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Language:
Español
Series:
Part 1 of Newspaper Love
Stats:
Published:
2023-04-03
Updated:
2025-09-06
Words:
387,392
Chapters:
24/?
Comments:
58
Kudos:
290
Bookmarks:
19
Hits:
6,760

So It Goes (Es inevitable)

Summary:

Te conocí en la oscuridad, hago tus días grises más claros. Sé que lo sabes, podemos sentirlo, es inevitable.
Nos rompemos un poco, pero cuando me tienes a solas, es tan sencillo.
So it goes...

Ambos creen haberlo perdido todo, ahora viven rodeados de la oscuridad del pasado. Una noche, el destino juega a su favor haciendo que se encuentren por lo que parece ser casualidad, y la atracción entre ellos es inevitable. Ahora, si quieren salir de la jaula en la que viven, deben aprender a perder el control... ¿Lo lograrán?

Notes:

Ubicado 5 años después de Luna Nueva, y al día siguiente de que Anastasia deja a Christian.

Es decir, está ubicado alrededor del año 2011, pero, honestamente ya me acostumbre a la tecnología de la actualidad, y es muy probable que se me filtre una que otra cosa. Por lo que, fingiremos que viajamos en el tiempo con las comodidades de ahorita.
Disclaimer, ya se la saben… Twilight y sus personajes pertenecen a Stephanie Meyer. La serie de 50 Shades y sus personajes son de E.L. James. Yo juego con los personajes y los hechos. Si ven algo que sea reconocido, no es mío.

Está inspirado en la canción So it goes, de Taylor Swift, entre otras.

Chapter 1

Notes:

¿Ya lo releyeron?

Solamente estaba corrigiendo los capítulos y decidí unir algunos para que la lectura fuera más fluida y que la historia avanzara mejor.
Si les recomendaría releer la historia porque si añadí algunas cositas a los capítulos, pero nada que altere el rumbo que había tomado.

Chapter Text

So it goes.


Es inevitable que me estremezca.

Voy caminando por las calles de la ciudad acompañada  del sonido de mis zapatos de tacón rozando contra la acera. El viento roza mi piel expuesta, me recuerda que puedo sentir, me recuerda que la ropa que llevo no es la adecuada para el clima de esta noche.

Las luces brillan en el medio de la oscuridad. Las calles están repletas de personas que van y vienen, algunos van de regreso a casa, otros apenas van rumbo al trabajo, hay quienes van por ahí buscando un poco de diversión. 

Detengo mis pasos un momento, mis ojos se pasean a mí alrededor.

El resto de la ciudad sigue avanzando, el tiempo sigue pasando. Las personas siguen, cada quien en sus asuntos, cada uno construyendo su vida perfecta. Todos viviendo. Todos menos yo.

Me estremezco, de nuevo.

A mi lado pasan familias hablando y riendo, grupos de amigos que gritan y bromean entre ellos, personas solas encerradas en su propio mundo, parejas tomadas de la mano envueltas en una burbuja de amor.

Una mueca aparece en mis labios.

Amor.

Ese maldito sentimiento, esa maldita palabra.

Hace tiempo que no pienso en esa palabra, desde hace tiempo me prohibí pronunciarla o siquiera pensarla. Hace años que descubrí que, eso no es para mí. Desde entonces me concentré en mí, decidí que yo era más importante que esa mierda, me convencí que mí soledad valía más, que nada del pasado me afectaría.

Pero, mentí. Sé que eso no es verdad.   

He sacrificado muchas cosas para llegar a dónde estoy, y no, no me arrepiento de las cosas que he hecho. No necesito la ayuda de nadie, yo no necesito a nadie, lo he hecho bien por mi cuenta. O eso me dicen todos los que conocen la verdadera historia.

Vuelvo a caminar. Mis pies siguen arrastrándose, dando pasos sin rumbo, sonando y haciendo eco en el medio del murmullo de la ciudad en la que trato de mezclarme. Hago un esfuerzo por fingir que soy una más, que no soy nadie notable, que no hay nada malo en mí. Fracaso.

Cada paso que doy, hay miradas sobre mí. Es inevitable.

Maldigo mi atuendo de esta noche, y la razón que me obligó a usarlo, la detesto.

Es inevitable que las miradas se centren en mí, llamo la atención aun cuando no es mi deseo hacerlo. Antes detestaba la sensación, detestaba ser el centro de atención, quería ser invisible todo el tiempo. Hoy, debería resultarme halagador. Lo sigo odiando.   

Esta noche quiero ser invisible. Lo deseo más que nunca.

Hoy pasaron muchas cosas que estoy anhelando olvidar, esta noche me siento vulnerable. Son demasiadas cosas con lo que mi cabeza debe lidiar, pero yo no, yo solo quiero olvidar.

El sonido de mi celular me recuerda que debí llegar a casa hace una hora. Saco el aparato de mi bolsillo, no me detengo a mirar la pantalla, ni a mirar el nombre dela persona que me llama, solamente lo apago. No tengo ánimos de explicarle a nadie en donde estoy.

Decido cambiar de calle. Me detengo junto a un grupo de personas para cruzar a la otra acera, es inevitable que me noten, siento sus miradas, escucho sus murmullos. No me importa. O eso aparento. Les sigo en silencio, avanzando un par de calles hasta que cada uno sigue su propio camino.

Ahora sé a dónde voy.

Mis ojos divisan las letras de color negro, veo el exterior del edifico color blanco, veo algunas personas en la entrada, hay pequeños grupos de personas que están hablando afuera del edificio, hay quienes van bajando de sus autos y se dirigen al interior. Ahora es mi turno. Camino hasta la entrada, el guardia me ve, pero no me dice ninguna palabra. Mis manos empujan las puertas de cristal color negro y el alivio recorre mis venas. 

Sigo mi camino, atravieso el lugar mientras observo a mí alrededor. Hay grupos de personas que hablan animadamente en las lujosas mesas, hay sillas vacías, de las personas que están teniendo el tiempo de su vida en la pista de baile, moviéndose al ritmo de la música que hay en el ambiente.

Nadie me mira.

Por primera vez en el día mis labios se estiran en una sonrisa.

Me dirijo a la escalera, subo pausadamente los peldaños de vidrio con cristales incrustados que me conducen a la parte alta del lugar. Mientras subo, son pocos los que se atreven a mirarme o a ofrecerme algún gesto, yo, en cambio, mantengo mi rostro en blanco, sin emoción alguna. Aun no estoy en mi lugar seguro.

Llego hasta el fondo del lugar, hasta la barra del bar que se esconde en esa área. Mis manos toman el respaldo de una de las sillas altas, mi cuerpo se deja caer en el asiento, mis pulmones toman una profunda respiración. Mis ojos buscan al hombre al otro lado de la barra, veo el traje de su uniforme tan reluciente como siempre, veo que su rostro brilla en reconocimiento a mí.  

El hombre se acerca, se queda de pie frente a mí.

—Un Old Fashioned —pido. El hombre me mira, extrañado por mi pedido. —Mejor, que sea solo un Whisky, doble. 

Recibo una mirada sorprendida, sí, ambos compartimos el sentimiento. Pero hoy necesito más alcohol que de costumbre. El hombre se encoje de hombros en silencio, se gira y se aleja a preparar mi bebida.

Mientras espero, doy una mirada a mí alrededor. El sonido de la música retumba en mis oídos, los gritos de euforia y las risas provenientes de euforia de la planta baja resultan ser un bálsamo en el medio del dolor y la desesperación que siento en este momento. Permito que mi mente se vaya, momento a momento, a cada suceso del este día.

Mi cabeza cae entre mis manos. A veces, tener días malos, es inevitable.

—¿Mal día? —alguien pregunta.

