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Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal of Being in Love

Summary:

Hermione se encuentra entre el mundo mágico y muggle como una investigadora médica y Sanadora a punto de hacer un gran descubrimiento. Draco es un Auror asignado para protegerla de amenazas desconocidas para el disgusto de ambos.

Tenemos a una Hermione súper competente y apasionada, y un flojo pero peligroso Draco. Slow burn.

Notes:

¡Hola! Somos Valeria, Raquel y Ari :) Este es nuestro primer proyecto conjunto y envuelve todo aquello que nos une, a pesar de estar a la distancia. Es una traducción creada con mucho amor, trabajo y amistad de por medio.

Hemos elegido esta historia porque es una gran obra, así que agradecemos a la autora por haberla escrito. Así que, ojalá que puedan disfrutarla y sufrirla tanto como nosotras (en el buen sentido de la palabra).

Les deseamos un gran viaje a través de la página. ¡Y esperamos su apoyo para futuras traducciones!

Con cariño,
Fic Chicks

Chapter 1: Un Ataque Inesperado

Chapter Text

Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal of Being in Love Poster

arte hecho por catherine7mk, poster hecho por nikitajobson

Como hombre adinerado, Draco Malfoy pudo haber elegido una vida de ocio, intromisión política y chantaje casual como hizo su padre antes que él. Sin embargo, la solución propuesta por el Wizengamot fue que el joven Malfoy hiciera algo por el bien común, el altruismo, y la redención pública.

Así que, después de un par de años en el Continente, Draco regresó a Londres y terminó en tiempo récord el programa de entrenamiento de Aurores –tres años reducidos a año y medio, gracias– y se unió a la Oficina de Aurores. Por supuesto que Draco había sido estratégico en su elección de profesión: ser Auror le ofrecía suficiente heroísmo cubierto por los medios y suficientes asesinatos aprobados por el Ministerio para mantenerlo interesado en su trabajo.

Draco era un excelente Auror – algo sobre casi convertirse en un Mago Oscuro le ayudaba a entender las mentes de magos y brujas revoltosos. El problema con dicha habilidad, por otro lado, es que se veía recompensado con casos exponencialmente complejos por la Jefa de Aurores, Madame Nymphadora Tonks.

Nuestra primera escena: un lunes por la mañana, enero. Entre los cubículos grises de la oficina de Aurores, Tonks repartía las asignaciones tipo A del mes a sus mejores agentes como un Santa Claus vengativo tras la Navidad. 

–Montjoy, te vas a Hethpool. Tres niños muggles fueron encontrados muertos y sin hígados. El aquelarre de brujas de Stow pudo haber resurgido –Arrojó una carpeta con el contenido del caso sobre el escritorio de Montjoy.

–Buckley. Rumores de necromancia y otros hechos. Isla de Man –Buckley aceptó el reporte con una mueca–. Lleva a Humphreys contigo. Sé un buen mentor y no la traumes demasiado.

Tonks avanzó a los siguientes cubículos. 

–Potter, Weasley, deben continuar con los vampiros en Yorkshire Dales. Si no presentan avances, me involucraré personalmente. A este paso, Yorkshire se quedará sin sangre. Goggin, un idiota está experimentando con Tortura Transmogrifiana en prostitutas muggles en Glenluce. Me hare de la vista gorda si lo traes de regreso con menos extremidades.

Tonks se detuvo frente al escritorio de Draco. –Malfoy, como te fue tan bien con el Lunático de Lanark la semana pasada, te dejaré elegir tu veneno.

Draco miró a Tonks con cautela, su elección de palabras seguro no era exageración. –¿Cuáles son mis opciones?

Tonks arrojó dos folders en el escritorio de Draco. –Opción 1, un mago acusado de actos inapropiados con troles, un deleite para los sentidos. Y, opción 2, una solicitud del Ministro para proteger a alguien de alto perfil.

–¿Actos inapropiados? –repitió Draco, tomando las carpetas entre sus manos.

–No sé cuál sea tu nivel de tolerancia, pero yo perdí el apetito –Tonks apuntó con su barbilla a la carpeta de la derecha–. Hay fotografías.

Draco cometió el error de abrir la carpeta de los troles. La cerró rápidamente con un ruido de disgusto. –Tomaré la solicitud de protección.

–Perfecto –dijo Tonks, alejando la carpeta de troles y su horrible contenido del escritorio de Draco–. El amante de troles va para Fernsby. ¡Fernsby, ven acá!

Fernsby salió de su cubículo. Tonks le arrojó la carpeta al pecho. –Vas para Morpeth. He escuchado que el Mar del Norte es hermoso en esta época del año.

Si Fernsby tenía reservas sobre lo hermoso que sería el clima del mar en enero , se las guardó. Raramente valía la pena discutir con Tonks.

–Quiero ver sus reportes de avances en mi escritorio para el lunes por la mañana –anunció Tonks a toda la oficina. Hubo un murmullo de confirmación a dicha orden.

Tonks miró a Draco. –Estoy ansiosa por leer el tuyo, Malfoy. Tengo algo de curiosidad, parece que esta persona está trabajando en un proyecto súper secreto. Ni siquiera a mí me dijeron sobre qué trataba.

Tonks camino de regreso a su oficina, consiguiendo pisar únicamente a uno de sus empleados en el camino.

Draco, ahora con más curiosidad, abrió la carpeta de documentos. La solicitud de protección venía directamente de la oficina del Ministro. Shacklebolt había solicitado una auditoría de seguridad, hechizos de protección, toda medida de confidencialidad conocida por magos, escoltas, y vigilancia protectora; en resumen, una tarea del demonio.

Draco comenzaba a sentirse anticipadamente irritado, esto sonaba como mucho trabajo.

¿Quién merecía semejante esfuerzo?

Pasó varias páginas de exigencias ministeriales hasta encontrar la principal.

Y era Hermione. Maldita. Granger.

Su fotografía estaba encima de una nota con su biografía, como si hoy en día nadie la conociera a ella y su cabello. Miró seriamente a Draco, parpadeó, y salió del cuadro.

Draco tomó la carpeta y se dirigió a la oficina de Tonks. Raramente valía la pena discutir con ella, pero esta solicitud ameritaba un esfuerzo especial.

–Tonks, no puedo tomar este trabajo. Tendrás que dárselo a alguien más.

Tonks levantó la vista del documento que estaba atacando con su pluma. Su cabello cambió de color a un curioso tono malva. –¿Y por qué no?

–Es Granger. El activo. ¿No lo habías visto?

–¿Y?

–No nos llevamos muy bien que digamos –dijo Draco restándole importancia a la situación.

–¿Me estás diciendo que los roces que tuvieron en la escuela hace quince años van a interferir con tu capacidad para cumplir con el trabajo? –preguntó Tonks.

En el Vidrio de Enemigos detrás de ella, siluetas borrosas se movían, como si quisieran escuchar la dramática conversación.

–Tenemos algo de desafortunada historia –dijo Draco.

–¿Peor que tú y Potter?

Draco lo consideró por un momento. Finalmente, respondió. –En algunos aspectos, sí.

–De acuerdo –respondió Tonks–. Intercambia con Fernsby. Estoy segura de que estará muy feliz de cambiar una cómoda solicitud de protección por el aficionado de troles.

–¿No hay algo más que pueda tomar?

Tonks le lanzó una mirada penetrante, enfatizada por sus ojos que iban tornándose a un color amarillo, como los de un halcón. –Acabo de asignar las misiones del mes, Malfoy. Y no toleraré que tu complejo con Granger interfiera en ello.

–Granger no me acompleja.

–De acuerdo. Entonces te irá bien. Anda, vete.

Tonks hizo un ademán con la mano y la puerta de su oficina se cerró lentamente, sacando a Draco de ahí.

Draco regresó a su escritorio, con la intención a medias de pedirle a Fernsby cambiar carpetas. Sin embargo, el sonido de arcadas proveniente del cubículo de este fue suficiente para hacerlo cambiar de parecer.

Está bien. Haría este trabajo con Granger. Por lo menos no era porno de troles.

 


 

Draco le envió a Granger una nota fríamente profesional detallando que estaría complacido de reunirse con ella lo más pronto posible para discutir la solicitud de protección del Ministro.

Granger respondió con una nota igual de fría y profesional indicando que la solicitud del Ministro era una exageración, ella se encargaría de ello a la brevedad y que hiciera el favor de ignorarla.

Draco no respondió, pero disfrutó de una tarde sin pendientes en lugar de informar a Tonks de este avance.

Después, Granger arruinó todo al escribirle de nuevo diciendo que, para su decepción, el Ministro no había cambiado de parecer e iba a continuar con este (desproporcionadamente ilógico, en su opinión) plan de acción. Le preguntaba si estaría disponible para reunirse el jueves a las 9 de la mañana. En su laboratorio. En la universidad Trinity, Cambridge.

Cuando arrojó su respuesta al fuego, Draco pensó ‘ Cambridge, por supuesto’. ¿Por qué esperaría menos de Hermione Granger?

 


 

El jueves, Draco llegó a Trinity a las odiosas 9 de la mañana. El guardia de la entrada no le prestó atención a él, ni a su capa. Muchos de los muggles en el campus también vestían capas largas de color negro. Pero, si le dio una segunda mirada cuando mencionó que estaba ahí para ver a Granger.

–La Doctora Granger –dijo el guardia–. ¿Tiene cita?

–Sí

–¿Nombre?

–Malfoy –dijo Draco.

El guardia consultó la información entre sus muchos documentos. Y aparentemente encontró lo que buscaba porque dejó a Draco pasar al patio de Trinity. (– No es un patio , en Cambridge les decimos ‘ explanada’ –dijo el guardia a unos turistas. Pero, Draco no le prestó atención, sabía lo que era un patio cuando lo veía).

La nota de Granger incluyó ciertas indicaciones sobre como entrar al lado mágico de la universidad. Condujo a Draco a una puerta mágicamente escondida en la parte sur del patio. Una placa muggle indicaba que King’s Hall alguna vez estuvo ahí, pero que había sido destruido en el siglo XVI. Draco tocó la placa con su varita, tal como había indicado Granger, y el King’s Hall (supuestamente destruido) apareció frente a él. Draco decidió que Granger recibiría una calificación de 2/10 en su evaluación inicial de seguridad, al menos los muggles curiosos no podrían encontrarla. Y con ese pensamiento tan generoso, se adentró en el Cambridge mágico.

Para ser entre semana, a las 9 de la mañana, King’s Hall era un bullicio de magos y brujas escolares en búsqueda de sabiduría mágica avanzada. Draco había pasado años en la Universidad de París para obtener su título en Alquimia y su maestría en Magia Marcial (Duelos), pero jamás había puesto un pie en una institución de estudios superiores en Gran Bretaña. King’s Hall mantenía su aura del siglo XVI, oscura, con exceso de madera tallada, y velas. En cuanto a decoración, vacilaba entre algo gótico y renacentista.

Conforme veía pasar a la multitud frente a él (varios estudiosos de finta excéntrica), Draco se preguntó qué tanto de la inteligencia de Gran Bretaña se encontraban en los pasillos. Sabía que, cuando menos, había un gran cerebro en el edificio. Perdido entre las cinco escaleras del primer piso, decidió pedir indicaciones para llegar a dicho cerebro.

–Tú ahí –dijo Draco, apuntando con la barbilla a un chico joven. Se veía de unos veintidós años, era serio y sostenía en sus brazos un libro de Aritmancia Teórica Avanzada. 

–¿Sí? –preguntó el chico.

–Estoy buscando a Granger –dijo Draco.

El chico frunció el ceño. –La Profesora Granger . Sus oficinas están en el tercer piso, con el resto de los académicos.

–Gracias –respondió Draco, preguntándose cuántas veces más sería corregido en cuanto al título de la apreciada Granger el día de hoy.

Subió las escaleras y caminó por los pasillos viendo cosas interesantes: aulas, salas, áreas de lectura, oficinas, una botica, una cafetería, y lo que parecía ser un pequeño zoológico. Finalmente llegó a una puerta que decía “GRANGER. Tocar para abrir.”

¿Ven? Así de simple. Sin títulos adicionales.

Draco tocó la puerta.

Se asomó por una pequeña ventana al costado de la puerta y estaba a punto de irse porque el laboratorio se veía demasiado muggle y seguramente se había confundido, pero en la puerta se podía leer “GRANGER”.

Su llamado fue respondido por un ser en bata blanca y extrañas cosas traslúcidas que le cubrían el rostro.

–¿En qué puedo ayudarle? –pregunto el ser.

–Estoy buscando a Granger –respondió Draco.

–La Sanadora Granger no atiende sin cita –dijo el ser–. ¿Lo está esperando?

–Sí –dijo Draco, agregando este nuevo título a la ridícula lista.

–Está bien –dijo el ser, con una mirada algo sospechosa que Draco no podía asegurar por los goggles que traía puestos–. Su oficina está al fondo a la derecha.

El ser se apartó de la puerta. Por la voz, Draco estaba relativamente seguro de que era una mujer, aunque era difícil decirlo. En cualquier caso, ya estaba dentro. La evaluación inicial de las medidas de seguridad de Granger habían caído a un 1/10.

Le complació darle a Granger una calificación baja bien merecida; lo que no le complacía era pensar en el trabajo que involucraría subir dicha calificación.

Tocó a la puerta de la oficina.

–Pase –respondió Granger, transportándolo al pasado al escuchar su remilgada, clara e impaciente voz.

Draco entró a la oficina. Granger estaba sentada detrás de un escritorio organizado, aunque lleno de papeles.

Se miraron el uno al otro haciendo el momento verdaderamente incómodo; algo que Draco, siendo un Auror altamente calificado y peligroso, no estaba acostumbrado a sentir y, a juzgar por la ligera mueca en su rostro, tampoco Granger.

El tiempo cura las heridas, pero entre él y Granger había mucho por sanar. Y, en ese momento, quince años se sentían relativamente poco desde que pelearon en lados opuestos durante la guerra. Draco no podía recordar la última vez que le había hablado directamente y con certeza podía decir que jamás había estado a solas con ella.

Granger se puso de pie para saludarlo como muestra de elocuencia: –Malfoy.

–Granger –respondió Draco de igual manera.

Hizo un ademán a la silla frente a su escritorio. Al acercarse, Draco se sintió juzgado por ella. Su mirada pasó de su cabello, a su cara, a la insignia de Auror que ostentaba en el pecho, para seguir por su túnica negra hasta llegar a sus botas.

Ya que contaba con esa cordialidad, Draco la analizó descaradamente de pies a cabeza: cabello (recogido), cara (más delgada y severa de lo que recordaba), la misma bata blanca rara que el ser, jeans negros (tan muggle de su parte), y tenis casuales.

Draco abrió la boca para hacer un comentario banal sobre Cambridge, Potter, Weasley o algo por esa línea, pero Granger fue directo al grano.

–Esto es un desperdicio de recursos para los Aurores.

La falta de tacto era algo típico de Granger. Algunas cosas nunca cambian.

Draco se acomodó en su silla. –Dame un poco más de contexto para que pueda ir con Shacklebolt a cancelar la solicitud. No tengo más ganas que tú de estar aquí.

Granger frunció los labios. Draco se preguntó cuándo McGonagall se había aparecido en el lugar de Granger.

–Bien –respondió Granger–. Hace quince días actualicé a Shacklebolt sobre mi avance en un proyecto de investigación. Un proyecto que no se encuentra bajo jurisdicción del Ministerio, ni recibe fondos de ellos. Estaba compartiendo lo que yo consideraba una buena noticia con un amigo y mentor desde hace años, que coincidentemente es el Ministro de Magia. Al parecer, la noticia era demasiado buena. Ahora Shacklebolt teme que pueda haber repercusiones, ya que el proyecto implica a un segmento específico de la población.

–¿Qué clase de implicaciones? –preguntó Draco–. ¿Para qué segmento?

–Preferiría no decir nada más, espero que no te involucres más allá de esta reunión. Shacklebolt está exagerando. Hablaré con él está semana y lo convenceré de que ponerme bajo la protección de los Aurores es completamente innecesario. 

–Protección de un Auror –corrigió Draco. Los Aurores de su calibre no recibían esta clase de asignaciones de protecciones.

–Llámalo como quieras –dijo Granger.

–Shacklebolt podrá tener fallas, pero la tendencia a exagerar no es una de ellas –dijo Draco. (No había simpatía entre él y el Ministro, pero sí cierto nivel de respeto).

–No, no tiende a serlo. Por eso me sorprendí por su decisión de involucrar a tu departamento.

–¿Y es posible que no esté exagerando?

La mirada que le dirigió Granger fue decididamente antipática. 

–No.

–¿No crees que este descubrimiento puede ponerte en peligro de alguna manera?

–No en este momento. En primera, nadie sabe de este avance, salvo Shacklebolt y, hasta cierto punto, mi equipo, en quienes confío plenamente. Y segundo, aunque haya logrado un avance, no he resuelto todo el problema. Ese será un trabajo que tomará, al menos, otro año. Por lo pronto, no apareceré mañana en la primera plana de El Profeta pidiendo que me asesinen.

La ceja de Draco se arqueó considerablemente. –¿Shacklebolt cree que podrías ser asesinada?

–Piensa que ciertas personas no compartirán la misma emoción sobre este proyecto.

Draco decidió que necesitaba hablar con Shackebolt. Tal vez él sería menos cauteloso que Granger y compartiría algo de utilidad con el Auror que habían asignado para ella. Se encontró con mucha curiosidad sobre la naturaleza de este supuesto avance y descubrimiento.

Su siguiente pregunta fue cuidadosamente formulada. No quería insultar el contexto que tuvo Granger al crecer (de por sí, todo sobre ese tema era delicado), pero podría haber cosas que ella no supiera siendo hija de Muggles. –¿Podría Shacklebolt estar consciente de algunas predilecciones o inclinaciones de los magos que tú no, y que esa sea la razón de su preocupación?

Granger respiro hondo, como si estuviera reuniendo hasta el último fragmento de paciencia que le quedaba. –Si te dijera que he resuelto el hambre mundial, o algo así de maravilloso, ¿te detendrías a preocupar por las acciones de quienes estén en contra?

–Una persona en contra sería suficiente para deshacerse de una investigadora, especialmente una que mantiene su laboratorio con la seguridad de un candado para niños.

Una de las rodillas de Granger comenzó a moverse. Le recordó a la manera en que los gatos mueven la cola al desesperarse.

–¿Y lo has hecho? –preguntó Draco.

–¿Hecho qué?

–Resolver el hambre mundial.

–No es algo tan grande. Eso fue solo un ejemplo.

–¿Dónde guardas tu investigación? –preguntó Draco.

Ahora la ceja de Granger se arqueo dando respuesta por sí sola.

Draco señaló la oficina a su alrededor y el laboratorio del otro lado de la puerta. –He identificado al menos doce vulnerabilidades, y eso fue solo en los 5 minutos que tomó caminar hasta aquí. Si quisiera descubrirlo, probablemente lo haría.

–¿En serio?

–Sí.

Ver la sonrisa burlona de Granger le provocó… algo. Aunque, desapareció rápidamente. –Si estamos hablando de seguridad física, no he tenido necesidad de aumentarla hasta hace poco. Puedo asegurarte que soy perfectamente capaz de proteger mi laboratorio más allá de un hechizo candado y mantener mi investigación segura.

–Perfecto –dijo Draco–. Sigue con ello, regresaré en unos días y las probaré. Si lo logras e implementas las medidas adicionales que sugiera, podríamos convencer a Shacklebolt de que tú y tu investigación se encuentran seguros y dejar esto atrás.

Este desafío fue presentado con un mínimo de arrogancia por su parte.

La mirada de Granger se tornó fría: había reconocido su reto y lo había aceptado –. Está bien. ¿Y cuándo será esta prueba?

–No te avisaré –dijo Draco poniéndose de pie–. ¿Crees que una amenaza real lo haría?

–Perfecto –dijo Granger, también levantándose de su silla. El sarcasmo agregó peso a sus palabras–. Me encantan las sorpresas.

No se dieron un apretón de manos y ella no se molestó en acompañarlo a la salida.

 


 

Draco agendó una visita con el Ministro de Magia para esa misma semana. Pasó junto a su asistente con cara de pocos amigos, preguntándose quién la habría sacado de quicio.

Shacklebolt fue tan reservado en los detalles como Granger, pero le dejó en claro a Draco la importancia de mantenerla a salvo hasta completar su proyecto, para el beneficio de toda la población mágica. Todo parecía muy grandioso, pero exageradamente vago.

La mejor parte fue ver la evidente satisfacción de Shacklebolt con que fuera Draco el asignado para ese trabajo. –Sé que no dudarás en hacer lo que sea necesario si alguien intentara dañarla., Malfoy.

Draco aceptó el cumplido de doble filo con una reverencia. –Hace que mi corazón se acelere, Ministro.

Shacklebolt solo movió la cabeza antes de recuperar la compostura. –Ella podría cambiar la vida de cientos, quizás miles de personas.

–Y, aun así, ni ella, ni usted están dispuestos a decirme algo más sobre ese proyecto. ¿Le hizo hacer un maldito Juramento Inquebrantable antes de compartir sus avances con usted?

Shacklebolt solo levantó las manos, sin confirmar ni negar nada, respondiendo así la pregunta de Draco.

–Solo ella hubiera pensado en hacer algo así –dijo Draco lanzando polvo Flu en la chimenea–. Cambridge.

Ese era el momento. Le había dado suficiente tiempo para prepararse.

 


 

Era lunes por la tarde, King’s Hall estaba callado. Draco supuso que Granger estaría en su casa cenando o regañando estudiantes inocentes. Parado frente a la puerta del laboratorio, tocaba su barbilla con la varita pensativo. Sin embargo, antes de siquiera hacer un encantamiento revelador, Granger apareció a la vuelta del laboratorio.

–Malfoy –dijo sin aliento y un poco agitada. Draco guardó en su mente la oportuna llegada de para un futuro análisis. Ella era demasiado inteligente para que su presencia fuera una coincidencia, pero no había hecho ningún hechizo que pudiera delatarlo.

Granger había optado por una túnica verde de Sanadora en lugar de su típico atuendo muggle. Se veía irritable e impaciente, cosa que confirmó con sus siguientes palabras: –Es hora de tu prueba, ¿verdad? ¿Cuánto te tomará?

A Draco no le agradó que su tono sugiriera tiempo en horas. –Eso dependerá de tu habilidad con los hechizos de protección, estoy pensando que no me tomará más de 15 minutos.

Las cejas de Granger se arquearon ante semejante osadía.  –Bien. Recién terminé un turno en Urgencias y estoy agotada.

Agitó su varita y, en una demostración impresionante de Transfiguración (ante la cuál Draco no mostró asombro alguno), transformó un pasador en una silla de madera en la que procedió a sentarse.

A Draco no le molestaba tener público, especialmente cuando iba a desmantelar las tácticas de protección de dicha audiencia y, de paso, enseñarle algo de humildad.

Draco volteó a la puerta. –¿Urgencias? Pensé que trabajabas en la investigación.

–A San Mungo siempre le hace falta personal. Tomó ciertos turnos para ayudar, así mantengo frescas mis habilidades de Sanadora.

–Que bien.

–Mhmm.

Después de un par de hechizos de revelación, Draco debía concederle un punto a Granger por haber hecho su tarea. Lo cual no era sorpresa realmente. Los hechizos de protección que ahora cubrían la puerta de su laboratorio eran muchos, complejos y bien ejecutados.

Draco se puso a trabajar, pero no sin guardarse lo que pensaba. –¿Un encanto chillón? Que insulto.

–He aprendido a trabajar desde abajo –fue la respuesta que recibió a su espalda.

Los hechizos básicos de intrusión fueron descartados con algunos movimientos de varita. Salvio Hexia fue un buen calentamiento. A partir de ahí, Draco comenzó con los buenos: Foribus Ignus, Custos Portae, un Confundo delicado que apuntaba directo a su cabeza, revelado solo cuando estaba quitando otros dos encantamientos, un maleficio cegador furtivo, un hechizo de calvicie que simplemente fue grosero, y un Confringo escondido en la manija de la puerta para cualquier persona lo suficientemente estúpida como para tocarla.

Draco desarmó todo eso con un poco de delicadeza y cuidado, pero sin sudar en ningún momento, recordándose a sí mismo que si algo le pasaba a su cara, al menos había una Sanadora cerca.

La puerta se desbloqueó. Le había tomado cuatro minutos y, aun así, Granger no se veía impresionada.

Al abrir la puerta, se reveló una pared de piedra.

–Muy graciosa –dijo Draco.

Su rostro no mostraba ninguna señal de disgusto por haber perdido tiempo en un señuelo impecable. Movió su varita a un lado de la pared y la verdadera puerta apareció.

Granger encogió los hombros. –Necesitaba que mi equipo pudiera entrar. No son expertos en desarmar encantamientos, pero pueden manejar un Finite Incantatem.

Draco entró al laboratorio para continuar con su auditoría, podía sentir la tensión en su cuello. Su audiencia regresó la silla a la forma de un pasador y lo siguió.

–Normalmente insistiría en seguir los protocolos de equipo de protección del laboratorio, ya que Trinity me lo impone –dijo Granger–. Pero, ya hemos terminado por el día. No creo que te vayas a lastimar con algo aquí.

De nuevo, a Draco no le agradaba su tono que ahora sugería que pudiera matarse por accidente.

Ignoró las superficies blancas y de acero que constituían la mayor parte del espacio y se dirigió a las repisas y armarios situados en una de las paredes del laboratorio , parecían ser la mejor opción para almacenar información de un laboratorio en uso. Sin embargo, el organizado contenido que encontró no le servía en lo más mínimo. Eran principalmente libros muggles científicos, incluyendo publicaciones de Granger. Ciertos términos le llamaron la atención, aunque no entendía sus significados: citocinas, anticuerpos monoclonales, receptores de antígenos quiméricos, células T…

–Sé que el propósito de esta prueba es ver que tanto logras avanzar y descubrir sobre mi investigación, pero regresa las cosas a su lugar –dijo Granger irritada.

Draco, dándole la espalda, se permitió voltear los ojos. Había un libro que estaba una pulgada fuera de lugar, lo empujo y movió su varita por toda la colección de libros para revelar si alguno tenía transfiguraciones o hechizos de ocultación, pero no había ninguno. Después hizo lo mismo con el resto del laboratorio, buscando huecos, espacios escondidos o, por lo menos, algún rastro mágico. Comenzaba a molestarse, pues no había nada mágico salvo el contenido de algunos envases y tubos de ensayo acomodados en las distintas estaciones del laboratorio.

–Si me robara alguno de estos y los mandara a analizar, ¿qué descubriría? –preguntó Draco.

El destello de su hechizo reveló los envases de su interés. Granger caminó hacia ellos y apuntó. –Células T gamma delta. Antígenos: MART-1, Tirosinasa, GP100, Survivina. Todos son de origen mágico, por eso tu hechizo los revela, pero nada fuera de lo común.

–Ya veo –dijo Draco, que no veía nada.

–No sé quién haría este análisis hipotético, pero si fueran robados para descubrir en lo que estoy trabajando, debo decirte que muy pocas personas en Gran Bretaña serían capaces de sacar conclusiones significativas.

Draco sintió la falsa modestia en sus palabras: pocas personas, es decir, ninguna porque estoy rodeada de idiotas y soy la única que puede entender todos estos términos tan complicados.

–¿Y esos? –preguntó Draco, apuntando a unos envases vagamente familiares en la última fila.

–Tu analista hipotético descubriría un lote perfecto de Sanitatem –dijo Granger–. Es una poción curativa, agregó innecesariamente.

–Un hallazgo de suma importancia en el laboratorio de una Sanadora –dijo Draco pasando de la molestia al sarcasmo.

Había indicios de una pequeña sonrisa en la esquina de la boca de Granger, diversión que rápidamente fue suprimida.

Draco estaba haciendo su propia supresión, pero en su caso era de exasperación. Ella le había hecho perder el tiempo con los hechizos de la puerta, sabiendo que no había nada útil en el laboratorio, a menos que tuviera algo como doce doctorados.

Sabía que ella tenía que estar registrando sus hallazgos, era demasiado metodológica y meticulosa como para no hacerlo.

Draco avanzó hacía la esquina del laboratorio que había ignorado. Era el espacio más muggle de todo el lugar, un escritorio de esquina con cajas iluminadas. Casi hubiera sido mejor que Granger le pusiera un hechizo de ignorancia a esa sección. ¿Lo había hecho? No, su hechizo de detección no demostró nada. Eso era a causa de sus propios hábitos, su mirada usualmente evitaba todo lo no mágico, lo mundano, lo terriblemente muggle. Tenía que revisar eso, era claramente una debilidad.

Caminó hacia el escritorio. Y por primera vez desde que Draco entró al laboratorio, Granger demostró verdadero interés en lo que estaba sucediendo. Ahora sí sentía que estaba llegando a algo.

–Computadoras –dijo Draco, recordando el término de su clase de Estudios Muggles.

–Bien hecho –dijo Granger, con un tono que usaría para un niño que había identificado un animal de granja.

Draco le lanzó una mirada antipática. Su cara no denotaba emoción alguna, pero sus ojos la delataban, tenía curiosidad sobre lo que haría ahora.

Y claro, no tenía ni la más remota idea sobre cómo proceder, más allá de lanzarle a las computadoras un hechizo de sumisión. Pero, por lo que recordaba, estos aparatos no tenían conciencia propia. Se paró frente a las cajas brillantes, donde podía ver líneas moviéndose lentamente en patrones al azar.

–Necesitaría traer a alguien que sea hijo de Muggles –dijo Draco.

–Claro, ese sería un buen inicio –dijo Granger mirándose las uñas–. Necesitarías a alguien que fuera un hacker decente, también. No estoy segura de que existan muchos entre los magos, pero al menos sé que debe haber uno o dos en Gran Bretaña.

–Un hacker.

–Sí –dijo Granger sin ofrecer más explicación sobre el violento término.

–Y sí, como sospecho, tu investigación está en estas cosas, ¿qué me detendría como villano de destruirlos y detener tu investigación? –preguntó Draco.

Granger se encogió de hombros. –No importaría. Está todo en la nube.

–La nube.

–Sí. El único problema sería el costo del equipo, es todo.

–Entonces, tu mago tenebroso estándar no tendría mucho que descubrir aquí.

–Me temo que no –dijo Granger.

–Los hechizos en la puerta fueron un rompecabezas interesante. Gracias por hacerme perder el tiempo.

–Quería ver si eras tan bueno como dicen.

Draco la miró rápidamente, queriendo saber quién había dicho eso porque vaya que le gustaba escuchar sobre lo bueno que era.

Granger no aportó a la causa.

–Tenía otras ideas para maleficios –agregó apuntando a la puerta–. Pero, no tuve tiempo.

–Entonces, si no hay evidencia a la vista, hallazgos escritos, computadoras, nubes… –Draco volteó a ver a Granger–. Si soy alguien malo buscando información, ¿qué haría después?

Granger lo observó inquisitivamente. –¿Qué harías?

–Iría por ti –dijo Draco.

Alzó la varita y en un segundo su hechizo le dio en el pecho.



Chapter 2: Draco Malfoy: Genio Inventor

Chapter Text

  art by gingerhuneybee

arte por gingerhuneybee

El Lumos desapareció en la túnica de Granger, pero su desconcierto era evidente.

–Eso fue innecesario –jadeó poniendo una mano en su pecho.

Draco caminó con orgullo hacia la oficina de Granger. –Te aseguro que otros hechizos no hubieran sido tan amigables.

–No hay razón para que alguien quiera lanzarme hechizos hostiles –dijo Granger siguiéndolo.

–Aún no, pero si tu gran avance es tan significativo como Shacklebolt piensa y llegara a salir a la luz, entonces… –se volvió hacia ella, alzando su varita.

Esta vez estaba lista y lanzó un Protego.

–Mejor –dijo Draco–. ¿Qué tal tu resistencia ante un Imperio ?

Granger se detuvo, su mano apretando su varita.  –Si me lanzas ese maleficio en mi propio laboratorio, te ahogaré en Sanitatem y vaya que disfrutaré de la ironía.

Draco volteó hacia arriba. Todos los frascos de Sanitatem del laboratorio levitaban por encima de su cabeza. En una situación real, desvanecería los frascos y arrojaría a Granger a través de las paredes por su audacia. Sin embargo, esa había sido una demostración impresionante de magia no verbal.

–Te concederé puntos porque tu investigación está relativamente segura, físicamente al menos, de la mayoría de los intrusos mágicos –dijo Draco. Los frascos regresaron a su sitio–. Pero, toda la información se encuentra en tu mente y por ende puede ser leída, torturada, o extraída de ti o de cualquier persona dentro de tu equipo.

–Soy la Investigadora Principal de este proyecto. Mi equipo consiste en cinco estudiantes de licenciatura y ocho estudiantes de posgrados. Su entendimiento en conjunto probablemente alcance un 15% de todo el proyecto distribuido entre las trece mentes. No son una vulnerabilidad.

Draco le dirigió una mirada significativa. –Entonces tu eres la vulnerabilidad.

Como era de esperarse en ella, se ofendió.

–¿Qué tal tu Oclumencia? –La pregunta de Draco estaba acompañada, claro está, de un poco de Legeremancia.

Draco fue recibido con una clara visión de la percepción que Granger tenía sobre él en ese preciso momento; alto, arrogante, pretencioso y con buen cabello. Sin embargo, pronto fue mentalmente abofeteado fuera de su cabeza. 

Presionó un dedo sobre su frente; esta bruja estaba haciendo que le ardiera el cerebro. Mientras tanto, parecía que Granger deseaba darle una cachetada real, ¿no sería eso un buen viaje al pasado de sus años escolares?

–Pensé que estábamos evaluando mi laboratorio, no a mí –dijo Granger, dirigiéndole una mirada peligrosa.

–Estamos valorando todos los posibles riesgos –dijo Draco–. Y se está volviendo obvio que tú eres uno grande. ¿Tu casa está protegida?

–Moderadamente. Puedo mejorarlo.

–Lo haré yo mismo –dijo Draco–. ¿Cómo viajas?

–Flu, Aparición…

–Esos métodos pueden ser rastreados, ¿sabes?¿Escoba?

–Odio volar –respondió Granger.

Draco hizo un gran esfuerzo para no hacer muecas. La situación no ayudaba, vaya que era una penosa situación. Una triste burla a uno de los mejores aspectos del Mundo Mágico. Granger inmediatamente cayó de su gracia sin posibilidad de redención.

–¿Desde cuándo la aparición es rastreable, si no es con Detección ? –preguntó Granger.

–Es confidencial –dijo Draco, ahora en la oficina de Granger. Revisó entre varias torres de papel y libros, de nuevo sin encontrar nada más que cosas Muggle altamente especializadas y completamente incomprensibles, sin una sola señal de notas de nuevos avances, historiales o algo de utilidad que pudiera apuntar a los descubrimientos de Granger.

Había otra computadora en la oficina, la cual Draco vio de reojo con molestia. Que estúpido estar desconcertado por un dispositivo que cualquier Muggle en la calle podría operar. Tal vez debió secuestrar al guardia de la entrada para asistirle, sin importar el Estatuto Internacional del Secreto Mágico.

Miró la computadora de manera intimidante, esperando que confesara sus pecados, pero esta simplemente le mostraba líneas incomprensibles. 

Mientras Draco revisaba, ojeaba y buscaba alguna señal mágica en el resto de la oficina, Granger se quitó la túnica de Sanadora y se dejó caer en la silla que había ocupado Draco en su primera visita. *Soltó un suspiro de fatiga.

Draco le echó un vistazo. De nuevo, llevaba ropa muggle. Esta vez, una camisa de manga larga y unos pantalones que apenas merecían dicho nombre, parecían ser más bien medias de un negro opaco. ¿Era eso un atuendo decente para los estándares Muggle? Sorprendente. Podía ver el contorno de sus pantorrillas y la forma exacta de sus rodillas.

Sin embargo, no perdió mucho tiempo contemplando las fallas de la moda Muggle, ya que observar a aquella bruja era más preocupante. Podía ver lo delgada que estaba, como su clavícula resaltaba, como su cuello se veía demasiado delicado como para sostener su inmensa cantidad de cabello. Estaba pálida y en general, se veía cansada. 

–Granger, ¿cómo es tu horario? –preguntó Draco, haciendo parecer que era para analizar sus patrones de viajes, aunque lo que quería en realidad era entender exactamente qué hacía esta mujer en su día a día.

Por lo general, Granger tenía una agenda lista, codificada por colores y planificada por hora. Agitó su varita en dirección a su escritorio, una hoja flotó frente a Draco y cayó en sus manos. Usando su varita como pluma, marcó los momentos de mayor riesgo: cuando ella se movería entre lugares y era más vulnerable a un ataque.

Había muchos, Granger estaba en todos lados y hacía de todo. Tenía horas dedicadas al laboratorio, a la clínica, de enseñanza, voluntariado para una horrible cantidad de buenas causas, asesorías, era Sanadora en San Mungo y, por lo que parecía, tenía programada una cirugía en un hospital Muggle, una salida a un bar con Potter y compañía cada quince días, cenas de la universidad, algo llamado “yoga” a una hora exageradamente temprana, algo denominado “Vet. Crooks” que era cada tres meses y, en ciertos días, un solo asterisco.

–¿Qué son estos? –preguntó Draco apuntando a uno de los bloques con asterisco.

–… Días festivos –dijo Granger.

–Tu Oclumancia puede ser aceptable, pero tu habilidad para mentir no.

–Son mis días de descanso –respondió Granger cortante–.Y no divulgaré más detalles de mi vida privada de lo que ya lo he hecho, gracias.

Draco no insistió más y dejó el horario en el escritorio. Sobreesfuerzo ni siquiera era la palabra correcta para describir a Granger: exhausta, o agotada, tal vez se le acercaban más. Draco recordaba un vago rumor de que Granger había tenido la oportunidad de usar un giratiempo en Hogwarts para tener más clases en sus días escolares. Potter y Weasley se habían encargado rápidamente de disipar el rumor durante una comida en el departamento de Aurores.

Pero, viendo a la cansada bruja frente a él, Draco se inclinaba a creer ese rumor.

Continuó con su búsqueda, aunque dudó encontrar algo más. La pared al fondo de la oficina estaba cubierta por marcos de distintos tamaños, certificados, diplomas, premios…

–Lindo mosaico.

Granger se limitó a mirarlo. Bueno, él lo encontraba gracioso, aunque, al parecer, ella no.

El mosaico informó a Draco que Granger no tenía doce doctorados como tal, pero su combinación de diplomas Muggle y Mágicos probablemente se acercaban a ese número. Los Muggle eran todo un misterio, otorgados por universidades que no había escuchado antes: Licenciatura en Ciencias Biomédicas, Maestría en Microbiología e Inmunología, una Maestría y Doctorado conjunto en Oncología y algunos diplomados en Genética. Al menos reconoció el sello oficial de los Sanadores (una especialización en Enfermedades Mágicas, otorgada por Cambridge). Sus otras certificaciones eran una Licenciatura en Transfiguración (en Edimburgo, poco después de la guerra según l) y una Especialización en Sanación (Magia de Sangre) en la universidad Sobornee.

Unos cuantos certificados más completaban el currículum educacional de Granger. Una caja en una de las repisas reveló más marcos. Eran las cosas por las que se le conocía durante sus días en Hogwarts, al parecer su número récord de TIMOs y la absurda cantidad de EXTASIS, no ameritaban un espacio en su pared de logros. vio su galardón de la Orden de Merlín, Primera Clase. Potter tenía una similar, orgullosamente colgada en una pared de su cubículo, pero al parecer Granger no tenía espacio para ella.

Granger se excusó para prepararse un té y, en una muestra de buena fe, le preguntó si quería una taza. Draco respondió que no y ella pareció aliviada.

Después de haberse ido por su té, Draco, siendo pragmático y astuto, tomó la oportunidad de soltar un par de hechizos de rastreo en alguna de las pertenencias de Granger: los tenis debajo del escritorio, pasadores para el cabello (esas malditas cosas estaban en todos lados), y una taza a medio terminar de té. Después, buscó entre sus papeles y no logró encontrar nada de interés (invitaciones a conferencias, respuestas a préstamos Muggles, notas de sus estudiantes. Cosas insignificantes).

La computadora hizo un sonido similar al de un pequeño ping. Draco se volvió para observarla. Su oscura superficie y las líneas que se movían lo retaban a tocarla y morir de un electroshock.

Luego, Draco jadeó y dijo: –¡Espera un momento!

–¿Qué? –preguntó Granger, regresando a la oficina. 

–Este lugar es tan Muggle que ni se me había ocurrido preguntar, ¿cómo es que están funcionando las computadoras? Estamos en un edificio mágico.

–Ah, eso –dijo Granger. Hizo lo que Draco asumió que era un intento casual de encogerse de hombros (obviamente no fue nada casual)–. Encontré la forma de esquivar ese problema.

–¿Cómo?

–Hay maneras –respondió Granger.

–¿Qué maneras ? –preguntó Draco.

Se le quedó viendo como si juzgará su capacidad intelectual para entender dicho conocimiento. Al mirarla a los ojos, Draco estuvo nuevamente tentado a usar Legeremancia; pero, justo cuando lo pensó, la mirada de Granger se opacó. Estaba usando Oclumancia.

–Encontré una solución –dijo Granger con un gesto vago–. No podía trabajar solo con pluma y pergamino, es arcaico, sin mencionar los miles de cálculos y proyecciones que tenía que hacer… Aun así, no tienes de que preocuparte, te aseguro que no es nada peligroso.

Draco se acercó a la computadora, observando los múltiples artefactos unidos a ella. Solo ciertas cosas no estaban conectadas al objeto principal (como él llamó a la caja luminosa), incluyendo tres pequeños discos metálicos colocados alrededor de la máquina.

Era un perímetro utilizado para mantener cosas dentro o fuera de él.

Caminó hacia las otras computadoras del laboratorio, mientras Granger lo seguía con una especie de educada curiosidad.

Ahí también había discos metálicos. En ese lugar había seis, creando un círculo.

–Si fuera tú, tendría cuidado al tocarlos –dijo Granger.

Draco, cuya mano se estaba acercando a uno de ellos, se alejó.

–No son peligrosos, pero no te gustaría tocarlos. Ella se acercó y le mostró uno–. Los llamó Campo de Fuerza Anti-Magia, a falta de un mejor término. Es todo un desafío crearlos, pero cumplen su función.

Draco la miró fijamente. Bloquear la magia era una tarea sumamente difícil, usualmente ese tema solo llegaba a discusiones teóricas. Pues, los pocos artefactos que alteraban el uso de la magia sobre los que había escuchado eran cosas de leyenda, perdidos con el paso del tiempo. Y aun así…

–Me surgió la idea de los hotspots que hay en las cafeterías y aeropuertos; solo que, en este caso, es lo opuesto –dijo Granger. Y, al ver en su expresión que dejaba claro que eso a él no le explicaba nada, dijo: –Olvídalo.

–No estoy del todo seguro de que sean legales –dijo Draco mirando nuevamente los discos.

–Más vale reportarme con Shacklebolt –dijo Granger.

Sus miradas se cruzaron, los ojos de ella no reflejaban el menor rastro de miedo. La conclusión de Draco fue que Granger tenía tantos huevos como para rivalizar con los de Tonks.

El inicio de un Plan empezó a formarse en su cabeza.

–Necesito una copia de tu horario –dijo Draco, regresando a la oficina de Granger.

Un rápido hechizo Duplicatus arregló eso, junto con un encantamiento proteico para asegurar que los cambios en la versión de ella se reflejarán en la de él.

–Bien. Prepararé un reporte con algunas recomendaciones para garantizar la seguridad y bienestar de la Sanadora Granger –dijo Draco mientras escribía unas notas–. También veré que puedo hacer para asegurarle a Shackelbolt que no serás asesinada mañana y que no necesito ser tu guardia todos los días.

–Es un alivio para todos –dijo Granger.

–Espera mi lechuza en unos días. Adicionalmente, por favor deja de darle tarta de melaza, lo vuelve revoltoso.

–Entendido –dijo Granger, con un pequeño indicio de vergüenza–. Entonces, ¿ya terminó la prueba?

–Sí.

Por fin –Dijo Granger. Y luego, como cualquier persona normal, se sentó en su escritorio para seguir trabajando.

Draco entendió que, para todo efecto, él había dejado de existir para ella y así decidió retirarse sin más.

–Cuidado con el azulejo frente a la puerta, tiene una maldición de arena movediza –, dijo Granger distraídamente –. Era para atrapar a los malos a la salida.

–Sí la vi, Granger.

–Claro que lo hiciste.

 


 

Tuvo una discusión con Shacklebolt, en la cual detalló su Plan y convenció al Ministro de que era la manera correcta de enfrentar la situación y que, adicionalmente, no había de otra porque la persona en cuestión era poco cooperativa.

Draco estudió el horario de Granger, intentando entender los asteriscos en sus supuestos días festivos. Su primer pensamiento fue que eran días para algo privado, pero estaban demasiado esparcidos para ser un recordatorio de su periodo. El patrón no era lunar, con eso al menos sabía que Granger no era una mujer lobo.

¿Serían citas? ¿Sería eso por lo que no había escrito detalles? ¿Estaba viendo el itinerario para sexo de Granger? ¿De verdad tomaría días de vacaciones para eso? Draco se sintió en la obligación de darle un apretón de manos al hombre responsable de ello.

También revisó las solicitudes de días de descanso en la oficina de Aurores, pero ni Weasley, ni Potter coincidían en los días. Seguía siendo todo un misterio.

Draco pasó unos días trabajando en detalles claves de su Plan. Y por “trabajando”, se refería, por su puesto a jugar con magia antigua que era mejor no tocar.

 


 

–Las recomendaciones –dijo Draco, soltando un pergamino en el escritorio de Granger–. Son cosas estándar para vulnerabilidades obvias. Ya las revisé con Shacklebolt y está de acuerdo en retirar la solicitud de protección si accedes a ellas.

Granger desenrolló el pergamino y descubrió que caía hasta el suelo. Le dio una mirada lenta–. ¿Hay algo en particular a lo que quieres que preste atención con tal de ahorrar tiempo?

–Si –dijo Draco–. El punto número cincuenta y seis.

Granger recorrió la lista con la mirada hasta dicho punto.  –El Sujeto debe acceder a utilizar el Anillo en todo momento, hasta que el proyecto haya sido completado.

–Ese mero –dijo Draco.

–¿Cuál anillo? –preguntó Granger.

–Este –dijo Draco lanzándoselo. La pequeña banda de plata cayó sobre el pergamino, giró una vez y se detuvo–. No quiero entrenarte para tolerar un Imperio o el Veritaserum, ni en magia de protección,  Oclumencia Avanzada o entrenamiento físico (viéndote, parece que apenas y podrías noquear a una mosca), tampoco creo que tú quieras recibir ese tipo de entrenamiento.

–Correcto –dijo Granger con una mirada de sospecha pasando del anillo a Draco.

–Y tampoco quiero estar frente a tu puerta como un guardaespaldas glorificado, aguardando por lo que sea que Shacklebolt espera que suceda.

–dijo Granger con entusiasmo–. Continúa.

–Así que, le presente a Shacklebolt esta opción que, básicamente, me permitirá ser alertado si algo te llegara a suceder para aparecerme donde estés al instante. Así yo puedo dedicarme a lo mío y tú a lo tuyo, sin afectar nuestros horarios.

Draco esperaba ser elogiado por la sencilla elegancia de su solución. En su lugar, Granger tocó el anillo con su varita.

–No te va a matar –dijo Draco.

Hermione lo miró seriamente. –Mi repositorio de información es pequeño, pero he visto las consecuencias de la última pieza de joyería que Draco Malfoy regaló, y fue alarmante. Disculpa si no tengo ganas de ponérmelo inmediatamente. Me gustaría analizarlo primero.

Ah, sí. El incidente de Katie Bell. Si Draco tuviera sentimientos, se habría sentido herido, por semejante muestra de desconfianza a causa de algo que hizo como el adolescente idiota manipulado por el Mago Oscuro del Siglo que fue, hace ya una década y media. Pero, no los tenía, así que su punto le pareció válido.

–Me alegra ver que al menos tienes algo de sentido de autopreservación –dijo Draco. Haciendo un ademán hacia el anillo–. Analízalo con gusto.

Granger lanzó algunos hechizos de revelación, los cuales hicieron que el anillo brillara por dentro, con una mezcla de hechizos traslucidos–. Entonces, ¿qué es todo esto?

–Decírtelo arruinaría la diversión, ¿no crees? Así que, tú dime –dijo Draco. Y con eso, se acomodó en su silla. Ahora era su turno de verla descifrar algo.

Paso hábilmente por cada uno de los hechizos, eligiendo rápidamente eligiendo aquellos más críticos. Draco supuso que como Sanadora el hechizo de diagnóstico le resultaría de lo más simple.

Enlisto sus descubrimientos. –Un hechizo de localización, runas de protección (gracias por ese detalle), una señal de emergencia, monitoreo cardíaco…

Ahora sus labios escondían una sonrisa.

–¿Qué te da risa? –preguntó Draco.

–Inventaste un Smartwatch Mágico.

–¿Disculpa?

A menos que la estuviera malinterpretando, Granger estaba sugiriendo que su creación era una copia barata de algo muggle. ¿Qué?

–Olvídalo. ¿Qué es esto inconcluso de por acá? –preguntó Granger, apuntando su varita hacia un nudo verde de cálculos aritméticos.

Draco sintió su nariz respingarse: esa parte inconclusa era el resultado de varias horas de frustrante trabajo–. Todavía no he terminado con esa parte.

–¿Qué se supone que es?

–Un traslador. Para momentos en los que no pudieras aparecerte, o si estuvieras en una zona Anti-Aparición. Pero, aún no he terminado los cálculos.

Granger se veía ligeramente impresionada. Draco suponía que estaba rodeada de las mejores mentes mágicas en su día a día, y debería estar complacido con que estuviera impresionada por el invento de un Auror.

–Un traslador bajo demanda sería algo interesante –dijo Granger.

–Utilizar Portus es un dolor de cabeza –dijo Draco, intentando más resignado que abatido.

–¿Has pensado en hacer más de estos anillos? ¿Podrías monetizarlos fácilmente? –dijo Granger mientras sostenía el anillo en el aire.

–¿Parece que necesito el dinero? –pregunto Draco.

Granger lo miró fijamente y se enderezó. Habían estado peligrosamente cerca de tener una conversación civilizada y ella parecía haber olvidado con quién hablaba. En lugar de responder hizo un sonido nasal.

–De todas formas, no puedo producirlos en masa.

– Claro –Granger estaba pesando el anillo en su mano–. Esta no es solo una baratija a la que le pusiste un par de hechizos.

–No.

–Esto es un artefacto.

–Es correcto.

–Una reliquia familiar, si tuviera que atreverme a adivinar.

–Sí.

Claro que había notado el hechizo de camuflaje que hacía ver el anillo como una sencilla banda de plata. Ella tocó con su varita el anillo para revelar su verdadera apariencia, un uroboros de plata, siempre comiéndose su cola. Y en el interior de la banda, llevaba el lema familiar: Sanctimonia Vincet Semper. La pureza siempre conquistará.

–¿Estás seguro de que este anillo no intentará amputarme el dedo? Después de todo, no soy p ura –dijo Granger.

Draco sintió que la temperatura en la oficina de Granger había bajado considerablemente.

–¿Notaste algún indicio de Magia Oscura? –preguntó Draco. Habló apresuradamente, sonaba a la defensiva. Maldita sea.

–Si había Magia Oscura, ya no la hay –dijo Granger.

Tocó nuevamente el anillo, regresándolo a la forma de una sencilla banda de plata. Se veía pensativa.

–Necesitaré algo de tiempo para hacer todo lo de la extremadamente completa lista de recomendaciones.

–Tómate todo el tiempo que necesites –dijo Draco –. Pero, ten en cuenta que la alternativa de Shacklebolt es prepararme un catre para pasar las noches en tu laboratorio.

Lo miró de reojo, y pareció decidir que debía estar bromeando. –Necesitaré pensar en el punto cincuenta y seis en particular. ¿Quieres el anillo de vuelta mientras tanto?

–Quédatelo –dijo Draco–. Haz que tus amigos lo analicen, ¿no hay uno de los Weasley que es bueno en eso? En fin, cuando estés lista y sin dudas, envía una lechuza para que podamos seguir con nuestras vidas.

Granger se animó, como si la mera idea de tener una vida sin Draco en ella fuera la mejor cosa que él pudiera haberle ofrecido.

–Lo haré –dijo ella.

Dos de sus estudiantes, vestidos con batas blancas y lentes de protección, tocaron la puerta, emocionados de compartir algún descubrimiento con la querida Profesora Granger.

Draco se puso de pie para retirarse mientras Granger se ponía su bata blanca, lista para unirse a sus estudiantes en el laboratorio. Había una mirada incómoda y extraña en su rostro.

Draco, siendo una persona incapaz de hacer las cosas más fáciles, simplemente le arqueó una ceja.

–Supongo que quiero decir gracias. Por trabajar en esto como lo hiciste, no he estado haciendo mi parte intentando encontrar una solución a la solicitud de Shacklebolt. El anillo es una buena idea.

–Creo que estás haciendo tu parte en otras cosas –dijo Draco.

Ella salió y murmuró algo que pareció ser un adiós.




Chapter 3: Visita a Domicilio por Genio Inventor

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La lechuza de Draco recibió una buena dosis de ejercicio en los siguientes días mientras él y Granger negociaban las recomendaciones que le había dado. Ella sugería que algunas de las medidas eran absolutamente draconianas (“juego de palabras a propósito, disculpa”) e intentaba rechazarlas, en especial la que involucraba visitar su casa para realizarle hechizos de protección personalizados.

Eventualmente, Draco sacó su lado más severo y redactó lo siguiente:

Granger, las órdenes de Shacklebolt sobre la protección de tu hogar no son negociables. Necesito saber cuándo sería el momento más conveniente para ti esta semana. Si no lo haces, llegaré en un momento inoportuno. - D (por draconiano)

Malfoy, no estoy segura si escuchaste mi suspiro de exasperación desde Londres, así que lo escribo para ti. Soy más que capaz de mejorar la protección de mi propia casa, o de contratar a una empresa para ello. Pero, si Shacklebolt insiste en que seas tú quien lo haga, que así sea. Revisa mi horario para ver las opciones, recién lo actualice. P. D.: son muy pocas, el martes por la tarde parece ser la más conveniente, pero estaré de guardia para una cirugía local (muggle) y puede que tenga que salir antes de que termines. - H

Granger, sí sé que es una cirugía. - D

Entonces, ¿cómo es el hogar de una Erudita/Héroe de Guerra/Sanadora/Justiciera de Causas Nobles/Investigadora en Peligro que es nacionalmente reconocida?

En una modesta cabaña en Cambridgeshire, aunque usted no lo crea. Si el cálculo de Draco no fallaba, tendría unas tres recámaras. Granger estaba frente a la reja y, conforme él se acercaba desde su punto de Aparición, agitaba su varita para permitirle la entrada a través de sus actuales encantamientos de protección.

–¿Qué le pasó a tu cara? –le preguntó a Draco.

Esta Granger, siempre tan directa.

–Una Bludger –dijo Draco.

–Oh. Luce mal.

(Probablemente era verdad, Zabini tenía un brazo fuerte.)

Mientras se acercaba a la reja, Draco vio como Granger analizaba la herida con ojo experto. Vaciló un momento y después, sin poder resistir su instinto para hacer el bien, dijo: –¿Quieres que lo revise?

–No. Ya me puse ungüento, dijo Draco, pasando los dedos por su adolorida mandíbula.

–Eso te dejará un lindo moretón.

–Estoy bien. Vine aquí para proteger tu casa, no a una consulta.

Granger apretó los labios.

–¿Me vas a invitar a pasar? –preguntó Draco, irritado por como ella estaba parada, observándolo con preocupación. Se sentía como un vampiro pidiendo invitación para entrar.

–Adelante –dijo Granger.

Draco vio que estaba vestida con otra versión de su bata blanca, esta vez complementándola con un accesorio que colgaba de su cuello.

–Te has dejado tu dispositivo de auto-asfixia puesto –dijo Draco apuntando al objeto.

–Es un estetoscopio –dijo Granger con un “idiota” contenido por el tono de su voz.

–Claro –dijo Draco, sin pedir más explicaciones–. Dame un tour para empezar a trabajar.

Ella lo llevó a la primera habitación de la casa, la cual podría haber sido una sala, si no fuera por la explosión de libros que se veían por todas partes.

–Me regañaste por dejar un libro media pulgada fuera de su lugar. Mira este desastre – dijo Draco, picado por semejante injusticia.

–Es parte de mi proyecto de digitalización –dijo Granger–. Solo es un desastre temporal–. Señaló a una máquina Muggle en el centro de la habitación, conectado a lo que parecía una versión más plana de una computadora.

–¿Digitalización?

–Sí. He estado preservando conocimiento mágico a través de medios muggles,  me estoy cansando de cargar con enormes libros, encontrar material irreparablemente dañado o perdido porque algún idiota derramó té en una página hace veinte años y de buscar cosas a través de registros antiguos como si estuviéramos en 1855. Es un proyecto que tengo para las ediciones más delicadas. Desafortunadamente, no tengo tanto tiempo para dedicarle como me gustaría…

Llevó a Draco por la cocina, un espacio bastante muggle, salvo por la variedad de plantas mágicas y algunas pociones que tenía en la orilla de la ventana. Podría haber habido algo mágico calentándose en el caldero, pero ella lo llevó directo al siguiente cuarto.

–¿Un invernadero? –preguntó Draco.

Granger lo miró como si con eso confirmará que tan idiota y remilgado era. –¿Un invernadero? Esto no es la Casa Ascott. El agente inmobiliario lo llamó solárium.

Eso a Draco le pareció un nombre demasiado alentador, pues veía con escepticismo como la aguanieve de enero caía sobre el techo de vidrio.

En ese momento, una criatura rara y naranja de cara plana apareció, caminando alrededor de los tobillos de Granger.

Con mucho optimismo por su parte, Granger lo denominó un gato.

–¿Qué le pasó a tu gato? –preguntó Draco con algo de preocupación, agachándose para ver mejor a la criatura.

–No le pasó nadadijo Granger. Y tanto ella como la criatura miraron a Draco ofendidos–. Es mitad Kneazle y, de hecho, es bastante inteligente. ¿Verdad que sí, corazón? ¿Mi vida?¿Mi angelito?

Mientras Granger le masajeaba las orejas, el gato veía a Draco con una expresión de desdén.

Al parecer, decidió que ya había tenido suficiente atención de Granger. Se dio la vuelta lista para irse, con su ridícula cola en alto, de modo que Draco tuvo una vista completa de su ano.

–Que encantador –dijo Draco.

Continuaron con el tour en un espacio apretado en el segundo piso. Tenía tres pequeñas recámaras, tal como Draco había pensado, con puntos de entrada predecibles que debía proteger.

La primera recámara parecía ser utilizada como estudio. Draco notó una especie de pedestal en el centro de la habitación en el que reposaba un viejo y dañado grimorio, rodeado por muchos encantamientos de estasis.

Granger notó que le había llamado la atención. –Una tragedia. No preguntes o lloraré.

Draco no deseaba lidiar con llantos por libros, así que no indago más; pero, hizo una nota mental para futuras investigaciones.

La segunda recámara estaba casi vacía, salvo por un tapete extendido en el suelo, velas y orquídeas. ¿Qué clase de ritual estaba preparando Granger? Intentó hallarle un sentido al acomodo de las velas, pero no coincidía con ninguna geometría que él conociera.

Finalmente, llegaron a la habitación de Granger, ella le permitió echar un vistazo con evidente inquietud. Draco no pudo encontrar una manera civilizada de decirle “Deja de moverte, solo necesito ver cómo los malos podrían intentar secuestrarte; no estoy aquí para hurgar en tu ropa interior”, así que no dijo nada.

Un desagradable sonido comenzó a sonar cerca de Granger. Ella sacó un objeto del tamaño de su palma del bolsillo de su bata y habló por él. Por lo que Draco entendió, la estaban llamando para la cirugía a través de ese objeto.

Confirmo esto mientras se apresuraba hacia las escaleras. –Tengo que irme. Creo que ya viste lo suficiente como para poder orientarte. Por favor, acomoda los hechizos de protección para que Crookshanks pueda entrar y salir de la casa. Le gusta vagar. Regresaré en un par de horas.

–¿Crookshanks? –preguntó Draco mientras Granger bajaba las escaleras.

–¡El gato! –dijo Granger.

Se apresuró a salir, pero en lugar de escuchar el crack de la Desaparición, Draco escuchó el sonido de un motor. Granger estaba conduciendo. Un carro muggle.

Era definitivamente rara.

O tal vez no, reflexionó mientras regresaba al jardín. Si ella iba a una cirugía muggle, tendría que llegar por medios muggle. Aparecer al instante en la puerta de cirugía plantearía algunas preguntas.

Conforme analizaba la dualidad de la vida que Granger llevaba, Draco comenzó a trabajar.

 


 

Después de unas dos horas de trabajo, Draco se sentía satisfecho. Los hechizos tendrían que reforzarse más o menos cada semana, pero nadie podrá pasar a la casa de Granger sin su permiso. Los puntos de entrada y salida fueron blindados con un kit estándar de Aurores y algunas invenciones del propio Draco; los intentos de entrar por debajo del suelo serían abatidos por un Depellens Penetrationem  y los ataques aéreos recibirían un Caeli Praesidium. El típico repertorio de alarmas contra intrusos también estaba distribuido por todas partes.

Francamente, para ser una bruja tan famosa como Granger, cuyos dos amigos más cercanos eran Aurores, sus hechizos de protección habían sido insignificantes. Pero bueno, estos eran tiempos de paz, y ahora ella era una erudita, no una adolescente persiguiendo objetos de magia oscura para asesinar a un mago malvado siete veces.

El mitad Kneazle observaba tétricamente a Draco a través de la lluvia que caía desde el pórtico. Draco finalmente agregó la firma mágica de la criatura a los hechizos y se lo informó. En respuesta, la criatura solo parpadeó. Draco estaba desconcertado.

Justo cuando la lluvia comenzó a aminorar, un carro subió por la calle para estacionarse detrás de la casa.

Un momento después, Granger caminó por un lado de la casa. –¿Aún estás aquí?

–Recién terminé –jadeo Draco. Realizar hechizos de protección te dejaba mágicamente exhausto.

El mitad Kneazle fue recibido con muchos besos en su fea frente mientras Draco intentaba no parecer tan empapado y sudado. ¿Dónde estaban los agradecimientos para él?

art by nikitajobson

arte por nikitajobson

–También protegeré tu carro –dijo Draco –. Por si lo usas para moverte mucho o vas regularmente al lugar de las cirugías Muggle.

Granger frunció el ceño. –Mi carro es nuevo. No puedes ponerle hechizos de protección, podrías causar problemas en su funcionamiento.

Viendo la expresión ofendida y confusa de Draco, agregó: –Los carros ahora tienen componentes eléctricos. Tal vez no los tenían cuando llevaste Estudios Muggle.

Lo había dicho como si Draco tuviera 120 años y la última vez que hubiera llevado Estudios Muggle fuera cuando a los carros todavía se les decía carruajes sin caballos.

–Meteré un chivatoscopio en la guantera –dijo Granger.

Para alguien tan inteligente, ciertamente podía ser una idiota.

–Excelente –dijo Draco–. Eso definitivamente te alertará de una Bombarda Máxima a veinte metros de distancia. Podré decirle a Shacklebolt que tomamos todas las medidas necesarias para protegerte, cuando saquemos tus restos quemados del vehículo.

La imagen violenta fue lo suficientemente exitosa para que Granger cediera. –Esta bien. Puedes protegerlo. Solo, por favor, mantente alejado de las piezas del centro y de todos los botones que están al lado del volante.

El momento de triunfo de Draco fue arruinado por un largo gruñido de hambre, proveniente de su estómago (desafortunado, pero estaba listo para culpar al gato).

Hubo una pausa. La mirada de Granger se centró en el abdomen de Draco. Parecía estar en conflicto entre sus sentimientos hacia él y sus modales. Finalmente dijo: –Debes estar hambriento. ¿Quieres pasar? Tengo algunos snacks, de paso podemos repasar las recomendaciones y el anillo.

Pues claro, Draco se estaba muriendo de hambre. Dos horas haciendo hechizos de protección acababan con un hombre. Por otro lado, había una comida de cinco tiempos esperándolo en la finca. Sin embargo, quería acabar con este trabajo y que su siguiente conversación con Granger fuera sobre la devolución del anillo, dentro de muchos meses.

–Está bien –dijo Draco.

Draco pasó al baño para refrescarse un poco, lo cual involucró mucho Fregotego en sus axilas (cuanta clase, Madre estaría orgullosa) e intentar algunos hechizos de secado en su túnica. Declaró su pelo como una causa perdida. No es como que quisiera impresionar a alguien. Además, en esta casa con Granger, la anémona humana, y su gato que parecía más bien un estropajo naranja, su cabello definitivamente era el ganador.

Su look estaba complementado por el maravilloso moretón que se estaba formando en su mandíbula. Se puso más ungüento, molesto de que Granger tuviera razón sobre lo feo que se pondría.

Caminó hacia la cocina, donde Granger tenía el pergamino de recomendaciones y el anillo sobre la mesa. Vio como se quitaba la bata blanca y la metía en una máquina muggle que había al fondo del cuarto (a juzgar por la ropa doblada alrededor, era una máquina de lavado). Debajo de la bata llevaba otra camisa de manga larga. ¿Quién diría que Granger tenía tanta aversión por mostrar sus codos?

La mesa de la cocina estaba situada en un rincón. Por ende, Draco se tuvo que sentar en una silla al lado de Granger. Desde ese ángulo, mucho más cerca de lo que había estado antes, notó que si tenía un buen par de pechos.

Sin embargo, Granger eligió ese preciso momento para abrir el pergamino, ahora marcado con muchos signos de interrogación y sugerencias y Draco no pudo sentirse atraído, estaba siendo sofocado por oleadas de erudición.

–Estas son algunas de mis preocupaciones principales –dijo Granger, apuntando al pergamino, que prometía una larga y ardua discusión. –Pero, primero comamos algo.

Rebuscó en un armario patéticamente vacío y colocó algunas opciones sobre la mesa.

Si le preguntaban a Draco, diría que el plato fuerte de esa noche parecía ser pelo de gato. Se sacó unos cuantos pelos naranjas de la boca mientras el gato (maldita criatura) se paseaba entre las patas de su silla, mirándolo con aire de superioridad.

Granger tuvo la cortesía de parecer apenada cuando se dio cuenta de ello.

–¡Perdón! –Agitó su varita en dirección a Draco, desapareciendo la mayoría de los pelos–.  Siempre terminan por todas partes. A veces creo que él puede hacer que aparezcan en lugares indescriptibles.

Mientras quitaba los restos de pelo que quedaban, Draco solo dijo “Pht” en respuesta. Aunque, lo que en realidad quería decir era: Si encuentro pelo naranja en mis pelotas esta noche, le arrancaré el pelaje a ese animal con mis propias manos.

Granger abrió un paquete y se lo pasó.

–¿Qué es esto? –preguntó Draco alzando una de esas cosas.

–Galletas con queso.

Lo cual explicaba todo, obviamente.

Por su parte, Granger comía atún, directamente de la lata.

–Triste, Granger –dijo Draco.

–Es proteína –respondió ella. Vio la mediocre comida a la cual Draco estaba frunciéndole el ceño y se puso a la defensiva–. No he tenido tiempo de salir a la tienda.

–¿Por qué no solo envías a un elfo domé–

Draco se interrumpió, conforme se daba cuenta de las palabras que salían de su boca, pero era demasiado tarde. Granger lo estaba viendo como si le acabara de confirmar, por segunda vez en ese día, la clase de idiota privilegiado que era.

Se levantó, con la mandíbula tensa, para hacer té. Pareciera una excusa para alejarse de él. Pero, daba igual; Draco no estaba ahí para hacer amigos.

Granger movió la tetera. Parecía estar manteniendo a raya su nivel de hostilidad.  Discretamente, Draco revisó sus bolsillos. Tenía un bezoar escondido, en caso de que su té tuviera algunos aditivos especiales cortesía de la Vigilante de Elfos Domésticos.

Granger puso las tazas en la mesa con más firmeza de la necesaria. No había evidencia inmediata de veneno y Granger había encontrado un paquete de galletas para acompañar el té. Draco se comió dos tercios como si estuviera famélico; si estaban envenenadas, pues que así fuera.

Después de eso, Granger desplegó el pergamino, y con un aparente gran esfuerzo, separó sus sentimientos del idiota de Draco y comenzó a hablar.

Le preguntó sobre las recomendaciones como si fuera un aprendiz de Auror que había entregado esto para revisión y, por ende, debiera estar agradecido por su retroalimentación. Así fue como discutieron por cada punto en la lista: punto número catorce, si podía agregar al equipo de limpieza a las protecciones del laboratorio (concedido); punto número veintiséis, si de verdad tenía que avisarle cuando fuera a salir de la ciudad (si), y de ser así con cuánta anticipación (24 horas); punto número treinta y tres, que se considera un evento público (algo con más de 40 personas); punto treinta y cuatro, ¿por qué tenía que avisarle sobre su participación en eventos muggle? (porque él dijo); podría no hacer que su hogar fuera ilocalizable, tenía amigos Muggle que podrían visitarla (no); y así sucesivamente hasta llegar al punto cincuenta y seis.

Granger rellenó las tazas de té y sacó otro paquete de galletas, ya que Draco se había comido (por estrés) todo el primero.

–Entonces…el anillo –Dijo Granger.

–El anillo –repitió Draco. La cruz de todo, el objeto que significaba que podía seguir felizmente con su vida, sin Granger, y aun satisfacer al Ministro y a Tonks.

–Lo he llevado a revisar por varios expertos, parece seguro. De hecho, estaban muy impresionados con él.

Draco quería decir: Naturalmente. Soy un genio. ¿Dónde está tu Smartwatch ahora?

En su lugar, tomó un sorbo de su té con orgullo.

–También he hablado con Tonks –continuó Granger–. Probablemente te dijo lo mucho que le gusta la idea. Significa que puedes tomar otros trabajos mientras me monitoreas a distancia. Así que, en general, con críticas entusiastas por todas partes y contras mínimas, estoy dispuesta a proseguir. Solo tengo una pregunta para ti.

–¿Sí? –dijo Draco, aunque sospechaba cuál sería la pregunta. En realidad, estaba sorprendido de que no la hubiera hecho hasta ahora.

–¿Cómo recibes la información del anillo?

Draco alzó su mano y agitó su varita, anulando el hechizo de ignorancia que tenía puesto.

–Ah –dijo Granger mientras el anillo plateado en el dedo de Draco se hacía visible.

Su mirada pasó del anillo de Draco al que estaba en la mesa. Y después de algunas deliberaciones privadas dentro de su mente, dijo inteligentemente: –No haré más preguntas sobre el uso original de estos anillos. Siento que si se más detalles, podría negarme a todo este asunto.

–Buena idea –dijo Draco.

Porque sí, estos anillos habían sido utilizados durante mucho tiempo por parejas casadas en la familia Malfoy. Su madre se había quitado el suyo hace años, luego de la muerte de Lucius en Azkaban. El silencio del anillo era un recordatorio constante de su pérdida y no pudo soportar usarlo más.

Draco modificó los anillos para que solo hubiera comunicación unilateral entre el de Granger y el suyo. No necesitaba que ella recibiera alertas cada vez que su corazón se acelerara cuando se estuviera masturbando por las mañanas.

Viviendo en la feliz ignorancia de estos pensamientos, Granger preguntó: –¿Hay algo especial que tenga que hacer o simplemente me lo pongo?

–Yo lo haré –dijo Draco–. Necesita ponerlo la persona que esté usando el anillo…um… par.

Intento ser brusco y serio al respecto, pero hay pocas cosas tan personales como un hombre poniéndole un anillo a una mujer. Sin importar lo que hiciera, sería muy incómodo. Se preguntó si Granger lo encontró igual de embarazoso. Por su parte ella estaba estudiando la pared de la cocina, ligeramente sonrojada.

Su mano era pequeña y delicada, comparada con la suya. El anillo se deslizó sin ningún problema y ahora sentía una cierta energía en su mano, su anillo ya tenía con quien hablar.

–La alerta de emergencia se activa al darle la vuelta a tu anillo tres veces –dijo Draco para romper el silencio–. Haz eso y yo apareceré donde estés inmediatamente.

Granger rápidamente apartó la mirada de la pared. –Está bien.

–Resérvalo para emergencias Granger, y no por qué encontraste té derramado en un libro.

–Espero que jamás tenga que usarlo –observó el anillo en su mano–. Al menos no intentó matarme de inmediato.

–No te pongas tan cómoda. Tal vez esté jugando a largo plazo.

Draco tocó el pergamino con su varita, pasando sus anotaciones y discusiones a una versión en limpio. Después de ello creo una copia para ella.

–Ahora que terminamos con esto, debes apegarte a lo acordado. Hemos establecido bastantes medidas de seguridad y preferiría no ser arrastrado frente al Wizengamot por negligencia profesional resultado de la muerte de la gran Hermione Granger.

–Entiendo –fue la respuesta de la gran Hermione Granger.

–Bien. Ahora, antes de irme, una última cosa –Draco metió la mano a su bolsillo–. Mi lechuza perdió medio kilo desde que empezamos a comunicarnos, así que…

–Le daré más tarta de melaza –agregó Granger. Su gato descansaba en sus piernas, comiéndose las sobras del atún.

–He decidido unirme a la moda y comprar una de estas cosas –terminó Draco. Después puso sobre la mesa un par de Libretas de Parloteo de los Weasley–.  De seguro has escuchado sobre ellas, son muy famosas en las nuevas generaciones. Las lechuzas ya no están de moda. No son lo suficientemente inmediatas.

En la opinión de Draco, era el triste final a una larga tradición mágica. Uno no podía escribir una carta bien redactada en una Libreta de Parloteo, simplemente no podía. 

–Estoy familiarizada con ellas –dijo Granger. Era más que obvio que estaba intentando contener una sonrisa. Draco sopesó los pros y contras de preguntar. Al final, decidió en contra: entre ella y su gato, los niveles de presunción en este cuarto lo asfixiarían pronto.

–Entonces, ¿sabes cómo funcionan? –preguntó Draco, pasándole la pequeña libreta.

–Oh sí –dijo Granger, aceptando el objeto–. Gracias. Me siento mal por tu lechuza.

–Se recuperará y pronto estará gordo por falta de ejercicio.

Terminado el trabajo, Draco se levantó murmurando un agradecimiento por el té. Granger respondió con unas palabras inteligibles de gracias por los hechizos de protección.

El gato intentó hacerlo tropezar y romperse el cuello cuando salía de la cocina.

Draco consideró que ese había sido un buen cierre para una velada desagradable.

 

Chapter 4: Imbolc

Chapter Text

En estos últimos años trabajando con Potter y Weasley, Draco había desarrollado una relación profesional y cool con ellos, que Weasley demostró a la mañana siguiente cuando dijo: –¡Ey! ¡Puñetas! –Colgándose sobre la pared del cubículo de Draco como un muppet desarticulado y pelirrojo.

–¿Qué quieres, Weasley?

–Escuchamos que le asignaron protección a Hermione y que el Auror a cargo es insoportable –dijo Weasley.

–¿Eso lo dijo ella o ustedes?

Potter se asomaba por la pared del cubículo con su desastroso cabello y brillantes ojos verdes diciendo: –Nosotros. Ella dijo que habías sido muy profesional. Sabemos la verdad.

–Suertudo –dijo Weasley–. ¿Por qué Tonks nos da a los vampiros y tú te encargas de Hermione? Ni siquiera te agrada.

–Tenía entendido que era una cuestión de competencia –dijo Draco–. Tonks dijo que tenía que asignar a su mejor Auror para la mente más brillante de Gran Bretaña…

Weasley se mofó, Potter se burló.

–Y que los Aurores incompetentes tendrían que lidiar con los vampiros –terminó Draco.

–No dije semejante cosa –dijo Tonks pasando por el escritorio como si el cuerpo le pesará–. ¿No deberían estar trabajando? Por cierto, en lo que a mí respecta ninguno es el mejor Auror.

Potter y Weasley se rieron entre dientes. Draco se sentía ofendido.

–Por cierto, ¿en qué está trabajando Hermione que tiene al viejo Shack tan preocupado? –Preguntó Weasley–. No nos lo quiere decir.

–Es información clasificada –dijo Draco tocando su nariz.

Lo cierto era que él tampoco tenía la más mínima idea, pero sacar de quicio al Dúo Dinámico siempre era divertido. Los dos parecían lo suficientemente molestos porque Draco supiera algo que ellos no.

–¡TRABAJEN! –Gritó Tonks desde su oficina.

–Sí, jefa –replicó Weasley.

–Te ofrezco un consejo, Malfoy –dijo Potter mientras regresaban a sus lugares–. No insultes al gato de Hermione.

–Demasiado tarde –dijo Draco.


Ya habían pasado dos semanas, en las cuales Granger se había mantenido tranquila. Draco había calibrado su anillo para avisarle de cambios drásticos, sin importar si eran físicos o emocionales, que pudieran indicar peligro: miedo, pánico, dolor o un ritmo cardíaco inusualmente acelerado.

En general, Granger tenía un temperamento bastante equilibrado. Solo hubo un día que el anillo de Draco vibró durante toda la mañana indicando un ritmo cardíaco elevado, pero no lo suficiente como para ser catalogado como miedo.

Alejó ese pensamiento de su mente y se unió junto a Goggin y algunos Aurores novatos para su entrenamiento físico. Tonks insistía en que sus Aurores no solo mantuvieran sus habilidades de duelo con prácticas rigurosas, sino también con habilidades de pelea física. Muchos se habían quejado de tener que aprender a pelear como Muggles. Tonks les aclaró las cosas. Un Auror desarmado todavía podía superar, desarmar o lastimar a su oponente con entrenamiento en combate físico siempre que mantuviera su ingenio; sin embargo, un Auror sin varita y sin entrenamiento era un Auror muerto.

El pulso de Granger volvió a elevarse, por cuarta vez esa mañana, interrumpiendo la sesión de entrenamiento de Draco. Su distracción momentánea le permitió a Goggin propinarle un gancho al mentón.

Molesto, pidió tiempo fuera sosteniéndose la mandíbula, usó la Libreta de Parloteo para mandarle un mensaje rápido a Granger, el cual consistió únicamente en signos de interrogación: ???

Ella le respondió con una breve nota: Perdiendo a un paciente.

Draco no le respondió, principalmente porque no sabía qué decir, pero también porque Goggin había decidido que el descanso había terminado y ahora estaba intentando causarle una contusión.

Más tarde recibió un nuevo mensaje de Granger: Por cierto, saldré de la ciudad mañana en la mañana, solo será un día. Se que nuestro acuerdo era avisar con 24 horas de antelación y te estoy dando como 12 horas. Perdón, ha sido un día caótico.

¿A dónde?, fue la respuesta de Draco.

Somerset, contesto Granger.

¿Por qué?

Festividades

¿Una de esas vacaciones marcadas con asterisco?

Granger no respondió. Así que eso era un sí.

Esa tarde, mientras Draco estaba cenando, su anillo le indico dolor. Pero no era un dolor físico, era más como el dolor que causa una pérdida. Sabía que estaba en algún lugar de Cambridgeshire. La intensidad del sentimiento lo sorprendió. La sinceridad que sintió. Granger verdaderamente era una persona de buen corazón. Supuso que había llegado a su casa y estaba dando rienda suelta al dolor por la pérdida de su paciente.

–¿Draco?¿Está todo bien?

Draco se encontró siendo observado por la mirada curiosa de Narcissa Malfoy. Cayó en cuenta de que había dejado de comer cuando el dolor fantasmal se hizo presente.

–Estoy bien –dijo Draco–. Solo estaba pensando en el trabajo.

Draco no le había dicho a su madre que había tomado los anillos Malfoy. Estaba seguro de que no hubiera estado de acuerdo con el uso que les estaba dando y mucho menos con su elección de pareja.

Cambió de tema hasta llegar a uno más seguro y comentó que había notado que el arreglo floral estaba especialmente lindo esa noche. La floristería era uno de los pasatiempos favoritos de su madre.

–¿Te gusta? –preguntó su madre, acercándose para acomodar algunos pétalos delicados. Se veía pensativa–. Mañana es Imbolc.

–¿Imbolc? – La palabra sonaba vagamente familiar para Draco, quizás era algún festejo pagano.

Narcisa tomó una flor perfectamente acomodada y la reemplazó por una aún más perfecta al colocarla en el arreglo. –Sí, marca el final del invierno. Tu abuela usualmente festejaba estas antiguas tradiciones cuando yo era niña. Decoraba la casa con campanillas y narcisos en todas las superficies, habría un festín, y nos sentiríamos esperanzadas sabiendo que ya venía la primavera.

Draco respondió algo amable. Su madre lo observó comer con las manos cruzadas sobre su regazo. Ella tenía algo más que decir.

–¿Qué pasa? –preguntó Draco.

–¿Estarás en casa mañana? Invite a unas amigas a tomar el té.

Draco cálculo rápidamente. Esas amigas seguramente tendrían encantadoras y perfectas hijas que, sin duda alguna, también vendrían a tomar el té. Su madre se había hecho cada vez menos sutil en sus intentos de casamentera desde que él cumplió treinta.

Desafortunadamente para Narcissa (y las jóvenes disponibles), el interés de Draco por algo más serio que escapadas de fin de semana a París era nulo. Había intentado algo formal una vez, se había comprometido por dos años con Astoria y había sido tiempo suficiente para confirmar que, sin importar lo Sangre Pura y educada que fuera la bruja, él no estaba listo para el matrimonio.

La nota que Granger le había mandado más temprano ese día le había ofrecido la excusa perfecta. Draco hizo una mueca y respondió. –Estaré trabajando. Tengo un asunto pendiente en Somerset mañana.

Granger no sabía que tendría compañía. Para desgracia de ella, él le diría que era una revisión aleatoria. Su seguridad ante las amenazas reales o imaginarias de Shacklebolt eran su prioridad después de todo.

Narcisa no parecía sorprendida ante su excusa. –Es una lástima, será para la próxima entonces.

La cena terminó. Draco se retiró a su recámara, donde tomó un largo baño y curó las heridas que le había dejado el entrenamiento.

Su Libreta vibró. La convocó para encontrar una nota de Granger, era la respuesta tardía a su anterior pregunta. Sí, es una de las vacaciones marcadas con asterisco. Un pequeño paseo. Giraré el anillo si te necesito.

La última oración era la manera de Granger para decir “No te necesito, no vengas, no estás invitado.”

Sin duda se pondría furiosa cuando apareciera frente a ella. El solo pensamiento le causó una sensación placentera.

En ese momento algo que se encontraba al fondo de la mente de Draco desde la cena resurgió e hizo clic. Salió de la tina, se secó con unos cuantos movimientos de varita y revisó el horario de Granger.

Mañana era…¿Qué había dicho su madre?¿Imbolc?

Y eso coincidía con uno de los asteriscos del calendario de Granger.

¿Acaso habría otras coincidencias interesantes? Revisó el resto de las fechas. El siguiente asterisco era durante un fin de semana a finales de marzo. Otro a inicios de mayo, uno más en junio y después a inicios de agosto.

Emocionado con el triunfo anticipado, Draco bajó a la biblioteca de la mansión, donde tomó un par de libros sobre tradiciones paganas Celtas y Germánicas.

Tenía razón. Las fechas de Granger coincidían con los antiguos calendarios. Draco recitó los antiguos términos. Imbolc. Ostara. Beltane. Litha. Lughnasadh. Mabon. Samhain.

¿Qué estaba tramando Granger?

Draco estaba oficialmente intrigado.


Draco le concedió la mañana a Granger para que iniciara su aventura en Somerset antes de que él se le uniera. Esto le permitió despertar más tarde, volar con el vigorizante viento de febrero y la oportunidad de un lujoso almuerzo. Le di un beso en la mejilla a su madre acompañado de un comentario casi sincero sobre arrepentirse de haberse perdido el té.

Somerset se encontraba lo suficientemente lejos de Wiltshire como para que Draco tuviera que moverse por la red Flu a un bar de magos en Cannington antes de Aparecerse en la ubicación del anillo de Granger.

La Aparición tomó un momento más de lo usual, con una extraña especie de estiramiento en el último medio segundo, como si intentara alcanzar su destino. Cuando llegó, Draco entendió por qué. Granger iba a una velocidad alta, dado que iba en su coche por la carretera.

Granger soltó un grito cuando Draco se materializó en el asiento del copiloto. Su cabeza estaba en dónde deberían ir sus pies, y por lo que podía sentir, sus pies estaban en la cara de Granger. En resumen, no fue la llegada más elegante.

Granger desvió el carro y frenó de golpe. Draco se acomodó correctamente con cierta dificultad mientras le llovían preguntas, incluyendo qué rayos estaba haciendo, quién se creía, cómo se le ocurría, y si de verdad estaba loco.

La voz de Granger podía llegar a ser bastante chillona. Penetrante, de verdad.

–¡Te acabas de Aparecer en un objetivo en movimiento! ¿Acaso has perdido la cabeza? ¡Pudiste haberte desparticionado en cientos de pedazos encima de la A37!

–No esperaba que estuvieras en un objetivo en movimiento –dijo Draco, sintiéndose despeinado y un poco mareado–. ¿Por qué estás conduciendo?

–Por qué me dijiste que las Apariciones y la red Flu eran rastreables.

–¿A quién le importa si son rastreables? Está permitido si es durante vacaciones. Buena mañana para ello, por cierto –agregó mientras la lluvia caía sobre el coche –. ¿A menos que tus vacaciones tengan algo que ver con tu proyecto?

Granger lo fulmino con la mirada .

–¡Ajá!–dijo Draco.

Viendo que lo peor ya había pasado, Draco observó el espejo que estaba justo encima de la cabeza de Granger, lo giró hacia sí mismo ya que estaba a la altura perfecta para que él pudiera revisar su cabello. Buena gente, esos Muggles realmente tenían sus prioridades claras.

Granger titubeo –. ¿Acabas de adueñarte de mí espejo retrovisor para arreglarte el cabello?

–Te lo devolveré en un momento –dijo Draco.

Granger lo observaba con una expresión de desagrado tan intensa que hubiera destrozado a cualquier otra persona.

Movió el espejo hacia ella de nuevo. –Lo necesito. Y quita tus piezotes de mi tablero.

–No es mi culpa que tu carro sea tan pequeño –dijo Draco, intentando acomodar sus piernas.

–No es mi culpa que tengas piernas demasiado largas y decidieras aparecerte en mi Mini Cooper.

Antes de que Draco tuviera tiempo para registrar la ofensa, llegó al quid de la cuestión: –¿Y por qué estás aquí?

–Estoy haciendo una revisión aleatoria –respondió Draco.

–Una revisión aleatoria –repitió Granger de forma escéptica.

–Sí.

–¿Y?¿Ya confirmaste que estoy bien de mente y cuerpo?

Draco la examinó con ojo crítico. Se veía bien físicamente, al menos por lo que podía ver debajo del sombrero, bufanda y botas Muggle para senderismo que llevaba. Por otro lado, su estado mental era un poco más difícil de corroborar, tenía una chispa de algo peligroso en su mirada.

–¿Y bien? –lo apresuró–. Como puedes ver, estoy bien. Ya puedes irte.

Draco decidió no caer en su trampa y eligió el camino de la honestidad. –También estoy usando esto como una excusa.

–¿Excusa para qué?

–Evitar una situación desagradable en casa.

–¿Qué tipo de situación desagradable?

Tan imparable esta bruja. –Mi madre invitó a mujeres para el té.

Sea lo que sea que Granger estaba esperando, no era eso. Una expresión divertida cruzó por su rostro, como si intentara contener la risa. –¿Mujeres para el té?

–Sí. ¿Qué es tan gracioso?

–Pensé que sería algo más, no sé, temible –Su risa contenida se esfumó–. De todos modos, no quiero sufrir solo porque le temes a un grupo de mujeres. No te necesito, ni te quiero siguiéndome hoy. Tengo cosas que hacer.

–Hoy es Imbolc –dijo Draco casualmente–. ¿Lo sabías?

Granger no dijo nada, pero nuevamente parecía molesta.

–¿Qué planeas hacer en Somerset durante Imbolc? –preguntó Draco–. No sabía que seguías las antiguas tradiciones. No pareces del tipo al que le gusta traer coronas de flores y bailar alrededor de postes.

Como Granger no le respondió, Draco se acomodó en su asiento –. Analizando la situación, queda claro que esto tiene que ver con tu proyecto secreto, así que te estaré monitoreando hoy, por tu seguridad. Punto número once de mi lista de recomendaciones. No está a discusión.

–Te arrojaré de este carro –dijo Granger.

–No puedes hacer eso.

–Claro que puedo, con este botón aquí –dijo Granger apuntando a una cosa redonda en el tablero–. Es una medida de seguridad que inventaron los Muggles.

Un pitido comenzó a sonar en todo el carro. Granger brincó. –¿Qué es eso?

–Ah, eso –dijo Draco–. Una medida de seguridad que inventaron los magos. Puse un chivatoscopio en tu guantera, tal como sugeriste. Me mentiste sobre el botón de expulsión, me siento ofendido.

Granger se inclinó sobre él y abrió la guantera (–Ay, ¡mis rodillas!) para descubrir que, en efecto, había un chivatoscopio dentro. Pitó y brilló un poco más. Después, como ya no había mentiras, se detuvo.

Hubo un silencio prolongado. Granger se acomodó en su asiento de nuevo, apoyó su frente en el volante, parecía estar pensando en qué decir.

–Está bien –dijo lentamente–. Puedes quedarte en lo que termina la reunión de tu madre. Solo, no te metas en mi camino.

Encendió el carro. –Y ponte el cinturón. O mejor no. Supongo que no me importa si mueres de una manera desagradable.

El chivatoscopio sonó de nuevo. Granger maldijo de forma impresionante.

–¿Qué hace ese botón en realidad? –preguntó Draco una vez que cesó el ruido.

La inocente pregunta pareció hacer enojar nuevamente a Granger. –Solía ser un sistema de estéreo, hasta que alguien le puso encantamientos y lo arruinó. Ahora solo suenan canciones de folk austriacas.

Draco presiono el botón. Una canción de folk austriaca comenzó a escucharse.

Las manos de Granger apretaron el volante mientras se reincorporaban a la carretera.

Quedaba claro que, en su opinión, Draco era un Auror insoportable.


Los señalamientos Muggle eran excelentes. Conforme avanzaban por la carretera, Draco pudo adivinar a dónde se dirigían con cierta certeza.

–Glastonbury –dijo –. Interesante.

Granger no dijo nada. Su disgusto ante la presencia de Draco persistía y ya no intentaba ocultarlo. A Draco en realidad le importaba poco, prefería conducir por el campo mientras llovía con Granger enojada a tener que comer los típicos sándwiches demasiado pequeños mientras se veía obligado a convivir con jóvenes cazafortunas.

Honestamente, la conducción sinuosa, la música austriaca, la bruja enojada; en resumen, era absurdo, entretenido y divertido.

Draco se acercó para presionar otro botón en el panel central del coche, por curiosidad. Granger apartó su mano de un golpe.

Tenía reflejos decentes, reflexionó Draco mientras chupaba su enrojecido nudillo.

En lugar de conducir por la calle que llevaba al centro de Glastonbury, Granger hizo una parada en un estacionamiento a la orilla del bosque.

–¿Qué hay aquí? –, preguntó Draco.

–Mendip Way –respondió Granger con esa manera que tenía de responder sus preguntas sin hacerlo realmente. Salió del carro–. Iré a dar un paseo. Tú puedes esperar aquí, en el coche.

¿Puedes? Qué generosa. Después de una breve lucha con la manija, Draco también salió del auto. Se contuvo para no quejarse mientras pisoteada para quitar la sensación de hormigueo en sus acalambradas piernas.

Granger observó su salida del coche con las manos en la cadera. La sintió observando su atuendo (túnica de Auror encima de su traje) y zapatos (botas de piel de dragón perfectamente funcionales). Debió concluir que eso tendría que ser suficiente; ya que, de lo contrario, lo pondría en peligro y eso también sería perfecto.

En cualquier caso, se dio media vuelta y empezó a caminar hacia el bosque.

Draco la vio lanzarse hechizos para repeler la lluvia y calentarse. La imitó, ya que parecía ser una buena idea.

Mientras entraban a Mendip Way, Draco lanzó un par de encantamientos de detección, buscando evidencia de otros seres, mágicos o muggles. Sin embargo, parecía ser que solo ellos dos estaban lo suficientemente locos para dar un paseo en un día como ese. Excluyendo a un par de venados en la cercanía, estaban completamente solos.

Satisfecho de que ningún loco estuviera listo para atacar a Granger, Draco avanzó para alcanzarla con un par de zancadas.

Rápidamente se volvió evidente que esto no era una caminata para ayudar a la salud de Granger. Estaba en busca de algo. O de varias cosas. Se asomaba debajo de los arbustos, tocaba los troncos de los árboles, tomaba suavemente las hojas de los helechos y los estudiaba. No tomaba nada, lo cual eliminó cualquier sospecha de que estuviera recolectando ingredientes que Draco pudiera haber estado considerando.

Caminaron una media hora más en la que hicieron una única pausa para reforzar el Impervius.

Finalmente, Granger se detuvo y sacó una lista.

Sin un atisbo de vergüenza, Draco se asomó por encima de su hombro.

  • Juncia Cantante
  • Utricularia Mayor
  • Helecho Real
  • Lengua de serpiente
  • Oxalis
  • Cryptotaenia Meliflua
  • Rosa de las Rocas Blanca
  • Helianthemum nummularium
  • Ononis spinosa
  • Musgo de borla

Granger usó su varita para tachar la mayoría de la lista. Solo faltaba el musgo de borla .

–¿Qué es el musgo de borla? –preguntó Draco.

Granger se alejó bruscamente de él. Aparentemente, había estado tan ensimismada que había olvidado que Draco estaba ahí y mucho menos había notado que él estaba viendo por encima de su hombro.

Su mano voló hacia su corazón que latía rápidamente (Draco sintió un eco a través del anillo). Esperaba que lo insultara. Sin embargo, su mal humor había mutado a una emoción contenida y relacionada a la lista.

–Uno de los musgos más exóticos en esta parte de Inglaterra –dijo Granger.

–¿Por qué lo estás buscando?

Granger empezó a caminar de nuevo, centró su atención en algo: troncos secos, cortados y otros posibles hábitats. –Porque eso confirmará que estoy en el lugar correcto.

–¿El lugar correcto para qué?

Granger ignoró su pregunta. –Solamente estoy confirmando una teoría.

–¿Qué teoría?

(Draco también podía ser implacable.)

–Una relacionada con mi proyecto –dijo Granger de forma ambigua e irritante.

–¿Qué tiene que ver el musgo con tus células quiméricas o lo que sea?

–Nada, al menos no directamente –Se giró para verlo a través de la lluvia, calculando que tanto valdría la pena decirle–. Estoy siguiendo los pasos de una antigua y olvidada bruja cuyo trabajo incluía, entre otras cosas, descripciones de ciertos lugares sagrados en las islas británicas.

–O sea, ¿el valle de Avalon?

–Específicamente, los pozos de Glastonbury. Al menos esa es mi estimación, ya que muy poco de su trabajo existe hoy en día. Lo único que quedan son fragmentos. Hablaba mucho de la flora, lo cual me ha ayudado a reducir las posibles ubicaciones al hacer constante referencia a las plantas más exóticas. Claro, todo esto lo escribió hace cientos de años, por lo que las cosas pudieron haber cambiado. Pero, pocos lugares en la isla toleran tanto a la Juncia Cantante como a la Cryptotaenia Meliflua. Usualmente se dan en lugares con ecosistemas drásticamente distintos, como bien sabrás…

Draco no lo sabía, jamás había escuchado de estas plantas; pero, prefirió asentir con la cabeza en lugar de admitirlo.

Para cuando Draco levantó la vista nuevamente, Granger había desaparecido. En cuestión de segundos alzó su varita alarmado, solo para encontrar a la vista el trasero de Granger asomándose por la orilla del camino. Estaba de rodillas examinando una zanja mojada.

Sea lo que sea que había llamado su atención, no era lo que buscaba. Se puso de pie nuevamente. Sin embargo, no se veía decepcionada. Más bien, determinada. Y enlodada.

–El musgo de borla se ve tal y como te lo imaginarías –dijo Granger–. Con pequeñas borlas en la parte superior. Es el esporangio, usualmente es grande y se tornan rosas en el verano. Aunque, claro, todavía falta tiempo para eso.

¿Acaso esta mujer era un genio en Herbología por encima de todo lo demás? Draco se preguntó qué tanto del limitado éxito académico de Potter y Weasley era debido a la habilidad de Granger para absorber información.

Era francamente abrumador.

Granger siguió el camino, agachándose ocasionalmente para observar las plantas. En resumen, fue un paseo bastante tranquilo, con los encantamientos que lo mantenían seco, el sonido de la lluvia y el ocasional canto de los pájaros, así como los comentarios de Granger sobre ciertos musgos que no eran los correctos.

Por primera vez desde que había aceptado esta asignación, Draco se sintió agradecido con la decisión. Era mucho más placentero que la mayor parte de sus trabajos como Auror. Para empezar, hasta el momento llevaba menos maldiciones y evisceraciones.

Y, adicionalmente, era la excusa perfecta para la reunión del té con mujeres y prometía brindarle más oportunidades como aquella en el futuro. Ese grupo estaría criticando a Granger mientras bebían en sus tazas: Granger con el sombrero desacomodado, con su cara manchada de tierra y subiendo zanjas en lugar de buscar un esposo rico. Pero, al parecer ella estaba haciendo algo importante para el mundo mágico, en cambio, ¿ellas que habían logrado?

–¡Creo que lo encontré! –exclamó Granger.

Draco pasó por unos arbustos para encontrarse nuevamente con el trasero de Granger. La familiaridad lleva al cariño y él estaba empezando a apreciarlo.

Por alguna extraña razón, Granger tenía su cara casi pegada al suelo y estaba olfateando el musgo.

–Granger, ¿qué estás…

–Se supone que debe oler a algodón de azúcar. ¡Y es cierto! –dijo Granger mientras se ponía de pie.

Tenía un poco de tierra en la punta de su nariz y en la sombra que les proporcionaban los árboles, sus ojos oscuros brillaban de la emoción. Un rizo se le había pegado en los labios. Sus mejillas estaban sonrojadas por el viento de Febrero. Le sonrió brevemente, algo raro en ella.

Sorprendido, Draco se dio cuenta de que Granger era bonita.

Ella aplaudió y soltó un chillido de emoción en dirección al musgo, como si este fuera un tesoro que valía miles de Galeones.

Antes de que pudiera procesar su propia realización, un grito resonó desde alguna parte lejana del bosque. Para su sorpresa, Granger de inmediato brincó a su lado, con la varita en mano.

El extraño grito continuo. Cuando Granger vio que él no había reaccionado ni se veía preocupado, preguntó: –¿Qué es ese horrible sonido?

–Un zorro –dijo Draco.

–Ah.

–Alguna zorrita está anunciando a gritos que está en celo.

–Ya veo –dijo Granger.

Escucharon nuevamente otro grito. Draco quería reírse, Granger tenía una expresión bastante remilgada.

Sacó su lista de plantas y tacho la última que quedaba pendiente. –Este es un excelente avance. El musgo, quiero decir. No la zorra. Regresemos al coche.

–¿Eso es todo? –preguntó Draco. Había sido más fácil de lo que esperaba.

– Oh, no –dijo Granger–.  Ojalá así fuera. Tengo por lo menos otras tres mil cosas que hacer antes de que oficialmente eso sea todo.

Conociéndola, probablemente no estaba exagerando. Caminaron de regreso al carro y, sin las constantes pausas de Granger, llegaron muy rápido.

–¿Por qué tenías que hacer esto en Imbolc? –preguntó Draco. En su opinión, habría sido mejor planearlo para Beltane, al menos para tener un mejor clima.

Ignoró su pregunta haciendo otra en su lugar. –¿Crees que las invitadas de tu madre ya se hayan retirado?

Draco revisó su reloj de bolsillo. –No –mintió.

–¿Estás seguro? Es una reunión de té muy larga, ¿no crees?

–Las reuniones para tomar el té son considerados como eventos sociales de muchas horas. Las invitadas favoritas de mi madre probablemente se quedarán hasta la cena.

La sonrisa de Granger desapareció y fue reemplazada por una expresión de molestia que parecía ser su semblante usual cuando Draco estaba presente. –¿Por qué no vas a otro lado? Ella no sabrá que no estás trabajando.

–No me voy a ir –dijo Draco–. Si te atacarán mientras estás trabajando en tu proyecto, Shacklebolt me colgaría.

–¿De qué me estás protegiendo? –Preguntó Granger señalando a sus alrededores–.  ¿Zorros en celo?

–Si me dijeras que estás haciendo, podría establecer posibles amenazas.

–Si hay una cosa que aprendí del gran error de haberle contado a Shacklebolt es que no voy a volver a compartir ni una palabra de mi trabajo –Granger se cruzó de brazos, pero la hoja atorada en su sombrero hacía difícil que la tomará completamente en serio.

–Excelente. Continuaré agitando mi varita esperando a que lleguen los malos, ¿de acuerdo?

–No. Puedes aparecerte en el bar más cercano, tomar algo e irte a tu casa cuando estés a salvo de las damas.

–Yo no soy el que necesita estar a salvo –dijo Draco.

Granger hizo un sonido de frustración. –No puedes venir. Complicarías todo.

–¿Complicarlo todo? Puedo mantenerme fuera de tu camino, ¿qué no fue lo que hice hace rato?

–Voy a visitar Chalice Well ahora. Eso involucra hacerse pasar por Muggle. Algo que tú no puedes hacer.

–Claro que puedo –dijo Draco indignado–. El programa de Aurores incluye un módulo bastante amplio sobre ocultamiento y disfraces. El cual, por cierto, aprobé con distinciones, gracias.

¿En qué estaba pensado al considerar que este trabajo había sido una buena decisión?¿Por qué tenía que discutir por todo?

Granger frotó su sien. –Estamos perdiendo el tiempo, tiempo que no tengo.

–Entonces, vámonos –dijo Draco.

–Muéstrame tu mejor intento de un disfraz Muggle –dijo Granger con una especie de esperanza desesperada en la mirada. Como si supiera que iba a ser un desastre, pero aun así quisiera verlo de todos modos.

Draco encogió su túnica de Auror en un pañuelo de bolsillo. Después de guardarlo, modificó su traje para que encajara con la moda actual de los Muggle, un poco más relajada en el corte. Cambió sus botas por unos zapatos de vestir. Su varita estaba escondida en su antebrazo. No tocó su cabello: era perfecto tanto para los magos, como para los muggles.

–¿Qué tal? –preguntó mientras giraba lentamente bajo la mirada crítica de Granger.

–Sería ideal si fuéramos a Dorchester para cenar –dijo Granger suspirando–. Pero, lo acepto. Tal vez podemos hacerte pasar por un profesor engreído, en lugar de un banquero que se perdió…

Se acercó e hizo sus propias modificaciones, le quitó la corbata y transfiguró sus zapatos por unos tenis. Le desabrochó el botón del cuello de la camisa. (Tuvo una interesante sensación cuando Granger lo hizo. Draco registró el hecho para analizarlo después.)

–Eso tendrá que bastar –dijo Granger, aunque todavía lucía algo cínica.

–Si estamos juzgando nuestras apariencias, tú necesitas un Fregotego –dijo Draco.

Granger transfiguró la ventana del carro en un espejo para descubrir que, en efecto, estaba embarrada de lodo. Se limpió rápidamente y luego le lanzó una mirada extraña a Draco.

–¿Qué? –preguntó Draco.

–Nada –respondió Granger.

–Dime –dijo Draco.

–No.

–Sí.

–Solo…hubiera esperado que hicieras un chiste sobre el lodo –dijo Granger.

Draco se congeló. –Eso es cosa del pasado.

Granger acomodó su sombrero y se encogió de hombros.

Draco frunció el ceño. Este no era el momento para esa conversación, pero uno de estos días ella tendrá que saber cómo él había visto, de primera mano, las consecuencias de esas horribles actitudes; como aún lo perseguían en sus noches de insomnio y lo mucho que quisiera poder cambiar el pasado.

–Ya no soy esa clase de persona –dijo Draco.

Viendo la seriedad con la que estaba hablando, Granger también se puso seria. –Está bien. No debí haberlo mencionado.

–Y yo no debí haber insistido –aceptó Draco.

–Eso también –Granger agitó su varita y su espejo volvió a ser nuevamente una ventana–. ¿Nos vamos?

–Vamos –dijo Draco.

Después, arruinó el momento al necesitar ayuda para abrir la puerta del carro. Granger le dio la vuelta al coche para ayudarlo con suma paciencia.

Por lo menos, no volvió a mencionar nada sobre su habilidad para comportarse como un muggle.

Chapter 5: Las Guardianas

Chapter Text

Condujeron en silencio por un rato. Granger se veía preocupada. Su pulgar golpeaba rítmicamente el volante y estaba mordiéndose los labios.

–Estará lleno esta tarde –dijo Granger finalmente–. En los jardines, quiero decir. Hay que intentar mantener un perfil bajo. Primero tendremos que pasar por la tienda de regalos para comprar los boletos, después de eso podremos entrar a los jardines y evitar las multitudes.

–Puedo mantener un perfil bajo –dijo Draco.

Granger lo miró de reojo en lugar de responder.

–¿El agua tiene propiedades mágicas? –preguntó Draco–. ¿Cómo es que los Muggles saben sobre ello?

Granger se enderezó y respiro hondo. Draco se dio cuenta de que había activado el modo sabelotodo.

–Las fuentes en esta área han sido utilizadas por muggles y magos durante milenios –dijo Granger–. Supongo que habría sido demasiado difícil borrarlo de la mente de tantas personas después del Estatuto del Secreto. Pero, para responder a tu pregunta, los muggles solo saben de dos fuentes de agua en Glastonbury: White Spring y Red Well. No tienen propiedades mágicas, pero los muggles les han atribuido sus propios significados espirituales y mitológicos. Hay historias que las vinculan con el Santo Grial, y el Rey Arturo (aunque, se supone que se encuentra sepultado en la Abadía de Glastonbury) y otras leyendas sobre este lugar.

Estaban acercándose a las orillas de la ciudad, hasta que Granger dio vuelta en un letrero que apuntaba a los Jardines de Chalice Well.

–Pero, –continuó–. Hay una tercera fuente, una que no encontrarás en los folletos muggle. Green Well, esta si tiene propiedades mágicas. Necesito… –Granger vaciló, pero debió imaginar que Draco lo adivinaría de todas formas–. Necesito una muestra.

–Para tu proyecto.

–Sí

–¿Y por qué específicamente durante Imbolc?

–Estás siendo bastante curioso –dijo Granger. Draco sintió que lo que en realidad quería decir era entrometido, pero había elegido la opción más educada.

–Supongo que la fuente llega a su máxima potencia durante Imbolc –dijo Draco.

Granger no respondió.

–Tengo razón, ¿verdad?

La vio observando la guantera, donde estaba el chivatoscopio que prometía delatar sus mentiras.

–Deja de ser tan curioso –dijo Granger.

–Mira quien habla.

Hizo un sonido burlón. –Ser curiosa es literalmente mi trabajo. Soy una investigadora. Tu trabajo es protegerme de fuerzas desconocidas, no interrogarme sobre un proyecto altamente confidencial.

Granger se estacionó y apagó el carro esperando su respuesta.

Estar con esta bruja era algo…completamente distinto. Draco jamás había argumentado tantos puntos a favor y en contra de algo. Sintió que, si llevara un conteo de sus victorias, estaría perdiendo.

–No soy un guardaespaldas. Y no me asignaron a ti para estar siguiéndote a ciegas –dijo Draco.

–No. Eres un Auror sumamente competente y bastante entrenado, todo esto no es más que un desperdicio de tu tiempo. –Granger tomó aliento, intentando reprimir su visible irritación ante esta situación.

El halago inicial le provocó una pequeña chispa de satisfacción que rápidamente fue apagada por Draco. No le importaba lo que Granger pensara de él.

Un grupo de muggles pasaron frente al carro, distrayéndolos y declarando una tregua muy frágil y temporal; una que, al menos, logró que salieran del auto.

El estacionamiento se encontraba lleno. Había muggles por todas partes en familias, arrastrando carriolas y en atuendos que parecían demasiado extravagantes hasta para ellos mismos.

–Te lo advierto, habrá muchos hippies por aquí –dijo Granger mientras se unían al grupo que iba hacia la entrada.

–¿Hippies?

–Hippies, wiccanos, paganos. –Granger parecía estar batallando para dar con una mejor definición–. Son muggles muy espirituales que creen en la magia o un poder superior, por lo menos hasta cierto punto. Algunos se hacen llamar brujos. No se dan cuenta que hay magos y brujas reales y que, por supuesto, la magia es real. Coleccionan cristales y practican rituales que leen en libros viejos.

–Ah –dijo Draco, aunque en realidad no lo entendía–. Pensé que los muggle eran exageradamente racionales.

–Algunos lo son –dijo Granger–. Otros…no tanto. Quizás algo en ellos recuerde la magia, inconscientemente saben que existe. O tal vez solo quieren creer en algo…

Entraron en una atestada, ruidosa y empalagosamente perfumada tienda de regalos.

Granger observó como Draco arrugaba la nariz y dijo: –Deben ser los aceites esenciales, a los hippies les encantan.

Draco examinó algunas de las velas ofensivamente perfumadas, etiquetadas como “Para relajación”. –¿Por qué nadie les dice que han sintetizado excesivamente estas cosas, hasta el punto en el que perdieron cualquier mínima propiedad mágica que pudieran haber tenido?

Draco se encontró siendo conducido por Granger hasta la esquina de la tienda, como si de un coche se tratara.

–Quédate aquí –le dijo–. Compraré los boletos. No rompas nada.

Gracias a Dios por ese último consejo, de lo contrario, podría haber comenzado a destrozar cosas por simple capricho. Metiendo las manos en sus bolsillos, Draco se quedó en la esquina y observó cómo Granger se alejaba. La multitud no le prestó la más mínima atención. Ella simplemente encajaba. En cuanto a él, sí que lo habían observado más de una vez por su altura, su cabello de un rubio casi blanco o su traje “elegante”.

Granger finalmente se había formado en la fila para los boletos. Tener a su asignación lejos de él en un lugar concurrido no era algo que le emocionara, por lo menos no desde una perspectiva profesional. Sin nada que hacer, aplicó un poco de Legeremancia en personas aleatorias. La mayoría eran muggles, aunque había una pareja de magos, que no tenían malas intenciones, ni sabían que Granger estaba aquí. ¿La reconocerían si la vieran? Tal vez, pero Draco no podía adentrarse en sus mentes con tanta precisión a esta distancia.

La indicación que Granger le había dado de mantener un perfil bajo fue algo hipócrita, dado que ella había empezado una conversación con algunos muggles de la fila. Molesto, Draco aplicó Legeremancia superficial en la familia para comprobar sus intenciones. Nada de interés, solo eran turistas amistosos.

Se dio cuenta de que había una persona acechándolo, observándolo desde una repisa y luego desde otra. Él fingió verse interesado en las apestosas velas.

Hasta que eventualmente, la chica se mostró. Era una empleada de la tienda, llevaba colgadas innumerables mascadas y observaba a Draco con ojos saltones. Tenía una etiqueta con su nombre en el suéter: Eunice.

–Hola –le dijo a Draco–. ¿Te puedo ayudar a encontrar algo?

Draco la miró a los ojos y leyó sus pensamientos de inmediato. Nada siniestro, salvo el hecho que pensaba que era demasiado guapo.

–No, gracias –dijo Draco volteando a ver a Granger entre las velas. Ya casi llegaba al mostrador.

En lugar de tomar su negativa como una despedida, Eunice se acercó a Draco, con sus ojos clavados en su cara.

–Tu aura está…perturbada –dijo.

Draco sintió que se dirigía a la versión muggle de Trelawney mezclada con una polilla gigante.

–No creo que estas velas te ayuden –dijo Eunice.

–Estoy de acuerdo con eso –dijo Draco.

No notó el sarcasmo. Asintió para sí misma y palpó el aire alrededor de Draco, como si intentará agarrar algo.

–Te sugeriría algo más fuerte, como nuestro incienso purificante –dijo Eunice apuntando a otra repisa.

Draco vio a Granger dirigirse a la cafetería. ¿Podría apurarse y salvarlo de esta polilla?

Eunice ahora tenía una mano alzada en su dirección con los ojos cerrados. Negó con la cabeza. –Tu chacra del corazón es poco activo.

–¿Lo es?

–El incienso de Venus, creo que ayudaría –dijo Eunice. Tomó un paquete y movió el objeto acre bajo su nariz–. Aunque, con tu necesidad de aterrizar, tal vez el de Saturno…

Busco en la repisa mientas hablaba sobre cosas de energía transmutable y ascensión al plano celestial. Draco observó la cabeza de Granger dirigirse hacia él entre la multitud.

–Tengo que irme –dijo Draco iniciando su escape.

–Ah, ¿en serio? –Eunice se veía decepcionada. Deslizó algo en la mano de Draco–. Mi tarjeta. Hago realineaciones de chacras. Búscame, nuestras energías son muy compatibles…

Eunice se alejó al mismo tiempo que Granger llegó, con café en mano.

–¿Quién era ella? –preguntó Granger mientras veía al conjunto de mascadas alejarse.

–Eunice –dijo Draco–. Me dio esto. ¿Necesitas realinear tus chacras?

Granger intercambió uno de sus cafés por la tarjeta. Tenía algo escrito con prisa sobre ella.

–Oh, te dio su número.

–¿Qué significa eso?

–Que le gustas a Eunice –dijo Granger con expresión divertida.

–A la mayoría de las mujeres les gusto.

Granger rio como si fuera un chiste en lugar de una verdad universal. Se detuvo repentinamente y lo miro con sorpresa. –Eres gracioso, Malfoy.

–Vivo para servir –dijo Draco para disimular su molestia.

Granger le regresó la tarjeta. –Lo triste es que ni siquiera sabes que es un celular. La pobre Eunice erro el tiro.

–Pensó que era demasiado guapo.

–También cree que tus chacras necesitan un realineamiento. Mejor no te claves tanto en la lógica de Eunice –dijo Granger.

Que quede escrito que, si un hombre necesita controlar su ego, una conversación con Granger lo logra en un segundo.

Draco bebió del café que le trajo Granger. Sorprendentemente sabía bien. –¿Cómo sabías que me gustaban los expresos dobles?

Granger se encogió de hombros. –Parecía ser tu estilo.

–¿Fuerte?¿Amargo?

–Caro.

Draco ocultó su mueca con el vaso.

La lluvia comenzaba a disminuir y empezaba a asomarse el sol. Granger los encaminó hacia los jardines. Eran inesperadamente bellos, incluso aunque los muggles encargados no tuvieran acceso a los encantamientos calentadores y aditivos mágicos que hacían que los jardines fueran un espectáculo durante el invierno. Draco pensó que su madre podría apreciar este lugar. A pesar de ser febrero, había color en el jardín gracias a la cuidadosa selección de plantas. El chapoteo musical del agua de las fuentes alimentaba la escena, todo estaba sutilmente iluminado por cientos de velas acomodadas en las paredes y entre los huecos de las piedras.

Letreros ocasionales pedían a los visitantes guardar silencio por respeto a aquellos que se encontraban meditando. Granger lanzó un hechizo silenciador a su alrededor para que pudieran hablar.

The Red Well at Glastonbury. (Photo: britainexpress.com)

Red Well en Glastonbury. (Foto: britainexpress.com)

Llegaron a Red Well, que como su nombre indicaba, era una fuente con agua color óxido. Draco leyó la placa con poco interés. Como Granger había mencionado previamente, los muggles fabricaron toda una mitología cristiana que sugería que el Santo Grial estaba enterrado ahí. También había referencias a la leyenda del Rey Arturo.

–¿Los muggles saben de Morgan le Fay? –preguntó Draco arqueando una ceja al leer el nombre de semejante figura mágica en una placa muggle.

–Sí, pero es más un mito –dijo Granger–. La mayoría no cree que en realidad existió.

Draco asintió.

Continuaron su camino por una estructura que contenía el White Spring, un lugar oscuro y que olía a humedad donde los Muggles habían decorado las paredes de piedra con velas y pequeños altares a deidades reales y falsas: Brígida de Kildare, La Dama de Avalon, el Rey de las Hadas…

–Ya llegamos –dijo Granger mientras bajaban por un camino más tranquilo y menos concurrido por detrás de la estructura–. Debe haber una plataforma que nos lleve a Green Well. Tendremos que usar nuestras varitas para entrar. Hagamos un Encantamiento Desilusionador por si hay algún muggle cerca.

Granger se había transformado en un pedazo de jardín frente a Draco, brillando ligeramente bajo el sol de Febrero.

Se detuvieron (bueno, Granger se detuvo y Draco chocó con ella) frente a lo que parecía una alcantarilla escondida en un arbusto. En su tapa había dos círculos conectados entre las hojas y el musgo.

–Esto simboliza la interacción entre el mundo físico y espiritual –dijo Granger. Draco pudo discernir su varita apuntando a la tapa–. Puedes reconocer la forma, Red Well está construida de la misma manera. Vamos, es una plataforma hacía abajo.

Se pararon encima de la alcantarilla, algo apretados.

–¿Encantamiento? –preguntó Draco recibiendo un bocado del cabello de Granger al hablar.

Vesica piscis –dijo Granger simulando los círculos con su varita.

La alcantarilla tembló. Granger se pegó más a él. Olía a una mezcla deliciosa de lluvia, bosque húmedo, capuchino y jabón.

Y sin más, la plataforma desapareció debajo de sus pies.

La bruja de olor delicioso se agarró de Draco y perforó sus tímpanos con un grito.

Gracias a los cielos por esos hechizos silenciadores, pensó Draco mientras caían.

Un grueso hechizo de amortiguación los recibió al final de la caída. Lo cual fue excelente ya que Draco no planeaba romperse los tobillos ese día.

Ambos cayeron y rebotaron el uno hacia el otro; estaba seguro de que le había dado un codazo en el busto, ella evitó por poco su entrepierna y colapsaron en una gruesa cama de musgo que brillaba.

–Wow. Un viaje de primera –sonó la voz de Draco en la oscuridad.

–Bah –respondió Granger con un poco menos de seriedad en su tono.

Draco se puso de pie. Granger estaba en alguna parte a su izquierda. No parecía estar en sus cinco sentidos como él, se notaba un poco en shock.

–¿No...?¿No pudieron poner un hechizo de levitación? –preguntó débilmente–. Pensé que era una especie de elevador. No esperaba caer a mi muerte.

Draco buscó en la oscuridad para encontrar que su café era una causa perdida. Lástima.

Deshicieron sus hechizos de desilusión y cuando Granger encontró sus pies, caminaron por un pasillo lleno de hongos bioluminiscentes. El sonido del agua cayendo delicadamente sonaba por todos lados. Draco vio que hasta las paredes estaban húmedas.

Al entrar a una cueva con techo bajo, Draco se dio cuenta de que había otros magos y brujas rondando. En la esquina parecía haber una clase de tienda de libros que Granger miró con anhelo. También había un boticario. Todo el lugar estaba iluminado por los mismos hongos del pasillo, estaban en todos lados: el piso, las paredes, colgando del techo.

Omphalotus luxaeterna –dijo Granger–. Lindos, pero viscosos.

Si agregaba un “como tú”, Draco la iba a maldecir. Su ego ya había tenido suficiente por el día de hoy.

No lo dijo. (Un poco decepcionante que dejara pasar la oportunidad).

Llegaron al fin a Green Well, una fuente con luces verdes custodiada por dos estatuas. Al menos eso pensó Draco, hasta que se movieron.

–Los Guardianes de la Fuente –dijo Granger sin sorprenderse al verlos–. Bueno, quédate aquí. Yo necesito hablar con ellos. Deben ser tratados con educación y respeto.

Ignorando la insinuación de que él no era educado o respetuoso, Draco dijo: –Creo que prefiero ir.

Sus ojos batallaban para determinar exactamente que había en la oscuridad.

La irritación de Granger estalló de inmediato. –Dijiste que no te entrometerías. Ni siquiera deberías estar aquí. Esto es delicado. Y críticamente importante.

De acuerdo –Dijo Draco–. Me quedaré aquí.

Estaba a una distancia razonable para lanzar maleficios de todos modos.

Granger avanzó. Draco vio a las dos figuras encorvadas con túnicas negras. ¿Eran brujas? Era difícil saberlo en la oscuridad. Si eran brujas, de seguro tenían sangre de hechiceras por algún lado en su árbol genealógico. Probablemente, de otras cosas también.

Sus pálidas miradas gemelas, igual de luminiscentes que los hongos a su alrededor, lo desconcertaban. Se encontró apretando su varita mientras Granger se acercaba a la figura más cercana.

Mientras procesaba la situación, su primer pensamiento fue que Granger era estúpidamente valiente o absoluta y malditamente imprudente. En segunda, no le gustaba para nada esto. Estos seres se sentían Oscuros, Antiguos, Peligrosos.

Si, Tonks, fue asesinada por una hechicera. Sí, estaba ahí. Sí, la dejé acercarse. Si, fue destripada frente a mis propios ojos. Quería pasar por agua exótica de esta fuente, ya sabes, no había de otra.

–¿Vienes por un relleno, querida? –dijo la Guardiana a Granger. Su voz seca y ronca provocó un eco inquietante en la cueva.

–Sí, ¿puedo? Tengo una ofrenda –dijo Granger. Su figura era delgada y pequeña, iluminada por la luminiscencia de la fuente. 

–Muéstrame –dijo la Guardiana.

La criatura se inclinó hacía Granger. Había algo hambriento en sus movimientos. La mano que sostenía la varita de Draco se movió. Si la cosa se acercaba más a Granger, tenía un maleficio de decapitación listo para ser lanzado.

Granger, como siempre, estaba preparada. De algún lado (¡¿Dónde?!), sacó 3 bolsos grandes y los puso en las garras de la criatura. –Granos, tripas y oro.

La segunda Guardiana se acercó, puso sus dedos como garras en uno de los bolsos, y sacó un puñado de galeones. (¿Y de dónde había sacado Granger un bolso entero de galeones, por cierto?).

El origen del oro no pareció preocuparle a la segunda Guardiana. Hizo un sonido de satisfacción. –Muy bien. Que lindo. Deja a la chica pasar.

La primera Guardiana indicó a Granger que se acercara. –¿No tienes un frasco, niña?

Granger sacó un frasco grande, cuya tapa dorada brillo en la luz tenue. –Si, ¿con este basta?

La cosa hizo un ruido de confirmación. Con un gesto de la Guardiana, Granger sumergió el frasco en la fuente.

La segunda Guardiana observaba a Draco, aparentemente vio lo fuerte que apretaba su varita y los maleficios que tenía en la punta de la lengua. Olfateo en su dirección.

–Guarda la varita, niño. Esta chica no terminará su vida aquí.

La primera Guardiana levantó la vista de donde estaba a lado de Granger. –¿El mago está preocupado, ¿verdad?

–Lo está.

Los ojos blancos de la primera Guardiana cruzaron con los de Draco. Había magia antigua en ellos. No se atrevió a hacer Legeremancia en esa mente.

Se rio como si lo hubiera dicho en voz alta. –Es correcto, no lo harás. Niño tonto. Haría de tu cerebro una sopa y la tomaría mientras estuviera tibia, ¿verdad?

–Pero, mira sus ojos –suspiró la otra Guardiana–. Ojos como cielo lluvioso.

A pesar de que la criatura no había dicho una amenaza directa, Draco sintió el temor bajar por su espalda. Se preguntaba si sus maldiciones más oscuras serían eficaces con estas criaturas, probablemente debería de empezar a pensar en cosas más luminosas.

–No empieces con las rimas –le dijo la primera Guardiana a su hermana–. No queremos jugar con su cabeza.

– Em…ya terminé –dijo Granger sosteniendo el frasco chorreando de agua.

Fue una interrupción agradecida. Draco comenzaba a sentirse genuinamente asustado y a gatillo fácil.

–Buena chica –dijo la primera Guardiana–. Úsalo sabiamente.

–Lo haré –dijo Granger alejándose de las dos–. Gr-Gracias. 

–Amor y luz, mi niña –dijo la primera Guardiana.

Ella y su hermana se rieron como si fuera la cosa más chistosa que habían escuchado en sus vidas.

Granger hizo una especie de reverencia y regreso a Draco. El mantuvo su varita en posición hasta que salieron de la línea de vista de las Guardianes. Aun así, sentía la mirada de sus ojos blancos en la nuca.

–No –dijo mientras acercaba a Granger a él cuando se empezó a acercar a la tienda de libros. 

–Pero, quería–

– No –dijo Draco, su mano puesta en su codo–. Vámonos.

Granger pareció notar el enojo ansioso de Draco y no alegó más. Caminaron de regreso al pasillo que los llevaba a la plataforma, Granger tomando dos pasos por cada uno de él.

Cuando por fin estaban fuera de la cueva central, Draco se volteó a ella. –¿Qué chingados fue eso? ¡Podías haberme dicho que ibas a ir a negociar con criaturas oscuras!

La cara de Granger estaba pálida en la fosforescencia. –No sabía que iban a ser tan, tan…

–¿Maléficas?¿Cadavéricas?¿Letales? ¡La primera te estaba viendo como si quisiera arrancarte el hígado! ¡Y caminaste directo hacia ella! ¡Sin varita!

–Deja de jalarme –dijo Granger quitándose sus manos de encima–. No iba a sacarme el hígado . Fueron amables. Y sin duda no son hechiceras.

–¿Qué no lo eran? –dijo Draco–. Les presentaste tripas.

–Es un regalo tradicional, se supone que es lo que debes de llevarles a las Guardianas de la Fuente.

–Que parecen hechiceras, huelen como hechiceras, y comen como hechiceras –enlistó Draco con vigor irritado.

–¡No comen como hechiceras!

–¡Les acabas de dar los ingredientes para un estofado de tripas! Si no eran hechiceras, ¿entonces que eran?

–¡No lo sé! Ellas, o sus subsecuentes encarnaciones, han sido recurrentes en los textos de Green Well por siglos. Usualmente son descritas como brujas viejas. No son malvadas, son antiguas.

–Eran malditas Dementores femeninas y no tratarás con esa clase de criaturas de nuevo sin decirme antes. Necesito que entiendas que, si algo te pasa, Shacklebolt me va a cortar la cabeza, después Tonks tendrá mis bolas, y luego Potter y Weasley se echarán el resto. Mi madre me tendría que enterrar en un frasco de Marmita. ¿Entiendes?

–Bien. Pero, estás exagerando –Granger agitó su frasco en su cara–. Obtuve lo que quería. Estaba preparada. Dije las cosas correctas y traje los regalos correctos. –Ahora ella empezó a caminar y continuó con su defensa–. casi arruinaste todo poniéndote tan hostil que empezaron a jugar contigo. Te pudieron haber dicho cosas que te hubieran atormentado por años–

–¿Qué cosas?¿A qué te refieres? –Interrumpió Draco, de nuevo perturbado.

–Nada –dijo Granger que, notando lo intenso que la estaba viendo, dio un paso atrás–. Es algo tonto.

–¿Qué cosas, Granger? –repitió Draco, ahora cerniéndose sobre ella.

Vaciló, pero empezó a hablar al ver su agitación. –Es solo…parte de la mitología que las rodea, y es tonto y obviamente falso, sugiere que son videntes.

–Videntes –repitió Draco.

–Una sabe cuándo mueres y la otra sabe cómo mueres.

Draco se estremeció en contra de su voluntad.

Granger acomodó un rizo detrás de su oreja y empezó a hablar más. –Es pura especulación, por su puesto. Cuentos. Es algo muy común en textos mágicos antiguos. Aman darles a las figuras guardianas misticismo con supuestos poderes. No le tengo mucha fe a historias que involucran la premonición, claro–

Draco interrumpió su divagación. –¿Cómo puedes ser tan imprudente con esa clase de leyendas? ¡Eres literalmente la mejor amiga del más premonicionado, profetizado, pronosticado Niño Que Vivió!

Granger se enderezó y parecía agarrar fuerzas para continuar la discusión. – Eso fue un suceso altamente inusual.

Draco se quedó viendo el espacio, pasando una mano por su cabello. –Creo que una de esas hechiceras estaba a punto de decir algo. Empezó a hablar en rimas. Maldita sea. Me pregunto cuál sabía, el cómo o el cuándo–

–Las historias no tienen fundamento –interrumpió Granger siendo la Reina Sabelotodo que era–. No saben nada. No empieces a pensar en eso.

–Demasiado tarde. Ya estoy pensando en ello. ¿Qué rima con el cielo? pregunto Draco–. ¿Flagelo?¿Hielo?

De alguna manera, Granger estaba guardando el frasco en el bolsillo de su chamarra. La imposibilidad de eso distrajo a Draco de sus suposiciones mórbidas.

–¿Qué chinga–?¿Qué es esto, la chamarra de los mil bolsillos?¿Cómo cupo eso? Ni siquiera lo encogiste.

–Soy un poco buena en los encantamientos de expansión –dijo Granger suavemente–. ¿Podemos–

–Entonces, así es como estabas cargando esas ofrendas terribles para las gemelas vudú –dijo Draco. Por fin, un misterio Granger resuelto–. Si sabes que esos encantamientos son altamente regulados por el Ministerio, ¿verdad?

–Estoy consciente, gracias –dijo Granger en tono cortado–. Si soy reportada por alguien, ojalá no alguien presente en este momento si sabe lo que le conviene. Estoy preparada para pagar las multas a cambio de la conveniencia. 

–Ah, ya veo. ¿Es por eso por lo que cargas con bolsos enormes de galeones?¿Para las multas?

No, e sas las cargo por lastre.

Granger buscó en su bolsillo y, por un segundo, Draco pensó que iba a sacar otro bolso de galeones para golpearlo en la cabeza. Pero, no. Simplemente sacó su varita y la agitó para ver la hora.

–¡Agh, voy tarde! Tenía otra cosa que hacer, pero me has atrasado todo…

Draco arqueó las cejas al techo lleno de hongos. Claro que era su culpa. –¿Qué cosa?

Él y Granger caminaron hacía la alcantarilla escondida entre los hongos.

–Un momento de autocomplacencia pura –dijo Granger–. Quería ir desde hace siglos y ahora estoy en la zona, pero…

–Pero, ¿qué?

Tú estás aquí –dijo Granger–. Y no quiero que lo estés.

–Qué pena –dijo Draco–. Cualquier confianza que tenía en tu juicio ha sido eliminada por tu decisión de negociar con hechiceras antiguas sin un solo plan de contingencia por si las cosas se ponían turbias.

Granger hizo un ruido que parecía más gruñido que otra cosa.

–De todos modos, ¿qué autocomplacencia?¿Cuál es tu vicio, Granger?

–No es de tu maldita incumbencia.

–Te prometo que he visto peores, sea lo que sea.

Granger lo ignoró, desilusionándolos mientras Draco intentaba adivinar su vicio secreto. ¿Un burdel? ¿Detención?¿Estofado de tripas?

Se pusieron sobre la plataforma. Draco escuchó a la Granger invisible tomar un respiro profundo. 

Eso le ayudó después del grito que los acompañó en la expulsión a la superficie.

Y, así de simple, habían regresado a los Jardines de Chalice Well ajustando la vista al sol. Draco no podía moverse de la plataforma, Granger estaba colgada de él como si fuera una criatura ahogándose y él su soga salvadora. El eco de su corazón palpitaba y percibió el miedo con su anillo. Sus manos temblaban. Estaba aterrorizada.

Intentó moverse, pero sus rodillas le fallaron y se regresó a Draco de nuevo.

–Maldita, malditos, jodidos, ¡GAH! –dijo Granger hacia el pecho de Draco.

–Una brillante observación –dijo Draco.

Su voz pareció traerla de vuelta a la realidad. Lo sujeto un momento más, respiró temblorosamente y se alejó con una disculpa entre dientes. Draco revisó si había muggles en la cercanía y, al ver que no había, canceló el hechizo de Desilusión.

Ya visibles, Granger parecía un fantasma.

–Eso fue horrible –dijo ella.

–Yo pensé que había sido divertido.

–Sí, bueno, también eres de esos locos que disfrutan el Quidditch.

Oye.

Siguieron el camino de regreso a la entrada de los Jardines. Draco podía ver que las manos de Granger, o al menos las puntas de sus dedos saliendo de su chamarra, continuaban temblando.

Sobó sus brazos un par de veces. –Bien. No tienes que preocuparte por mí regresando a negociar con las gemelas del vudú. No quiero volver a usar esa alcantarilla en mi vida. Si necesito otra muestra, te mando a ti.

–¿Yo? –preguntó Draco–. Ni en sueños, una de ellas quería beberse mi cerebro, ¿no escuchaste?

–Yo creo que necesitaría un popote bastante grueso –dijo Granger.

–Chistosita.

–Podrías caer de cabeza la siguiente bajada, sería una malteada para ella…

Draco se le quedó viendo a Granger. Tal vez era humor de Sanadora, pero podía ser espeluznante cuando se le bajaba la adrenalina. Tal vez era algo bueno que no jugara Quidditch. Aunque, pensándolo bien, sería una excelente Golpeadora. No necesitaría Bludgers, Danger Granger podría colapsar mentes con una frase.

