Chapter Text
Un día encantador comenzaba en la provincia de Westview, los pajarillos cantaban en armonía, las calles estaban limpias y las personas se encaminaban a realizar sus quehaceres en aquél día. La mañana se abría paso por la ventana, trayendo luz blanca al rostro monocromático de Castle.
—Por favor apaguen la luz —se quejó con la voz ronca, tratando de alcanzar el interruptor, fallando en su intento y cayendo de rostro contra el suelo en un estrepitoso golpe.
El hombre en pijama se despabiló y empezó a mirar a su alrededor, vio el reloj de cuerda en la mesita junto a su cama.
—Oh, no —exclamó cuando se dio cuenta de que iba tarde para el trabajo.
Minutos después, el pelinegro ya listo para irse al trabajo, se encontraba bajando las escaleras. Escuchaba ruido en la cocina e inmediatamente supo de quien se trataba. Abrió la puerta de aquella habitación y se quedó recargado al marco, admirando al pelirrojo que cocinaba mientras silbaba sin preocupación alguna.
—¿Crees que no sé que estás allí, Frank? —preguntó Murdock cuando vertió la verdura que había picado al sartén—. Tu respiración es molesta.
—Molesto será fiarme en tu comida, Matt, ¿estás seguro de que no confundiste la zanahoria con fresas? —cuestionó él haciendo un ademán a sus lentes para ceguera.
Murdock frunció el ceño al escuchar risas provenir de ningún sitio pero aquella paranoia le abandonó instantáneamente.
—Lo estoy —afirmó—, de la misma manera en que me doy cuenta de que traes los botones mal abrochados.
El pelinegro miró hacia su camisa y era cierto, se había saltado un botón haciendo que los demás se desfasaran y se vieran ridículos.
—Ugh, Matthew y sus súper sentidos —se quejó cuando tuvo que reordenar su camiseta dándole la espalda al público...
¿Qué público?, se preguntó el pelinegro pero no se cuestionó.
—Ugh —le imitó Murdock revolviendo la comida del sartén—. Francis y su cerebro menos trabajado que sus músculos.
Cuando el desayuno terminó, Frank observó a Murdock levantar los platos.
—Es extraño pero, ¿realmente crees que encajemos bien aquí? —le preguntó el pelinegro.
Matt sonrió—: Pues, mientras no pase lo de la última vez, creo que estaremos bien.
Castle asintió, creyendo que sus palabras tenían todo el sentido del mundo...
—Y, ¿qué pasó la última vez? —cuestionó al darse cuenta del vacío en su mente.
Murdock se quedó con el ceño fruncido y la boca entreabierta, tampoco lo sabía. Nuevamente aquellas risas ajenas se hacían presentes.
—Pues, no sé, ¿la vez que golpeaste a alguien? ¿O cuando descubrieron mis habilidades? —fue la respuesta que atinó a decir.
—Entonces estaremos bien mientras nadie se entere de que puedes escucharlo todo —repuso Castle.
—Y mientras no golpees a nadie.
—Ah, sí, claro —minimizó el pelinegro recibiendo una reprenda del pelirrojo.
—Frank... —le acusó, entonces el reloj en la cocina marcó
—¡Salvado por la campana! —exclamó el pelinegro antes de salir de la cocina—. Me voy a trabajar, compadre, nos vemos luego.
Un eco resonó dentro de Murdock cuando la puerta principal se cerró tras la risa de la audiencia, ¿lo había llamado compadre? ¿por qué le resultaba doloroso? Trató de pensar en qué haría ahora que el otro se había retirado hasta que recordó un gran detalle...
—¡Yo también trabajo! —exclamó alzando las cejas y poniendo su mano en su frente.
¿De dónde demonios viene esa risa?, se cuestionó con preocupación. ¿Debería ir al médico?
Frank caminaba en dirección a su lugar de trabajo, después de todo le quedaba cerca. En su camino, observó a una mujer acomodar sus ropas antes de tocar la puerta de una casa ajena.
—Buen día —dijo el pelinegro procurando ser cortés.