Me quedo quieta. La voz me resulta desconocida, pero suena cerca de mí. Hay muchas personas a mi alrededor ¿me pregunta a mí? No puedo saberlo con certeza.

—Un día de mierda —hablo a un tono de voz neutro. No tengo la seguridad de que la persona se dirija a mí, pero tengo a mi ventaja que mi cabeza está oculta, si alguien me ha preguntado y no es a mí a quien le ha hablado es poco probable que piensen que he perdido la cabeza. Aunque, sí, quizás si la he perdido.

—Se nota.

Un sentimiento extraño me asalta. Si, pareciera que hablan conmigo.

—¿Disculpa? —pregunto al aire levantando mi cabeza. Hay varias personas que rodean mi espacio todas hablan, o al menos mueven los labios, ¿Quién es la persona interesada en formar una conversación conmigo?

Un movimiento en la silla de al lado capta mi atención. Hay una persona allí a la cual no había notado. Mi cabeza se gira, mis ojos se colocan en el desconocido a mi lado. Casi me caigo de mi asiento. Podía imaginar a cualquier persona, de cualquier apariencia, menos la de él.

Tuve que parpadear un par de veces para asegurarme que mi mente no me estuviera traicionando. El hombre a mi lado  tiene la cabeza recostada en la barra del bar, su mejilla derecha descansa en sobre ella. Casi salto al ver sus ojos, son de un inusual color gris, están algo desenfocados, con las venas en ellos rojas e hinchadas, pero son un espectáculo maravilloso.

Sus malditos ojos son la cosa más perfecta que he visto hoy. Y ellos también me miran, me observan, me analizan.

—Puedo ver a lo que te refieres —habla. Su voz es gruesa, rasposa y se nota cansada.

Parpadeo, no puedo ofrecerle una respuesta. Estoy confundida por sus palabras.  

—Mira a tu alrededor —levanta su cabeza perezosamente, su mano hace una señal en círculos, su voz es una orden. —La mayoría, tienen cosmopolitan, margaritas, mojitos o piñas coladas.

Sus cejas se levantan, reafirman la orden en su voz. Obedezco. Mis ojos se pasean alrededor del lugar, mi atención se va directamente a las bebidas de las personas. Él tiene razón.

—Supongo que, soy diferente al resto —mi cabeza regresa en su dirección.

Sus ojos se entrecierran, su mirada se coloca sobre mí, paseándose por mi cuerpo de arriba hasta abajo. Debería sentirme cohibida, pero no lo hago.

—Ya escuché eso antes —suelta una breve risa.

—¿Disculpa? —una de mis cejas se levanta. Ahora me siento ofendida.

—Siempre dicen eso —repite. —Y por cierto, cualquiera notaria que tu día ha sido malo.

—¿Cualquiera? —mi voz sale divertida y molesta. ¿Cómo se atreve a decir eso? ¿Es un perfilador? ¿Por qué cree que puede saber mis razones para elegir una maldita bebida?

—Mira este lugar —se endereza. —Aquí vienes por una sola razón; quieres pasar desapercibido.

Ahí, debo darle la razón.

—Entonces… —se inclina ligeramente en mi dirección, ahora está invadiendo mi espacio personal. —Vienes aquí a divertirte o ahogarte en alcohol sin que nadie te vea. Tu caso parece ser el segundo.

—¿Puedes saber eso solo con el tipo de bebida que he pedido? —pregunto. La diversión sigue en mi voz.

—No sé tú, pero yo —se apunta con su dedo, —si tengo un mal día, pediría algo como eso.

Es inevitable que una risa brote de mí.

—Tienes razón —poso mis brazos sobre la barra, me encojo de hombros. —Pero, no pido eso, al menos no usualmente.

—¿Qué pedirías usualmente? —pregunta. Sus ojos me miran con interés.

—Algo más fuerte —el hombre de la barra responde por mí coloca frente a mí la bebida que he pedido. —Pediría algo como… una botella.

Le miro con molestia, no me ha gustado que interrumpa la conversación, mucho menos me agrada la idea de que me exhibiera de esa manera. El hombre a mi lado tampoco luce feliz por la interrupción.  

—¿Señor? —el hombre señala el vaso vació que descansa en la barra, mi acompañante asiente, sin despegar su mirada de mí. Segundos después, su vaso es cambiado por uno lleno, el contenido es un líquido, ¿Coñac? ¿Whiskey?

El color ámbar brilla en el cristal de una manera muy familiar para mí. Los recuerdos luchan con aflorar en mi mente, sacudo la cabeza, alejándolos.

—Tu día también ha sido un asco —señalo con mi cabeza.

—No me estas preguntando —sus labios se elevan, me muestra un una sonrisa.

—No —me permito sonreír. —No es pregunta, como dijiste, es bastante notable que tu día ha sido un asco.

Su atuendo es elegante, se nota que su ropa es de buena marca, confeccionada a la medida, pero luce extrañamente descuidado. En su rostro hay sombra bajo sus ojos, hay una barba oscura que enmarca su cara, y se ve pálido, casi blanco.

—Ha sido un día de mierda —hace referencia a mis palabras anteriores.

—En ese caso, —tomo mi vaso entre mis manos, —brindo por…

Mis palabras se pierden en el ruido a nuestro alrededor.

—Brindemos porque el día de mañana, no sea peor que el día hoy —ofreció.

Estoy de acuerdo con sus palabras. Cada mañana ruego porque ese día sea un poco más soportable. Nuestros vasos se unen, el cristal hace un sonido llamativo que es ignorado por el resto del lugar, casi alegremente bebemos el contenido sin despegar nuestras miradas del otro.

—¿Vienes por aquí seguido? —pregunto.

No lo había visto por aquí antes. ¿O quizás no le había puesto atención?

—No —sacude su cabeza. —No suelo venir.

—Yo, a veces —digo con honestidad. —No pareces ser de los que usualmente tienen días malos.

—No, no los tengo —dice serio. —O al menos no solía hacerlo.

—¿Puedo saber qué pasó? —pregunto mientras doy un sorbo a mi vaso.

Me mira. Su rostro se vuelve inseguro y vulnerable.

—¿Alguna vez, te has enamorado?

El líquido queda atorado en mi garganta. Podía esperar cualquier cosa, cualquier razón, cualquier historia, podía esperar todo menos esa pregunta. Él no lo ve, pero mi mundo se derrumba. El nudo en mi garganta aparece y mis manos tiemblan mientras hago un esfuerzo por no llevarlas a mi pecho.

—Sí —respondo. Es inevitable que mi voz se quiebre.

—Yo también —su cabeza cae entre sus manos, aprieta su cabeza, frota su rostro con desesperación.

—Entonces eso fue lo que pasó —digo para mí misma.

Él no responde. Levanta su cabeza, su cuello se estira buscando al bartender, el hombre viene corriendo a atender el llamado.

—Dos vasos y una botella de Hennessy —ordena.

El hombre asiente, se va, vuelve con las cosas en sus manos, las coloca frente a nosotros.

—¿Te molesta? —mi nuevo acompañante hace un gesto, refiriéndose a lo que acaba de pedir.

Antes de que pueda responder, tiene la botella en sus manos abriéndola con elegancia. Sacudo la cabeza mientras observo como vierte el líquido ámbar en ambos vasos. Me ofrece uno. Tampoco espera respuesta, lleva el vaso a sus labios bebiendo todo el contenido de golpe.

—Me dejó —suelta de golpe.

Mis oídos escuchan las palabras, pero mi cerebro se tarda en procesarlas. La sorpresa me asalta, ¿Alguien lo dejó? Casi me rio. ¿Dejarlo? ¿A alguien como él? ¿A este hombre?

Es difícil de creer.

Su apariencia, su postura, su aroma, todo me dice que no es posible. Él es del tipo de los que te dejan a ti. Yo lo sé muy bien.