Pasaron por la tienda de regalos una vez más (Eunice lo observó con mirada enamorada) y llegaron al coche de Granger en el estacionamiento.

–¿Hay algo que pueda decir para que te vayas? –Preguntó Granger.

–No –respondió Draco.

–¿Y si lo pido bonito?

–No.

–No voy a interactuar con nada oscuro, nadie en lo absoluto. Ni siquiera tiene que ver con mi proyecto.

Draco la observó. Se veía genuinamente triste por arruinar una tercera actividad el día de hoy. Decidió ser buena persona. –Dime que es y decidiré si es peligroso o no. Tal vez espere en el carro.

Granger checo su dispositivo muggle de bolsillo. Al parecer, también daba la hora, entre otras cosas. –Maldita sea. Cierran en una hora. Entra al carro, te diré en el camino.

Entraron sin problemas, Draco ya era todo un experto en abrir puertas de carros muggle.

–Una última cosa antes de irnos, Miss Experta en Hechizos de Expansión –dijo Draco–. Expande el espacio antes de cortarme la cabeza con mis rodillas.

 


 

Y para todo esto, ¿el momento de Granger de autocomplacencia?¿Su terrible indiscreción?¿Su vicio?

Visitar una biblioteca.

–¿ Una biblioteca? –repitió Draco.

–Sí. En Tynstesfield.

Draco quería reírse importunadamente, pero sintió que eso sería poco profesional. Así que se conformó con decir: –La decadencia.

–Desearía que te fueras –dijo Granger con sinceridad.

–El pecado absoluto –dijo Draco.

–Por favor, aparécete a casa con tu madre–

–Una biblioteca. Tendré que reportarlo.

–Como puedes ver, estoy a salvo aquí. Las únicas cosas malas son tu intento a ser gracioso.

–¿Qué otras travesuras tienes?¿Ir a la iglesia?¿Hornear?

–Es una biblioteca extraordinaria .

– Claro, tiene que serlo.

–Y no sé cuándo regresaré a Somerset.

–Sí.

–Es una de las bibliotecas más grandes de la Fundación Nacional para los Lugares de Interés Histórico o de Belleza Natural.

–Mmm.

–El lugar también tiene un invernadero de naranjos, un ejemplar sobreviviente del período Victoriano.

–Emocionante, claro.

–Deseo disfrutar de todas esas cosas sin ti.

Draco vio la mandíbula de Granger contraerse, indicando que estaba llegando a su límite; ya sea en forma de hechizo o un comentario hiriente. Se calmó.

–Está bien. Puedes visitar tu bendito Titsfiel–

–Tynstesfield.

–Y yo esperaré en el carro. Puedo decir honestamente que no tengo ni la más remota gana de acompaña–

El resto de su enunciado fue cortado abruptamente por un ruido. Draco maldijo. El maldito Chivatoscopio.

Granger alejó la vista del camino para verlo con sorpresa.

–Claramente, está fallando –dijo Draco.

–Claramente –repitió Granger.

Draco lanzó cuchillos con la mirada a la guantera.

–Timado por tu propia arma –dijo Granger.

Toda su molestia de antes había desaparecido. Definitivamente se estaba aguantando una sonrisa.

El ruido cesó.

–Voy a lanzar esa baratija por la ventana –dijo Draco.

–No lo hagas. Ya me empezó a gustar.

Gracias a la manera de conducir de Granger (“¿Límites de velocidad? Meramente una sugerencia” dijo ella mientras el Chivatoscopio sonaba) llegaron a Tynstesfield media hora antes del cierre.

Granger pudo disfrutar la biblioteca y el invernadero, mientras Draco disfruto un pastelillo de semilla de amapola en la cafetería. Miraron el atardecer juntos y solo discutieron cuatro veces.

Chapter 6: Encontrando Serenidad

Notes:

¡Gracias por leernos! Nuevos capítulos lunes y jueves (mientras la vida godín y estudiantil no nos lleven de encuentro)!

Chapter Text

Después de su viaje de Imbolc, Granger prácticamente desapareció de la vida de Draco. Visitaba su laboratorio y casa una vez a la semana para reforzar los hechizos de protección, pero sus horarios rara vez coincidían. Veía más a su gato que a ella.

Ocasionalmente, su Libreta de Parloteo vibraba para informarle que Granger estaba en X evento público en Y lugar. Como su Auror designado, ella dejaba su asistencia a su criterio; aunque dejaba claro que su presencia sería superflua en el mejor de los casos y molesta en el peor.

La mayoría de los eventos tenían sede en lugares mágicos seguros: paneles en San Mungo o Huntercombe, o simposios en universidades mágicas. Así que Draco rara vez sentía la necesidad de atender. En el improbable caso de que un panel de investigación se convirtiera en una situación , siempre tenían los anillos.

Al ver que los reportes de Draco se habían hecho bastante mundanos y que la asignación de Granger le quitaba poco tiempo, Tonks felizmente le agregó misiones adicionales. La recompensa por ser competente era más trabajo y Draco se preguntó si la incesante torpeza de Potter y Weasley era a propósito después de todo.

Y así, Draco se encontró durmiendo con Buckley en un lúgubre hotel en Manchester, donde estaban recopilando información sobre un grupo de contrabandistas de artefactos oscuros.

Buckley era un buen tipo. Era un Auror medio novato, ansioso y deseoso de probarse a sí mismo. Lo que significaba que Draco podía tomar un rol un poco más gerencial y delegar la mayoría de sus turnos de vigilancia a él. Esto, Draco explicó noblemente a Buckley, le brindaría tener más experiencia real. Buckley asintió con entusiasmo y recordó a Draco un cachorro.

Y con eso, le pasó el turno de las tres de la mañana a su joven colega y fue a la cama.

Draco sintió que recién se había dormido cuando su anillo le quemó el dedo al grado de despertarlo: dolor y un corazón acelerado, sonando desde Cambridgeshire.

Eran las cuatro y media. Nada bueno pasaba a las cuatro y media. Draco saltó de la cama y se puso una capa encima de sus pijamas.

Estaba demasiado lejos para una Aparición directa a Granger. Inició un fuego en la chimenea del lobby del hotel y llegó vía Flu a un pub en Cambridge; de ahí se apareció a la ubicación del anillo de Granger.

Draco se materializó en el cuarto extra de Granger, el que llamó un cuarto de rituales.

Granger estaba contorsionada como nudo en el suelo. Draco soltó un Homenun Revellio y Finite Incantatem , buscando al atacante invisible que claramente estaba aplicando un Crucio a Granger.

–¿Malfoy? –dijo la voz bofeada de Granger desde el suelo.

Los hechizos de Draco no revelaron absolutamente nada.

–¿Qué rayos estás haciendo? –preguntó Draco.

Granger colapsó y se puso de rodillas. –Yoga. ¿Qué rayos estás haciendo ?

Draco había visto ese misterioso término en el horario de Granger. –¿ Eso es yoga?¿Qué clase de martirio auto infligido…?

Ya que había determinado que no había peligro inmediato, Draco podía apreciar la escena. Había velas en la esquina y música suave sonaba. Granger llevaba puesto uno de esos trajes muggle ridículamente pegados color verde caqui. Su cabello estaba atado en una trenza francesa, tan gruesa como la muñeca de Draco.

Granger lo estaba viendo como si fuera un loco. –Estaba intentando un Taraksvasana…

–¿Un qué?

–Una parada de manos de escorpión, he estado trabajando en ello desde hace semanas. ¡Y ya casi lo tenía hasta que entraste como un rayo de la nada y me asustaste!

Draco se sentía cada vez más tonto. Se juntó la capa para tapar su pijama. Había poco que podía hacer sobre sus pies descalzos. –Y dime, ¿cuál es el punto de yoga?

–Flexibilidad. Fuerza. Balance. Encontrar serenidad.

Draco vio de reojo a Granger con cinismo a este último hecho. –¿La has encontrado?

No. –dijo Granger. Se puso de pie con evidente irritación–. Por favor, calibra tu anillo para que solo te presentes cuando hay una verdadera crisis.

Encendió la luz. Sus mejillas estaban enrojecidas. Una gota de sudor caía por su cuello. Su pecho aún palpitaba por el esfuerzo. Draco podía oler sal, sudor femenino y el hedor de la vela quemada.

Su estúpido cerebro tomó esta imagen e inmediatamente creo nuevos caminos neuronales que jamás habían existido, conectado la idea de Granger con el concepto de sexy .

Fue un desarrollo extremadamente molesto y Draco se cuestionó si debía practicarse una lobotomía en ese momento.

Un maullido grave interrumpió sus pensamientos. El gato había entrado a la recámara. Se acercó a Granger y, al notar a Draco ahí, lo recibió con un siseo.

Draco no siseó de regreso, pero estuvo cerca de hacerlo.

–Me retiraré –dijo Draco.

Por favor –dijo Granger–. Adiós.

Draco se Desapareció.

 


 

Draco no habría esperado (y deseado) más que un molesto silencio por parte de Granger después de haber irrumpido su casa como un maníaco. Sin embargo, se sorprendió al ver un mensaje de ella al día siguiente. Y no solo un mensaje, sino una disculpa de primera.

Malfoy: Perdóname por mi comportamiento ayer. Debí estar más agradecida de que llegaras tan rápido cuando pensaste que había algo mal. Te advertiré la próxima vez que intente un Taraksvasana. – Hermione

Las disculpas no estaban en el vocabulario de Draco. Su educación, tanto en casa como en el colegio, no alentaban las disculpas. Perdón era una admisión de haber actuado mal, un signo de culpa, una debilidad obvia.

Sin embargo, había algo lindo en recibir una disculpa. Calentaba el alma, en serio. No estaba seguro de qué le gustaba más: Granger pensando en ello por un día y luego disculpándose, Granger admitiendo que estaba mal, o Granger apreciándolo.

En lugar de borrar su nota en la Libreta, Draco la guardó en una de las últimas hojas. Tendría que preguntarle a Potter qué tan común eran las disculpas de Granger, y si debía enmarcarla.

–Draco, cariño, estás distraído.

La voz de su madre, con un tono de reproche, lo regresó a la realidad.

Su realidad era un lugar desafortunado: té en el salón más cargado de la mansión, con su madre, su amiga Madame Delphine Delacroix y la hija de Madame Delacroix.

La debutante del día de hoy era Rosalie Delacroix. Educada en Beauxbatons, sangre pura y objetivamente hermosa.

Draco guardó su Libreta. – Pardonnez-moi, mesdames. ¿Que disiez-vous?

–¡ Vous avez un Jabbering Jotter! –exclamó Rosalie–. Esos apenas están llegando por el Canal a nosotros en Francia. No se dan abasto. Hasta mi madre, que es muy tradicional, ama el suyo.

–En efecto –asintió Madame Delacroix–. No lograba que mi esposo contestara por lechuza, ni por amor, ni por dinero. Pero, esto lo hace tan fácil. Una verdadera innovación. Inglaterra debería estar orgullosa de esto. ¿Fueron los Weasley, cierto? ¿Frères Belette?

Cuando la conversación siguió por otro tema, Draco le envió una respuesta a Granger: Avísame sobre futuras sentadillas de escorpión. P.S. Tus disculpas podrían convertirse en mi nuevo vicio. -D

Draco levantó la vista con una sonrisa ligera en su expresión para encontrar a Rosalie hablando de una gala que su padre iba a tener. Draco se había perdido el inicio de ello. Probablemente era para beneficiar huérfanos o algo así.

–Estaríamos deleitados de verlos a los dos ahí –dijo Rosalie con sus manos entrelazadas en su pecho–. Es para una buena causa. Ayudaron a Padre mucho, ¿sabes?

¿Los huérfanos ayudaron a Agustín Delacroix? No le importó lo suficiente a Draco para aclarar la causa. Su Libreta vibró. La reviso debajo de la mesa para ver una nota de Granger: ¿ Si te das cuenta de que tendría que hacer cosas malas que ameriten una disculpa?

Haces una gran cantidad de cosas malas. He compilado una lista de tus actividades ilícitas, respondió Draco.

¿...Qu’en pensez-vous, Draco? ¿Te gustaría?

Draco alzó la cabeza. Madame Delacroix le había hecho una pregunta que solo había escuchado parcialmente, algo sobre su agenda en marzo. Respondió con una afirmación, claro que estaría feliz de acomodar su agenda para semejante noble causa. Su madre se veía feliz ante su fácil aceptación e indicó que también estaría feliz de ir.

Granger respondió: Si solo encantamientos de expansión ilegales fueran el peor de mis pecados.

No, respondió Draco. Conozco el alcance de tus depravaciones.

Ella se le adelantó: Ya veo que la visita a la biblioteca me perseguirá.

Draco sonrió a su taza. Su madre vio la sonrisa y, tomando eso como señal de su buen humor, preguntó a las mujeres si les gustaría apreciar los jardines. Rosalie declinó, diciendo que había estado un poco resfriada. Madame Delacroix y Narcissa se fueron a los jardines.

Draco se compuso al darse cuenta de que se encontraba tête-à-tête con Rosalie.

La hermosa bruja habló de cualquier cosa que pensó le llamaría la atención: Quidditch, su trabajo, el clima. Draco la escuchó con solo un oído porque no se trataba de brujas antiguas queriendo usar su cráneo como vasito y, por ende, era aburrido.

Se encontró deseando que la conversación continuara con otra bruja, una cuyo más reciente mensaje vibró en su bolsillo.

La plática tornó a amigos en común, cenas que sucederían pronto, y otras frivolidades. Rosalie estaba de acuerdo con todo lo que Draco decía, sin importar la banalidad de ello, en lugar de contradecir y discutir con él. Se rió de sus chistes más tontos en lugar de responderle algo mordaz. Se aferró a sus palabras, sin criticar, ansiosa, en lugar de desafiarlo. Lo elogió en exceso.

Era una conversación bastante sosa.

Cuando Draco se dio cuenta de quién era la otra persona que quería en lugar de Rosalie, se sorprendió. ¿Desde cuándo Granger se había convertido en su estándar para calificar compañía femenina?

La conversación, o lo que haya sido, duró veinte minutos. Eventualmente, Rosalie convenció a Draco de agregar una página en su Libreta para ella con el pretexto de enviar más detalles de la gala. Draco se encogió de hombros en aceptación. (Fue un momento descuidado del que posteriormente se arrepentiría, ya que Rosalie usaba mucho la Libreta y le escribía incesantemente tras eso).

Las mujeres regresaron de su paseo. Compartieron sonrisas, se despidieron y Draco suspiró con alivio cuando Henriette, la elfa doméstica, las llevó de regreso al salón de Flu.

Más tarde en la noche, Narcissa visitó el estudio de Draco para indagar. –Rosalie es una chica linda, ¿no crees? Parece que se llevaron bien.

Había tanto optimismo en su voz que Draco se preguntó si sería mejor mentir. Pero, eso le daría esperanza a su madre y quitársela después sería aún más cruel.

–Supongo que nos llevamos bien –dijo.

Ella notó la falta de entusiasmo inmediatamente. –¿Pero?

–Un poco insípida la chica.

Las manos de Narcissa se tensaron en decepción. –Oh.

Discutir con su pálida y triste madre nunca era algo que Draco disfrutara. Intento ser lo más gentil con ella al regañarla. –Hemos tenido esta conversación antes. No necesito, ni quiero que elijas brujas para mí.

–Solo quiero ayudarte –Las manos de Narcissa seguían tensas–. Quiero que encuentres a alguien educada y linda, que sea una compañera devota, que te dé hijos y llene esta gran casa vacía con risas de nuevo. Rosalie sería todas esas cosas. Cualquiera de las brujas que te he presentado lo serían –pausó y agregó–. Solo quiero que seas feliz, Draco.

Soy feliz.

Otro suspiro de Narcissa. –A tu edad, tu padre ya estaba casado, ¿sabes? Y te tenía a ti, tenías ya cuatro o cinco años…

–No soy mi padre.

Viendo que esto no llegaría a nada, Narcissa se dirigió a la puerta.

–No creo que ella exista –dijo sobre su hombro mientras salía.

–¿Quién?

–La bruja perfecta que aparentemente esperas.

 


 

Granger le escribió a Draco una semana después, avisando que estaría dando una conferencia muggle el jueves.

¿Dónde?, preguntó.

Magdalen College, Oxford , dijo Granger. Jueves 2-5pm. Mi charla es a las 2:30. Dudo ser asesinada, pero dejo tu asistencia a tu criterio de experto.

Si, Granger, gracias por eso, usaría su criterio de experto.

¿Audiencia?, preguntó.

Doctores muggles, dijo Granger.

¿Cuántos? Preguntó Draco.

150, dijo Granger.

Las cejas de Draco se arquearon. En ocasiones se le olvidaba lo chico que era el Mundo Mágico. Probablemente había menos de 100 sanadores capacitados en toda Gran Bretaña. Tal vez 300 o 400 si incluyéramos Medimagos y otros tipos de médicos.

Lo revisaré, dijo Draco.

Haz lo tuyo, revisa por favor , dijo Granger. No me hagas pasar vergüenzas.

Draco no se dignó a responderle.

El día de la conferencia llegó. Draco se apareció a una corta distancia de Magdalen College y camino al auditorio que Granger especificó, a la hora que especificó, con el atuendo que ella había especificado.

Una bruja un poco mandona, esa Granger.

El voluntario en la mesa de registro fue ligeramente Confundido para pensar que Draco era un invitado registrado y le permitió la entrada con un folleto del programa y etiqueta con su nombre. Tomó nota del edificio y lanzó hechizos discretos de revelación cuando los muggles no estaban viendo. El vestíbulo, guardarropa y baños estaban libres de cualquier maldad, así como los cuartos de servicio. Las personas aleatorias a quienes aplicó Legeremancia eran quien decían ser, muggles cerebritos que estaban ahí para ser aún más cerebritos.

Draco encontró un espacio cerca del frente del auditorio de donde podía vigilar. Estaba a unos veinte metros del podio, donde podía ver a Granger sentada en una mesa larga con otros tres expertos. Estaban platicando entre ellos.

Desde un análisis de riesgo, Granger no podía estar más expuesta, dado que estaba sentada literalmente bajo un spot de iluminación. Draco indagó en las mentes de las personas en la primera fila y no encontró nada más que ansias por que iniciara el evento y admiración hacia los doctores en la mesa de Granger. Después, revisó las mentes de personas de pie; solo para encontrar voluntarios, estudiantes escabulléndose a la conferencia y un hombre barbudo con cubiertas en los oídos cuyo rol parecía ser manejar las cajas de focos parpadeantes con cables. Por lo que podía ver, no había un solo mago o bruja presente.

Satisfecho ante la falta de amenazas, Draco lanzó hechizos precavidos en el escenario y se acomodó en su lugar. Mientras la conferencia iniciaba, abrió el programa. Éste le informó que el panel del día incluiría líderes de nivel internacional en ingeniería de células inmunes e inmunoterapia.

Esto le decía poco a Draco. El cáncer era una enfermedad 100% muggle. Los magos rara vez sufrían de ella y, si sucedía, se solucionaba rápidamente. Sin embargo, esto no parecía ser el caso con los muggles, para quienes era una condición seria e incurable en algunas ocasiones. 

Entonces, Granger y su equipo de cerebritos entraron. Sus pláticas del día de hoy incluían temas emocionantes como FL y CLL: Un Nuevo Paradigma de Atención y Linfoma de Hodgkins: Mitigando Toxicidad al Preservar la Cura.

Draco decidió que era bastante seguro dejar a Granger con sus CLL. La única amenaza en la sala era la muerte por un oscuro acrónimo. Justo cuando estaba por irse, le apetecía una siesta, el mediador anunció que la presentación de Granger era la siguiente.

Draco la vio caminar por el escenario y decidió quedarse.

Era una pequeña figura en el podio y, sin duda, la más baja entre los panelistas. Sonrió a la audiencia cuando se acercó al amplificador de voz muggle. Sus movimientos eran seguros y equilibrados. No tenía notas, pero las pantallas detrás de ella mostraban diagramas y puntos importantes.

Hizo un par de chistes que Draco no entendió en lo absoluto, pero el público rió. Su presentación se enfocó en avances de algo llamado terapias de células CAR T en células B malignas. Hacía contacto visual con todos, recibió preguntas durante la presentación, fue desafiada, respondió al reto y defendió su posición sin perder el aliento.

Estaba segura de sí misma, era inteligente, y en este lugar, importante. 

Granger en su elemento era algo bastante impresionante.

Después de terminar su presentación, Granger regresó a la mesa y el resto de los panelistas discutieron su conferencia. En algún punto, Draco ni siquiera supo si Granger y el resto estaban hablando inglés, se interrogaban entre sí sobre los linfomas de células EBV y TNK, sus desafíos de diagnóstico y la arquitectura de la investigación de biopsia líquida. Granger hizo un juego de palabras sobre la degradación de MALT1 que, aparentemente, fue escandalosamente divertido.

Draco se entretuvo haciendo Legeremancia a los panelistas. Ni uno pensaba que Granger era una insufrible sabelotodo. Solo encontró respeto, admiración y un sorpresivo enamoramiento del doctor a su izquierda.

Draco aprendió sobre la existencia de algo llamado análisis radiómico cuantitativo. Su valor predictivo fue discutido por un largo rato. Estos doctores muggles eran otra cosa, trabajando brillantemente por lo imposible, dedicando sus vidas enteras a ello. ¿Cómo es que había pensado que los muggles eran banales e ignorantes? Draco sacudió la cabeza. 

Granger ha de haber captado el movimiento de su cabello casi blanco en la sombra. Cuando vio que era Draco, le dio una pequeña sonrisa de saludo (un sentimiento raro, ese) y siguió con su disertación formando amplios arcos con las manos mientras explicaba algo.

Finalmente, se sacaron conclusiones, se dieron palabras de cierre y la conferencia terminó con muchos aplausos. Los participantes se arremolinaron con Granger y el resto del panel al centro de todo.

Draco, sintiéndose un poco abrumado por tanta palabra nueva y la cantidad de Legeremancia aplicada (tal vez la Guardiana no necesitaría un popote para su cerebro después de todo), decidió que ya no era requerido en el recinto.

Se dirigió a la salida, pero Granger lo encontró mientras atravesaba el escenario.

Como siempre, esperaba una charla superficial. En su lugar, encontró que su disfraz muggle estaba siendo analizado por ella y su marcada ceja arqueada.

–Pasable –fue su calificación al atuendo.

–¿Por qué la ceja? –preguntó Draco.

Granger apuntó a la etiqueta que el voluntario Confundido había puesto en el pecho de Draco. – Hola, Profesor Takahashi. 

–Ah, sí –dijo Draco–. Sí. Soy yo.

–¿Y cómo está el clima en Tokio?

–Muy agradable –respondió Draco.

–El Profesor Takahashi es de Kioto – dijo Granger. Tenía los brazos cruzados, pero su mirada delataba su diversión–. Un poco atrevido posar como uno de los oncólogos más reconocidos de Japón.

–No soy nada si no es qué atrevido – dijo Draco sacudiendo su cabello–. ¿Sabías que le gustas al buen Doctor Driessen?

Ahora la segunda ceja de Granger alcanzó la primera, casi perdida en su cabello. –¿Qué?

–Te va a invitar un trago en la noche.

No.

–Sí. También le gusto tu falda – dijo Draco, apuntando a la pieza ajustada de tiro alto en cuestión. (A él también le gustaba, por cierto. La moda de Muggles y el énfasis en los traseros le empezaba a caer bien.) 

–Ugh, digo, es muy lindo, pero… espera , ¿cómo sabes eso? – Granger se cubrió la boca en shock–. No me digas que usaste Legeremancia en muggles inocentes .

–Es parte de mi revisión de riesgos.

–¿Es permitido?¿No es una violación a la privacidad?

–Los Aurores tienen privilegios – dijo Draco–. De igual manera, Shacklebolt me dio carte blanche para usar las medidas necesarias para mantenerte segura. Excepto asesinatos, si tengo que pedir permiso. Hay un formulario y todo.

Granger parecía estar noventa por ciento segura que estaba bromeando, pero aun así lo estaba viendo como si fuera el Auror más depravado y sin escrúpulos del Ministerio, y que justo tuvo la suerte de tenerlo asignado como guardia personal.

El Dr. Driessen se apareció y, para la evidente consternación de Granger, la invitó a un trago por la noche. Draco apreció el valor, así como la sutiliza del acercamiento. 

Varias cosas pasaron rápidamente. Granger se acercó al costado de Draco, su mano se posó sobre su pecho afectuosamente, lo que convenientemente escondió la etiqueta de su nombre, y anunció que desafortunadamente ya tenía planes esa noche, ¿pero quizá otro día?

El Dr. Driessen alzó la vista a Draco, a su cabello (perfecto), su quijada (también perfecta), sus ojos (perfectos, fríos y perfectos) y decidió que estaba fuera de rango.

Hombre inteligente.

–Claro –dijo alejándose y luciendo nervioso–. Perdón, no me di cuenta. ¿A dónde irán?

– Eh… –dijo Granger. 

–Turf Tavern –agregó Draco.

–¡Clásico! –dijo Dr. Driessen. Luego, moviendo las cejas hacia Draco, agregó–. Está en frente del Bodleian. Tendrás que vigilar a Hermione. 

–Si, claro –dijo Draco pasando su brazo por la cintura de Granger–. Siempre lo hago.

Sintió la mano de Granger en su pecho apretarse.

–Bueno, lindo verte como siempre, Hermione –dijo el Dr. Driessen.

–Adiós, Johann –dijo Granger con una sonrisa un poco tensa.

Granger estaba tensa mientras se alejaba, su cuerpo se sentía listo para brincar lejos de Draco.

–No te alejes como si te hubieras quemado –dijo Draco entre dientes–. Está viendo. Actúa natural.

Granger aclaró su garganta y dejó que su mano se deslizara por el pecho de Draco, tomando la etiqueta en dicho movimiento. Se alejó de él lentamente e intentó hacerlo ver natural. (No lo fue).

Draco vaciló entre la diversión por su desconcierto y la alarma por lo agradable que se había sentido la curva de su cadera contra él, y lo bien que olía (otra vez).

Granger arrancó el nombre del profesor japonés de su palma. Parecía desconcertada, lo que reflejaba muy bien los sentimientos de Draco.

–Disculpa – dijo–. Tenía que hacer algo y estabas convenientemente… ahí.

–Úsame como accesorio cuando quieras –dijo Draco mirando a la multitud en lugar de a ella.

Granger fue abordada por otros colegas, quienes habían escuchado que iría a Turf, a donde también irían ellos, así que la verían en la noche. También dijeron que su primer gin and tonic corría por cuenta de ellos. Granger sonrió ligeramente y se despidió.

–Puede que esto haya sido un error – fue su oscura conclusión–. Te puedes ir. Puedo inventar una excusa para ti.

Era una excelente idea, salvo por un problema: en los últimos ocho segundos, Draco había decidido que si quería ir.

–Pero, quiero un gin and tonic – dijo Draco.

Granger estaba hablando consigo misma y no lo escuchó. –Les diré que te sentiste mal o algo así.

–¿Mal? Soy la clara imagen de la salud.

–Diré que comiste algo que no te sentó bien.

–No lo creo. Hay cientos de doctores muggle aquí; si digo que me siento mal, todos se acercarán e intentarán curarme. No quiero que me metan el estetoscopio por el trasero.

–Nadie mete estetoscopios por el trasero –dijo Granger exasperada.

Dos participantes de la conferencia que iban caminando vieron a Granger con cara de shock.

Granger los miró alejarse, en shock.

–Ups –dijo Draco.

Granger apretó la mandíbula. –Eres lo peor.

Draco se encontró sonriendo.

Y hablando de traseros, que quede claro que Draco no revisó el de ella en absoluto, ni encontró la vista agradable en lo más mínimo, ni disminuyó la velocidad a propósito para mirarla.

Adicionalmente, sin ninguna conexión al trasero de Granger, Draco concluyó que las túnicas estaban sobrevaloradas.

Turf Tavern era un lugar estúpidamente ocupado, especialmente cuando la conferencia había liberado a cientos de participantes sedientos a las calles de Oxford. Draco encontró una mesa mientras Granger les conseguía bebidas ( gin and tonics para todos) y se encontraron amontonados en un banco entre decenas de los mejores inmunólogos y oncólogos del mundo, emborrachándose cada vez más.

A Draco le preguntaron en qué trabajaba. Granger se preocupó cuando surgió la pregunta (pft, ¿no tenía fe en él?), pero Draco ya tenía una historia lista para esto. Tonks insistía en que todos los Aurores tuvieran un par de autobiografías muggle y unas mágicas de respaldo, y le preguntaba al respecto aleatoriamente para que no lo olvidaran.

Draco compartió su favorita. Esta tarde, era un piloto. Pocos muggles sabían de lo necesario para volar; así que, a menos que se topará con un verdadero piloto (poco probable con tanto doctor ebrio), estaba seguro. Y claro, tenía una pasión genuina por volar de manera mágica, lo cual daba cierta honestidad a sus palabras.

–Volar no es tan difícil, ¿saben? –dijo a la mesa–. Solo es sobre mantener el lado azul hacía arriba.

Risas. El doctor a su lado indicó que había un principio similar en el ámbito médico: que los intestinos quedarán dentro. Más risas.

Draco captó una mirada llena de asombro de Granger, una mezcla de agradable sorpresa, y quién rayos eres tú . Él arqueó una ceja hacia ella. Ella apartó la mirada, desconcertada.

Cuando le preguntaron cuándo había llegado a Oxford, Draco respondió: –En la mañana. Cuando le preguntaron qué hacía en Oxford, él dijo: –Doctora Granger.

Granger se ahogó con su bebida. Más risas. Cuando Draco la miró de reojo, parecía que Granger lo arrastraría a un callejón solitario para estrangularlo en la oscuridad.

Quién diría que molestar a la sabelotodo del siglo sería una actividad tan divertida.

Alguien más se unió a su mesa con gritos de bienvenida: el verdadero profesor Takahashi. Granger se pegó más a Draco en la banca para hacerle espacio.

Draco se inclinó y susurró: Pregúntale si tuvo problemas con su registro.

Granger lo pateó.

Habló cortésmente con el profesor, Draco escuchó pedazos de la conversación sobre Kioto; pero su atención regresaba a la presión del hombro de Granger en su brazo, y su pierna tocando la suya debajo de la mesa.

Un mesero llegó con más comida y bebida. Alguien había pedido un plato enorme de papas con queso, aceitosas, saladas y servidas con cebolla. A Narcissa Malfoy le hubiera dado un ataque al corazón de solo ver el grasoso platillo, con tres distintos tipos de queso.

Granger le pasó el plato a Draco de una manera ambivalente, como si esperara que despreciara la comida de un pub muggle.

Draco tomó una. Era la mejor chatarra que había comido.

Alguien, en algún lugar, hizo sonar un instrumento triangular y llamó a aquellos que querían unirse al concurso del pub de esta noche para formar equipos.

Algunos doctores de la mesa lo tomaron como señal de retirarse. Otros se vieron emocionados de unirse.

–Amo los concursos de pub – dijo la mujer de cabello gris a la derecha de Draco– La mitad de la diversión es descubrir que eres un pendejo.

–Apuesto a que somos timados por los nuevos –dijo un doctor frente a él.

–Claro que no – dijo un tercero–. Con Hermione ahí, esto es pan comido. Te vas a quedar, ¿verdad, Hermione?

Granger observó de reojo a Draco. –¿Qué piensas? Si estás cansado, puedes regresar a… a nuestro hotel.

Draco apreció el intento de ofrecerle una salida, pero no la tomó. En realidad, estaba agradablemente cómodo, quería probar esto del concurso de pub, había calidez de una mujer a su lado, y todo era bastante lindo. –Nah, claro que me quedo.

Hubo gritos de celebración y un cuchicheo general en lo que se buscaba papel y pluma.

Draco no sirvió para nada en las primeras preguntas, estas se enfocaron en política y deportes muggle. Sin embargo, si sabía cuántas teclas tiene un piano de cola (88), en qué año fue fundado Cessna (1927), y que país tenía un himno nacional de 158 versos (Grecia, los 158 versos habían sido cantados en el último Mundial de Quidditch).

Hubo un par de preguntas de biología y ciencias que los doctores acertaron con un nivel innecesario de detalle. Draco se enteró de que Picolax se usaba para algo llamado preparación para colonoscopia; uno de los médicos asintió sombríamente y dijo: “La noche de las mil cascadas”, y Draco estaba demasiado asustado para pedir una aclaración. Luego discutieron con el anfitrión sobre la definición de "subcutáneo" y, literalmente, intimidaron al pobre muchacho hasta que les dio el punto.

Las preguntas de historia y arte hubieran hecho perder al equipo si no fuera por Granger. Y después, para las quejas de todos, hubo preguntas de ejercicios matemáticos y un equipo de chicos las ganaron todas dejando a los doctores masticando polvo.

–Ingenieros –dijo uno de los doctores–. Nunca tuvimos oportunidad.

Granger, aún atrapada en una ecuación, se veía confundida.

Siguieron geografía, música y zoología, la cual Granger fue capaz de dominar con la ocasional ayuda de sus colegas. Draco ni siquiera intentó ayudar. Ya iba por su cuarta bebida, y descifrar qué significaba monotrema era una filosofía demasiado profunda para él en ese momento.

Al final, su equipo ganó gracias a Granger.

–Tendremos a Hermione registrada como tesoro nacional inglés –dijo uno de los doctores mientras le daba una palmada al hombro de Hermione.

Granger sonrió, pero su mirada pronto regresó al problema matemático que la confundió en la ronda escrito sobre una servilleta. 

El equipo ganador recibió cupones de algún valor monetario. Los doctores regalaron sus cupones al equipo de ingenieros que habían ganado segundo lugar; argumentando que no había sido del todo justo, ya que los años de estudio de los doctores superaban los años de vida de los muchachos.

La noche se empezó a calmar. El lugar se empezó a sentir más callado ya que la mayoría de las personas se fueron después del concurso excepto por Draco, quien estaba disfrutando su bebida, y Granger, quién seguía con el problema matemático. 

Eventualmente, se acercó a uno de los chicos de la mesa de al lado y pidió una explicación. 

–Es la paradoja de Borel –dijo el chico.

–¡Oh! –dijo Granger–. Pues, claro…

El misterio fue revelado y anotó la solución en su servilleta. Soltó la pluma con finalidad y se puso de pie.

–Vámonos –dijo.

Draco se puso de pie con cuidado, esperando a ver qué tanto le pegaban las bebidas. No estaba tan mal, considerando todo. Las papas de queso resultaron ser una buena ayuda.

–Tengan una buena noche –dijo el barman guiñándole a Granger.

Granger le dio una sonrisa forzada y casi huyo por la puerta.

Afuera, ninguno estaba caminando con su usual confianza sin alcohol, aunque Granger estaba mejor que Draco. En algún punto, lo atrajo hacia ella, justo cuando estaba por chocar con un poste de luz.

–Se supone que debes estar vigilándome a –dijo ella–. No al revés.

–El poste salió de la nada –dijo Draco hacia el cabello de Granger.

Se alejó de él hasta tenerlo a un brazo de distancia. –¿Cómo llegarás a casa? Y no digas Aparición, te Desmayo si lo intentas.

Draco estaba seguro de que, aún en su estado de risa, sería más rápido con la varita que ella. –Supongo que Flu.

–Hay una chimenea conectada en mi hotel. Por acá.

Draco la siguió por las calles de Oxford. El alcohol comenzó a asentarse y la filosofía fluyó. Se sintió generoso y en paz con el mundo. –Esos muggles hoy, eran muy inteligentes. 

–Sí, dijo Granger.

eres muy inteligente. Con todos los diagramas, y maltas, y carros, y cosas –dijo Draco. Se sentía importante que supiera esto.

Lo observó de reojo en la oscuridad. –Gracias. Y por favor ya basta, me das miedo cuando eres amable.

–¿Doy miedo?

–Regresa a burlarte de mí cabello.

–Bien. Es horrible. Deberías raparte.

–Mejor –dijo Granger.

– En realidad, no lo hagas –dijo Draco.

–¿Estás seguro?

–Sí.

–Ya llegamos –dijo Granger. Empujó la puerta de la pequeña fonda Mágica. La recepción estaba vacía y el fuego en la chimenea estaba bajo.

Granger apuntó su varita a la leña y regresaron a la vida como si hubiera soltado un Incendio.

–¿Eres experta en hechizos de fuego además de los de extensión? –preguntó Draco ante la demostración.

–Un poco –respondió Granger con una modestia poco creíble.

–Oí que prendiste en fuego a Snape durante el primer año –dijo Draco–. Pero, no lo creí.

–Bien hecho, es mentira –dijo Granger sin verlo a los ojos.

–Eres una pésima mentirosa.

–Ya vete –dijo Granger, ignorando el comentario y haciendo ademán a la chimenea–. Estoy cansada y quiero mi cama.

–Pero, quiero la historia de cuando prendiste en fuego a Snape –dijo Draco.

–Ve a casa, Malfoy.

Viendo que no lograría nada, Draco arrojó el polvo Flu a la chimenea. –No eres nada divertida. Mansión Malfoy.

Las llamas se pintaron de verde. Su última visión fue de Granger, con brazos cruzados, recargada en una pierna. Sus ojos oscuros lo observaban como si fuera un teorema de matemáticas a resolver.

Le infló el ego haber intrigado a la Gran Cerebro. Pero, por otro lado, dada su propensión de resolver cosas, le daba un poco de miedo. No quería ser resuelto.

–Buenas noches, Malfoy.

Draco entró al fuego.

 

Chapter 7: Ostara; La Contrariedad de Granger

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La siguiente visita de Draco a la casa de Granger se estropeó por lo que, en retrospectiva, fue un ligero fallo en su juicio. Con el paso de las semanas y su poco progreso en descubrir qué era su proyecto, su mente se enfocó en cierto objeto en su estudio: el grimorio hecho jirones en el pedestal. Aquel por el que había amenazado con llorar.

Entonces, una mañana a inicios de marzo, cuando Draco se alistaba para la visita a la casa de Granger, le envió una nota indicando que acudiría a su hogar, si estaba bien con que fuera, ya que no había protegido individualmente las ventanas, y eso le estaba molestando.

Granger le respondió con un seco Si crees que es realmente necesario.

Sí, sí lo creía.

Draco acomodó su visita para que coincidiera con una de las clases de Granger en Trinity para asegurar que no fuera molestado mientras husmeaba. Cuando llegó, el gato, quien probablemente sintió las intenciones de Draco, tomó una posición de poder en el techo y lo observó mientras rehacía los encantamientos de protección de afuera.

–Solo estoy haciendo mi trabajo, gato –dijo Draco.

El gato lo vio con cinismo.

Entró a la casa y protegió las ventanas del primer piso, pasando a la segunda planta con rapidez. La recámara de Granger fue la primera que terminó, con poca oportunidad de revisar ya que el gato estaba en la puerta viéndolo. Después, el cuarto de yoga. Y, finalmente, el estudio.

El grimorio seguía en su pedestal, abierto a la mitad, rodeado de ese tono verdoso de hechizo de estasis . Draco protegió la ventana bajo la mirada observadora del gato y se acercó al tomo.

La mirada del gato se hizo más penetrante.

Draco revisó las páginas visibles. A través del hechizo de estasis, las palabras se veían borrosas y parecían moverse. El escrito estaba rebuscado y pesado. No era inglés, en realidad, algunas partes parecían estar en francés, ¿anglonormandos, tal vez? En ese caso, era un libro antiguo , por lo menos de hace cinco siglos.

Por los pedazos que podía entender, estaba viendo la elaborada descripción de un terreno: una colina verde bajo danzantes campanillas, un cardo reluciente y las hojas aterciopeladas de Gossamer de Fali.

Eso era todo lo que Draco podía interpretar, el resto estaba en muy malas condiciones. Recordó lo que dijo Granger en Mendip Way, algo sobre las descripciones de la flora dando pistas sobre su misteriosa búsqueda. Sin embargo, ninguna de las plantas mencionadas en la página estaba en su lista. Debía de ser un lugar distinto.

Tenía muchas ganas de ver la portada del libro.

Volteó a ver al gato. A quien solo le faltó mover la cabeza en negación.

–Será un vistazo rápido –dijo Draco al gato–. Podría ayudarla, ¿sabes?

El gato movió su cola en desaprobación.

Draco lo hizo de nuevo. Usando su varita como una extensión de su mano para no tocarlo, levantó la portada lo suficiente para ver el título.

Se llamaba Revelaciones.

El gato maulló amenazante.

Draco dejó caer la portada y se fue de la casa de Granger rápidamente.

 


 

Draco no sabía cómo, pero Granger sospechaba algo. Primero su Libreta le notificó con una serie de mensajes preguntándole si había tocado el libro. Draco lo negó, lo negó un poco más y luego Aturdió la libreta para que dejara de vibrar.

Tras eso, de alguna manera, Granger encontró a Boethius.  Uso a la propia lechuza de Malfoy para preguntarle con mayor desesperación. Draco envió a Boethius con un mensaje a una amistad en Italia para que Granger no tuviera acceso a él por el resto de la semana.

Después, le llegó una Carta Vociferadora durante una reunión con Tonks. Solo alcanzó a escuchar “MALFOY, TOCASTE–” antes de que lo incinerara.

Las cejas de Tonks se arquearon. –¿Era Hermione?

–Sí –dijo Draco.

–Pues, eso explica eso –dijo Tonks. Apuntó al Cristal de Enemigos. Una de las figuras se veía familiar: una mujer delgada con un bulto de rizos en su cabeza y las manos a la cadera.

–Supongo que está teniendo pensamientos violentos sobre mí por mi cercanía a ti –dijo Tonks–. ¿Qué hiciste?

–Nada –dijo Draco, lo cual era esencialmente verdad.

Tonks se le quedó viendo un largo tiempo, sus dedos tocando su escritorio a un ritmo en su cabeza. –Asumiré que, lo que sea que hayas hecho, era en tu capacidad profesional como Auror y para asegurar su protección.

–Ese siempre es mi objetivo principal –dijo Draco.

Tonks le dio otra mirada larga y regresó la vista a su reporte de contrabandistas de artefactos oscuros. –Ten cuidado, Malfoy.

Tras ser despedido, Draco regresó a su cubículo.

Recién se había sentado cuando una nutria plateada salió de la nada. Le dijo que era un imbécil chismoso y un mentiroso, y le sugirió brincar de un edificio.

Draco envió a su propio Patronus con una amable solicitud a Granger de guardarse sus nutrias ruidosas, estaba trabajando.

Por un corto tiempo, eso fue todo.

Draco estuvo atento al horario de Granger para ver descansos en su calendario, ya que eran los días en los que podría decidirse a visitarlo en persona. No lo hizo, probablemente porque estaba salvando vidas o alguna otra tontería.

Fue en ese momento que notó que otra de sus vacaciones de asterisco estaba acercándose, este fin de semana.

Ostara se está acercando , le Parloteó casualmente esa tarde.

Su respuesta fue instantánea, y no tenía relación con el tema. Ese libro no era TUYO para tocar.

¿A dónde vas en Ostara? Preguntó Draco.

NO estás invitado, dijo Granger.

No necesito una invitación, dijo Draco.

No necesito supervisión de un tarado entrometido, dijo Granger.

Te veo pronto , dijo Draco.

Ella no respondió.

Un poco dramática era, esa Granger.

 


 

El Tarado Entrometido No Invitado tuvo una mañana tranquila el sábado antes de alistarse para Aparecerse ante Granger.

Después de su aventura con las Guardianas de la Fuente, había perdido cualquier privilegio para tomar decisiones sobre si necesitaba o no de la supervisión de Aurores. Draco no confiaba en que Granger no estuviera a punto de adentrarse a una guarida de vampiros para obtener algún frasco de dudosa procedencia.

Además de esas virtuosas razones, la escapada de Granger seguía beneficiando a Draco. El día de hoy, la aventura de Granger, o lo que sea que fuera, coincidía con uno de los almuerzos de su madre. Draco estaba feliz de tener la excusa, aun si su madre le había prometido que no había motivos ocultos y que la presencia de brujas jóvenes y solteras sería mera coincidencia.

Draco usó la Red Flu para dirigirse a Mitre, el bar habitual de Cambridge, y desde ahí se apareció en la ubicación que marcaba el anillo de Granger, que lo llevó a su cocina.

Donde estaba el anillo, pero no estaba Granger.

–Debes estar bromeando –dijo Draco al anillo en la mesa.

Solo el gato respondió: un maullido de lamento ante la ausencia de su dueña.

–Tu bruja es un dolor de cabeza, ¿sabes?

El gato se acomodó en los pies de Draco.

Draco guardó el anillo de Granger en su bolsillo. Después sacó su varita y activó los hechizos de rastreo. Qué bueno que él sí hizo planes de contingencia.

Frente a él brillaba un mapa, y en ese mapa había puntos de luz que brillaban más que el resto.

Al parecer, los viejos tenis de Granger estaban en el laboratorio de Trinity College. La taza de té estaba en algún lugar de la casa. Los pasadores que Draco había encantado estaban por todos lados, algunos en el laboratorio y otros en San Mungos.

Un solo pasador estaba paseando a través de Uffington por razones desconocidas.

Razones que Draco estaba ansioso por descubrir.

Draco se apareció a la ubicación del pasador.

–Sorpresa –dijo al materializarse frente a Granger.

Ella brincó un metro en el aire, lo cual fue placentero ver, y después lo maldijo, lo cual fue aún más placentero.

Draco miró a su alrededor para ver que se encontraba en la cima de una colina verde barrida por el viento. Tenía una forma extraña, alta pero plana en su punta. El césped bajo sus pies era verde y suave, excepto por donde se veía interrumpido por grandes áreas de color blanco. A su alrededor había una hermosa vista de pastizales verdes, marcados por caminos hechos por el hombre u ovejas errantes.

Dragon Hill, where legends tell of St. George killing a dragon, whose blood burned the turf to bone-white chalkiness where it ran. (photo: nationaltrust.org.uk)

Dragon Hill, donde la leyenda cuenta de San Jorge matando un dragón, cuya sangre quemó el césped y dejó cal blanca en su lugar. (foto: nationaltrust.org.uk)

Luego, Draco dirigió su atención a Granger, quien estaba equipada con su equipo de senderismo. Su cabello estaba en una cola alta, lo que le daba un aire deportivo sobre su habitual cebolla académica. Su nariz estaba sonrojada por el viento de marzo.

Su frente, por supuesto, estaba estropeada por un ceño fruncido.

–¿Cómo rayos estás aquí? –preguntó Granger.

–¿Dónde estamos? –preguntó Draco.

–¿Cómo me encontraste?

–¿Qué hay en tu chamarra? –preguntó Draco porque se veía abultada.

Granger cerró la chamarra más fuerte. Sus brillantes ojos se apagaron con un repentino velo de Oclusión. –Nada. Bien, ya respondí una de tus preguntas, te toca.

–Eso fue una mentira.

–Pues eso es lo único que recibirás de mi parte –dijo Granger. Comenzó a bajar de la colina y alejarse de Draco–. No quiero hablar contigo.

–¿No? Porque hiciste explotar mi Libreta de Parloteo, te adueñaste de mi lechuza, para luego mandarme una Carta Vociferadora y una nutria enojada. Oye , ¿a dónde vas?

–Lejos de ti –dijo Granger.

Draco estaba molesto, ¿se había perdido lo que fuera por lo que ella había venido?¿La cosa de Ostara?

De seguro sí. Se veía feliz de ir bajando la colina. No debió de haberse despertado tan tarde en la mañana.

–¡Granger! Regresa aquí. Aún no hemos terminado –dijo Draco bajando por la colina tras de ella.

Yo ya terminé aquí –dijo Granger de una manera ligera–. No sabría de ti.

–Debes de usar el anillo –dijo Draco a la coleta de Granger.

Siguió su camino ignorándolo. Y, sin advertencia alguna, se dobló a la mitad. Draco evitó por poco chocar contra ella en lo que habría sido contacto pélvico completo.

Si, Tonks. Se rompió el cuello cayendo por una colina. Empujé dentro de ella demasiado fuerte. Si, fue un accidente. Si, está muerta. Por favor regresa mi cuerpo a mi madre en el menor número de piezas posible.

Granger se irguió sosteniendo algo en su mano.

–¿Qué es esto? –preguntó.

Draco se le quedó viendo. –Una planta.

–Específicamente, gossamer. ¿Sabes qué tipo de gossamer?

–F- –inició Draco recordando el viejo libro. Se detuvo. –F-francamente, no tengo idea.

Fali’s. Es Gossamer de Fali.

–Bien por Fali.

–Pero, ya sabías eso porque leíste el libro –la máscara de Granger estaba cayendo. Se veía un poco maníaca.

Draco agitó la planta. –Quitarte el anillo no era parte de nuestro acuerdo. Debes de tenerlo puesto en todo momento. Es el punto de todo.

Granger, quien había reanudado su descenso, dio una vuelta brusca. Su coleta golpeó a Draco en la cara, una herida severa por la cual no se disculpó.

–¿Sabes que tampoco estaba en nuestro acuerdo? ¡ traicionando mi confianza y tocando mis cosas!

Ah, ahí estaban los gritos agudos.

–No le hice nada a tu libro.

–¡No debías tocarlo en primer lugar! ¡Es un libro invaluable!

Regresando su vista al frente (y golpeándolo de nuevo con su coleta), Granger reanudó su descenso de la colina.

–Ponte el anillo de nuevo, Granger –dijo Draco.

–No. Terminé con tu dispositivo de vigilancia.

–Bien –dijo Draco a su espalda–. Le diré a Shacklebolt que ya estoy harto y te pondrá en verdadera vigilancia. Con Aurores que literalmente te vigilarán las 24 horas del día. ¡Cada movimiento, cada frasco que muevas en tu laboratorio, y cada palabra que metas a tu computadora!

Granger se detuvo. Hizo un sonido de queja.

Draco caminó hacia ella.

–Mano –dijo.

Granger le dio su mano.

Draco la tomó bruscamente. Quería ponerle el anillo de una manera bruta para demostrarle lo enojado que estaba, pero no lo hizo por miedo a romperle el dedo. Hubo un momento de silencio en el cual le puso el anillo de nuevo.

–¡Oh! –dijo una voz.

Unos senderistas muggles se habían acercado por el otro lado de la colina.

Gritos de felicidad siguieron: “¡Un compromiso!” y “¡Qué linda pareja!” y “¡Felicidades!” y “¡Qué bello lugar para esto!”.

Draco no sabía que Avada Kedavra podía lanzarse únicamente con la mirada, pero Granger lo estaba haciendo bastante bien.

Luego se giró hacia los muggles e hizo algunos sonidos de asentimiento y falsa alegría para que siguieran adelante. Draco no se le unió porque estaba muerto.

Los senderistas eventualmente siguieron su camino, deseándoles lo mejor en su vida de casados y dando estúpidos consejos a Draco.

Granger estaba sosteniendo su ramo de Gossamer con fuerza. Tan pronto se fueron los muggles, lo arrojó al suelo y preguntó por qué tenía esta vida.

Draco asumió que era una pregunta retórica y no respondió. Sacó su varita y caminó hacia la dirección que tomaron los muggles.

–¿Qué haces? –pregunto Granger.

– Les lanzaré haré un Obliviate a todos –dijo Draco.

No lo hagas –dijo Granger con una sorprendente autoridad–. Los encantamientos de la memoria son delicados.

–Pero–

Ahora Granger estaba a su lado. Le arrebató la varita de la mano. –No lo hagas. No importa. Te prometo que esos Muggles no arruinarán tu reputación o irán al Profeta con este...este supuesto suceso. 

–No me importa –dijo Draco, porque era verdad–. Pensé que a ti te importaba. Me garroteaste con la mirada. 

–¿No te importa? –Granger se veía perpleja por primera vez– Pensé que te importaría.

–¿Por qué me importaría? Son muggles.

–No lo sé. Olvídalo. ¿Ya terminamos?

–¿Terminaste?

–Sí –dijo Granger.

–Entonces yo también –dijo Draco.

Granger salió corriendo a través de una reja hacia el estacionamiento.

Draco se demoró lo suficiente para verla sacar su carro del estacionamiento y tomar la carretera.

Se alejó sin mirar atrás.

Su placa decía CRKSHNKS.

Draco se Desapareció con un crack irritado.

 


 

Unos días después, Draco se preparaba para el Quidditch de los miércoles por la noche, el cual tenía sede en el bien cuidado campo de su mansión.

Equipado y listo para jugar, voló hacía el campo, donde los malhechores de siempre lo esperaban: Zabini, Davies, Flint, Doyle y otros amigos del colegio, más un puñado de jugadores que se habían reunido para el partido de hoy.

–Oi oi –saludó Flint.

–El Jefe Toff ha llegado –dijo Doyle.

–Cuida tu cuello en el aire, Doyle, o lo haré por ti –dijo Draco moviendo su escoba para llegar a ellos.

Doyle alzó su bate a Draco en amenaza de broma. –Estoy más equipado para golpear cabezas.

–¿Cinco contra cinco? –preguntó Davies moviendo su escoba entre ellos y ansioso de empezar.

–Vamos a hacerlo.

Jugaron. Eran poco más de las ocho cuando iniciaron, pero el campo estaba mágicamente iluminado y les permitió un juego largo lleno de reglas cuestionables y hazañas mortales. La Snitch fue algo escurridiza esa noche, ni Draco ni el otro buscador tuvieron suerte, así que ambos fueron sujetos a chistes de sus equipos.

Llegó la medianoche y Davies dijo mierda, su señora le iba a cortar la cabeza por estar fuera tan tarde . Todos estuvieron de acuerdo en un empate, por falta de habilidad de sus buscadores y el puntaje empatado, para continuar a la siguiente reunión y celebrar al ganador con mucha bebida.

Los estallidos y crujidos reverberaron por todo el campo mientras los jugadores desaparecían a casa, dejando a Draco solo. 

Ahora si podía divertirse.

Voló perezosamente en largos bucles, más y más arriba, hasta que el campo se convirtió en un pequeño rectángulo verde en el suelo, y la mansión lucía como una fea casa de muñecas brillando suavemente en la noche.

Luego inclinó su escoba hacia abajo y realizó una finta de Wronski . Se detuvo en el último minuto, apenas conteniendo el grito de alegría que quería estallar en sus labios, y empujó su escoba en espiral hacia el oscuro cielo.

Una vez más, el terreno de juego era un pequeño rectángulo verde debajo, pero Draco voló aún más alto, hasta que imaginó que podría haber volutas de nubes entre él y la tierra.

Se dejó caer de nuevo, disfrutando del viento en su rostro, la sensación paralizante de la caída en picado, la adrenalina estallando en sus venas. Era glorioso. Era libertad.

Corrigió su caída al último momento, con su corazón latiendo en sus oídos y los dedos de los pies rozando la hierba.

Un suave, pero distintivo, pop de Aparición resonó en el campo. Volteo para ver quien era, listo para molestar a Davies por huir de su esposa.

Pero no era Davies.

Era Granger.

¿Había venido a regañarlo de nuevo por el libro? Draco voló más bajo y detuvo su escoba frente a ella. 

–¿Qué demonios haces aquí?

Pero Granger no se veía enojada. Se veía confundida. Su varita estaba alzada, lanzando chispas verdes de sanación.

De hecho, se veía que acababa de salir de la cama. Su cabello estaba recogido en una gran tenza plagada de rizos que se escapaban. Llevaba puestos unos pantalones cortos muggles y una sudadera grande y gastada de la Universidad de Edimburgo. Sus piernas estaban visibles y sus pies descalzos.

–Te–te sentí –titubeo viendo a sus alrededores desconcertada–. Tus latidos estaban por los cielos, tu adrenalina al pique, y fue horrible, yo-

–No, fue diversión –corrigió Draco aun recuperando el aliento.

–¡Pensé que estabas a punto de morir!

–Espera, ¿cómo lo sentiste?¿Cómo rayos estás aquí?

–¡El maldito anillo! –dijo Granger agitando su mano con el anillo en cuestión.

–Imposible –dijo Draco–. Tiene un solo sentido.

–¿Entonces cómo es que estoy aquí, bobo?

Era un buen punto, y Draco se vio obligado a considerar que podría tener que revisar los encantamientos de nuevo. Su ira aumentó, sin embargo, porque seguramente la falla era culpa de ella. –La única boba aquí es la que se quitó el anillo cuando no debía y descompuso algo. Esos hechizos son delicados.

Granger alzó las manos, como si no pudiera creer lo absurdo que era esta conversación. –¡No vine aquí para discutir quién es más bobo!

–Eres tú –dijo Draco–. Y dado que viniste en tus pijamas a corroborar mi bienestar, puedo confirmar que estoy bien . Te puedes ir. Estoy seguro de que tienes mejores cosas que hacer.

Este enunciado fue, al parecer, la respuesta equivocada. Los chillidos de Granger aumentaron. 

–¿Mejores cosas que hacer? ¿Yo? Oh, no. ¡Mi vida es un parque de diversiones!

–Granger-

–¡Me encanta aparecerme en un campo de Quidditch a medianoche! ¡En marzo! ¡Descalza! ¡Para intercambiar insultos con Draco Jodidamente Malfoy! ¡Amo mi vida! ¡Tengo tan poco que hacer, que he estado pensando en aprender a jugar boliche! ¡Barcos en botellas–!

Se detuvo antes de continuar, siendo interrumpida por algo tocando su cuello. Se movió a un lado. –¿Qué es-

En su nuca, brillando burlonamente a Draco, estaba la Snitch.

Draco se acercó a Granger y la tomó. –He estado buscando a este cabrón toda la noche.

Maravilloso. Q-que bueno que fui de ayuda –dijo Granger.

Tenía la mandíbula contraída; pero Draco cayó en cuenta de que no era por enojo, si no por el frío.

Ella tomó un respiro y pareció reunir la poca dignidad que le quedaba. –Dado que estás bien, ¿podrías llevarme a la Flu más cercana?

¿Por qué rayos necesitaba que la llevara a algún lado? Draco se bajó de su escoba a su lado y vio que no se veía tan bien. Tenía los labios blancos, estaba pálida y temblando.

–¿Te Apareciste desde maldito Cambridgeshire? –preguntó Draco.

–Tomó un par de br-brincos –dijo Granger entre dientes–. Hi-hice un turno doble en San Mungo esta mañana; así que, entre eso y la aparición a larga distancia, estoy drenada.

Draco le lanzó un hechizo de calor, su irritación por la situación comenzaba a dar paso al enojo. Drenó su magia por él, la imprudente tonta. –¿Y cuál era tu plan cuando llegaras a salvar mi vida casi sin reservas mágicas ?

–Iba a ponerte un yeso en la herida –dijo Granger, pero su sarcasmo se vio interrumpido por el temblor que recorrió sus hombros–. De-detén a la mierda con los regaños…no estaba pensando. Estaba dormida y me desperté de golpe porque el anillo me estaba gritando que te ibas a morir.

Draco sintió que debería sentirse tocado ante eso, pero el enojo por su imprudencia era mayor.

–Bien. Entonces, pude haber estado en medio de un duelo con una pandilla de magos oscuros y tú te habrías aparecido descalza, sin magia, en tus pijamas. Malditamente brillante.

– ¡Fue una reacción ! –dijo Granger–. ¡Perdón por no detenerme a evaluar mis opciones cuando pensé que estabas a punto de morir! Soy una Sanadora, las probabilidades de que pudiera hacer algo al respecto d-de tu-

–De mi herida mortal no existente. Claro. –Draco volvió a subirse a su escoba y se acercó a ella–. Súbete. Te llevaré a la Finca. Puedes usar la Flu ahí.

–No –dijo Granger alejándose de la escoba. 

Draco asumió, con gran exasperación, que su objeción era por volar. 

Está bien. –Bajó de la escoba y le ofreció su brazo en su lugar–. Nos apareceré a la mansión. Vamos. Pareces a punto de desmayarte. 

Granger se alejó de nuevo. Se veía aún más pálida. –No, la mansión no. Aparéceme al Swan. Tomaré la Flu desde ahí.

–¿Qué tiene mi Flu? –preguntó Draco, perdiendo la paciencia y agarrándola del brazo para la aparición conjunta–. Mi mamá está en Francia esta semana, si es lo que te preo–

–No. No es tu madre. Solo… solo no quiero regresar ahí, ¿de acuerdo?

Ella envolvió sus brazos alrededor de sí misma. En ese momento, la gran Hermione Granger se veía pequeña, pálida y asustada.

Draco se dio cuenta, terriblemente tarde, que era su hogar al que ella se oponía. Que la mansión todavía resguardaba los horrores de la Guerra.

Era un idiota.

Le ofreció el brazo de nuevo. –El Swan entonces.

Ella lo tomó. Su mano era ligera sobre su brazo y, contra su equipo de Quidditch empapado en sudor, se sentía frío.

Aparecieron en el guardarropa del Swan, el bullicioso pub mágico que servía como punto de referencia para viajar a Wiltshire por Flu. Las voces de la gente retumbaban felizmente por las paredes. Draco lanzó un hechizo de ignorancia en sí mismo y Granger, que ayudó a evitar las miradas mientras se dirigían a la chimenea.

Draco noto que Granger aún lo sostenía por el codo; de hecho, se empezaba a apoyar en él.

Arrojó un puñado de polvos Flu al fuego y Granger le dio el nombre del bar mágico más cercano a su casa, el Mitre.

–No tienes suficiente para Aparecerte desde ahí –dijo Draco.

–Mi casa no está conectada a la red Flu. Planeaba caminar, son solo unos minutos –dijo Granger.

Draco hizo un ruido con la garganta. –Has comprobado que eres una tonta una vez hoy, pero veo que estás a punto de desmayarte. Te acompaño.

El grado de cansancio de Granger fue evidente cuando no protestó. Se metieron al fuego y fueron volteados y jalados entre dos decenas de chimeneas hasta que llegaron al Mitre.

Draco encontró su equilibrio más rápido que la exhausta bruja tonta, quién hizo el valiente intento de erguirse, aunque fue más un colapso lateral contra él. Deslizó un brazo alrededor de su cintura y los Apareció en su cocina.

Un borrón anaranjado entró corriendo en la habitación ante el crujido de la Aparición de Draco. Al instante, hubo un maullido de preocupación cuando el gato notó a su ama recargándose en el costado de Draco.

–¿Sigues con nosotros? –preguntó Draco, sacudiéndola un poco–. ¿Debería llamar a alguien? ¿Te llevo a San Mungo? Di algo o enviaré un Patronus a Potter e iniciaré un pánico masivo.

No lo hagas –la mano de Granger le apretó el brazo–. Es solo…solo agotamiento mágico. Me la pase todo el día sanando. Las apariciones a distancia fueron… estúpidas. Dame una poción de reposición, el frasco rojo en la repisa, ahí.

Draco acomodó a Granger en una silla, donde se recargó con un suspiro. Hizo flotar el frasco en cuestión hacia ellos y le quitó la tapa de cera.

–Yo soy la tonta –dijo Granger antes de tomar la poción de fondo.

Draco sintió que debía tomar nota de este momento.

El gato estaba paseando entre las piernas de Granger con maullidos ansiosos.

–Estoy de acuerdo –dijo Draco–. Necesita descansar.

–No lo entiendes –dijo Granger dejando el frasco en la mesa–. Deja de hacerte el que sí.

–Dijo que hay un sofá en algún lugar enterrado entre los libros de la sala en el que deberías recostarte.

No toques esos libros –dijo Granger, combativa aún con su poca energía.

El gato hizo un maullido de queja.

–Cama, entonces. Estoy de acuerdo –dijo Draco.

Draco no le dio a Granger oportunidad de refutar. Le pasó una mano por el codo y los apareció al segundo piso, donde la depositó en su cama.

Era obvio, al ver el estado de la recámara en penumbra, que Granger se había aparecido con la prisa con la que dijo. La cama estaba hecha un caos, como si se le hubiera olvidado que estaba cubierta con una manta cuando se puso en pie de un salto. La lámpara en su mesita de noche estaba torcida como si la hubiera golpeado. Su celular muggle estaba boca abajo en el suelo. 

Draco reacomodó todas las cosas con el agitar su varita. El gato, que los había seguido por las escaleras, brincó a la cama y se unió a Granger con un sonido de reproche.

El gato se acomodó en la axila de Granger como botella de agua peluda. Granger se cubrió con la cobija con una mano débil y acarició la cabeza del gato con la otra.

Draco, quien había estado esperando para ver que la poción restauradora hiciera efecto, y que Granger no iba a morir por su culpa, sintió que estaba entrometiéndose.

Dio un paso hacia la puerta. –Bien. Me retiro. Por favor, no vuelvas a hacer eso.

–Perdón –dijo Granger–. Por ser… complicada. Sobre tu casa.

–No me importa –dijo Draco. – No importa.

–Sé que las cosas horribles que sucedieron ahí son cosa del pasado.

–No necesitas dar excusas. Duérmete –dijo Draco tomando un paso más largo a la puerta.

–Sé que no es racional –dijo Granger–. Pero...

–Deja de pensar, Granger –dijo Draco sabiendo que ese enunciado era una contradicción–. Adiós.

–Solo era para usar la red Flu –dijo Granger suavemente, casi para sí misma–. Patético, de verdad.

Draco dio un largo paso hacia atrás en la habitación. De alguna manera, no podía dejar pasar eso. –No es patético que no quieras entrar al lugar donde fuiste torturada–. (Quería agregar tonta, pero sintió que ya había alcanzado su cuota para ese término, esta noche.)

Granger solo dijo “Mm” de manera ausente.

–De todos modos –dijo Draco–. La mayoría de la mansión fue destruida al final de la Guerra. Toda esa ala se ha ido. El salón se ha ido.

–¿Se ha ido? –preguntó Granger al techo.

–Sí. Son solo jardines. Invernaderos. Flores, plantas medicinales…

–¿Qué plantas? –preguntó Granger.

¿Por qué tenía que saber todo de una manera tan insoportablemente detallada? Era exhaustiva.

–No lo sé –dijo Draco–. Mi mamá dona las que son útiles a boticarios. Duerme.

–Eso es bueno –la voz de Granger había tomado un tono más suave. La poción estaba ya haciendo efecto.

–Sí.

–Me hace feliz saber que algo bueno pudo haber salido de un…

–¿Un lugar tan terrible? –agregó Draco.

–Sí.

Ella no dijo nada más por unos momentos. La luz de la luna que entraba por la ventana iluminó su rostro con una luz suave: delicada, con los ojos muy abiertos, todavía pálida. Su cabello era un rizo oscuro sobre la almohada, desplegándose lentamente.

Draco sintió como si estuviera viendo doble. En su enorme sudadera, metida en la cama con sus manos en la manta, parecía la chica que recordaba del colegio. Pero, esa visión desapareció con este retrato de una encantadora y cansada bruja que había llegado al agotamiento mágico para llegar a él, solo por pensar que estaba en peligro. 

Ella se había hecho esto por él.

Era una sensación peculiar.

Los ojos de Granger se empezaron a cerrar. Draco se acercó a la puerta, con la intención de salir de la casa a pie antes de desaparecerse para no hacer ruido. Ya debía estar dormida, no había hablado en los últimos minutos.

–¿Malfoy?

Draco murmuró una maldición. –Deberías estar dormida.

Ahora sus palabras sonaban un poco borrosas. Ya estaba por caer, pero luchaba en contra del sueño.

–Tienes un Patronus encantador –dijo Granger. Sus ojos estaban cerrados.

–Uh…gracias.

–¿Qué es?

– Duerme, Granger.

–Pero, ¿qué es?

–Duerme.

–¿Es una clase de perro?

–Si. Duerme.

–¿Qué raza?

–Un Borzoi.

El Borzoi: el feroz, raro y aristocrático perro lobo de la realeza rusa. Serio, alto y bendecido con excelente cabello. (Foto: Paul Croes)

–Oh. Los Zar tenían de esos.

–Es correcto. Ahora duerme. No es un concurso de bar.

–Es un poco rudo, pero es lindo.

–Ya me voy –dijo Draco.

–Su pelaje se veía tan suave…

Por fin, el silencio llegó.

Ahora solo el gato estaba despierto, viendo a Draco.

Draco notó que la mirada amarilla no estaba tan llena de odio como siempre. Si le preguntaran a él, lo veía con aprobación.

 

Chapter 8: La Fiesta / Huérfanos, o algo así

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Marzo llegó con un clima frío y húmedo, y con él llegó la fiesta de los Delacroix. Draco recordó el evento cuando su siesta de media tarde fue interrumpida por Henriette, la elfa doméstica.

Mientras Draco bostezaba con languidez, Henriette comenzó a cuestionarlo sobre su atuendo para la noche.

–Este morado se le vería muy bien, Monsieur –dijo Henriette mientras alzaba una túnica en alto para que Draco la inspeccionara–. ¿Cómo un emperador romano, non ?

–La túnica negra, por favor –dijo Draco.

–¿Está plateada, tal vez? Con sus ojos, se vería guapísimo…

–La negra, Henriette.

Derrotada, Henriette apareció las túnicas de vestir negras, pero también un conjunto azul medianoche con lentejuelas de constelaciones. –¿O quizás? –preguntó alzando las azules.

–¿Mi mamá está detrás de esto? –preguntó Draco inspeccionando a la elfa.

Las orejas de Henriette se movieron nerviosamente. –Madame sugirió que usted podría estar dispuesto a probar otro atuendo. A Madame le gustaría que no se viera como si asistiera a un funeral.

–Me gusta verme como tal. Las túnicas negras, puedes dejarlas en la cama.

–Como desee, Monsieur –suspiró Henriette acomodándolas sobre el cobertor.

Hizo una reverencia y desapareció.

Henriette era una elfa francesa bien entrenada y educada, pero un poco más insistente y con más opiniones que los elfos ingleses a los que Draco se había acostumbrado en su infancia. Sin embargo, su madre la amaba, y Draco tenía que admitir que su comida era mucho mejor que lo que preparaban sus hermanos ingleses.

Draco se bañó, alistó su cabello, se puso la túnica negra que tanto le costó ganar, arregló su cabello de nuevo y se observó en el espejo para confirmar que era devastadoramente guapo.

Lo era.

Lo cual era excelente, ya que esa noche Draco Malfoy iba en son de conquista. Había pasado mucho tiempo desde que se había acostado con una bruja (una chica de la fiesta de cumpleaños de Pansy, si mal no recordaba) y había estado sintiendo la falta de acción en las últimas semanas.

Era momento de rectificar su situación. La fiesta de los Delacroix pintaba como una excelente oportunidad. Mientras se aplicaba su colonia, Draco comenzó a pensar en que habría brujas en abundancia; tal vez la misma Mademoiselle Rosalie Delacroix, si estuviera interesada.

Satisfecho con su aroma, Draco bajó al salón de Flu.

–Henriette, ¿mi madre ya se fue? –llamó mientras echaba polvos Flu a la chimenea.

Oui, elle est partie –dijo Henriette–. Se fue hace dos horas, Monsieur. Creo que pensó que usted estaría en camino poco después.

Ups, pensó Draco. –El Séneca –dijo en voz alta y se metió al fuego.

 


 

Draco se sacudió del polvo en la chimenea del Séneca con la ayuda de un joven de aspecto pretencioso que llevaba un plumero encantado.

Un momento después, fue abordado por Theodore Nott.

–Existe el llegar elegantemente tarde y luego estás tú –dijo Theo–. Al borde de ser grosero, me parece: son las ocho y media y te perdiste los discursos.

–Que descuido de mi parte –dijo Draco mientras acomodaba su túnica–. ¿Resumen?

–Palabras lindas sobre la Verdadera Magia de la Gratitud y, claro, por favor den dinero.

–No puedo creer que me perdí de semejante momento.

Un resoplido los interrumpió. – Ah. Los hombres canallas de siempre.

Zabini había visto a Draco y Theo mientras se dirigían al abarrotado Cuarto Rosa, donde se distribuían canapés entre la bella multitud.

–No sabía que aquí dejaban entrar a gentuza como ustedes –dijo Zabini. Su túnica estaba impecable, incluso más que la de Draco.

Él y Draco se miraron fijamente a los ojos, hasta que el rostro de Zabini demostró una amplia sonrisa. –Qué bueno verlos aquí: la minoría, los valientes que aún no están casados y produciendo criaturas.

–Estoy aquí para unirme a tus locuras para esta noche –dijo Theo con una elegante reverencia–. ¿Cuáles son nuestros planes esta noche, caballeros? ¿Caos y desmadre?

–Beber, bailar y encontrar una encantadora bruja con quien acurrucarse –dijo Zabini mientras inspeccionaba a su alrededor.

–Lo que él dijo, pero más sexo y menos acurrucamiento –dijo Draco también observando a la multitud que les rodeaba.

–Oh –dijo Zabini–. Déjame las morenas.

–Está bien –dijo Draco mientras pensaba en Rosalie y su familia–. Tengo antojo de algo rubio, de todos modos.

–Pelirrojas para mí, entonces –Theo tomó tres martinis de la bandeja de un mesero y los repartió–. Beban, esto te pondrá un poco de pelo en el pecho. El barman es generoso con el vodka.

Tomaron, platicaron y se pasearon entre grupos de amigos y viejos enemigos. Draco se enteró, por casualidad, de que el evento de la noche era en apoyo para una nueva sección de San Mungo. Algo sobre la vida del señor Delacroix siendo salvada había llevado su mente mercenaria a actividades más filantrópicas. Así que, no eran huérfanos. Lo que sea.

Las luces se atenuaron y, en el centro del salón, se hizo espacio para una pista de baile. Draco encontró a Rosalie e intentó iniciar una conversación con ella, pero Rosalie estaba muy risueña y parecía bastante cómoda en el brazo de un Sangre Pura francés cuyo nombre Draco no podía recordar. Decidió que la chica era una causa perdida y continuó en su búsqueda.

Dos o tres brujas que Draco conocía se le atravesaron en su ronda por el salón. Eran encantadoras, coquetas y estaban claramente interesadas, pero él no estaba sintiendo la chispa (o, menos románticamente, no sentía nada en sus pantalones).

Se deshizo de cada una de ellas dándose cuenta de que, aunque fueran atractivas y estuvieran dispuestas, las encontraba más desesperadas y molestas que cualquier otra cosa. La señorita Luella Clairborne fue particularmente tenaz, Draco tuvo que mentir con que su madre lo buscaba para escabullirse.

¿Qué estaba mal con él? Luella probablemente habría estado dispuesta a darle una mamada rápida detrás de una cortina, pero eso no era lo que quería. Tampoco la quería llevar a casa. Ni a una de las lujosas recámaras del Séneca. ¿Qué quería, entonces? Claramente no a ella. A ninguna de ellas.

Para hacer verdad su mentira, Draco se unió a su madre en una conversación con los altos mandos de San Mungo. Narcissa miró deliberadamente al acompañante francés de Rosalie y apretó los labios dándole a entender: ¿Ves? Todas las buenas están siendo tomadas y tú, mi querido hijo, morirás solo.

Draco estaba bien con morir solo. En ese preciso momento, solo quería encontrar a una bruja que despertara algo en él, que se acostara con él una o dos veces y sacar un poco de calentura de su sistema.

Una figura delgada en un vestido de espalda no dejaba de llamar su atención mientras paseaba por el salón. Estaba hablando con un grupo de ex-Hufflepuffs y gerentes del Ministerio, pero desaparecía de la vista cuando el resto de la gente se movía. Las luces estaban tan bajas que lo único que podía discernir era la curva de su espalda, el elegante movimiento de su mano sosteniendo una copa y, ocasionalmente, el atisbo de un delicado tobillo en un tacón de tiras.

–Oi –dijo Zabini apareciéndose a un lado de Draco–. Dije que me dejaras las morenas.

–Mi primera elección ya tenía a un cabeza hueca francés –dijo Draco.

– Lo dices como si tu no fueras el cabeza hueca francés más importante del salón.

Draco vio de reojo a Zabini. –De todos modos, ¿no te enseñaron a compartir?

–Está bien. Puedes tantear los terrenos por mí. Seré la mejor sorpresa después de que la cagues cuando te presentes ante ella.

Draco se terminó la copa y se la dio a Zabini. –Mírame.

Pasó por delante del grupo, simulando saludar a algunos conocidos mientras pasaba, incluyendo un rápido asentimiento para Potter. (¿Y por qué estaba Potter aquí, por favor? Algo sobre huérfanos, probablemente).

Ernie Macmillan, bendito sea, notó el saludo y llamó la atención de Draco para que se acercara. El chico regordete de Hogwarts que Draco recordaba se había convertido en un hombre fornido de hombros anchos, y ahora lideraba el Departamento de Cooperación Internacional Mágica.

–Macmillan –dijo Draco estrechándole la mano–. ¿Cómo estás? Preséntame a tu ami-

La bella mujer se dio la vuelta mientras Draco hablaba.

Era Granger. Maldita. Jodidamente. Granger.

arte por avanesco, comisión del equipo de tranducción ruso

El shock de Draco lo aturdió a tal grado que casi vomitó su martini.

Pero, si era ella. Su cabello descontrolado estaba sujeto en un elegante recogido en la base de su cuello. Su atuendo habitual fue reemplazado por un largo vestido verde, probablemente muggle, pero igualmente bello. Su intensa mirada se profundizó aún más por las manchas oscuras de algún cosmético alrededor de sus ojos.

–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó Draco perturbado porque había estado imaginando la espalda y trasero de esta mujer en distintos e interesantes ángulos por los últimos quince minutos y era Granger .

Literalmente. Jodidamente. Granger.

Su pregunta fue mal recibida. Macmillan se acercó más a Granger (lo cual, de alguna manera, molestó a Draco aún más) y dijo: –Hermione fue personalmente invitada por Monsieur Delacroix junto con el resto de los Sanadores que lo ayudaron. ¿No escuchaste su discurso?

–Ah –dijo Draco sintiéndose estúpido.

Granger arqueó una ceja. –No habría esperado que estuvieras aquí tampoco. No pensé que la salud fuera un tema de interés para ti.

Macmillan, que parecía haber asumido el papel de mediador entre ellos, se acercó a Draco. –Tengo entendido que los Malfoy están haciendo una donación sustancial para la nueva ala de San Mungo. Golpeó el hombro de Draco con camaradería. –Buenos tipos después de todo, estos Malfoy, ¿no?

Granger le dio a Macmillan una de sus sonrisas forzadas.

Mientras tanto, Draco estaba asintiendo como si estuviera al tanto de dicho donativo, que, pensándolo bien, su madre podría haber mencionado un par de veces si tan solo le hubiera prestado atención.

–Claro, –continuó Macmillan–. No hemos logrado adivinar la identidad del Donador Anónimo, va a igualar los donativos de la noche. Yo apuesto que es alguno de los vejestorios franceses de Delacroix. Lemaitre es dueño de la mitad de los viñedos en Borgoña…

Macmillan se interrumpió a sí mismo al ver un mago alto pasar a su lado. –Ah, ya encontré a Finbok. Si me lo permiten. Tengo que ir a molestarlo sobre una legislación que está proponiendo, tal vez si hago que beba más…

Esto dejó a Draco y Granger solos, al borde de los círculos más grandes. Granger aún observaba a Draco con una ceja en alto, lo cual hizo que se diera cuenta que la estaba mirando boquiabierto como un idiota.

Sin embargo, no había manera de decir Perdón, es que he estado fantaseando con tomarte por detrás durante los últimos quince minutos sin sonar, aún más, como un idiota.

Para cubrir su molestia, Draco dijo enfadado: –Se supone que debes de informarme cuando vas a ir a un evento público. Ahora no puedo pasarla bien, tengo que estar al pendiente de ti.

Llegó el turno de Granger de molestarse. –¿Pendiente de ? ¿Quién me va a atacar? ¿Mis colegas? ¿La familia del hombre al que traje de vuelta de la orilla de la muerte? Delacroix trajo la mejor seguridad que el dinero puede comprar, ¿o no notaste a los demás Aurores? ¿Has hecho algo más además de ver traseros desde que llegaste? Y si te avise de mi asistencia, ¡hace dos semanas!

Había muchas acusaciones para discernir. Draco respondió a algunas selectivamente. –Vine a ver traseros, es la única razón por la que estoy aquí. Y la selección de traseros es escasa para que sepas, a excepción de algunos… digo, ha sido un desperdicio de tiempo. Y ciertamente no me dijiste que asistirías. Lo habría recordado, porque me habría molestado, porque cuidarte interfiere con mirar traseros.

Granger se cruzó de brazos. –Claro que te dije. Revisa tu Libreta.

Draco sacó su Libreta ante su fulminante mirada, ahora una semilla de duda invadía su mente. Fue un poco lento al hacerlo. Granger hizo un ruido de impaciencia y se acercó a él para pasar las páginas ella misma. (Draco notó que olía bien, de nuevo, ligeras notas de algo dulce esta noche.)

Pasaron por varias hojas de su comunicación con Granger hasta que–

–Ah –dijo Draco.

Daba la casualidad de que Granger si le había dicho hace dos semanas, poco después de que aturdiera a la Libreta y la dejara en silencio.

Cerró la Libreta de golpe.

Granger parecía indignada, aunque intentaba mantener su lenguaje corporal neutral para no causar una escena.

–¿Ves? ¿Cómo se te ocurre regañarme como a una niña insolente? –susurró con enojo–. Yo debo estar aquí. ¡Soy invitada de honor!

Algún ángel salvó a Draco al llamar a Granger para que se acercara con unos Sanadores franceses. Se fue, pero no sin antes darle una mirada a Draco que prometía que la conversación no había terminado.

Draco hizo una retirada estratégica a Zabini y Theo con un poco menos de su habitual arrogancia.

Zabini comía delicadamente una brocheta de codorniz. –Eso parece haber ido bien.

–Vete a la mierda –dijo Draco.

–Pobre chico, necesita más bebida –dijo Theo llamando la atención de un mesero–. Toma Draco, y deja de ver a Granger como un baboso boquiabierto. No me gustaría que Potter venga aquí a defender su honor.

–No sabía que era la maldita Granger –dijo Draco sintiéndose enfermo por todo el asunto.

–Ni yo –dijo Zabini–. Si que ha madurado bien, ¿no?

Trabajo con ella –dijo Draco. Le dio un largo trago a la sustancia quema-gargantas que Theo le había dado.

–¿Tú? –Theo se veía intrigado–. ¿Qué tienen que ver los Aurores con los Sanadores?

–Es clasificado, así que vete a la mierda –dijo Draco.

–Interesante –dijo Zabini mientras estudiaba a Draco demasiado de cerca para su comodidad.

Volvió su atención a Granger, quien se encontraba en conversación con los Sanadores franceses. – ¿Por qué no la habrán tomado y ha tenido hijos todavía? ¿No estaba comprometida con la comadreja menor?

–Creo que sí –dijo Theo–. Pero recordemos que Granger estaba besuqueando a estrellas internacionales del Quidditch a los catorce. Sus estándares empezaron altos desde jóven.

–Todo va cuesta abajo desde Krum y su palo de escoba –rio Zabini.

–El resto de nosotros no tenemos ni un cacahuate de oportunidad.

–Me gusta el desafío –dijo Zabini–. Y me gustan las morenas. Las morenas con cerebro son otra cosa completamente diferente.

Draco se había quedado callado durante la conversación. El tema lo estaba irritando profundamente, aunque no sabía por qué. Él mismo había escuchado, y participado en, miles de versiones de este tema antes, pero esta noche…

Narcissa llamó a Draco para presentarle a algunos de los amigos particulares de la familia Delacroix. Un patriarca amigable, su elegante esposa y sus dos hijas, de 26 y 28 años respectivamente. Draco estaba consciente, mientras hablaba con las mujeres, de que podía complacer a su madre al mostrar interés en una de las hijas, y satisfacerse a sí mismo al encontrar a una bruja para llevar a la cama.

Sin embargo, se encontró desinteresado por la conversación y distraído por la multitud a su alrededor, en la que ocasionalmente veía un vestido verde oscuro. Se dijo a sí mismo que, ahora que sabía que Granger estaba ahí, la veía como su asignación y, por ende, la estaba vigilando.

Le preguntaron si le gustaba bailar, y cuando dijo que si de manera distraída, se encontró en la pista de baile con la menor de las hermanas, aún más distraído.

Granger estaba bailando con Potter.

–No sabía que eras del tipo silencioso –se rio la mujer en sus brazos. ¿Cuál era su nombre? ¿Amandine? De seguro, sí. 

–Mmm –dijo Draco aún con la mirada fija en Potter y Granger.

–¿Ese es Harry Potter? –preguntó Amandine siguiendo su mirada–. Creo que he oído algo de él.

–¿Solo algo? –preguntó Draco. (Bendecidos los franceses y su completo desinterés en los asuntos ingleses).

–Creo que estuvo involucrado en la última guerra, ¿ non ? Un héroe.

–Sí. Algo así.

–¿La mujer con él también?

–Sí –dijo Draco.

–Son hermosos juntos –dijo Amandine al ver a Potter reírse de algo que dijo Granger–. Puedes ver la conexión-

–Él está casado –interrumpió Draco–. No están juntos.

–Ah. Bueno, la amistad es un lazo igual de fuerte.

Draco dejó que Amandine parloteara sobre sus opiniones acerca de lazos de amor y amistad. La canción estaba por terminar. Si iba a tantear su interés por alguna actividad nocturna, ahora era el momento. Podía deslizar una mano hacia su trasero, hundir la cara en su cuello y preguntarle sobre sus planes después de la fiesta.

Los pasos eran claros y , por la manera en que se apretaba contra él, la bruja estaba interesada. Sin embargo, Draco descubrió que no tenía interés en hacer lo que pensaba.

La canción terminó y comenzó un número más lento. Draco soltó la cintura de Amandine. La acompañó de regreso a donde estaban sus padres con un comentario cortés sobre la noche y lo lindo que había sido conocerlos.

Se dirigió al bar, donde Theo y algunos ex-Slytherin y Ravenclaw estaban.

–Zabini ya se fue –dijo Theo mientras Draco se acercaba–. Se llevó a la hermana mayor con él. Dijo que te dejaría la menos experimentada. Pero, parece ser que no se te cumplió. ¿Ya perdiste el toque, colega?

–No siento nada –dijo Draco encogiéndose de hombros.

–Siempre está Granger –dijo Theo–. Parece que te quiere prender de fuego.

Draco echó un vistazo a donde Granger estaba entre otros Sanadores. Era cierto que las miradas que le dirigía prometían un ardiente fuego.

–Pero, supongo que no quieres morir esta noche –dijo Theo. Le hizo espacio a Draco en el bar.

–Está prohibida de cien maneras distintas, incluso si tuviera una inclinación hacia el masoquismo.

–¿Cómo se lleva con tu madre? –preguntó Theo–. Solo por saber.

Los ojos de Draco parecían platos. Miró encima de su hombro. Theo se rio. Vieron como el pequeño grupo de Narcissa se acercaba a los Sanadores franceses con los que Granger había estado hablando.

Draco no estaba seguro de que su madre y Granger se habían dirigido la palabra desde los juicios hace quince años. Había sido un asunto muy tenso, pero el testimonio de Granger había sido de gran ayuda en limpiar el nombre de Narcissa Malfoy. Granger había sido (terriblemente) honesta en su relato de la noche en la mansión, pero había dejado claro que Narcissa había sido una espectadora involuntaria e impotente, y que sus acciones posteriores finalmente habían salvado la vida de Harry Potter.

Sin embargo, Granger había sido menos generosa en su testimonio sobre los actos de guerra de Lucius Malfoy, y sus declaraciones en ese frente se habían sumado a la gran cantidad de evidencia que había resultado en la sentencia de Azkaban del mayor de los Malfoy.

Draco no estaba seguro de dónde se encontraba Granger en la lista de su madre sobre la caída y eventual muerte de Lucius en Azkaban. Tampoco sabía cómo eso pesaba contra la propia libertad de Narcissa, así como la de Draco, en la que Granger también había jugado un papel.

Draco estaba muy lejos para entender qué pasaba entre los dos grupos. Vio la espalda de Granger enderezarse cuando Narcissa se acercó, pero su expresión se mantuvo neutral. De igual manera, los hombros de su madre estaban derechos, pero su usual habitual sonrisa educada estaba firmemente en su lugar. Se estrecharon la mano y rápidamente se volvieron para conversar con los demás.

–Psh –Theo revolvió los hielos de su vaso–. Estaba esperando algo más interesante.

–¿No tienes alguna pelirroja que perseguir? –preguntó Draco haciendo ademán para ahuyentarlo.

Por supuesto –dijo Theo–. Pero, primero, valentía líquida. Es de la delegación francesa. Y, sin duda, es demasiado buena para mí.

Theo apuntó con la barbilla al grupo de Sanadores de Granger. Narcissa ya se había retirado y una linda bruja de cabello rojo estaba a un lado de Granger.

–Ni siquiera estoy seguro de que hable inglés –dijo Theo.

–Intenta voulez-vous coucher avec moi –dijo Draco.

Theo repitió la frase con gran sinceridad, aunque su acento era horroroso. –Un poco directo, pienso yo. Pero tal vez sí lo diga. Te culparé si las cosas no salen bien. Le diré que me dijiste que significaba que tenía un cabello hermoso.

No menciones mi nombre frente a Granger. Preferiría que olvidara mi existencia.

–Demasiado tarde –dijo Theo irguiéndose–. Me gusta este plan. Me hace parecer dulce e inocente y a ti como un idiota…

Draco intentó alcanzarlo, pero la manga de Theo se le deslizó entre los dedos.

–Que es tu estado natural, de cualquier forma –dijo Theo.

Draco debatió la ética del uso del maleficio Lengua Atada mientras veía la cabeza de Theo acercarse a su objetivo pelirrojo.

El problema con la moral es que te hace perder el tiempo. Theo ya estaba a un lado de la bruja pelirroja; de alguna manera ya tenía dos copas de vino, una que ofreció a la chica y otra a Granger, quién la rechazó porque aún tenía champán.

Theo dijo algo que hizo que las dos Sanadoras se rieran. Se veía dramáticamente estresado. Luego volteo y apuntó a Draco con un ademán exagerado. La bruja pelirroja solo sacudió la cabeza; Granger no se veía impresionada.

Draco sintió que tenía que ir a defender su honor. Tomó una bebida y caminó hacia ellos.

–No le crean ni una sola palabra –dijo mientras se acercaba.

–Draco me aseguró que significaba que tenía un cabello hermoso –dijo Theo con una mano sobre su pecho–. Yo jamás diría algo tan poco caballeroso, Mademoiselle.

La bruja se veía divertida. Mientras tanto, Granger veía a Theo con una buena dosis de escepticismo. Al menos ella podía ver a través de su farsa.

–¿Cómo se dice ‘quieres bailar’? –preguntó Theo.

Voulez-vous danser avec moi –dijeron Draco y Granger al mismo tiempo.

–Lo que ellos dijeron –dijo Theo.

La bruja miró a Theo por un momento. Finalmente respondió: – D’accord.

Theo caballerosamente le ofreció su brazo, dijo algo lindo sobre extraños en una tierra desconocida y se llevó a su nueva acompañante a la pista de baile.

–Maldito galán –dijo Draco entre dientes.

–Bastante untuoso –dijo Granger–. No puedo creer que eso haya funcionado con Solange.

–Tal vez Solange quiere un poco de carne inglesa para variar –dijo Draco.

–Le pediré que revise la calidad de la carne por la mañana –dijo Granger mientras veía cínicamente a la espalda de Theo alejarse.

Debes decirme si fue mediocre –dijo Draco.

–¿Por qué? –preguntó Granger.

–Munición.

–Son pésimos amigos –Granger estudió a Draco por encima de su bebida. Luego pareció recapacitar lo que estaba haciendo. – Aún estoy enojada contigo. Vete de aquí.

–Bien –dijo Draco. Había, al menos, una decena de brujas en esta habitación que disfrutaban de su compañía, no le veía el punto a desperdiciar el tiempo con una que lo despreciaba.

Sin embargo, antes de que regresara a la multitud, Granger le hizo una última pregunta en francés. –¿Desde cuándo hablas francés?

La pregunta fue hecha de una manera irritada, como si le debiera explicación.

–¿Desde cuándo hablas francés? –le respondió Draco en francés, porque si alguien debía explicaciones, era ella.

–Tengo familia en Alta Saboya –dijo Granger.

–Los Malfoy son de la región de Loira.

– Mmm –Granger tomó un sorbo de su champán, inspeccionándolo con la mirada entrecerrada.

–¿Qué? –preguntó Draco.

–Explica mucho –dijo Granger regresando al inglés.

–¿Mucho?

–Sólo… –Granger lo señaló con la mano de pies a cabeza–. Todo.

Draco no estaba seguro sobre qué estaba insinuando, pero sintió que no era un cumplido.

–Alta Saboya explica mucho sobre ti –fue su respuesta.

–¿Qué se supone que significa eso? –preguntó Granger, de inmediato a la defensiva.

Draco hizo señal a su persona, como si estuviera hecha completamente de raclette y demasiado vermut.

Granger puso su mano en la cadera. –¿Eres dueño de un castillo?

–Sí –respondió Draco.

–Ya ves –dijo Granger triunfante porque, obviamente, eso explicaba todo.

–Psh, probablemente haces esa cosa de Muggles, la cosa de las tablas largas en los pies.

Granger se le quedó viendo con una expresión artificial de vacío.

–Deja de hacerte la tonta. No te queda.

–Pero, no tengo idea de que hablas –dijo Granger.

–Sabes exactamente de qué estoy hablando. ¿Kssing? ¿Sciing?

Granger hizo el mejor intento de no entender. (No era una expresión que estuviera acostumbrada a hacer, le salió terriblemente mal).

–¡Skiing! –dijo Draco apuntando a la cara de Granger.

Granger se concentró en su bebida.

–Lo sabía –dijo Draco. Abrió la boca para arrojar más calumnias sobre su carácter en forma de preguntas sobre su casa rural en los Alpes y cómo se emborrachaban con génépi, pero una mano suave le acarició el antebrazo para llamar su atención.

Era una de las brujas sangre pura de pestañas largas de hace rato: Luella. –Draco, apenas y has bailado.

Claramente, esto era una invitación y, como un mago bien educado, la respuesta de Draco debió haber sido una invitación a bailar. Sin embargo, sentir la lánguida mano en su manga era agravante, al igual que la mirada soñadora que le dio.

Simplemente, no quería.

La tardanza en responder de Draco fue notada por Luella, quién se asomó por encima de su hombro para ver a Granger. Granger estudió a Luella con una de sus miradas analíticas.

–Oh –dijo Luella con un educado ruido de asombro al ver a Granger–. A menos que ya estuvieras-

–No –dijo Granger, al mismo tiempo que Draco dijo: –Sí, estábamos a punto de.

– No, no –dijo Granger retrocediendo–. Ustedes bailen. Por favor, disfruten la velada.

–Oh, pero no podría robarte a tu pareja –dijo Luella con una sonrisa forzada–. Me disculpo por haberlos interrumpido, tan distraída yo, que no te había visto…

– Pero–

Luella interrumpió las protestas de Granger con una despedida y se dirigió al bar.

–¿Qué estás haciendo? –siseó Granger cuando Draco la tomó del brazo y lo puso sobre el suyo. Le quitó su copa de champán y la dejó en una bandeja flotante.

–Me debes – dijo Draco–. ¿O ya se te olvidó que te salve del Dr. No-sé-quién?

–De haber sabido que esto sería el pago, habría aceptado la salida con el Dr. No-sé-quién.

Draco dirigió a Granger a la pista de baile. –Un baile para salvarme de sus garras.

–Tu madre está aquí – dijo Granger viendo a su alrededor con evidente molestia.

–¿Y? Se supone que debo de hacer cosas de buena voluntad. Construyendo puentes y toda esa basura.

–Pero… pero, ni siquiera nos hablamos normalmente, ¿tan siquiera sabe que estás trabajando conmigo?

–No. Y estás trabajando conmigo –corrigió Draco.

–Te asignaron a mí.

–Exacto.

Granger hizo un sonido de irritación, como si Draco fuera la criatura más frustrante del mundo. Sin embargo, estaba equivocada: ese título le correspondía a ella.

–Harry está aquí –fue su siguiente objeción conforme se acercaban a la pista de baile.

–Brillante. Le diré a Potter que quería vigilarte más de cerca. Alguien estaba actuando de manera sospechosa.

–¿Quién? –preguntó Granger porque, evidentemente, tenía que interrogar a Draco en cada aspecto de su plan.

–Theo –dijo Draco sin pensarlo.

Theo estaba besuqueándose con la bruja pelirroja a unos metros de distancia. Granger observó el hecho y preguntó qué estaba haciendo exactamente Nott que era tan sospechoso.

–Es una táctica de distracción –dijo Draco–. No lo subestimes.

–La única cosa que subestime era la preferencia de Solange por la salchicha de Lincolnshire –dijo Granger mientras veía a Solange manosear la entrepierna de Theo.

–¿Podrías dejar de mirar boquiabierta y bailar? –preguntó Draco. Pasó las manos por su cintura y le dio un ligero apretón, lo que sirvió para recordarle que sus manos debían estar en sus hombros. Con evidente desgana, Granger las acomodó allí.

–Hazlo cómo si quisieras, Granger –le gruño Draco–. Me hice pasar por un piloto por seis horas en el pub. Este es un maldito baile.

–¡Tú disfrutaste ser un piloto! –susurró Granger. – Yo no estoy disfrutando fingir lo que sea que estoy fingiendo ser para tu amiga o lo que sea que estés jugando con ella.

Había que darle crédito, intentó reducir la tensión que se veía en sus hombros; pero, Draco podía sentir la persistente rigidez en sus caderas. –¿No puedes relajarte?

–No. Estoy bailando con Draco Malfoy –le dijo Granger–. No hay nada relajante sobre esto.

Draco se permitió un largo y dramático suspiro. –Por cierto, no es juego. Hazlo parecer real. Si mi madre llegara a sospechar que rechace un baile con una Muy Elegible Bruja Soltera por un baile contigo, no me la voy a acabar.

Granger lo movió hacia la pared al fondo de la pista de baile, usando a otras parejas para ocultarlos de la vista.

–¿Por qué la rechazaste? –preguntó–. Parecía ser tu tipo.

Bueno, eso fue presuntuoso de su parte. –¿Cuál es mi tipo, Granger?

–Adinerada (asumo), sangre pura (asumo también), rubia, maravillosamente hermosa, probablemente heredera de algún castillo en la región de Loira…

A Draco le irritaba que esta lista fuera más o menos correcta. Había descuidado otros atributos femeninos que él vigilaba, pero claro, ella no era vulgar.

Viendo que Draco no le había respondido, Granger le dio una mirada inquisitiva. –¿Me equivoco? ¿No me vas a decir que estoy haciendo suposiciones terribles?

–No.

–¿Entonces, por qué?

–Nada de tu maldita incumbencia –dijo Draco porque no le debía explicación alguna. Y también porque ni él mismo podía ponerlo en palabras.

–Hmm –dijo Granger.

De nuevo, Draco se encontró bajo la mirada analítica de Granger, la misma mirada que le daba a problemas particularmente intrigantes.

–Deja de verme como un problema de matemáticas.

Para su sorpresa, esto le ganó una sonrisa de Granger. Le iluminaba los ojos y le marcaba un hoyuelo en la mejilla izquierda. Se desvaneció tan rápido como apareció. Draco parpadeó, se había sentido como un destello del sol.

–La Paradoja de Malfoy –dijo Granger más para sí misma.

–¿Disculpa?

–Nada.

La bruja en sus brazos se tornó callada y pensativa. Aunque estuviera ahí, la seda en su cintura era cálida bajo sus manos, sus muñecas eran como una delicada presión sobre sus hombros; en realidad, no lo estaba. Su mirada se había vuelto distante.

Granger estaba pensando. Sobre él. Eso era alarmante.

Había al menos un efecto secundario positivo y era que, mientras su mente se ocupaba en otras cosas, el cuerpo de Granger se relajó sobre él. Y, en lugar de sentir que bailaba con una tabla de madera, sentía que estaba bailando con una mujer.

Lo cuál era alarmante a su manera, ya que está bruja era mucho más placentera en sus brazos que cualquier otra bruja de esa noche, y las ocasionales notas de su aroma que flotaban en su camino cuando se movían eran más deliciosas que el potente perfume que había acompañado a Luella y su calaña. Lo cual estaba muy bien, pero era Granger por todos los cielos.

Draco se enderezó los brazos para que Granger estuviera, literalmente, a un brazo de distancia. Volvió a sí mismo con el ceño fruncido, como si estuviera lidiando con un pensamiento inquietante.

–Hola –dijo la voz de Potter causando que Draco y Granger se sobresaltaran. Un momento después, la cabellera despeinada de Potter estaba entre los dos–. Disculpen, pero ¿qué rayos está sucediendo aquí?

Draco no dejó que Granger respondiera. –Vete a la mierda y déjame hacer mi trabajo, Potter.

–Jamás he sido del tipo que se va a la mierda porque se lo solicitan –Potter insistió–. ¿Por qué la tienes tan cerca? ¿Viste algo?

–No- –inició Granger.

–Exacto, es Nott –dijo Draco apuntando con la barbilla a Theo–. Actuando sospechoso. Husmeando.

Potter volteó a observar al mago en cuestión, cuya cara estaba en alguna parte del cuello de la bruja pelirroja. Frunció el ceño. –Me encargaré de él.

–Harry, no- –dijo Granger frustrada.

–Es Nott, sí –interrumpió Draco con benevolencia. 

–Estoy en ello, Hermione –dijo retrocediendo hasta encontrar un lugar que, sin duda, consideraba discreta cerca de Theo.

Las manos de Granger sobre sus hombros, se tornaron a su cuello y sugerían pensamientos de estrangulación. –Eres el peor –dijo en un susurro exasperado.

–Calla, que quiero ver esto –dijo Draco inclinándolos para que ambos pudieran ver a Potter.

–¿Por qué Nott? –preguntó Granger.

–En efecto, ¿por qué no?

–Te voy a matar.

–Está bien –dijo Draco–. Pero, primero déjame disfrutar de mi venganza.

En los siguientes cinco minutos, Draco disfrutó de la vista sumamente placentera de Potter mirando a Theo, chocando 'accidentalmente' con él, derramando su bebida sobre él y, en general, siendo una presencia hostil a medio metro del hombre, sin importar dónde se encontrará. Potter podía parecer bastante intimidante cuando quería, respaldado por las leyendas de sus hazañas como héroe de guerra y como auror, y Theo pronto comenzó a notar a su observador y a sudar al respecto.
Eventualmente, Theo soltó a Solange y le inventó una excusa. Cuando se fue caminando hacia Draco y le pidió ser honesto, ya que había bebido mucho, le preguntó si en realidad estaba besando a una pelirroja francesa o si era la esposa de Potter, la chica Weasley. Y adicionalmente, preguntó si Potter era del tipo de maldecir a un hombre por la espalda, o si podría salir de la fiesta sin ser herido.

Draco le apuntó la salida y le dijo que se encargaría de protegerlo del iracundo Potter, que no se preocupara.

–Eres horrible –fue el comentario de Granger cuando la interacción terminó y Theo se había ido, sin bruja y sin vaciar sus bolas azules.

Draco dijo “Buen trabajo” a Potter, el cual le devolvió los pulgares hacía arriba y desapareció entre la multitud.

–Amo a Potter –suspiró Draco–. Lo sacas de quicio y lo encaminas a algo y–

–Espero que me encuentres mucho más difícil de manipular –dijo Granger.

Draco prefirió no responder la pregunta. Movió su cadera en una dirección, y luego en otra. –No eres tan mala –dijo–. Un poco tiesa, tal vez ocupas otra copa de champán.

–Me refería a metafóricamente, como bien sabes –dijo Granger, poniéndose aún más rígida.

–No creo que seas igual de entusiasta que Potter –dijo Draco. 

–Pero, aun así, no me quedo atrás.

– Muy nerviosa –sugirió Draco.

–No estoy nerviosa –dijo Granger con voz nerviosa. Después de una pausa, corrigió su declaración con lo siguiente: –Tú me pones nerviosa. Me sacas de quicio.

–¡Basura! –dijo Draco–. Soy encantador y elegante. Magnético. No puedo siquiera cruzar una habitación sin que brujas caigan a mis pies.

–Tss.

–Es verdad. Mira a tu alrededor.

Granger vio su alrededor y confirmó lo que decía Draco. Tanto Amandine, Rosalie, Luella y otras brujas presentes bailando a la cercanía lo veían con miradas enamoradizas.

–¿Quieren tu nombre, tu dinero o el placer de tu compañía? –preguntó Granger.

–Las tres. Soy una triple amenaza.

–Si que lo eres –dijo Granger. Antes de que Draco pudiera sentirse halagado, empezó a contar con los tres dedos–. Dolores de cabeza, palpitaciones y caos general.

Draco se mofó. –Si no anduvieras paseándote con tripas en tu bolsillo para tratar con brujas ancestrales, no sería semejante molestia para ti. me das a los dolores de cabeza. ¿Por qué tu nobleza no te puede llevar a invitaciones a tomar el té y reuniones sobre huérfanos?

Ahora fue el turno de Granger de mofarse. –¿Tomar el té? Tu huiste de tomar el té con tu madre, ¿o ya lo olvidaste?

–No –dijo Draco con una mueca–. De un aquelarre de brujas directamente a otro.

Granger se veía pensativa. –Sin embargo, si mi siguiente aventura involucra té y mujeres, garantizaría tu ausencia y podría evitarte.

–¿Cuándo es?

–Beltane –dijo Granger.

–¿Dónde?

–Mansión Malfoy. Salón de té.

–No hay un salón de té en la mansión.

–¿No?

–No.

Granger agitó su mano. –Dondequiera que las mujeres se junten con los huérfanos. ¿Crees que debería de patentarlo?

–¿Patentar qué?

–Mi receta para el Repelente Malfoy. Creo que pudiera haber un mercado no explorado por ahí.

–Ese mercado consistiría de ti solamente. Creo que hay más demanda de un Atrayente Malfoy, pero suerte encontrando esa fórmula.

Granger vio de reojo a todas las brujas viendo a Malfoy. –Podrías tener la razón.

–Siempre tengo la razón.

–Traseros –dijo Granger.

–¿Disculpa?

–Para la fórmula Atrayente.

–… Sí –dijo Draco.

–Traseros y no invitarte. Los dos principales componentes para garantizar que llegaras. Y quitar dispositivos de rastreo. Y decirte que te vayas. Eres un contreras del más alto nivel. Aún quiero saber cómo me rastreaste en Uffington sin el anillo.

–Varillas de radiestesia.

A Draco le divirtió que Granger no lo descartó inmediatamente. Sin embargo, después de un momento de reflexión, le dijo: –Mentiroso.

–Dime sobre Beltane –dijo Draco.

–Estás extremadamente, intensamente invitado a venir. Daría el mundo por verte ahí. Nada me haría más feliz –dijo Granger explorando la teoría de la psicología inversa.

–Excelente. 

–Me estaré quitando el anillo para asegurar tu presencia.

Aquí Draco se detuvo, pero la mirada de Granger se iluminó de diversión.

–Te crees muy graciosa –dijo Draco–. Si rompes ese hechizo de nuevo, me enojare y no lo arreglaré.

Granger lo vio con duda. –Lo dices como si fuera una amenaza terrible.

–Lo es.

–¿Cómo?

–¿De verdad quieres sentir cada latido de mi corazón a través del anillo? –preguntó Draco.

–Lo tienes calibrado para sentir solo situaciones extremas, ¿no?

–¿Sabes cómo calibrarlo de tu lado?

–No.

–Exactamente. No quieres sentir cada esfuerzo de mi parte y preguntarte qué rayos estoy haciendo, o a quién.

–Ugh –dijo Granger alejándose–. Anotado.

La canción que más o menos habían estado bailando se desvaneció en el silencio. La voz mágicamente amplificada de Augustin Delacroix retumbó de algún lugar del centro del salón, agradeciendo la asistencia del público.

–¿De qué curaste al tipo, de todos modos? –preguntó Draco.

–Confidencialidad Sanador-Paciente –dijo Granger–. No puedo decirte.

Draco, quién había hecho esta pregunta por mera curiosidad, estaba intrigado al descubrir que los ojos de Granger habían perdido su brillo. Estaba usando Oclumancia de nuevo.

Delacroix continuó su discurso. Indicó, entre estridentes aplausos, que, entre las contribuciones filantrópicas de su propia familia y las ganancias de la noche, habían duplicado su objetivo original. El Pabellón Delacroix se iba a convertir en una realidad.

Cientos de copas de champán se materializaron a la altura de la cabeza de los invitados para tomarlas del aire y elevarlas entre los ¡Excelente! y ¡Salud!

Dado que Granger estaba convenientemente a su lado, Draco tocó su copa con el suyo.

Un grupo de Sanadores irrumpieron entre Draco y Granger y hubo muchos aplausos, gracias y tintineo de copas. Granger dijo, junto con otros Sanadores de San Mungo, lo maravilloso que era esto, lo brillante que sería el nuevo pabellón, cuantas vidas cambiarían por este bien y así sucesivamente.

Draco se retiró silenciosamente del grupo, dejando a Granger y sus colegas a celebrar. 

Su último vistazo de Granger era ella sonriendo mientras juntaba las manos con otro Sanador y daban vueltas. Tenía la mirada feliz y se veía hermosa bajo la luz tenue.

Chapter 9: Beltane

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

–Te vi bailando con la chica Granger –fue la manera en que abrió la conversación Narcissa durante el desayuno de la mañana siguiente. 

Bueno, para Draco era un desayuno. Técnicamente hablando, ya era el almuerzo, dado que era mediodía. (Theo rio al último: cualquier bebida que le hubiera servido a Draco había resultado en una terrible resaca).

–Sí –dijo Draco.

–¿Por qué? –preguntó Narcissa. Su tono era ligero. Untó mantequilla a su pan como si no le importara la respuesta, lo cual significaba que le importaba mucho.

–La estaba salvando de un baile con alguien con quien no quería bailar –dijo Draco. (Esto era una verdad a la inversa, pero estaba bien. Su madre no era Legeremante.)

–Ah –dijo Narcisa–. Fuiste caballeroso.

-Si.

–Creo que fue una buena idea –dijo Narcissa.

Draco la miró a los ojos con sorpresa.

Narcissa se acercó para sí misma. –La percepción pública es muy importante. Draco Malfoy bailando con Hermione Granger da un buen mensaje. Somos progresistas y hemos superado viejos prejuicios. Somos relevantes, no somos vieux jeu .

Draco hizo un sonido ahogado de confirmación mientras comía su tortilla.

Narcisa sirvió té. –La señorita Granger se está haciendo un nombre por sí misma más allá de sus logros en la Guerra. Escuchaste al Monsieur Delacroix hablar sobre ella anoche: una bruja realmente extraordinaria.

–Mff –dijo Draco con la boca llena porque no lo había escuchado.

Narcissa le dirigió una mirada penetrante (odiaba que la gente hablara con la boca llena). –De cualquier forma, me has dado una oportunidad de invitarla a alguna de mis funciones, si te debe un favor por rescatarla. Tengo un par de Sangre Mestiza en mis listas, pero una verdadera Hija de Muggles…

Narcissa continuó su línea de pensamiento hasta que fue interrumpida por un golpe en la ventana. Boecio, la lechuza de Draco, estaba solicitando entrar con una carta entre sus garras.

–Excelente –dijo Draco al abrir la carta.

–¿Qué es? –preguntó Narcissa.

–Una palanca –dijo Draco.

Conjuró una pluma y escribió su respuesta.

 


 

Abril fue y vino bajo una llovizna brumosa. Draco vio muy poco a Granger, cuyo horario estaba aún más apretado que antes.

Forzó una interacción (una revisión de bienestar, en realidad) un viernes por la tarde cuando, por alguna extraña coincidencia, ella no tenía nada en su agenda. Pareció ser un momento conveniente para aparecer y reforzar los encantos de su casa.

Estaba lloviendo a cántaros y Draco no podría trabajar así al aire libre. Se lanzó a sí mismo los hechizos repelentes de lluvia más fuertes de su arsenal y se puso a trabajar.

Las luces estaban encendidas: Granger estaba en casa. Podía ver su silueta en la cabaña cálidamente iluminada, recostada en el sofá con un libro. Finalmente, la forma de un gato apareció en la ventana del frente para observar a Draco. El gato debió haber hecho algún ruido porque la figura de Granger se acercó poco después.

Se asomó y saludó a Draco, después salió y se detuvo en el umbral, envuelta en una sudadera Muggle demasiado grande. Al parecer, los muggles todavía veneraban a la diosa griega de la victoria; El nombre de Nike estaba estampado en el pecho de Granger. Sus piernas estaban envueltas en unas mallas muggles. Estaba descalza.

–Hola, Malfoy –lo llamó Granger a través de la lluvia.

Draco supuso que habían quedado en buenos términos la última vez que se vieron; Debieron de haberlo hecho, ya que sus primeras palabras no fueron “ vete de aquí”.

Alzó su varita y lanzó una plateada roja por encima de la casa de Granger.

–¿Cómo se llama ese? –preguntó Granger mientras veía la roja geométrica en el cielo–. Es hermoso.

Draco, concentrado en su hechizo, no le respondió hasta haber terminado.

Caeli Praesidium –dijo sin aliento–. Es para repeler la entrada aérea.

–Nunca lo había escuchado –dijo Granger mientras la red se dispersaba en el cielo.

–Es uno de los míos –dijo Draco–. Hay un punto de vulnerabilidad en la mayoría de los hechizos parabólicos. Este es como una armadura, basada en poliedros geodésicos. Fuerte, pero difícil de hacer.

Eso no le daba suficiente crédito, el hechizo era agotador a semejante escala; pero, siendo un mago orgulloso, a Draco no le gustaba admitir esto.

Se talló el sudor y la lluvia que caían por sus ojos y vio a Granger de reojo. Estaba satisfecho de que estuviera viva y de que hubiera recordado comer durante la última semana. Podía darle un reporte a Tonks con la conciencia tranquila.

–Bien, me retiro –dijo, alzando la varita para desaparecerse.

–Espera –dijo Granger.

Draco esperaba.

–Te ves agotado –dijo Granger. Hubo un momento de duda y después preguntó–. ¿Te puedo ofrecer una taza de té?

Draco se le quedó viendo. –Ahora tengo que revisar si estás bajo un Imperio . ¿Dónde nos comprometemos?

Los puños de Granger encontraron su cadera en algún lugar debajo de su sudadera Nike. –Uffington, y no nos comprometimos . Olvida que pregunte. Retiro mi invitación.

Con eso, Granger regresó a su casa y cerró la puerta detrás de ella. Draco reflexionó mientras subía los escalones detrás de ella, sabía que ella estaba en lo correcto al decir que él se apareció cuando explícitamente no estaba invitado, como si fuera un vampiro a la inversa.

–¿Alguien en casa? –llamó mientras entraba a la casa.

–Vete de aquí –dijo Granger desde algún lugar adentro–. Nunca volveré a ser amable contigo.

–Bien. Me desconcierta.

Draco siguió la voz de Granger a la cocina, que definitivamente lucía horrible.

–Si dices algo sobre el estado de mi cocina…

–Absolutamente desastrosa, Granger.

Granger tenía un guante de cocina en su mano y pareció considerar, brevemente, darle una cachetada con él. Sin embargo, respiró hondo y se giró para sacar algo del horno.

Draco se guardó las manos en los bolsillos y entró a la cocina. Manchas de crema decoraban la pared. Parecía como si una pequeña lechería hubiera explotado.

–Me gusta la redecoración –dijo Draco.

–Hechizo de mezcla demasiado entusiasta, si quieres saberlo. No me molestaré en limpiar hasta que termine.

Granger le puso un encantamiento refrescante al contenido de la cacerola (una especie de costra) y empezó a cubrirlo de leche condensada, caramelo y crema encima.

Draco estaba intrigado. Y hambriento.

Granger agitó su varita hacia un racimo de plátanos que se pelaron un poco mal. Los cortó con otro movimiento, en rodajas un poco deformes, pero aún así las hizo flotar a su mezcla.

–No es lo más bonito del mundo, pero…es algo –dijo Granger mientras veía con duda su creación.

–¿Qué es?

–Pago de Banoffee. Se me antojó, pero la pastelería del pueblo ya había cerrado. Y bueno, tenía plátanos.

–Excelente –dijo Draco. Apuntó su varita en dirección a los gabinetes de Granger–. Accio cuchara.

Un cajón se abrió de golpe y una cuchara grande voló hacia Draco. Estaba decorada con orejas de gato.

–¿En serio? –dijo Draco mientras tomaba la cuchara del aire.

–Fue un regalo chusco –dijo Granger intentando quitarle la cuchara.

Draco la mantuvo fuera de su alcance con su brazo y estiró el otro en dirección al pay.

–Aún no está listo –protesta Granger–. ¡Tienes que asentarse!

–Está bien –dijo Draco–. Me muero de hambre.

Granger dejó de intentar alcanzar la cuchara. –Puaj. No me culpes si todavía está aguado. ¿No puedes cortar un pedazo y servirlo en un plato? Podemos ser más civilizados que esto.

-No. Siempre soy civilizado. Seamos bárbaros hoy.

Granger empujó un plato en su mano de todos modos. Él se rio cuando ella intentó servirle un “trozo” que se derrumbó en una masa de crema y salsa de caramelo.

Aunque no fuera estéticamente bonito, el pay era delicioso. Draco ignoró el plato y comió directo de la cacerola, y Granger pronto le hizo segunda. Compartieron un desastre celestial de corteza de galleta mantecosa, leche condensada, crema batida y alguna que otra rodaja de plátano. Draco solo se comió tres (3) pelos de gato.

Draco había cometido muchos pecados en su vida, pero comer un pay de Banoffee con Granger, con sus hombros rozándose ocasionalmente y los dedos pegajosos de caramelo, se sentía tan deliciosamente travieso que le provocaba un escalofrío.

art by cyliss

arte por cyliss

El gato ayudó a lamer la encimera para limpiarla entre los Fregotego de Granger.

Mientras Granger ponía la tetera a hervir, Draco se acordó de avisarle sobre los planos de Narcissa.

–Por cierto –dijo de una manera casual–. Espera una invitación de mi madre. Te quieres invitar a tomar el té.

-¿Qué? –exclamó Granger–. ¿Té? ¿Yo? ¿Por qué? ¿Qué hice?

–Me vio bailando contigo y decidí que era una buena oportunidad de establecer una relación con una muy querida bruja casada de muggles.

–Qué estratégico de su parte –dijo Granger tomando las tazas con agitación.

–No es un castigo.

–Sí lo es. No me gustan esas cosas de la sociedad.

–Pft, acabas de estar en el evento de sociedad de la temporada y lo hiciste muy bien –dijo Draco.

Eso era un cumplido, por cierto, pero Granger no le prestó atención. –El evento de los Delacroix es diferente, era para Sanadores. Estaba entre mi gente. No entre sangre pura de clase alta que se reirán de cada error que cometa.

–No tienes que ir si no quieres –dijo Draco–. Por si no te quedaba claro.

–Tendré conflicto de horarios por el resto del año; Dile eso a tu madre, ¿sí?

Draco le dio a Granger su mirada menos impresionada.

-¿What? Has visto mi horario, ¿no es cierto?

–Encuentras tiempo para ir a campañas de Kneazles. Creo que si puedes encontrar tiempo en tu agenda para tomar una taza de té.

–No participo en campañas de Kneazles.

–Te prometo que las mujeres no son tan aterradoras.

–¿Te recuerdo que casi te desparticionas por intentar huir de ellas?

–Tú también te desparticionarías si estuvieras bajo amenaza de matrimonio con cada terrón de azúcar.

Granger se puso serio. –Habría hecho lo mismo.

–Te prometo que mi madre no intentará casarte con una de las Delacroix.

Granger puso una taza de té frente a Draco. –¿Eso es lo que está intentando hacer contigo? Rosalie es una buena chica. La conocí más a fondo cuando trataba a su padre.

Draco agitó la mano, la conversación no se trataba de él. –De todos modos, espera la lechuza de mi madre. Considere presentarte, por lo menos.

Granger no se dejó distraer tan fácilmente. –Rosalie es dulce. Me cae bien.

–Entonces cásate con ella –dijo Draco.

–Tal vez lo haga –dijo Granger.

–La última vez que la vi estaba del brazo de un noble francés, así que es posible que hayas perdido tu oportunidad.

-Maldita sea.

Tomaron su té. Granger empezó a mirar el reloj. Draco sintió que cualquier tiempo que ella le había asignado a su descanso y socialización estaba terminando. Casi la podía ver calculando que tan grosero sería dejarlo solo con su té, versus que tanto quería regresar a leer, versus que tan viable era dejarlo sin supervisión en su casa.

Draco nunca fue alguien a quien le gustará hacerle las cosas fáciles a los demás (de hecho, sacarla de quicio se estaba convirtiendo en un pasatiempo) y, por fin, tomó su té con lentitud.

La pierna de Granger se sacudió bajo la mesa. Su taza estaba vacía y lo había estado desde hace rato.

–¿Está muy caliente? –dijo de arrepentimiento–. ¿Te lo enfrío?

–No, lo estoy disfrutando –dijo Draco tranquilamente, como si estuviera siendo un buen invitado en lugar de una molestia–. ¿Tienes bizcochos?

Granger agitó su varita para traer bizcochos y colocó el paquete con bastante fuerza frente a Draco.

Lo abrió con suma delicadeza y cuidado.

Granger sospechaba algo. Su mirada inspeccionaba a Draco con duda y se convirtió en desconfianza cuando lo vio sonreír.

–Lo estás haciendo a propósito. Lo sabía.

Se puso de pie, dejando la educación a un lado. –Tengo cosas más productivas que hacer que verte fingir beber té. No toques nada. Sabe dónde está la puerta.

Con la broma concluida, Draco reconoció su té a medio terminar, tomó un bizcocho y siguió a Granger a la sala. Él también tenía mejores cosas que hacer que fingir tomar el té; Era viernes en la noche, sus amigos ya estaban tomando y esperándolo, pero la verdad es que Granger podía ser el mejor entretenimiento.

En la sala, Granger ya había regresado al sofá. Había un libro grande sobre su rodilla y una especie de computadora plegable a su lado. El fuego sonaba en la chimenea. El gato estaba tumbado en una alfombra de peluche, tan plano que no se veía donde terminaba la alfombra y donde empezaba el gato.

Era una escena bastante tranquila. Granger parecía haber encontrado su paz de nuevo.

Suspenso. –Leer junto al fuego cuando llueve es lo más cercano a una cura para la condición humana.

Draco masticó su bizcocho ruidosamente.

Esta no fue la respuesta correcta. Granger lo fulminó con la mirada. Luego volvió a su libro.

Draco tomó un sorbo de su té.

Granger mantenía la vista en su libro.

Draco se acercó y se le unió en el sofá, sin ser invitado. Granger lo fulmino con la mirada por su impertinencia.

–¿Qué estamos leyendo? –preguntó Draco–. ¿Es el libro?

Granger se alejó un poco de él. –No, no es el libro. Jamás lo manejaría tan casualmente.

–¿Qué hay en las Islas Orcadas? –preguntó Draco.

-¿What? –dijo Granger levantando la vista.

Draco apuntó a la computadora, donde un párrafo sobre esas islas escocesas brillaba en la pantalla. Granger se acercó y la cerró bruscamente.

–Nada de tu incumbencia.

–Entonces, eso resuelve Beltane –dijo Draco–. Que bueno. Me estaba preguntando a donde iríamos ahora.

–No –dijo Granger, claramente mintiendo–. Estaba revisándolas por mera curiosidad.

Draco se sintió magnánimo. –Intenta de nuevo, pero con más contacto visual esta vez.

Ella realmente lo intentó. Sus ojos se encontraron con los de él y sostuvieron su mirada, y abrió la boca para mentir de nuevo, pero todo lo que salió fue "Uf".

Draco se río. 

Granger parecía enfadada.

–Nunca he ido a las Islas Orcadas –dijo Draco. Intentó abrir la cosa computadora de nueva, pero Granger le dejó la mano con un manotazo–. Estoy deseando que llegue el día.

–No hay nada que esperar. No vas a venir.

–¿Tienes que ver con tu proyecto?

–No –mintió Granger haciendo contacto visual con la ceja izquierda de Draco–. Es para unas vacaciones.

–Ojos, Granger, ojos. Tienes que convencerme hasta el alma.

Lo volteó a ver a los ojos de nuevo, pero solo le salió una verdad exasperada. – , tiene que ver con el proyecto.

–Entonces, iré contigo.

-No. Puedes ir a las Orcadas cuando quieras. No tienes que venir conmigo. Será un viaje seguro y sin peligros. No habrá tripas. Ni brujas ancestrales.

–No te dejaré ir a la punta de Escocia en algo relacionado al proyecto sola. Con mi suerte, te acuchillará un kelpie y será un mártir entre los magos.

–No seas ridículo. No estará cerca del agua.

–Vas a ir a las Islas Orcadas –dijo Draco pronunciando la palabra lentamente.

–Lo sé, obviamente. Pero mi investigación se relaciona con el fuego, no agua.

–Cierto. Beltane es uno de esos festivales de fuego –dijo Draco.

–Lo es. De hecho...-

Granger se detuvo, dándose cuenta demasiado tarde de que cuanto más avanzaban con la conversación, más revelaba.

–¿Has terminado tu té? –preguntó en un intento descartado de cambiar de tema y también echarlo de su casa.

Draco revisó su taza, la cual estaba vacía. –Ya casi.

Granger, cuya desconfianza era evidente, tomó su muñeca y volteó la taza para revisar.

–Me gustaría poder mentir con una fracción de tu descaro –dijo Granger mientras veía la taza vacía.

Le soltó la muñeca. Sus dedos se sintieron tibios contra su piel.

–Con la práctica, se logra –dijo Draco.

Granger se puso de pie y empezó a limpiar, una clara señal de que Draco ya debía retirarse.

–¿Cómo vas a llegar a las Orcadas? –preguntó Draco

–El Expreso de Hogwarts –dijo Granger enfadada.

–Hay un pub de magos en Thurso –dijo Draco–. Atrapé a un traficante ahí hace unos años. Deja de gruñir. Estoy intentando ayudarte.

–Pensé que la gripe roja podía ser rastreada.

–Pensé que eran vacaciones. 

–Lo hijo.

–Entonces hazlo parecer uno. Usa la gripe.

–Bien.

–El pub se llama “La Perilla Pulida”.

–Estás bromeando.

–No –Draco se puso de pie–. Gracias por el té. Te veo en la Perilla.

 


 

A Granger se le estaba haciendo tarde.

Draco caminó de un lado a otro en el vestíbulo del pub durante diez minutos antes de rendirse y aceptar la oferta del vino caliente con moras del barman.

–Está haciendo frío –dijo el barman. Draco ascendió.

–Es primero de mayo –dijo mientras apoyaba sus manos sobre el vino caliente–. ¿Por qué se siente como enero?

–¿A quién esperas?

–Una bruja –dijo Draco.

–Obviamente, o ya te hubieras largado. Te guardo algo de vino para tu chica.

–Una colega –especificó Draco–. Pero gracias.

Sacó su libreta y envió una serie impaciente de “ ????????????” un Granger.

No recibió respuesta. A través del anillo sentí el latir del corazón de ella, no presa del pánico, pero sí elevado. Su horario le notificó que se encontraba en San Mungo, o al menos se suponía que estaba ahí hasta las cuatro y media, para usar la Flu quince minutos antes de las 5, pero aún no llegaba y ya eran quince pasadas las cinco.

Otros diez minutos pasaron, durante los cuales Draco se sentó cerca de una ventana y observó la lluvia caer. Cualquier isla oscura entre el archipiélago de Orcada que Granger necesitaba visitar estaba completamente protegida de la Aparición, así que tenían que tomar un ferry.

Dado que la hora de la cena se acercaba, y Granger aún no aparecía, Draco aceptó la oferta del barman de un platillo de carnes frías y quesos.

Sí no llegas en quince minutos, asumiré que ha sido capturada y me aparecerá donde este , fue el siguiente mensaje que le escribió a Granger. Más como una amenaza, en realidad.

Después de contemplar su plato vacío, le pidió al barman que preparara una segunda porción para llevar. No era algo habitual en él ser tan considerado, pero bueno, Granger claramente no habría tenido tiempo para comer y no quería desperdiciar un momento más cuando llegará.

El último ferry hacía Eynhallow salía a las seis. Faltaban cinco minutos para las seis.

Draco pagó por la comida, le escribió a Granger que estaría en el puerto y caminó hacia allá.

5 minutos fue la respuesta de Granger.

Draco llegó al puerto en el momento que vio al último ferry desaparecer en la neblina del mar.

El muchacho del muelle fue interrogado vigorosamente sobre por qué el ferry había partido a las 5.58 y no a las 6.00 como indicaba el horario. Se encogió de hombros y dijo que su padre se fue cuando él quiso irse, y 'además, no había ningún otro pasajero aquí'. Que el señor elegante debía llegar antes. Que regresará mañana.

–Llegué –dijo una voz sin aliento.

Draco se volteó. Granger venía corriendo hacia ellos por los muelles. Su túnica de Sanadora estaba manchada de lo que parecían ser seis galones de sangre.

–Madre de Merlín –dijo Draco–. Parece que acabas de matar a alguien.

–Oh no –dijo el chico del puerto poniéndose pálido–. ¿Eso es sangre?

–Artéria carótida… se ve peor de lo que es, pero está vivo –jadeó Granger. Agitó su varita hacia sí misma con un Evanesco –. ¿Dónde está el barco?

–Ya se fue, señorita –dijo el chico. Draco notó que se dirigió a Granger con más cortesía que a él, pareciera ser que una posible asesina inspiraba respeto–. Tendrán que regresar mañana.

–¿Regresar mañana? –repitió Granger. Parecía que estaba a punto de ponerse a gritar, pero intentaba controlarse–. No puedo regresar mañana. Tiene que ser hoy. Es Beltane.

El chico apuntó al puerto vacío. –Por favor, no me asesine, señorita. No fue mi culpa. Tenemos escobas, ¿no le interesa? Al menos, la lluvia ya se calmó.

Draco se interesó en la conversación. –Muéstrame las escobas.

–¿Escobas? –repitió Granger, definitivamente a punto de gritar.

–No deje que me asesine –le dijo el chico mientras llevaba a Draco a un cobertizo–. Dos Knuts por una, pero pedimos un Sickle como depósito. 

Las escobas eran todo lo que podía esperar a Draco en este lugar tan alejado: usadas, cansadas y de durabilidad cuestionable.

–¿Alguna de dos sillas?

El chico se metió más al cobertizo y salió con un modelo antiguo. -Vieja gloria. Luce cansada, pero aguanta el clima, señor. Mi padre me enseñó a volar en ella.

–Eso inspira confianza. ¿Tienes navegación?

–Rudimentaria, señor. Pero, conoce la zona –el chico tocó con su varita la escoba y dijo “Eynhallow”. La escoba se acomodó para ser montada y apuntó hacia el norte.

–Perfecto –dijo Draco dando un Sickle que valía por quince de estas escobas.

El chico se guardó la moneda y, con aparente miedo de ver a Granger de nuevo, se fue corriendo en otra dirección.

Draco regresó con la escoba hacia Granger. 

–No –dijo Granger. 

Draco acomodó la escoba y se recargó en ella. -All Right. ¿Cuál es tu solución?

–Estoy pensando –dijo Granger–. Dame un momento.

El pensamiento de Granger, aparentemente, implicaba desnudarse. Draco miró hacia otro lado. Aunque llevaba ropa muggle debajo de su túnica de sanadora, se sentía demasiado íntimo como para verlo. De un minúsculo bolsillo en sus jeans muggles sacó una chamarra, botas y bufanda. El atuendo fue rematado con un par de guantes horribles de lana.

–Vamos a hacer un análisis S.W.O.T.* –dijo Granger.

–Toda conversación contigo es así –dijo Draco.

–S.W.O.T. –dijo Granger.

–Sé cómo se escribe.

-No. S.W.O.T. Es un acrónimo.

–Una forma divertida de deletrear, Granger.

Granger respiró hondo y se dijo a sí misma en voz alta que la ambición en la vida de Draco Malfoy era ser una molestia perfecta, y que debía de dejar de alentarlo.

Draco le respondió que no había necesidad de alentarlo, era su manera de ser.

Granger agitó su varita y un diagrama en cruz se presentó ante ella con las siguientes etiquetas: Fuerzas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas.

Por encima de esto, brillaba lo siguiente: “Viaje en escoba por el mar”.

Granger llenó los recuadros con una rapidez que sugería familiaridad con la técnica. Debilidades y Amenazas las llenó fácilmente, con cosas como “Ataques del mar”, “Hipotermia” y “Muerte probable”.

En Fortalezas puso “No retrasar la investigación por otro año”. Esto parecía ser importante, lo remarcó con rojo.

Draco se sintió bien al ver que puso “Malfoy” bajo Fortalezas.

–Porque –explicó–. Si puedes volar.

Sin embargo, también puso su nombre bajo “Amenazas”. –Por qué eres un maníaco que hará volteretas y nos matarás a los dos.

En Oportunidades, Draco se tomó la libertad de agregar “Hacer a Granger gritar”.

Granger tachó esto y puso “Obtener ceniza”.

–¿De los fuegos de Beltane? –preguntó Draco (mientras agregaba nuevamente lo de Granger gritando).

-Si. Lo hubieras descubierto eventualmente.

–Ya lo sabía –dijo Draco ofendido–. Pero bien, a este ritmo no habrá nada más que cenizas para cuando lleguemos.

–Bien, pues, no había contemplado que un idiota intentaría usar una víbora Lebengo como corbata el día de hoy.

Granger dio un paso atrás y repasó su análisis por unos minutos. Después volteo a ver la escoba en la mano de Draco. Luego miró el cielo.

“No retrasar la investigación por otro año” brillaba rojo.

