Chapter 1: All The Fun Of The Fair
Chapter Text
Podría haber sido un cuadro bucólico.
Había mucho verde proveniente de las colinas y los árboles, además de algunas pinceladas doradas provenientes de la tarde.
Los niños acababan de salir de su refugio y se habían puesto a corretear, riendo y recibiendo el primer día soleado del verano con los brazos abiertos. Todos eran relativamente jóvenes, de entre siete y nueve años de edad, y por lo tanto muy propensos a las travesuras, pero inofensivos.
Únicamente un niño en particular era quizá demasiado asertivo para lo que se podía tolerar, y naturalmente se había vuelto una especie de figura prominente dentro del grupo debido a ello. Tan prominente que hasta un extraño lo habría identificado de inmediato con sólo escucharlo, con sólo escuchar cómo su voz se alzaba por encima de las de los demás.
“¡Está bien, Henry, puedes ser humano! ¡Ven aquí!”
Y, a juzgar por su sonrisita arrogante, le gustaba eso. Le gustaba destacar, le gustaba ser el líder de los juegos. Pudo haber estado en el centro de aquel cuadro bucólico, liderando una mancha o unas escondidas, como cualquier niño pacíficamente pintado habría hecho.
Pero, desafortunadamente, parecía estar más apegado al arte militar.
“Muy bien, ¿Están listos? ¡A la carga!” exclamó, y eso fue todo lo que tuvo que hacer.
Tal como si estuviesen siguiendo una orden legítima de un comandante de diez años, sus repentinamente frenéticos compañeros de juegos enseguida empezaron a ‘atacarse’ entre sí con un variado despliegue de armas imaginarias y sonidos infernales, armando así una frescamente recreada Batalla de Weybridge. Aunque el bando humano era en efecto el más atrayente por obvias razones, el bando marciano tenía sus ventajas. Las ‘máquinas de guerra’ claramente estaban disfrutando el pisotear el pasto, aullando como animales y ‘disparando’ en todas direcciones, haciendo que algunos ‘soldados’ se arrojaran al suelo gritando de dolor.
Realmente no parecía que estos niños estuvieran divirtiéndose, pero sí estaban, simplemente estaban perturbadoramente comprometidos con sus roles. El ahora espantado extraño se habría preguntado qué clase de pandemonio estaba ocurriendo en la Iglesia de Todos los Santos.
Y el mortificado vicario probablemente le habría dicho que era una mera demostración de desobediencia infantil que debía ser reprendida.
“Dios bendito…” musitó una voz más suave desde debajo de un árbol, para luego hablar más alto, “¡Podrían por favor calmarse!”
Era la única espectadora presente, que había soportado la masacre en indulgente silencio, pero que ya no se podía contener. La otra figura prominente del grupo, por tener catorce años y ser por lo tanto la mayor.
“Si tanto deben quemarse y morir como los condenados,” continuó, tras exitosamente conseguir que la batalla se detuviera, “podrían al menos hacerlo con más moderación en una casa del Señor.”
Y a pesar de no ser tan carismática como su rival militarista, esta aparentemente tímida chica era de hecho capaz de poner el tono severo de una institutriz si tenía que hacerlo.
Los niños se inquietaron y balbucearon en busca de una respuesta, una cantidad específica hasta bajaron las cabezas de la vergüenza. Únicamente un niño en particular dio un paso adelante, para sorpresa de nadie.
“¡Estas malditas campanadas de la iglesia!” se burló el comandante de diez años, provocando algunas risas sofocadas, “Vuelve adentro si tanto estamos arruinando tus puntadas.”
“No lo creo.” respondió ella, soltando su aguja para cruzarse de brazos, “Prefiero asegurarme de que aprendas a comportarte, Jacob.”
“¡Jack! ¡Me llamo Jack, mujer!” ladró él, y ella frunció el ceño.
“¡No importa cómo te llames!” dijo, levantando una mano hacia su cuello, “No puedo entender cómo les alegra actuar como si estuvieran en semejante tragedia…”
Un extraño observador habría notado el desgastado rosario que estaba sujetando.