—¡Buen día, vecino! —la mujer le contestó con calidez antes de que la puerta se abriera.
La mujer ignoró a Castle y habló inmediatamente con la dueña de aquella casa.
—Hola, querida, soy Agnes, tu vecina de la derecha...
Frank frunció el ceño y siguió caminando, no tenía tiempo qué perder escuchando a otras personas hablar.
Un par de metros más adelante, un automóvil negro se detuvo a su lado, ¡era Murdock!
—¿Necesitas transporte? —le dijo antes de sonar el cláxon dos veces.
Castle abrió los ojos de par en par y miró a su alrededor antes de regañar al hombre—: ¡Matt! ¿Qué estás haciendo? ¡No pueden verte manejando!
Los hombros de Murdock cayeron en decepción y salió a regañadientes del asiento del piloto en ese Chevrolet. Frank tomó su asiento
—¿Puedes creer que olvidé que tenía trabajo? —maravilló el pelirrojo con una sonrisa bobalicona.
—Acabas de manejar un automóvil por varias cuadras olvidando que eres ciego, ¡por supuesto que lo puedo creer!
La audiencia rio una vez más, aunque más que por ellos, lo hacía por la divertida conversación que Wanda y Agnes llevaban al leer una revista con consejos románticos.
Los dos hombres bajaron del automóvil y se dirigieron a la entrada del edificio, no estaban muy seguros de su trabajo salvo que producían formas computacionales. Matthew se rascó la nuca antes de entrar.
—No sé si este sea el mejor trabajo para mí —exclamó, pues no podía recordar trabajar demasiado con números. Su mente solo le traía distintas leyes a la cabeza y no sabía como alguna le ayudaría en aquél empleo.
—No te preocupes, Matt, ya averiguaremos como hacerlo —le reconfortó Castle dando un paso dentro al edificio— Mira, preguntémosle a ese tipo donde está nuestra oficina.
Un hombre pelinegro caminaba cabizbajo hacia la salida cargando con una caja llena de sus pertenencias, incluyendo una placa que decía su nombre.
—Uh... Jones, ¿verdad? —se le acercó Castle haciéndole levantar la mirada— ¿Podría decirnos dónde están las oficinas o recursos humanos?
El del bigote, que pidió que lo llamaran Phil, dijo que no tenía ni la más remota idea.
—Solo subes, haces tu trabajo y te vas a no ser que te despidan —añadió sacudiendo la caja en sus manos—. En ese caso, ya no volvemos.
—¿Por qué te despidieron? —indagó el pelirrojo, preocupándose.
—Larga historia —bufó Phil—. Si les pide ir a cenar a su casa, asegúrense de preparar más de cinco platillos, algo mejor que un cuarteto de cuerdas y... escúchenme bien, por nada del mundo usen cuello de tortuga.
Risas se produjeron, Jones salió avergonzado de la escena y Murdock frunció el ceño en confusión.
—Parece que tenemos un jefe exigente —exclamó Castle con una mueca de preocupación.
—De estómago exigente querrás decir —corrigió Matthew, sabiendo que tarde o temprano habrían problemas.
—Cuando dijeron que simplemente nos daban empleo, no me imaginaba esto —dijo Murdock fregando el suelo fuera de la oficina de Castle. Llevaba rato haciéndolo y ni siquiera sabía si lo hacía bien.
—Bueno, yo sí me imaginaba esto —señaló el pelinegro su escritorio y la radio para después mostrar con desdén una montaña de papeles con operaciones aritméticas—. Pero esto no.
El pelirrojo hizo una mueca—: ¿Realmente encajamos aquí, Frank?
—¡Claro que sí! —le dijo Frank— Mira, cuando terminemos de trabajar, ¿por qué no te llevo a beber algo? De amigo a amigo.
Murdock asintió dubitativamente, una mueca ladina se apareció en sus labios conforme trapeó su camino fuera del área de Castle. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, bufó con sopesa.
¿De amigo a amigo?, pensó agobiándose hasta que un sonido le hizo dejar de pensar en todo. Era una llamada telefónica.
"Wanda, ¿querida?", escuchó la voz ajena de un co-trabajdor.