–Maldita mar –dijo Granger juiciosamente.

Draco esbozó una sonrisa.

–Hagámoslo –lo dijo de manera muy valiente. Sin embargo, la cara de Granger se veía pálida–. No tienes por qué verte tan contento.

Draco suena aún más fuerte. –¿En frente o atrás? –preguntó mientras acomodaba la escoba horizontalmente–. Voy a conducir, de todos modos.

–¿Cuál es menos horrible? –preguntó Granger mientras veía la escoba flotar frente a ella.

–Si estás atrás, tu única responsabilidad es sostenerte –dijo Draco–. Pero estás fuera del viento y no puedes ver nada, si es que eso ayuda. Si vas al frente, no hay nada entre ti y el mar azul. Pero puedes sostener la escoba y yo puedo sostenerte a ti.

(Había, al menos, dieciséis chistes que Draco pudo haber hecho sobre palos de escoba hasta este momento, pero fue sensato y no los dijo. Deberían felicitarlo por restringirse.)

–No estoy segura de sí confió en mí misma para no desmayarme y caerme –dijo Granger–. ¿Tú me sostendrás en el frente?

-Si.

No estaba claro si esto era algo bueno o malo para ella. Granger apretó las manos. –¿No tienen chalecos salvavidas o cascos o algo así? Debí empacar una caída.

–¿Un qué?

–Olvídalo. Iré al frente. Sostenme. Si muero…solo…tengo muchas cosas por hacer antes de morir. Por favor, no me dejes morir.

Se veía seria y lista para llorar a partes iguales.

–No vas a morir, Granger.

–Odio volar.

-Perder. Subete.

–Tal vez deberías de aturdirme y despertarme cuando lleguemos.

–No puedo sostener tu cuerpo desmayado con estos vientos, Granger.

–Lo tengo, tomaré una poción calmante –dijo Granger mientras buscaba en sus bolsillos–. Solo media dosis, para relajarme. No quiero tomar de más y desmayarme…

Granger se tomó la poción calmante y, finalmente, se subió a la escoba. Su postura estaba tensa y apretada. Sus nudillos estaban blancos de apretar con tanta fuerza el mango. Tenía los ojos cerrados. La poción claramente tomó más de unos segundos en hacer efecto.

–¿Estás lista? –preguntó Draco mientras subía atrás de ella.

–Solo vuelta –dijo Granger entre dientes.

Draco voló. Voló en círculos por el cobertizo para familiarizarse con la escoba. Era tiesa y vieja, pero lo suficientemente fuerte para hacer el viaje por el viento con los dos encima. Era estable en el aire, mucho más que los modelos que tenía Draco en casa, los cuales se movían con él al mover un dedo. Para un viaje por el mar, cumpliría lo necesario. Lenta y segura.

Draco le informó de esto a Granger para tranquilizarla. Un ruido en su garganta fue su respuesta.

Dado que las manos de Granger estaban ocupadas ahorcando la escoba, Draco lanzó hechizos rompevientos en los dos, para que pudieran escucharse hablar. También puso hechizos de calentamiento, lo que hizo que Granger se recargara más en él, lo cual se sintió interesante.

El último ajuste de Draco fue tener un pasajero, lo cual era raro para él. El peso se sentía diferente y la escoba tendía a irse de frente ligeramente.

Las pocas veces que se había ido de frente en escobas era en citas y esos vuelos eran seguidos por aterrizajes en lugares apartados y una buena sesión de besos. Draco dudaba que hubiera sexys movimientos de traseros contra su inglés en este vuelo: Granger se sostenía en la escoba como si fuera la muerte, inmóvil, como si hubiera sido Petrificada. Solo su cabello eludía lo tiesa que estaba. Los pocos rizos que escaparon de su cebolla le tocaban la cara. Olía a champú y desinfectante.

Draco se inclinó hacia el frente y puso sus manos en la escoba frente a Granger, listo para moverse. Se sentía pequeña y delicada entre sus brazos.

–Acogedor –dijo Draco.

Uf –dijo Granger en verbalización de sus nervios.

Draco los volteó para apuntar al norte y empezó a tomar velocidad. Granger, con ojos cerrados y todo, sintió el cambio y expresó deseos violentos sobre el destino de Draco en esta vida y la siguiente, cosas que hubieran hecho a un hombre más delicado llorar.

Draco simplemente dijo: –Aguanta Granger –y redujo la velocidad en un 0.01 por ciento.

–A Eynhallow, vieja amiga –dijo Draco, dándole una palmada a la escoba.

Siguiente parada: el mar.

Notes:

* En inglés, S.W.O.T. corresponde a lo que sería el análisis FODA. Sin embargo, esto no puede ser traducido porque se pierde una de las bromas. La palabra británica ‘swot’ también implica que ser inteligente requiere gran esfuerzo, ya que deriva del sustantivo del sajón antiguo «swêt» (sudor). Es una manera despectiva de llamar a alguien 'nerd' o 'empollón'.

Chapter 10: Las Islas Orcadas

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

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arte por fronchfry111

Draco había disfrutado de muchos vuelos en su vida, pero ese viaje a través del mar en el norte fue uno de los más brutalmente hermosos que había tenido. Estaba casi agradecido por la vieja escoba, lo obligaba a tener un poco más de cuidado en su vuelo y prestar atención al viento, cosa que con sus nuevas escobas no hacía. El viaje fue muy técnico. Hubo muchos cruces de vientos y el clima era engañoso, así que Draco eligió volar bajo, a unos 10 metros sobre el mar.

El viento tenía sabor a sal y estaba frío, la brisa les rozaba la cara como besos de sirenas fantasmas. Conforme se aproximaban a mar abierto, un skúa se les acercó en su vuelo. Observó a Draco con ojos brillantes y la punta de su ala a menos de un metro de su cara. Después bajó al nivel del mar, a la par que su reflejo en el agua y finalmente se alejó.

Mientras volaban, los cielos se fueron despejando para revelar a las estrellas en el firmamento. Bajo sus pies, las constelaciones se reflejaban en las olas. La vista era sublime. Hacía que Draco se sintiera pequeño y trivial.

La poción calmante debió surtir efecto, porque Granger se sintió un poco menos tensa entre sus brazos, aunque sus guantes seguían apretando fuertemente el mango de la escoba. Por lo que Draco podía ver, sus ojos aún estaban cerrados y se estaba perdiendo esta maravillosa vista. Pero bueno, al parecer eso la estaba ayudando a continuar con el viaje.

Algo grande se asomó por el agua.

–¡Granger, mira! ¡Hay un Hipocampo! Espera, ¡hay dos! ¡Hipocampos! ¿Hippocampi?

–¡Oh! –Dijo Granger sorprendida, por fin abriendo los ojos.

Miró hacía el mar donde las enormes cabezas de las criaturas mitad caballo se asomaban. Uno desapareció de nuevo, pero el otro saltó, su larga cola siendo lo último que vieron antes de que desapareciera entre las olas.

Draco bajó la velocidad, queriendo regresar a observarlos, pero el primer Hipocampo había aparecido de nuevo más adelante, con su pareja siguiéndolo. Urgió a la escoba a subir la velocidad para alcanzarlos. Las criaturas comenzaron a tomar velocidad y Draco les mantuvo el paso, rozando las olas a la altura de la crin de sus cabezas.

Hicieron carreritas.

Draco le pidió más a la escoba. Las majestuosas criaturas se movieron por debajo del agua y no mostraban ninguna señal de esfuerzo salvo por la brisa de mar que salía de sus amplias fosas nasales.

Una de ellas, la más pequeña, era de color verde como el cristal de mar, su crin tan blanca como la espuma a su alrededor. La otra era más grande, azúl como las olas del mar, e igual de rápida, manteniéndose al ritmo de su pareja.

El agua salada los empapo. Draco aumento la velocidad, volaron y salpicaron, siguieron y ahora eran el viento, después la bruma y finalmente la espuma de mar antes de una tormenta.

Las criaturas avanzaron hacia el oeste, por mar abierto. Sus ojos pálidos se centraron en Draco y Granger, el macho agitó su cabeza, retándolos a seguirlos en el mar abierto. Draco sabía que no podía.

El par desapareció como espíritus, una visión rápidamente disipándose en el mar.

Obra de arte de la maravillosa y talentosa nikitajobson.

Y ahora solo quedaban Draco, sin aliento, Granger temblando y la espuma del mar agitándose a su alrededor.

Ninguno habló.

La escoba retomó el camino anterior.

Ahora, a su izquierda y derecha, se alzaban las formas oscuras de tierra firme. Habían llegado a las Islas Orcadas.

El viento bajó de intensidad y el mar se calmó un poco.

Frente a ellos, una pequeña isla brillaba como una joya entre el mar oscuro, iluminada con el fuego de Beltane. La escoba, sabiendo que su destino estaba cerca, aceleró de nuevo.

Draco vió un área de piedras planas iluminadas por la luz de las estrellas y se acercó para detenerse ahí. Granger debió haber cerrado los ojos de nuevo, porque cuando sus pies tocaron el suelo, soltó un grito, se habría caído de la escoba si no fuera porque el brazo de Draco rodeaba su cintura.

Draco se bajó de la escoba. Lo que hizo Granger solo podía describirse como una caída sobre el musgo del suelo.

–¡Eso fue brillante! –Draco dió una vuelta bajo las estrellas, con los brazos abiertos–. Emocionante. Jodidamente mágico.

Granger no dijo nada. Draco le lanzó un Lumos , ella parecía estar abrazando la tierra.

–¿Estás bien?

–Un momento –dijo Granger sin aliento.

Draco la dejó para que se recompusiera. Lanzó un par de hechizos sobre la isla, los cuales le informaron que había alrededor de cien brujas y magos en la zona, así como una cantidad casi igual de fuegos, grandes y pequeños.

Granger se puso de pie. Draco, viendo lo pálida que se veía, le ofreció caballerosamente su brazo de manera automática. Ella lo tomó temblando.

Caminaron hacia el centro de la isla donde estaban los fuegos de Beltane, acompañados del sonido de un violín que guiaba su camino. Mientras avanzaban, Draco comenzó a notar figuras a su alrededor, sólo visibles porque eran opacas, oscuras y no reflejaban la luz de las estrellas a través de sí.

–Monumentos neolíticos –dijo Granger.

–¿Las hay tan al norte? –Preguntó Draco.

A él no era algo que realmente le importara, pero preguntas de ese tipo seguramente traerían de regreso a la sabelotodo de Granger, o al menos la distraerían de su nerviosismo.

Tenía razón. Granger empezó con voz débil que fue ganando fuerza y entusiasmo a medida que avanzaba. –Sí, estos son de los más antiguos que hay en Gran Bretaña. Se piensa que los monumentos datan aproximadamente del 3200 AC. Miden casi tres metros de altura, me imagino que se ven gloriosos a la luz del día. A estos megalitos se les conoce como Círculo de Eynhallow.

–Nos perdimos la mayoría del evento, creo –dijo Granger conforme se acercaban al murmullo de la gente–. Qué triste. Esperaba ver algunos de los rituales en persona…

 –¿Qué rituales?

–Pues, viejos hechizos de protección, ceremonias de emparejamiento, ofrendas. Mucho brincar sobre las fogatas y cosas divertidas del estilo. No sé porque los magos piensan que eso impresionará a las brujas, pero claro, también hacen cosas que no logro entender. Como collares de serpientes.

Ahora Granger se quedó en silencio, probablemente pensando en ese último comentario. –Pero bueno, al menos tendré lo que vine a buscar.

Ya estaban casi al centro del círculo, caminando entre fogatas, brujas y magos. Granger observaba las fogatas con emoción. Su agarre en el brazo de Draco se hizo más fuerte.

Mientras Granger se distraía observando todo a su alrededor, Draco apuntó su varita a algunas personas e hizo Legeremancia no verbal. Estaba tranquilo ya que se trataba de una situación de bajo riesgo, el ambiente en general era de festividad, ebriedad y a nadie le importaba quienes eran.

El auge de la celebración había terminado y las cosas estaban calmándose poco a poco. Algunos comenzaban a armar sus casas de campaña alrededor de las fogatas, mientras que otros grupos se sentaban a platicar.

Draco y Granger fueron invitados por un grupo a unirse a su fogata. Ella los rechazó amablemente y los condujo a una orilla más callada, donde el fuego estaba bajo.

–Hay que esperar en este –dijo ella.

–¿Supongo que vamos a esperar a que se apague naturalmente? –Preguntó Draco–. ¿Sin encantamientos?

–Es correcto. Ceniza de Beltane en su forma más primitiva.

Granger Transfiguró dos troncos en un par de cómodos asientos, que luego ella y Draco acercaron al fuego.

Después de un frío vuelo, el calor era más que bienvenido. Draco se sentó cerca del fuego, pero Granger estaba tan cerca que podría haberse quemado las rodillas e incendiar su cabello. Se quitó los guantes y acercó sus manos a la fogata.

–De los miles de fuegos que se hicieron por Beltane, ¿por qué estos específicamente? ¿En el rincón más olvidado de Gran Bretaña? –Preguntó Draco mientras sentía que su cara se descongelaba poco a poco.

Granger ya tenía una respuesta preparada y parecía estar encantada de que él le hubiera preguntado. –Por qué las fogatas en esta área provienen de un fuego muy específico, el mismo que Cerridwen usó para su caldera. No sé si recuerdas su historia…

–Solo lo que salía en su tarjeta de las ranas de chocolate –dijo Draco, recordando vagamente a una bruja con una gran melena de cabello oscuro–. Se parecía a ti, ahora que lo pienso.

–Pft –se burló Granger–. Solo puedo soñar con ser una fracción de la gran bruja que fue. Era una genio de la Transfiguración, entre otras cosas, podía convertirse en cualquier criatura. Haría que los actuales Animagos parezcan cosa de juego. Sin embargo, te ahorraré los detalles, ¿has notado que este fuego se ve un poco más rojo de lo usual?

Draco asintió. –Asumí que era cosa de la turba.

–No. Han mantenido su legendario fuego con vida, generación tras generación en estas islas. ¿No es increíble? –Los ojos de Granger brillaban–. Es algo asombroso poder presenciarlo. Poder sentirlo, con mis propias manos. Es surreal. Extraordinario.

–¿Para qué necesitas la ceniza? –Preguntó Draco ya que estaba siendo tan honesta.

Granger cerró la boca.

Draco se encogió de hombros. No perdía nada con intentarlo.

Busco en los bolsillos de su túnica para sacar la comida del bar. Le pasó el platillo a Granger y acercó el termo de vino al fuego para calentarlo nuevamente.

Granger parecía sorprendida, aunque Draco no estaba seguro de si fue por la previsión o por la inesperada generosidad. Abrió la comida. –Me estoy muriendo de hambre. Gracias. Fue muy lindo de tu parte…–

Draco la interrumpió para evitar más tonterías de gratitud. –¿No trajiste pie de banoffe en tu chamarra o sí?

–No –dijo Granger. Busco en uno de sus bolsillos–. Traje un par de barras de proteína. Podrían estar un poco aplastadas…

Draco no sabía que era una barra de proteína, pero sabía a chocolate barato, lo cual fue glorioso después de toda la sal de mar que había ingerido.

Comieron. Granger mostró sus buenos modales al hacerlo, comiendo poco a poco mientras le contaba más sobre Cerridwen. Draco se preguntó, por primera vez, como era su familia, y si les iba bien. Tenía un buen sentido del decoro y una dignidad innata que indicaban una buena educación.

–Creo que el plural de Hipocampo sería Hipocampos –dijo Granger–. Creo que Hipocampi sería un intento erróneo de llevarlo al latín. Es una palabra griega. Técnicamente se podría decir Hipocampodes , ¿no? Aunque Hipocampo ahora es una palabra en inglés, por lo que creo que Hipocampos sería el término correcto.

–Te creo –dijo Draco mientras agarraba el vino.

–No soy lingüista, no deberías.

Draco le ofreció el vino.

–Nos haré unas copas –dijo Granger tomando las envolturas de las barras de proteína del regazo de Draco.

–Que apropiado –dijo Draco. En  realidad, Granger podría caerle bien a su madre. 

–Este vino ha sido calentado por las llamas de Cerridwen. No vamos a tomarlo en un termo como un par de adolescentes detrás de un bar.

Granger Transfiguró las envolturas en hermosas copas doradas.

Draco podría haberle informado que ella, de hecho, era toda una genio de la Transfiguración, pero no quería inflarle el ego. Aunque, de todas formas  ella se dió cuenta de cómo Draco comprobaba el peso de las copas. Sonrió para sí misma.

–Bonito brillo en el oro –admitió.

–Es una bonita ilusión –dijo Granger luciendo complacida–. Pero gracias –hizo una pausa antes de continuar–. Escuche que te interesa la Alquimia, así que tu aprobación significa más que la de un mago cualquiera.

–Mi aprobación debería significar más que la de un mago promedio en cualquier contexto –dijo Draco mientras estudiaba la copa. 

Granger alzó la vista hacia el cielo nocturno.

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arte por RunningQuill_art

Draco llenó sus copas con el vino caliente. –Ya que estamos hablando de Alquimia, me dirías si tu proyecto involucra crear una Panacea*, ¿verdad?

–No nos adelantemos –dijo Granger, aunque estaba sonriendo.

Draco se sintió invadido por la repentina emoción, si alguien pudiera crearla, por lo que había aprendido de esta bruja durante los últimos cinco meses, probablemente sería ella.

–¿Estás creando una Panacea? –Le preguntó inclinándose hacia ella–. ¿Es por eso que Shacklebolt está tan entusiasmado?

Ella lo miró  a los ojos sin dudar. –No. No seas ridículo.

–Hm.

–Temo decirte que estás sobreestimando mi inteligencia. Soy una simple Sanadora, haciendo cosas con mis métodos Muggle y cositas mágicas.

–Cositas –repitió Draco.

–¿Quieres más queso? Este es un poco fuerte para mi gusto…

Draco tomó el queso y reflexionó con su copa de vino caliente. Tal vez no estaba trabajando como tal en una Panacea, pero sentía que el proyecto iba por ahí. Tenía un plan para sacarle la información. Solo tenía que ser paciente.

El fuego crepitaba, consumiendo lo que restaba de la turba. Lo miraron fijamente y mientras la noche avanzaba, se encontraron casi hipnotizados por el baile de las llamas. La canción del violinista se volvió triste y grave.

El fuego, el humo y la tierra olían a historia, a algo nuevo haciéndose viejo y algo viejo haciéndose nuevo.

Tal vez fuera el vino, tal vez la hora, o quizás fue la potencia de la noche de Beltane, pero el momento adquirió una cualidad de ensueño para Draco. Granger se convirtió en una visión en blanco y negro, su cabello se mezclaba con las sombras, mientras sus ojos atrapaban la luz del fuego. Sus manos estaban extendidas hacia el fuego, a Draco le pareció ver que el fuego se sentía atraído por ella y que pudo haberlo acariciado de haber querido.

Granger bostezó y el hechizo se rompió.

Su somnolencia no fue ninguna sorpresa. Ya casi era hora de dormir para Draco, lo cual significaba que para Granger ya era mucho más tarde.

Se puso los guantes nuevamente y lanzó un encantamiento de calor para ambos. El fuego seguía ardiendo, aunque ya más bajo.

Estas fogatas de turba tardan bastante en apagarse, pensó Draco.

Granger se quedó dormida sobre su hombro.

Draco, quien ya se encontraba cansado, de repente se sintió alerta e incómodo. Esto era un nuevo nivel de vulnerabilidad con el que no estaba preparado para lidiar. Su respiración era lenta y estable, sus manos enguantadas descansaban sobre su regazo.

Las habilidades de Transfiguración de Draco eran decentes, pero no lo suficiente como para hacer una casa de campaña con una envoltura de comida. Se conformó con alargar el asiento de Granger hasta convertirlo en un sofá alargado. Ella se acomodó en el sofá sin despertarse.

Y después, viendo que parecía pequeña y aún más vulnerable durmiendo boca arriba bajo el cielo abierto, le puso su túnica encima. Lo complemento con otro encantamiento de calor ya que con el fuego tan bajo se empezaba a sentir el frío de la noche. 

Lanzó un par de hechizos de protección por si él también se quedaba dormido. Tal vez estaba siendo un poco exagerado, ya que el resto de las personas estaban en sus tiendas de campaña, pero Draco no había sobrevivido hasta ahora sin ser cuidadoso.

Se sentó con la espalda apoyada en el sofá de Granger y vió lo último del fuego convertirse en brasas.

Una hora después, la orilla de la fogata se había llenado de cenizas que se movían levemente con el viento.

art by Ghoulsed

arte por Ghoulsed

El amanecer llegó, iluminando de dorado a las Islas Orcadas bajo el llamado de las gaviotas.

Draco se despertó con dolor en el cuello y la nariz entumecida por el frío.

Granger, por otro lado, se veía perfectamente cómoda arropada con su túnica. Draco se preguntó cuándo se había convertido en un jodido mártir, sacrificando su propia comodidad por nadie menos que Granger.

Se alejó para ir al baño en privado.

Cuando regresó, Granger ya estaba despierta, examinando su trabajo de Transfiguración. El sofá había aguantado toda la noche, lo cual fue una grata sorpresa para Draco.

Granger lo vió regresar y se puso nerviosa. –¡Debiste despertarme! No estás para ser mi sirviente por encima de todo lo demás. ¿Me hiciste un sofá? Es hermoso. Gracias. Dormí muy bien, lo cual es raro considerando las circunstancias. Ah, y tu túnica. Aquí tienes. Gracias por prestarmela. ¿De qué está hecha? Es muy calientita. Estás muy tieso. ¿Es tu cuello? ¿Lo puedo revisar?

Draco tomó su túnica, apartó de su cuello las manos de Granger, expresó su deseo de un café caliente y una pronta partida.

Granger se llevó las manos al pecho. –Vi a alguien armando una cocineta un par de tiendas más abajo. Podrías convencerlo de regalarte una taza de café. Yo tomaré mi muestra.

Draco fue en busca de su salvación, dejando a Granger arrodillada frente a la fogata, guardando la ceniza en sus tubos de ensayo.

Al final, resultó que el mago con la cocineta estaba dispuesto a prescindir de dos tazas de café y unos cuantos panes dudosos a cambio de un Sickle que Draco le ofreció sin decir nada.

Por el café valió la pena el costo. Después del primer sorbo, Draco se sintió un poco menos inclinado a asesinar a todos.

Granger lo molestó de nuevo al no estar donde la había dejado. Y después de una breve búsqueda con varita en mano, la encontró un par de espacios más adelante, hablando con una pareja que desarmaba su casa de campaña.

Ella se anticipó a su regaño con una noticia: el ferry de regreso llegaría en quince minutos. Para Draco esto era algo bueno, ya que no le apetecía emprender un vuelo de regreso con tanto sueño. Pero, para Granger, estas eran excelentes noticias. Incluso pidió cargar la escoba de regreso, queriendo regresarla a su dueño y deshacerse de ella para siempre.

Caminaron entre las piedras hacía el puerto. Granger, que para ese momento tenía mucha energía y le dió a Draco una cátedra sobre la historia de los pueblos neolíticos de las Orcadas, usando la escoba para señalar los puntos de interés en los monumentos.

Viendo que Draco no estaba igual de entusiasmado, le dió su café y la mayoría de su pan para reanimarlo.

La brisa del mar aumentó a medida que se acercaban a la costa, tenía una hermosa mezcla de sal, arena y césped.

Se subieron al barco. La escoba fue regresada a su dueño. Draco le dijo que se quedara con el depósito. Él y Granger tuvieron una discusión sobre si le debía dinero o no, ya que intentó pagarle. Él la amenazó con comprar la escoba y secuestrarla para otro vuelo si no se callaba.

Y luego, cuando el barco llegó a mar abierto, se acomodó en una banca para tomar una pequeña siesta bien merecida.

Granger Transfiguró silenciosamente la cubierta de la banca en lujosos cojines de terciopelo cuando pensó que él ya se había quedado dormido.

 


 

–¿Quién hubiera pensado que La Perilla Pulida ofrecería tan buen desayuno? –Dijo Granger mientras cargaba un pan tostado con huevo.

Draco se atragantó con su café y le pidió que le advirtiera cuando fuera a decir cosas así.

Granger se vió propia y le dijo que no era su culpa si él malinterpretaba un comentario inocente. Pero que sí sabía un hechizo sencillo para hacer la maniobra de Heimlich, así que él podía reírse sin problema, ella lo salvaría de ahogarse.

Granger terminó de comer mucho antes que él, lo que significó que ella pudo notar que no se movía del todo bien por su cuello. Le empezó a explicar sobre espasmos musculares, continuó sobre la salud de sus nervios espinales y describió en detalle lo que le haría si tan solo la dejara, en general lo molestó al grado de ya no poder disfrutar su desayuno.

–Bien –dijo Draco enojado, quitándose la túnica y moviendo su ropa para mostrarle su cuello.

Uno habría pensado que le había dado el mejor regalo, permitirle ayudarlo. Se acercó más a él en la banca, con brillo en la mirada. –Por fín. No te muevas. Esto tomará solo un momento.

La punta de su varita se acercó a donde se unían su hombro y su cuello. No era una sensación que le gustase a Draco, de hecho, era una manifestación real de su creciente confianza, el hecho de que la estuviera dejando acercarse tanto. Lo siguiente que sintió fue mucho más agradable, un alivio instantáneo y refrescante mientras Granger pronunciaba un hechizo de Sanación.

–Mucho mejor, ¿verdad? Sé que es un remedio Muggle y no lo harás, pero te recomiendo poner algo caliente en la zona si para mañana todavía te duele. Ayudará con la circulación.

Draco movió los hombros. Su cuello se sentía perfectamente bien.

–Tuviste una noche horrible por mi culpa, lo siento –dijo Granger. 

–Dejame comer.

Granger insistió en pagar el desayuno mientras se acercaban a la chimenea Flu del bar. 

Granger movió la mano hacia el recipiente de polvo Flu al mismo tiempo que Draco, lo que resultó en un roce de manos y una inmediata retracción de ambas partes. Después le siguió el momento idiota en el que ambos insistieron que el otro fuera primero durante un largo y molesto minuto.

Draco, ya sin paciencia, agitó su varita y mandó el recipiente a los brazos de Granger. –Ve.

–Ugh –dijo Granger, tomando el frasco antes de que cayera.

Abrió la tapa, parecía lista para arrojar el polvo a la chimenea y largarse. Sin embargo, se detuvo y se volvió hacía Draco.

Su expresión estaba llena de incertidumbre e incomodidad.

–Malfoy, yo… yo no podría haber obtenido mi muestra sin ti. Hubiera pospuesto el proyecto hasta el siguiente Beltane de no haber sido por ti. Jamás habría hecho ese vuelo sola.

Draco jamás había rehuido un elogio, de hecho, los disfrutaba, pero algo en la honestidad y gratitud de Granger hacía que esto fuera terriblemente incómodo.

Además, era Granger. Que ella fuera tan amable le daba ñañaras.

–Ve a casa, Granger –dijo.

Granger arrojó un puñado de polvo a la chimenea. –Okay. Me alegra que hayas venido. Yamevoyasíquegraciasdenuevo bye . El Mitre.

Esquivó su mirada y se giró hacia las llamas.

Unos minutos más tarde, Draco estaba quitando el hollín de su túnica en su recibidor. Deseaba más que nada un baño y acostarse. Henriette, quien se había materializado ante su llegada, se encargó de preparar su baño, lo más caliente que pudiera.

Mientras Draco caminaba hacía su recámara, se preguntó si el baño contaba como terapia de calor, no es como que le interesaran los tratamientos Muggle de Granger, pero por si acaso.

¿Debería mandarle una nota para preguntarle?

Probablemente le respondería con una explicación de doce páginas con sugerencias para leer más a fondo sobre el tema.

Su túnica aún olía a humo y a Granger.

Le escribió la nota.

Notes:

La panacea es un mítico medicamento que cura todas las enfermedades o, incluso, prolonga indefinidamente la vida. Fue buscada por los alquimistas durante siglos, especialmente en la Edad Media. La palabra panacea proviene del griego panakos y significa "remedio para todo".

Chapter 11: Draco Malfoy, Idiota Despistado

Chapter Text

Excluyendo la cátedra sobre terapia de calor, Draco tuvo poco contacto con Granger durante el alegre mes de mayo. Él y sus compañeros Aurores se mantuvieron ocupados con nuevos y emocionantes comportamientos criminales en todo el país (un mago que había dominado con Imperios a una aldea muggle y vivía como su rey; hombres lobo atacando a bebés; un robo en Gringotts; y algunos secuestros para variar).

A mediados de mayo, Draco se encontró con un caso bastante desastroso: un maestro de pociones en Sheffield haciéndose pasar por algo llamado "psíquico del amor" y vendiendo pociones de amor a muggles. Draco estaba a punto de confiscar un alijo y obliviar a un muggle cuando su varita hizo sonar una alarma. Esa alarma en específico significaba que alguien estaba intentando pasar por los hechizos de protección de Granger. No las de su oficina o laboratorio, las de su casa.

Draco terminó con el muggle rápidamente y desapareció en la red Flu más cercana. Eso lo llevó al Mitre, seguido de una aparición en la cabaña de Granger, con la varita fuera y bajo un hechizo de Desilusión.

Entre la alarma de su varita y su llegada, Draco estimó que habían pasado alrededor de tres minutos. Pero eran tres minutos muy tarde; quién haya estado husmeando había desaparecido. Los hechizos de revelación de Draco indicaron que no había presencia humana cercana salvo el vecino muggle de Granger, quién estaba tomando una siesta.

Draco lanzó un delicado hechizo de detección de magia. Sus hechizos de protección alrededor de la propiedad brillaban intensamente, pero lo ignoró y prefirió examinar el terreno alrededor de la cabaña de Granger. Sostuvo su varita en alto hasta que encontró lo que buscaba: un ligero rastro en el aire, dejado por un ser que había usado magia ahí momentos antes.

El ligero camino brilloso se terminó repentinamente en el campo atrás de la casa de Granger, ya sea por Desaparición o Traslador.

A Draco no le gustaba esto. Podría haber sido sólo un mago curioso o un ladrón, en el mejor de los casos. Pero, también podría ser un primer indicador de que alguien tenía los ojos puestos en Granger y que la paranoia de Shacklebolt no era en vano.

Draco le envió una nota rápida a Granger:  Alguien activó tus alarmas. Necesitamos hablar.

Cuando Granger no respondió de inmediato, revisó su agenda. En ese momento estaba dando conferencias en Cambridge Muggle.

Draco decidió unirsele, estaba prácticamente a la vuelta. 

Voy hacia ti, escribió.

Aún Desilusionado, se apareció en el Trinity College.

 


 

La conferencia de Granger había estado a punto de terminar. Draco sólo tuvo que esperar diez minutos afuera de la puerta del pequeño salón de clases. Media docena de estudiantes salieron mientras él, siendo invisible, se deslizaba entre ellos hacia el salón.

La pizarra indicaba que el tema del día había sido "Anticuerpos monoclonales conjugados". Draco estaba complacido de que estos anticuerpos al menos conocieran sus tiempos verbales.

Granger, sin darse cuenta de su presencia, estaba empacando papeles (sin varita) en un maletín. Llevaba una blusa a rayas fajada en pantalones de tiro alto; piezas que Draco no hubiera pensado combinarán, pero en Granger se veían bastante bien.

Cuando el último estudiante salió, Granger sacó su Libreta de Parloteo de su bolsillo. A Draco le dio un extraño placer verla abrirla y mostrarse notablemente interesada cuando vio que era un mensaje de él.

Leyó la nota y frunció el ceño. Empezó a escribir una respuesta. Draco supuso que ya debía revelar su presencia, ya que la vibración de la notificación en su Libreta lo delataría.

Se paró frente a ella y deshizo el hechizo de Desilusión.

Granger soltó una especie de grito entrecortado, saltó hacia atrás y tropezó con su silla.

Draco la agarró por la muñeca, evitando una caída completa. Granger aterrizó torpemente en la silla.

Draco se apoyó contra el escritorio y dijo, en tono conversacional: —Sabes, me gustaría que tomaras tu varita y lanzaras un maleficio en lugar de gritar. ¿Viste mi mensaje?

Granger no estaba lista para hablar sobre el mensaje. Su anillo le dijo que su corazón estaba acelerado. —¡Me acabas de sacar el susto de mi vida! ¿Cuánto tiempo tienes ahí parado? ¡Avísame la próxima vez!

—Te advertí que vendría —dijo Draco.

Lo cual era cierto, pero Granger aun así parecía enfadada. —¡Leí ese mensaje un milisegundo antes de que te materializaras ante mí como el Barón Sanguinario!

—No es mi culpa que estuvieras demasiado ocupada conjugando anticuerpos.

La expresión de Granger pasó de enfadada a confundida. —Yo- ¿Qué?

Draco apuntó su barbilla hacia la pizarra.

Granger observó la pizarra, procesó su comentario, levantó el dedo índice y dijo: —Eso no es lo que significa...

Draco la interrumpió porque, francamente, no estaba interesado. —Estoy aquí para hablar sobre quién está husmeando en tu cabaña. Y por qué.

Su interrupción le valió una mirada mordaz. Sin embargo, Granger respiró hondo y pareció reprimir cualquier impulso desmedido que hubiera despertado.

Ella cruzó las manos sobre el escritorio en una imitación de serenidad. —Toma asiento. Y dime qué pasó.

Draco envió un  Colloportus  hacia la puerta del salón de clases. Luego levitó una silla hacia ellos y tomó asiento frente a Granger. Algo sobre esto cambió la dinámica entre ellos. Estaba del lado del estudiante del escritorio, sintiéndose como si estuviera a punto de ser puesto a prueba.

Ella se cruzó de brazos y esperó, con los ojos fijos en su rostro. El peso de toda la atención del gran cerebro de Granger presionó a Draco, lista para adquirir su información y darle significado.

—Uno de mis encantamientos de protección activó la alarma hacía la parte trasera de tu casa —dijo Draco—, Alguien estaba probando la protección o intentando desarmarla. Llegué en cuestión de minutos, pero ya se había ido. No descubrí nada con Hominem Revelio excepto por tu vecino, pero encontré un rastro mágico.

—¿Cómo? —intervino Granger.

—Un hechizo de detección mágica —dijo Draco—. Uno de los míos.

Granger se vio intrigada, pero decidió guardarse sus preguntas para después.

Draco continuó. —Basado en el tamaño, sin duda es un mago o bruja adulto. Seguí el rastro hasta llegar al campo detrás de tu casa. El individuo Desapareció o usó un Traslador, el rastro acabó demasiado abrupto como para haber sido viaje por escoba.

Granger se puso de pie, con su varita en la mano. —¿Sigue ahí el rastro? Quiero ver-

—No. Se disipan rápidamente. Sólo lo vi porque llegué momentos después y conocía el hechizo.

Granger volvió a sentarse con un mohín.  —¿Y definitivamente interactuaron con las medidas de seguridad? ¿No fue sólo el cartero?

—Obviamente no fue el cartero. Estoy alertado por interacciones mágicas, si no estaría recibiendo una alarma cada vez que un pájaro pasará por tu árbol de glicina.

—¿Crees que la vecina haya visto algo?

—Estaba dormida y del otro lado. Si el intruso es por lo menos un poco inteligente, habría llegado Desilusionado.

Los dedos de Granger golpearon el escritorio. —Dijiste que se podían rastrear las Apariciones. ¿No podríamos rastrear esta?

Draco estaba cada vez más cansado de ser interrogado como un estudiante de primer año, pero supuso que debería haberlo esperado de Granger. —El rumor, que no oíste de mi parte, es que el Ministerio rastrea Apariciones en individuos de interés. Voy a revisarlo; pero, a menos que la persona en cuestión sea traviesa o interesante, no habrá nada registrado.

—Ojalá se me hubiera ocurrido instalar cámaras en casa —dijo Granger luciendo irritada consigo misma—. Tengo un par en el laboratorio. Voy a enmendar esto inmediatamente. ¿Viste algo más? ¿Huellas? ¿Un poco de tela?

Draco le arqueó una ceja sardónicamente. —No. Esta no es una película muggle donde los sospechosos dejan pistas convenientes. Ahora bien, si ya terminó de interrogarme,  Profesora , tengo algunas preguntas. ¿O debería esperar hasta su horario de oficina?

Granger se puso tensa ante el uso de su título. —Ugh. No hagas eso.

 —¿No hacer qué, Profesora?

—Esto me está incomodando —dijo Granger.

—Como que me gusta. 

La profesora en cuestión le vio con ira en su mirada. 

—Pareces enfadada. ¿Me vas a castigar? —preguntó Draco.

—Esto es una universidad, no damos castigos. ¿Podemos seguir con tus preguntas?

Draco tomó nota especial de la incomodidad de Granger para la próxima vez que deseara molestarla. Quizás le enviaría su próximo mensaje en la Libreta de Parloteo como si fuera una tarea por revisar

Pero por ahora, a trabajar. —En el mejor de los casos, fue un caso aislado de un ladrón mago que quería sacar Galeones rápido y se asustó con tu protección. Pero vamos a proceder como si fuera el primer contacto de alguien hostil. ¿Has dado indicios a alguien recientemente sobre un posible avance en tu investigación?

—No —dijo Granger cuadrando los hombros y luciendo a la defensiva—. Desde la reacción exagerada de Shacklebolt, no he dicho nada. El proyecto es completamente financiado por mí y siempre ha estado bajo el radar. (Espera, no sabes que es un radar) O sea, siempre se ha mantenido en un perfil bajo. No le he mencionado nada a amigos o compañeros. Tengo varios proyectos de investigación activos, más que suficientes para justificar mi tiempo fuera. 

—Entonces, ¿por qué ahora? ¿Por qué hoy?

—No lo sé —dijo Granger—. ¿No es tu trabajo descubrir eso?

—Eso es lo que estoy haciendo, Profesora —por este comentario, Draco fue recompensado con una mirada furiosa—. El incidente ocurrió hace veinte minutos, así que, si me concedes un momento, en lugar de interrumpir...

Granger estalló. —Tú quién eres para hablar de interrupciones

—¿Quién es Larsen?

—¿…Gunnar? ¿Cómo sabes-

Draco apuntó a la agenda de Granger.  —Tristemente he desarrollado una familiaridad con tu horario y él es el único factor nuevo en las últimas dos semanas.

—Me vi con él el jueves pasado. Es el CEO de una compañía farmacéutica danesa. Están desarrollando un nuevo sistema de medicamentos. Nanopartículas. Las implementaciones clínicas potenciales son extremadamente interesantes en mi área de trabajo.

—¿Es un muggle?

—Sí

Las yemas de los dedos de Draco golpearon impacientemente el escritorio de Granger. No era una gran pista. —Y has sido de lo más discreta fuera de eso.

—Sí. Ni siquiera el Auror asignado a mí sabe algo.

—Oh, estoy consciente de ello, así como sus frustraciones al respecto. —sus dedos se movieron más rápido—. Hace aún más difícil saber de qué diablos te estoy protegiendo.

—De nada. Nadie sabe.

—Y, sin embargo, alguien estuvo en tu cabaña hoy.

—Sí. Pero tú mismo dijiste que pudo haber sido un ladrón común y corriente. —Aún diciendo esto, se notaba que Granger no creía en la teoría.

—¿Pero por qué tu cabaña, específicamente?

—No lo sé.

—No creo en las coincidencias, no cuando se trata de ti.

—Yo tampoco. —Granger parecía tan preocupada como Draco por todo el asunto. Estaba moviendo uno de sus pies debajo del escritorio, como solía hacer cuando estaba molesta. Una vez más, Draco recordó el molesto chasquido de la cola de un gato.

—Si alguien filtró algo y hay gente husmeando, esta situación ya no es la misma que en enero cuando estábamos tomando medidas de precaución. Dejaremos esto como una incidencia aislada, pero si vuelve a suceder, Granger, tendré que saber en qué estás trabajando. Puedes ponerme bajo un Juramento Inquebrantable si tienes que.

—Entiendo. Y espero que no haya otro incidente similar. Preferiría que nadie supiera nada hasta que esté listo para hacerlo público. Probablemente me obligues a esconderme o algo igualmente desmesurado.

Draco la miró seriamente. —Si crees que te obligaría a esconderte, entonces esto debe ser grande.

—Es grande. Pero, también es bueno. Pero, no le va a gustar a todo el mundo.

Las ganas de usar Legeremancia eran fuertes. Lo grande y bueno de esto era lo que Granger tenía al frente de su mente. No estaba bloqueando su mente, porque en algún punto de estos últimos meses, había empezado a confiar en él.

De hecho, en este momento, Granger estaba en un estado completamente desprotegido, su mirada se encontraba abiertamente con la de él. Ella esperó su respuesta o más preguntas. Podía meterse a su mente y ver lo que era antes de que ella pudiera usar Oclumancia, y con eso sabría. Ella se pondría furiosa y nunca volvería a confiar en él, pero él lo sabría.

Con una mano en su varita, Draco se dió cuenta que no podía hacerlo. Se dijo a sí mismo que era por qué no quería aguantar el incesante grito enojado que seguiría después. Y que no tenía nada que ver con el peso de esta nueva confianza.

Granger se pasó las manos por los brazos como si tuviera frío. —Todo esto me parece inquietante. No me gusta. Realmente espero que haya sido un ladrón estúpido.

—Si no fuera un ladrón estúpido, por lo menos, ahora los malos saben que estás bien protegida.

—¿Eso es bueno o malo?

Draco se encogió de hombros. —Ambos. Les dirá que tú –o el Ministerio– son conscientes de los riesgos y han tomado precauciones. Que estás siendo vigilada.  Eso  podría asustarlos. O podría llevarlos a realizar maniobras más desagradables.

—Más bien estaba pensando en lo último —dijo Granger frunciendo el ceño con preocupación—. Sin embargo, tengo el anillo y te tengo a ti. Eso es algo.

La honestidad en su tono hizo que Draco quisiera huir. ¿Por qué tenía que ser tan sincera con él? Le incomodaba. 

—Y no soy exactamente una damisela en la torre —continuó Granger—. Gritar y caerme en una silla por tu culpa no cuenta. Y tengo la mejor magia de protección que se puede tener en propiedades privadas. Bueno, la mayoría de ellas. Supongo que Fincas y Chateaux en el Valle de Loira son de otra categoría.

—Hay ciertas ventajas en propiedades antiguas —dijo Draco. No era por presumir, era la verdad.

La enumeración de Granger de sus medidas de protección parecía haberla calmado, al menos, hasta que recordó algo y preguntó: —¿Viste a mi gato?

—No —dijo Draco—. Pero, yo no estaba mirando. Estoy seguro de que el cabrón está bien.

—No le diré que lo llamaste así —dijo Granger—. Acaba de dejar de silbar cuando le hablo de ti.

—...¿Hablas con tu gato sobre mí? —preguntó Draco, sin estar seguro de si se trataba de un comportamiento anormal o normal en Granger.

—Le gusta que lo mantengan informado. Le ayuda a decidir cuánto pelo hacerte comer.

—Dile que creo que es un buen animal.

—Lo haré.

—El espécimen mitad Kneazle más impresionante que he visto jamás.

La boca de Granger se torció en una sonrisa por primera vez durante esta conversación. Se puso de pie y siguió apilando los trabajos de los estudiantes en su maletín. —Será mejor que continúe.

Draco también se puso de pie y devolvió su silla a su lugar. —¿Qué es un psíquico del amor?

Ver a Granger procesar non sequiturs se estaba convirtiendo en un nuevo y divertido pasatiempo secundario, bajo el esquema de Molestar a Granger.

Ella lo miró fijamente como si no pudiera haberlo escuchado correctamente. —¿Acabas de decir psíquico del amor ?

—Sí.

—¿Dónde diablos escuchaste sobre eso?

—Un pocionista travieso se ha hecho pasar por tal. ¿Qué son?

—Dicen poder ayudar a personas encontrar el amor con métodos “mágicos”. Cosas como lectura de mentes, tarot, hojas de té. Son estafadores que se meten con personas vulnerables para sacarles dinero.

—Bueno, este estaba obteniendo resultados. Con la ayuda de la magia, eso sí.

Oh no.  ¿Pociones de amor?

—Sí.

—¿Para los muggles?

—Sí.

—Eso es horrible —dijo Granger—. Querrás vigilar a los pobres. Las pociones tienen potencias muy diferentes en poblaciones no mágicas.

—Lo sé. Los médicos revisarán a las víctimas durante los próximos quince días.

—Bien. ¿Qué pociones eran?

—No tengo idea —dijo Draco, haciendo tintinear la mochila en la que había metido apresuradamente las pociones confiscadas—. Aún no he hecho el inventario.

—Ooh, ¿las tienes ahí?

Draco abrió la cartera.

Granger se asomó. —¡Contrabando! ¡Qué emoción!

Draco sacó algunos de los viales oscuros y sin etiqueta. —Creo que los más grandes son Poción de Cupido. ¿Las más pequeñas...Amortentia? — abrió uno de los frascos y se lo acercó a Granger—. Parece que tiene el brillo de una perla, ¿no?

—Es difícil de decir —dijo Granger mirando dentro del frasco oscuro. Se lo pasó por debajo de la nariz—. No  huele  a Amortentia. Huele a colonia cara.

—¿Qué? Dámelo aquí —dijo Draco y él también lo olió. Para él no olía ni remotamente a colonia; olía dulce, con notas de café y caramelo, y después, algo ahumado.

—¿Bien? —preguntó Granger con las manos en la cintura—. ¿Estás seguro de que no asaltaste una perfumería?

—Huele a café para mí —dijo Draco—. Es Amortentia.

Granger volvió a olisquear el frasco. —Pero, para mí la Amortentia huele a césped recién cortado… esto es un  eau de toilette  para hombre. Veamos el brillo.

Transfiguró uno de los papeles en su escritorio en un tazón, al cual vertió un poco de la poción. El líquido emergió del frasco oscuro con un brillo reluciente y aperlado. Una leve espiral de vapor salió silbando al hacer contacto con el aire, confirmando la evidencia que, en efecto, era Amortentia.

Granger lo miró fijamente durante un largo momento, con los brazos cruzados.

—Bueno —dijo finalmente—. Es Amortentia.

—¿Cuándo fue la última vez que oliste Amortentia? —preguntó Draco.

—Um, la única vez en la clase de Slughorn.

El propio recuerdo de Draco sobre su experiencia con la poción era vago: recordaba el olor a cítricos, tal vez. Esta nueva versión era mejor. Otra oleada del aroma le llegó, está vez olía a un cielo abierto, sal de mar y un ligero rastro de algo limpio.

—La Amortentia debe oler a cosas que te parecen agradables o atractivas —murmuró Granger entre dientes—. ¿Entonces, por qué…

—¿Por qué qué?

 —¿Qué pasó con mi césped recién cortado y pergamino nuevo? —preguntó Granger. Se veía con ganas de echar culpas, como si Draco fuera personalmente responsable de este cambio.

—Tu gusto en hombres ha evolucionado —se encogió de hombros Draco—. Puedes tener algo mejor que un ayudante de jardinería, sin duda.

Granger parecía irritada. —No seas condescendiente. ¿El tuyo cambió?

Draco observó a Granger por un momento, juzgando si ella era digna o no de esa información bastante privada. —Tal vez.

—¿Qué era antes?

—No lo recuerdo. Caramelos de limón o algo así.

—¿Y ahora es café?

—Sí —dijo Draco—. Y caramelo.

—¿Alguna vez dejas de pensar en comida?

—No.

—El romance ha muerto.

—Se lo dices a la persona equivocada, Granger —Draco Desapareció la muestra de Amortentia que había sacado Granger. Después guardó de nuevo todo en su mochila—. Iré a buscar una cafetería, y de paso, a mi alma gemela también. 

—La cafetería de abajo tiene una panna cotta de café y caramelo. Quizás tu alma gemela sea un pastelillo.

—Llévame.

Salieron juntos del aula y bajaron los pocos pisos hasta la planta baja. Granger agitó su varita hacia el pecho de Draco para ocultar su insignia de Auror de la vista; su túnica negra no provocaba segundas miradas en el Cambridge muggle.

Lo llevó a una cafetería pequeña. Quedaba un solo panna cotta en la ventana.

—Es una señal —dijo Granger.

Ella se lo compró (él no tenía dinero muggle) y un capuchino para ella.

—Gracias por permitirme compartir este día tan especial con ustedes —dijo Granger colocando el postre en las manos de Draco con gran solemnidad—. Les deseo una vida llena de felicidad y amor.

Luego le entregó una pequeña cuchara de plástico. —Mi regalo de bodas para la feliz pareja.

Un poco sarcástica esta Granger.

Salieron del edificio y se encontraron con el cálido sol de mayo. Draco, comiéndose a su alma gemela con una cuchara, vio su venganza en la forma de un joven fornido cortando el césped.

—Mira, Granger, tu jardinero está podando el césped del patio. ¿Quieres que hable con él por ti?

—Son canchas, no patios. Y no...

—¡Ey! —le dijo Draco al fornido muchacho—. ¿Tienes celular?

—Eh… ¿sí? —dijo el jardinero.

Draco tomó a Granger de los hombros y se puso detrás de ella. —Es un poco tímida, pero a esta Profesora le gustaría tener tus números.

—¿Mis qué?

—Ya sabes —dijo Draco imitando a Granger usando su dispositivo muggle.

—¡Oh! —dijo el jardinero—. Mi número.

Granger se quitó las manos de Draco de encima. —Ignóralo —le dijo al jardinero—. Es un imbécil.

El jardinero parecía confundido, pero para enorme diversión de Draco- esperanzado. Miró a Granger de arriba abajo. —¿ Quieres  mi número?

—No. Disculpa por molestarte. Por favor, sigue con lo tuyo.

El rostro del jardinero decayó. —Está bien. Sabe dónde encontrarme si cambia de opinión, ¿Profesora…?

—Granger —dijo Draco, servicial.

—Eso no será necesario. Como dije, este hombre es un imbécil.

Granger, con un agarre en el codo de Draco que era más pellizco que otra cosa, los alejó del jardinero, quien los vio alejarse decepcionadamente.

Draco, sintiéndose de unos doce años, se rió para sí mismo. —Pobre hombre se veía triste, ¿sabes?

Granger estaba, aparentemente, demasiado enojada con él para responder.

—Lo arruinaste, Granger.

—Ay, cállate.

—¿A dónde vamos?

—A un lugar donde pueda Desaparecerme y alejarme de ti  .

Había un rincón oscuro detrás de unos arbustos que parecía adecuado. Granger sacó su varita y, con una última mirada irritada a Draco, se desapareció.

Draco, todavía riéndose, hundió su cuchara en su postre de café con caramelo.

Fue ahí cuando descubrió que Granger lo había convertido en moco de Gusarajo.

—Maldita bruja —dijo Draco.

Chapter 12: La Fiesta de Té

Chapter Text

La Libreta de Draco se mantuvo en silencio los siguientes días. Asumió que Granger seguía enojada y que no sabría nada de ella hasta que le escribiera para hablar sobre sus siguientes días de vacaciones marcados con asteriscos.

Por ello, se sorprendió al recibir una nota antes de que terminara la semana.

Recibí una invitación para tomar el té de tu madre. Este domingo.

¿Serás amable y asistirás? Preguntó Draco.

No estoy segura de que merezcas que sea amable , dijo Granger.

No castigues a mi madre por mi culpa, respondió Draco. Además, comí moco de Gusarajo, ¿no he sufrido ya lo suficiente?

¿De verdad te lo comiste? Preguntó Granger.

Sí, contestó Draco.

Mentiroso, dijo Granger.

Draco no respondió, porque ella tenía razón.

Su Libreta vibró de nuevo. Solo iré si tú estás ahí. No pienso sufrir sola.

No puedo. Ya me inventé un conflicto de horario, dijo Draco.

Que mal, respondió Granger. Deshazlo.

Pero, es complicado , dijo Draco. Esperaba que ella pudiera escuchar el tono de queja en su mensaje.

También para mi es complicado asistir a un evento en la Finca Malfoy.

Draco se enderezó. Con que ella estaba jugando esa carta. Supuso que no tenía más opción. Entendido. Ahí estaré.

Ella no respondió.

 


 

El domingo llegó y con ello el usual ajetreo de los preparativos que precedían los eventos de Narcissa. Draco se quedó en su recámara hasta que Henriette y sus compañeros elfos terminaron y los primeros invitados comenzaron a llegar.

Narcissa gestionaba su lista de invitados con una estrategia y finura desarrollada a lo largo de décadas para ser la anfitriona perfecta. Los invitados del día de hoy eran una mezcla de empleados de alto rango del Ministerio y académicos. A Granger, el grupo le permitiría mezclarse cómodamente para interactuar. Para Draco, este grupo era una bendición, ya que rara vez las debutantes desesperadas eran empleadas del Ministerio.

Encontró a Henriette y le pidió, sigilosamente, que le avisara cuando Granger llegara.

Después se dirigió hacia el salón, el cual Narcissa había abierto para que todos tuvieran acceso a la hermosa vista de la terraza oeste en esa tarde de mayo. Mesas de plata delicadamente labradas, repletas de pastelillos y emparedados, se extendían hacía la terraza. Los invitados se protegían del sol con sombrillas de encaje que flotaban sobre ellos.

Draco reconoció a ciertos compañeros de Hogwarts y se acercó para charlar con Terry Boot (Departamento de Accidentes y Catástrofes Mágicas), Davies (Transporte Mágico) y Padma Patil (Universidad de Edimburgo). La conversación pasó de chistes de competencia entre casas, a crecer, a el partido más reciente de los Falmouth Falcons y finalmente a niños. Fue en este punto que Draco perdió el interés y empezó a considerar las maniobras evasivas.

La salvación llegó en la forma de Henriette, quién le tomó de la manga para informarle que la Sanadora Granger había llegado por Flu.

Draco encontró a Granger sacudiéndose el polvo en el salón. Por un segundo esperó verla en un atuendo Muggle, sin embargo, se había esmerado en usar una túnica para la ocasión. Eran de un celeste grisáceo al estilo francés, que acentuaba su clavícula y cuello, estaba entallado alrededor de la cintura.

Granger se veía un poco pálida pero bastante calmada cuando vió a Draco y le preguntó, –¿Recuérdame por qué estoy aquí?

Draco enlisto las posibilidades con los dedos: –Un repentino interés en conectar de nuevo, para agradecer a los Malfoy por hacer posible la nueva sección de San Mungo, por qué fuiste invitada personalmente por Narcissa Malfoy y nadie le dice que no o por qué te convencí. Elige la que quieras. 

–No te hagas ilusiones, no podrías convencerme de hacer absolutamente nada.

–No me retes, o podría decidirme a demostrarte que estás equivocada.

Él y Granger se observaron con mutua obstinación. Sin embargo, Draco estaba más interesado en la clara falta de manos temblorosas o cualquier otra señal que delatara el estado de ansiedad de Granger, algo que habría esperado por el lugar en el que se encontraba.

–Has tomado una Poción Calmante –dijo Draco.

–Lo que sea que me ayude a aguantar esto –respondió Granger–. No necesito recordarte lo que pasó la última vez que estuve bajo este techo.

–Apenas y es el mismo techo –dijo Draco, mirando el gran arco blanco sobre ellos.

–¿A qué te refieres? Ah si, mencionaste que lo habían reconstruido.

Granger también miró hacía el gran techo. Se quedó callada por un momento. –La paradoja de reemplazo, ¿sigue siendo la misma Finca si toda la estructura original ha sido reemplazada?

–La paradoja del barco de Teseo –dijo Draco–. Bueno, supongo que en este caso de la Finca de Teseo.

Granger regresó su atención a él. Su mirada pasó de la sorpresa, a la impresión y después nuevamente regresó a ser neutral. –Exacto.

–Me avisas cuando lo hayas resuelto –Draco le ofreció su brazo–. ¿Vamos?

–No –dijo Granger, abrazandose el vientre–. Prefiero quedarme aquí a discutir la metafísica de la identidad.

–La mitad de los invitados de hoy son cerebritos. Puedes discutir de metafísica a tu gusto. La gemela Patil que enseña en Edimburgo está aquí.

–Ooh, ¿Padma está aquí?

La noticia hizo que Granger siguiera a Draco por la puerta que llevaba al recibidor. Se detuvo en el umbral y respiró profundamente. Después siguió caminando. Draco, volteo a verla y notó que mantenía la cabeza gacha, no miraba a su alrededor en absoluto. Lo cual era una lástima, ya que había cambios sustanciales desde su última visita.

–Queríamos deshacernos de todos los recuerdos de… los momentos más oscuros de nuestras vidas. De la estadía de Voldemort aquí. –El comentario de Draco hizo que Granger levantara la vista–. Ha cambiado un poco.

Con un poco de dificultad, Granger se obligó a mirar alrededor. –Oh, ah… ahora está mucho más iluminado.

Alentado por ese éxito, Draco decidió hablar sobre todos los cambios que habían hecho, con tal de que Granger mantuviera la cabeza en alto. No ayudaría en nada si entraba al salón luciendo horrorizada.

–Pusimos nuevas ventanas. Bueno, ese tragaluz era un hoyo resultado de una explosión. Pero nos gustó que el sol entrara por el recibidor, así que solo le pusimos vidrio en lugar de reemplazar el techo.

Se detuvieron ante una ventana de forma irregular con vista al este. –Este fue el resultado de un Bombarda de múltiples Aurores. No valía la pena cerrar la pared de nuevo, cuando la luz del amanecer entraba tan agradablemente.

Granger giró la cabeza un poco, estudiando la forma nada tradicional de la ventana. –Sabes, me gusta.

–El daño a las serpientes y otras figuras decorativas llevaron a un descubrimiento interesante –dijo Draco, apuntando a las molduras del techo–. Descubrimos que habían sido construidas sobre decoraciónes de ángeles. Sentí que haría que parecía una catedral, pero a mi madre le gustaron. Dejo los que estaban intactos.

Granger observó la media docena de ángeles encaramados y elevados a diferentes alturas cerca del techo. –Oh. Pensaba que siempre habían sido serpientes.

–Nosotros también. Parece ser que algún antepasado Malfoy en el siglo dieciocho se entusiasmó un poco de más por los vínculos de la familia con Salazar Slytherin y decidió remodelar todo.

Mientras caminaban por el pasillo, el suelo de brillosa madera se convirtió repentinamente en vidrio.

–Ahora bien, esto es interesante –dijo Draco–. Los calabozos fueron destruidos por completo en la última batalla, y debajo de ellos…

–¡Oh! ¡Ruinas!

–Tuvimos arqueólogos revisando todo. Creen que fue un monasterio. Durante el siglo seis.

–¿Celtas?

–Sí. Escribieron un reporte, debe estar por aquí…

Granger parecía a punto de ponerse de rodillas y pegar la cara al piso de vidrio, por el cual se podía apreciar las ruinas mágicamente iluminadas. – Tienes que enviarme una copia. Es fascinante.

Draco prometió hacerlo. Justo iba a felicitarse a sí mismo en su buen manejo del humor de Granger, cuando su siguiente dificultad se presentó en forma de Henriette.

–¿Emparedado de huevo y espinaca? –Sonó una voz a la altura de su cintura–. ¿Pastelito con crema?

Granger observó a la elfa doméstica. Henriette estaba impecablemente vestida con una funda de almohada bordada, sonriente y atenta. Cuando Granger no respondió, Henriette le ofreció otra bandeja. –¿O tal vez un pastelillo de caramelo para la Mademoiselle?

La lucha interna de Granger era evidente, pero se controló. –Sí, tomaré un pastelillo. Un grand merci.

Cela me fait plaisir, Mademoiselle – dijo Henriette con una reverencia antes de desaparecer.

Granger sorprendió a Draco viéndola mientras la elfa desaparecía.

–¿Qué? –Preguntó.

–Nada, esperaba tus declaraciones –dijo Draco.

Granger se encogió de hombros. –He aceptado que hay aspectos de la sociedad mágica que jamás comprenderé.

–¿Pero los aceptas?

–No –dijo Granger–. Los tolero.

–Hm.

–No te preocupes, no comenzaré una revolución de elfos domésticos en tu pasillo.

–Que pena –dijo Draco–. Henriette es francesa. Radical por naturaleza.

Finalmente, llegaron al salón. Draco escuchó un suspiro a su lado. Granger había perdido el aliento. El ya era insensible a las decoraciones de su madre, pero supuso que la escena era hermosa, con la luz del sol, la terraza, las sombrillas…

–Las flores –dijo Granger.

–Me alegra que te gusten –sonó la voz de Narcissa–. Bienvenida, Sanadora Granger. Estoy encantada de que pudieras asistir.

Draco notó que su madre usaba el título de Granger y se preguntó qué tanto se enojaría si supiera que él se refería a ella pues, como Granger.

Narcissa, siendo la excelente anfitriona que era, condujo a Granger por el interior del salón a través de un recorrido por los arreglos florales más extravagantes. Había un poco de tensión entre ellas, moderado por el intento de ser civilmente neutrales.

Narcissa acercó a Granger al grupo de miembros más adultos del Ministerio. Draco observó cómo presentaban a Granger haciendo especial énfasis en sus múltiples logros. Aunque la realidad era que en esos círculos, Granger apenas y necesitaba presentación, sin embargo, su presencia en la Finca Malfoy, tal como Narcissa esperaba, era notada con susurros.

Cuando estuvo seguro de que Granger no iba a desmayarse o a huir, Draco continuó con su propia socialización. La rehabilitación del nombre y prestigio de los Malfoy había requerido de una década y media de trabajo, tanto para su madre, como para él mismo. Ahora estaban viendo los frutos de ello, un salón lleno de personas poderosas, felices de ser vistos en un evento de los Malfoy y disfrutando plenamente de la hospitalidad de Narcissa. Draco tomó nota de quienes buscaban dinero y quienes necesitaban influencias.

Se sirvió el té. Granger se había acercado al grupo de ex-alumnos de Hogwarts y estaba platicando con Patil y Boot. Draco se alegró de notar que removía correctamente su té, sin chocar la cuchara contra la porcelana. Estaba seguro de que su madre también lo había notado. 

Sí, efectivamente Narcissa estaba viendo a Granger, más específicamente, analizaba la forma en que revolvía el té. Después su mirada se centró en quienes estaban conversando con ella, observando la naturaleza de sus interacciones.

Un par de días antes, Narcissa le había confesado a Draco su sorpresa al ver que “la chica Granger” había aceptado su invitación para tomar el té. Había paseado por el estudio de Draco analizando los beneficios: una hija de muggles, amiga de Potter, Sanadora con excelente reputación y claro, una bruja que había luchado por el bien en la guerra, había accedido a tomar el té en la Finca Malfoy. En realidad, debió de habérsele ocurrido desde hace tiempo, pero la señorita Granger siempre había sido fría y poco social. Había sido una suerte que Draco bailara con ella.

Narcissa consideró la asistencia de Granger como una prueba. Ahora, estaba viendo complacida como esto se desenvolvía. Granger estaba siendo cordial, en lugar de distante como se esperaría, estaba comportándose con el porte que se espera de una dama y bruja. Se reía de los chistes de los empleados del Ministerio y hablaba con autoridad sobre muchos temas. Era efusiva con sus elogios a la comida, al salón y a los anfitriones. En general, era la invitada ideal.

Cuando todos ya habían comido suficiente salmón ahumado, pastelillos y mermelada, se produjo una salida general a los jardínes de la Finca. Los invitados, aproximadamente cuarenta, según las cuentas de Draco, caminaron por los setos y flores de primavera mientras el atardecer iluminaba la escena.

Aquellos con interés en la botánica siguieron a Narcissa a los invernaderos, donde ella dirigió un recorrido por sus especímenes más raros y delicados. Granger, por supuesto, se unió a ese grupo. Draco los siguió unos pasos atrás, pensando vagamente en que esta reunión contaba como evento público, por lo cual debía mantenerse cerca, por si algún invitado se volvía loco y atacaba a Granger frente a uno de los Aurores más notorios del Ministerio.

Granger mostró un interés especial en el origen del jacinto de colibrí que tenía Narcissa, su madre le informó que había sido importado desde Provenza hacía ya varios años.

Narcissa avanzó hacia el siguiente pasillo con el resto del grupo. Granger en cambio, se quedó estudiando el jacinto, cuyas flores se abrían y cerraban temblorosamente, al igual que un colibrí.

–¿Estás admirando o estás tramando algo? –preguntó Draco, saliendo detrás de un arbusto.

Granger brincó. Luego se vió molesta. –No es de tu incumbencia.

–La segunda opción entonces.

–Solo estoy pensando –dijo Granger.

Draco se paró a su lado. –Si necesitas la flor para algo, estoy seguro de que a mi madre no le molestaría. Por el contrario, estaría encantada de ayudar en tu investigación.

–No –La voz de Granger era vaga y su mirada no estaba del todo enfocada–. No, ella ya ha ayudado.

–¿Cómo?

–Nada, no importa –dijo Granger, regresando al presente. Claramente era una mentira, pero Draco decidió no presionarla.

Miró a su alrededor buscando al resto del grupo. Sin embargo, algo la hizo dudar. Draco siguió su mirada hasta el techo de la Finca visible a través del cristal del invernadero.

Se dió cuenta. –Malfoy, ¿Es aquí... es aquí donde solía estar la sala de estar?

–Sí.

Una especie de temblor la tomó desprevenida. Después se puso firme, enderezó su espalda, apretó la quijada. Finalmente tomó una de sus mangas por reflejo.

Ahora su cara se veía tensa y respiraba rápidamente. ¿Se habría acabado el efecto de la Poción Calmante en el peor momento posible?

–Salgamos de aquí –dijo Draco. No le dió oportunidad de discutir, entrelazo su brazo con el de ella y la sacó de ahí. Para cualquier espectador, él se vería como un caballero que guiaba a una dama, no obstante la sostenía firmemente contra él.

Se dijo a sí mismo que sus atenciones para con ella era solo porque su madre se sentiría devastada si Granger se desmayaba y causaba una escena en una de sus fiestas de té. No porque le importara la bruja a la que sostenía con su brazo, quién de alguna forma oscilaba entre ser exageradamente poderosa y frágil en un abrir y cerrar de ojos.

–Malfoy, estoy bien –dijo Granger entre dientes. Intentó separarse de él.

–Mentirosa –dijo Draco sin soltarla.

–Está bien, estaré bien en un momento. No esperaba sentirme tan…

–Si dices débil, me enojaré– dijo Draco.

Abrumada –respondió Granger tocándose la frente–. Ugh, sudor frío.

–¿Debería ir a buscarte algo? ¿Filtro de Paz? –preguntó Draco. Sin embargo, justo cuando Granger abrió la boca, recordó–. No, está contraindicada, no puedes tomarla hasta que hayan pasado 24 horas de la poción calmante. Casi lo olvidaba. Siéntate.

Granger se sentó en la banca a la que Draco los había llevado.

Y ahí, finalmente, estaban las manos temblorosas. Intentó esconderlas entre los pliegues de su túnica.

–Estoy bien, de verdad –dijo Granger.

–Tu intento de bravuconería es extremadamente molesto –dijo Draco.

Mandó llamar a un elfo doméstico para que le trajera chocolate, el cual llegó en una bandeja de plata, en forma de una barra grande y dos gâteaux de chocolate.

Granger tomó un pedazo de la barra y dejó que se derritiera lentamente en su boca.

–¿Mejor? –preguntó Draco.

–Mm, endorfinas –dijo Granger. El intento de conversación se contradecía por la palidez de su cara.

–Si mi madre pregunta qué pasó, diremos que nos desviamos porque te lleve a ver la fuente.

–¿Qué fuente? –Pregunto Granger.

–Esta fuente –dijo Draco.

Granger miró a su alrededor por primera vez y observó la fuente.

La Fontaine des Quatre Parties du Monde, Paris: la fuente que inspiró este capítulo. (Foto: eutouring.com)

–¡Hippocampuses! Exclamó Granger–. ¡Um.. Hippocampodes!

Draco agitó su varita hacía la fuente, activando los chorros de agua que hacían que cobrará vida–. Ahora que los he visto en persona, esto no parece más que una mala imitación.

–No seas grosero. Es hermosa. ¿De quién es?

–Fremiet– dijo Draco.

–Claro.

Draco observó la estatua. –La escala es correcta, las proporciones son perfectas, el movimiento es hermoso… pero es difícil capturar lo majestuosos que son.

–Lo que realmente necesitamos es el aire helado del mar del norte para congelarnos, eso completaría la experiencia –dijo Granger.

–Le dire al jardinero que agregue granizo.

–¿Tienes una escoba vieja para volar?

–Posiblemente –dijo Draco–. ¿Voy por ella?

No.

–¿Pero imagina que diría mi madre?

–Exacto.

Draco se recargó sobre la palma de sus manos. –Ahora me apetece una copa de vino caliente.

Observaron el juego de agua sobre los Hipocampos en un silencio roto sólo por el gorgoteo de los chorros. Granger comió otro trozo de chocolate. Draco tomó uno de los pastelillos.

Dejando de lado la charla ligera sobre la fuente, Draco estaba en conflicto con algunos sentimientos incómodos. Había convencido a Granger de venir para complacer a su madre, pero para ella no había sido una simple tarde en la casa de un ex-enemigo. Ver su reacción al estar parada dónde antes había estado el maldito salón en el que la habían torturado lo había ayudado a entender que esto había sido algo mucho más grande y difícil de enfrentar.

Para él, la casa ni siquiera era la misma, además de que ese salón ya no existía, pero para Granger, esto había sido una visita a una escena de tortura. Sus gritos habían resonado en ese mismo suelo durante varias horas bajo la varita de Bellatrix. En sus noches más inquietantes, él recordaba todo eso.

No había sido un intento de bravuconería, ella era verdaderamente valiente al venir aquí.

–No debí haberte hecho venir –dijo Draco sin mirar a Granger, porque admitir su error no le resultaba fácil–. ¿Quieres irte a casa? Te llevaré de regreso al salón Flu. Podemos decir que algún paciente te necesitaba. 

Granger lo observó con sorpresa. Después miró sus manos, que finalmente habían dejado de temblar–. Creo que ya estoy bien.

Su rostro ya tenía algo de color, y respiraba con normalidad. Sin embargo, no había regresado al mismo nivel de calma con el que había llegado a la finca, el efecto de la poción ya había pasado.

Granger estaba viendo el invernadero que había reemplazado el lugar donde había sido torturada. –Creo que estuvo bien haber regresado. Posiblemente. Para cerrar ciclos ¿no? para marcar el final de un terrible capítulo.

El agua seguía bailando. A medida que el sol se ponía, la iluminación mágica del jardín comenzaba a apoderarse del lugar. La fuente se veía bañada de luz, los Hippocampos parecían tener vida propia y el invernadero se tiñó de una luz dorada.

–Ahora cosas buenas crecen aquí –dijo Granger–. Incluso tu hogar es… distinto. Y no me refiero solo al edificio. Todo está lleno de Luz.

Draco no dijo nada. Habían entrado en territorio desconocido, más allá del usual sarcasmo y las bromas, él no se sentía seguro de donde estaba parado.

–A veces pienso que quince años es algo terriblemente lejano –continuó Granger–. La mitad de nuestras vidas, en realidad. Toda una eternidad. Y después, tengo momentos como estos, como el que acabo de tener, donde siento que apenas fue ayer. Y todo es reciente y duele...

–Lo sé –dijo Draco. Sabía exactamente cómo se sentía.

Hubo un silencio prolongado. Solo el agua sonaba de fondo.

Hasta que, Granger habló nuevamente. –Al menos has cambiado lo suficiente como para que ya no veao al idiota matón de mis años escolares.

–¿Ah, sí?

–Sí –Granger sonrió un poco–. Ahora eres solo un idiota.

Mientras Granger sonreía, Draco sintió alivio . Regresaban al territorio familiar.

–Wow –dijo Draco.

–Ahora si te queda bien la barbilla afilada –dijo Granger.

–Gracias. 

–Y tus pies, más o menos.

–Continua. Esto es divertido.

–¿Qué sigue?

–Aún no has insultado mis manos –dijo Draco.

–A ver, enséñamelas –Tomó su mano entre las suyas y la inspeccionó con ojo crítico–. Son demasiado grandes. Tal vez todavía te falta otro estirón. 

–Quizás.

–Ojala no –dijo Granger, soltando su mano–. Ya eres alto. No querrás ser desgarbado.

–¿Algo más que quisieras criticar de mis proporciones?

–Creo que ya te dije las peores.

–Pft. Soy la proporción áurea personificada.

Granger lo analizó de pies a cabeza. –Fibonacci debió de haber estado completamente embriagado.

Una risa inesperada se le escapó a Draco. –¿Se te ha ocurrido que tu métrica de calificación está mal?

–¿A qué te refieres?

–Eres una miniatura –dijo Draco, apuntando a su persona–. Con esa base, los demás nos vemos enormes en comparación.

Granger parecía provocada. –No soy una miniatura –Se enderezó en la banca–. Soy promedio . Quizás solo un poco menos.

–Varios centímetros menos, diría yo. Tal vez tienes algo de herencia Pixie. Eso explicaría por qué tanto gritoneo.

–No soy gritona –dijo Granger gritando.

Draco levantó el índice y el pulgar y miró a Granger a través del hueco. –Unos veinte centímetros, suena correcto. Pequeñita.

–¡¿Pequeñita?!

–Microscópica, en realidad. eres la nanopartícula. Deberías hablar con ese tipo danés y preguntarle sobre sus aplicaciones clínicas.

Granger abrió la boca. La ofensa y diversión se plasmaron en su expresión, a continuación, soltó una inesperada carcajada.

Mientras el sonido de su risa resonaba en el jardín, Draco decidió que hacer reir a Granger podría ser un pasatiempo digno de seguir.

Granger se calmó. Respiró profundamente y se limpió una lágrima del ojo. –Increíble. Sudor frío y ahora lágrimas. ¿Hay alguna otra emoción que quieras sacarme en tu guerra contra mí maquillaje?

–¿Qué otra emoción te falta sentir el día de hoy?

–Veamos. He estado estresada, enojada, con miedo, indulgente (ante tus defectos), risueña, em…

–Amor, entonces –sugirió Draco.

–Ya lo sentí.

–¿Ah, si?

–Sí. Hay algo entre este chocolate y yo. Me gustaría estar a solas con él, si no te molesta.

–Disculpa, pero entraste a un ménage à trois cuando aceptaste chocolate en mi casa –dijo Draco, tomando un pedazo para sí mismo.

–¿Este chocolate no cree en la monogamia?

–No.

–Está bien –suspiró Granger–. Supongo que hay suficiente para compartir.

Ella sacó su varita y derritió un poco del chocolate. Luego partió un pedazo del pastelillo que quedaba y lo sumergió en el chocolate derretido.

–Pura decadencia, Granger, pero me gusta tu estilo.

Se terminaron el pastelillo.

–Realmente ya me siento mejor –dijo Granger–. ¿No deberíamos regresar con los demás?

–Supongo –dijo Draco.

Aunque en realidad no quería hacerlo. Prefería quedarse aquí y ver el atardecer pintar el cielo color rosa, escuchar la fuente y disfrutar del bonito sentimiento que solo el chocolate mágico puede brindarte. Tal vez tener un par de discusiones con Granger, para hacerlo divertido.

¿Con qué tema podría provocarla más? ¿Adivinación?, ¿Oxford es mejor que Cambridge?, ¿Su gato?, ¿Preguntar sobre su proyecto?, ¿Sugerir un vuelo en conjunto a escoba sobre la Finca?, ¿Insultar a Potter?, ¿Elfos domésticos?

Granger le daba bastantes opciones.

Sin embargo, antes de que Draco pudiera lanzar su primer misil, un grupo de los invitados se unió a ellos y arruinaron el ambiente con exclamaciones sobre la belleza de la fuente.

Draco notó que Granger se había alejado de él en la banca. Esto le divirtió, ¿qué pensaba? ¿Que las personas los verían en una banca juntos y sacarían conclusiones? Él era Draco Malfoy y ella Hermione Granger. Era absolutamente ridículo.

(Sin embargo, su distanciamiento le molestó. Así que él también se alejó de ella en la banca).

Esto dejó el espacio suficiente para que un idiota recién llegado se sentara entre ellos.

–Zabini –dijo Draco–. No sabía que estabas invitado.

–Draco –dijo Zabini–. Grang–em– ¿Sanadora Granger? ¿Profesora Granger?

–Hermione está bien –dijo Granger, ahora completamente oculta de la vista de Draco por Zabini.

–No estoy de acuerdo –dijo Draco–. No te lleves por el nombre de pila con Zabini.

–Demasiado tarde –dijo Zabini–. Tengo el permiso de la dama.

–Úsalo sabiamente –dijo Granger.

Hermione –dijo Zabini, pronunciando su nombre lentamente, molestando muchísimo a Draco–. Shakesperiano, ¿verdad?

–Así es –dijo Granger. Parecía sorprendida.

Draco estaba aún más irritado por esto. ¿Y cómo diablos lo sabía Zabini? Él era un completo idiota.

Zabini entonces le dió la espalda a Draco y procedió a hacerle conversación a Granger. Le preguntó sobre su(s) trabajo(s), su investigación y por qué estaba desperdiciando su tiempo con un imbécil como Draco. Debería de ir con él a sentarse bajo los cerezos. Narcissa había sacado el champán.

–Sigo aquí –dijo Draco.

–Oh –dijo Zabini–. Lo había olvidado.

–Malfoy no es tan imbécil –dijo Granger.

Zabini sonrió. –¿Entonces qué tanto lo es?

–Un poquito y solo cuando está molesto.

–Entonces, no lo conoces bien –dijo Zabini.

–Ya nos conocemos un poco –respondió Granger.

Zabini vió a Draco con asombro–. ¿En serio?

–Por trabajo –aclaró Granger.

–¿Oh?, ¿Y cómo es que trabajan tú y Draco juntos?

–En algo tedioso del Ministerio, no te aburriré con ello –Granger se puso de pie, se acomodó su túnica y se dirigió al grupo de invitados que había cerca de la fuente–. Si me disculpan, quiero hablar con Padma.

Draco, quien había estado mirando el trasero de Granger, se molestó al ver que Zabini hacía lo mismo.

–Hmm –dijo Zabini.

–¿Qué es lo que te tiene actuando como tremendo idiota? –preguntó Draco.

–Nada –dijo Zabini–. Vi a una linda chica y quise sentarme junto a ella. Tal como lo estabas haciendo tú, ¿no?

–No me senté con ella porque fuera una chica linda –dijo Draco. No quería explicarle los cómos y porqués–. Solo, pasó.

–¿Entonces no estaba interrumpiendo nada?

–Claro que no. Es Granger. ¿Cuánto has tomado?

–Nada. Pero, esto es bueno. Por un segundo pensé que te estabas poniendo un poco posesivo, mi estimado.

Draco se burló. –¿Posesivo? Es Granger.

–Sí, ya establecimos eso –dijo Zabini–. Y ha pasado de ser una tierna chica a una bruja que está bastante buena. Es autoritaria. Competente. Eso me provoca. Pero si prefieres vivir en el pasado, adelante. Yo encontraré mi diversión en el presente.

Zabini se puso de pie para unirse a Granger y Padma, dejando a Draco meditando esto.

Una cosa era segura: si Zabini pensaba que Granger iba a ser sólo una diversión , le esperaba una sorpresa. Las brujas sangre pura que formaban parte de sus frivolidades eran el opuesto exacto de Granger en todos los niveles. ¿Una diversión ? Zabini no tenía ni idea de en lo que se estaba metiendo.

Draco tomó una copa de champán de una bandeja que pasaba.

¿Y la insinuación de que estaba siendo posesivo? Era una locura. En el peor de los casos, se dijo Draco mientras observaba a Granger por encima de su copa, solo era cauteloso cuando se trataba de ella. Y era solo porque, como ya saben, estaba asignado a protegerla. Cosa que Zabini tampoco sabía.

Draco concluyó que Zabini no sabía nada de nada y que era un completo idiota.

Chapter 13: Solsticio

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Gráfico hermoso por wheresthepixiedust

Draco no vio a Granger de nuevo hasta mediados de junio. Ella entró a su laboratorio en Trinity mientras él estaba reforzando sus protecciones.

Parecía tan sudorosa como él y un poco más estresada.

–Estás cojeando –observó Granger mientras pasaba a su lado, su túnica de Sanadora levantándose con el vuelo de su caminar.

–Perceptiva.

–¿Bludger?

–Mantícora.

Eso la hizo pausar. Se devolvió. –¿Ya te fuiste a revisar?

–Obviamente.

–¿Con quién?

–Sanador Parnell.

–Oh, es maravilloso. Excelente. Adiós.

Con eso, Granger se encerró en su oficina.

Draco pudiera haberse ofendido por ese trato arrogante hacia su persona, si no hubiera reconocido la distante mirada de Granger, pensando en algo como solucionar el hambre mundial o algo por el estilo.

Con el pretexto de revisar por segunda vez la protección interior, Draco se paseó tranquilamente por el laboratorio. Como siempre, estaba impecablemente limpio. Le pareció ver más botellas de Sanitatem que antes, y un par de otras pociones de curación de distintos tipos, agrupadas entre sí. De nuevo, no había notas por ningún lado, ni indicación alguna sobre en qué estaba trabajando Granger.

Estaba encorvado sobre un grupo de pequeños frascos, intentando determinar si alguno de ellos contenía una muestra de Green Well o de la ceniza de Beltane, o la sustancia misteriosa que había tomado en Ostara, pero fue interrumpido por la cabeza de Granger asomándose desde su oficina.

–No encontrarás gran cosa ahí –dijo Granger cuando lo vio husmeando.

–Necesito aprender La Computadora –dijo Draco con una mano en su barbilla.

–Eso ayudaría.

–Enséñame –dijo Draco.

Esperaba que Granger dijera que sí a la primera. Sin embargo, dijo: –No.

–¿No?

–Prefiero mantenerte inútil, por motivos estratégicos.

–Que poco generoso de tu parte.

–Lo sé –dijo Granger–. Por cierto, te quiero pedir un favor.

–La respuesta es no –dijo Draco.

–Excelente –dijo Granger–. Está arreglado, entonces.

Retiró su cabeza asomada y cerró la puerta de nuevo.

–¿Qué está arreglado? –preguntó Draco a la puerta cerrada.

–Nada –dijo Granger desde dentro.

–Dime.

–No.

–¿Tiene que ver con el solsticio? ¿Litha?

–Vete, dijiste que no querías ayudar.

–Voy a abrir la puerta –dijo Draco.

–No lo hagas. No estoy decente. 

–Mentirosa.

–Es verdad. Estoy desvistiéndome –dijo la voz de Granger. Su voz se escuchaba lejos.

Draco hizo una pausa. –Un poco conveniente, ¿no?

–Solo dame un maldito minuto.

Draco le dio un maldito minuto.

Granger abrió la puerta de nuevo. La acompañaba una corriente fría de hechizos refrescantes y una (sorprendentemente tentadora) bocanada de antiséptico y sudor. Su cabello estaba recogido en un moño alborotado. Se había quitado su túnica de Sanadora y ahora tenía puesta ropa muggle.

–Sigues sin estar decente –dijo Draco observando sus shorts y la blusa escotada  (nuevamente de manga larga).

–Ay, por favor. Esto es un atuendo regular cuando está hirviendo afuera. ¿Todos los magos son monjas en secreto o eres solo tú?

Draco consideró esto como un ataque a su virilidad, y contempló seriamente demostrarle a Granger que no era una monja, excepto que no podía pensar en una forma de expresarlo de una manera varonil.

–¿Has cambiado de parecer sobre el favor? –preguntó Granger apartándose de su camino para poder entrar.

Draco tomó su silla habitual frente al escritorio y se sentó magnánimamente. –He decidido, por lo menos, escucharte.

–Gracias por colmarme con tu caridad.

Draco le hizo un gesto para que continuara de una manera majestuosa. Además, no tenía ninguna dificultad para concentrarse en su rostro y su pronunciado escote no lo distraía en absoluto.

–Solo estoy preguntándote esto porque sé que eres moralmente corrupto y no tienes estándares éticos –empezó Granger–. No le pediría a otro Auror lo que estoy por pedirte.

–Gran inicio –dijo Draco–. Estoy halagado. Continúa.

–¿Qué opinas de robar?

–A favor –dijo Draco.

–Ni siquiera sabes que vamos a robar.

–¿Qué es?

–¿Qué si, teóricamente hablando, es una reliquia de gran importancia religiosa?

–…¿Cuándo nos vamos?

–¿Tienes planes para el solsticio? –preguntó Granger.

–El robo de una reliquia religiosa con una Sanadora sorprendentemente traviesa –dijo Draco–. ¿Y tú?

Una expresión de felicidad pasó por la cara de Granger, y luego desapareció. –Tengo planes con un Auror moralmente arruinado.

–Suena como un buen partido.

–Estoy empezando a pensar que lo es –dijo Granger. Su risa contenida hizo que sus ojos brillaran.

–Así que, dime.

–¿Prometes no reportarme con las autoridades?

–Yo soy las autoridades, Granger.

–Está bien –Granger apretó sus manos nerviosamente–. Voy a robar parte de un cráneo.

–Un cráneo.

–Sí

–¿Humano?

–Sí.

Granger observó a Draco, esperando ansiosamente su reacción. La hizo sufrir al verla fijamente sin expresión durante veinte largos segundos.

Ella estaba conteniendo la respiración.

–Diabólico, Granger.

Granger dejó escapar el aliento.

–¿La persona está viva o muerta? –preguntó Draco.

Granger parecía escandalizada. –Muerta, claro.

–No hago suposiciones. ¿De quién es el cráneo?

–María Magdalena.

Granger estaba aguantando la respiración de nuevo.

¿Qué?

–Te dije que tenía un importante significado religioso –dijo Granger.

–¿Qué no es súper famosa entre los muggles? ¿Los Cristianos? ¿Dónde guardan su cráneo? ¿Vamos a robarle al Vaticano?

–Pues, esa es la buena noticia, creo. Su cráneo está en un relicario, una cripta. Y esa cripta está en un pequeño y tranquilo monasterio al sur de Francia.

–¿Y cuál es la mala noticia?

–Bueno, hablando de monjas, este monasterio es de la Congregación de Benedictinas del Sagrado Corazón de Montmartre.

–¿Y?

–Son brujas.

–Ah –dijo Draco.

–Han estado encubiertas como una congregación religiosa por siglos para evitar la persecución. Protegieron a María Magdalena cuando se escapó de la Tierra Santa. Robarles será un poco más complicado que aparecerse y tomar su más preciada reliquia.

–Asumo que tienes un plan –dijo Draco.

Granger pareció ofendida de que siquiera preguntara. –Obviamente. Estoy eligiendo un acercamiento simple con el menor número de pasos posibles. Tu opinión como Auror sería apreciada.

–Dime.

–El monasterio está abierto para visitantes, es popular entre muggles. Vamos a hacernos pasar por una despistada pareja de muggles recién casados.

–¿Tenemos que ser despistados? Se me haría difícil fingir eso.

–Si, tenemos que. Nuestra caminata coincidirá, tristemente para nosotros, por ser torpes con las celebraciones de verano de las Benedictinas.

–¿Y tenemos que fingir ser recién casados? Nos odiamos un poco.

–Lo sé, pero sí. Si las monjas intentan impedir la entrada debido a las celebraciones de verano (probablemente no lo harán, pero por si acaso), diremos que esta visita fue el punto culminante de nuestra luna de miel, que la peregrinación hacia arriba fue una promesa de voto matrimonial, que lo único que queremos hacer es rezarle a la Magdalena y ¿no podrían considerar hacer una excepción? Lloraré. Tú también puedes llorar. Ojalá dejen entrar a esos idiotas llorones con una mínima supervisión.

–¿Y si no? –preguntó Draco.

–Eso significa que son unas arpías malditas y no me sentiré mal por aturdirlas para entrar.

–Ves, ese es el problema de la moral. Yo me habría ido directo a Aturdir.

–Sí, bueno, tengo un sentido de la ética un poco más desarrollado que tú, así que me gustaría que se lo merezcan de alguna manera. Sólo un poco, claro. No puedo pretender ser demasiado noble, ya que me propongo dañar un artefacto de valor incalculable. Sin embargo, es por una muy buena causa. ¿Eso se equilibra? De todos modos, a media mañana la mayoría de las Hermanas estarán en el pueblo; allí hay una basílica donde la gente del pueblo se congrega con ellas. Sólo quedará un grupo mínimo en el monasterio y por supuesto, todas las protecciones que estas brujas hayan colocado para proteger el cráneo y sus otras reliquias.

–Las reliquias que han estado protegiendo desde hace siglos. Un par de hechizos Maullido. Pan comido.

–Por eso me gustaría que vinieras conmigo –dijo Granger–. Tengo algo de conocimiento de hechizos de protección, pero sabes más que yo. Ahora bien, si todo sale mal, he preparado un par de…mmm… distracciones que estaré plantando a lo largo de nuestro tour.

–¿Qué tipo de distracciones?

Granger agitó su varita y una runa brillante cobró vida entre ellos. Después, movió su varita de nuevo y mostró un par más. Cada una de ellas mostraba la runa Kenaz: fuego.

–¿Dispositivos incendiarios? ¿En un monasterio?

Granger se mordió el labio. –Sí.

–Granger, eres una amenaza.

–Pero, los he modificado, se verán peor de lo que son. Les dará una lata a las Hermanas para apagarlas. Agregué metales combustibles.

El alquimista en Draco estaba intrigado. –¿Qué metales?

–Magnesio, litio, potasio.

Augamenti no les servirá para nada –dijo Draco–. Necesitarán un agente extinguidor seco.

–Sí. Y para cuando se den cuenta, ya estaremos lejos de ahí. He puesto un límite de rango a cada explosión; el fuego se verá enorme, pero el verdadero daño estará limitado a como un metro cuadrado.

–¿Y disfraces?

Aquí Granger se vio ambivalente. –Te lo dejo a ti. Iba a hacer un par de glamours simples. Estudié en Francia dos años y solo fui reconocida una vez, por un estudiante inglés. No creo que las monjas del monasterio más remoto del país sabrán como se ve Hermione Granger hoy en día.

–Válido.

–Nos abriremos camino a través del monasterio, aturdiendo y olvidando según sea necesario (con suerte, no en absoluto) y tomaré un fragmento del cráneo tan pequeño que ni siquiera sabrán que ha desaparecido

–¿Y después? ¿Nos desaparecemos ?

–Todo el complejo está protegido para esto –dijo Granger con una mueca–. Por eso seremos senderistas Muggles. Tendremos que caminar hasta el límite del monasterio y desaparecernos.

–¿Traslador?

–Fácil de rastrear, ¿a menos que ya hayas resuelto el que intentaste con el anillo?

–Aún no –dijo Draco–. Ese encantamiento es una lata. Por algo existe un departamento específicamente dedicado a los expertos en Portus.

–Maldita sea.

–¿Escobas?

Granger respondió a esta inteligente sugerencia con toda la gratitud y entusiasmo que se podría haber esperado, es decir, ninguno en absoluto.

–¿Por qué siempre quieres meter escobas al plan? –preguntó enojada.

–Porque son muy útiles y mucho más rápidas que ir caminando hasta salir de los límites del monasterio para desaparecernos. ¿A menos que secretamente seas una animaga que se convierte en cabra de las montañas?

–Pero, ¿cómo podríamos pasar escobas? ¿Esconderlas en el camino al monasterio?

–¿No las puedes guardar en tus bolsillos Extendidos?

–Posiblemente –dijo Granger frunciendo el ceño–. Tal vez solo una, dado la forma rara que tienen.

–Eso resuelve el tema. Desilusionarnos y una escapada rápida en escoba. Lo he hecho en cientos de situaciones. Tan pronto estás en el cielo no te pueden ver, y estás a kilómetros de distancia antes de que pudieran ellos coger una escoba.

Granger suspiró. –Está bien. Escobas hasta que pasamos el límite de aparición. Después nos desaparecemos. Solo si llegará a suceder que activamos alguna trampa o nos atrapan con las manos en el cráneo. Si no, nos vamos como llegamos.

–Tomaré una de mis escobas de carrera –dijo Draco emocionado ante esto–. Le puedo agregar un asiento.

Por su parte, Granger se veía notoriamente emocionada (nada emocionada). –Una de carreras . Genial.

–El punto es ser rápidos. ¿Quieres que hagamos uno de tus análisis SWOT?

–No. Sé que es una buena idea –dijo Granger. Estaba haciendo pucheros–. No tiene que gustarme para admitirlo.

–Bien. ¿Cuándo te doy la escoba para que la metas en tu bolsillo? Tenemos que revisar si el palo cabe en el minúsculo hoyo que ofreces, tenga o no un encantamiento extenso.

Granger intentó mantener la cordura.

–¿Qué? –preguntó Draco con mirada seria.

Granger empezó a reírse. –¿Por qué tenías que decirlo así?

La expresión neutra de Draco era impecable. –¿Así como?

–Cómo si significara otra... Ugh nada, olvídalo.

–¿Qué cosa, Granger?

–Dije que nada.

Draco se rindió y sonrió. –¿Quién se está riendo de penes ahora?

Granger, dándose cuenta de que fue a propósito, le dio una mirada fría. –Al menos, no me estoy ahogando con un omelette.

–Ahogarte mientras comes en la Perrilla Pulida es un rito de pasaje.

Granger no se aguantó la risa. –Ya basta.

–Ahora bien, si podemos dejar de hablar de penes un momento-

Yo no estoy hablando de penes. sí.

–Estoy hablando de palos de escobas y bares. Soy inocente.

–No, eres exasperante –Granger presionó sus sienes con las yemas de los dedos–. Bien. Hay que concentrarnos. Tengo lugares donde estar.

–¿Dónde?

–Lugares –dijo Granger. –En lo que te concierne, nos estaríamos yendo el próximo viernes. Te escribiré los detalles, pero en general, iremos a Aix-en-Provence. Conduciré hasta que lleguemos a Saint-Maximin para que lleguemos como Muggles.

–Bien.

–Y no le cuentes a nadie sobre esto –agregó Granger.

No. – dijo Draco con sarcasmo–. Pensaba avisarle al Profeta.

–Solo no quiero que empiecen a hacer preguntas…

Draco alzó las manos simulando el título cabecero del periódico: Atractivo Auror Acepta Escabullirse a Francia con una Sanadora Mandona.

–¿Mandona? –repitió Granger de manera mandona.

–O gruñona, ¿preferirías eso? Me gusta como rima Mandona.

Granger soltó un resoplido. –Preferiría terminar con esta conversación.

–Sanadora Suspirante –dijo Draco amablemente.

Granger apretó la quijada.

Dado que no quería perder sus joyas reales, Draco se puso de pie para irse. –¿Investigadora Insensata? –dijo mientras caminaba–. ¿Profesora Pícara?

Había algo deliciosamente grosero en la manera en que gritó “¡Malfoy!” a su espalda.

Cuando Draco bajó por las escaleras de King’s Hall, lejos de un hechizo maligno, sacó su copia del horario de Granger y revisó los “lugares” a los que tenía que ir.

Un restaurante italiano en una hora. No se especificaron los participantes.

Draco se guardó el papel en su bolsillo de nuevo.

Tenía la ligera sospecha de que Granger tenía una cita.

Y a él no le importaba en absoluto y ciertamente no le molestaba para nada.

Le escribió a Zabini, simplemente para (casualmente) preguntarle si tenía planes más tarde. Zabini le dijo que no, pero que estaría feliz de tenerlos si se veían en Macassar.

Draco le devolvió su acuerdo. Theo también fue invitado, quien sugirió que invitaran a Pansy, que trajo al tonto de su marido, quien a su vez invitó a MacMillan, quien llegó con tres colegas del Ministerio y terminaron haciendo de esa una gran velada.

Uno de los invitados de MacMillan era una bruja con quien Draco se había acostado un par de veces a lo largo de los años. Ella le brindó sus atenciones amorosas durante toda la noche y él las aceptó con una especie de indiferencia: los toques en su muslo, el apretón de su brazo. Sin embargo, cuando ella lo siguió hasta el oscuro corredor que conducía al baño, descubrió que no tenía ningún deseo de seguir adelante con ella. Cuando regresó, muy tranquilo y con una bruja ofendida detrás de él, Zabini y Ernie lo miraron curiosos con una ceja levantada.

Lo que sea. Mientras se tomaba su Firewhisky, Draco reflexionó sobre que por lo menos podía estar tranquilo sabiendo que no era el maldito Zabini con quien Granger estaba coqueteando esa noche.

 


 

El camino de Londres a Francia fue tranquilo. Draco se encontró a Granger en una de las salidas de Flu internacionales en Londres. Después de calificar la vestimenta Muggle de Draco como: “Bastante bien, parece que eres dueño de un bote”, pasaron por el fuego.

Después de un viaje de tres minutos por Flu que hicieron que Granger se pusiera verde, se encontraron en la chimenea de Tournesol en Aix-en-Provence.

De ahí, Granger tomó las riendas, llevándolos a un local de renta de coches y conduciendo los cuarenta kilómetros al pueblo costero de Saint-Maximin-la-Sainte-Baume. Sus maletas estaban en la cajuela, sus snacks en el asiento trasero, y el carro tocaba algo de música que no era folklore austriaco. Draco aceptó que fue un viaje agradable entre viñedos y colinas con ruinas medievales. Tal vez si valía la pena tomar la ruta muggle, en lugar de solo aparecerse.

Granger estaba llena de una especie de energía nerviosa que se manifestaba en un torrente de balbuceos informativos combinados con una conducción animada. Draco soportó lo primero y disfrutó lo segundo. El Peugeot que alquilaron había parecido, para los inexpertos ojos de Draco, un auto feo, pero Granger había despertado un entusiasmo por la vida en esa cosa.

Pasaron por el tráfico de Provenza sin problemas hasta que se encontraron en una pequeña carrera retadora: un Citroën negro cuyo dueño estaba acelerando para rebasarlos y después bajar la velocidad frente a ellos.

–Pendejo –dijo Draco la tercera vez que esto sucedió.

–Un parisino, claro –dijo Granger al ver la placa.

–Me dan ganas de tomar cartas en el asunto –dijo Draco, dándole vueltas a su varita en su mano.

–Eso no sería muy cortés –dijo Granger. El camino se enderezó lo suficiente como para intentar rebasarlo. Metió los cambios–. Agárrate bien.

El motor del Peugeot hizo un sonido quejumbroso mientras Granger pisaba el acelerador. El carro respondió con una velocidad sorprendente. La cabeza y pecho de Draco se sintieron pegados al asiento como si estuvieran volando, una sensación que le dieron ganas de celebrar.

Las llantas chillaron y su pequeño coche rebasó al Citroën.

–Buen viaje, idiota –dijo Draco haciendo señal de victoria con los dedos mientras rebasaban al otro conductor.

El hombre en el otro carro hizo un gesto igual de amigable.

Mientras iban a toda velocidad, Draco habló de nuevo. –No pensé que este carro tuviera esa potencia. ¿Qué le pusiste en lugar de gasolina? ¿Poción pimentónica? ¡Ei, tienes la varita fuera!

Granger estaba guardando algo en su bolsillo. –¿Qué? No.

–Y me dices a mi tramposo.

–Solo nos di un poco de fuerza –dijo Granger con una mirada triunfante mientras observaba al otro carro por el espejo retrovisor delatándola.

Draco la observó. –La Paradoja de Granger.

–¿Disculpa?

–Eres toda una Toretto, pero odias volar.

–No soy una Toretto –dijo Granger–. Solo un poco impaciente.

–También esquías. ¿Esquiar no es un deporte extremo? ¿Te lanzas por los Alpes a toda velocidad?

–Solo si lo pones de esa manera…

–Desde la cima de una montaña –dijo Draco–. A miles de metros de altura. Las escobas te llevarán a doscientos metros de altura, como mucho.

–Es diferente cuando no hay nada debajo de ti.

Una discusión larga dio inicio. Mientras tanto, el paisaje a su alrededor se empezó a llenar de bosques. Tomaron un camino rural, pasaron por un camino estrecho y de regreso a subir. Vieron pasar pueblos medievales y una entrelazada carretera, la cual eventualmente los llevó por un camino plano lleno de campos de lavanda y finalmente, al mar.

–Oh, que hermoso –dijo Granger en un momento de delicadeza poco característica de ella.

–Un bálsamo para el alma –dijo Draco con suficiente cinismo en sus palabras para encubrir el hecho que en realidad, sí lo creía.

El pueblo pintoresco de Saint-Maximin se reveló bajo el sol de la tarde.

–Nos quedaremos el día de hoy en un hotel –dijo Granger–. Y haremos la caminata y el resto de la actividad mañana en la mañana.

Draco sintió que ella lo miraba de reojo, a lo cual él arqueó una ceja. –¿Qué?

–Los hoteles más bonitos estaban llenos, así que no seas grosero sobre la calidad del lugar al que vamos. Es…más antiguo. Aunque, el restaurante parece encantador.

–¿El hotel es manejado por ogros?

–Claro que no, es un pueblo muggle.

–Entonces estará bien.

–¿Te has quedado en un lugar que es manejado por ogros?

–Si –dijo Draco–. Una misión de vigilancia en Budle. Aprendí un buen hechizo de exterminación de ácaros a partir de ahí, así que de eso no tienes que preocuparte hoy.

–Eurgh –dijo Granger.

El celular de Granger, que había estado sirviendo como una especie de mapa en vivo durante todo el camino, repentinamente anunció que el Hotel Plaisance estaba acercándose por la derecha.

El hotel se veía algo viejo y necesitaba un retoque de pintura, pero estaba ubicado en una parte hermosa del pueblo. El pequeño recibidor estaba lleno de otras personas, atendidas por una mujer a la que se le dificultaba escuchar y se movía como un molusco. Eventualmente, fue su turno, la mujer les dio la llave de su recámara y tomó sus nombres para hacer la reservación para cenar.

La pequeña recámara tenía una cama de dudosa durabilidad, una lámpara, un sofá hundido y un esquinero de baño.

Había un olor vago y rancio en la habitación, como si la tía abuela de alguien hubiera rociado perfume y luego hubiera muerto allí en circunstancias tristes.

–Todas las comodidades modernas, Granger –dijo Draco mientras observaban todo.

–Vista al mar, por lo menos –dijo Granger abriendo la ventana para ventilar el lugar.

La cama chirrió cuando Draco se sentó en ella y luego se hundió casi hasta el suelo, con indicios de que planeaba colapsar por completo bajo su peso tan pronto como estuviera dormido.

Granger observó a Draco donde estaba sentado, con las rodillas casi a la altura de la barbilla.

–La cama es tuya –dijo con lo que claramente intentó hacer parecer una generosidad. Sonaba más estratégico para Draco. Ella le echó el ojo al sofá–. Transfiguraré esto en algo funcional para mí.

–Algo funcional –repitió Draco mientras Granger tomó diez minutos en su trabajo de Transfiguración, convirtiendo el sofá en una cama cómoda y hermosa color vino.

Granger no notó el sarcasmo. –Eso debería bastar –dijo sin aliento–. Ahora bien, me gustaría tomar un baño. ¿Cuáles son tus planes para la tarde? La cena es a las ocho.

–Mi trabajo –dijo Draco mientras ponía encantamientos de protección a la ventana–. Daré un rondín. Te veo aquí quince minutos antes.

–Está bien –dijo Granger. Sacó una lista.

–¿Qué es eso?

–Mi itinerario para hoy –dijo Granger.

–…Solo tienes tres horas –dijo Draco. Aún del otro lado del cuarto, la lista se veía larga.

–Lo sé. Debo empezar cuanto antes. Hay muchos museos y librerías aquí, y claro, la basílica.

Granger movió su equipaje, sacó un cambio de ropa, y se pasó al baño.

Draco la dejó así y recorrió los lúgubres pasillos del hotel, protegiéndolo mientras avanzaba. No encontró ningún malo. Sólo había muggles presentes. El plan de Granger, al menos durante el primer día, se estaba desarrollando sin problemas.

Mañana sería una historia completamente diferente, por supuesto. Draco regresó a su habitación para leer el tomo sobre protección que había traído consigo.

Granger ya se había ido, mejor para él para seguir estudiando. Se quitó los zapatos y se acostó en la cama de Granger, el libro flotando encima de él mientras daba vuelta a las páginas.

Draco había estado enfocando su estudio en técnicas de protección en los Estados Unidos, pero especialmente en los trabajos de órdenes religiosas. Esperaba que lo que leyera sobre las protecciones aplicadas por los monjes Cistercienses y Dominicanos, por lo menos le dieran un poco de ayuda en cuanto a lo que pudieran tener las Benedictinas sobre sus reliquias.

Tal como lo prometió, Granger regresó quince minutos antes de las ocho. Lo vio leyendo e inmediatamente se le acercó. –Oh, ¿qué tienes ahí?

–Estudiando para mañana –dijo Draco–. Dame un minuto, encontré algo interesante.

Granger se acercó a la cama para leer el título de su libro. De reojo, Draco vio que se había cambiado y ahora traía puesto un vestido blanco de verano. Su cabello estaba trenzado, pero ya se veía un poco enmarañado. Olía a sol y a algo dulce. Respiró hondo. ¿Almendras?

Estaba masticando algo. 

Draco extendió su mano, con su atención aún en el libro.

–No queda ninguno –dijo Granger.

Draco hizo flotar el libro un poco más abajo para verla por encima de este. –Mentirosa.

Granger suspiró y sacó una bolsa arrugada. – Datte fourrée à la pâte d'amande.

Draco tomó uno de los dátiles rellenos de mazapán. 

Fue exquisito.

–Mmm –dijo Draco–. Bendecidos sean los franceses.

Reanudó su lectura, pero sólo por un momento, ya que Granger estaba observando el libro de una manera celosa.

Agacho el libro de nuevo. –¿Se te ofrece algo?

–¿Puedo verlo un momento? –preguntó Granger.

–Lo puedes ver después de cenar –dijo Draco elevando el libro de nuevo.

Granger apoyó un muslo en el costado de la cama.

–¿En qué te puedo ayudar? –preguntó Draco mientras veía esto suceder.

–Muévete tantito –dijo Granger–. Ambos podemos leer.

–No, no podemos. Espacio personal, Granger –dijo Draco haciéndole señal de que se fuera de ahí.

–Esta es mi cama –señaló Granger.

Draco se movió a regañadientes (no había mucho espacio a donde moverse). –Ya casi nos vamos a cenar.

–Pero, encontraste algo interesante –dijo Granger. Su mirada estaba llena de curiosidad.

Se acomodó en la cama a lado de él. El libro flotaba por encima de él.

–Esto es… –empezó Draco.

–Calla –dijo Granger–. Estoy leyendo.

Draco se sumió en un molesto silencio.

Por cierto, Granger no leía: Granger devoraba los libros. Su velocidad de lectura sobrepasaba la de Draco por lo menos un cincuenta por ciento y él mismo era un lector rápido. Sin embargo, él no dio vuelta a la página a su ritmo; le dio una lección sobre la importancia de absorber la información y saborear el texto.

Ella respondió con un largo y dramático suspiro. Draco sintió la expansión de su pecho contra su costado. Eso le hizo darse cuenta de que Granger estaba allí de una manera diferente a su presencia impaciente. Lo puso alerta y nervioso, porque estaba acostado en una cama con una mujer y esa mujer era Hermione Granger. Si alguna vez hubiera estado tan loco como para imaginarse esta escena, se habría imaginado algo con retroceso, disgusto probablemente, por estar a ese nivel de cercanía con su enemiga de la infancia.

En cambio, se sentía cálida y olía a sol y almendras, su cabello le tocaba el cuello, era íntimo y extraño. Sentía una especie de parálisis placentera, de no querer respirar, de no atreverse a moverse y accidentalmente tocarla demasiado, o peor, causar que ella se alejara.

Pasó la página sin tener idea de lo que acababa de leer.

Sus ojos seguían yendo del libro que tenían encima a sus piernas, que estaban dobladas por la rodilla, con una pierna cruzada sobre la otra. Su vestido estaba recogido hasta sus muslos, cubriendo cualquier cosa de interés – no había nada indecente en ello, en realidad – y aun así se sentía ilícito y emocionante, ver las piernas de Granger desde aquí. Ella se había quitado las sandalias para reunirse con él en la cama. Podía ver el delicado arco de su pie descalzo, las líneas de bronceado donde el sol la había besado y luego alrededor de las correas, las uñas pintadas de rosa.

El delicado pie empezó a moverse impacientemente.

–Estás siendo lento a propósito para molestarme –dijo Granger.

Draco regresó la vista al libro. –No, estoy siendo atento .

Granger agitó su varita para revisar la hora, las ocho en punto. –Ugh. Ya debemos irnos.

Se levantó y se puso las sandalias. –Las técnicas de Caleruega parecen ser exageradamente sensibles. ¿Crees que las Benedictinas pudieran estar usando eso?

–Puede ser –dijo Draco. (Se dio cuenta de que su cerebro estaba trabajando en una especie de cámara lenta; todavía estaba procesando sus muslos y el vestido arrugado, y aún no se había unido a él en el presente).

–Tendremos que ser muy cuidadosos mañana, esas cosas son capaces de activarse por un pelo según dice el libro.

Granger estaba rehaciendo su trenza. Draco olió su champú. Esto le regresó el cerebro al presente, porque le gustaba.

Ella seguía hablando del capítulo que habían leído y sobre si Draco sentía que él necesitaba más preparación, si debían repasar el plan de nuevo y si había que cambiar algo, qué debían de cambiar. Tal vez debía fingir estar enferma en el monasterio para distraer a las monjas mientras Draco entraba a la cripta, ¿para darle más tiempo? Pero no, él no había estudiado los mapas como ella los había estudiado; le había tomado semanas memorizar los caminos del laberinto.

Lo cual era excelente, ya que le dio la oportunidad de componerse. ¿Qué rayos le pasaba? Entró al baño a echarse agua en la cara y hallar un poco de sentido en su cabeza.

Bajaron las escaleras para cenar.

 


 

El restaurante estaba lleno. Era una hermosa área al aire libre en una especie de muelle largo que se extendía hacia el mar, abarrotado con tantas mesas como fuera posible. Draco y Granger se abrieron paso entre los otros clientes hasta una mesa para dos al final del muelle.

Era pleno verano y el sol todavía se cernía sobre el horizonte a esa hora tardía, tiñendo el mar de dorado y naranja. Era una tarde de junio absolutamente hermosa; la brisa jugaba perezosamente con sus cabellos, el mar chapoteaba a lo largo del borde del muelle en pequeñas olas musicales, las aves marinas se paseaban por arriba.

Y, como grata sorpresa, la señora casi sorda del mostrador que había anotado su reservación había interpretado sus nombres creativamente.

La tarjeta de reservación indicaba que la mesa estaba reservada para Hormone et Crotch.

Un mesero se acercó para prender la vela de la mesa. La boca de Granger apretaba los labios. Draco sentía un pequeño brote de hilaridad incómoda.

Monsieur , la carta de vino –dijo el mesero dándosela a Draco.

Merci –dijo Draco.

El mesero recomendó el tinto; Draco aceptó eso, porque toda su capacidad cerebral estaba concentrada en no estallar en una carcajada.

La mirada de Granger regresó a la tarjeta de reservación. Dejó escapar un gorgoteo que luego se convirtió en una especie de tos.

El mesero enumeró el menú de la noche. Granger asintió con la cabeza en señal de aprobación por el pescado en mantequilla mientras Draco gruñó un sí por el filete mignon.

Granger estaba mordiéndose uno de sus nudillos. Draco la escuchó realizar un ejercicio de respiración profunda.

Finalmente, el mesero se fue.

Granger colapsó en la mesa. – Crotch –dijo jadeando.

¿H-Hormone? – dijo Draco sin aliento también.

Granger era una masa inerte de risa contenida. Sus hombros temblaron. Draco se dejó caer en su silla y realmente sintió que se deshacía en risas.

–Por dios –dijo Granger–. Por dios… cómo… por qué…

Draco intentó recomponerse, pero vio la tarjeta de nuevo y leyó Crotch en esa cursiva elegante, usó una servilleta para esconder su risa.

Granger respiró profundamente. –¿Qué vino pediste para nosotros, C-Crotch–

Su voz se puso chillona y no pudo terminar el enunciado por la risa incontrolable que le dio. Un par de cabezas voltearon a verlos. Escondió la cara entre sus manos.

–Van a pensar que estamos borrachos y nos van a sacar –dijo Draco intentando enderezarse de nuevo e intentando tener compostura de nuevo.

–Cierto –su cara todavía estaba escondida entre sus manos, pero respiro–. Esconde la tarjeta. No la puedo ver de nuevo. Me voy a morir.

Draco volteó la tarjeta. –Listo, H-

No lo digas –dijo Granger.

El mesero regresó con pan, mantequilla y vino.

Merci –dijo Granger limpiándose una lágrima.

Draco apenas y podía sentir las mejillas. Le indicó al mesero que dejara la botella de vino.

Después de unos momentos de contener el aliento, ambos recuperaron el autocontrol, bueno, casi. Granger estaba evitando ver la tarjeta.

El mar acariciaba los bordes rocosos del muelle debajo de ellos. Los clientes charlaban, al igual que las gaviotas. El sol se ponía. El pan fue partido y untado con mantequilla mientras Draco sirvió el vino.

–Salud –dijo Granger.

–Por el éxito de mañana –dijo Draco juntando su copa con la de ella.

El último rastro de risa se desapareció de la cara de Granger. Se puso seria.

Draco la vio de reojo. Puso un encantamiento silenciador a su alrededor. –Estás nerviosa.

–Sí –dijo Granger. La ansiedad se reflejaba en su expresión–. Muchas cosas pueden salir mal y, para serte honesta, me asusta. No he hecho algo de esta magnitud en más de una década. Soy una ciudadana responsable ahora, ¿sabes?

–Casi siempre. –Draco podía pensar en al menos veinte leyes que Granger había infringido desde que estaba asignado a ella.

–Casi siempre –aceptó Granger.

–Mañana todo saldrá acorde al plan. Y si no, le prendes fuego al lugar y podemos ir a robar un mejor cráneo.

Un bofe de risa se le escapó a Granger ante semejante actitud. –No estás ni un poco preocupado, ¿verdad?

–Te prometo que he tenido misiones mucho más estresantes que un grupo de monjas –dijo Draco.

–¿En serio?

–Si.

–Cuéntame.

Entonces Draco comenzó a contarle. Compartió dos o tres de sus historias favoritas, en las que destacaban sus propios actos heroicos e ingenio. Sin embargo, Granger no era el público cautivo y agitador de pestañas con el que solía compartir estas historias. Era analítica e inquisitiva y hacía algunas preguntas bastante duras. ¿Por qué no silenció a las sirenas primero? La pelea con cuchillos fue emocionante, pero ¿cómo se dejó desarmar en primer lugar? ¿Por qué su kit de emergencia no incluía pociones para reponer sangre? ¿No deberían todos los Aurores tener un conocimiento básico de las propiedades del Acónito? ¿Por qué no había usado un agente nervioso contra el troll?

¿Por qué de hecho? Draco paró, contraatacó, justificó y defendió, hasta que Granger quedó satisfecha.

Se sirvió una segunda copa de vino, encontrándose bastante agotado y sediento después del interrogatorio. Sus relatos solían ir seguidos de elogios, efusividad y exclamaciones de asombro sobre su valentía y sagacidad. ¿Con Granger? De ninguna manera.

–Al menos uno de nosotros tendrá seguridad en sí mismo, lo cual es mejor que nada –fue su frase de cierre ante el tema.

Se terminó su copa de vino. Draco ofreció servirle de nuevo y ella accedió, diciendo que lo necesitaba como apoyo emocional.

El mesero llegó con su comida. Ya era hora, Draco tenía hambre. Los snacks en el carro y el dátil de mazapán habían sido muy poco.

Granger dijo Bon appétit , y Draco respondió lo mismo.

Le entró a su filete con gusto. Granger, por otro lado, solo jugueteó distraídamente con su plato, su mirada estaba enfocada en el mar.

Después de cinco minutos de esto, Draco perdió la paciencia. Le tocó el plato con su cuchillo. –Primero comida, después pensar.

Granger parpadeó. Después apuntó a algo atrás de él. –Creo que puedo ver el monasterio.

Draco volteó en su silla para ver una estructura erguida en un acantilado a lo lejos, por encima de los árboles. –Oh vaya. Eso es bastante alto, ¿verdad?

–Es una caminata de casi dos horas.

–Entonces, come. Si te sientes débil, subiremos en la escoba.

La amenaza fue suficiente. Granger empezó a comer.

La Libreta de Parloteo de Draco vibró en su bolsillo.

–Mi madre –dijo mientras escribía una respuesta–. Quiere saber que llegué bien.

–¿Sabe que estás conmigo? –preguntó Granger.

–No –dijo Draco–. Solo que es por trabajo.

–Bien –Granger tomó de su vino.

Draco terminó de escribir, asegurándole a su madre que todo estaba bien y que no había sido atacado por bandidos franceses.

Granger terminó su filete de pescado. Ella estaba batallando para mantener una expresión neutral, con una mirada de diversión emergiendo en su expresión.

–¿Qué? –preguntó Draco.

–Oh, nada –Granger encontró algo interesante en sus zanahorias, las cuales removía con el tenedor–. No sabía que tu madre usaba la Libreta.

–No lo hacía. La convencí de comprar uno la semana pasada, ya que las lechuzas a Francia toman tiempo.

Granger alzó la vista con un interés que estaba intentando, y fallando, en esconder. –Ah, ¿sí? ¿Y le gustó?

–Sí. ¿Por qué te interesa tanto?

–Por nada –dijo Granger haciendo contacto visual con la barbilla de Draco.

–¿Ese fue tu mejor intento? –preguntó Draco ante ese miserable fracaso.

Granger le ofreció más vino intentando distraerlo, lo cual solo lo hizo concentrarse más en su línea de pensamientos. (Sin embargo, aceptó el vino.)

–Granger.

–¿Sí?

–Dime.

–Deberíamos repasar nuestros planes para mañana –dijo Granger en otro intento de evitar el tema.

–Los hemos revisado ad nauseum . ¿Qué te traes con las Libretas?

Granger se ocupó de nuevo con sus zanahorias.

Draco se le acercó y bloqueó su tenedor con su cuchillo. –Deja de revolver las legumbres y contéstame.

–Las zanahorias no son legumbres –dijo Granger. Ante la mirada penetrante de Draco, agregó: –No es nada, solo pensé que tu madre era muy tradicional, así que me sorprendió que usara una Libreta de Parloteo. Eso es todo.

–Eso no es todo –dijo Draco.

Granger tocó el cuchillo de Draco con su tenedor pidiéndole quitarlo.

No lo quitó.

Granger suspiró. –Eres absolutamente implacable. ¿Lo sabías?

–Sí. Ahora dime.

–…¿Acabas de robar mi zanahoria?

Draco masticó. –Sí.

–Wow.

–No te la estabas comiendo, solo la empujabas con tu tenedor. Ahora, dime.

Granger se acomodó en su asiento de nuevo antes de suspirar. –Pensé que ya lo habrías descubierto.

–¿Qué cosa?

Granger pauso. Después preguntó: –¿Sabes quién inventó la Libreta de Parloteo?

–¿No fueron los gemelos Weasley?

–No. Ellos solo ayudaron a su creador a producirlos en masa y venderlos.

Una lenta comprensión se apoderó de Draco. La bruja frente a él estaba reprimiendo una sonrisa.

–¿ inventaste las Libretas?

–Sí –dijo Granger.

–No.

–Sí.

No .

–Sí –Granger se veía divertida.

–Explica –dijo Draco.

Granger se acomodó en una pose que Draco solo pudo describir como profesoral. Cruzó las piernas y sostuvo su tenedor como si fuera un apuntador a un pizarrón. –La comunicación instantánea arrancó en el mundo muggle hace unos diez años. Ya nos llevaban ventaja con los teléfonos en el siglo veinte, pero cuando los correos electrónicos se volvieron la normalidad, llegaron los mensajes de texto y después, la mensajería instantánea, la comunicación mágica pasó de ser de la vieja escuela a ser completamente arcaica. Ya había experimentado con métodos rudimentarios de comunicación mágica de chica – esos galeones durante la guerra – pero, sabía que tenía que haber algo más elegante que mantuviera el sentimiento táctil de pergamino o una libreta y fuera mucho más inmediato que una lechuza.

Aquí Granger se vio interrumpida por el mesero retirando los platos. Aceptó el menú de postres y continuó. –Amo las lechuzas, son tan pintorescas y lindas, pero tan lentas . No te sientas ofendido, son lentas , lo acabas de decir hace un momento. Y Flu es solo conveniente cuando estás cerca de una chimenea conectada. Creé las Libretas de Parloteo para complementar la comunicación existente, más no reemplazarlas, me sigue gustando escribir cartas. Nunca esperé que fueran tan populares como lo son hoy en día. Los gemelos me ayudaron a llevarlas al mercado y reciben un porcentaje de las ganancias.

Draco mantuvo una expresión neutral. La otra opción era quedarse boquiabierto. Esta mujer no sólo era terriblemente inteligente, sino que también era absolutamente rica. Todos tenían una Libreta de Parloteo. Su propia madre tenía una y juzgando por el vibrador en su bolsillo, le estaba entendiendo rápidamente. Granger debía estar nadando en galeones. No es de extrañar que le entregara un saco lleno a una bruja sin pensarlo dos veces.

–Así que, así es como tienes presupuesto para tu proyecto –dijo Draco.

–Entre otras cosas, sí. Trabajé mucho tiempo bajo la burocracia de instituciones para poder disfrutar mi independencia.

–Pero, todos piensan que los hermanos Weasley las inventaron. ¿Por qué no tomas el crédito? Son revolucionarias.

–La verdad es que no lo son –dijo Granger–. El equivalente Muggle es mucho más avanzado, pueden enviar fotos y vídeos y todo tipo de información. Pueden tener llamadas en vivo con cientos de participantes. Las Libretas son rudimentarias. Una mejora, pero no le quita lo rudimentario. –Granger se encogió de hombros–. La vara era baja. Y, en cuanto al crédito, he tenido ya mi tiempo en primera fila. No me interesa la fama. Vi un problema que podía resolver.

–¿De eso se trata tu proyecto entonces? –preguntó Draco–. ¿Un problema que puedes resolver?

–Exacto –Granger lo observó seriamente–. No necesito decirte que preferiría que la verdad sobre las Libretas se quede entre nosotros. Solo te dije porque fuiste demasiado insistente.

Draco se le quedó viendo. –Eres toda una magnate. Magnate.

Granger se rió, pero no era de felicidad. –No. Desarrollar nuevas terapias es terriblemente caro.

–¿Lo es?

–Si. –Granger empezó a numerar los costos con los dedos, hasta que se le acabaron–. Materiales, espacio, equipo, líderes médicos, equipo legal, protocolo, científicos, estadísticas… las pruebas para seguridad y eficacia son caras también, estudios médicos, pruebas de toxicología preclínicas, pruebas bioanalíticas y pruebas clínicas. También los requerimientos exigidos por las distintas organizaciones médicas son carísimos.

Draco, cuya mirada se había perdido, dijo: –Oh.

Granger se movió en su asiento de manera incómoda. –Mi proyecto involucra biológicas complejas que son comercialmente poco atractivas e incomprensibles a los idiotas magos que jalan los hilos en la investigación mágica. Así que, estoy sola en esto y francamente, apenas dando los primeros pasos. Sigo haciendo investigación in vitro , intentando confirmar que mi meta puede ser afectada por un compuesto exógeno en primer lugar. Tristemente, el dinero no resuelve todos los problemas.

El mesero regresó para tomar nota de los postres que pedirían. Granger pidió disculpas, habiendo olvidado ver el menú y pidió rápidamente un postre de caramelo.

Mientras tanto, Draco estaba batallando en entender el fenómeno paradójico que era Granger. Pudo haber sido rica, exageradamente rica. Y, aun así, eligió dedicar ese dinero a su investigación en lugar de vivir una vida despreocupada. Tenía aproximadamente doce trabajos. Pudo haber tenido su propia casa de campo, pero vivía en una cabaña chica en las afueras de Cambridge. Pudo haber tenido un equipo entero de elfos domésticos, pero solo tenía un gato y una triste lata de atún en su alacena.

No tenía sentido. Y aun así, mientras Draco consideraba lo que sabía de la bruja frente a él, si tenía sentido. Era demasiado ambiciosa para una vida despreocupada. Con los pies tan en la tierra para una casa grande y extravagante y elfos domésticos. Demasiado niña buena para hacer algo no bueno con su dinero. Todo era terriblemente loable. Terrible, en realidad.

Granger se aclaró la garganta. Draco se dio cuenta que se le había quedado viendo, y que el mesero le estaba viendo a él.

–¿La selección de postre del Monsieur ?

–Lo que ella pidió –dijo Draco.

Une crème caramel pour Monsieur Crotch –dijo el mesero escribiendo esto en su libreta con cuidado.

Granger cruzó la mirada con Draco. Se cubrió la boca.

El mesero se fue.

Granger soltó una risita, luchó por controlarla, respiró hondo y se quedó quieta.

–Hormone –dijo Draco.

Granger colapsó en un ataque incontrolable de risa.

–Te dije que no hicieras eso –dijo sin aliento.

Granger resopló y se talló las pestañas con una servilleta. –Esto es raro en mí, espero que lo aprecies.

–Lo hago –dijo Draco.

Y lo hacía. Los ojos oscuros de Granger brillaban de risa. Tenía las mejillas sonrojadas y los labios enrojecidos por el vino. Su cabello en una trenza suelta serpenteaba hasta su cintura, una línea oscura contra su vestido blanco. Tenía las piernas cruzadas, se veía delicada, frágil y tan pequeña como para caber en el regazo de un hombre, si un hombre pensara en esas cosas. (Draco ciertamente no lo estaba haciendo).

La luz de las velas la amaban. Le besaba la frente y le daba cálidos toques en la clavícula. Bailaba en sus ojos.

El efecto era encantador.

Draco se hundió, sin darse cuenta, en un estado de ligera fascinación.

Un acordeonista empezó a tocar, en algún lugar cerca del hotel, llenando el aire de romance.

Monsieur , su postre de caramelo.

El regreso a la realidad fue desapacible.

Merci –dijo Draco en lugar de ‘ maldito seas, postre de caramelo’.

Granger estaba comiendo su postre, felizmente ignorante de lo que pasaba por la mente de Draco, gracias a los dioses. Decidió echarle la culpa al vino por convertirlo en un cretino romántico esta noche. Eso, y muy pocas noches de sexo recientes, porque llegó a fantasear con Granger, de todas las brujas en su vida.

Sería útil si esta noche no pareciera una encantadora dríada griega, a punto de unirse al séquito de Artemisa.

¿Desde cuándo Granger era hermosa?

¡Qué situación tan más agravante!

–¿Estás bien? –preguntó Granger.

–¿Por qué? –preguntó Draco con algo de irritación en su tono de voz para sonar normal.

–No has tocado tu postre –dijo Granger apuntando al postre con su cuchara–. Inusual en ti.

Estaban sucediendo otras cosas que eran bastante inusuales, pero si esa era la única de la que Cerebro se estaba dando cuenta, por Draco estaba bien.

–Lo estoy disfrutando –dijo Draco. Tomó un pedazo lentamente para demostrarlo.

La ceja de Granger se movió un poco. –Deja de hacer eso.

–¿Qué cosa? –preguntó Draco.

–Ser indecente con una cuchara.

–Estoy usando la cuchara. Cualquier otra cosa es tu imaginación.

Granger lo vio con ojos entrecerrados. Draco tomó otra mordida lenta, manteniendo contacto visual. Granger desvió la vista.

–Ahora tú no estás comiendo el tuyo –dijo Draco.

–Perdí el apetito al verte besuqueando los cubiertos –dijo Granger.

–¿No vas a comértelo?

–No. ¿Lo quieres?

–Prefiero que te lo comas tú y guardes energía para el monasterio. Si las monjas resultan ser un reto, mañana puede ser difícil y agotador, al menos en el sentido mágico.

Granger terminó su postre obstinadamente, dejando a un lado el entusiasmo.

Draco se encontró observándola con ojo crítico. Cuando la vio por primera vez, en enero, le llamó la atención la delgadez exhausta que había vuelto su rostro severo y demacrado. Le parecía que ahora ella tenía un aspecto un poco más saludable... pero sólo un poco. Estaba un poco menos huesuda y sus mejillas estaban un poco más sonrosadas.

Granger le hizo seña al mesero para la cuenta. – L’addition, s’il vous plaît.

Su brazo en alto hizo que Draco se diera cuenta que traía los brazos descubiertos, algo que iba en contra de su vestimenta habitual. Y ahora, precisamente porque estaba tratando de pasar desapercibido, su antebrazo izquierdo llamó su atención: había un hechizo No-Me-Nota allí.

Deliberadamente, miró a la mesa de al lado, permitiendo que Granger y su brazo entraran en su visión periférica. Ahí estaba: una mancha borrosa en la parte interna de su brazo.

Se dio cuenta de lo que el glamour estaba cubriendo con una sensación repugnante en el estómago. Un recuerdo vívido regresó, del trabajo de Bellatrix, claramente contra la piel de Granger. De Granger, inerte y extenuada, tirada como una cosa muerta en el suelo del salón. De la sangre que manaba de las letras recién talladas.

Draco jamás había usado la palabra ‘Sangre Sucia’ después de eso.

Ahora había algo terrible en el hábito de Granger al usar mangas largas. En el encantamiento de ignorancia que tenía en el brazo para poder usar un vestido. Draco escondía su propio antebrazo del mundo, pero hubiera pensado que Granger hubiera podido curar sus cicatrices. Claramente todavía cargada con la marca del cuchillo de Bellatrix.

–¿Malfoy?

Draco parpadeó. –¿Hmm?

–Te has quedado callado.

Granger ya había pagado con dinero muggle. Se estaba poniendo de pie.

Draco se puso de pie también. –Solo estoy pensando en mañana.

Pero, en realidad, estaba pensando en un lejano ayer, cuando esta bruja había sido mutilada en los pasillos de su hogar. Y que todavía cargaba con la cicatriz, la ocultaba, de él y el resto del mundo, pero seguía ahí. Un recordatorio diario de la crueldad y odio enfermo. De lo cerca que había estado de la muerte. De lo cerca que su mundo había llegado a un punto sin retorno.

Deseaba decirle algo, una disculpa o algo, pero esas palabras no le venían fácil y no veía otro camino en esa conversación más que el difícil e incómodo.

Mientras regresaban al hotel entre las mesas del muelle, Draco concluyó que no era el momento adecuado. Pero, viendo lo borroso de su glamour rozar su vestido mientras caminaba, determinó que habría un momento y encontraría las palabras correctas. Esta noche no, pero si en el futuro.

El Sol ya se estaba escondiendo en esta tarde de verano.

Granger estaba viendo la playa rocosa. –Se supone que debe de haber un marcador por aquí, indicando el lugar donde Magdalena pisó por primera vez Francia.

–¿Supongo que estaba en tu itinerario?

–Sí, pero se me acabó el tiempo.

–Vamos –dijo Draco.

Granger lo vio sorprendida. –¿Vendrías?

Draco se encogió de hombros. –Me apetece dar un paseo.

La sorpresa de Granger se convirtió en felicidad. –Está bien, son como quince minutos hacía allá. Eso decía la guía turística, al menos.

Bajaron y se resbalaron por unos montes rocosos para llegar a la playa, donde encontraron un camino marcado. Granger guiaba a Draco, apuntando a puntos de interés geológicos o históricos mientras avanzaban. La vista se hizo más dramática conforme se alejaban del hotel y caminaban hacía el cabo.

La marea empezó a subir. Draco se arremangó los pantalones y la camisa (asegurándose de que su propio glamour seguía activo), ató sus zapatos juntos y se los colgó del hombro. Granger traía sus sandalias en la mano. Pasaron por pequeños nichos de agua, tibios. El sonido del acordeón dejó de escucharse, ahora solo se escuchaban las olas.

Pasaron por un grupo de gaviotas, que tomaron vuelo, cantaban y papaloteaban en los cielos. Fue un momento sublime que les robó el alma por un segundo. Granger vio a los pájaros desaparecer en el cielo, suspirando suavemente, su mano en su pecho con la boca ligeramente abierta.

Granger dijo: –Hermoso –y Draco respondió: –Si –pero no estaban hablando de la misma cosa.

Continuaron el camino. El punto marcado de la llegada de María Magdalena era una piedra modesta, un poco enterrada en la arena, en la punta del cabo. Unas cuantas flores estaban esparcidas, así como velas encendidas peleando contra el viento.

Granger le proporcionó a Draco muchos detalles sobre la leyenda de la expulsión de Magdalena de Tierra Santa, y qué discípulos estaban con ella, y cuándo había llegado a esta orilla. A Draco le importaban poco los detalles, pero se alegraba de tener una excusa para mantener su atención en ella, en la forma en que el viento movía su trenza de aquí para allá, sobre sus piernas desnudas mojadas por agua de mar. En un momento, ella casi perdió el equilibrio sobre las piedras mojadas y sus dedos tocaron su brazo. Fueron retirados rápidamente.

Draco dijo que suponía que había peores lugares para aterrizar que Provenza. Granger dijo que ella también pensaba lo mismo. Draco preguntó si Magdalena habría comido dátiles rellenos de mazapán cuando estuvo aquí. Granger imaginó que ella era quien había traído la receta desde Tierra Santa, en primer lugar. Draco dijo que robarse el crédito por una creación culinaria tan sublime era muy francés de su parte. Granger estuvo de acuerdo.

Después se quedaron en silencio y se detuvieron donde la tierra se conectaba con el mar, y respiraron el dulce olor a mar. Pequeñas olas intentaban llegar por encima de sus rodillas antes de disolverse.