Mis labios beben el líquido del vaso que me ha ofrecido.

—Ella —su voz se rompe, —ella se fue y yo… —traga pesadamente. — Parece que… maldición, creo que ella se llevó una parte de mí.

—Déjame adivinar —le pido. Sus ojos me miran, aceptando. —Se llevó la mejor parte de ti, y ahora tienes que lidiar con toda lo malo que quedó en su lugar.

La piedra en sus ojos se derrite. Ahora el gris es líquido y de color más claro.

—Te ha pasado —sus palabras no suenan como una pregunta, al contrario, me está acusando.

—Si —acepto con cierta vergüenza. —Sé muy bien cómo se siente.

—¿Cómo se sintió para ti?

—Te deja sin control, a la deriva —explico en tono ausente. —Es como si cayeras en un océano de tormentas, tú estás nadando en una dirección, pero, la corriente te arrastra hacia las profundidades, hacia la oscuridad.

Mientras hablo, mi mente me transporta años atrás. Los flashes aparecen, uno seguido del otro, todos muy vividos y reales. Mi pecho arde, me ahoga, me quema, el sentimiento es tan fuerte como en aquel tiempo. O peor.

—Es justo como me siento —luce asombrado. —No creí que alguien pudiera entender el sentimiento.

—Pues, te aseguro que somos bastantes a quienes nos han roto el corazón —murmuro. —Bienvenido al club.

Ahora soy yo quien vuelve a llenar los vasos del líquido color ámbar con aroma a alcohol.

El hombre a mi lado, el desconocido que acabo de conocer pero que me resulta familiar y diferente a la vez, no me responde, se sume en sus pensamientos, o en sus recuerdos. Aquí estamos, ambos, uno al lado del otro mientras nos consumimos en el dolor, la perdida, la desesperanza y confusión, perdidos en el silencio mientras la vida a nuestro alrededor sigue, mientras la música y el bullicio se mantienen.

—¿Algún día deja de doler? —su pregunta me sobresalta. La esperanza se escucha en su voz y yo quiero morirme. No quiero ser yo quien se lo diga.

—Eso espero —murmuro con un suspiro. Lo observo, soy testigo de cómo la esperanza muere en sus ojos grises.

Ambos bebemos de nuevo. La botella se acaba con rapidez, pero él se encarga de la situación, así como desaparece una botella vacía, aparece una nueva.  

—¿Cuánto tiempo llevas con el corazón roto? —pregunta y yo me remuevo en mi asiento.  

—Más tiempo del que me gustaría —bajo la mirada.

—Eso no suena bien —resopla.

—Es patético, lo sé. No serias el primero en decírmelo.  

Cubro mi rostro con mis manos. Ahora me siento de esa manera, hablando de mis problemas con un desconocido, bebiendo ambos para ahogar nuestras penas.

—No se me pasó por la mente —sus palabras llaman mi atención. —No eres patética.

Bajo mis manos, descubro mi rostro para mirarle. Su rostro no muestra ninguna señal de que esté mintiendo, y yo quiero creer en sus palabras.

—Supongo que —suelto la respiración, —no todos estamos hechos para esa cosa llamada amor.  

—Salud por eso —levanta su vaso en mi dirección.

El alcohol baja por nuestras gargantas, ya no sentimos la sensación de quemazón, ya no hacemos muecas al beberlo. Ya resulta agradable beberlo.

—¿Por qué estás aquí? —pregunta. —Tener un mal día solo parece la excusa.

Su pregunta me toma por sorpresa, es notorio el interés que hay escondido en su voz, es notoria la curiosidad que ha sentido por mí. De todas las personas en este lugar, de entre todas estas personas que usan sus atuendos llamativos y caros para hacer que su cuerpo voluptuoso se noté más, de entre las personas que a gran distancia se ve que son mejores que, soy yo quien tiene la atención de este hombre tan malditamente guapo.

Mi ego aumenta, es inevitable.

Su postura ahora esta inclinada hacia mi dirección, sus ojos grises brillan con el resplandor de las luces de lugar, su mirada esta sobre mí, penetrándome. Los dedos de su mano juegan con el borde del vaso que sostiene.

Mi mente juega en mi contra.

Quiero saber que hay detrás de esa actitud tan controlada que muestra, quiero que ver en cuantas maneras pueden esos ojos mirarme, quiero descubrir que se siente que sus dedos recorran mi cuerpo de la manera en la que está recorriendo el cristal.

Sacudo mi cabeza. No puedo permitirme pensar en esas cosas.

—A veces que —aclaro mi garganta, —hay veces que los recuerdos me sobrepasan, y por las noches las pesadillas son tan crueles que me aterra dormir.

Me mira interesado.

—Así que vengo aquí para distraerme o —frunzo mis cejas —o para intentar ahogar todo eso en alcohol, pero, los recuerdos no se van.

—Te entiendo —habla en voz baja, como si estuviera recordando algo. —¿Hoy ha pasado lo mismo?

Hago una mueca. —No, no exactamente.

—Déjame adivinar —pide. Esta vez soy yo quien asiente. —¿El trabajo?  

—El trabajo siempre es impredecible —habló. Luego, suelto la respiración que he contenido a causa de mis pensamientos. —Pero, todo se soluciona, cualquier cosa que suceda en el trabajo es superable.

—¿Te ofendería si pregunto a qué te dedicas? —pregunta. Sus ojos viajan por mi silueta, recorriendo centímetro a centímetro.

—No soy una escort —suelto secamente. —Trabajo en una oficina.

—Claro —se encoge de hombros. 

Me ofende el tono en que dice ese comentario, no me cree, puedo verlo. Bebe de manera lenta el alcohol en su vaso, aun no despega sus ojos de mí.

—Sé que mi atuendo no es algo que cualquiera use para ir a la oficina —tengo una extraña urgencia de explicarle.

—No, no lo es —concuerda conmigo. Sus ojos continúan analizando cada centímetro de mi apariencia.  

—No soy una escort —repito, —ni nada por el estilo.

—Yo no he dicho nada —levanta amabas manos postrándome sus palmas.

—Pero lo pensaste —le acuso.

—No, eso no fue lo que pensé —responde. —En realidad, pienso que luces hermosa, elegante y muy sensual. Es muy notorio que te esforzaste bastante en lucir bien.

Mis mejillas se calientan de repente. La temperatura de mi cuerpo sube, mis mejillas se sobrecalientan, la ya conocida, pero olvidada sensación de un sonrojo posándose en mi rostro me sobresalta.  

—Eres el primero en notarlo —le miro sintiéndome agradecida.

Ahora, mi acompañante se asombra.

—Es imposible no notarte —suelta una ligera risa. Sus palabras son un alago para mí, mi cuerpo lo sabe, responde a esas palabras, sube más sangre a mi rostro. —Y Aun no me dices dónde trabajas.

Una risa brota de mis labios.  

—No dejas pasar nada —le comento. Él niega. —Trabajo en el Seattle Times.

—Oh —su boca se abre. Parece culpable de preguntar. —Con razón has tenido un mal día.

—¿Lo sabes? —pregunto con asombro.

—En el mundo de los negocios, las noticias vuelan.

—Aun no lo han hecho oficial —aun siento la confusión en mí.

—No importa —se encoje de hombros. —Ya todos saben que el periódico de la ciudad se va a ir a la mierda.

No puedo evitar la carcajada que sale de mí. Nadie pudo describir mejor la situación.

—¿Te divierto? —pregunta, la emoción está presente en su voz.

—Bastante —sonrió.

—¿Te preocupa quedarte sin empleo? —su humor cambia de repente. Su pregunta es en un tono de seriedad.

—No, ese es el menor de mis problemas —digo, mis cejas se juntan. —Siempre puedo conseguir otro empleo.

