llena de amor y dulzura que apenas podía imitar. 

 

—¿Cómo estás? —inició él. Su voz calma y con el tono cálido que siempre maneja me hizo poder enfocarme una vez más.

 

—Yo… Bien, estoy bien —tartamudeé todavía con un enorme nudo en la garganta—. ¿Y ustedes? ¿Estabas con mi tío en la oficina, no es así?

 

Sus espesas cejas negras se juntaron, remarcando sus ya formadas arrugas.

 

—Ya sabes cómo es él, un adicto al trabajo sin remedio. —Mi tío, el hermano mayor de mi padre, se niega a aceptar que ya está en edad de dejar su labor. Cada que le preguntan cuándo se retirará él responde con un “hasta que me muera”. Y así como ama el trabajo, ama su dinero—. Hoy nos íbamos a retirar hasta tarde, pero cuando vi tu mensaje vine corriendo… Tranquila, no le dije que viniste de visita, pero me hubiera gustado que me lo dijeras con antelación…

 

—Sí, lo siento. Fue algo espontáneo… —Toqueteé la idea de revelarle que estuve aquí con unos amigos desde ayer, pero lo más posible es que eso le hiciera pensar que yo desde un inicio no consideré verlos, aunque pensándolo bien, así era. Sin embargo tampoco quería ocultarle un detalle tan fundamental—. Estuve con unos amigos. Acaban de tomar el autobús de vuelta al pueblo, pero yo quise quedarme…

 

—¿Amigos, eh? Te estás adaptando rápido —comentó con media sonrisa. Agradecí que no hiciera más preguntas sobre el tema.

 

—Sí, todos en Pueblo Pelícano son buenas personas en general. Algunos recuerdan al abuelo con cariño incluso…

 

—¿Sabes? Yo siempre pensé que la vida en el campo sería algo bueno para ti. —Reacomodó su cuerpo en la silla, inquieto—. Desde niña siempre estabas tan… pendiente de tu entorno. Tal vez incluso hubieras sido más feliz de lo que fuiste aquí.

 

—Hey… —Alcancé su mano encogida y la cubrí con la mía—. Tú y mamá siempre me dieron lo mejor para ser feliz. Fui muy feliz con ustedes. Pero este es el camino que elegí por mi cuenta.

 

—Lo sé —dijo en un hilo de voz—. Yoba… Me alegra tanto verte otra vez.

 

—A mi también —sonreí con ternura, pero luego un pensamiento descompuso mi estado de ánimo—. ¿Cómo está mamá?

 

Por el largo suspiro que expulsó, supe que algo no andaba tan bien como me quería hacer creer en sus llamadas o contadas cartas.

 

—Cansada. El tratamiento está avanzando sin problemas y los médicos pintan un buen panorama, pero ella está consumida. —Lo escuché con mucha atención. Yo no sabía nada de eso—. Puede levantarse y hacer algunas actividades, pero la he notado frustrada por la reducción de su jornada laboral… Ya sabes lo cabezota que es tu madre a veces.

 

Claro que lo sé.

 

—¿Entonces está decaída? ¿Qué hay de sus pulmones? ¿Respira con dificultad? —Hice una pausa y me atraganté con las palabras—. Papá, ella ya no fuma, ¿verdad? Ella no debería…

 

Mi papá me interrumpió con un largo suspiro y supe que lo estaba abrumando, así que me detuve.

 

—Ya sabes cómo son estas enfermedades, te dejan sin ánimos y sin energías, pero ella es fuerte… —Hubo un leve brillo en sus ojos oliva que eran idénticos a los míos. Él verdaderamente creía en ella—. ¡Y por supuesto que dejó esas cosas! Me pasé todo un día vaciando todos sus escondites del apartamento y la hice jurar por tu nombre que jamás volvería a tocar una de esas cosas… — Está bien, o le seguía importando a mi madre, o simplemente le importaba tan poco que hacía juramentos con mi nombre —. Cielos, me dio un susto de muerte cuando la tuve que llevar a urgencias la primera vez… Pero ya todo está bien, cariño.

 

Él inhaló y exhaló. No podía ni imaginar el profundo miedo que sintió y que probablemente seguía sintiendo. Eso tampoco me lo había dicho.

 

—Bien —contesté más tranquila mientras hacía bolita en mi mano la servilleta que contenía mis lágrimas y mocos—. ¿Cómo crees que reaccione cuando me vea? ¿Crees que me echará de la casa? —me atreví a decir con una risa entre dientes, aunque muy muy en el fondo seguía prediciendo una catástrofe. 

 

Él negó con la cabeza.

 

—Ella te ama y eso no ha cambiado. No lo dice, pero te extraña… Más de lo que crees.

 

Tragué con fuerza. A pesar de nuestras contadas y breves charlas, una parte de mi que seguía herida continuaba poniendo en duda si las dos podríamos hacer las pases.

 

Como siempre, me aferraba a la mejor de mis esperanzas.



Caminamos hasta el edificio en donde vivía antes. Era de un tamaño considerable pero con apenas cinco pisos; nuestro apartamento se ubicaba en el tercero. Ese fue mi hogar gran parte de mi vida, y a pesar de que no era una lujosa residencia de la ciudad, tenía muy gratos recuerdos ahí.

 

Tardamos alrededor de una hora yendo a pie ya que nos detuvimos un momento para comprar un pudin de ciruela para mi mamá; a ella le gustan los postres como a mi. En el camino discutí de todos los temas que se me venían a la mente y que tuve atascados por varios meses. Él me respondió con el mismo entusiasmo de siempre y se maravilló al descubrir que mis amigos tenían una banda por lo que le prometí mostrarle algunos ensayos que grabé… Y le tiré a la suerte e hice una breve mención de Sebastian.

 

—¿Todos los libros? ¿Incluso las ediciones especiales? —Se le caía la mandíbula de lo asombrado que estaba.

 

—Sí… Cuando a él le gusta una saga, vive y respira por ella —reí recordando una de nuestras tantas conversaciones en las que me contaba totalmente orgulloso acerca de su increíble colección literaria. 

 

Y puede que a ojos de cualquiera que pasara era una chica cualquiera caminando junto a su padre, y puede que lo fuera puesto que hace milenios  no me sentía tan segura y cómoda y familiar. Todo junto. 

 

Pero la realidad era que en un rincón muy oscuro de mi ser me estaba derrumbando de los nervios. 

 

Comencé a sudar frío cuando pasé por la reja de entrada y subí los escalones. Me desconcertó no encontrarme a ni un solo vecino por el pasillo. Y por supuesto que me sabía el camino de memoria, y es por eso que faltando seis peldaños para llegar a mi piso mi corazón se determinó a matarnos de un paro cardíaco. 

 

Al otro lado de esa puerta estaba mi madre.

 

Mi papá tomó sus llaves; él me dijo que ella estaba esperándonos. Entonces la cerradura se abrió y mis latidos me martillaban hasta el alma.

 

Y creo que vi la luz. 

 

Y creo que iba a morir.

 

Pero no me morí porque el universo quería que viera una vez más mi apartamento. Ese lugar que en mi cabeza seguía vivo.

 

Me quedé muy quieta antes de dar un paso al frente. Todo estaba exactamente igual. Me obligué a recordar limpiar mis zapatos en el tapete y dejar la bolsa con el pudin en el comedor de mi derecha. 

 

—Voy a buscar a tu mamá —dijo el hombre antes de adentrarse al único pasillo de la derecha.

 

Como dije, no es un apartamento lujoso: dos habitaciones, un baño, el área común y un reducido balcón. Caminé en línea recta atravesando la sala de estar y abrí la puerta corrediza de cristal. El aire del atardecer golpeó mi rostro; en el horizonte observaba algunos nuevos edificios en construcción. Pronto escuché unos pasos detrás de mí y volví a mi estado de alerta, pero solo era mi papá.

 

—Está muy agotada. Creo que dormirá hasta mañana. —Asentí a lo que él decía, debatiéndome si eso era un alivio o me decepcionaba. Podía pensar que ella no quería verme, pero era justo. Yo tampoco estaba lista todavía para enfrentarla. Él continuó diciendo—. Oye, tengo hambre. ¿Quieres cocinar algo juntos?

 

Sonreí de inmediato. Por supuesto que quería.

 

No solo me gusta cocinar porque amo comer, sino que lo disfruto porque ese solía ser mi medio para pasar tiempo con una de mis personas favoritas.

 

—Nada de grasas en exceso. Estoy consciente de tu dieta, papá —sentencié ya con él en la cocina.

 

—No puede ser… Primero Lillian y ahora tú. ¿Por qué no dejan a este pobre hombre disfrutar de una buena comida? —se lamentó. Mi madre de seguro lo tenía a raya.

 

Entonces de repente y sin motivo lo abracé. Rodeé su cuerpo como pude y me aferré, tratando de recordar la última vez que lo abracé de esa forma. Vaya, la vida tiene muchas últimas veces

 

Él me sostuvo tal y como hacía cuando era niña.



Mis padres son una pareja muy dispareja, que al final del día funciona ya que se complementan a la perfección. Mi papá, Robert Gray, y mi mamá, Lillian Johnson (que después de su boda adoptó de forma no legal el apellido de su esposo) se conocieron mientras estudiaban leyes. Ella era un cerebrito luchando por pagar sus estudios y él un holgazán que sólo asistía para complacer a sus padres. Dos polos muy opuestos que de alguna manera totalmente inimaginable congeniaron. Mi familia paterna adora a mi mamá por su naturaleza trabajadora y decidida. Además, por lo que yo he llegado a comprender ahora que crecí y sé lo que es estar sola, ella se ha apegado tanto a esa familia por el simple hecho de que la suya murió junto a mi abuela y mi abuelo. 

 

Creo que eso también lo heredé de ella: Odiamos estar solas.

 

Tampoco es como si yo fuera muy apegada a mi familia en general. Los aprecio, pero después de una o dos horas, sus charlas sobre negocios me aburren. Mi papá por lo usual está tratando de no caer dormido. Él es la oveja negra de su familia por el simple hecho de vivir en su burbuja imaginativa. 

 

Traté de recordar las contadas reuniones familiares en las que me divertí mientras paseaba por mi antigua habitación. Todo estaba en orden tal y como lo dejé. Sentí una enorme satisfacción al acostarme en la cama y me dejé absorber por ella. Había sido un día largo; mucho más que cualquier otro en la granja. Esa misma mañana en la que estaba con todos se sentía como hace una eternidad…

 

Abrí los ojos como platos y busqué mi teléfono. Estuve tan emocionada y tan preocupada al mismo tiempo que jamás se cruzó la idea de preguntar cómo había llegado el resto. Vi la hora: Ya deben estar en sus casas

 

Les envié un mensaje a cada uno disculpándome por la hora y preguntando cómo les fue en el viaje. También le avisé el cambio de planes a Marnie para suplicarle que pudiera cuidar a Cody unos días más. Al final me detuve unos momentos en la conversación con Sebastian, esperando que respondiera mis mensajes antes de que yo cayera dormida.

 

Estar dentro de las cuatro paredes teñidas de amarillo pálido de mi pequeña habitación me suscitaba infinidad de recuerdos. Como la gran cantidad de horas que pasaba estudiando para un exámen en mi diminuto escritorio junto a la puerta, o el tiempo que pasé leyendo los libros de mi estantería (que ahora estaba casi vacía). Gran parte de mis artículos especiales como decoraciones que le daban identidad propia a la habitación ya no se encontraban dentro… Eso era una prueba más de en dónde se encontraba mi vida ahora.

 

En sí, ese día había sido como un álbum de fotos explotando con nostalgia en mi cara. Eran más emociones de las que mi cabeza era capaz de sostener y necesitaba desahogar todo con alguien que sabía que me escucharía.

 

Tomé una almohada de la cama y la abracé, quedando casi hecha ovillo. Ni siquiera me tomé la molestia de cambiarme; mi energía apenas y era suficiente para continuar despierta.

 

Y entonces ya no pude esperar más por una respuesta y me dormí.



Me desperté desorientada y con el cabello en la boca. Tardé un poco en procesar por completo dónde estaba.

 

El frío matinal en la habitación, un ajetreo que se escuchaba desde la ventana, el vago aroma de comida en el pasillo… Esas vagas sensaciones que me transmitía la ciudad me recordaban en qué lugar me encontraba

 

Mi estómago gruñó y le hice caso. Seguía medio dormida cuando abrí la puerta y caminé a la cercana cocina. Entonces me detuve en seco.

 

Las actividades se detuvieron un segundo y unos ojos avellana me observaron muy abiertos… Luego giró su cuerpo de vuelta a la estufa y continuó con lo suyo.

 

Me obligué a caminar despacio. Mi ritmo cardíaco estaba por los cielos y no precisamente por los motivos correctos. 

 

No estaba preparada para encontrarme con mi mamá.

 

—Buenos días —saludé primero.

 

—Buenos días —replicó, de una manera casi seca. Tragué saliva.

 

—¿Te sientes mejor? —Quise intentar hacer un avance siendo amable—. Papá dijo que ayer estabas un tanto…

 

—Estoy bien —se apresuró. Ella suele tener una forma tosca e inflexible de hablar—. Sólo era una migraña. Nada serio.

 

Lo último lo dijo por sobre su hombro, y pude apreciar sus exhaustos ojeras. También noté que su cabello, castaño y rizado como el mío, poseía más mechones blancos, era más corto… Y más escaso.

 

Se me formó un nudo en el estómago.

 

Guardé silencio tomando asiento en un taburete de la cocina, a la espera de que aquella innegable tensión se dispersarse un poco. Yo estaba ahí por una razón y esa era volver a estar en buenos términos con mi madre, y si ella era tan terca y orgullosa como para no aceptar mis disculpas entonces no podía obligarla.

 

Pero iba a ser ella la que mandara todo esto a la basura. Yo no.

 

—¿Papá fue al trabajo? —volví a hablar.

 

—Sí. Volverá a su hora usual… Yo entro a la oficina a las 9, así que te quedarás sola.

 

Ella revolvió algo en la sartén que olía bien. Mi estómago estaba impaciente y lanzó un quejido.

 

—Sí tienes hambre ya puedes servirte —ofreció. Había cierta incomodidad en su voz que me hizo replantearme si era una buena idea comer. Eché un vistazo y la porción que cocinó resultó ser para dos personas… Así que me sentí menos culpable.

 

Eran simples huevos revueltos, pero incluso eso me supo a gloria. Comida caliente para el desayuno, no había nada mejor que eso.

 

—Estás muy delgada. —Mi mamá me observaba sosteniendo una de sus tantas tazas de café—. ¿Estás segura de que comes bien?

 

No esperaba que notara aquello con facilidad. Yo apenas me había percatado de mi pérdida de peso hasta mi último incidente en la cueva.

 

—Trato de comer bien —mentí de la mejor manera que pude. Tomé mi teléfono y revisé mis mensajes. Nada de Sebastian todavía. A juzgar por la hora todavía debía estar dormido.

 

Respondió con un especie de gruñido y yo me enfoqué en mi comida. Me resultaba tan anormal conversar con mi mamá que no se me ocurría nada en común de lo que pudiéramos hablar. Era una desconexión de la una a la otra que no podía superar. Es decir, solo había transcurrido poco más de medio año, pero parecía que fue suficiente para sentirme como una desconocida para ella, y si bien logré hacer un primer contacto mediante unas llamadas, hablamos de cosas tan irrelevantes que sólo sirvieron para postergar el verdadero problema.

 

Así que, aparte de que nuestras rutinas ya no se mezclaban y el tiempo transcurrido, también estaba la cuestión de nuestra última conversación cara a cara.

 

Si te vas de esta casa, ya no te consideraré mi hija .” Eso dijo ella.

 

—¿No vas a tomar una taza de café?

 

Levanté la vista y me encontré con mi madre levantando la cafetera. Si había algo que podía reconocer como algo positivo era su peculiar disponibilidad. Esa que aparecía de repente cuando se sentía culpable y me hacía un regalo. Tomé esa señal y la abracé cerca de mi pecho. Porque por más problemática que haya sido últimamente mi relación con mi madre, yo la seguía queriendo. Y quería que todo volviera a una relativa normalidad entre las dos; enterarme de la enfermedad de mi mamá había reforzado mi convicción. 

 

Me tocó conocer las consecuencias de la muerte desde que era una niña.

 

Y sabía que, si no arreglaba ese asunto antes de que algo malo sucediera, lo lamentaría el resto de mi vida.

 

Caminé hasta el armario en donde se guardan las tazas y tomé una de las que mi mamá tiene reservadas para las visitas porque sus tazas especiales solo podía tocarlas ella y exclusivamente ella. El café que me serví era negro como la muerte. Ese sabor amargo me hizo sentir por completo en casa.

 

Acepté que el tema de la salud de mi mamá no era una opción viable, y elegí ir por algo que me hacía feliz y de lo que me resultaba fácil hablar.

 

—Adopté un perro —dije.

 

—¿En verdad? —Ella no sonaba muy sorprendida, tal vez porque me conocía lo suficiente como para saber que esa sería una de las primeras cosas que haría una vez me fuera—. ¿Cómo se llama?

 

—Cody. No estoy segura de su raza, pero es grande. —Me acerqué poco a poco a los gabinetes en los que su cuerpo se apoyaba y saqué mi teléfono para mostrarle una fotografía.

 

Mi mamá tiene mi misma complexión y esa mañana estaba vestida con meticulosa formalidad: tacones altos, camisa blanca, labial impecable… Estaba como siempre, en resumen.

 

—Es él. —Señalé la pantalla—. Me han dicho que parece un labrador retriver, pero no creo que lo sea.

 

—¿Y quién es él? —Tomó un trago de su café.

 

Volví a ver la fotografía un poco confundida. Los cabellos rubios desordenados y la radiante sonrisa me advirtieron quién era. La vez que tomé esa foto, Sam vino a ayudarme en la granja y, después de mucho esfuerzo, consiguió que Cody lo aceptara. Ese perro es muy quisquilloso.

 

—Un amigo. Se llama Sam y vive cerca del río. Es muy agradable, aunque en general todos lo son. —Por alguna razón me entusiasmó hablar de ellos y busqué más fotos del grupo. Sonreí al ver la foto que le tomé dormido a Sebastian en el autobús. Lo iba a extorsionar con eso sin duda. O podía dársela a Sam a cambio de la foto del primer baile de las flores de Sebastian. Ese del que tanta vergüenza sentía. 

 

—Parece que te has adaptado…

 

Por fin su expresión de piedra se rompió cuando arrugó el espacio entre sus cejas. Ligeramente. Pero lo vi. 

 

—S-sí —tartamudeé, parpadeando un par de veces hasta que desvié la vista al piso—. Lo mismo me dijo papá.

 

Reí lentamente hasta caer en el silencio.

Hice una pequeña pausa mental y le di vueltas a la posibilidad de poder hablar, de una vez por todas, de lo que sucedió. Ir directo al grano sin titubear. Porque soy alguien directa, o eso me gusta pensar.

 

—Hannah. —Me enderecé al escucharle decir mi nombre. Ella contenía todas sus emociones en una diminuta mueca—. Dime la verdad, ¿eres feliz?

 

¿Qué?

 

No esperaba esa pregunta de ella.

 

Pero tomé aquello como lo que era e hice una breve introspección de los últimos meses de mi vida. No tener mis tres comidas al día era una basura, eso era indiscutible. Y además, las crisis de dinero tampoco son agradables. Pero si recordaba los últimos meses que pasé en Pueblo Pelícano, la mayoría de las memorias eran positivas. Alegres. Gente maravillosa que no creo merecer ahora eran mis amigos, me encontré a una increíble persona que me ha apoyado sin vacilar y a la cual quiero bastante, estaba satisfecha de formar parte de una comunidad y serle útil… Y había algo especial en el trabajo agrícola. Algo de lo que me sentía profundamente orgullosa y que nadie me podía robar.

 

La respuesta era más fácil de lo que creí.

 

—Sí. Soy feliz, mamá.

 

Y por alguna razón que no comprendía, sonreí. De forma sincera e inigualablemente convencida. Nunca había estado tan segura de algo; ni siquiera cuando me aprendí de memoria los diversos artículos de la ley para la universidad y tampoco de las respuestas mecánicas que debía de dar en mis entrevistas de trabajo. 

 

Ella me miró a los ojos y escudriñó en ellos. Luego exhaló lentamente porque no encontró ni un engaño. Observó el suelo por unos largos segundos con una aceptación que lucía casi dolorosa.

 

Entonces supe que era mi oportunidad, por lo que respiré hondo.

 

—Mamá… —Ella me vio por el rabillo de los ojos—. Sobre lo que pasó antes de que yo me fuera…

 

Pero su cuerpo se enderezó de repente y caminó hasta el fregadero de la cocina.

 

—No hay por qué hablar de eso —espetó, dejándome casi sin aire.

 

—¿Qué? ¿Y por qué no? —No obtuve respuesta, por lo que insistí, suplicante—. Mamá, es lo mejor. Ya no quiero seguir así, entiéndeme por favor. ¿En serio estás bien con esto?

 

La voz se me quebró y pareció ser suficiente para atravesar esas capas de acero que tiene como piel. Dejó su taza vacía a un lado provocando que la cerámica chasqueara contra la superficie. Yo permanecía inmóvil en mi sitio mientras ella ponía una mano a cada lado del fregadero y se inclinaba; se trataba de una señal de rendición, o eso quise asumir. 

 

Por supuesto que ella no estaba bien con la situación de nuestra relación. 

 

Sus párpados ocultaban a la realidad de sus ojos con empeño, así que seguí adelante. Mis manos se aferraban con fuerza a la taza. 

 

—Perdón por no ser la hija que debí ser. Y perdón por hacernos creer que podía serlo. 

 

Por primera vez en mi vida le estaba dando pase libre a mi madre a las cosas que resguardaba en mí misma. Abrirse con alguien nunca es fácil, no solo porque quedas en una posición vulnerable, sino que el miedo de decepcionar a alguien a quien quieres te corroe por dentro. 

 

Creo que en el fondo estaba aterrada

 

—Mamá, por favor perdóname... Por todo. —Mis mejillas se comenzaban a llenar de una cálida humedad—. Por haberme ido sin dar casi explicaciones, por tirar mi educación a la basura, por no ponerme en contacto contigo justo después de enterarme de… —“ De tu enfermedad .” No pude pronunciarlo—. Yo lo siento.

 

Tenía una masa agria formada en mi garganta que no desapareció incluso cuando tragué y finalicé todo eso.