“¡Lo siento, Flora!” dijo Henry, el niño al que le habían hablado antes, “¡No quería ponerte triste!”
“Jack nos estaba contando una historia sobre los marcianos, pero tampoco es su culpa…” agregó otro niño a su lado.
“No es culpa de nadie.” intervino Jack, el ahora nombrado comandante, “Sólo estamos haciendo teatro, ¿Saben? ¿Alguna vez fueron a ver a San Jorge matando al Dragón en navidad?”
Algunos niños respondieron que, efectivamente, habían visto la obra, otros no respondieron pero asintieron. Flora por su parte, la ahora nombrada chica triste, no la había visto, pero sabía lo que era el teatro.
“Supongo que no es tan diferente a jugar a hacer de cuenta.” admitió, con un poco de resignación.
“Y por eso nos alegramos tanto, hermana.” concluyó Jack, esbozando una renovada sonrisita arrogante, “Ya conocemos el final feliz, no podemos esperar hasta ese final feliz, y eso nos alegra mucho. San Jorge mata al Dragón, los humanos vencen a los marcianos, ¡Y nosotros nos alegramos mucho!”
Y su pequeña comparsa estalló en risas y aplausos, para angustia de Flora.
Ellos no habían estado ahí. Ella no podía culparlos, porque no habían estado ahí. Eran todos muy jóvenes, nacidos después de la guerra. Criados por recuentos posiblemente mitigados y glorificados de narradores sospechosos. Era una situación justificable pero dolorosa que el agotado corazón de Flora apenas podía permitir.
“¡Ahora vamos, soldados! ¡Terminemos con esto!” anunció Jack, corriendo de vuelta hacia el medio del camposanto, “¡Y hagámoslo con más moderación o nos iremos al infierno!”
Mientras los demás niños lo seguían sin la menor vacilación, ella suspiró desoladamente y recuperó su aguja para también terminar su bordado. Estaba repleto de pálidos amarillos y rosados, provenientes de elegantes claveles y solemnes caléndulas.
Chapter 2: A Child's Lullaby
Chapter Text
“Es un día espléndido.” dijo una voz entrante, provocando que ella se volteara sobresaltada.
“¡Señor Darling…!”
“¿Cómo está, Señorita Collins?” saludó el vicario, y ella rápidamente procedió a explicarse.
“Lo siento mucho, señor, les dije que se detuvieran, les dije que estaban siendo impertinentes y ellos desdeñaron mis palabras, se burlaron de mis palabras, aplaca su orgullo, aplaca su malicia y frustra sus artimañas-”
“Mantenga la compostura, niña.” interrumpió el Señor Darling, ofreciendo una sonrisa apaciguadora, “Entiendo su dolor como sobreviviente de Weybridge… pero debe entender usted también, que sus compañeros no están haciendo ningún daño. Puede que se les avecine mucho por sobrellevar, y así es como quieren hacerlo.”
Flora frunció el ceño, y una vez más sujetó su rosario.
“¿A qué se refiere?” preguntó, bajando la voz hasta un cauteloso susurro mientras se levantaba del pasto, “¿Han traído más noticias de Siberia?”
El vicario se quedó callado por un breve momento, durante el cual echó un atento vistazo a los niños que todavía retozaban en el camposanto, y luego se acercó para contribuir con los susurros.
“El cilindro ha desaparecido.” dijo, “Muchos sospechan que se ha movido por su cuenta, y están buscándolo.”
“¿Desaparecido? ¿Por su cuenta?” se inquietó Flora, encogiéndose como un conejo arrinconado, “¿¡Cómo puede un objeto tan grande y pesado desaparecer de la faz de la tierra…!?”
“Cómo pueden hacer cualquier cosa sobre la faz de la Tierra.” dijo un súbito intruso.
“¡Ah, Jack! Qué sorpresa.” saludó, una vez más, el Señor Darling, y Jack asintió a modo de respuesta.