—Si eso no te preocupa… —frunce su rostro. Sus manos se mueven sirviendo el líquido ámbar en ambos vasos. —Entonces, dime, ¿qué ocurrió para que tu día fuera tan malo?

Vuelvo a mi mascara fría. Pero por dentro estoy ardiendo.

Mis manos se van a mi cabello, lo recojo en una coleta bajo la atenta mirada gris del hombre frente a mí, si le voy a contar a un extraño mis problemas, al menos quiero sentir comodidad.

—Tuve una cita —dije con falso entusiasmo. La histeria se apodera de mí, me rio al recordar lo que pasó hace horas.  

—¿Eso es malo? —hace una mueca. —No pareces de las mujeres que tengan citas malas.

—Usualmente no tengo citas —alejo mi rostro de él.

—¿Porqué?

Tomo una respiración, me preparo para responder. —Cuando las tengo, son horribles.

—Cuéntame —su cuerpo se inclina más hacia mí. Su voz rasposa y gruesa suelta las palabras como una orden. No puedo negarme.

—Quedó en pasar por mí, obviamente no lo hizo y tuvo el descaro de llegar tarde al lugar donde debíamos encontrarnos —me quejo. —Durante toda la cena, habló solamente sobre él.

—¿Eso te molesta? —pregunta.

—No, al menos no demasiado —respondo. —Pero, había algo en él que lo hacía terriblemente molesto.

Asiente con lentitud. Su gesto es comprensivo.

—Cuando por fin pudimos terminar la cena, el hombre hizo una escena porque no acepté ir a follar con él —pongo los ojos en blanco. —Y resulta que ahora estoy vetada de mi restaurante favorito.

Su cabeza se inclina hacia un lado, casi puedo escuchar el crujido de su cuello. Sus brazos, parcialmente cubiertos por las mangas de la camisa enrollada hasta sus codos, se tensan. Puedo ver las venas saltar en su piel.

—Sí, un imbécil —adivino su pensar.  —Pero, supongo que fue mi culpa. Eso me gano por hacerle caso a mi madre.

En mi jodida vida, le vuelvo a hacer caso a Reneé. Desde un inicio tuve una corazonada, sabía que no debía asistir a esa cita, maldita sea, sabía que no debía aceptar esa maldita cita.

—¿Vetada de un restaurante? —sus labios se aprietan. —¿Qué lugar era?

—The Pink Door

—Oh vaya —dice soltando la respiración. —Ese es muy bueno.

Sonrió, al fin alguien entiende mi obsesión con ese lugar.

—Dime que al menos él pagó la cuenta —casi ruega.

Sonrió, él me imita, cree que así fue. Ingenuo.

—Pague yo la cuenta completa —siseo entre dientes. El recuerdo resulta molesto. —Y tuvo la osadía de pedirme dinero para el taxi.

Gruñe. Una mueca de horror y asco cruza sus labios.  

—Patético —murmuramos ambos al unísono. Nos reímos audiblemente, llamamos la atención de algunas personas a nuestro alrededor. No nos importa.

—No vuelvas a salir con idiotas así —sus ojos se posan en mí. —Eres demasiado buena para tipos como esos.

—¿Con que tipos debería salir? —pregunto. Atrevido de mi parte pues no sé si quiero tener la respuesta.

—Con tipos como yo —sus palabras reafirmaron la seguridad que su postura mostró de repente.

—¿De qué tipo eres tú? —pregunto. Mi postura también ha cambiado, una de mis piernas se ha colocado sobre la otra revelando más piel que antes, mi espalda se ha inclinado en su dirección, mis sentidos se han embriagado de su esencia.  

—Del tipo que nadie quiere, pero, del tipo que tú necesitas —dice seguro de sí mismo. —Soy del tipo que te puede ofrecer la estabilidad, la seguridad, y el control que te quitaron.

Mi respiración se corta.  

—No me gusta tener las cosas fuera de control ¿sabes? —dice casual. —Necesito tenerlo todo controlado, dominado.

¿Entonces es de esos maniáticos del control?

Mi mente me dice que, este humano, no es el primer hombre en su tipo que me encuentro. Él también era así. Mientras estuvo cerca de mí, controló toda mi vida, mis amigos, mis decisiones.

Sí, yo definitivamente tengo una debilidad por los de su tipo.

Mi cuerpo se inclina hacia mi acompañante. Sé que en mi nueva posición le doy un vistazo al escote de mi vestido, le doy un vistazo a mis piernas, puedo ver en sus ojos el deleite que le ofrezco, pero no me importa.

Mi nariz roza con delicadeza su cuello, me permito absorber el aroma que emana de él. La mezcla de su perfume, la esencia del alcohol y el aroma natural de su cuerpo hace que mis piernas tiemblen. Su respiración se vuelve pesada, sus manos se acercan a mi cintura, pero no me tocan, tampoco me aparta.

—A veces —murmuro cerca de su oido, —es inevitable perder el control.

Regreso mi espalda a mi lugar en mi asiento. Su mirada ha cambiado, es de un color oscuro, hay algo dentro de sus ojos, hambre, sed, deseo.

La noche sigue avanzando, ninguno de los dos es muy consciente de lo que sucede. Las botellas siguen apareciendo frente a nosotros, y desaparecen de la misma manera.

—Ella es una maldita egoísta —suelta con molestia. —Le di lo que quería, aun cuando le dije que eso sobrepasaba mis límites. Deje de ser yo, deje de lado lo que soy para entregarle un lado de mí que no existía.

—Eso apesta —sacudo mi cabeza.

—¿Y ella? ¿Qué hizo ella? ¡Pasa una miserable cosa, se asusta y huye! —golpea la mesa con frustración. —¡Carajo! Dijo que confiaba en mí, que me quería, pero no es verdad.  

—¿Por qué hacen eso? —pregunto de la misma manera. —Son unos jodidos cobardes.

Su cabeza se sacude con fuerza, está de acuerdo conmigo.

—El cabrón me dejó en el bosque, tirada como si fuera basura —le cuento mi tragedia.

—No jodas —dice abriendo la boca para mostrar su sorpresa.

—¿Saques que es lo que peor? —digo entre dientes. Su cabeza se inclina hacia un lado, sus ojos me miran. —El malnacido hijo de puta se llevó todo, me robó cosas que eran mías.

—¡Ese cabrón! —gruñe. Muevo mi cabeza dándole la razón.

—Creyó que borrándose de mi vida, lo iba a olvidar ¿Qué carajos? Tengo memoria, tengo recuerdos.

—Los recuerdos son lo peor —se queja.

—Son horribles —acepto.

—¿Sabes qué? —de repente, su voz tiene un timbre diferente. —Que se vayan a la mierda.

Lo observo, me emociona que de repente se vea tan liberado.

—¿Por qué carajos debemos ser nosotros los que sufren? —su mano toma la mía. No siento electricidad, es diferente, es fuego lo que siento con su toque. —Ellos se fueron, ellos renunciaron a nosotros ¿No?

Asiento.

—¡Entonces que ellos sufran! —da un leve golpe a la barra del bar.

—Es más fácil decirlo que hacerlo.

—¡Pero podemos intentarlo! —sugiere en un grito.

—Me gusta tu manera de pensar —le digo empujando suavemente su brazo.

—A mí me gustas tú —su voz es suave, cree que no lo escucho. Suelto una risa coqueta. Él coloca una mano en mi rodilla.

No la aparto, no me molesta.

—Sígueme —sus palabras son una orden. Se pone de pie, me tiende una mano. No lo dudo, obedezco.

Tomados de la mano, dejamos nuestras cosas ahí junto a la barra, no nos importan. Atravesamos el bar de la planta alta del lugar, las miradas comienzan a posarse sobre nosotros, pero ni él ni yo les ponemos atención.