 

Listo.

 

Lo hice.

 

Y el silencio me ahogó.

 

Permanecí a la expectativa mirando su quieta figura.

 

Y entonces escuché un sollozo.

 

—¿Soy una terrible madre, no es así? —murmuró casi para sí misma y cayó en una agria mueca—. Nunca quise… Yo… —Se separó del fregadero y pasó sus dedos por su escasa melena. Había una tormenta tropical emocional en su interior—. Al día siguiente de que te fuiste, me arrepentí de todo lo que dije. Hannah, hija, me he equivocado tanto contigo de formas terribles que no acepté hasta que ya no estabas… 

 

Aquí sucedió algo que estoy segura de que nunca olvidaré: Mi mamá estaba llorando. Frente a mi. Igual de arrepentida que yo. Ningún hijo espera eso.

 

Algo me empujó hasta abrazarla y ella me correspondió con la misma fuerza. No había pasado algo así desde la mañana en la que ella me dio la fatídica noticia de la muerte de mi abuelo.

 

—¿Puedo volver a ser tu hija? —musité.

 

—Oh, Yoba, lo siento. Yo… Eso fue horrible. Nunca debí decirte algo tan cruel —dijo con una voz rota y creí en su sinceridad—. Te amo, hija —sollozó—. Y lo lamento tanto.

 

Sorbí por la nariz y mi mamá peinaba mis rizos con sus dedos. Y entonces me permití cerrar los ojos y dejar que el resto de sensaciones que arroparan: el olor suave de su ropa, la calidez maternal de su abrazo, la ternura de sus manos. Y volví a respirar con tranquilidad, como si ahora tuviéramos todo el tiempo del mundo para arreglar lo que ambas rompimos y llenar los agujeros que nunca rellenamos.

 

Y me inundó una paz que hace años no experimentaba. La sensación de ser una niña cuya fortaleza era el amor de su familia.

 

Pero ya nada era igual. Yo ya no era igual. 

 

Pero eso está bien.

 

—Yo también te amo, mamá.

 

Porque ahora todo estaba bien.



Notes:

Se suponía que iba a publicar esto hace como 2 semanas pero lo olvidé por completo. Mis más sinceras disculpas.
Este episodio lo escribí con ganas de una reconciliación. Estaba leyendo "La novia salvaje" de Putney Maty Jo, y bueno, hay un conflicto entre hermanos que me caló hondo. Literal, hubo lágrimas, mocos y todo. Yo siempre he tenido ese miedo de estar en malos términos con alguien que quiero y que un día era persona desaparezca. Ya tenía planeado un encuentro entre Hannah y su madre para por fin cerrar ese arco. También quería mostrarles un poco más de su familia en general c: En fin, honestamente este no es mi capítulo favorito, pero supongo que sucederá lo mismo con el capítulo 12 y tardé o temprano le tomaré cariño.

Gracias por seguir leyendo y por su apoyo ;)

Atte- June❤️

Chapter 33: Media hermana

Notes:

Volví.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Lo curioso de trabajar tantas horas seguidas delante de un monitor, es que el tiempo pasa de una forma silenciosa. Imperceptible. Mi reloj de sueño está volteado a causa de esto, por lo que suelo desayunar tarde y vivir de noche. No soy muy distinto a un vampiro, que es como me dice Abigail. 

 

Mis espalda dolía y casi podía escuchar un crujido cada que pestañeaba. No sabía qué hora era pero asumí que era tarde por el familiar vacío en el estómago. Ya llevaba un buen rato actualizando el sitio web de mi cliente de turno, y aunque un breve descanso era tentador, me resistí a la idea de salir a la superficie.

 

Tengo una lista extensa de cosas que me disgusta, y en ese momento, Demetrius ocupaba el codiciado número uno. Incluso por encima del sabor del estofado de setas (me desagrada desde la primera vez que lo probé hasta el día de hoy; su olor fétido y su sabor que pareciera estar podrido hasta la médula es algo que noté al instante, y que para mi desgracia, nadie más comprende). Creo que simplemente hay cosas que siempre nos van a disgustar sin razón alguna y que nunca cambiarán. A esta lista le sigue madrugar, los encurtidos, mis pecas, el calor, las multitudes, y por supuesto, mi padrastro.

 

Recuerdo vagamente cuando me lo presentaron; yo era tan pequeño que tenía que echar para atrás la cabeza para verle la cara. Él se presentó como Demetrius, me estrechó la mano y me dio una larga explicación sobre la formación de las rocas ya que llevaba algunas conmigo (venía de jugar del lago; estaba lleno de lodo). Y me pareció genial saber que él era de la ciudad, científico y que se había mudado de la ciudad al campo para empezar una investigación más a fondo del ecosistema del bosque. Quería aprender. Quería que me explicara. Creo que hasta quería ser igual que él.

 

Él y mi madre no tardaron mucho para casarse. Yo aparezco en la foto de la boda parado al lado de mi mamá con la espalda muy erguida y un pequeño corbatín. Mis abuelos aparecen en otras cuántas más por mera obligación, pero supongo que estaban finalmente satisfechos con una decisión que tomó su hija. 

 

Tuve la sensación de que a partir de ese momento todo sería diferente y que ya no estaríamos solos. Crecer sin un padre te hace notar más ese tipo de sentimientos: vez a tu alrededor, a los niños saltando a los brazos de sus padres o haciendo dibujos de sus familias y sabes que la tuya está un poco vacía. No puedes extrañar lo que nunca has tenido, pero siempre está ese pensamiento de “desearía que las cosas fueran diferentes”. Sé que todos tienen ese sentimiento en algún punto de su vida: Sé que Sam daría lo que fuera para que su padre nunca hubiera tenido que ir a la guerra, que Abigail quiere que acepten sus gustos y la dirección que quiere dar a su vida, que Hannah reviviría a su abuelo y curaría a su madre si pudiera, y también sé que mi mamá probablemente desearía nunca haber conocido a mi padre.

 

Las cosas que más nos afectan son las que suelen ser permanentes.

 

Desde la boda no estoy seguro de que las cosas hayan cambiado mucho. Mis pecas siguen aquí, sigo siendo pelirrojo aunque no me guste (y lo oculte bajo capas de tintes), el calor me atormenta cada año, y sigo sin tener un padre.

 

Solo un padrastro.

 

Y es molesto que sin importar qué tantos años pasen, mi relación con él me seguirá afectando más de lo que desearía.

 

Me froté los ojos. Regresamos a casa de Zuzu hace cuatro días y todo en el pueblo continuaba igual a como lo habíamos dejado, y como siempre, mi trabajo me esperaba. Todavía me resultaba difícil desconectarme del fin de semana y centrarme en lo que estaba haciendo.

 

Tenía mucho en la cabeza, y el cansancio junto a la falta de comida afectaba mi concentración.

 

Tampoco podía dejar de pensar en el correo del señor Young.

 

No era nada del otro mundo: él me ofrecía un puesto de trabajo como programador en una empresa emergente. Lo acababan de contratar y al parecer, como mi trabajo lo tenía satisfecho, consideró incluirme en su equipo.

 

Leí una vez el texto. Lo leí una segunda y lo repasé incluso una octava vez. Y seguía sin creerlo del todo.

 

Hace dos o tres años no lo habría pensado y me hubiera mudado de inmediato, faltándole el respeto a mi ideal de nunca convertirme en parte de esas empresas a las cuales no les importas. En ese entonces solo podía fantasear con mudarme lejos de este pueblo y huir de mis problemas. Pero ahora las cosas eran distintas. Algo simplemente cambió en mí la última vez que visité Zuzu y no podía fingir que no había sucedido, ni siquiera por orgullo.

 

Ahora podía ver con claridad las cosas que me retenían a este pueblo. No era la cantidad lo que importaba, sino que la fuerza que me unía a ellas. 

 

Oprimí la última tecla para guardar el trabajo y estiré los brazos por sobre la cabeza con un profundo suspiro. A pesar de todo lo anterior, una parte de mí todavía no quería rechazar la oferta; tal vez se trataba de mero orgullo, pero también estaba convencido de que una vez le hiciera saber mi negativa al señor Young, dejaría de ser mi cliente. Y así, le diría adiós a esa fuente tan confiable de dinero, lo cual era un enorme contratiempo considerando mi proyecto de crear un videojuego.

 

Volver a pensar los posibles efectos de mis acciones hacía que me doliera la cabeza. Me froté las sienes con el ceño arrugado, deseando que la incomodidad se esfumara.

 

Me la pasé vagando un poco en los precios de refacciones para mi motocicleta y dejé pasar una notificación de Sam preguntando cuándo nos reuniríamos para ir al cine cercano a Joja Mart. Lo consideré un momento. Luego me di cuenta de que mi batería social todavía estaba baja; sería otro día.

 

Seguía en mi momento recreativo cuando mi puerta se abrió de repente. Casi se me sale el corazón por la garganta; no había escuchado pasos.

 

Maru se quedó mirándome con la mano aferrada al pomo de la puerta.

 

—¿No sabes tocar? —le pregunté, más sorprendido que enfadado.

 

—Ah… Lo siento —dijo, como si apenas se hubiera detenido a pensar en lo que hacía. Eso es raro en Maru.

 

Vaciló antes de entrar por completo a mi oscuridad y cerrar la puerta. Ella rara vez visitaba mi habitación y eso se hizo más evidente por la forma en la que veía todo a su alrededor con incredulidad. 

 

—¿Necesitas algo? —No encontraba otra explicación para que ella bajara a verme. 

 

—En realidad, no. —Se encogió de hombros y caminó hasta mi área de trabajo con recelo—. ¿Qué haces?

 

—Acabo de terminar un trabajo… ¿Tú no deberías estar arriba haciendo cosas de científicos o lo que sea?

 

—No me hables del laboratorio. Estoy segura de que si permanezco un rato más ahí encerrada me volveré loca. —Negó con la cabeza con una leve sonrisa, como si tratara de bromear conmigo…

 

No era raro, pero sí lo era la ausencia del sarcasmo.

 

—¿Entonces preferiste venir a encerrarte aquí abajo? —señalé, cruzándome de brazos y reclinándome contra mi respaldo.

 

Admito que me estaba comportando un tanto hostil, pero es que realmente no entendía lo que ella quería. Me había estado evitando desde hace días y apenas habíamos cruzado palabra, y ahora su repentina visita me hacía levantar demasiadas dudas. ¿Venía a hablarme de su papá? Lo estaba evadiendo lo más que podía y sabía que el sentimiento era mutuo... En ese momento se me ocurrió que nunca antes me había preguntado cuál era la opinión de Maru respecto a que yo ingresara a la universidad.

 

Maru se detuvo y desvió la mirada a la superficie del escritorio. Se le veía ansiosa.

 

—Sí... —Entonces añadió con una sonrisa—: Cambiar de aires es útil no solo para aliviar el estrés, sino que también para mejorar el aprendizaje. ¿Sabes? Un estudio reveló que... —La vi con una mezcla de extrañeza que ella interpretó como rechazo y calló al instante—. Lo siento.

 

—No importa. —Volví la vista al teclado frente a mi, reconociendo una vez más el gran intelecto que tiene con un suspiro—. ¿Mamá ya hizo la cena?

 

Está bien. Si ella quiere charlar, vamos a charlar. No sabía si eso me agradaba, pero todo era tan inesperado que tampoco sabía si lo odiaba. (Adelanto: no lo odiaba).

 

De hecho, ni siquiera sabía qué puesto ocupaba Maru en mi lista de cosas que detesto.

 

—No, cuando la llamé todavía seguía discutiendo con el proveedor. Llegará tarde.

 

Asentí con un tarareo y el silencio cayó. Nos sumergió. Y me di cuenta de que no sé de qué hablar con mi media hermana. En realidad, no he sostenido una conversación real con ella desde hace años. Suena triste, ¿no? Posiblemente, pero no me gusta pensar mucho en eso. En general no pensaba mucho en nuestra relación hasta que surgió el tema junto a Hannah. Yo estaba conforme, tal vez incluso resignado, pero ella me hizo ver que era, por sobre todo, lamentable. Y fue entonces que se convirtió en una espina molesta en la piel.

 

Comencé a incomodarme. Maru continuaba a mi lado viendo las refacciones, de pie, sin decir palabra. Tenía algo en mente, lo veía en su cara. Tardó medio minuto entero hasta finalmente sacar el tema a flote:

 

—Sobre lo que viste en el luau… —habló con cautela. Abrí en señal de alarma—. No quiero que malinterpretes lo que viste. Él y yo solamente… —suspiró, con una expresión tan complicada como la explicación que trataba de darme.

 

Me planteé seriamente si en ese momento debía fingir demencia y decir que no recordaba nada o admitir lo que vi

 

—Oye —la interrumpí antes de que pudiera enfrascarnos en una conversación que ninguno de los dos quería—, mira, si lo que quieres es que no diga nada, está bien. Haré como si no hubiera visto nada. 

 

Parpadeó una vez. Luego otra, y me pregunté por qué mi respuesta la dejaba tan estupefacta.

 

—¿En serio…?

 

—S-sí. —Entonces sí era por eso que me estaba evitando. Tenía curiosidad, pero una parte de mí se negaba a conocer los detalles.

 

—Gracias —dijo en voz baja y los ojos llorosos—. Yo… yo no sabía que trabajar en la clínica terminaría en esto, yo…

 

—Dije que no diría nada, pero no quiero saber tu historia. —Me recliné hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas. Una sonrisa se asomó en la expresión de ella, e inesperadamente, se replicó en la mía.

 

Esto me confirmaba por completo mis sospechas: ellos dos estaban saliendo y no era solo una paranoia mía. Por un instante me pregunté el porqué de tanta discreción, pero fácilmente llegué a la respuesta: Demetrius. Él y Harvey se llevaban bien, pero creo que nadie asumiría que una amistosa relación doctor-paciente te permite salir con la hija del otro como si nada. Maru conoce a su papá y hacía bien en mantener las cosas silenciosas, en especial viviendo en un pueblo en donde los chismes se esparcen como pólvora. Pude comprenderla en parte.

 

—Bien —le rio al piso con los hombros más alivianados a comparación de como había llegado.

 

—¿Y sólo viniste a decirme eso? 

 

—Lo que decía sobre cambiar de aires también era verdad… —Balanceó su peso sobre sus pies hasta que se decidió por explorar mi estantería con la vista. Súbitamente acepté que muy posiblemente se quedaría un rato más.

 

—Bueno, como quieras, pero no sé si te has dado cuenta, pero aquí no circula muy bien el aire que digamos… —Mi dedo hizo un círculo señalando los alrededores: ni una sola ventana. Ella lo analizó sin darle mucha importancia.

 

—No recuerdo la última vez que estuve aquí —mencionó. Tenía algunas manchas de aceite en su overol y me pregunté qué había estado haciendo. No le pregunté—. ¿Cómo les fue en la presentación? 

 

—Estuvo bien. 

 

Sentí la necesidad de refugiarme en alguna actividad, de romper el contacto visual directo, por lo que me puse a indagar en algunos archivos de clientes en mi computador. No me di cuenta de que mi respuesta fue demasiado corta.

 

—Hannah me dijo que se quedaría unos días más con su familia —continuó ella, ignorando mi falta de talento en cuanto conversaciones. Sería absurdo que después de más de veinte años no fuera consciente de ello—. ¿Sabes cuándo regresará?

 

—Creo que planeaba regresar el sábado… 

 

Hice memoria. La tarde después de que le dejara más comida de perro a Marnie, apagara la luz del baño de la cabaña, etcétera, Hannah me hizo un extenso resumen de sus últimas veinticuatro horas. Nunca la había escuchado tan emocionada, alegre y aliviada al mismo tiempo. Ahora estaba en buenos términos con su madre y eso la había convertido en la persona más feliz del planeta.

 

Y no pude evitar sentirme contento… Pero a la vez, curiosamente celoso.

 

Aunque creo que toda mi vida se ha basado en sentir celos de otros: de los chicos de mi escuela, de las personas exitosas…

 

De mi propia hermana.

 

Maru siempre ha sido la perfecta, la prodigio y el orgullo de sus padres. Parecía que todo le resultaba fácil, como si los astros se alinearan para que las oportunidades le cayeran del cielo. Todos los que la han conocido han demostrado por lo menos una pizca de admiración y simpatía por ella, pero siendo justos, ¿cómo no admirarla? Ha construido robots, trabaja y estudia al mismo tiempo, es una especie de científica loca y tiene un destello de alegría que te contagia de inmediato. Ella tiene todas las habilidades de las yo carezco… Y la detesté por mucho tiempo debido a eso. Es terrible. Yo soy terrible, ¿no es así? No siempre fue así, incluso me atrevería a decir que me alegré al saber que tendría una hermana… El problema vino después, cuando eventualmente me di cuenta de que nunca podría ser un hermano mayor para ella, y además, también estaba la cosa de que Maru no solo es hija de mi madre.

 

También lo es de Demetrius.

 

Me pregunté realmente, por primera vez en mi vida, qué sentiría Maru al saber que odio a su padre y que él también me odia a mi. Aunque en realidad, odiar es una expresión demasiado simplista para describir lo que es en realidad. Hay cosas que no caen en la categoría de odio por sí solas. Por ejemplo, si tuviera que describir mis pensamientos respecto a mis abuelos maternos, resultaría un extraño y enredado discurso entre la decepción, el rencor y una absurda curiosidad y anhelo. Usualmente los vemos cada final de año y mi mamá siempre termina llorando en silencio o muy estresada. 

 

¿Pero cómo se habrá sentido Maru cuando todo explotó? ¿Se habrá sentido obligada a elegir alguna vez entre mí y su padre? Había tantas preguntas con años sin respuesta. Y creo que Maru era totalmente inconsciente de ello, ya que pasó el resto de esa tarde fisgoneando en mi estantería; inclusive me pidió permiso para tomar prestado uno de mis libros.

 

—¿Este no era de papá? —Alzó un libro con la cobertura desgastada por el tiempo.

 

“Guía de minerales para primerizos”.

 

—Sí. Se lo robé —dije sin ningún reparo. Él me había robado mi pieza de obsidiana (que en realidad era carbón).

 

—No sabía que desde niño te interesaba la ciencia…

 

—Lo hacía, pero pronto descubrí que prefiero la ciencia ficción.

 

Esbozó una leve sonrisa y se quedó mirando el libro un rato. Uno tan largo que me pareció medio milenio.

 

—Oye, sé que acabas de volver de un viaje y que es muy pronto, pero… —empezó a farfullar— ¿Te gustaría acompañarnos en mi próximo concurso? El que es dentro de dos meses… Aunque a decir verdad es más bien una demostración o lo que sea…

 

—¿...Para qué quieres que yo vaya? —Tardé en contestar más de lo que nos hubiera gustado y pronuncié una duda que no estoy seguro de que debiera hacer.

 

Hace años (cuando sucedió aquel pequeño “incidente”) que dejé de ir a las competencias de Maru. No me parecía incorrecto, además, nunca sentí que a ella llegara a importarle mi ausencia, porque en calidad de ausencia, yo fui un hermano muy ausente. Creo que eso de ser emocionalmente distante es algo de familia.

 

—¿Y por qué no? —preguntó, más confiada de lo que esperaba— ¿Tienes algo que hacer o estarás ocupado?

 

—No… Creo que no.

 

—Bien, entonces… si estás libre, tal vez podrías acompañarnos. 

 

Volvió a colocar el libro en la estantería, justo en el sitio del que lo tomó y lo estudió por un segundo para luego mirarme a mí, que todavía no le respondía.

 

—Está bien —terminé diciendo.

 

Y ella sonrió de una forma muy alejada de la apatía o el mero compromiso. Era un pequeño destello cálido, muy parecido al de mi madre.

 

Maru verdaderamente es hija de mi madre.

 

—Bien, entonces… creo que subiré a terminar unas cosas.

 

Y es mi hermana… O media hermana, como siempre hemos recalcado.

 

Y por primera vez en un tiempo, sentí lástima de que ella me tuvo como hermano mayor. No soy un ejemplo a seguir.

 

¿Cómo hubiera sido su vida si hubiera tenido un mejor modelo a seguir? Tal vez estaría ahora mismo en la luna, aunque tampoco quiero quitarle mérito: ha logrado demasiado por sí misma, y le podemos sumar puntos si consideramos que se crió en este pueblo alejado de la civilización y el Internet. Yo, en cambio, vivo en el sótano de mi madre porque no tengo a donde ir. No tengo contactos, dinero ni un historial académico o laboral sobresaliente. Soy promedio por no decir un fracasado. Y ese punzante sentimiento de inferioridad me atormenta desde que tengo memoria, porque por así decirlo, siempre perdí contra ella desde que nació por el simple hecho de ser la hija biológica de alguien…

 

¿Pero no es momento de ya dejar eso ir?

 

Sinceramente estaba cansado… De las comparativas, del distanciamiento y de la rivalidad que sólo existía en mi cabeza.

 

Y si me invitó explícitamente a asistir a su próximo concurso, significaba que no me odiaba como siempre había presentido. Tal vez esta era mi propia versión de la oportunidad que el universo le dio a Hannah con su mamá. Nunca me interesó mucho mejorar la relación con mi media hermana porque tenía planeado huir del pueblo en la primera oportunidad que se me presentara, pero en vista de los últimos días, mis planes cambiaron drásticamente.

 

Ya no podía volver al pasado y ser un mejor hermano mayor, pero tal vez ahora podía ser algo parecido a un hermano para Maru.

 

Luego de ese pequeño y trascendental diálogo interno, me aventuré a la superficie en busca de comida.

 

 

 

 

Notes:

Honestamente no sé qué decir. Han pasado varios meses desde que dejé de actualizar. Perdón por la larga espera. La única buena noticia que les tengo es que todo este tiempo estuve escribiendo el resto de los capítulos, por lo que estaré actualizando regularmente :)

Han pasado tantas cosas en estos meses en mi vida. Realmente no creo en la madición de los autores de AO3, pero tampoco puedo descartarla... En fin. En diciembre se cumplieron 2 años desde que publiqué el primer capítulo de este fanfic. Esto inició como un hobby, y ustedes, mis lectores han hecho de esta experiencia algo increíble. Gracias, muchas gracias.

Atte- June♥️

PS- Solo aviso que mi escritura ha cambiado mucho a lo lago del tiempo y, como siempre, pido perdón por las fallas o errores ortográficos que se vayan encontrando.

Chapter 34: Sentimientos debajo de la mesa

Notes:

No sé qué hago despierta si mañana madrugo...