Draco encontró una estrella de mar. Granger estaba deleitada con el descubrimiento y se agacho a verla, e interrogó a Draco sobre la especie, y Draco dijo que no tenía la más remota idea.

Se dieron la vuelta para caminar de regreso al hotel, chapoteando en las cálidas charcas de la marea, con las olas aferrándose espumosamente a sus tobillos. Sus manos se rozaron una o dos veces, pidieron perdón, se alejaron el uno del otro, siguieron caminando y luego sus codos se rozaron, por accidente, porque se habían acercado de nuevo.

Los muros de roca cerca del muelle fueron más difíciles para Granger de regreso que cuando bajaron, se detuvo, sujetando su varita en su bolsillo, pero había muggles cerca, y sus planes de transfigurar una escalera fueron interrumpidos.

Draco se acercó por detrás de ella y la alzó de una, recibió un grito chillón y una cara llena de faldas y arena por su cortesía. Su cintura se sentía delgada y tensa entre sus palmas, y cálida.

No necesito de su ayuda para subir detrás de ella, pero de igual manera aceptó la pequeña mano que le ofreció y se rió internamente por el esfuerzo que hizo al jalarlo.

Caminaron hacia el hotel.

El sol derramaba oro sobre el horizonte. Con la luz detrás de ella, Granger se veía como si no trajera ropa salvo por la luz del sol.

Notes:

Como nota, "Hormone" significa hormona, lo cual se asemeja a un malentendido del nombre de Hermione. "Crotch" significa entrepierna, lo cual fue un horrible malentendido del nombre de Draco.

Chapter 14: Vayamos a un Convento

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

por RunningQuill_art

por Cypraeidae

Ya en el hotel, Granger observó cómo Draco intentaba transformar su cama en algo más sólido. Sin embargo, la Transfiguración se complicó cada vez más y al final lo único que consiguió fue hacerla aún más baja e inclinada.

–Buen intento –dijo Granger dándole una palmadita en la cabeza. (Estaba demasiado sorprendido como para indignarse.)

–Estaba esperando que te apiadases de mí –dijo Draco sin aliento.

Granger asintió con exagerada benevolencia. Pasó diez minutos convirtiendo el desastre que él había dejado en una cama mucho más cómoda, durante ese tiempo le fue explicando lo que hacía así como los Fundamentos y Leyes que Draco no había aplicado correctamente para una Transfiguración tan grande.

–¿Por qué no seguiste estudiando Transfiguración? –preguntó Draco para interrumpir su cátedra–. ¿Por qué ser Sanadora?

Granger alzó la vista de la vieja cobija que estaba transformándose en una lujosa manta. –Las aplicaciones prácticas de la Transfiguración se aprenden en la maestría. Los doctorados solo se enfocan en lo abstracto y lo teórico. Por otro lado, la sanación es la rama de la magia que ofrece más posibilidades de ayudar a las personas en el mundo real. Y claro, se acomodaba más con mis estudios de medicina Muggle.

Las tristes almohadas grisáceas se transformaron en unas blancas y esponjosas. Granger observó de reojo a Draco. –¿Seguiste estudiando después de Hogwarts?

La pregunta fue hecha con una especie de tímida curiosidad. Draco pensó que esta era la primera vez que le preguntaba por algo personal.

–Licenciatura en Alquimia y una Maestría en Duelo –respondió Draco.

–¡Oh! Bien hecho. Siempre les dije a Harry y a Ron que deberían considerar estudiar algo como Duelo. Pero, bueno… –ante la ceja cínicamente arqueada de Draco, Granger terminó su oración débilmente: –Nunca fueron muy académicos.

–Ese par de tarados no tienen ni sus ÉXTASIS. No habrían aguantado ni un solo día –dijo Draco molesto porque ella llegó a considerar que estaban a su altura.

–No son tarados –dijo Granger con una mano en la cintura.

–Todo el programa del primer año se basa en aprender teoría y filosofía de magia marcial. ¿Cuándo fue la última vez que Potty y Weaselbee leyeron un libro?

–¿Es una pregunta retórica? –Pregunto Granger.

–No. Respóndeme.

–Maldita sea –Granger se quedó en silencio mientras pensaba, con un dedo sobre sus labios. Finalmente, sin tener ningún recuerdo reciente, dijo– Solo porque no me hayan mencionado que libros han leído recientemente no significa que no lo hayan hecho.

Draco refutó eso con una burla.

–¿Las revistas de Quidditch cuentan? –preguntó Granger con un tono desesperado.

–No.

–Años –admitió Granger con un suspiro involuntario.

–Te habría ido mejor a ti que a ese par de idiotas –dijo Draco–. Excepto por la parte práctica. Demasiado gritoneo, pocas maldiciones. Maître Toussaint te habría comido viva.

–¿Estudiaste en Francia?

Université de Paris .

–Mmm. Si te sirve de consuelo, mis profesores franceses casi me comían viva. Sus métodos pedagógicos consistían principalmente en intimidarnos. Hice una especialidad en Sorbonne. Lloraba a diario.

–Es mejor que sangrar todos los días –dijo Draco, con aire de indiferencia heroica. (En su defensa, apenas y era una exageración.)

Granger se mordió el labio. –Okay, dejaré de quejarme.

Draco casi se ofrecía a mostrarle sus cicatrices más interesantes, pero recordó justo a tiempo, que Granger también tenía las suyas y lo mejor sería que no se metiera en una competencia sobre ello.

Era momento de alistarse para dormir. Una ligera incomodidad invadió el cuarto e hizo que se sintiera pequeño y cálido. Ambos continuaron como si no lo notaran.

Granger se puso su pijama en el baño. Aparentemente había elegido el conjunto de algodón más horrorosamente modesto que tenía en su closet para esta escapada de fin de semana.

–¿Qué? –preguntó ante la mirada que Draco le dió.

–Eso me hace pensar en McGonagall –dijo Draco–. ¿Vas a jalarme la oreja y decirme que me porte mal?

–Tú dijiste que los shorts Muggle eran indecentes , ¿No te acuerdas? –dijo Granger–. Mi otra opción era la lencería, pero creo que habría ofendido tus sensibilidades.

Draco pensó que le habría gustado ver su lencería. Pero, en cambio dijo –¿Más que esa manta de picnic que traes puesta? Imposible.

–Claro que sí –Granger se subió a su cama. Draco notó que se había adueñado de su libro de hechizos. Le hizo un ademán de despedida–. Bueno, pues anda, ve a cambiarte, y veamos tu conjunto haute couture .

Draco se lavó los dientes y se puso su habitual pijama de seda negra. Era una sensación extraña esperar el juicio de Granger sobre su atuendo. No era como que le importara ni nada por el estilo.

Salió tranquilamente del baño. –Cuidado, Granger, soy aún más atractivo vestido de negro.

Granger lo observó por encima del libro.

–Irresistible –dijo fríamente–. Me derrito.

Su sarcasmo fue abrasador.

Draco se sacudió el polvo inexistente de su hombro. –Por lo menos no es un trozo de tela de los asientos del Expreso de Hogwarts.

–Mmm, el tuyo es bastante lúgubre.

–¿Disculpa?

–Más bien fúnebre –dijo Granger–. ¿Quién falleció?

–Tu ingenio, hace aproximadamente un minuto.

–¿Era ingeniosa antes?

–Solo un poco.

Una sonrisa se estaba asomando por los labios de Granger. Levantó el libro para esconderla. –Es más de lo que puedo decir de ti.

–Cuidado o revocare tus privilegios de lectura.

Granger alzó las manos. –Bandera blanca. ¿Tregua?

–Acepto.

 


 

Draco tenía la ligera sospecha de que Granger era una de esas odiosas personas mañaneras. Lo comprobó al día siguiente, cuando saltó de la cama a las terrible cinco y media de la mañana.

El sol salió junto con ella esa mañana de Solsticio y pareció igualmente obsesionada con negarle a Draco su adorado y saludable descanso para estar acostado, preferiblemente hasta las once de la mañana.

Para agravar aún más su irritación, Draco se despertó con una erección. Permaneció inmóvil, boca abajo en la cama mientras Granger se movía por la recámara, sacando cosas de su maleta, quejándose de su sueño, hasta que por fin entró al baño.

Sacudió su varita para deshacerse de su indecencia e intentó recordar cuándo fue la última vez que había despertado así. Maldita sea, necesitaba acostarse con alguien.

Granger fue rápida en el baño. Después, oliendo a jabón y piel limpia, se paró junto a la cama de Draco y se aclaró la garganta.

¿Qué? –dijo molesto hacía su almohada.

–¿Estás levantado?

Draco pensó que debería postularse para ser canonizado, ante los chistes que no estaba haciendo.

–Vete –dijo Draco.

–Deberíamos irnos pronto –respondió Granger.

–Dijiste que a las ocho –dijo Draco.

–Ya casi son las ocho –contestó Granger.

Draco abrió un ojo para revisar el reloj en la mesita de noche. –Mentirosa. Son las seis . Así que, por favor, vete a la mierda.

Granger, claramente llena de energía y ansiedad, soltó un suspiró. –Okay. De acuerdo. Iré a buscarnos algo de desayunar.

–No regreses hasta las ocho –le advirtió Draco.

La amenaza hizo que Granger regresará. –¿O qué?

–Te arrancaré la cabeza de un mordisco.

–¿Eres un hombre lobo? –Preguntó Granger.

–Podría convertirme en uno, solo para hacer eso –dijo Draco.

–Está bien. ¿Qué quieres?

Evidentemente , que te vayas.

–Me refiero a la comida.

–No me importa. Solo déjame dormir.

–Está bien.

Granger se fue refunfuñando.

Draco intentó volver a dormirse. En lugar de eso, tuvo una segunda erección, de la cuál se deshizo en la pequeña regadera. Fue poco satisfactorio y se golpeó el codo contra la pared en el proceso, pero era eso o nada.

Granger regresó a las ocho en punto (bendito sea su ocasional respeto por seguir las instrucciones) con desayuno en mano. Este consistía en mantequilla, mermelada, un baguette y para beber, dos cafés. 

–Los dos son para ti –dijo Granger, dándole las bebidas–. Esperemos que con esto se te baje el mal humor por el resto de la mañana.

Draco, aún irritado, tomó las bebidas y salió al pequeño balcón para disfrutarlas en paz.

Cuando regresó a la habitación (sintiéndose mucho menos inclinado a arrancarle la cabeza a alguien), Granger había sacado su equipo de caminata. –¿Nos disfrazamos?

–Sí –dijo Draco.

Granger se dió la vuelta mientras Draco se ponía su ridículo traje de excursionista Muggle recién casado. Después, encantó su cabello para que se viera menos Malfoy-esco, mientras Granger hacía lo mismo, para verse menos Granger-esca.

–¿Listo? –Preguntó Granger.

–Listo –dijo Draco.

Se dieron la vuelta para ver sus cambios.

–Qué gracioso –dijo Granger.

–Me muero de la risa –dijo Draco.

Granger había elegido cambiar su cabello para que se viera de un rubio casi blanco y lacio, sus ojos ahora eran grises. Mientras que Draco había elegido rizos oscuros y ojos cafés.

–Das miedo –dijo Draco.

–Te ves ridículo –contestó Granger.

–Pareces el cadáver de una Veela.

–Tu cabello parece un peluquín.

Concluído el intercambio de cumplidos, Granger preguntó –¿Vamos?

Draco asintió y se puso los lentes de sol que había comprado para la ocasión. Tenían forma de corazón, eran color rosa y también se veían maravillosamente kitsch . Granger los miró por un largo momento, luego, declaró que también quería unos y materializó un par igual.

por catmintandthyme (¡hay una versión NSFW!)

Ya equipados, iniciaron su camino hacia el monasterio. La caminata comenzo de forma agradable y acalorada teniendo como meta la violación sacrílega de una reliquia invaluable.

Tal como Granger prometió, la caminata era pesada. Por fortuna, era lo suficientemente temprano para que el calor del mediodía no los matara por completo. Mientras avanzaban cuesta arriba, eran protegidos de los rayos del sol por la infinidad de árboles que filtraban la luz entre ellos. Jacintos blancos crecían bajo los árboles. Olía a tierra y hongos.

Entre jadeos, Granger le proporcionó a Draco historias de distintos peregrinos que habían seguido este mismo camino y los supuestos milagros relacionados a ello.

Draco dijo que, por muy interesantes que fueran dichas anécdotas, le recomendaba guardar el aliento para la caminata y concentrarse en ello. Obviamente, no hizo caso a su consejo. Aproximadamente a la mitad de una subida bastante empinada, su plática la distrajo tanto que se salió del camino y cayó en el lodo. Su varita, la cual había estado utilizando para eliminar la maleza, se quedó en el camino junto a Draco.

Draco, viendo que Granger estaba ilesa en el fondo de la zanja, adoptó una posición contemplativa, recargándose contra un árbol. –Lo que acabas de hacer ahí, Granger, es irte patas pa ‘rriba .

–Gracias por la ilustre descripción –Granger por alguna razón, estaba malhumorada.

Luego, Draco le explicó generosamente los Principios y Leyes de la Física que no había estado aplicando correctamente.

Granger intentó salir de la zanja, lo cuál solo la hizo hundirse más entre las zarzas.

Draco observó con gran interés. –Los rubios si que se divierten más.

Granger se rindió en su intento de salir de la zanja, estaba distraída con lo destrozada que estaba su ropa, cortesía de las zarzas. –Ugh. Esto era nuevo.

–Parece que perdiste una pelea con un Jack Russel –dijo Draco.

Granger se veía muy irritada. –¿Me vas a ayudar?

–Tienes una escoba –dijo Draco.

No –dijo Granger–. Pásame mi varita.

–Pero la escoba ya la tienes. Contigo. En tu bolsillo.

No. ¿Estás loco? Es tu escoba más rápida. Me voy a romper la cabeza.

Draco se burló. –No eres tan mala volando. ¿O sí?

Granger lo fulminó con la mirada y con las manos en la cintura. Cambió de táctica. –¿Cómo va tu pierna?

–...Bien.

–Mentiroso. Te has estado recargando sobre la otra pierna por, al menos, los últimos 15 minutos.

Lo cuál era cierto, pero Draco esperaba que no se hubiera dado cuenta.

–¿Quieres que te la revise? –preguntó Granger.

–No –dijo Draco.

–Las mordeduras de mantícora son horribles –dijo Granger. –¿Has seguido con los ejercicios que te sugirió Parnell?

–No es de tu incumbencia –dijo Draco, porque la respuesta era que no, en primer lugar porque era un experto procrastinador y después porque se le había olvidado.

–¿Es tu LCP*, verdad? Se ve por como caminas.

–¿Estás intentando sobornarme con una curación para evitar usar la escoba, verdad?

–Si. ¿Está funcionando?

Draco consideró a la bruja enlodada en el fondo de la zanja. Después consideró lo hilarante que sería ver a Granger intentando montar su escoba. Al final, considero el dolor en su rodilla.

El dolor ganó. Necesitaba ser ágil, ya que no sabían que les esperaba en el monasterio. Qué desafortunado.

Draco le aventó la varita a Granger.

Fue rápida para ingeniar su salida. La tierra bajo sus pies se elevó como una plataforma e impulsada por unas cuantas raíces, regresó al camino principal.

Con varita en mano, Granger se veía más peligrosa que cuando estaba en el fondo de la zanja. Ahora miraba a Draco con cara de pocos amigos por haberse reído de ella. Se sentía como una promesa de venganza en el futuro.

Sin embargo, un trato era un trato (bendita sea, que ella siempre respetaba esto), la varita de Granger rápidamente apuntó a la rodilla de Draco, donde inmediatamente sintió alivió.

–Necesitas hacer los ejercicios –dijo Granger mientras se sacudía el polvo–. Las curaciones solo pueden llegar hasta cierto punto. No seas flojo. Solo tienes dos rodillas.

–Si, si, tienes razón. Sigamos. Hemos perdido suficiente tiempo con tus jueguitos en la zanja.

Con el cuerpo al cien, Draco reanudó el camino, con Granger corriendo detrás de él, murmurando cosas groseras a su espalda.

Finalmente, llegaron al monasterio. Granger le había explicado que había sido construído en la entrada de la cueva donde María Magdalena se había refugiado, ahora en ese lugar se encontraba la capilla.

Draco y Granger se tomaron un momento para camuflar sus varitas y ajustar su lenguaje corporal. De ser abiertamente hostiles, ahora eran una pareja de recién casados perdidamente enamorados. Caminaban juntos, con los brazos entrelazados.

El primer obstáculo fue la monja que se encontraba en la puerta, una mujer mayor, que observaba su aproximación con expresión severa. 

Ah non non non. Aucune visite aujourd’hui; le monastère est fermé –dijo la monja.

Granger, secándose el sudor de la cara, fingió sorpresa y preguntó que porqué estaba cerrado.

La monja les explicó que era el solsticio de verano y todos se encontraban en la Basílica. Eran bienvenidos a unirse a la celebración allá ya que hoy no habría servicios en la capilla del monasterio.

Granger hizo una excelente actuación de angustia. Draco también se unió a la conversación explicándole a la monja que la peregrinación al monasterio tenía un significado espiritual para ambos y que habían pasado su luna de miel aquí especialmente para visitarlo. ¿No consideraría hacer una excepción?

Granger parecía al borde de las lágrimas diciendo que solo quería prender una vela y hacer una oración a María Magdalena, porque ella era una pecadora arrepentida que necesitaba su bendición.

Draco hizo un gran espectáculo tratando de consolar a su esposa. (Se sentía interesante tener a Granger entre sus brazos y sentir su aliento en el pecho a través de su camisa. Se sentía sorprendentemente… bien. Sí, esa era la palabra correcta.)

Le dió unas palmaditas en el trasero de forma teatral, ella se puso tensa y él sintió un pellizco en los brazos.

La monja frunció los labios al ver dicho espectáculo.

Draco le dió una ligera pasada de Legeremancia a la mente de la monja para determinar si tenían que escalar la situación y pasar directamente a Aturdir. Descubrió que los lentes de corazón que traían puestos era lo que la convenció; la monja concluyó que eran un par de idiotas y que una visita breve no afectaría a nadie, a pesar de las indicaciones de la Madre Superiora.

No se pongan celosos, por favor.

La monja los llevó por el monasterio hacía la cueva de María Magdalena. – Quinze minutes –dijo con tono amenazante.

Quince minutos no eran suficientes para sus malvados planes, aún así, Draco y Granger le agradecieron.

–Vieja arpía –dijo Draco cuando la monja se fue.

–Shh –dijo Granger–. Nos va a sacar si te oye.

–Sacarnos con sus supuestos poderes ninja, dices.

Granger hizo una mueca. –No entendí.

Draco concluyó que desperdiciaba su personalidad con ella.

–Al menos hiciste un buen trabajo mintiendo –dijo Draco.

Si puedo mentir –dijo Granger–. Una vez logré engañar a los duendes de Gringotts, sabes. Se me da bien cuando no estoy siendo petrificada por esa mirada que tienes.

–Hipnotizada querrás decir.

–Clavada. Paralizada. Desvía tu mirada antes de que me hagas pedazos.

Draco miró hacia otro lado riendo. No le dijo que sus ojos tenían el efecto opuesto: sentía como lo atraían hacia ella. A veces, si no se cuidaba, cruzar la mirada con ella se sentía como caerse de una escoba.

Pero ya, era suficiente disparate sobre ojos.

Observaron todo lo que los rodeaba. Era más grande de lo que Draco se había imaginado, la cueva por si solo contenía toda una capilla. Las paredes estaban llenas de velas, las grietas en la cueva habían sido cubiertas con vitrales, los cuales bañaban el lugar de rojos y azules intensos.

No había nadie. En una esquina de la cueva, Granger Transfiguró dos estatuas en unas réplicas perfectas de ellos arrodillados, además, les colocó un grupo de velas a su alrededor. Si la monja se asomaba para ver cómo estaban, encontraría sus siluetas ahí, en silencio rezando. 

Para finalizar, Granger puso la primera de sus runas de incendio en la base de la estatua de María Magdalena. –Pero no tan cerca –susurró mientras activaba el hechizo– No quiero  romper nada en realidad…

Mientras tanto, Draco lanzaba hechizos de detección, los cuales le informaron que había alrededor de cinco monjas en el recinto. –Podrían ser más. Las piedras hacen que el hechizo no sea tan preciso. Así que, de momento son cinco brujas e incontables hechizos de protección.

–Mejor cinco que todo el convento –dijo Granger.

Satisfecha con su acomodo de los doppelgangers, Granger caminó hacia la orilla de la cueva y se asomó por el túnel que los llevaría a la cripta.

Unos pasos resonaron desde dicha dirección un momento después. Una jovén monja apareció y les preguntó, tanto sorprendida como molesta, ¿qué hacían ahí?

Granger dijo: Pardon, je cherche les toilettes.

La monja apuntó a un letrero bastante obvio por encima de la puerta que decía ACCÉS INTERDIT y le preguntó a Granger si podía ver bien a través de esos lentes. Después volvió a preguntar qué hacían ahí y quién los había dejado pasar si el monasterio estaba cerrado. Finalmente, al ver a los doppelgangers, preguntó qué era eso.

La monja estaba demasiado alterada como para hacerse los recién casados nuevamente. Draco cortó sus preguntas Aturdiéndola.

–Mierda –dijo Granger–. Pero lamentablemente, era necesario.

Granger había insistido en que ella fuera la responsable de hacer los hechizos de desmemorización. Eliminó los últimos cinco minutos de la mente de la monja con mucho más cuidado del que Draco hubiera tenido.

–¿Tu hechizo aguantará otros veinte minutos? –preguntó Granger.

–Media hora – a menos que tenga sangre de trol.

–Bien –Granger Transfiguró a la monja en una banca y la movió hacía la pared–. Continuemos.

Granger lanzó un hechizo silenciador a su alrededor mientras Draco los Desilusionaba, agregando adicionalmente un hechizo No-Me-Nota . Regresaron al pasillo que los llevaría de la cueva a la cripta.

Tal como lo habían planeado, Draco iba al frente, revisando antes para que Granger pudiera seguirlo. Dejó caer dos runas más a medida que avanzaban. 

Pronto se toparon con los primeros hechizos de alarma en la escalera que conducía a la cripta. Draco los desactivo sin problema, pero avanzaron más lentamente después de eso, ya se estaban acercando a lo bueno.

Se encontraron con otras dos escaleras ilusorias que los hubieran llevado a pasillos sin salida. Draco desarmó un par de trampas de presión bastante fuertes (una maldición de pestilencia y una de putrefacción). Granger se encargó de un hechizo para-corazones.

–Las monjas no son muy lindas –dijo. Draco podía escuchar el ceño fruncido en su voz.

Al pie de la escalera notaron como el aire se volvió rancio. Llegaron a la reja de la cripta, y con ello, a su primer gran reto: un candado de sangre.

–Eso es magia muy oscura –dijo Draco–. Estas monjas no están jugando.

–Necesitamos a la monja aturdida –dijo Granger–. Quizás deberíamos regresar…

–No tenemos tiempo. Accio –dijo Draco, agitando su varita hacia la monja Transfigurada, que yacía en algún lugar encima de ellos. 

–Pero eso es muy pesado para un Accio…

Granger claramente no tenía idea de las capacidades de Draco. No respondió, enfocándose en su hechizo para traer a la pesada banca hacia ellos. Si alguna otra monja se encontrará en su camino, serían golpeadas por una banca voladora.

Se escucharon unos golpes a lo lejos mientras la banca bajaba por la escalera hacia ellos.

–Wow –dijo Granger ante tal exhibición absurda, pero impresionante de magia.

–Tenías que convertirla en una banca –dijo Draco sin aliento.

Granger deshizo la Transfiguración de la monja con murmullos sobre la precisión y exactitud. Draco después vió como la forma Desilusionada de Granger dudaba al estar encima de la monja.

Draco, al ver que Granger no tenía las agallas para hacer el trabajo sucio, sacó su navaja.

–Solo necesitamos un corte ligero –dijo Granger con aprehensión. Dañar físicamente a otros había sido el último recurso que quería usar.

Draco tomó la mano de la monja y cortó su palma. Presionó la mano sobre el candado. –Esperemos que tenga permiso para abrir esto, o tendremos que ir a cazar a la Madre Superiora.

–Espero no llegar a eso, debe de estar en el pueblo.

Por un largo momento, nada pasó. 

Después el candado de sangre brillo dorado y se abrió de golpe.

Granger suspiró aliviada. Mientras Draco revisaba encantamientos más adelante, ella curó la mano de la monja y la transfiguró de nuevo, esta vez en una antorcha que hacía juego con las demás a lo largo de la pared. 

–¿No pudiste haber hecho eso desde un inicio? –preguntó Draco.

–¡No había antorchas arriba! –gruñó Granger–. Necesitaba camuflarla. 

Se adentraron a la cripta, la cual tenía las paredes húmedas y mohosas, apestaba a siglos de muerte. Granger, oculta detrás de Draco, le daba direcciones mientras avanzaban. Se había memorizado el camino, basándose en todos los libros que había conseguido del tema. Si su progreso se detenía por algún bloqueo, tenía al menos tres rutas alternas.

Draco desarmó varios encantamientos de protección bastante fuertes, iban incrementando en dificultad mientras avanzaban. A la mayoría apenas y se le podía llamar encantamientos, eran maldiciones. Iban tan lento que apenas y se movían.

–Chingada madre, ¿un glifo destripador? –dijo cuando llegaron al siguiente bloqueo–. Estás monjas son prácticamente asesinas.

Sintió a Granger asomarse por encima de su hombro y verlo desarmar el maleficio.

–Esto es mucho más oscuro de lo que esperaba –dijo Granger.

–¿Cómo vamos de tiempo?

–Cinco minutos hasta que la monja de la entrada venga por nosotros. Tal vez diez si ve nuestras figuras rezando.

–Vamos mucho más lento de lo que me habría gustado –dijo Draco, aumentando la velocidad con la varita en alto.

–Lo sé –dijo Granger preocupada.

Continuaron por túneles cada vez más estrechos, pasando por siglos de huesos apilados y cuerpos momificados por el tiempo. Ya que la varita de Draco estaba ocupada, Granger conjuró un círculo de flamas azules alrededor de ellos para iluminarles el camino, junto con su Lumos .

Por un tiempo sospechosamente largo, no hubo más hechizos. 

Después, llegaron frente a un cráneo de cabra flotando en el centro del pasillo. Se veía inofensivo, simplemente suspendido en el aire. Tallado en el polvoriento suelo había un pentagrama. 

Draco apretó los dientes: este lo había leído en su libro de los monjes Dominicanos.

–¿Qué es? –preguntó Granger a su espalda.

–La barrera de Belcebú –dijo Draco–. Tenía la esperanza de que no nos lo encontráramos.

–¿Por qué?, ¿Qué pasa si la activamos?

–Un caso bastante fuerte de posesión demoníaca. Cosa que por cierto, ninguno de los dos es lo suficientemente devoto como para combatir –dijo Draco.

–Ugh. ¿Cómo la desarmamos? –preguntó Granger.

–Con un sacrificio humano.

¿Qué?

–¿Me traigo a la monja?

No. Tomaremos otro camino. Espera. Déjame pensar en un desvío. Esta era la ruta más directa, claro…

Después de un par de minutos, en los cuales Granger dibujó mapas mentales sobre la espalda de Draco, que a su vez le causaron escalofríos, finalmente, los guió por otro pasillo. Ambos estaban conscientes de que el tiempo se les estaba acabando.

Granger dejó otra de sus runas de incendio y luego dijo –Ya nos pasamos de los quince minutos.

–Esperaremos hostilidad al salir de aquí –dijo Draco–. Ojala solo sean las cuatro monjas restantes.

–Las runas nos servirán de distracción –dijo Granger, pero su tono delataba la  irritación ansiosa que sentía, esto no estaba saliendo acorde al plan.

El nuevo camino los condujo directo a una nube de contagio y un hechizo de Carcerem sine fine , ambos desarmados por Draco.

Mientras trabajaba, Granger, estresada por el tiempo, se adelantó para asomarse y ver la siguiente esquina.

En defensa de Granger, Draco tampoco hubiera esperado otro hechizo tan seguido después de los dos que desarmó, pero ahí estaba. Granger la activó, y una nube de flechas arcanistas salieron volando por todos lados. 

Solo los excelentes reflejos de Draco los salvaron de morir empalados. Mientras las flechas volaban a su alrededor, empujó a Granger contra la pared y lanzó un Obice circum . Así las flechas pasarón a encajarse directo en su escudo. 

–¡IDIOTA! –dijo Draco con la cara en el cabello de Granger–. Casi nos matas con eso. ¡Se supone que debías quedarte atrás de mí en todo momento !

–¿Pusieron tres trampas en dos metros cuadrados? –Dijo Granger sin aliento en algún lugar cerca de su pecho.

–Evidentemente. Y gracias a eso, ahora tenemos un problemita –dijo Draco mientras las flechas explotaban en su escudo.

–¿Un problemita? ¿Así le llamas a este infierno? 

–¡Haz algo con el maldito fuego antes de que derribe mi escudo! 

Granger, tomando acción, deslizó su varita bajo el brazo de Draco y lanzó un comando complejo de runas.

Las flechas se detuvieron.

–Deberás enseñarme eso –dijo Draco alejándose de ella.

–En otro momento –dijo Granger con voz temblorosa, Draco no estaba seguro de si era por nervios o cansancio. Cada runa y hechizo de incendio que ponía estaba drenando su magia, así como cada maldición que él desarmaba estaba drenando la suya. Draco llevaba un conteo de más de veinte maleficios desarmados en los últimos quince minutos.

–Ya casi llegamos, este es el último pasillo –dijo Granger.

El techo se fue haciendo más bajo a medida que avanzaban. 

–¿Estás segura de que no vamos directo al matadero? –preguntó Draco mientras se encorvaba para avanzar.

–Sí. Es el camino correcto. Probablemente lo hicieron así a propósito…

Draco se detuvo en seco. Granger chocó con su trasero, maldijo y quitó los hechizos de Desilusion para que pudieran verse.

Draco se movió un poco para dejar que Granger viera el casi invisible brillo rojo sobre el suelo, bajo el brillo de su varita.

–Estas malditas monjas –dijo Draco.

–¿Qué es?

–Uno de los Tormentos inventados por los Cartujos. Lo llamaban Santificación Espiritual. Cabrones satíricos.

–¿Qué hace?

–Es un Crucio por la zona marcada. Es más fácil que lanzarlo continuamente. Ideal para los calabozos.

–¿Una alfombra de Crucio?

–Básicamente.

–Qué horrible –dijo Granger.

–¿Alguna ruta alterna?

–La de Belcebú nos bloqueó el camino principal. Tenemos que pasar por esa, o cruzar esto… 

Mientras hablaba, un destello púrpura brillo en la visión periférica de Draco. Empujó a Granger fuera del camino en el preciso momento en el que la chispa estalló en un latigazo de feroz luz violeta. La maldición siseo contra la pared dónde la cabeza de Granger había estado.

–¿Qué fue eso ? –Granger estaba boquiabierta mientras veía como el ahora corrosivo lodo púrpura roía la pared de piedra. 

–Desollador mental –dijo Draco mientras se ponía de pie–. Con activación retrasada. Asqueroso. 

–¿ Desollador mental? –repitió Granger, poniéndose de pie también–. Estás malditas monjas…

–Escoba –dijo Draco, con su atención nuevamente sobre el Tormento–. No debemos tocar el suelo. Y no sugieras usar Wingardium Leviosa .

–No lo iba a hacer –respondió Granger mientras sacaba la escoba de su bolsillo–. No confiaría en mis habilidades en un lugar tan cerrado, no con un cuerpo tan grande como el tuyo…

Se montaron sobre la escoba, ambos con las rodillas alzadas. El techo estaba tan bajo que aún con sus cabezas rozándolo, las rodillas de Draco estaban a centímetros del suelo.

–Estas pinches monjas –murmuró mientras cruzaban con delicadeza sobre cinco metros de sufrimiento.

Granger estaba más enfocada en ahorcar a la escoba con sus manos y piernas.

Llegaron al otro lado. Draco los bajó para comenzar a desmontar. Algo dorado brillaba al final del pasillo: parecía ser el relicario que Granger le había descrito. Por fin.

–¡Espera! –siseó Granger–. ¡Mira!

Arriba de ellos, y solo visible por las flamas azules de Granger, una runa estaba tallada en el techo.

Draco regresó la escoba al aire. –¿Qué es?

–¿ Ethos? –dijo Granger con la cabeza inclinada hablándose a sí misma–. ¿ Raidhu? Pero por qué… ¡Oh! ¿No sabía que se podía hacer eso? ¡¿Qué?! Este uso no está descrito en ninguno de los libros…

–¿Qué rayos es? –repitió Draco.

–Creo, basado en un análisis extremadamente preliminar que es, bueno, lo único que se me ocurre para describirlo es una Runa de Ética Inversa.

–¿Ética… inversa? –repitió Draco. Había esperado algo bastante más letal. Entrañas Inversas, tal vez.

–Te haría pensar lo opuesto de lo que fuera tu punto de vista moral –dijo Granger– Creo. Voltearía tus intenciones.

–Entonces, sobrevives a la alfombra de la tortura odiando a las monjas, queriendo matarlas y destruir el lugar, para que después esto te haga efecto y…

–Las amarías, las querrías ayudar, y no querrías hacer nada de lo que anteriormente estabas por hacer, si –dijo Granger–. Brillante idea, debo admitir. Deja que me encargue de esto. ¿Nos puedes acercar más?

Draco elevo la escoba y los mantuvo lo más estables posibles mientras Granger dibujaba runas. Este ejercicio tomó lo que se sintió como una eternidad. Draco siguió lanzando hechizos de detección atrás de ellos, consciente de que ya debería de haber comenzado la  búsqueda de una pareja de muggles recién casados.

Le pareció escuchar voces.

El techo crujió y la runa se desintegró.

–Listo –dijo Granger.

Por fín.

Se bajaron de la escoba. Draco regresó a su punto, se sentía tan presionado por el tiempo que estaba considerando reactivar todos los hechizos para que las monjas tuvieran que pasar por ellos también y así darles una buena probada de su propia medicina. 

Por fín, llegaron ante el relicario de María Magdalena.

Hic requiescit Magdalenae corpus Mariae. (Foto: magdalenepublishing.org)

Parecía estar hecho de oro puro. Brillaba en la oscuridad, salvo por el cráneo de la mujer, que resaltaba por estar frente a un fondo oscuro. A los costados había más oro: crucifijos, copas, estatuas y cofres llenos de monedas.

Draco no detectó ningún hechizo maligno, así que se acercaron. 

Había una inscripción en el relicario que resaltaba. 

Noli me tangere –recitó Draco–. No me toquen. Bueno, eso inspira confianza.

–Sólo vamos a molestarla un poquito –dijo Granger, mordiéndose el labio.

–¿Qué es ese frasco a su lado?

–La Sainte Ampoule . Supuestamente contiene tierra bañada en la sangre de Cristo. La tomó María Magdalena al pie de la cruz.

Draco soltó un silbido mientras se acercaban más al relicario. –Esto debe valer un par de Knuts.

Una voz ronca habló en francés. – ¿Un par? Qué audaz.

Draco y Granger brincaron del susto. Los Hominem Revelios rebotaron contra las paredes sin revelación alguna. Draco le lanzó un Protego a Granger.

La voz habló de nuevo: – Mi única visita en siglos, y claro, son un par de estúpidos.

–Oh por dios –dijo Granger– Es el cráneo.

Draco lo miró fijamente. 

Hola –dijo el cráneo a Draco– Eres lindo.

Por las barbas de Merlín –dijo Draco.

Me caes bien –El cráneo sonrió en su dirección–. Dame un beso.

Notes:

*Ligamento cruciforme posterior (LCP) es un ligamento que se encuentra dentro de la articulación de la rodilla y conecta los huesos de la parte superior e inferior de la pierna.

Chapter 15: Noli Me Tangere

Chapter Text

arte bello por alinadoesartsometimes

Draco había experimentado muchas cosas extrañas y maravillosas en su vida, pero que el cráneo de un santo muerto hacía mucho tiempo le sacara plástica ciertamente se encontraba entre lo más bizarro de su lista.

Dame una buena razón por la cual no debería de gritar auxilio a las monjas –dijo el cráneo.

–Te haré añicos si lo intentas –dijo Draco.

Promesas, promesas –dijo el cráneo

–Por favor, ¿eres María Magdalena? –preguntó Granger, su sorpresa anterior dio paso a una curiosidad extrema.

Un eco de lo que ella fue alguna vez –dijo el cráneo.

–¿Un fantasma? ¿Un espíritu?

Hay distintas maneras de Ser.

Draco codeo a Granger. –No es el momento adecuado para esto.

Cierto, mejor discutamos sobre qué hace un chico tan lindo como tú en un lugar como este.

–No tramando nada bueno –dijo Draco–. Obviamente.

Ooo la la, un chico malo.

Granger estaba en un estado de trance ante el cráneo. Draco le dio un codazo de nuevo. –Haz lo que tengas que hacer. Tenemos que irnos.

Granger pareció reaccionar. –Bien, tengo que… pero…

Se escucharon voces por el pasillo. –Tenemos compañía –la interrumpió Draco–. Activa tus runas.

Granger alzó su varita y murmuró unas palabras antiguas. Draco sintió que se le erizaba la piel de los brazos cuando ella líbero su magia. Cinco chispas brillantes brotaron de su varita y recorrieron el pasillo para detonar a sus contrapartes.

Hubo un momento de silencio puro y perfecto.

Después, la cripta, los pasillos y la gruta fueron sacudidos por explosiones. Los gritos resonaron a lo lejos. Una ligera capa de polvo cayó sobre Draco, Granger y el relicario.

Desde el pasillo no se volvió a escuchar nada.

Granger estaba apoyándose en sus rodillas, sin aliento por el uso excesivo de magia.

¿Qué has hecho? –preguntó el cráneo.

–Nos di más tiempo –dijo Granger.

–Hazlo –dijo Draco haciendo guardia en el pasillo–. ¡Rápido!

Granger estaba agitada. –¡Pero, está consciente! ¡No deberías tener conciencia!

Consciencia es un término bastante optimista –dijo el cráneo.

–¡Pero, puedes sentir! –dijo Granger–. No puedo simplemente… solo...

¿Solo qué?

–Necesito un pequeño pedazo de ti –dijo Granger.

Tch. Tú y el resto del mundo. Pedazos de mi han sido robados por siglos y siglos, ¿sabes?

–¡Muévete ya! –gritó Draco.

Granger sacó un osteotomo bastante intimidante de su bolsillo.

Sí. Mi mandíbula vivió en Roma por 700 años. Recién nos reencontramos.

-¿Oh, en serio?

En 1295. Gracias al Papa Bonifacio VIII, bendita sea su cabeza puntiaguda.

Granger comenzó a acercarse al cráneo. –Em, veo que tu hueso occipital está quebrado. ¿Te molestaría si lo arreglo un poco?

Draco puso los ojos en blanco. Granger estaba intentando recibir el consentimiento de un cráneo maldito.

Noli me tangere –dijo el cráneo.

Granger, con el osteótomo en una mano y la varita en la otra, dijo: –Lo siento mucho –desapareció el vidrio del relicario–. Lo siento, pero es para una buena causa lo prometo…

Noli me tangere –repitió el cráneo mientras la mano de Granger se acercaba–. Te arrepentirás.

Algo en el tono del cráneo hizo a Draco voltearse.

Extendió la mano y agarró el brazo de Granger, justo a tiempo para unirse a ella mientras el cráneo –un maldito traslador– los transportaba fuera.

 


 

Se materializaron en un calabozo, a diez metros del suelo, y comenzaron a caer en picado. Como en cámara lenta, ambos se giraron para ver un brillo rojizo en el suelo de piedra: era la Santificación Espiritual.

Lo único que los salvó fue el hecho de que tenían sus varitas en mano. Granger le lanzó un Wingardium Leviosa a Draco al mismo tiempo que él se lo lanzaba a ella, ambos flotaban a merced del otro, y a centímetros del Tormento.

Granger estaba haciendo un trabajo decente al sostener su “grande y molesto cuerpo” en el aire, pero su magia se sentía algo débil. No iba a poder sostenerlo por mucho tiempo. El propio Draco estaba empezando a sentirse mareado, el uso de su magia con las trampas ya le estaba pasando factura, e incluso mantener a flote la pequeña figura de Granger era agotador.

–¡La escoba! –jadeó Draco.

Granger le lanzó el cráneo a Draco, quién lo atrapó como si fuera una Quaffle huesuda. Sacó la escoba. En una serie de torpes y flotantes acrobacias, consiguió pasar una pierna por encima de la escoba. Luego, bajo sus manos inexpertas, se movió hacia Draco con sacudidas rápidas e inciertas. Cuando Granger se acercó lo suficiente, él tiró de la cola hacia sí mismo y se desplomo detrás de ella.

–¡Mierda! –dijo Granger sin aliento.

Draco estaba furioso. –¡Esas malditas monjas!

Oh, Dios –dijo el cráneo mientras se lo regresaba a Granger–. Esto no había pasado desde la Edad Media. ¡Qué divertido!

Draco movió la escoba por todo el calabozo con la varita en alto buscando una salida.

–Esta piedra ha de ser muy gruesa –dijo Granger lanzandole hechizos de Transfiguración a la pared mientras Draco pasaba por el perímetro–. No puedo hacer nada más allá de la primera capa.

–Podemos intentar fuerza bruta con un par de Bombardas –dijo Draco–. Pero, eso nos drenaría de magia y quién sabe qué nos espera del otro lado.

Oh, como unas cincuenta monjas enojadas –dijo el cráneo–. Ya debieron haber hecho sonar la alarma y seguramente están regresando de las festividades del Solsticio. Ooh. espero que no conozcan a la Madre Superior, porque ella sin duda dejaría tu linda cara irreconocible.

Tiene que haber una entrada, ¿si no cómo entran a sacar a los prisioneros? –Draco redobló en su búsqueda–. Tenemos que encontrarla, ese va a ser el punto débil.

–Apostaría a que no la hay. Seguramente cancelan el hechizo de Anti-Aparición y entran para sacar a los cadáveres torturados de la Alfombra de Crucio –reflexionó Granger oscuramente.

Qué inteligente –dijo el cráneo.

–Ya cállate, es tu culpa que estemos aquí.

Intenté advertirles –dijo el cráneo–. ¿No hablan latín?

Granger ahora estaba revisando sus bolsillos. –Tengo un millón de cosas en mis bolsillos, pero, ¿qué hago con todo esto? ¿Ponemos trampas? ¿Hacemos explosivos? Podrían dejarnos aquí pudriendo por años antes de venir a revisar. Tengo suficiente comida para… ¿meses tal vez? ¿Cómo vamos a dormir encima del Tormento? ¿Podría hacernos unas hamacas?

Durante el transcurso de su hablar agitó las manos, Granger inconscientemente presentó una solución. Draco la tomó de la muñeca. Bajo la luz de sus varitas, su anillo brilló.

Granger siguió su mirada. –Pero dijiste que no terminaste el Traslador.

–No.

–¿Entonces qué estás pensando?

Draco tocó sus dedos contra la muñeca de Granger. –No lo sé. Una posibilidad. No pude solucionar el destino final a dónde uno quisiera. La Aritmancia está correcta, solo hay una parte al final que no he logrado resolver.

Granger ahora estaba emocionada. Se volteó hacía él en la escoba. –Entonces, estás diciendo que funciona, ¿pero no sabremos a dónde iremos?

–Sí.

Granger le tendió su mano. –Actívalo.

–No entiendes. No tengo la más remota idea de donde vamos a aparecer –repitió Draco–. Puede ser el centro de la tierra. O dentro de un volcán, o al fondo del mar junto a Atlantis. Podemos morir al momento de aparecernos: aplastados, quemados o asfixiados.

Granger buscó algo en sus ojos, viéndose igual de atónita que él. –¿Enfrentarnos a cincuenta monjas enojadas o asifixión?

Draco se talló la cara. –Maldita sea. ¿Cómo chingados llegamos aquí?

Oh, usen el Traslador, ¡usen el Traslador! –dijo el cráneo–. ¡Quiero ver el mundo!

–Tú escoge –le dijo Draco a Granger, ignorando al cráneo.

Granger se volteó en la escoba y pensó.

–Estás haciendo un análisis SWOT –dijo Draco, viendo sus dedos moverse ligeramente.

–Shh.

¿Qué es un análisis SWOT? – preguntó el cráneo.

–Lo que mejor hace –dijo Draco. (Fue bueno que Granger no estuviera escuchando; en la declaración se había deslizado un poco de cariño no solicitado. Eurgh.)

Granger salió de su proceso mental determinada. Se volteó a ver a Draco. –Traslador. Varita en mano lista para Desaparecer al momento que lleguemos. Aunque nos encontremos en un espacio hostil, cualquier daño que suframos en ese milisegundo debería ser curable.

–¿Hasta la lava? Estamos tomando un gran riesgo.

–Tenemos el cráneo. Y tengo vidas que mejorar. Revisemos que no tenga algún hechizo de rastreo, no ocupamos que nos sigan las monjas a donde sea que lleguemos.

El cráneo pasó por hechizos de diagnóstico tanto por Granger y Draco. Ninguno fue cuidadoso con ello, pero el cráneo pareció no sentir tanto de esto.

Eso hace cosquillas –dijo el cráneo mientras estaba suspendido en el aire recibiendo hechizos.

–Está limpio –dijo Draco–. Solo un ligero rastro del Portus de hace rato.

–Lo cual fue una idea brillante. Un hechizo no malicioso al final de todo. Directo a un calabozo. Malditas monjas.

–Está bien –dijo Draco–. Vámonos. Pero, antes, quiero dejar un par de notas de agradecimiento a las Hermanas Benedictinas de la Sagrada Basura.

Oh, que traviesos –dijo el cráneo mientras Draco soltaba un par de maleficios, maldiciones, entre otras cosas interesantes a las paredes del calabozo.

Al diablo con el cansancio. Necesitaba venganza.

–¿Lista? –preguntó Draco, su varita sobre el anillo de Granger listo para activar el Traslador.

Granger lo miró a los ojos y asintió. Estaba nerviosa, pero no tenía miedo.

Maldita bruja valiente.

Portus –dijo Draco.

 


 

El Traslador los succionó a través de la Sala Antiapariciones en un prolongado y repugnante arrastre. Draco no estaba seguro de qué estaba agarrando con más fuerza: su varita, la cintura de Granger o la escoba entre sus piernas.

Se materializaron a unos sesenta metros del suelo (gracias a los dioses por la escoba) sobre una escena extraña y surrealista. Volaban sobre un grupo de barcos, agrupados como si estuvieran amarrados en un muelle, pero no había agua. Hasta donde alcanzaba la vista de Draco, las dunas ondulaban, una y otra vez en el horizonte.

(foto: theworldgeography.com)

La cabeza de Granger también daba vueltas observando todo, su curiosidad ganándole al miedo de volar. Un ligero humo salía de su anillo, el último pedazo del Portus imperfecto desapareciendo.

El aire caliente sopló tierra en sus ojos y resecó sus labios.

–Por supuesto que no podíamos terminar en, no sé, Kent –dijo Draco. 

–Eso hubiera sido muy conveniente –dijo Granger–. Pero, prefiero esto en lugar de un volcán y, además, no nos desparticionamos por una aritmancia mal ejecutada. Bien hecho.

Draco voló aún más abajo, lanzando hechizos de detección hacía los barcos. No había nada vivo entre ellos.

–Voy a descender. Necesitamos descansar, estamos lo que le sigue de agotados.

–De acuerdo.

Aterrizaron entre cascos oxidados y encontraron sombra bajo uno de los barcos más pequeños.

Granger se cayó de la escoba de esa manera desgarbada suya, permaneció a cuatro patas en el suelo por un largo momento y luego se puso de pie.

Buscó en sus bolsillos por un momento hasta que sacó su dispositivo muggle, haciendo un sonido de triunfo. Sin embargo, dicha celebración fue corta. Granger caminó, mantuvo el celular en alto y bajo, le picó a un par de botones. Pero, lo que sea que debía hacer, no lo estaba logrando.

–No hay señal –suspiró Granger–. Estamos fuera del alcance de las torres de telecomunicación muggle. Me hubiera gustado saber dónde estamos. 

–¿Un desierto tan grande como este? Alguna parte de África, sin duda.

–Pensé lo mismo –dijo Granger–. Hay un lugar llamado Costa de los Esqueletos en Namibia, famoso por los naufragios entre las dunas. Pero esa teoría se ve desmentida por la notoria ausencia del mar. Quizás los barcos nos den una pista

Camino hacia la proa del barco donde tomaban la sombra. Un par de caracteres estaban en esta parte que en algún momento indicaron el nombre del barco.

Granger se puso las manos en la cintura. –¿Cirílico?

–...¿Estás sugiriendo que nos encontramos en Rusia?

–No tengo idea –dijo Granger, sonando como que por primera vez en su vida no tenía idea.

Pusieron a un lado los misterios de su situación actual para juntar fuerzas. Draco estaba deseoso de un descanso, tenía la preocupación persistente de que las monjas los encontrarían, y se encontraba demasiado agotado para lograr vencer a cincuenta de ellas. 

–¿Dónde está el cráneo? –preguntó de repente, ya que los últimos diez minutos habían sido libres de sus comentarios innecesarios.

–En mi bolsillo –dijo Granger–. Con un Muffliato alrededor de sus huesos. Me cansé de sus comentarios constantes.

–Bien hecho. ¿Tienes algo de comer en ese bolsillo?

–Obviamente.

Pedazos de barco oxidado fueron mínimamente Transfigurados en una mesa y bancos. Draco notó que ninguna de las florituras habituales de Granger –o preocupación por la precisión– estaban en exhibición. Los bancos estaban desconchados de pintura marina vieja en el fondo; la mesa amenazaba con una guarnición de tétanos con la cena. Granger estaba cansada.

Y, aun así, lograba sorprenderlo. Sacando cosas de su bolsillo expandido, puso comida en la mesa. Un baguette, paté y varios quesos fueron acomodados. Después, unos embutidos, pepinillos y aceitunas. Un refractario de ensalada de berenjena fue lo último en salir. 

Observó la mesa. –¿Qué me falta? ¡Oh! Las bebidas.

Agua embotellada (–Ridículamente cara) y una botella de vino blanco (–No tengo idea si es de las buenas, me gustó la botella) salieron de su bolsillo.

Granger le pasó a Draco el vino. –¿Podrías enfriar esto? Por lo menos hay que hacer las cosas bien.

Draco aplicó un par de encantamiento de enfriado a la botella. –Claro. Por lo menos puedo sentir que contribuí en algo.

No era más que un comentario de broma, pero Granger se lo tomó en serio. Ella frunció el ceño. –¿Contribuido en algo? Malfoy, hoy hubiera sido imposible sin ti. Hubiera dado la vuelta incorrecta en la primera escalera trampa y terminado en una mazmorra para siempre. Y, si no, hubiera sido poseída o estaría muy muerta. Tú sabías el hechizo para cada una de las cosas a las que nos enfrentamos. Rompiste cada maldición en ese laberinto que no había sido penetrado desde la Edad Media. Hiciste un Portus a medias en este anillo, y funcionó, y estamos aquí, vivos, gracias a ti. Fuiste–

Aquí se detuvo, buscó palabras y pareció volverse consciente de sí misma.

–Estuviste extraordinario –concluyó en un tono más bajo. Se aclaró la garganta, evitó verlo a los ojos y se ocupó con su varita–. Voy a conjurar algunos vasos, ¿te parece?

En cuanto a Draco, no dijo nada, porque estaba lidiando con varias emociones a la vez: un golpe de placer ante semejantes cumplidos, un poco de risa ante la incomodidad de Granger, y lo que pareció ser el calor de sus mejillas sonrojadas. Solo que no se sonrojó, porque él era el Maldito Draco Malfoy, así que probablemente fue una quemadura de sol por este maldito desierto.

–Una última cosa antes de comer, si no te molesta –dijo Draco, optando por cambiar violentamente el tema.

Granger alzó la vista. –¿Qué?

Finite incantatem –dijo Draco apuntando su varita a ella.

Su cabello, una coleta lacia y rubia, regresó a ser sus rizos castaños. Sus ojos, ahora oscuros y cálidos, demostraron su gracia. –¿También tú?

–Por favor. 

–Excelente. Estoy harta del tupé. Finite incantatem.

Draco sintió el toque de su magia pasar por su cabello y por encima de sus ojos. Se sintió un poco más íntimo que si lo hubiera tocado físicamente.

Se pasó una mano por el cabello. –¿Ya no parece vello púbico?

–Eh –Granger se encogió los hombros, pero estaba aguantando la sonrisa.

–Puedes solo decir que mi pelo es perfecto, ¿sabes? –dijo Draco.

–Es adecuado , para un mago que acaba de entrar en una cripta y huyó de monjas. ¿Comemos?

Comieron y bebieron y descansaron, con esto empezaron a recuperar su energía mágica. Draco compartió su shock de que Granger pudo hacer una comida que no estuviera conformada de atún y Cheetos. Granger dijo que tenía una bolsa de Cheetos en su bolsillo, solo para él, ya que le gustaron tanto como para recordarlos. Draco le preguntó si también tenía pelos de gato para completar la experiencia. Granger dijo que claro, sacó dos de su bolsillo y los flotó hacia Draco. Él dijo que gracias, con eso se terminó de sentir en casa y que si también tenía pastel Banoffee para el postre.

Casi esperaba que Granger se sacará uno por la manga, pero solo dijo –La tienda del pueblo no tenía.

Lo que sí traía de postre eran más de esos dátiles del día anterior, higo seco y duraznos.

–¿Sabes? –dijo Draco mientras comía un dátil–. Podríamos preguntarle a María Magdalena si de verdad trajo esta receta a esta parte del continente.

–¡Oh! –suspiró Granger. Después de un momento de pensar, dijo: –Hagámoslo.

El cráneo fue sacado de la manga de Granger y, asimismo, canceló el Muffliato.

Hola, ¿qué es esto? –preguntó el cráneo, sus huesos orbitales volteando al barco. – ¿Estamos en el mar?

–No –dijo Granger.–¿Pero podrías conformarte con una pregunta de nuestra parte? ¿Trajiste la receta para dátiles de mazapán a Francia desde la Tierra Santa?

Un dátil fue presentado ante el cráneo.

¿Qué es eso? ¿Una almeja?

–Bueno, eso nos quita la duda –dijo Granger mientras se comía el dátil.

–Has restaurado el honor de toda una nación –le dijo Draco al cráneo.

La atención del cráneo regresó a él. – Oh, eres tú. ¿Sabes?, justo estaba pensando que te verías mejor rubio.

–Gracias –dijo Draco.

Él y Granger intercambiaron una mirada de realización. El cráneo ahora los había visto sin disfraces.

–¿Se le puede hacer Obliviate a un cráneo? –preguntó Draco–. No tienen cerebro.

–Tenemos que intentar, ya nos vio –dijo Granger seriamente–. Tiene mente por lo menos.

El cráneo, que estaba inspeccionando a Granger, dijo:  –Y tú, te ves menos cadavérica que antes.

–Ja, mira quien lo dice.

Yo antes era una mujer hermosa –dijo el cráneo.

–Sigues teniendo hermosos pómulos –dijo Draco.

El cráneo se rio penosamente, un sonido ligeramente desconcertante.

Draco notó que Granger había sacado su osteótomo de nuevo, por fin iba a tomar su muestra. Movió el cráneo en dirección de Draco. Él lo distrajo jugando con su cabello y viéndolo de manera seductora.

Granger presionó la punta de su instrumento donde ya había una grieta en el cráneo. Hubo un crujido cuando una pieza se separó del resto, la cual transfirió a un tubo de ensayo.

¿Qué fue eso? –preguntó el cráneo.– ¿Escuchaste algo?

–No –dijo Draco.

Granger produjo un costal, el cual le puso encima al cráneo para que ya no los pudiera ver. Después apuntó su varita. – Obliviate.

La voz confundida del cráneo se escuchó a través de la tela. – ¿Hermana Sofía? ¿Es usted? ¿Por qué está tan oscuro?

Granger aplicó un Muffliato, silenció al costal y lo guardó en su bolsillo. Se veía arrepentida. –Historiadores darían hasta los ojos por hablar con ella. ¿Podrías imaginarte–

No –dijo Draco.

–Lo sé, lo sé –dijo Granger, aunque el dolor de perder conocimiento le hizo abrazarse a sí misma–. La regresaré al monasterio tan pronto regresemos a la civilización. Ojalá su regreso sano y salvo mantenga a las monjas tranquilas.

–Me hubiera gustado un duelo con la Madre Superior. Me la vendieron muy bien.

Con la comida concluida, se levantaron de los bancos incómodos y se estiraron. Granger sacó una grande y esponjosa colcha, la cual puso sobre la arena. Se acostó sobre ella y Draco se acostó a un lado de ella.

–Sí sonaba como todo un personaje legendario –dijo Granger–. Cual Auror,  ni qué Orden del Fénix, le hubiéramos mandado a Voldemort monjas francesas.

–¿Viste el nivel de ese laberinto? Las monjas lo hubieran derrotado en cinco minutos. Estaríamos bajo un nuevo régimen mundial de monjas.

–Todos usarían hábitos –dijo Granger riéndose un poco–. Habrías sido muy feliz.

–Solamente me sorprendo ante la cantidad de piel que se ve con la ropa muggle –dijo Draco exaltado–. No es que me oponga.

–Te consterna, entonces.

–Asombro. Es un shock cultural.

–¿Y las túnicas no interfieren con ver la figura femenina? –preguntó Granger.

–Son un poco de obstáculo en dicho deporte.

–¿Entonces?

–No había pensado en alternativas, hasta… hasta apenas hace poco.

–No sabes lo que no sabes –dijo Granger sabiamente.

–Exacto. Estoy empezando a tener un nuevo aprecio por la moda muggle. Ellos sí saben lo que es resaltar traseros.

Granger se rio. Draco alzó la varita y flotó la botella de vino hacia ellos.

–El sol ya se está poniendo aquí –la voz de Granger era pensativa–. Era media mañana en el monasterio. Eso significa que hemos brincado unas ocho o diez zonas horarias, dependiendo de lo cerca que estemos del ecuador.

–¿Eso dónde nos pondría en el mapa? ¿Este de China?

Granger se había acostado sobre su estómago y se inclinó hacía la orilla de la frazada. Estaba dibujando un mapa en la arena. –Er, tal vez. Un sinfín de lugares, dependiendo de las zonas que brincamos. Iran… Oman… cualquiera de los ‘Stans’...

Draco flotó un par de higos secos y se los comió mientras Granger especulaba.

–¡Oh! –Dijo Granger.

–¿Qué?

Le pasó algo para que lo inspeccionara: una concha blanca y alargada.

–Esto antes era mar –dijo Granger mientras veía la arena. –Qué interesante.

Ahora pasaba los dedos por la arena, desenterrando más piezas de vida marítima. Sus ojos brillaban con curiosidad. Todo lo malo del día: las maldiciones, casi morir más de una vez; habían pasado a segundo plano ante este misterio. Con su cabello lleno de polvo de la cripta, una ligera línea morada del Desollador Mental en su mejilla y su atuendo un poco gastado, a pesar de ser nuevo, se veía como una arqueóloga descabellada buscando respuestas entre la arena.

El efecto era bastante atractivo. Si alguien le hubiera dicho a Draco hace meses que hubiera encontrado atractiva a una bruja llena de tierra hurgando en la arena, se habría insultado. Pero, henos aquí.

–Eso es un escafópodo –dijo Granger sobre la concha que tenía Draco en su mano–. Pero, no sé qué especie, así que eso no me ayudará a reducir nuestras opciones.

Draco examinó la concha, concluyó que, en efecto, era una concha y se la regresó.

Sus dedos tocaron. Los de ella estaban tibios, los suyos frescos.

–Erizo de mar –dijo mientras sostenía otra cosa blanca, ahora redonda.

–Fascinante.

Granger regresó a estudiar su mapa, ahora con conchas decorando sus trazos. –No sé lo suficiente sobre océanos antiguos como para hacer una suposición inteligente a partir de estás conchas. Sería peligroso Aparecernos a cualquier lugar, ya que no tenemos idea de dónde nos encontramos. Creo que nuestro siguiente plan de acción sería volar para ver si podemos encontrar civilización, y cruzar los dedos para que haya una Flu conectada internacionalmente.

Draco se recargó en sus codos. –Perdón, ¿pero acabas de decir volar ?

–Sí.

–¿En la escoba?

–Sí.

–¿Tú? ¿Por voluntad propia? ¿Quieres usar una escoba?

Granger se veía con una expresión de partes iguales de molestia y acosada. –Sí. Resultó ser increíblemente útil. Que no se te suba.

–Demasiado tarde.

–Ya veo.

Oh, claro qué estaba con los aires por los cielos. Granger, con sus opiniones firmemente establecidas sobre todo, había cambiado de opinión sobre volar . Le quería restregar en la cara este hecho, pero tuvo suficiente auto control. –El sol ya está ocultándose. Esperemos a que anochezca completamente y hacemos un vuelo. Si hay algo cerca, habrá luces, y podremos verlo a kilómetros de distancia.

Justo cuando Granger asentía, un sonido extraño provino de las dunas.

–¿Escuchaste una vaca? –preguntó Granger.

–¿Una vaca? Sonaba como Weaselby en el baño.

–Eurgh… no digas… ¡oh! ¡Mira!

Una manada de…algo apareció sobre una duna.

(foto: saiga-conservation.com)

Parecían gacelas que habían sido semi-transfiguradas en tapires.

–Creo haber leído sobre estos. ¡Son saigas! –exclamó Granger poniéndose de pie.

Los animales se detuvieron ante el movimiento brusco. Vieron a Granger como si ella fuera una rareza. Después, con un caminar peculiar, continuaron su camino.

–Qué criaturas tan extrañas –dijo Draco–. ¿Mágicas?

–Mundanas. –Granger estaba de puntas, viendo a la manada pasar–. Muy raro verlas tan de cerca.

El saiga a la cabeza hizo ese mugido extraño y el resto de la manada desapareció detrás de una duna.

Granger regresó a la colcha y se puso de rodillas frente al mapa. –Esto ayudará a ubicarnos. Este animal se encuentra en una zona muy pequeña. Estamos en alguna parte de Asia central. –Granger se mordió el labio–. Cualquier indicio de población será poco y alejado entre sí.

–Volaremos al sur o al oeste –dijo Draco–. Definitivamente no al norte.

–De acuerdo, nada de temas rusos.

–Le daría otra hora –dijo Draco mientras veía el atardecer entre las dunas–. Después de eso podemos volar.

Granger se acostó de nuevo a su lado y puso las manos detrás de su cabeza. Se escuchaba la sonrisa en su voz cuando volvió a hablar. –No puedo creer que vi un saiga.

Yo no puedo creer que coquetee con el cráneo de María Magdalena.

–Y que casi fuimos burlados por monjas.

–Esas monjas son salvajes. Mi siguiente hechizo de protección será inspirado en ellas. ¿Debería de implementar la Barrera de Belcebú en tu laboratorio?

–Deberías. Un poco de posesión demoníaca haría las cosas más interesantes en Trinity.

Pronto, el sol no fue más que un recuerdo dorado reflejado en el firmamento. No se oía el canto de los pájaros en el desierto; Todo estaba en silencio, salvo el quejumbroso silbido del viento entre los cascos oxidados.

El viento amainó mientras el mundo se oscurecía. La luna salió y pintó las dunas de un blanco plateado. Luego, en la negra quietud sobre ellos, constelación tras constelación de estrellas brillaron, e innumerables galaxias y nebulosas.

Draco nunca había visto un cielo como éste, tan iluminado con su propio brillo, brillando con poderosos misterios de mundos lejanos.

Juntos, en un silencio asombrado, Draco y Granger observaron el resplandor que giraba arriba. Sus corazones se sentían extrañamente llenos, y sus problemas pequeños y distantes, bajo cielos tan vivos.

 


 

Ni Draco ni Granger habían planeado tomar una siesta, pero el agotamiento mágico pasó factura y los dejó inconscientes a ambos durante dos horas.

Lo bueno es que Draco despertó sintiéndose rejuvenecido y listo para enfrentarse a cien monjas, si las circunstancias lo requerían. Granger, mientras se desenrollaba, también parecía revitalizada.

Unos cuantos movimientos animados de varita empacaron o borraron todo rastro de su paso.

Y luego llegó el momento de volar.

Debió ver la emoción en la expresión de Draco, porque Granger le ofreció la escoba y solo dijo:  –Solo porque pienso que es una buena idea no significa que la voy a disfrutar. Hacerme gritar del miedo no es el objetivo de este ejercicio.

–Yo jamás lo haría –dijo Draco fingiendo ofensa ante el preciso plan que iba a ejecutar en el aire.

Granger, con una mirada de plena desconfianza, cedió la escoba. Draco se montó sobre ella y la invitó a acomodarse frente a él. Se apretó las manos un momento, respiró profundamente, murmuró algo sobre malditas escobas y se subió también.

–Te va mejor cuando no le piensas dos veces –dijo Draco mientras Granger se acomodaba–. Como en la cripta.

–Muerte inminente le gana a una muerte un poco menos inminente –dijo Granger.

Draco realizó su usual repertorio de hechizos rompevientos y de calor. –¿Lista?

–No –fue la respuesta–. Solo dale.

Draco no esperó un segundo más. Se lanzó al viento, ansioso de perderse en este cielo repleto de estrellas.

La escena post apocalíptica de los barcos abandonados se fue haciendo cada vez más pequeña, hasta que solo eran puntos detrás de ellos.

Mientras llegaban a una altitud deseable, Draco disfrutaba la vista. No había mar, pero sí un océano de dunas plateadas, ondulantes y sin fin hasta después del horizonte. Arriba de ellos, destellos de estrellas mostraban sus puertas a eternidades del otro lado de la galaxia. Era hermoso en el verdadero sentido de la palabra y llenaba a Draco de profunda maravilla.

Para su sorpresa, Granger tenía los ojos abiertos. Solo dijo un simple y atónito: –Wow.

Draco se mantuvo en camino al suroeste. La escoba vibraba entre sus piernas, pidiendo más velocidad. Esta escoba era el modelo más nuevo de Étincelle , era la más rápida en la colección de Draco y no se atrevía a ir más rápido de lo que ya iban. A pesar de los encantamientos rompevientos, la coleta de Granger ya se había soltado un poco y estaba chocando en su cara. Y claro, la bruja en cuestión lo mataría tan pronto aterrizaran.

Después de un momento, Granger preguntó: –¿Por qué la escoba vibra? –su tono de voz delataba su miedo ante una falla de la escoba.

–Quiere ir más rápido –dijo Draco.

Hubo una pausa. Después, tímidamente, Granger preguntó: –¿Qué tan rápido?

Draco pensó un momento y prefirió responder con una pregunta: –¿Qué tan rápido va tu coche?

–Le he metido hasta doscientos kilómetros por hora, pero en Alemania.

(Draco no entendía porque era relevante decir que era en Alemania.)

–Podemos ir a doscientos en la escoba –dijo Draco–. Si te animas.

Draco conocía el lenguaje corporal de Granger lo suficiente como para ver que estaba en conflicto, aún sin verle la cara. –Es un desierto grande –dijo finalmente.

–Lo es.

–Hemos estado volando los últimos veinte minutos y no hemos encontrado nada.

–Correcto.

–Recorreríamos más a mayor velocidad.

–Es correcto.

Granger se enderezó entre los brazos de Draco. –Hagámoslo. Pon un par más de hechizos rompevientos y mientras yo hago algo con mi cabello.

Lo cual era excelente, porque entre Granger y su gato, Draco había ingerido suficiente cabello como para toda la semana. Bajo un poco de velocidad para los hechizos y Granger se trenzó el cabello y se lo guardó en su blusa.

La voz de Granger delataba su nervio. –No aceleres tan rápido porque me caigo.

–No te vas a caer. Te estoy sosteniendo.

–Lo sé.

–Será igual que ir en tu carro –dijo Draco mientras iba acelerando.

–Mi carro tiene cinturones de seguridad y está sobre la tierra en todo momeeeeeeee-

Granger no pudo terminar su enunciado tan pronto la escoba agarró más velocidad. Draco se preguntó si debía bajar un poco la velocidad, pero luego se dio cuenta que el grito de miedo se había convertido en uno de risa deleitada. 

La velocidad tenía a Granger disfrutando el vuelo y también con miedo como para formular un pensamiento coherente. 

–Ahora si estamos volando –dijo Draco mientras las dunas se convertían en suelo desenfocado y plateado bajo sus pies.

–Oh por dioooooossss-

Si estás buscando civilización, ¿verdad?

Ughfrlp

–Bien.

Cruzaron el desierto como un meteoro. Draco deseaba ver una estrella fugaz, para poder hacer carreras. Dado que Granger estaba bien, le dio las riendas a la escoba, y esta aumentó la velocidad aún más.

Sostuvo a Granger aún más fuerte para mantenerla a salvo, pero también por el hecho de que quería hacerlo –lo estaba disfrutando– esto de tener entre sus brazos a una ligeramente loca y brillante bruja que pasaba sus fines en criptas encantadas y que lo provocaba con cada palabra que salía de su boca.

Estaba tibia entre sus brazos, y olía a polvo y aventura y regocijo.

Todo esto era cosa de locos: sostener a Granger como si quisiera, volar sobre vientos fuertes, no tener la más remota idea de donde se encontraban en el planeta, el Portus ilegal, el cráneo parlante, todo. Completamente loco.

Amó cada minuto.

–¡Ahí! –exclamó Granger de repente.

Cometió el error de intentar apuntar con su mano. A esta velocidad, el brazo voló hacía atrás y le pegó a Draco en la sien.

–¡Perdón! –dijo Granger–. ¡Pero, mira!

Al sur brillaban luces muggle. Al principio no parecían tener orden, pero pronto empezaron a formar líneas paralelas. Calles.

–¡Una ciudad! –Dijo Granger.

Draco bajó de altitud. Mientras desaceleraban, Granger los desilusionó para evitar que un muggle los viera.

Volaban cerca de los techos de edificios, buscando pistas sobre su ubicación. Letreros en cirílico no eran de mucha ayuda, y algunos en Arábico y algo similar a coreano solo confundían más de lo que ayudaban.

Granger le pidió a Draco ir más lento para poder revisar su celular ya que estaban en un lugar civilizado.

–Tashkent –dijo.

–Salud –dijo Draco.

–No, es donde estamos. Uzbekistan.

–Vaya –dijo Draco–. Si que estamos lejos de casa.

–Esto es perfecto. Hay una embajada inglesa aquí. Ha de estar el consulado mágico escondido con ellos. Podemos ir a casa.

Con eso, el celular de Granger empezó a darle indicaciones, lo cual los llevó al techo de la embajada inglesa, cerrada por la noche. Draco los metió a la fuerza y revisaron la oficina del Cónsul (era el único cuarto del edificio con rastros mágicos), y asustaron al pobre mago dormido.

Draco intimidó al cónsul para que abriera el acceso a la Flu internacional a pesar de su falta de documentación oficial y Granger le borró la memoria. Draco le aplicó un hechizo para dormir y, entre llamas azules, regresaron a Londres.

Draco reflexionó ante el hecho que él y Granger hacían buen equipo.

Llegaron a tierra inglesa en veinte minutos, el viaje más largo y mareante que habían hecho en sus vidas. Draco llegó de pie. Granger cayó de rodillas.

Y ahí, en el suelo frío de la bodega que servía de punto de encuentro, Granger se acostó y no se movió.

Draco, usualmente no sintiendo los efectos secundarios de la red Flu, exploró sus alrededores. Su rodilla ya había empezado a dolerle de nuevo.

–Han puesto una línea de Flu local –dijo mientras se acercaba de nuevo con Granger–. Podemos ir a casa cada uno.

–No –dijo Granger.

Draco se paró a lado de ella y observó el ligero tono verde de su piel. –Parece que vas a vomitar.

–Siento que voy a vomitar –dijo Granger.

–Es una vuelta en la Flu de nuevo.

–Vete y déjame morir en paz –dijo la voz débil de Granger.

Draco, quién ya deseaba un baño caliente y dormir, se sintió tentado a dejarla. Pero, dejar a su asignación mareada y desplomada en el suelo, tristemente, iba en contra del protocolo. –¿No tienes una poción para el mareo?

–Si llego a oler una poción, de verdad voy a vomitar y…

–Shh –dijo Draco.

Se escuchaban pasos a lo lejos.

Draco se arrodilló junto a Granger. –Viene un agente y no tenemos manera de explicar cómo llegamos desde Tashkent sin papeles ni sello del cónsul. Tenemos que irnos.

–Mierda –dijo Granger, alzando la cabeza del suelo–. Encontrarán mis hechizos expansores si nos revisan.

–Y todavía tenemos el cráneo. Eso es un artefacto robado, y además lo suficientemente precioso como para armar un escándalo internacional.

–Escuché que alguien llegó, te lo juro –sonó la voz de un hombre.

–Imposible –dijo otro– No hay nada agendado hasta Estambul pasada la medianoche.

Granger estiró el brazo y susurró –Desaparécenos.

-¿A donde?

–¡A dónde mar!

Draco la tomó del brazo y los desapareció tan silenciosamente como pudo.

Chapter 16: El Séneca

Chapter Text

 

por RunningQuill_art

El baño y la siesta que tanto deseaba Draco inspiraron su elección de destino. Granger y él se materializaron en el lobby del Séneca, el hotel mágico más selecto de Londres.

Draco ayudó a Granger a ponerse de pie. Los empleados del hotel eran el epítome de la discreción, incluyendo a la bruja que se encontraba en el mostrador. No le prestó la más mínima atención a su ropa sucia y les preguntó amablemente si buscaban alojamiento o solo una reservación para cenar en el hotel.

La mención de comida hizo que Granger se pusiera peligrosamente verde.

Draco la ayudó a sentarse en una banca e hizo los arreglos necesarios para conseguir una habitación. La bruja de la recepción, notando que querían un cuarto más de lo que querían hablar sobre las amenidades del hotel, les dió una llave ornamentada, los acercó al elevador y les preguntó si tenían equipaje. (No, nada, mucho menos cráneos ilegales, gracias.)

Y así Draco llegó al final de ese extraño día, en una de las suites del Séneca, con vista a los jardínes del palacio de Kensington, y con una Granger desmayada sobre un sofá.

En la mesa junto a ella, se materializó una jarra de agua, junto con una cubeta. Qué amable, por parte de la bruja del mostrador.

Decidiendo que Granger ya estaba lo suficientemente bien atendida, Draco se fue a bañar. Eso fue toda una experiencia, mucho más placentera que la que ofrecía el pequeño baño del hotel Plaisance. Draco activó todos los chorros de agua disponibles, se entretuvo con las selecciones de jabón y no volvió a golpearse el codo contra la pared ni una sola vez (lo cual fue bueno, ya que tenía un lindo moretón debido a sus actividades de la mañana).

Una vez que estuvo completamente limpio, Draco sintió como le empezaba a dar hambre, por lo que le pidió una cena ligera al espejo. Y dado que no tenía un cambio de ropa salvo el atuendo apestoso que se había quitado, se puso una de las batas de baño y pantuflas blancas del hotel. 

Mientras se acomodaba la bata, se aseguró de que la abertura en V expusiera correctamente la mejor parte de sus pectorales (porque le gustaba presumir su físico, claro, no porque estuviera con Granger específicamente). Las gotas de agua brillaban a través de su pecho y bajaban hasta donde asomaba la parte superior de sus abdominales.

por nikitajobson

Después arregló su cabello para que se viera apropiadamente sexy y desarreglado, para lograr ese deseado look post-baño.

El espejo comentó que se veía guapísimo.

–Lo sé –dijo Draco.

Salió del baño envuelto en una bruma de bienestar, sensualidad y jabón.

En realidad no necesitaba preocuparse por nada de eso. Granger ni siquiera levantó la vista cuando salió en toda su gloria. Estaba demasiado absorta en su celular.

Había bebido el agua y el balde parecía sin usar, así que ya se sentía mejor.

–¡El Mar de Aral! –exclamó Granger, con los ojos clavados en la pantalla de su celular–. Ahí estuvimos. Se secó casi por completo durante los 60s como resultado de los proyectos de irrigación de los Soviéticos…

Siguió con su cátedra sobre la desaparición del mar, con muchos comentarios indignados por parte de Granger sobre el desastre ecológico que habían provocado. Mientras tanto, las sexys gotas de agua en el pecho de Draco se secaron sin ser apreciadas por nadie. Maldito sea el Mar de Aral, ¿dónde estaba la preocupación de Granger ante su seco pecho? 

–Fascinante –dijo Draco. 

Granger, aún sin apartar la mirada de su celular, detectó su falta de interés. 

Lo observó de pies a cabeza, desde las puntas de su cabello perfectamente desaliñadas hasta sus pies en pantuflas. Y su único comentario fue: –¿No tienes ropa?

–No, no tengo, ya que mi equipaje está en la costa de Provenza, junto con el tuyo.

Ugh –Granger se recargó de nuevo en el sofá, molesta y cansada–. Haré un par de llamadas para que nos lo regresen. ¡Y el carro! Nos van a multar como doce veces, ni pensar en el lío que va a ser regresarlo. ¿Por qué nada puede ser tan fácil ? Primero lo primero, necesito una ducha, si ya no vas a usar el baño. Huelo a cripta y ahora me siento consciente de ello porque tú hueles deli… hueles a jabón.

Con eso, Granger se puso de pie y procedió a adueñarse del baño durante toda una hora.

El servicio a la habitación que había pedido Draco apareció en la mesa frente a él.

–Granger –llamó a la puerta del baño–. Hay comida, ¿quieres algo, o me lo como todo?

–Come tú –se escuchó la voz de Granger entre el sonido del agua cayendo–. Solo quiero té.

–Pídeselo al espejo –dijo Draco.

–¿El espejo?

–Sí, para el té.

Draco escuchó al espejo interrumpirlos y decirles que el té llegaría en un momento. Granger le agradeció. 

Una sensación interesante, la de hablar con Granger mientras estaba desnuda.

Draco llegó hasta el postre (bombones de chocolate) antes de que Granger saliera del baño. También llevaba una bata de baño puesta, aunque a ella le quedaba ridículamente grande. Draco notó que Granger no había dejado estratégicamente una V abierta en el frente, más bien, todo lo contrario: había cruzado ambos lados tan alto que la cubrían hasta la barbilla. Tampoco se había arreglado sexymente el cabello, se lo había recogido en una especie de moño, sostenido precariamente en su lugar gracias a que literalmente estaba usando su varita. 

Se acercó arrastrando los pies con unas pantunflas demasiado grandes para ella.

–¿Qué? –preguntó cuando notó como Draco la observaba. Después se vió a sí misma–. ¿Parezco un gnomo con gabardina, verdad? Me gustaría saber para quién fueron diseñadas estas pantuflas, porque parece que calzan del 15.

Una tetera apareció sobre una mesa baja cuando Granger se acercó. Sacó un par de almohadas de la cama e hizo una especie de acogedor nido en el suelo para ella. 

–¿Qué harás con tu ropa? –preguntó señalando a la montaña de ropa que habían dejado en el baño–. Quite mi bolsillo Extensible. ¿Crees que valdría la pena usar el servicio de lavandería? ¿Lo donamos a los huérfanos?

–Quemala –dijo Draco.

–¿Y qué pasará con los huérfanos?

–Los huérfanos pueden quemar su propia ropa para mantenerse calientes. Ahora deja de hablar de ropa hedionda. Me estás arruinando el postre.

Granger suspiró, como si quisiera decirle lo terrible que era, pero no valía la pena el esfuerzo, porque él ya lo sabía. Entonces vió la nota que había sobre la mesa–. ¿Qué es eso? 

–Una nota de bienvenida de parte del hotel –dijo Draco.

Granger tomó la nota, que estaba dirigida a… 

–Srta Hormona y Sr. Crotch –leyó Granger.

Soltó la nota. Lentamente, sus manos cubrieron su cara. Después, durante un largo minuto, sus hombros temblaron y emitió una serie de ruiditos, amortiguados por sus propias manos. 

–Em… ¿te estás riendo o llorando? –preguntó Draco, porque si era la segunda, supuso que tendría que hacer algo.

–Ambas –hipó Granger. Hizo un pequeño ruido con su nariz y se levantó para ir por un pañuelo.

Cuando regresó, sus ojos brillaban, los tenía un poco rojos en los bordes y su nariz estaba  rosada. Volvió a su lugar en el suelo y se sirvió té. –No puedo creer que me hiciste eso de nuevo.

–Querías que tuvieran nuestros nombres en el lobby –dijo Draco encogiéndose de hombros–. Aunque sospecho que la bruja sabía quienes éramos. 

–¿Tú crees? Llegamos pareciendo Muggles vagabundos, uno a punto de vomitar y el otro cojeando como Ojo Loco.

–No estaba cojeando como Ojo Loco.

–Oh, sí, sí que lo estabas. De hecho todavía lo sigues haciendo, aunque el calor de la ducha te ayudo. ¿Quieres que te cure de nuevo?

Draco consideró su oferta y se tragó su orgullo para acomodarse en el suelo junto a ella. Abrió su bata para mostrarle la rodilla.  

–No me di cuenta de que me observabas tan de cerca –dijo Draco. (Porque claramente no observaba las cosas que él deseaba que ella observará, que irritante criatura.)

La varita de Granger le hizo cosquillas cuando pasó por su rodilla. –Ni te ilusiones, es parte de mi trabajo. Así como tú analizas a todos para descartar quién es o no un asesino en secreto. 

Draco se mofó. 

–Es verdad –dijo Granger–. Ves a todos como si estuvieras decidiendo cual es la mejor forma de romperles el cuello. Y eso sin hablar de tu traicionero uso de Legeremancia. –Murmuró un hechizo de sanación y agregó–. No es queja. Si me siento más segura al tener a alguien de tu calibre cerca. Especialmente hoy, hubiera sido una catástrofe si lo hubiera intentado sola.

Draco supuso que podía decirle que su desempeño había sido bastante competente, y que estaba bastante impresionado por algunas de sus acciones, pero Granger terminó su curación y el momento pasó. 

Le dió unas palmaditas en la rodilla, como si fuera un niño travieso que se había caído de un árbol en lugar de un Auror que había sido atacado por una Mantícora. –Listo. Ahora, nada de acrobacias estúpidamente peligrosas por una semana. Parnell no será tan amable como yo.

Después jaló la orilla de la bata de Draco y la metió firmemente debajo de su muslo. 

–...Te prometo que no se me va a salir nada sin tu permiso –dijo Draco mientras la observaba.

–No me voy a arriesgar, especialmente con un hombre llamado Crotch.

Draco inesperadamente soltó una risotada, tan fuerte que le dolió la garganta.

Granger se veía remilgada. –Hoy todo ha sido como una comedia llena de errores.

–Cierto. Es mejor no tentar al destino –dijo Draco.

Lo cual era una gran mentira, porque Draco tenía una vaga idea, no del todo formada, de que había tentado al destino al verse seductor sin razón alguna y ver a donde lo llevaba eso (osea, a nada). Había algo interesante en el potencial de las duchas calientes, una lujosa suite de hotel, y estar casi pero no del todo desnudo con una bruja.

Pero eso era todo lo que era, potencial, una posibilidad, pero no la realidad. Con cualquier otra bruja, si. ¿Con esta bruja? No. Esta era Granger, y Granger era, pues, Granger.

Dicha bruja se quitó sus enormes pantuflas y se acercó a la ventana. Se soltó el cabello y lo desenredó con los dedos. Las cortinas se abrieron mágicamente cuando se acercó, deseando mostrarle la vista exclusiva de los jardínes del Palacio de Kensington. Mientras se desenredaba el cabello, Granger admiró la vista y le contó a Draco un par de hechos históricos mágicos y Muggle del lugar. 

El sol se estaba escondiendo por el horizonte, tal como se había escondido hace algunas horas en el desierto.

–Dos atardeceres en un día –dijo Granger suspirando–. Mágico, ¿no crees?

Y al estar de pie ante la luz del atardecer, ella misma se veía bastante mágica, como si estuviera siendo tocada por el fuego. El crepúsculo cayó sobre Londres y el cielo se tornó color púrpura, para por fin hacerse de noche. Draco vislumbro a una bruja con una cascada de cabello cayendo por su espalda, después lo recogió y volvió a ser Granger nuevamente. 

Draco se le unió en la ventana. –Menos estrellas que en el desierto.

–Sí –dijo Granger mirando hacia arriba–. Si alguien en el futuro nos pregunta en donde sería el mejor lugar para construir el próximo gran observatorio mágico, ya tenemos una respuesta. 

–¿Eso te pasa a menudo?, ¿Qué te pregunten sobre dónde construir observatorios?

–Claro. A diario. Casi casi cada hora. ¿A ti no?

–Por su puesto. Tengo que responder un montón de preguntas innecesarias cuando cuido a los huérfanos. 

–Oh, muy bien por ti.

Noblesse oblige.

Granger le lanzó una mirada en la que le decía que era un imbécil. Y, a menos que se equivocara, también había algo de cariño en sus ojos, aunque estaba muy, muy, muy en el fondo. 

Se apretó la bata de baño sobre sí misma. –¿Crees que el espejo nos podría proporcionar algo de ropa? No me gustaría ir al vestíbulo a tomar la red Flu con esto. 

–¿Estás lista para ir por Flue tan pronto? –preguntó Draco.

Había estado disfrutando este interludio de paz, lujo, y bueno, buena compañía. Era la tranquilidad después de una aventura. Si por él fuera, hubiera planeado muchas horas de relajación en la cama, varias comidas, al menos una visita al spa y posiblemente un masaje. Hubiera hecho esto por lo menos hasta después del lunes, le habría explicado a Tonks que él y Granger estaban recuperándose de una terrible experiencia. 

Sin embargo, Granger ni siquiera parecía haber considerado este delicioso momento para descansar. Granger no era esa clase de mujer. Granger era del tipo que te arrastra a una aventura violenta, de esas que reducen tu cerebro a una papilla despues de romper un sinfín de maldiciones, y te imponen exhaustivos momentos trascendentales bajo las estrellas, de las que te hacen volar por un desierto, y para concluir, discuten sobre los riesgos de los proyectos soviéticos mientras toman el té. 

–¿Estoy lista? No. Pero debemos continuar. Tengo mucho que hacer, ahora que tengo la pieza del cráneo. Además, Crooks estará esperándome.

Draco caminó hacia el espejo decepcionado. –Bien. Pidamos ropa.

Pidió un par de túnicas, para un mago alto y para una bruja del tamaño de una pixie. (Granger se asomó al baño y corrigió el pedido.)

Tardaron quince minutos en enviarles la ropa, Draco supuso que la solicitud debió de haber confundido bastante a los elfos domésticos. Eventualmente, los platos de la cena desaparecieron de la mesa y fueron reemplazados por dos paquetes. 

La recepción les había enviado atuendos bastante anticuados. La ropa era tradicional, lo que significaba muchos botones para Draco y muchos cordones para Granger. 

–Bueno –dijo Granger mientras veía su túnica azul–. Me servirá para usar la red Flu, por lo menos.

–Mira… ropa interior –dijo Draco, sosteniendo un par de calzones bombachos claramente nada sexys–. Podrás parecerte a mi tatara tía Auriga.

–Ugh –no.

Draco agregó la ropa interior a la pila para quemar. 

Granger pasó al baño a cambiarse mientras Draco lo hizo rápidamente en la sala, salvo por los botones que eran muy complicados como para abotonarlos con la varita. Logró hacer la mitad, y decidió que no le importaba lo suficiente como para terminar de abotonarsela. El plan era solo verse decentes para llegar al vestíbulo y usar la red Flu.

Granger salió del baño con un problema similar, aunque el de ella consistía en encaje y cordones–. Veo que estas túnicas vienen con la suposición de que tendría una dama de compañía. ¿Me ayudas?  

Draco, sin la más remota idea de como atar esa clase de nudos, optó por tomar los listones y meterlos dentro del vestido. Y no pasó ni un solo segundo pensando en que Granger no llevaba ropa interior puesta, gracias.

–Esto no se siente bien –dijo Granger mientras Draco seguía metiendo los listones. 

–No. Es un completo caos. 

–Todas las partes sensibles están cubiertas, que es lo importante. 

Posaron frente al espejo para un último vistazo antes de bajar al vestíbulo.

Draco le dijo a Granger que parecía una esposa Sangre Pura a punto de dejar a los niños en King’s Cross, en 1961.

Granger le dijo a Draco que parecía salido de Scotland Yard, en 1825.

El espejo intervino en ese momento para decirles que eran “Una pareja extremadamente guapa”.

A Granger le dieron escalofríos; Draco salió corriendo.

El lobby del hotel estaba irritantemente lleno. Haciendo cálculos mentales con respecto a los atardeceres, Draco se dió cuenta de que para Londres apenas era sábado por la noche. El gentío ya tenía más sentido; el restaurante del Séneca era el lugar ideal para un cierto nicho del público mágico.

La red Flu estaba justo al otro lado del vestíbulo, haciendo tronar la madera de la chimenea. 

Granger aceleró su paso. –Por fín podremos dejar este día tan surreal atrás…

Sin previo aviso, se detuvo en seco, tomó el brazo de Draco y lo jaló hacia ella. 

–¿Qué…

–Shhh –dijo Granger, aplastándose contra la pared y haciendo que Draco la cubriera–. No te muevas. 

–¿Qué estamos… 

–Solo sé grande. ¿Por qué siempre eres tan grande y estorboso, excepto cuando necesito que lo seas? –susurró Granger–. Protégeme. 

–¿De quién ? –preguntó Draco, deseando poder darse la vuelta y ver quien era el asesino secreto, y posiblemente matarlo a sangre fría.

–Cormac.

–¿McLaggen?

–¿Cuantos otros Cormacs conoces? –preguntó Granger. Levantando las manos para alzar el cuello de la túnica de Draco, como si el doblez le pudiera ofrecer más privacidad.

–¿Qué ha hecho?

–Oh, solo ha estado enamorado de mí desde hace años. Ese hombre es persistente. Pegajoso. Viscoso en realidad. Quédate aquí, su grupo está por pasar. No, espera, siguen hablando. Voy a lanzarnos un hechizo de ignorancia. Oh no, creo que Derrick te acaba de ver. Es tu estúpido cabello. Es como un faro entre la multitud. No. Vienen hacia acá. Jamás estuve aquí. Adiós.

Con eso, Granger se movió por debajo del brazo de Draco e intentó meterse al elevador de nuevo, pero este se abrió y una multitud salió, listos para cenar. 

Granger se Desilusionó y preguntó porque el elevador era un maldito coche de payasos. 

Draco, habiendo captado que su rol ahora era el de distraer y desviar, se volteó y saludó a Derrick con un apretón de manos (“Peregrine, mi pequeña chuleta de cordero, ¿cómo estás?”) y a McLaggen con un doble apretón de manos muy largo (“Hola, creo que no nos han presentado. Draco Malfoy, lo sé, no necesito presentación, ¿vienes a comer con este sinvergüenza? Creo que si te recuerdo de Hogwarts. ¿Sigues jugando Quidditch? Deberías de unirte a nuestro torneo. Peregrine viene ocasionalmente, sigue siendo un buen bateador, aunque ya no como antes, tiene un poco de artritis en su hombro, creo yo, pobrecito. Por favor ven. Nos juntamos los miércoles por la noche en la Mansión. Solo hemos tenido una muerte en cinco años, todo es de buena fé para divertirnos…”)

McLaggen se había convertido en un tipo alto, tan alto como Draco, y también era guapo, así que Draco inmediatamente decidió que no le caía bien.

El hombre se veía terriblemente confundido ante el efusivo saludo de Draco, lo cual era un contraste con su usual reputación. Para cuando McLaggen recuperó su mano, Granger había desaparecido.

–Bien –dijo Draco– Debo irme.

–¿Vas a cenar, Malfoy? –preguntó Peregrine. Con una sonrisilla formándose en sus labios–. ¿O estabas ocupado con otros planes? 

–¿Otros planes? –preguntó Draco inocentemente.

–Podría jurar que vi a Hermione contigo –dijo McLaggen, sacándole la vuelta a Draco para observar los elevadores–. La reconocería en cualquier parte. 

–¿Hermione?, ¿Hermione Granger ?, ¿Conmigo? –preguntó Draco con las cejas arqueadas.

McLaggen, aún viendo con anhelo por encima del hombro de Draco se volteó para mirarlo por segunda vez. –Oh. Em. Pues, supongo que pude haber alucinado. 

Peregrine se burló. –Te apuesto a que preferirían matarse entre ellos antes que hablar.

La mirada de McLaggen se posó sobre su túnica a medio abrochar, su cuello torcido que pareciera haber sido desarreglado por un par de manos femeninas. –Si, supongo. –dijo, pero había cierta duda en su voz. 

Draco decidió que era necesario usar un poco de Legeremancia, para despejar cualquier duda. Además, Granger se había sentido insegura y lista para huir de este hombre. Dado que su asignación se sentía en peligro, Draco estaba en todo su derecho para investigar.

Con su razonamiento concluído, Draco tocó la mente de McLaggen para verificar si tenía algo de entrenamiento en Oclumancia. 

No tenía.

Draco hizo un par de comentarios sobre la reciente victoria de los Kestrels contra los Cannons. Cuando los dos hombres se ocuparon con el tema, se adentró en la mente de McLaggen.

Mantuvo su examinación en la superficie, pasando por sus pensamientos más recientes. Se vio a sí mismo como McLaggen lo había visto del otro lado del vestíbulo, frente a una mujer vestida con una túnica azul marino y con su oscuro cabello recogido. Después vió la espalda de la mujer mientras se iba hacia los elevadores, con listones sueltos flotando detrás de ella. McLaggen estaba seguro de que Draco estaba besando a alguien, y estaba casi seguro de que ese alguien era Granger. Solo las túnicas formales lo habían descolocado. Eso, y que estaba con Draco Malfoy. La disonancia cognitiva de este segundo punto era la de mayor peso. 

Después Draco encontró sus recuerdos asociados: Granger hablando en el Ministerio hace dos años y después huyendo de las atenciones de McLaggen; Granger dandole excusas a McLaggen para evitar una cita mientras él tomaba su mano; Granger en un bar con amigos, arrinconada por un borracho McLaggen cerca del baño y esquivando un beso con miedo en los ojos. Cada recuerdo estaba teñido con la creciente frustración de McLaggen, el deseo y la enfermiza obsesión que tenía con Granger.

Draco luchó contra un gran deseo de romperle la hermosa mandíbula a McLaggen. 

Cualquier búsqueda más profunda en los recuerdos del mago podría delatarlo. Draco se alejó de su mente y se unió a la conversación con un comentario sobre los cazadores de los Kestrels. Mientras tanto, agregó a McLaggen a su lista negra.  

Se despidieron. Draco sonrió mientras tomaba la mano de McLaggen. –Disfruta tu cena. Espero verte en el campo.

Derrick y McLaggen se marcharon. 

Draco salió en busca de Granger.  

Aquí –susurro una voz familiar cuando Draco pasó por los elevadores. 

La voz de Granger lo llevó a una especie de sala de conferencias, justo al lado del pasillo. Estaba oscuro. 

–¿Ya se fue? –Preguntó Granger.

–Pronto –dijo Draco–. Su reservación es dentro de media hora. ¿Dónde estás? 

–Aquí. –Granger deshizo su Desilusión–. ¿Por qué parece que quieres matar a alguien? 

–¿Qué? Esta es mi expresión usual. 

–No. Te brillan los ojos.

–Tuvimos una discusión sobre Quidditch.

La mirada oscura de Granger estudió a Draco desde la penumbra. Tenía una mano en la cintura. –Quidditch.

–Sí.

La mirada de Granger era tan penetrante que Draco optó por Ocluir, aunque sabía que Granger no era una Legeremante. 

Granger vió el cambio en sus ojos y se concentró aún más. –Estás mintiendo.

–Vamos a la red Flu.

Granger se negó a dejar el tema. –¿Qué pasó?

–¿Cuánto más vas a permitir que McLaggen te aterrorice antes de maldecirle las pelotas? 

Lo sabía –dijo Granger con una mezcla de triunfo y molestia en partes iguales–. Usaste Legeremancia. No puedes hacer eso.

–Si puedo y lo hice.

–Son temas privados. No de tu incumbencia. 

–Es un peligro para ti.

–¿Qué viste exactamente?

–Suficiente como para decirte que es una amenaza.

–¿Una amenaza? –repitió Granger– Solo es un idiota. Puedo, y siempre he podido manejarlo de la manera que considero apropiada. Si pensara que maldecirle las pelotas fuera el enfoque correcto, te aseguro que ya lo habría hecho hace tiempo. 

–¿Por qué no lo has hecho?

–Porque hay cosas más grandes en juego. 

–¿Qué cosas más grandes? –preguntó Draco–. Y no digas su pene.

–Asqueroso. No. Está en la Fundación MNHS y en la Mesa Directiva de San Mungo. Hasta reportarlo podría tener repercusiones que necesito calcular cuidadosamente, mucho menos pensar en un ataque directo a sus genitales.

–Está a un Firewhiskey de arrinconarte en un baño y aturdirte –dijo Draco.

Granger hizo un ademán de rechazo. –No haría algo así. No es tan estupido. Solo roza la línea. Deja de mirar así, parece que estás a dos de batirte en duelo con él en el lobby. 

Draco bufó. –No es digno de un duelo. Felizmente lo maldeciría por la espalda. 

–Nada de maldiciones. Nada de nada. Nada de esto tiene que ver contigo. No deberías haber visto nada de eso. 

–¡¿Nada que ver conmigo?! –repitió Draco–. Me han ordenado mantenerte a salvo. Literalmente por eso estoy aquí, en este momento, vestido como un abogado victoriano, después de pasar un día dentro de un puto laberinto!

–Para mantenerme a salvo dentro de las actividades de mi investigación. ¡No de mi vida personal!

–Esto podría sorprenderte, pero si te lastiman o incapacitan en tu vida personal, eso inevitablemente impactaría en tu investigación. ¿O acaso crees que no terminaría por pasarte factura? 

Granger alzó los ojos hacia el techo. –Estás actuando como si McLaggen quisiera destriparme. 

–¿Estuviste en su cabeza?

–No.

–Entonces yo decidiré qué es lo que probablemente vaya a hacer –dijo Draco golpeándose el pecho con fuerza innecesaria.

Granger lo observó. Después, con cautela, preguntó –¿Lo viste queriendo destriparme? 

–No –dijo Draco–. Pero lo has irritado por años. 

–Lo sé.

La discusión se estaba calmando. Las manos de Granger estaban sobre la silla frente a ella en lugar de estar apretadas en su cintura, y Draco había dejado de ver con deseo asesino en dirección al lobby. 

–¿Hay algún otro pretendiente asqueroso al que tenga que tener en cuenta? –preguntó Draco después de un momento.

Granger puso un dedo sobre su labio inferior y pensó. Después de un momento dijo –No al nivel de McLaggen.

–Eso no me inspira confianza.

Granger sacudió su cabello. –Qué te puedo decir, soy como un imán. No puedo caminar por un cuarto sin que los magos caigan a mis pies.

Draco reconoció el eco de uno de sus propios comentarios durante el baile en la fiesta de los Delacroix, en este preciso hotel de hecho. Sin embargo, el acento exagerado fue lo que le afectó. –Yo no sueno así, Granger.

–Ay, claro que sí. Hablas como si estuvieras a punto de ir a una ópera después de haber pasado el día cazando criaturas inocentes. Perdices, probablemente.

–Por un segundo pensé que dirías huérfanos.

–Eres terrible, pero no tan terrible. Ahora, prometeme que no harás ninguna estupidez con respecto a McLaggen. 

–Prometo que no haré nada estúpido con respecto a McLaggen –dijo Draco. 

La mirada de Granger se estrechó en la penumbra, reformuló sabiamente su enunciado. –Prométeme no hacer nada con respecto a McLaggen, en absoluto. 

–No –dijo Draco.

–Por favor.

–No.

–Malfoy.

–Bien. Lo prometo.

–Desearía poder creerte.

–Desearía que lo hicieras.

Granger se masajeó las sienes. –Está bien. Confiaré en tí. No tengo otra opción.

Draco no se molestó en mencionar la gravedad de este error. 

Después, Granger se acercó a la puerta y asomó la cabeza. –Creo que ya no hay moros en la costa.

Draco se acercó a la puerta para corroborarlo. –Bien. Lanza un No-Me-Nota esta vez, y camina rápido. 

Ya listos, pasaron por el concurrido vestíbulo y llegaron a la chimenea sin interrupción alguna.

–El Mitre –dijo Granger mientras arrojaba el polvo Flu. 

Las llamas se tornaron verdes y esperaron a Granger. Granger volteó a ver a Draco, vacilante. 

–Pobre pequeña. Tú puedes. –dijo Draco alentándola sarcásticamente.

Granger se enderezó. –Iba a agradecerte por todo lo de hoy, pero olvídalo. 

–Solo estoy haciendo mi trabajo –dijo Draco con la mayor despreocupación que pudo fingir, como si lo de ese día no hubiera sido algo Extremadamente Peligroso. 

–Bien. Pero tal vez esto fue un poco más allá de eso. 

–Disparates.

Granger suspiró. –Está bien. Adiós.

–Granger.

–¿Qué?

–Dile a tu gato que dije pspsps.

Sonrió brillantemente. Se dió la vuelta y desapareció en el fuego.

Y por un segundo, Draco sintió como si hubiera menos gravedad en el vestíbulo. 

Chapter 17: La Cena / Draco Malfoy Casi Causa la Siguiente Conmoción de Asesinato

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

'The Seneca' por RunningQuill_art

Para el tortuoso placer de Draco, McLaggen aceptó la invitación de ir al campo de Quidditch unas semanas después.

Ocurrió una desafortunada secuencia de eventos, que positivamente no tenían absolutamente nada que ver con Draco (condiciones húmedas, bludgers terriblemente agresivas, escobas temperamentales), que resultaron en que McLaggen cayera de su escoba desde 30 metros de altura.

–Yo digo –dijo Davies mientras veía a McLaggen ser retirado por medibrujas–. Que esa Bludger traía algo en contra de él.

–Ni siquiera le pegué tan fuerte –dijo Zabini.

–Pobre iluso –dijo Draco–. Tengo entendido que era su primera vez en una escoba desde hace rato.

–Tal vez las Bludgers pueden oler el miedo –sugirió Zabini.

–Espero que eso no haga que deje el deporte –dijo Davies–. Necesitamos a un Guardián decente. Bickford se va a mudar a España.

El ambiente se puso un poco más tranquilo después del accidente. Los jugadores decidieron dejarlo por la noche, se despidieron y desaparecieron para ducharse.

Todos excepto Draco, quien sintió todo lo contrario. El accidente había sido estímulo para su moral. Dejó el campo vigorizado.


Granger tenía que sacarse algo del pecho. Este hecho fue anunciado por una nutria plateada que se le apareció a Draco la tarde siguiente. El momento era extremadamente inoportuno; Draco estaba en una misión de vigilancia en Fowlmere, a punto de arrestar al famoso Thomas Talfryn.

–¡Tú! ¡Prometiste no hacer nada! –gritó la nutria de Granger en la cara de Draco–. ¡Eres de lo peor!

El sonido chirriante de la voz de Granger hizo eco en el callejón donde Draco estaba escondido.

Talfryn, quien había estado fumando afuera de una puerta, justo fuera de rango como para Aturdirlo, se sobresaltó y desapareció.

–¡Maldita sea! –gritó Draco.

La nutria, habiendo concluido su mensaje, desapareció.

Con un gruñido, Draco sacó el horario de Granger. Estaba en casa. Lo cuál era perfecto, porque la iba a matar.

Se apareció a su cabaña con un humor terrible. Sacudió sus hechizos de protección e irrumpió hacía su puerta principal, la cual procedió a casi tumbar con su puño.

Granger abrió la puerta con una intensidad que sugirió que ella también estaba pronosticando una batalla.

–Eres una tonta –dijo Draco para saludar.

–¿Yo? –dijo Granger. Tenía una mirada de locura–. ¡¿Yo?!  ¡ eres el idiota! ¡Se supone que no debías tocar a McLaggen!

–Tu acabas de arruinar mi mejor oportunidad para atrapar a Talfryn con tu nutria tonta!

–¡enviaste a McLaggen a Urgencias!

–¡He estado cazando a Talfryin por tres putos meses! –gritó Draco.

–¡¿Adivina quién tuvo rotación en Urgencias anoche?! –chirrió Granger.

–¡Talfryn tiene cargos contra él más largos que mi brazo! ¡Hostigamiento! ¡Falsificación de documentos! ¡Peleas de gallos! ¡Lavado de dinero! ¡Maltrato animal! ¡Extorsión!–

–¡Tuve que cuidar de ese troglodito por cuatro putas horas! ¡Le quebraste todos los huesos!

–¡Fraude! ¡Asalto! ¡Contrabando! ¡Y lo arruinaste! ¡Desapareció de nuevo!

–¡McLaggen vivió su fantasía de enfermera sexy anoche, gracias a TI! –dijo Granger clavando su dedo en el pecho de Draco.

Draco le tomó la mano y se la quitó de encima. –¡Si pudieras controlar tus emociones, tendría a mi blanco esposado! ¡PERO NO! ¡Tenías que enviar a tu nutria desquiciada!

–¡¿Mis emociones?! –gritó Granger–. ¡Tú eres el que hizo un berrinche por McLaggen!

–¡ eres quien espectacularmente cagó mi misión con tu gritoneo!

–Si hubieras cumplido tu promesa, ¡nada de esto hubiera sucedido!

–Ni siquiera hice algo, ¡él se cayó de su escoba como el cretino cabeza hueca que es!

–¡No te creo ni un poco!

–¡Pues cree lo que quieras!

–Lo haré, ¡eres un ogro oportunista!

–¡Y tú una arpía peleona!

–¡No te soporto!

–¡Yo no te soporto a ti!

Se mantuvieron quietos, con el enojo a flor de piel, la boca abierta y sin aliento, esperando que el otro dijera algo más para continuar esta discusión. De alguna manera, en el proceso de esta conversación a gritos y de apuntar dedos, se habían acercado el uno al otro. Granger estaba sobre el marco de la puerta y, por primera vez en su vida, su altura se acercaba un poco más a la de Draco. Sintió su aliento en la barbilla.

Su enojo la hacía brillar; sus ojos brillaban con la fuerza de su convicción; sus mejillas estaban sonrojadas. Quería estrangularlo tanto como él quería estrangularla a ella. Y hubo un momento de locura, donde la delgada línea entre rabia y pasión se borró un poco, y pudo haberla ahorcado, o pudo haber chocado su boca con la de ella. Fuerte, para hacer algo con la intensidad del ambiente, para callarla, para comprobar su punto.

La posibilidad era contagiosa –los ojos de ella se dirigieron a sus labios. Después parpadeó, como si despertara de un trance, en shock.

Al darse cuenta de que todavía estaba agarrando su mano, Draco la soltó y tomó un paso atrás. Granger también dio un paso atrás y parecía estar considerando regresar a la cripta del monasterio y lanzarse sobre la alfombra de Crucio. El rubor de sus mejillas subió hasta su nariz.

Draco, sintiéndose como un pez fuera del agua por el Momento, se aclaró la garganta. Pensó en algo que decir (no se le ocurría nada) y dijo que mejor se iba ya que estaba oscureciendo.

Granger veía todo excepto a él y dijo “Bien”.

Mutuamente satisfechos con esta conclusión madura a su disputa, se alejaron aún más, y Granger empezó a cerrar su puerta.

Se escuchó un maullido largo y sostenido desde algún lugar del jardín. En las sombras, una mancha anaranjada avanzó hacia ellos.

El gato se detuvo a los pies de Draco y luego, como si le estuviera dando un gran regalo, se enroscó alrededor de sus botas y cubrió sus pantalones de pelo naranja.

Draco estaba casi igual de confundido de esto como por el Momento con Granger. No sabía qué hacer. Sin embargo, cuando se agachó para acariciar al gato, este siseó y huyó al oscuro jardín de nuevo.

–Es bajo sus términos o nada –dijo Granger.

–Criatura quisquillosa.

–Lo es.

Granger estudió la pintura descarapelada en el marco de la puerta.

Draco se le quedó viendo al árbol de Wisteria.

Granger se mordió el labio. –¿De verdad arruine tu misión?

–Sí. ¿McLaggen de verdad estuvo contigo anoche?

–Sí.

Murmuraron algo que podría haber sido, para alguien con excelente oído, una disculpa en un lenguaje que consistía principalmente de murmullos y carraspeos. Su furia hirviente dio paso ahora a un cierto grado de vergüenza, que Draco era más hábil en ocultar que Granger.

–¿De verdad se quebró todos los huesos? –preguntó Draco.

–Todos. Y una contusión para acabarla.

–Ah. Pobre.

–¿En serio, peleas de gallos? –preguntó Granger con un poco de su ansiedad de Niña Buena delatándola.

–Con un Nundu –asintió Draco–. Talfryn ha hecho una fortuna con eso.

–¡¿Un Nundu?! ¿Cómo tiene siquiera a uno enjaulado?

–No estamos seguros. Un cóctel de tranquilizadores de seguro. Aturdidores.

–Mierda –dijo Granger luciendo terriblemente culpable.

–En efecto.

La conversación fue acabando. Las ramas del árbol de Wisteria revoloteaban con la brisa, así que Draco volvió a fijar la mirada de nuevo en ellos, por curiosidad meramente intelectual. Granger demostró un gran interés en una grieta en la pared.

Draco estaba a punto de decir –de nuevo– que ya se iba, pero la postura de Granger cambio. Ya no estaba lista para atacar, estaba volteando al interior de la casa, dudando sobre algo.

Normalmente, Draco la hubiera presionado, de manera grosera, pero hoy sintió que ya había agotado sus groserías.

Granger se aclaró la garganta y habló casi susurrando. –Tengo algo que quiero enseñarte.

–¿Qué es?

Granger desapareció en la casa y regresó con un periodico. Se lo dió a Draco. Era de la página siete del Profeta y estaba titulada “¡Saqueo en Provenza!”

El artículo describe el robo de una reliquia de un monasterio del que Draco jamás había escuchado. Los ladrones fueron descritos como individuos increíblemente poderosos con una habilidad innata con el fuego, quienes habían logrado vencer medidas de seguridad impenetrables desde 1008.

Nuestros lectores estarán igual de sorprendidos que los investigadores cuando sepan que la reliquia –el cráneo de un santo– fue regresada al monasterio anónimamente días después del robo. Investigadores sospechan que los ladrones iban en la búsqueda de un reto de alto grado. Un par de Hermanas sufrieron lesiones no mortales durante la intrusión. Cuando se les cuestionó sobre avances en la investigación, las autoridades francesas dijeron “Quelle question idiote, la relique est de retour, ¿non?”, que su servidor interpreta como un “No”.

–Obtuve mi noticia titular –dijo Draco.

–Así es –dijo Granger mientras se apretaba las manos–. Yo obtuve lo que no quería: publicidad.

–Serás la sospechosa número uno sin duda –dijo Draco–. Todos saben que la querida Sanadora Hermione Granger es una ladrona incendiaria.

Granger le dio una mirada de desaprobación. –Ya, en serio.

–Lo digo en serio. Eres una bruja peligrosa.

Granger le quitó el periodico de la mano, sacó su varita y quemó el papel.

–¿Ves? Más incendios –dijo Draco–. Podemos agregar destruir evidencia a tu lista de crímenes.

–Me tendrás que arrestar si continuo por este camino.

–Ya lo estoy considerando. ¿Te sirvió de algo el cráneo? Por favor, dime que valió la pena.

–Si –dijo Granger–. Como no tienes idea. He logrado un gran avance.

–Bien.

Granger se recargó en el marco de la puerta, la tensión de antes disipándose poco a poco. –Mi siguiente aventura será aburrida en comparación.

–Ver para creer.

–Es verdad. Solo voy a Hogwarts.

–¿Para qué?

–Un texto medieval. De los de Snape.

–Ah –dijo Draco. Snape había donado toda su biblioteca a Hogwarts, y con esto hizo que la colección de textos poco usuales fuera casi igual de extensa que la de la mayoría de las universidades.

–Eso no será hasta casi acabando el verano, en Lughnasadh. No por alguna ocasión mágica especial. Solo que es mi siguiente fin de semana libre antes de–

Un ruido chirriante la interrumpió. El primer pensamiento de Draco fue que era una alarma del perímetro. Dio media vuelta con la varita en alto, listo para lastimar.

Granger jadeó –¡Deje la estufa prendida!

Draco había olido algo quemándose, ahora que lo pensaba, pero pensó que era el periódico.

Granger regresó al interior de la casa. Draco la siguió para ser testigo al siguiente momento de entretenimiento.

Sacó algo del horno, algo muy negro. Draco abrió una ventana y conjuró una brisa para que se despejara el aire.

–Bueno –dijo Granger triste–. Eso era la cena.

– Mmm –dijo Draco viendo el carbón.

Draco genuinamente había pensado que su furia había sido drenada. Se había equivocado. Granger siempre tenía un suministro adicional de furia.

–Esto es tu culpa –dijo Granger, volteando a verlo con una mano en la cintura–. Me distrajiste.

–¿Qué era? –preguntó Draco para asegurar si debía sentirse mal o no.

Granger apuntó al bote de basura. Una caja se asomaba, indicando que el platillo era un Estofado de Pescado Congelado de Miss Mabel.

–No me arrepiento en lo absoluto –dijo Draco.

 Granger raspó los restos de su comida al bote de basura junto a la envoltura que, según Draco, era donde pertenecía desde un inicio.

Ahora Granger andaba buscando en sus repisas, sacando un total de dos latas de atún, frijoles y un paquete de galletas. –Comida rápida será. Usualmente me doy la vuelta al supermercado durante el fin de semana. Deja de verte tan juzgón.

Draco, sintiéndose bastante juicioso sobre los frijoles, fue irrumpido por una idea loca e impetuosa.

–Granger.

–Qué.

–Ven a cenar conmigo.

Granger, que había desaparecido a medio camino de Narnia para recuperar una caja de galletas rancias, salió de su armario. –¿Qué?

Draco repitió de nuevo, con ademanes para que pudiera entender. –Tu. Yo. Cena.

Parecía haber sugerido también incendiar un hospital infantil, ante semejante shock.

–¿quieres cenar conmigo? ¿Hoy? ¿A propósito?

No –dijo Draco con gran sarcasmo en su tono–. Por accidente. Nos acercaremos a la mesa con la boca abierta y comeremos algunos entremeses

Granger todavía lo veía dudosamente.

Draco alzó la vista al techo. Estaba haciendo Demasiado por algo tan pequeño. –Te prometo que, si te fuera a envenenar, habría sido tan pronto llegué aquí. Hay una cantidad generosa de comida esperándome en la Mansión. Y sería un deleite para los elfos. Y–se apresuró a agregar– Mi mamá se encuentra en Florencia.

Todavía lo estaba observando con una confusión sospechosa, brazos cruzados al estilo de Granger a la defensiva. –¿Por qué?

– Es mi culpa que hayas quemado tu estofado de cartón.

Las cejas arqueadas de Granger sugirieron que muchas cosas eran su culpa, por las cuales no había intentado compensar previamente, así que le tendría que disculpar la desconfianza.

–¿Vamos? –preguntó Draco, ignorando todo esto.

Granger permaneció inmóvil, estudiándolo con escepticismo, como si estuviera tratando de descubrir su motivo oculto. Era un contraste agravante con el de la típica bruja ante una invitación a cenar de Draco Malfoy, la cual usualmente era un sí sin aliento y muchas risas.

Pero, no es como que la estuviera invitando a esa clase de cena.

Simplemente estaba observando la distinción entre ambos sucesos.

El olor a estofado de pescado quemado flotaba desde la papelera y los envolvía con un aura suave y trágica.

Esto impulsó a Granger a actuar. Cerró bien la tapa del contenedor, se dio la vuelta y se dirigió hacia las escaleras.

Como regla general, las mujeres no huían de Draco, sino todo lo contrario. Era una sensación desconocida y desagradable.

Oye –dijo Draco molesto.

–Me voy a cambiar –llamó Granger desde unos escalones arriba–. No iré a la Mansión en mi ropa de casa. Además, huelo a quemado.

Draco, mientras la veía a ella y a su trasero subir las escaleras en sus cortos  shorts muggle, vagamente quiso decir que no le molestaba el atuendo, que solo eran ellos dos en la cena, así que no importaba. Además, usualmente olía a humo de vela y no le molestaba en lo absoluto.

Sin embargo, Granger estaba arriba, así que Draco se guardó esos sentimientos empalagosos para sí mismo.

La esperó a que se cambiara, lo cual tomó aproximadamente dos días hábiles. Después bajó las escaleras con un vestido rojo de verano. –Listo, ahora si estoy presentable.

–¿Presentable para quién?

–No lo sé –dijo Granger mientras acomodaba su cabello en una cebolla en la nuca, la cual era en partes iguales elegante y desarreglada–. Estar contigo atrae caos. Casi estoy esperando que Shacklebolt aparezca para un poco de plática amena.

Draco sintió que quien atraía caos era ella, pero bueno. –Espero no. Él puede decirle a Tonks que estoy entablando una relación con mi Asignación y no ser el matón temeroso que usualmente soy.

–No eres un matón. Solo mandón –dijo Granger mientras se ponía unas alpargatas.

–¿Yo soy mandón?

–Un poco sí.

–Uy, mira quien habla.

Se aparecieron al Mitre, y de ahí tomaron la red Flu al Swan, para una segunda Aparición a su destino final: la Mansión. Era el mismo camino que habían tomado cuando Granger se había aparecido a la medianoche en el campo de Quidditch de la mansión, solo que al revés, y mucho menos estresante.

Al parecer Granger también había notado esto, cuando se materializaron frente a la finca.

Justo cuando Draco le estaba echando un ojo, Granger lo miró a los ojos. Después alzó la mano.

Solo temblaba un poco.

–Progreso –dijo Granger.

Draco dijo “Bien hecho” con sinceridad.

Las puertas principales de la mansión se abrieron cuando se acercaron. Uno de los elfos domésticos más jóvenes se acercó al vestíbulo con una voz chillona de bienvenida – y luego vio a Granger.

Hizo un chillido de sorpresa, se desapareció, y después su voz sonó desde la cocina: –¡El amo ha llegado! ¡Y trajo a una dama! ¡Preparen la crema batida!

Dicho elfo se Apareció de nuevo frente a ellos, como si no se hubiera desaparecido hace un momento. –Bienvenidos, señor y señorita.

–Gracias, Tupey. ¿Podrías avisar en la cocina que estaré con mi colega, la Sanadora Granger, para la cena?

Draco podría haber roto el corazón del elfo doméstico con esta aclaración. –Claro, señor –dijo mientras sus ojos se mostraban devastados.

–Y queremos cenar en la terraza de atrás –agregó Draco.

Tupey hizo una reverencia y se desapareció. A lo lejos, su voz se escuchaba diciendo que no habría necesidad de la crema batida.

Granger se veía divertida. –…¿Crema batida?

–No necesitas saberlo –dijo Draco–. Tengamos una entrada primero. Creo que acaba de cundir el pánico en la cocina.

Granger no estaba tan cabizbaja como lo había estado durante su última visita. Volteaba a su alrededor, observando las paredes blancas, las velas encantadas flotando, el fuego en cada chimenea. La nueva Mansión Malfoy era un poco menos triste que antes.

Draco la guio a uno de los salones, equipados con aperitivos. Tuvieron aproximadamente veinte segundos para elegir un asiento y empezar a picar a las aceitunas cuando Tupey se materializó de nuevo, preguntando por su elección de bebida.

–Un coñac para mi –dijo Draco.

–¿Y para la colega Sanadora Granger? –preguntó Tupey.

–Vino tino, por favor.

–¿Cabernet Sauvignon? ¿Merlot? ¿Pinot Noir? ¿Malbec? –pregunto Tupey.

Granger se vio paralizada ante tantas opciones. –Em…el Malbec. Gracias.

Tupey hizo una reverencia y desapareció.

Luego fueron atendidos por Henriette, que disimulaba un poco mejor su emoción (sólo sus orejas temblorosas la delataban).

Mademoiselle Granger –dijo con una reverencia antes de ofrecer una bandeja–Roulades de courgettes, noix épicées au piri-piri, blinis de saumon et de chèvre au pesto.

La charola de aperitivos se posó a un lado de Granger. Henriette Desapareció.

Granger abrió la boca para decir algo, pero sonó otro crack y Tupey apareció con sus bebidas. Draco recibió el suyo con la usual cortesía, pero el de Granger fue entregado en su mano con el mayor cuidado. Tupey desapareció.

Draco abrió su boca para decir algo, pero un tercer elfo apareció desde la cocina para preguntar si la colega Sanadora Granger tenía alguna alergia o preferencia que debían saber. No la tenía. El elfo desapareció.

Granger intentó hablar, pero Henriette apareció con servilletas y tenedores pequeños para desaparecer un segundo después.

Draco y Granger se vieron el uno al otro mientras el salón estaba en silencio, ya esperando otro fuerte crack interrumpiendo su siguiente intento de conversación.

–Son un poco…un poco intensos. ¿no? –dijo Granger.

–Se mueren de ganas de recibir invitados –dijo Draco–. Cuando mi madre no está, no hay eventos grandes aquí y solo me alimentan a mí.

–Esta charola es suficiente cena –dijo Granger mientras tomaba un aperitivo de salmón.

–Eh…no. Cuida tu apetito.

Caminaron hacia la terraza. Era una noche de verano perfecta, caliente, pero con una ligera brisa. Dicha brisa jugaba con los rizos sueltos del recogido de Granger y jalaba la bastilla de su vestido. No es que Draco la estuviera observando.

Los terrenos estaban iluminados por la noche con velas y linternas encantadas al pie de cada árbol y colgadas a lo largo de todos los senderos. En cierto modo, el efecto era incluso más magnífico que durante el día: las fuentes y los elementos acuáticos brillaban y las flores brillaban luminosas, como si brillaran desde dentro.

Draco dejó a Granger para que admirara la perspectiva de los jardines mientras él avanzaba para ver si la mesa estaba lista. Estaba satisfecho con lo que los elfos domésticos habían armado en tan poco tiempo: una mesa de plata y dos sillas, un exceso de flores de verano que prestaban su perfume al aire de la noche y una verdadera extravagancia de linternas y luces de colores.

Sin embargo, era terriblemente romántico. Henriette estaba poniendo las cosas bastante duras, dado que Draco había especificado que era una colega. Había tenido incontables cenas con colegas y colaboradores durante el verano, y Henriette jamás había elegido decorar con rosas rojas. Rosas. Rojas.

–¿Henriette? –llamó.

¿Oui? –respondió Henriette apareciéndose a su lado.

–Eres una traviesa.

Je ne connais pas ce mot –dijo Henriette encogiéndose de hombros ante su falta de comprensión.

–Las rosas, Henriette.

–¿Qué tienen, Monsieur?

–Son demasiado.

–¿Demasiado qué, Monsieur?

–Demasiado todo, Henriette.

Il faut se laisser ensorceler, Monsieur.

Que era justo lo que Draco estaba pidiendo: misticismo no solicitado sobre darse la oportunidad de ser encantado.

–Quítalas, Henriette.

– Están en la cima de su floración, Monsieur. Sería una lástima desperdiciarlas.

–No importa eso, me gustaría–

–¡Oh! –vino la voz de Granger–. ¡Las rosas!

Henriette le dio a Draco una mirada que sugirió que, como siempre, ella tenía la razón y que si dejara de dudar sobre sus decisiones, dejaría de pasar penas ajenas.

Granger estaba agarrándose de las manos frente a la mesa. –¡Qué hermoso! ¡Nunca había visto este tipo! ¿Son dobles? Y el color, ¡es tan profundo!

–Son Apolline –dijo Henriette. –El jardín de rosas está abundando con ellas, Mademoiselle. Deberían tomar un paseo después de cenar. Estoy segura de que Monsieur estaría encantado de llevarla ya que Madame Malfoy se encuentra fuera.

El Monsieur en cuestión le dirigió a Henriette una mirada sofocante ante esta impertinencia. Sin embargo, a Granger le fascinó la idea, dijo que le encantaría, y le hizo preguntas sobre el origen de la Apolline así como desde hace cuánto las tenían, etc.

–Comida primero, éxtasis femenino sobre rosas después –dijo Draco.

Granger y Henriette le dirigieron miradas frías que hicieron que Draco sintiera la mala opinión que tenían sobre él.

Henriette indicó que iría por el primer tiempo.

Granger se sentó en su silla. –No querría que mis éxtasis femeninos se interpusieran a tus apetitos masculinos.

Draco escondió una sonrisa en su coñac. –¿Y qué sabes tú de apetitos masculinos?

–Solo que son implacables.

–Es correcto.

–Y te nublan el juicio.

–A veces.

–Solo podemos esperar que sean saciados por la entrada de Henriette y así tener una conversación civil sobre rosas, sin interrupciones.

–Parcialmente satisfecho, probablemente.

Granger lo miró con ojos entrecerrados, como si estuviera notando un doble sentido, pero no del todo segura que significaba. Draco la dejó contemplar su incertidumbre.

Tourteau frais, décortiqué par nos soins –anunció Henriette cuando ella y Tupey llegaron con cangrejo y mantequilla a las hierbas.

Comieron. Granger fue propia con su comida, como usualmente lo era, y fácilmente distraída con miradas largas hacía los jardines. Ahora tenía la mano en la barbilla y estaba viendo los álamos en fila, cuyas hojas se movían con la brisa.

Draco quería interrumpirla y que regresara a lo importante (él), pero también era lindo estar sentado en silencio en compañía y disfrutando sus bebidas. Las cenas en la mansión usualmente tenían una intención secundaria, ya sea que el invitado o Draco tuvieran algo que sacar de provecho. Esta ocasión era única por su falta de presión, Draco no tenía necesidad de hacer nada y no estaba siendo manipulado. Simplemente estaban comiendo juntos en base a haber quemado su cena en casa. Granger no tenía interés en su fortuna o él.

A veces, estar con ella era fácil.

Risotto au basilic –dijo Henriette, llevándose los platos de cangrejo y dejando en su lugar risotto. El aroma a albahaca era delicioso.

–¿Cómo sabes tanto de rosas? –preguntó Draco.

–Mi mamá solía tener rosas –dijo Granger, con un gran intento de verse despreocupada.

–¿Solía? ¿Dejo de hacerlo?

–No sabría. No he visto a mis padres desde hace ya varios años.

–Oh.

Dado que estaba intentando verse relajada, Draco no le preguntó más sobre el tema, lo cual él creyó demostró delicadeza.

Sin embargo, Granger continuó. –Les borre la memoria durante la guerra. Los mandé a Australia para que estuvieran bien. Para cuando los encontré de nuevo, era demasiado tarde para revertir el hechizo sin causar daño en su mente. Están viviendo felizmente en Adelaide y no tienen idea de que tuvieron una hija.

Ah si, justo lo que Draco quería. Recordar ligeramente las tragedias de la guerra.

No se molestó con palabras de simpatía, ya que no era algo que hacía, y ella no le creería de todos modos que estaba siendo sincero.

–Eso explica por qué eres tan cuidadosa con Obliviate –dijo Draco.

–Claro. Fue una lección difícil de aprender. Mentes, recuerdos, no debes de jugar con ello. Y yo desmantele sistemáticamente dieciocho años de eso. Tuvo repercusiones.

–Mantuvo a tus padres vivos –dijo Draco.

–Sí. A un costo –Granger se terminó su vino–. Pero bueno, es una linda noche como para ser tan sombríos. Hablemos de otras cosas.

Draco se terminó su coñac para que su copa vacía no se sintiera sola. Era amable de su parte.

Vio a Granger de reojo. –Parece como si tuvieras un tema más del que hablar.

–Promesas rotas –dijo Granger. La acusación era fuerte en ese enunciado.

Draco alzó una ceja, sintiéndose en la mira. –¿He roto una promesa?

–Sí

–Ah, ¿sí? Ilumíname.

Justo cuando Granger estaba por hablar, Tupey se apareció para sugerir un Sauvignon Blanc para el siguiente tiempo, dado que era pescado. Draco y Granger aceptaron. Tupey sirvió el vino y desapareció.

–El reporte de las ruinas Celtas – dijo Granger–. El que encontraste en el calabozo. Nunca me lo mandaste.

Draco se recargó en su silla de manera teatrical. –Tienes razón. Nunca lo hice. Atrapado en flagrant délit.

Je sais –dijo Granger gravemente–. Una violación a nuestra confianza.

–¿Podrías perdonarme?

–No. Me encuentro con ganas de guardar rencor. Tal vez, crear toda una disputa.

–Lo dices como si las casas Granger y Malfoy no estuvieran ya en disputa –dijo Draco.

–Cierto –dijo Granger.

Mientras Granger contemplaba esto, Draco llamó a Henriette para pedirle que fuera por los documentos. Henriette regresó con varios rollos de pergamino y una expresión graciosa en su rostro.

Ofreció traer otros materiales de lectura más adecuados para la velada, como poesía francesa.

–No gracias, Henriette. Sería todo –dijo Draco–. Mademoiselle tiene un gusto literario peculiar y prefiere leer sobre monjes muertos.

Henriette se desapareció sacudiendo la cabeza.

Granger aceptó el pergamino con una sonrisa. –Cuando lo pones de esa manera, si sueno muy peculiar.

Draco se encogió de hombros. –Por lo menos, peculiar no es aburrido.

–Acepto tu cumplido ambiguo y mal ejecutado–dijo Granger mientras abría un pergamino.

–No quisiera que se te subiera el ego, sabes.

–No. Eres bastante cuidadoso con eso.

Granger se acomodó para leer el reporte, dejando su risotto enfriar en el plato. Ocasionalmente recordaba la presencia de Draco, la cual era señalada con un “¡Oh!” y compartiendo algún fragmento de información.

Henriette se apareció con el siguiente tiempo y le dio una mirada de reproche a Granger cuando vio la situación.

–¡Mademoiselle! J’ose vous rappeler que vous êtes à table.

Granger brincó y de inmediato se disculpó guardando el pergamino. Se veía apenada mientras Henriette quitaba el risotto (ahora una masa fría) y lo reemplazó con el pescado.

Turbot poêlé, artichauts poivrade et citron confit. –Henriette acomodó el plato de Hermione con firmeza infiriendo que, si no lo consumía, tendría algunas palabras por decir.

El efecto de la presencia amenazante de Henriette fue minimizada por el hecho de que su nariz apenas y llegaba por encima de la mesa. Sin embargo, con los ojos como platos, Granger dijo que el rodaballo se veía delicioso y comió varios bocados bajo la mirada de Henriette.

Satisfecha, Henriette desapareció.

Granger tragó su pescado con la ayuda del vino.

Draco estaba aguantando la risa. –Luces verdaderamente aterrorizada.

–Da miedo –Granger lanzó una mirada por encima de su hombro y lo volteó a ver–. Y perdóname, fue muy grosero de mi parte. Estaba demasiado absorta y no me di cuenta.

–Debería de buscar un Boggart –dijo Draco entre mordidas–. Tal vez en algunos de los cuartos.

Granger parpadeó. –¿Un Boggart? ¿Para qué?

–Tengo el presentimiento que el tuyo tomará la forma de una elfa doméstica francesa de ochenta años y quisiera confirmarlo.

Granger se mordió el labio para no sonreír. –Te crees muy chistoso.

–Lo soy –dijo Draco.

–¿Y qué forma tomaría el tuyo, si es que fuéramos a la caza de un Boggart?

Draco se recargó en su silla y cruzó las manos. –Ahora, esa es una buena pregunta. No me he enfrentado a uno desde la guerra. Quiero pensar que ya no sería Voldemort saliendo como un cadáver viviente.

–Bueno, pues, ¿qué te ha asustado recientemente?

–¿Quieres la verdad?

–Claro, pero no la espero –dijo Granger.

–Hubo un momento hoy, en tu casa, donde por un segundo pensé me convertirías en insecto y me aplastarías.

Granger pareció tomar nota de esta nueva idea. –¿Qué clase de insecto?

–No lo sé. Asumiría en una despreciable y maldita cucaracha.

–Pero son difíciles de matar –dijo Granger sacudiendo la cabeza–. Sería una pésima elección. Elegiría algo más aplastable. Aunque, ahora bien, si fuera a matarte, te quiero dejar claro que no usaría transfiguración.

–Ah, que bien. Eso no sería generoso. ¿Cómo lo harías entonces?

–Tal vez, te ataría y dejaría que Crookshanks lo haga. Así solo sería cómplice.

–La primera parte de tu enunciado sonaba prometedor, hasta que metiste al gato.

Granger no notó para nada su ligero intento de coqueteo. Ella estaba recordando algo. –Una vez casi asfixió a Ron. Se acostó sobre su cara mientras dormía. He llegado a pensar que si fue a propósito.

–Bueno, eso nos saca de dudas. Mi nuevo Boggart es tu gato.

Granger no le ofreció una risa, pero si escondió una sonrisa detrás de su copa de vino.

Henriette regresó para ver el avance de Granger. Granger dijo que todo estaba delicioso y que, en especial, la alcachofa había sido la mejor que había comido en toda su vida.

Henriette dijo –Parfait. Tienen muchos beneficios a la salud, sabe.

–Ah, ¿sí?

Oui, oui, muchas vitaminas y nutrientes. También son afrodisiacas.

Henriette desapareció después de proporcionar esa vital información.

Granger contempló su plato consternadamente. Draco verdaderamente quería soltar la carcajada.

–Ya sabré a quién culpar, si te me acercas mucho –dijo Draco.

Granger volteó la vista a su plato vacío y dijo: –De igual manera.