Bajamos la escalera de cristal, su cabeza se gira ocasionalmente para mirarme, yo no despego mis ojos de su espalda. Su caminar es masculino, casual, despreocupado, pero dominante en cada movimiento.

En esta área del lugar, todos se divierten, las personas bailan, conversan, beben. Todos metidos en su mundo. Él me arrastra hasta el medio de la pista de baile. Se coloca a mis espaldas, sus manos se posan en mi cintura, me atraen a él. Tengo la sensación de cuerpo su contra mí.

Sus manos se posan en mi cadera, acaricia mi piel sobre mi vestido.

—Pierde el control conmigo —sus labios en mi oido pronuncian esas palabras.

Su voz es malditamente grave, seductora. No puedo evitar el gemido que se escapa de mis labios.

Sus manos en mi cintura me obligan a moverme, cierro los ojos, dejo que la música, y el momento hagan fluir las emociones en mí. Mi cuerpo se mueve, contoneo mis caderas contra su cuerpo, mi torso se retuerce al ritmo de la música, mi cabello fluye con libertad.

Sin darme cuenta, estoy bailando.

Sus manos grandes y masculinas viajan por mi cuerpo, suben y bajan al compás de mis movimientos. Sus labios están sobre mi cuello y mis hombros descubiertos por el vestido

Ambos dejamos que nuestros cuerpos reacciones por si solos.

Sé que todos nos miran, puedo sentirlo, pero nosotros seguimos entregados a las sensaciones y a la música. El tiempo pasa a nuestro alrededor, nosotros seguimos en nuestra burbuja.

Se aleja ocasionalmente de mí, ordena bebidas para ambos, y regresa a la calidez de mi cuerpo. Nos movemos, bailamos, reímos, coqueteamos, de todo un poco. Mi piel arde, mis piernas tiemblan y mis ganas de besarlo son cada vez más grandes.

Me coloca frente a él, sin dejar de acariciar mi cuerpo, va empujándome, da un paso, yo retrocedo uno. Es como un cazador merodeando a su presa. Sus ojos se posan sobre mí, hay una demanda pero una súplica en su mirada.

Mi espalda choca contra una superficie dura, me ha arrinconado. Hago un esfuerzo por moverme, pero no me lo permite, sus brazos se colocan a ambos lados de mi cabeza, apoyándose en la superficie en la que me tiene. Su cuerpo se acomoda entre el mío, una de sus rodillas está entre mis piernas, su pecho casi roza mi cuerpo.

Mis ojos se enredan en los suyos. Me tiene, él lo sabe, yo lo sé, y los dos estamos bien con eso.

Su respiración es agitada, la mía igual, su aliento se mezcla con el mío. Una necesidad nace en mi cuerpo, quiero subir mis manos a su cabello, enredar mis dedos en él. Quiero acariciar su cuello, deslizar mis manos por los bordes de la tela y continuar desabrochando los botones de su camisa.

—He desando hacer esto toda la noche.

Sus palabras llegan a mis oídos, pero yo no respondo, no me lo permite.

Sus labios se colocan sobre los míos. Ambos gemimos al sentir la calidez de nuestras bocas. Me besa de una manera hambrienta, desesperada y yo le respondo de la misma manera. Sus brazos bajan a mi cuerpo, tomándome de la cintura, acariciándome la espalda, empujándome contra su cuerpo. Mis manos se van a su camisa, mis dedos empuñan la tela atrayéndolo más a mí.

Necesito tenerlo, sentirlo por todo mi cuerpo.

Aleja su rostro de mí, nos deja respirar a ambos, pero sus labios no se alejan de mi piel, sigue besando la piel descubierta, toda la piel de mis hombros y mi cuello que esta descubierta por la tela de mi vestido. No deja ningún centímetro sin besar.

Sus manos se posan en mi trasero, masajeando con suavidad, de repente hace fuerza y me eleva. Mis piernas se enroscan en su cintura por inercia, me aferro a él. Mis manos recorren su espalda, sus hombros y su cabello.

Nuestras bocas se unen de nuevo. Otro gemido nos acompaña.  

El alcohol ya está haciendo sus efectos. Mi cabeza comienza a pensar en cómo sería tener a este hombre solo para mí, subiendo y bajando por mi cuerpo una y otra vez.

—Sácame de aquí —le ruego entre besos. Sus ojos se posan en los míos, busca algo, parece satisfecho con lo que encuentra.

Me coloca sobre mis pies, tira de mí, avanza evitando a las personas que bailan a nuestro alrededor. Me tiene entre sus brazos, moviéndome, haciéndome bailar para él, me besa mientras caminamos.

Llegamos a la escalera de nuevo, me empuja para subir primero. Cada paso que doy, puedo sentir su mirada en todo mi cuerpo, cada ciertos escalones, parece que el deseo le gana, me empuja contra uno de los laterales, aprisiona mi cuerpo y me besa profundamente, luego me suelta y me deja subir otro escalón. El ciclo se repite varias veces antes de que logré llegar arriba.

Llegamos a la barra, recuesto mi espalda contra ella. Él se acerca a mi lado, se inclina para buscar a alguien que le atienda. Puedo ver la desesperación en él, su mano rodea mi abdomen, se coloca de frente a mí, me pega a su cuerpo mientras me acaricia.

No pedo separar mis ojos de él. Lo observo mordiendo mi labio, él me guiña un ojo provocándome una sonrisa. Se asegura de pagar la cuenta de ambos.

Toma el saco que está en el respaldo de la silla donde estaba sentado hace rato, lo coloca sobre mis hombros aprovechando para besarme de nuevo. Coloca mi bolso en uno de mis hombros, sus dedos bajan por la longitud de mi brazo, enlaza su mano con la mía.

Ese gesto, en pocos minutos acaba de demostrarme el tipo de hombre que es. En pocas acciones demostró ser mejor que el idiota con el que tuve la cita.

Es inevitable que el deseo en mí aumente.   

Bajamos de la misma manera en la que subimos, en pausas, besándonos en los escalones, acariciando nuestros cuerpos, chocamos con algunas personas, reímos y tonteamos mientras caminamos hasta la puerta del lugar donde pide su auto.

—Señor —el personal de la puerta le entrega unas llaves. Mis ojos se posan en el auto delante de nosotros, conozco la marca, es un Audi, uno muy deportivo, brillante y perfecto.

Mi acompañante toma las llaves y me arrastra con él. Se asegura que sea yo quien suba primero y luego rodea el auto para subir del lado del volante. Arranca el auto, el poderoso motor se escucha en el eco de la calle desierta por la hora.

Conduce rápidamente, su mano en mis piernas va y viene, subiendo de cada vez más el vestido que a duras penas me cubre. Mi mano está en su cabello, dando suaves tirones en respuesta. De la nada,  el auto se gira para orillarse a un costado de la calle, mi acompañante suelta su cuerpo del cinturón de seguridad y se lanza sobre mí uniendo nuestros labios apasionadamente. Un jadeo se escapa de mis labios, un suspiro sale de los suyos. Sus manos acarician una de mis piernas, sus dedos tironean la tela de mi vestido.  

Se separa de mí dejándonos a ambos más agitados que antes. Se acomoda en su asiento de nuevo, arranca el motor y conduce como si nada hubiera pasado, mi cuerpo se estremece ante la repentina sensación de vacío. Durante el trayecto, repite esa acción un par de veces más, dejándome cada vez más excitada y desesperada por sentirlo completamente.

Parecemos un par de adolescentes hormonales.

Entramos al distrito dorado de la cuidad, aun en el remolino de mis emociones y en la oscuridad, me doy el lujo de ver las construcciones a mi alrededor. Gira en la entrada del garaje de un edificio, gira de nuevo y se abren unas puertas que parecen privadas, me dejan ver otro garaje con autos iguales o más lujosos del que está conduciendo en este momento. Detiene el auto en el medio del pasillo, sin molestarse en acomodarlo.