Una disculpa adelantada por cualquier falta ortográfica que encuentres en el capítulo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El rancho de Marnie es un negocio que ya estaba incluso antes de que yo naciera; ahí cría gallinas, vacas, cabras, patos y prácticamente cualquier animal (en serio, nunca antes había visto una gallina azul) que tu granja pueda necesitar. Y al ser un negocio que sale a flote gracias a la cantidad, Marnie hace tiempo que solicitó una expansión en sus establos.

 

Como buen hijo y apoyo moral que soy, por supuesto que apoyé a mamá sosteniendo las maderas mientras ella las martilleaba con una habilidad que pocos tienen. El calor continuaba y el olor a animales me daba mareos. Me tuve que obligar a no vomitar sobre mis zapatos o de lo contrario me obligarían a limpiarlo. 

 

Tampoco estaba de un humor excelente. Sí, Hannah volvió hace unas semanas y fui muy feliz al recibirla, y sí, nunca pensé que sería capaz de querer abrazar tanto a un ser humano (porque en términos generales, el contacto físico nunca ha sido de mis favoritos). Pero las malas experiencias matan muy rápidamente a las buenas, y anoche que regresaba de dar una vuelta en motocicleta después de mucho tiempo, me encontré con una conversación que no debía escuchar.

 

Era muy entrada la noche y todas las luces estaban apagadas a excepción de la cocina. Oí las voces de mamá y Demetrius; aparentemente no sabían que había vuelto.

 

—Es muy irresponsable. —Escuché decir a él desde el oscuro pasillo—. Impulsivo.

 

—Es mi hijo después de todo —replicó bromeando mi madre.

 

—No sé qué hacer para que cambie de opinión.

 

Oh.

 

—Siempre hemos sabido que él no quiere estudiar algo como la ciencia y esas cosas…

 

—No estoy diciendo que siga mi camino, solamente sugiero que puede buscar algo que le guste… Algo que le permita tener un mejor trabajo en alguna buena empresa —razonó. Mamá se quedó callada unos instantes.

 

—Si eso sucediera, se tendría que ir. No me gusta la idea de tenerlo lejos…

 

—Robin, él es un adulto ahora, tarde o temprano tiene que aprender a vivir sin nosotros.

 

—Al igual que Maru tiene que irse algún día —interrumpió rápidamente ella.

 

Escuché cómo Demetrius se atragantó con su té herbal para los nervios. El olor infestada a casa.

 

—Maru es muy diferente —refutó—. Todavía es muy jóven, pero sé que cuando salga al mundo real podrá sobrevivir por sí misma. Con él no estoy del todo seguro. 

 

Con cada segundo que se le añadía a la discusión caía más en cuenta que aquello no era algo que quisiera escuchar. Inconscientemente, viajé a la época en la que ellos discutían por mi causa a diario cuando creían que nadie podía oirlos. 

 

—Si él realmente desea irse, lo hará. —Su tono se volvía cada vez más inflexible.   

 

—Lo proteges demasiado —exhaló él.

 

—No. —Se levantó de su silla—. Lo protejo de la misma manera en la que tú proteges a Maru. —Y entonces añadió con voz más calmada—: Demetrius, él también es mi hijo.

 

Y entonces tomé la sensata decisión de tragar mis palabras, caminar sin mucho disimulo hacia mi habitación y meterme en mi cama; no me molesté en cambiarme. Le di vueltas y vueltas a la discusión y no pude evitar presentir que se estaba repitiendo el ciclo después de un corto periodo de aparente tranquilidad.

 

No dormí, y está vez no por elección propia. En el desayuno ni mi madre ni Demetrius se dirigieron la palabra, por lo que supuse que seguían disgustados. Eran pocas las veces en las que ellos terminaban peleados, como la vez en la que una explosión en el laboratorio hizo que la casa entera apestara por días o cuando mi mamá donó una caja de enciclopedias valiosas de Demetrius. 

 

Esa mañana ella no tenía un semblante brillante como de costumbre, y además, tenía la sospecha de que sabía que los había escuchado.

 

—Esta semana iré al bosque por madera —comenzó a hablar ella por sobre los martilleos—. ¿Tienes planes?

 

En realidad el único plan que tenía era estar lo más alejado posible de casa. Era lo que había estado haciendo desde que llegué de Zuzu.

 

—Creo que no —respondí—. Mañana ayudaremos a Hannah con la primera cosecha.

 

—Huh. Con que ya es esa temporada. Bien… Últimamente pasas mucho tiempo con ella, ¿no?

 

—¿Eh? ¿A qué te refieres?

 

—No, nada —terminó de decir y desembocó en un peculiar silencio no muy propio de ella.

 

No me emocionaba la idea de estar varias horas debajo del ardiente sol, pero estar en esa granja junto a Hannah era sinónimo de paz.

 

—Sebby —me llamó—, ¿sabes qué es lo que más me gusta de mi trabajo?

 

Sabía que sacaría el tema de alguna manera. Sabía que trataría de hablarlo de esa forma terapéutica y reflexiva que suele usar conmigo. De todas formas me encogí de hombros como si fuera idiota:

 

—No lo sé. ¿El dinero? 

 

Ella lanzó una sonora carcajada.

 

—Ojalá ganara lo suficiente como para decir eso. —En el fondo concordaba con eso—. No, para nada. Lo que más me gusta de trabajar como carpintera es la satisfacción al terminar cada proyecto y saber que yo hice eso con estas manos. —Se detuvo un segundo para observarlas y luego dirigir su mirada hacia mi—. Sebastian, esa satisfacción va a ser tuya y solo tuya sin importar qué hagas o cómo la consigas. No lo olvides.

 

Mi madre volvió a la instalación de las puerta de establo y yo me quedé plantado en mi lugar. Nunca esperé que su corto discurso me impactara tanto. 

 

Entonces, de repente, su ágil y magullada mano revolvió mi cabello negro y me sonrió de manera cariñosa, como siempre.

 

Ninguno volvió a mencionar el tema por el resto del día.

 

 

 

Como le prometí a Hannah, asistí a la granja al día siguiente dispuesto a sudar y terminar con el cuerpo partido en dos. No era masoquismo, lo juro. Y era un consuelo que los cultivos no fueran demasiados como para necesitar a más de cuatro personas. Lo manejamos muy bien.

 

Hannah ya se sentía mucho mejor y se movía con toda la libertad que desease. De hecho tenía la energía y las fuerzas suficientes como para cargar las cajas repletas de maíz, tomates y melones hacia su almacén (que, ¡sorpresa!: ahora estaba repleto de barriles y encurtidoras trabajando). Abigail bromeó diciendo que su padre no podía esperar para vender todo al doble del precio y luego logró sacarle información a Sam respecto a Penny: por fin la invitaría al cine.

 

Y fue divertido. Ellos eran divertidos. Pero yo no me sentía capaz de esforzarme como para seguirles el juego, ni siquiera con Hannah. No es que no quisiera estar con ellos, simplemente estaba desgastados de diversas formas. Es curioso; hace poco estaba en la cúspide de mi felicidad y autorrealización y ahora me sentía dos metros bajo tierra. Mi cabeza estaba tan saturada de mi trabajo, de mi familia, de mis metas estancadas y de asuntos que juraba haber dejado muy atrás que no tenía ánimos de esforzarme. Quería desaparecer por un rato, sostener un cigarrillo, que comenzara a llover a cántaros de un momento para otro y que todos se esfumaran. 

 

Hice mis mejores intentos por mantener todo normal y mantuve la rutina de salir a dar un paseo en motocicleta sin reparar en el costo de la gasolina. También visitaba todo lo posible la granja. Hannah probablemente no lo sabía, pero el tiempo que pasaba con ella ayudándola con tareas sencillas como mover cajas de fertilizantes eran un respiro para mí. No estaba seguro de si se percató de mi falta de ánimo, pero ella no preguntaba. Mejor para mí. No quería sumarle otra preocupación al saco que venía arrastrando. Hannah me había contado bastante sobre la visita de sus padres, y al parecer, su madre por fin se había abierto un poco respecto a su tratamiento; según ella avanzaba sin problemas y no tenía de qué preocuparse ya que su padre la cuidaba bien. Hannah no lucía conforme, y si tuviera que elegir una palabra para describir la expresión que tenía cuando me lo contó esto, sería incertidumbre. Miedo, quizás. Creo que todos tendríamos miedo en una situación de tal nivel. 

 

Simplemente no podía molestarla con problemas tan triviales como los míos.

 

Aunque sentía que me estaba ahogando en un vaso de agua.

 

—¡No puedo esperar para tener a los pollos! —exclamó entusiasmada. Eso me arrancó una sonrisa.

 

Pasaron algunos días. Le estaba ayudando a instalar una cerca alrededor para que los futuros animales no huyeran. Supongo que algo aprendí después de criarme con una carpintera. No eran una maravilla arquitectónica ni una casa, pero debía de reconocer que era un buen trabajo.

 

—De la parte de la cosecha que le vendí a Pierre podré comprar al menos una pareja —continuó—. ¿Cómo les vamos a poner?

 

Me hacía feliz que me incluyera en sus planes.

 

—No sé, ¿qué tal "Pollo" y "Frito"? —me reí mientras Hannah me golpeaba el hombro.

 

—Vamos, piensa en algo más lindo.

 

—Aquí la experta en nombres eres tú —repliqué.

 

Volví al trabajo con la cerca. Ella se quedó pensando en silencio unos minutos. Entonces, de repente, se sentó al lado de donde yo estaba de pie y exhaló audiblemente.

 

—¿Y qué tal el videojuego? —sonrió. Fue mi turno de exhalar—. Eso no sonó muy bien...

 

—Eh… Hubo unas cuantas trabas con algunas mecánicas que todavía no resuelvo. —Terminé con la cerca y me apoyé en ella; la madera quemaba mis antebrazos, pero por lo menos soportaba mi peso—. Aunque no lo sé, tal vez lo ponga en pausa por un tiempo…

 

—¿Por qué? —pregunta demasiado de inmediato, tanto que no pude retener mi lengua.

 

—No lo sé… He estado ocupado. 

 

No era mentira. Lo había estado, aunque un poco menos ya que por fin había rechazado oficialmente la propuesta de trabajo del Señor Young. En consecuencia ya no me buscaba, pero tenía otros clientes así que no fue una pérdida tan grande.

 

—Cierto… También están haciendo el bote para las medusas.

 

Un filo de risa se me escapó.

 

—Sí, en eso estamos. Calculamos que, si lo ponemos como prioridad, tal vez esté antes de que la familia de Demetrius llegue.

 

—¿Vienen todos los años solo por las medusas?

 

—Sí, les encanta.

 

—Bueno… Siendo justos, ¿a quién no le gustaría ver medusas exóticas que brillan en la oscuridad? 

 

En eso tenía razón.

 

—Te gustarán —prometí. No sé el porqué, pero sentía que así sería. La pequeña sonrisa que se pintó en su boca me hizo sentir mejor.

 

—¿Y qué tipo de personas son? —se interesó. Y no supe qué decir porque la respuesta era más complicada que la pregunta.

 

—Son demasiado... como Demetrius. —No existe una mejor manera de explicarlo—. Todos son maestros o científicos. Creo que me volveré un poco loco con ellos en casa.

 

—Supongo que deben tener conversaciones muy interesantes en la mesa. —Intentó bromear. 

 

—Si lograra entenderlas, sí, sin duda serían interesantes —suspiré resignado. Me senté en el pasto con ella. Cody perseguía algo que no distinguía y el lugar donde se encontraban antes los cultivos estaba vacío—. Pero con ellos siempre me siento fuera de lugar al igual que mi madre. Al principio les tomó tiempo aceptarla, pero ahora todos parecen convivir en paz. Yo soy el que nunca logró acoplarse del todo. —Arranqué unas tiras de pasto, demasiado expuesto para mi gusto. No solía hablar de esto con nadie, o al menos no de manera no sarcástica. Pero no podía evitarlo. Como siempre, con Hannah todo era un poco más fácil. Tan fácil que hasta hemos hablado de mi padre—. Todo está peor desde hace un tiempo… —Luego de eso—. En fin. Llegarán pronto y no creo que pueda sobrevivir.

 

—Lo lamento. —Y me puso la mano en el brazo. El gesto hizo que me sintiera tanto culpable como reconfortado—. Mi familia también es un poco incómoda pero se la pasan hablando de leyes, política, la subida de rentas en la ciudad. No sé por qué, pero nunca pude interesarme en esos temas más allá del trabajo…

 

Y entonces me di cuenta de lo cansado que estaba, no física, sino emocionalmente y me dejé de enredos y permití que la gravedad me ganara apoyando la cabeza en su hombro de una forma demasiado natural como para creer que era yo el de ese momento. No hablamos más. Pude haberme quedado dormido así, con Hannah acariciando mi cabello como si fuera un gato mientras tarareaba una melodía que desconocía. Me sentía seguro a su lado. Más incluso que cuando me aislaba dentro de mí mismo para no salir herido.

 

—Todo es tan tranquilo… Desearía vivir aquí. —susurré, absorto en todas las sensaciones placenteras a mi alrededor.

 

Me reí de lo que estaba diciendo. Hannah no lo hizo. De hecho, su mirada se iluminó de una forma que nunca había visto en ella.

 

—Puedes venir cuando quieras. Me gusta tenerte en la granja. Podemos ver alguna película o leer algo… O no hacer nada. Como quieras —balbuceó con un tierno y creciente sonrojo—. También podemos comer sashimi, si es que me enseñas cómo hacerlo, claro… Como sea, el punto es que estoy aquí para tí, ¿de acuerdo?

 

Y no pude evitar pensar que me estaba enamorando de esa chica. 

 

Sabía que iba a pasar, de hecho, sabía que ya estaba ocurriendo.

 

Me invadió una enorme sensación de seguridad como si el tiempo no afectara aquel sitio. Y me quedé quieto. Muy quieto. Creo que ahí es donde me sentía verdaderamente feliz, lejos de cualquier presión. Como si todo desapareciera.

 

—Gracias. —De verdad.

 

Simplemente sonrió, con esa media luna tan propia de ella.

 

Hannah se levantó primero y sacudió la suciedad en sus pantalones para luego ofrecerme una mano. Nunca va a dejar de sorprenderme lo fuerte que es ella, supuse que es resultado de su época como gimnasta.

 

—Cuando estás a tu límite… ¿Qué sueles hacer? Además de lanzar rocas a los trenes —preguntó un rato después bajo la sombra del poche de la cabaña; había acarreado vasos con agua para nosotros. 

 

Lo pensé poco.

 

—Las rocas son mi mejor opción, pero últimamente doy unas vueltas en la motocicleta para despejarme.

 

—¿Y te sirve?

 

—Normalmente.

 

El calor nos abrazaba aún debajo del techo. 

 

—¿Aún recuerdas que me debes una vuelta, no?

 

—¿...Quieres ir ahora? —pregunté. No era una oferta lógica, pero fue lo primero que se me vino a la mente. 

 

Frunció el ceño 

 

—No. Solo me aseguraba de que no lo hubieses olvidado. Considero que me lo gané —dijo y bufé divertido—. ¿Qué?

 

—Nada… ¿Segura de que ya todo está en orden por ahora? —Me refería a lo que respectaba la granja.

 

—Creo que sí. Ya puedo relajarme un poco, y con lo que guardé de esta cosecha podré sobrevivir. Además, mis padres me prepararon un montón de comida. ¿Quieres quedarte? También tengo unas películas…

 

La última vez que estuve con Hannah de esta manera lucía estar a medio año de distancia. Sus ojos brillaron de una manera singular y su voz se tensó ante la expectativa.

 

Se me apretó el pecho de anticipación. 

 

—Claro.

 

También quería estar con ella.

 

 

El resto de la tarde la pasamos viendo películas en su portátil. Descargadas de una página pirata, por supuesto, pero la legalidad nunca fue una opción. El primer título lo elegí yo, el segundo ella y ahora estábamos discutiendo quién debía tener el honor de escoger el siguiente.

 

—Porque necesitas cultura popular y porque Yo después de tí es lo mejor. Punto.

 

Ese era su maravilloso argumento.

 

—Pensé que esto era una democracia —Me crucé de brazos en el sofá observándola rebuscar en su nevera la comida con la que sus padres la hicieron volver. Esta era nuestra pequeña pausa.

 

—Lo es. Cody quiere verla. ¿Verdad, Cody? —El perro ladró y movió la cola con alegría—. ¿Ves?

 

Por alguna razón me sentí tanto acorralado como traicionado.

 

—Tú lo mantienes, por supuesto que estará de acuerdo contigo —reclamé, con el ceño fruncido. La película anterior tuvo la protagonista más insufrible que haya conocido jamás y eso me hacía dudar del criterio de Hannah.

 

Ella rodó los ojos en un gesto burlón y volvió a su sitio, a mi lado, en el sillón con un táper frío en manos.

 

—Ten. Deja de quejarte y prueba esto.

 

—¿Qué es?

 

—Tú come.

 

Quise protestar diciendo que comer lo que sea sin hacer preguntas puede ser peligroso (no bromeo; una vez Abby nos regaló pastelillos que hizo ella misma a mí y a Sam y paramos con Harvey intoxicados) pero entonces ella me hizo tragarme mis palabras (de la forma más literal posible) metiendo una cuchara en mi boca.

 

—¿Y bien? —preguntó con destellos en los ojos.

 

—Sabe a… champiñones. —Y sorprendentemente, sabía bien.

 

—Porque es crema de champiñones —obvió—. Hablo del sabor. ¿Qué te parece?

 

—Estuvo bien. —Mi respuesta me sonó suficiente, pero como Hannah no aparentó estar satisfecha a juzgar por su breve desilusión, me apresuré a añadir—: ¿Quién la hizo?

 

—Mi papá. —Tomó otra cuchara para probar de la crema fría. No mentía al decir que sabía bien. Era un sabor más disimulado a comparación de la cocina de mi mamá, pero seguía teniendo un buen sabor—. Cuando te dije que me prepararon demasiada comida, hablo de que llenaron mi nevera como nunca. Mi mamá se empeñó en que estaba muy baja de peso y este es el resultado —suspiró, aunque se le veía en la cara la felicidad que le producían comer. Si algo he aprendido de Hannah, es que ama comer quizás tanto como ganar.

 

—Tu papá cocina muy bien —dije, lo cual le arrancó una sonrisita orgullosa a Hannah, quien luego alzó de nuevo mi cuchara.

 

—Ten. Prueba un poco más —dijo por lo bajo.

 

Mi atención se centró en la cuchara que apuntaba a mí, no para que la sostuviera, sino que para que simplemente lo aceptara. Sentí vergüenza, pero igual la tomé. Luego limpié mi boca en silencio con el dorso de la mano por mero instinto.

 

—Le pregunté si sabía hacer sopa de calabaza. —Eso atrajo mi atención por completo. Qué puedo decir: soy alguien simple de gustos simples—. Dijo que una vez la perfeccione, me pasará la receta, pero supongo que vas a preferir la de tu mamá. 

 

Dejó la crema a un lado en el sofá y abrazó sus piernas cerca del pecho. Su cabello, un mundo de rizos caramelo, cubría por completo su espalda.

 

—¿Les hablaste de mí? 

 

No sé por qué pregunté eso, pero lo hice con tanta ilusión que hasta me sorprendí a mí mismo. Era un tanto hipócrita suponiendo que fui yo el que sugirió una temporal discreción. Aunque a este paso, sería capaz de gritarlo por el acantilado sin miedo a que alguien me escuchara. Lo peor que puede pasar es que mamá me asalte con preguntas, pensé. Pero luego lo medité con más calma: No es un buen momento; viene la familia de Demetrius y las cosas están tensas en casa. Tal vez luego cuando esté más tranquilo; quizás podría decirles en una cena junto a Hannah…

 

Podía arruinar todo a mi alrededor, pero no esto.

 

—Les hablé un poco de todos —Se encogió ligeramente de hombros. Me obligué a no sentirme decepcionado—. Pero cuando le dije a mamá todos los favores que estabas haciendo por mí, me dijo que lo más probable era que “ese chico tenga otras intenciones” —añadió riendo.

 

—Tu mamá tiene razón. 

 

Si tuviera que describir el modo en el que Hannah me vio, fallaría. Era una extraña combinación entre diversión, tal vez ternura, y algo más… Parecida a la mirada que me dedicó en el baile de las flores, o la que me da cada que tomo su mano fingiendo que es un movimiento espontáneo. Lo difícil de convivir tanto con alguien tan expresivo como ella es la extrañeza que supone no poder interpretar sus pequeñas señales. Últimamente me era difícil hallarlas. Así que tragué fuerte cuando se apoyó en mi costado como había hecho cientos de veces. Sin embargo esta era diferente, y me desconcertaba no saber el porqué ni su significado. Tal vez…

 

—Escoge tú. —Rompió el silencio. A pesar de que eso era lo que quería, ya no me parecía la gran cosa. Ahora la meta era algo mucho más complicado de alcanzar—. ¿No querías ver La Guerra de las Estrellas?

 

Parpadee. Tenía la mejilla contra mi hombro y su pecho y pulso presionando contra mi brazo. Me veía de reojo. Volví a parpadear y un molesto, aunque útil, pensamiento intrusivo me hizo preguntarme qué tan mal debía oler debido al sol, sudor y trabajo de la tarde. Me levanté de inmediato y comencé a teclear en el portátil dónde ver la película mientras Hannah se quedó atrás tan confundida como decepcionada. O al menos yo me sentí así, y me reprendí por siempre arruinar los momentos perfectos.

 

Puse la película sin prestarle mucha atención, y para evitar el no tan desconocido cosquilleo en las extremidades, conversamos de nimiedades. Repasamos la trama de la saga como si lo que sea que hubiera pasado hace unos minutos nunca hubiese ocurrido. Lo escondimos bajo la mesa, a pesar de que pensaba que nunca más tendríamos que recurrir a esas evasivas; el coraje de la noche en la que la besé se había esfumado. Nunca pensé que decir lo que quiero sería tan mortificantemente vergonzoso, como si fuera un tabú. Me di una bofetada mental.

 

Cuando salí de la cabaña ya era entrada la noche, y pese a mi negativa, ella me acompañó medio recorrido por el atajo en dirección a las montañas. Era una noche azul despejada. Aunque siendo realistas, en el valle todas las noches suelen ser así. 

 

—¿Qué harás mañana? —preguntó luego de un breve silencio. No lo pensé mucho.