Tupey y Henriette desaparecieron sus platos y sirvieron el postre.

Millefeuille à la vanille de Bourbon –dijo Henriette presentando el último platillo.

Tupey propuso un Sauterne dulce para acompañar, a lo cual Draco y Granger aceptaron.

Granger tomó un trozo de su postre. –Henriette, Tupey, tengo que agradecerles. Esta comida fue mucho mejor de lo que iba a cenar, en realidad.

Henriette y Tupey hicieron una reverencia.

–Estoy seguro de que Miss Mabel hace un excelente estofado de pescado –dijo Draco.

¿Pardon? ¿Quién es Miss Mabel? –preguntó Henriette–. ¿Es su elfa doméstica, Mademoiselle?

–No –dijo Granger–. Ella, em, hace estofados de pescado que puedes comprar en el supermercado. Bueno, en realidad no estoy segura de que exista, puede ser solo mercadotecnia…

–Estofado de pescado congelado –dijo Draco a Henriette–. Estofados congelados que tiene Mademoiselle congelados y los pone en el horno cuando tiene un segundo a pensar en alimentarse.

Henriette hizo un ruido de shock. Tupey se cubrió la boca con sus manos.

–Y cuando eso no funciona, Mademoiselle tiene dos latas de atún y unas lentejas deshidratadas. Eso es todo lo que tiene en su alacena –Draco se puso serio–. He visto cosas difíciles en mi vida, Henriette, pero la alacena de Mademoiselle es otra cosa.

Henriette tenía las manos sobre su pecho, ojos abiertos de par en par. –¡Non!

Oh, oui. Lo he visto con mis propios ojos.

–Monsieur está exagerando un poco –dijo Granger, sus nudillos apretando su tenedor tan fuerte que parecía ser que quería encajarlo a Draco si no deja de causar un escándalo con los elfos.

–Tienes razón –dijo Draco–. También hay una caja de galletas, ya vencidas. Un poco polvosas, pero todavía buenas.

Henriette y Tupey veían a Granger a un segundo más de ponerse a llorar.

–No he ido al supermercado esta semana –dijo Granger intentando hacerlos sentir mejor–. Por eso mi alacena está vacía. He estado un poco ocupada.

–Oh, claro –dijo Draco–. Porque usualmente está repleta, ¿verdad?

Había estado esperando el golpe de Granger por debajo de la mesa, y sucedió en ese preciso momento. Le tomó el tobillo y le hizo un ruido de desaprobación.

Granger intentó recuperar su pie, pero Draco le informo que andar pateando significaba perder el privilegio de su pie.

Henriette ignoraba este suceso, estaba demasiado ocupada estresando porque nadie estaba ayudando a Mademoiselle y su alacena vacía. Tupey estaba a punto de hiperventilar.

–Tengo una propuesta modesta–dijo Draco.

La pierna de Granger se movió un poco. Draco la sujetó firmemente. Y eso era todo, sujetar. Su tobillo estaba descubierto y suave bajo su mano, y sus dedos tenían curiosidad sobre la delicada forma de sus huesos, y cómo se sentiría trazarlos, pero no lo hizo. Se mantenía sujetándola. Porque era Granger. Y no tenía interés alguno en acariciar su tobillo.

Y si llegara a tener interés en hacerlo, cosa que no era cierto, sería culpa de la alcachofa.

Granger parecía no atreverse a pedir su pie de vuelta frente a Henriette, porque eso llevaría a preguntas incomodas sobre porque había intentado patear a Monsieur debajo de la mesa, lo cual hubiera sido peor que leer en la mesa.

–¿Qué propuesta? –preguntó Granger casi gruñendo, como si fuera un gato sujetado por la nuca.

–Los elfos están volviéndose locos sin mi madre y sus eventos, ¿por qué no les permites ir a tu casa un par de días a la semana y llenar tu alacena? Al menos hasta que regrese mi madre.

–Claro que–

Draco le apretó un poco el tobillo antes de que pudiera insultar a los elfos.

Henriette y Tupey voltearon hacia Granger mientras hablaba, con el corazón en la manga al pensar en su alacena vacía esperándolos. Las manos de Henriette apretaban su pecho, y Tupey parecía suplicar con las suyas. Sus ojos brillosos lanzaban destellos.

La voz de Granger se detuvo.

–Creo que lo que Mademoiselle iba a decir es que claro que sí –dijo Draco.

Granger le dio una mirada que sugería una segunda patada en camino, si tan solo no existiera la posibilidad de perder su otro pie. Dio su mejor intento a una sonrisa para los elfos. –¿Tal vez Monsieur y yo podríamos discutir los detalles en privado?

–¿Entonces es un sí, señorita? –preguntó Tupey sin aliento.

–Claro que es un sí –dijo Henriette con estrellas en sus ojos–. Mademoiselle jamás sería tan grosera como para rechazar la oferta de Monsieur. Es demasiado bien élevée.

La sonrisa de Granger era totalmente falsa.

Los elfos hicieron reverencias más de tres veces y desaparecieron a la cocina para compartir la buena noticia.

–Claro que desafiarías la paciencia de un santo –dijo Granger apretando los dientes–. Regrésame mi pie antes de que te convierta en una cucaracha.

Draco soltó su pie, tal vez un poco más lento de lo normal, las puntas de sus dedos acariciando su tobillo mientras lo dejaba ir.

Ella se dio cuenta. Había un rubor rosado en sus pómulos. Posiblemente el vino. Posiblemente otras cosas.

–Solo he hablado con una santa y le caí bien –dijo Draco mientras pasaba una mano por su cabello.

Granger, aun sonrojada, se exasperó. –Solo pasó cinco minutos contigo, no es lo suficiente como para descubrir lo desesperante que eres. Como imponerme a los elfos domésticos , precisamente a . ¿Qué te llevó a pensar en esa conclusión?

–Vi un problema que podía solucionar –dijo Draco–. Es una filosofía de vida que he aprendido de una bruja muy inteligente.

Granger se le quedó viendo. El golpe bajo al usar sus palabras y el cumplido genuino la habían desconcertado completamente. Se recargó en su asiento, teniendo dificultad para seguir enojada. –Eres…eres… simplemente eres-

–Indescriptible, lo sé –dijo Draco.

–¿Siempre debes tener la última palabra?

–Solo en el momento ocasional que me lo permites.

Granger estaba batallando entre verse todavía molesta y a la vez divertida. Sus ojos brillaban con esto. Era una vista hermosa.

–¿Cuándo regresa tu madre?

–Por lo menos dentro de quince días –dijo Draco–. Después de eso, serás libre de los elfos. Pero, mientras tanto, les habrás regresado el joie de vivre.

Granger estaba volteada en dirección a la cocina. –Está bien. Pero, es solo porque no quiero que Henriette piense mal de mí por rechazar tu oferta. Creo que se tomaría la ofensa personal.

–Si Henriette se preocupara por tu educación, te lo hubiera hecho saber desde un inicio. Es bastante vocal con sus opiniones. Ahora, come tu postre o te va a volver a regañar.

Granger volteó a su plato. Draco bebió del vino.

–¿Para qué era la crema batida?

Eso es un tema privado y será mejor que lo olvides.

–Hmm –dijo Granger estudiándolo.

Terminaron el postre.

Henriette se materializó y les recordó amablemente que Monsieur debía llevar a Mademoiselle por el jardín de rosas. Después se acercó a él, con las manos en la cadera y se le quedó viendo intimidantemente hasta que se puso de pie y le ofreció el brazo a Granger.

La mano de Granger en su brazo era ligero en un inicio, pero después de un par de pasos, se agarró más fuerte. –Mierda. ¿El suelo se está moviendo, o estoy alcoholizada?

–Ambos estamos hasta el tronco de vino –dijo Draco.

–La atención de Tupey fue incesante.

Era un milagro que ninguno de los dos haya dicho algo estúpido bajo los efectos del alcohol, pero la noche aún era joven y el camino al jardín les llamaba, así que la posibilidad para estupideces era tan larga como el camino.

Pasaron por un par de lilas frondosas. A su derecha estaba el invernadero, su brillo cálido entre flores color malva. La briza hacía que los pétalos temblaran un poco; la luz brillaba en su camino.

En la sombra, Granger alzó su mano para verla a contraluz con el invernadero.

Estaba firme.

Era su mano izquierda la que había alzado. Su brazo estaba descubierto y contra la piel del interior de su brazo se veía ese parche borroso.

Granger dió la vuelta, con la intención de continuar el camino, pero Draco la detuvo al cometer la primera estupidez de la noche. Más tarde culparía al vino.

Tomó su muñeca gentilmente, pero aun así se estremeció, y la jaló hacía él.

Granger estaba sorprendida. –¿Qué estás…

–No sabía que todavía tenías esto –dijo Draco.

Volteo su muñeca para que el parche borroso brillará ante la lámpara.

–Pues, sí –su voz sonaba insegura. Lo estaba observando con cautela, algo salvaje a punto de alejarse y huir. Olía al dulzor del vino.

Dos palabras que Draco había estado cargando consigo mismo desde Provenza salieron con dificultad. –Lo siento.

–Fue tu tía loca, no tú.

–No hice nada para detenerla.

Granger no tuvo respuesta a esto.

–Supongo que, si hubiera manera de sanarlo, ya la habrías encontrado –dijo Draco.

–Si. Intente muchas cosas, pero…

–Algunas cosas no sanan.

–No. No lo hacen –Granger estuvo callada un momento. Después sacudió el glamour para revelar la palabra. –Es horrible.

La herida estaba sobre su piel, tan al rojo vivo como cuando fue tallada. Brillaba. La boca de Draco estaba seca. Por un momento, tenía 17 años de nuevo, tirada en el suelo de la mansión, a metros de distancia. Después era Granger de nuevo, inteligencia inigualable, cambiando el mundo, pero aún con todo esto, marcada. Draco le sujetó la muñeca más fuerte, con vergüenza y tristeza.

–¿Todavía te duele? –preguntó Draco, porque se veía demasiado fresca como para que no.

–A veces. Ya me acostumbré. O se me olvida.

Draco jamás había tenido intenciones de enseñar su antebrazo por la vergüenza – con mayor razón porque la había recibido voluntariamente.

Y aun así, se encontró desabrochando y arremangándose la manga.

Lo que quedaba en su brazo era una marca borrosa y distorsionada. Era una mezcla grotesca de piel negra y tejido cicatrizado, el resultado de varios intentos de quitarla.

–Oh –jadeó Granger.

–La mía es más fea. En todo el sentido de la palabra, Granger. Yo la quería.

Su expresión era más el shock que el horror. Estaba viendo el tejido torcido con la mirada de una Sanadora, una que había visto cosas peores.

Granger estuvo callada un largo momento. Después, dijo –Pero, no la quieres más.

–No.

–Eso es lo que importa.

–No quita el pasado –dijo Draco. El brazo profanado que sostenía entre ellos era testamento de ello.

–No. Pero las decisiones que has tomado desde entonces te definen más que esas que tomaste.

–¿Ah sí?

–Tenías dieciséis años. Eras–éramos–niños soldados en medio de una guerra, intentando hacer lo que creíamos que estaba bien. Intentando proteger a nuestros seres queridos.

–¿Tienes que ser tan terriblemente indulgente?

–Han pasado quince años –dijo Granger. Bajo su propio brazo. Se veía cansada–. Te puedo asegurar que he pensado bastante en ello. He perdonado a quienes se lo merecen.

–Eso interfiere con mi autorreproche.

–Hacer eso no es productivo.

Ahora era el turno de Granger de tomar su muñeca. Lo acercó a un triángulo de luz entre las sombras y se acercó a ver la Marca más de cerca. Draco quería alejarse; pero ella había sido valiente cuando el vio la suya, así que no iba a acobardarse ahora.

Su dedo pasó por las cicatrices y piel derretida que jamás había sentido otra persona tocarlas.

Se veía desconsolada. –¿Intentaste quitarla a la fuerza?

–Sí –dijo Draco. Entre otras cosas–. Hace años ya.

Su brazo temblaba bajo su escrutinio. Quería esconder la Marca de nuevo; era tan fea, deforme y llena de recuerdos horrorosos y vergüenza.

–Creo que no hay mucho que pudiera hacer con esto –dijo Granger–. En términos de Sanación–. Esto parecía entristecerse.

–Mi cicatriz es un recuerdo de decisiones terribles. Bien merecida. La tuya es… una verdadera triste tragedia.

–Lo es –dijo Granger. Después agregó–. Bueno, ambas son tragedias de distintas maneras.

Más perdón. Draco quería huir.

Estuvieron en silencio. Ahora sabían algo del dolor del otro. Había intimidad en ello. El ser visto. Era desconocido, delicado, desconcertante.

Era y no era silencio. Era pesado y denso. Pesaba en sus oídos y pechos como una presión.

por RunningQuill_art

–Me gustaría cerrar con una conclusión profunda o un sabio consejo –dijo Draco.

–Si, por favor –dijo Granger. Se veía aliviada.

–Me refería de tu parte.

Granger se juntó las manos y vio hacia el cielo estrellado, como si fuera a encontrar la sabiduría entre estrellas. –El cadáver del hombre reanimado que nos dio estas cicatrices está bastante muerto.

–Y nosotros estamos vivos.

–Creo que eso es suficiente.

Draco se acomodó la manga. Granger volvió a ocultar su cicatriz.

–Es una velada hermosa como para estar tan sentimentales –dijo Draco.

–Yo no sueno así de engreída –dio Granger.

–A que sí. ¿Vamos a las rosas? Ten tu éxtasis femenino listo.

Bajaron por el camino que se curvaba bajo la luz de las velas hasta que llegaron al jardín de las rosas. A sus pies, rosas violetas se asomaban, llamadas por la luz de la luna.

Su pisar era lento y borracho sin propósito alguno. Era perfecto; Draco sabía muy poco de las rosas como para dar un tour y Granger estaba feliz de divagar de una a otra, tocando sus pétalos delicadamente. Iba diciendo nombres conforme reconocía un par: Annabelle, Wildfire, Apolline, Duquesa, Ivory Kiss, Clair, Crimson Romance.

Las luces brillaban entre los arbustos. Pétalos caían sobre la banqueta. Un ave cantaba a lo lejos haciendo una armonía con el ruido de las fuentes. Granger, con la mirada lejos del alcohol, dijo que era como estar en un bosque encantado.

Draco quería responder con algo sarcástico por ser tan sentimental, pero él también estaba inmerso en el ambiente suave del lugar. El tipo de humor donde le podía decir a una bruja que sí, las rosas eran hermosas, pero que ella era la más hermosa del jardín con tal de verla sonrojarse.

No lo hizo, porque tuvo autocontrol.

Fragancias delicadas estaban en el aire. Granger intentó ponerles nombre a los aromas y le acercaba rosas a Draco para que pudiera intentar también. Él estaba a un lado de ella, más cerca de lo que tenía que estar, e intentaban adivinar: vainilla, manzana, clavo, miel, entre otros.

Su mente afectada por el vino coleccionó distintas impresiones. Cercanía deliciosa. Estar lo suficientemente cerca como para sentir su calor corporal. La rosa que sostenía a su cara, tan cerca que sus labios rozaban los pétalos. La luz de la luna sobre su piel. Los rizos sueltos. La esquina de su boca. Mordiéndose el labio. Pestañas posadas sobre un pómulo.

Se movieron a la siguiente rosa. Granger estaba convencida de que esta olía a durazno. Draco se acercó por atrás y se inclinó por encima de su hombro. Para él, olía a mandarina. Granger olfateó de nuevo y afirmó que eran duraznos. Y Draco se acercó aún más para contradecirla, porque claramente olía a mandarina. Granger teorizó que tal vez encontraron una rosa de Amortentia; eso explicaría la discrepancia. Draco dijo que intentaría recordar este descubrimiento.

La siguiente era una rosa blanca espléndida. Granger la tomó entre sus manos y la acercó a sí misma. Draco se acercó por atrás de nuevo y ambos la olieron al mismo tiempo. Su mejilla rozó con su barbilla.

Se detuvo justo a tiempo antes de ponerle la mano en la cintura.

Tomar ese camino significaba la locura.

El olán de su vestido rozaba con el frente de sus pantalones. Su cabello le hacía cosquillas en la cara.

Granger dijo que era coco y lo retó a estar en desacuerdo. Draco estuvo completamente en desacuerdo porque claro, olía a kiwi.

¿Kiwi? Repitió Granger. Kiwi, dijo Draco. Granger dijo que lo iba a llevar con un otorrinolaringólogo si no dejaba de decir majaderías. Draco dijo que la única majadera en esta vida era la palabra otorrinolaringólogo.

La parálisis le estaba llamando de nuevo, de no querer moverse, del sentimiento ligero en sus venas y extremidades. Le pesaban los ojos. Quería poner su barbilla donde su cuello se conectaba con su hombro y solo quedarse ahí. Quería decirle cosas al oído y sentirla estremecerse. Quería quedarse ahí, hablar sobre kiwis y cocos por un buen rato. Quería flotar.

Era el vino, sin duda. Y la alcachofa.

Se pasaron a otro arbusto, uno donde pequeñas crecían en bultos y olían a vetiver. Granger preguntó si podía tomar una. Draco lo hizo por ella ya que era caballeroso de su parte hacerlo. Se la dio, con su brazo abrazándola por detrás, y sus dedos se tocaron ya que era lo más cerca que podían estar– tocándose las puntas de los dedos por una rosa.

Ella volteó la cabeza para agradecerle, y cuando sus ojos se cruzaron, los de ella eran oscuros y curiosos y los de él eran claros e interesados, universos chocando entre sí. Era toda la contraposición de Luz y Oscuridad, y Sangre Pura e Hija de Muggles, y Orden y Mortífago, y terrible incompatibilidad tras terrible incompatibilidad. Sus polaridades violentas eran las cosas que los conformaban.

Se recargaron un poco el uno en el otro en ese momento de colisión, un poco borrachos y un poco sentimentales.

Ella acomodó la rosa en su cabello y se volteó.

Llegaron al final del jardín, donde los setos eran más gruesos y estupideces tal vez no se decían con tanta libertad. Donde terribles incompatibilidades dejaban de importar tanto, porque aquí entre tanto verde, solo eran un hombre y una mujer caminando por un jardín, siendo idiotas por unas rosas.

Encontraron un asiento en una banca cerca de una fuente de cupidos regordetes. Granger se sentó sobre sus piernas. La rosa en su cabello estaba chueca, así que Draco se acercó a acomodarla, esperando ser encantador, pero siendo paralizado por nerviosismo, cosa que no había sentido desde que era un adolescente. Granger murmuró su agradecimiento. Sus cachetes estaban teñidos de rosa.

Hablaron de cosas triviales y no de rosas y alacenas, ni cicatrices ni guerra, mucho menos alcachofas y estofados. Vieron las estrellas mientras pájaros cantores cantaban una melodía, y las rosas soltaban pétalos. Paso una hora, después dos y tres, aunque para ellos era como si apenas se hubieran sentado en esa banca húmeda.

El recuerdo de esa noche se quedaría con Draco por un largo tiempo, dulce y lleno de luz de luna. El brillo en sus ojos, el sabor del vino, las estrellas reflejadas en la fuente, la seducción de las rosas.

Il faut se laisser ensorceler.

 

 

Notes:

Il faut se laisser ensorceler: Hay que dejarse hechizar.

Chapter 18: Enmienda

Chapter Text

¡Bellísima comisión de makiblue_art

It is also my pleasure to share my highly professional art direction for the commission,  so that you appreciate the final product even more by contrast.

(No pudimos traducir esto, es demasiado bello de la autora original isthisselfcare, pero solo dice que es su bellísima referencia para el arte de arriba, para que aprecien el contraste de su visión)

Tengo algo para tí decía la nota que envió Granger una semana después. Creo que se podría decir que es una pista. Sobre el tema del Nundu .

¿Ajaaaaaa? Respondió Draco.

Tengo clases. ¿Nos podemos ver a las 6? Dijo Granger.

¿Dónde?

En la cafetería de Trinity, dijo Granger. Tengo otra junta antes de eso. Si llego tarde, no entres gritando sobre escobas. Estaremos rodeados de Muggles. 

Draco agradeció el consejo, ya que usualmente llegaba temprano y entraba a los lugares gritando sobre escobas. Puso a un lado la Libreta de Parloteo para revisar el horario de Granger. El muggle en cuestión era Gunner Larsen, CEO de Farmacéuticas Skjen.

A las 5:55 pm, un Draco invisible se infiltró en una cafetería muggle de Trinity College, curioso de saber la pista que Granger tenía sobre Talfryn. 

La vió a través de la ventana del café, hablando con un hombre. Draco se había formado una imagen mental del tipo de hombre que sería Larsen: chaparro y delgado como todo científico, posiblemente calvo y con lentes.

En lugar de eso, frente a Granger se encontraba un hombre de casi dos metros. Su cabello era rubio rojizo, al igual que su impresionante barba y sus ojos eran de un azul penetrante. 

Era un vikingo con traje de tres piezas. Había más vello saliendo por encima de su camisa de lo que a Draco le había crecido desde la pubertad. 

Draco decidió que no le agradaba. 

Todavía desilusionado, entró a la cafetería después de que un comensal saliera, Draco se recargó en la pared para escucharlos. Granger y el vikingo hablaban en términos médicos (él con un ligero acento). Granger le estaba explicando con su usual emoción, algo sobre sistemas inmunes adaptativos y microambientes. Larsen respondió con algo sobre la terapia con inhibidores de puntos de control, a lo cual Granger respondió con mucho entusiasmo.

Los ojos del vikingo estaban fijos sobre Granger de una forma que a Draco no le gusto. Había algo depredador en ellos, algo hambriento. Granger estaba gesticulando y demasiado ocupada con su entusiasmo por la nanobiología como para darse cuenta. Empezó a sospechar: ¿Y si este muggle fornido quería robarle sus ideas? ¿Sacarle dinero? ¿Comérsela? 

Había una sola manera de descubrirlo. 

La entrada de Draco a la mente de aquel hombre se acabó tan pronto como empezó. Se topó contra barreras mentales extremadamente sofisticadas, del tipo que solo un Oclumente entrenado tendría.

Así que Granger estaba equivocada. Este hombre no era un muggle. 

El vikingo, sintiendo el intento de intrusión, se volteó hacia donde Draco estaba Desilusionado. Su penetrante mirada recorrió las abarrotadas mesas, intentando encontrar a su atacante. 

Granger le preguntó. –¿Está todo bien?

Larsen se volteó hacia Granger. –Si, mis disculpas Profesora. Creí haber escuchado algo.

Continuaron con la conversación, aunque ahora las respuestas de Larsen se redujeron a monosílabos distraídos. 

La primera reacción de Draco – derribar al hombre sobre la mesa y preguntarle a que estaba jugando – se vió impedida por la cantidad de gente que había a su alrededor. (Sin mencionar el hecho de que Draco no estaba del todo seguro de poder contener a ese hombre.)

Su segundo plan era Desarmar a Larsen y adentrarse en su mente para descubrir su plan maestro, pero nuevamente la multitud resultaba ser un problema, y adicionalmente el hombre era un Oclumente. Tendría que suavizar su entrada, y después convertir su cerebro en puré. 

Granger comprobó la hora y se apresuró a terminar la conversación. Larsen le estrechó la mano (todo el brazo más bien) y se retiró pasando entre las mesas. Draco lo vió observar detenidamente a cada comensal en la cafetería en su camino hacia la puerta. ¿Era para recordar sus caras o también era un Legeremante? 

Draco siguió a Larsen a la calle con vagos pensamientos de Aturdirlo por la espalda y Aparecerlo en una celda para que tuvieran una platica amistosa. Sin embargo, tan pronto Larsen encontró una puerta fuera de la vista de los muggles, se Desapareció.

A Draco no le gustó eso.

Estaba perplejo e irritado a partes iguales cuando se reunió con Granger de nuevo en la cafetería, ahora ya visible. Por su parte, Granger que no tenía ni la más remota idea de lo que había sucedido, lo recibió con un alegre saludo. Le había comprado un café y una panna cotta de caramelo, pero simplemente No Era El Momento Adecuado.

–Vayamos a tu laboratorio –dijo Draco en lugar de saludar–. Tenemos que hablar en privado.

La alegría de Granger desapareció. –Oh, pero yo… 

–En privado –repitió Draco.

Granger tomó el café y la panna cotta mientras Draco la sacaba de la cafetería.

Cuando llegaron a la oficina de Granger, ella se sentó en su escritorio mientras Draco caminaba de un extremo a otro de la habitación. 

–¿Vas a decirme qué pasa? –preguntó.

Draco pausó su caminar, su túnica de Auror chocó dramáticamente contra sus botas por haberse detenido tan repentinamente. –Larsen. No es un muggle. 

Las cejas de Granger se elevaron hasta su línea de cabello. –...¿Qué? 

Draco reanudó su caminar. –Estaba usando Oclumancia mientras hablaban en la cafetería. Lo que sea que te haya dicho que es, no lo es. 

Granger se le quedó viendo. –Voy a dejar de lado la pregunta de porque estabas espiando a mi invitado en una junta que no tenía nada que ver contigo… 

–Bien, esa no es la parte importante.

–…Pero he investigado a Larsen, verificó los antecedentes de todas las personas que considero para colaboraciones. Él sí es todo lo que ha dicho que es –Granger se puso de pie y busco en un cajón, y sacó algunos papeles–. Tiene un doctorado en LMU Munich, la Comisión Europea confirmó que sus patentes son reales su empresa se hizo pública el año pasado y claramente existe… de hecho me ha invitado a visitar las instalaciones…

–¿Te invitó? Puedo decirte desde ya que no vas a ir. ¿Por qué está fingiendo ser un Muggle?

–No lo sé. ¿Tal vez no sabe que soy bruja? Lo conocí en una conferencia Muggle; no me presento como Doctora Granger La Bruja en esos eventos. Tal vez él hace lo mismo.

Granger estaba viendo a Draco como si estuviera armando un drama por nada. Draco no estaba de acuerdo. 

–¿Y la Oclumancia? –preguntó Draco. 

–No tengo idea –admitió Granger, poniendo un dedo sobre sus labios como si estuviera pensando. 

–Él sabe que eres una bruja –dijo Draco–. Tiene que, el mundo mágico es demasiado pequeño como para que jamás haya escuchado de Hermione Granger, a menos que tenga nano oídos encima de su nano cerebro.

–¿Nano cerebro? Es un científico brillante.

–Y también un Oclumente brillante. ¿Quién por cierto, se estaba asegurando de que si por casualidad echabas un vistazo a su mente… 

–Cosa que jamás haría, ni siquiera soy Legeremante…

Si lo hubieras hecho, no habrías visto nada. Está ocultando algo. –Draco casi chocó contra la pared y dió media vuelta para continuar su camino.

–Deja de dar tanta vuelta, pareces una pelota de tenis.

–Me gustaría interrogarlo –declaró Draco.

¿Interrogarlo?

–De manera amistosa claro. 

–Por favor dime en qué consiste una interrogación amistosa por parte de Draco Malfoy. En este momento me encantaría reírme.

–Te usamos a ti de carnada para llevarlo a un bar. Que se tome un par de cervezas. Tal vez más de un par, ya que es enorme. Usamos un poco de Veritaserum, solo porque sabe Ocluir. Lo sacamos por la puerta trasera, lo atamos, le abrimos los ojos, y voila . Respuestas. Se despertará con un ligero dolor de cabeza y seguirá su camino.

–¿Y tú? ¿Una multa y perder tu trabajo por violar como treinta leyes? 

Draco sacudió la mano descartando esas molestas nimiedades. 

–Me gustaría sugerir algo, ¿qué si la siguiente vez que lo vea, no sé, solo le pregunto ? –dijo Granger.

Draco se detuvo para considerar esta opción. –¿Y crees que será honesto?

–No lo sé. Pero es un buen inicio, mucho menos drástico que el tuyo.

–¿Cuando lo volverás a ver?

–Se supone que dentro de dos semanas.

–Está bien. Pero yo estaré ahí también.

Granger abrió la boca para discutir. 

–No –la interrumpió Draco–. Este es el mismo hombre que conociste la semana que alguien intentó atravesar las protecciones de tu casa. Que te mintió sobre ser un Muggle. Y que estaba Ocluyendo tan fuerte que me dejó un moretón mental cuando intenté entrar. No me lo discutas. 

–...Solo iba a preguntarte si podías hacerte invisible, ya que vas a estar en la misma habitación. Para que no sospeche inmediatamente que tengo un escolta. 

–Ah. Sí. –Draco caminó hacia el otro extremo de la oficina–. Pero estaré cerca. No me gustó como te estaba viendo. 

–¿Cómo me veía?

–Penetrante. Demasiado. 

Una de las cejas de Granger se arqueó. –Sus ojos no son ni la mitad de penetrantes que los tu… que los de otras personas. 

–No huele bien –dijo Draco, agitando su túnica mientras daba media vuelta de nuevo.

–¿Qué significa eso?

–No lo sé. Instintos, Granger. Quisiera que tu fueras igual de perspicaz.

–Por regla general, prefiero los hechos –dijo Granger–. ¿Podemos poner a un lado el misterio de Larsen por un momento, para hablar de tu convicto? ¿Y podrías sentarte antes de que me termines de marear? 

Draco se sentó. –No es un convicto hasta que tenga un juicio y lo sentencien. Pero sí. Lars el Patán puede esperar. Cuéntame qué has hecho, sin permiso, evidentemente. Por cierto, también quiero dejar en claro mi desaprobación.

La mirada que le dirigió Granger indicaba que no estaba para nada impresionada. –Uy si, claro, por qué tu pides permiso para entrometerte en mi vida todo el tiempo. 

–Eso es algo completamente distinto.

–Estoy completamente en desacuerdo. Pero ya, dejemos de desviarnos, o nunca llegaremos al punto. 

Draco le indico que continuara. Ella le devolvió una dura mirada que le informaba que no necesitaba su permiso para eso. 

–Me quedé pensando sobre lo que dijiste, sobre cómo estaban manteniendo sumiso al Nundu. Se supone que es casi imposible mantenerlos en cautiverio. 

–Es correcto.

Granger sacó unos documentos de un sobre. –Asumí que ya habrían revisado todos los proveedores de tranquilizantes en Gran Bretaña, tanto mágicos como muggle, para ver si algo no cuadraba.

–Naturalmente. 

–Mi razonamiento me llevo a concluir que encontró un suministro interminable de tranquilizantes en el mercado negro, porque de lo contrario semejante pedido levantaría sospechas. Y asumí que también habrían investigado las rutas locales de distribución de drogas, para ver si eso los llevaba a algo. 

–Obviamente –Draco giró su muñeca con impaciencia–. Llega al punto de lo que encontraste, por favor.

Granger le lanzó una larga mirada que le informó que llegaría al punto cuando tuviera que llegar, y que si algún pendejo impaciente tenía objeciones, podía irse a la mierda. 

Las manos de Draco se ocuparon con la panna cotta que ella le había comprado.

Granger continuó. –Dado que el sujeto es un mago, pensé que sería ilógico que comprara pistolas de dardos, no sabría cómo usar un arma. Tampoco podría instalar un sistema de vapor para el compuesto que estuviera usando, mucho menos si anda por todo el país con la pobre criatura. Los comestibles serían muy difíciles de dosificar, especialmente si el Nundu se negara a comer. 

–Excelentes deducciones.

–La solución más segura y portable sería algo mágico que pudiera modificar usando una jeringa balística, podría llenarla con el tranquilizante de su elección, de donde sea que lo obtenga. Pero resulta que hay muy pocos proveedores de jeringas balísticas a nivel global. ¿Sabías eso? 

–No –dijo Draco.

–Yo tampoco. Fue un descubrimiento conveniente, redujo bastante la búsqueda. –Granger le acercó los documentos a Draco–. Este hace la mayoría de sus ventas en Gran Bretaña, es una empresa alemana. No hay una gran demanda para estas cosas, principalmente zoológicos muggles. Pero hay un comprador privado que ha estado haciendo constantes pedidos grandes durante los últimos tres meses. El proveedor tiene la dirección de envío. El cómo decidas proceder con esta información lo dejo a tu criterio. 

Draco tomó el documento sin estar seguro de que le impresionaba más: el trabajo de Granger, o el hecho de que logró hacer esto aún con todo el trabajo que ya hacía regularmente.

–Gracias –dijo mientras examinaba el documento.

–Un intento de enmendar las cosas –dijo Granger–. Además, me siento muy mal por el Nundu.

Esto hizo que Draco suspirara entre dientes. –Si esto nos lleva a algo, tendré que enmendar la situación de McLaggen.

–No creo que eso sea posible –dijo Granger arrugando la nariz–. Vi cosas. Escuché cosas.

–Me ofrecería a borrarte la memoria, pero…

Alguien tocó la puerta. Uno de los estudiantes de Granger traía un paquete, llevaba una especie de agente refrigerante que goteaba y siseaba ligeramente, y que necesitaba su firma de recibido. 

–Otro proyecto personal –dijo Granger cuando vió la mirada interrogativa de Draco–. Uno de… bueno de muchos.

–Entonces te dejaré continuar con ello –dijo Draco poniéndose de pie.

Cuando Draco llegó a la puerta, Granger llamó –¿Malfoy?

–¿Qué?

–Ten cuidado, ¿si?

Draco se despidió por encima del hombro y se fue.


La información que Granger le dió resultó ser un buen avance para la investigación. ¿Cómo pudo haberlo dudado? Era Granger. La dirección de envío llevó a Draco a un importador que estaba pasando el pedido a un conocido delincuente de poca monta, que a su vez estaba transfiriendo los paquetes a una bodega. Bodega que era visitada a horas indecentes por otros delincuentes, quienes a su vez, llevaban mercancía hasta un edificio en ruinas situado en Norfolk. Dicho edificio era un fuerte, muy protegido como para estar realmente abandonado. Además, los muggles de los alrededores ya habían reportado ruidos a la policía, al parecer algo rugía ocasionalmente a las dos de la mañana.

Draco se lo informó a Tonks y juntos empezaron a armar un equipo de Aurores y Magizoólogos, preparándose para un ataque que ocurriría dentro de tres días. 

Draco se quedó pensando en cómo podía enmendar su parte. Ahora se lo debía a Granger. Maldita sea. 

Deja libre tu tarde mañana, le escribió. Tengo algo que darte.

Si es la cabeza de McLaggen en una bandeja, te la puedes quedar, dijo Granger.

Jamás sería tan insensible, le respondió Draco.

¿No?

Sería algo mucho más elegante. Lo usaría como abono en los jardínes y luego te enviaría un ramo. 

Una encantadora combinación de caballerosidad y psicopatía –fue la seca respuesta que recibió. Estaré en casa después de las 8.

Draco se Apareció en la casa de Granger después de las ocho, con algo precioso que no era la cabeza decapitada de McLaggen.

Granger se veía inusualmente cansada. Draco sabía por su horario que había estado trabajando muchas horas en su laboratorio esa semana, pero viendo las ojeras bajo sus ojos le hizo cuestionar que tantas horas había estado trabajando en realidad. 

Sin embargo, se contentó al verla en la mesa con los restos de una verdadera cena. Parecía ser una especie de caldo, con pan y yogurt. No dijo nada, ella no necesitaba escuchar el “te lo dije” para saber que su idea había sido claramente buena. 

Granger lo miró a él y a su paquete en mano con cautela. –Bueno, por lo menos no tiene la forma de la cabeza de McLaggen. 

–Tal vez la puse en una caja, para engañarte.

 –En una caja muy grande.

–Tal vez es un brazo.

–Eurgh –tenía las manos en su regazo, pero se veía nerviosa, como si lógicamente supiera que no habría un cuerpo en la caja, pero también que conocía lo suficiente a Draco como para no estar del todo segura.  

Draco puso el paquete con cuidado sobre la mesa. –Primero, quiero decirte que fue un dolor de cabeza encontrar esto.

–¿Oh?

–Segundo, quiero decirte que originalmente iba a usar esto para chantajearte. 

Esto hizo que Granger se cruzara de brazos –¿Ibas a chantajearme?

–Bueno, más bien a sobornarte.

Ahora Granger tenía los brazos cruzados y había ladeado su cadera. Su desaprobación y diversión estaban a la par. –¿Ibas a sobornarme ?

–Sí.

–¡¿A cambio de qué?!

–De que me dijeras más sobre tu proyecto –dijo Draco, aflojando el grueso satén que envolvía el regalo. 

–Eres un completo sinvergüenza. 

–Pero no lo hice, ¿o sí?

–No. Supongo que eso demuestra que tienes buena voluntad –dijo Granger.

Draco se hizo a un lado y le indicó a Granger que se acercara. Así lo hizo, con una mezcla de curiosidad y preocupación en los ojos. El moño se soltó para así revelar una caja tallada. 

Granger lo vió de reojo. –Si esto es una cabeza, voy a gritar.

–Abrelo –Draco se encontró reprimiendo una sonrisa. 

Granger levantó la tapa de la caja. 

En su interior, entre los pliegues de la fina seda, había un libro. Su título brillaba en desgastadas letras doradas: Revelaciones

Granger jadeo y dió un paso atrás con las manos en la clavícula. 

Después, en un grito entrecortado – ¡¿Cómo?!  

–Un amigo de un amigo.

–Pero… pero la última copia intacta fue destruída cuando Glyndwr se incendió…

–¿De verdad? –Draco se recargó en la mesa para echarle un vistazo de nuevo–. ¿Estás segura?

Granger se acercó a la caja de nuevo y se asomó, como si creyera que el libro iba a desaparecer si había mucha gente mirándolo.

Y ahí, sin advertencia alguna, se lanzó sobre Draco, le tomó la cara y le beso las mejillas. Antes de que él siquiera pudiera reaccionar, ella ya lo había soltado. 

Ahora estaba nuevamente sobre la caja, con las manos en la boca. –¡Es que no puede ser! Debo estar soñando.

Mientras tanto, Draco seguía recuperándose del asalto de felicidad a su persona, pensando en lo bien que se había sentido tener a Granger tan cerca de él, olía bien, y sus labios eran tan suaves. Se había alejado demasiado rápido como para que él pudiera pensar en avanzar más. Lo cual francamente era una decepción. 

Pero era Granger por quien se encontraba anhelante, así que él también debía estar soñando. 

Ahora ella caminaba en círculos, murmurando sobre un convento quemándose.

–No puedo quedarme con esto –dijo–. Es demasiado precioso. Cuando lo haya estudiado – oh, espero que las partes que le faltan a mi copia estén en este – lo donaré a alguna biblioteca. No puedo quedarmelo.  

–Haz lo que quieras con él. Es tuyo –dijo Draco encogiéndose de hombros con indiferencia, para demostrar que era cool y que nada de esto le afectaba. En lugar de eso, se sentía estúpidamente contento de ver que ella estuviera tan feliz. 

–Dios mío –dijo Granger, con las manos sobre sus mejillas, que coincidentemente estaban sonrojadas–. Creo que si hubieras intentado sobornarme con esto, habría funcionado. 

–¿En serio? Maldita sea –Draco puso un brazo entre Granger y la caja–. Lo quiero de regreso. No puedes tenerlo. 

Granger le lanzó una mirada de reproche, la cual claramente no incitó a nada.

–No me harías eso –dijo Granger.

–¿Ah no?

–No. Acabamos de establecer que tienes buena voluntad.

–Mentí. Soy un cobarde traicionero y chantajista. 

–Podría haberlo creído, si tú mismo no hubieras proporcionado evidencia de lo contrario durante los últimos años. 

–¿Qué evidencia? Lo niego todo. 

–Eres el favorito de Tonks, y no es precisamente porque huyas de los delincuentes. 

–¿Soy su favorito? Pfft. ¿Quién te dijo eso? 

–Lupin.

–Mentiras –dijo Draco, aunque estaba complacido. 

Granger presionó un dedo en su brazo, y con ello, provocó que el lo bajara. –Supongo que este regalo tan preciado significa que mi información les ayudó a avanzar con el caso de Talfryn? 

–Sí. Ya sabemos dónde está.

–Dale mis saludos cuando lo atrapen. ¿Qué pasará con el Nundu?

–Unos cuantos Magizoólogos se unirán a la redada. Ellos revisarán a la bestia y decidirán qué hacer. 

Granger asintió. Su atención ya había regresado al libro. Draco noto su impaciencia contenida por la forma en que giraba la punta de su trenza. 

–¿Los dejo solos? –dijo Draco.

Granger le lanzó una mirada seca, pero también le dedicó una sonrisa. 

–Escríbeme cuando vayas a ver a Larsen –dijo Draco–. No he terminado con él.

–Entendido.

–Y si se presenta sin avisar, cualquier cosa fuera de lo agendado, activa el anillo, solo necesitas darle tres vueltas.

Granger desvió su atención del libro para mirarlo sorprendida. –¿Es en serio?

–Si.

–¿Aunque me lo encuentre en el mercado comprando leche?

Draco alzó una mano para detenerla. –Para empezar, solo compras leche una vez al año… 

Oye.

–En segunda, sí, especialmente esa clase de encuentros. No confío en él. Ningún mago ocluye una conversación entera a menos que esté escondiendo algo. 

–Está bien, está bien –dijo Granger–. De todos modos, que te aparezcas dentro de Tesco con tu traje de Auror sería algo terriblemente divertido de ver.

Ella lo acompañó hasta la puerta y se recargó en el marco mientras Draco alistaba su varita para Desaparecerse. Le echó un último vistazo para despedirse, lo que terminó causando una reacción tardía que le hizo volverse, ahí estaba Granger con los brazos ligeramente cruzados, ojos que desprendían calidez y una ligera sonrisa, parecían indicarle que él realmente le agradaba.

–Gracias de nuevo –dijo–. Por el libro.

–Enmiendas –dijo Draco encogiéndose de hombros.

–Una justa compensación por los daños causados. 

–Te traeré la cabeza la próxima vez. 

Granger se rió. –Mejor traeme un ramo de flores.

–Okay.

–Adiós, Malfoy.

Era normal que el sentimiento de ligereza siempre lo acompañará en las Desapariciones, ¿no?

Chapter 19: El Nundu / Tiempos Difíciles para Draco Malfoy

Chapter Text

Draco se sentía bien. Él y otros cuatro Aurores habían establecido un perímetro Anti-Aparición a casi medio kilómetro del edificio, con las antiguas ruinas en el centro. Los magizoólogos que los acompañaban habían informado al equipo sobre los peligros del Nundu: su veneno letal sin antídoto conocido, su agresión y su perversa agilidad.

El Nundu. (Image: thetimes.co.uk)

Los Aurores debían encargarse de los malhechores magos y los magizoólogos de la bestia.

Ante la señal de Draco, empezaron su acercamiento al fuerte. Los magizoólogos eran un equipo bien entrenado que se mantuvo detrás de los Aurores, tal cual se les fue indicado

Dos vigilantes medio dormidos fueron aturdidos, silenciados e inmovilizados con esposas. Después, los Aurores se adentraron al edificio una vez que Draco desarmó los hechizos de protección de la puerta y Buckley se encargó del complejo mecanismo de bloqueo mágico.

–Alemanes –murmulló Buckley a manera de disculparse por haber tardado.

Ahora avanzaban por pasillos con poca luz y plagados de hechizos de protección mal colocados. Draco se encargó de esto segundo mientras Buckley alzaba su varita para un hechizo de detección. Señaló que había dos guardias más adelante, por lo que Goggin y el chico Humphreys se adelantaron sigilosamente para encargarse de ellos.

Llegaron a un cuarto que estaba hecho un desastre con muebles gastados y sleeping bags, comida rancia y montañas incontables de jeringas balísticas que habían sido críticas para encontrar a Talfryn.

Dos Aurores se mantenían vigilantes mientras Draco y el resto dejaban que los magizoólogos entraran a inspeccionar las jeringas y su contenido. Concluyeron que era clorhidrato de etorfina, un opio Muggle.

–Muy potente –dijo la líder de los magizoólogos, una bruja llamada Ridgewell–. Los muggles los usan con rinocerontes. Una gota de esto podría detener un corazón humano en menos de treinta segundos.

–Caray, tienen suficiente como para dos decenas de rinocerontes –dijo su compañero.

–O un Nundu adulto.

Descubrieron un par de pequeñas ballestas en un rincón oscuro. Después de una breve conferencia, dos magizoólogos se equiparon con ellas. –Tenemos nuestros propios sedantes –dijo Ridgewell– pero sabemos que estos funcionarán si los de nosotros no.

–Esperen aquí –dijo Draco mientras abría otra puerta para continuar–. Nos adelantaremos para dejarles el camino libro. ¿Qué rayos es ese olor? ¿Es acaso…?

Ridgewell olfateó el aire, pareciendo un Setter inglés a punto de encontrar una presa. Había un olor fétido y acre entrando al cuarto. –Ese será el Nundu –dijo Ridgewell–. Macho, a juzgar por lo fuerte del aroma. Si lo ven, no hagan contacto visual y muévanse lentamente para regresar con nosotros. No estoy segura si la Desilusión funciona con felinos mágicos.

Draco, más interesado en Talfryn que en el Nundu, se adentró al pasillo, seguido de Buckley y Humphreys, con Goggin cerrando el camino. Fernsby se quedó a proteger los magizoólogos.

A medida que avanzaban, sus hechizos de detección sugirieron tres presencias humanas más cercanas en el fuerte, así como cualquier otra persona que pudiera estar detrás de las paredes de roca que tenían delante. Y debajo de ellos...

–Algo grande –dijo Humphreys, sosteniendo su varita en su oído mientras se hincaba en el suelo–. Está rugiendo también. Me pregunto si es hora de cenar.

–Estoy feliz de que los magis se encarguen de ese cabrón–dijo Buckley con un escalofrío.

Hubo un grito de frustración más adelante. Los Aurores se acercaron lo suficiente para escuchar a alguien maldecir. –No puedo Desaparecer –dijo una voz grave–. Inténtalo tú.

–Idiota –dijo otra voz. Hubo un momento de silencio–. Yo tampoco.

–¡Mierda! –dijo una tercera voz. Talfryin–. Perímetro de Anti-Aparición. ¡Toca la alarma, idiota! ¡ Accio escoba!

Los Aurores desilusionados se adentraron a un tipo de patio central. Goggin lanzó un hechizo aturdidor al mago que estaba a punto de tocar la alarma con su varita. Una escoba pasó a lado de Draco en la oscuridad. Le dio con un Incendio ; era un pedazo de fuego latente para cuando llegó a las manos de Talfryn.

–¡Están aquí! –dijo Talfryn, moviéndose a una esquina detrás de un pilar destruido–. ¡ Finite Incantatem ! ¡ Finite Incantatem ! ¡ Hominem Revelio !

Estaba lanzando los hechizos en la dirección general del pasillo por el que los Aurores habían llegado, esperando atinarle a alguien y romper sus encantamientos. Su otro secuaz lo alcanzó detrás del pilar e hizo lo mismo, obligando a los Aurores a tomar posiciones de defensa detrás del escombro.

Talfryn alzó su varita en el aire para activar la alarma de intrusos. Detrás de ellos empezaron a sonar pasos y, de pronto, el patio estaba lleno de, al menos, veinte magos.

–Carajo –dijo Humphreys.

Las cosas se acababan de poner interesantes .

–Tomaré la izquierda con Goggin –murmuró Draco a Humphreys y Buckley–. Ustedes quédense aquí y distráiganlos. Solo asegúrense de moverse para que no sepan dónde están.

Ahora que estaban superados en número, ya podían dejar de hacerlo por las buenas. Lo cual era excelente, porque a Draco le gustaba pelear sucio: desilusionado y con uso liberal de Legeremancia. Goggin era un excelente compañero para esto, el irlandés era alborotador de corazón y aprovechaba cualquier oportunidad para hacer caos.

La forma desilusionada de Goggin se balanceaba detrás de él mientras Draco se acercaba a la irregular línea de hombres que se estaba formando alrededor de Talfryn. Siguió adelante, suavizando el camino con aturdidores mientras Goggin limpiaba.

Cuando se cansó de la variedad de hechizos aturdidores y Petrificus Totalus , Draco agregó un poco de diversión. Habiendo identificado a los mejores duelistas ya sea por observación o Legeremancia, lanzó un par de maldiciones de traición; así que, momentáneamente, aquellos que peleaban contra los Aurores se voltearon a maldecir a los de su bando.

Buckley y Humphreys atacaron la barrera de Talfryn con hechizos explosivos y mantuvieron la atención de sus enemigos al frente del patio. Aguamenti estaba siendo lanzado donde cosas (o personas) se habían encendido y agregaron vapor a la escena. Esto era ideal para Draco y Goggin, quienes se volvieron aún más difíciles de identificar.

Continuaron su avance hacia Talfryn. Goggin vino detrás de Draco para aturdir a cualquiera que todavía estuviera temblando después de su muerte. Los aseguró con el satisfactorio clic de las esposas.

La Legeremancia de Draco le mostró las intenciones de un hombre para derribar un pilar en la esquina donde Buckley y Humphreys estaban. Fatigado por tantos aturdidores seguidos, Draco cambió su modus operandi, una sacudida de su varita tumbó al mago de rodillas. Después lo cegó. Después le rasgó los talones de aquiles. Todas estas medidas no eran letales; Draco seguía las reglas. Casi siempre.

Sus adversarios se dieron cuenta gradualmente de una quietud creciente en el flanco izquierdo conforme Draco y Goggin se infiltraban, mientras Buckley y Humphreys los atacaban con olas de hechizos.

Un Finite Incantatem tristemente le atinó a Goggin y lo reveló. Goggin se desilusionó de inmediato, mientras Draco lo elevaba a un espacio a quince metros de distancia, segundos antes de que un Bombarda explotara donde estaba.

–Gracias –dijo Groggin en voz baja.

Continuaron su avance. Aturdir, maldecir, legilimens , esquivar finite , aturdir, maldición de traición, impedimenta , esquivar, cegar, legilimens , aturdir.

Sus números se redujeron rápidamente. Los que quedaban de los hombres de Talfryn, ahora estaban desilusionándose, gritando “ ¡Protego!” y esparciéndose por el patio. Era ahora el turno de los Aurores de lanzar Finite Incantatem por doquier.

El perímetro de Anti-Aparición era un arma de doble filo. Draco deseaba poder Aparecerse a un lado de Talfryn y arrestarlo, pero todavía le quedaba un tercio de camino.

Según el conteo de Draco, solo quedaban cuatro contrincantes además de Talfryn.

A Buckley le volvió a caer un Finite . Ahora visible, se vio obligado a esconderse tras restos de pilares antes de que lo volvieran a desilusionar de nuevo, ahora de parte de Humphreys.

Draco sistemáticamente atacó el suelo a su alrededor con Petrificus Totalus hasta dar con el mago desilusionado que le había atinado a Buckley. Quedaban tres.

–Tu hombre va por la cadena –dijo Groggin sin aliento.

Draco se dio la vuelta para ver a Talfryn lanzándose a una cadena que conectaba una polea. La polea estaba conectada a una reja que estaba sobre un hoyo en el suelo.

–¡Mierda! –dijo Draco.

Los dos intentaron Aturdir a distancia a Talfryn. Por suerte, Goggin le dio en la pierna y Draco en el hombro; pero, Talfryn ya estaba sujetado de la cadena y su cuerpo pesado la jaló.

Hubo un chirrido cuando la reja se movió de su lugar. Después, un rugido hizo temblar el escombro bajo sus pies.

El Nundu salió de su prisión subterránea y ahora estaba suelto en el patio. Un olor fétido lo acompañó, tan fuerte que podría hacer al hombre más fuerte vomitar.

Los Aurores decidieron retirarse ya que no estaban equipados para lidiar con la bestia. Draco escuchó el correr de Goggin a su lado mientras bajaaban por el pasillo.

El Nundu se volteó hacia ellos.

Tal como suponían, la desilusión no funcionaba en felinos mágicos. Draco tomó nota de esto para decirle a Ridgewell, en caso de que sobreviviera para contárselo. La bestia seguía sus movimientos, así como el del resto de las figuras invisibles en el patio.

Mientras los ojos del Nundu se posaban sobre él, Draco sintió por primera vez en su vida lo que era ser una presa; esa mirada amarillenta tenía un efecto paralizante. Los movimientos de la criatura eran tan fáciles y sinuosos que te hipnotizaban. Su piel cicatrizada y repelente a magia, llena de espinas venenosas se movía mientras caminaba. La varita de Draco se sentía tan inútil como una rama en su mano.

Él y Goggin se detuvieron y vieron el suelo, tal como les había dicho Ridgewell. Fue una de las cosas más difíciles que Draco hizo en su vida. Todo instinto en su ser le gritaba que huyera o lanzara un Bombarda a la criatura.

Podía escuchar a Goggin maldiciendo un constante mierda en voz baja.

Se escuchó un ruido a la entrada del pasillo que llevaba a la salida. Dos de los hombres de Talfryn estaban peleando para entrar primero. El Nundu cruzó el largo del patio en dos brincos. La desilusión de los dos hombres desapareció cuando murieron: uno aplastado por el peso de la criatura y el otro casualmente decapitado con un movimiento de su pata. Su cabeza rodó hasta los pies de Draco como una Quaffle sangrienta.

El pasillo estaba muy pequeño para el Nundu. Volteó su atención al patio, sus fosas nasales dilatadas, veneno chorreando de su boca. Estaba olfateando algo.

Otro de los hombres de Talfryn intentó huir. Fue asesinado rápidamente, partido en dos con una mordida.

Según Draco, ese era el último de los hombres de Talfryn. Solo quedaban los cuatro Aurores.

El Nundu volteó su nariz al viento. Encontró lo que buscaba: el cuerpo aturdido de Talfryn.

Agarraron a Talfryn y lo arrojaron al aire como si fuera un muñeco de trapo. Golpeó la pared con un crujido musical. Luego la criatura lo destripó con un fácil golpe y comenzó a comer.

Lentamente, con el ruido de las tripas de Talfryn siendo comidas de fondo, Draco y Goggin se movieron hacia el pasillo. Draco esperaba que Buckley y Humphreys estuvieran haciendo lo mismo: sin movimientos repentinos, sin contacto visual, solo un ligero movimiento hacia la salida.

El Nundu alzó la cabeza. Puso la mirada en el lado este del patio.

Humphreys.

La criatura se acercó a esa esquina con una anticipación relajada.

Draco no podía culpar al joven Auror por los hechizos explosivos que lanzó a la bestia. Él hubiera hecho lo mismo si hubiera estado arrinconado. Le lanzó algo que le cortó la cara al animal. Se talló con un ligero estornudo que esparció veneno a dos metros de distancia.

Draco alzó su varita. El brazo de Goggin a su lado hizo lo mismo.

Confrigo , tan fuerte como puedas hacerlo –dijo Draco.

Movieron sus varitas en sintonía, causando que los dos hechizos se juntaran y dieran con el flanco de la criatura. El hechizo explotó en impacto, dejándolos sordos. Humphreys recibió el culatazo del hechizo, su cuerpo pegó con la pared y dejó de estar desilusionada. Draco la podía ver arrastrándose entre el humo.

¿Y el Nundu? Había sido lanzado a un lado con la explosión, pero ya se encontraba de pie sacudiéndose, como si hubiera sido un empujón amigable en lugar de un hechizo mortal.

Volteó su atención a Draco y Goggin.

–Mierda –dijo Goggin.

Alzaron sus varitas. La bestia saltó. Goggin lo golpeó con una Bombarda en la boca abierta, lo que les dio un momento de respiro cuando aterrizó, a pocos metros de ellos, y soltó una tos empapada de veneno. El hechizo cegador de Draco fue el siguiente, dirigido a los ojos, casi a quemarropa.

No hizo nada más que cerrarle un ojo, y enojarse aún más.

Draco y Goggin se echaron para atrás cuando escucharon un zumbido en el aire.

Los magizoólogos habían llegado. Se asomaron por el pasillo y llenaron a la bestia de las jeringas y sus propios tranquilizantes. A esta distancia, la mitad de ellas rebotaban de su piel.

Un Buckley cojo traía a Humphreys consigo hacia la seguridad del pasillo. Fernsby estaba frente a los magizoólogos  y llenaba el aire con Protego antes de asistir a Buckley.

Ridgewell conjuró un grupo de criaturas pequeñas saltarinas que rodearon a la bestia y lo distrajeron por un momento, hasta que les vomito encima y se disolvieron. Les dio suficiente tiempo para que Draco y Goggin pudieran ponerse atrás de un pilar.

La atención del Nundu regresó a Humphreys y Buckley.

Una decena de jeringas estaban pegadas en los hombros y cuello de la criatura y, hasta ahora, ningún efecto. Los magizoólogos elevaron la mitad de un ciervo muerto, lleno de tranquilizantes hacia la criatura. Pateo a un lado el ciervo, ya que había aprendido en su encierro a no confiar en ninguna comida que no hubiera matado él mismo.

Los magizoólogos lanzaron proyectiles llenos de sedantes aéreos que explotaron a los pies del Nundu. Este había sido el de respaldo, ya que el sedante sería igual de peligroso para los Aurores como para la criatura. Draco y Goggin se aplicaron encantamientos de casco burbuja antes de empezar a moverse.

El Nundu atravesó la nube morada con un siseo y finalmente mostró señales de alentarse: un ojo cerrado, sangre chorreando de su boca, sedantes en su sangre como en sus pulmones. El ojo que todavía veía estaba fijo en las figuras de Humphreys y Buckley, quienes estaban siendo arrastrados por Fernsby.

Draco vio el movimiento de su cola, así como sus patas traseras agachándose, indicando un brinco inminente. Lanzó su varita a la cadena de la polea para pasarla entre las patas traseras del Nundu mientras intentaba brincar. Goggin se le unió, su varita crujiendo con el esfuerzo al jalar la cadena en dirección opuesta con pura magia. El Nundu se vio obligado a retractarse, sus garras se incrustaron en el suelo.

El trío de Aurores colapsaron en la seguridad relativa del pasillo, dejando a Draco y Goggin a enfrentarse a la bestia. Los magizoólogos estaban luchando para distraer a la criatura: una Nundu hembra (ignorada), más carne (hecha a un lado), animales de presa (ignorados), una jaula (destruida) y finalmente, lanzando suficiente tranquilizador como para sedar a doce rinocerontes.

Draco creía las historias ahora de que un Nundu podía desaparecer pueblos enteros en África.

El Nundu había colapsado, por fin hicieron efecto los sedantes. Su ojo abierto se veía nublado, su boca abierta y sus piernas sueltas. Les mostró los colmillos a Draco y Goggin y un chorro de veneno salió disparado hacia ellos. Lo esquivaron y fueron separados por esto.

Draco estaba del lado de su ojo bueno. Apuntó otra maldición de ceguera cuando la bestia volteo su cara hacia él y abrió la boca de nuevo.

Le dio a la bestia en el ojo, la bestia le dio en la garganta con el veneno.

El dolor lo aturdió de golpe. Su casco burbuja desapareció. Intentó respirar y solo recibió la nube del sedante en sus pulmones.

Mientras el Nundu finalmente colapsaba, también Draco.

 


 

Draco despertó para ver un techo blanco moviéndose rápidamente, como si él o el techo estuvieran moviéndose a gran velocidad. Había voces gritando y palabras que no entendía y ruido de caos en general. Pies corriendo, equipo chocando entre sí, llantas moviéndose.

Sonó una voz comandante. La voz era tranquilizante. Era la voz de la Competencia y Orden, y era Buena.

Su cuerpo ya no era su cuerpo; era algo compuesto principalmente de dolor. No podía gritar.

Sus oídos escucharon palabras y las comunicó a su cerebro. Envenenando. Depresión respiratoria. Parálisis del diafragma. Dosis letal.

Y a distancia, escuchó un grito. Pero no era suyo, era de su madre.

–Sáquenla de aquí –dijo la voz competente–. Hablaré con ella cuando le haya salvado la vida a éste.

 


 

Draco despertó para ver otro techo blanco. Esta vez no estaba moviéndose rápido. Tomó esto como una buena noticia.

Otra buena noticia: no sentía dolor. De hecho, se sentía excelente. Jamás se había sentido tan bien en la vida. Lleno de vida. De felicidad.

–Lleno de analgésicos –dijo una voz suave–. Estás hasta el cuello de ellos. No intentes levantarte. Iré por tu Sanadora.

La voz suave pertenecía a una bruja matrona en túnica verde claro de San Mungo. Una enfermera. Draco la vio irse, riéndose del efecto de ojo de pez que tenía su visión, lo cual hacía que su trasero fuera enorme. Después parpadeó y las paredes empezaron a achicarse. Si cerraba los ojos, veía caleidoscopios. Un gato naranja y un Nundu rodeándose, peleando en espiral, una y otra vez.

Abrió los ojos de nuevo. Estaba en San Mungo. Estaba vivo. ¿No debería estar muerto? 

–Deberías –dijo la voz del Orden.

–¿Estoy diciendo todo lo que pienso? –dijo Draco al techo con una profunda curiosidad filosófica.

–Sí, y estarás así por unas horas más. Traes un cóctel que afecta los neurotransmisores. Era la única manera de controlar tu dolor durante la cirugía. Probablemente tendrás alucinaciones, si no es que ya las tienes.

Lo nerd era fuerte en esta.

En cámara lenta, Draco volteó la cabeza para ver a la Sanadora. Sus túnicas verdes fueron lo primero que vio. Su boca estaba recta, pero sus ojos oscuros demostraban preocupación. Era hermosa. La luz detrás de ella formaba una aureola. Pensó escuchar el sonido de las trompetas.

–¿Cómo te sientes? –preguntó.

–Positivamente bien –dijo Draco–. ¿Eres un ángel?

La Ángel-Sanadora hizo todo lo posible por no reírse, lo cual fue algo angelical de su parte, y solo comprobaba su identidad secreta.

–Puedes confiar en mí –dijo Draco. Intentó tocarse la nariz, pero sin querer se picó el ojo–. Guardaré tu secreto.

La Ángel-Sanadora no le respondió; estaba leyendo una carta médica. 

–¿Me operaron? –preguntó Draco.

–Hablamos de eso después. Cuando se te haya pasado el efecto de la medicina.

Algo de su manera autoritaria se le hacía familiar.

–Sé quién eres –dijo Draco.

–Eso es bueno.

–Eres Hermione Granger.

–Correcto –se puso de pie. Sus túnicas bailaron con el movimiento–. Tu madre está desesperada por entrar. Viajó por Flu desde Italia tan pronto le avisamos. Pero, quiero que descanses primero. Preferiría que tuvieras tu boca bajo control antes de que la veas. ¿Está bien?

–Está bien –dijo Draco.

–Excelente. Toma una siesta. Hablamos de nuevo cuando despiertes.

Draco, con mucho esfuerzo, tocó la cama a su lado.

–Únete a mi –dijo Draco.

–No.

–¿Por qué no? –preguntó Draco casi haciendo un berrinche.

–Porque no sabes lo que estás diciendo –dijo Granger. Su voz delataba que estaba aguantando la risa–. Espero no recuerdes esto, por tu bien.

Draco, con un distante escalofrío de horror, se escuchó a sí mismo decir –Quiero besarte.

–Claro que no.

–Ven y siéntate en mis piernas.

–Duérmete, Malfoy.

Granger era una figura distante, apareciendo entre las sombras del corredor. Cerró la puerta detrás de ella.

Draco cerró los ojos. El Nundu y el gato continuaron su batalla giratoria, una y otra vez hasta que se quedó dormido.

por RunningQuill_art


 

Draco despertó de nuevo. Algo en la luz que veía a través de su ventana le dijo que ya era el día siguiente.

Desafortunadamente, recordaba todo lo que había hablado con Granger.

¿Dónde estaba el Nundu? ¿Podía venir y terminar el trabajo de matarlo?

La enfermera amable estaba de regreso. Dijo algo sobre las sábanas de Draco y le aplicó un ungüento que olía a pino en el cuello.

–¿Díctamo?

–Vahlia. Ayudará con las cicatrices.

La enfermera lanzó un par de hechizos de diagnósticos y se dio por satisfecha con los resultados. –Está mejorando a un excelente ritmo, Sr. Malfoy, considerando todo. Su madre está aquí. ¿Querría verla? No tiene que, si no quiere.

Draco asintió.

Unos minutos más tarde, su madre entró corriendo al cuarto y lo abrazó con sus brazos delgados. Se veía pálida, asustada y cansada. Se sentó en la cama y se ocupó de él, preguntando cómo se sentía, cómo estaba su cuello, si podía respirar, tragar, cómo había dormido y así sucesivamente hasta que la boca de Draco se secó y tuvo que pedir agua.

Draco se enteró de que su equipo había salido del complejo con algunas heridas, aunque ninguna tan seria como la de él. Hoy era su tercer día en San Mungo.

El Nundu había sobrevivido y ya estaba en camino de regreso a Tanzania. ¿Y los malos? La bestia había tomado venganza con Talfryn y compañía. Muchos estaban muertos. Los que habían sobrevivido la masacre del patio estaban esperando juicio.

Narcissa apretó la mano de Draco. Tenía lágrimas en los ojos. –Pero suficiente plática de eso. Estoy tan, tan feliz de verte bien. Casi te perdí. No sé qué hubiera hecho.

Narcissa se detuvo para respirar profundamente en lugar de llorar. No le gustaba llorar.

–Estaré bien, madre –dijo Draco.

Narcissa se enderezó y talló los ojos delicadamente. – No seas tan arrogante. Casi no estuviste bien. Casi mueres. La chica Granger, la Sanadora Granger, jugó un papel decisivo . Nadie sabía qué hacer. El veneno no tiene antídoto. La mayoría de los Sanadores no sabían que era un Nundu. Discúlpame, pero yo tampoco, qué pasó por tu mente como para cazar semejante criatura está fuera de mi entendimiento. Estabas prácticamente muerto. Pero, ella sabía cosas . Creo que cosas muggle. Estuvo contigo por cuatro horas, compuse todo el elogio de tu funeral en mi cabeza y justo regresó para decirme que ibas a sobrevivir.

Draco apretó la mano de su madre. Intento hacer un chiste. –¿Me escribirías el elogio? Me gustaría leerlo.

Narcissa hizo un ruido en la garganta. Se puso de pie y caminó hacia la ventana dándole la espalda a Draco. Sus hombros temblaban. –¿No puedes tener un trabajo de escritorio? –preguntó sin aliento–. ¿Renunciar a este terrible asunto de ser Auror?

Hubo un golpe en la puerta.

Narcissa se limpió las lágrimas. Con su postura erguida y su expresión seria de siempre, se acercó a abrir.

Era Granger. No llevaba puesto su uniforme de Sanadora, sino su atuendo muggle de profesora. Otro de esos conjuntos de faldas de tiro alto y blusa de seda.

–Oh, em, perdón por interrumpir –dijo Granger–. Puedo regresar luego.

Draco no pudo ver bien que paso después, su madre se lanzó al pasillo con los brazos abiertos y lo único que escuchó fue un uf de Granger cuando, presuntamente, fue abrazada fuertemente.

Hubo sonidos de llanto. Unas palabras incómodas de consuelo. Después, los tacones de su madre sonaron por el pasillo. Su voz, un poco más ronca de lo usual, preguntó dónde estaba el tocador.

–Em, a la izquierda –dijo la voz de Granger–. No, su otra izquierda.

Una puerta se cerró. Después, silencio.

Granger se asomó al cuarto de Draco. –¿Y cómo estamos?

–Mejor que ella –dijo Draco.

–Tuvo un par de días difíciles. Estaba convencida que ibas a morir.

–Supe de eso.

–Uno de mis internos tuvo que aturdirla.

–¿Aturdiste a mi madre?

–Si. Se puso un poco loca cuando te vio en la camilla. Era un peligro para ella y el resto del equipo en el hospital.

–Siento mucho que hayas tenido que presenciar eso.

La expresión de Granger se llenó de anhelo. –Significa que te quiere mucho. Tienes suerte de tener eso.

–...Claro.

Granger estaba un poco distante al estar parada en el marco de la puerta.

–¿No vas a entrar? –preguntó Draco.

–Oh, no estoy de guardia hoy. Solo quería asomarme para ver cómo estabas. Tengo que estar en Trinity en quince minutos.

–¿Enseñando?

–Juzgando. Disertación de doctorado.

–¿Serás amable?

–Según lo sólida que sea la tesis del candidato –Granger se asomó por el pasillo–. ¿Debería enviar a alguien a revisar cómo está tu madre?

–No. Déjala estar sola. Odia llorar y detesta las demostraciones públicas de afecto y acaba de hacer las dos contigo.

–Mejor debería retirarme, antes de que regrese –dijo Granger–. No tendrá que revivir la ignominia de abrazarme tan pronto.

Draco estaba de acuerdo, sin embargo, había una cosa que quería hablar, en privado, antes de que Granger se fuera: su idiotez a causa de la anestesia.

–¿Me prestas tu varita? –preguntó.

–¿Para qué?

Desafortunadamente , recuerdo lo que dije ayer.

Oh.

–Me gustaría borrarme el recuerdo.

–Nada de auto- Obliviates. Puedes recurrir al alcohol como los demás.

Chistosita, esa Granger.

–Okay –dijo Draco–. Entonces me iré al bar más cercano lo más pronto posible. ¿Cuándo será eso?

Granger por fin dejó su lugar en la puerta para entrar al cuarto. Revisó los documentos postrados o flotando por encima de la cama de Draco. Lanzó un par de hechizos de diagnóstico que brillaron verde en la zona de su pecho.

–La verdad es que puedes ser dado de alta mañana en la mañana –dijo Granger–. Pero, nada de alcohol en, al menos, quince días. Acabas de sobrevivir a un veneno extremadamente letal, así que deja que tu cuerpo se recupere antes de que le metas otras cosas.

–¿Ni una cerveza de mantequilla?

–No.

–Pero, tengo cosas que olvidar.

–Yo también –dijo Granger con una sonrisa.

–Maldita sea –dijo Draco frotándose la cara con la mano.

–Pasa todo el tiempo –dijo Granger.

–Todo el tiempo.

–Sí.

–¿Te dicen ángel todo el tiempo?

–De veras.

–¿Y te invitan a tomar una siesta?

–Sí.

–¿Y sentarte en sus piernas?

–Tantas veces que deje de prestar atención.

–Mierda –dijo Draco mientras recordaba todo de nuevo.

–Ya me voy –dijo Granger. Su voz se escuchaba ronca, indicando que estaba aguantándose la risa.

Se fue. Draco no, repito, no se le quedó viendo a su trasero cuando se iba. Por lo que sabía, algún rastro persistente del cóctel le haría soltar algo estúpido.

Okay, vio una vez cuando ya estaba fuera del cuarto.

Narcissa regresó, con la nariz empolvada y con los ojos brillosos en lugar de rojos.

–Una chica brillante –dijo acerca de Granger–. Bastante inteligente. ¿Pero, por todos los cielos, que traía puesto?

Draco no le dijo que a él le gustaba su atuendo. Narcissa ya había pasado por suficientes shocks en estos días.

Finalmente, convencida de que su único hijo, su tesoro, el niño de sus ojos, no estaba a punto de morir de nuevo, Narcissa se retiró a la Mansión.

Draco se le unió al día siguiente y estaba prácticamente sofocándose entre la atención de su madre y los elfos domésticos. La siguiente semana, paso que daba (entre amigos y gente que le deseaba bien) era vigilado por un elfo o Narcissa con el ungüento de Vahlia o una sopa o una compresa caliente. Disfrutó el cuidado los primeros días, pero se cansó de ello rápidamente y hasta recurrió a esconderse en rincones de la mansión por el resto de su recuperación.

Una mañana, cuando Draco se sintió lo suficientemente sociable como para unirse a su madre en el desayuno, la encontró trabajando en el arreglo de flores más hermoso que haya visto. Estaba vivo: jacintos de colibrí se movían ligeramente, las amapolas rojas brillaban y las ramas de halla bailaban.

–Te has superado a ti misma, madre –dijo Draco.

–¿Te gusta? Excelente, espero que a ella también.

–¿Ella? –repitió Draco.

Narcissa lo vio por encima del hombro, como para revisar que si era su hijo quien estaba detrás de ellas y no un idiota que se había colado sin avisar. –Sí, ella . La Sanadora Granger. ¿Quién más?

–Sin duda lo amará.

–Será entregado más tarde.

–¿Uno de los elfos? Si me permites sugerir a Henriette, ella–

Narcissa lo interrumpió con severidad. –¿Un elfo doméstico? ¿En serio? La bruja te acaba de salvar la vida. se lo vas a llevar y le vas a agradecer de la manera más efusiva que puedas.

Agregó un sobre blanco bajo un listón en la base del arreglo. –Mi agradecimiento. Dudo que pueda decirlas sin empezar a llorar. Ya pasé suficientes penas con eso.

Ahora Narcissa se sacudió las manos y se alejó de las flores, observándolas con un ojo crítico. Mandó llamar a Tupey para qué trajera más listón. – Y tu otra tarea, Draco, será descubrir cualquier causa que apoye la sanadora Granger, y asegurar que nuestro nombre y galeones se alineen de inmediato en apoyo de esa causa

–He estado pensando en lo mismo –dijo Draco.

–A menos que sea algo de elfos domésticos.

–Claro.

–O cosas muggle. Nada de cosas muggles. Bueno, tal vez sí a cosas muggles. ¿Tienen huérfanos? Por favor encárgate de averiguarlo.

–Por supuesto.

Hubo una pausa en la conversación. Narcissa se aclaró la garganta y, de la manera más casual, dijo: –Hablando de elfos, mencionaron que tuviste varios invitados durante mi ausencia. Me alegra que los pudiste mantener ocupados.

–Feliz de hacerlo –dijo Draco de igual manera casualmente–. Lo hicieron bien.

–También mencionaron, en passant , que la Sanadora Granger había estado aquí –dijo Narcissa.

Draco sintió que ya habían llegado al verdadero punto de la conversación. –Si, estuvo aquí.

–¿...Puedo preguntar la razón?

Así que su madre quería ser metiche. No le sorprendió.

–Tenía que enmendar algo, la hice quemar su estofado –dijo Draco.

–La hiciste quemar un estofado.

–Sí. Estábamos discutiendo sobre su nutria.

–Su nutria.

–Sí. En parte tenía la razón; si contusione a McLaggen.

–¿ Contusionaste a McLaggen?

–Entre otras cosas. No tenía gran cosa entre las orejas de todos modos. ¿Ya terminamos la interrogación?

–Debo confesar que tengo más preguntas ahora que respuestas –dijo Narcissa–. ¿Henriette también me dijo que estuvieron llenando la alacena de Granger?

–Ah, eso. Sí, estuve un poco consternado de que la bruja que iba a salvar mi vida estaba viviendo de alimentos secos y atún en lata. Y los elfos tuvieron algo más con que entretenerse.

Narcissa se veía muy confundida, pero dijo: –Claro.

Draco aumentó su tono despreocupado aún más. –Era una cena con un colega, nada más.

–¿Colega?

–Asuntos del Ministerio, aburrido y también secreto. No puedo hablar de ello.

–Ya veo –dijo Narcissa–. No preguntaré más.

–Sería lo mejor.

La mirada de especulación de Narcissa se vio interrumpida por un crack .

Henriette se apareció e hizo una reverencia. – Pardonnez-moi por la interrupción, Madam, Monsieur. Monsieur Draco, Madam Tonks lo llama por Flu.

Draco dejó a su madre y su insatisfacción confundida.

La cabeza de Tonks se asomaba por la chimenea en el cuarto de Flu.

Dijo algo que pudo haberse interpretado como un estornudo.

–¿Quieres pasar? –preguntó Draco.

–No, no tengo tiempo. Solo quería verte con mis ojos saltones –mientras dijo esto, sus ojos se pusieron muy saltones– y asegurarme que si habías sobrevivido el veneno de Nundu. Los rumores son ciertos. Enséñame la cicatriz, ha de ser dramática.

Draco se bajó el cuello de la camisa, el cual estaba pegajoso con ungüento.

–¡Oh vaya! ¿Y si va a sanar?

–Probablemente –dijo Draco, haciendo una mueca mientras se acomodaba la camisa en el cuello.

–Sería mejor si no, la cicatriz sería muy vistosa.

–¿Cómo están los demás?

–Ay ya sabes, un poco jodidos, un poco cojos y un poco magullados. Goggin y Buckley todavía están tosiendo del gas sedante; tendremos que pensar en otro plan que no sean cascos burbujas para la próxima.

–¿Y Humphreys?

–Ahora la pobre les tiene fobia a los gatos –El brazo de Tonks ahora estaba saliendo por la chimenea. Tenía un pergamino–. Pero, ve esto. Atraparon a veinte magos que teníamos en la mira. Todos hablaron, salvo los que ya estaban muertos, claro. Habían estado planeando una demostración esa noche, por eso había tantos de ellos ahí.

Draco se agachó para examinar la lista. –Joder, ¿atrapamos a Hawkes? ¿Kerr estaba ahí? No lo reconocí.

Y Royston. Hermosa cosecha. De las mejores en años. Te ofrecería un aumento, pero, ya sabes –Tonks gesticuló alrededor de Draco–. Sería un insulto de aumento tomando esto en cuenta. Pensé en otra cosa para ofrecerte de recompensa.

–¿Oh? –preguntó Draco, curioso de saber que puede recibir alguien que lo tiene todo.

–Libertad absoluta en tu próxima asignación. Puedes elegir de mi caja de sorpresas.

–Wuju.

–Y te quitaré de lo de Granger, porque soy tu prima más dulce y considerada. Se que no te emocionaba ese trabajo.

Draco se tensó. –¿Qué?

Tonks, bajo la impresión de que había dado con el mejor regalo, movió las cejas traviesamente. –Lo sé. Estoy pensando en Humphreys. Se llevarían bien, ¿no? Más que ustedes dos, por lo menos.

–Humphreys no podría, Granger tiene un gato –dijo Draco. Escuchaba lo débil que sonaba esa excusa en el cuarto de Flu.

Tonks bufó. –Humphie le sacaría la vuelta. No seas tonto. O tal vez le doy el trabajo a Goggin para que ya no se rompa la nariz. Ese hombre se mete en una pelea física en cada misión…

Tonks se alejó del fuego. Draco la escuchó gritar “ ¡Alguien mátela! ”.

Su cabeza reapareció. –Perdón. Weasley está en crisis: hay una araña.

El interludio le había dado a Draco tiempo para pensar en una excusa. –Goggin no, para Granger –dijo, manteniendo su voz neutral y desinteresada–. Ninguno de ellos en realidad. Mis anillos son una pieza clave de esto. Creo que sería mejor si me quedo.

Tonks arqueó una ceja. –¿En serio? ¿Estás seguro?

–Sí. Hemos encontrado un… equilibrio –dijo Draco.

–Un equilibrio –repitió Tonks de manera excesivamente elegante. Estaba viéndolo perspicazmente bajo su burla–. Está bien. La oferta sigue si llegas a cambiar de parecer. ¿Te veo la próxima semana?

–Antes. Estoy siendo sofocado.

Tonks hizo un ruido de desaprobación. –Pobre niño. Disfruta lo que resta de tu recuperación. Saludos a Narcissa.

La cabeza de Tonks desapareció de la chimenea con un pop .

Mientras el fuego en la chimenea reanudaba su color regular, Draco se quedó pensando en lo inesperado de su reacción al pensar en perder la asignación de Granger. Su respuesta había sido casi física, casi celosa. Verdaderamente esperaba que Tonks no lo hubiera notado.

También contempló la pregunta incómoda de por qué no quería dejar ir esto de Granger. Algunas razones obvias le llegaron a la mente. Bueno, no razones tal cual, si no recuerdos de momentos específicos: una tarde en la playa, la manera en que se mordía el labio cuando no quería reírse, rosas y efectos hipnotizantes, el sentir de sus besos de felicidad. Pero estas no eran razones y por ende eran descartados como sentimientos innecesarios.

Después de pensar en argumentos más sensatos, cosa que tomó mucho tiempo, Draco concluyó que era porque tenía orgullo como Auror y quería que las cosas se hicieran bien y que las siguiera de principio a fin.

Listo. Eso estaba mucho mejor. Todo tenía sentido. Y si una parte minúscula de él disfrutaba las pequeñas “vacaciones” de Granger, o se divertía con ella, o hasta empezaba a esperar con ansias para verla, o cualquier tontería así, era sometido por su lado racional.

Su madre lo llamó desde el comedor para decirle que el arreglo estaba terminado y que ya podía entregárselo a Granger tan pronto pudiera.

Draco le envió una nota a Granger sobre su disponibilidad en la tarde.

Estaría en un bar con Potter y Compañía, pero en casa para las nueve. ¿Estaba bien la hora?

Draco respondió que sí.

En casa para las nueve. Granger sí que tenía noches locas.

Esa noche, Draco se retiró a su recámara para bañarse y rasurarse. Mientras se frotaba perfume en las muñecas, sintió como si se estuviera preparando para una cita. Lo cual era tonto, porque lo único que estaba haciendo era hacer una vuelta para su madre.

Cuando se vistió, se aseguró que el cuello de su camisa estuviera semi abierto para enseñar su herida. Pero, solo porque era vistosa, y no porque quería recibir atención de Granger o algo así.

Chapter 20: Draco Malfoy el Chico de los Encargos, Vida y Tiempos

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Draco no tenía de que preocuparse por las atenciones extra de Granger. Ese era el problema con los Sanadores, habían visto tanto que pequeños detalles como un envenenamiento letal era de poco interés cuando ya estaba prácticamente curado.

Granger abrió la puerta, observó su cuello desde una distancia prudente, se declaró complacida de que estuviera sanando tan bien y luego le preguntó qué quería. 

No había nada romántico con Granger. Nada de tímidas suposiciones mientras pestañeaba coquetamente. Era pragmática hasta los huesos.

–¿Y bien? –preguntó Granger–. ¿Pasa algo?

Draco le mostró las flores.

–¡Oh! –jadeó Granger, con una expresión de sorpresa y deleite que Draco comenzaba a encontrar adictiva. 

–Y no, no salieron de los restos de McLaggen. 

–Claro que no –dijo Granger mientras aceptaba el ramo–. Son demasiado hermosas.

Draco hizo una pequeña reverencia. –Cortesía de mi madre. Añadió una carta para ti. También debo externarte mi exuberante agradecimiento por salvarme la vida. Por favor dile que lo hice si te llega a preguntar. 

–Tú entusiasmo me dejó literalmente sin palabras. 

–Perfecto.

–¿Las pongo en agua? –preguntó Granger, sosteniendo suavemente el ramo. 

–Creo que mi madre las encantó para que duraran, pero supongo que no está de más.

Granger entró en la casa. –Puedes pasar, si quieres –dijo por encima de su hombro–, ¿a menos que tengas otros planes?

–Mi único otro plan involucra ser sofocado por elfos.

Granger hizo una mueca. –Pobre de ti. 

Era la segunda vez que una mujer se burlaba de él ese día, se sentía sumamente ofendido. 

–Te puedo ofrecer una sencilla taza de té –dijo Granger–. ¿Será suficiente para ti, después de todos los mimos que has tenido que soportar? 

–Sí. Hazlo sin ganas.

–Olvidaré calentar el agua.

–Excelente –dijo Draco mientras se sentaba en una silla de la cocina. 

Granger Transfiguró un vaso en un jarrón. El reluciente ramo ocupó su lugar en el centro de la mesa. Su gato saltó junto a éste y tocó los pétalos con su curiosa pata. 

–¡Hermoso! –dijo Granger–. Veré cómo encantarlo para que me siga por la casa, y así poder verlo todo el tiempo. 

–Le diré eso a mi madre. Se sentirá halagada. 

Granger encontró el sobre. –¿Leo su carta ahora o más tarde?

–Más tarde, por favor –dijo Draco–. Ya he escuchado suficiente sobre su alivio de que su preciado hijo sigue vivo. 

Granger hizo a un lado la carta. –Quiere que renuncies a tu trabajo, sabes. Está bastante disgustada con ello. 

–Lo sé. Para empezar nunca le gustó. El incidente con el Nundu ha sido lo más cercano a morir en el trabajo. Fue un shock para ella. 

Granger, quien había estado acariciando distraídamente los jacintos, lo volteo a ver con culpa en la mirada. –Me siento muy mal por todo esto. 

–¿Tú? ¿Por qué? Me salvaste.

–Sí, pero si no hubiera arruinado tu primer intento de atrapar a Talfryn, todo esto no hubiera pasado.

–Cierto –aceptó Draco. Después añadió: –Me gustaría una disculpa de tu nutria.

La mirada de Granger era una mezcla de incertidumbre y diversión en partes iguales. Draco le sostuvo la mirada con una ceja arqueada.

Granger suspiró, sacó su varita y lanzó un Expecto Patronum .

Su nutria flotó hacia Draco viéndose tan arrepentida como una nutria podría verse. 

–Lo siento –dijo la nutria. 

–Estás perdonada –dijo Draco con gran benevolencia. 

La nutria puso los ojos en blanco y desapareció.

–La audacia de esa criatura –dijo Draco. Se volteó hacia Granger–. Aunque bueno, si no hubieras arruinado mi primer intento, solo hubiera atrapado a Talfryn. En cambio, terminamos arrestando a más de veinte. Eso lo equilibra. 

–¿ Veinte? Tonks debe de estar muy contenta.

–Lo está. Me ofreció poder elegir mi siguiente asignación como premio, y retirarme de esta misión de protección. 

Draco agregó lo último de manera casual, con curiosidad de ver si Granger reaccionaría de manera interesante ante la noticia.

Granger, quién había estado ocupada preparando el té, se quedó quieta. –¿En serio? 

–Sí.

Granger puso la tetera. Le estaba dando la espalda a Draco pero la tensión en sus hombros era evidente. –¿Y? ¿Qué le dijiste? 

–Le dije que no.

Sus hombros se relajaron. –Ah, ¿en serio? –dijo con fingida indiferencia.

–Sí. ¿Te complació mi respuesta? No lo veo del todo claro.

Granger se volteó. Su rostro era cuidadosamente neutral. –Creo que son buenas noticias –dijo centrando su mirada por encima de Draco–. No tendré que acostumbrarme a que alguien nuevo se aparezca a todas horas, por ejemplo. Además, eres… eres muy bueno. En lo que haces. No es que crea que tus colegas no pudieran hacer un buen trabajo… 

Fueron interrumpidos por el gato quién brinco de la mesa al regazo de Draco. 

–Em –dijo Draco.

Granger se veía desconcertada. –Crooks, ¿ qué haces? Lo vas a llenar de pelos.

Como si le hubieran recordado su misión en la vida, el gato se acercó al pecho de Draco y se frotó sobre su fina túnica negra. Su cola le rozó la barbilla.

–¿Está… está ronroneando? –preguntó Draco, sintiendo el fuerte retumbar proveniente del gato. 

–Oh, si. Cuando lo hace se puede medir en escala Richter. 

–¿Puedo acariciarlo o me arrancara la mano de un mordisco? 

–Puedes intentarlo –dijo Granger, aunque su voz delataba cierta duda. 

El gato le permitió una pequeña caricia en la barbilla. Después se trepó por el pecho de Draco, pasó por su hombro y sobre su cabeza, la cual utilizó como apoyo para brincar hasta llegar a una repisa. Finalmente se acomodo entre un frasco de harina y un recipiente con hierbas secas, desde donde siguio observandolo con sus ojos amarillos. 

Draco se arregló el cabello, que dicho sea de paso, jamás había sido utilizado de forma tan denigrante. 

–Se me olvido olvidar hervir el agua –dijo Granger mientras servía el té en dos tazas–. ¿Y tú estás bien con eso? Sé que ninguno de los dos deseaba esta asignación. Estoy un poco sorprendida de que hayas decidido seguir con esto. 

Draco le agregó leche a su té, lo cual le dió tiempo para pensar en una respuesta neutral y correcta. –No podría pasar el anillo de mi familia a otro Auror, y es la única forma de mantener tu protección lo menos intrusiva posible. 

–Ah, sí. Te lo agradezco.

–Y… creo que me gustaría llegar al final de esto –dijo Draco–. Ya hemos avanzado bastante. 

–Un completista.

–Ocasionalmente.

–Todavía falta mucho para llegar al final –Granger estaba observandolo por encima de su taza de té con una especie de ansiedad en la mirada–. Al menos otros seis meses, si todo sale bien.

Draco se encogió de hombros. –Ya estamos en julio. Que son otros seis meses más.

–¿De verdad ya ha pasado medio año? 

–Sí. Tome esta asignación en enero.

Granger apoyó la barbilla en su mano. Parecía pensativa. –Seis meses enteros. ¿A dónde se fue todo ese tiempo? Y solo hemos intentado asesinarnos dos o tres veces. No vamos tan mal. 

–Tú último intento fue el más exitoso hasta ahora –dijo Draco señalandose el cuello.

–Si eso hubiera sido a propósito, te aseguro estarías bastante muerto –dijo Granger.

–¿Cómo lo curaste? Mi madre dijo que hiciste cosas muggle .

Granger se le quedó viendo como si estuviera decidiendo que tanto debía simplificar su explicación. –Bueno. Tan pronto mencionaste que había un Nundu en suelo inglés, pensé que sería útil hacer un poco de investigación al respecto. 

–Por supuesto que sí. 

–Ningún hospital mágico en el Reino Unido, ni siquiera en toda Europa, está equipado para lidiar con el veneno de los Nundus, mucho menos el pequeño San Mungo. No es que precisamente pensara que algo pudiera salir mal, pero sabía que no estaríamos preparados para algo así en caso de que sucediera. Así que solicité una muestra de veneno. 

Draco entrecerró los ojos. –¿La muestra te llegó cuando estaba en tu oficina, verdad?

–Sí.

–Proyecto personal mis nalgas.

–Si era un proyecto personal. Pudo no haberme llevado a nada. Después de todo, no existe un antídoto para ese veneno.

Granger, quién había estado sentada en la mesa, se puso de pie y agitó su varita, alistándose para su explicación oficial. Diagramas, frascos y moléculas cobraron vida a su alrededor.

arte por nikitajobson

–El veneno de Nundu es una potente neurotoxina conocida como Alorectina, la morada que ves aquí. Cuando estaba leyendo sobre los efectos que ocasiona, parecían ser casi idénticos a los que provoca una biotoxina no mágica llamada Fenitoxina, la naranja. Es un veneno depredador. Corrí unas cuantas pruebas para confirmar las similitudes.

–¿Unas cuantas pruebas?

–Resulta que mi laboratorio está inusualmente bien equipado para esta clase de cosas. Y tenía curiosidad. Al final confirmé que eran muy similares, casi idénticas. En términos simples, estas toxinas bloquean los canales de sodio en los nervios motores. Pueden causar una parálisis motora casi completa y un paro respiratorio unos minutos después de haber sido expuesto. 

–Uno de los Magizoólogos nos dijo que un solo miligramo de veneno de Nundu puede matar a un adulto en cuestión de horas.

–Correcto. Tienes suerte de que tu equipo te llevará a San Mungo tan rápido como lo hicieron. Pero bueno, hay protocolos experimentales muggle para la Fenitoxina, y dado que era eso o tu inminente muerte, te los administre. Neostigmina, son inhibidores de la colinesterasa, agonistas alfa-adrenérgicos.

Granger conjuró más diagramas para Draco. Después, apareció una pequeña figura que lo representaba, con todo y su cabello blanco. –No es un antídoto tal cual, pero tu cuerpo podía combatir la Alorectina hasta que el veneno se disolviera y saliera de tu sistema. 

Ahora el pequeño Draco estaba sudando y… 

–¿Está haciendo del baño? –preguntó Draco.

–Sí –dijo Granger.

Una pequeña enfermera se acercó y le dió unas palmadas en la cabeza al pequeño Draco. Quién se puso de pie y bailó de felicidad. Después ambos desaparecieron en el aire.

Una molécula de Alorectina todavía brillaba de color morado junto a Granger. Su dedo estaba sobre su labio mientras lo estudiaba. –Y esta es otra pieza de la fascinante información que conecta los enfoques terapéuticos muggles y mágicos. Los puntos intermedios están lamentablemente inexplorados. Pero bueno, solo hay una yo. Pero aún así, ¿puedes imaginarte un antígeno que sirva para combatir el veneno de Nundu? ¿Un suero antitóxico? Ayudaría a los dos mundos…

Se quedó perdida en sus pensamientos. Después parpadeo, recordando que Draco estaba ahí y regresó a su silla. –Deje notas del protocolo en San Mungo. Lo van a compartir con nuestros colegas de Tanzania. Sin embargo , mi esperanza es que los ataques de Nundu en suelo inglés sigan siendo algo poco común. 

–Realmente eres diferente –dijo Draco observándola con la barbilla apoyada en su mano. 

Granger alzó la vista de su taza y cruzó la mirada con él. –Deja de verme así.

–¿Así cómo? –dijo Draco, suavizando aún más su mirada y permitiendo que una vaga sonrisa apareciera en su rostro. 

–Como si estuvieras todo… todo deslumbrado.

–¿Por qué?

–Me pone nerviosa. 

–¿Pero no todos se deslumbran contigo?

–Sí, pero contigo es perturbador.

–Pero estoy deslumbrado . Hipnotizado…  

Granger le lanzó una mirada molesta. 

–… Profesora.

Con un sonido de irritación Granger se puso de pie y fue por más té.

A Draco le pareció que se veía algo nerviosa. Interesante.

–De todos modos, pasarás a los libros de historia como el Auror que peleó contra un Nundu y sobrevivió –dijo Granger.

–Siento que debería recibir alguna clase de premio. O placa –Draco pausó un momento y después añadió–. No, si alguien merece recibir una placa, eres tú. Yo no hice nada más que ir directamente hacía un chorro de veneno fresco.

–Tengo tantas placas que no sé qué hacer con ellas. De hecho, una vez un sabelotodo molesto me dijo que mi colección parecía un mosaico, ¿sabes? 

–Qué observación tan ingeniosa y divertida  –dijo Draco. 

–Él también pensó lo mismo.

 Al parecer, una vez que Granger decidió que la intensa mirada de Draco era soportable, regresó a la mesa. 

–También, debo preguntarte si hay algún orfanato u otra causa noble en la que quisieras apoyar –dijo Draco–. Mi madre y yo deseamos aportar una generosa contribución a la causa que elijas. 

–Eso es completamente innecesario –dijo Granger con una determinación que habría ofendido a Narcissa–. Solo estaba haciendo mi trabajo.

–Respuesta incorrecta. Piensa en algo.

–Organiza un puesto de información de Kneazles.

–Lo digo en serio.

Granger lo miró, se dió cuenta de que en efecto estaba hablando en serio y suspiró. –Te repito que solo estaba haciendo mi trabajo. 

–Claro. Pero también “fue un poco más allá de eso” –dijo Draco, haciendo referencia a lo que Granger le había dicho en el vestíbulo del Seneca hace algún tiempo. 

–Pft.

–¿No? ¿Qué no habías hecho algo de investigación adicional?

–Tal vez solo un poco –dijo Granger reprimiendo una sonrisa–. Veo que tengo que cuidar lo que digo contigo, para que no utilices mis palabras en mi contra. 

–Pienso lo mismo –dijo Draco, porque era cierto–. ¿Qué será entonces? Estaríamos deleitados de contribuir a tu fondo de investigación. Me han dicho que mantener un laboratorio es increíblemente caro. 

–Si de verdad tienen que. Mejor, hagan una contribución a San Mungo.

–¿Y no para tus propias investigaciones? 

–No. Creo que harían un bien más inmediato en San Mungo. 

–¿Alguna sala en particular?

Granger se detuvo a pensar. –¿Qué clase de contribución están pensando los generosos Malfoys?

–Una grande –dijo Malfoy–. Salvaste mi vida.

–Define “grande”.

–Ya lo descubrirás.

Granger entrecerró los ojos. –Entonces destinalo a la Sala Janus Thickey para los residentes a largo plazo del hospital. Está terriblemente vieja y descuidada. 

–Considéralo hecho.

–Como sugerencia, sería bueno agregar más ventanas.

–Está bien.

–Más habitaciones privadas. Un espacio para ejercicio. Un piano. Una pequeña biblioteca. ¿Una piscina? 

Esto último era más una pregunta que una sugerencia, la había dicho con algo de vacilación. 

Draco alzó una ceja.

Granger levantó las manos. –¿Qué? Dijiste grande , no especificaste que tanto.

–Te prometo que mi definición de grande no te decepcionará.

–Esperaré para juzgar hasta que vea algo más concreto –dijo Granger.

–Lo sé. Ver para creer.

–Exactamente. 

Se miraron el uno al otro. 

Entonces Draco preguntó –¿Seguimos hablando de dinero?

–Obviamente –dijo Granger viéndose modesta. Por un momento, le pareció ver una sonrisa en su cara, pero si había estado ahí, ella la había repimido rápidamente. 

–Tome nota de todas tus sugerencias –dijo Malfoy–. Excepto la de la maldita piscina. No sé si tienen el espacio para ello. Pero, ¿para qué rayos quieres una piscina? ¿Para darte un chapuzón entre tus citas con los pacientes? 

–No es para mí –dijo Granger–. La hidroterapia es increíble para muchos pacientes: los que padecen de dolores crónicos, como ejercicio postoperatorio, para quienes tienen daños en los nervios o lesiones en la columna. Además, los residentes de largo plazo con deterioro significativo se beneficiarían con este sencillo regreso a las actividades físicas. Sé que estoy soñando. Pero tú dijiste que sería algo grande.

Ahora Granger se sumió en sus ensoñaciones, probablemente su mente estaba en una remodelada Sala Janus Thickey donde los pacientes disfrutaban de un espacio de ejercicio, tocaban el piano y se zambullían en la alberca. Tenía los ojos iluminados, la barbilla apoyada sobre sus manos y una sonrisa en los labios. 

No se le había cruzado por la mente siquiera aceptar los fondos para su investigación. ¿Por qué tenía que ser tan buena? ¿Tan generosa? ¿Tan pura ?

En un momento que fue tanto epifánico como sorprendente, Draco se dió cuenta de que ni él, ni ningún otro Sangre Pura eran realmente puros. Granger era más pura que todos ellos en donde realmente importaba. En el corazón y en la mente. En sus decisiones. Ningún árbol genealógico, ni complicados matrimonios concertados o intrincados tapices, ella era solo pureza de intención.

Miró a su alrededor, casi esperando que una manada de unicornios aparecieran en la cabaña para ser acariciados por ella.

–Aunque francamente en este punto, una nueva capa de pintura y un hechizo de alegría sobre la Sanadora Crutchley sería una gran mejora –dijo Granger regresando al presente–. Debería arrinconarla y hacerlo yo misma.

Notó el silencio de Draco. –¿Qué?

–Estoy esperando a que los unicornios lleguen –dijo Draco.

–¿Los unicornios?

–Nada –dijo Draco–. Olvídalo.

Granger se puso de pie para llevar las tazas vacías al fregadero, viéndolo por encima de su hombro con sospecha. Draco también se levantó para llevar las cucharas, aunque bien pudo haberlas hecho flotar hacía allá. Pero ella lo estaba haciendo a mano, y si él estaba en su casa, él debía de hacer lo mismo. No es como que fuera una excusa para estar cerca de ella. 

Habiendo llegado a esa conclusión, Draco buscó otro tema de conversación. –¿El libro té resultó útil? 

Fue una magnifica elección de tema. 

–¡Sí! –Granger aplaudió–. ¡Sí lo fue!

–Pues me alegra… 

Había abierto una compuerta de entusiasmo. Granger lo arrastró a la sala antes de que pudiera terminar de hablar. La nueva copia de Revelaciones estaba en un pedestal, cubierto con varios encantamientos de estasis y protección.

Ahora Granger hablaba con gran entusiasmo.  –Tu viste que tan dañada estaba mi copia (no mientas, sé que si lo hiciste). Tenía tal vez un treinta por ciento del texto íntegro. Pude hacer algunas inferencias pero hubiera llegado a mi límite en algún momento.

Desapareció los encantamientos del libro, lanzó alguna clase de hechizo protector a sus manos y abrió el libro. –En esta copia, la segunda mitad está prácticamente intacta. Mira. ¡Mira! Espectacular. Jamás imaginé que existía otra copia, o que hubiera estado tan bien preservada. Tenerla a mi disposición ha sido un regalo. ¡Un regalo! ¡No puedo agradecerte lo suficiente! Podría… podría abrazarte hasta sacarte el aliento –terminó su enunciado apretando las manos como demostración. 

Las palabras se le salieron antes de que Draco pudiera detenerlas. –Si puedes, sabes.

–¿Puedo qué?

–Abrazarme hasta sacarme el aliento.

No esperaba que se lanzará con tanta fuerza. Brincó para alcanzarle el cuello, junto los brazos a su alrededor y lo apretó en un abrazo de completa gratitud. Él la rodeó cortésmente con un brazo, para mantener el equilibrio o algo así. Ella olía a té y azúcar, se sentía tan bien contra él.

–Algún día –dijo Granger contra su cuello–. Te explicaré porque esto me importa tanto.

Draco esperó a que su lengua le proporcionará una respuesta ingeniosa, pero se encontró en un espacio de vacío léxico. No se le ocurría nada ingenioso, ni insensato que decir. Estaba prácticamente Aturdido. 

Cometió el error táctico de bajar la vista, vió sus ojos cálidos, su sonrisa y oh no. Ahora quería rodearla entre sus brazos (no este intento mediocre que estaba haciendo) y cargarla. Hacer de esto un verdadero abrazo, de cuerpo completo, con contacto completo; eso era lo que realmente quería. Y tal vez ponerla sobre el respaldo del sofá, parecía tener la altura adecuada. Y después, quizás hacer otras cosas.

No hizo nada de lo anterior. En primera, porque no era un idiota. También porque probablemente ella huiría gritando. Y probablemente le daría una cachetada. Era Granger.

Granger, satisfecha con su abrazo, lo soltó y regresó al libro despreocupadamente, mientras Draco permanecía parado como un cretino y sin palabras. 

Regresó a su explicación entusiasmada del libro, apuntando a ciertos detalles en el margen de la página. –Hasta las notas en los márgenes están intactas. Eso equivale a un par de cientos de años de comentarios. Una sobre otra. Fascinante. Mira. Mira. Malfoy, no estás viendo.

–Estoy viendo –dijo Draco.

Era un mentiroso; estaba flotando en algún lugar del universo envuelto en un feliz aturdimiento. 

Granger continuó con su demostración. –Los detalles en esta página son hermosos. ¿Crees que es hoja de plata real?

–Em… puede ser –dijo Draco. 

Su flujo sanguíneo estaba inundado de endorfinas. Tenía trece años de nuevo y una chica lo había abrazado. Debía de haber un giratiempo por aquí. De eso se trataba. No había otra explicación para estar tan estúpidamente feliz por un estúpido abrazo.

–¡Hermoso! –dijo Granger, apuntando a otra ilustración: un dragón verde–. Ese es de la leyenda de San Jorge. Ahí está su cruz también, la parte roja con blanco. 

–Claro.

Granger pareció notar que había perdido la atención de su público. Con un pequeño y feliz suspiro, cerró el libro. –Ya casi termino de digitalizar todo el libro. Una vez terminado enviaré esta copia a la biblioteca de King’s Hall. La bibliotecaria se va a caer de su silla. Planeaba enviarla a tu nombre. 

–Hazlo en conjunto mejor –dijo Draco.

–Hecho –dijo Granger. Regresó el hechizo de estasis al libro–. Le daremos otra razón a la bibliotecaria para caerse de su silla.

–¿Por qué?

–¿Nuestros nombres? ¿Juntos? ¿En un regalo?

–Probablemente pensará que uno de nosotros perdió una apuesta.

–Dejémosla. Mejor eso que la escabrosa verdad sobre el chantaje y enmienda por las fantasías de enfermera de McLaggen.

Draco hizo una mueca. –Al menos Malfoy-Granger suena decente. 

–¿Disculpa? En todo caso sería Granger-Malfoy. Alfabéticamente… 

Sea lo que sea que Granger iba a decir para continuar fue interrumpida por un bostezo.

Draco lo notó. –Debería irme.

–Perdón –dijo Granger bostezando de nuevo. Lo acompañó a la puerta. –Estoy absolutamente agotada.

–Lo pareces. 

–Que encantador. Gracias.

Draco pudo haberle dicho una verdad secreta de cómo el cansancio de alguna forma le sentaba bien. Como las ojeras bajo sus ojos hablaban de veladas trabajando su mente brillante. Como su trenza se veía hermosa e invitaba a sus dedos a jugar con los rizos que se le habían escapado. 

Pudo haberlo dicho. No lo hizo. No era estupido. 

Granger abrió la puerta. Draco pasó a su lado para salir rozando ligeramente su brazo con el hombro de ella. Salió a una noche de julio iluminada por la luna, dulce con aroma a verano. 

–¿Te han dicho alguna vez qué tal vez estás haciendo demasiadas cosas a la vez? –preguntó Draco.

–Mm sí. Hace como una hora, en el bar.

–Bien.

–¿Acaso Harry y Ron te pidieron que me dijeras algo? ¿O Neville? ¿Ginny?

Draco se mofó. –No sería su mensajero. Me alegra que se dieran cuenta y que no fueran amigos completamente inútiles. 

–Oh claro, porque tus amigos son el epítome de amor y apoyo incondicional –dijo Granger alzando una ceja. 

–Modelos de virtud, Granger.

–Tsss.

Granger estaba envuelta en la cálida luz del interior de su casa. Su sombra se movía en los escalones. La sombra de Draco era más oscura, creada por la luz de la luna, se conectaba débilmente con la silueta de ella. 

Observó cómo se movían y unían sus sombras mientras Granger se recargaba en el marco de la puerta.

Y era algo raro, porque ella estaba cansada, y él ya se iba, pero parecía que prolongaban el momento.

Quería alargar esto un poco más. Era bonito hacer esto. Estar parados bajo un árbol de glicina, viendo sus sombras moverse y discutir sobre cosas sin importancia. Había algo terriblemente precioso en ello. Tal vez fuera porque era algo innecesario. Era por el placer de hacerlo. Era solo porque sí. 

La observaba en busca de un cambio, una señal de impaciencia, pero no había nada. Solo una cadera recargada en la puerta, un brazo suelto en su cintura. Ahora estaba hablando de su madre, pidiéndole que le dijera que adoraba las flores que le envió. Él dijo algo en respuesta, algo a lo que pudiera responder para seguir alargando el momento.

Ella se rió de algo. Sus miradas se cruzaron. Draco sentía que tenía algodón en la cabeza. Era la anestesia de nuevo, el sentimiento del mundo moviéndose. Granger estaba jugando con unas ramas de glicina. Le preguntó si eso era lo mejor que podía hacer como arreglo floral. Ella dijo que sí y le preguntó si estaba impresionado. Le tendió el ramo caído.

Dijo que era el mejor ramo que había visto en su vida. Se acercó para tomarlo. Sus dedos se tocaron ligeramente.

En sus venas no había sangre, solo ligereza.

Probablemente se quedó demasiado tiempo. Se preguntó cómo debía de llamar a esto, el robarse miradas y roces y momentos. Este mareo de felicidad desatado por el abrazo más platónico. El querer estar cerca. No era tan idiota como para llamarlo amor, y era demasiado delicado como para ser solo lujuría, pero tampoco era nada. Y al mismo tiempo Era Algo. 

Si. Y a menos que estuviera completamente equivocado, había Algo entre él y Granger.

¿Y no sería eso una catástrofe exquisita?

Chapter 21: La Mortificante Prueba Inicia

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by fronchfry111

Draco pasó un par de días flotando en una nube de deleite. Nada podía hacerlo enojar. Estaba a la deriva sobre pequeñas nubes felices. No discutía con su madre sobre los eventos a los que le obligaba a ir. Abrazó voluntariamente a Zabini la siguiente vez que lo vio. Encantó a un duende en Gringotts para romper una pequeña regla. En el trabajo, saludo a Potter y Weasley tan amablemente que lo taclearon por pensar que estaba bajo un Imperio .

Y fue ahí, con su cara en la axila de Potter, que Draco empezó a darse cuenta de que esto era algo peligroso. Algo impropio en Draco Jodidamente Malfoy.

Ese sentimiento de bienestar empezó a ir y venir. Una vez que su cara fue removida de la axila inquietamente sudada de Potter, Draco dedicó una cantidad considerable de tiempo a preguntarse qué chingados le pasaba. Si debía ser honesto consigo mismo (un sentimiento desafgradable) era el Algo con Granger. Era el Algo que había estado disfrutando por un par de semanas. Tal vez un par de meses.

¿Cuándo había empezado esto? No estaba seguro. Ahora que veía las cosas del pasado e intentaba ser objetivo, hubo momentos cruciales. Tal vez cuando bailaron. Tal vez en Provenza. Tal vez cuando tocó su brazo cicatrizado con la Marca. Tal vez cuando ella se agotó mágicamente al intentar rescatarlo de una amenaza inexistente en el campo de Quidditch. O cuando lo acomodó como fortaleza en su análisis SWOT. Pudo haber sido cuando se vio entusiasmada por el musgo. No sabía. Había sido gradual, lento y fácil de ignorar.

Sin embargo . Un Algo de cualquier tipo entre él y Granger era peligroso e inaceptable. Poniendo a un lado su historial insuperable y antagonismo general, ella era su asignación y los Algos estaban estrictamente prohibidos entre Aurores y sus asignaciones. La atracción era una cosa, pero los  sentimientos (si es que le pusiera nombre al Algo) eran una violación al código de conducta y de sentido común. Draco rompía varias reglas, pero esta no era una por la que estaba dispuesto a jugársela. Los sentimientos impedían un buen juicio y ponían en peligro al Auror y a la asignación. Era descuidado. Negligente.

Y, adicionalmente, – adicionalmente – Draco detestaba los sentimientos. Eran una irritación y una distracción en el mejor de los casos y una espantosa vulnerabilidad en el peor. Había esquivado sentimientos en todos sus enredos con el sexo opuesto, incluyendo su compromiso con Astoria. Era un buen hábito. Mantenía las cosas limpias. Lo mantenía libre e invicto.

Y ahora los tenía. Permanecer en la puerta de Granger y perderse en su mirada entre las glicinas había abierto una monstruosa caja de Pandora llena de ellos. Sentimientos. Ligeros, pero, aun así. Pensamientos. Sueños con los ojos abiertos. Le llegaban cuando menos lo esperaba: cuando estaba desayunando, o arrestando a un mago, o esquivando una Bludger. No tenían por qué estar en su cabeza, pero ahí estaban.

Suspiraba con nostalgia aproximadamente doscientas veces al día. Revivía sus recuerdos de viejas conversaciones con Granger, ese estira y afloja que a veces eran bromas fáciles y otras veces cruce de espadas. El olor a rosas le dilataba las pupilas. Soñaba con besos en las mejillas y el deleite de un abrazo. Cuando despertaba con una erección, pensaba en Granger haciendo otras cosas – escenarios vividos de los cuales no estaba orgulloso después, pero vaya que hacía las cosas más fáciles.

Diariamente revisaba su Libreta en busca de mensajes perdidos de Granger. Patético. Buscaba razones estúpidas para escribirle. También patético. Prestaba más atención al anillo. Resistía el impulso de revisar su horario y casualmente aparecerse a donde estuviera, pero el hecho de que sintiera urgencia por hacer esto último era insoportablemente patético.

Lo patético abundaba desde la noche bajo el árbol de glicinas. Necesitaba arreglar esto inmediatamente.

Draco llamó a Theo para una Reunión de Emergencia.

Se vieron en la finca Nott, unos días después de que Draco se entretuviera con Granger en la puerta de entrada. Draco lucía dramático al pasearse por el salón con su túnica volando detrás de él. A estas alturas, ya estaba llegando a un punto desesperado.

Mientras tanto, Theo, que era una especie de tipo holgazán (a diferencia de Draco, que era un campeón de la laboriosidad) estaba reclinado en una silla, con un vaso en la mano. Siendo inútil, como siempre.

–Si me dijeras quien es, podría intentar aconsejarte mejor –dijo Theo.

–No quiero tus consejos.

–¿Entonces qué quieres de mí?

–Quiero…necesito…no sé…una cubeta de agua helada en la cara.

Theo agitó su varita. Una cubeta, llena de agua helada fue conjurada. Draco la desapareció agitando un brazo. –No literalmente , absoluto imbécil.

Theo parecía molesto. –Me estás dando muchas señales mixtas. Solo quiero ayudar.

–Necesito una poción anti-amor –Draco se detuvo abruptamente–. ¿Existen? Una poción de odio.

–¿Qué queremos odiar? –preguntó Theo–. ¿No odiamos a todo el mundo en realidad?

–Sí. Excepto a ella. Pero necesito odiarla. Bueno, tal vez no odiarla . Que me caiga mal. O bien, que me siga irritando. Que no me guste , por lo menos.

Theo bebió su vino. –¿Por qué?

–Porque soy Draco Jodidamente Malfoy y yo no hago enredos emocionales con…con…

–¿Quién?

Ella .

–Tal vez deberías. Podrías encontrar algo más espiritualmente enriquecedor que tu usual follada rápida.

–No necesito algo enriquecedor espiritualmente.

–Mmm. Estoy en desacuerdo.

Draco se burló, caminó un poco más y después pasó la mano por su cabello. –Estoy mal.

–¿Qué tan mal?

–Mal. Soñando con los ojos abiertos. Con los ojos abiertos. ¡Yo!

–Oh –dijo Theo deleitado–. Cuéntame de los sueños.

No .

–¿Son de esos de besarla bajo la luz de la luna? ¿O fantasías más traviesas en la cama? ¿O - nooo - boda y criaturitas?

–Cállate.

–Todas, entonces –dijo Theo. Se comió una uva, satisfecho con la respuesta.

–Ninguna. Vete a la mierda –Draco se fue a una esquina del cuarto, hizo pucheros en silencio y regresó a donde estaba Theo–. Hay cientos, miles, de razones por las cual no debería de estar teniendo esta clase de sentimientos.

–Enlístalas.

–No.

–Pero, quiero saber si son válidas.

–Sabrías quien es de inmediato. Así que no.

–Ya reduje la lista –dijo Theo–. Solo es cuestión de confirmar mi teoría.

–¿Cuál es tu teoría? Espera, en realidad no quiero saber. No respondas.

–¿Estás Ocluyendo? –preguntó Theo.

–Sí.

–Venga ya. Ni siquiera soy Legilmens.

–Hace más fácil pensar en estas idioteces sin, ugh, sentimientos .

–¿Ella te haría feliz?

No . Apenas podemos vernos sin gritarnos. Somos fundamentalmente incompatibles.

Theo puso sus manos en su pecho. –Oh, esto es lo máximo. Mucho más interesante que tus usuales anécdotas. De mis tres favoritas, por lo menos.

–Disculpa, no sabía que calificábamos mis aventuras.

–Lo hacemos –Theo se comió una uva–. Por pura curiosidad intelectual, ¿haría feliz a tu madre?

Draco pausó y pensó por un momento. Después de un largo momento, respondió: –No tengo la más remota idea.

–Hmm –dijo Theo–. Eso debilita mi teoría.

–Qué bueno.

Draco resumió su caminar agitado por el salón. Su túnica se enredó con la botella de Theo y se estrelló.

Theo silbó. –Tienes suerte de que ya había bebido la mayoría de eso. Estaba añejo desde que yo era un cigoto o algo así. Y míralo, estrellado contra la pared porque a Draco Malfoy le gusta alguien.

Draco Desapareció los trozos de vidrios. –No es un flechazo.

–Entonces, ¿qué?

–Me… está bien. Está bien . Es un flechazo.

–¿Cuándo la volverás a ver?

–No lo sé. No quiero. Creo que es mejor si no la veo. Dejar que esto pase.

–La ausencia hace crecer el cariño –dijo Theo.

–¿Entonces qué sugieres? No quiero verla de nuevo, seré un idiota enamorado intentando encontrar excusas para poner flores en su cabello.

–Diría que encontrarás a alguien más para distraerte, pero siento que esa fue tu primera idea y no salió del todo bien.

A Draco le irritó profundamente que Theo tuviera razón. –¿Y cómo sabes eso?

–Los chismes vuelan. Has ignorado a un gran número de brujas estos últimos meses, ¿sabes? Hay corazones rotos.

–Ah.

–Al parecer, eres selectivo ahora. Algunos culpan a Narcissa y su mano firme. Otros están especulando que ya estás buscando esposa. Luella sugirió impotencia.

–Encantadora bruja.

–¿Qué debo de decir la próxima vez que estén insultando tu nombre?

–Mi madre es una excusa conveniente.

–Hecho –Theo convocó otra botella de vino y la puso lejos de Draco–. ¿No vas a tomar? ¿O tu incesante caminar dramático es tu libación de la noche?

–No puedo –dijo Draco–. G–Mi Sanadora dijo que no debía tomar por quince días. Tengo que esperar hasta el martes.

–Pobre de ti. Tomaré una por ti. Y cuéntame de tu Sanadora, ¿era Granger verdad? Al parecer es toda una hazaña científica lo que hizo contigo al salvarte.

–Lo fue –Draco intentó verse desinteresado–. Intentó explicármelo, pero no puedo fingir que le entendí. Métodos muggle, ya sabes. Mi mente divagó.

–Debes de estar muy agradecido con ella.

Draco observó a Theo de reojo, pero parecía que lo estaba diciendo de manera inocente. –Por supuesto. Estaré haciendo una contribución a San Mungo para agradecerle.

–¿Siguen trabajando juntos?

–Sí –dijo Draco–. ¿ A qué vas con esto?

–A nada –dijo Theo–. Solo he escuchado que es extraordinaria.

–Claro.

–Debería invitarla a mi siguiente fiesta –dijo Theo–. Introducir a todo el mundo la bruja que salvó la vida de Draco.

Draco, ahora seguro de que estaban jugando con él, solo dijo: –Solo si crees que una Sanadora sabelotodo sería una adición emocionante a tu usual grupo.

–Creo que sí. Y solo piensa: podemos tener un baile, y sería un shock para Luella ver a Granger bailando contigo…

Draco no escuchó el resto de lo que dijo; sus funciones cognitivas estaban enteramente ocupadas con la imagen mental de tener a Granger en sus brazos. Vestido con la espalda descubierta de nuevo, claro. Verde. ¿O negro? Sería una visión de negro. Y tacones que la pusieran justo a la altura para–

No. Mierda.

–Bien –dijo Draco para esconder su distraída–. Me retiro. Has resultado inútil en este tema.

–Te puedo ayudar a conseguir algo similar a una poción de odio. Pero, sabes que los efectos sólo serían temporales.

–Como dije: inútil.

–En lo personal, yo creo que es una bruja suertuda –dijo Theo mientras se recargaba en su silla de nuevo–. Quien sea que es. Jamás había conocido este lado de ti que desarrollaba algo más romántico por una bruja más allá de terminar en sus tetas.

–¿Y ?

–He amado y perdido –dijo Theo con un suspiro trágico.

–Y terminado.

–Oh, sí.

Draco se apretó los dedos en las cejas. –Necesito brincar a la parte de perder para seguir con mi vida.

–Si son tan incompatibles como dices, estoy seguro de que ella te insultará de alguna manera imperdonable y apagará la llama que vive en tu corazón. A tan temprana etapa, los sentimientos son delicados.

–Me llamó un ogro oportunista y casi la beso.

–Oh, vaya.

–Sus ojos brillaban; estaba a momentos de ahorcarme. Fue sorprendentemente excitante.

–Oh, vaya –dijo Theo–. Estás hablando poesía de sus ojos. Eso es peligroso.

–¿Lo es?

–Terriblemente. Estarás haciendo sonetos después. Y ya no será un flechazo ligero. Será amor.

Draco se estremeció. –No jodas, no .

Theo puso su copa en la mesa con finalidad. –No leeré tus poemas si eso llega a suceder. Te digo desde ahora, me niego. Serán horripilantes.

–No habrá malditos poemas –dijo Draco–. Tendré que usar la fuerza bruta para salir de esta. Cuando empiece a pensar en ello, simplemente aplastarlos.

–Aplástalos.

–Sí.

–Eso no suena nada saludable, chico –dijo Theo mientras pelaba una uva–. Pero, qué sé yo.

–Nada, cosa que ha quedado clara con esta conversación. Ya me voy. No debo decirte que esto se queda entre nosotros.

–Obviamente.

–Debería de Obliviarte , por si acaso.

–Pero luego no recordaré como defender tu honor con Luella.

–Bah –dijo Draco, saliendo del salón.

–Me saludas a Hermione –dijo Theo.

–Chinga a tu madre.


Durante las siguientes semanas, Draco estuvo contento consigo mismo. Aplastar funcionó. Cuando su mente se distraía hacia temas de Granger, redirigía sus pensamientos violentamente a otras cosas. Trabajo. Inversiones. Cenas de la sociedad. Veneno de Nundu. Voldemort. Tonks. Desarrolló un gran arsenal de temas para combatir estos pensamientos, incluyendo recuerdos de ojos oscuros, roces de dedos y pláticas en mesas llenas de rosas.

Él y Granger hablaron poco, con sólo el ocasional Libreteo de su parte para avisarle de su asistencia a eventos públicos o salidas fuera de la ciudad. De Larsen ya no supo nada. Granger le dijo que el hombre se había comportado frío y ya no se veía interesado en verse con ella. Draco tomó esto como buenas noticias, aunque el vikingo y su interés en Granger aún le pesaban. Casualmente, agregó la descripción de Larsen a la lista de Personas de Interés de los Aurores, con una nota de contacto directo con él si es que dicho hombre era visto en suelo inglés.

Draco se sintió confiado de que el Algo había sido nada, un lapso de juicio momentáneo, un enamoramiento de verano olvidable.

Tan seguro de sí mismo, o tal vez ansioso de comprobarlo, que cuando Granger le avisó de su siguiente salida de asterisco, decidió acompañarla.

¿En serio? Escribió Hermione. Es a Hogwarts.

Es relacionado al proyecto dijo Draco.

Está bien. Pero no me culpes si estás aburrido. Lunes 1 Agosto 4pm, Hogsmeade.

Draco se dijo a sí mismo que su anticipación para esto era solo por ser un cierre tranquilo a su lunes, el cual consistió en una visita al Ala Janus Thickey en San Mungo con el comité del hospital, seguido de la caza de un nigromante.

Y, así, los últimos días de julio pasaron y era el primero de agosto: Lugnasad.

Era un lunes ofensivo. Era lunes, pero no tenía que ser odioso. De todos modos, Draco se encontró en San Mungo, listo para el tour del Ala Janus Thickey a la maldita hora de las nueve de la mañana.

Era acompañado por una horda de administradores y miembros de la mesa directiva de San Mungo, todos ya habían escuchado de la noticia de la visita del Señor Draco Malfoy para una donación sustancial. El grupo se movía y hablaba haciéndose los importantes sobre la emoción de visitar el ala mientras subían las escaleras al cuarto piso.

Draco había sido introducido a los miembros más importantes de la horda, incluyendo a Hippocrates Smethwyck (un Sanador tranquilo que recientemente había sido titulado director de San Mungo) y algunos miembros del comité.

La excrecencia mejor conocida como McLaggen había visto bien agraciarlos con su presencia. Draco le sacudió la mano y le preguntó cómo andaba, las contusiones eran serias, a fin de cuentas. McLaggen pareció frío, aún más cuando se enteró, entre la conversación del grupo, que la donación de Draco provenía del excelente trabajo de la Sanadora Granger.

–Sí –decía Smethwyck–. Ella es bastante poco tradicional en algunos de sus enfoques – y gracias a Dios por eso, ¿eh, Sr. Malfoy? La sanadora Granger no ha sido más que una ventaja para nuestro hospital.

–¿Poco tradicional cómo? –indagó un miembro del comité. Draco pensó que su nombre pudo haber sido Penlington.

–Es doctora y Sanadora –dijo Smethwyck.

–¿Te refieres a esos carniceros muggle? –preguntó Penlington, cuyo bigote se sacudía en alarma.

–Sí –dijo Smethwyck–. Pero, también es una Sanadora calificada, claro. Su resultado final incluso superó los de Gummidge—

–¿Una doctora dices? ¿Y permitimos esas prácticas en San Mungo? No tenía idea –dijo otro miembro del comité.

–¿Los pacientes que tiene saben esto de ella? –preguntó alguien más–. ¿No deberían estar informados sobre esto?

Hubo un susurro general de desconcierto entre la horda. Draco sintió que algunos comentarios despectivos estaban a punto de ebullición, pero sutiles, ya sabes. Los que sugerirían shock; pero, por supuesto, si a la sanadora Granger se le permitió continuar aquí, debe estar bien. Por supuesto. No se trataba de que ella fuera hija de muggles, ni nada parecido, era simplemente una expresión de preocupación y sorpresa por lo poco mágico de tener un médico muggle en su personal. Que ella era una sanadora mágica completamente calificada era una nota a pie de página.

Draco conocía esta sutilidad. Era un experto en ello, en círculos donde las cosas no se decían, pero se inferían.

–Estoy vivo gracias a los métodos no tradicionales de la Sanadora Granger –dijo Draco, su voz cortando los murmullos–. Si se hubiera quedado únicamente con nuestros métodos de Sanación, como los tres Sanadores que me vieron antes que ella, el tratamiento hubiera sido gritar que no había antídoto. Y estaría muerto.

–Muy cierto, muy cierto –asintió Smethwyck.

Draco se volteó a los miembros del comité. –Fue la Sanadora Granger quien me pidió dirigir mi regalo a San Mungo. No tenía intención de hacerlo; planeaba donar los fondos para su investigación en Cambridge. Espero se lo agradezcan la próxima vez que la vean.

Hubo ruidos y gestos de asentir. Algunos miembros se veían avergonzados, algunos se veían confundidos ante semejante defensa de una Sanadora con vínculos muggle de parte de Draco Malfoy.

McLaggen estaba observando a Draco pensativamente.

Un camino peligroso.

El resto de los murmullos cesaron. Los miembros del comité eran hombres de negocios o políticos; podían oler el dinero de Draco y se comportarían acorde a ello.

Al fin llegaron al cuarto piso. Granger no había exagerado en lo desolada que estaba el ala de cuidado de largo plazo. Mientras pasó por la puerta, Draco notó que la J y T estaban faltando del letrero, el cual polvosamente decía:

Ala

anus

hickey

Draco se le quedó viendo seriamente.

Los miembros del comité se veían perturbados.

Smethwyck los guió por el ala, intercalando su avance con detalles como el número de camas, los Sanadores por paciente, la duración promedio de estadía y otros hechos que probablemente le hubieran encantado a Granger (no es que Draco estuviera pensando en ella, estaba aplastando).

Había treinta camas, todas separadas por cortinas sucias de tela. Había dos baños viejos, pero limpios. El piso estaba gastado, se veían los caminos hundidos por donde la gente caminaba más. Solo había una ventana al final del ala, bajo el cual varias plantas luchaban por sobrevivir.

El piso entero tenía una vibra de olvido, algo como una bodega donde se guardaban cosas que ya no se usaban pero que no se podían tirar.

Los pacientes eran variados: algunos viejos, algunos jóvenes. Aproximadamente la mitad eran víctimas de la guerra, luchando con vestigios que no podían ser curados. Hasta Draco se sentía motivado para hacer el Bien con lo que noto: el chico Creevy (ahora un pequeño y distraído hombre), Lavender Brown (tan lastimada que casi no se le reconocía), Michael Corner (luchando contra correas), Mitchel algo de Hufflepuff (hablando en voz baja a la pared) y muchos a los que no les pudo poner nombre.

Otras camas tenían la cortina ocultando su interior. Una voz sonaba a través de una, tranquila y triste y familiar, pero Draco no lograba ubicarla. Un niño respondió.

Una Sanadora seria y sus residentes se movían de cama en cama. Un par de pacientes tenían visitas. Se le quedaron viendo a Draco y al inusual grupo grande a su alrededor. Entendía por qué; tenía el presentimiento de que esta ala usualmente estaba callada y abandonada.

Granger quería un piano.

El grupo terminó su recorrido y se juntaron bajo la venta, el cual era el lugar menos triste.

Smethwyck estaba viendo a Draco con una especie de miedo, esperando su juicio. Sin embargo, no era Smethwyck quién sostenía la cartera, era el comité. Era una colección de hombres bigotudos que recibieron el golpe de lo que Draco les dijo.

Mantuvo su voz baja, pero sus preguntas eran filosas: ¿había alguna razón por la cual el comité al parecer no había invertido dinero a esta ala desde 1903? ¿Se había invertido en otra? ¿Demasiadas comidas y cenas del comité en el Seneca tal vez? ¿El comité no hacía visitas regulares al hospital? ¿Consideraban esta ala aceptable? ¿Por qué parecía que era su primera vez visitándola? ¿Por qué solo había suficiente presupuesto para 1,5 Sanadores en esta ala, mientras la cafetería de arriba ofrecía chocolate caliente importado? ¿Por qué los valientes sobrevivientes de la guerra tenían una sola ventana y ni una bañera? ¿Por qué, por las barbas de Merlín, nadie reemplaza la J en la puerta principal?

El grupo ahora se encontraba en distintas poses de humildad y culpa.

–Bien –dijo Draco–. Podemos mejorar.

Se volteó a Smethwyck. –Les daré un presupuesto sustancial. ¿Entiende?

–Sí –dijo Smethwyck.

–Será el primer regalo de esta magnitud al hospital.

–E—está bien.

–Será transformativo.

–Sí, Señor Malfoy, gra…

–Habrá condiciones.

–¿Condiciones?

–Condiciones. Estipulaciones. Sobre contrataciones. Remodelación. Operaciones. Y habrá…—Draco vio de reojo al comité—. seguro para proteger dicha inversión.

–Sí, Señor Malfoy, claro qué-

–Tenga –dijo Draco al darle un sobre grueso a Smethwyck–. Los detalles y estipulaciones. Regresará a mí con un plan.

–Oh. Excelente, maravilloso. Señor Malfoy…yo…¿cómo podemos agradecer-

–No me agradezcan a mí. Agradezcan a Granger. Es para ella .

Draco salió del ala.

Miradas atónitas lo siguieron hasta la puerta.

Escuchó a Smethwyck abrir el sobre.

Hubo un grito después de lo que pudo haber sido el sonido del cuerpo de Smethwyck desmayándose y cayendo al suelo.

Chapter 22: Lugnasad/La Cima del Mundo

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La mañana del lunes consistió en perseguir cuerpos resucitados por un nigromante en Slough. Draco ocasionalmente batallaba para distinguir a los cadáveres de los citadinos, pero eso es una historia para otro día.

Llegó a Hogsmeade para encontrarse con Granger a las cuatro en punto. Encontró un pueblito excesivamente callado. La mayoría de los comerciantes estaban de vacaciones y los habitantes que quedaban se habían resguardado en sus casas para evitar el calor de verano.

Draco se ajustó rápidamente el frente de su túnica para que cayera sobre su pecho, resaltando sus pectorales. Se pasó una mano por el cabello para asegurarse de que se viera ligeramente despeinado, ya que al ser un Auror había actividades rudas y varoniles en su día a día que le despeinaba el cabello.

Después se recargó sobre un poste de luz para esperar a Granger, con la intención de proyectar una vibra cool, casual y desinteresada.

Que fue arruinada por Granger al Aparecerse sobre él.

Se cayeron y desenredaron el uno del otro entre jadeos. 

–¿Tenías que elegir precisamente ese lugar para Aparecerte? –dijo Draco irritado, desempolvando su túnica. 

–¡¿No pudiste encontrar otro lugar para descansar que no fuera la calle principal?! ¡¿En serio?! –Granger se levantó–. Creo que mi pie estaba en tu hígado.

–Lo sentí.

Una vez que ambos estuvieron de pie se observaron en una especie de evaluación mutua. Había pasado casi un mes desde la última vez que se habían visto. Granger tenía pinta de haber estado trabajando demasiado otra vez: profundas ojeras bajo los ojos, boca tensa.  

Llevaba puesto un vestido amarillo, como si el alegre color pudiera ocultar su fatiga.

No lo hacía.

–Te ves muerta –dijo Draco.

–Gracias. ¿Puedo preguntar sobre el ojo que tienes colgado en el hombro? 

Draco volteó hacia su hombro. Probablemente el último cuerpo con el que había lidiado le había dejado de regalo un ojo y un largo nervio óptico colgando sobre la parte posterior de su brazo, arruinando su vibra cool y casual.

–Cierto –dijo mientras lo Desaparecía–. Un pequeño regalo de la misión que tuve esta mañana. 

–¿No lo extrañará su dueño?

–Estaba muerto, así que no.

La mirada de Granger lo inspeccionó de nuevo, esta vez ya no había partes de otros cuerpos en él. Apuntó hacía el camino del pueblo. –¿Vamos? Irma me dijo que nos viéramos a las 4:15.

–¿Irma?

–Madam Pince.

–¿Sigue viva? Merlin, había olvidado por completo a esa vieja arpía…

Caminaron. Draco se revisó a sí mismo y se alegró de no sentir nada de esas mierdas dulces que lo habían asustado. Únicamente se deleitó con la vista de las piernas de Granger, lo cual era normal. ¿No? Ella tenía lindas piernas. 

Draco notó que no había un flujo de información dirigido hacia él, nada de “Mira Malfoy”, nada de pasearse por debajo de la maleza para señalar una hoja. Tal vez Granger estaba cansada, según sus cálculos era su primer día de descanso desde el solsticio de verano. Y ese viaje apenas y había sido relajante: demasiadas monjas malvadas. 

Pero había algo más que cansancio, se le veía algo reservada. Estaba manteniendo su distancia. Se preguntó si ella también había notado ese Algo y si la había asustado tanto como a él.

Tal vez ella también estaba reprimiendo cosas. 

La idea era tonta y basada únicamente en especulaciones, pero de todos modos había algo reconfortante en ello. 

Llegaron a la verja de Hogwarts, la cual se abrió tan pronto se acercaron. La antigua reja se veía menos imponente de lo que Draco recordaba.