Apaga el motor y se vuelve a lanzar sobre mí. Sus manos toman mi cintura,  brazos tiran de mi cuerpo acomodándome a horcajadas en su regazo, sus labios se posan en los míos, mis manos tironean de su pelo y sus manos suben y bajan desde mi cuello hasta mi trasero, se pasean por mi espalda, bajando hasta mis piernas erizándome la piel.

Siento la excitación dentro de mí, mi cuerpo está en llamas, quemándose.

—Vamos —ordena.

Me desenredo de su cuerpo, con su ayuda ambos bajamos torpemente del auto. No me da tiempo para analizar el lugar, sus manos se colocan en mi cintura, empujándome en lo que parece ser un camino ya conocido para él. Nos detenemos hasta encontrar unas puertas de metal, el ascensor se abre en cuanto presiona el botón y ambos nos colocamos en el medio del cubículo de metal, de pie, mirándonos fijamente, jadeando en busca de aire.

El sonido de las puertas cerrándose enciende algo en él.

Se lanza sobre mí empujándome en el proceso, siento la piel de mi espalda tocar el frio metal de las paredes del ascensor, la sensación me produce un escalofrío. Su cuerpo hace una jaula para mí. Tal y como hizo en el bar, sus manos descansan en la pared detrás de mí, a la altura de mi cabeza, una a cada lado, su cuerpo me tiene inmovilizada, pero ninguna parte de él me toca.

Mis ojos recorren su rostro, sus rasgos duros por la fuerza que hace por controlarse, sus ojos, ahora oscuros, me brindan una mirada impenetrable. Su boca jadea por aire, es la expresión más sexy que he visto. Mi cuerpo se sacude, él gruñe al sentirlo y yo necesito volver a sentir su cuerpo sobre mí, necesito que me bese, que me acaricie, necesito que me haga suya.

Una sonrisa aparece en sus labios, sé que lo sabe. No necesitamos de ninguna mierda de habilidad sobrenatural para leer la mente, ambos nos entendemos, sabemos cuánto lo deseamos.

Sus labios se encuentran con los míos, de nuevo nuestras lenguas tienen una danza erótica y hambrienta. Sus manos bajan a mis caderas, acarician mi cuerpo mientras bajan a mi trasero. Me toma y me coloca de nuevo en el aire. Me sujeto a él como si mi vida dependiera de eso. Siento su erección frotarse en mi centro, suelto un jadeo. Mis manos se van a su cabello, dejo que mis dedos se pierdan entre la sedosidad de los mechones de sus rizos cobrizos.

Las puertas del ascensor se abren, nos saca a ambos de ahí a tropezones. Abre otra puerta, puedo escucharlo, pero no lo veo, no me separo de sus labios.

Entramos a un lugar, lo sé porque está oscuro, pero él no se inmuta, no se detiene a encender ninguna, camina conmigo en brazos sin ningún problema. Se ve que conoce el lugar, probablemente estemos su casa. Entre risas, besos, caricias y gemidos atravesamos el lugar. De vez en cuando, la espalda de alguno choca con un mueble, él aprovecha y empuja su cuerpo contra el mío, la ropa ha comenzado a desaparecer.

Entramos en una habitación, deja de besarme para que pueda apreciarla.

Joder, es increíble.

Hay ventanales en, por lo menos, donde deberían estar dos paredes, la vista de la ciudad es impresionante. En el medio de la habitación hay una cama enorme, con una cabecera de madera gris oscuro que hace que las sábanas blancas resalten. Se sienta en la cama, me coloca a horcajadas de él, mis rodillas descansan en la cama. Sus manos no dejan de acariciar mi cuerpo.

Me toma por la cintura presionándome sobre él, Siento su excitación debajo de mi vestido, aun con su pantalón puesto, puedo sentir lo grande y duro que esta. Sus manos acarician mi cuello con suavidad, siento que busca el broche de mi vestido. Con un magistral movimiento, lo abre, bajando la cremallera despacio, deleitándome con el sonido.

—Quítatelo —estruja la tela de mi vestido entre sus manos. —Quiero verte sin él.

Mordisqueo su labio antes de alejarme de él. Escucho su respiración pesada en el medio del silencio. Sus ojos me observan con atención.

Lo más sensual que puedo, deslizo por mis hombros los finos tirantes, atrapando con mis brazos la tela. Ayudo a la tela del vestido a descender por todo mi cuerpo, acariciando sensualmente la piel que va dejando al descubierto. Cuando toca el suelo, salgo de él y lo lanzó lejos con una de mis piernas.

Quedo frente a él. La tanga de encaje negro, el par de ligueros en mis muslos y los stilettos en mis pies, son lo único que tengo en mi cuerpo. Veo como lame sus labios saboreándose. Me mira de arriba abajo, sin perderse ningún detalle de mi cuerpo.

—¿Sin brasier? —su voz sale dura, parece sorprendido pero molesto. Mis piernas tiemblan por su tono. Encojo mis hombros.

Me acerco a él, caminando con lentitud, contoneando mi cuerpo. Subo una de mis piernas a la cama, luego la que sigue, colocándolas a cada lado de él. Sus manos se van a mi trasero, aprieta con fuerza mis nalgas.

Mi mano sube, tomo el cuello de su camisa, tirando de él para que vuelva a mis labios. Su mano sube por mi espalda, causando que me arquee contra su cuerpo. Su lengua baja por mi cuello, miles de corrientes eléctricas tocan mi cuello.

—Quítame la camisa —ordena, su voz se ahoga en la base de mis pechos.

Hago lo que me ordena. Enderezo mi espalda, mis dedos desabotonan con rapidez los botones de su camisa, incluso me sorprendo de mi destreza. Me estiro para poder bajarla por sus brazos.

Aprovecha el espacio que dejé entre nosotros cuando me levanté, una de sus manos recorre mi cadera, baja a mi sexo. Suelta un gruñido cuando nota lo húmedo de la tela, incluso yo puedo sentir lo mojada que estoy, casi siento mis fluidos escurrir por mis piernas. Sus dedos pasan sobre la tela de encaje un par de veces. Su mano mueve la tela, posando sus dedos entre mis labios, provocando una ola de placer en mí. Su pulgar acaricia mi clítoris, dando círculos sobre él, otro de sus dedos juega con mi entrada. Me sujeto a sus hombros cuando siento como desliza un dedo dentro de mí.

Chillo de placer.

Bombea con su dedo dentro de mí, mi cuerpo se enciende, siento que estoy envuelta en fuego y solo él puede calmarlo. Mi cadera se balancea en su mano, busco más fricción.  Desliza otro dedo en mí, un grito de placer escapa de mis cuerdas bocales, noto como sonríe contra mi piel.

Saca su mano de mi sexo.

—No —me quejo, no quiero que se detenga. No responde, se separa un poco de mí.

—De rodillas —me ordena secamente.

Mi cuerpo lo obedece. Es inevitable hacerlo.

No despego mis ojos de él, bajo de su regazo, mis manos se deslizan por los costados de su cuerpo. Mis rodillas se doblan hasta quedar en el suelo, me tiene semidesnuda, temblando y arrodillada frente a él.

Veo que algo se enciende en sus ojos. Es como si hubiera mantenido la oscuridad a raya, pero ahora, la oscuridad lo ha poseído.

Se pone de pie. No despega su vista de mí. Su mano acaricia mis labios, con su pulgar que había usado en mí, delinea mis labios, el dedo que había estado en mi interior, se desliza a mi boca. Me permite saborear mis propios jugos, chupo un par de veces su dedo.

Aleja su mano de mi rostro.