 

—Sam quiere componer nuevas canciones, así que iré mañana a ver qué tal.

 

—Él nunca descansa —murmuró asombrada. Yo también lo estaría si no lo conociera lo suficiente como para saber que es una máquina a la espera de crear música.

 

—¿Y qué hay de tí? 

 

—Comenzaré a hacer más encargos. Como perdí mi espada y tienes demasiado miedo de que muera en las minas, tengo que aceptar más trabajos para tener una buena ganancia.

 

No sé si pretendía que me sintiera culpable porque no funcionó. 

 

—Tengo miedo a que la gente muera en general. 

 

Y supe que ella estaba un poco desquiciada cuando se rio. Sin embargo, estoy seguro de que entendía a lo que me refería. Lo sé porque no era su risa alegre, sino que un tanto amarga. Una que conoce la realidad y la acepta a secas, tal y como es.

 

El falso silencio del entorno fue atravesado por el llamado de una lechuza; hasta los grillos pararon de cantar. Hannah, curiosa como siempre, se detuvo y se puso a buscarla a pesar de que sabía que era casi imposible verla. Pero al alzar la vista, se encontró con algo mucho más impresionante.

 

—Qué hermoso —musitó para sí misma, el bosque y el universo.

 

Seguí sus ojos en trance y lo comprendí por completo. Sonreí por inercia.

 

—Lo es, ¿no es así?

 

Hay muchas cosas que me gustan de la noche. El cielo estrellado es una de ellas.

 

—Cada que lo veo es como si fuera la primera vez… Lo adoro.

 

Entonces me vio a mí y me tomó de la mano. Pasaban algunas ráfagas de viento, por lo que ella iba vestida con mi sudadera negra, esa que prácticamente le regalé. No supe si la eligió a propósito o sin querer, aún así, no pude evitar notarlo; que se me apretara el pecho de una forma que solo ella puede lograr, y coincidir con lo que decía.

 

—En la ciudad no se ven cosas como estas —declaré, sumergiéndome a fondo en el calor de su palma. Ella tarareó una negación.

 

—Es imposible con tantas luces y edificios. —Sus ojos eran atraídos a las estrellas como si supiesen que pertenecían allá arriba, y no confinados a iluminar a una muchacha a la que no podía parar de ver—. Cuando vivía con mis padres y era de noche, miraba las pocas estrellas que alcanzaban a destacar en el cielo. Siempre me frustró no poder observarlas como lo hacía aquí, en el valle.

 

—Tal vez simplemente deberían apagar toda la ciudad —murmuré descolocado. Hannah soltó una risita que cortó el silencio de la noche.

 

—Me hubiera gustado, pero habría sido un caos. Creo que a la mayoría no les preocupan esos pequeños detalles. —Continuó riendo con disimulo.

 

Seguimos caminando con las ramitas caídas de los pinos crugiendo a cada paso. Aunque la luz lunar era inmensa, estábamos parcialmente cubiertos por la penumbra. Y pensé. Pensé en que si hubiese podido, habría apagado a Ciudad Zuzu por completo para sumirla en una oscuridad parecida a esta, para que así unos cuantos apreciaran el brillo de las estrellas. Extremista, cursi y cliché, lo sé, pero ese habría sido mi gran regalo para la humanidad. Y para ella, en realidad. Especialmente para ella.

 

La desdichosa escena de nosotros en el sofá me vino a la mente y me quise golpear.

 

Entonces una ráfaga de viento pre-otoñal golpeó mi nuca, y pregunté:

 

—¿No tienes frío? No quiero que te enfermes, tal vez deberías volver ya.

 

—No —tardó en decir. Su caminar se ralentizó—. No soy tan frágil, Sebastian. 

 

Por la forma en la que lo dijo, supe que no se trataba solo del frío.

 

—Sólo me preocupo. —Hablaba respecto a todo lo que se pudiese aplicar.

 

—Lo sé —murmuró y el canto del búho volvió a nuestras espaldas—. Y por más que me guste y te agradezca que me cuides, no quiero que pienses que en cualquier momento me puedo romper. Ya te lo había dicho: soy más fuerte de lo que crees. Y quiero que lo sepas porque, cuando sea que lo necesites, yo siempre estaré para ti.

 

Casi no la veía, pero la seguridad en su voz era palpable. Aquello era una promesa más especial que cualquier otra. Y aún así, mi mente solo le daba vueltas a un solo pensamiento:

 

De verdad.

 

La quiero demasiado.

 

 

Notes:

Recuerdo que cuando escribí este capítulo, iba a estar dividido, pero al final preferí unirlo con la visita a la granja.
Y esa plática sobre apagar la ciudad para poder ver las estrellas fue en parte real: volvíamos de las afueras de la ciudad y, como era de noche, se alcanzaban a ver todas las estrellas que en la ciudad son imposibles de apreciar. Y entonces pensé en Sebastian y en lo mucho que le debe gustar esa vista. Y surgió, simplemente surgió.

Y creo que amo demasiado a Robin...

Como sea, buenas noches (o días o tardes) y gracias por leer.

Atte- June♥️

Chapter 35: La cafetera no funciona

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Las siguientes semanas fueron agitadas en cuanto a las agendas. La familia de Demetrius finalmente llegó y eso me hizo autoexiliarme de casa. También, estuve demasiado ocupado junto a mi madre construyendo el barco para la llegada de las medusas hasta terminarlo. Y además, mi proyecto personal se vio, para rematar mi mala racha, estancado temporalmente.

 

Seguía sumido en esas ganas de no hacer nada, pero de alguna forma u otra me terminaba levantando de cama. La ultima vez que había estado con Hannah me había ido bastante animado, pero de nuevo me enfrenté a mis días grises. No le podía hacer mucho además de poner un extra de esfuerzo. Sam vino un par de veces de visita para jugar videojuegos y a verificar que todo estuviera bien conmigo ya que por el cansancio no tenía ánimos de ir a los viernes de billar a la taberna. 

 

—¿Todo bien? —me preguntó una de esas ocasiones, sentado sobre mi cama como si fuese la suya.

 

—Lo normal… —Sam me estaba dando una paliza en el videojuego de peleas que teníamos en mi televisor. Él lanzó a mi personaje por los aires y yo chasqueé la lengua enfadado—. ¿Y eso? Esa jugada no debería estar permitida.

 

—Esas dos te están pegando lo mal perdedor, eh…

 

Rodé los ojos al escuchar su risa y me reacomodé sobre mi silla de escritorio

 

—¿Irás el viernes?

 

—No estoy seguro. —Reinicié la partida. La culpa me corroía.

 

—¿Trabajo?

 

—Un poco. No lo sé; no me he sentido bien.

 

Sam asintió y calló; sabía que ese “no me he sentido bien” abarcaba varios significados.

 

Si había algo en lo que tenía tanto talento como pasión era en patearle el trasero al rubio con nuestras competencias, sin embargo, la necesidad de recuperar las horas de sueño me ganaban. Vivía de noche y dormía de día. Era como siempre, pero peor.

 

Aunque sin duda, lo que rompió mis esquemas de normalidad fue que Maru recurriera a mí para que verificara la línea de códigos para uno de sus proyectos principales. No me dio muchos detalles acerca de lo que era aparte de que era un simple robot. Para mí un robot no es algo simple. Es más, para Sam son los inventos que algún día dominarán el planeta pero que el gobierno no quiere que lo sepamos. Creo sinceramente que a él también le hace falta dormir bien.

 

Mientras tanto, en el valle, el calor iba aminorando y los vientos se hacían cada vez más fríos.

 

El verano estaba a punto de terminar.

 

Esto lo podía comprobar por las ranas y sus comportamientos: cada vez que acudía al lago se aparecían menos. De niño siempre me preocupó que pasaran frío durante el invierno, porque después de todo, Pueblo Pelícano es un lugar que resiente cada cambio de estación. Fácilmente puedes saber si la primavera comenzó, o si estás en pleno verano, o cuánto falta para que pase de otoño a invierno.

 

Es un ciclo sin fin.

 

Mientras caminaba directo hacia Pierre's, prevaleció un presentimiento en mi piel que me indicaba algo. No soy alguien supersticioso, pero no pude evitar sentir que, al igual que una estación tendría su cierre, algo en mi vida también cambiaría.

 

—El tío Jerry quiere comer berenjena al parmesano y Lewis vendrá a cenar mañana —comentaba Maru, que me acompañaba—. Lo único malo de tener visitas es que tengo que interrumpir mis actividades.

 

Debido a la distancia con el pueblo, en la casa en la montaña no estamos acostumbrados a las visitas constantes. Es por eso que mamá se anima bastante cuando se trata de recibir gente, y aunque Maru comparta ese sentimiento, he descubierto que al igual que yo y disfruta el tiempo que pasa a solas con sus proyectos.

 

De hecho, aprendí un montón sobre ella en las horas que pasamos hablando (hablar de verdad, nos los típicos “buenos días”, “buenas noches” y “ven a comer”) mientras verificaba códigos en su monitor.

 

Como por ejemplo, que no le tiene miedo a morir por radiación con esos lingotes inquietantes esparcidos por su habitación, que odia los encurtidos al igual que yo, y que más que un simple gusto, tiene una fascinación por el espacio.

 

—¿Qué? ¿Esos? —Maru estaba detrás de una máquina en su habitación peleando con un manojo de cables tan enredados como su cabello al despertar. Fue uno de los días en los que fui a ayudarla—. Tranquilo; solo no respires muy cerca de ellos, y si te sientes mareado, tengo unas pastillas que controlan las nauseas. Ahora ven y échame una mano con estos.

 

Fue agradable tener una conversación real con Maru. Fue como si por primera vez la estuviera conociendo, y por un segundo consideré que nuestra relación por fin podría tomar la forma más cercana posible a lo que son los hermanos.

 

—Si quieres matarme habría sido más fácil arrojarme al lago —repuse. Realmente no quería intoxicarme por estar en contacto con elementos radioactivos. Demonios. ¿Cómo es que esas cosas llegaron a casa en primer lugar?

 

Una sonrisa destelló en sus ojos.

 

—La policía sospecharía de inmediato. Es mejor ir por la vía lenta pero segura.

 

Tenemos mucho trabajo por delante.

 

Maru ingresó a la clínica para comenzar su turno y yo entré a la tienda local. Di un breve vistazo al tablón de anuncios y noté que la mayoría habían sido tomados por Hannah. Ella nunca descansa.

 

La campana sonó y lo primero que vi a mi derecha fue a Abby acomodando latas en un estante. Me saludó al instante con su energía tan propia de ella.

 

—¿Llegó mi pedido? —pregunté. Pierre leía un periódico desde la caja registradora sin prestarnos atención. 

 

—Sí. —Se sacudió las manos y desató su mandil verde—. Papá, voy a darle un paquete a Seb.

 

Pierre apenas asintió y volvió a su lectura. Cuando entré a la habitación de Abby le pregunté qué era lo que le picó. 

 

—Está así desde hace unos días —contestó—. Creo que discutió con mamá por algo que encontró en su librero, pero cuando entré a revisar no hallé nada. —David la cobaya tampoco parecía tener idea de lo que se trataba—. Lo que sea que haya sido, no me lo dicen —finalizó fastidiada aunque ambos sabíamos que más que nada era porque ella no podía averiguar lo que su madre encontró.

 

—¿Ni siquiera tus padres pueden tener un mínimo de privacidad contigo? —murmuré más para mí mismo que para ella.

 

—Son mis padres. Con ellos nada es verdaderamente privado. —Abby tenía un punto—. ¿Y qué es lo que pediste?

 

Me alcanzó una caja y me la dio en las manos. Alcé una ceja con desconfianza.

 

—Lo abriste. —Era más una afirmación que una duda.

 

—Vaya, ¿en tan mal concepto me tienes? —respondió tocándose el corazón con un dolor tan falso que ni su abuela le creería—. Quise adivinar, pero es difícil con la caja tan pequeña.

 

Su pequeño cuerpo se desplomó en algún cojín que había dejado tirado en el piso, y aprovechando el tiempo, dejó que David vagara por la habitación un rato.

 

—Es para mi cafetera —terminé soltando—. Hace un tiempo que no funciona y voy a intentar cambiando una válvula.

 

Sé que este problema ya tenía un tiempo considerable y que debí atenderlo en su momento, pero es que el desgane me superaba. Además, parece que todos en mi casa me nombraron el dueño oficial de la cafetera, porque a pesar de que Maru y mi mamá toman una taza enorme todos los días, pierden su amor por la cafeína cuando se trata de arreglar algo. Esa es una enorme contradicción considerando que una arma robots y la otra construye casas.

 

—¿Qué te costaba enviarla a un lugar para que la arreglaran? —preguntó acariciando a su cobaya.

 

—Dinero —respondí honesto—. Y últimamente quiero ahorrar todo lo que pueda.

 

Alza las cejas con notorio interés, pero la verdad no sé qué parte de lo que mencioné le llamó la atención.

 

—¿Y estás ahorrando para…?

 

Abigail no es como Sam. Ella es un poco más densa en cuanto expresar sus propios sentimientos, al igual que yo. Que está bien, Hannah puede sacarme hasta lo que opino sobre la mermelada de frambuesa (opinión que de hecho no le gustó nada), pero eso es solo porque ella posee un don sobrehumano que me hace hablar. Abigail es un poco más complicada que eso y necesitas tenerla especialmente preocupada para que se note hasta en su postura. Su propia curiosidad la traicionó.

 

—Para serte sincero, para nada en específico. —Me cansé de estar de pie, puse mi paquete en el piso y me tumbé en la cama sin miramientos. Porque así somos entre los tres: las habitaciones de los otros son extensiones de los dominios propios. Aquí se aplica la ley del comunismo—. Para el futuro, supongo.

 

Escuché cómo se le escapaba una risa.

 

—¿El futuro, eh? Conque sigues pensando en algo como eso.

 

Ahora yo soy al que se le escapa una risa.

 

—¿Qué? ¿Tú ya no?

 

—Con esfuerzo pienso en la próxima semana. —Se reacomoda en su cojín—. Pero ¿sabes? Creo que ya ni siquiera me esfuerzo demasiado en planear las cosas.

 

Es justo eso lo que me hace abrir más los ojos e incorporarme.

 

—¿A qué te refieres?

 

Puedo ver justo el momento en el que el arrepentimiento por abrir la boca cruza su mirada. Lo sé porque no es la primera de las veces en las que se le va la lengua al expresarse.

 

—Sólo digo que ya no es necesario que lo piense porque ya sé exactamente cómo irán los días: el trabajo entre semana, escuela por las tardes, mis días libres… Sé cómo será esta semana y la siguiente, y te puedo apostar que te puedo predecir cómo será dentro de un año.

 

—Acepto la apuesta —respondo, un poco saturado por todo lo que dijo—, ¿pero es mala toda esa monotonía?

 

Lo piensa un rato. Realmente lo piensa.

 

—No estoy segura. Seb, realmente me gusta este lugar. Aquí me crié, y aunque sé que no he visto mucho del mundo, quiero vivir al máximo en este pueblo… Estar satisfecha —se ríe. Y aunque suene imposible, la entiendo un poco—. Sólo quiero tener tantas experiencias como las tendría en cualquier otro lugar.

 

De eso no estoy tan seguro de que sea posible ya que las experiencias suelen involucrar a personas, y en términos generales, Pueblo Pelícano carece de eso. Sin embargo, como noté su semblante más en paz, lo dejé como estaba. Total, tenía la certeza de que Abigail encontraría la manera de alcanzar ese peculiar objetivo suyo. Siempre lo logra, como cuando llegó al premio del laberinto de la Víspera de los Espíritus. Evitando las arañas, obviamente. 

 

—¿Como cuáles? —pregunté tanto por inercia como por curiosidad. Tampoco es como si tuviera prisa de volver a casa. Si podía, esa misma noche me las arreglaría para quedarme a dormir en la casa de Sam.

 

Abby no respondió con palabras, sino que con un encogimiento de hombros y una sonrisa juguetona que me indicaba que algo tenía en mente. Antes de que pudiera seguir indagando, ella cambió de tema:

 

—¿Y tú? ¿No te cansas de que todos los días de tu vida sean iguales? ¿O sigues con eso de Zuzu? 

 

Resoplé. Ahí estaba. Por supuesto que estaba igual de enterada de mis metas a largo plazo que Sam. Hice una rápida memoria y no obtuve registros de haberle contado mi nueva resolución. A nadie menos Sam, ahora que lo pensaba.

 

—Ya dejé lo de Zuzu. —Su cara se llenó de más sorpresa de la que anticipaba—. Me di cuenta de que estoy bien aquí.

 

Ella guardó unos segundos de silencio, mirándome desde el suelo. David la Cobaya había saltado desde hace mucho para acurrucarse en una pila de ropa que Abby tenía en el piso.

 

—¿Desde cuándo? —pregunta por fin.

 

—Desde el concierto… O desde antes, no lo sé.

 

—Me alegro.

 

Y sonrió. Sonrió con una felicidad tan acoplada que me hizo sentir tranquilo. Como si hubiera tomado la decisión correcta. Como si todos los días desde que llegué de Zuzu hubiera tomado la decisión correcta.

 

De alguna forma u otra, la conversación se nos fue de las manos y terminamos jugando videojuegos hasta la hora de la comida, que es entonces cuando me despedí. Y pude haber ido con Sam a pedirle techo, cama y comida, pero entonces mi madre me escribió diciendo de la forma más cariñosa y pasivoagresiva posible que si no iba a casa, dormiría a la intemperie en la montaña por lo que restaba del mes. Elegí mi supervivencia.

 

Y es que cuando mi madre da una orden lo puede hacer de dos manera muy distintas: o te lo ofrece como una alternativa cuando claramente no tienes opción, o te lo grita cual sargento a cabo. Por ejemplo, esa misma noche, demostró sus dones al, básicamente, orillarme a aceptar acompañarla en su viaje a talar madera. Ya estoy acostumbrado a eso, pero lo más desquiciado de todo es la forma en la que todos guardaron silencio cuando mamá me habló. Como si mi nombre estuviera maldito o algo así. Eso no impidió que aún así siguieran inundando a Lewis con bromas y temas científicos; su problema radica en que nunca se dan cuenta de en qué punto su interlocutor deja de entender lo que dicen. En el momento que yo escucho dos tecnicismos seguidos en una oración, me pierden por completo.

 

Como ya me era costumbre, esa comida me la pasé en las nubes conmigo mismo. Y con las palabras de alguien más, de hecho. 

 

Mientras me daba una paliza en el marcador del videojuego que pusimos, Abby me dijo que quería explorar más a fondo el pueblo. No tenía idea de si eso era posible, porque siempre parece que ella está en todas partes a cada hora. Lo mío no es explorar. Yo me quedo con los lugares que conozco de antemano.

 

—¿Entonces cómo vas a conocer otros? —dijo Abby al mismo tiempo en el que le daba el nocaut a mi personaje y ganaba su cuarta partida. Consecutiva—. ¿Conoces el bosque junto a la torre en ruinas? Quiero ir ahí.

 

—¿Segura? Todo el pueblo le tiene miedo a ese lugar porque tiene…

 

—¿Un tipo de aura extraña? —se adelantó—. Por eso quiero ir. Quizás Hannah me quiera acompañar…

 

Me miró de soslayo con una sonrisa venenosa. Hace mucho tiempo que Hannah me había pedido que la acompañase a esa parte del bosque, pero ese plan murió el día en el que supe lo histérico que me pondría si algo le sucediera delante mío. Me tomó mucho esfuerzo, pero logré convencerla de que desistiera del plan, porque aunque ya no se perdiera tan seguido, le seguía teniendo temor al bosque y su sentido de la orientación no la ayudaba. 

 

Lamentablemente, Abby es más cabeza dura.

 

—Yo estoy bien con los lugares que tengo —Volví al tema anterior—: el lago, las vías del tren, la playa… 

 

—Sí, y eso está bien, pero la novedad es necesaria para avanzar. 

 

—¿A dónde? 

 

—No lo sé .—Y estaba a punto de decirle que estas charlas motivacionales no eran lo suyo cuando añadió:— Pero piensa en todo lo que tienes ahora; si no te hubieses animado a probar algo nuevo, entonces tu presente sería muy distinto.

 

No pude replicar a eso.

 

Durante años mi concepto de avanzar fue conducir en línea recta hasta Zuzu, pero ahora que había decidido quedarme, el camino que debía tomar era difuso. Como si me hubieran quitado mi mapa ya trazado y me colocaran en medio de un campo sin señalamientos. Así de desorientado me sentía.

 

Durante la cena recibí un mensaje de Hannah con una foto adjunta en la que me mostraba un brote de helecho que llevaba buscando sin descanso desde hace unos días. A veces me asombra su capacidad para alegrarse por cosas tan simples. Eso a su vez me recordó que una de las cosas que gané al salirme de mi zona segura fue haberla conocido. Listo. No lo mencionó Abby, pero esa era la prueba definitiva de que aventurarme un poco puede salir mucho mejor de lo que esperaba. 

 

A lo mejor ni siquiera necesitaba un mapa para conseguir avanzar.

 

Hannah visitó la casa para dejarle unos peces que Demetrius le encargó, y aprovechó (casualmente) a saludar a la familia. Ellos la amaron, en especial la abuela que no dejaba de pellizcar sus redondas mejillas hasta dejarlas rojas. Y cuando llegaron las preguntas incómodas, ella logró manejarlas lo mejor que pudo.

 

—Oh, ¿y tienes novio? Con esa cara tan linda tuya no dudo que tengas ciertos pretendientes —indagó la abuela, cubriéndose la boca con decoro mientras se reía, porque aunque era pícara y tenía cierto sentido del humor mordaz, era muy digna. Me pregunto por qué sus hijos no salieron como ella.

 

Hannah enrojeció y evité por todos los medios mirarla, enfocándome en las tazas humeantes sobre la mesa de centro.

 

—No —contestó con paciencia—. No tengo.

 

Ya me esperaba esa respuesta, pero no el golpe seco que me dio. 

 

Después ella habló de su deseo por reparar el almacén en vista de que pronto tendrá animales y más productos que guardar. De verdad pareciera que por cada tres de sus pensamientos, uno era respecto a la granja. Mamá se interesó y nos dejó a ambos sin alternativas, uniéndola a nuestro viaje. Sin embargo, tuve que cancelar de último momento porque me surgieron peticiones de un cliente.

 

La mañana en la que ellas partieron, me colé en la cocina y di un saludo general. Toda la familia estaba desayunando. 