–¿Has regresado desde que tomamos los E.X.T.A.S.I.S.? –preguntó Granger mientras lo observaba de reojo. 

–No –dijo Draco–. ¿Y tú? 

–Un par de veces, principalmente para saludar a los profesores o ir a la biblioteca.

El camino de Hogsmeade al colegio se sintió ridículamente corto. –¿De verdad tomábamos un carruaje para este trayecto? No fueron ni diez minutos.

–Supongo que se siente más largo para las piernas de un niño de doce años –dijo Granger. 

–Todo se ve más pequeño.

–Lo sé.

Cuando divisaron el castillo al doblar una curva, Draco se alegró de descubrir que mantenía  su aura de magia y misterio, incluso si también se veía más pequeño de como lo recordaba.

–Huele igual –dijo Draco mientras caminaban hacia el vestíbulo del castillo. Madera, piedra antigua, escuela. 

–Mejor, de hecho –dijo Granger respirando profundamente–. No hay hordas de niños sudorosos durante el verano. Cuando estuve aquí el invierno pasado, definitivamente había un ligero olor a adolescente en el aire. 

Ya estaban formalmente dentro del castillo. Draco normalmente no se sentía nostálgico, pero era una realidad que había pasado muchos años felices (y dos horribles) en estos pasillos, así que disfrutó caminar por ellos de nuevo. Aunque en definitiva se sentían un poco más estrechos que en su juventud. Recordaba que las armaduras eran gigantes; y ahora las veía hacía abajo.

Se asomaron al Gran Comedor, donde las cuatro mesas de las casas estaban limpias y vacías, esperando que llegara el primero de septiembre. El salón siempre se había sentido grande, las mesas casi interminables. Ahora Draco no estaba seguro de si podría sentarse en la mesa de Slytherin sin golpearse las rodillas.

El cielo encantado era de un azul profundo de verano. 

Continuaron su camino por los salones vacíos que olían a tiza y a años de tinta derramada. La luz entraba a raudales por las polvorientas ventanas.

Granger se iba emocionando más a medida que se acercaban a la biblioteca, aunque estaba haciendo todo lo posible por controlarse. Cuando llegaron a las pesadas puertas, se detuvo antes de tocar la perilla. 

Abrió la puerta y el aroma a biblioteca les dió la bienvenida: libros viejos, papel vitela, cuero gastado y polvo.

Era potente. A Draco le pareció que tenía catorce años de nuevo. –Siento como si tuviera un ensayo de Pociones que escribir –dijo. 

Granger sonrió. –El mío es de Transfiguración.

Madam Pince los observó acercarse a su escritorio. Draco estaba convencido de que todavía usaba el mismo conjunto de sombrero y zapatos puntiagudos de cuando estudiaban en Hogwarts. Casi esperaba que lo regañara por estar hablando.

También se veía más pequeña.

Granger fue recibida por Madam Pince con algo que parecía calidez, o al menos una versión formal de ello. Draco por su parte, recibió una mirada de sorpresa, especialmente considerando que estaba con Granger. 

–Qué peculiar elección de compañero –dijo Madam Pince. 

–Trabajo –respondió Granger. 

Pince le dió a Granger una tarjeta de la biblioteca. –El Manuscrito de Ypres. Sé que puede trabajar con libros únicos, Señorita Granger, pero tenga especial cuidado con este. He quitado los encantamientos para usted.

Granger le agradeció y se dirigió a la zona restringida, la cuál albergaba la mayor parte de la colección de Snape. 

El aire se volvió más pesado conforme se adentraban en la biblioteca. El tipo de ventilación que circulaba por el resto del castillo no llegaba a está remota parte de la biblioteca. Estaba caliente. ¿Y las estanterías siempre habían sido así de estrechas? 

–Excelente lugar para besuquearte con alguien –dijo Draco entre el silencio–. Pince no podía escucharte.

–Lo recuerdo –dijo Granger.

–¿Ah, sí?

Granger lo miró de reojo. –No tienes porqué parecer tan sorprendido. 

–Más bien es curiosidad –dijo Draco–. Debe haber sido un chico valiente. A menos que haya sido Weasley. Él no cuenta. En general, no podría. 

–No seas grosero –dijo Granger–. Pero no, Ron no fue mi primer beso. Viktor tuvo ese honor.

–¿Viktor?

–Krum.

Draco silbó. –Bien por Viktor.

Granger se detuvo en un lugar entre la sombra de unas repisas. –Justo aquí si no me equivoco. Estos estantes servían muy bien para sostenerte.

–Las historias que estos estantes podrían contar. 

Granger le lanzó una mirada cargada de ironía. –Estoy segura de que tendría historias igual de obscenas sobre ti. 

Draco le sonrió como respuesta. 

Ella desvió la vista.

Tenía razón, por supuesto. Mucha experimentación adolescente había acontecido entre estos estantes. Su primera mamada, pensó, ¿a menos que haya sido en la sala común? No recordaba. Pero lo que sí recordaba eran muchas aventuras con chicas en faldas cortas por aquí, sosteniéndolas contra las repisas, mientras jugaba con sus bocas y tanteaba el terreno con los dedos. 

Y ahora estaba aquí de nuevo, pero la única falda que podría tantear era la de Granger. Su mirada se desvió a su trasero y piernas mientras ella caminaba hacia adelante, hasta que se atrapó a sí mismo preguntándose cómo se vería siendo empujada contra los libros, y luego se dió una bofetada mental por ello. No . No iba a hacer eso. Iba a Reprimir. 

Estaba empezando a sudar. Se puso un hechizo de enfriamiento encima, y después otro sobre Granger. Quien chilló de sorpresa cuando se le erizó la piel de los brazos.

–De nada –dijo Draco ante su acusadora mirada. 

Habían agrandado la sección restringida para agregar la colección de Snape, pero fuera de eso todo lo demás se veía igual. Draco sacudió su varita con curiosidad, sonriendo al ver iluminadas todas las maldiciones y hechizos de protección que había en las repisas.

–Debo de admitir que Pince tiene estilo –dijo Draco–. Tal vez eso de ser monja le hubiera sentado mejor. 

–Deberías sugerirle eso. Sería divertido. 

–¿Divertido? Me daría una patada en los huevos con sus puntiagudos zapatos. 

–No especifique quien se estaría divirtiendo. 

Granger se agachó para buscar su libro. Cuando lo encontró, cargo con el pesado manuscrito hasta el centro de una mesa. 

Pausó para apartarse un rizo húmedo de la frente. En lugar de acomodarse para leer, que era lo que esperaba Draco, simplemente sacó su celular y empezó a (si es que entendía bien) tomar fotografías de las páginas de su interés.

El problema con Granger es que siempre llegaba con nuevas curiosidades. Ella nunca lo aburría. ¿Por qué no podía ser un poco insípida? Sería mucho más fácil para todos si no fuera constantemente estimulado por ella. (Intelectualmente hablando, claro.)

–¿Y cómo chingados funciona eso en Hogwarts? –preguntó Draco.

–¿Hm? Oh –dijo Granger volteando el móvil.

En la parte trasera del celular había uno de sus discos anti-magia.

–Había olvidado esas cosas.

–Son terriblemente útiles. No podría vivir sin mi celular.

Granger se inclinó sobre el libro para seguir tomando fotos. Draco no la miró. De hecho, se dió la vuelta, y conjuró un espejo para intentar salvar su cabello. 

–Sería mucho más conveniente revisar este manuscrito en casa –dijo Granger–. Pero Madam Pince jamás me dejaría sacarlo de la biblioteca. Así que opté por el plan b: fotos digitales. No se lo digas. Pensará que estoy robándole el alma al libro o algo así.

–Claro. Agradezco que no estés tomándote el tiempo para sentarte a leer. Estoy sudando a cántaros –dijo Draco mientras se quitaba la túnica y se abría el cuello de la camisa. 

Granger le lanzó un hechizo de enfriamiento a él y luego a sí misma. Se acomodó el cabello en un moño sobre su coronilla y le pasó su varita encima. 

Draco, después de haber peinado todo lo posible su propio cabello, se acercó a ella para leer el manuscrito. Contenía diagramas de procedimientos médicos y a pacientes medievales en diversos estados de agonía.

Notó que Granger se mantenía lejos de él, aunque lo hacía ver como algo casual. Si él se acercaba, ella encontraba la manera de moverse al otro lado de la mesa. Si se le unía, ella nuevamente le daba la vuelta a la mesa para tomar las fotos desde otro ángulo.

¿Debería ofenderse? ¿Debería alegrarse? No lo sabía. Se sentía ofendido, pero porque usualmente las brujas no huían de él.

–¿Huelo a muerto? –preguntó Draco.

–¿Qué?

–Que si huelo. A cadáver. ¿Si o no? 

–No –respondió Granger con una rápida mirada. Antes de regresar a sus fotografías. 

–Bien –dijo Draco.

Cuando él se acercó de nuevo, para aparentemente observar una ilustración, ella no se alejó. Había dejado su punto claro. El por qué era algo de lo que no estaba muy seguro.

Granger tomó un par de fotografías más, las revisó en su celular y se declaró satisfecha. Cerró el manuscrito con mucho cuidado y se dirigió a regresarlo a donde pertenecía.

–¿Eso es todo? –preguntó Draco.

–Sí. Te advertí que iba a ser aburrido –dijo Granger mientras caminaba entre las estanterías–. No debiste haberte molestado en venir. 

Draco se encogió de hombros. –Quería algo diferente, sabes, compañía viva. Tienes un poquito más de vitalidad que un cadáver reanimado. 

–Que encantador cumplido –dijo en un tono seco–. Hasta sentí mariposas.

Draco no pudo continuar con ese interesante giro en la conversación porque Pince apareció detrás de una repisa. –¿Ya terminaron? ¿Tan rápido?

–Sí –dijo Granger–. Acabo de regresarlo a su lugar y ya está listo para los hechizos de protección. Gracias por venir durante las vacaciones solo por mí. Se lo agradezco profundamente.

–Siempre es un placer –dijo Pince, pero se veía ligeramente recelosa–. Pensé que por lo menos te tomaría un par de horas. 

–Sí, bueno, solo quería revisar un capítulo en específico, nada más.

–Te ves un poco… sudorosa. 

–Sí, hace mucho calor allá atrás.

–Ya veo. Y fuiste muy rápida. Con el manuscrito.  

–Sí. Como dije, iba a lo que iba.

–Hmm –dijo Pince entrecerrando los ojos, mientras su expresión se tornaba más irritable. Su oscura mirada observó el sudor que los cubría así como el estado de la ropa de Draco: con el cuello desabrochado y la túnica colgada de un brazo–. La biblioteca es para leer , saben.

–Pues claro –dijo Granger, parpadeando en shock.

–Lectura e investigación. No para otras actividades.

Granger parecía sospechar que Pince se había vuelto un poco chiflada con la edad. –Precisamente. Bueno… supongo que será mejor que nos vayamos. 

–Supongo que sí –dijo Pince. Su mirada ahora pasó por la cara y cabello de Draco, siguiendo por el cuello de su camisa, para terminar en su zipper.  

Salieron de la biblioteca sintiendo el peso de su mirada.

–¿Qué rayos fue eso? –preguntó Granger cuando las puertas se cerraron detrás de ellos. 

–¿Se ha vuelto un poco imprudente? –preguntó Draco–. ¿Me miró el paquete?

–Lo hizo.

–Estoy perturbado.

–Yo también. Me preguntó que… 

En un momento de claridad compartida, Granger se volteó para mirar a Draco justo cuando él se giró para verla. 

–¿Estaba insinuando que estábamos haciendo cosas ? –preguntó Granger horrorizada. 

Draco volteó hacia las puertas de la biblioteca. –Creo que ella piensa que venimos para un rapidito.

Granger giró tan rápido que la falda de su vestido formó un círculo alrededor de sus muslos. –Iré a aclarar las cosas. 

–¿Y si estamos equivocados?

Granger hizo una pausa. –¿Estamos equivocados?

–¿No lo sé?, ¿Tal vez solo quería verme el paquete?  

Granger alzó una mano. –Suficiente de tu paquete. Tenemos cosas más grandes de las que preocuparnos.

¿Disculpa?

–Qué pasa si tenemos razón… ¿y le dice a alguien? –preguntó Granger horrorizada.

Eso sí daría risa.

–¿Risa? No . Imagina si le dice a McGonagall.

–No especifique quién se estaría riendo. 

–Si vas a seguir imitándome, por lo menos bajale una octava, casi me rompes los tímpanos. –Granger regresó a la biblioteca–. ¿Y porque ella no estaba siquiera acalorada? –dijo por encima de su hombro.

Divertido por este giro de los acontecimientos, Draco esperó a que Granger fuera a “dejar las cosas claras”. Se recargó junto a una armadura encorvada, apoyándose sobre la fría pared del pasillo. Un par de hechizos de secado eliminaron la peor parte de la humedad de sus axilas. Tal vez no apesta a cadáver, solo a sudor.

Granger regresó. Había enojo en su caminar. La armadura al lado de Draco se enderezó cuando ella se acercó y hasta la saludó.

–¿Y bien? –preguntó Draco.

–Se fue –dijo Granger–. No la encontré. Debió salir por el otro lado.

–Déjale una nota –sugirió Draco.

Granger redirigió su enojo hacia él. –¡¿Una carta?! ¿En serio? ¿Quieres que ponga semejante disparate en papel? “Querida Madam Pince, como usted vió la entrepierna de Malfoy no estábamos seguros de si había sacado conclusiones precipitadas, pero por favor tenga por seguro que no hicimos nada inapropiado en la biblioteca. Sinceramente, Hermione”.  

Draco no pudo contener la risa. Se dispuso a caminar, sintiendo que estaría más seguro fuera del alcance de sus posibles manotazos. 

–Estoy deleitada con que uno de nosotros encuentre todo esto divertidísimo –dijo Granger, acercándose con fuego en la mirada. 

Draco se detuvo abruptamente. Granger chocó contra él.

–Ouch… qué… 

–Mi sala común –dijo Draco apuntando a unas escaleras de piedra que había a su derecha–. Es por acá. Vamos. 

–No. Vine aquí con un permiso explícito para usar la biblioteca, no para llevar a Draco Malfoy en un nostálgico recorrido por el castillo. ¿Qué pasará si Filch nos encuentra?

¿Qué pasará si Filch nos encuentra? –repitió Draco bajando las escaleras–. Pues claro, nos mandaría directo a detención. 

Levantó la vista para observar cómo Granger ponía una mano en la cintura. Ahora ella tenía catorce años de nuevo. Parecía como si estuviera esperando a que un Prefecto apareciera para poder delatarlo y que le restaran puntos a su casa. 

Draco continuó bajando las escaleras. Escuchó su ugh de irritación y después de un largo momento, sus pasos resonaron detrás de él. 

Estaba mucho más fresco en los niveles inferiores del castillo. Algunos de los habitantes de los cuadros se sobresaltaron al verlos, otros los saludaban o exclamaban sorprendidos. –¡Hermione Granger y Draco Malfoy! ¡ Adultos ! –dijo una bruja medieval que los siguió por varios retratos–. ¡Mírenlos!

–¿Alguien dijo Draco? –sonó una voz sarcástica. Un hombre de cabello negro y barba de chivo se asomó por la orilla de un retrato.

–Hola, Phineas –dijo Draco.

–¿Qué haces aquí con ella ? –preguntó Phineas, apuntando hacia Granger con la cabeza. 

–Trabajo –dijo Draco.

Después, apareció un caballero galopando a lo largo de un amplio paisaje marino. –¡Ah! ¡Hermione Granger! ¡Bonita tarde, señorita! ¡Bonita tarde!

Granger, quien seguía mirando por encima de su hombro como si McGonagall fuera a materializar y a regañarla, sonrió al ver al caballero. –¡Sir Cadogan!

–¿Vienes con este canalla, verdad? –dijo el caballero apuntando a Draco con su espada–. ¿Está aquí en contra de su voluntad?

Granger miró a Draco, como si se cuestionara si debía decir que sí para hacerlo sufrir la ira de una pintura al óleo de 11 pulgadas. –No, estoy aquí por mi propia voluntad. Resulta que me cae bien. 

–¿Ah, si? –preguntó sir Cadogan, abriendo el visor de su casco y observando a Draco–. ¿Es noble de corazón?

–Es un Auror, tarado –le dijo Phineas–. Por supuesto que es noble. Apuesto a que arriesga su vida a diario por imbéciles.

¿Yo? ¿Un tarado? ¿Cómo se atreve? Usted, señor, es un viejo cascarrabias y le voy a cortar la lengua –Sir Cadogan bajó su visor y se acercó a Phineas, quién salió del retrato rápidamente.

–¡Hasta pronto, Milady! –sonó la voz de Sir Cadogan mientras desaparecía.

Llegaron al salón de Pociones. La puerta estaba entreabierta. Draco entró. Todo se veía igual, solo que más pequeño: las mesas de trabajo limpias, la fila de lavabos, los calderos en la pared del fondo.

Draco se acercó a la que durante siete años fue su mesa de trabajo. Granger al inicio se veía indecisa en la puerta, hasta que finalmente entró detrás de él. 

–Me preguntó quién será el nuevo profesor de Pociones –dijo observando el libro más cercano a la puerta–. Son más modernos ahora, tienen los tomos de Buxton y Keynes. Snape prefería a los maestros del siglo diecinueve. Más tradicionalista –Se volteó para darse cuenta que Draco había desaparecido–. Eh… ¿Qué haces?

Draco se había agachado debajo de su mesa de trabajo con un Lumos en la varita. –¡Hah! –dijo.

Las rodillas de Granger aparecieron a su lado, y luego su rostro cuando se agachó junto a él.

Draco señaló hacia un dibujo de un pene tallado bajo la mesa.

–Wow –dijo Granger.

–Deje mi marca –dijo Draco.

–Claramente es todo un legado –dijo Granger. Se movió debajo del escritorio, para examinar el resto de las obras del arte de Draco, que consistían principalmente en sus iniciales. 

–¿Qué es esto? –preguntó, apuntando a un dibujo sin forma–. ¿Un erizo?

Draco se acercó más para descifrar el misterioso jeroglífico.

–¿Una ardilla? –preguntó Granger.

Draco sacudió la cabeza y dijo seriamente –Creo que así es como mi yo de doce años pensaba que se veían las partes íntimas de las chicas. 

Granger se echó a reír. 

–Un erizo –repitió Draco exageradamente ofendido.

–Tiene un ojo –dijo Granger apuntando a un círculo.

–La caza de ardillas ahora tendrá un significado más emocionante –dijo Draco.

–Ojala que al menos tu conocimiento de la anatomía femenina haya mejorado, aunque sea un poco.

–He solucionado las lagunas de mi conocimiento desde entonces.

–Tengo un par de libros de anatomía que te puedo prestar si todavía necesitas ayuda. Para que sepas dónde tocar a los erizos.

–Innecesario, pero agradezco tu generosidad. 

Granger estaba viendo al “erizo” de nuevo y tapándose la boca con las manos para no reírse de nuevo.

El momento se sentía surreal. Draco estaba en las mazmorras de Hogwarts, debajo de su antigua mesa de trabajo con Hermione Granger. Había pasado siete años en este calabozo, mirando su nuca y odiándola. Y casi dos décadas después, habían regresado, él como un respetado Auror  y ella como una Sanadora exitosa, quién justo ahora estaba de rodillas riendose de una ardilla. 

Tuvo un extraño momento de arrepentimiento por haber tardado tanto, por haber desperdiciado tanto tiempo odiándose. 

Y después tuvo un momento igualmente extraño de esperanza, de que a pesar de todo no fuera demasiado tarde.

(¿Demasiado tarde para qué? No lo sabía exactamente). 

Sus rodillas se tocaron.

Granger se alejó. Se puso de pie y se sacudió el polvo rápidamente. –Bien. Suficiente charla de tus vulvas conceptuales. Vamos a tu sala común.

Draco se salió de debajo de la mesa y se unió a ella. 

Granger intentó liderar el camino, pero pronto quedó claro que no tenía más que una idea general de donde se encontraba la sala común de Slytherin.

–Por acá –dijo Draco mientras ella giraba por el camino equivocado–. ¿Nunca has entrado?

Granger dió media vuelta y lo alcanzó. –No tenía muchos amigos Slytherin, así que no.

Se detuvieron frente a una pared vacía.

Granger observaba todo con curiosidad. –¿Aquí? 

–Sí. Lo siguiente es el tema de la contraseña –dijo Draco.

–¿Quieres que nos quedemos aquí parados y adivinemos ?

–Intentémoslo. Cinco minutos , Granger. No te estoy pidiendo que solo digas cosas Slytherin por el resto de la semana.

Granger parecía insegura. –¿Qué clase de cosas Slytherin deberíamos decir?

–Slytherins famosos. Ingredientes. Hechizos éticamente cuestionables. Lo que sea que se te ocurra.

Empezaron a gritar sus suposiciones: plantas, pociones, maldiciones y criaturas. Rafflesia. Vermiculus . Banshee. Imperata cylindrica. Babosa carnívora. Dragon Negro de las Hébridas. Cuscata . Trol de montaña. Locomotor Wibbly . Belladonna. Nargle. Barón Sanguinario. Thestral. Basilisco.

Las piedras de la pared permanecieron quietas. Granger comenzó a tomárselo personal e intentó con algunas ideas más creativas.

Tacca chantirieri –dijo con una mano en la cintura–. ¡Entomorphis!

Melofors –intentó Draco–. ¿Erkling? ¿Pársel? Jodido Salazar.

Granger cambió de estrategia y empezó a enunciar cosas elegantes. –Caza. Tweed. Sabrage.

Draco probó con algo de latín para variar. – Oderint dum metuant. Non ducor, duco. Carpe noctem.

–Chalecos –dijo Granger–. ¡Regata! Pimm. Pantalones de vestir. Órganos del mercado negro.

–¿Puffskein? ¿Oso chupa sangre?

–¡Muerde almohadas! –gritó Granger.

–Godric Gryffindor es un tarado –dijo Draco con gran autoridad.

La pared se estremeció.

Granger se sorprendió. –Gryffindor es un imbécil. ¡Un pendejo!

–Godric no podría organizar ni una fiesta en un bar. Godric es un inutil.

–Godric es un tonto.

–¡Un estúpido!

–Un estúpido infantil.

–A Godric le cuelgan las pelotas.

–Godric es un baboso.

–Godric es un inútil.

–¡Un hazmereir!

–Godric el Gran Tonto.

–Exactamente. 

Una risa resonó detrás de ellos. Phineas se había colado al retrato de un paisaje de montañas. –Esto es tremendamente entretenido. 

Granger brincó del susto, parecía culpable. Sus mejillas estaban sonrojadas al dirigirse al antiguo directo. –Eh… Hola de nuevo. ¿Sigue teniendo su lengua?

–Obviamente –dijo Phineas.

–Que bien. Nosotros eh… estábamos…  

–Intentando meternos en la sala común –dijo Draco.

–¿Y con qué propósito? –preguntó Phineas.

Draco se encogió de hombros. –Para recordar los viejos tiempos.

–¿Tú? ¿Quieres recordar? ¿Con Hermione Granger?

Granger alzó un dedo. –De hecho yo … 

–Oh, sí –la interrumpió Draco–. Estamos reviviendo los terribles recuerdos que tenemos el uno del otro. 

–Estaba bajo el entendido de que se odiaban –dijo Phineas.

–Es cierto –dijeron Draco y Granger al mismo tiempo.

Draco sintió que esto último hubiera sido más creíble si Phineas no los hubiera atrapado riéndose frente a una pared, gritando sobre las pelotas de Godric.

Phineas observó a Granger, quien estaba roja como un tomate, y después a Draco quien lo miró a los ojos sonriendo.

–Hace mucho menos sentido ahora que cuando eran un par de adolescentes apestosos. Felicidades.

–Gracias –dijo Draco.

–La contraseña es Gurdirraíz –dijo Phineas mientras desaparecía de su vista–. Solo porque me hicieron reir. No dejen manchas en la tapicería.

Mientras Granger balbuceaba ante semejante comentarios, Draco volteó a la pared. –Gurdirraíz.

La pared se abrió para revelar la puerta de madera oscura que llevaba a la sala común de Slytherin. Draco la empujó.

Parecía que el colegio había intentado hacer de la sala común un lugar más cálido. Las lámparas de luz verdosa de la época de Draco habían sido reemplazadas con lámparas de gas, que le daban un brillo cálido al espacio. Los muebles se veían igual a como Draco los recordaba: sofás de cuero y sillas con respaldos altos, ornamentadas mesas y gabinetes tallados. Los espejos dorados brillaban en las sombras.

La chimenea estaba apagada. En las paredes a su alrededor se exhibían retratos de Slytherins famosos. Merlin estaba leyendo algo y solo le dedicó a Draco una ceja alzada. La silla de Salazar estaba vacía. Phineas no reapareció. Y había dos nuevas adiciones entre los retratos: Slughorn y Snape. Slughorn estaba tomando una siesta con una botella de whisky de Ogden en sus brazos. La silueta negra de Snape se veía al fondo de su retrato, preparando alguna poción. 

Draco pasó su mano por el respaldo de un sofá. Durante siete años, había hecho planes y estrategias aquí. Había reinado como un pequeño lord entre sus amigos, muchos de ellos ahora muertos. Se había sentido terriblemente importante aquí, tremendamente importante, inteligente y adulto. 

Y ahora se sentía como un salón de juego para niños. Los escritorios para hacer sus tareas. Las reglas de la Casa en el tablón de anuncios. Los antiguos letreros celebrando victorias de la casa. Los libreros repletos de libros usados. Todo era muy pequeño.

Granger olfateó. –Deberían cambiar las alfombras. Apestan a patas. 

Siempre podía contar con Granger para arruinar el sentimiento de cualquier escena.

Se dirigió al extremo más alejado de la mazmorra, el cual se extendía parcialmente por debajo del lago. –Esto si que es interesante –dijo al llegar a las ventanas con vista al agua. 

–Hay una mejor vista desde los dormitorios –dijo Draco–. Vamos. 

Lo siguió por un pasillo que llevaba al dormitorio de los chicos, hasta llegar al cuarto que había sido suyo durante siete años. Tenía una ventana hacia el lago que ocupaba la totalidad de una de las paredes.

–¡Fascinante! –dijo Granger acercándose.

–El calamar gigante pasa de vez en cuando. Al igual que la gente del agua. 

Draco la dejó para que siguiera observando. Por su parte, el camino hacía el círculo que formaban las cinco camas con cortinas verdes que ocupaban el resto de la recámara. Goyle, Crabbe, Zabini, Nott. Muerto, muerto, vivo, vivo.

Finalmente, llegó a la que fue su cama. Por supuesto que no podía ser tan pequeña. Siempre se había sentido tan grande.

Se acostó en ella y comenzó a reír. Ahora sus pies colgaban sobre el borde de la cama. 

Granger se acercó al escuchar su risa. –No hay un calamar gigante pero si un Malfoy gigante que se ha adueñado de una de las camas.

–Me cuesta creer que sea la misma cama.

–¿A esta no le tallaste ningún genital para su futura autentificación?

Draco examinó uno de los postes. –Sabes, creo que no.

Granger se sentó en el borde de la que había sido la cama de Nott. Pasó las manos por sus brazos descubiertos. –¿No se sentía todo muy encerrado? No me puedo imaginar lo frío que estaba durante el invierno.

–No era muy diferente de la Mansión –dijo Draco–. Además, teníamos el fuego de la chimenea, hechizos de calor, chocolate caliente y whisky de fuego.

Un grupo de Grindylows pasaron por la ventana. Granger se volvió para verlos.

De nuevo a Draco le sorprendió la incongruencia del momento. Hermione Granger en un vestido de verano, con él en su dormitorio de la infancia. Se preguntó qué habría pensado el joven Draco de todo esto. ¿Qué habría dicho si su yo actual le dijera que Granger era bonita, chistosa y tan inteligente que a veces daba miedo? ¿Qué de repente lo mangoneaba un poco y que a veces él lo disfrutaba? ¿Qué la hacía reír solo para poder escuchar su risa?

Probablemente le diría que era un puto blandengue. 

Sería difícil discrepar.

–¿Ya recordaste lo suficiente para tu satisfacción? –preguntó Granger.

–Sí –dijo Draco.

Era mejor seguir adelante que continuar con sus estúpidos pensamientos. 

Granger se levantó de la cama. El observo como la falda de su vestido pasaba a un lado de la cama. El ligero aroma de su jabón la siguió.

Aplastó una vaga idea que involucraba a Granger y a esta vieja cama antes de que tuviera forma, solo para que después horriblemente tuviera que vivir para siempre en su mente. 

Regresaron sobre sus pasos hasta llegar a la sala común.

Draco le dió un último vistazo. Probablemente no regresaría hasta dentro de una década. ¿Se sentiría aún más pequeña en el futuro? Mientras la vida que tenía por delante seguía creciendo y sus recuerdos de la infancia se iban haciendo cada vez más pequeños.

Granger estaba sonriéndole.

–¿Qué? –preguntó Draco.

–Realmente viniste a recordar el pasado –dijo Granger–. Te has puesto todo… todo sentimental.

Draco se encogió de hombros.

–Creo que es muy dulce de tu parte –dijo Granger, viéndose igual de melancólica. 

Entonces pareció recuperarse, ya que regresó a su estado reservado y se alejó. 

–¿Quieres ir a tu sala común? –preguntó Draco.

Negó con la cabeza. –Vengo aquí más a menudo que tú. Dejemoslo para la próxima.

Granger se dirigió al pasillo por el que habían bajado, desde el salón de Pociones. Draco la tomó por el codo y le enseñó un camino más rápido por una angosta escalera que los llevaría directamente al vestíbulo de la entrada.

¿Por qué la había tomado del codo? No tenía por qué tomarla del codo. Pudo solo haberle dicho algo. Fue una idiotez, una falla en su Aplastamiento.

La dejó pasar primero por la escalera, y ya que su trasero estaba ahí , se miró los pies todo el camino de subida.

Granger se asomó al Gran Comedor al salir, con la esperanza de ver a Pince. No estaba ahí. Granger murmuró unas palabras de irritación.

Salieron del castillo y bajaron los escalones hacia el camino de grava que los llevaría de regreso a Hogsmeade. El viento olía a una mezcla entre el césped y la delicada fragancia de los sauces del lago.

Fue bueno estar nuevamente afuera. 

Cuando llegaron a Hogsmeade, Granger se dirigió a las Tres Escobas. –Estoy muerta de hambre. ¿Has comido algo?

–No –dijo Draco–. Tampoco almorcé, los cadáveres me quitaron el apetito.

Granger arrugó la nariz. –Bueno, eres bienvenido a venir conmigo, pero no será tan recherché como la comida de la Mansión.

Intentó abrir la puerta de las Tres Escobas, solo para encontrarse con un letrero que indicaba que estarían cerrados hasta septiembre.

Caminaron hasta casa de Madam Puddifoot para encontrarse con el mismo cartel. 

Finalmente, llegaron a Cabeza de Puerco.

Granger se quedó indecisa en la puerta. –No estoy segura de si estoy lo suficientemente desesperada. He oído que ha ido decayendo desde que Abeforth se retiró.

–¿Qué? No puede ser tan malo si solo es una cerveza y un poco de comida, ¿o sí? 

Si podía.

Draco y Granger fueron recibidos (si es que se le podía decir así) por un hombre que parecía más Escreguto que la mayoría de los Escregutos.  Se veía irritado ante el hecho de tener comensales. Esa fue la primera red flag que les indicó que esa sería una terrible experiencia.

Pidieron una pinta; a lo que les dijeron que no había cerveza en el local. Esa fue la segunda red flag. Con esto, un par más inteligente habría elegido irse, pero la curiosidad les ganó, solo por ver que tan mal se podían poner las cosas.

–Tomaremos lo que tengas –dijo Draco–. Y un poco de lo que sea que tengas en la cocina.

Se sentaron en una mesa sucia cerca de lo que probablemente alguna vez fue una ventana, pero que ahora estaba cubierta de mugre. 

El Escreguto les puso un par de vasos manchados en la mesa, vertió algo claro en ellos  antes de irse a la cocina.

Un potente olor a trementina invadió su olfato.

Granger olfateó su vaso y le lloraron los ojos. –Oh vaya, esto nos va a quitar la sinusitis.

–¿No puede ser peor que la Absenta  de Affpuddle o sí? –dijo Draco–. Salud.

 Granger alzó su vaso hacia el de Draco con una mirada de preocupación. Tomó un trago generoso; él se tomó la mitad de su vaso. Ambos casi lo escupieron y empezaron a toser.

–Quema –dijo Granger.

–E… ese es un néctar de primera clase –dijo Draco.

–Jamás me había sentido tan viva –dijo Granger.

Tomaron de nuevo para confirmar que había sido horrible. Granger era una mezcla llorosa de tos y risas. Draco había perdido la voz.

–¿Qué diablos es esto? –preguntó Draco con voz ronca. 

–¿Lo destilaron en un inodoro? –preguntó Granger. 

El Escreguto había puesto la botella en la repisa detrás de la barra. Draco la levitó hacía ellos.

Era vodka de troll.

La etiqueta incluía una advertencia para que no fuera consumido por sí solo y evitar los excesos.

Lo cual fue la red flag número tres, pero bueno, ya entrados en gastos.

–Graduación Alcohólica del 88% –dijo Granger en shock–. Excelente . Quería empezar la semana con una pequeña congestión alcohólica. 

–Está bien –dijo Draco con la voz quebrada–. Tendremos comida pronto.

Viéndolo en retrospectiva, habían sido muy positivos con respecto a ese pensamiento. 

El Escreguto salió de la cocina con algunos platos.

–Bistec –gruñó al dejar un plato frente a Draco–. Ensalada –dijo al dejar otro frente a Granger–. Salchichas y puré –concluyó tirando el último plato entre ambos antes de alejarse. 

Draco y Granger observaron los platillos.

–¿Cocinaron este bistec en un radiador o qué? –preguntó Draco. 

Granger examinó la masa gris. –Necesita al menos cinco minutos más bajo la secadora.

Dirigieron su atención a la ensalada de Granger. Que consistía en media cebolla cruda.

–Wow –dijo Draco. 

Granger se abstuvo de decir lo que realmente pensaba. Acercó las salchichas y puré con un optimismo gris.

–¿Pero por qué las salchichas… están encogidas? –preguntó Draco.

–Tal vez tienen frío –sugirió Granger.

–O nervios –dijo Draco.

Granger se mordió el labio. –Parece un prolapso.

Draco se rió. Le dolió la garganta hacer eso.

–¿Y qué es esto? –preguntó Granger apuntado a un trozo deforme de grasa.

–Lardo Voldemort.

–Por Dios.

–El puré se ve… ¿bien?

–Huele a vómito de gato –dijo Granger golpeando el tenedor de Draco–. Ni lo pruebes. De esto no saldrá nada más que una diarrea explosiva.

Draco, quien no quería eso, dejó su tenedor a un lado. 

Se miraron el uno al otro.

–Creo qué esto podría ser un grito de ayuda –dijo sombríamente Granger–. ¿Deberíamos preguntarle si está bien? 

Draco se sentía con menos simpatía. –Creo que simplemente descubrimos una mentira bastante descarada. 

 –Eso también –dijo Granger–. ¿Vas a investigar?

–Se lo dejaré a alguno de los novatos.

Granger empezaba a verse un poco mareada en su asiento. Entrecerró los ojos al ver su vaso casi vacío. –¿Adivinas el porcentaje aproximado del nivel de alcohol en nuestra sangre? 

–Dos… doscientos por ciento aproximadamente –dijo Draco casi tartamudeando el alcohol ya estaba empezando a pegarle.

–Vayamos a buscar algo comestible –dijo Granger poniéndose de pie. Se tambaleó un poco–. Maldita sea, no puedo Aparecerme.

–Me ofende tener que pagar por esto –dijo Draco. Que a pesar de todo, dejo un Sickle en la mesa.

–Yo puedo… –dijo Granger revisando sus bolsillos.

–No –dijo Draco–. Yo insistí con el lugar. Te toca en el siguiente.

–Está bien.

–Tenías razón después de todo. No fue tan recherché como la comida de la Mansión.

Salieron tambaleándose del bar y deambularon por la calle, chocando entre sí y con varios objetos a medida que avanzaban. A la vuelta de la esquina había una tiendita de comestibles a punto de cerrar. Tomaron los últimos panes de la canasta y compraron una pequeña rueda de queso para acompañar. Granger encontró algunas cerezas. Draco encontró un enorme pay de mora ligeramente aplastado. Granger le preguntó si deberían comprar una rebanada. Draco le dijo que él quería dos para él solo. Se quedaron observando el pay, y ya con sus cinco sentidos perdidos por culpa de dos pulgadas de vodka, compraron todo el pay. Una botella de sidra cerró el trato, y así la cena quedó resuelta. 

Salieron del pueblo en busca de un lugar donde sentarse. Granger dijo que le apetecía una vista del pueblo; Draco quería una vista del castillo. Encontraron el equilibrio adecuado en un pequeño sendero escondido, donde se podían ver tanto Hogsmeade como Hogwarts.

Granger le pidió a Draco un pañuelo, el cual Transfiguró en una manta para extender en el césped. La manta tenía más forma triangular que cuadrada, pero bueno, Granger estaba más borracha que sobria.

Con el poco control que le quedaba sobre sus extremidades, Granger logró sentarse en la manta. Draco se dejó caer a su lado. Primero, dividieron el pan, ligeramente aguado, con la esperanza de que absorbiera aunque sea un poco del vodka de troll.

Granger dijo –Estoy absolutamente ebria –mientras masticaba. Tenía un aura de serenidad, con una especie de calmada aceptación ante este hecho y que así es como debía ser. 

Le costó mucho trabajo poner un trozo de queso en su pan. Draco intentó ayudarla, pero su pedazo de pan se multiplicaba ante sus ojos hasta que parpadeaba y regresaba a ser solo uno.

–Estáte quieta –dijo Draco tomando su muñeca.  

–Lo estoy –dijo Granger–. Tú eres el que se tambalea. 

Draco, con mucha concentración, logró colocar un pedazo de queso en el pan.

Granger hipo. El queso cayó, rebotó en su rodilla y rodó sobre el césped. Ella lo vió caer con una expresión de tristeza.

Draco se rindió y mejor se concentró en su propio pan y queso, el cual preparó relativamente bien. Su único problema fue encontrar su propia boca.

–Fachi…Fasti… Fascinante –dijo Granger al ver como el pan chocó contra su barbilla–. Usualmente eres tan elegante.

–¿Ah sí?

–Sí –dijo Granger–. Haces que todo parezca fácil, ¿sabes? 

–Estás tan borracha como para hacerme un cumplido. Esto es emocionante. Emocionante.

Granger masticó. –Fue una observación. Puedes ponerte pedante cuando le atines a tu boca con el sandwich, no antes.

Draco lo logró, y cuando abrió la boca para hablar, se atraganto con las migajas. 

Mientras tosía, Granger lo rescató acercándole la botella de sidra. Esto, con menos delicadeza y control de lo habitual. Parecía haber intentado apuntar a su mano, pero terminó presionandole la entrepierna.

–Cuidado –dijo Draco.

–P… Perdón –dijo Granger, moviendo la botella más arriba y pegándole en la cabeza antes de dejarla caer sobre la manta.

–Wow –dijo Draco.

Granger dejó su varita a un lado como si fuera algo peligroso. Después presionó sus dedos contra su boca, parecía estar aguantando la risa. –Perdón… lo siento… no era lo que quería hacer… 

–Está b… bien –dijo Draco–. Un poco de diversión con la botella de sidra, es toda una nueva experiencia… 

Después del vodka de troll, la sidra estaba espectacular: fresca, dulce, burbujeante y con un toque amielado. Draco bebió y le pasó a Granger la botella. Intentó hacer comentarios elocuentes sobre el aroma y las notas de la bebida pero lo que salió de su boca fue una observación arrastrada sobre que no dolía tomarlo.

De todos modos, eso era lo único que necesitaba saber Granger. Le dió un trago y le devolvió la botella.

No había nada interesante sobre compartir una botella con Granger. Sobre tomar donde sus labios habían estado momentos antes. No, definitivamente no había nada interesante, y no pensaría más sobre ello. Así como tampoco miraría sus labios.  

–Deja de mirarme –dijo Granger tapándose la boca, lo cual hizo que Draco se diera cuenta de que en efecto, estaba mirando su boca–. No puedo ni comer un trozo de queso.

–No te estoy viendo –dijo Draco, como el mentiroso que era–. Estoy disfrutando de la vista.

–...La vista está detrás de ti –dijo Granger.

–Oh –dijo Draco volteandose–. Cierto.

–No estabas bromeando sobre el doscientos por ciento de alcohol –dijo Granger mientras se acercaba a él sobre la manta para también disfrutar de la vista. 

Las pintorescas calles de Hogsmeade se oscurecían con el atardecer. A lo lejos, se veía la silueta del castillo de Hogwarts, con sus ventanas reflejando el rojo del crepúsculo. 

–Deberías dibujarlo –dijo Granger.

–¿Qué? No dibujo.

–Mentiroso. Sé que tienes un don artístico. Vi tu magnífico pito. 

Draco intentó contenerse, pero se le escapó una risilla. 

Granger lo miró con los ojos muy abiertos. –No sé si eso fue adorable o espantoso.

–Ambos. Soy ambos.

–No eres ninguna de las dos –dijo Granger–. Cálmate.

–Pero soy elegante.

–Si es que tomas como verdad absoluta lo que dice una borracha –dijo Granger. Intentando parecer educada. 

–Los borrachos siempre dicen la verdad –dijo Draco. Intentó mover las cejas pero no estuvo del todo seguro de sí lo logró; Granger se veía perpleja.

–¿Comemos un poco de pay? –preguntó.

 –Que manera tan poco sutil de cambiar el tema, pero sí –dijo Draco, agitando su varita hacia el pay, que flotó hacia ellos–. ¿Te gustaría un masaje en la entrepierna?

Granger cruzó las piernas. –Fue un accidente .

–Claro. Prepara un par de cubiertos, ¿no?

–No sé si confío lo suficiente en mi misma para hacerlos. 

Tomo un par de hojas de diente de león para ello. Las Transfiguró en cucharas creíbles a pesar de ser ligeramente verdes. Los tenedores fueron otra historia: una creación formidable y no euclidiana, sobrenatural. Les dolió la cabeza el solo verlos. Draco y Granger se asustaron y los aventaron por la colina.

No importaba, de todos modos tenían las cucharas. Draco dejó el pastel flotando entre ellos, comieron y se llenaron de migajas.

El vodka de troll finalmente estaba desapareciendo. Ahora solo estaban borrachos, no perdidamente embriagados.

Granger, todavía viendo el castillo de Hogwarts, hizo un poco de introspección. –Sabes, hoy todo fue más interesante de lo que esperaba. 

–¿Hmm?

–No imaginé que alguna vez vería la sala común de Slytherin, y mucho menos tu dormitorio.

–Si se sintió raro verte ahí.

–¿Cómo si fuera en contra del orden natural de las cosas?

Draco lo pensó un poco. –¿Realmente podemos llamarle a eso el orden natural? 

–¿A qué te refieres?

–Son rivalidades bastante artificiales, ¿no crees? Todo eso de Slytherin vs Gryffindor.

–Vaya –dijo Granger apoyando la barbilla en sus rodillas–. ¿Estamos poniéndonos filosóficos?

–Sí –dijo Draco–. Estoy borracho. Sígueme la corriente.

–Claro, no hay que desperdiciar la oportunidad. Y tienes razón. Es completamente artificial. Pero ante tantos niños las escuelas tienen que dividir y conquistar de alguna manera. 

–Supongo que eso ayuda a mantener algo de control.

–Debería de haber una mejor manera que está basada en horóscopos, rasgos subdesarrollados de la personalidad o un sombrero que habla –dijo Granger–. Mi escuela primaria asignaba los grupos al azar, pero bueno, era Muggle y no había un sombrero que hablara. 

Draco se terminó el pay y arrojó algunos trozos de corteza a los pájaros.

Granger, que al parecer todavía no confiaba en su varita, se levantó para tomar las cerezas. –Si vamos a criticar el sistema…Creo que después de hoy puedo decir que hay un lado malo en todo esto del secretismo entre Casas. 

–¿A qué te refieres?

–Las salas comunes ocultas, el aislamiento entre casas. Es terriblemente humanizante ver a alguien en una cama.

–¿Me estás diciendo que si hubieras visto la almohada sobre la que babeaba en las noches no habrías pensado tan mal de mí? 

–Sí –dijo Granger riéndose–. Pero en serio. Eras una personita que aparecía, decía cosas horriblemente groseras y luego desaparecía hasta la siguiente ronda.

–Tenía que ingeniármelas para evitar las bofetadas –dijo Draco. 

–Fue una sola vez –dijo Granger. Se comió una cereza–. Tanto secreto fomento la división más allá de la casa a la que pertenecieramos. Eso es lo que pienso. ¿De qué te ríes? 

–Solo estaba pensando en que muchas brujas han tenido grandes ideas y pensamientos después de verme en la cama, pero una opinión sobre el sistema de Casas es completamente nuevo para mí. 

–Eres terriblemente engreído ¿sabes? –dijo Granger mirando hacía otro lado para ocultar su sonrisa. 

–Pues claro. ¿Me has visto?

–No, no lo he hecho. Tus pies siempre están estorbando. 

Draco, ya cerca de la orilla rocosa de la colina, se volteó y movió las piernas a un lado. –Listo.

Granger le siguió el juego. Se movió para estar a su lado y lo observó críticamente. Draco notó que su distancia de la mañana había desaparecido. ¿Había sido el vodka? ¿La conversación? ¿Él?

Lo cual le hizo darse cuenta que él no había estado reprimiendose. Y ahora que estaba a su lado, las sensaciones estaban regresando: los comienzos de esa dulzura en sus venas y el corazón acelerado. 

Debía alejarse. Debía Ocluir y separar su lado racional de estos sentimientos confusos.

Debía.

–Bien. Veamos ahora si que puedo verte –dijo Granger.

Ella recorrió su rostro con una mirada analítica. 

–Me siento como un libro de texto –dijo Draco.

–Ya que tengo la vista despejada, tal vez debería leerte como uno. 

–Tú no lees. Devoras. Tengo miedo.

–Deberías.

–¿Por lo menos tengo notas en los márgenes?

La diversión jalaba las esquinas de la boca de Granger. –A veces escuchas. ¿Cuál es el equivalente a las notas en los márgenes en un ser humano? –preguntó mientras pasaba un dedo por el crecimiento de su vello facial.

Era solo un ligero y casual toque a lo largo de su mandíbula. 

El retumbar de su corazón era desproporcional ante esto.

–En este caso, sí –dijo Granger–. Pero en mi opinión, esto se consideraría como márgenes de un día. No son ni la mitad de entretenidos que los de Revelaciones.

De alguna forma Draco se sentía como si estuviera flotando en el espacio y al mismo tiempo anclado en el suelo. Estaba sereno. Era un manojo de nervios. Su pulso se aceleraba. Esto estaba mal. Debía Ocluir, alejarse de ella y también saltar por el acantilado. 

Sin embargo, como el cretino de poca voluntad que era, se quedó. 

–¿Y qué pasa con los detalles en hoja de oro?  –preguntó–. ¿Tengo de esos?

Su voz estaba ronca por el vodka.

–Oh, eso que es interesante –dijo Granger. Su expresión se tornó pensativa mientras estudiaba su cara. 

Olía a la miel de la sidra.

–Tendría que decir tus ojos –dijo después de un largo silencio–. ¿Es una respuesta muy superficial de mi parte? 

–Lo es –dijo Draco–. Pero te perdono, no tienes alma de poetisa. ¿Son hermosos por lo menos?

–Oh, sí. Son espléndidos. Brillan con relieves de hoja de plata y todo.

–Debería de regalarme voluntariamente a la bibliotecaria.

–Te usarían bien.

–Aunque… tal vez me gustaría permanecer en la colección privada de Granger. 

Granger dio un pequeño y dramático grito de sorpresa. –Que atrevido. Ella cuida mucho su colección. No estoy segura de si lograrías entrar en ella. 

–Pero, qué pasa con mis brillantes relieves en hoja de plata. 

–Mmm. Si, son tentadores. 

Sus miradas se cruzaron. Y allí nuevamente estaba su mirada oscura: lo atraía, le llamaban, eran una invitación a perderse en ellos. Inspiraban una especie de suave anhelo en él. Un querer alcanzarla para dejarse caer. Un vértigo extraño y gentil. 

Sabía que ella no lo hacía a propósito. No era una persona calculadora. Sabía que todo esto no era parte de un elaborado plan maestro. Ella ni siquiera sabía el efecto que estaba causando. 

Y aún así, aquí estaba él, cayendo, cayendo…

Ella parpadeó y desvió la mirada.

Él había estado mirándola fijamente, otra vez.

–Así que, ¿cuál es tu conclusión, profesora? –preguntó, añadiendo eso último para provocar a Granger y asegurarse de que sonara normal–. ¿Has completado mi evaluación?

Si se había irritado con sus palabras, no se notaba, se veía demasiado divertida para eso. –¿Tienes familia en Hogsmeade? –preguntó casualmente.

Draco lo vió venir. –Si estás por sugerir que me parezco al bartender de hace rato…

–Mmm. ¿Qué es eso?, ¿Te esta saliendo una verruga? 

–Oye.

–Gracias por quitar tus pies de la vista. Me hizo ver las cosas claramente –para seguir molestándolo, volteó hacia el cielo–. Deja de buscar cumplidos. Sabes que eres exageradamente guapo.

–Jamás me canso de escucharlo.

–Dejaste de ser un hurón grasiento. Listo, eso es un cumplido. ¿Feliz?

–Sí. Quisiera otro, por favor.

–No. Eres insoportable.

–Di algo de mi cabello ahora. 

–No.

–Sí.

 Entrecerró los ojos. Después sus dedos recorrieron las puntas de su cabello, sólo por un momento. 

Draco no dejaba que nadie le tocara el cabello. Los que fueron lo suficientemente tontos para intentarlo, terminaron convertidos en papilla. Pero Granger…

Su breve caricia fue mucho más embriagadora que cualquier bebida que había ingerido hoy.

Y con eso, su pulso se descontrolo otra vez, disparándose en un nuevo ataque desproporcionado de pura emoción. 

–Regular –dijo Granger.

Draco resopló como si estuviera dejando pasar el comentario con objetividad. 

En realidad, estaba tan en las nubes, que todo lo demás le importaba un carajo.

Granger frunció los labios y volvió a pasar los dedos por su cabello, cambiando la dirección de su pelo hacia el otro lado. –Adecuado. Decente. Algún día conocerás a alguien que pueda superarlo. 

Ella claramente estaba aguantandose la risa. 

Él sentía los párpados pesados, pero el cuerpo ligero.

Quería corresponderle con algún cumplido burlón pero... no debería hacerlo. Quería decirle que era como el vodka: embriagadora incluso en pequeñas cantidades y que lo llevaba a cometer errores de juicio. Quería molestarla por cómo se comía las cerezas, ¿quién las comía en dos mordidas? Debía de ser por su boca pequeña. Quería decirle que si él había superado su fase de hurón grasoso, ella había dejado atrás la suya de ardilla asustada. Quería hacer suposiciones sobre porque su varita le había estado empujando cosas a la entrepierna. 

Pero eso haría que la delgada línea entre molestarla y coquetearle se hiciera aún más borrosa, y él no debería de estar coqueteando. Debería estar reprimiendo. Se supone que debía permanecer fríamente neutral, impasible, distante. Profesional. Ella era su asignación.

La miró de reojo. Se había dado la vuelta para reanudar su eterna batalla con su propio cabello.  Lo soltó un poco, olía a shampoo, y después lo recogió en una coleta. Y él definitivamente no estaba viendo su nuca, donde se le escapaban los pequeños rizos y donde la piel era más sensible. No estaba viendo el escote de su vestido, ni donde la tela tocaba sus omoplatos. Y por supuesto que no estaba viendo la cremallera de su vestido. 

Bueno, pero ¿y si simplemente... simplemente  se acercaba a ella, le bajaba el vestido del hombro y presionaba sus labios ahí?

Draco cruzó sus manos sobre su regazo. No confiaba en ellas.

Ella era su Asignación.

Se volvió vagamente consciente de que se dirigía directamente a un desastre. 

Granger, completamente inconsciente sobre el efecto que le había causado ver su nuca, acomodó un último pasador.

arte por nikitajobson 

Luego, puso la canasta de cerezas entre Draco y ella, se sentó a su lado en la colina, de modo que sus piernas colgaban junto a las de él. 

Platicaron. Intento no ver su boca enrojecida por las cerezas. Intentó no pensar en el borde húmedo de la botella que compartían. Sus hombros se rozaban de vez en cuando. Sentía la caricia ocasional de sus rizos cuando la brisa los movía. El viento, también le dejaba indicios de ella, el aroma a sidra, el shampoo y el olor de su piel en verano.

¿Sería tan terrible no reprimir solo por este momento? Había estado ignorando sus sentimientos durante semanas después de todo. Sabía que podía hacerlo de nuevo. Simplemente disfrutaría del ahora, ya regresaría a reprimirse después, ¿no? Todo estaría bien, ¿no? Tenía todo bajo control.

Lanzaron los huesos de cereza entre los arbustos que había a su alrededor. Granger dijo que un día sería un bonito bosque de cerezos. Draco lanzaba Herbivicus a las semillas. Su puntería era buena, aquí y allá, debajo de ellos, los huesos se partían y de ellos brotaban hojas pequeñas y tiernas. Deleitada, Granger lanzó un par de Aguamenti .

La luz del atardecer se volvió delicada y oscura. 

Granger se reclinó sobre sus manos y suspiró. Había cierta satisfacción en su gesto. Tal vez hasta podría describirse como felicidad.

Draco sintió su mirada sobre él.

–¿Qué? –preguntó.

–Nada –dijo Granger.

–Dime.

–Es sentimentalismo impulsado por el vodka.

–Aún mejor.

Eligió sus palabras cuidadosamente, pero finalmente lo dijo. –Me alegra que te hayas quedado con esta asignación.

Ahora no estaba jugando con él, estaba siendo sincera.

Draco sintió como una sonrisa espontánea aparecía en su cara. Una felicidad nueva y desconocida se apoderó de su pecho. 

–¿Sabes? Yo también –dijo Draco.

Ella le lanzó una mirada de reojo. Tenía las mejillas sonrojadas aunque bien pudo haber sido a causa del rojo atardecer. –Sentimentalismo. 

–Totalmente.

Algo bailaba en el latido de su corazón.

Ambos tomaron una cereza al mismo tiempo. Sus dedos se entrelazaron. 

El toque fue efímero, rápido. Cualquier otra cosa habría sido demasiado dulce.

El viento de esa tarde era el verano atrapado en una brisa: césped, tréboles y un ave que cantaba a lo lejos. 

Y era hermoso, estar sentado junto a Granger, con su brazo rozando el de ella, encima de esta colina que en ese preciso momento se sentía como la cima del mundo.

Chapter 23: Draco Malfoy, Auror Reconocido

Chapter Text

El sentimiento post-Granger de Draco duró toda la noche. Cuando regresó a la Mansión divagó un poco, suspirando y viendo el horizonte a través de las ventanas. Sonreía vagamente a la nada. Pensaba en su cuello y en los lugares donde quería poner su boca. Leyó un par de sus viejas notas en la Libreta. Se permitió imaginarla en la biblioteca, recargada en las repisas.

Cuando se encontró flotando por el jardín de rosas a medianoche, una actividad fuera de lo común en él, Draco se dió cuenta que estaba actuando como un imbécil enamorado. De nuevo.

Su cerebro, el cual había estado distraído entre las nubes, regresó de golpe a la tierra, donde se acomodó en su cabeza de nuevo a regañadientes, como si hubiera interrumpido algo importante. Como si hubiera algo de importancia en pensamientos de cerezas y vestidos y “ Me alegra que te hayas quedado con esta asignación”.

En la entrada del jardín de rosas, Draco dió media vuelta y se regresó a la Mansión. Se encerró en su estudio donde ahí contempló perturbadoramente sus pensamientos.

¿Qué chingados le pasaba? Verla había sido una pésima idea. Le había ido bien en julio sin pensar en Granger. El enamoramiento estaba prácticamente olvidado. Pero en su presencia, su Aplastamiento había durado apenas un par de horas. ¡Un par de horas!

Esto era preocupante. Agravante. Que chingue su madre Theo y su palabrería sobre la ausencia haciendo el cariño crecer; a él le iba mejor estando alejado de ella. Cuando no podía verla, molestarla y ser molestado por ella, olerla y ver su nuca…

Draco se distrajo en otro sueño con los ojos abiertos antes de enojarse consigo mismo de nuevo.

Bien. Esto tenía solución. La siguiente vacación de asterisco era hasta Mabon, a finales de septiembre. Eso daba suficiente tiempo para que esto pasara y desapareciera.

Draco se recargó en la chimenea y golpeó sus dedos contra ella. Era su maldita Asignación. Y más que eso, era Draco Malfoy. Soltero codiciado, un alma perpetuamente libre. Él no hacía esas cosas de imbécil enamorado.

Su Libreta vibró. Draco se esperó diez minutos antes de revisarla, y durante este tiempo se convenció a sí mismo que estaba haciendo lo correcto.

No era Granger escribiéndole de todos modos. No que estuviera decepcionado en lo absoluto . Era Goggin, programando una sesión de entrenamiento para la mañana. Lo cual sería una excelente excusa para sacar esta energía frustrada.

Draco respondió Sin varitas para asegurar que Goggin le golpeara hasta entender.

 


 

Al día siguiente, Draco y Goggin se golpearon tanto que ambos se convirtieron en filósofos. Solo tuvieron un pequeño inconveniente: nadie podía entenderles por los labios hinchados. El mundo tendría que seguir sin sus sabios consejos.

Pasaron los días, durante los cuales a Draco le fue bien Aplastando. Granger se convirtió en un pensamiento de segunda entre las emergencias, misiones y sesiones de entrenamiento.

Draco se contentó de nuevo. Todo iba a estar bien.

Su primer contacto con Granger fue iniciado por ella, y empezó con un insulto para variar.

Estás loco, dijo Granger.

Draco, quién estaba llevándola tranquilo, se esperó dos horas para responder con un sencillo ?

Acabo de hablar con Hippocrates dijo Granger.

Draco respondió ¿Quién?

Hippocrates Smethwyck. Jefe de San Mungo. Me enseñó tu carta. ¿¿Era tu intención poner tantos ceros??

A Draco se le dificultó estar tranquilo cuando sonreía inesperadamente. ¿Mi definición de grande cumplió tus expectativas?

S por Superar las Expectativas. Estoy en shock.

Querías una alberca, dijo Draco. Eso ocupa otro cero.

¡Era solo una idea soñadora! dijo Granger. Draco ya hasta podía escuchar la agudez de su tono. No me respondiste. Locura.

No le respondió porque su primer impulso era decirle la verdad, que era que le hacía feliz cumplir sus sueños, pero eso era demasiado ugh . La verdad era un desastre empalagoso.

Su Libreta vibró de nuevo. Estoy sentada en el trabajo intentando no llorar.

Se fuerte, dijo Draco.

Gracias por hacer esto, dijo Granger. Va a cambiar muchas vidas para bien.

Eso parecía ser el cierre de la conversación para Draco, por lo cual decidió no responder. Leyó la conversación de nuevo y estaba orgulloso de sí mismo: había sido exageradamente natural. Bueno, excepto por su mensaje de “definición de grande”, pero eso era solo coquetear por coquetear. Ni siquiera había hecho el chiste referente a su shock.

¿Ven? Esto iba bien. Todo estaba bajo control. No había ningún enamoramiento.

Más tarde, Granger le escribió de nuevo, esta vez invitándolo a cenar para agradecerle. Sabía de un lugar de comida francesa muy bueno. Draco leyó la invitación con un grado estúpido de anhelo. Sin embargo, las gracias cara a cara presentarían dificultades en su Aplastamiento y también sucedería otro de sus abrazos. Entre menos de esos recibiera, mejor.

Le dijo: Tengo planes. Y no necesitas agradecerme, el regalo fue mis gracias a ti.

Granger le respondió unos minutos después : Está bien. Me dices si cambias de parecer.

No. No iba a cambiar de parecer sobre cenar con ella.

Solo iba a soñar despierto con ello toda la tarde, gracias.

Los días pasaron. Smethwyck le envió a Draco los planes para la renovación del Ala Janus Thickey tal como le había pedido. Los planes eran detallados  y bien pensados. Arquitectos e ingenieros habían sido preseleccionados para ser aceptados por él para reimaginar el ala y crear un espacio moderno para los pacientes de largo plazo. Procesos de consulta estaban descritos también, así como planes para entrenamiento de Sanadores y enfermeros. Una nueva estructura para colaboraciones interdisciplinarias e investigación para enfermedades de largo plazo formaba parte de las propuestas.

Un aire de competencia en general era notable en las páginas, Draco sabía que era anormal de parte de la administración de San Mungo. Olía a que Granger había metido mano.

Se le ocurrió que podía preguntarle, pero no, mejor mantener la comunicación mínima. Aprobó los planes e hizo lo necesario para arreglar la transferencia de fondos.

Rechazó una invitación para el anuncio y celebración de San Mungo de la renovación; ella estaría ahí. Indicó que preferiría mantener un perfil bajo y que la nueva ala era el enfoque, no él. Que disfrutaran el champán en su honor.

Granger le escribió después del evento, diciéndole que había esperado verlo ahí y preguntando por qué no fue. Draco dijo que había estado ocupado: mago caníbal en Castle Combe comiendo turistas. Granger dijo que lo entendía.

Cuando llegó el día de reforzar la protección en casa de Granger, Draco eligió momentos cuando estaba hasta los codos en las tripas de alguien en Emergencias.

En las semanas posteriores, un Draco desesperado salió en varias citas. Estaban bien, pero no la gran cosa. Las brujas no le causaban nada. Esto resultaba en un Draco caballeroso, pero porque no hacía ningún intento de algo más físico, ni siquiera un beso, pero sí moviendo sillas y abriendo puertas (para que se fueran).

No terminó en los senos de nadie.

Theo le aconsejó que su nuevo comportamiento se trataba de haber Madurado. Y ahora todos pensaban que estaba en búsqueda formal de una esposa.

Lo cual era mejor que ese rumor de su impotencia. Se resignó a una vida célibe (excluyendo la masturbación) porque al parecer ninguna bruja era suficiente para su pene, excepto una, pero no pensaba en ella. Ella no existía salvo para ser su Asignación de protección remota, cuyo corazón a veces latía a través del anillo.

Pero todo estaba bajo control. Todo estaba bien.

Sí Granger notó su alejamiento, no hizo nada al respecto. La comunicación de su parte era como la de él: breve y directo al grano.

Y así agosto se convirtió en septiembre con días largos sin Granger.

El otoño llegó de repente tras una noche fría, convirtiendo el jardín verde la Mansión en un arcoiris de colores.

La oficina de Aurores lo mantuvo ocupado. Una bruja había convocado una abominación en Northamptonshire. Durante tres noches de septiembre, hubo muchos ataques de hombres lobo con el aparente propósito de esparcir el virus en la población mágica. Tonks formó las Fuerzas Especiales de Hombres Lobo (WTF por sus sus siglas en inglés: Werewolf Task Force ). Potter, líder del equipo, le dijo a Draco que tenía el nombre adecuado ya que sus reuniones consistían en decir WTF cuando llegaban noticias de más ataques.

Como siempre, su pan de cada día.

Conforme el mes pasaba, Draco empezó a revisar más su Libreta de Parloteo. Con el fin de septiembre era Mabon, el equinoccio de otoño.

Granger fue puntual. Un par de días antes de Mabon, la Libreta de Draco vibró. Cuando vió que era de ella, se vió casi aburrido, y su corazón no se aceleró.

Aburrido, leyó el mensaje:

No he hecho nada del trabajo que debía hacer antes de Mabon. El día consistirá en viajar por el Reino Unido, viendo hongos. Dejo tu asistencia a tu discreción.

¿Habrá brujas ancestrales o monjas? Preguntó Draco.

No, dijo Granger. Visitando tumbas megalíticas, en su exterior, para ver hongos.

Dada tu inclinación para atraer el peligro, espero un diluvio de criaturas oscuras.

El único diluvio es un poco de lluvia, dijo Granger.

Está bien , dijo Draco. No iré, pero pasame el itinerario cuando lo tengas.

Y por un tiempo, eso fue todo.

Hasta que, claro, todo salió de control, y Granger perdió su privilegio de protección a distancia.

 


 

Todo se fue cuesta abajo la noche del miércoles. Draco estaba en el campo de Quidditch de la Mansión, buscando la snitch bajo la lluvia, cuando su varita silbó la alarma para el laboratorio de Granger.

En ese mismo momento, su Libreta recibió una nota de Granger: Hay alguien aquí.

Lo cuál no solo le informó a Draco que alguien estaba husmeando por el laboratorio de Granger, si no que también Granger estaba en el puto laboratorio. A medianoche. Sola.

El anillo en su dedo le avisó del miedo de su contraparte. Draco no se molestó con explicaciones a sus compañeros en el campo quienes ya le estaban gritando por qué rayos estaba revisando su Libreta en lugar de atrapar la snitch?

Justo cuando Draco sacó su varita para Desaparecer, su anillo se calentó. Granger había activado la señal de emergencia.

Granger jamás había activado la señal de emergencia.

Mierda.

Adrenalina y miedo irrumpieron su sistema, igual a lo que se sentía a través del anillo. Se Desapareció del campo hacia la Mansión y tomó la red Flu hasta Cambridge. King’s Hall estaba protegido contra Aparición así que se Apareció en la puerta, donde chocó su varita con la placa de bronce para revelar el edificio escondido.

El anillo le quemaba con urgencia. El corazón de Granger estaba acelerado.

Draco todavía tenía su escoba en mano y le proporcionó un camino rápido para subir los tres pisos hasta el laboratorio de Granger. Cuando estaba dando la vuelta a la última esquina a una velocidad insuperable, con miedo en sus venas, se aplicó un hechizo de Desilusión y varios de protección en su persona.

Primero pensó que se había perdido al intruso. El letrero en la puerta “GRANGER. Toque para pasar” brillaba. Después se hizo consciente del ruido y movimiento afuera de la puerta. Draco se detuvo en seco sobre la escoba y detuvo su respiración para aplicar hechizos de revelación no verbales. 

Tres figuras Desilusionadas se hicieron visibles. Dos estaban agachados con su enfoque en los hechizos de protección, los cuales estaban aguantando el intento de vencerlos sin problema, y uno estaba de centinela. Este último no notó a Draco acercarse lenta y silenciosamente en la escoba.

Granger estaba a salvo a través de la puerta, eso era lo importante. Ahora el miedo de Draco le permitió sentir alivio y un deseo de sistemáticamente desmembrar a cada uno de estos hombres. 

King’s Hall no permitía Aparición ni Desaparición dentro del edificio. Lo cual en este momento era algo ideal. Draco lanzó un Caeli Praesidium no verbal por encima de su hombro, el cual se expandió en una capa protectora geométrica para bloquear el pasillo. Estos hombres no podrían salir.

Tres malhechores contra un Draco. Tenías que sentirte un poco mal por ellos.

Aturdió al centinela y lanzó un Finite para que no estuvieran Desilusionados los otros dos, y así empezó el juego. Juzgando por la cantidad de hechizos que fueron lanzados en su dirección, el más alto era el duelista más experimentado y el calvo era un cañón nervioso a punto de explotar.

Draco, todavía Desilusionado, se aplastó contra la pared y envió dos Aturdidores más, desviados por el alto. Logró suficiente contacto visual con el calvo para usar Legeremancia, el cual le informó que veía un Avada hacia él. Rodó la escoba y flotó hacia el techo en el preciso momento que un destello verde llegó donde había estado hace un momento su cabeza.

Una maldición asesina tan pronto era inusual, y mala práctica.

Esto ya era otra cosa. Nada de jugar limpio. Ya no Aturdir.

Draco le cortó el brazo dominante al calvo por su imprudencia. Entre gritos y chorros de sangre, se enfocó en el alto. Su intento de Legeremancia fue bloqueado por Oclumencia de principiante, pero lo suficiente para bloquear cualquier intento a saber cuál sería su siguiente movimiento.

El alto lanzó un Confrigo al pasillo, muy grande como para esquivarlo, obligando a Draco a usar Protego y revelar su ubicación aproximada.

–Ahí estás, maldito –siseo Alto, y lanzó otro.

Explotó contra el bloqueo de Draco al final del pasillo. –Nos ha encerrado –dijo Alto al verlo.

El calvo sostenía lo que quedaba de su brazo contra su pecho, recogió su varita con el otro brazo y se puso de pie. Un vistazo a su mente le informó a Draco de un segundo Avada Kevadra .

La segunda maldición de corte de Draco dejó al calvo sin brazos.

Mientras los gritos empezaban de nuevo, Draco dijo: –Aplicaría un hechizo de enfriamiento a los miembros si fuera tu, para que ya sabes, puedan ser pegados de nuevo.

El alto empezó a paniquearse, pero tuvo la gran idea de Desilusionarse de nuevo. Entre los gritos del calvo, él y Draco intercambiaron hechizos de distintos grados de oscuridad, ambos buscando alguna debilidad en el otro.

El mago alto era adepto a hechizos de defensa y desviación. Draco se acercó a él, esperando lograr un hechizo a mayor cercanía.

Draco logró usar otro Finite , deshaciendo la Desilusión y a la vez permitiéndole contacto visual para otro intento de Legeremancia. A este rango, y con más fuerza, logró ver un Bombarda en camino.

Levitó el cuerpo del centinela aturdido frente a él para que recibiera el impacto. Los duelistas nobles eran duelistas muertos, y Draco no iba a ser de esos.

El mago alto maldijo cuando vió a su compañero ser cremado. Mientras tanto, los gritos del calvo hacían eco en el pasillo, y francamente eran muy molesto.

–Shh –dijo Draco, parándose tras de él y silenciandolo a quemarropa en la laringe.

El calvo colapsó, apretándose la garganta.

Draco fue golpeado por un Finite . Lo cual estaba bien, no le molestaba que supieran quién los iba a terminar de destruir.

El alto intentó huir a un lado de Draco hacia la salida. Fue repelido por el hechizo y rebotó hacia Draco.

Ya con suficiente miedo como para usar Imperdonables, alzó su varita, maldición asesina en los ojos. Draco escupió un Immobulus , congelando la varita del hombre mientras la alzaba. La maldición brilló verde en dirección al techo.

–Hijo de tu… –pero la maldición ahogante de Draco le dió en el cuello. Se cayó de rodillas, sosteniendo su garganta.

Draco se arregló la túnica. Los hechizos de protección estaban intactos y Granger estaba a salvo, y esto se sentía como una oportunidad tan esperada para por fin obtener una maldita respuesta.

Draco usualmente se apegaba, más o menos, a los estándares de interrogación de los Aurores, pero hoy no tenía tiempo para ello. Jaló hacia atrás la cabeza del mago por el cabello, le abrió los ojos y se metió en su mente.

La Oclumancia del hombre ofreció poca resistencia en su estado semi consciente. Draco se adentró a sus recuerdos, siguiendo líneas de pensamientos que lo llevaron a la puerta de Granger esta noche. Este hombre, quien sea que fuera, era un peón, pero había recibido instrucción de una figura oscura en un cuarto oscuro y no sabía nada más allá de sus instrucciones. Debían entrar al laboratorio de Granger y “confirmar lo que la chica estaba haciendo”. Draco pasó un largo momento en ese recuerdo intentando ubicar la voz rasposa.

El calvo había recibido instrucción del alto, así que fue aún más inutil.

El centinela fue el más inutil de todos, estando muerto y dando un ligero aroma de puerco quemado.

Malditos inútiles. Draco aturdió a los dos sobrevivientes con fuerza innecesaria, directo al pecho. Los brazos del calvo fueron puestos bajo un hechizo de estasis.

Draco lanzó un Patronus a Goggin, Tonks y al servicio de Medibrujas. Tres Borzoi aristocráticos, altos y plateados, salieron de su varita y se fueron con el viento.

Regresó a la puerta del laboratorio y quitó los hechizos. Un par de pasos lo acercó a la puerta de la oficina de Granger la cual casi derriba con sus nudillos.

–¿Estás ahí? Responde o tumbo la puerta.

La voz temblorosa de Granger sonó a través de la puerta. –¿Qué tipo de pastel comiste en Tyntesfield?

Había una tranquilidad en él al saber que estaba lo suficientemente bien como para asegurar que Draco era Draco. –Semilla de amapola.

Granger abrió la puerta, varita en mano, el destello blanco de un Protego brillando en la punta. Se veía pálida, pero ilesa. Sus ojos eran enormes y oscuros por el estrés.

Draco combatió la urgencia de cargarla y abrazarla.

Adrenalina, obviamente.

–Habían... –empezó Draco.

–Lo sé –dijo Granger. Alzó su celular–. Vi todo.

El informe de Draco se frenó en seco. –¿Qué?

–Tengo una cámara en la puerta –dijo Granger. La pantalla de su celular brilló. Mostraba un pasillo callado, un arco de sangre manchando la pared. El cuerpo quemado estaba visible, apoyado en el zoclo de la pared.

Granger veía a Draco con ojos muy abiertos.

–Ah –dijo Draco.

–¿Están… están muertos?

–Solo uno. Le cayó un Bombarda .

–¿Qué querían de mí? –la voz de Granger era callada.

Estaba asustada. Se veía frágil frente a su escritorio atiborrado, sus brazos abrazando su vientre, labios pálidos.

Draco quería abrazarla de nuevo.

–Tenían instrucciones de confirmar que es lo que estás haciendo –dijo Draco.

Granger lo miró a los ojos. En los de ella: alarma, shock, preocupación. Los suyos probablemente reflejaban lo mismo.

–Mierda –dijo sin aliento.

–Sí –dijo Draco–. Lo que sea que le preocupaba a Shacklebolt – por fin está sucediendo. Vámonos.

–¡¿Pero cómo ?! –Granger estaba tomando cosas de su escritorio, incluyendo partes de su computadora–. ¿Y a dónde vamos?

–Fuera de aquí. La protección aguantó. Pero jamás vas a estar sola aquí de nuevo. Tenemos que hablar.

–¿Mi casa?

–Está bien por hoy. Pero saben donde vives.

Goggin, Tonks y las Medibrujas llegaron a segundos de diferencia. Sus pies sonaban por las escaleras hasta el laboratorio de Granger y llegaron al final del pasillo.

–Hola, hola, hola –dijo Tonks observando el recuento de los daños–. Un duelo de media noche después del Quidditch, ¿verdad? –preguntó cuando vió el atuendo de Draco.

–Por eso olía a tocino –dijo Goggin tocando con el pie el cuerpo del centinela.

La líder de las Medibrujas hizo una mueca y dijo que no había mucho por hacer para ese cuerpo, pero que lo llevaría para una autopsia. Los otros dos fueron llevados en camillas flotantes, a los cuales Goggin agregó unas bandas por si despertaban. Los siguió por las escaleras.

Tonks vió a Granger y voló hacia ella, la tomó de los hombros y le preguntó si estaba bien.

–Sí, estoy bien. Malfoy llegó al minuto… –dijo Granger mientras su cara y manos eran apretadas alternadamente por Tonks.

–¿Segura? ¿No te lastimaron? ¿Nadie entró?

–No. Los hechizos de protección aguantaron todo, estoy bien, enserio Tonks…

–Bien. Fabuloso. Excelente –Tonks palmó los cachetes de Granger una última vez y se volteó con Draco–. ¿Tuviste oportunidad de dar una miradita traviesa?

Estrictamente hablando, los Aurores no debían hacer interrogaciones sin seguir procedimientos específicos con sujetos en custodia. Sin embargo, los Legerementes si podían usarlo durante una pelea. Si sacaban algo de información durante esto, era un beneficio agregado.

–Solo un vistazo –dijo Draco–. Tenían instrucciones de confirmar que era en lo que estaba trabajando Granger. Valdría la pena adentrarnos un poco más. El alto tuvo una conversación con alguien – había algo en esa voz – era tan familiar pero no logré ubicarla…

–Los interrogaré personalmente –dijo Tonks, su cabello tornándose un color rojo sangre–. Les haré saber tan pronto sepa algo. Hermione, por dios, parece que estás al borde del desmayo.

–Malfoy estaba por llevarme a casa –dijo Granger.

–¿Casa? –Tonks arrugó la nariz–. No me gusta la idea de casa . Sospechamos que ya habían hecho un rondín ahí, ¿no?

–Pasaré la noche ahí –dijo Draco–. Podemos hacer el plan de acción después de hoy.

–¿Plan de acción? –preguntó Granger mientras él y Tonks la ayudaban a bajar las escaleras.

–Una casa de seguridad, al menos hasta que entendamos que está pasando y podamos tener a los responsables tras las rejas –dijo Tonks.

–Pero tengo…

–Intentaremos interrumpir lo menos posible el trabajo y vida personal –interrumpió Tonks. Su tono, a pesar de ser amigable, no daba espacio para discutir.

Granger se veía resignada. Era difícil protestar cuando la evidencia de malhechores buscando hacerle daño dejaron arte sangriento en la pared.

Tonks se dirigió a Draco. –Ya que tomaron acción, quiero protección de Auror en todo momento, presencial. Cuando no estés disponible, moviliza a alguien que sí. Puedo darte a Weasley si lo ocupas. Goggin y Humphreys también.

–Entendido.

Salieron de King’s Hall. El patio de Trinity brillaba con el rocío bajo la luna de septiembre.

–Ya empezaron a mostrar sus cartas –dijo Tonks mientras se tocaba el labio–. Veamos que podemos sacarle al sin manos y su amigo hoy. Hermione, toma una taza de té o algo más fuerte, por favor. Bueno, eres Sanadora, supongo que sabes como lidiar con el shock.

Con eso, Tonks alzó su varita, dió media vuelta y Desapareció.

Draco le ofreció su brazo a Granger. –Vamos.

Sus ojos todavía estaban como platos. Dudo por un momento, pero le tomó el brazo. Chocaron entre sí bajo el remolino de la Desaparición. Sintió que tembló.

Se materializaron en la cocina oscura de Granger. Lanzó un Incendio a la chimenea y encendió unas luces muggle.

Se quedaron parados en medio de la cocina y se vieron el uno al otro. Había algo tenso ahí.

Draco sentía varias cosas bajo la superficie queriendo ser comunicadas: que había sido un alivio verla sana y salva, que jamás podría trabajar sola, que si la interrogación de Tonks no rendía frutos el mismo les apretaría el cerebro para sacarles la más mínima gota de información…

Granger tenía sus manos apretadas, un claro indicio que ella también tenía cosas que decir.

–Gracia… –empezó Granger y Draco dijo: –Tú…

De nuevo se interrumpieron para terminar en silencio. Granger apretó las manos una vez más, pero se notaba su desesperación. –Por dios santo. ¡Habla!

–¿Cómo tratas el shock?

–Eh, pues, hay varios tipos de shock claro, así qué—

–Psicológico.

–¿Mágico o muggle?

–Mágico.

Granger enlistó varias cosas con los dedos. –Inmediatamente: retirarse del elemento causante del shock. Una infusión de opimum tranquillitas que es excelente para angustia emocional, agitación psicológica, ataques de pánico. Y claro, brindar apoyo emocional.

–Bien –dijo Draco–. Empecemos con eso, y después podemos hablar. ¿Tienes opimum tranquillitas aquí?

–¿Para mi?

–Sí –dijo Draco mientras inspeccionaba las plantas en la ventana de la cocina.

–Es la de la hoja ancha. Pero estoy bien.

–No, no lo estás. Te has puesto como cadáver de Veela de nuevo, excepto por el pelo.

Granger se vió en el reflejo de una tetera metálica y soltó un ruido de sorpresa. –Oh, vaya. Pondré la tetera, ¿si?

Sus manos temblaban.

–¿Y tú? –preguntó Granger mientras el agua hervía. Su mirada inspeccionó su rostro. –Te ves completamente imperturbable, supongo que esta clase de cosas ya se te resbalan.

Draco, quitándose los guantes de Quidditch, se encogió de hombros fingiendo indiferencia. No tenía interés alguno en informarle que en realidad, la prisa de llegar a donde estaba había sido marcada por miedo y algo que se asimilaba al pánico. –No lograron darme con nada, salvo los Finite . He visto peores cosas.

Le pasó un par de hojas para el té. Olían a menta cuando cayeron al agua caliente.

–¿Te ofrezco una taza? –preguntó Granger.

–Gracias –dijo Draco mientras el aroma lo envolvía.

Granger sirvió la infusión en dos tazas y se sentaron en la mesa.

Todavía lo veía con esa mirada de ojos de plato.

De todas las cosas que Draco quería decir, preguntarle sobre ello era la menos riesgosa. –¿Por qué me ves como si tuviera cuernos saliendo de mi frente?

Granger no sabía bien a donde voltear a ver. –Eh, yo, pues supongo que estoy un poco desconcertada, viendote en acción contra esos hombres. Fuiste… –buscó la palabra adecuada para describirlo– muy despiadado.

–Cuando alguien usa una maldición mortífera que no puedes evadir como introducción, no juegas con Aturdidores.

–Si claro –dijo Granger enderezandose y asintiendo. Empezó a balbucear una explicación–. Supongo que me refiero a que… que jamás te había visto así. Te he conocido principalmente como una piedra en mi zapato que se aparece donde no lo quiero y hace comentarios sarcásticos. Sabía, de manera conceptual, que eras un excelente duelista, pero es algo distinto verlo. ¿Sabes cómo? Me lo dejó bastante claro esto. Fue impresionante. Eras aterrador. Pero estoy muy agradecida. Le di la vuelta al anillo y no tenía idea si ibas a llegar. Y luego estabas ahí. Y había sangre por todos lados. Y estaba a salvo. Así que gracias. Voy a dejar de hablar ahora. ¿Querrías más opimum ? Creo que necesitamos más opimum. Haré otra ronda, ¿si?

Granger no esperó a que respondiera y se paró a tomar más hojas de la planta y ponerlas en la tetera. Estaba nerviosa y desconcertada. Tumbó el colador.

El último paso en el protocolo de Granger era el apoyo emocional. Draco supuso que podía intentarlo.

Se acercó a estar a su lado en la barra y detuvo sus manos con las suyas. Granger se estremeció ante el contacto y lo miró con confusión.

–Voy a intentar el Apoyo –dijo Draco.

Fueron las palabras correctas. Granger se rió inesperadamente.

Terriblemente banal como había extrañado ese sonido.

La tensión incómoda, el distanciamiento, se aligeró.

–Continua –dijo Granger con una sonrisa entretenida asomándose en sus labios.

–Las mentes de los villanos que atrapamos serán exprimidos por cada gota de información que consciente o inconscientemente tienen.

Granger asintió.

–Y después averiguaremos quién anda tras de ti y los atraparemos. Y podrás continuar tu investigación sin peros.

–Gracias.

–Los hechizos de protección aguantaron y estás a salvo.

Asintió de nuevo.

Puedo haber terminado ahí. Pero tenía algo que decir. Sus manos temblaron alrededor de las de ella. –Y, necesito que sepas algo.

–¿Sí?

–Siempre iré a donde estés cuando le des la vuelta a ese anillo.

Su voz lo delató, sonó ligeramente ronca.

Granger no había esperado la sinceridad, en realidad se veía devastada por ello. La sonrisa había desaparecido. Ahora parecía que iba a llorar.

Se alejó de él y apretó su mano en la boca. –Perdón… yo solo…

Hubo un silencio. Un sollozo. Granger volteó al techo.

Después volteó hacia él y se derritió en sus brazos.

Oh, quería esto. Una parte distante de su cerebro dijo por fin . No había ninguna incomodidad esta vez; sus brazos sabían que hacer exactamente. La agarró y la apretó y la sostuvo en su pecho. La escuchó y sintió respirar mientras intentaba no llorar. Murmuró algunas cosas: que estaba bien llorar, que su laboratorio había sido atacado y que era angustiante y horrible, que el shock y el miedo eran reacciones perfectamente normales.

¿Podía escuchar su corazón acelerado? Todavía llevaba puesto su atuendo de Quidditch. Probablemente apestaba. ¿Por qué se sentía tan frágil? Su aliento era caliente. Sus brazos eran una dulce presión en sus costillas. El peso de su cabeza contra su pecho era indescriptiblemente precioso. El sentir de su pecho, expandiéndose y contrayéndose en sus brazos mientras respiraba era algo tan precioso que tenía que atesorarlo.

Era placer y miseria tener a Granger en sus brazos. Quebró toda barrera que había creado en el último mes como si fueran de cristal. Lo hacía querer decir cosas, dejar escapar cosas, decirle que la había extrañado y que había querido… que había querido estar con ella, lo que sea que significaba eso. Que había estado aplastando cosas porque no quería nada de eso, pero existían aún, un desastre turbulento e inexpresable. Que estás cosas lo atormentaban en la madrugada cuando el mundo estaba callado y se encontraba solo con sus pensamientos. Que no diría ni una palabra sobre ello, porque tenía demasiado miedo de arriesgar lo que tenían ahora, este baile en la punta de un fulcro, este balance.

No podía decirle. No era el momento. Además, no se arriesgaría. Cambiaría las cosas. Y amaba lo que sea que esto fuera, más de lo que odiaba que no era suficiente.

Placer y miseria. Placer y miseria. Pensar en ello se emparejó con su pulso, uno por felicidad, dos por tristeza, uno por felicidad, dos por tristeza.

La respiración de Granger se calmó. La tensión dejó su cuerpo. Suspiró en su pecho y sus brazos se relajaron en sus costillas y sus manos se juntaron en su pecho, y él sufría, y quería volar.

por nikitajobson

 

Draco felizmente se pudo haber quedado ahí por siglos, teniéndola en sus brazos. Era Granger, bendita y maldita sea, quien lo terminó.

No había llorado. Sin embargo, dijo en una voz tensa y sin verlo a los ojos, –Necesito un momento –y se fue de la cocina.

Draco escuchó el agua corriendo. Caminó para despejar la mente, pasando la mano por su cabello.

Se tomó el té que ahora estaba tibio, deseando que tuviera un toque de whisky. Esparció una clase de entumecimiento en su garganta y su cuerpo. Era algo.

Estaba calmado. Estaba todo bien.

Granger regresó. Un par de gotas de agua quedaban en su rostro. Se había arreglado el cabello, el moño rehecho más alto y más apretado.

–Bien –dijo Granger tomando asiento.

Parecía haber ya sobrepasado su cuota de emociones para el día y no tenía más que dar. Además, había que discutir ciertas cosas.

Se tomó la mitad de su infusión y bajo la taza. Preguntó –¿Cómo sabían esos hombres sobre mi? ¿Por qué mi laboratorio? No he dicho nada. No he publicado nada. Para cualquiera que me vea soy una académica aburrida llena de trabajo e investigación. ¿Así que, cómo ?

–No tengo respuesta para eso –dijo Draco–. Lo que quiero saber es quién . ¿A quién de la población le preocupa Shacklebolt? Porque sin duda eran ellos .

–No debería importar –dijo Granger. Se veía irritada, señal de que ya se sentía mejor–. No deben saber . ¿Cómo saben?

–No importa cómo. Ya saben. Dame tu mano.

–Te prometo que no necesito más Apoyo –dijo Granger alejando su mano.

–Juramento Inquebrantable –dijo Draco.

–Pero...

–Te dije que si había otro incidente, tendría que saber. Y esto fue más que un incidente, fue un atraco. Esto ya no es exageración de Shacklebolt. Es real.

La mirada de Granger era una mezcla de preocupación, enojo, impotencia y frustración.

Draco le dió su mano de nuevo.

Suspiró. –Está bien. Pero… pero debes de prometer hacer lo que te dijo Tonks. Sobre disrupciones mínimas. No me dejaré encerrar y alejarme de mi trabajo. Es demasiado importante.

–Lo prometo.

–Sé que te vas a poner todo… todo…

–¿Todo qué? –preguntó Draco cuando la vió atorada en su pensamiento.

–No sé –Granger se veía ansiosa–. Exagerado.

–No sé de qué hablas. Soy la definición de controlado. Dame tu mano.

–...Acabas de quemar a un hombre vivo.

Yo no lo queme.

Granger hizo un ruido de frustración.

–Tu mano –dijo Draco.

Con miedo, Granger le extendió su mano. Era la mano con el anillo. Le tomó la mano. Era delicada y tibia.

Draco apuntó la varita a sus manos unidas y murmuró el encantamiento del juramento.

Hilos dorados salieron de su varita y unieron sus manos en espirales hipnóticos. Sintió la magia surtir efecto, una presión en su garganta y manos prometiendo supresión de magia si intentaba revelar el secreto al mundo.

Centró la mirada en Granger: ya era hora.

Respiro profundamente. Y para la sorpresa de Draco, entre la preocupación en sus ojos vió una confianza firme y callada.

–¿Estás listo? –preguntó Granger.

–Sí.

Granger respiro profundamente de nuevo. –Voy a curar la licantropía.

Chapter 24: Draco Malfoy, Literalmente Tonto

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Como siempre, Granger se había expresado perfectamente claro. Y, aun así, a Draco se le dificultó procesar lo que acababa de decir.

Y ella aún no terminaba. –Empezando con la licantropía, ya que ahí es donde los resultados han sido más positivos. Pero, eventualmente también el vampirismo. Y tal vez pueda revertir el Beso del Dementor si el ataque es reciente.

Draco sintió su boca abierta. La cerró.

Granger lo observaba aprensivamente. –Así que, no es una Panacea tal cual.

–Santo cielo, Granger.

–En efecto –dijo Granger.

–Explícate.

Granger se veía demasiado cansada para adoptar su habitual rol de profesora. Respiró profundamente y pareció estar ordenando sus ideas. –Estas enfermedades han sido el bête noire de los Sanadores desde hace siglos. Incurables. En ocasiones, mortales. La medicina muggle ha tenido avances increíbles en terapias especializadas para sus propias enfermedades “incurables” en las últimas décadas. Han desarrollado algo llamado “inmunoterapia”, en el cual usan el propio sistema inmune del paciente para combatir la enfermedad. Lo presenté en Oxford, ¿te acuerdas? Bueno, en otras palabras, estoy aplicando el concepto para las enfermedades mágicas. Mi tratamiento simulará la acción de los anticuerpos, enfocados en enfermedades mágicas.

Granger volteó a ver los hilos dorados que salían de la varita de Draco, revisando si todavía podía divulgar más información. –En resumen, ayudaré al sistema inmunológico del paciente a generar su propia defensa a las células infectadas. Será un tratamiento largo, dos o tres años de infusiones cada quince días, pero eventualmente el cuerpo del paciente aprenderá a combatir la enfermedad. Y, con un poco de suerte, erradicarla por completo. Un día, habrá pacientes de licantropía en remisión. No más poción Matalobos. No más transformaciones.

Draco se recargó en su silla e intentó mantener los ojos en su cabeza. Granger estaba logrando una cura a una condición que había plagado al mundo mágico por siglos. Era brillante. Era extraordinaria. Era toda una leyenda. Estaba en los niveles de Merlin y Ceridwen y Circe. Debía estar en una rana de chocolate.

–Deberías estar en una rana de chocolate –dijo Draco, ya que ese era el menos ridículamente efusivo de sus pensamientos

–Ya estoy en una rana de chocolate –dijo Granger.

–Cierto –Draco se le quedó viendo–. ¿Entonces para que tanto viaje de exploración?

Granger lo estudió como si estuviera decidiendo qué tanto simplificar su explicación. –El tratamiento se enfoca en células enfermas y altera sus funciones para que se mueran. Pero, necesita un suero, por así decirlo, para poder llegar a las células y que funcione. Sanitatem fue la base perfecta para este suero. También ayudaría a proteger a los pacientes de algunos efectos secundarios más fuertes ya que el tratamiento es muy pesado para el sistema endocrino y puede ocasionar problemas de citocina. Pero el Sanitatem regular no era lo suficientemente poderoso por sí solo. Hay un tipo de… pues, un prototipo de Sanitatem que he estado intentando recrear este último año. La misma clase de ingredientes, solo que mil veces más potentes. El agua de Green Well en lugar de agua bendita. La sangre de un dragón tomada durante Ostara en lugar de sangre regular de dragón. Una reliquia de un santo tomada el día del solsticio en lugar de un hueso humano…

Granger movió sus manos para que estuvieran apoyadas sobre la mesa, su brazo debía haber estado cansado. Lo cual significaba que ahora estaban tomados de la mano en la mesa. Lo cual estaba bien y no significaba nada.

Draco regresó su enfoque al Juramento que le estaba drenando la magia y a las palabras intelectualmente demandantes de Granger.

–El texto original de la fórmula del prototipo de Sanitatem se perdió con el tiempo, pero existen varias referencias en distintos tomos. Revelaciones es el que más información tiene al respecto. Pero es terriblemente vago, fue escrito por una filósofa herbologa que estaba escribiendo la versión de alguien más y su enfoque es en la flora y hongos de los sitios sagrados, con poca descripción para saber dónde es. Por eso mis viajes sin sentido por el país. El viaje durante Mabon consistirá en visitar dólmenes que albergan cultivos de Agaricus aureum y Agaricus silvaticus porque eso era lo que ella buscaba.

Granger terminó su ahora fría infusión. –Ya veo la luz al final del túnel, solo quedan Mabon y Samhain. Cuando haya sintetizado las primeras dosis del tratamiento, podré pasar a la producción. Ahí era donde Larsen y su laboratorio entraban en acción. El produce medicamentos de inmunoterapia y tiene un entendimiento excelente de los mecanismos de estas enfermedades y ya tiene fábricas para producción masiva. Pero, desapareció de la faz de la tierra. Tendré que buscar otro colaborador, a ver cómo me va con el tanto tiempo libre del que dispongo. Creo que podría intentar una producción a menor escala en mi laboratorio… tal vez para las pruebas clínicas…

Granger dejó de hablar, viendo el movimiento de los hilos dorados del Juramento entre ellos. –Creo… creo que eso es todo –dijo, su mano moviéndose contra la de Draco.

–Bien –dijo Draco. Se le quedó viendo a Granger, aturdido por un momento y dijo – Secretum finitur.

Un último hilo de luz dorada salió de su varita, se dio la vuelta entre sus manos y subió por el brazo hasta llegar a sus labios antes de desaparecer. Su lengua se sentía pesada y sentía una restricción en sus manos. Se pasaría en un par de horas, pero era un recordatorio físico de que estaba bajo un hechizo.

Dejó salir un respiro por su esfuerzo y bajó la varita.

–Debes estar agotado –dijo Granger mientras lo observaba–. Ese hechizo es difícil de mantener por tiempos prolongados.

–Una piedra en mi zapato.

–¿Poción reabastecedora?

–Gracias –dijo Draco poniendo su orgullo a un lado. Era la decisión correcta, no debía estar agotado de magia cuando Granger había sido atacada hoy.

Flotó un frasco a sus manos desde el gabinete de botellas en la cocina. Draco bebió el frasco entero de un trago.

Ahora que el shock inicial de saber el verdadero propósito de Granger estaba pasando, podía enfocarse en temas más importantes.

Ahora entendía porque Shacklebolt estaba tan emocionado como asustado, y eso que en ese entonces no había noticias de ataques de hombres lobo.

De pronto, Draco logró ubicar la voz ronca del recuerdo del alto.

No la había escuchado en quince años.

Mierda –dijo, recargándose de nuevo en su silla y pasando una mano por su cabello–. Sé quién les dio la misión a esos hombres. Fue el puto de Fenrir.

Granger se puso aún más pálida. –¡¿Greyback?!

–Sí.

¡No! No. No puede ser. Está muerto desde hace diez años.

Presuntamente muerto. Ha habido reportes ocasionales de avistamientos… Argentina, Bolivia, Perú… Pero, nada concreto. No tengo duda de que era él en los recuerdos del mago. Y hay todavía más para confirmarlo: ha habido un incremento en ataques de hombres lobo. El Departamento de Seguridad Mágica nos ha pedido no decir nada mientras investigamos.

–¡¿Ha habido qué?! –dijo Granger, orillándose en su silla tan repentinamente que sus rodillas chocaron–. ¿Cuánto tiempo lleva esto?

–¿Cuándo fue la luna de la cosecha? ¿Hace una semana? Y hubo esa ronda de infecciones en niños en el Distrito de los Lagos hace unos meses, pero si atrapamos al responsable. Al menos, pensamos que lo hicimos.

Granger tenía las manos apretando su boca. –¿Estás pensando que Greyback ha regresado, sabe de mi proyecto y está infectando a más personas a propósito para contrarrestarlos? ¿Venganza? ¿Advertencia?

Draco se puso de pie y empezó a caminar en círculos. –Siempre le ha dado placer en esparcir su enfermedad a la mayor cantidad posible de gente inocente. Si ese pendejo sospecha que estás trabajando en una cura milagrosa para la licantropía, y está en este lado del continente, definitivamente debemos de preocuparnos.

Y por eso se refería a que genuinamente estaba preocupado por el bienestar de Granger.

Granger seguía pálida. –¿Shacklebolt sabe de los ataques?

–Está en el reporte de Potter, pero creo que no. Robards, el jefe del Departamento, quería ver si era otra casualidad como la del Distrito de los Lagos. Shacks va a hacer un berrinche.

Granger gimió de desesperación y se apretó los dedos en la sien. –Lo hará. Ya estaba más que preocupado por mi seguridad cuando el tratamiento era hipotético y los hombres lobo eran una amenaza desorganizada e inexistente y sin remota idea de lo que estaba haciendo. ¿Ahora que saben y Greyback regresó? Shacklebolt estará como loco. Querrá medidas de protección ridículas, encerrarme.

Su voz se había tornado chillona y ansiosa. Su siguiente mirada hacia Draco delató el miedo de que él también intentaría encerrarla. Ahora comprendía su reticencia a decirle cualquier cosa. Porque los impulsos que surgieron de este nuevo conocimiento de lo que estaba haciendo: impulsos de obligarla a esconderse y, sí, de encerrarla. Secuestrarla lejos, a kilómetros de aquí, a continentes de aquí, y asegurarse de que Greyback nunca tuviera la oportunidad de hacerle daño.

Mantenerla a salvo siempre había sido el punto, pero la importancia de esto ahora era un dolor en su costado, casi un miedo. Era enfermizo.

Los tres hombres en su laboratorio habían sido un mero anticipo de lo que estaba por venir. E incluso entonces, había estado cerca: ¿y si hubieran logrado romper las barreras, pensando que el laboratorio estaría vacío a la medianoche, y se hubieran encontrado con Granger allí? ¿Con ese imbécil usando la maldición asesina a voluntad y ella, encerrada en esa pequeña oficina, sin ningún lugar adónde ir? Habría estado muerta en un momento.

Sí. Draco también quería encerrarla en algún lado.

Debió haber visto esto en sus ojos porque se enderezó y la ansiedad fue reemplazada por fuego. –Encerrarme no es opción. Debo terminar mi trabajo. Prometiste una interrupción mínima.

–Sé lo que dije. Pero tu seguridad es primero. No sabía que era el puto Greyback .

–Si el objetivo de Greyback es pelear contra mi cura con infecciones, tenemos que combatir eso con el tratamiento. Debo continuar sin interrupciones. Me rehúso a priorizar mi seguridad si perjudica potencialmente a miles de inocentes. Me rehúso .

–Si mueren, están fritos de todos modos.

Hasta Granger tuvo que aceptar que era un buen punto, declarado con un suspiro y la cabeza entre sus manos.

–¿Cuánto falta para que termines el desarrollo de la cura? –preguntó Draco.

–Si todo sale acorde a mis proyecciones, debería estar lista para las pruebas clínicas en diciembre.

–Eso significa tres lunas llenas más –dijo Draco.

Granger hizo una mueca. – Eso equivale a tres meses de organización para Greyback. Ya ves por qué no puedo posponer las cosas; no puedo dejarlas y esconderme hasta que lo atrapen. Podría hacer tanto daño…

–Lo entiendo –dijo Draco.

Ahora él quería suspirar y poner la cabeza entre sus manos, porque habría sido mucho más fácil llevarse a Granger hasta que Fenrir y su equipo fueran arrestados. Pero Granger tenía razón; posponer su proyecto hasta que atraparan a Greyback podría resultar en decenas de lunas llenas. El hombre había evadido la captura por quince años.

–Tendremos que decirle a Potter –dijo Draco–. Y a Tonks.

–De acuerdo –dijo Granger aún más seria–. Me preocupa un poco Tonks. Lo va a sentir aún más personal.

–¿Por Lupin?

–Sí. Los licántropos tienen el riesgo de muerte prematura y ha estado un poco… delicado. Pero, no quiero darle falsas esperanzas de que puedo ayudar a su esposo. Las pruebas clínicas son pruebas por algo, como sabes. El fracaso es parte del resultado. Mis datos indican que será exitoso, pero es una terapia nueva. Nadie ha combinado inmunoterapia con métodos mágicos, ni lo han usado para tratar enfermedades mágicas. Esto es terreno completamente desconocido.

–Si alguien puede lograrlo, eres tú. No ha habido una bruja o mago con tu conocimiento combinado de lo mágico y muggle. Eres… eres… –Draco se cortó la inspiración y volteo a la ventana–. Por las barbas de Merlín. No puedo creer que veré la licantropía ser curada.

Si no hubiera tenido ya un Algo por Granger, Draco hubiera iniciado todo un enamoramiento intelectual por ella en ese momento.

Pero, regresando a asuntos más urgentes.

–Greyback sabrá que sus hombres fueron atrapados cuando no regresen –dijo Draco–. Infiltrarse a un laboratorio no debía resultar en que fueran arrestados, a menos que el laboratorio estuviera bien protegido. ¿Y por qué estaría tan protegido si no era para esconder algo excepcional? Greyback interpretará esto como confirmación de que estás haciendo lo que él cree que estás haciendo. Las cosas se van a poner peligrosas. Su objetivo principal será matarte.

Granger apretó los labios. –¿Supongo que no puedo quedarme aquí?

–Hoy está bien. No creo que intenten algo más. ¿Mañana? No. Alguien ya anduvo por aquí revisando la protección. Probablemente fueron ellos. Debieron decidir que tu laboratorio era la mejor opción. No hubieran encontrado nada, con tus cosas de la nube y así. Lo único de valor en las instalaciones eres tú. Esta noche fue tu última noche sola ahí. Y vas a tener que limitar tus movimientos en público.

–Pero tengo tantas cosas que hacer –dijo Granger haciendo una cara de desesperación–. ¿Qué de Mabon?

–Iré contigo.

–¿Y mis clases? ¿Y mis guardias? Y…¿todo lo demás?

Draco intentó ser tan calmado como prometía que lo estaba y no decirle directamente que jamás estaría sola de nuevo. –Hasta que atrapemos a Greyback y quienes estén trabajando con él, tendrás un Auror contigo. Estoy de acuerdo que tu trabajo tiene que continuar –con esto, Granger pareció aliviada–. Pero, Greyback es implacable. Tendrá toda su vieja red aquí y los hará entrar en frenesí. Prefiere morir que curar la licantropía. De seguro se cago cuando descubrió en que estaba trabajando la gran Granger. Hubiera amado ver su reacción…

–El cómo lo descubrió es lo que quiero saber. No crees que haya sido Shacklebolt, ¿o sí?

Draco negó con la cabeza. –No. ¿Por qué habría insistido en Aurores desde un inicio? Y también lo tienes bajo un Juramento Inquebrantable.

–¿A menos que alguno de mis estudiantes…? Pero, los tengo trabajando en pedazos de unos doce distintos proyectos. No saben todo. No pudo haber sido eso.

–Siempre hay fugas. Intentaremos descubrir cómo y dónde, pero mi preocupación primordial es cómo mantenerte segura y que puedas seguir trabajando.

–¿Me deberían preocupar los vampiros? –preguntó Granger.

–Mierda –dijo Draco pasando una mano por la cara–. No lo sé. Nunca han sido tan expansionistas como los hombres lobo. Están más interesados en alimentarse que en convertir. ¿Pero, si se enteran de la cura? No sabría decirte cómo reaccionarían. Y dijiste… ¿dementores?

Granger se mordió el labio. –Sí. Tal vez. Si la víctima es reciente.

–No inventes.

–Hablo en serio.

–A ver, ¿y cómo es que la “inmunoterapia” restaura un alma?

Granger sacudió una mano ignorando eso. –No hay nada de chupar almas. Eso es solo una exageración mágica. Es muerte cerebral. El Beso del Dementor transfiere una bacteria de necrosis a la víctima. Ataque al cerebro como al cuerpo. Muy viral.

–...¿En serio?

–Sí –dijo Granger–. Deberías leer a Rasmussen y Vestergaard.

Ante la mirada en blanco de Draco, añadió: –¿Los necrólogos daneses?¿No? Supongo que no estás al tanto de los reportes médicos. Han sido un parteaguas en el estudio de los Dementores en la última década. La condición es una enfermedad mágica, como la licantropía y el vampirismo. Causa la putrefacción en minutos y la pérdida irreversible de funciones cerebrales en horas. Pero, bueno, hemos estado haciendo pruebas en moléculas en el laboratorio y ha dado resultados positivos. Es potencialmente curable, si la víctima es tratada rápidamente.

Draco se le quedó viendo.

Granger se movió en su asiento. –Pero bueno, esto es medicina de lo más experimental. Estamos en terreno desconocido, literalmente Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis.

La bruja le estaba explotando el cerebro a Draco. –Lo que estás haciendo, si tiene éxito, será un tour de force . Completamente revolucionarios.

–Mmm. Aceptaré eso para esto, más que las Libretas.

–Okay. ¿Ya terminaste con las revelaciones? No estoy seguro si puedo aguantar otra.

–¿Te he sorprendido tanto? –preguntó Granger con una pequeña sonrisa.

–He sido reducido a un idiota tartamudo atónito, y no finjas que no lo notaste.

–Nada más allá de tu usual tartamudeo atónito.

–¿Cómo puedes ser tan cruel cuando estoy tan frágil?

La sonrisa de Granger se ensanchó. –Nos haré otra infusión de opimum .

–Por Merlín –murmuró Draco, regresando a su asiento. Se le quedó viendo atónito a la espalda de Granger.

Esta bruja era algo fuera de este mundo.

Draco usualmente se sentía Mejor que el resto del mundo, no de mala manera, pero que era Mejor: más inteligente, más rápido, más guapo, más perspicaz, más rico. Con Granger, siempre se había sentido en la presencia de un intelecto mayor al de él. Pero ahora, se sentía en la presencia de alguien Mejor que él en demasiados aspectos, demasiado buena para él en realidad.

Se sentó y sintió un revoltijo en su estómago, algo que lo sofocaba. Tan desconocido que le tomó un momento ponerle nombre.

Era humildad.

No se había sentido tan humillado desde – buscó en sus recuerdos – desde el verano de 1992, cuando los resultados del examen de primer año salieron y descubrió que un nacido de muggles había sido el primero de la clase, por encima de él en todas las materias de Hogwarts.

Bueno, pues lo hizo de nuevo. Solo que ahora se había convertido en Alguien Importante.

Y él era su Auror. El peso de su responsabilidad le pesaba como nunca. Había pasado a ser de una labor molesta a esto: cambiar el mundo.

La responsabilidad era tan pesada que apenas y pudo alzar la mano para aceptar la taza de opimum que Granger le ofreció.

–Listo –dijo Granger–. Una cura a tu tartamudeo atónito.

–Me gustaría un par de dosis para llevar. Hay unos cuantos a quienes me gustaría dárselo.

–¿Quiénes?

Draco hizo un ademán sin importancia. –Amigos, familia, colegas.

–¿Estás rodeado de idiotas?

–Excluyendo a la compañía presente.

Granger se mordió el labio. –No deberías hacer eso.

–¿Hacer qué?

–Hacerme cumplidos. Se supone que debes de estar bajándome los aires.

–El día de hoy lo mereces. Me dejaste en shock. Resumiré mi actitud de siempre mañana.

Granger lució satisfecha. Se veía mejor, sus mejillas ya tenían algo de color y sus manos no estaban temblando cuando se acercó a su alacena. –No he comido nada desde el desayuno, supongo que debo de comer algo además de las dos tazas de opimum . ¿Tienes hambre?

–Sí –dijo Draco, ya que el Quidditch y los duelos usualmente le abrían el apetito.

Se vio complacido al ver que la alacena estaba llena de comida, aunque si era por el esfuerzo de Granger o de sus elfos, no sabía.

–¿Qué tal una ensalada de cebolla? –dijo Granger mientras buscaba entre las cajas.

–Solo si viene con un prolapso como el que nos sirvió el Escreguto.

–Puedo hacer algo al respecto.

Granger sacó queso, galletas y humus, acompañado de una bolsa de bollos de salchicha, lo cual era lo más similar al prolapso (estaban deliciosos).

Se detuvo a recrear la ensalada de cebolla, lo cual fue una buena decisión porque Draco ya estaba dando un aroma a sudor en el cuarto y no quería más competencia de aromas.

Terminaron la comida con una invención muggle llamada Maltesers.

Momentos tranquilos con Granger eran pocos; así que ,cuando terminó de comer, se puso de pie y sacudió su varita para guardar todo. –¿Te vas a quedar, ¿verdad?

–Sí. No creo dormir mucho, pero lo que sea que duerma puede ser en tu sofá.

–Bien. Déjame recoger, entonces.

Granger se pasó a la sala, donde se rodeó de un huracán de libros y papeles, acomodándose en torres ordenadas.

Claro que no cuestionaría su sugerencia del sofá. Por supuesto que no iba a contraofertar su cama. La cual era suficientemente grande para los dos.

No es como que Draco lo hubiera aceptado. Era un profesional.

Solo había sido un Pensamiento. Hubiera estado más cerca de ella si algo llegara a suceder.

Poniendo a un lado estos pensamientos no productivos, Draco empezó a quitarse su atuendo de Quidditch, el cual le recordó que apestaba. –¿Podría utilizar tu baño?

–Eh, si claro. Está arriba.

Granger lo vio batallar con los nudos que sostenían la armadura de piel en su pecho. –¿Estabas en pleno juego?

–Sí. A nada de atrapar la Snitch.

–Lo siento.

Draco se encogió de hombros como el héroe despreocupado que era. –Atrapar a los malos es un poco más entretenido.

Continuó batallando con el nudo debajo de su axila, el cual se resistía. Claro, la única vez que tenía audiencia era la única vez que se había empapado la tela y secado, lo cual resultó en un nudo duro y difícil de desamarrar. Y claro, jamás había tenido problemas quitándose su equipo de Quidditch en toda su vida , salvo cuando Granger estaba presente para ver su incompetencia.

–¿Necesitas ayuda? –preguntó Granger.

–Ya casi lo tengo.

Granger lo observó mientras continuaba Sin Casi Tenerlo.

Se sentó, con las manos posadas sobre sus rodillas para verlo batallar.

–Está bien –dijo Draco un momento después ya sin paciencia–. Ayúdame. No lo cortes; es piel de guiverno.

–Está bien –dijo Granger. Su expresión era seria, pero sus labios apretados sugerían que se estaba aguantando la risa.

En su defensa, ella también batalló y eventualmente usó su varita y encantamientos desenredantes.

Después, le ayudó a quitarse la armadura del pecho y espalda, tal como una doncella le ayudaría a su caballero después de una batalla. Si las doncellas fueran investigadoras inigualables y los caballeros eran cretinos inútiles.

Granger lo llevó al baño y le dio toallas.

–El espejo no habla –dijo Granger cuando Draco se miró al espejo.

–Qué bueno –dijo Draco–. No quiero su opinión en este momento.

Granger salió del baño, dejo un espacio en la puerta antes de cerrarla y asomó su brazo en el hueco. –Dame tu ropa. La meteré en la lavadora.

Desnudarse con la mano de Granger justo ahí fue un sentimiento interesante. Habría otras cosas que le hubiera gustado poner en su mano, pero eso estaba sucio y apestoso y, además carajo, acababa de pasar por algo traumático. ¿Qué le pasaba?

A un lado del lavabo, vio un frasco repleto de los pasadores de Granger. Les aplicó un hechizo de rastreo a todos.

Mientras se metía a la regadera, Draco acomodó su varita cerca. Estaba preparado para salir corriendo y atacar a hombres lobo desnudo si llegaran a irrumpir la protección de la casa.

La regadera tenía todo lo que hacía a Granger oler bien, en forma de botellas. Le tomó a Draco un momento identificar el jabón y el champú entre todos los productos femeninos y misteriosos que había: aceites, tratamientos para el cabello, jabones y demás cosas.

Se sentía… interesante… seductor…erótico…usar su jabón y champú.

Y con eso empezó el momento de Aplastar antes de que su pene despertara. No iba a masturbarse en la regadera de Granger. No lo iba a hacer.

De acuerdo, si lo iba a hacer, pero sería rápido y a causa de la adrenalina de la pelea. Solo era para acabar con ello y sacar la calentura de su sistema.

Saber que estaba en alguna parte del otro lado de la puerta mientras se tocaba a sí mismo fue sorprendentemente erótico. Se recargó un poco, mano en la pared y otra mano en sí mismo, el vapor y olor a Granger llevándolo a una de sus fantasías favoritas de Granger y su boca, y manos delicadas tocando y lamiendo…

Su mano se hizo un puño en la pared mientras terminó jadeando.

Se recargó en su antebrazo respirando fuertemente, aturdido y viendo la evidencia llegar al drenaje.

–Maldita sea.

Pero bueno. Lo hecho, hecho estaba. Ya lo había sacado de su sistema.

Todo estaba bajo control.

Cambió la temperatura del agua a frío para quitarse lo sonrojado de la cara y pecho.

La plomería Muggle no era cosa de chiste, estaba helada. Pensamientos eróticos fueron reemplazados por temblores en lo que Draco recuperaba el aliento.

Bien. Estaba bien.

Granger tocó la puerta y le sacó un susto.

¿Qué? –preguntó irritado.

–¿Terminaste? –(Si, gracias)–. Tardaste una eternidad.

–Estaba muy sucio. –(también muy cierto).

–Claro. Tengo tu ropa.

Draco salió de la regadera y abrió la puerta lo suficiente para que Granger le diera su ropa limpia. Que mal que haya sido tan eficiente, felizmente habría salido envuelto en una toalla para lucirse.

–Un poco más rápido de lo que esperaba –dijo Draco.

–El ciclo rápido en mi lavadora solo toma quince minutos. Y hechizo de secado para el resto. Me gustan tus calzones.

Draco no recordaba que calzones traía puestos. Los sacó rápidamente entre la ropa. Tenían dragoncitos.

–Dioses –dijo Draco.

–Está bien –dijo Granger. Cerró la puerta. Podía escuchar la risa contenida a través de la puerta–. Tengo un par con gatitos.

–A verlos.

–Prefiero morir.

Draco se rio mientras se los ponía. Después, los pantalones negros holgados y la camiseta de manga larga que usaba bajo su equipo de Quidditch. También olían a Granger ahora, el jabón que usaba en su ropa.

Se arregló el cabello frente al espejo, excepcionalmente feliz de que no pudiera hablar y decirle a Granger lo que había sucedido en su baño.

Se encontró con una dificultad para verla a los ojos cuando salió del baño, pero se excusó asomándose por las ventanas para cumplir con sus Importantes deberes de Seguridad de Auror. No necesitaba saber lo que se acababa de imaginar que le hacía.

No estaba viendo su boca.

Mierda, había sido erótico.

Bien.

Ya de regreso en la primera planta, Draco fue recibido con una cama que antes era el sofá, Transfigurado para que fuera una cama más cómoda. A un lado había un vaso de agua y galletas.

Granger estaba cansada, y con justa razón, porque ya casi eran las dos de la mañana. Bostezó mientras acercaba almohadas y una colcha para ponerlas sobre la cama.

Hasta le había proporcionado algo para leer: una copia del más reciente artículo de Rasmussen y Vestergaard. Una mirada a las palabras científicas le hicieron borrosa la vista.

–¿No tienes algo más estimulante? –preguntó antes de que los daneses lo durmieran.

–¿Más estimulante ? –repitió Granger ofendida, como si ya le hubiera dado lo más estimulante de la historia y que estaba haciendo un berrinche por ello.

–Sí. ¿Alguna revista porno o algo? –preguntó Draco–. ¿Una revista pasada de Senos Fantásticos y Dónde Encontrarlas?

No es como que necesitaba esas revistas, especialmente cuando tenía veinte fantasías que la involucraban, cuidadosamente aplastadas al fondo de su mente. Sin embargo, era divertido ver a Granger observar cuidadosamente sus libros en el cuarto.

–Hmm. Si tengo el más reciente escrito de Salud Sexual y Reproductiva –Acercó un volumen de una de las montañas de libros y lo hojeó hasta encontrar un diagrama–. Oh, mira, hay fotos.

Draco lo vio y leyó la descripción. –Figura 11: Calibre luminal de pared oviductal anormal.

–¿Eso te sirve?

–No. Hace que se me caigan las pelotas.

Granger tomó el libro de regreso y hojeó un poco más. –Intenta con este.

–Figura 23 –leyó Draco–. Trompa de Falopio: sección transversal de la luz tubárica. Obsérvese el estroma endometrial subepitelial.

–¿Estimulante?

–Oh sí. Los estromas endometriales subepiteliales son un fetiche particular en mí.

–Estroma sigue siendo el plural.

Draco se le quedó viendo pacientemente. –Claro.

–Eso arregla tu entretenimiento entonces –Granger le dio el libro–. Iré a dormir, tengo el presentimiento de que mañana será un largo día.

Granger apagó las luces muggle, dejando solo el fuego de la chimenea de iluminación.

Pausó al pie de las escaleras y volteó a ver a Draco. –Gracias por todo.

Draco le hizo un ademán de despido. Era incómodo ser el receptor de gratitud inocente después de haber sido terrible en su regadera. –Solo hago mi trabajo.

–Bien –dijo Granger–. Bueno, lo haces bien, y estoy agradecida. Probablemente me salvaste la vida.

–Vete a dormir.

Granger se veía molesta ante semejante despido, pero pareció aceptar que era Draco siendo Draco. –Está bien. Buenas noches.

 


 

Draco se quedó dormido en algún momento de la noche. Se despertó a causa de un ruido ligero, tan callado que pudo haberlo soñado.

Sosteniendo su varita con una maldición lista, volteó su cabeza para ver que era el gato. Lo vio en el sofá al mismo tiempo.

Draco casi había esperado que le siseara por atreverse a estar en la casa de Granger fuera de horario. En cambio, el gato trotó hacia él con la cola en alto y, con el infalible instinto felino de encontrar lugares cálidos, saltó sobre él y se posó sobre su pecho.

Draco movió una mano para intentar acariciarle la cabeza, pero una pata grande encontró sus nudillos y mantuvo su mano abajo. Las garras estaban envainadas pero el mensaje era claro: Draco era una fuente de calor, pero no debía volverse presuntuoso y pensar que era algo mejor.

–¿ Noli me tangere entonces? –murmuró Draco–. Entiendo. A mí tampoco me gusta que me toquen el cabello. Excepto por ella, pero supongo ya lo sabes.

El gato parpadeó.

–Me advirtió sobre tus intentos de asfixiar a la gente, así que ni se te ocurra –dijo Draco.

La mirada del gato le informó a Draco que, si lo quisiera muerto, ya lo estaría.

–Está bien –dijo Draco.

El gato bajó su cabeza y cerró los ojos. Hubo un ligero cosquilleo de bigotes en la barbilla de Draco y luego un fuerte retumbar. 

Y mientras estaba en la oscuridad, bajo el calor de un gato ronroneando, su corazón todavía palpitaba con el shock del miedo que sintió cuando Granger había activado la señal de emergencia. No necesitaba un Boggart para decirle lo que había tenido miedo de ver.

Draco busco algo del autocontrol que había desaparecido esa noche. Ocluyó y juntó su disciplina, su profesionalismo y su orgullo para crear de nuevo la Gran Muralla de Aplastamiento.

En teoría, era un ejercicio útil.

En la práctica, todo esto estaba opacado por el miedo oculto de que la estructura se derrumbaría la próxima vez que Granger le sonriera.

por ghoulsed

Chapter 25: Cercanía de Granger, El Peligro de

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Draco despertó, aturdido y con los ojos entrecerrados al escuchar un ruido de sorpresa.

Granger estaba en las escaleras, su mano en el barandal, un pie entre los escalones.

Lo estaba viendo a él y su nuevo accesorio: el gato dormido, acurrucado en su cuello como una bufanda.

–Eh… buenos días –dijo Granger cuando se dio cuenta que la observaban.

El gato se despertó al escuchar su voz. Brincó sobre Draco, usando su cara como su punto de partida y caminó hacia su dueña.

Grange le preguntó a Draco que quería desayunar. Pidió una taza de café para quitarse el sabor de pata de gato.

Granger hacía buen café.

La mañana pasó estando en juntas. La primera fue con Tonks, a quien vieron en las oficinas de Aurores para escuchar lo que había descubierto en sus interrogaciones.

–Te alegrará saber que al No-Manos le pudieron pegar de nuevo sus manos –dijo Tonks cuando llegaron.

–Que mal –dijo Draco.

–Eso fue lo que yo dije –Tonks cerró la puerta de su oficina y se sentó en su escritorio–. Bastardo asesino. Bien. Siéntense. Robards aprobó el uso de Veritaserum para nuestros amigos anoche, así que pudimos platicar a gusto. Ninguno de los dos hombres conoce la identidad de la persona que les dio instrucciones. Sin embargo, si descubrí algo interesante. Ambos son hombres lobo, y ambos participaron en el ataque de la luna de cosecha.

Tonks puso un trozo de pergamino en la mesa. –La autopsia de la medibruja confirma que el tercero también es hombre lobo.

Tonks vio a Granger y Draco. –¿Qué piensan? ¿Reacción de las dos estatuas frente a mí?

Las estatuas se vieron el uno al otro.

Granger se movió en su asiento. –Creo que es momento de decirte sobre mi trabajo. Malfoy, ¿podrías hacernos el honor del Juramento Inquebrantable?

El Juramento fue hecho. Granger resumió su trabajo para Tonks y Draco agregó el descubrimiento interesante (y preocupante) de que Fenrir Greyback había regresado y aparentemente había reunido a su vieja manada. Probablemente eran los responsables de los ataques de la luna llena además de tener a Granger en la mira.

–Diablos –dijo Tonks–. Todo esto.

Granger concluyó con las mismas palabras que había usado con Draco la noche anterior, sobre terreno desconocido y la incertidumbre de los resultados de las pruebas clínicas.

Tonks tomó la noticia de la cura de la licantropía de Granger con neutralidad sorprendente dada su relación con Lupin. Solo su cabello la delató, tornándose un color más pálido a su usual rojo vivo.

Le dio una mirada de adoración a Granger, murmuró “Increíble” y se puso seria. –Trae a Potter y Weasley para contarles bajo el Juramento. También tenemos que informar a Robards y Shacklebolt. Eso sería el exento de personas que necesitan saber, creo. Involucraremos a otros según sea necesario. Usen la sala de juntas. Me les uno en un momento.

Tonks los sacó de su oficina.

Mientras se iba, Draco volteó a verla de nuevo. Tonks estaba sentada en su escritorio, manos frente a ella, nudillos en su boca.

Sus ojos brillaban.

En la sala de juntas, Potter y Weasley fueron puestos al tanto de la situación bajo el Juramento. Sus reacciones fueron predecibles, pero había algo reconfortante al verlos abrazar a Granger, alzando los pechos y haciendo declaraciones de protegerla y golpeando la mesa prometiendo encontrar a Greyback, aunque fuera lo último que hicieran. Como líder de la WTF, Potter encontró una nueva determinación para atrapar a los hombres lobo. Había un brillo peligroso en sus ojos.

Weasley estaba igual de atónito que Draco la noche anterior ante la posible cura de la licantropía. Su reacción consistía en repeticiones de “¡Wow!” y “¡No inventes!” y “¡Eres brillante, Hermione!”

Granger le sonrió. Ella y Draco fueron cuestionados sobre el ataque al laboratorio.

–Tengo una grabación de ello –dijo Granger y sacó su celular.

Había logrado preservar lo que la cámara grabó en una especie de película pequeña. Curioso, Draco se acercó a Potter y Weasley para verse en la pantalla.

Sintió un golpe de celos con la facilidad que Potter ponía un codo en el reposabrazos de Granger y se acercaba a ella, y como Weasley se acomodaba atrás de su silla, mientras que Draco permanecía a un brazo de distancia.

Granger puso a correr la película. Draco, habiendo estado Desilusionado gran parte del duelo, era invisible hasta casi el final, su posición solo indicada por el efecto de los hechizos de sus oponentes: los brazos cortados, el centinela en llamas por el Bombarda. La pelea había durado un siglo para Draco, pero tomó menos de un minuto en tiempo real.

Weasley le golpeó el hombro. –Les diste con todo. Bien hecho, colega.

Potter le tomó la mano. –Recuérdame jamás ser tu contrincante.

–Vuélvela a poner –dijo Weasley.

La repetición fue acompañada por comentarios de Potter y Weasley. “La maldición asesina desde un inicio, el pendejo, ¿te imaginas si hubieran logrado entrar? Hermione no hubiera podido contra ellos. ¡Oh! ¡Ve la sangre! ¡Ha! ¡Excelente chorro! Desarmando es un clásico de Harry, pero le agregaste un giro, Malfoy. Des-armar*. ¡Ja! ¡Su cara cuando se da cuenta que está atrapado! Buen equipo de Quidditch, le tendrán fobia a los Buscadores de por vida… ¿Es el nuevo Étincelle?

Draco los dejó para sus varias repeticiones, regresando a su lugar del otro de la mesa.

Volteó a ver a Granger y descubrió que no estaba viendo su celular si no a él. Su expresión le tomó un momento para interpretarla: era algo seria, estudiosa, pensativa.

Estaba resolviendo un rompecabezas.

Mierda.

Desvió la mirada cuando la vio a los ojos. Draco se propuso atraparla con los ojos cuando lo observara, para interrumpir sus pensamientos y mantenerse No Resuelto.

Tonks llegó, sus botas delatando su acercamiento por el pasillo. Se vio tan relajada como siempre y entró al cuarto como jefa. Su codo chocó con la cabeza de Potter.

–Perdón –dijo Tonks–. Al menos no sonó hueco, es un cumplido, Potter. ¿Ya estamos todos al tanto?

Granger guardó su celular.

–Sí, jefa –dijeron los Aurores.

Tonks se sentó en la cabecera de la mesa. –Tenemos varios temas a discutir, pero empecemos por el más importante: la seguridad de Hermione.

Potter y Weasley se acercaron a la mesa, como si ya estuvieran listos para raptar a Granger y llevársela a una torre distante, jamás vista de nuevo.

–Bien –dijo Weasley–. Tenemos que sacarla de aquí. ¿Qué se te antoja, Hermione? ¿Madagascar? ¿Groenlandia? ¿Tíbet?

Draco no podía culpar al hombre por su reacción, él había tenido el mismo reflejo.

Granger tenía la quijada apretada. –No me iré a ninguna parte.

Una discusión explosiva empezó. Potter y Weasley pelearon por la evacuación inmediata de Granger, entre más remoto, mejor. Su motivación era preocupación genuina y la misma ansiedad que Draco sufrió cuando escuchó el nombre de Greyback. Draco, ya habiendo intentado ese camino, se puso del lado de Granger. Todo caía en la investigación, si Greyback continuaba al ritmo que iba, estaban hablando de cientos, si no es que miles de infectados en las siguientes lunas llenas, mientras que el trabajo de Granger se quedaba parado.

Tonks, con una expresión de santidad en su cara, permitió que la discusión siguiera por cuatro minutos. Después, aplaudió. –Gracias chicos, por compartir sus pensamientos. Afortunadamente, ninguna de sus opiniones importa.

Draco, Potter y Weasley sufriendo muerte de ego.

Tonks continuó hablando mientras ellos sostenían su psique destrozada. –La oficina de Aurores no tiene la autoridad de decirle a la eminente Profesora Granger que hacer y qué no hacer. Nuestro trabajo es mantenerla protegida mientras ella lleva a cabo su proyecto, tal como lo solicitó el Ministro. Así que, primer punto: horarios y alojamiento.

Los cadáveres de Potter y Weasley ofrecieron argumentos, pero los labios de Tonks se aplanaban cada vez más, y se rindieron. Juntos, los cincos armaron un borrador de lo que sería el horario ideal para asegurar que a donde sea que fuera Granger, habría alguien con ella, ya sea Draco u otro Auror.

Granger aceptó reducir sus apariciones públicas. también accedió, a regañadientes, suspender sus actividades en el mundo muggle: las guardias en el hospital muggle y enseñar en Cambridge muggle hasta que Greyback fuera atrapado. Lugares no mágicos eran demasiado difícil de proteger.

Las mágicas eran más seguras, pero un Auror debía acompañarla en su laboratorio y a Urgencias en San Mungo.

La discusión cambió al tema de alojamiento. Granger estuvo de acuerdo de moverse a una casa de seguridad, mientras estuviera a distancia por Flu a su laboratorio. Las decenas de casas de seguridad del Departamento de Seguridad Mágica fueron discutidas, cada una con sus pros y contras (ubicación, facilidad de viaje, defensas). Tonks y Draco compartían cierta ansiedad ante el hecho de que las casas de seguridad eran conocidas por más Aurores y el resto del staff del departamento.

Otras opciones fueron propuestas. ¿Crear una nueva casa de seguridad? Era complejo y requería mucho tiempo, pero era una opción.

Potter y Weasley sugirieron sus casas para Granger. Draco dijo que mover a Granger a una de las casas de sus mejores amigos sería una jugada fácil de adivinar. De todos modos, Granger rechazó las opciones, no pondría a las familias en peligro. De igual manera objetó la sugerencia de Hogwarts de parte de Potter: niños como daño colateral no era aceptable.

–Metanla a la Mansión Malfoy –dijo Weasley apuntando con un pulgar a Draco–. Nadie la buscará ahí.

Granger dijo: –¡Hah!

Potter se rio, pero después se vio pensativo.

Tonks tomó la sugerencia con un alto grado de seriedad. Puso un dedo en la barbilla. –Weasley tiene un buen punto.

Granger parpadeó.

Draco sintió una anticipación confusa.

–Podemos poner a Hermione señuelos en las casas de seguridad y su casa –dijo Tonks.

–Trampas –dijo Draco.

–Me gustan las trampas –dijo Potter–. Y las emboscadas.

–Soy brillante –dijo Weasley.

Tonks asintió. –Ingenioso en realidad.

–No –dijo Granger negando con la cabeza–. Tengo la misma objeción que con Harry y Ron. No pondré a la Mansión Malfoy en peligro. Si la Mansión fuera atacada, y algo le pasara a su madre, o a los elfos...

–La Mansión es prácticamente impenetrable –dijo Tonks–. La mayoría de las casas de ese tipo lo son. Les tomó a veinte rompe maldiciones tres días lograr entrar en lo último de la guerra. Es diez veces más segura que nuestra mejor casa de seguridad.

–Cierto –dijo Draco. Intento no sonar tan emocionado–. Además, mi madre está pasando la temporada en el continente. No está en la Mansión.

Granger lo volteó a ver con los ojos como plato. –¿Estás de acuerdo con esta idea?

Draco produjo el encogimiento de hombro más despreocupado. –Creo que es una opción para considerar.

Lo cual era una minimización. Amaba la idea. Era perfecta. Estaría protegida con encantamientos de hace siglos, tendrían a los elfos domésticos como vigilancia secundaria, y él estaría ahí todas las noches. Estaba absolutamente encantado.

Weasley, viéndose orgulloso, se elevó una pulgada en el cariño de Draco.

Mientras, Potter estaba viendo a Granger. –La Mansión no es un lugar de buenos recuerdos. ¿Estarías bien con eso, Granger?

Granger aún veía a Draco confundida. –¿Hm? Oh, no, estaría bien. Ya he ido varias veces. Uno de los eventos de Narcissa –(Draco notó que no mencionó la cena.)–. Estuvo…bien. Hablando objetivamente, no es una mala sugerencia como una medida temporal. Solo le dudo porque se siente como una imposición.

–¿Una imposición? Pff, hay como cincuenta cuartos en la Mansión –dijo Tonks, dejando a un lado cualquier reserva real o imaginaria de la casa de su primo–. Malfoy ni siquiera sabrá que estás ahí.

Granger volvió a ver a Draco. Tonks también lo miró fijamente.

–Hagámoslo –dijo Draco, logrando una expresión de neutralidad–. Es una solución fácil a corto plazo. Podemos retomar el tema de nuevo, o crear una nueva casa de seguridad mientras tanto, fuera del registro.

Tonks se sobó las manos. –Brillante. Weasley tiene toda la razón, la Mansión Malfoy es el último lugar donde alguien esperaría encontrar a Hermione Granger.

Lo que restaba de la junta pasó en un debate de logística, tiempos y emboscadas.

Tonks declaró un punto al actualizar a Robards y, suspirando, actualizar a Shacklebolt. –No estará feliz con nosotros por ocultarle los ataques de la luna de cosecha. Tendrá que revisar eso con Robards. Pero al menos tenemos un plan para mantener a Hermione sana y salva.

Draco llevó a Granger de regreso a su casa a empacar para lo que Granger llamó “Una estadía corta” en la Mansión.

Lo padre de la Señorita Experta en Hechizos de Expansión es que fue rápido el proceso. Draco apenas tuvo oportunidad de avisarle a los elfos para preparar una de las recámaras de invitados para la Colega Sanadora Granger cuando dijo que ya estaba lista.