—Desabróchalo —señala su pantalón.

Mis manos no tardan en reaccionar, van a la hebilla de su cinturón, la abro con facilidad.

—Detente —dice. Me quedo quieta.

Una de sus manos toma la tela de su pantalón, la otra forma un puño en la hebilla del cinturón, tira de él, sacándolo con fuerza de su pantalón, causando que haga el sonido de un látigo en el aire.

Mis ojos que observan todo, se posan sobre él. Mi cerebro me muestra imágenes, me veo atada a la cama, desnuda, siendo azotada mientras me corro.

Una sonrisa aparece en mis labios, es inevitable. Él me mira satisfecho y aliviado con mi reacción.

—Desnúdame —ordena un tono grave.

Me encojo hasta sus pies, desato sus zapatos, se los quito. Luego los calcetines. Ambos se pierden en algún lugar de la habitación.

Me estiro de nuevo, Mis manos recorren su cadera, acaricio con mis dedos el inicio de la “V” que se forma en su abdomen, mis manos entran entre la tela y su cuerpo, tiro de él para bajarlo.  Aprovecho el movimiento para bajar sus bóxers. Ambos se deslizan por sus tonificadas piernas.

Mi vista sube de nuevo. Frente a mí, aparece su polla, grande, erecta y dura.

Siento mi boca saborease. Mi ego se dispara el verlo, lo tengo frente a mí, desnudo, masculino, excitado y lo tengo solo para mí. 

Muerdo mis labios al sentir una idea cruzar por mi mente. Mis ojos se levantan, buscando su rostro, le pregunto en silencio. Necesito su autorización. Su cabeza baja y sube, sus ojos me dicen que lo haga.

Acaricio con mi mano su polla antes de acercar mi rostro hacia él, saco mi lengua, pasándola por toda su longitud. Un gemido se escaba de mi garganta. Un gruñido de placer sale de mi acompañante, me anima a seguir. La meto completa a la boca, puedo sentir cuando baja por el calor de mi garganta.

Sus manos se posan en mi cabello, me sujeta con fuerza, impidiendo que lo suelte. Mueve mi cabeza, marcando el ritmo que él desea. Siento que me cuesta respirar, no me importa, su sabor es adictivo.

Lo saco, me aseguro de chupar toda su extensión. Necesito respirar. Mi lengua recorre todo el trozo de carne. Mi mano acaricia uno de sus testículos, mientras mi boca se encarga de del otro. Escucho sus gemidos y gruñidos. Sonrió, soy yo quien le causa ese placer.

Vuelvo a meterlo en mi boca. No soy gentil, él tampoco. Sus manos vuelven a mi cabello, marcando un furioso ritmo. Esta follando mi boca. A ambos nos encanta.

Sale de mi garganta con un sonoro ruido, me levanta aun tomada del cabello, me obliga a acercar mis labios a los suyos, deposita un beso largo, profundo y muy tentador. 

Nos gira, caigo sobre la cama. Sus labios bajan por todo mi cuerpo, deja un camino de besos húmedos por donde pasa, me hace temblar. Evita mi sexo, se va hasta mis muslos, su nariz absorbe el aroma de mi piel, el vello en su rostro raspa mis piernas, sus dientes dejan mordidas por donde pasan.

—Tu piel es muy suave —murmura. No le respondo, no puedo. Mis jadeos no me lo permiten.

Su mano hace a un lado la tela de mis bragas, su lengua toca mi sexo.

Grito por la sensación.

—Hueles delicioso —murmura causándome escalofríos con su aliento.

Su lengua me penetra, sus labios me succionan, su manos acaricia uno de mis pezones, otra me mantiene sujeta por las caderas. 
Mi espalda esta arquea, mis piernas tiemblan, los gemidos no paran de brotar de mí.

Desliza don de sus dedos dentro de mí, entran muy fácilmente, su boca no se separa de mi coño. Siento la sonrisa en sus labios, mientras sus dedos bombean mi coño. Siento un nudo en mi vientre, me siento tan cerca.

—Córrete en mi boca —ordena sin dejar su tarea. Mi respiración se corta, algo dentro de mi explota, mi cuerpo se convulsiona. 

Grito incapaz de contener el placer que siento. Qué él me hace sentir.

Trato de aferrarme a algo mientras siento mis jugos salir de mi coño. Él deja que mis jugos chorreen en sus dedos, espera paciente a que mis espasmos me permitan respirar de nuevo. Mientras espera, su boca sube de nuevo por mi cuerpo, sus labios se colocan sobre los míos.

Soltamos un gemido.

Puedo sentir el calor de su piel, sentir su peso sobre mí, pero no es suficiente. Lo necesito más cerca.

Mis manos se colocan en su espalda, aún estoy envuelta en el torbellino de sensaciones, él me sigue estimulando con una de sus manos, con la otra se sostiene arriba de mí.

Quiero memorizar la silueta de su cuerpo.

Mis manos bajan por su abdomen acariciándolo, pasando mis uñas por el relieve que hacen sus músculos. Su cuerpo se pone tenso, deja de moverse sobre mí. Se aleja levemente de mí, sin dejar de mirarme. Se ve vulnerable por un segundo. Al siguiente está de nuevo sobre mí. Deja que mis manos suban y bajen por su torso y espalda, lo acaricio.

No me detiene. 

Sus manos se posan en mis caderas, juega con los bordes de la tanga. Un sonido rompe nuestro silencio, algo se desgarra. 

—Ups —murmura. Su rostro baja para mirar, en sus manos hay un trozo de tela de encaje negro. Me mira con una sonrisa, está orgulloso de su acción.  —Te ves mejor sin ella.

Suelto una carcajada.

—Eres hermosa —suspira. 

Tiro de sus rizos, lo quiero de nuevo sobre mí. Seguimos no sé cuánto tiempo  besándonos y tocándonos. Se sienta sobre la cama, mantiene mi cuerpo enredado al suyo. Puedo sentir su polla palpitando cerca de mi coño.

Lo quiero dentro de mí.

—¿Confías en mí? —me pregunta. Sus manos se posan a cada lado de mi rostro, me obliga a mirarle.

—Si

Me mira profundamente.

—¿Me dejas hacerte el amor a mi manera?

Oh mierda. ¿Cómo podría negarme a eso? Simplemente no puedo negarme a esa petición.  

—Hazme tuya —ruego.

Satisfecho con mi respuesta, me besa. Me enciende de nuevo.

—Si quieres que me detenga —habla cuando se separa de mis labios. —Solo dilo.

Asiento con mi cabeza, lo hago más que nada para su tranquilidad, sé que eso no va a suceder.

Me empuja de nuevo contra la cama, mi espalda está sobre las sedosas sabanas. Sus manos acarician mis erectos pezones, los aprieta, mueve en círculos, masajea mis pechos con lentitud. Su boca atrapa uno, succiona, chupa, usa su lengua. Da un leve mordisco.

Mi espalda se arquea.

Sus dedos se vuelven a ocupar de mi coño.

—Estas tan húmeda —habla. Siento de nuevo sus dos dedos bombeando con fuerza en mi interior. Me retuerzo debajo de sus caricias, me mantiene un rato colgando de un hilo de sensaciones.  Su mano desliza otro dedo en mi interior.

Exploto, es inevitable.

Esta vez no me deja recuperarme, aún estoy envuelta en lo que parece ser un  interminable orgasmo cuando nos levanta de la cama.

—Gírate —demanda. Mis piernas se sacuden, tiemblan, pero busco la fuerza de obedecerle.

Se pega a mí, siento su abdomen en la curva de mi espalda. Acaricia mi cadera con lentitud. Nuestros cuerpos encajan a la perfección.

Joder la sensación es buena.

—Las manos en tu espalda —me da una nalgada juguetona mientras habla.