 

—Tu mamá se fue sin tí —me comentó la abuela con una tostada en la mano.

 

—Tengo trabajo urgente.

 

La cafetera ya funcionaba, y a pesar de que la mayoría tenía una taza con ellos, ninguno pareció notar el cambio. Tomé lo que restaba del viejo café y lavé la taza. Ella solo gruñó en respuesta.

 

—Esa granjera de ayer… Es bastante temeraria como para decidir cambiar su vida a tal magnitud. Cuando Demetrius lo hizo no dormí durante semanas. ¿Impresionante, cierto?

 

Cerré la llave del agua.

 

—Se llama Hannah —le recordé, evitando esa pregunta-trampa.

 

Sus ojos marrones me analizaron en silencio al tiempo en el que secaba la taza. Las arrugas de sus comisuras se profundizaron con su sonrisa y se apartó satisfecha poco después. Nunca supe qué fue lo que entendió.

 

Maru estaba a mi lado. El tío Jerry mencionaba algo sobre la biosfera o algo así. No lo entendía, pero no puedo decir que no me hubiera gustado; todos lucían tan interesados que llegué a pensar que sería genial poder comprender su idioma.

 

—¿Entiendes de lo que hablan? —pregunté casi en voz baja. Maru lo captó e hizo una mueca parecida a una sonrisa.

 

—La mayor parte, sí. Pero siendo honesta —Se acomodó sus anteojos por el puente de su nariz—, prefiero las conversaciones simples. El ser humano tiende a ser más impresionante cuando no pretende serlo.

 

La miré directamente unos segundos sin decir palabra hasta que suspiré:

 

—Sin duda eres una científica excéntrica como ellos.

 

—¿Y? Aquí tu eres el programador y ni siquiera sabes programar tu vida.

 

Fruncí el ceño.

 

—No era un insulto.

 

Su mirada se desconcertó y se encogió de hombros para restarle importancia. Luego dijo:

 

—Cuando estés libre, ¿puedes echarme una mano con el robot? Hay unos detalles que quiero afinar y quisiera tener tu opinión…

 

—Claro. Iré en cuanto termine.

 

Ella asintió y se fue.

 

No quise admitirlo, pero mi día había comenzado bastante bien.

 

 

 

Notes:

Este capítulo fue raro de escribir en su momento. Creo que divagué mucho en las ideas Sebastian, pero supongo que es natural divagar en tus pensamientos cuando tus planes de vida cambian radicalmente.

Igual, si tuviera que describir este capítulo, diría "son días normales de un Sebastian desanimado". La verdad no encuentro otra forma de describirlo.

Trataré de subir un par de capítulos más la próxima semana ya que siento que los tengo abandonados. Ya pronto esta historia finalizará. De hecho, ya estoy trabajando en los capítulos finales. Es extraño.

De todas maneras, gracias por su compañía.

Atte-June♥️

Chapter 36: El roble y el arbolito escuálido

Notes:

Hola ;)

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—...Y entonces le dije a Lewis: “¡¿Cómo piensas que eso va a funcionar?!” Pero no me escuchó y continuó andando por el hielo hasta que se rompió. En su momento fue muy caótico, pero ahora que pasaron los años nos podemos reír a gusto de él siempre y cuando no esté escuchando. 

 

La pelirroja me guiñó y apenas podía contener la risa por más grosero que a algunos les pudiera parecer.

 

Robin me estaba llevando a las profundidades de Bosque Tizón y sus historias me habían hecho perder la noción del tiempo y del camino. No fue hasta que los alrededores se hicieron más espesos que me di cuenta de lo lejos que estábamos. Aún así, lejos del nerviosismo, más bien me impresionó los troncos erguidos y los pinos que apuntaban directo al cielo. Estuve a punto de suspirar, pero elegí aferrarme a la tela de mi mochila que llevaba en las piernas.

 

—Bien, llegamos —anunció Robin al mismo tiempo que detenía la camioneta y salía. Se quitó el cinturón y salió tan rápido que tuve que apresurarme para seguirle el paso. Así iba a ser toda esa mañana.

 

Ni siquiera sé bien cómo llegué a ese punto de pasar a estar en mi granja probando suertes (de nuevo) con el lago frente de la cabaña a ir en busca de madera con Sebastian y su madre a ir solo con su madre. En algún momento me llegué a condenar mil y un veces en mi cabeza por haberme colado en sus planes con un simple comentario hecho al azar; sin embargo, Robin juró que no había problema y añadió más tarde, cuando Sebastian ya no pudo acompañarnos, que le sería de bastante ayuda.

 

No sabía si eso era bueno o malo.

 

Aunque al principio no encontraba mi sitio en la cabina, Robin hizo un excelente trabajo llevando la conversación y me reí sin parar. También se disculpó por la ausencia de su hijo, a lo que le contesté que no había inconveniente. No puedo decir que no me hubiese gustado que viniese, pero trabajo es trabajo y yo más que nadie lo entiendo. A veces ni yo puedo verlo entre tantos encargos que tengo que hacer en la semana. Pero, a pesar de que adoro a Robin, sigo sin conocerla por completo. No es como Abigail, por ejemplo. Que por cierto, había cumplido su promesa sin falta y por fin se había pasado a la cabaña para darme consejos para mejorar en los videojuegos, lo cual fue más bien una excusa para simplemente pasar un rato entre chicas.

 

—Es decir… Sam y Seb están bien. Son mis mejores amigos —me comentó la peli violeta con el cabello recogido en un moño desordenado y con la pintura de uñas negra (por supuesto) a medio secar—. También conozco a unas chicas de la universidad, pero las veo muy poco al ser todo por Internet y eso… Me alegro de tenerte aquí, si no, estaría vuelta loca. —Su sonrisa que se rasgaba de un lado lucía tan sincera que se me encogió el corazón.

 

En la ciudad estaba sola. Apenas convivía en la escuela y el trabajo no me hizo mejorar, sino que casi me hice invisible a mi propia percepción. También era mucho más desconfiada en la gente y sus intenciones. Pero este pueblo tiene algo… Algo en el aire y en el sentido de comunidad que te hace pensar “hey, tal vez son buenas personas después de todo”. Y al final no me decepcionaron; no solo Abby, Sam o Sebastian, sino que todos los habitantes que he conocido particularmente: cada uno tiene sus dudas, gustos y aspiraciones, y sigo sin poder creer el tiempo que desperdicié centrándome en mis libros y estudios en vez de entablando relaciones reales. 

 

—A mi también —musité seguido de un carraspeo—. Es decir, también me alegra haberte conocido, a tí y a los otros. Son geniales.

 

—Oh, no te dejes engañar. La mayor parte de nuestro brillo es porque nos la pasamos haciendo el tonto —Ambas nos reímos y cambió el tema añadiendo:— Oye, ¿no has considerado teñirte el cabello? Creo que un rojo intenso te quedaría; tengo práctica con eso, pregúntale a Seb si quieres. —Mis ojos llenos de terror hablaron por sí solos—. ¿No? ¿Un rubio tal vez…?

 

Esa noche me reí hasta que me dolió el estómago y comimos el suficiente pastel de chocolate y pizza con piña como para invernar hasta el próximo año. Por fortuna, evité que Abigail saltara del sillón y me arrastrara hasta Joja Mart en pijama en medio de la noche para ver qué tono de rubio me sentaba mejor. La verdad es que me gusta mi cabello (por más dolores de cabeza que me haya dado a lo largo de mi vida) ya que es idéntico al de mi madre, es por ello que lo conservo largo y en su color natural. Papá siempre me dijo lo mucho que me parezco a ella en su juventud.

 

Un sonoro crujido fue seguido de un golpe seco. Así volví a mis cinco sentidos.

 

—Y así le das la dirección deseada a un árbol —vociferó Robin sosteniendo su hacha muy orgullosa—. ¿Increíble, no?

 

Asentí con una pequeña sonrisa y me acerqué a ayudarla y que me siguiera explicando el proceso. Ya había venido con Sebastian antes y también talé unos cuantos árboles por mi cuenta, pero ella me estaba ofreciendo consejos muy útiles de lo que no quería perder detalle. Pude escribir algunos en mi libreta y Robin se burló ligeramente. 

 

—Nunca me ha acompañado alguien tan dedicado como tú, a excepción de Leah, quizás —La ayudé a llevar el tronco hasta la camioneta. Se me iba el aire pero ella estaba como si nada—. ¿La conoces? Es una artista increíble y a veces me pide consejos para sus esculturas.

 

—He hablado un par de veces con ella. Es muy amigable.

 

—Sí que lo es. De hecho, hace poco nos comentó a mí y a Lewis su idea de exponer su arte e invitar a los turistas —Había algo en el tono de Robin que demostraba lo mucho que la entusiasmaba la idea, pero entonces su voz perdió un toque de optimismo—. Sin embargo, Lewis le comentó que el Pueblo no tiene los fondos para permitirse tal evento. Por ello le sugerimos que esperase hasta la Feria de otoño, que es cuando los turistas vuelven brevemente.

 

—Qué mal. Espero que le vaya bien —dije. Leah realmente parecía estar inmersa en su arte, y aunque no la conociera bien, le deseaba éxito. Quizás se hacía rica y famosa, nunca se sabe—. ¿Y de qué va esa feria?

 

—Oh, es cierto. ¡A veces olvido que eres nueva! —Me dio una palmada en la espalda que me sacó el aire y prosiguió a explicarme todos los detalles generales. No pude hacer otra cosa aparte de emocionarme. Música, juegos, comida… ¡Y gratis! No podía sonar mejor—. Te encantará, es de los eventos más esperados del año. Es una lástima que ya casi no haya niños para disfrutarlo. —Un ápice de nostalgia se reflejó en sus facciones—. Pero, ¡hey! Será divertido que Pierre tenga más competencia.

 

—¿Competencia?

 

—¡Sí! Cada año se hace la Exposición Agrícola en donde puedes mostrar tus mejores productos. El ganador se lleva una generosa recompensa. —Me guiñó el ojo con una sonrisa de publicista y caí en sus redes.

 

Iba.

 

A.

 

Ganar.

 

A cualquier costo.

 

Hablamos de nimiedades hasta conseguir la cantidad de madera que necesitábamos; ni siquiera me di cuenta cuando se me pasó la hora de la comida. Estaba exhausta y madrugar al día siguiente parecía una misión imposible, pero por suerte no me desgarré un tendón; Harvey me enviaría a reposo absoluto de nuevo de ser así. Lo único que me apetecía en ese instante era una ducha y un buen libro de romance, y con suerte, dormir mucho. Entonces, mientras le daba un trago largo a mi botella de agua, Robin sacó a relucir unos arbolitos escuálidos bromeando diciendo que se parecían a mí cuando me conoció. Eran algo así como árbol de melocotones en sus primeras etapas de vida. Y no, todavía no daba fruto.

   

—Ven, encontré un buen lugar para ellos. —Tomó dos de las frágiles ramitas con hojas y me animó a seguirla—. Toma esas palas.

 

La obedecí sin más y con demasiada vergüenza como para preguntarle qué íbamos a hacer; eso estaba claro. Pero entonces recordé que en ningún momento hice eso con Sebastian cuando vine por primera vez. Luego lo pensé un poco mejor y llegué a la conclusión de que era un requisito para talar, y que por ende era un delito no hacerlo, y que por ende era acreedora a una multa. Mi título universitario me condenaba desde el fondo de mi mente.

 

La pelirroja notó (por fortuna) mi cara de susto y preocupación y me aclaró que no era algo obligatorio sino algo que ella trata de hacer por sí misma cada que se surte de materiales.

 

—Es obligación de todos mantener a nuestros bosques. —Se encogió de hombros y con el dorso de su mano se quitó el sudor de la frente. Su cabello lucía aún más anaranjado con los rayos del sol que se colaban entre las copas de los árboles—. Es por eso que cada tanto intento plantar unos cuantos de estos pequeños. Hay que dar tanto como recibimos, ¿no?

 

—Debes amar este sitio —solté, convencida.

 

Sus ojos se paralizaron un segundo para después suavizarse profundamente al punto de derretirse de cariño.

 

—Es mi hogar. Lo ha sido desde que llegué aquí y… —Agachó la mirada hacia la ramita que acababa de plantar. Me era imposible imaginar que esa cosita tan frágil pudiera convertirse en uno de los tantos enormes pinos del bosque—. Creo que le tengo cariño incluso a esta tierra. A todo lo que hay en ella.

 

Una risa entrecortada brotó entre ambas al igual que la calidez de la familiaridad. 

 

—Puede que te parezca una loca ahora, pero en unos años entenderás de lo que hablo.

 

—Creo que te entiendo. —De verdad—. No sé si es por la gente o porque este sitio me haga sentir más cerca de mi abuelo, pero ya le tengo cariño.

 

—No puedo imaginar lo duro que ha sido para tí sacar a flote esa granja… Honestamente no supe qué esperar cuando me pediste arreglar esa vieja cabaña. Y además, tienes a tu familia… De seguro que la extrañas.

 

Se me formó un nudo en la garganta, el estómago y el corazón.

 

—Sí, mucho.

 

—Te entiendo… Bueno, al menos un poco. No sé si Sebastian te lo haya mencionado, pero mis padres nunca estuvieron muy de acuerdo con las decisiones que tomé. Claro, yo siempre fui muy terca, como podrás ver. —Se me escapó una risa, porque cualquiera que conociera a la carpintera lo sabía—. Ahora que crecí y veo las cosas diferentes, sé que no tomé las mejores decisiones, pero no me arrepiento de ni una de ellas.

 

—Desearía poder decir lo mismo…

 

No sé de dónde salió ese pensamiento, pero Robin se interesó. Y no sé si fue por su excelente forma de convencer a la gente o al ambiente de confianza que creamos entre las dos que le conté toda la situación con mi madre y la noticia de su diagnóstico. Fue tan fácil decir todo lo que me ahogó en su momento. Incluso en mis momentos más débiles me continuaban sobrepasando. Y entonces recordé que, posiblemente, se debía a que era la madre de Sebastian y de algún lado él tuvo que sacar esa calma y buen oído. Pero inconscientemente añadí algo que no sabía que me inquietaba tanto hasta ese momento.

 

—No sé de qué forma ayudarlos… Es decir, yo estoy aquí y ellos allá. Y me siento tan inútil de solo pensar en que no puedo hacer nada, y que soy tan egoísta al seguir con mi día a día como si nada cuando sé que la están pasando mal…

 

Mis guantes estaban llenos de tierra y mi sombra cubría al pequeño arbolito. Toda mi luz desaparecía con la simple idea de que la relación que acababa de recuperar con mi madre desapareciera otra vez. Tal vez para siempre. Robin me consoló y me dio ánimos tanto como pudo. Esa ternura y ese brillo singular que bordeaba su carácter maternal me calmó lo suficiente como para no desmoronarme en todas las malas posibilidades que siempre imaginaba.

 

Me aseguró que podía contar con ella y con su familia para lo que fuera.

 

—La familia es importante, Hannah. Si encuentras una forma de cuidar de la tuya, te apoyaremos como podamos. —Se acercó y apretó mis dos manos enguantadas.

 

Asentí con emoción. ¿Hay gente así de amable por todas partes? Si fuera así, el mundo sería un lugar mejor. Eso no importaba, pero esperaba que otra persona tuviera el privilegio de que alguien así de bueno estuviera en su vida, porque de alguna forma que no comprendía, mi carga se volvió más ligera una vez compartí mi preocupación. Fue así con Sebastian con lo de mi madre, al igual que pasó con Abby y Sam cuando necesité de su ayuda en la granja. Y me ha costado mucho tiempo y esfuerzo, pero por fin comprendí por completo que compartir mis problemas no me hace débil, sino que me ayuda a no derrumbarme.

 

Plantamos media docena más de pinos, robles y arces (sí, porque estos dos son distintos y mi confusión derivó en una plática extensa sobre las diferencias entre los dos tipos y cómo podía identificarlas), y luego tomamos camino rumbo a mi granja con los primeros signos del atardecer en el cielo.

 

—De hecho, estaba pensando en hacer colmenas, ya sabes; para obtener miel.

 

—Con que colmenas —murmuró mientras conducía—. Si consigues los planos, te puedo echar una mano con la fabricación. ¡Pero ni loca me acerco a las abejas! —exclamó, como si aquello fuera como acercarse al acantilado. Aunque con Robin, cualquier situación tenía un porcentaje de emoción adicional—. Como sea, si así lo quieres te recomiendo que te apresures; después de la visita de las medusas lunares, tendré la agenda llena debido a la feria. En cuanto al invierno el trabajo se paraliza en gran parte, por lo que me enfoco en proyectos personales o más pequeños . Tenlo en cuenta para tus futuras reparaciones. 

 

Es así como en mi cabeza la tarea de volver a preparar la tierra para la siembra de otoño tomó prioridad, ya que la temporada estaba a nada de iniciar. Al menos era una suerte que el sol ya no fuera tan intenso y que el viento comenzara a hacer acto de presencia, aunque no sabía qué tan bueno era eso considerando que mis futuros animales podían pasar frío. Abuelo, ¿cómo le hacías para hacer esto año tras año? 

 

—La familia de Demetrius se irá luego de ver a esas medusas… No es que no me agraden, pero son bastante…

 

—¿Como Demetrius? —acompleté con media sonrisita.

 

—Sí, exactamente así —carcajeó. Cuando reía así, se notaba el parecido con su hijo—. Oh, esta noche tendremos una cena especial, ¿no quieres unirte?

 

La última vez que probé la comida de Robin fue probar el cielo, y aunque la idea de estar con Sebastian un rato también me gustaba (demasiado, a decir verdad), no podía ignorar el cansancio y hedor de mi cuerpo. Tampoco quería pasar por una segunda ronda incómoda de preguntas y respuestas de la abuela.

 

—Gracias por la invitación, pero creo que será en otra ocasión —pronuncié con la mayor cortesía y agradecimiento que me fue posible sintetizar.

 

—Bueno, está bien. —Se encogió de hombros—. De todas formas no ibas a querer ver a Sebastian quejándose de la comida como un niño. Él odia el estofado de setas, ¿pero qué se le puede hacer? —suspiró—. Ese chico se parece tanto a su padre…

 

La última declaración de Robin me dejó helada. Para Sebastian el tema es como una astilla dolorosa que trata de minimizar, pero ella lo mencionó con tanta indiferencia… Al final del día, es cierto que cada quien vive las decepciones de forma distinta.

 

¿Pero de qué otras formas se parece él a su padre?

 

Me formulé tantas dudas que en ese momento hubieran sido descortés exteriorizar, así que guardé silencio. Robin notó mi interés.

 

—Sebastian no habla mucho de él —añadió.

 

—No, casi no.

 

Salimos por completo del bosque. Se pudo visualizar el lago a un costado, tan brillante y espléndido qué quemaba a la vista.

 

—Fue amor joven —dijo casi suspirando. Quería evitar verla directamente, pero cuando lo hice, noté que en su expresión no era la de alguien atormentada, sino que de alguien que estaba en paz. Alguien lo suficientemente mayor y madura como para dejar al pasado en su lugar—. Por él me mudé al Valle. ¿Sabes? Creí que ese era el inicio de mi nueva vida; que formaríamos una familia y criaríamos a nuestro hijo y nos haríamos viejos juntos. Estaba muy enamorada y era muy inocente. —Sus ojos estaban serios, fijos en el camino. Era muy diferente a la Robin divertida de hace unos minutos—. Pero las cosas no funcionaron y él se terminó yendo, creo que le hartó jugar a la familia conmigo. Fue entonces que aprendí que la vida da muchas vueltas, pero no por eso debo dejarme arrastrar. Hannah, por más que cambie tu vida, no te dejes arrastrar por lo malo.

 

Robin dejó de observar el camino por un segundo para verme a mí. Y no sé qué vio en mí, tal vez a una versión más joven de sí misma, igual de perdida y confundida. Nunca lo sabré, pero ese día supe que podía contar con ella.

 

La mujer, que para este punto la percibía como casi una santa, me ayudó a bajar mi madera al llegar a la finca y saludó con emoción a mi perro, que en sus palabras, era “muy adorable”. No sé por qué, pero me infló el ego. Y luego se despidió con la promesa de que cenaría con ellos luego de que las visitas se fueran, para lo cual, faltaba relativamente muy poco, ya que la visita de las medusas se acercaba a pasos agigantados. Suspiré. El verano se acabaría en cuestión de días y el otoño tocaría a mi puerta. No podía creer todos los meses que estuve sobreviviendo lejos de todo lo que conocí. Mis familiares decían que no lo lograría, que era una locura lo que estaba haciendo y que no llegaría a final de temporada con este sueño absurdo. Ahora podía reírme en sus caras. Desde que dejó de importarme tanto la opinión de los demás sobre mí, mi vida era un poco mejor. 

 

La conversación que tuve con Robin rondó por mi cabeza, y después de darme mi tan ansiada ducha, me acosté en mi cama y llamé a mi padre. Cuando me enteré de la enfermedad de mi mamá, mi mundo se derrumbó; y seguía siendo así cada que sobrepensaba los terribles resultados que podía tener. Y aún considerándome alguien decidida, no tuve el coraje de contactarlos para enfrentar la realidad. Esa noche quise pensar que había cambiado y que ahora podía tomar cartas en el asunto por mi propia voluntad. Es mi mamá, por supuesto que quería cuidarla e involucrarme, pero no resolvería nada simplemente haciendo conjeturas y poniéndome ansiosa.

 

El tono de la llamada comenzó a sonar en altavoz y Cody subió a la cama de un brinco.

 

Quería ser valiente por todo lo que he construido aquí y por lo que conservé en la ciudad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notes:

Amo a Robin. Y amo que la comunidad en general esté de acuerdo en que nos casamos con su hijo solo porque no podemos casarnos con ella.

No recuerdo bien bajo qué circunstancias escribí el capítulo, pero creo que era mi propia manera de acercarme al final que siempre tuve pensado para la historia. Creo que en este punto simplemente pensé que era imposible que Hannah se quedara de brazos cruzados en su situación, pero por supuesto, sin comprometer del todo esta nueva vida que formó.

Y me he dado cuenta de que me encanta narrar como Hannah. Y no: no pienso arreglarle la vida económicamente. Al menos no pronto :) Una disculpa por cualquier error ortográfico que hayas encontrado en tu lectura, y me disculpo por adelantado por los siguientes capítulos. Ustedes sabrán cuando los lean.

En fin, gracias por leer.

Atte-June♥️

Chapter 37: La astilla en mi mano

Notes:

Sorry...