"Visión, ¡cariño!", respondió la mujer en el comunicador.
"Sobre esta noche...".
"No te preocupes, cariño, ¡tengo todo bajo control!", le animó aquella y algo resultaba familiar en su voz. Solo había algo fuera de lugar y no lograba descifrar qué.
"¡Qué alivio! Debo confesar que estoy muy nervioso".
—¡Hey! —le llamó la atención el Señor Hart con el ceño fruncido— No se te paga para que te quedes ahí sin hacer nada.
—Oh, no, no, discúlpeme —respondió el nervioso pelirrojo— Es-eh-eh-estoy, no estoy sin hacer nada estoy... parado...
—Eh-es-eh-stoy a nada de despedirte, ¡haz tu trabajo!
El jefe se fue molesto a su oficina, un par de trabajadores lo miraron en confusión. Norm lo vio con los ojos entrecerrados, su ineficiencia podría afectar al aumento de producción que la llegada de Visión había traído a la empresa.
Un resoplido agobiado salió del pelirrojo, quien no podía creer que en su primer día de trabajo le haya ido mal.
Castle se hundía entre papeles y fórmulas matemáticas, sin embargo, no se preocupaba por llenarlas. Había descubierto que, si dejaba sus hojas en el escritorio de Visión, este las resolvería en el mismo tiempo en que podía tomar un vaso de agua.
—Amo este trabajo —dijo guardando papeles en su maletín y llevando su sombrero a la cabeza, dispuesto a retirarse para llevar a su compinche cobrizo al bar prometido.
Por unos segundos, Castle se tomó el tiempo de apreciar lo linda que era su vida en Westview. Un barrio tranquilo, vida apacible y sin el ajetreo de la ciudad...
—¡Eres un inútil! —escuchó al señor Hart gritar en el pasillo. La audiencia jadeó en sorpresa ante la palabra altisonante.
—No, no fue mi intención, señor Hart, no... —escuchó aquella voz pedir disculpas una y otra vez.
—Matt —susurró Castle y exclamaciones de preocupación se generaron.
La mayoría de los trabajadores se habían retirado, Murdock se había encargado de limpiar el suelo pero aún así habían manchas a lo largo del suelo.
—¿Qué está pasando aquí? —cuestionó el pelinegro al hombre que le gritoteaba a su amigo.
—A este bueno para nada le pago para limpiar, ¿qué hace? ¡Dejar todo lleno de manchas! —se quejó el bonachón.
—Entonces debería aprender a administrar a sus trabajadores —le reclamó Frank con el ceño fruncido—. ¡Murdock es ciego!
El jefe frunció el ceño en confusión, abriendo los ojos de par en par—: ¿Él es ciego?
Ambos varones asintieron, creyendo que él lo sabía desde el momento en que los había contratado.
—¿Y qué rayos hace aquí? ¡Largo!
Matthew escuchó que esa vez no habían risas, solo un lamento decepcionante. Castle intentó replicar pero el señor Hart salió de la escena sin hacer ninguna expresión, solo dijo átonamente que tenía una cena a la cual asistir.
—¿Estoy... despedido? —preguntó el pelirrojo en un susurro ahogado.
Frank apretó con furia su sombrero y lo lanzó contra el suelo. Quería golpear a ese señor sin importarle que era su jefe pero, apenas Murdock vio su intención, lo tomó del antebrazo.
—No lo hagas —le dijo con tristeza—. No arriesgues tu puesto por mí, tarde o temprano pasaría.
—Pero... —el pelinegro lo miró, notando su aflicción y ese sentimiento lo compartía porque le partía el corazón verlo sufrir. Sufrir por cosas que no podía controlar.
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Un atardecer común era lo que presenciaba Francis: aire limpio que entraba por la ventana de su Chevrolet y un cielo tintado en distintas tonalidades grises. El pelinegro suspiró con pesadez, estaba cansado de tantos números... incluyendo aquél que el señor Hart le hizo pasar a Matthew, quien recargaba la cabeza en la ventana con pusilanimidad.