Cualquier pertenencia que declaró indispensable (incluyendo las dos copias de Revelaciones) estaban en una maleta de ruedas muggle, con expansión mágica.

Su gato estaba haciendo un berrinche y siseando en una maleta de viaje para mascotas.

–He dado instrucciones a los elfos de mantener tu estadía secreta –dijo Draco en lo que caminaban a la puerta–. Mi madre no sabrá nada al respecto hasta que decidamos seguro decir algo.

Granger se veía dudosa. –¿Cuándo regresaría?

–Creo que marzo. Ha decidido evitar el invierno inglés.

Las dudas de Granger persistían. –Okay. Bien. Aunque los elfos… si alguien fuera a intentar entrar a la Mansión y uno de los elfos fuera lastimado. O asesinado. Siquiera pensarlo me enferma.

–¿No escuchaste a Tonks? Deja de preocuparte. Nadie en su sano juicio te buscaría ahí. Y si lo hicieran, necesitaran dos decenas de rompe-maldiciones por días, lo cual te puedo asegurar me daría cuenta. Esa fue una de las ideas más brillantes de Weasley.

Granger se mantuvo en silencio, pero su ceño le decía a Draco que no había dejado de preocuparse.

En la Mansión, Henriette los recibió en la puerta y se llevó a Granger a su recámara que daba vista a los jardines.

El gato de Granger fue liberado en la recámara, donde indicó su desaprobación al huir para esconderse debajo de la cama y sisear a quien se le acercara.

Draco siguió a una distancia a Henriette mientras le daba un tour a Granger de la Mansión. La elfa doméstica entendía la gravedad de la situación. No había miradas traviesas hacia Draco, ni nada de distracciones con las rosas. Henriette estaba haciendo su trabajo. La Colega Sanadora Granger debía estar cómoda y segura.

Draco las vio a las dos caminar frente a él: la figura pequeña de Henriette y la figura delgada de Granger agachada y prestando atención a lo que decía la elfa. Henriette apuntó al estudio del Monsieur a su izquierda e indicó con un susurro que a Monsieur había que dejarlo solo cuando estaba ahí, usualmente gruñendo sobre los niveles pestilentes de incompetencia y otras cosas de ese tipo. Granger asintió gravemente y después lanzó una mirada divertida a Draco cuando Henriette continuó.

Las puertas a la biblioteca fueron solo indicadas, Henriette siguió para indicar la ubicación del conservatorio. Granger vaciló un momento afuera de las puertas antes de apresurarse para alcanzar a la elfa, y fue el turno de Draco de divertirse.

Un sentimiento de cariño fue aplastado antes de que sonriera.

Para cuando Granger se había acomodado y ubicado, y Draco y los elfos habían revisado los hechizos protectores de la Mansión por su paz mental, ya era temprano en la noche.

Si Draco había tenido esperanzas de una cena tranquila para dos esa noche, fueron aplastadas por Granger. Tenía un turno en Urgencias y se negaba a perdérselo, ya que era la única Sanadora del turno y su respaldo estaba en casa con Spattergroit.

Hoy se había sentido como un día largo, pero mientras Draco esperaba a Granger al pie de la escalera, también se sintió como un inicio. Supuso que debía de acostumbrarse a estos días largos. Después de todo, era Granger.

Trotó bajando las escaleras, su túnica de Sanadora volando tras de ella. –Estoy lista. Supongo que no debo de preguntar si te desmayas al ver sangre. ¿Estás cómodo con evisceraciones?

–Sí –dijo Draco.

–Bien. Uno nunca sabe que le toca en San Mungo.

Draco aplicó su No-Me-Nota más poderoso y una Desilusión para evitar preguntas sobre porqué un Auror estaba siguiendo a la Sanadora Granger.

Llegaron por Flu a San Mungo para lo que fue el primero de las varias guardias de Granger en Urgencias.

Draco usó Legeremancia en todas las mentes de la sala de espera para tranquilizarse ante cualquier plan siniestro, salvo morir desangrados.

Cuando eso fue completado, se acomodó en una esquina afuera del quirófano, y procedió a ser perturbado por el entretenimiento de la tarde, el cual incluyó enfermedades impronunciables, un mago que se presentó con un cono de tráfico muggle saliendo de su pecho y una cantidad inspiradora de pacientes que se habían “caído” en objetos fálicos, lo cuales estaban atorados en distintos orificios.

Draco aplicó adicionalmente hechizos de silencio para cubrir sus ruidos de sorpresa y risa. Nada le sorprendía a Granger. Lidió con sus compatriotas idiotas con un profesionalismo que no pudo evitar admirar.


Si Draco había guardado algún sueño de un desayuno largo con Granger al día siguiente, también se había equivocado. Para cuando había bajado las escaleras a las (respetables) nueve de la mañana, Granger ya había hecho su cosa de yoga, bañado, vestido y comido.

Llegó justo a tiempo para verla en el cuarto de Flu. Iba a pasar el día en el laboratorio, donde Weasley la esperaba para su turno. Draco estaba programado para revisar las mentes del Sin Manos (ahora solo “Manos”) y su Amigo.

Draco escuchó una vibración originar de Granger. Era su Libreta.

La ignoró para apretar las manos a su manera ansiosa. –Dudo que Greyback sería tan estúpido como para enviar a alguien más al laboratorio tan pronto –dijo, pareciendo estar reconfortando a sí misma más que hablando con Draco–. Los hechizos aguantaron la vez pasada. No debería preocuparme.

Hubo otro ruido de su Libreta.

–Estará todo bien –dijo Draco–. No serían tan tontos como para intentar algo en plena luz del día. Y tendrás a Weasley. Y tienes el anillo. Ni siquiera te esperes a estar segura si es una amenaza, solo úsalo.

–Okay.

–Sin dudas. Prefiero aparecerme listo para pelear en vez de llegar demasiado tarde.

–Si. Claro. Gracias.

De nuevo, la Libreta de Granger vibró.

Irritado, Draco le preguntó –¿Quién te escribe a estas horas?

Granger dudó un momento antes de sacar su Libreta para revisarla. –Eh, todos.

–¿Por qué?

–Nada importante –dijo Granger, quien jamás había aprendido que entre más evadía una cosa, más quería saber Draco sobre ello.

–Dime.

Granger se vio un poco molesta y penosa. –Es mi cumpleaños.

–Ah –dijo Draco.

Hubo un silencio larguillo.

–Eh, supongo que feliz cumpleaños –dijo Draco.

¿En serio? ¿Eso era lo mejor que podía hacer? ¿Por qué toda actitud don juan salía de su cuerpo cuando más la necesitaba? ¿Era Granger? Era la asesina de los dones juan.

–Gracias –dijo Granger–. Pero tenemos cosas más grandes de las cuales preocuparnos que cumpleaños, ¿no crees?

–Si.

Grange lanzó polvo Flu al fuego. –Usaré el anillo ante cualquier mínima provocación. Lo prometo. Cambridge.

Y después se fue, y Draco se quedó a solas para pensar en su Eh, supongo que feliz cumpleaños y sufrir a solas.

Antes de que se fuera a la oficina, Draco le pidió a Henriette apoyo para la tarde, si es que Granger regresaba a una hora decente.

Tendría su tonto pastel de cumpleaños, aun si estuviera atrapada en la Mansión con un tonto.

Draco pasó su día haciendo Legeremancia en los dos magos tras recibir permiso para hacer eso. El único recuerdo relevante era el que había encontrado la noche del atraco. Pasó horas en el cerebro del Amigo, viendo recuerdos de hace semanas y meses. Greyback había sido cuidadoso. Los pocos pedazos de información de ubicaciones posibles de reunión para los hombres lobo de Greyback fue lo único que logró sacar. Le pasó la información a Potter.

Esa tarde, con el cerebro un poco revuelto, más como avena que como cerebro, Draco se fue a casa.

Draco y Granger al parecer estaban desarrollando una especialidad para chocar cuando se trataban de medios de transporte mágicos. Granger usó la Flu para regresar a la Mansión desde Cambridge casi al mismo tiempo que él regresaba de Londres. Su única advertencia fue una figura borrosa en forma de bruja acercándose a él entre el fuego mientras él iba también, y la figura chocó contra él (con un grito que confirmó que era Granger) y ambos fueron depositados en el suelo del cuarto de Flu de la Mansión.

Hubo un enredo de túnicas verdes con las negras y mucha tos por el hollín.

Una risa aguda sonó en el cuarto de Flu. Para cuando la cabeza de Draco había escapado de las faldas de Granger, Tupey había desaparecido y el pequeño mirón no pudo ser regañado.

Draco se dejó caer de nuevo con un gemido. El inicio de un dolor de cabeza a causa de la Legeremancia estaba llegando.

Granger apareció haber aceptado el detalle recurrente de sus colisiones y no lo insultó.

En su lugar, dijo –Bueno –e intentó ponerse de pie.

Se tropezó con su túnica y se cayó de nuevo.

–Aplicaste una Tonks –dijo Draco.

Granger hizo un ruido de desesperación y se acostó en el suelo a un lado de Draco, quien ya se había rendido.

Se vieron el uno al otro. Granger suspiró. Draco podía saborear el humo.

Se veía exhausta. No había tenido la oportunidad de preguntarle cómo había dormido en su primera noche en la Mansión – culpa de ella por despertar tan temprano.

–¿Algo útil con la Legeremancia? –preguntó Granger.

–Cosas tontas. Lugares potenciales de reunión. Se lo pase a Potter.

–Maldita sea.

–¿Todo bien en el laboratorio?

–No. Solo una discusión con Ron.

–¿Sobre qué?

–Quería ir al baño en una botella en lugar de dejarme sola por cinco minutos para ir al baño.

Draco se rio. –Dedicado el vato.

–Siempre ha sido un poco entregado.

–Puedo admirar eso.

–¿Nos ponemos de pie?

–No –dijo Draco, posando su cabeza en la piedra fría de la chimenea– . Prefiero quedarme aquí acostado hasta morir.

Granger reaccionó más casual de lo que le hubiera gustado ante semejante dramatismo. –¿Mm? ¿Qué pasa?

–Dolor de cabeza.

–Usaste mucha Legeremancia, ¿verdad?

–Quería respuestas.

–Te puedo ayudar con el dolor de cabeza. Pero primero un baño, fue un día caluroso.

–Henriette nos puede aparecer en nuestras recámaras.

–Nuestras recámaras –repitió Granger imitando su tonada. Esto pareció darle suficiente fuerza para ponerse de pie–. Haré mi camino con mis propios pies.

–Adelante –dijo Draco.

Y eso hizo.

La cena fue un evento tranquilo. Empezó en el comedor formal, después Granger le preguntó a Henriette si le molestaría si cenaran en uno de los salones, que permitía más espacio para estirarse en los sofás.

Henriette se emocionó con eso. Rápidamente los acomodó en el salón más pequeño al fondo de la casa acompañados de una mesa chaparra con comida. (Draco notó la adición de una rosa roja en un jarrón, pero dado que solo era una, decidió aceptar que era meramente decorativa.)

Granger arrastró una pila de libros muggle y mágicos de algún lugar y aprovechó el momento para contarle a Draco los planes del equinoccio otoñal, ya que faltaban dos días para Mabon. Había reducido su búsqueda a doce lugares sagrados. El objetivo era identificar el dolmen que se describía en Revelaciones.

–Nos estamos acercando a terminar esto –dijo Granger, quien parecía recuperar energía con esto–. Muy emocionante.

–¿Nos? Pfft. Es todo tú.

Granger alzó la vista. –Sí, nosotros. Has estado conmigo desde el inicio. No seas tan modesto, no te queda.

–Está bien. Aceptaré cualquier gloria que se refleje en mí –dijo Draco moviendo su mano en un gesto relajado.

Se resbaló en el sofá hasta que se había acostado y puesto un brazo sobre sus ojos para bloquear la luz que hacía que le doliera la cabeza. Quería irse a dormir, pero tan solo eran las ocho. El horario de Granger le estaba afectando y solo llevaba un día aquí.

Granger lo observó. –Cierto. Tu dolor de cabeza. Deja te reviso. ¿Por qué no dijiste nada, en lugar de dejarme meterte aún más información en tu cerebro por la última media hora?

Cuando Draco no respondió (machismo parecía una respuesta débil), Granger sacó su varita y se movió de su lugar al sofá de él. Se movió lo suficiente para darle espacio a un lado de él. Activo un hechizo de diagnóstico y estudio el resultado, haciendo un ruido de desaprobación mientras.

–Esto te resultará en una migraña horrible –dijo ella–. Intentaré Solamentum. Es delicado. No te muevas.

Draco cerró los ojos. Sintió la punta de su varita en la sien. La sensación normalmente le generaría estrés. No estaba del todo seguro cuando empezó a confiar en Granger tan implícitamente, pero ni siquiera abrió los ojos.

Murmuró unencantamiento y un suave calmante empezó a entrar a su cerebro.

–Glorioso –dijo Draco.

–Shh, tengo que concentrarme.

–Mm.

–Shh.

Mmm.

–¿Puedes dejar de gemir por un minuto?

–No cuando se siente así de bien – mff.

La calidez del dedo de Granger presionó sobre sus labios.

Sus ojos se abrieron de sorpresa. Encima de él, Granger fruncía el ceño en concentración y le dio una mirada de advertencia. Cerró los ojos de nuevo.

Ahora sus otros sentidos se hicieron más agudos. A su costado podía sentir el peso de la pierna de Granger y la curvatura de sus pompas. En su sien, el frescor del hechizo. Olía a antiséptico, lo cual no debería de ser tan atractivo como lo era, pero quería enterrar su cara en ella e inhalar.

Se preguntó qué pasaría si pasara su lengua contra el dedo sobre sus labios.

Tal vez algo delató sus pensamientos. Granger quitó el dedo de sus labios y lo puso bajo su barbilla, moviéndole la cabeza hacía ella.

Movió su varita a su otra sien y la escuchó decir de nuevo el hechizo: –Solamentum.

El hechizo de sanación erradicó el dolor.

–¿Qué tal eso? –preguntó Granger.

Draco hizo esa cosa que le había empezado a gustar hacer, de responderle con cosas que se referían a ella.

–Hermoso –dijo Draco.

–¿Verdad?

–Perfecto.

–Qué bueno.

–Sublime.

–Ahora solo quieres provocarme.

–No. Es verdad.

Granger volteó al techo en un sentimiento de desesperación y se puso de pie. Regresó a su lugar en el sofá frente a Draco, el cual lo dejó con un sentimiento de Falta a su lado.

Hubiera estado perfectamente feliz que continuara a su lado y le murmurara hechizos de Sanación complejos en lugar de cosas dulces en el oído.

Cierto. El enamoramiento que debía estar aplastando.

Amarró y ahogó su corazón y lo mandó al fondo en un abismo psicológico.

Henriette se materializó con el pièce de résistance de la cena: un pequeño pastel de chocolate con una vela.

¡Ph, merci! ¡C’est trop gentil! –exclamó Granger, una mano sobre el pecho.

Draco tuvo el presentimiento de que Granger hubiera detestado que le cantaran Feliz Cumpleaños entre él y los elfos (aunque hubiera sido divertido) así que le había dicho a Henriette que nada de canto.

Henriette simplemente dijo “¡Joyeux anniversaire, Mademoiselle!”  y se desapareció con una reverencia.

–No tenías por qué hacer algo –le dijo Granger a Draco, viéndose conmovida.

–Pésimo cumpleaños si no, atrapada en la Mansión conmigo con una horda de hombres lobo buscándote para matarte.

Granger quitó la vela del pastel y la apagó con su aliento. ( –Es más sanitario –fue su respuesta ante la ceja arqueada de Draco).

–¿Qué deseaste?

–No puedo decirte.

Draco pasó una mano por su cabello. –Apuesto que nada. Ya me tienes a . ¿Qué más podrías querer?

Se rio, tal como esperaba (se sintió miserable) y acercó el plato hacia ella. –¿Quieres?

Al verlo asentir, Granger cortó rebanadas pegajosas del pastel. –Ron dijo que revisaría en la casa por paquetes que pudieron llegar. Los estaría dejando mañana.

–Bien por él.

–Mm.

Hubo silencio mientras disfrutaban del pastel.

–¿Qué pasó entre tu y Weasley? –preguntó Draco.

Como regla general, él y Granger no hacían preguntas personales, un hábito saludable entre Auror y Asignación. Se le había salido una en Provenza, cuando ella le preguntó sobre su educación, así que ahora se permitió una él, a causa de curiosidad.

Tal vez era una pregunta que le hacían regularmente a Granger. Se encogió de hombros. –Queríamos cosas distintas. Éramos jóvenes y nos comprometimos tan pronto se acabó la guerra. Tenía varios planes que no involucraban construir una segunda Madriguera y tener a la siguiente dinastía Weasley. Nos separamos amigablemente al final. Tuve suerte. Ron sigue siendo mi mejor amigo. Él y Luna tienen ya tiempo juntos, son mucho más felices.

Draco hizo un ruido evasivo mientras comía pastel.

–¿Y tú? –preguntó Granger. Había curiosidad en sus ojos–. Había escuchado que tú y la hermana menor Greengrass estaban comprometidos.

Era el turno de Draco de encogerse de hombros. –Supongo que igual que tú. Diferentes ideas. Ella quería ser la siguiente Señora Malfoy y hacer todo como se debe, ya sabes: las cosas de sociedad, las fiestas, las cenas, cuatro hijos y dos nanas a los 25. Quería palizas regulares de parte de profesores franceses – (Granger asintió y dijo: –Como es de esperarse) – y fines de semana lodosos en Barcelona.

–Tu madre se ha de haber decepcionado.

–Devastada. Éramos perfectos en papel.

–Muchas cosas lo son.

Estuvieron callados por un momento. No se vieron el uno al otro.

–Gracias de nuevo, por el pastel –dijo Granger–. Fue un gesto inesperado.

–Agradécele a Henriette –dijo Draco.

Interpretó que Granger había terminado con su pastel y acercó su pastel para tomar otra mordida sin molestarse en servírselo en su plato.

–Arruinaras el pastel –dijo Granger–. ¡No te atrevas!

–¿O qué? –preguntó Draco intentando tomar un trozo del centro chocolatoso.

Granger alejó su tenedor con el suyo. –Te arrestare como ciudadana.

–Ha. Si bien no sabes, me gustaría verte intentar–

Un movimiento de la varita de Granger Transfiguró las mancuernas de plata de Draco en esposas, conectadas en el centro. La Transfiguración fue rápida, en un abrir y cerrar de ojos.

Draco observó la nueva situación. Intentó separar sus manos. La cadena hizo ruido al ser estirada pero no se deshizo.

Silbó.

–Tener metales de transición cerca de tus manos no es buena idea para un Auror –dijo Granger.

–La mayoría de los villanos no tienen maestrías en Transfiguración.

–Y supongo que no se distraen con pasteles de chocolate.

–Correcto.

–Aun así –dijo Granger. Había diversión en sus ojos–. No fue tan difícil.

–Repito, habrías sido un excelente Auror, salvo los gritos.

–Mi cerebro es mejor utilizado en otras cosas –dijo Granger.

Completamente cierto.

–¿Me vas a dejar ir o vamos a ver que tanto tardó en desarrollar un nuevo fetiche? –preguntó Draco.

–Supongo que si te las quito. No queremos que te emociones en el trabajo.

Granger agitó su varita y las esposas se convirtieron en mancuernas de nuevo.

Pero ya era demasiado tarde, las esposas ahora serían una Cosa que estarían en la mente de Draco. Había un sentimiento de regocijo al ser dominado tan rápido. Su varita había estado fuera de alcance también. Pudo haber hecho muchas cosas interesantes, y él hubiera estado dispuesto.

Pero no. No habría sexo con su Auror esposado en el sofá. Era Granger. Jamás cruzaría esa línea. Era controlada y profesional. Ética. Correcta.

Maldita ella.

Draco se sirvió una copa generosa de vino y se la tomó entera.

Debía seguir sus pasos y ser igual de Correcto. Pero era difícil cuando le estaba acercando sus pompas y poniendo los dedos en la boca y esposando. Y eso solo había sido el recuento de la noche. Y habría más.

Muy al fondo, en su corazón amarrado y callado, Draco sintió que se removía.

Notes:

* Des-armar : En la traducción se pierde ese chiste. Es un juego de palabras porque Ron dice "Dis-arm" y "disarm" significa desarmar, literalmente; pero, separado es como dis=sin y arm=brazo (sin brazo).

Chapter 26: Mabon / Ser Irritante es un Lenguaje de Amor

Chapter Text

por wheresthepixiedust

Tal como prometió, a la mañana siguiente, Weasley llegó a la Mansión por Flu para dejar los regalos que habían llegado a la casa de Granger. Granger ya se había ido al laboratorio, así que Draco tuvo el dudoso privilegio de recibirlo.

Weasley no era tan habilidoso con los hechizos de Extensión, lo cual quedó claramente demostrado cuándo llegó con un saco repleto de paquetes, que rápidamente arrojó a los brazos de Draco.

Weasley jadeó. –Me tomó diez minutos empacar todo.

–Bruja popular –dijo Draco mientras sostenía la bolsa.

–Sí –Weasley se secó las sudorosas manos en el pantalón y miró a su alrededor–. Hermione parece estar bien con todo esto, al menos la parte de quedarse aquí. Es curioso, como este terminó siendo el lugar más seguro para ella, después de todo. 

–Supongo.

–Gracias por hacer esto por ella. Eres un buen tipo, sólo ocasionalmente un poco idiota. 

Draco apenas había abierto la boca para agradecerle y mandarlo a la mierda cuando Weasley agregó, –Le agradas, sabes.

–¿...le agrado?

–Genuinamente –dijo Weasley–. Piensa que eres extremadamente competente, una respetable eminencia, maravilloso –cambió el tono de su voz para imitar el de Granger–, Es muy inteligente, Ron, no deberías burlarte de él. Ni siquiera puedo referirme a ti como “el hurón” sin que me corrija.

Esto le alegró el día a Draco, pero mantuvo su usual expresión neutral. –Si, a ella le gusta defender las causas más desafortunadas. 

–Sí. Apuesto que pronto creará la Sociedad de Protección para el Eminente y Respetable Malfoy. SPERM. Te queda bien.

El humor de Draco estaba tan animado que esta insolencia apenas y le irritó. Le dijo a Weasley que era un pecoso hijo de puta, pero sin rencor.

–¿Ya ha comenzado a armar la rebelión de los elfos domésticos? –preguntó Weasley.

–No, pero espero que empiece pronto. Solo han pasado dos noches.

–Sí. Tiene mucho tiempo para planearlo –Weasley movió las cejas mientras buscaba elfos a su alrededor–. Será mejor que me vaya. ¿Estarás en el laboratorio más tarde?

–Le toca a Humphreys esta mañana y a Goggin en la tarde. Estaré con Potter en las casas de seguridad.

Weasley lanzó polvo Flu a la chimenea. –Cierto, las trampas. Háganlas malvadas si no es que hasta casi ilegales, ¿si?

–Obviamente.

–Adiós.

–Vete a la chingada.

Weasley finalmente se fue por Flu.

La bolsa en los brazos de Draco estaba llena de las muestras de amor de los amigos y admiradores de Granger. Sintió las esquinas de libros y la suavidad de ropa. Algo con olor a canela salía por la apertura del saco.

Lanzó un par de hechizos de detección para asegurarse de que no hubiera algo envenenado o maldito y llamó a Tupey para que lo llevara a la recámara de Granger.

No pasó ni un solo segundo pensando en un regalo para Granger que opacara a todos los demás. 

Pasó el día visitando casas de seguridad, donde Draco y Potter esperaban atraer a algunos espías con indicadores falsos de la presencia de Granger. Crearon Grangers falsas encantadas para moverse de cuarto en cuarto, y encantaron las luces para que se apagaran y encendieran por la noche. Agregaron varios hechizos de protección y trampas alrededor de las propiedades.

Y sí, los de Draco eran mucho más crueles que los de Potter. Ya que él tenía la imaginación de un Horklump.

Una vez que terminaron cinco casas, además de la casa de Granger, regresaron a la oficina para reunirse con Tonks, quien ya había hablado con Shacklebolt.

–¿Te armó la bronca en grande? –preguntó Potter.

Tonks negó con la cabeza. –No, ya saben cómo es Kingsley. Era solo su usual decepción silenciosa. No nos amenazó ni a mí ni a Robards con despedirnos, así que dentro de lo que cabe todo bien.

–Déjalo –dijo Draco–. Nunca te despediría por algo como esto.

–El regreso de Greyback sí que fue una sorpresa –dijo Tonks con una mueca–. No estaba feliz. Robards recibió la peor parte de ese regaño. No debió haberlo mantenido en secreto después del ataque de los niños. Pero bueno, le aseguré que Hermione estaba a salvo y que continuaría con su trabajo. También solicitó estar al tanto de los planes de WTF para la próxima luna llena, me gustaría participar en la siguiente reunión Potter, si no te molesta…

Una vibración en su bolsillo distrajo a Draco. Revisó su libreta debajo de la mesa, tenía un mensaje de Granger.

Humphreys es muy platicadora dijo Granger.

Lo es dijo Draco.

Peor que tú.

Todos son peores que yo. Soy el mejor.

Me ha hablado de todos los padecimientos de toda su familia, dijo Granger.

¿Y Goggin?

Buen hombre, fue muy agradable.

Bien , dijo Draco, quien no se puso para nada celoso.

Respira un poco fuerte, dijo Granger.

Se ha quebrado la nariz un par de veces.

Silba un poco al exhalar, ¿verdad?

Pídele que te toque una canción.

Ya lo está haciendo .

¿Cuál?

Hubo una pausa en sus mensajes cuando, aparentemente, Granger paró para escuchar a Goggin. Creo que es Auld Lang Syne.

Que festivo, dijo Draco.

Me voy a volver loca con tres horas más de esto. Te extraño terriblemente. Jamás volveré a ser grosera contigo. 

El corazón de Draco dejó de latir al leer Te extraño terriblemente.

Después, volvió a latir con demasiado vigor.

–¿Malfoy? ¿Serías tan amable de regresar con nosotros al presente? –resonó la voz de Tonks.

Draco alzó la vista para encontrar qué Tonks y Potter estaban viéndolo. Se dió cuenta de que tenía una ligera sonrisa en su cara y rápidamente la reemplazó con su usual ceño fruncido. 

Tonks abrió la boca para lanzar una pregunta mordaz, seguramente sobre qué era lo que lo tenía tan idiotizado, pero Draco se salvó de tener que dar explicaciones gracias a unos cuantos golpes en la puerta.

–¿Está Malfoy aquí? –sonó la voz de Brimble, una de los novatos.

–¿Qué pasa? –preguntó Draco.

–Tengo algo que mostrarte, sí tienes un momento. 

Tonks despidió a Draco de su oficina con un gesto animado, como si estuviera feliz de deshacerse del idiota de ojos soñadores.

Te extraño terriblemente.

¿Por qué eso le causaba mariposas?

Se sentía demasiado agradable como para reprimirlo.

Cierto. Brimble.

Brimble era una joven bruja hija de muggles que generalmente veía a Draco con una mirada soñadora. Su especialidad era la vigilancia y el espionaje. Draco la acompañó a su escritorio, donde reacomodó nerviosamente una pila de papeles y dejó caer una pluma.

–P-Perdón por interrumpir. Asumí que esto era importante. He estado monitoreando a la INTERPOL y una de tus Personas de Interés apareció.

–¿Quién?

–Gunnar Larsen. INTERPOL lo acaba de vincular con una serie de ataques. Tu hombre al parecer ha arrasado internacionalmente con varios investigadores. Por fin lo atraparon en cámara.

Le dió varias fotografías muggle a Draco. –Mira. Estas fueron tomadas en un laboratorio en Países Bajos. Larsen estranguló a un científico.

Draco examinó la secuencia de fotografías, estaban algo borrosas y tomadas desde un ángulo que dificultaba discernir qué había sucedido. En las primeras fotografías, la mano de Larsen se movía encima del cuerpo con bata blanca, después sostuvo la cabeza del científico entre sus manos – sin duda usando Legeremancia. El científico alzó una mano para defenderse y las manos de Larsen se movieron al cuello de este.

–¿El científico está vivo?

Brimble buscó entre más papeles. –Vivo, pero en condición crítica. Está hospitalizado en Rotterdam.

–¿Y quién es?

–Es… espera, lo tengo por aquí, un oncólogo. Es una especie de Sanador Muggle que… 

–Sé que es un oncólogo.

Brimble lo miró sorprendida. –Okay. Bueno, es el Dr. Johann Driessen.

Mierda. Era uno de los panelistas del evento de Oxford en el que estuvo Granger.

–La policía holandesa está investigando, al igual que los Aurores holandeses. Han sido informados de nuestro interés en Larsen. He estado hablando con colegas en Japón y América sobre los otros ataques. Y por los reportes que he visto, parece que ha estado usando Legeremancia y dejándolos por muertos.

Draco tomó los documentos de Brimble. –Bien hecho. Avísame de inmediato si hay algo más. Y quiero saber cuando regrese al país, mantén la vigilancia en trasladores y Flu internacionales.

Brimble asintió y Draco se fue.

Esa tarde, Granger fue recibida en la mesa del comedor por una torre de fotografías y el recuento de los hallazgos de Brimble.

Palideció al enterarse de la serie de ataques y jadeó de horror al ver las fotografías del Dr. Driessen.

Draco no quería decirle “Te lo dije”, pero algo de ese pensamiento estaba claramente en su expresión, porque Granger admitió: –Tenías razón sobre Larsen.

No le dió placer a Draco. Bueno, tal vez un poco. –Siempre tengo la razón.

Era su maldición siempre tener la razón, pero la sobrellevaba con su gracia habitual. 

–¿A qué rayos está jugando Larsen? –preguntó Granger–. ¡¿ Qué le pasa?!

–También me gustaría saberlo. ¿Qué estará buscando ese pendejo?

Las cejas de Granger se contrajeron formando una línea de preocupación. –Si está buscando gente de mi área, la mayoría son muggles. Serán incapaces de defenderse.

–Dame una lista de posibles objetivos. Notificaré a sus respectivas oficinas de Aurores.  

–Está bien. 

Granger se quedó mirando una de las fotografías de Driessen siendo ahorcado. Parecía enferma.  

Draco se la quitó de las manos para regresarla con el resto de los documentos. –No es tu culpa.

Se quedaron en silencio.

Tupey se materializó para servir el postre (un tarte tatin ), lo que sacó a ambos de su melancólico estupor. 

Granger respiró hondo, como si intentará Pasar a Otro Tema, pero con algo de dificultad.

–Bien –suspiró–. Necesitamos hablar sobre Mabon. Es mañana y tenemos que ir a demasiados lugares, así que tenemos que ser sumamente organizados. 

Como si Granger pudiera ser otra cosa más que extremadamente organizada. Ahora fue su turno de darle una montaña de papeles a Draco. Acercó su silla y su rodilla rozó su pierna, lo cual se sintió bien, repasó el itinerario con él.

Los antiguos y salvajes nombres de los dólmenes que visitarían salían de su boca sin dificultad: Bodowyr, Henblas, Ty Mawr, Pentre Ifan, Hell Stone, Goward, Annadorn…

Draco reprimió un escalofrío. Había magia en esos nombres.

Eran doce en total. El itinerario de Granger incluía ubicaciones de Flu y puntos de Aparición, algunos de ellos algo lejos del destino final, ya que estaban construídos sobre líneas ley demasiado fuertes como para Aparecerse directamente. 

Granger sugirió hacer Apariciones en conjunto cuando no usarán la red Flu, para estar juntos y evitar el agotamiento mágico tras tantas Apariciones por todo el Reino Unido.

Discutieron sobre quién iba a Aparecer a quién. Granger quería que Draco preservará su magia para detección y en caso de que fuera necesario batirse en duelo. Draco quería que no gastara la suya para defenderse y posiblemente volver a unirle alguna extremidad en caso de una pelea.

Decidieron alternarse, cosa que no dejó a ninguno de los dos satisfechos, se miraron fijamente como si jamás hubiera lidiado con alguien tan terco en sus vidas.

Granger se mordió el labio. –Tendremos que salir temprano por la mañana. Sé que estarás emocionado.

–Estoy brincando de la emoción.

–Excelente.

–Desbordando de emoción.

Granger propuso la asquerosa hora de las siete de la mañana.

¿Qué? Maldita sea.

Granger puso sus magníficos ojos en blanco. –Pobre chico. No es tan horrible.

–Malvado, es lo que es –Draco suspiró dramáticamente y se recargó en su silla–. Debí haber aceptado el porno de trol.

–¿El qué? –preguntó Granger.

–Nada. Olvídalo. Come tu pastel.

–Come tu pastel.

–Es lo que quiero hacer. 

–Bien.

Draco se comió su trozo de pastel pero hubiera preferido comer el que estaba a su lado.

Otra preocupante ironía en la difícil vida de Draco Malfoy.

 


 

Draco se despertó a las horripilantes seis de la mañana para estar listo. Soportó esta dificultad con gran fortaleza, por lo que pensó que debía ser elogiado.

Esa mañana prestó especial atención mientras se arreglaba, deseando lograr un cierto look para la aventura del día: apuesto, pero elegante; aventurero, pero bien mis ; intrépido, pero con clase.

Se arregló el cabello para que se viera elegantemente desarreglado. Se puso sus botas favoritas, las cuales creía que le daban un aire de espadachín.

Mientras se arreglaba el cabello frente al espejo, Draco reflexionó sobre la perspectiva de pasar un día entero con Granger, viendo hongos, cosa que debería de haberle provocado algo de molestia. Y aún así, a pesar de la hora, Draco se encontró emocionado por la excursión.

A las 6:55 am, satisfecho con su look, Draco caminó hacia el recibidor para encontrarse con Granger.

Estaba al pie de la escalera, con el cabello recogido en una coleta alta, botas de montaña bien puestas y los ojos brillantes.

Verla esperándolo, equipada con todas sus cosas de excursión, fue… bueno. Le dió a Draco una agradable sensación de anticipación por la aventura y las futuras discusiones. Para caminatas por los bosques, enfrentamientos accidentales, huidas de monjas locas, todo con una buena compañía.

Había extrañado esto.

Draco se tomó dos cafés y comió cuatro huevos, con esto estuvieron listos para irse.

Granger se dirigió al cuarto de Flu. Ella también parecía estar emocionada por la aventura. Su sonrisa era cálida.

–¿Hagámosle carpe a este diem?

–Hagámoslo.

Granger lanzó polvo Flu a la chimenea y enunció su primer punto de llegada. Se adentró al fuego, seguida de cerca por Draco y con eso se fueron.

Agarraron un ritmo disfrutable mientras cumplían con el itinerario de Granger. En cada parada, los hechizos de detección de Draco confirmaban que estaban solos (salvo por las vacas o las ovejas) y con eso Granger se ponía a trabajar, buscando hongos específicos y otras plantas que la Filósofa-Herbóloga había decidido describir en lugar de algo más útil, como las malditas coordenadas.

Los dolmen eran estructuras grandes, impresionantes a pesar de estar ocasionalmente en ruinas. Granger proporcionaba su habitual comentario histórico, explicando que los monumentos usualmente albergaban cámaras funerarias, y que habían sido cubiertos de tierra hace miles de años.

Pasaron por todas las estaciones posibles conforme avanzaban con la lista de Granger. Lluvia a cántaros en Bodowyr, sol de septiembre en Ty Mawr, neblina densa en Henblas.

La vista era impresionante. En la mañana descubrieron bosques llenos de árboles antiguos, que olían a tomillo silvestre, páramos cubiertos de flores púrpura y kilómetros de césped verde y ondulante que desaparecían en un cielo brumoso.

Por la tarde, recorrieron interminables colinas llenas de helechos, pastizales domesticados y barrancos que se hundían al mar en el fin del mundo. 

La parte favorita de Draco eran las Desapariciones, los momentos donde Granger pasaba su brazo por el suyo y no lo soltaba, sentía el roce de su magia pasar sobre él, o él envolviendola con la suya, el torbellino de la Desaparición juntándolos el uno con el otro.

No podía discernir si ella sentía lo mismo: siempre saltaba alegremente a su lado, pero, hoy estaba en su elemento, así que todo lo hacía felizmente. Sus mejillas estaban bastante sonrojadas, pero el viento era fuerte en la Isla de Anglesey y el aire era bastante frío en Country Down.

Pero una cosa era segura: Granger estaba feliz. Draco sentía que jamás habría habido una búsqueda de hongos tan alegre por estos sitios. Había júbilo y esperanza en ella, alimentada por el hecho de que era el penúltimo paso en su proyecto. El fin estaba cerca y pronto comenzaría a cambiar el mundo. 

Entre los arbustos y el dulce viento otoñal, los hombres lobo y Larsen resultando ser un asesino parecían problemas lejanos para ella, problemas para la Granger de mañana.

Le daba un placer inexplicable verla tan feliz.

Ahora, Granger se le acercaba sacudiendo la cabeza. –No es aquí. Sigue Goward. Aparición directa, me toca. ¿Listo?

–Vamos.

El torbellino, el apretón, la calidez de ella. Draco esperaba que hubiera al menos una incómoda y resbalosa caída en algún lado, para que convenientemente ella pudiera caerse encima de él, pero no, por desgracia sus lugares de aterrizaje habían sido elegidos por Granger, por lo tanto eran lo más seguros posibles.

El siguiente dolmen era en un campo de siembra recién arado y lleno de neblina.

Los hechizos de detección de Draco no mostraban nada más que una pequeña manada de venados donde el campo se convertía en bosque. Granger se adentró hasta las rodillas en el lodo, hacia el enorme dolmen.

Draco lanzó un par de hechizos de secado a pequeñas secciones de lodo para pasar por ahí y evitar enlodar demasiado sus botas. Alternó su atención entre vigilar a Granger y mirar el horizonte.

Los venados que Draco había detectado se acercaron. Sus pasos no hacían un solo ruido. Conforme se acercaban, Draco pudo apreciar con claridad que su pelaje tenía el tono dorado casi blanco de los venados Oisín, los primos mágicos de los ciervos comunes. Criaturas como estas que solo se encontraban en esta parte de Irlanda. Draco jamás había visto uno vivo.

El ciervo líder se detuvo al ver a Draco, su magnífica cornamenta se perdía entre las ramas de los árboles. Su inspección debió concluir en que Draco no representaba una amenaza, ya que bajó la cabeza hasta tocar el suelo con la nariz, al igual que las ciervas detrás de él. 

Draco lanzó más hechizos de detección para asegurarse de que los venados no eran criminales que se habían convertido en Animagos específicamente para atacar a Granger.

No lo eran.

No es que fuera paranoico, solo era… cuidadoso.

(Tal vez un poco paranoico.)

Draco volteó a ver a Granger para darse cuenta de que ella también observaba la nueva compañía. Permanecía inmóvil, con un trozo de pergamino en una mano y su varita en la otra.

El sol empezó a atravesar la neblina, convirtiéndo el campo lodoso en un terreno dorado por los pequeños brotes de trigo y las deslumbrantes pieles de los venados.

Que la neblina desapareciera significaba que los ciervos habían perdido su cubierta. Regresaron a la seguridad de los árboles y como espectros, desaparecieron.

Excepto por una cierva más pequeña que seguía de lejos al resto de la manada, cojeando.

–¡Oh! –sonó la voz de Granger, indicándole a Draco que también había visto a la criatura–. ¿Qué le pasa?

Su voz sobresaltó a la manada y la hizo huir. La cierva herida tuvo que seguirlos, cojeando lo más rápido que podía.

–Supongo que está herida –dijo Draco.

–Necesitamos ayudarle.

–¿Ayudarle? Es un animal salvaje. Deja que la naturaleza siga su curso. 

Como era de esperar, Granger no estaba dispuesta a no hacer nada. –No vi sangre. Por la manera en la que cojea, creo que solo se dislocó.

–Entonces estará bien.

–No. No podrá reacomodársela. Tendrá una muerte lenta y seguramente llena de miedo o a causa de otra criatura.

Para la enorme irritación de Draco, Granger había empezado a caminar hacia el bosque.

–Granger –llamó Draco con una voz autoritaria y amenazante.

Obviamente ella no le hizo caso.

–Solo hay que aturdirle para que la pueda revisar. Son pocos los de su especie, los han cazado hasta casi la extinción por su pelaje. No podemos simplemente dejarla morir.

–Claro que podemos –dijo Draco–. ¿Acaso has olvidado el itinerario mortal que tienes?

–Claro que no. Pero agregue tiempo extra para contingencias.

–¿Y esta es una contingencia?

–Sí.

–Es un maldito venado.

–¡De los cuales quedan menos de trescientos ejemplares en el mundo! Morirá si no hacemos algo.

Hermione Granger, la bruja más irritante de su generación, continuó su camino hacia el bosque.

Draco maldijo y pateó un inocente hongo que había llevado una vida tranquila y no merecía semejante trato.

No apruebo esto –dijo Draco, entrando al húmedo bosque tras Granger.

Granger empezaba a enfadarse. –Recuerdo con vívida claridad que no pedí tu aprobación. ¿Qué no tienes empatía?

–Se me acabó. ¿Podrías dejar de intentar hacer el bien por un maldito día de tu vida?

–¿Podrías encontrar una gota de compasión en esa papilla fermentada que llamas alma?

–Tengo mucha compasión. Por mis botas.

–¡¿Tus botas ?! –replicó–. ¡Esto es un acto de bondad!

–¡Es una molestia innecesaria!

¿Y dónde estaba la compasión de Granger con su cabello y su túnica? ¿De vacaciones?

Más adelante, entre los árboles un pelaje dorado brillaba. La pobre criatura intentaba escapar, pero su carrera con tres patas la había agotado, así que Granger y Draco la alcanzaron rápidamente.

Los aturdidores de Granger salieron disparados. – ¡Stupefy! ¡Stupefy!

–Serías tan fácil de atrapar –jadeó Draco alcanzándola–. Los malos solo necesitarían encontrar un conejito con una pata lastimada… 

–¡Si me ayudaras , terminaríamos más rápido!

–Bien. ¡Stupefy!

El hechizo de Draco le dió al blanco, sin efecto alguno.

–Cierto –dijo Draco–. Pelaje anti magia.

–Mierda –dijo Granger–. No creí que fuera tan potente.

Granger cambió de táctica y transformó el suelo lodoso en un pantano, el cual medio se tragó a  la cierva, hasta que ésta quedó atrapada. 

Cuando estaban a unos tres metros de distancia, Draco y Granger lanzaron respectivamente un Immobolus y un hechizo de dormir, de los cuales ninguno tuvo efecto a pesar de la cercanía.

–Increíble –dijo Granger, como si esto fuera un fenómeno científico intrigante y no una sentencia de muerte para el Look de Draco.

Con fuerza nacida del miedo, la cierva salió del lodo y pasó entre los dos, con la esperanza de lograr una huída exitosa de este par de humanos.

En una hazaña de atletismo e idiotez, Draco brincó hacia ella. Logró tomarla de una pata, pero se le resbaló entre los dedos. Cayó de rodillas directo al pantano.

Había lodo en su pelo.

Su. Cabello.

Iba a matarlas a ambas. Iba a cenar venado y pastel de postre, la vida volvería a ser sencilla. 

Granger conjuró una cuerda que siguió al ciervo, pero fue repelida mágicamente en el momento en que tocó su pelaje. 

–¡Solo queremos ayudarte! –gritó Granger.

–¡Quédate quieto, estúpido cuadrúpedo! –gritó Draco.

La criatura parecía no entender inglés, dado que corrió aún más rápido.

Granger sacudió su varita e hizo un encantamiento complejo: una pared de tierra los rodeó a los tres.

–Listo –dijo Granger–. No más huidas.

La cierva observó a su alrededor. Estaba en un corral circular de barro. Draco saltó de nuevo, esperando atrapar sus patas para poder acostarla. El ciervo lo esquivó. Granger intentó lo mismo. El ciervo saltó hacia un lado. 

Para este punto, la criatura pareció entender que eran unos principiantes. Se burlaba de ellos jugando para que la atraparan, con todo y su pata lastimada. Esperaba a que Draco o Granger se le acercará y huía de nuevo, lanzándoles lodo a la cara.

–La voy a despellejar yo mismo y voy a hacer una maldita capa con ella –gritó Draco a través del lodo.

Una sacudida de la varita de Granger hizo que las paredes se cerraran más. Ahora solo quedaban dos o tres metros cuadrados de espacio para pisar, el resto era puro pantano.

La atraparon. Draco acostó a la criatura y le sostuvo las tres patas buenas con sus manos ya que cualquier intento de magia se le resbalaba. Su pata lastimada estaba en un ángulo doloroso a su costado.

El ciervo gemía del miedo y temblaba, como si anticipará su muerte.

–Está bien, está bien –dijo Granger. Quién a pesar del lodo y lo desaliñada que estaba, lograba lucir angelical–. No vamos a lastimarte. Este hombre grosero estaba bromeando. Antes hago una capa de él.

Draco no tenía respuesta coherente para eso, ya que estaba ocupado escupiendo lodo.

Granger tocaba ligeramente la pierna del ciervo, murmurando algo sobre fémures.

El ciervo liberó una pata sana y llenó el cabello de Granger de lodo.

Granger cerró los ojos y respiró hondo.

–¿Qué haces? –preguntó Draco–. ¿Ya te arrepentiste? Espero que sí.

–Está bien –dijo Granger, pasando su cabello enlodado hacia atrás–. Tiene miedo. No es su culpa.

La criatura se veía patética. La consciencia de Draco, usualmente ausente en su vida, se conmovió al ver los ojos negros llenos de miedo del ciervo. Cayó en un imprudente lapso de bondad y acarició su cabeza.

Granger le dio una rápida mirada de sorpresa antes de realizar un hechizo diagnóstico. –Si, es una dislocación. Brillante. Tendremos que dormirla para que esté completamente relajada y luego haremos un poco de estira y afloja. 

Al ver la varita de Granger, la criatura suspiró, una expresión de patetismo en sus ojos al prepararse para morir.

Revisaron al ciervo hasta que encontraron una parte de su piel sin magia, la encontraron en un punto suave y aterciopelado justo debajo de su barbilla.

Granger la aturdió. Revisó su esquema de diagnóstico y bajo sus indicaciones, comenzaron. Le indicó a Draco que la tomará de la pelvis y la mantuviera tan firme como pudiera. Granger movía la pierna, acomodándola en cierto ángulo para que el fémur se deslizara por la cavidad del acetábulo.

Durante un largo minuto, Granger jaló la pierna, la dobló, le dió la vuelta y la jaló de nuevo, hasta que por fin se escuchó un suave clic .

–dijo Granger.

–¿Lo lograste?

–Creo que sí –Granger flexionó la pata trasera, la cual ahora se doblaba correctamente y ya no estaba en un ángulo antinatural. 

Granger lanzó otro hechizo de diagnóstico. –Perfecto.

Granger despertó al ciervo, el cual se puso de pie temblorosamente. Se alejó de ellos, apoyándose sobre sus cuatro patas.

Esta bien de nuevo.

Bajaron los muros de lodo. 

La criatura se alejó galopando sin mirar atrás, lanzándoles un último chorro de lodo para despedirse.

A Draco le cayó en la boca y a Granger por la nariz.

–Eso sí que es una… jodida…manera de agradecer –dijo Draco mientras escupía con cada palabra.

Granger estornudó.

Se voltearon a ver, con los ojos como platos, llenos de lodo y apestando.

–Tu cara .

–¡T–Tu pelo ! Yo… 

Colapsaron histéricamente sin poder dejar de reírse.

 


 

Granger todavía estaba temblando de risa cuando se Aparecieron en el siguiente lugar: Devil’s Den.

Y su buen humor persistió, porque ahí, entre el césped bajo un suave cielo celeste, encontró la mágica combinación de hongos y flora que había estado buscando.

Devil's Den, nombre original perdido con el tiempo. El campo a su alrededor se ha teorizado que es la cantera para las piedras de Stonehenge.

(Foto: megalithic.co.uk)

 

–¡Por fin! –dijo Granger–. ¡Sí!

Besó un hongo (en efecto, los hongos recibían más cariño que Draco, estaba bien) y se lanzó como ráfaga por todo el lugar. Sacó varias cosas de su bolsillo y empezó a acomodarlas debajo de las piedras del dolmen.

Y en cuanto a Draco, pues. Una vez perdida, era difícil recuperar la dignidad, pero él hizo todo lo posible por recuperar la suya.

Tuvo que aceptar que su Look estaba arruinado. Uso Scourgify y Aguamenti hasta que por lo menos dejó de oler a mierda. 

Después, lanzó un par de Aguamenti a Granger mientras exploraba, solo para divertirse, y también porque había besado un hongo y no a él.

Se detuvo cuando sus chillidos de emoción se volvieron estridentes y ella gritó “ ¡Malfoy! ” porque no quería que ella lo convirtiera realmente en mierda.

–¿Qué estamos buscando aquí? –preguntó Draco acercándose al equipo que estaba montando Granger.

–Luz –dijo Granger, sosteniendo una especie de sextante hacia el cielo.

–¿Luz?

–Sí. El Sanitatem regular requiere exposición a la luz solar en un cementerio. Para el proto-Sanitatem, necesitamos luz del equinoccio de otoño en una tumba mucho más antigua, captada justo cuando el sol pase por el ecuador celeste.

Un tazón de espejo brillaba entre sus cosas. Tenía runas talladas en los costados. Granger siguió moviendo el sextante junto con una brújula de bronce, finalmente acomodó el cuenco para que apuntará hacia arriba, pero con dirección al oeste.

En su mano tenía un tubo con un botón.

–¿Qué es eso?

–Un Desiluminador –dijo Granger–. Ron me lo prestó.

Granger se acostó a un lado del tazón y usó el sextante nuevamente. Hizo pequeñas modificaciones en la posición del cuenco.

Después se puso de pie, trepó hasta una de las enormes piedras del dolmen y luego se encaramó ahí.

–¿Ahora qué? –preguntó Draco.

–Ahora esperaremos –dijo Granger–. Este año el equinoccio otoñal comienza a las 6:20 pm.

–Oh. Tenemos tiempo de sobra.

–Correcto. Tuvimos suerte de encontrarlo en el sexto intento.

Hicieron un pequeño picnic sobre la piedra con sándwiches de huevo preparados por Henriette.

–Devil’s Den –dijo Draco viendo al resto de la estructura–. ¿Qué tiene de demoniaco?

–Los locales decían que un demonio podía ser convocado al verter agua aquí –dijo Granger apuntando a unos huecos en forma de plato en la roca–. Y él aparecería a media noche para tomar una copa.

–¿Solo agua? Un demonio agradable entonces. Como mínimo hubiera esperado sangre de bebés involucrada. 

–Tal vez podríamos dejarle un poco. De agua, quiero decir. No de sangre de bebés. 

Cuando terminaron su picnic, Granger se frotó la cara. A pesar de los intentos esporádicos de Draco, seguía llena de lodo. La mugre manchaba sus mejillas cual pintura de guerra.

–Creo que prefiero la medicina humana –dijo propiamente mientras se aplicaba Scourgify y Evanesco a sí misma –. No tienes que perseguir a los pacientes. Aún así, fue divertido.

Divertido . Claro. Definitivamente adoro caer de frente en los pantanos.

Granger hizo una mueca y se inclinó para arreglarle el cuello de la camisa. –Un poco de lodo te hace ver más apuesto.

Draco estaba desconcertado.

Había diversión en la cara de Granger y también… cariño.

Draco no sabía qué hacer con ello.

–Pero tu cabello, ya es una causa perdida, al menos por hoy –dijo Granger.

–Habla por ti misma.

Pasaron el resto de la tarde hablando. Se insultaron unas cuantas veces y se gritaron en un par de ocasiones, pero todo estaba bien, porque sus insultos la hacían reír y su calidez suavizaba los bordes de sus ojos, y ¿estaban discutiendo o estaban coqueteando?

Conforme se acercaba el equinoccio, Granger empezó a ponerse nerviosa. Brincó de la roca, volvió a revisar la posición del cuenco, sacó el Desiluminador, solo para volver a guardarlo de nuevo, calibró el tazón una vez más y finalmente, comenzó a caminar.

–Lo siento –dijo cuando notó que Draco la observaba–. He practicado esto muchas veces, pero esta vez es real y si me equivoco, el proyecto se retrasará todo un año y no quiero regarla, pero y si si… 

–No lo harás –dijo Draco.

–No lo haré.

Hizo un hechizo para ver la hora.

6:15 pm.

Granger se arrodilló a un lado del tazón. La brisa movía el césped. Una parvada de aves alzó el vuelo.

6:18 pm.

El aroma a otoño flotaba deliciosamente alrededor del dolmen, marcado por el olor a paja recién cortada.

6:19 pm.

El aire se electrificó por la magia.

6:20 pm.

Llegó el equinoccio.

Los rayos del sol llegaron al tazón de espejo, se reflejaron por todas partes y formaron una esfera de luz pura.

Granger, arrodillada junto al tazón, activó el Desiluminador. La esfera de luz fue absorbida por este.

El sol rápidamente comenzó a bajar.

Y así fue como todo acabó.

Granger guardó cuidadosamente el Desiluminador.

Después, se puso de pie, levantó la cabeza, extendió los brazos y dijo – ¡Sí!

Dió vueltas en círculos, una figura pequeña bajo el gran cielo, riendo de completa y pura felicidad.

Sus giros la llevaron a Draco y convirtió el choque en un abrazo, en el que, de puntillas, ella presionó toda la alegría y el alivio que había en su ser contra él.

Y él se lo permitió. La sostuvo igual de fuerte, su antigua enemiga favorita, esta brillante bienhechora, este estúpido enamoramiento.

Alzó la vista justo cuando él bajó la mirada.

Sus mejillas se encontraron en medio de los restos de lodo.

Y en ese momento, también sus labios.

Fue el beso más inocente e ingenuo que Draco había dado en toda su vida.

Soltó un litro de endorfinas en su sistema.

Se separaron y se disculparon el uno con él otro, porque, claramente había sido un accidente.

Continuaron como si nada hubiera pasado. Porque él era su Auror y ella era su Asignación y ambos eran extremadamente profesionales.

Pero, algo había pasado.

Y Granger no se había alejado gritando, ¿sabes? No se había limpiado la boca, no había escupido. Se había sentido cálido, respiró una vez, y ahora estaba sonrojada mientras se ocupaba de guardar sus cosas.

El cerebro de Draco estaba deleitado con este nuevo recuerdo, de labios secos por el viento y del sabor a sal y a tierra.

Granger continuaba recogiendo sus cosas.

–Esto resuelve Mabon –dijo con alivio en su voz–. Apenas puedo creermela.

–Fue un éxito –dijo Draco, y lo decía en serio.

–Un pequeño triunfo.

–Estás trabajando para lograr uno muy grande.

–Sí.

Los últimos rayos de sol de Mabon acariciaban las copas de los árboles, con destellos en rojo y dorado. Por encima del césped y las colinas, la luna comenzaba a asomarse.

Granger terminó de guardar sus cosas y se sentó entre las colosales piedras del dolmen.

Se quedó ahí un buen rato, con las manos en la tierra y la cara viendo hacía el cielo, suspirando aliviada.

Sus miradas se cruzaron y ella le sonrió.

La Gran Muralla de Aplastamiento se derrumbó.

Algo grande y sin nombre creció en su corazón.

Esta bruja era… esta bruja era… No tenía palabras para describirlo, pero estaba deslumbrado. Quería tragárselo entero.

La esfera de luz todavía brillaba. Pero no estaba en el Desiluminador.

Estaba en él.

Chapter 27: La Fiesta de Theo

Chapter Text

Pues. El aplastar. Objetivamente, no iba bien.

Dado que Draco prefería culpar a cualquiera menos a él mismo por sus problemas, le echó la culpa directamente a Granger, quien no tenía por qué sonreírle. Francamente, ¿cómo se ?Comportamiento desagradable. Desconsiderado. Grosero, de verdad.Granger  de su culpabilidad. A medida que pasaban los días, se adaptó a la vida en la mansión con sorprendente facilidad, tal vez porque rara vez estaba allí. Llegaba a tiempo para cenar tarde, la mayoría de las noches, y se despertaba temprano nuevamente al día siguiente, arrastrando a un Draco con los ojos llorosos detrás de ella mientras retozaba para salvar el mundo.Potter y Weasley visitaban a Granger con frecuencia. Los tres compartían largas conversaciones nocturnas, amontonados en algún salón. Draco se unió sólo cuando Granger lo invitó específicamente; pasó suficiente tiempo con esos dos idiotas en la oficina y no disfrutó más de su compañía. También los encontró demasiado vigilantes, Potter en particular. No es que hubiera nada que ver aquí. 

Incluso en sus lapsos más salvajes hacia la verdad, Draco nunca admitiría cuánto disfrutaba de la (ciertamente esporádica) compañía de Granger en la Mansión. La forma en que su presencia llenaba de calidez los grandes salones. El placer de las réplicas a la hora de la cena. Caminar por un pasillo y saber que acababa de pasar por allí, por el persistente olor a jabón.

Hasta su gato era una adición decente a la casa. Una noche, un “¿Mraa?” al pie de la cama de Draco le informó que la criatura de alguna manera había entrado en sus habitaciones y lo estaba llamando lastimeramente. Luego lo miró con una especie de autocompasión y Draco se dio cuenta de que estaba perdido. Lo llevó de regreso a la recámara de Granger, llamó a la puerta y le dijo: "Creo que esto es tuyo", mientras el gato saltaba a territorio familiar. Granger había estado haciendo yoga y vestía esa ropa, estaba sudorosa, sin aliento y brillante, y olía a sal y humo de vela. Se sorprendió y dijo “¡Oh! Crooks, , no debes ir demasiado lejos”, y un hilillo de transpiración había corrido entre sus pechos, el cual Draco no miró.

De todos modos, el gato estaba bien.

Draco nunca lo admitió explícitamente ante sí mismo, pero detrás de ese aplastamiento, en una parte secreta, estúpida y sensiblera de su alma, deseaba poder compartir más momentos tranquilos juntos, sin ser interrumpidos por gritos de dolor en Urgencias o estudiantes de posgrado empolvados en su laboratorio. Pero tal vez fuera mejor así; tal vez cualquier otra cosa sería demasiado.
A menudo se había preguntado qué impulsó a tantos de sus amigos al matrimonio y a la pequeñez de la felicidad doméstica. Pero, a veces, cuando Granger llegaba a casa, le sonreía y se sentaba a su lado en la mesa, a veces, por un breve momento, entendía. Esos momentos fueron un atisbo de algo que él no sabía que podía desear, pero fueron fugaces, y el sentimiento se desvanecía cuando ella se iba a la cama, y lo dejaba con una sensación de pérdida de algo que nunca había tenido en primer lugar.

Tuvo uno de esos momentos en un día lluvioso de octubre. Era domingo y, milagro de milagros, tanto él como Granger tenían el día libre. Para cuando Draco llegó al comedor, Granger estaba almorzando, pero ella amablemente lo llamó brunch y le indicó una silla.Draco pidió gachas (sin fermentar) de la cocina. Granger estaba sentada con las piernas cruzadas en su silla, una mano ocupada con su tenedor y la otra con su computadora plegable, rodeada de discos plateados.Draco acababa de acomodarse para disfrutar de la tranquilidad y la compañía cuando el momento fue interrumpido por la lechuza de Theo, quien dejó caer dos sobres idénticos sobre la mesa, uno en el regazo de Granger y otro directamente en la papilla de Draco.Granger abrió la suya y descubrió una invitación de Theo. Se lo mostró a Draco, quien vio que Theo se había esforzado mucho en ello: la escritura era hermosa, el pergamino era de la más alta calidad, la tinta brillaba lujosamente.

Querida Sanadora/Profesora/Doctora Granger:

Tengo entendido que se le debe de agradecer/culpar (?) por la actual presencia de nuestro querido Draco en esta tierra. A algunos amigos de Draco y a mí nos encantaría tener la oportunidad de celebrar en persona su hazaña médica. (Sé que puede ser una sorpresa, pero tiene algunos amigos. Dicho esto, será una reunión íntima, ya que solo tiene seis).

Si gusta acompañarnos, le solicitaríamos el placer de contar con su compañía en la Casa Nott este sábado a las siete en punto.

Al final de la invitación había una nota: Vestido - Etiqueta.

El sobre empapado de Draco contenía una nota que creaba un contraste bastante marcado, garabateada con la habitual letra ilegible de Theo y escrita en bolígrafo.

Querido hijo de puta,
Perdí mi Libreta, por eso te escribí por acá. Bebidas y delicias en mi casa, este sábado a las 7. Invité a Granger.
Ven o te mataré.

Besos, Theo

Pd. Lista de invitaciones adjunta para tu revisión.


En el sobre había una servilleta arrugada con la siguiente información:


Granger
Pansy + Longbott
Blaise
Davies + esposa
Luella (en el extranjero)
Flint
Draco, supongo

Draco le arrojó la nota y la servilleta a Granger, quien leyó la misiva ilegible de Theo con las cejas arqueadas.–Vaya. Casi casi tendríamos que enviar esto a Bletchley Park para ser descifrado. ¿La correspondencia con tus amigos usualmente involucra amenazas de muerte?

–Si, e intentamos asesinarnos una o dos veces al año; es tradición.

Granger asintió como si no le sorprendiera y revisó la lista de invitados. –¿Alguna historia turbia?

–Solo el último.

–Mmm. Sé todo sobre él. ¿Y algún hombre lobo secreto?

–Espero que no. Iría primero para revisarles la mente, si decides ir.

–¿Me dejarías ir? –preguntó Granger.

–No soy tu carcelero –dijo Draco–. La Casa Nott está igual de protegida que la Mansión. Y estaría contigo todo el tiempo.

Además, Theo había prometido bailes y abrazos.

Y ahí estaba: claro ejemplo de por qué los Algos entre Aurores y Asignaciones estaban prohibidos. Su análisis de seguridad se basaba en el potencial de acurrucarse.

Draco abrió la boca para decir, al pensarlo dos veces que Granger no debía ir, pero ya estaba tocándose el labio con los dedos. –Vestido de etiqueta. Tendré que pensar en un vestido.

Draco cerró la boca.


Draco y Granger decidieron llegar por Flu separados a Casa Nott, para mantener la ilusión de que estaba cada uno en su propia casa. Draco iría primero para revisar el lugar y confirmar que no hubiera hombres lobo sueltos en el patio. Esto terminó siendo una buena idea, ya que Henriette se enteró de la fiesta y se encerró con Granger toda la tarde.

Para cuando Draco estuvo listo para irse, ni la bruja o elfa habían salido de la recámara. Solo estaba Tupey para despedir a Draco en todo su esplendor de etiqueta.

Draco llegó a Casa Nott a las siete y media. Mientras se sacudía el polvo, Theo apareció para saludarlo. –Gracias por venirte, Draco. Sé que es algo que no has hecho desde hace rato.

Draco y Theo entraron al salón, donde un grupo pequeño de invitados ya estaban conversando. Draco usó un poco de Legeremancia mientras los saludaba. Nadie tenía intenciones traviesas, salvo Longbottom y Pansy, quienes pensaban buscar un baño alejado para un rapidito.

–Dioses –murmuró Draco en lugar de saludar.

–¿Disculpa? –preguntó Longbottom.

Pansy arqueó una ceja.

–Nada. ¿Cómo están?

Después de un poco de conversación, Draco se pasó a Davies y su esposa Audrielle. Davies estaba pensando en dónde esconder su nueva escoba de su esposa; su esposa estaba extrañando al bebé que habían dejado en casa hace veinte minutos y preguntándose qué tan temprano podían irse cortésmente a casa.

Zabini, como siempre, tenía la mente fijada en una morena cerebrito. Sin embargo, antes de que Draco pudiera destripar al hombre donde estaba, notó a la invitada de Zabini: Padma Patil, radiante en un vestido turquesa.

Zabini le dio a Draco una de sus sonrisas presumidas e insufribles.

Los pensamientos de Patil sobre Zabini eran en general que era medio idiota, pero que lo aguantaría ya que también era chistoso y decente en la cama.

–Eres demasiado buena para Zabini –le dijo Draco a Patil.

–Oh, lo sé –dijo Patil sonriendo.

Zabini se rio.

Flint estaba en el bar. Sus pensamientos estaban en como sonsacar a los elfos domésticos para que sacaran las botellas caras de Theo.

Eso completó el rondín de invitados de Draco. Estaba satisfecho que Granger podía unirse a la reunión segura y le envió una Nota diciendo eso.

La respuesta de Granger vino un momento después: Llegó en 10. Henriette es intimidante.

Draco se encontró lleno de anticipación, medio nervioso (¡¿por qué?!), medio complacido.

Flint llamó a Draco para que se acercara. –¿Qué estás tomando?

–Un gin and tonic, fuerte.

El elfo doméstico en el bar chilló –¡Si, señor!

–Dele lo mejor de Theo –dijo Flint dándole una palmada en el hombro a Draco–. Estamos celebrando la supervivencia de Draco.

Theo se acercó e intentó codear a Flint a un lado con poco éxito. –Pipsy, no dejes que este hombre te moleste, ruegue o convenza de abrir la bóveda.

–Por supuesto que no, señor –dijo el elfo, viendo a Flint con desconfianza.

–Se tomó libertades abominables con mi colección la vez pasada –le dijo Theo a Draco–. Terrible hombre.

Flint, sin vergüenza, tomó su bebida y le dio un beso al aire a Theo antes de irse con Davies.

Pipsy el elfo le presentó a Draco su bebida. Era fuerte. Lo aprobó.

–¿Alguna idea de cuándo llegará tu ángel de la guarda? –preguntó Theo volteando a ver el nicho fuera del salón donde la chimenea brillaba–. Si dijo que vendría.

–No tengo idea –dijo Draco encogiéndose de hombros.

Se unieron con los demás al sofá. Draco mantuvo un flujo de conversación pasable, pero su atención volvía a la Flu.

Estaba nervioso. ¿Por qué estaba nervioso?

Finalmente, las llamas de la chimenea se tornaron verde y la forma de Granger dio vueltas hasta llegar a la chimenea.

–¡Ah! –dijo Theo, quien aparentemente había estado observando el fuego con la misma atención–. ¡Nuestra invitada de honor!

Se puso de pie para acercar a Granger al salón. Fue recibida por Longbottom (abrazos), Padma (más abrazos), Pansy (un beso en la mejilla) y Zabini (una sacudida de manos).

Draco, siendo del tipo frío y estoico, cuyo corazón obviamente no se había acelerado, solo le alzó la copa desde donde estaba sentado. Ella le regresó una sonrisa tímida.

Draco regresó su atención a Flint sin escuchar una sola palabra de lo que decía, porque oh no, Granger traía puesto un vestido negro, y era de espalda descubierta, y tenía un corte que le llegaba a los muslos, y su cabello estaba recogido hacía un lado y resaltaba esa parte de su cuello delicioso, y Flint le acababa de preguntar algo y no tenía idea de que estaba pasando.

Tenía una rosa en su cabello.

–¿Qué? –dijo Draco–. Perdón, no te pude escuchar por el ruido de… del hielo. En mi vaso.

–Mentiras –dijo Flint. Apuntó con la cabeza a Granger–. Estás distraído.

Draco le dio el dedo y bebió de su vaso.

–No te pongas penoso conmigo –dijo Flint–. No soy el que se idiotizo y se puso a hacer ojitos en plena conversación.

–¿Yo? ¿Ojitos? Estás diciendo estupideces. Solo estoy… preocupado.

–Sacude ese cerebro y ve a saludarla propiamente entonces, Señor Preocupado.

–Vete a la mierda –Draco se puso de pie y caminó al bar–. Necesito otra bebida.

Después de los saludos y un poco de plática, Granger, Longbottom y Patil formaron un pequeño grupo y empezaron a hablar… de plantas. Divertido. Pansy se acomodó en el brazo de la silla de Longbottom y lo observaba con un tedio y cariño, dándole vueltas a un pedazo del cabello de su esposo.

Draco quería que alguien le hiciera eso a su cabello, pero dichas manos estaban ocupadas en una explicación de algún tipo de hongo.

Escuchó con un oído mientras Davies preguntaba a su audiencia si habían visto a los Cannons ser derrotados por Puddlemore el jueves.

–Nada de Quidditch –dijo Pansy desde el otro lado del cuarto–. Me aburre.

Granger se veía divertida.

–Tu sigue dedeando a tu esposo –replicó Flint con un movimiento brusco de su mano–. Susurramos.

Un sujeto con mucha clase, ese Flint.

Pansy sonrió y empezó un masaje más fuerte a la cabeza de Longbottom, quien por su parte se había puesto rojo como un tomate.

Pipsy el elfo sirvió entradas y reemplazaba las bebidas de todos. Flint y Zabini hicieron lucha de brazos por algo (Flint ganó). Davies compartió un par de escándalos del Ministerios, incluyendo uno nuevo sobre lo que en realidad sucedía en la habitación del Amor en el Departamento de Misterios. Theo coqueteaba con cualquier persona no casada, incluyendo a Granger, Patil, Flint y Zabini. (Había determinado hace tiempo que Draco era una causa perdida, pero aun así ocasionalmente lo volvía a intentar.)

Cuando hubo una pausa en la conversación, Theo se puso de pie y tocó su copa.

–Quisiera proponer un brindis –dijo mientras cruzaba una mirada traviesa con Draco.

Hubo ruido en lo que todos se ponían de pie, moviendo faldas o bebidas y se acercaron a formar un círculo alrededor de Theo y Draco. Granger fue empujada al frente por Longbottom de un lado y Patil del otro.

El cabello de Longbottom ahora era un desastre, y Draco casi reconsideró si dejaría a alguien hacerle lo mismo.

–Como saben –dijo Theo solemnemente–. Nuestro Draco fue afligido por una enfermedad crónica de estupidez…

Hubo murmullos graves de “Trágico”, “Horrible” y “Pobre Hombre”.

–...Una enfermedad crónica de estupidez para la cual no hay cura. Su más reciente relapso involucró un combate mano a mano con un Nundu, seguido de ponerse frente a un chorro de su veneno.

Todos sacudieron la cabeza ante la historia. Draco contempló el asesinato de Theo.

–Y con eso Hermione Granger –dijo Theo apuntando con su vaso a la bruja en cuestión, quien se veía tanto nerviosa como contenta–. Salvadora de idiotas y campeona de los tontos desde, pues creo que desde los once (¿conociste a Potter a esa edad, ¿verdad?). Gracias a su pensamiento rápido y conocimiento y em, cosas científicas muggle que no intentaré siquiera explicar, no porque no las entienda, pero porque ustedes no lo entenderían, Draco sigue con nosotros, libre de seguir siendo irracionalmente estúpido por el resto de su vida (ya sea corta, pero no tan corta, espero). Propongo un brindis: por el triunfo de la medicina moderna, a viejos enemigos y nuevos amigos, a Draco Malfoy por estar vivo y a Hermione Granger por salvarle la vida. 

Hubo un conjunto de “¡Salud!” teñidos de risa.

Draco se encontró sacudido y palmado en el hombro y golpeado en las costillas y un tonto cretino le desarregló el cabello. Mientras tanto, Granger fue rodeada de un grupo delicado de personas chocando sus copas con la de ella.

–Y cuando descubras la cura para la estupidez, nos dices –dijo Pansy.

–Lo haré –sonrió Granger.

–Dinos, ¿qué piensas de Draco ahora que lo conoces un poco mejor? –preguntó Theo–. ¿Fue un buen paciente?

–Te termina cayendo bien –dijo Granger con algo de afecto, como si Draco fuera una clase de parásito que había elegido vivir en su persona y ya le había agarrado cariño.

–Enséñanos la cicatriz, amigo –dijo Flint.

Draco, siendo el héroe, accedió a ello. Se desamarró la corbata de moño, abrió el cuello de su camisa y hubo un coro gratificante de “¡Oooh!” al verla.

–¿Podría la Profesora explicarnos que estamos viendo? –dijo Zabini observando el cuello de Draco.

Granger, quien había estado observando a medias por encima de su hombro, se enderezó y se puso en modo Profesora. Se puso a un lado de Draco (sus tacones ponían su cara a una distancia interesante de la suya, por cierto), y empezó. –Claro. Esto es un excelente ejemplo de una contractura de cicatriz. ¿Ven en las orillas donde se está arrugando el tejido? Es un claro ejemplo: la orilla de la herida se contrae alrededor de la piel dañada y jala el tejido hacía adentro. Malfoy tiene suerte, esta es pequeña y no afectará su movilidad. Más grandes podrían presentar problemas…

Draco ya no escuchó el resto, ya que estaba en un viaje interestelar porque los dedos de Granger le rozaban el cuello.

Theo sacudió su cabeza a Draco. –Eres un maniaco. Tienes suerte de estar vivo, caminando y bebiendo mi mejor alcohol.

Longbottom le preguntó a Granger las características del veneno, Patil del tratamiento, Zabini indagó sobre donde pudiera conseguir veneno de Nundu para temas personales.

La explicación de Granger terminó y hubo conversación en general y refill de bebidas y comida.

Draco no se molestó en arreglarse la corbata. La corbata desarreglada, la cicatriz y el cuello de la camisa abierto le daban un aire de despreocupación que pensó le quedaba bien.

Un grupo se empezó a formar del otro lado del salón. Draco caminó hacía allá, whisky en mano (Flint había intimidado o seducido a Theo para que abriera una botella de Laphroaig 25), para ver qué estaba pasando.

Había un marco dorado en la pared. ¿Y dentro del marco?

La mancha de vino que resultó de la queja de Draco hace un mes.

Theo había agregado una inscripción a lado del marco:

“La Turbulencia del Alma”
Siglo XXI
Medios mixtos
Artista desconocido

Theo veía el marco con cariño. –¿Les gusta?

–Tiene un aire de elegancia –dijo Patil moviendo la cabeza a un lado.

–Muy moderno –dijo Pansy–. Por ende, no lo entiendo.

–¿Qué piensas al respecto, Hermione? –preguntó Theo.

Granger consideró un momento la obra. –Es muy… expresionista.

–¿Kandinsky, pero borracho?  –propuso Patil.

–¿Pueden sentir la pasión contenida? –Theo se tocó el pecho–. ¿La confusión? ¿La frustración?

–Tiene algo que me gusta –dijo Granger–. Una clase de molestia.

–Un tipo de abnegación, creo yo –dijo Theo con los dedos en la barbilla–. ¿Y tú, Draco? ¿Qué piensas de esta nueva adquisición?

Draco miró fijamente a Theo, el pendejo más pendejo que había pendejadas. –No sabía que eras un patrón de las artes.

–Me gusta alentar al genio cuando lo veo. Muchos de estos artistas jóvenes no saben su propio potencial.

Theo se entretuvo un par de minutos más, pidiendo a las chicas sus interpretaciones de la obra y opinión sobre la elección de material del artista (tenía entendido que la pintura había sido cara, y añejada por 30 años antes de su aplicación).

Un Draco irritado regresó a la seguridad de Davies, Flint y el Quidditch.

–¿Qué te pasa que parece que alguien cagó en tu tetera? –preguntó Flint.

–Ayúdame con esto –dijo Draco pasándole una botella.

–Con gusto.

Con ayuda de Flint y Davies, Draco vació la botella preciada de Laphroaig 25 para vengarse de Theo.

Cuando Theo hubo agotado su fuente de diversión con las damas, llamó a la sala en general: –¿Bailamos?

Hubo aplausos y coros de afirmación. Varitas fueron alzadas para hacer espacio y música llenó el cuarto. Zabini encantó el candelabro del techo a dar vueltas y Theo atenuó la luz.

El baile no salió como esperaba Draco.

Para empezar, por obra del destino, o un acuerdo mutuo no hablado tal vez, él y Granger bailaron con todos excepto el uno con el otro.

Patil, Audrielle y Pansy tuvieron su turno con Draco. Mientras tanto, ver a Granger en los brazos de Flint le dieron ganas a Draco de agarrotar al hombre con su propia corbata. Verla en las garras de Zabini invitó pensamientos de sofocación con uno de los cojines del sofá. Y con Theo, Draco tuvo que pensar dos veces romper su vaso y apuñalarlo con él.

Sin embargo, Longbottom estaba bien.

Hubo vueltas y piruetas, hubo alzadas de mujeres por hombros medio borrachos, y uno de un hombre (Theo) alzado por una mujer muy borracha (Pansy).

Después Theo, quien parecía más sobrio de lo que parecía, llamó la atención de todos al hecho de que Draco no había bailado con su salvadora, y era inaceptable. Para la molestia de Draco, él y Granger fueron emparejados y todos se movían y bailaban a su alrededor, y no era para nada la visión íntima que Draco soñaba.

Él y Granger se sostenían tensamente. Granger se veía molesta bajo su sonrisa. Él le piso el pie y ella a él. Se regañaron. Draco le dijo que sus pies eran tan pequeños que, si la hubiera pisado, era porque estaba poniendo sus pies bajo los de él a propósito. Granger dijo que, si le estaba pisando los pies, era porque no se podía evitar pisarlos si estaban en el mismo cuarto por su tamaño.

–¿Y por qué tu corbata no está hecha? –murmuró amargamente Granger.

–Por qué me estabas usando de espécimen en tu demostración –dijo Draco.

–Arréglalo.

Draco tomó como ofensa personal el hecho de que Granger no aprobaba su estilo despreocupado.

–Arréglalo tú –dijo Draco igual de amargado.

–No sé cómo hacer corbatas de moño.

–Te enseño cuando hayamos sido liberados de esta tiranía. Tal vez puedas aprender algo por primera vez.

–¿Yo? ¿Aprender algo? ¿Por primera vez?

El resto de su baile fue igual de armonioso.

Después de dos o tres canciones, fueron liberados del círculo de baile y pudieron estar un poco alejados del grupo, beber de sus copas y fingir que no estaban agravados pues, de todo.

Granger mordió una samosa como si la hubiera ofendido. Draco tuvo una batalla con un camarón.

–Bueno –dijo Draco tomando su corbata–. Ya que te importa tanto.

Granger lo observó mientras hacía el nudo con una concentración molesta.

–¿Entendiste? –preguntó Draco.

–Sí.

Draco se deshizo el moño. –Enséñame.

Granger titubeo. –¿Qué? Por qué no me dijiste que iba a ser una prueba.

–Con calificación del uno al diez.

–¿Una prueba? –dijo un desastre llamado Theo apareciéndose a un lado de Draco–. Ooh. Veamos cómo te va, Hermione.

–Pero no estaba viendo… dijo si estaba viendo, pero no… bueno, está bien, lo intentaré.

Granger se acercó e hizo un intento. Draco no podía ni disfrutarlo porque dos idiotas más se acercaron en la forma de Zabini y Longbottom.

–¿Qué pasa acá? –preguntó Zabini.

–Está atando el nudo –dijo Theo.

–¿Con quién?

–Draco.

–Ooh.

–¿Qué pasa? –preguntó Pansy.

–Están atando el nudo –dijo Zabini.

Patil llegó. –¿Qué están haciendo? 

–Draco y Hermione están atando el nudo –dijo Theo.

–Estoy haciendo un nudo, Nott –dijo Granger.

Patil estaba confundida. –¿Un Nudo Nott?

–Una corbata de moño –dijo Granger pacientemente–. Ese tipo de nudo. No Nott.

Flint llegó. –¿Quién está atando el nudo?

–Hermione. Con Draco.

–A que no –dijo Granger.

–No, yo soy Nott –dijo Theo.

Draco habló para decirles que los odiaba a todos.

Granger dio un paso atrás y se veía cínica ante su intento. –No estoy del todo segura de que pase.

Draco examinó su moño en un espejo. –Seis de diez.

–¿Cómo puedes ser tan cruel con Hermione? –preguntó Theo–. Lo intentó.

Granger agregó su contribución positiva al humor de Draco al decir –Supongo que tendré que practicar más en él.

Draco se ató la corbata a su usual estándar y tomó una nota mental para que Granger tuviera las oportunidades para practicar.

Hubo un movimiento colectivo de la pista de baile al bar para más bebidas. Todos se embriagaron con su bebida de elección. El whisky caro en las venas de Draco lo relajaron más. Pansy y Longbottom desaparecieron por un momento prolongado y regresaron solo ligeramente desarreglados. Davies y su esposa se retiraron por la red Flu.

En el bar, Theo empezó a jugar con los cócteles. Empezó a mover su varita encima de un tazón de algo blanco y espumoso. –Bien. ¿Quién quiere probar mi más reciente creación?

Pipsy sacó copas de champán emocionado. Sirvió copas bien servidas de champán rosado para todos.

–¿Qué clase de coctel? –preguntó Pansy mientras observaba esto.

–Lo llamo champagne di amore –dijo Theo–. No tiene nada de italiano, solo pensé que sonaba sexy.

Pansy acomodó los codos en el bar para ver y Patil se le unió.

Granger se veía tanto curiosa como cínica y se mantuvo a una distancia.

Theo sacó un frasco pequeño y lo alzó. –El ingrediente secreto. A ver qué tanto recuerdan sus clases de pociones.

Vertió el contenido del frasco en la espuma blanca. La sustancia despidió vapor en espirales.

–¡Eso es Amortentia! –exclamó Patil.

–¿Jugando con sustancias controladas? –preguntó Draco.

–Atrevido que eres, Theo –dijo Flint.

–Mmm. Amortentia le da un cierto… –Theo apretó los labios como si fuera a hablar francés–, Je ne sais quoi. Está muy por debajo del límite de la Amortentia claro, solo suficiente para que sepa delicioso.

–¿Estamos microdosificandonos con Amortentia? –preguntó Granger con una ceja arqueada.

 –Solo si quieres –dijo Theo. Agregó una porción de la espuma blanca a cada copa de champán–. No te preocupes Doctora, con tan poca poción, no te enamorarás de mí. Solo mejora el sabor.

–Despistado de tu parte que asumes que no estamos ya enamorados de ti –dijo Zabini.

Theo le mandó un beso al aire.

La fila de copas de champán brillaba rosa y blanco. Theo, con la lengua de fuera por la concentración, agregó una tira de adorno cítrico a cada una. –¡Voila!


(Foto: creative-culinary.com)

"Ooh", dijo Pansy, tomando el suyo y pasándole el otro a Longbottom.

–Ooh –dijo Pansy tomando una copa para ella y dándole otra a Longbottom.

Zabini movió las cejas, él y Patil tomaron sus copas. Las juntaron.

Flint se tomó su bebida de un trago. –Mmm. Otra ronda.

–Se supone que hay que saborearlas, puerco inculto –dijo Theo.

–¿Qué? ¿Estamos racionando el champán? –preguntó Flint.

–¿Por qué estamos racionando el champán? –preguntó Pansy–. ¿Estamos en guerra?

Flint se acercó al otro lado del bar y dijo en un murmullo fuerte –Hazme otra y te diré a que me supo.

Theo se puso nervioso. Pipsy repartió el resto de las copas.

La relajación del whisky en Draco pasó a ser una aprensión con un poco de fatalismo paralizante. Aprensión por lo que veía, y fatalismo porque sabía, muy al fondo de su corazón aplastado, que venía.

Pipsy le dio a Draco su copa de champagne di amore. Se alejó del bar y se escondió detrás de la pared que era Flint.

Observó fijamente las burbujas de la copa. Ridículamente, su corazón estaba acelerado.

No necesitaba oler la copa para saber que era. El fatalismo le pesó; la inevitabilidad de ello un horror lento.

Sostuvo la copa cerca de su cara, sintiendo la efervescencia del champán en la punta de su nariz.

Respiro profundo. Y ahí estaba: café, aire salado, antiséptico. Pero ahora había unos tonos secundarios: champú, polvo de aventuras, vino. El olor a vela quemada.

Granger en una copa.

Mierda.

Draco se aclaró la garganta, observó sus alrededores e intentó verse Despreocupado.

Granger ahora estaba caminando para tomar su copa de la elfa. En su cara se delataba su noble miedo, como si fuera una reina caminando a la guillotina.

Después de tomar la copa, la sostuvo a la altura de su cintura, lejos de su cara y se volteó a platicar con Patil.

Patil estaba distraída por una discusión entre Flint y Theo. Granger visiblemente se armó de valor.

Draco observó mientras acercaba la copa a la cara.

Respiro y se vio aturdida, como si una verdad horrible se hubiera confirmado.

Apenas tuvo tiempo de recapacitar cuando Pansy se volteó hacia ella. –¿Probaste la tuya?

Granger, con la quijada apretada, le dio a Pansy una sonrisa forzada y bebió.

–¿Y? –preguntó Theo.

–Deliciosa –dijo Granger apretadamente.

Cuando la atención del grupo se había alejado de ella, Granger se le quedó viendo a su copa como si estuviera considerando tirarla.

No volteó a ver a Draco.

Longbottom sostuvo la copa bajo su nariz y suspiró. –Mi esposa recién bañada.

Zabini olfateó la suya. –Me está llegando… mmm. Jengibre.

–Estabilidad emocional –dijo Patil al oler la suya riendo–. Y bergamota.

–Césped mojado –dijo Pansy.

–Un fuego en invierno –dijo Theo.

–Cuero –dijo Flint.

–Oooh –dijeron todos.

–Gin –dijo Granger, pero estaba mintiendo.

–Lavanda recién cosechada.

–Menta. Y… albahaca molida.

–Cáscara de naranja –mintió Draco.

–Chai masala.

–Turrón.

Theo rellenó sus copas y el grupo se separó un poco. Las chicas se quedaron en el bar. Pipsy chasqueó los dedos y prendió fuego en la chimenea, donde los hombres estaban reunidos. Acercaron un par de sillas para filosofar frente al fuego.

Draco se acomodó en una silla con una actitud que sugería elegancia descuidada y atletismo varonil en caso de que Granger volteara a verlo.

Hablaron de viajes.

Draco bebió de su copa.

–Draco lo está haciendo bien –dijo Theo con una mirada de aprobación.

–¿Haciendo bien qué? –preguntó Draco.

–Saboreando.

Eso era cierto, lo estaba saboreando. El champán era la felicidad en un vaso. La Amortentia era tan poca que se sentía como recuerdos en su lengua más que sabores. Sacaba sentimientos que estaban detrás de su aplastamiento y hacía querer disfrutarlos.

Había algo ocioso en la miseria acompañando la felicidad. Lo hizo darse cuenta de que quería cosas. No solo cosas obvias de Granger, sino más profundas.

La conversación regresó al tema de viajes planeados y Draco continuó disfrutando su bebida.

Observó a Longbottom y se encontró, por primera vez en su vida, envidiando. Quería lo que este tonto tenía. Quería ser querido. No por su nombre o su dinero o como se veía, si no por ser un hombre decente y en ocasiones tonto. Quería que alguien jugara con su cabello y sus corbatas. Quería que alguien lo tomara de la mano y lo jalara a las pistas de baile, a baños para travesuras, y por el resto del camino de su vida.

Era un anhelo, tan placentero como doloroso.

Ocluyó antes de que cayera en desesperanza lastimosa. (No necesitaba a los Cartujos y sus tormentos; con una copa de champán de Amortentia podía torturarse solo.)

La conversación tornó a los planes de Theo de armar un viñedo.

–Draco no ha aportado su usual grano de arena –dijo Zabini–. Yo pienso que será un fracaso total.

–Draco está Preocupado hoy –dijo Flint.

–Estoy saboreando –dijo Draco.

–Déjenlo disfrutar –dijo Theo, poniendo un brazo protector cruzando el pecho a Draco.

Ubicaciones ideales para el viñedo de Theo fueron sugeridas: algunos favorecieron France, otros Italy, otros de lugares más exóticos como California. Draco dejó de Ocluir ya que su turbulencia emocional había disminuido.

Las tres brujas se acercaron al fuego, cruzadas de brazos entre las tres.

Patil estaba pasando un dedo por los rizos de Granger. –¿Puedo jugar con tu pelo? Te creció muchísimo. 

–Solo si puedo yo con el tuyo –dijo Granger, dándole la vuelta a la trenza de Patil con su mano–. Lo amo.

–Chicas, únanse –dijo Zabini.

–Shh –dijo Flint, enderezándose con interés–. No interrumpan. Quiero ver a donde llega esto.

Pero era demasiado tarde. Granger y Patil se separaron la una de la otra y a donde hubiera llegado esa conversación será un misterio para todos.

Pansy observó a los magos con los brazos cruzados. –¿Unirnos? Solo tienen sillas para ustedes.

–Deja conjuro… –empezó Longbottom.

–No –dijo Theo. Apuntó a las piernas de los magos–. Hay suficiente espacio.

Pansy caminó hacia Longbottom moviendo las caderas y colapsó en sus piernas con una familiaridad de años juntos.

Una punzada pequeña de celos atravesó el corazón de Draco.

Patil se acomodó en la rodilla de Zabini.

¿Y Granger? Granger estaba tomando su varita y estaba a un segundo de conjurar una silla, cuando Theo la intimidó diciendo –No deberías tenerle miedo a Draco, sabes. Está domesticado. Estoy seguro de que no morderá.

La mirada que le dio Granger a Theo era combustible. –¿Miedo? ¿A él?

Acto seguido, ligeramente ebria y llena de valor, caminó hacia Draco, se sentó en su regazo y lo hizo sostener su copa en lo que acomodaba su vestido.

Granger estaba en sus piernas. Granger estaba en sus piernas.

Draco quería morir.

También, decidió matar a Theo por tercera vez esa noche. Le pediría a Zabini el veneno de Nundu cuando lo consiguiera.

Granger se había sentado de lado en sus piernas, sus pompas en sus muslos, pies cruzados en los tobillos a un lado. Esto le ofrecía a Draco una excelente vista de su perfil, incluyendo el costado de un pecho cubierto por tela negra a la altura de su vista. Draco volteó la vista para encontrar algo más seguro. Su mirada cayó más abajo, donde el corte de su vestido revelaba su muslo, justo ahí, a un lado de su entrepierna.

No era seguro. Se le quedó viendo a los zapatos de Longbottom mejor.

Granger estaba… tibia. Caliente.

–¿Muerdes? –preguntó Granger.

–Solo si me lo piden –dijo Draco con una sonrisa.

Nada malo con un coqueteo recreacional. Sus amigos pensarían raro de él si no lo hacía en realidad.

La desconcertó. Draco guardó esto en su archivo de notas mentales de Molestar a Granger, aunque explorar ese tema sería peligroso para el Molestón y la Molestada.

Granger le quitó su copa de las manos. Una vez satisfecho con el orden de las cosas, Theo se volteó para molestar a alguien más.

–¿Theo sabe de tu imaginación bajo anestesia o es mera coincidencia? –preguntó Granger.

–Pura coincidencia. Créeme que esos pensamientos no los compartí con la clase.

–Los sueños sí se hacen realidad. 

–De la manera más inesperada –dijo Draco antes de regresar a un tema más seguro–. ¿Henriette si fue muy intimidante?

–Sí. Muy insistente en el negro.

Lo sería, ya que era una elfa metiche.

Draco podía oler el champú de Granger, pero no sabía si provenía de su cabello o de las copas de champán en sus manos.

Estaba bien.

No se iba a poner duro solo porque una mujer estaba en su rodilla.

Era un Adulto.

Theo ahora estaba insultando el gusto en vinos de Zabini. Patil se le unió felizmente; aparentemente este ya había sido un tema y tenía un arsenal de comentarios listos.

Granger observaba a Theo con un brillo peligroso en sus ojos.

–Conviértelo en una cucaracha –sugirió Draco.

–Podría.

–¿Qué es esto de cucas? –preguntó Flint.

–Cucarachas –dijo Draco.

–¿Quién está hablando de cucas? –preguntó Pansy.

–Draco –dijo Flint.

–Típico –dijo Pansy.

–Granger va a convertir a Theo en una cucaracha –dijo Draco.

–¿Puedes hacer eso? –preguntó Zabini.

–Obviamente –dijo Granger.

Theo alzó su copa con una mirada cautelosa a Granger. –Salud, justo lo que quería: una nueva fobia.

–Muy Kafka de tu parte –dijo Patil–. Tendrás que escribir un libro de tu experiencia.

–Estos filisteos no entenderán la referencia –dijo Theo–. Discúlpenme, tengo que ir a rellenar mi bebida y coincidentemente huir de Granger.

–Lo puede hacer a distancia –dijo Draco a la espalda de Theo.

Sintió el temblor de la risa de Granger al ver que Theo se alejó más rápido.

La conversación regresó al vino. Zabini defendía a Vermentino.

Granger estaba en sus piernas.

Draco intentó no pensar en ello.

Dio su opinión de los taninos.

Sintió calor bajo su camisa. Se aflojó la corbata.

Desde el bar, Theo gritó: –¡Oigan! ¡La práctica!

Granger se enderezó. –¡Oh! Creo que ya olvidé todo.

Se acercó a Draco con una clase de enfoque embriagado. Se había puesto algo ahumado en los ojos que los hacía aún más fácil perderse en ellos. Por ende, Draco no la volteó a ver. Admiró el techo. Sintió algo en el cuello y ahí en su cuello Granger estaba moviendo su corbata.

–Espera –murmuró Granger–. Es…no…al otro lado.

Los dedos de Granger eran cuidadosos con su cicatriz en lo que deshacía lo que acababa de hacer. Draco se dejó soñar despierto donde ella continuaba a deshacer cosas, empezando por los botones de su camisa, y luego a él.

Su pene empezó a tomar interés y se movió.

Excelente.

Granger se le quedó viendo al nudo de la corbata y suspiró. –Maldita sea. No tengo idea de que hice.

Draco tampoco, así que estaba bien.

A Granger le dio hipo, se acomodó más cerca en su regazo y empezó de nuevo. Espero a que su cerebro sugiriera algún comentario sarcástico y lo único que propuso fue: glurkk.

Draco estaba de acuerdo.

Si se acercaba más y se movía de nuevo, pronto le daría a Granger la Evidencia Concreta que siempre buscaba.

A lo lejos, registró palabras de apoyo de Longbottom a Granger.

–¡Listo! –dijo Granger.

Longbottom revisó y dijo que era un buen nudo de corbata de moño esta vez.

Granger conjuró un espejo para que Draco diera su aprobación.

Lo único que vio fue su propio reflejo: ojos dilatados, rosa en sus mejillas. También tenía un pelo fuera de lugar.

–Ocho de diez –dijo Draco–. Sostén esto cariño, debo arreglar esto.

Granger no era cariño. Le dio una mirada que le cortó el aire. Se arregló el cabello justo a tiempo; transformó el espejo en una monstruosidad que lo hacía parecer un Escreguto.

Zabini se fue a buscar a Theo, seguido de Patil.

–Supongo que mejore por lo menos –dijo Granger, pero quedaba claro en su alma estudiosa que no había logrado la mejor calificación.

–Es divertido enseñarte algo a ti para variar.

–Hay muchas cosas que me gustaría que me enseñaras.

–¿Oh?

–El encantamiento de detección –dijo Granger en voz baja–. El que usaste en mi casa.

Draco dijo, igual de callado –Solo si me enseñas el comando de runas, el que usaste en las flechas.

Granger pensó un momento, dedo en su labio. Después se acercó más, oliendo delicioso y susurró –Está bien. Pero tienes que enseñarme el hechizo geodésico de protección a cambio.

No había nada interesante en decir hechizo geodésico de protección, pero aun así Draco apretó la quijada al escuchar las palabras, cosa que se fue directo a su entrepierna. Estaba semi duro.

Draco tenía una última solicitud, tan privada que le pidió a Granger acercarse aún más. Uno de sus rizos le rozó la boca donde se acercó.

–Tendrás que enseñarme La Computadora –dijo Draco.

Granger soltó un ruido de shock. –Eres un extorsionista.

–Lo sé.

–Tendré que proveer un mejor intercambio; los secretos de La Computadora son demasiado poderosos.

–¿Oh? Tendré que pensar en otra cosa que ofrecer.

Granger pasó una mano por el brazo. Tenía escalofríos.

Lo cual era malvadamente satisfactorio, pero también, potencialmente, Un Problema.

Ya concluida la negociación, bebieron de su champán.

Draco volteó a ver a su alrededor para descubrir que nadie les estaba prestando atención. Flint le estaba explicando a Longbottom porque estaba prohibido de entrar a Fortescue. Draco no escuchó el resto de la historia, la cual le pudo haber interesado, pero no era un momento regular. Pansy estaba dormida en el hombro de Longbottom.

Flint murmuró que estaba desesperado por otra bebida y se fue.

Longbottom cargó a Pansy a uno de los sofás.

Granger revolvió lo que quedaba de su champán y observó las burbujas.

–Cáscara de naranja –dijo pensativamente.

–¿Qué tiene? –preguntó Draco.

–¿Qué le pasó a tu caramelo y café?

–¿Qué le pasó a tu perfume caro?

–Mentiste.

–Tú también.

–¿Por qué?

–Supongo que… es privado.

–Sí.

Granger, balanceándose en el regazo de Draco, se bebió lo último de su champán. Tragó. Una gota se quedó en su labio la cual se talló con la punta de un dedo.

Glurkk.

Draco desvió la vista hasta que fuera seguro, y la regresó.

Ahora su cara estaba cerca a la suya. Su mirada era suave, embriagada y soñadora.

–Odio que sea tan deliciosa –dijo Granger. Se veía devastada. Devastadoramente sexy. Presionó su dedo a sus labios.

Draco se terminó su propio champán para distraerse. La mirada de Granger se enfocó en sus labios y lo vio a los ojos de nuevo.

–Positivamente odio la mía. Si eso te hace sentir mejor –dijo Draco.

–Raramente, sí.

Draco se movió bajo el pretexto de ponerse más cómodo o algo. Granger se deslizó más cerca.

Sintió la curvatura de su seno en el pecho. La masa de su cabello estaba atrapada entre ellos y le hacía cosquillas en el cuello.

Y ahí estaba la fuerza gravitacional de Granger, el acercarte, el llamado hacia ella. Su boca estaba a dos pulgadas de la suya. Sus ojos eran cálidos. Podía poner su mano en su nuca y… dioses, por la manera en la que estaba acomodada, no tendría ni porque acercarla, simplemente caería contra él y sería… sería…

Granger parpadeó, exhaló y se alejó.

Sería una mala idea. Sí.

–He bebido demasiado alcohol y no estoy pensando claramente –dijo Granger, pero parecía decírselo más a sí misma que a Draco.

–Jamás he pensado más claramente que en este momento –dijo Draco.

Granger se enderezó más. La calidez en sus ojos se extinguió. Estaba Ocluyendo.

Draco hizo lo mismo. Probablemente era lo mejor. Mejor que una sesión de besos en plena fiesta de Theo por lo menos,

Se dieron cuenta que estaban solos. Todas las sillas estaban vacías. Granger había estado sentada en sus piernas bajo la excusa más frágil y ahora no había razón de hacerlo.

Había voces en la chimenea Flu fuera del salón. La gente se estaba preparando para irse.

Con repentino vigor asustadizo, Granger se levantó del regazo de Draco. Camino al bar, donde pidió a Pipsy un vaso de agua fría el cual se tomó de un trago. Dejo el vaso en el bar y con la espalda recta, se le quedó viendo a la nada. Pipsy le preguntó si estaba bien. Granger, con la voz apretada, dijo que todo estaba bien.

Draco se esperó lo suficiente para asegurar que no hubiera evidencia dura y alcanzó al grupo en la chimenea. La Oclusión ayudó con sus aires de despreocupación que quería dar al empezar a despedirse.

Granger se les unió, ya más tranquila y también dio las gracias y despedidas. Longbottom, con Pansy en sus brazos, se desapareció, seguido de Zabini y Patil, y Flint.

Draco distrajo a Theo hacia el salón para que Granger pudiera llegar a la Mansión sin ser escuchada.

–Fuiste menos miserable y bastardo de lo usual –dijo Theo.

–Pendejo entrometido –dijo Draco.

–Me alegra que la pasaras bien.

–Odie cada segundo.

Theo sonrió. –Vete a chingar a tu casa, Draco.

Draco se despidió y fue a la chimenea.

Esperaba que Draco no hubiera huido a su recámara en lo que hablaba con Theo. Tenían algo pendiente por resolver.

Iba a tener su maldito baile.


Draco salió del otro lado de la Flu para encontrar a Henriette ayudando a Granger a desempolvar su vestido.

Henriette limpió a Draco también, les dio las buenas noches con un brillo travieso en sus ojos.

–Bien –dijo Draco arreglándose el moño–. Qué bueno que sigues aquí.

Granger se veía cautelosa. –¿Por qué…?

Draco la tomó del brazo y los llevó fuera del cuarto de Flu.

–¿A dónde… –dijo Granger sorprendida?

–El salón de baile.

–¿Pero por… –dijo Granger?

–Quiero un baile.

–Pero nosotros…

–No. Eso fue basura.

Granger no objetó más, pero se dejó llevar, cortésmente confundida.

Draco abrió las puertas dobles del salón de baile. Los elfos mantenían los cuartos de la Mansión listos para su uso inmediato y este salón no era la excepción. En la oscuridad, los pisos de mármol blanco brillaban y la multitud de espejos en las paredes brillaban. Al final del salón, ventanas de techo a piso se estiraban hasta desaparecer.

Draco sacudió su varita al techo. Ocho candelabros de cristal se prendieron, bajaron y empezaron a dar vueltas. La luz se reflejaba en el piso y los espejos.

Otra sacudida de varita y el sonido de una orquesta empezó a sonar.

Granger hizo un ruido de sorpresa, con los labios entreabiertos, cosa que le daba tanto placer a Draco.

Sintió una sonrisa aparecer en su cara. –Es espléndido, ¿verdad?

–¡Lo es!

Draco tomó una de las manos de Granger, posó la otra en su cintura, y la empezó a guiar en un vals antes de que se pusiera muy Granger y preguntara cosas, como si se había vuelto loco.

Bailaron cautelosamente un par de pasos. La volteó a ver para ver si estaba planeando huir de un lunático, pero estaba siguiéndolo, con cautelo, pero curiosa. Lo había visto de esa manera una vez, cuando había encantado a todo un grupo de doctores Muggle en un bar de Oxford. Era tanto una sorpresa placentera como un quién rayos eres en una misma expresión.

Así como en Provenza, su cintura era cálida bajo su mano. Su mano en la suya era gentil. Era ligera mientras se movían, y esta vez no había pisotones.

Draco observaba su baile en los espejos: como su figura se acomodaba tan bien con la suya, como su vestido se movía con el movimiento. Se dejó llevar sin remordimiento en este caleidoscopio de ángulos para deleitarse de ella. Si veía por allá, era el espacio entre sus hombros, a la izquierda, la curva de su retaguardia, si veía hacía abajo, eran pestañas oscuras, mejillas sonrojadas y labios rosas.

Se acercó más a él en una vuelta, se presionó contra él y se sintió hermoso. No la dejó alejarse de nuevo; su mano bajó a su espalda baja y la mantuvo ahí. Lo volteó a ver con curiosidad oscura, y bajó la vista mordiéndose el labio.

La música subió. A su alrededor el salón daba vueltas, las estrellas de la ventana brillaban, los candelabros bailaban en su propio baile y daban esplendor al cuarto.

Era un momento de encanto, de armonía, enseño. Sus ojos estaban llenos de la luz y sus oídos de los violines y sus corazones el uno con el otro.

Esto — esto era lo que él quería.

Alzó un brazo y ella dio una vuelta, y después solo se conectaban por los dedos, y dio media vuelta para regresar a él, tan cerca que la sintió inhalar.

La luz estaba en sus venas de nuevo, el sol de Mabon, incandescente, glorioso e inflando su corazón y dejándolo sin aliento.

De nuevo dio vuelta y esta vez regresó con su espalda contra su pecho, sus pompas contra su entrepierna. Sus ojos se cruzaron en el espejo, pero fue demasiado intenso y desviaron la vista.

Ahora era su turno de participar en alzadas, la cual hizo, con sus manos en su cintura, elevándola al aire. Le dio vuelta en el aire, tomando placer en su sorpresa, sus manos en sus hombros. Voló encima de él con una risa de sorpresa y deleite.

Cuando la bajó, lo sostuvo cerca, riendo, el brillo de felicidad real en sus ojos. Sintió una felicidad que jamás había sentido. La ligereza en él era sublime.

Sus brazos estaban en su cuello. Estaba tan cerca de él que quería explotar.

El sentimiento era raro, precioso, le detenía el corazón. Era radiante. Le robaba el aliento. Era todo lo que él quería.

Las luces se atenuaron. La música se calmó.

Dejaron de moverse y se quedaron en este abrazo, respirando, miradas oscuras, embriagados el uno del otro, esperando.

–Granger, yo…

Ella alzó la vista.

Él no dijo nada. Estaba cayendo.

No necesitaba el anillo para saber que su corazón también estaba acelerado. Podía sentir su pulso en el pecho. El suyo estaba igual, tan rápido que dolía.

Estaba embriagado en endorfinas y mucho del buen alcohol y muy poco sentido común. Su boca estaba un poco abierta. Estaba viéndolo como si pudiera besarlo. Era… imposible. No podía pasar.

Ahora sus manos estaban en su quijada.

Se agachó hacia ella, la fuerza gravitacional demasiado dulce.

Su beso fue una suave pregunta.

Su respuesta fue apretarla contra y hacía él. Hizo un ruido de sorpresa contra sus labios mientras la besaba de regreso.

Por fin. Maldita sea, por fin.

Sus bocas se juntaron con deseo, con mucho champán, de Odio que esto sea tan perfecto.

Solo que ahora no era Amortentia en sus bocas; no eran esas oleadas fragantes y fabricadas de ella. Era real. Y el champán era una mala imitación, ya habiendo tenido lo real, aliento en su boca, manos en su camisa. La Amortentia no hablaba de la suavidad de sus labios, de temblores, de manos en el cuello de su camisa, de una bruja deliciosa, sonrojada y frágil, presionando su boca sonriente contra la de él.

Tembló un poco, y él también, con una mezcla de adrenalina, nervios y restricción.

Ella se alejó y puso su cara en su cuello. La intimidad de esto hizo que se le acelerará el corazón. Sus brazos la envolvieron. Era delicada y temblaba deliciosamente.

–Sigo sin pensar claramente –dijo en voz baja y ronca, sus palabras contra su cicatriz.

–¿Y si decimos que fue el alcohol? –preguntó Draco susurrando.

–Sí –dijo Granger aliviada–. Eso. Hemos bebido… mucho.

–Y eso claro que es el culpable de cualquier comportamiento extraño.

Ahí estaba el sonido dorado de su risa. –Obviamente.

Se observaron fijamente.

Él podía morir feliz si sus labios se volvían a tocar.

Y luego lo hicieron.

Chapter 28: El Vikingo, Conducta Vergonzosa de / Sanación, Placeres de la

Notes:

Advertencia de violencia/gore en la segunda parte del capítulo. Se menciono al inicio de la historia de que es una historia con poco de esto con momentos serios ocasionales; hemos llegado a uno de ellos. Es del agrado de la autora informarles que es violencia entre humanos y no hubo hongos lastimados.

Chapter Text

El baile, las luces, la música y la mujer que tenía entre sus brazos; fue un momento de tanta felicidad que se convertiría en uno de los mejores recuerdos de Draco y produciría un Patronus asombrosamente poderoso durante varios años.

Se separaron con remordimiento. Granger se alejó primero, y después Draco la besó de nuevo; sentía el inminente golpe de la realidad y quería uno más.

Luego, cuando intentó alejarse, ella se puso de puntas y presionó sus labios en el borde de su mandíbula. Su mano se deslizó por su nuca, pétalos de rosa rozaron sus dedos, ella suspiró contra su mejilla.

El sueño del momento empezó a desvanecerse. Draco pasó sus manos por su costado para memorizar la sensación de ella y la besó una última vez para sellar el recuerdo de su dulce boca.

Se miraron el uno al otro, con los labios húmedos, desconcertados, sus sentidos embriagados finalmente comenzaron a razonar lo que acababa de pasar.

La realidad era fría e inflexible, lo golpeó con fuerza. El cerebro de Draco, que hasta el momento del recuento de los daños, había estado ausente toda la noche, regresó. Le pregunto violentamente, ¿qué chingados había hecho? Un Auror no besaba a su Asignación.

Granger se veía igual de confundida. Dió un paso atrás. Había autorreproche, remordimiento y preocupación en sus movimientos.

Se vieron el uno al otro con una creciente alarma y desesperación por afirmar que no había sido nada.

Granger, afligida, encontró su voz primero. –No debimos haber hecho eso.

–No, no debimos –dijo Draco, odiando como sonaba su voz, sin aliento.

Granger observó el suelo, a los espejos, a cualquier lugar excepto a él. –Sé que no estamos… em… eso, lo sé, obviamente, ya sabes…

–Si, obviamente…

–Y además, no somos…

–Sí.

–Tenemos una relación laboral –dijo Granger–. Y existen reglas estrictas sobre este tipo de cosas. Por una muy buena razón.

–Las hay. Sí. Reglas. Y un código de conducta que es inequívoco en… en este tipo de casos.

–Si. Claro.

–Fue un lapso en nuestro juicio –dijo Draco.

–Sí. Ambos estabamos–estabamos bajo la influencia. No volverá a suceder. No quisiera infringir nada ni poner en peligro esto. Tú como mi Auror y… y todo.

–Claro.

–Claro –repitió Granger.

Draco intentó encontrar su despreocupación. –Solo fue el alcohol. Solo el alcohol.

–Obvio, si. Nada más.

–Nada más –repitió Draco.

–Bien –dijo Granger.

–¿Vamos a… a la cama? –preguntó Draco.

–Sí.

–Me refiero por separado, obviamente. Ir a nuestras camas. En plural... Quiero decir, podemos irnos juntos pero cada quien a su respectiva cama. 

–Claro –dijo Granger, asintiendo vigorosamente ante esta aclaración–. Sí.

–Porque jamás iríamos a la misma cama, obviamente… 

–Por supuesto que no.

–...Eso sería descabellado.

–Si.

–No estamos locos.

–No. Estamos perfectamente cuerdos.

Habiendo establecido su supuesta cordura, se dirigieron a la puerta.

Las cosas que los había unido seguían ahí; rozaron sus codos, saltaron de inmediato como si se hubieran quemado y después se volvieron a disculpar. 

Su salida del salón estuvo llena de momentos incómodos, entre quien abriría la puerta y quien pasaría primero, sin tocarse, claro está.

Draco acompañó a Granger hasta la escalera principal pero no la siguió.

–¿No vas a…? –preguntó Granger.

–No –dijo Draco–. Pensándolo bien, he decidido tirarme al lago.

Granger parecía aceptar que era una excelente idea. –Yo iré a gritar contra mi almohada.

–Bien. Excelente. Em… que lo disfrutes. 

–Gracias.

Granger se apresuró a subir las escaleras sin mirar atrás. 

Draco esperó a escuchar que la puerta se cerrará.

Y luego, silenciosamente, pero con toda la turbulencia de su alma dijo: – Mierda .


La luna llena era inminente.

Intentando mantener un balance entre la seguridad pública y la histeria colectiva, el Ministerio publicó un comunicado pidiendo a la comunidad mágica resguardarse durante las tres noches de la luna del cazador, por sospechas de actividad entre los hombres lobo.

Potter, la WTF, y todo Auror disponible pasó la luna del cazador cazando, al finalizar, atraparon a treinta hombres lobo quienes se habían movilizado para transformar y morder a la mayor cantidad posible de personas. Siete hombres lobos no fueron capturados a tiempo, quince personas fueron mordidas, y cinco fallecieron por sus heridas.

El trabajo de Granger se volvió urgente. La Legeremancia de Draco jamás había estado en tan alta demanda.

Pero Fenrir Greyback fue bastante cuidadoso. No había nada útil en la mente de los arrestados.

Las trampas de las casas de seguridad y en la casa de Granger resultaron en cuatro capturas: una bruja y tres magos, todos trabajando bajo las órdenes de Greyback, y todos exasperantemente desconocían su paradero.

Se reforzó la seguridad en King’s Hall. Profesores y estudiantes perplejos se vieron obligados a presentar su credencial en la entrada que ahora estaba vigilada por personal del Departamento de Seguridad Mágica. El acceso al tercer piso, donde se encontraba el laboratorio de Granger, estaba bloqueado. Los demás adjuntos tuvieron que ser reubicados. Granger informó a su equipo sobre la amenaza y les dió la opción de detener su trabajo, con remuneración, hasta que se resolviera la situación. Nadie aceptó la oferta.

Los días pasaron tensos y ansiosos. Cuando no estaba con Granger, la atención de Draco se centraba obsesivamente en revisar su anillo, esperando sentir el latido de pánico de su corazón o la alerta de emergencia.

Así que, por supuesto, en el siguiente incidente, no sintió ninguna de las dos.

Fue el corpulento borrego cimarrón, Patronus de Goggin quien le alertó del problema.

Draco había estado interrogando a un hombre lobo que había sido atrapado en la casa de Granger cuando el borrego plateado saltó hasta la celda.

–King’s Hall –gruñó la voz de Goggin–. ¡Rápido!

Draco se Apareció en Cambridge para encontrar tanto a magos, como a muggles en pánico corriendo por el patio de Trinity. Se abrió paso entre la marea para llegar a la entrada de King’s Hall, donde Goggin yacía, abierto desde el esternón hasta la pelvis, desangrándose. 

A su lado estaban las figuras inertes de los operativos de seguridad que habían estado de guardia y los cuerpos de cinco magos desconocidos. Más adelante, una pila de libros tirada. No había señal de Granger.

Sintiendo un horrible deja vu, Draco mandó tres Borzoi a la oficina de Aurores y al servicio de Medibrujas.

Se Desilusionó y Apareció en la ubicación del anillo. ¿Por qué chingados no había activado la señal de emergencia? ¿Qué le habían hecho?

Llegó a un lugar oscuro, en la sala de una casa abandonada. Las siluetas de seis hombres brincaron sorprendidos al escuchar el crack de su Aparición.

No podía ver a Granger, por lo que no se atrevió a derribarlos con algo explosivo. Logró Petrificar a tres de ellos mientras se orientaba, esquivó dos maldiciones, y después estaba en el cruce de demasiados hechizos como para esquivar todos, un Finite Incantatem le dió , algo le contusiono la rodilla, junto con un Stupefy .

El último hechizo apenas y lo rozó, dándole en el hombro. La varita se le resbaló entre sus dedos dormidos.

Draco, viendo su varita rodar hacia los pies de su oponente, fingió colapsar como si el hechizo hubiera dado en el blanco. 

Quedaban cuatro hombres. Desde donde estaba, Draco pudo ver a Granger, desplomada contra una pared. Ella también parecía Aturdida. No había sangre a la vista. Fue un pequeño alivio.

La varita de Draco fue recogida por el hombre más grande, quien ahora tenía tres en su mano: la de Draco, Granger y la suya.

–¿Es un maldito Auror? ¿Cómo chingados llegó aquí? –preguntó uno de los hombres. Apuntando con un Lumos a la insignia de la capa de Draco. 

–Está debe de tener un rastreador –dijo otro, pateando a Granger. Lanzó un hechizo básico de revelación, demasiado simple como para detectar el anillo–. Hay que desvestirla.

Jaló a Granger con violencia innecesaria, haciendo que su cabeza cayera hacia atrás. Empezó a romperle el suéter y metió una mano para desabrocharle el pantalón.

Ese iba a morir hoy.

Yo la revisaré –dijo la figura más grande.

Esa voz ronca con acento. El brillo rojizo de su barba.

Era Larsen.

–Tu siempre haces la parte divertida –dijo el hombre tocando el zipper de Granger con su mano–. Yo también quiero… 

Larsen agarró al hombre por el cuello. –Moore. Dije que yo lo haré.

–Quítame tus putas manos de encima –dijo Moore, soltando a Granger para intentar zafarse de la mano de Larsen.

Comenzaron a pelear. Draco los vió y esperó el momento en que alguno de los otros hombres se acercara lo suficiente como para robarle la varita.

Uno de los secuestradores intentó mantener la paz, metiéndose entre Larsen y Moore. –Oi oi oi. ¿Podrían dejar de pendejear? Quién sabe cuántos Aurores vienen en camino.

–Sí –dijo el cuarto hombre–. Hay que tomar lo que necesitamos de ella e irnos.

Moore aprovechó la distracción para darle un golpe en la cara a Larsen. –Suéltame pendejo…

Larsen no se tomó bien el golpe. Le dio un revés a Moore contra la pared. Moore se levantó y se lanzó contra Larsen gritando. Los otros dos intentaron intervenir, con varita en alto, amenazando con aturdirlos.

Draco esperaba su oportunidad, si tan solo hubiera una. Ahora estaban más cerca de Granger que de él, y había demasiada distancia como para tomar una varita de la mano de Larsen.

El Stupefy ya estaba perdiendo su efecto en el brazo de Draco. Pasó su mano a la funda que tenía en el muslo, donde tenía amarrado su cuchillo favorito.

Un latido fuerte le llegó a través del anillo, que solo se fue intensificando por el miedo.

Granger estaba despertando.

Mientras sus secuestradores se peleaban, una de sus manos se movió hacia su bolsillo. Mantuvo su cabeza colgando como si todavía estuviera inconsciente.

Ahora, entre las botas de los hombres, Draco podía ver algo brillando en su palma. Eran varios de sus discos anti magia.

Oh. Oh .

Granger estaba a punto de igualar el campo de juego.

Draco esperó.

Con un movimiento de su muñeca, Granger lanzó los discos a las esquinas del cuarto, debajo de muebles podridos y esquinas oscuras.

Uno de los hombres notó el movimiento. –¿Qué carajos acaba de hacer?

–¿A qué te refieres?

–Acabo de verla, no sé, creo que lanzó algo.

Se acercaron más a Granger.

Larsen la tomó de la barbilla y presionó la varita en su sien. – ¡Legilimens!

Pero fue demasiado tarde. Draco sintió el momento exacto en el que el perímetro de los discos se activó: en lo profundo de él. Había una repentina sensación de vacío. 

No habría más Legeremancia en este cuarto.

–¿Qué chingados está sucediendo? –preguntó Moore.

Uno de los hombres se puso la mano en el pecho, como si le hubieran robado el aliento. –¿Qué chinga… 

Draco no les dió oportunidad de descubrirlo.

Se puso de pie de un salto, dio tres zancadas hasta donde estaba el grupo y le encajó el cuchillo al primer cuello disponible.

Después, felizmente liberado de su sentido del honor, apuñaló al siguiente hombre por la espalda.

El pacificador y el otro habían caído.

Larsen y Moore se dieron la vuelta y se apoyaron en la pared, con las varitas en alto.

¡Expulsis visceribus! –gritó Larsen, apuntando la varita hacia Draco.

¡Confrigo! –gritó Moore, apuntandole también–. ¡Curcio!

No pasó nada.

Desconcertados, Larsen cambió a la varita de Draco, – ¡Decapio! –luego a la de Granger–. ¡Stupefy! –sin lograr nada.

–Qué chingados… –dijo Moore, apuntando inútilmente con su varita a Draco.

Draco tomó la varita de la mano de Moore, ya que estúpida y convenientemente se la estaba ofreciendo.

Aprovecho para encajarsela a Moore en el ojo, hasta el fondo. 

Salieron algunos chorros de gel vítreo. Moore cayó hacia el frente gritando. Draco le pisó la cabeza y no quitó su peso hasta que sintió la punta de la varita perforando el cráneo del hombre en la suela de su bota.

Eso fue por Granger.

Le pasó por encima y se volteó hacia Larsen.

El y el Vikingo se observaron fijamente.

Hasta ese momento, el hombre más grande con el que Draco había peleado era Goggin. Este hombre hacía que Goggin pareciera un adolescente. Draco era lo suficientemente inteligente como para saber que físicamente le sacaba ventaja. En cualquier otra situación, se habría retirado. La jugada correcta era huir, por lo menos lo suficiente como para pedir refuerzos. Era la jugada más lógica.

Pero no iba a huir. Dejaría a Granger sola con este hombre sobre su propio cadáver.

Ese era el problema de los Algos entre Aurores y Asignaciones.

Draco tenía un cuchillo. Larsen tenía toda la ventaja con su peso y altura.

Esto se pondría interesante.

Larsen parpadeó al reconocer a Draco en la penumbra. –¿El piloto…?

Cierto. Los recuerdos de Driessen.

–No peleemos –dijo Larson alzando las manos–. Te dejaré ir. Solo la necesito a ella. No vale la pena lo que te haré a ti.

–Ella definitivamente vale lo que te haré a ti.

Larsen soltó sus varitas y corrió. Empezaron un baile peligroso, con Draco haciendo todo lo posible para evitar ser sujetado, mientras que Larsen no quería nada más que tenerlo cerca y para poder molerlo a golpes.

Draco se interpuso entre Larsen y Granger, quien estaba arrinconada en la esquina, sentía su corazón latiendo a mil por hora a través del anillo.

Larsen se acercó demasiado. Draco le hizo un corte en la cara. El otro le lanzó un puñetazo destinado a la garganta, le dió en el pecho. Draco sintió algo romperse.

Ciegamente alzó su brazo con cuchillo en mano. Larsen lo esquivó en el último momento, perdiendo una oreja en lugar de su vida.

Se separaron. Draco estaba batallando para respirar, algo no estaba bien con sus costillas. Larsen tocó su cabeza y miró sorprendido su mano ensangrentada. Lo que quedaba de su oreja estaba en el suelo.

Se observaron fijamente. Draco extrañó su Legeremancia.

Larsen gritó y se lanzó contra Draco de nuevo. Draco le dio una patada en el plexo solar que debió haberlo puesto de rodillas.

No lo hizo. Lo alentó por un momento pero cambió de táctica, enfocándose en quitarle el cuchillo a Draco. Draco vió una oportunidad y la aprovechó, su puño chocó contra su ojo. Sintió el contorno de la cuenca del ojo de Larsen contra sus nudillos.

Ese golpe habría tumbado a cualquier hombre, pero no al Vikingo. Se lo quitó de encima y se lanzó de nuevo para tomar el cuchillo. Draco lo recibió con la punta de su cuchillo y le atravesó la mano.

Larsen apartó su mano e intentó lanzarle un gancho con la otra, sólo parcialmente esquivado por Draco.

Golpeó a Draco en la mandíbula. Vió estrellas.

Si Larsen le hubiera asestado un solo golpe sólido, la pelea se habría acabado. El Vikingo era una bestia.

Se separaron. Larsen sostenía su mano perforada a un costado. Draco sacudió la cabeza para reacomodar su cerebro. Puntos negros nadaban en su visión.

El combate cuerpo a cuerpo era agotador. Después de estos largos sesenta segundos de pelea, Larsen debería haber estado como Draco, jadeando y temblando por el esfuerzo. Apenas y bufaba.

Volvieron a pelear. Draco logró darle un golpe en la boca a Larsen. El Vikingo perdió impulso y se movió.

Ahora estaba enojado. Escupió dientes. Se abalanzó sobre él de nuevo, escandalosamente rápido para ser tan grande, y logró patear el cuchillo de la mano de Draco. 

Ambos se lanzaron en esa dirección.

Draco se dió cuenta, mientras Larsen lo tumbaba sobre el suelo, que el hombre no quería el cuchillo. Quería tener a Draco al alcance de su monstruoso cuerpo.

Draco estaba atrapado. Larsen estaba encima de él, con una mano en el cuello, poniendo todo su peso en él.

La visión de Draco se tornó borrosa.

Larsen alzó un puño.

Draco estaba muerto.

En una especie de cámara lenta, vió una pequeña mano aparecer junto al muslo de Larsen.

En esa pequeña mano brillaba un bisturí.

El puño de Larsen empezó su trayectoria descendente El tiempo se ralentizó. Con precisión cuidadosa, el bisturí fue presionando profundamente en la parte superior del muslo de Larsen y bajó cortando la arteria femoral.

El puño pausó. Los pantalones de Larsen se abrieron por el corte.

Hubo un magnífico chorro de sangre.

El tiempo volvió a acelerarse. Larsen se giró con un gruñido y tiró a Granger al suelo. Ella se alejó. 

El daño ya estaba hecho. Larsen se puso de pie, tambaleante: grave error. De la larga herida salió lo que parecía medio litro de sangre.

La visión de Draco se aclaró. Granger estaba de rodillas, con un par de varitas apretadas contra su pecho. Estaba buscando la tercera.

Larsen la apartó de una patada y recogió la última varita. Después la tomó del brazo y la levantó. El corazón de Draco se detuvo, se veía tan frágil y tan quebradiza mientras colgaba antes de encontrar sus pies.

El Vikingo cojeó hacia la puerta, sangrando y arrastrando a Granger, evidentemente planeando su escape.

Draco no estaba de acuerdo con el plan de Larsen, lo cual demostró al lanzarse hacía él, con cuchillo en mano y cortando sus estúpidamente gruesos tendones de Aquiles: primero el izquierdo y luego el derecho.

Granger se zafó del agarre de Larsen cuando el hombre cayó de rodillas.

El Vikingo miró por encima de su hombro, al cuchillo y bisturí, y al rastro de su propia sangre en el mugriento suelo.

Medio gateó y cayó afuera de la puerta. No lo sabía, pero eso lo ponía fuera del perímetro de Granger.

Draco, aún de rodillas, arrojó el cuchillo.

Sosteniendo la varita con su mano ensangrentada, Larsen abrió la boca para Desaparecerse.

El cuchillo le dió en el hombro. Gruñó, volvió a levantar la varita débilmente y después su mandíbula se aflojó. Por fin, cayó inconsciente en un charco de su propia sangre.

Draco y Granger se pusieron de pie rápidamente y se unieron a Larsen fuera del perímetro. Draco le quitó su varita; Granger le devolvió la suya.

–No debe morir –gritó Granger, arrodillándose junto a Larsen, con hechizos de Sanación en la punta de su varita–. Necesito saber el porqué .

Draco le puso esposas y las apretó sin piedad.

Mandaron un grupo de Patronus, pidiendo medibrujas, a Potter y Weasley, a quien estuviera en las oficinas de Aurores, y a Tonks.

Cuando Granger estabilizó al hombre, Draco lo tomó de la barba y le jaló la cabeza, le apuntó con la varita para abrirle los ojos y escupió – Legilimens .

En su estado semi-muerto, la Oclumencia del Vikingo se suavizó. Draco le fue contando a Granger sus descubrimientos a medida que avanzaba.

–Bien, ¿qué quería este pendejo de ti?, dos cosas. Primero quería revisar tu mente para saber quién más podría estar trabajando en inmunoterapia mágica, o hasta muggles que pudieran ayudar a investigadores mágicos. Y en segunda… 

Draco se topó con una densa barrera de Oclusión. Batalló un poco con ella, pero decidió tomar el camino fácil y apretó el cuello de Larsen hasta pasarla. –En segunda, cuando escuchó que estabas desarrollando un tratamiento para la licantropía, al principio no lo creyó… era imposible… pero después quiso entender cómo habías aislado el virus para combatirlo en primer lugar… él mismo no ha podido aislarlo…

–¿ Cómo es que escuchó de ello? –preguntó Granger–. ¿Y por qué estaba intentando aislarlo?

–Danos un minuto –dijo Draco, trabajando entre hilos de recuerdos para encontrar respuestas–. Quería ganarse tu confianza para verse a solas, leerte y entender cómo lo habías logrado. Fuiste demasiado cuidadosa… demasiado cautelosa, así que… se ofreció a trabajar contigo para estar dentro. Me sintió leerlo en la cafetería, no quería un enfrentamiento, así que decidió deshacerse de otros investigadores antes de regresar por ti. Descubrió que tu seguridad había sido reforzada…había estado observando King’s Hall desde hace semanas… junto al equipo de hoy para secuestrarte…iba a usar Legeremancia para entender qué hiciste con el virus, o torturarte para que se lo dijeras…y después… hijo de puta … iba a matarte.

–¿Pero por qué ?

–Estoy llegando a eso –Draco se sumergió aún más profundo en la mente de Larsen, donde había Oclusión involuntaria más fuerte, a pesar de que estaba casi inconsciente el hombre–. Quiere matar a cualquiera que esté trabajando en ese campo, porque él… no quiere una cura. Para la licantropía.

Destrozó otra barrera en la parte más profunda del cerebro de Larsen, donde todos sus más profundos secretos yacían. –Maldita sea, es…es un hombre lobo. ¡Mierda! Está trabajando con Greyback… Greyback le dijo de ti.

–¡¿Qué?!

–Necesita entender cómo lo hiciste porque… están tratando de desarrollar… una clase de contraataque para lo tuyo… el laboratorio de Larsen está intentando… desarrollar una cepa de licantropía que puede usarse para infectar a otros en cualquier momento, no solo durante la luna llena. Por eso necesitaba entender cómo lo hiciste. Están intentando convertirlo en un arma.

Draco salió de la mente de Larsen.

Él y Granger se miraron fijamente.

Los crujidos de las Apariciones resonaron a su alrededor.

–No lo creo –dijo la voz de Tonks.

Uno de los hombres petrificados, todavía medio paralizado, estaba arrastrándose fuera de la casa, con una mano sostenía su varita. La bota de Tonks aplastó su mano contra el suelo.

–Sáquenla de aquí –dijo Tonks.

Granger insistió en recolectar sus discos. Después, tomados del brazo ensangrentado, se Aparecieron en la Mansión.


En la Mansión, Draco y Granger se limpiaron la sangre de la cara y se reunieron con Tonks, Shacklebolt, Potter y Weasley. Hubo muchos abrazos para Granger y palmadas de hombro para Draco (esquivó los abrazos).

Después de las esperadas quejas y protestas, los seis se sentaron con una taza de opimum para resumir el incidente.

Los planes de Larsen y Greyback fueron una sorpresa para todos. Estaba la usual locura vengativa de Greyback, pero esto ya era otra cosa: un esfuerzo planeado para propagar una enfermedad cruel a gran escala y asesinar a cualquier investigador capaz de trabajar en una cura. Estaba fuera del alcance de lo que cualquiera de ellos había imaginado que sería capaz de hacer.

–Denme tiempo hasta Diciembre –dijo Granger con la cara pálida.

Draco se enteró de que Granger había sido Aturdida inmediatamente después de salir de King’s Hall, lo cual explicaba porque no había sentido nada a través del anillo. Goggin y el resto del operativo habían derribado a cinco hombres antes de ser abrumados por sus numerosos oponentes. Goggin estaba en San Mungo, recuperándose de la maldición destripante que Larson había intentado lanzarle a Draco.

Al atacar a Granger saliendo de King’s Hall, sus secuestradores habían aprovechado su única vulnerabilidad real; el único momento en el que no estaría rodeada de protección, saliendo del edificio para Desaparecer. Shacklebolt dijo que hablaría con Transportes Mágicos para instalar una red Flu en el laboratorio de Granger, para que así no tuviera que salir del edificio sin protección.

Greyback estaba jugando un juego completamente nuevo. Bajo el peso de las miradas de Shacklebolt y Tonks, Granger accedió, con evidente dolor, a dejar sus turnos en San Mungo. Si Larsen se había atrevido a secuestrarla a plena luz del día en Trinity, había posibilidad de que Greyback fuera lo suficientemente atrevido como para intentar un atraco en San Mungo.

Tonks dijo que avisaría a la oficina de Aurores danesa del ataque de Larsen, su laboratorio y plan maestro. Ella, Potter y Weasley se fueron para llenar a Larsen de Veritaserum y extraerle cualquier información que pudiera tener sobre la más reciente ubicación de Greyback.

Draco se puso de pie para unirse, pero Tonks se lo prohibió categóricamente, mandándolo a sentarse nuevamente y diciendo que no se hiciera el mártir, que ya había hecho suficiente por un día.

–Si vas a ir a algún lado, es a San Mungo –dijo ella, observando las heridas de Draco.

–Yo me encargo de él –dijo Granger.

La reunión concluyó.


Draco y Granger se bañaron y volvieron a reunirse en uno de los salones más pequeños, ambos estaban cansados. Draco estaba cojeando ( –Ese pendejo colosal  pesaba tanto, que creo que me rompí un testículo).

Henriette y Tupey estaban ahí, rondando nerviosamente ofreciendo té, opimum , y chocolate hasta que fueron obligados a retirarse.

Granger y Draco hicieron conteo de sus heridas. Principalmente contusiones para Granger, donde había sido arrojada, agarrada y pateada. Muñecas, brazos y quijada.

Ver las marcas hizo que Draco vacilará en su deseo de sucumbir ante la rabia.

Algo de esto debió reflejarse en su expresión. Ya que Granger le dió una mirada desconcertada y se curó con un par de sacudidas de su varita.

Las contusiones desaparecieron. Su rabia permaneció. Draco la sujetó y la guardó para sí mismo.

Ahora se encontró rodeado por el destello verde de los hechizos de diagnóstico mientras Granger lo examinaba.

Observó los pictogramas con significados crípticos.

–Eres una bruja útil para tener cerca –dijo Draco.

–Tu también eres un mago decente –dijo Granger–. Gracias. Por hoy. De nuevo.

–Hiciste un movimiento absolutamente brillante, cuando sacaste tus discos.

–Me alegro muchísimo de que tuvieras un cuchillo. Iba a lanzarte el bisturí.

Granger se quedó en silencio por un momento en lo que estudiaba los diagnósticos. Después dijo, –No soy muy fan de ser la damisela en apuros.

–Tampoco eres muy buena siéndolo. Jamás he visto a alguien abrir una arteria femoral con una exactitud tan sublime.

–Estaba bien acomodado para ello.

Hubo silencio. Sus manos estaban firmes mientras lo revisaba con más hechizos de diagnóstico.

–¿Te sientes bien? –preguntó Draco.

–¿Por qué? ¿Por abrirle la pierna a un hombre?

–Si. Y… todo lo demás.

–En este momento, estoy más enojada que otra cosa. El opimum está calmando el resto. ¿Y tú?

–Bien. Ansioso por vengarme. Planeando la muerte accidental de Larsen mientras lo interrogó. Fantaseando con el violento asesinato de Greyback en mis manos. Ya sabes. Todo bien.