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Platos humeantes por ahí, carcajadas por allá, algo que posiblemente se estaba quemando en el horno…

 

Y mientras tanto, miraba con repudio las setas en mi plato.

 

Estaba luchando entre obligar a mi mano a tomar la cuchara y en forzar a mi lengua a no escupir la comida. Hay algo, simplemente hay algo en el sabor de las setas que no me cierra en el paladar.

 

En cuanto mamá llegó, la casa se reactivó de inmediato y la cena se hizo en un abrir y cerrar de ojos. De todas formas no me hubiera dado cuenta si hubiera tardado más; mi hambre es lenta en llegar y tener la cabeza metida en el trabajo es un buen distractor. De hecho, antes, al terminar mis pendientes y ver que todavía tenía tiempo antes de que llegara mamá, tomé mi segunda gran taza de café del día y fui con Maru. Lo primero que vi al entrar a su dormitorio fue a un dispositivo echando un denso humo negro, lo cual no fue nada alentador.

 

—Tranquilo, es normal —dijo, y no me tranquilizó en absoluto.

 

Lo único que tengo que decir al respecto es que salí vivo y con los diez dedos de las manos.

 

El tío Jerry y Demetrius optaron por un tema de conversación más convencional y alabaron la comida de mi madre; ella pretendió no prestarles demasiada atención, pero masticaba demasiado feliz como para decir que no le importaron los cumplidos. La mamá de Demetrius habló del clima, su nuera hizo un comentario al respecto, el hijo de esta añadió un estudio reciente relacionado, el tío Jerry refutó con otros análisis… Y ahí es donde murió mi comprensión y atención. Comí con lentitud haciendo bailar el pie debajo de la mesa en un ritmo ansioso que solo yo comprendo. En la mesa eran tantas voces juntas que no se requería la mía, lo que era un alivio, porque siempre he temido que me incluyan en esas pláticas, no sepa qué decir y termine como el idiota que soy. 

 

No estoy acostumbrado a comer acompañado, y mucho menos con tantas personas, por lo que me sentía incómodo al grado de que la ropa me picaba. 

 

Mi teléfono vibró en mi bolsillo y lo tomé con disimulo; era Sam. El otro día fuí a su casa para ver qué podíamos hacer con algunas letras que se le habían ocurrido en su trabajo mientras limpiaba los pisos de Joja Mart. No sé qué de inspiracional puede tener trapear, pero la verdad es que, contra cualquier pronóstico, la letra era buena. No podía esperar menos de él. Sólo teníamos que afinar unos detalles e idear la melodía. Le comentamos a Abby lo que Sam tenía en mente; un ritmo suave y ella nos ayudaría en esa parte. Se sentía bien volver a colaborar con ellos de esta forma, y a juzgar del entusiasmo del rubio, él opinaba lo mismo. Últimamente ha estado buscando pequeños trabajos en los que pueda desarrollar más su carrera. No le molesta cuánto tome (“con algo se tiene que empezar” es su discurso personal). Su convicción se redobló luego de recibir buenas reseñas de nuestra presentación en Internet. 

 

Seguido de un video de un gato, me envió un video de sí mismo tocando mi teclado el cual le había prestado. Supuse que hizo unas pruebas y quería que las viera. Cuando quise escribir una respuesta me percaté de una molestia en mi mano: era una astilla en la piel que se habrá enterrado al ayudar a mamá a guardar la madera en su almacén. Lo dejé así por el momento y seguí, pero cuando estaba a punto de presionar ‘enviar’, un carraspeo a unos asientos de distancia me desconcentró. Fue Demetrius regañándome con la mirada. 

 

—Sebastian, te hicieron una pregunta —habló él con frialdad de su tono.

 

Reaccioné y centré toda mi atención en la abuela. Ella repitió su pregunta que era acerca de cómo me iba en el trabajo (“decente”) y cómo estaban mis amigos (“hasta lo que sé, bien"). No mencionó nada de nuestra presentación en Zuzu. Nadie más lo hizo. 

 

—Está pronosticada lluvia para mañana, ¿lo puedes creer? Espero eso no espante a las pobres medusas.

 

—Mamá, de hecho hay estudios que comprueban que sin importar…

 

—Oh, Jerry, cariño. Por la bondad de Yoba, deja de meter un estudio científico en cada conversación. Mejor ayuda a Robin a traer el postre, ¿qué te parece?

 

La mesa entera estalló en carcajadas. La mamá de Demetrius es, muy probablemente, el único familiar que me agrada verdaderamente. Y además, regala muy buenas frazadas.

 

La comida se terminó tan rápido como la tarta de moras, que al comerla, me recordó a Hannah y me hizo pensar qué estaría haciendo. Como la hora de presencia obligatoria terminó (a mi parecer), me retiré de la mesa sin muchas excusas y cortas despedidas. Ya estaba oscuro afuera y me planteé un breve paseo en motocicleta o una caminata hacia el lago; estar lejos de esta casa un rato no me venía mal. Sí, hay suficiente espacio para todos, pero podía sentir la presencia ajena por todas partes. Por lo menos todavía tenía mi habitación solo para mí. Mientras me iba, recordé que tenía que contestarle a Sam, aunque conociéndolo, con el tiempo que había transcurrido, de seguro ya había creado otras cuatro opciones.

 

Pero no importaba. Esa noche estaba de ánimos para trabajar en mi videojuego hasta tarde. Resulta que recuperé la motivación además de que contacté a un programador que se enfoca en el área de los videojuegos que me pudiera aconsejar. Le hablé un poco del concepto que tenía, y aparentemente le gustó, porque se ofreció a asesorarme. 

 

Esto era bueno. Tan bueno que no podía esperar a ver un legítimo avance.

 

Caminé hasta el final del pasillo, sin embargo, antes de que bajara el primer escalón hacia el sótano, un llamado me detuvo.

 

—Sebastian, espera, ¿podemos hablar?

 

Era Demetrius.

 

Mi estado de ánimo se amargó de inmediato, aunque me dije a mí mismo que entre más rápido fuese, menos daño haría.

 

—¿Sí?

 

—Sólo quería consultarte respecto a algo que llegó al correo esta mañana…

 

Tenía un semblante tan serio que no entendí a qué se refería. Con un signo de interrogación en mi rostro, me acerqué al mostrador de la carpintería del que sacó una carta. Ya estaba abierta, pero me la dio para que la leyera.

 

Leí una y otra vez las sencillas líneas que traía el papel impreso, y no lo pude evitar, pero sentí que el mundo estaba equivocado de mil maneras distintas.

 

No podía separar mis ojos de esa carta.

 

No podía entender la situación en general.

 

—¿Por qué tienes eso? —Demetrius no debía enterarse. Nadie. ¿Y por qué diablos había una carta? ¿No se suponía que el Señor Young mandó un correo electrónico? 

 

—Llegó junto al correo esta mañana —respondió, como si aquello fuera excusa para entrometerse más de lo que alguien debería y me arrebató el papel—. Pero eso no importa. ¿Por qué no nos habías contado de esto? ¿O es que ya ni siquiera tenemos derecho a saber de tu vida?

 

“Derecho”, dijo. Se me ocurrieron pocas cosas a las que ese hombre pudiera tener verdadero derecho sobre mi vida. Conté hasta tres. Como no me bastó, quise contar hasta diez, pero ya hace tiempo que me estaba cansando de su actitud y esto, sinceramente, era el límite.

 

—Habla por tí. —Apunté a su pecho con mi dedo, mascullando con tal de que los demás no nos escucharan—. Renunciaste voluntariamente a ese derecho hace mucho.

 

Demetrius es más alto que yo. Siempre ha sido así. Pero eso no es impedimento para que me ponga a su altura en las discusiones, porque lo único que me frenaría de soltar de más la lengua sería el temor a ofenderlo. Ese respeto básico en una relación aquí no lo hay y no estaba seguro de qué tan peligroso era eso en esos instantes. Esto era una invasión de su parte. Él no debía tomarse la libertad de abrir aquella carta y leerla.

 

—Eres tú el que ha decidido alejarnos a todos y a encerrarte ahí abajo en ese sótano para perder tu tiempo haciendo quién sabe qué. —Estampó la carta sobre el mostrador. 

 

—Programación. Programar. ¡Eso es lo que hago todo el maldito día ahí abajo!

 

Las manos temblaron a los costados. Cada palabra golpeó más duro que la anterior y comencé a recordar cada uno de los motivos por los que me escondía ahí abajo.

 

—¿Y de verdad piensas que eso te puede sacar adelante? —Me cortó—. Sebastian, sé realista de una vez por todas. —Me dejó sin aliento y como piedra sobre mis pies—. No fuiste a la universidad y te pasas los días en un trabajo que no es factible a largo plazo. Debes comenzar a ver a futuro y a tener metas de verdad. Ya deja de jugar a hacer música y a hacer páginas de Internet. Este empleo —Agitó en el aire el papel— es algo bueno. No tiene el mejor de los salarios pero puede mejorar con el tiempo y…

 

—Lo rechacé.

 

La cara de Demetrius se paralizó de una forma majestuosa que hubiera disfrutado en cualquier otro momento, pero en ese instante estaba demasiado dolido como para pensar en otra cosa que nos fueran sus palabras y las inseguridades que despertaban.

 

Nunca pensé que ese hombre seguiría siendo capaz de lastimarme tanto aún cuando creía que eso ya era imposible.

 

—¿Cómo…?

 

—No lo quise. Le envié un correo electrónico. No sé por qué mandó una carta.

 

—No me refiero a eso. —Su petrificación se transformó en una irremediable cólera—. Y no pensé que pudieras ser más estúpido. ¿O es que no te bastó con desechar los estudios y también quieres tirar a la basura esta oportunidad? ¿No es eso lo que querías?

 

—¿Qué? —Alcé los brazos con exasperación y los dejé caer a mis costados—. ¿Ahora ya no se me permite cambiar de opinión? ¿O es que simplemente mis deseos no entran en tu esquema perfecto de vida perfecta? Yo no dejaré que controles mi vida. No soy Maru.

 

—No la controlo: la cuido porque quiero lo mejor para ella —recalcó—. Es mi hija

 

Y sin ganas y totalmente agotado añadí:

 

—Nunca te entenderé.

 

Cuando escuché pasos en el pasillo y la voz preocupada de mi madre preguntando qué sucedía, ya ni siquiera era consciente de lo fuerte que mis uñas se enterraban en las palmas de mis manos, justo en la astilla.

 

Casi a punto de desgarrar la piel.

 

¿Por qué la situación se sentía tan familiar?

 

—Perdón que mi trabajo no esté a tu altura, pero no es mi problema que no te guste lo que haga. Contigo nunca es suficiente. Nada de lo que haga lo es.

 

—¿Demetrius? ¿Sebby? ¿Qué sucede aquí?

 

—Siempre has sido así de orgulloso —negó con la cabeza y bufó—. Jamás te has dejado dirigir a pesar de lo que hemos hecho por tí tu madre y yo.

 

Sus palabras casi me hicieron vomitar.

 

—¿Por qué te das mérito? —Elevé la voz con la sangre ardiendo de rabia y algo más—. Por más de veinte años no logro recordar algo bueno que viniera de ti. Y ni siquiera menciones a la universidad. No lo digas porque el único que quería eso eras tú y lo sabes. 

 

—Yo solo pensaba en lo que era mejor para tí…

 

—Tú ni siquiera eres mi padre, no trates de decirme lo que es mejor para mi.

 

—¡Basta los dos!

 

Ambos volteamos a ver a mi madre. Ver sus ojos conteniendo las lágrimas fue como si echaran agua sobre el fuego de nuestra discusión. Al instante se me encogió el corazón, el estómago y más órganos de los que pude reconocer. En el pasillo se escuchaban murmullos pero estaba tan perdido que apenas estaba saliendo de la neblina del enojo. 

 

Está pasando de nuevo. Me taladraba la cabeza. 

 

—¿Qué les sucede? —Su voz se ahogaba. No respondimos—. ¿Y bien? —Dejó caer sus brazos contra sus costados. Su expresión era de estar hasta el límite de energía y paciencia—. ¿Hasta cuándo van a seguir así? Parecen un par de niños —masculló. 

 

Demetrius por fin reaccionó e hizo amago de tranquilizarla. Grave error. Todo terminó en un tornado de palabras y reproches. Yo apenas y podía unir una idea con otra hasta que la vi ahí: Maru me observaba con una mezcla de temor y preocupación. Se estaba repitiendo todo, absolutamente todo.

 

Como un ciclo sin fin.

 

Me faltaba el aire. Con la cabeza en blanco y golpeando los hombros con algún invitado, me dirigí al garaje. Abrí la cortina de metal, encendí mi motocicleta, me puse el casco y arranqué. Todavía pude escuchar mi nombre en forma de gritos a unos cuantos metros hasta que se perdieron en el fondo.

 

No sabía cómo había llegado ese punto, ni cómo explotó todo, ni cómo llegó tan lejos como para que yo estuviera conduciendo de repente. Maldita sea, no sabía a dónde iba ni por qué mi primer impulso había sido tomar la motocicleta. Sólo sabía que tenía que salir de esa casa antes de que las paredes me quitaran todo el oxígeno.

 

De los pocos pensamientos que logré atar, uno me decía que esta simplemente era mi usual necesidad de huir cuando las cosas se ponen mal.

 

Esa que llevo tatuada en la sangre. 

 

 

Notes:

Ok, no tengo experiencia escribiendo escenas de discusiones, pero lo que esto fue un poco desafiante. Pero bueno, de todas formas siempre tuve en mente una confrontación entre Sebastian y Demetrius por la naturaleza que le di a su relación.

Y pues así.

Si vienen tiempos oscuros.

Gracias por leer :)

Atte-June♥️

Chapter 38: Fracasado

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Odio la sensación de no reconocerme a mí mismo.

 

Creo que siempre hablo de lo que me disgusta. Eso es fácil; solemos recordar mejor lo malo por sobre lo bueno. Creo que es una especie de autocastigo que nos imponemos los seres humanos. Pero las cosas buenas no desaparecen, simplemente están por ahí bien enterradas.

 

Mientras conducía no se me venía a la mente ni una sola memoria alegre. No pensé en las veces que fui feliz con mi familia, en mis amigos, o en nada que realmente me importara. No hubo nada en mi mente en general, aparte de la carretera libre que tuve por delante, el viento que golpeaba mi cuerpo y el rugido del motor que silenció el resto de mis complicados problemas. Ya estaba varios kilómetros lejos del pueblo y tenía la enorme necesidad de aumentar la cantidad; no me parecía la suficiente como para por fin quitarme el casco y arrepentirme. Aumenté la velocidad.

 

Montar en motocicleta es uno de mis rituales. Cuando me siento oprimido solo necesito un buen paseo nocturno para volver a mí mismo. No sé exactamente cuándo me enamoré de esta práctica; posiblemente en la secundaria viendo toda esa libertad que la cubría. O porque simplemente se veía genial y yo también quería serlo. El gran ahorro que hice para comprarle su motocicleta a un señor a las afueras fue todo un logro. Mi mamá la odia, por supuesto, pero nunca se metió más allá de exigirme usar casco y no ir alcoholizado. Por cada imagen de ella en mi cabeza, deseé desaparecer cada vez más.

 

Los rastros dorados en el cielo se estaban borrando y la oscuridad cayó poco a poco. Me detuve en una gasolinera con el bosque de fondo y con el desolado camino de frente, pues sabía a dónde me dirigía aún cuando no controlaba mis movimientos. Y aunque había perdido la noción del tiempo, estaba seguro de que faltaba poco para llegar.

 

También sabía que había actuado mal. Muy mal. Y lo peor es que no le hallaba solución.

 

Estaba molesto; la rabia me borbotaba desde las entrañas amenazando con seguir ahogándome. Tenía que controlarme. Tenía que dejar de actuar de esta manera. Tenía que comenzar a ser consciente de mis acciones antes de dañar al resto. Dejar de que mis malos impulsos me dominaran. ¿Pero y él? ¿Acaso él salía impune de todo esto?

 

Tenía que mejorar tantas cosas de mí mismo pero no tenía idea de cómo arreglarlas.

 

El suelo comenzó a dar vueltas. Traté de seguir una de esas secuencias de respiración, logrando controlarme un poco. Una amargura me perforó el fondo de la garganta y apreté los ojos muy fuerte para borrar el mundo de mi alrededor. No funcionaba.

 

Por instinto busqué el encendedor en mi bolsillo y lo apreté en un puño. Necesitaba tranquilizarme, de lo contrario ocasionaría un accidente conduciendo así. Cuando el tanque se llenó por completo, entré a la tienda a pagar la gasolina. Mi vista muerta se enfocó en las cajetilla de cigarrillos del fondo.

 

Me repetí los cientos de motivos que tenía para no hacerlo, pero mis ganas de sentirme un poco mejor eran mayores.

 

Con manos temblorosas de ansiedad protegí la pequeña flama de los vientos otoñales hasta lograr que una punta del cigarro se prendiera. Era de un rojo vivo tan familiar. Le di una breve calada y el ruido de mi cabeza aminoró. Al menos unos breves segundos.

 

Lo extrañaba… Lo odiaba…

 

Me miré las manos: estaban enrojecidas, tenían marcas de uñas en las palmas y un cigarro en donde siempre. Una terrible decepción me aplastó el pecho, y me di cuenta de que tal vez nunca había mejorado.

 

Seguía siendo el mismo.

 

Mis botas crujieron contra la gravilla del suelo. Con un movimiento puse el caballete lateral y apagué el motor. El silencio que dejó era inmersivo; apenas y se escuchaban insectos o ráfagas de viento. Caminé un poco hasta llegar a la cima del acantilado y ver un incesante destello a la distancia.

 

Era mi lugar favorito

 

Recordé la sujerencia de Abby acerca de explorar más, conocer más. Y es de esa manera exactamente en la que conocí ese sitio: en una de mis tantas vueltas a la ciudad, me detuve un rato a descansar. Fue mera coincidencia y aún así me aferro a este lugar como algo significativo. No sé si es por la vista…, la soledad o melancolía que me produce. Posiblemente era por ese conjunto perfecto.

 

Deslicé una mano al interior de mi chaqueta y tomé otro cigarro con tanto remordimiento como me permití. Mi cabeza seguía sobre mis hombros, pero dejé mis pensamientos a unos kilómetros atrás, en la casa de la montaña. Era como volver a tener una pesadilla, una de la que no te despiertas. Y me sentía tan idiota por haber caído en el mismo bucle. Tan tonto por creer que algo cambió en mí. En él.

 

Miré a la brillante Zuzu entre la noche. Hace años estuve ahí en una situación parecida a esta. Siempre he tenido la sensación de que no pertenezco a mi hogar, a mi familia, por más que lo intente. ¿Por personalidad? ¿Sangre? Me cansé de tratar de adivinar.

 

Creo que por eso me fue tan fácil irme aquella vez sin pensar en las consecuencias.

 

“Una vez huí de casa”. Eso le confesé a Hannah estando borracha.

 

Siempre fui un poco rebelde, la contraparte imperfecta de Maru. Ella y su brillante cerebro triunfaban y yo me quedaba con los logros menores, por lo que más que una hermana y compañera se convirtió en alguien a quien vencer. No fue hasta que entré a la adolescencia que tiré la toalla y acepté la mediocridad y el desastre para hacerlos míos. Nunca fui un genio en clases, pero lograba pasar las asignaturas con poco más del mínimo, lo cual no complacía a Demetrius. Siempre me repitió que era capaz de dar más que eso; nunca supe si tenía razón porque siempre me conformé con lo poco. En casa era desobligado, me aislaba en mi habitación, evadía las conversaciones significativas con mi mamá o Demetrius, y Maru me parecía más una desconocida.

 

Pasaba mucho tiempo en casa de Sam, lejos de las peleas… Y con Abigail. También me juntaba con algunos chicos de mi clase. Fue entonces que comencé a tener problemas: me saltaba clases, mi actitud empeoró, comencé a fumar… No me di cuenta de lo mucho que había cambiado hasta que ocurrió el incidente de la fiesta, la borrachera y la estación de policías. 

 

“Ese no soy yo” fue algo que tardé en reconocer. Me dejaba arrastrar por personas a las que no les importaba en lo más mínimo y planeaba detenerlo.

 

Tardé en recuperar la confianza de mi madre y un poco la de Demetrius. Ella seguía furiosa diciendo que era la mayor estupidez (la palabra más suave que usó para describir lo que había hecho) que había cometido hasta la fecha mientras que él se guardaba sus palabras y me dirigía una mirada llena de decepción. Nunca supe si era de tristeza o reproche. Tampoco sabré si era ese gesto o las palabras de mamá lo que dolían más. Y en cuanto a Maru… En ese entonces la trataba fatal y con total desinterés, casi como si no existiera. Pero traté de ser un poco mejor y soltar un poco la rivalidad. Lo logré hasta cierto punto.

 

Me atraganté con el humo. Tosí y respiré el aire parcialmente limpio. Desde que convivo más de cerca con ella, tengo el remordimiento de que nunca mereció el trato que le di. Una punzada me atravesó el pecho al recular en que, tal vez, después de esta noche jamás me trataría igual. Se daría cuenta de la persona fatal que siempre he sido y se alejaría de mí. Esta vez, sería definitivo.

 

Entre mi familia, siempre estuvo el tema no comentado de que soy el hijo de otro hombre. Un hombre al que no le importé lo suficiente como para quedarse conmigo, o tan siquiera seguir en contacto. Fui un simple episodio en su vida y él marcó toda mi existencia con una sola elección.

 

Es injusto.

 

Es tan injusto.

 

Y lo odio. Más que a cualquier capricho. Más que el calor húmedo del verano, los encurtidos, las multitudes, la playa, mi cuerpo, mis pecas, mi cara que sé que es el vivo reflejo de él, y mis ojos, tan oscuros que hasta a mí me dan miedo. Sé que mi mamá no tuvo malas intenciones, pero he odiado cada parte de mí desde que me dijo lo mucho que me parecía a mi padre.

 

Y detesto aún más los aspectos invisibles en los que soy idéntico a él.

 

La parte obstinada a la hora de tener desacuerdos, o la indecisa que conocí cuando no sabía qué carrera universitaria elegir al graduarme, por lo que escogí una que apuntara bien alto para impresionar a todos: Geología. No era algo común, pero era una rama de la ciencia y tuvo muy expectante a Demetrius y a su familia cuando lo anuncié. La única que notó mi duda fue mi madre, pero la engañé diciendo que era lo que siempre había deseado. Lo que quería era aceptación. Ya no de mí mismo o mis amigos, sino que de mi familia. 