—No puedo creer que te haya hecho eso —se quejó una vez más el pelinegro—. ¡Es inaudito! En serio, Matt, ¡que se ahogue con una tonta fresa!
—¡No vayas tan rápido! —se quejó el pelirrojo en el asiento de copiloto, tratando de asimilar qué clase de insulto era aquél— ¡Podrías arrollar a alguien!
—Oh, ¡vamos, Matthew! —bufó el otro ladeando su cabeza— ¿Acaso ves a alguien en las calles?
—Muy gracioso —se quejó con una risa fingida.
El pelirrojo escuchó risas provenir de ningún sitio, creía que en la calle no había nadie y de acuerdo al pelinegro así era. El automóvil se ladeó de un lado a otro.
—¡Francis, deja de hacer eso! —gritó aferrándose al tablero del automóvil.
—¡Me estoy estacionando! —se excusó Frank con una sonrisa en el rostro, le animaba molestarlo. Sin embargo, detestaba que otros lo insultaran.
El carro celeste se detuvo fuera de un bar y, de un momento a otro, ambos ya estaban dentro esperando a que su orden llegara.
Castle recargaba sus hombros en la barra y Murdock tomaba de un vaso de agua. El pelinegro observaba a su alrededor.
—A este sitio le hace falta algo de luz —exclamó Castle.
—No me di cuenta —replicó Murdock, escuchando a las mismas risas—. Frank... ¿tu también escuchas esas voces?
—¿Cuáles? —dijo el pelinegro, tomando el vaso de Murdock para olfatearlo—. Creo que no has estado bebiendo agua sino tequila.
—Creo que sabría bien si mi vaso es agua o alcohol —atajó arrebatándole el trasto para probarlo—. Pero, ¿qué...?
Aquello que alguna vez pensó era agua simple se había convertido en alcohol pesado. El pelirrojo frunció el ceño. Su mente comenzó a marearse, no por el alcohol sino por una repentina sobrecarga en sus sentidos.
El sonido no provenía de la cocina, ni eran risas, sino un silencio abrumador que provenía de los suburbios.
"Detente", escuchaba a una mujer decirlo una y otra vez.
"Detente", dijo conforme la tos cobraba más sonido. Alguien se estaba ahogando y supuso que se lo decía a él.
"Detente", le escuchó decir y Frank lo miraba con preocupación, tendiéndole una cerveza.
El pelinegro veía a su amigo perderse de todo a su alrededor que, aunque no era mucho, le consternaba.
"Detente", dijo la mujer y pudo comprender que no hablaba con el hombre que se ahogaba sino con...
"Visión... Ayúdalo", escuchó la voz de aquella mujer al teléfono.
—Wanda —balbuceó el pelirrojo, como si recordara algo. Algo que no lograba terminar de cuadrar, ¿quién era ella y por qué sentía que la recordaba?
—¿Qué cosas dices? —cuestionó Frank con una carcajada, revisando el vaso con el supuesto tequila— ¿Sabes? Haz bebido mucho y creo que lo mejor es que volvamos a casa.
Murdock asintió, sabía que no estaba borracho... tal vez desempleado, pero no delirante. Aún así, sentía algo extraño pasando alrededor de Westview.
—¡Hey! —dijo una camarera a los hombres— No pude evitar escuchar su conversación, pero mi hermano trabaja en el centro recreativo y tal vez pueda conseguirle trabajo allá.
Frank abrió los ojos ante grata sorpresa y tomó al pelirrojo de los hombros—: ¡Dí que sí!
—Solamente debes tener un buen olfato —añadió la espontánea mujer.
El pelirrojo escuchó a la audiencia emocionarse junto a él, ¡el tenía buen olfato! De la nada toda confusión se había vuelto en un apacible gane. Era feliz.
—¡Sí! ¿Cuándo empiezo? —la audiencia vitoreó ante sus palabras y los créditos comenzaron a alzarse.
Era el final de una noche en WestView, donde nada malo pasaba nunca. Murdock era testigo escéptico de ello y Castle un hombre confiado en que su vida estaba bien. Y de esa manera ella los quería.
PLEASE STAND BY...