Mi cuerpo reacciona con rapidez.

Sus manos toman las mías, las sostiene con fuerza. Se inclina a mi lado, toma el cinturón que se había quitado hace rato, algo se frunce alrededor de mis muñecas. Me inmoviliza. Mis zapatos de tacón, los ligueros en mis muslos y el cinturón que mantiene quietas mis manos, son lo único que tengo sobre mí.

Se aleja de mi cuerpo, camina en círculos a mí alrededor. Parece un artista observando su obra.

Cae en sus rodillas frente a mí. Con su mano golpea el interior de mis muslos. No necesita hablar, sé lo que quiere. Separo mis piernas. Su boca se acerca, besa mi abdomen. Su pulgar acaricia con suavidad mi sensible  estoy muy sensible, cada mínimo roce de él, hace que esté a nada de correrme.

—No te puedes correr hasta que yo te diga —su voz sale temblorosa, pero segura. —¿Entendido?

—Sí —respondo envuelta en las sensaciones.

Vuelve al ataque, acaricia mi coño con una magistral destreza. No tardo en volver a llenar la habitación con gemidos y gritos. Mi cuerpo se dobla, no me puedo sostener. Necesito acariciarme, tocarme. No puedo, y eso me está matando.

Me suelta, dejándome muy cerca de otro orgasmo. Se pone de pie, rodea mi cuerpo de nuevo. Me conduce a la cama, me ayuda a subirme. Estoy de rodillas, con él detrás de mí.

Empuja mi torso a la cama. Mi pecho y mi rostro son los únicos que tocan la cama. Mi vista se posa en uno de los ventanales.

—Tienes un culo precioso —gruñe. Acaricia mis nalgas, disfrutando de la vista que tiene. Una de sus manos se estrella con fuerza en mi trasero.

Suelo un grito, o un gemido. No estoy segura.

—Ibas a dejar que alguien más te lo follara —gruñe. Otra azote. —Eso no me gusta.

Me da otra fuerte nalgada. La sensación de ardor que deja su mano en mi piel casi hace que me corra. Jadeo desesperada. Mi piel arde, pero es en deseo y anhelo. 

—Quiero marcar tu cuerpo —habla anhelante. —Quiero que mañana te duela.

Da otro golpe. Suelto otro gemido.

—Quiero que recuerdes que fui yo quien estuvo aquí —da un leve golpe a los labios de mi coño.

La punta de su miembro jugar con mi entrada. Se asegura de meter un par de veces la punta, solo esta tentándome. Mi cadera se va hacia atrás, tratando de meterlo en mí. Me detiene con una mano, evita que mi cadera se mueva. Su fuerza me sorprende.

Azota de nuevo, esta vez más fuerte.

—Quero que, cuando se te pase por la mente follarte a otro —golpea mi trasero un par de veces, —solo pienses en mí.

Me penetra de golpe.

—¡Argh! —un grito sale de mi garganta.

Carajo, es muy grande. Me siento llena.

—Quiero que pienses en mí —sale de mí con una lentitud que me mata. De un solo empuje se hunde de nuevo en mi interior.

Ambos gritamos por el placer. Se queda quieto.

—¿Más? —pregunta.

—Oh joder, sí.

Lo hace de nuevo.

—¿Otra vez? —jadea.

—Si —lloriqueo.

De nuevo, sale de mí. Aprovecha para darme una fuerte nalgada, hace temblar mis piernas, siento hormigueo en mi trasero. Su movimiento es seguido de una estocada más profunda.

Mi cuerpo se desgarra por la sensación. 

Tira de mi cabello, me levanta. Pega su jadeante pecho a mí. Sus manos se van a mis pechos, se encarga de mantenerlos erectos. Aprieta mis pezones con fuerza, jadeo de dolor y de placer.

La lentitud con la que me acaricia me tortura. 

—¿Quieres que te folle? —pregunta en mi oído, su voz es muy grave por la excitación.

Se sale de mí. Siento un vacío en mi interior.

—Por favor —ruego. —Por favor, por favor.

Eso le es suficiente.

Hace que mi espalda se doble, me mantiene en el aire. No permite que mi cuerpo toque la cama.  De un solo movimiento entra en mí. No se detiene. Se mueve dentro de mí, sus caderas van y vienen chocando con mis nalgas. Sus manos siguen tirando de mi cabello.

Siento que me parte en dos. Jadeo con cada empujón que da.

Los gemidos y jadeos de ambos son la más perfecta sinfonía que he escuchado en toda mi jodida vida.

Sus movimientos son furiosos, rápidos, duros. Me vuelve loca, me conducen a una neblina de placer.

Mi cuerpo comienza a gotear, estoy tan cerca.

—No te corras —se detiene. Mi cuerpo le obedece, mis muslos se aprietan para evitar que las sensaciones sigan fluyendo en mi interior.  Sollozo por la frustración.

Levanta mi cuerpo tembloroso, dejándome arrodillada, temblando. Se deja caer a mi lado en la cama, con un movimiento de cabeza me indica lo que quiere. Me toma de la cadera, ayudándome a subir sobre él.

Estoy a horcajadas sobre él, tiene su polla en su mano, se acaricia año pereza. Empujo mi cuerpo con mis rodillas, me levanto un poco. Con su mano conduce su miembro a mi entrada. Me siento de golpe, empalándome sobre su dura polla.

Ambos soltamos un grito de placer.

Coloca sus manos en mis caderas, él me controla, él decide el movimiento y la rapidez con la que me contoneo sobre su cuerpo.

Lo siento dentro de mí, es grande, caliente y palpitante. Taladra mi interior.

—Carajo —gruñe. —Eres tan apretada, tan suave, tan perfecta. 

Un gemido sale de mi boca. Hecho mi cabeza hacia atrás, me pierdo en la sensación de nuestros cuerpos.

Somos él y yo. No hay nadie más.

—Quiero hacerte mía por el resto de mi vida —gimotea, sé que está perdido en el placer que siente. Algo dentro de mí, ruega que así sea.

Su mano empuja mi espalda, caigo sobre él. Me sostiene con fuerza. Sus estoadas son lentas, está torturándome de nuevo.

—Necesito... —trato de hablar, mis jadeos no me permiten.

—¿Qué necesitas? Dímelo, nena.

—Más rápido—ruego con mi voz entrecortada.

Aumenta la velocidad. Nuestras respiraciones aumentan. Mis gemidos son cada vez más altos.

—Necesito que te corras en mí —habla, ordena, ruega.  

Mi cuerpo obedece sus palabras. Siento el orgasmo azotarme. Su polla sigue golpeando en mi interior, mis paredes se aprietan a su alrededor, sus palpitaciones hacen que pierda el control de mi cuerpo.

—Mía —gruñe. —Eres, mía nena. Solo mía.

Su voz en mi oido lanza miles de descargas por todo mi cuerpo. Una gran cantidad de líquido sale de mi coño. Él gruñe. Siento su liberación llenándome a chorros. Sus brazos se aprietan más fuerte alrededor de mi espalda.

Ambos perdemos la poca cordura que nos queda. Ambos nos entregamos a las sensaciones de que el cuerpo del otro nos ofrece.

—Mía—su voz es lo último que escucho antes de que la oscuridad me absorba.

 


Lounge = Significa vestíbulo o salón de descanso. (Yo lo usaré con doble significado… Encontré esto en internet: Actualmente el término se refiere al placer, la comodidad y la elegancia. Está muy de moda este tipo de ambiente en bares y restaurantes)

Hennessy = Botella cara de vino Coñac. (O eso dice Google)

Pink Door =Un restaurante italiano muy famoso en Seattle. Hacen espectáculos de burlesque y de trapecio, y una terraza con vistas a la bahía de Elliott. (Aunque yo jugaré un poco con él).