 

Y lo conseguí al contemplar los atisbos de felicidad, casi orgullo, en los ojos de Demetrius.

 

Era lo que siempre quise. Reemplazar al hombre al que no le importé y sentir, por una vez en mi vida, que tenía un papá. Que pertenecía.

 

No dormía. Me desvivía por estudiar día y noche y fue ahí en donde comenzó mi relación con la cafeína. Y lo dí todo en los simuladores y en la prueba definitiva.

 

Fue un duro golpe no encontrar mi nombre entre la lista de aceptados.

 

Trataron de animarme. Todos, en realidad. Pero no funcionó porque tenía el orgullo, el optimismo y la autoestima heridos de muerte. Me dijeron que podía reintentarlo el próximo año sin problemas, pero me negué. Tuve el tiempo suficiente para reflexionar un poco y aceptar, por fin, que no era lo que deseaba. Aunque siendo realistas, ni siquiera yo sabía qué era exactamente lo que quería.

 

Recuerdo ese día porque fue el instante preciso en el que todo se fracturó por completo.

 

Demetrius se tomó mal mi repentina falta de interés, pero me preguntó mi plan de repuesto. Tardé casi un minuto en asimilar que no tenía uno. Él resopló. Siempre he sabido lo mucho que le molestan la falta de resultados, pero yo estaba demasiado abatido como para pensar a futuro. Mi futuro era ese instante, y no brillaba para nada. Me sentía como el hijo fracasado de mi casa, desempleado y sin futuro.

 

Él se quejó de mi falta de compromiso y pesimismo. Yo arremetí; ni siquiera recuerdo exactamente qué le dije, pero en mi cabeza sonaba como algo lógico. Actualmente lo dudo mucho, aunque mi yo de ahora sigue siendo algo cuestionable.

 

Y la discusión escaló a niveles a los que no debió llegar. Nos dijimos cosas hirientes, verdades expresadas con dureza… Nos lastimamos mutuamente y ni mi madre ni mucho menos Maru pudieron detenernos.

 

Recuerdo que ya no podía escuchar más, bajé al sótano y en un impulso tomé una mochila con ropa y me fui. Quizás pensaban que iría con Sam. Como nadie pudo frenarme, llegué a la parada del autobús y tomé el boleto a Zuzu, la ciudad de los sueños cumplidos y la libertad. Necesitaba eso. Necesitaba una esperanza, algo que me mostrara que había una alternativa a la mano. Una meta que alcanzar. Y la idolatría que ya sentía por esa ciudad solamente se reforzó.

 

Las calles de Zuzu en la noche profunda, aparte de sumamente peligrosas, son vacías.

 

Me sentí pleno con su furor nocturno hasta que simplemente quedó una gran soledad.

 

No tenía a nadie en quien apoyarme, con quien frustrarme o con quien desahogarme; la relación con mi familia estaba rota, la confianza en mí mismo y mis planes eran nulos, y mis amigos… Sam.

 

No sé cómo lo hizo ni cuánto le tomó, pero fue capaz de encontrarme en Zuzu en avanzadas horas de la noche. O madrugada, más bien.

 

Tenía el teléfono apagado, pero no me había alejado demasiado de la estación de autobuses, y hasta lo que me contó, mi madre contactó a la suya para saber si estaba con ellos. Al recibir una respuesta negativa, ella desesperó. Sam, también presa de pánico, fue a buscarme, aún cuando el viaje a Zuzu es larguísimo en autobús, pero aún así lo hizo y pasó un buen rato merodeando por las calles tratando de localizarme. Mencionó que pensó en Zuzu porque fue lo primero que se le ocurrió. Encontrarme fue pura suerte.

 

—Idiota. —Fue lo primero que me dijo en medio de las calles desiertas, pero yo estaba demasiado estupefacto para reaccionar—. ¿Tienes idea de cómo nos tienes allá?

 

Di un paso al frente y me aferré a la tira de mi mochila de poco peso.

 

Lo supe al ver su rostro; no estaba enfadado. Estaba preocupado.

 

—Lo siento. —No era suficiente. Nada lo era, en realidad. Pero se sentía incorrecto no decir nada.

 

¿Pero qué otra cosa podía añadir?

 

Lo siento, los preocupé. Los lastimé. Los decepcioné. No fui lo suficientemente bueno. Lo siento, pero en verdad ni siquiera sé qué es lo que quiero hacer con mi vida.

 

Me equivoqué. Lo siento.

 

Eran tantas cosas, pero no me salían las palabras. Únicamente el escozor de las lágrimas.

 

Sam, que me conoce, me abrazó. Cuando me tranquilicé y recordé cómo se respira, dimos una vuelta y hablamos largo y tendido sobre el asunto. Ahí es donde admití en voz alta que me sentía como un fracasado. Sam en respuesta dijo:

 

—No lo eres. —Su tono era tan seco e impropio de él—. No entrar a la universidad en una carrera que en realidad no te gustaba y luego cambiar de opinión respecto a estudiar no te hace un fracasado. En parte, te hace inteligente por no desperdiciar años de tu vida en algo que no te apasiona. —Sus pies aminoraron el paso hasta detenerse bajo la luz de una farola—. Sé que encontrarás algo, no todos se rigen de planes estructurados… A algunos les sale mejor seguir adelante y ver qué es lo que pasa.

 

Su naturalidad, convicción y seriedad fueron tales que me dio un escalofrío. Guardé sus palabras y luché por encontrarles un significado propio. Y lo encontré en ese momento sin siquiera saberlo: convertí a Zuzu en mi objetivo, el cual duró varios años hasta hace poco.

 

—Y sobre Demetrius y tu familia … —continuó diciendo Sam, que tenía la cara cansada—. Honestamente no sé qué decirte…

 

—Está bien, ya has hecho demasiado —me apresuré—. Gracias, Sam.

 

—¿De verdad creías que te dejaría escapar así sin más? —Me agarró con sus brazos del cuello en una llave. Lancé un grito ahogado. Unos vagabundos en un callejón nos observaron de reojo—. Nos tenías a todos preocupados. Si lo vuelves a hacer, te juro que algo haré y te traeré a rastras al pueblo, quieras o no. 

 

“Porque eres mi amigo”, pude leer entre líneas.

 

Con eso, subimos al último autobús de vuelta a casa. La bienvenida no fue del todo calurosa, pero no esperaba lo contrario. Desde entonces las cosas permanecieron en especial extrañas entre Demetrius y yo, pero logré adaptarme a lo largo de los años.

 

Y pensé que todo esto, el problema principal, había quedado muy atrás en mi historia. Me convencí de que era otro, de que estaba mejorando todos los aspectos que eran de mi padre y me atormentaron en mi pasado. Pero a pesar de todo no me despojé de la última de ellas: la cobardía. Esa necesidad de esquivar los problemas usando la puerta de salida a toda costa. La usé en la escuela para encajar, la usé la primera vez que escapé, la estaba usando esta segunda vez…

 

Ahí fue donde me convencí de que tenía que volver.

 

Las dudas que había suscitado la nueva discusión con Demetrius me hacían sentir inseguro acerca de todas las decisiones que creía correctas, sin embargo, me obligué a no cambiar otra vez mis objetivos y direccionarlos a lo que otros esperan de mí. Me gusta programar, es innegable y no planeaba cambiarlo.

 

Bien, al menos eso lo tenía claro.

 

El agujero de bala en mi autoconfianza me gritaba lo contrario, pero elegí ignorarlo por ahora.

 

Revisé mi teléfono: estaba completamente muerto. 

 

Mierda.

 

Di un último vistazo a Ciudad Zuzu para luego tomar el camino de vuelta a Pueblo Pelícano, porque si no lo hacía en ese instante, no quería saber qué tanto más podía alejarme de casa.

 

 

 

La brisa que atravesé rápidamente se convirtió en una lluvia. Por suerte me tomó en el último tramo de viaje. Dejé mi motocicleta en el terreno atrás de la casa de Sam y caminé hasta su ventana, deseando que estuviera ahí y no en Zuzu buscándome. Levanté el marco del cristal con cuidado, dando gracias por que Sam fuera lo suficientemente distraído como para olvidar cerrar la ventana durante la lluvia. Introduje el cuerpo por la abertura y caí de cara al suelo. Escuché un movimiento frenético antes de que las luces se prendieran. 

 

—Ah, mierda, sólo eras tú. —Suspiró con alivio, pero me dio un escalofrío ver que tenía un bate de béisbol en la mano—. Pensé que sería un asesino o un fantasma.

 

—¿Y qué pensabas hacer si era un fantasma? —Me reincorporé cuando gané balance—. ¿Volver a matarme?

 

Sam hizo una mueca lejana a su sonrisa habitual. Me repasó con la mirada: estaba empapado de pies a cabeza, casi como un perro callejero. Suspiró y dejó el bate a un lado.

 

—Allá hay ropa seca —Señaló un montículo junto a su armario y volvió a su cama pasando frente a mí—. Duermes en el piso.

 

—¿Está limpia?

 

—Está seca.

 

Me cambié en silencio y dejé mi ropa mojada sobre una silla, con la esperanza de que para mañana, mínimo no estuviera chorreando. Pasaron minutos hasta que Sam volvió a hablar.

 

—¿Tenías el teléfono apagado? Te llamamos, pero nos mandaba a buzón de voz.

 

—La batería murió —Ya estaba en el suelo, con la luz apagada y una almohada bajo la cabeza, pero por más cansado que estuviera, no creía ser capaz de conciliar el sueño. Y si lo llegaba a alcanzar, probablemente tendría una fea pesadilla. No sabía qué era peor, pero sí sabía que la astilla en mi mano estaba aún más enterrada—. Lo arruiné otra vez, Sam.

 

Por unos instantes, unos minutos o hasta incluso horas, el único sonido en la habitación fue el repiqueteo de las gotas de lluvia.

 

—Pero lo importante es que aún así volviste, ¿no es cierto?

 

—Eso ya no es suficiente. Me siento horrible.

 

Me siento como si fuera él.

 

—Seb… ¿Qué pasó?

 

Y se lo conté todo. La oferta de trabajo, la insistencia previa para retomar el plan de la universidad, la carta y la discusión. Por más que sus palabras exactas retumbaran en mi cabeza, no le di muchos detalles a Sam. No quería que lo enfadaran, o en su defecto, lo hirieran. Otras cosas que no le conté fueron las expresiones de Maru y mi madre y la situación en la gasolinera. Esto último, en lo personal, me asustaba bastante. Pero lo bueno de Sam, a pesar de que su especialidad es hablar, es que es muy buen oyente. Ni siquiera me dio ánimos diciendo: “Ya verás que todo se solucionará”. Incluso un optimista como él distingue la realidad de una idealización. La familia a pesar de tener lazos fuertes, es particularmente frágil. La mía, en especial.

 

—No sé si pueda volver, pero sé que tengo que hacerlo. Mi equipo está allí y no tengo otro lugar al que ir.

 

—Puedes quedarte aquí un tiempo si lo necesitas. Te puedo prestar mi monitor, o si necesitas tu equipo, lo podemos instalar…

 

Sonaba como una buena idea, pero ambos sabíamos que era algo difícil de ejecutar. Para empezar, no me gustaría tener los ojos de Jodi siempre sobre mí, comunicándole a mi madre mi día a día. A pesar de eso, se lo agradecí. 

 

—Por cierto, deberías decirle a las chicas que ya estás aquí. Estaban muy preocupadas, en especial Hannah. Ella me hubiera acompañado a Zuzu a buscarte si no hubiesen cancelado los viajes por la lluvia.

 

Maldición… Hannah.

 

Consciente o inconscientemente estuve evitando pensar en ella. En lo que pensaría de mí.

 

—Eso haré. —Busqué a tientas entre las sombras y tomé mi celular, que ya tenía el mínimo de carga, con prisa a pesar de que de seguro ella ya estaba dormida.

 

—Tú y ella… —habló de repente y se me heló la sangre, pero sus palabras murieron en un simple murmullo—. Olvídalo.

 

Pero algo me dijo que ya no podía dejarlo al aire.

 

—Sí, nosotros… estamos juntos. —Me aclaré la garganta, que de repente se me secó—. O algo así. Tratamos de ir lento, pero… Ella realmente me gusta. Perdón por no decírselos.

 

—Está bien, aunque ya me lo imaginaba. Siempre la miras con esa cara —puntualizó.

 

—¿”Esa cara”?

 

—Sip. —Sam dio un enorme bostezo, muestra de su cansancio—. ¿Le diste un ramo?

 

—No. —Recién recordaba esa vieja tradición de nuestro pueblo. Mi yo de hace unos meses lo hubiera visto como algo innecesario, pero ahora…—. No todavía.

 

Se escuchó un deje de risa en la oscuridad para después volver al tono serio del asunto. 

 

—Gracias por no hacerme tener que ir hasta la ciudad por tí. Por más mala que sea la situación en tu hogar ahora mismo, volviste para arreglar las cosas y no huiste de las consecuencias.

 

—No estoy muy seguro de que haya sido así.

 

—¿De verdad lo crees?

 

No. No lo creía. 

 

No me sentía como un héroe. Era un cobarde que volvía a perderse en sus dudas y errores del pasado.

 

El sueño me alcanzó con el paso de la noche, y aunque mi mente me torturaba con todo lo que salió mal ese día, y en cuántas posibilidades había de que recuperarse a mi familia, un atisbo de paz me recordó que, por lo menos, aún había gente que me cuidaría la espalda sin importar qué.

 

Y todas estaban justamente en este pueblo.

 

 

 

 

Notes:

Hola!

De nuevo ha pasado un rato desde la última actualización, ¿cómo están? Yo estoy en vacaciones... y me enfermé. Lo sé.
El capítulo es un poco tedioso de leer, a mí parecer, y es por eso que traté de dejarles pistas sobre lo que estaba ocurriendo aquí y allá.
Y además quería introducir este "lugar especial de Sebastian" de una vez por todas y mostrar esta faceta suya dolida y confundida, aunque supongo que él se la pasa constantemente en este ciclo.

Y solo eso.

Gracias por leer y espero que se encuentren bien. Quizás si me acuerdo (espero que sí) mañana publique otro capítulo.

Atte-June♥️

Chapter 39: A la orilla del abismo

Notes:

Una disculpa adelantada por si si encuentras algún error ortográfico.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

El libro estaba llegando a su punto máximo de desarrollo y no era capaz de soltarlo. Hace semanas que no me daba el tiempo de tener una buena historia en manos, y eso para mí era imperdonable.

 

Estuve hablando con mis padres un largo rato. Mi charla con Robin me habían inspirado y tenía una convicción renovada y protectora ante mi familia. Los saludé. Les pregunté cómo estaban y qué habían cenado. Mi papá, siempre tan agradable, respondió que fueron a un restaurante en el que pidieron un pastel de carne curioso. Y mi mamá, que es más tosca para expresarse, dijo que ese pastel tenía de todo menos carne. Me reí un buen rato con ellos hasta que me aventuré a tocar el tema que realmente me interesaba. 

 

Primero les confesé mi inconformidad respecto a no poder ayudarlos estando tan lejos de ellos. Me escucharon con atención y me repitieron, como tantas veces habían hecho para no preocuparme, que ellos se encargarían. Eso no me hizo sentir mejor; más bien sembró aún más a fondo mi deseo de cuidarlos. Llámenlo limpieza de consciencia si quieren, pero el sentimiento era como un fuego ardiente en la garganta que necesitaba saciar. Después de mucha insistencia de mi parte, me explicaron que valoraban mi preocupación, pero que realmente no necesitarían mucha ayuda hasta la intervención quirúrgica, a la cual el oncólogo todavía no había puesto fecha. Sin dudarlo, me ofrecí para ir a cuidar a mi madre cuando eso sucediera. Tendría que dejar la granja por una temporada completa como mínimo, hacer un colchón de ahorros para reactivar el negocio cuando volviera, buscar un sitio en donde puedan cuidar a Cody en Zuzu, y tendría que retrasar lo de las gallinas para no complicar más las cosas… 

 

Pero mamá paró en seco todas mis frenéticas ideas.

 

—No quiero que pienses que es un plan para convencerte de que dejes la granja y vuelvas a la ciudad. Tampoco quiero que hagas esto por lástima. —Su tono calmo pero áspero me sacudió. Pero más que nada, me dejó desolada. Mi papá permaneció callado a su lado.

 

—Mamá, quiero ir porque te quiero. —Apenas me salía la voz—. Y estoy haciendo lo mismo que haría estando incluso al otro extremo de la República. Déjame ayudarlos.

 

Una respiración temblorosa que se escuchó al otro lado de la línea hizo que mis pulmones fallasen. 

 

—Te avisaremos cuando me asignen la operación. —Y agregó con un poco de dificultad—: Gracias, Hannah.

 

 

Hablamos un poco más respecto al tema pero no tardamos mucho en colgar. Estaba cansada, pero como los minutos se hicieron pesados, tomé el libro que estaba leyendo. Pensaría otro día en los preparativos que tendría que hacer cuando volviese a la ciudad. Necesitaría dinero, por lo que tendría que aumentar la producción de encurtidos y mermeladas que era lo único que puedo controlar en cuanto elaboración. Los vinos tomarían tiempo. Pensé en las cajas de envases de cristal que me envió mi padre y que estaban en la pequeña habitación del pasillo. Pierre las comprará a un buen precio, supongo. Y me detuve un segundo. La Feria de otoño era una gran oportunidad para vender todo lo que hiciera. Además, en algún libro que compré y leí antes de llegar al Pueblo, nombraba al otoño como la estación más rentable. Debía sacarle el mayor provecho.

 

Mi cerebro maquiló de manera furiosa todas las formas de obtener dinero. Sería un trabajo arduo, sí, pero valdría completamente la pena.

 

Retomé la lectura que había dejado a medio capítulo, y de repente recordé a Sebastian. Tendría que explicarle todos mis planes, y aunque una parte de mí me decía que él lo entendería por completo, tal y como había estado haciendo hasta ahora, la otra me hacía dudar. ¿En serio crees que irte de repente no afectará su relación? Apenas comenzaron a tener algo ¿y de verdad crees que sobrevivirá a un distanciamiento? ¿Y si se enfada? Tal vez no le gustas demasiado. Tal vez en esos meses se da cuenta de que solo fue algo fugaz... ¿Pero para empezar, cuánto tiempo te irás?

 

El conflicto interno que estaba soportando era sofocante.

 

Lidiaré con eso otro día.

 

No me veía capaz.

 

Pero si de algo mi mente no era capaz de engañarme, era de que Sebastian jamás tomaría a mal que hiciera algo por mi familia. Eso ya me lo había demostrado incontables veces animándome a restaurar mi relación con ellos. 

 

Miré el conejo azul en mi cama. Ese que gané en la feria de Zuzu.

 

Él entenderá.

 

Posterior a aceptar que no podría retomar el libro, tomé mi teléfono y llamé a Sebastian. Oír su voz me tranquiliza. Pero en vez de él descolgando, se escucharon cinco largos tonos de espera hasta que me rendí. Está dormido, me dije. Pero era una tontería porque ese chico vive de noche y no existía hora demasiado tarde para él. Decidí actuar normal y enviarle un mensaje diciendo hola y preguntando por su día.

 

No se enviaba.

 

Asumí que estaría fuera de casa. Lo normal. La señal en el valle en general es muy mala. Además, la granja es como un agujero negro que se traga la comunicación. Es por eso que a veces mis padres me mandan cartas con los paquetes que me envían.

 

Me lo tomé con calma y decidí que lo mejor era distraerme de verdad con Abby. Me hacía reír como nunca. Y mientras esperaba a que contestara, me moví a la cocina para hacerme una buena taza de café, dejando en la cama a Cody y a Panqué (Sam me ayudó a ponerle un mejor nombre al peluche).

 

Serví mi taza más grande.

 

Harvey dice que no es bueno tomar bebidas estimulantes antes de dormir.

 

Harvey no sabe lo emocionalmente dependiente que soy de la cafeína.

 

Abby contestó, y de una forma u otra, terminamos acordando ir al cine cerca de Joja Mart para ver una película de terror que se moría por ver. Le dije que sí, y poco después de colgar, recibí una llamada de, curiosamente, Maru.

 

—¿Hola? ¿Hannah? Perdón por la hora.

 

Su agradable y alegre voz estaba reducida a algo muy distinto.

 

—No te preocupes, ¿necesitas algo?

 

—Sí, quería preguntarte si Sebastian está contigo…

 

Esa simple duda plantó todo un jardín en mi cabeza.

 

—No está aquí. —Un suspiro decepcionado se escuchó al otro lado de la línea—. ¿Por qué? ¿Él está bien?

 

La chica se mostró retraída, pero al final me explicó muy por encima lo sucedido, básicamente una discusión que derivó en Sebastian yéndose en su motocicleta muy enfadado. Entre más escuchaba, menos creía que fuera realidad.

 

—Si sabes algo de él, llámame. Mi mamá y yo estamos muy preocupadas.

 

Luego de despedirse, colgó.

 

¿Qué había pasado?

 

El pánico me carcomió lentamente hasta que en un impulso tomé de vuelta mi teléfono y le hice varias llamadas a Sebastian. Mis mensajes tampoco obtenían respuesta. ¿Y qué se suponía que debía de creer? ¿Qué estaba en algún sitio seguro? Vi por la ventana la lluvia torrencial que azotaba el valle, y recé que estuviera en camino con Abby o en casa de Sam mientras les llamaba.

 

Ella dijo que apenas se enteraba, pero Sam fue, para mi sorpresa, el que reaccionó más rápido.

 

—¿Tiene el teléfono apagado? ¿A qué hora se fue?

 

—No lo sé —respondí a través de la línea. La mano que no sostenía el teléfono se abrazaba a mi cuerpo porque no sabía qué otra cosa hacer con ella—. Maru me dijo que hace poco más de una hora.

 

Sam lanzó una maldición entre dientes. Él conocía a Sebastian mejor que nadie, pero si estaba igual de perdido en esta situación, entonces de verdad perdería la cabeza. 

 

—Es un hombre adulto. Él sabrá cuidarse solo —me repetí en voz alta con tal de tranquilizar la terrible opresión en mi pecho, la que da paso al pánico—. Sam, él estará bien, ¿verdad?

 

El sonido de la lluvia se hizo más presente con el silencio; gotas golpeando el tejado al ritmo desesperado de mi corazón. Unos segundos en donde, estoy segura, estuvo valorando mis palabras.