Había estado ahí parado por quizá un minuto o dos, con las manos detrás de la espalda.
“Iba a buscar mi bate cuando los escuché.” dijo, con un tono un tanto casual “¿Entonces? ¿Era o no era un cilindro marciano?”
“Eso es lo que los pocos testigos han declarado, pero nadie puede asegurarlo.” respondió el vicario, “No hasta que reaparezca, al menos.”
“Si reaparece…” pareció aclarar Jack, para luego voltearse hacia Flora, “¿Qué te parece Eyke, hermana? ¿Crees poder quedarte un poco más?”
Y aunque ella ciertamente había disfrutado el pacíficamente pintado campo, su arraigada aprensión frecuentemente le recordaba que aún era una refugiada.
Que todos ellos eran refugiados pendiendo de un hilo, extrañando y rezando por sus hogares.
“Ya no es una… medida preventiva, ¿Verdad?” musitó.
El Señor Darling se encontraba ante un desafiante desconcierto, pero aún así logró conservar la calma por el bien de la pobre chica.
“Recuerde, Señorita Collins.” le dijo, “Aunque andemos en valle de sombra de muerte…”
“…no temeremos mal alguno…” suspiró ella, y el vicario sonrió y asintió.
Jack, por otro lado, les echó una mirada mordaz y puso los ojos en blanco para dejar bien en claro su opinión en el asunto.
“¡En fin!” dijo, con una fuerte palmada, “Iré por mi bate y trataré de anotar algunas carreras antes del té, ¡Alabado sea el Señor!”
Flora frunció el ceño, pero decidió no ceder ante otra riña sin sentido y dejarlo salir de la discusión tan abruptamente como se había metido.
“Como decía…” retomó el Señor Darling, “Así es como ellos sobrellevan estas circunstancias, y está bien. No podemos esperar que todos inmediatamente acojan al Señor, mucho menos niños pequeños.”
Y ella no quería estar en grosero desacuerdo, pero de nuevo no pudo contener sus impulsos.
“¿Por qué no?” inquirió, humildemente, “¿No es acaso nuestra responsabilidad? ¿No sería lo mejor para ellos…?”
“Lo sería, pero no podemos coaccionarlos.” respondió él, “Debemos ser pacientes, Señorita Collins. Debemos ser pacientes y compasivos, incluso y especialmente en la adversidad.”
Flora sujetó su rosario.
“Mi vida fue perdonada por una razón…” dijo, “Si no puedo proteger a estos niños, si no puedo demostrar mi valor…”
“Los ha estado protegiendo con uñas y dientes, al rezar por ellos cada mañana y cada noche.” aseguró el Señor Darling, “Ahora, por favor, concédase un merecido descanso. La Señora Darling está haciendo galletas de lavanda.”
De repente aquella situación que ella había imaginado antes, en la que él amonestaba a los niños por desobedientes y a ella por ser incapaz de controlarlos, se había vuelto más bien inverosímil. Más bien contaminada por preconceptos inconscientes, por las experiencias de su propia crianza en la Iglesia St James de Weybridge.
Había sido un error, un error torpe por el que el Señor Scrope, vicario de St James, indudablemente la habría amonestado. Le habría dicho, suponía ella, que debía apreciar la amabilidad y respetar las reglas de quienes estaban voluntariamente y desinteresadamente dándole un refugio.
Por lo tanto, hasta el Señor Scrope habría incentivado este descanso.
Un suspiro menos desolado y más aliviado escapó de su frágil cuerpo, luego de que éste aceptara con gratitud aquella revelación.
“Está bien…” respondió, “Pero ayudaré a poner la mesa primero, si me lo permite.”
“Por supuesto.” sonrió el Señor Darling.
Flora miró por última vez a los niños, a su dichosamente inocuo partido de críquet, e internamente se regocijó ante la restauración de su cuadro bucólico.
“¡Juguemos en el bosque mientras el marciano está!” coreó la mayoría de ellos, poco después de que ella volviera a entrar a la iglesia.