 

—Claro que sabe cuidarse. Siempre da paseos en motocicleta, incluso con lluvia. Y aunque no lo creas, es un conductor responsable. No le pasará nada.

 

Me costó un mundo tragarme su última afirmación. Alguien podría ser el mejor buceador del mundo y aún así morir ahogado. Los accidentes ocurren. Y aparte, eso no era lo único que se clavaba en mi cabeza; faltaba la razón de todo esto.

 

—¿Por qué se fue de esa forma?

 

—Así es él… No creo que sea algo que me corresponda decirte a ti. 

 

Secretos. ¿Por qué justo en ese momento? 

Eran cosas que Sebastian no me había contado, al menos. Es normal, supongo, que una persona no conozca de inmediato cada detalle de la vida de alguien, por más apegados que sean. Pero estaba en terreno desconocido y no podía evitar la sensación de inseguridad en mis venas. Este lado de él me dejaba con demasiadas dudas.

 

Tomé una gran bocanada de aire, porque si seguía sin proveer oxígeno a mi cerebro, entonces mis razonamientos caerían en el pesimismo absoluto. No quería seguir creando suposiciones; debía hablar con Sebastian. Pero primero tenía que encontrarlo. Sam continuaba en el otro lado de la línea sin decir nada.

 

—Está bien. Respeto eso. Pero por favor ayúdame a encontrarlo. Estoy preocupada por él, Sam. Tengo miedo de que algo malo le haya pasado donde sea que esté. —Tomé un vaso de vidrio de mis armarios de cocina. Repasé cada hendidura en forma de conejitos a lo largo de la madera—. Sé que no lo conozco tan bien como tú… Pero sé cómo es. Sé que es alguien bueno y con una relación inestable con su familia, pero huir de repente no es normal.

 

—También me preocupa. —Su voz era queda—. Y tengo una idea de a dónde pudo haber ido.

 

Dijo que Zuzu y le cuestioné su seguridad en aquella posibilidad. Divagó mucho en su respuesta así que la terminé aceptando igual de incompleta y torcida como me la entregó. Sam hizo una rápida busca de boletos de autobús para salir del pueblo, pero todos resultaron cancelados por la lluvia. La esperanza que comenzaba a rozar ahora se hizo pedazos. 

 

—Mañana se reanudarán los viajes, pero aún así creo que él volverá antes, estoy seguro. —Sus palabras eran optimistas, pero su ánimo estaba igual de tormentoso que el mío.

 

Colgamos prometiendo avisar entre nosotros, Abby y a Maru sobre cualquier novedad, y pronto me quedé sola. Conmigo misma. Con mis pensamientos. Con mis preguntas sin respuestas. Puse el vaso de agua que tenía sobre la mesa y me senté en el piso de la cocina. Estaba frío, a comparación de las lágrimas de ansiedad que corrían por mi rostro. Cody percibió de algún modo mi sentir y vino a mi rescate. Es un buen perro.

 

Terminé durmiendo por el desgaste emocional y mental, porque en toda la noche no paré de dar vueltas en la cama cada ciertos minutos. Odio sentirme inútil. Y detestaba aún más la parte egocéntrica de mí que creía que podía hacer más. Me sentía diminuta en un juego del que no conocía las reglas. Y para mi desgracia, nadie se molestaba en explicármelas. 

 

 

 

Abrí los ojos muy por la mañana. Apenas amanecía. La cabeza me palpitaba y los músculos de todo mi cuerpo eran roca maciza. Mi primer impulso después de incorporarme fue tomar mi teléfono y la respiración se me cortó al ver una notificación de Sebastian. Gracias a Yoba, dije para mis adentros. Seguía lloviendo, pero la intensidad se redujo a casi una brisa. 

 

Lo llamé.

 

—¡¿Sebastian?! 

 

—Hannah. —Se oía tan calmado y lo detesté por ello.

 

—¿Dónde estás? ¿Estás bien? Dijiste que dormiste en casa de Sam, ¿sigues ahí?

 

Hablaba más rápido de lo que pensaba. Y no solo mi lengua estaba suelta; ya estaba poniéndome unos pantalones para salir de casa sin importarme que pudiera mojarme.

 

—No estoy con Sam —me cortó.

 

—¿Entonces dónde?

 

 

El aire era tan húmedo como si quisiera probar que él mismo podía empapar todo mi cabello y ropa sin ayuda. No llevé paraguas porque no tenía, o más bien no me tomé el tiempo de buscar uno que estuviera olvidado en el almacén. Los segundos parecían estar en mi contra, así que casi corrí por el camino empedrado del centro del pueblo y crucé el puente del río desesperada.

 

Y la playa se extendió delante mío.

 

Dijo que estaba aquí.

 

Me hundía en la arena con cada paso, buscando una silueta entre la cortina de niebla. Mi ritmo cardíaco no estaba bien desde ayer y estaba a una emoción al borde de la muerte. Me exigí mantener la compostura y escuchar lo que Sebastian tenía que decir, que era lo que más me debía de importar. Después lo amenazaría de muerte si volvía a preocuparme como a una loca haciendo algo como esto en el futuro. 

 

Entonces me encontré con una espalda vestida de negro completamente empapada… Y entonces me di cuenta de que jamás había querido golpear y abrazar a alguien tanto en mi vida. 

 

El mar rugía bajo las tablas del muelle, pero aún así me escuchó llegar cuando solo quedaban un par de pasos. Sus ojos se agrandaron de sorpresa y de inmediato tiró lo que tenía entre los dedos al suelo para pisotearlo. Contemplé su bota anonadada. Ni siquiera tenía que verlo; lo olía en el aire mezclado con sal. Humo. Vino a la playa a fumar después de meses de no percibir el aroma en él. Lo miré al rostro por fin, pero él no tuvo cara para recibirme. Su cabello escurría como tinta y su boca era una línea dolorosa. Tenía la expresión de un niño que estaba listo para ser reprendido. Un pinchazo en el pecho me movió a acercarme.

 

—¿Cómo estás?

 

De todo lo que tenía atascado en la cabeza eso fue lo primero que dije en algo apenas audible.

 

—Te dije que iría luego a la cabaña. —Evitó la pregunta.

 

—Y yo que que vendría de todas formas.

 

Ambos somos cabezas duras. Se tuvo que resignar.

 

—Estoy… —Sebastian no es un mentiroso—. Creo que estaré bien. Lamento haberte molestado con todo esto.

 

No quería tocarlo porque temía que se esfumara al igual que el humo del cigarro que ya no existía. Lo que importaba es que estaba ahí, frente mío. Eso era suficiente.

 

—Está bien —solté por lo bajo y me puse a su lado a la orilla del muelle. A la orilla del abismo—. Lo que importa es que volviste y estás a salvo.

 

Pasamos largos minutos sin hablar entre nosotros, simplemente observando el paisaje del mar luchando consigo mismo

 

—¿Por qué la playa?

 

—¿Sólo vas a preguntar eso? —Su desorientación se notaba a kilómetros de distancia.

 

Por supuesto que no era la única interrogante que tenía. Dónde estuvo, el por qué se fue, por qué no me llamó cuando pudo… Esas eran las dudas que se me clavaban como alfileres.

 

—Nunca me ha gustado forzarte a que hables de ti mismo. Si tienes algo que decir, sé que lo harás cuando estés listo.

 

Su entrecejo se arrugó de desconcierto. Lo que dije era verdad; por mucho que quisiera sacarle las palabras, yo no quería tener esa dinámica con Sebastian. Quería su confinaza, pero él debía dármela de buena gana.

 

—Creo que ese es mi problema, y es que nunca me siento preparado.

 

—¿Ni siquiera ahora? —Sus palabras me golpearon, pero no dejé que me afectara.

 

Sebastian, a mi lado, se refugió del escrutinio de mi mirada en el horizonte tormentoso. No respondía.

 

—Nunca he sido bueno con las palabras. Tampoco lo soy conociendo personas nuevas; me cuesta confiar en ellas… Aunque últimamente pienso que el problema soy yo y que la verdadera razón es que tengo miedo de no llenar sus expectativas. —Y, finalmente, me miró—. Porque sé que no soy una buena persona, o al menos no la que desearía ser.

 

Sus ojos estaban carentes de la más mínima luz, siendo casi negros a la percepción humana, pero sobre todo, estaban exhaustos. Eran como el carbón luego de cumplir con su función y quedar inutilizados. De repente la ropa mojada pesaba toneladas. Medí su expresión con sumo cuidado y rocé su mano. Estaba helada. 

 

—Te conozco desde hace poco —comencé diciendo—, pero de todo este tiempo solo puedo decir que eres una buena persona.

 

Sus ojos fueron de mi al suelo.

 

—Algún día te decepcionaré.

 

—Al igual que algún día yo te decepcionaré. No somos perfectos, Sebastian, y no te pido que lo seas. Nadie lo hace. Porque te queremos así… Y no te dejaremos. —Apretó sus labios y sus orbes dieron la ilusión de que se cristalizaron. La piel que no se le pegaba a la camiseta estaba más pálida por el frío de la costa. Unas gotas se deslizaron por los bordes de su rostro pero no pude adivinar si eran lágrimas o la lluvia que comenzaba a tomar fuerza. El corazón se me apretujó e instintivamente lo abracé como en tantas ocasiones he hecho, sin embargo, esta era diferente—. No me iré de tu lado.

 

Estaba tan tenso como roca, pero un suspiro después me estaba rodeando con tanta fuerza y necesidad que me olvidé del enojo que me encaminó hasta la playa; en su lugar, un instinto protector se apoderó de mí. No lo quería soltar jamás, mucho menos que volviera a sentir una inseguridad y vulnerabilidad tan grande como la que me estaba confiando. Acaricié su espalda con circulos lentos e hice memoria; nunca había visto a Sebastian así. Molesto, incómodo, temeroso y taciturno tal vez, pero nunca tan… Abatido.

 

—La lluvia está empeorando. —Para mi extrema sorpresa, fue Sebastian quien rompió el silencio con su cabeza enterrada en mi hombro. Su voz sonaba ahogada—. Te enfermarás.

 

—No importa —repliqué—. Te dije que no me iría.

 

Su torso se sacudió con una risa rota, o al menos un intento de una. Ese simple hecho provocó que para mí el sol se asomara entre los nubarrones.

 

—Eres tan terca…

 

—Lo soy. Pero si quieres que me vaya, lo haré. Sólo dímelo. —Puse distancia entre nuestros cuerpos con tal de comunicárselo directamente—. Puedo darte espacio.

 

—No… —Negó con la cabeza—. Quiero estar contigo, pero primero debo ir a casa. —Mi consternación fue más que evidente, por lo que agregó:— Estaré bien. —Intentó sonreír—. Te explicaré todo lo que sucedió cuando pueda, te lo juro.

 

La espera es agónica en cualquier situación. Además, él estaba más frío que un muerto y ver sus labios levemente teñidos de violeta me alarmaron pues seguía paranoica de la noche anterior. A pesar de todo, y teniendo un enorme nudo en el estómago, respondí:

 

—Te espero en la cabaña.

 

 

Pasaron años, aunque cualquiera te podría decir que transcurrieron máximo unas cinco horas. Desde que adopté el estilo de vida en una granja, el no tener visible al sol hace que mi percepción del tiempo se entorpezca. 

 

Sebastian y yo separamos nuestros caminos frente a Pierre's y corrí todo el tramo siguiente hasta casa. Me di una ducha caliente y me puse unas calcetas de lana luchando por recuperar el calor en los huesos. Caminé de un lugar a otro sin mucha idea de qué hacer porque con el clima no podía hacer nada afuera y Abigail y Sam ya estaban enterados de las últimas noticias. Me puse a ordenar compulsivamente el interior de la cabaña, limpiando hasta el último rincón hasta que alguien tocó la puerta. La garganta se me cerró más de lo que ya estaba, porque al parecer, Sebastian sí tenía razón e iba a terminar en cama enferma. Qué mal contratiempo.

 

—Hola —saludó el chico casi con falta de aire. Le correspondí y lo dejé entrar—. ¿Me quito los zapatos?

 

Les eché un vistazo: totalmente mojados y enlodados.

 

—Déjalos aquí junto a los míos. También el paraguas

 

Estuve callada mientras él hacia lo propio, y como la ansiedad me ganaba, tuve la necesidad de preparar café. El primero del día, porque en la mañana salí sin siquiera desayunar.

 

—¿Café?

 

—Sí, gracias… ¿Y Cody?

 

—Dormido en mi cama. No ha tenido ánimos de otra cosa.

 

—Supongo que incluso los animales tienen ganas de hacer nada de vez en cuando.

 

—Hay veces en las que desearía ser uno de ellos…

 

La cafetera gorgoreaba y yo esperaba. Sebastian se acercó hasta mí en la cocina. Sus pasos eran sordos; íbamos iguales con solo calcetines en los pies; no sé por qué pero me dio gracia ese factor, pero aún más que los suyos tuvieran figuritas de ranas. El falso pelinegro descubrió de inmediato lo que veía y sonrió con pena.

 

—Son los primeros que tomé —se excusó.

 

—¿Te gustan las ranas? —El café estaba listo y lo serví en dos tazas de contenido muy generoso.

 

—Sí. —Agradeció la bebida antes de añadir:— Desde pequeño, creo.

 

Asentí con un levísimo tarareo Tenía unas calcetas del mismo estilo, pero en las mías estaban bordados unos conejitos. Lo examiné con disimulo: Su ropa estaba seca (en su mayoría) y su pelo también (parcialmente)… Y le gustan las ranas, algo que ignoraba, pero que ahora me parecía de lo más tierno.

 

—Hablé con mi mamá y Demetrius. —Se aclaró la voz. Su toma de iniciativa para comenzar la charla me tomó desprevenida—. Fue… difícil, pero dije lo que necesitaba.

 

—Me alegra que lo hicieras —comenté calmada, pero con el corazón a mil.

 

—Creo que fue la primera vez que nos comunicamos de verdad en años… —Sacudió la cabeza y dio otro sorbo a su café—. Aún así, sigo creyendo que lo arruiné a lo grande yéndome como lo hice. También me tuve que disculpar con los familiares de Demetrius.

 

—¿Sus familiares?

 

—Discutimos frente a ellos.

 

—Oh…

 

Volví a mi porcelana humeante. Las mangas de mi suéter tejido me cubrían bien, pero no me ocultaron de la mirada perforante del chico a mi lado. Me embargó la necesidad de hablar de lo que fuese y desviar la tensión, pero él se me adelantó.

 

—Me habían ofrecido un trabajo fijo en la ciudad…

 

—¿Qué…?

 

—...Fue un cliente al que le gustó mi trabajo. Envió una carta a mi casa. Le pregunté y dijo que era “para mayor formalidad” —bufó.

 

—No, espera. ¿Cómo que un trabajo en la ciudad? ¿Desde cuándo?

 

La diversión desapareció de su rostro.

 

—El día que regresamos del concierto.

 

Me petrifiqué.

 

—Eso fue hace semanas —murmuré.

 

—Lo sé, y lamento no haberte dicho. No se lo dije a nadie, en realidad.

 

—¿Pero por qué? 

 

Seguía tan pasmada… Siempre había creído que, por más complicado que fuese, Sebastian ganaría muchísimo más dinero si trabajaba en la ciudad rodeado de oportunidades. También creí que estaría feliz lejos de su padrastro, consiguiendo su anhelada libertad. Estas cuestiones decidí dejarlas en el momento que se hicieron más grandes en mi cabeza. No quería tener dudas infundadas, pero ahora con esta revelación ya no sabía si me había equivocado con mis especulaciones, esas que motivaron el miedo que tenía de que esta persona con la que me estaba encariñando tarde o temprano eligiera otro camino muy distinto al mío. 

 

Porque las cosas pueden acabarse por más lindas que sean. Como esto, por ejemplo. Esto que tenemos nosotros dos podía terminarse cualquier día y yo…

 

—Porque lo rechacé de inmediato. —Casi se me resbala la taza—. Hannah, no quiero mudarme ni ir a ningún otro lado.

 

—Qué…Eso es algo… Yoba. —No quería sonar tan feliz y lucir egoísta, pero casi era una revelación como para hacerme llorar de alivio. Alivio que rápidamente se iba a terminar gracias a mi decisión de volver temporalmente a Zuzu. Me sentí hipócrita. No dejé que ese pensamiento intercediera en ese momento—. Es decir, ¿es lo que realmente quieres?

 

Asintió con firmeza.

 

—Lo es. Lo pensé seriamente y quiero vivir aquí. —Su semblante se oscureció una fracción—. Esto es algo de lo que hablé con mi madre y con Demetrius.

 

Y entonces me explicó todo lo sucedido esa noche de la discusión sin tapujos alguno. Sin mantos o sombras. Fue toda la verdad vista desde su punto de vista. También relató más a fondo, prácticamente, todo: su pésima relación con Demetrius y Maru, su turbulenta adolescencia, el ingreso fallido a la universidad, la vez que escapó de casa, Sam… Por eso aquella convicción, me dije al recordar al rubio insistiendo en ir a Zuzu. Sebastian también habló de su padre; del terror que le generaba parecerse a él en tantos aspectos que podría ser una réplica.

 

Aunque llevase un tiempo conociendo a Sebastian y hablando con él durante horas, nunca lo había visto así; ya no roto como en la playa, sino que sus imperfecciones brotaron de él como hierba mala y no se molestó en ocultarlas. Expuso su rencor y desperfectos de carácter en palabras. Lo aprecié bastante, y lo ví cubierto de toda esa maleza; de esas cosas malas que no negó, pero que tampoco quiso aceptar para hacerlas suyas. Por eso me esforcé en buscar debajo de todas esas hojas a la persona de la que me enamoré: esa que es preocupona, graciosa, tierna, tímida y trabajadora. No quería perderla de vista y por supuesto que tampoco se lo permití a Sebastian. 

 

No ignoré los hechos de su pasado y lo que consideraba que estaba mal en su actitud, pero estaba dispuesta a estar a su lado tal y como había prometido siendo su amiga o pareja.

 

—¿De verdad estás bien aún sabiendo esto?

 

Me encogí de hombros. Sin duda era más información de lo que esperaba, pero seguía estando bien con él. 

 

—Sí… No lo hago por fe ciega. Eres amigo de Abby y Sam, y ellos te quieren muchísimo y te conocen desde hace años. Si fueras alguien realmente malo, no creo que te apreciarían tanto —comenté con honestidad, lavando ambas tazas—. También tu madre… Ella tiene una forma muy linda de hablar de ti. 

 

Me sequé las manos pero el pelinegro seguía estático apoyado en los armarios de cocina.

 

—No puedes basar tu opinión sobre mí en eso.

 

—Y no lo hago. —Me planté frente suyo—. Yo también tengo defectos que detesto. —Si él se sinceró, no veía problema en hacerlo yo también—. Soy una loca perfeccionista, descuido mucho mi propio bienestar, soy competitiva a un grado poco sano; no mido el peligro algunas veces, soy egoísta y busco en qué me pueden beneficiar los otros; detesto los hospitales, y si algún día llego a ir, será porque estoy inconsciente. —Eso le arrancó una media sonrisa—. Me dejo llevar con facilidad; dejo que la gente influya en mí y mi deseo de complacer a otros siempre me gana al grado de que estudié una carrera entera que no quería porque soy una cobarde y tenía miedo de decepcionar a otros. Y ahora soy una granjera sin dinero… En fin. Aunque no tengo una historia como la tuya, esos son mis defectos. ¿Aún así estás bien conmigo?

 

Me acerqué un paso. Dí uno más. El corazón me latía en los oídos cargado de tantas emociones hasta quedar cara a cara. Sus ojos negros pegados a mí para luego apoyar su frente en la mía en un gesto de lo más inocente.

 

—Si te llego a lastimar, por favor perdóname. También puedes golpearme si me paso de la raya.

 

Sin duda no se esperaba que le diera un puñetazo en el brazo derecho. Me vio sin entender nada frotando su brazo adolorido.

 

—Eso fue por preocuparme tanto que casi me daba un paro cardiaco. No vuelvas a hacerlo, por favor.

 

—Lo prometo.

 

—Ya nada de huir o desaparecer de repente.

 

—No, se acabó.

 

—Tampoco de ocultar lo que sientes.

 

—Me esforzaré.

 

—Y Sebastian… —Dejó de prestarle atención a su brazo para dármela a mí—. Te quiero. Perdón por no decírtelo antes.

 

Rápidamente se me escurrieron las lágrimas y sus brazos me sostuvieron con ternura. Podía acostumbrarme a que me abrazara con tanta espontaneidad. Y aunque seguía siendo mucha información en mi cerebro, él, que estaba hecho tanto de cosas buenas como de malas, estaba ahí en ese preciso instante y era suficiente por ahora. 

 

 

 

Desde entonces no todo fue perfecto.

 

Las cosas en la casa de la montaña continuaban tensas, por lo que Sebastian eligía pasar el mayor tiempo de la noche y el día fuera. Algunas veces dormía en casa de Sam y otras en mi sillón. Me agradaba tenerlo en casa durante largas horas, pero si me ponía a pensar el por qué estaba allí, no podía alegrarme de la misma forma. 

 

Los familiares de Demetrius se fueron al día siguiente de la aparición de las medusas lunares, evento al que no pude asistir porque atrapé un terrible resfriado. Sebastian se lamentó muchísimo de que por su culpa me hubiera enfermado, pero se la pasó cuidándome y haciéndome compañía, al igual que Sam y Abigail, quienes después del incidente también ‘regañaron’ a su amigo sin ir a nada más. 

 

Y así el verano se fue y el otoño inició.

 

Y del mismo modo, el resto de preocupaciones en mi vida comenzaron a hacer más ruido en mi mente.

 

 

 

 

 

 

Notes:

Hola :)
Perdón, en el último capítulo dije que trataría de publicar mañana si me acordaba (no me acordé). Pero aquí estoy.
Este capítulo es mi versión del evento de 8 corazones de Sebastian. Personalmente es uno de mis favoritos porque te muestra su lado vulnerable. Y aunque en un principio lo iba a implementar de una forma distinta, cosas pasaron y como resultado obtuvimos esta escena de un Sebastian abatido fumando bajo la lluvia. Honestamente extraño un poco los capítulos felices, perdón si esta nueva ronda de capítulos se está haciendo muy densa o aburrida.

Pero en fin. Gracias por seguir apoyando este fanfic :)

Atte-June♥️