Granger lo miró de reojo. –¿Fantasear con asesinatos no debilita la moral de alguien?

–No tengo ni una sola fibra moral de la que hablas.

–¿Ah. No?

–No. Se la di toda a los huérfanos.

Granger hizo una pausa. Se volteó, comenzó a reír silenciosamente, luego respiró y se volteó hacía él de nuevo. –Deja de hacerte el chistosito. Tenemos trabajo que hacer.

No. No dejaría de hacerse el gracioso. Le gustaba verla reír. Le hacía sentir mariposas. Además, esa lujuria post-adrenalina estaba empezando a despertar, y las mariposas de Granger seguían queriendo bajar hasta su entrepierna.

Calmado, muchacho.

Granger, felizmente inconsciente de Draco y el problema de su entrepierna, disipó un par de sus diagramas e hizo una lista con sus heridas.

Estas consistían en un ojo morado, dos costillas rotas, una rodilla esguinzada (la mala, por supuesto), y una mandíbula fracturada.

Se alegró de informarle a Draco que no se había roto ningún testículo.

Se fue a lavar las manos. Regresó y se puso en modo Sanadora: seria y enfocada, con cierta autoridad en su porte. –Bien. Empecemos a arreglarte. Comencemos con tus costillas. Quítate la camisa.

Draco intentó no parecer tan emocionado por la oportunidad.

Le ordenó que se recostara en el sofá, cosa que hizo felizmente. Puso sus manos detrás de la cabeza (porque era cómodo, pero también porque hacía que sus pectorales resaltaran, para ventaja de Granger, claro). (Además, él tenía unos abdominales bien marcados. Ella era libre de notarlo.)

Granger estaba menos interesada en deleitarse con la perfección apolínea que tenía ante ella que en maldecir en voz baja a Larse entre hechizos. Draco sintió la presión de su varita en su costado y sus costillas fracturadas se unieron nuevamente, una tras otra con un ligero chasquido.

Granger le devolvió su camisa.

Su profesionalismo y eficiencia eran francamente abominables.

Draco se volvió a poner la camisa porque Granger, que la sostenía con dos dedos, ahora la estaba sacudiendo con impaciencia.

Lo siguiente fue su rodilla. Draco ofreció quitarse los pantalones. No, dijo Granger, solo tenía que arremangarse el pantalón.

Bestial.

Draco se arremangó el pantalón. Ella le curó la rodilla.

Después fue su ojo, el cual solo le tomó un segundo.

Draco reflexionó. Quizás debería haber permitido que lo hicieran papilla para darle más trabajo a Granger y que ella tuviera más razones para desnudarlo.

En una nueva incursión a la locura, pensó que tal vez debió romperse un testículo.

Finalmente, Granger llegó a su mandíbula fracturada.

Una copia brillante del cráneo de Draco flotó entre ellos. Era muy guapo y bien formado, con pómulos igual de exquisitos que los de María Magdalena.

A lo largo de la mandíbula, la fractura brillaba en rojo.

Granger respiró profundamente.

–Es más grande de lo que pensaba –dijo Granger.

–Seré gentil –dijo Draco.

Granger se rió, luego, se controló y le dió una mirada que expresaba lo poco impresionada que estaba.

Después de estudiar el diagrama desde distintos ángulos, dijo que quería ser particularmente cuidadosa al sanar esto, para asegurarse de que estuviera correctamente realineado y no afectará su mordida.

Bien. Por fin. Cuidadosa. Lenta. Cerca.

Granger limpió una de las mesas auxiliares para que Draco se sentara.

–Que lindo –comentó mientras apartaba un reloj de arena.

–¿Tú crees? Es mi tatarabuelo Snodsbury.

–¿Disculpa?

Draco volteó el reloj para demostrarlo. –Quería ser cremado y seguir siendo útil.

–...Encantador.

Draco se sentó en la mesa. Granger se paró entre sus piernas y tomó su cara entre sus manos.

Esto era bueno, pensó Draco mientras la miraba. Muy bueno.

Granger dijo que sabía que sería terriblemente difícil para él, pero necesitaba que Draco mantuviera la boca cerrada durante los siguientes seis minutos.

Esto estaba bien para Draco. Iba a disfrutarlo.

Granger amplió la imagen del diagnóstico y empezó a trabajar con movimientos de su varita lentos y precisos. Tanto sus dedos como su varita se sentían cálidos en su barbilla. Draco cerró los ojos y suspiró, como si solo suspirara y no, ya saben, estuviera oliendo a Granger recién bañada. Jabón, piel absolutamente limpia. Que lástima que no pudiera inclinarse hacia adelante y poner su cara entre su pecho e inhalar.

La conciencia de Draco brilló irritantemente para señalar que Granger acababa de pasar por un traumático secuestro, ahora lo estaba curando, y se cuestionó sobre  si ¿de verdad lo único en lo que podía pensar era en sus senos?. Él era bestial. Un desgraciado.

Draco pensó en el atractivo de Granger con la carga de comportarse adecuadamente.

Decidió que en efecto, era bestial y un sinvergüenza, que chingara a su madre el buen comportamiento, él pensaría en senos todo lo que quisiera.

Granger movió su peso de un pie al otro. Sintió el roce del movimiento en su rodilla.

Un placer lento fluyó a través de él.

Ella pasó la punta de su varita a lo largo de su mandíbula en líneas rectas, murmurando un encantamiento que hizo que sintiera presión en la mandíbula.

Además, las cosas se sentían más apretadas en sus pantalones.

Probablemente debería hacer algo al respecto. Pensar en matemáticas o algo así.

Granger lanzó otro hechizo de diagnóstico. –Perdona mi lentitud. Estoy haciendo todo lo posible para evitar cualquier tipo de desalineación dental.

Draco hizo un ruido de “Mm” en el fondo de su garganta.

Él también estaba haciendo todo lo posible para no desalinearse.

Un Auror no se acostaba con su Asignación. Estaba siendo horriblemente inapropiado. Necesitaba calmarse.

Escuchar a Granger murmurar encantamientos cerca de su oído fue… conmovedor. Su boca presionada en un gesto concentrado, justo ahí, era terriblemente tentadora. El desliz de su varita bajo su mandíbula le confirió una combinación hormonal fantásticamente excitante de amenaza y sexy . Su mirada concentrada y seria lo hizo estremecerse hasta las pelotas.

Todo en ella era sexy. Estos eran los seis minutos más sexy en toda la vida de Draco. Quería agarrarla y… 

–Deja de sonreír –dijo Granger.

Oops.

–Si esto sana torcido, la mitad de tus dientes solo masticarán aire –lo regañó Granger–. No creo que te gusten las dietas líquidas.

Draco habría sugerido que él podía darle a ella algunos chorros de dieta líquida, si era de su agrado, pero por desgracia, no podía hablar.

–Casi termino –dijo Granger, con menos irritabilidad en su voz ahora que se estaba comportando (por lo menos hasta donde ella sabía).

Hizo un último hechizo de diagnóstico y le pasó las yemas de los dedos por sus mejillas estudiándolo, moviendo su cabeza hacia la izquierda y derecha.

–Perfecto –dijo ella con evidente satisfacción–. Como nuevo. Ya puedes hablar.

Ella le dió una especie de palmadita gentil en la mandíbula.

Fue el gesto más amable que había sentido en años.

Estaba completamente duro.

Era una desgracia absoluta.

Granger se fue para lavarse las manos.

A diferencia de Madam Pince, ella no observó su bulto. Lo cual fue excelente, porque en ese momento si estaba… bastante abultado. 

Draco bajó la vista para descubrir que su camisa desfajada camuflaba la peor parte. Se liberó con un movimiento de varita y se quedó ahí sentado, sintiéndose como el peor hombre del mundo.

Cosa que normalmente no le molestaría.

Pero Granger era tan jodidamente… pura… y simplemente… chingado.

Granger regresó al salón con paso determinado.

–Bueno –dijo–. Ya que hay todo un repertorio de criminales que están obsesionados con interrumpir mi trabajo, será mejor que continúe con los preparativos para Samhain, antes de que vuelvan a intentar algo. ¿Tienes tiempo para revisarlo conmigo?

Draco siguió a Granger por las escaleras (si, miró su trasero) y entró en la suite de invitados. El cuarto del recibidor había sido completamente ocupado por libros, al igual que en su casa. Su computadora portátil brillaba sobre una mesa.

Su gato había encontrado su lugar favorito en lo alto de una repisa, desde donde observaba a Draco con una especie de imperiosa benevolencia, como si un vizconde le hubiera permitido a un campesino entrar a su santuario para una audiencia con la reina.

Revelaciones estaba en su pedestal de nuevo. Flotando a su alrededor había montones de diccionarios y libros de referencia llenos de papelitos amarillos donde Granger había garabateado sus anotaciones.

Granger abrió el antiguo libro con su habitual cuidado y dió vuelta a las páginas hasta llegar a la que deseaba mostrarle.

–Bien –dijo Granger, frunciendole el ceño al libro–. Tengo una pregunta sobre este amigo de un amigo que te ayudó a encontrar esta copia de Revelaciones .

–La Dama Saira. ¿Qué hay con ella?

–¿Crees que este au fait de los detalles sobre otros objetos y artefactos raros que supuestamente están desaparecidos?

–Em… posiblemente –dijo Draco–. Ella tiene conexiones excepcionalmente buenas.

Granger se volvió hacia él. Tenía las manos entrelazadas frente a ella. Se veía ansiosa, como la primera vez que le pidió unirse a ella para robar el cráneo de María Magdalena.

–Quiero decir, podría prescindir sin ello. Podría . Pero si quiero hacer las cosas bien…

–¿De qué se trata? –preguntó Draco.

–¿Podrías preguntarle sobre los rumores de la ubicación de otro artefacto excepcionalmente raro, supuestamente perdido a través de los tiempos, si es que alguna vez existió?

–¿Qué artefacto?

Granger se mordió el labio.

–Dime –dijo Draco.

–Vas a pensar que me volví loca.

Draco hizo un sonido burlón. –Ya hemos establecido el nivel de tu cordura. Dime.

Granger respiró hondo.

–Estamos buscando la caja de Pandora.

Chapter 29: Encuentros Nocturnos / Granger es Sensible

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Draco bloguea sobre Hermione

Draco estaba en su oficina temprano en la mañana. Envió un mensaje para la Dama Saira, preguntando – y sintiéndose como un lunático – sobre cualquier rumor que pudiera haber escuchado de la caja de Pandora.

Habiendo cumplido la tarea, intentó ordenar su escritorio y acercó una botella de Macpherson’s junto con un vaso para él.

Y con el whisky de fuego en mano, se recargó en la chimenea observando la llama bailar.

El shock de los eventos del día empezaba a pesarle, ya que no tenía opimum en su sistema.

Granger estaba a salvo. A un pelo de no estarlo, pero segura.

No sentía nada de lo que usualmente sentía con esta clase de sucesos con Asignaciones. A veces había un sentimiento soberbio por haber sacado a alguien de una situación imposible. A veces, si la situación hubiera podido ser evitada, había un ligero sentimiento de culpa de hacer las cosas mejor la próxima vez. Usualmente, era un simple alivio.

Nada de eso hoy. Revivía el suceso en su mente y lo único que sentía era náusea. Su forma recargada en la pared. Moore agarrándola. Su cara, apretada entre las manos de Larsen. Su cuerpo guango, colgando del brazo de Larsen cuando la jaló hacía la puerta.

No había alivio. Solo esta clase de dolor de corazón.

¿Por qué?

Draco observaba el fuego y se negó, por un largo tiempo, a dar una respuesta al por qué. Cuando lo hizo, fue con miedo.

Era porque, y que los dioses lo ayudaran, su Asignación era preciosa para él. Esto superaba la atracción por Amortentia. Le importaba. La quería.

Todas las cosas que un Auror no debía sentir. Peor, eran todas las vulnerabilidades que Draco odiaba, en un solo paquete.

Se dijo a sí mismo que no era amor – era lo único reconfortante. El amor debía ser algo lindo. Mariposas y poemas tartamudeantes y esa clase de cursilerías. ¿Esto? ¿Esto que lo tenía sujeto por la garganta? Era horrible. Le dolía físicamente.

Ella no debía ser preciosa para él. Debía solo ser… una Asignación. Se suponía que no debían ser nada. Debían ser colegas a lo mucho.

La había cagado por ese lado. Hermosamente cagado. La cagada del siglo.

No debía ser preciosa para él. Y, aun así, lo era. Estar con ella era divino. Le horrorizaba esto. Estaba miserable. Estaba obsesionado. Mortificado. Loco. Repelido. Adicto.

Lo odiaba. No quería nada de esto. No lo pidió. Fuera de los momentos de Granger – o momentos de debilidad a causa de Amortentia, él sabía lo que quería. No quería estar atado a nadie, indomado y libre. Su propio dueño.

(Era algo de cobardía , por cierto. Era tener demasiado miedo a perder algo y mejor no intentarlo. Era orgullo. Era una aversión por abrirse y terminar lastimado. Darle una parte de él a ella que pudiera romper. Mucho mejor estar solo y llamarlo libertad.)

Había una salida. Conocía los protocolos. Debía hablar con Tonks y retirarse de esta asignación. Dejar esto pasar con el tiempo.

Tal vez habría paz del otro lado.

Aun pensándolo, sabía que no lo haría. En cuanto a la operación, los tiempos de esta resignación sería espantoso. Pero más allá de ello, que chinguen a su madre los protocolos. Que se joda lo que pudiera alejarlo de ella. No quería perder esto. Era demasiado egoísta. Estaba demasiado adicto. Quería seguir esto, este baile cuidadoso sin fin. Coquetear y aparentar no hacerlo. Fallas que se le culpaba rápidamente al alcohol y guardaban bajo la cama. 

Un balance, le había dicho a Tonks.

Era cierto. Un status quo tenso. Eso era lo que quería mantener. Era una aproximación a la felicidad.

Pero no era suficiente, ¿verdad?

Draco se alejó de la chimenea con una nueva frustración. Apagó el fuego con su varita y salió de su estudio sin propósito alguno de saciar su caminata.

Los pasillos de la Mansión estaban oscuros. El viento fresco de octubre golpeaba las ventanas y las ramas moviéndose sonaban contra la casa.

Draco vio movimiento en las sombras acercándose a él.

Una silueta blanca estaba al final del pasillo. Su Lumos iluminaba el suelo frente a ella mientras caminaba.

Se veía una sombra naranja y peluda en sus tobillos. Granger estaba llevando el gato para que saliera.

Traía puesto uno de esos atuendos de seda y encaje que mencionó en Provenza.

Draco se congeló. Parte del deseó dar media vuelta para huir y no pasar por lo que sería otro encuentro de tortura. Dos horas de melancolía no había hecho que su pene olvidará la tarde. A estas alturas, podría rozarle un dedo en el cachete y estaría duro.

Parte de él quería con todas sus ganas inspeccionar el atuendo en persona y proceder con su educación, y aprecio, de la moda Muggle.

Véanlo. Pasó horas odiándose a sí mismo, y aquí estaba, vacilando en lugar de hacer lo correcto.

Era un desdichado desesperanzado.

Granger brincó, una mano en el pecho cuando lo vio.

–Oh, eres tú. ¿Te hice ruido? –preguntó en un susurro–. Perdón, Crooks necesita ir al baño.

–Solo estaba terminando –dijo Draco en una voz igual de baja. Si despertaban a los elfos, habría ruido y ofertas de snacks de medianoche y otras cosas.

–¿Cómo te va con la pestilencia de la incompetencia? –preguntó Granger.

–Abismal. ¿Por dónde sacas al gato?

–Por acá –dijo Granger. 

Bostezó con la boca cubierta, viéndose casi dormida mientras lo guiaba a uno de los salones. La siguió en su camino. Sus piernas eran un destello pálido en la penumbra. Su cabello era un desastre medio trenzado, colgando de un hombro.

El vestido de seda le acentuaba la cadera, las pompas, sus pechos. Estaba descalza.

Era… hermoso. Tentador. Todo.

Un Auror no se acostaba con su Asignación.

Pero maldita sea, si admirará su retaguardia.

Vio el movimiento de sus caderas, el movimiento a la par del pijama, la forma de sus pantorrillas. La delicadeza de sus tobillos cuyos sintió hace ya tanto, pero aún recordaba cómo se sentían bajo sus manos.

Olía a antiséptico y a cerillo.

Debió dar media vuelta y huir.

Granger se acercó a una de las puertas de la terraza, movió a un lado las cortinas y abrió una de las puertas. El gato trotó hacía afuera.

–Pondré una puerta para mascotas –dijo Draco–. Si sabe llegar.

–Oh, no es necesario.

–Preferiría que no anduvieras ambulando en la noche, sola.

–Tsk. La Mansión es perfectamente segura, o al menos eso me han dicho. Tú eres la mayor amenaza que me he topado en mis noches.

–¿Lo soy?

–Si. Te veías irascible hace un momento.

–Me encontraste de malas.

–¿Oh? ¿Usualmente estás de buen humor a las tres y media de la madrugada?

–Obviamente.

–Mm –dijo Granger, con una sonrisa asomándose entre sus labios.

Bostezó de nuevo y abrió la puerta para revisar a donde se había ido el gato.

Había brujería en los árboles sin hojas, brazos alzados al cielo oscuro.

El viento movía las cortinas en un baile fantasma. Y con ello lo acompañaba un aroma a otoño por la noche: húmedo, pesado con algo desconocido.

Samhain se acercaba. El velo entre los mundos se debilitaba.

Granger se estremeció y cerró la puerta.

Draco no volteó a ver hacía abajo. Estaba cien por ciento seguro que habría pezones visibles a través de la delgada tela del vestido y no deseaba saber una sola cosa de los senos de Granger, salvo la información que había juntado entre una y otra.

No quería saber. En lo absoluto. No más detalles, gracias.

Draco se quedó quieto, la vista fija en un limbo, en conflicto entre darle las buenas noches e irse – esto sería la opción más segura, la más inteligente, la correcta – y querer quedarse. Eso sería masoquista e imprudente y estúpido.

La segunda ganó, claro. Flagelante que era, Draco se quedó.

Necesitaba mantener un balance, eso era todo.

Estaba buscando qué decir. No se le ocurría nada bueno, salvo decir algo de sus tetas. Brillante.

Draco sacudió su cerebro hasta que salió algo usable, y finalmente dijo –Tú pijama es superior a la alfombra de picnic.

Escuchó a Granger hacer un ruido de risa. –La alfombra estaba lavándose –se vio el pijama–. Me alegra que apruebes, es terriblemente Muggle.

Draco hizo contacto visual con ella, una cantidad normal de contacto visual y nada de mirar hacia abajo, y volteó la vista de nuevo. –He empezado a apreciar la moda Muggle.

–Un momento de desarrollo personal genuino –dijo Granger con aprobación solemne.

–Uno no debe de quedarse atrás, sabes, debe de buscar crecer.

–Hacía delante sin voltear atrás.

–Expandirse.

–Transformarse.

Ahora Draco estaba concentrándose tanto en la proporción apropiada de ver a los ojos y desviar la vista (sin tetas) que estaba batallando en seguir el hilo de la conversación.

También sentía que estaban hablando de penes. De nuevo.

Había una sonrisa en las comisuras de la boca de Granger.

Poniendo aparte lo del secuestro, su tiempo en la Mansión le estaba sentando bien. Se veía más rellena de la cara, mejillas con color. Su hoyuelo había regresado.

–La alfombra de picnic sería un excelente donativo para los huérfanos –dijo Draco.

–Siempre tienes a los huérfanos en tu corazón, ¿verdad?

–¿Qué corazón? –preguntó Draco.

–Tienes uno, será chiquito y negro y reseco, pero ahí está.

–Supongo que sí. Soy altruista de esa manera.

–Draco Malfoy, la sal de la tierra.

(Escuchar su nombre con su voz le causó algo. Quería que lo dijera una vez más, otra y otra y otra vez, suspirarlo, gemirlo, besarlo.)

Draco se asomó a la oscuridad. –¿Cuánto le toma a un gato ir al baño?

–Regresará pronto. Ya está viejito, le toma tiempo a veces.

–¿Qué tan grande está?

–No estoy segura. Ha de haber tenido un par de años cuando lo adopté en tercer año.

–¿Tercer año? Por dios. Has tenido a la criatura mucho tiempo.

–Así es. Los kneazles pueden vivir hasta cincuenta años en cautiverios, y él es mestizo. Me gustaría pensar que todavía le quedan un par de años.

Granger se movió a una ventana que daba al otro lado de la terraza y se asomó. –Oh, está cazado. Bueno, intentándolo. Mi cosita linda.

Granger acomodó los codos en la orilla de la ventana para ver.

Y Draco, Idiota Campeón Mundial, decidió acercársele por detrás para asomarse también.

Porque obviamente, esto era una excelente idea. Acercarse a ella jamás traía complicaciones.

La figura del gato estaba baja en el césped, haciendo repeticiones de brincos fallidos a una criatura u otra en el suelo.

–¿Un ratón? –preguntó Granger.

–O una cucaracha, o un gnomo. Deberías de cobrarme por el servicio de pesticida si atrapa algo.

–Solo si me cobras por mi estadía.

–Por supuesto que no.

–Servicios de rescate ocasionales y estadía –Granger suspiró. Su aliento formó una capa en la ventana fría–. Soy una molestia.

En realidad, era una presencia deseada que le daba placer a la vida en la Mansión.

Qué empalagoso fue eso, de veras.

–Esas cosas caen bajo lo que es proteger a Granger –dijo Draco–. Lo cual es mi trabajo mientras tu trabajas en curar lo incurable.

–Claro. Pero no me gusta sentirme en deuda conti… –Granger se interrumpió con un ruido de sorpresa–, ¡Oh! ¡Creo que lo atrapó, ve!

Draco pudo haber visto en la ventana a su lado. Pero no, su cerebro idiota deseo asomarse justo por esa ventana. Por la que estaba viendo ella. Obviamente.

Era enferma la poca resistencia que tenía cuando estaba cerca de ella.

Movió la cortina a un lado y se acercó por encima de su hombro para ver. Sintió el roce de su cabello en su barbilla.

El gato tenía algo en su boca.

–...Eso es una hoja –dijo Draco.

Granger se rio. El gato caminó orgullosamente por el jardín con su premio en alto. Después se distrajo con otra hoja, soltó la que traía y se agachó para atacar.

–Oh, está intentando de nuevo. No tienes que quedarte, esto podrá tomar un rato.

–No me molesta. Es entretenido.

Granger volteó por encima de su hombro para verlo. –¿En serio? Está bien.

El viento hacía sonar la estructura de la casa. La luna menguante brillaba por encima de la línea oscura de los árboles.

El hombro suave de Granger estaba… tan cerca. Draco se encontró viéndolo fijamente, al delicado tirante que sostenía su vestido, a las sombras que jugaban sobre su piel.

–No estás endeudada conmigo en lo absoluto –dijo Draco regresando al tema anterior.

–Que amable de tu parte decir eso, pero no lo hace cierto –dijo Granger.

–¿Te gustaría hacer una lista de todo? 

–¿Crees que no lo he hecho ya?

–Por supuesto que ya lo hiciste.

–Lo sé. Soy irritante –dijo Granger.

–Gracias, sí, sí lo eres. ¿Cuál fue el resultado final?

–Hasta antes de hoy, cerca, pero a tu favor; solo me di medio punto por lo de la pista de Talfryn. Pero llevas ventaja con lo de salvar mi vida hoy.

–¿En serio? Excelente. Me gusta ganar.

–Mm. ¿Te molestaría hacer cosas que sean moderadamente mortales? –preguntó Granger con un ademán–. Ahogarte con un Cheeto o algo así.

Draco se rio. Su siguiente respiro llevó el aroma de su champú a su nariz.

Se acercó más, para ver al gato (obviamente), quien estaba asesinando a la hoja con violencia felina extrema.

–Cuando estaba en San Mungo con mis alucinaciones, lo vi peleando con el Nundu –dijo Draco.

Estaba lo suficientemente cerca para sentir la calidez de su cuerpo a través de su pijama y de la camisa que traía puesta.

Granger se había quedado quieta. –¿En serio?

–Sí. Una y otra vez, en círculos. Fue feroz. Ganó al final.

El gato dio vuelta a la esquina de la casa.

Granger presionó su varita al vidrio y lanzó un Lumos, iluminando el jardín.

Ambos se acercaron para observar la siguiente caza. Ahora podía sentir la seda de su pijama contra su camisa. Ahora podía sentir el roce de sus pompas contra el frente de su pantalón. El botón de su pantalón se enganchaba con su espalda baja.

Mantener el equilibrio. Mantener el puto equilibrio.

Puso una mano en la orilla de la ventana.

Granger estaba respirando más rápido: pequeños parches de su aliento en la ventana la delataban.

Sentirla era tan… placentero…tentador…ambrosiaco.

¿Qué tenía esta bruja?

¿Por qué lo prohibido era lo más dulce?

–Ese… –empezó Draco, pero se aclaró la garganta al notar lo ronca que sonaba su voz–. Ese coctel de neurotransmisores que me tenías en San Mungo.

–¿Qué tiene? –preguntó Granger, sonando sin aliento.

–¿Baja las inhibiciones?

–Sí.

–Así que, la gente dice la verdad cuando lo consume.

–Algo así. Afecta ciertas interneuronas de inhibición en la corteza cerebral –su voz de profesora sin aliento era algo nuevo, a Draco le gustó–. Te quita el filtro. La mayoría de las personas sienten una desinhibición placentera.

–Así que cuando dije que te quería besar, tu sabías que era la verdad. No era solo… delirio.

Granger volteó a verlo. Sus ojos estaban oscuros.

¿Desde cuándo una mirada entre los dos era tan pesada?

Ella asintió.

–Es algo similar a como beber alcohol, entonces –dijo Draco.

–Un mecanismo diferente, pero sí.

–He tomado tres wiskis de fuego –dijo Draco.

No tenía la más remota idea de a que iba con eso.

Ella sí.

–Y –dijo Granger–. ¿Aún quieres besarme?

El mundo dejó de girar.

Se tomó un momento para responder, como si hubiera otra respuesta salvo una afirmación llena de anhelo.

Pasó un dedo en el espacio donde su hombro y cuello se unían. –Sí. Justo aquí.

–Hazlo.

El mundo empezó a girar de nuevo. Demasiado rápido. Su cerebro estaba borroso.

¿Cuál balance? Jamás había escuchado esa palabra en su vida.

Movió su trenza. Se permitió acariciar con un dedo el costado de su cuello hasta su hombro donde estaba el tirante de su pijama. Su dedo pasó por encima del tirante, aunque su verdadero deseo era quitarlo y que se deslizara.

La luz de su Lumos titubeo y se apagó.

Bajo su cara hacía ella, sintió la calidez de su piel, inhalo su aroma – sueño y el olor a una vela recién apagada.

Pasó sus labios por el espacio que tanto había admirado y deseado. La sintió estremecerse contra él, vio su boqueada silenciosa dejar su rastro en la ventana fría.

Le besó el cuello. Bajo sus labios, el recuerdo de la noche en el jardín, la suavidad de los pétalos de rosa.

Su otra mano se posó sobre la ventana. Ahora estaba atrapada entre sus brazos. Ahora no podría escaparse.

No es como que quería hacer eso. Se estaba pegando contra él, su cabeza en su hombro, sus pompas, imaginadas hasta ahora pero jamás tocadas, contra su entrepierna. Puso su mano ahí y apretó y sintió como brincó de sorpresa.

Besó su cuello de nuevo, y subió – delicioso, delicioso – hasta llegar debajo de su oído. De ahí podía ver hacía abajo y ver su clavícula, y la curva de sus senos – la forma exacta de ellos, y sí, los pezones contraídos en la seda, y la delgada línea sombreada donde sus senos se juntaban, y su pulso en el hueco entre su clavícula. Aún no era tan rápido como para sentirlo en el anillo, pero ahí, bajo su piel, si lo sintiese con sus labios si la volteara hacia él.

No sabía a dónde ir desde aquí – sabía exactamente a donde ir – no sabía si debía – sabía que no debía – pero estaba ahogado en endorfinas, adicto a su piel, pulso acelerado, olvidando el resto…

Ella suspiró y se recargó aún más en él, hubo más presión de sus pompas contra él, y estaba duro, obviamente, y empujó hacía ella, y ella hizo un ruido de placer, pero no debían – no debían.

Ella alzó sus manos y pasó los dedos entre los tirantes que tenía en los hombros. Él pasó un brazo por su cintura y la acercó aún más a él, besándola fuerte en el cuello, y besos que eran más mordida que beso en su hombro, y su reacción fue la cosa más dulce. Alzó la otra mano a su cabeza y le apretó el cabello, se talló contra su erección y ahora fue su turno de aguantarse.

–Tengo pinches catorce de nuevo y voy a terminar en mi bóxer si sigues con eso –murmuró en su cuello.

Granger hizo un ruido de queja sin aliento y pasó su pompa contra su pene de nuevo. –Yo… dios… pero nosotros… no…

–¿Debemos? –dijo Draco entre dientes.

–No. No debemos.

–No debemos –repitió Draco odiándose–. Creo que eso sería… correcto.

–No quiero hacer lo correcto. Quiero hacer estupideces.

–Eres Granger. Eso es… una contradicción fuerte.

Ella quitó su mano de su cabello, trágico. –Tienes razón. No–no sé qué se me vino encima…

(Pues no Draco por lo menos, que triste.)

–Estamos en pleno resurgimiento de hombres lobos –dijo Granger.

–Sí.

–Están activamente intentando matarme.

–Sí.

–Literalmente me secuestraron hoy.

–Sí.

–Estoy trabajando en el proyecto más intelectualmente demandante que he hecho hasta ahora, posiblemente por el resto de mi vida.

–Sí.

–No tengo ni una neurona de sobra. No tengo la capacidad mental para dedicarle a algo más–

–Sí. Claro. No debemos agregar más complicaciones a una situación ya tan complicada.

–Sí –dijo Granger–. Podría hacer las cosas… mucho más difíciles.

–Sí.

–Así que… no debemos.

–No debemos.

Granger gimió en sus manos. –Qué rayos me pasa…

–Dime cuando sepas que fue –dijo Draco–. Yo estoy sufriendo de… lo mismo.

–Idiotez desenfrenada es mi diagnóstico tentativo –Granger aún no recuperaba el aliento–. Bueno. Okay. Está bien. Esto fue un sueño y no sucedió.

–Está bien. Jamás me había sentido tan despierto en mi vida, pero está bien.

–Estás dormido y yo también.

–Está bien. Esto no sucedió.

Sonó un maullido sordo.

El maldito gato por fin se había dignado a regresar a la casa. Estaba sentado frente a la puerta, observándolos fijamente.

Draco se preguntó que tanto había visto.

Él y Granger se alejaron el uno del otro. La nueva distancia parecía ser cruel y fría.

El pene de Draco lloraba, en todo el sentido de la palabra.

Granger dejó entrar al gato. Su cara estaba sonrojada, ojos grandes y oscuros.

Salió del salón y no volteó atrás.

Draco se dio media vuelta y se congeló. Ahí, entre el usual aroma a mecha de vela que seguía a Granger, se encontraba el aroma inconfundible de excitación femenina.

Draco corrió a pecar.


Cerró la puerta de su recámara y se recargó en ella, se abrió el pantalón y se sacó el pene. Habían estado más cerca de lo usual, y las endorfinas a causa de Granger en su sangre hicieron la fantasía tan fácil, tan alcanzable – la había olido, sabía a lo que olía cuando estaba mojada.

La fantasía fue una fácil continuación de lo sucedido en el salón – se la imaginó volteando hacía él y cargándola para que se sentara en la repisa de la ventana, y bajándole los tirantes del pijama para que sus bellos senos estuvieran, por fin, expuestos a él. Su boca estaría encima de ellos, desde la suave curvatura por debajo hasta los pezones que se asomaban a través de la seda, jugaría con ellos con su lengua y sus dedos. Y ella se haría más a la orilla de la repisa y se levantaría la falda del pijama, y se ofrecería a él, mojada, y el tomaría la ofrenda, con besos y lengua y dedos lentos en un inicio, y después más rápido. Quería probar el lugar de donde venía su excitación, lo quería en su boca. Y después encontraría el ángulo que más le gustara, y ella gimiera con alguna instrucción – no pares, o ahí, sí, y él sentiría la contracción y el espasmo de ella contra sus dedos y contra su boca.

La imagen lo hizo llegar al final. Jadeó y se jaló una vez más el pene y su orgasmo estuvo en el en uno, dos, tres, cuatro chorros.

Varios millones de herederos Malfoy cayeron al suelo.

Oops.

Su corazón estaba acelerado. Luchó con recuperar el aliento.

Hubo un eco de otro corazón a través del anillo.

Era el de ella.

No fue el único pecador esa noche.

 

Chapter 30: Samhain

Chapter Text

La captura de Larsen fue un golpe duro para Greyback, mas no fue su coup de grâce . Necesitaban encontrar al hombre en cuestión.

A pesar de su Oclumancia, Tonks había marinado tanto a Larsen con Veritaserum que produjo excelentes resultados. Al día siguiente, el cazador se convirtió en la presa. Potter y la WTF se acercaron bastante dos veces, en la primera ocasión, arrinconaron a Greyback en una casa en Lake District y después nuevamente en un escondite en las Islas Shetland. En ambas ocasiones apenas había logrado escapar. Potter estaba furioso. El lado positivo de esto era que a Greyback se le estaban acabando los escondites, ya que Larsen había expuesto media decena de ellos. Dicho lado bueno era opacado por la creciente preocupación entre los Aurores de que se esto aumentaría su desesperación y con ello, escalará sus ataques.

A Draco se le concedió permiso para hurgar en el cerebro del Vikingo en una sesión que duró todo el día mientras la WTF salía de cacería, para ver qué más podía encontrar. 

Tonks se le unió en la sala de interrogación, junto con Brimble.

Larsen, atado de pies y manos a una silla, los veía siniestramente.

–Buenos días –dijo Tonks con una alegría que daba miedo–. Excelente plática la de ayer, gracias de nuevo. ¿Has tenido oportunidad de pensar en otros detalles que te gustaría compartir con nosotros? ¿Ubicaciones? ¿Planes? ¿Algo en específico contra la Sanadora Granger que debamos saber?

Larsen la miró fijamente en un silencio absoluto.

–De lo contrario –continuó Tonks–, tenemos permiso del Ministerio para proceder con un poco de Legeremancia. Si no tienes más información que ofrecer voluntariamente, el Auror Malfoy está dispuesto a sacarla de raíz.

–Que la saque, entonces –dijo Larsen.

–Brimble, toma nota de que Larsen se rehusó a cooperar –dijo Tonks.

Larsen volvió su mirada hacia Draco y le escupió en los pies.

El desafío deleitó a Draco; Larsen iba a pelear.

–Haz eso de nuevo y te lanzaré un Dessicatus directamente a la garganta –dijo Draco, acercando un taburete a Larsen.

Apuntó su varita al centro de la frente de Larsen y dijo: – Legilimens.

Larsen era arrogante. Los Legeremantes eran pocos y los buenos eran aún más escasos. Ahora que no se estaba desangrando, sus sofisticadas barreras de Oclumancia estaban bien puestas, excepto donde quedaban residuos de Veritaserum, justo en los bordes.

Con justa razón era arrogante. Conforme Draco se adentraba en su mente, tenía que admitir que las defensas de Larsen eran impresionantes: una gran y casi impenetrable pared.

Su resistencia le dió la excusa perfecta a Draco para ser brusco y cruel, y así fue. Agrietó. Arrancó. Derrumbó. Tenía toda la ventaja: el empuje mágico de su varita, los restos del Veritaserum en Larsen, la ira reprimida alimentando su ataque. Todo lo usó a su favor.

Cuanto más se resistía Larsen, más lo lastimaba Draco. En poco tiempo, Draco se encargó de dejarle contusiones al Vikingo que se asemejaban a las que él le había hecho a Granger.

En el silencio de la sala de interrogación, la batalla de voluntades continuaba. Draco podía sentir la sorpresa de Larsen ante la violencia de su ataque. Había subestimado tanto la Legeremancia de Draco como su fuerza de voluntad cuando se trataba de este tema en particular. Él pagó por ello.

La nariz de Larsen empezó a sangrar. Brimble se estremeció. Tonks no dijo nada.

Sintiendo sus barreras debilitarse, Larsen empezó a ofrecerle a Draco imágenes: distracciones, falsedades. Draco no quería esas. Las hizo a un lado y siguió martillando la pared.

Encontró una grieta. La abrió y logró adentrarse.

Larsen llevó sus recuerdos a rincones más oscuros. Draco los arrastró a la luz de nuevo.

Draco repasó los recuerdos, deteniéndose ocasionalmente cuando Larsen intentaba levantar una barrera de nuevo, con resultados cada vez menores por su continuo esfuerzo.

Había sido Larsen quien se había acercado demasiado a la casa de Granger hace meses, para hacer un reconocimiento.

Draco encontró conversaciones entre Greyback y Larsen. Larsen consideraba a Greyback un viejo idiota y malhumorado, pero muy útil por la fuerza que proporcionaban él y su equipo a la causa.

Encontró discusiones sobre Granger. Greyback, al haberse enterado de los rumores de su tratamiento, simplemente quiso matarla. Larsen fue quien había ideado los planes más grandiosos. 

La idea de crear una variante del virus de la licantropía hizo que Greyback se volviera loco de felicidad. Había estado tan ansioso por confirmar si Granger había logrado aislar el virus que había ordenado el ataque a su laboratorio. Esto había enfurecido a Larsen, quien preguntó furiosamente a Greyback cómo había pensado que sus estúpidos secuaces podrían descubrir sus avances en el laboratorio científico de la investigadora más prolífica de Gran Bretaña. Solo lograron que se aumentaran las medidas de seguridad y que todo fuera más difícil. Casi cortaron lazos, por poco se batieron en duelo, pero, para su desgracia, se necesitaban más de lo que quería matarse.

Draco presionó y siguió buscando, pero Larsen no sabía quién le había dicho a Greyback del proyecto de Granger. Greyback había sido bastante cuidadoso con eso. Y por planeación y acuerdo mutuo, Larsen solo conocía ciertos escondites de Greyback, la mayoría ya habían sido descubiertos por Tonks el día anterior. Una verdadera lástima. Draco le dijo a Brimble las ubicaciones adicionales a medida que las encontraba.

Después Draco encontró recuerdos de sí mismo – primero como el piloto en el bar coqueteando con Granger, después como el Auror poniendo en peligro su vida durante la pelea con cuchillos. Vió la locura en sus propios ojos cuando le dijo a Larsen “Ella definitivamente vale lo que te haré a ti” y vió como esto alimentó cada golpe y puñalada posterior.

Larsen había concluido que Draco era una especie de amante loco por Granger. En relación a este pensamiento había más recuerdos, nublados por el miedo a ser descubiertos, que Larsen deseaba ocultar específicamente de Draco. Y cuando este se acercó a ellos, Larsen entró en pánico.

–No lo hagas –dijo Larsen, levantando una última y desesperada barrera.

Draco lo hizo.

Encontró recuerdos de conversaciones entre Larsen y Greyback, discutiendo ebrios sobre lo que le harían a Granger cuando hubieran conseguido lo que querían de ella. Eran gráficos. Eran viles.

–Malditos cerdos –escupió Draco.

Y con ello llegaron las propias fantasías de Larsen, más allá de los recuerdos de esa conversación.

Draco estuvo a punto de perder el control.

Sangre manaba de los lagrimales de Larsen.

Tonks puso su mano sobre el hombro de Draco.

El Larsen que fue escoltado fuera del cuarto de interrogación no tenía la agudeza mental del que había entrado.

Jamás la recuperaría por completo.

En los días siguientes, el Vikingo fue extraditado a Dinamarca. Los Aurores daneses, al enterarse de los planes de Larsen, no perdieron el tiempo. El Jefe de los Aurores, quien también era un hombre lobo, tomó como una ofensa personal el asqueroso proyecto de Larsen. El laboratorio de Larsen fue investigado, se retiró la evidencia, se documentaron los contenidos, y los daneses procedieron con un audaz proyecto de renovación que involucró hacer explotar el lugar.


Lady Saira le informó que la mayoría de sus consultas sobre la caja de Pandora fueron ignoradas, hasta que un día en octubre, envió una nota sobre un atisbo de rumor de un coleccionista solitario, un francés que vivía en España, de nombre le Marqués d’Artois.

Con un poco de alegría en su caminar, Draco salió en busca de Granger para darle la buena noticia.

Granger había empezado a salir para tomar largas caminatas por el jardín de la Mansión, intentando evitar agobiarse por el aislamiento de su laboratorio. Draco la encontró cerca de la fuente de los Hipocampos, lanzándose un hechizo de calidez para protegerse del frío.

Ella sonrió al verlo. Se dijo glurkk a sí mismo.

Draco se puso a un lado para caminar con ella y solo la escuchó a medias mientras hablaba. La otra mitad de su cerebro estaba ocupada observando la forma de su boca y cómo el sol jugaba con su cabello.

Hoy, habían instalado la chimenea Flu en su laboratorio, abierta solo para viajes entre la Mansión y el laboratorio. El técnico de la Flu no había reconocido a Granger – pensó que era una joven estudiante de posgrado – y había quedado tan impresionado por sus preguntas del proceso de creación del Flu que le ofreció un trabajo como practicante ahí mismo.

–Tuve que rechazar la oferta –Granger suspiró con anhelo–. Pero fue tentador. Me preguntó cómo sería tener un horario de nueve a cinco, sabes, como en un trabajo normal de godín.

–Qué pena –dijo Draco–. Pero, no puedes dejar a medias esto de salvar al mundo. No sería lo correcto.

Le entregó la nota de Lady Saira. –Tenemos una pista sobre la caja de Pandora.

Granger revisó la nota.

–Algunos detalles importantes que debo mencionar –dijo Draco mientras Granger leía–. El Marqués jamás vende nada, jamás presta parte de su colección a museos, jamás ofrece visitas a su colección. Y solo compra ocasionalmente, cuando lo hace, no es nada por debajo de los artefactos mágicos mas raros los que le interesan.

–¿ Jamás vende? Por supuesto que no. ¿Por qué sería esto tan fácil?

–Es reconocido por ello, bueno mas bien odiado por ello entre los círculos de coleccionistas. Tiene una de las mas grandes colecciones de artefactos en el planeta y ni una ha dejado de pertenecerle, desde que las adquirió. No las vende, ni las intercambia por otras reliquias. Básicamente es una especie de cabrón codicioso. 

Granger caminó pensativa por el sendero cubierto de hojas. –Eso no nos deja con muchas opciones, ¿verdad? Es posible que tengamos que hacer el mal de nuevo, para que el bien pueda seguir adelante.

–Ooh. Creo que estás a punto de sugerir algo travieso.

–No te burles –dijo Granger reprimiendo una sonrisa.

–No lo estoy haciendo.

–¿Puedo asumir con seguridad que tu postura de la moral en cuanto a robos no ha cambiado desde Provenza?

–Eso, no hizo nada más que abrirme el apetito.

La expresión de Granger era una mezcla entre alivio y reproche. –Eres un Auror . ¿No deberías pensarlo al menos dos veces?

–Cariño, ni siquiera lo pienso una vez –Draco se revolvió el cabello–. Soy todo un rebelde, ¿sabes? Tengo un pie fuera de la puerta para dejar de ser Auror y convertirme en un caballero ladrón. Robemos la caja, eso sería todo un gran orgullo para mí.

–Pero en realidad no quiero la caja de Pandora. Quiero lo que contiene.

–¿Y qué contiene?

–Esperanza.

–... ¿Nos estamos tomando el mito de Hesíodo literalmente? –preguntó Draco con las cejas arqueadas.

Granger asintió. – Revelaciones todavía no me ha fallado. ¿Recuerdas el último paso al hacer Sanitatem?

–No. Nunca lo he preparado.

–Es mezclarla por diez minutos, acompañado de una meditación sobre el caldero por parte del pocionista. Speramus es el conjuro: ‘tenemos esperanza’. El Sanitatem más potente se hace con la infusión de esperanza más fuerte en esta última etapa. La caja de Pandora la contendría en su estado más puro. Así como los demás elementos, la misma clase de ingredientes, pero con potencias mágicas que serían cientos de veces más fuertes.

–Bien. ¿Cuál es el plan?

Granger se puso a pensar. –¿A este Marqués d’Artois le gustan las cosas extremadamente raras?

–Si. Es una pena que tuviéramos que devolver el cráneo de Magdalena, eso sin duda hubiese tentado al hombre. Podríamos haber solicitado una audiencia con él por lo menos, y de paso husmear en su hacienda.

Granger negó con la cabeza. –Si no la hubiéramos regresado, estaríamos muertos. Esas monjas habrían estado sedientas de sangre. ¿Tienes alguna posesión familiar antigua que pudiera intrigar al Marqués lo suficiente como para darnos una audiencia? ¿Los anillos?

–Existen diferentes versiones de ellos entre algunas familias antiguas. Son lo suficientemente raros, pero no tan únicos como para interesar a alguien como el Marqués.

–¿Supongo que el reloj de arena de tu tío Snodsbury no tiene propiedades mágicas?

–Eh… a veces se le salen gases.

Granger soltó una carcajada y después intentó recuperar la seriedad de nuevo. – Es en serio.

–Es verdad.

–Bien. Pues, a menos que el Marqués tenga un interés específico en borborigmos, no creo que sea de mucha utilidad.

Granger se quedó en silencio y se mantuvo pensando mientras serpenteaban entre los árboles y los montones de hojas a su alrededor.

Draco repasó mentalmente la lista de las reliquias familiares de los Malfoy, entre las cuales había muchas: joyas, armas y chucherías interesantes; pero ninguna parecía ser lo suficiente como para impresionar a un coleccionista tan exigente como el Marqués.

Granger interrumpió sus pensamientos con una explosiva revelación: –Sé dónde está la Varita del Sauco.

Draco chocó contra un árbol, se tropezó con un rastrillo de jardín y cayó en una enorme pila de hojas.

¿Qué? –dijo, sacando la cabeza de entre las hojas, mientras tomaba una nota mental para despedir al jardinero.

Granger se recargó contra un árbol y evaluó la situación. –Lo que has hecho ahí Malfoy, es irte patas pa ‘rriba .

Ahí, con la presunción de alguien que había estado esperando por meses para vengarse, le explicó las diversas leyes de la física que no había aplicado correctamente, incluyendo la importancia de no meter los pies demasiado grandes debajo de los instrumentos de jardinería.

Sin embargo, ella había cometido un error crítico: Granger no tenía su varita en el pozo de Provenza, Draco sí.

La sacudió hacia ella y la hizo caer en las hojas junto a él.

Su grito de indignación hizo que el resto valiera la pena: ella cayendo encima de él y dándole un codazo en el plexo solar (estaba noventa por ciento seguro de que eso había sido accidental), el puñado de hojas que le arrojó a la cara, la tierra y las ramitas en su cabello.

Draco se defendió arrojándole un puñado de hojas, que a su vez se engancharon a su cabello mientras ella intentaba alejarse de él.

–¡Cómo te atreves… acabo de lavarme el cabello…! –gritó Granger.

Una vez más, intentó alejarse de Draco y en lugar de eso le dio un rodillazo en las pelotas.

Grkqp –dijo Draco, doblándose en posición fetal.

Cayó en un shock silencioso, tomándose la entrepierna. 

Granger se congeló del susto. –Oh por dios… Malfoy, lo siento mucho… no era mi intención… 

Ella revoloteaba ansiosamente alrededor de él.

Estoybien –dijo Draco.

–¿Seguro?

–Sí.

Granger lo veía con compasión.

–Tú puedes… explicarle a mi madre… por qué jamás tendrá nietos…

Tal vez no debería haberlos dejado caer tan despreocupadamente en el suelo la otra noche.

Se sintió mejor tras dar un par de respiraciones más. El dolor disminuyó. Sus pelotas no se rompieron. Probablemente. Tal vez debería de hacer que Granger lo revisara, solo para estar seguro. 

Además, dicho sea de paso, ¿Granger, encima de él, con sus manos apoyadas en las hojas a los lados de su cabeza? Era una ninfa coronada de roble rojizo. Era la hermosura del otoño, la calidez del fuego en la chimenea en una noche fría, lo esquivo del último adiós del verano, rodeada por el sol dorado.

Embriagador. El deseo de jalarla encima de él, de besarla, era abrasador. Pero uno no se metía con ninfas y salía ileso. Draco simplemente disfrutó de su belleza.

El deseo le fracturó el alma. 

Estaba bien con ello.

La ninfa casi volvió a golpearlo en las pelotas mientras se ponía en pie. 

Se levantaron nuevamente. 

–¿La maldita Varita del Sauco? –preguntó Draco, lanzando un Evanesco sobre los restos de un gusano aplastado en su trasero.

Granger se sacó las hojas del pelo. –Sí. Está irreparablemente rota, por supuesto, Harry la partió en dos, ¿pero algo así le interesaría al Marqués?

–¿Una de las Reliquias de la Muerte? Obviamente. Quebrada o no, eso es un Artefacto.

–Tendría que preguntarle a Harry primero, para poder usarla como moneda de cambio. Si dice que sí, no debería ser tan difícil conseguirla. No está vigilada, al menos hasta donde yo sé.

–¿La Varita del Sauco? ¿Sin protección? ¿Lo dices en serio?

–Sí –Granger lo miró de reojo–. ¿Te apetece salir y abrir una tumba como parte de nuestro calentamiento para lo demás?

Vamos –dijo Draco tremendamente intrigado.

En la Mansión, Granger llamó a Potter, quién les dió su bendición para hacer uso de los restos de la Varita de Sauco, indicando que francamente, no le importaba que hicieran con ella, solo que lograrán terminar con el maldito proyecto de Granger antes de que todos fueran convertidos en hombres lobo.

Esa noche, Draco y Granger se Aparecieron en Hogsmeade, desde donde caminaron hasta Hogwarts y Desilusionados, contemplaron la vida y la muerte sobre la tumba de Dumbledore.

Draco, siendo un mago algo torpe, accidentalmente deshizo todas las protecciones de la tumba, se tropezó y terminó moviendo el enorme bloque de mármol que cubría el sepulcro. Entonces, la Varita del Sauco se cayó, sin querer, en la mano de Granger, y ella, con tanta ineptitud, creó un perfecto duplicado, que de pura casualidad, dejó caer en la tumba, accidentalmente se fueron con la Varita de Sauco en el bolsillo sin darse cuenta.

Después de algunas deliberación, decidieron que Draco debía solicitar ser presentado al Marqués a través de Lady Saira. Tenían esperanza en que el nombre Malfoy, junto con la oferta de la varita tuvieran el suficiente peso y credibilidad para intrigar al Marqués.

Funcionó. El Marqués le escribió una breve nota a Draco, entregada por un hermoso pájaro lira, invitándolo a Málaga. El Marqués propuso un hotel en la costa para la reunión. Draco le respondió con preocupación por su seguridad, por el valor del objeto que llevaría consigo, e invitó al Marqués a la Mansión. Tal como esperaban, el Marqués rechazó el viaje a Inglaterra, pero ofreció su villa como punto de reunión si le parecía. Su única solicitud era que el Sr. Malfoy cumpliera sus medidas de seguridad y que fuera solo.

Granger frunció los labios mientras leía esto último por encima del hombro de Draco. –Responde que sí. Encontraremos como sacarle la vuelta a eso último. Sin duda, rebelde o no, no puedes hacerlo solo.

–¿Ah no?

–No.

–Que poca fé me tienes. ¿En qué estás pensando entonces?

–Tengo un par de ideas –dijo Granger.

Ahora estaba viendo especulativamente a Draco, haciendo girar su varita entre sus dedos.

A Draco no le gustó la sensación que eso le causó.

Guardaron la Varita del Sauco con una cinta de seda alrededor de la parte rota dentro de una preciosa caja de satín y madera de Grenadil.

La varita estaba inerte en la mano de Draco mientras la guardaba. –Madera para fuego, es verdad. No le queda ni una chispa de magia.

–Es posible que todavía tenga el poder de hacer un último bien –dijo Granger.


La red Flu Internacional a Málaga les tomó seis minutos. Granger salió del fuego con un tono verdoso, similar al de un espárrago.

Un aburrido mago de migración la observó, y después le dió a Draco los formularios para él y su esposa junto con una bolsa para vómito.

En el apartado de profesión, Draco escribió “Travieso / Rebelde” y para Granger “Incendiario”.

Estaba demasiado mareada como para notarlo.

El Marqués vivía a las afueras de uno de los Pueblos Blancos en la costa del sur de España. Draco y Granger rentaron una habitación en un pueblo a un par de kilómetros de distancia para finalizar con los preparativos del atraco.

Se tomaron el tiempo para caminar por la calle que llevaba a la villa d’Artois. 

Bueno, en realidad Granger caminó. Draco trotó a su lado, con una larga y peluda cola moviéndose elegantemente detrás de él.

Porque sí. Draco había sido Transfigurado en un Borzoi.

Y Granger en Draco.

Draco, observando a Granger-Draco desde su nueva altura, justo al nivel de su cintura, se dijo a sí mismo que no había manera de que caminara con tanto movimiento de cadera.

Aunque sí que hacía notar su trasero.

Tenía un culo tan perfecto.

Llegaron al final del camino. La casa del Marqués no era una villa, francamente era … otro Alhambra, escondido entre las montañas Andaluzas.

Enormes rejas se abrieron a medida que se acercaban. Los guardias, armados con varita y espada ceremonial, flanqueaban el camino a intervalos regulares y los observaban en silencio mientras pasaban.

–Qué gente tan alegre –murmuró Granger-Draco a Draco.

Caminaron entre los espléndidos jardines llenos de almendros, limoneros, fuentes y flores de todos los colores. La fauna exótica se pavoneaba en el jardín: pavos reales, faisanes, grullas demoiselle .

Llegaron a la puerta de la villa. Un mayordomo vestido de negro recibió a Granger-Draco, era alto y bien fornido, tanto su andar, como su amplitud de hombros sugería que debía de ser algo más como un guardaespaldas que como un sirviente. Su varita estaba enfundada en su antebrazo y el vistazo estratégico que le dió a Granger-Draco le dijo a Draco que sabía lo que hacía.

Siguieron al mayordomo a través de varios patios, cruzando estanques llenos de koi dorados.

Granger-Draco, sostenía la caja de la Varita del Sauco bajo su brazo mientras caminaba, estaba haciendo un excelente trabajo al verse Malfoycamente poco impresionada. Draco la escuchó suspirar.

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Llegaron a una clase de antesala, en la al final los esperaba una brillante pared translúcida: una especie de escudo mágico.

Una pequeña figura, ligeramente distorsionada por la pared, apareció. Habló con una voz y acento aristocrático: –Sr. Malfoy, bienvenido. Espero que su viaje no lo haya fatigado. ¿Puede François proceder con los chequeos rutinarios para mi tranquilidad?

Granger-Draco inclinó la cabeza y respondió en francés. – Mosieur le Marqués . Un placer. Por favor, adelante. Estoy ansioso por comenzar con nuestra charla.

El mayordomo aplicó una serie de hechizos de revelación de armas sobre Granger-Draco, exponiendo su varita y el cuchillo que Draco usualmente llevaba en el muslo.

El mayordomo le proporcionó una bandeja, sobre la cual Granger-Draco colocó dichos artículos.

La varita de Draco pasó por un hechizo de identificación, que confirmó que el Sr. Draco Lucius Malfoy era su dueño.

El mayordomo le preguntó a Granger-Draco sobre qué había en el termo en su cadera.

–Solo agua –dijo Granger-Draco, ofreciéndola para su inspección.

El termo fue sometido a cinco hechizos antes de que el mayordomo estuviera convencido de que su contenido era inofensivo.

La caja de la Varita del Sauco fue abierta y sujeta a pruebas de detección, sin efecto alguno.

–¿Supongo que no le molestará qué François guarde su varita y cuchillo? Solo mientras estemos conversando, claro –dijo el Marqués del otro lado del escudo.

Después del gesto de afirmación de Granger-Draco, François guardó la varita y el cuchillo dentro de su túnica.

–Apreció su paciencia con mi susceptibilidad –dijo el Marqués–. ¿Puedo preguntar sobre el perro?

–Mi familiar –dijo Granger-Draco, acariciando la elegante cabeza de Draco–. Puede esperar aquí, si lo desea.

–Oh, no. Entiendo el deseo de tener lo más preciado cercano a uno, sabe, más que cualquiera. ¿Está educado? Haré que François le ejecute algunos hechizos de prueba y podremos continuar.

François le lanzó un par de hechizos a Draco, incluyendo un Finite Incantatem y un hechizo de detección de Animagos.

No sucedió nada.

Draco meneó la cola y sacó la lengua.

–Excelente –dijo el Marqués–. El perro es un perro. Déjalos pasar, François.

Draco  exhaló un perruno suspiro de alivio. Inspirándose en el pelaje del venado de Oisín, Granger había ingeniado algo que llamaba “una especie de jaula Faraday” con sus discos antimagia y algunos cables. Dicha cosa estaba atada a su cuerpo, cubierto por su grueso pelaje. Lo habían probado rigurosamente. No bloquearía maldiciones serias, pero hechizos ligeros perderían potencia dentro del perímetro.

El mayordomo bajó la reluciente pared, revelando al Marqués.

Draco trotó a un lado de Granger-Draco y observó al hombre. Era delgado y vestía un traje violeta hecho a la medida, aunque el corte parecía algo antiguo. Un par de ojos azules brillaban con inteligencia, en un rostro que, extrañamente parecía viejo y joven al mismo tiempo.

Para la delicada y perruna nariz de Draco, el hombre olía a puros finos… y a oro.

–¿Un Borzoi, verdad? –preguntó el Marqués, mirando a Draco–. Noble. Una raza muy inusual. ¿Cómo se llama?

Granger-Draco miró a Draco con una ceja arqueada. –¿Su nombre? Es… Crotch.

¿Krrotche? –preguntó el Marqués con un fuerte acento francés.

–Si. Significa astuto en… tritón. No lo nombre yo.

–¿Cómo lo conseguiste?

–Amigos en San Petersburgo.

–¿Oh? ¿Qué amigos? Tengo un par de contactos ahí.

–Los… Mikhailovs.

–Mm. No tengo el placer de conocerlos.

Draco saltó y puso su cabeza bajo la mano del Marqués, intentando distraerlo de sus preguntas.

El Marqués pareció complacido y le dió unas palmadas. –Un chico feliz, ¿verdad? Sí. Eres un buen chico.

Draco trotó hacia adelante, olfateando todo, preguntándose si debería orinar algo para verse más auténtico.

Llegaron a un nuevo patio, dividido a intervalos regulares por delgadas columnas de madera. En el centro de todo había unos elegantes muebles.

El Marqués alzó una mano y François, quien había estado oculto, se acercó con bebidas.

–¿A Krotche le apetecería una galleta? –preguntó el Marqués.

–No, no se preocupe. Está bajo una dieta especial.

–¿Oh?

–Si, está… estreñido.

–Ah. Pobre.

Draco meneó la cola como si nada lo hiciera más feliz que el estreñimiento.

Granger-Draco tomó la copa de vino que le ofreció François y la agitó con un gesto altivo.

Draco no era tan arrogante.

–¿Qué te parece? –preguntó el Marqués una vez que Draco lo probó.

–Prefiero los vinos más secos –dijo Granger-Draco con un resoplido–. Pero este es excelente.

Una de las cejas del Marqués se arqueó ante el halago. –Ya veo –examinó su propia copa–. Me temo que no puedo quedarme mucho tiempo. Estoy un poco ocupado esta tarde.

Granger-Draco le mostró una excelente sonrisa falsa.. –Me encantaría ahorrarnos las charlas triviales. ¿Le muestro con lo que vengo?

Se acomodó en el sofá. Draco se acostó sobre sus pies.

Abrió la caja de la Varita del Sauco y se la acercó al Marqués. –Partida en dos por Harry Potter el 2 de mayo de 1998.

Los ojos del Marqués brillaron cuando se inclinó para mirar. –Esto es fortuito, me has traído una reliquia de la muerte en la víspera de la noche de Todos los Santos.

–En efecto.

–¿Cómo la adquiriste?

–Potter me debía un gran favor.

–¿Un favor?

–No puedo proporcionar más detalles.

El Marqués asintió. –Por supuesto. No quise entrometerme. ¿Le molesta si…?

Granger-Draco asintió y le acercó la caja al Marqués. Alzó la varita y la inspeccionó, primero a simple vista, y después con una lupa plateada, y finalmente con una dorada.

–Es hermosa. Encantadora. ¿Puedo lanzar un par de hechizos?

Granger-Draco sacudió la mano indiferente en señal de afirmación.

Lograba imitar los manierismos de Draco con una precisión casi ofensiva – solo un poco más y hasta Draco se hubiera convencido. Seguramente no era tan pretencioso.

–Quince pulgadas, madera de saúco, pelo de cola de Thestral –dijo el Marqués, lanzándole varios hechizos mientras confirmaba la autenticidad de la varita–. Fascinante. Es una gran parte de la historia la que tiene aquí, Sr. Malfoy. Soy un verdadero fanático de los artefactos mágicos e históricos y la Varita del Sauco es… pues uno de los santos griales, como bien sabe. Qué pena que haya sido destruída. Estoy seguro de que el Sr. Potter tenía las mejores intenciones para el mundo mágico al hacerlo, pero…

Draco se levantó y se sacudió, dejando una capa de pelo blanco sobre Granger-Draco, comenzó a vagar por el patio, luciendo lo más aburrido posible.

Se movió olfateando por aquí y por allá, hasta que encontró el escondite de François. No logró encontrar rastro de otro miembro del personal o guardias cerca. Su oído canino mejorado captó lo que parecía ser la cocina, hacía la derecha, por las voces chillonas de los elfos domésticos. Más allá podía escuchar gritos, carcajadas y… ¿monos?

Regresó junto a Granger-Draco y se sentó, como esfinge a sus pies. Esta era la señal para que empezara el plan: solicitar ver la colección del Marqués y si respondía que no, entonces las cosas se iban a poner interesante.

–Pasemos a la parte que más odio. ¿Cuánto es lo que pides por este objeto invaluable? –preguntó el Marqués.

–¿Qué me puede ofrecer que no pueda comprar yo mismo?

Las cejas del Marqués se alzaron. –Había entendido por nuestra correspondencia que estabas interesado en vender. Yo no regateo con piezas de mi colección, sí es lo que estás sugiriendo.

Granger-Draco se encogió de hombros. –Francamente, estoy más interesado en encontrar un lugar digno de este pedazo de historia. Le puedo decir que puede ofrecerme, que no puedo comprar: un recorrido por su legendaria colección.

La expresión del Marqués se cerró. –Absolutamente no.

Granger-Draco suspiró. –Bien. Hubiera esperado un poco más de flexibilidad por su parte. De hecho, pensé que esta era una oferta bastante generosa, la Varita del Sauco por unos momentos de su tiempo. Respeto su decisión, por supuesto.

Granger-Draco guardó la varita en la caja y cerró la tapa con un chasquido. –Gracias de igual manera, por… 

–Espere.

El Marqués miraba la caja con codicia y deseo.

–¿Simplemente quiere un tour por mi colección? –preguntó-. ¿A cambio de la varita?

–Si.

–¿Por qué?

–Por qué eso también sería algo invaluable –dijo Granger-Draco–. Si mal no me equivoco, jamás ha hecho uno.

–Es correcto –dijo el Marqués gravemente.

Miró a François, quien no se veía para nada contento. Después volvió a mirar la caja.

Volteó hacia Granger-Draco. –Haremos el tour. Quince minutos. Deberá seguir mis instrucciones y por supuesto, no tocar nada.

–Por supuesto.

–Y al final del recorrido, la Varita de Sauco será mía.

–Es correcto.

El Marqués se veía serio. –Qué giro tan inusual de la situación.

–Monsieur le Marquis, ¿está… está usted completamente seguro? –preguntó François.

Los ojos del Marqués estaban fijos en la caja de madera. Un músculo saltaba en su mejilla mientras tenía una discusión interna.

Después de un largo momento, dijo: –François, tiene la varita del Sr. Malfoy, no creo que pudiera hacer mucho daño. No es por asumir nada sobre usted, Sr. Malfoy. François simplemente está siendo cuidadoso.

–Entiendo. Si hay algo más que pueda hacer para facilitar esto… ¿debo dejar a mi mascota aquí?

–Oh, no, el Sr. Krotche puede venir –dijo el Marqués, agachándose hacia Draco y chasqueando la lengua–. Es un buen chico.

Draco saltó frente a las piernas del Marqués, demostrando lo buen chico que era.

–Si, claro que sí, eres un chico bueno. Sí, si lo eres. Sí. ¿Da besos?

Fue difícil seguir haciendo trucos cuando te congelabas del horror. Draco no quería dar besos.

La boca de Granger-Malfoy se torció. –Eh… no. Le quité esa maña.

–¿Oh?

–Tiene un aliento horrible.

Draco le dio a Granger-Draco una mirada que claramente decía ¿disculpa?

El Marqués le estaba rascando las orejas. –¡Qué travieso! Debemos cepillarnos los dientes más a menudo, ¿no? Qué chico tan inteligente, hasta parece que me entiendes. Un chico crotchy , debo decir, ¿cómo en tritón? François, guíanos, por favor.

Cruzaron a una enorme sala con arcos altos y un techo finamente tallado.

Llegaron a una puerta, fuertemente protegida por dos magos inexpresivos que hacían guardia a los costados de la puerta.

El Marqués le indicó deliberadamente a Granger-Draco que mirará hacía el techo. –Tome un momento para apreciar esta obra de arte: una representación de los siete cielos del Islam por los cuales un alma debe ascender después de la muerte.

–Es hermoso.

Mientras tanto, François quitaba capa tras capa de protección. Draco se mantenía alejado, como el buen chico que era, y observaba cuidadosamente. El oído de un perro le resultó útil: incluso podía oír los encantamientos que lanzaba el hombre.

La puerta finalmente se abrió.

Ahora comenzaba el tour.

El Marqués estaba un bastante nervioso y tenso en un inicio. Sin embargo, Granger-Draco ofreció la cantidad exacta de jadeos de sorpresa y ooh ’s (probablemente genuinos) para halagarlo, y poco a poco se fue relajando durante el recorrido. François los seguía a distancia, frunciendo el ceño y apuntando con su varita a la espalda de Granger-Draco.

Pasaron por salón tras salón de Artefactos invaluables. El Marqués ofrecía comentarios de guía sobre cada artículo: –Esas son las plumas de Hugin y Munin, los cuervos de Odin. El primer bonsai, de la dinastía Han. El incienso que se ofreció a Cristo por un Rey Mago. El bastón de Moctezuma; muy temperamental, solo jugué con él una vez y transforme a un mayordomo en tortilla. Un mechón de cabello de Sansón; el loto de Lakshmi, ese lo conseguí en Kolhapur. El arpa del arcángel Sandalfón…

Entraron a otra habitación y el Marqués continuó: –Ah, algunas rarezas de tu parte del mundo. Esta es la piel de uno de los sabuesos de Annwn, no lo mires tan de cerca Krotche, se parece un poco a la tuya, pobre chico. La hermosa Excalibur, con esa si que están familiarizados, claro. Me costó un buen Knut. Y aquí, el caldero de Cerridwen, si es que conocen la leyenda…

–He… he escuchado sobre ello –dijo Granger-Draco con voz ahogada.

Llegaron a una puerta que conducía a una habitación llena de libros, libros en repisas, libros sobre pedestales, libros dentro de vitrinas.

El Marqués continuó caminando. –No entraremos ahí; nos tomaría demasiado tiempo y no debemos demorarnos. Mi más reciente adición a la biblioteca es el manuscrito original Les Prophéties de Nostradamus. Me atrevo a decir que fue una ganga. Buen hombre, ese Nostradamus, bastante divertido en persona. Eh…bueno, al menos eso dicen.

Granger-Draco miró con anhelo la habitación e hizo un sonido que sugería su sufrimiento, al tiempo que se pasaba la mano por el pecho.

–¿Se encuentra bien, Sr. Malfoy?

–Eh… sí. Parece que tengo un poco de… indigestión. Acidez.

Siguieron por otro pasillo, el cual los condujo a un patio lleno de jaulas. El Marqués tenía un zoológico. Eso explicaba los monos.

Agitó su mano en esa dirección. –Un par de especímenes interesantes del mundo. Al fondo hay un aviario, y un jardín de mariposas. Sigamos.

El arco se abrió en otras tres direcciones. Al final de uno, Draco vió el destello de una flama violeta en un cuarto oscuro.

El Marqués, con un movimiento de su varita cerró la puerta mientras pasaban, atrayendo la atención de Granger-Malfoy hacia una quimera petrificada.

Finalmente, llegaron a la colección de objetos del mundo antiguo. Estaba ubicada en una sala con estilo de templo Griego, con columnas dóricas sosteniendo la enorme cúpula central. Las paredes eran de mármol y brillaban con escenas de la mitología.

–Veamos, cuales son las piezas más interesantes –dijo el Marqués, de pie en el centro de todo, antes de llevar a Granger-Draco frente a una vitrina. –Este es el Anemoi : la brújula original. Y esto… ¿qué crees que sea?

Granger-Draco estudió el pequeño objeto bajo el cristal. –Eh… ¿parece fruta seca?

–Lo es: son los restos de la granada original consumida por Perséfone.

–Increíble.

El Marqués apuntó a una enorme viga que llegaba hasta el techo, del cual colgaban varios soportes bajo un encantamiento de estasis. –El mástil del Argonauta. He estado en búsqueda del vellocino de oro –lo he estado haciendo durante muchos años– creo que deberían reunirse de nuevo, ¿no crees?

–Oh, claro. Por supuesto.

–Mmm. Aquí está la caja de Pandora, bueno, es más un frasco que una caja, como puedes ver. Un pithos sería el término correcto. Y aquí, el omphalos del Oráculo en Delfos. Aquí el yunque de Hefesto, es absurdamente pesado, no puedo siquiera explicar el alboroto que se hizo para traerlo… 

Draco se acercó para recargarse en las piernas de Granger-Draco, como lo haría un perro aburrido queriendo atención. Habían encontrado la caja, era hora de pasar al siguiente paso.

El Marqués, observando nuevamente a Draco, dijo –Espero no se ofenda, yo sé qué es su familiar, pero debe decirle que si algún día decidiera separarse del perro, es bienvenido en esta villa. Es una criatura bien portada. Le daría un aire de sofisticación a mi colección de animales.

–Eh…no. Lamentablemente es muy querido para mí –Granger-Draco acarició la cabeza de Draco–. Le tengo demasiado cariño como para dejarlo ir.

–Por supuesto. No perdía nada con preguntar, siempre vale la pena hacerlo. Ahora bien, esto fue todo un hallazgo , el cráneo de Tifón…

Draco y Granger habían trazado varios planes para diferentes escenarios. Granger rascó la oreja izquierda de Draco, señalándole el plan divertido.

François estaba rondando por la puerta, con varita en mano, aunque apuntando hacia el suelo.

Fingiendo repentina alegría, Draco saltó hacia el hombre, levantó su trasero al aire (dioses) y sacudió la cola.

–¿Qué quiere Krotche? –preguntó el Marqués. Después, al ver la posición de Draco, dijo –Oh, François, ¡piensa que tienes una rama! Chico tonto, es una varita.

Draco brincó y le quitó la “rama” de la mano a François. Después se alejó corriendo – se estaba haciendo experto en esto – y luego se lanzó hacia François, con la varita en el hocico.

François se la intentó quitar. Draco se alejó rápidamente, y luego se volvió a acercar.

–¡Está jugando contigo, François! –rió el Marqués.

Draco y Granger habían estado practicado esta parte en especial durante varias horas. El punto era que pareciera que lo hacía sin querer.

Draco sacudió la cabeza y una lluvia de chispas salieron volando de la varita. Después lanzó la varita y corrió para atraparla en ese momento salió una pequeña parvada de pájaros de la varita.

François lo intentó perseguir. Draco sacudió la varita y lo golpeó con un Aguamenti, cosa que lo hizo mover la cola felizmente.

El Marqués no paraba de reír. François se veía terriblemente molesto. Granger-Draco intentó inútilmente calmarlo al ordenarle que se sentara.

Draco esperó a que François volviera a acercarse y le dió con un Locomotor Wibbly , pero de manera divertida y juguetona. 

François chocó contra una pared.

Rápidamente aturdió al Marqués.

Granger-Draco saltó a la acción, arrodillándose junto a François para recuperarla varita de Draco, lo siguiente que hizo fue quitarle la jaula de Faraday a Draco y Transfigurarlo nuevamente en humano.

–Finalmente –respiró Draco, encantado de estar sobre dos pies otra vez.

Granger aturdió a François por si acaso y lanzó hechizos silenciadores a su alrededor.

Corrieron hacia la caja de Pandora (qué sensación tan extraña, correr junto a ti mismo). Draco tomó su varita de las manos de Granger y empezó a deshacer los hechizos de protección que rodeaban al pithos .

–Le quedan diecisiete minutos a mi dosis de Poción Multijugos –dijo Granger.

Draco, sudando, removió capa tras capa de las protecciones que rodeaban al frasco. –Bien. Estos no están tan mal… creo que los peores fueron los primeros… dame dos minutos más... 

Granger comenzó sus propios preparativos, sacando el termo con agua y derramando su contenido donde el Aguamenti de Draco había dejado charcos.

–Listo –dijo Draco.

La mano de Granger-Draco vaciló sobre el pithos . –Por dios.

–¿Qué? No me digas que mágicamente ya tienes consciencia.

–¿De verdad abriremos la caja de Pandora?

–Pues ella ya lo hizo una vez, lo peor ya salió, ¿no?

–Sí.

Se miraron fijamente el uno al otro.

–Hagámoslo –dijo Granger.

Juntos levantaron la pesada tapa. Rechinó al ser removida.

Ambos dieron un paso atrás, casi esperando que el resto de las plagas del mundo salieran en sus caras.

Pero no: el frasco estaba lleno de Esperanza.

En su forma física y pura, la Esperanza era una sustancia nebulosa y luminosa, simultáneamente se enroscaba sobre sí misma y se expandía en estremecimientos de confianza, convicción y fé.

–Qué hermosa –suspiró Granger-Draco.

–Tómalo y continuemos –insistió Draco, pasándole su varita nuevamente.

Granger-Draco delicadamente presionó su varita en la sustancia y vertió lo suficiente para llenar su termo.

Esto dejó un hueco sustancial en la caja de Pandora, pero solo por un momento, ya que rápidamente se regenero, haciendo que se llenara el frasco nuevamente.

–Cierto –dijo Granger-Draco–. La Esperanza no es finita. Es… infinita.

No había tiempo para filosofar sobre la naturaleza de la esperanza. Draco apartó a Granger-Draco fuera de su camino, tapó la caja de Pandora y rehizo los hechizos de protección.

Guardaron el termo en la túnica de Granger-Draco.

–¿Listo? –preguntó Granger-Draco, apuntando con su varita a Draco.

–Maldita sea. Aquí vamos de nuevo. Sí. Si vuelves a decirme estreñido, te morderé.

Sonriendo, Granger-Draco lo transfiguró nuevamente en un perro. Le volvió a poner la jaula en el cuerpo, acomodándola en su pelaje. Puso la varita de Draco nuevamente en el bolsillo de François.

Después corrió a donde estaba el Marqués y usó su varita para despertarlo a él y a François.

–¡Oh! Monsieur le Marquis, ¿se encuentra bien? Lo siento mucho, Krotche le dió con algo, perro tonto. Creo que solo fue un aturdidor. Lo mandé a la esquina. Está castigado.

El Marqués se levantó con una expresión entre aturdida y molesta.

Sin embargo, François se puso de pie con una profunda sospecha en su mirada. Tomó su varita de nuevo y le apuntó a Draco.

Draco sentado en un rincón, miraba hacia el suelo, moviendo la cola patéticamente.

–¡Ese no es un maldito perro! –dijo François–. ¡Finite Incantatem!

Apuntó el hechizo directamente al pecho de Draco.

No paso nada.

–Francamente, François, ya le lanzaste ese hechizo a la pobre criatura, ya lo asustaste –El Marqués se estaba sacudiendo el polvo–. Por favor, deja ya de aterrorizar a la criatura.

–Gracias –dijo Granger-Draco mientras veía severamente a François–. Fue un accidente desafortunado. Será mejor terminar el recorrido aquí, no quiero quitarle más tiempo.

François, con la boca entrecerrada en una amarga mueca, lanzó hechizos de revelación por todo el salón. Todas las protecciones estaban intactas.

–Estoy de acuerdo, Sr. Malfoy –dijo el Marqués–. Permítame acercarlos a la salida.

Siguieron al Marqués. François murmuraba detrás de ellos y miraba sombríamente a Draco, quien le regresaba la mirada con amistad, mientras trotaba juguetonamente.

Finalmente, llegaron al primer salón.

–Hasta aquí llego yo –dijo el Marqués.

Observó detenidamente la caja en manos de Granger-Draco.

–Es de mi total agrado entregarle esto, tal como lo acordamos –dijo Granger-Draco al darle la caja.

El Marqués la tomó y la abrió de nuevo, como para asegurarse de que la varita no hubiera desaparecido por algún truco.

–Algunas cosas en la vida no tienen precio –dijo Granger-Draco–. El recorrido de hoy ha sido una revelación. De los momentos más mágicos de mi vida, debo decir. Debe de estar orgulloso de la obra maestra de colección que posee. Sin duda, la mejor en el mundo.

El Marqués inclinó la cabeza. –Es una labor hecha con amor a través de los años. Hasta luego, Sr. Malfoy. Y por supuesto no dude en contactarme sobre Krotche si cambia de parecer.

–No lo haré, pero le escribiré si escucho algo sobre la ubicación del vellocino de oro –dijo Granger-Draco.

El Marqués suspiró. –Gracias.

Agitó su varita y la pared translúcida volvió a brillar.

François le regresó la varita y cuchillo de Draco a Granger-Draco.

Después, con una mirada de odio absoluto hacia Draco, los acercó hasta la entrada, de nuevo pasando a través de los jardines, los guardias y finalmente llegando a la reja para despedirlos.

La reja se cerró detrás de ellos y vibró con una nueva serie de encantamientos de protección lanzadas por el enojado mayordomo.

Grange-Draco, sonriendo, abrazó a Draco y se Desaparecieron.


En el hotel, Draco y Granger-Draco lanzaron hechizos de silencio a su alrededor y procedieron a brincar frenéticamente, sin poder creer lo que acababan de lograr.

Granger-Draco seguía tocándose la cara, mientras caminaba e hiperventilaba al mismo tiempo.

Draco dió media vuelta y se dejó caer sobre la cama riendo. –Lo logramos.

–No puedo creerlo –dijo Granger-Draco.

–Dioses, que adrenalina –dijo Draco.

–Debemos dejar de robar cosas antes de que te termines convirtiendo en un cleptómano.

–Estoy seriamente considerando cambiarme de carrera.

Granger-Draco pausó su caminar e hizo una mueca. –Cierto, he estado aguantando las ganas de orinar desde hace rato.

–Pues ve –dijo Draco apuntando al baño.

–Pero todavía soy tú… me quedan nueve minutos más –dijo Granger-Draco consultando el reloj.

Oh –Draco sintió una sonrisa formándose en su rostro–. ¿Qué pasa? ¿No quieres sostener mi pene?

–Quiero decir…

–Puedo entrar y sostenerlo por ti, y si quieres, puedes hacerlo con los ojos cerrados.

–Por supuesto que no –dijo Granger-Draco.

–¿Estás segura?

–Sí. Simplemente… Lo haré rápido. ¿De pie o sentada? Me sentaré, no quiero salpicar por todos lados…

–No seas ridícula. Todo el punto de ser hombre es hacer parado.

Granger-Draco caminó al baño con la espalda demasiado rígida.

Draco experimentó la molesta e intrigante experiencia de que Granger tocara su pene sin que él estuviera ahí para disfrutarlo.

La expresión en su rostro cuando regresó al cuarto fue… interesante.

–Bueno –dijo Granger-Draco, saliendo del baño–. Eso explica tus pies.

–Sobre esa definición de gran… 

Granger-Draco le apuntó violentamente con el dedo. – No empieces.

Draco se rió.

Cuando pasaron los últimos minutos de la Poción Multijugos, hubo un efecto de derretimiento alrededor de Granger-Draco, y luego Granger reapareció, con su ropa extremadamente grande.

Draco se dió la vuelta en la cama para que ella pudiera cambiarse. –Fuiste bastante buena siendo yo, aunque exageraste con ciertos manierismos.

–Fuiste un Borzoi extraordinariamente convincente.

–Yo no juego con mi pelo así , eso fue invento tuyo.

–¿Viste la cara de François al final?

–Sospechaba algo, lo sé.

–Los discos funcionaron, por lo menos, solo te estaba lanzando hechizos de corta distancia y no intentó cosas más serias…

Granger, ahora con un precioso vestidito de verano, se le unió en la cama. Draco notó que ella no estaba escondiendo su cicatriz.

–¿ Viste la colección del Marqués? –preguntó Draco.

–¡Sí! ¡Qué indignante! Nunca había visto algo así en toda mi vida, ni lo volveré a ver jamás. Cualquiera de esos objetos valía más que el PIB de algunos países.

–Es un bastardo codicioso, ¿no crees?

–El cuarto de libros –suspiró Granger agarrándose del pecho.

–¡Tiene a Excalibur!

–¡Tiene el mástil del Argonauta!

–¡La maldita granada de Perséfone!

–¡El caldero de Cerridwen! ¡¿Cómo?! ¿Quién rayos es ?

–Creo que lo sé –dijo Draco–. Y si tengo la razón…

–¿Quién?

–¿Viste la llama? ¿La morada?

–Eh, creo que no.

–Cerró la puerta cuando pasábamos por ahí. Un fuego violeta en una habitación a oscuras. Creo que era La Llama Violeta.

Granger jadeó de sorpresa. –¿ La Llama Violeta?

–Si. Esa. La que solo un alquimista logró crear.

No .

–Sí –Draco se rió, incrédulo.

–No.

–Granger.

–No, no puede ser.

–Sí. Tiene que ser. Creo que acabamos de conocer a uno de los más grandes alquimistas de la historia. Creo que acabamos de conocer al mismísimo Conde de St. Germain.

Granger farfulló. –¡No! No. ¿Cómo?

–¿De qué otra manera explicas esa colección? ¿Una colección que debió haber tomado siglos y siglos? ¿La cantidad de dinero que conlleva eso?

–Su rostro era peculiarmente eterno.

Draco presionó las palmas de sus manos en las sienes. –Acabamos de robarle a St. Germain.

–Oh por dios –dijo Granger, hiperventilando de nuevo.

Aturdí a St. Germain.

–¡Insulté su vino!

–Calla. ¡St. Germain quería besos míos!

–Al menos piensa que eres un buen chico.

–Un chico crotchy

–Con mal aliento… –dijo Granger entre risas–. ¡Cree que estás… estreñido!

Draco no podía respirar. –Tú… ¡El hombre es una leyenda! ¡Y tú…! Maldita sea, ¿no se te pudo haber ocurrido otra cosa que no fuera estreñimiento?

–Detente… me voy a orinar encima…

Granger cayó de espalda en la cama, al lado de Draco y se rieron a mas no poder.


Draco y Granger habían hecho algunos planes para regresar al Reino Unido esa misma noche, si es que podían, pero por si acaso habían hecho maletas.

Ese “por sí acaso”, sucedió. La Flu Internacional cerraba a las siete de la tarde, pero al final perdieron la noción del tiempo, se demoraron demasiado con las tapas y mucho vinos.

–Supongo que una noche en España no sería lo peor que hemos hecho –dijo Granger mientras salían del bar.

Caminaron por la parte Muggle del pueblo, disfrutando de la atmósfera Andaluza, los omnipresentes geranios en sus macetas de terracota, las calles extremadamente angostas, las casas blancas apiladas una sobre otras.

Llegaron a un mercado nocturno, donde Draco se distrajo fácilmente, había que convencerlo de no comprar objetos Muggle, incluyendo un trombón, una cosa llamada lámpara de lava y un bote inflable.

No necesitas un bote –dijo Granger, arrastrando a Draco viéndose exasperada.

–No te enojes; sé que me tienes mucho cariño.

–¿Ah, sí? ¿Estás seguro?

–Tú misma lo dijiste hoy.

Granger agitó una mano con desdén, pero estaba reprimiendo una sonrisa. –Tenía que actuar.

–Me gusta cuando actúas.

–Por supuesto que te gusta eso.

Caminaron por una calle adoquinada hacia un mirador al este del pueblo, donde la vista daba al campo Andaluz, bajo la luna a la distancia se veía Málaga, y más allá, el mar negro como la tinta.

Para Draco, esto parecía un buen lugar para mirar el horizonte, y tal vez un poco de rapprochement accidental. Sin embargo, Granger decidió darle un relato nada sexy de los horrores que vivieron los herejes durante la Inquisición, y el momento pasó.

Granger lo llevó hacia el barrio mágico del pueblo para continuar su exploración. Consistía de una calle angosta, accesible solo al tocar con la varita una pared blanca que escalaba hasta convertirse en un arco.

Los habitantes mágicos estaban celebrando una verdadera fiesta en el interior. La calle resplandecía con la iluminación de nabos y calabazas talladas, hasta lo que parecían ser cráneos humanos.

–No sabía que los españoles celebraban Samhain –dijo Draco.

Granger observaba a su alrededor con gran interés. –No, escuchalos. No es español. Es Gallego. Debe de haber un grupo que viene de Galicia.

Ante la mirada inexpresiva de Draco, agregó –En el norte de España. Específicamente en la península Ibérica, que alguna vez estuvo dominada por tribus celtas. Ellos todavía celebran Samhain. Sí, ¡mira! ¡Tienen Queimada!

Queimada. (Photo: followthecamino.com)

¿Qué era una Queimada? Al principio, Draco estaba convencido de que estaba hecho de la misma sustancia que la lámpara de lava. Era una especie de ponche con fuego, aromatizado con cáscaras de cítricos y granos de café.

Mientras caminaban por la calle, vieron versiones de la bebida preparados con distintas cosas: calabazas huecas, ollas o calderos. Los druidas gallegos vestidos de blanco cantaban sobre la Queimada y prendían fuego a la bebida, creando hermosas llamas azules. Las personas contaban hasta tres antes de tomarse de un trago sus bebidas.

Algunos de los druidas cantaban en gallego, algunos otros en español. De los segundos, Draco podía captar pequeños fragmentos, eran cantos sobre magia negra, liberarse del mal y purificación.

Un amistoso druida los vió y les hizo señas para que se acercaran. Les entregó un par de vasos del tamaño de un espresso, rechazando el pago.

Levantó tres dedos. –¡Deben beberlo en tres sorbos!

Draco y Granger tomaron un sorbo. Era una bebida embriagadora – brandy caliente, azúcar caramelizada y un rico regusto a café.

El druida asintió. –El primero ahuyenta el mal. Beban de nuevo.

Bebieron de nuevo.

–El segundo quita los prejuicios de la mente –dijo el druida, tocando el costado de su cabeza–. Uno más.

Se terminaron la bebida.

–El último despierta la pasión del alma –dijo el druida, poniendo sus manos en el pecho. Después dijo –¡Feliz Samhain! –y se volteó para nuevamente prender su caldero con fuego.

La música empezó a sonar y la fiesta aumentó.

–¿Han despertado tus pasiones? –preguntó Draco por encima de la música.

–Oh, claro. Esto es el inicio para todo tipo de libertinaje –dijo Granger.

Draco le sonrió.

Ella se rió, y con las mejillas sonrojadas, apartó la vista.

Regresaron a su cuarto de hotel. Draco le dijo que desearía haberles pedido la receta de la bebida: los granos de café eran una excelente adición. Granger estaba más interesada en los cantos que habían escuchado, su procedencia e historia, y sí también se podían rastrear hasta la época de los antiguos celtas.

En el hotel, cada quién se bañó (Draco sentía que todavía olía a perro; Granger dijo que todavía apestaba a la colonia de Draco y que era insoportable; Draco se ofendió y le lanzó una almohada).

Conforme se acercaba la media noche, y entre muchos bostezos de Granger, se pusieron sus pijamas.

Draco se metió en la cama.

Ya que, por cierto, solo había una cama. Obviamente, porque no. 

Granger llevaba una bata de seda.

Esto se iba a poner interesante.

Granger se paró al pie de la cama, con varita en mano. Se veía terriblemente concentrada, como si estuviera calculando una larga división.

Entonces, Draco siendo un tonto de clase alta y 24 kilates, dijo –No me molesta compartir la cama.

Granger parecía estar en conflicto. –No estoy segura de que eso sea lo mejor.

–El espacio es demasiado pequeño como para Transfigurar otra.

–Podría hacerlo funcionar.

–Te prometo que no robaré las colchas.

–Eso no es lo que me está haciendo dudar.

–Entonces, ¿Qué es lo que te hace dudar?

Granger se tomó un momento para responder. –La Queimada.

–¿Oh? ¿Le tienes miedo al libertinaje?

Su audacia siempre era la apuesta segura. Funcionó. Granger lo miró con los ojos entrecerrados, y se le unió en la cama, deslizándose entre las sábanas blancas.

Draco no bajó la vista, ya que su bata se le levantó justo cuando se estaba acomodando, y era mejor no verla.

Él miró su rostro en su lugar. 

–¿Qué? –preguntó Granger.

–Esto es terriblemente humanizante, ver a alguien en la cama –dijo Draco, con su barbilla apoyada en la mano–. Me había convencido de que eras algo fuera de este mundo.

–¿Algo, como qué?

–Una ninfa, por sí querías saberlo.

Granger parecía entretenida. –¿Oh?

–Una vengativa. Una que pudiera Transfigurar a un hombre en un hongo, o algo así.

Granger mofó y agitó su varita para apagar las luces. –Puedo hacer cosas más grandes y mejores que convertir a hombres traviesos en hongos.

–¿Oh?

–Mmm. Ahora sé exactamente donde está el caldero de Cerridwen.

–Peligrosa.

–Sí. Como tú y la Llama Violeta.

–Me dirás cuando estés lista para el siguiente atraco.

–Tal vez, cuando todo esto acabe, debemos ir en búsqueda del Vellocino.

–Estoy completamente a tu disposición –dijo Draco.

Se escuchaba la sonrisa en la voz de Granger al decir. –Brillante.

Finalmente se hizo el silencio.

Draco era un buen chico, aun cuando no era un perro. Se quedó en su lado de la cama. No permitió que su mente o sus manos divagaran hacía la calidez a su lado. Se portó como el perfecto monje que era, acostado inmóvil, mirando al techo y sin pensar en Granger.


Había sido un día largo, la emoción y el alcohol dieron paso al cansancio. Durmieron una o dos horas, solo para despertarse con el ruido de las contraventanas al abrirse y cerrarse con el frío viento. 

Un ruido al lado de Draco le indicó que Granger también se había despertado. Se sentó y volteó a la ventana, medio dormida y con los ojos maravillados.

El viento arrastraba susurros por las calles adoquinadas. El cielo nocturno estaba cargado de nubes. El mar más allá del pueblo espumaba, formando enormes olas que flotaban silenciosamente en el aire durante varios segundos con formas blancas y sobrenaturales.

Era la noche de Samhain. Los muertos volvían a la vida. Las almas vagaban. Los portentos brillaban.

El velo entre los mundos se hacía mas delgado. Los límites se volvían borrosos y el umbral desaparecía.

Las cosas podían abarcar lagunas. Las cosas podían estar en el punto medio.

Granger se recostó sobre su costado y miró a Draco. Uno de los tirantes de su pijama se le había caído mientras dormía. Él acercó un solo dedo y lo acomodó.

Dejó que su dedo recorriera el camino con un largo toque.

Sus ojos estaban claros. Podían culpar a la Queimada todo lo que quisieran, pero ambos estaban perfectamente sobrios.

Su mano se acercó a su delicado rostro y le acomodó un mechón de cabello.

Era la noche de Samhain. El velo entre los mundos se hacía mas delgado. Hoy, las incompatibilidades terribles no importaban. Las polaridades violentas se suavizaban. Los universos podrían chocar y pasarse entre ellos, mientras las estrellas permanecían flotando entre los restos.

Tal vez había un lugar para que ellos encontrasen el punto medio.

Él tomó su mano antes de que ella pudiera apartarla. Lo observó, curiosa y asombrada. Presionó un beso entre sus nudillos, luego en su palma, y después en la parte interior de su antebrazo, donde había una profanación tallada.

A través de su delgada piel, podía sentir los latidos de su corazón, todavía muy lentos, demasiado tranquilos, como para que se sintieran a través de su anillo, pero suficientemente fuertes como para sentirlos con sus labios. Besó cosas no expresadas en voz alta en su cicatriz: arrepentimientos, penas, confesiones.

Sus ojos eran oscuros y suaves. Sus dedos encontraron la áspera piel que rodeaba lo que quedaba de su Marca. Puso su mejilla contra los restos y cerró los ojos. Su corazón estaba lleno. Sintió su aliento en la marca, después la presión de sus cálidos labios.

Se acercó más ella, o ella a él, no lo sabía. Solo sabía que su boca ahora estaba ahí, a centímetros de distancia. Sentía esa gravedad, ese deseo de dejarse caer. Se apoyó sobre su codo y le alzó la barbilla.

Se quedaron ahí, en ese punto de equilibrio, entre lo conocido y lo desconocido, entre el nunca y el aún no.

Ahora, el aire se volvió tenso. Ahora, el único aliento digno de respirar era el del otro.

Rozó sus labios contra los de ella. Él habría dejado las cosas hasta ahí, si ella así lo hubiera deseado.

Pero entonces, ella presionó sus labios contra los de él. Se encontraron nuevamente, juntos esta vez, respiraciones se aceleraron. Su mano se deslizó por la nuca de él. Y él la atrajo hacia si, con todo su cuerpo, para por fin cerrar ese punto medio.

No hablaron. Hablar haría que esto fuera real y esto no era real.

Era la noche de Samhain. Eran almas vagando entre muchas otras almas, buscando consuelo a su soledad o un momento de felicidad.

La calidez de su pierna se posó por su cadera. Su mano acarició la piel de su muslo, sin poder distinguir la seda de su piel bajo su palma. Ella era suavidad pura. Su mano tocó aquel trasero que tanto le había tentado. Clavó sus posesivos dedos en él.

Lento, en ese punto medio, iban lento, en esta noche misteriosa, expresaron sus deseos en los labios del otro.

Las cosas que habían estado a fuego lento cobraron vida. Se llenaron de beso tras beso, calientes, con la boca abierta, tocando lengua y dientes. La puso encima de él, un sueño de hace tiempo. Ella le besó el cuello. Él salió de este mundo completamente, en una dulce euforia. Cuando regresó, su pijama estaba siendo desabrochada con mucha habilidad, desde la garganta hacia abajo, hacia abajo y abajo.

Draco sintió el roce de su mano contra su erección, pero no quería eso aún, la deseaba a ella. La atrajo hacia si y dejó caer los tirantes de sus hombros. El camisón le cayó hasta la cintura, formando un charco de seda.

La adoró. Le besó la curvatura de su pecho, y luego del otro, después mojó sus pezones con su lengua y el calor de su boca. Mientras avanzaba, ella respiraba cada vez más fuerte, y sintió la humedad donde estaba sentada, sobre su estómago, y más humedad donde su pene se tensaba en su pijama.

Los dedos de Draco estaban ahora debajo su pijama. Le quitó la ropa interior. Lo siguió la bata, y ahí estaba ella, la ninfa, desnuda encima de él, y él no necesitaba nada más que esto, salvo verla terminar encima de él.

Acomodó su cabeza sobre una almohada contra la pared y la acercó a su rostro con manos insistentes sobre su trasero. Ella se movió hacía adelante, con una mano sobre la pared y la otra sobre su hombro, y se presionó, hermosa, húmeda y suave, contra su boca. El aroma de ella hubiera sido suficiente para hacerlo eyacular en tres tirones, si eso hubiese querido. La probó, deslizó un dedo dentro de ella, la sintió apretarse. Un segundo dedo se le unió. Cayeron en un ritmo de él chupando y besando y ella moviendo su cadera contra sus dedos y lengua, una mano contra la pared y otra en su cabello.

Su respiración se tornó pesada, y ahí, ella profirió un gemido entrecortado y un largo estremecimiento que le apretó los nudillos a Draco.

El anillo en su dedo cobró vida, haciéndole eco a su pulso acelerado.

Ella se mantuvo erguida, con una mano contra la pared y la otra contra su hombro, solo por un momento más, antes de caer encima de él para recuperar el aliento. Él deslizó su mano dentro del pantalón y se acarició mientras ella estaba encima de él, con los dedos húmedos y pegajosos, oliendo a ella. Sus oscuros ojos estaban llenos de placer.

Ella le jaló el pijama. Él se lo quito. Ella puso una rodilla a cada lado de su cadera. Mientras él se empujaba dentro de ella, ella lo besó. Él se deslizó dentro de ella hasta la mitad. El calor y la comodidad lo querían deshacer. Él tembló, controlado y lleno de deseo.

Ella abrió más sus rodillas. Él observó cómo se unían, la manera en que él encajaba, la forma en que ella lo guiaba, como brillaban de excitación.

De nuevo encontraron un ritmo, un entrar y salir lleno de besos húmedos y respiraciones entrecortadas. Por encima de él, la hermosa vista de ella arqueando la espalda, sus pechos y sus labios entreabiertos. Cada movimiento de su cadera lo acercaba más, y más y más hasta que estaba a punto de llegar, jadeando.

Ella bajó, se apretó alrededor de él y él brincó el precipicio y terminó dentro de ella, con sus manos aferradas a sus muslos.

Él se desconecto por un largo momento después de esto, ni aquí ni allá, estaba en un lugar de dicha acompañado de temblores espasmódicos y pulsos acelerados por el placer que se sentían a través del anillo.

Ella se recostó a su lado, con su cabeza contra su hombro. Desde aquí, él podía observar el ascenso y descenso de sus pechos, así como el camino que deseaba seguir desde su boca hasta su abdomen.

Nada de eso había sucedido y no era real.

Una mano soñolienta le acarició el cabello. Él pasó los dedos por su cintura.

Finalmente, cayeron en un sueño ligero.

Draco se despertó con energía y deseo otra vez, tal vez una hora después, y la movió ligeramente, la encontró receptiva y recorrió ese bendito camino entre sus pechos con la boca.

Era la noche de Samhain. Los muertos vivían y los vivos sentían, una y otra vez, sus pequeñas muertes.

Chapter 31: El Ala (J)anus (T)hickey

Chapter Text

El amanecer fue gris la mañana siguiente. La lluvia caía sobre la ventana.

En el silencio húmedo, Draco “El Aplastador” Malfoy y Hermione “Sin Capacidad para Complicaciones” Granger observaban el techo y reflexionaban sobre lo que habían hecho.

Era difícil de negar lo que había sucedido ya que los fluidos del otro estaban en varios estados de evaporación sobre su piel.

La plática sobre la almohada fue corta y directa al grano. Lo que había sucedido en España se quedaría en España. Eran profesionales. Eran profesionales que respetaban el profesionalismo del otro y jamás actuarían de tal manera que no fuera profesional con su profesional asignado. Repitieron la palabra hasta que perdieron la noción del tiempo, se confundieron y se fueron a casa.

El repertorio de imaginaciones masturbatorias de Draco tuvo unas nuevas adiciones, así que no todo estaba tan mal.

Si antes Granger no había tenido una sola neurona para desperdiciar, ahora con la adquisición de la Esperanza de la caja de Pandora, todo su ser estaba siendo consumido por el proyecto. En los días siguientes, llegó a la última etapa de preparación de su proto-Sanitatem y pasaba todo momento despierta en el laboratorio, preparando la sintetización de su milagro e iniciar las pruebas clínicas.

La luna llena de noviembre se acercaba. Greyback y Granger estaban en una carrera contra el tiempo: infección versus cura.

Viendo el trabajo intenso de Granger en el laboratorio, Draco sabía que actividades prohibidas con su Auror – incluyendo una noche en España que no había sucesos – era la última de sus preocupaciones. Conforme la luna llena se acercaba, su impulso a completar el tratamiento era casi una manía. Su ritmo era frenético. Comía solo cuando le recordaban y en ocasiones tenía que acosarla para regresar a dormir a casa.

Había un vacío en sus ojos cuando veía a Draco a veces, pero no era Oclusión. Su mente estaba obsesionadamente, fervientemente En Otra Parte.

El fuego en ella era algo peligroso, la hacía brillar tanto, pero también amenazaba con consumirla.

La extrañaba mucho.

Cuando no estaba con Granger en King’s Hall, Draco se unía a Potter, Weasley y el resto del equipo en la búsqueda de Greyback. La búsqueda de Potter era igual de loca y frenética que la labor de Granger en el laboratorio. Iban tras cada pista que Draco le había sacado a Larsen. Algunas resultaron en capturas, pero jamás a Greyback.

Shacklebolt recibió un emisario del clan de vampiros más grande del Reino Unido. El hombre cadavérico, un tal Mr. Dragavei, le informó a Shacklebolt que varios clanes habían recibido la visita de Greyback para unirse a la causa, ya que el rumor del tratamiento de Granger pudiera eventualmente curar el vampirismo empezó a resonar en la comunidad. Dragavei afirmó, que en general, los vampiros no tenían problema con Granger o su tratamiento. Aquellos lo suficientemente estúpidos como para abandonar los “deleites exquisitos” del vampirismo eran libres de hacerlo – los clanes no harían nada en contra de Granger y deseaban estar fuera de cualquier conflicto. Una última solicitud a Shacklebolt fue si pudiera no enviar Aurores a los clanes, ya que lo apreciarían mucho. 

Shacklebolt les compartió la historia con escalofríos. Dragavei había concluido esto con una invitación a cenar y le dijo a Shacklebolt que, por cierto, olía delicioso.


Con el cierre de noviembre, se concluyó la remodelación del Ala de Janus Thickey. San Mungo, gracias a la donación Malfoy, no había perdido el tiempo. Habían contratado a los mejores arquitectos mágicos para acelerar la demolición y construcción, resultando en una facilidad completamente renovada en tres meses.

San Mungo organizó una celebración para conmemorar la nueva ala. Tanto Draco como Granger fueron invitados de honor. Granger aceptó salir de su laboratorio por una (1) hora. Draco le pasó a Smethwyck la lista de medidas de seguridad a las que se tenía que apegar San Mungo si querían la presencia de la Sanadora Granger.

La celebración fue dentro de la nueva ala. Aquellos pacientes que no deseaban participar podían retirarse a sus recámaras privadas, porque sí, ahora tenían recámaras privadas.

Al llegar al ala, Draco se aseguró que los operativos del DMLE y los Aurores de turno estuvieran en sus puestos e hizo Legeremancia a aquellos que ya estaban ahí.

Granger llegó un momento después de haber recibido la nota en su Libreta de que todo estaba bien. Draco tuvo un segundo de notar que se veía hermosa en un juego de túnicas rosa cuando fue rodeada por un grupo de personas y desapareció de su vista.

–Sr. Malfoy, bienvenido –dijo Smethwyck, apareciendo a un lado de Draco con un gin and tonic para él–. ¿Le puedo ofrecer un tour? Empecemos por las instalaciones médicas. Aquí en el primer piso: un cuarto de consulta, tres cuartos de tratamiento, y mi favorito, un salón de operación…

Draco estuvo contento con lo que fue viendo. Las nuevas instalaciones eran impresionantes, pero más importante, Granger estaría lo que le sigue de feliz.

El ala había sido mágicamente ampliada y dividida en dos pisos. Un gran espacio de entrada daba vista a un techo encantado como el de Hogwarts: este mostraba el clima del día (hoy, un cielo gris de noviembre). En el segundo piso había treinta recámaras y un espacio común. El primer piso ahora incluía un salón de ejercicio, una pequeña biblioteca y una cafetería, la cual actualmente servía bebidas y aperitivos a los invitados.

Al fondo del ala, donde estaban antes un par de plantas apenas y sobrevivían, había una pared de ventana, dando vista a Londres. Un jardín había sido construido ahí. Un pequeño grupo estaba paseando por ahí con sonidos de deleite: Longbottom y sus padres. Pansy se encontraba atrás de ellos, una mano apoyada sobre la espalda de Frank Longbottom.

Un corredor llevaba a la alberca de hidroterapia, saliendo del edificio principal gracias a la arquitectura mágica. Estaba rodeada de ventanas y plantas tropicales. Un hombre se encontraba ahí en un traje de baño excesivamente pequeño con una enfermera desesperada tras de él. Draco reconoció la cabellera gris: Lockhart.

Cerca del jardín estaba el piano. Uno de los pacientes estaba tocando una melodía. Su familia estaba a su alrededor sonriendo. Era Lavender Brown.

Verla sacudió a Draco. Le recordó que Greyback había estado tomando víctimas inocentes desde hace años y todavía seguía. Se preguntó si el tratamiento de Granger podría hacer algo por sus cicatrices.

Se dio media vuelta para toparse con otra víctima de Greyback: Remus Lupin.

Lupin, viéndose frágil, se recargaba sobre el brazo de Tonks con un bastón en mano. Tonks llevaba puesto un traje de hombre para la celebración, y la verdad es que se le veía mejor que a la mayoría de los hombres.

Tonks era exageradamente privada. Jamás había mencionado que Lupin se había convertido en un paciente aquí. Su voz tranquila había sido lo que escuchó Draco cuando visitó el ala por primera vez.

Estaban hablando con Granger. Los tres estaban apuntando al techo encantado y sonriendo.

Lupin vio a Draco y lo llamó para que se acercara.

Draco había hablado con Lupin un par de veces a través de los años, en la ocasional posada de Aurores u otros eventos por ahí. No le gustaba hablar con Lupin. Lupin siempre lo veía con una amabilidad triste, la amabilidad de un profesor que te vio tomar malas decisiones, casi destruir tu vida, pero que aún recuerda el niño que fuiste. Le hacía sentir a Draco incómodo, esa amabilidad que no creía que merecía.

Sin embargo, hoy había una gran felicidad en la sonrisa de Lupin. –El hombre de la noche.

–No le des cuerda –dijo Tonks–. Ya de por sí es imposible manejarlo.

–¿Imposible manejarlo? ¿Draco? No lo creo –dijo Lupin al tomarle la mano a Draco.

Granger se estaba aguantando la sonrisa. Draco estaba seguro de que ella tenía un par de opiniones sobre manejarlo.

Ruidos de sorpresa se escucharon desde la alberca, el piano, las recámaras, el jardín. Granger estaba feliz con todo y hasta parecía que le quería brincar encima a Draco. Se acomodó a una distancia posible, pero ella no hizo nada al respecto.

Tonks y Lupin fueron alejados por sus hijos, quienes querían tocar el piano.

–Esto fue hermoso –dijo Granger–. Te abrazaría hasta sofocarte, pero hay demasiados testigos.

–Qué lástima. Sería una buena frase en mi lápida.

–Por fin arreglaron el maldito letrero.

–¿En serio? –Draco observó el nuevo letrero–. Extrañaré el Ala Anus Hickey.

–Si tenía un cierto toque.

–¿Qué es esto sobre anos y chupetones? –dijo una voz.

Era Theo.

–Creemos que te pareces a ellos –dijo Draco.

Granger se rio. Era bueno ver que todavía seguía siendo ella bajo toda la intensidad de su trabajo.

–Vete a la chingada, Draco. Hermione, hola, te ves hermosa –Theo se agachó para tomar la mano de Granger y le dio un beso.

Lo cual era verdad, si se veía hermosa, pero no le tocaba a Theo decirlo. Draco, con la quijada apretada, le indicó esto a Theo al clavarlo con la mirada.

–¿Cómo van los sonetos, Draco? –preguntó Theo.

Draco lo siguió matando con la mirada. –¿Te recito uno?

–No.

–Cobarde.

Granger se vio educadamente confundida.

–¿Y qué haces aquí? –preguntó Draco.

–La tía Maud –Theo apuntó sobre su hombre, donde una paciente con una túnica larga veía seductoramente a uno de los meseros.

–¿Tú eres familia de Maud? –preguntó Granger–. Eso explica muchas cosas.

–¿En serio?

–Coquetea con cualquier cosa que se mueva.

–Es cosa de familia. Quería decirles, bien hecho a los dos, este lugar es excelente. ¿Vieron la alberca? Estoy considerando hacer lo mismo en Casa Nott.

Theo se sirvió un rollo primavera del plato de Draco. Después le robó un champiñón relleno. Después le quitó la servilleta de la mano, se limpió con ella y se la regresó.

–Deja de quitarme cosas, gaviota –dijo Draco agitando la mano–. Ve a ver a tu tía.

Theo se dio la vuelta. –Oh no, ¿qué está haciendo?

La tía Maud se estaba comiendo una salchicha de manera indecente.

–Debo irme –dijo Theo–. De nuevo, bien hecho. Que lindo ver que hagas un bien en el mundo, Draco. Siempre supe que podías –Se volteó a Granger y le tomó las manos–. Es un buen hombre, sabes, bajo toda su mamonería.

Theo se fue y fingió no escuchar cuando Draco le informó que era un pendejo.

Ahora que estaba solos de nuevo, Draco estaba formulando un cumplido para Granger, porque se negaba a quedarse atrás de Thor. Sin embargo, algo le tomó el pantalón y lo interrumpió.

Un niño estaba sosteniendo una salchicha húmeda, de dudosa – y posiblemente relacionada a Maud – proveniencia, para que la inspeccionara.

–¿Hola? –dijo Draco al salón–. ¿Hay un feto sin supervisión aquí?

–Es el nieto del Señor Belford –dijo Granger observando a su alrededor–. Oh, la familia está en el jardín.

Granger puso sus manos en sus rodillas y le dio cumplidos a la salchicha. (No había dado un cumplido a la salchicha de Draco, por cierto, solo había que dejar esa nota. Tal vez debía caminar con ella ligeramente húmeda.)

Granger se movió con el niño para llevarlo a sus papás, dejando a Draco con un plato vacío, una servilleta sucia y un cumplido sin decir.

Su humor no mejoró por su siguiente visita, el absoluto pendejo que era McLaggen.

Había demasiadas salchichas deformes en esta fiesta.

McLaggen se veía guapo en su traje. Draco notó que había elegido un traje Muggle. Le molestó esto.

–Bien hecho, compadre –dijo McLaggen, tomando a Draco de la mano–. Un regalo increíble.

Draco era “compadre” de muy pocas personas y McLaggen no era una de ellas. Le dio una sonrisa que apenas y lo era. Era solo un apretón de labios, una “son”.

McLaggen siguió hablando del ala un poco, antes de brincar al tema principal de su acercamiento.

–¿Te puedo preguntar algo… eh, personal? –preguntó.

–¿Qué?

–¿Tú y Hermione están…?

–¿Estamos qué?

–¿Saliendo? ¿Juntos?

¿Saliendo? Diario. ¿Juntos? Siempre. ¿Juntos? Absurdo. Simplemente mantenían un Equilibrio de paranoia mutua y Razones, y se acostaban durante festividades paganas, y fingían que no sucedió; y él no decía nada porque no hacía esas cosas de sentimientos, pero sufría en angustia porque los tenía de todos modos, y entre más la intentaba sacar de su corazón, más se aferraba ella a él, un destello en la oscuridad, pero todo estaba bien y bajo control.

–No –dijo Draco para resumir todo esto.

–Ah. ¿Está saliendo con alguien? ¿Sabes algo?

–No lo sé, y la verdad, no me importa –dijo Draco, importándole mucho.

–Va. Solo pensé en preguntar porque ustedes dos se ven… amistosos.

–Amistosos.

McLaggen hizo un ademan a su alrededor. –Hiciste todo esto y dijiste que era por ella, compadre.

–Lo es. Me salvó la vida.

–Claro.

Bebieron sus respectivas bebidas, viéndose de reojo con disgusto mal escondido.

–¿Te puedo preguntar algo personal? –preguntó Draco.

–Okay.

–¿Qué te hace pensar que eres lo suficientemente bueno para ella?

McLaggen se le quedó viendo. Captó la ofensa lentamente. Se enderezó para ver a Draco, hombros rectos y cara enrojecida. –¿A qué te refieres con eso?

–¿Qué parte no entendiste? Olvídalo, deja lo fraseo de nuevo. No eres lo suficientemente buena para ella.

McLaggen había terminado de procesar el insulto, y dado que no tenía el cerebro para una resolución verbal, parecía estar moviéndose al siguiente paso: intercambio de maldiciones o golpes.

–No tienes que verte tan ofendido –dijo Draco encogiéndose de hombros–. No estoy seguro si alguien es suficiente para ella.

Eso hizo que McLaggen pausara. Su puño, el cual estaba apretado a su costado, se relajó. –Ella puede decidir quién es bueno para ella.

–Estoy de acuerdo.

–Pero le gusta hacerse la difícil. Lo ha hecho desde Hogwarts. Solo necesita un empujón.

–¿Un empujón?

–Tengo… una palanca.

–¿En serio? –preguntó Draco–. ¿Qué clase de palanca?

–Asientos estratégicos en mesas directivas estratégicas.

–Vaya. Eso las ha de conquistar en segundos.

McLaggen se encogió de hombros. –Lo usual no funciona con ello, dinero o físico. Bien lo has de saber.

–En realidad no.

–Hm.

La siguiente pregunta de Draco fue completamente casual. –¿Has hablado con Smethwyck hoy?

–¿Hippocrates? No. ¿Por qué?

–Creo que tiene una noticia para ti.

–¿Qué noticia?

–Supongo que no hace daño que yo te diga en este momento –dijo Draco–. Ya no eres parte del Comité de San Mungo.

–¿Qué?

Draco se veía con culpa. –Hice que te quitaran. Lo siento, compadre.

McLaggen chisporroteó. –Tú…¿qué? ¿Quién chingados te crees que eres? Tú no decides si estoy o no—

–Si puedo. Fue uno de mis requerimientos. Para un regalo de esta magnitud, me complacieron. Al parecer has sido un peligro para la reputación del hospital desde hace ya varios años; algo que ver con tu comportamiento con las mujeres, especialmente Granger. También han llevado estas preocupaciones a los demás comités. Creo que estás en varios. No estoy seguro de que tanto tiempo te queda con ese asiento. Considera esto un aviso amistoso, tal vez puedas retirarte antes de que te despidan.

En el centro del salón, Smethwyck estaba tocando una copa y llamando la atención de todos.

–Eso es para mí –dijo Draco. Le dio su plato y servilleta a McLaggen–. Sostén esto, que amable. Tengo que irme.

Smethwyck, representativos del comité y la Sanadora Crutchley dieron discursos. El de Crutchley fue el más lindo; había visto décadas de negligencia ser solucionados en cuestión de meses y estaba convencida de que era sueño. Draco y Granger fueron acercados al frente del público, dijeron unas cuantas palabras, se regresaban al público para volver a repetir este mismo ciclo y ser fotografiados.

En el bullicio que siguió esto, Draco vio a Granger con varios miembros del comité. La mayoría de ellos la trataban con respeto cuidadoso. Algunos se acercaban con aprensión, como si se fuera a poner un poco violenta y lanzarse contra ellos con un bisturí. (No tenían que preocuparse por eso; solo lo hacía cuando el cerebro de su Auror estuviera a punto de manchar el suelo a causa de un Vikingo.)

Narcissa le había dicho a Draco que aguantaría la humedad inglesa un par de horas para unirse a la celebración. Llegó a tiempo para los discursos, bronceada y aún con el aroma de la terraza de Sevilla donde había estado quedándose.

Cuando vio a Granger, Narcissa la saludó con más calidez de la que hubiera esperado Draco, tal vez el calor de Sevilla la seguía.

Draco estaba atrapado con la familia Belford, quienes se habían acercado a agradecerle y explicar que las hemorroides Bubotuber del Sr. Belford ya estaban curadas, y que el niño le acercara más salchichas a la cara.

Draco los acercó hacia Granger para escuchar lo que hablaban ella y su madre.

Granger estaba apuntando a todo el salón y expresando su gratitud con esa pasión que tenía.

Narcissa se veía encantada con Granger. Tomó la mano de Granger en la suya. –Por favor no me hables de gratitud. Tú me has regresado a mi hijo a la vida. Esto es meramente un gesto. Debes de decirme si hay algo más que mi familia pueda hacer por ti. ¿Cómo está tu alacena?

–Em. Bien, y usted ha hecho más que suficiente, en serio mucho más de lo que pudiera—

–Es solo dinero –dijo Narcissa, moviendo la mano con una despreocupación que solo los verdaderos ricos podían hacer. Volteó a ver el techo encantado. –Normalmente Draco no tiene mucho tiempo para trabajos de caridad, su mente es más para el lado de inversiones y esas cosas, y yo me encargo del aspecto filantrópico de las cosas, pero en este caso, hizo muy bien.

–Si.

–Lograste que se enfocara.

–Ah, claro, enfocarse –Granger le dio a Narcissa una sonrisa tiesa.

–Se ve feliz. De verdad solo quiero que este feliz, ¿sabes?

–Claro.

–Quien que encuentre algo – alguien – que lo haga feliz.

Narcissa hizo énfasis en su mirada a Granger. Granger, sonrojada, se le quedó viendo a las burbujas en su bebida como si estuviera hipnotizada. Draco consideró lanzarse sobre Narcissa y tumbarla al suelo.

–Discúlpame por contarte mis preocupaciones maternas –dijo Narcissa–. De todos modos, me ha impresionado. Tal vez sí podrá mantener el nombre de la familia. Siempre desee que tomara un poco más de responsabilidad en estos temas, sabes. ¿Viste el jardín? No hubiera puesto los crisantemos tan cerca de los lirios, se pierden, pero fuera de eso…

Un niño se escapó de nuevo y vino a enseñarle a Granger una salchicha.

–¡Oh! –exclamó Narcissa–. ¿Es un huérfano?

–Eh, no, le pertenece a los Belfort –dijo Granger, cargando al niño y volteando a ver al cuarto–. Lo van a pisar.

–¿Estás segura? Parece un huérfano. Está sucio. Tal vez es callejero. ¿Por qué trae una salchicha? ¿Se la robó? ¿Dónde están las nanas?

El grupo de los Belfords se acercó a recoger al niño. Granger fue rodeada de la familia en una mezcla de gracias y felicitaciones y actualizaciones de hemorroides, hasta que la mano delgada de Narcissa rodeó el codo de Granger y la sacó de ese hoyo negro para continuar su conversación.

Draco se les unió.

–Ah, Draco, aquí estas. Justo le estaba diciendo a la Sanadora Granger que me has impresionado con tu gestión de este proyecto a grande escala.

–Lo único que hice fue firmar la transferencia. La planeación fue de parte de alguien más en el hospital.

–¿Oh? Bueno. Alguien brillante, me imagino –dijo Narcissa–. Fue bien planeado. Solo los crisantemos.

Draco volteo a ver a Granger. Dio la más minúscula sacudida de cabeza. Está bien. No diría que la brillante Alguien estaba justo aquí.

–Hiciste bien con tus discursos, Draco –continuó Narcissa–. No usaste tanta palabrería. Intenta sonreír más la próxima semana. No queremos vernos tan fríos. Somos personas del pueblo, etcétera.

–Claro.

Narcissa dio un pequeño escalofrío y se acercó el chal que tenía en los hombros. –¿Hay una brisa? Sentí una brisa. ¿Alguien abrió una ventana? Supongo que solo soy yo – justo estuve en Sevilla, Sanadora Granger, y regresaré de inmediato. No puedo con el frío de Inglaterra ya. Supongo es la edad…

A Granger la llamaron para ir a hablar con reporteros del Profeta.

Narcissa le indicó a Draco que se acercara con un dedo.

–Draco –dijo en un susurro conspiracional.

Su aliento olía a Rebujito, jerez y limón. No era el calor de Sevilla lo que le afectó, su madre estaba ligeramente borracha y divirtiéndose. Eso explicaba porque hablaba tanto.

–¿Qué?

–He estado pensando –dijo Narcissa.

–Oh no.

–Si. ¿Sabemos si la Sanadora Granger está soltera?

–Madre.

–Solo tengo curiosidad. He estado pensando en – posibilidades. No te pongas a la defensiva. Parece que te pasaron un hielo por la espalda. ¿Te gusta? Creo que te debería gustar. No es para nada fea. Aun no me has dicho en que están trabajando juntos.

–Literalmente no te puedo decir. Juramento Inquebrantable.

–¿En serio? Hm. Debe de ser importante entonces. Averigua si está soltera. Se proactivo, Draco.

–Madre.

–Solo es una sugerencia. La pasividad solo lleva al dolor, querido. He aprendido eso tras una larga vida de ello. No seas como yo. Oh – cuidado atrás de ti – el huérfano regresó – cuida tus bolsillos – no, niño, no quiero una salchicha.

Narcissa se alejó para continuar su rondín y le prometió vagamente a Draco escribirle cuando regresara a Sevilla.

Ahora fue el turno de Draco de una entrevista con el Profeta. Dijo varias cosas buenas sobre la importancia del cuidado a largo plazo y dar, mientras pensaba en la nueva infatuación con Granger.

El niño travieso continuó su aventura. Le jaló los pantalones a Longbottom con fuerza. Draco volteó a ver en el momento equivocado. Los pantalones se le bajaron y dieron una excelente vista al largo trasero de Longbottom.

La Sanadora Crutchley le dio a Draco y Granger grandes abrazos, sofocándolos con su amplio pecho.

Granger salió a tomar aire con una mirada ligeramente perturbada. Draco, más acostumbrado a las tetas en su cara, solo se arregló el cabello.

Cuando estuvieron libres del pecho de Crutchley, Granger jaló a Draco a un lado.

–Smethwyck me acaba de decir sobre lo de McLaggen en el comité. ¿Fuiste tú? –preguntó.

–¿Yo? No. No me meto en asuntos internos del hospital.

–No te creo.

–Con justa razón no lo haces. ¿Te dijo Smethwych a quien le darían el asiento vacío?

–¿No…?

–A mí –dijo Draco.

Las cejas de Granger se alzaron. –Felicidades. Una nueva ola de pestilencia de incompetencia de espera.

–No. Te espera a ti.

–Te he nombrado mi delegada. Espero eso este bien.

La sonrisa, dioses, la sonrisa.

–Eso es… está muy bien –dijo Granger.

El brillo en sus ojos, la mordida de labios, la vista al suelo.

–Ponlos en su lugar, Granger.

–Será mi placer hacerlo.

Bebieron de sus copas. Ahora le estaba dando una mirada larga y curiosa.

–¿Qué? –preguntó Draco.

–Nada. Bueno, algo. Estoy de acuerdo con Ernie.

–¿Oh?

–Caen bien los Malfoy.

Draco juntó su copa con la suya y le dio su sonrisa más Malfoy.

La celebración fue calmándose. Después de las despedidas, Draco acompañó a una Granger Desilusionada al vestíbulo de San Mungo, donde una fila de chimeneas Flu brillaban.

Encontraron que estaban muy atiborradas. Había un tumulto de personas confundidas. Pedazos de pergamino volaban por doquier, pegadas al techo, sobre ventanas y flotando.

Montjoy, uno de los Aurores de turno, empujó a todos para acercarse a Draco y Granger.

–Sácala de aquí –murmuró cuando se acercó.

–¿Qué está pasando?

Montjoy uso un ligero Depulso para empujar a las personas mientras Draco jalaba a Granger invisible hacia uno de los fuegos.

–Cientos, miles de estos, en el vestíbulo –dijo Montjoy tomando un papel–. Humphreys me acaba de escribir, también llegaron al Ministerio.

Había una maldición Gemino en el pergamino, aun mientras Montjoy lo sostenía, duplicados de ellos aparecían y caían al suelo.

En el pergamino había una foto de Granger. Y debajo de ella había algo escrito en mala caligrafía:

Denme a Granger y los ataques paran


Habían esperado un contraataque de parte de Greyback, y ahí estaba.

No había sucedido de la forma esperada: un ataque directo a ella, pero si fue aún más malvado. Algo que hizo que el resto de la población mágica volteara a verla y ofreciera un incentivo a ayudar a Greyback a encontrarla. Ubicaciones grandes dentro de Gran Bretaña habían recibido el mismo mensaje.

En colaboración con Granger, el Ministerio lanzó un comunicado sobre la naturaleza de su descubrimiento. Con el anuncio de la cura para la licantropía avanzando a pruebas clínicas, la cobardía egoísta de Greyback fue expuesta.

Pero, conforme se acercaba la luna llena de noviembre, también los murmullos. Dos lunas llenas de terror habían pasado y una tercera se acercaba. La población estaba nerviosa. Algunos ya habían perdido. Otros tenían miedo a perder.

El daño estaba hecho. Granger ya no podía salir al ojo público. Estaba confinada a la Mansión y al laboratorio.

Tomó este ataque mejor de lo que esperaba Draco. Si Greyback intentaba aislarla, logró todo lo opuesto. Su Libreta de Parloteo vibraba constantemente con mensajes de apoyo. Su casa estaba repleta de cartas. Solicitudes de voluntariado para las pruebas clínicas inundaron su correo de todo el mundo en Cambridge. La primera página del Profeta estaba llena de indignación y cartas de la población expresando su disgusto con el intento de coerción de Greyback.

Narcissa le envió a Draco un mensaje alarmada para asegurar que mantuviera a la Sanadora segura de ese lunático, y hasta ofreció la Mansión para su estadía. Cuando Draco le enseñó la nota a Granger, sonrió por primera vez en días.

Durante la luna llena de noviembre, la oficina de Aurores danesa envió un equipo de treinta Aurores para apoyar con la siguiente ronda de ataques. Entre eso y que la población ya se tomaba la amenaza en serio, solo ocho fueron infectados, y ningún muerto.

De noviembre se pasó a diciembre. Hubo buenos momentos y malos también. El fuego de Granger, para nada afectado por Greyback, seguía brillando aún más.

En un momento de triunfo que Draco se sintió honrado de presenciar, ella completó la primera sintetización de la primera ronda de dosis para la cura de la licantropía. El laboratorio se llenó de gritos, brincos y aplausos mientras todo el equipo de Granger se le juntó a su alrededor. Después todos se sentaron o acostaron en el piso, y alguien abrió champán, y pasaron la botella porque estaban demasiado cansados como para traer vasos. Granger intentó dar un discurso, pero su voz le falló, y puso la cara entre sus manos, y empezó a llorar en silencio. Esto inició una cadena de llanto entre el equipo, la cual sólo cesó una vez que se pasaron tres o cuatro botellas más de champán.

Varias horas después, Draco se encontró de pie en un laboratorio en silenció a medianoche, con todos dormidos en el suelo.

Cargó a Granger hacía la Flu.

Granger terminó de pasar presentaciones tras varios Códigos, Autoridades, Estándares, e investigación y comités de ética, y empezó sus pruebas clínicas.

Lupin fue parte del primer grupo de pacientes en recibir una dosis. Draco escoltó a una Granger Desilusionada a San Mungo para administrar el grupo. La familia de Lupin lo rodeaba. Tonks le sostenía una mano, su hijo adolescente la otra. Su hija estaba en sus rodillas.

Granger fue profesionalismo gentil al administrar la infusión. Había una sonrisa en la cara de Lupin y esperanza en sus ojos que coincidía con la Esperanza siendo inyectada en sus venas.

Draco vio a Tonks llorar por primera vez.


Cuando Draco y Grange regresaron a la Mansión esa tarde, Granger, con la mirada brillosa, comentó que le antojaba una caminata y lo invitó a unirse.

Claro que lo haría.

Se aplicaron hechizos de calor, y caminaron por el pasillo rodeado de arbustos con hielo y árboles chirriantes, plata sobre blanco. Su aliento formaba nubes.

Por un tiempo, no dijeron nada. Granger estaba pensativa mientras esquivaba charcos congelados. Draco mantenía el paso con sus pasos más cortos, a veces atrás de ella, a veces a un lado.

Llegaron al final del camino. El camino que seguía los llevaba a un lago quieto cuyas orillas brillaban con escarcha.

El aire olía frío y claro, tan puro que te mareaba si respirabas muy profundo.

Se quedaron en silencio.

El codeo.

Lo volteó a ver.

–Lo lograste –dijo Draco.

Granger presionó sus guantes a su boca, sonriendo incrédula.

–Yo… sí. Tenemos que ver como regresan los resultados después de las primeras infusiones. Pero… sí.

Volteó a ver el cielo. Era uno de esos días de diciembre de brillo puro y azul. La bocanada de su aliento fue elevada por un viento y desapareció.

Había una clase de felicidad bella y temblorosa en ella, esa felicidad exhausta de no poder creer haber logrado algo después de tanto esfuerzo y que estaba empezando a disfrutar el resultado de ello.

Tenía lágrimas en los ojos.

Respiró temblorosamente.

Draco le dio su pañuelo en lugar del abrazo rompe-huesos que quería darle.

–Quiero dejar claro que son lágrimas de felicidad –dijo Granger.

–Obviamente.

Granger se talló los ojos y sostuvo el pañuelo en el pecho. Se aclaró la garganta. –Estaré escribiendo un artículo sobre este proyecto, ya que mi trabajo ahora es público. Tal vez hasta un libro. Tendré una lista larga de dedicaciones y agradecimientos. Este ha sido el trabajo de muchas manos y muchas mentes. Todos en el laboratorio, claro, y muchos colegas cuyos trabajos incorporé, y los investigadores que estuvieron antes que yo, y…

–¿Y?

–Me gustaría incluirte –dijo Granger.

Una chispa inesperada de felicidad se encendió dentro de Draco. –¿En serio?

–Sí.

–Sería un… honor –dijo Draco sin poder esconder la sonrisa que apareció en su rostro.

–Aún no he decidido cómo escribirlo. ¿Preferirías mantenerte anónimo? Podría usar alguna clase de epíteto: Me gustaría agradecer el la espina en mi costado.

–¿El Auror insoportable? –sugirió Draco.

–¿El ogro oportunista?

–¿La verdadera pestilencia de la incompetencia?

–¿Crotch?

–Pero entonces debes de firmar como Hormone.

–Eso sería difícil de explicarle a un editor.

–¿Crees que “Compañero en Crímenes no Especificados” sería una admisión de culpa?

–No lo sé. Tu eres el Auror.

–Mm. Mejor no.

–Tal vez debería simplemente decir, mi mayor agradecimiento a Draco Malfoy—

–Me gusta.

–...cuyo cabello fue sacrificado varias veces por la causa.

–Eso le da la gravedad requerida.

–Eso arregla el problema, entonces. Gracias.

–Debemos celebrar. ¿Quieres invitar a alguien a la Mansión? Tengo una botella de Beaujeu-Saint-Vallier de 1972.

–¡¿1972?! Vaya, no. Guárdalo para una ocasión especial.

–Tú eres la ocasión especial.

Granger se rio, pero se puso a pensar. Después de un largo momento, dijo: –Francamente, hoy preferiría no hacer nada.

Todavía estaba observando el lago. Bajo su saco, sus hombros se relajaron. Con la primera ronda de infusiones completa, una gran presión se había quitado de sus hombros.

La manía de su fuego se había calmado. Ya había regresado a su cabeza.

Draco sintió el cambio cuando sus ojos se cruzaron. Ya no estaba repelido por un calor y una mente demasiado ocupada como para dedicar un pensamiento adicional a cualquier cosa que no fuera trabajo. Ya estaba siendo jalado por su usual calidez. La atracción callada. Su gravedad.

Le extendió el brazo. –No hagamos nada. Creo que nadie se lo merece más que tú en este momento.

No se habían tocado desde España.

Lo volteó a ver con una sonrisa rápida. Sintió su mano en el codo y la presión de sus dedos en su capa.

Había regresado.

Su corazón volaba con el viento y se elevó hasta el cielo.

Chapter 32: Un Intercambio Pedagógico

Chapter Text

En la Mansión, un fuego en la chimenea los esperaba en el salón más pequeño. Las cortinas se habían corrido para bloquear el cielo. Henriette había puesto una tabla de quesos, tapas y quiche.

Se quitaron sus capas invernales. Draco se sentó en una silla con solo camisa y tirantes. Granger se acostó en uno de los sofás con las manos dobladas sobre su pecho y sonrió al techo.

Su euforia era contagiosa. Draco también sentía una felicidad profunda, tanto como para la población mágica en general como para ella que había logrado algo tan significante después de tanto esfuerzo. Los meses habían sido largos, los peligros muchos, los momentos para casi rendirse innumerables.

Y no se había rendido. Había seguido adelante. Había salido y conquistado.

Estaba desbordándose de admiración.

Para transmitir esa emoción tan fuerte, Draco le flotó un cubo de queso a la cara de Granger.

–¿En qué te puedo ayudar? –dijo Granger al queso.

–No has comido. Henriette se va a molestar.

Ahora intentó flotar el queso hacía su boca. Chocó con su nariz y barbilla. Granger abatió el queso. Draco deseó indicar que tenía mejor puntería a las bocas con otras cosas.

Granger se sentó y acercó unas galletas hacía ella. Era la primera vez que comían juntos en un largo tiempo. Draco la observó tomar uno de los quichés con pequeñas mordidas.

–¿Qué? –preguntó Granger.

–Comes como un Micropuff.

Granger se vió provocada. Después resopló. –Me gustaría poder compararte con alguna criatura, pero debo ser honesta. Los malos modales no forman parte de tus muchos defectos.

Draco estuvo simultáneamente halagado y ofendido. –¿Mis muchos defectos?

Ahora Granger se veía remilgada.

–¿Qué hice? –preguntó Draco–. ¿Qué no hice?

–Solo otra promesa rota –dijo Granger ligeramente, como uno lo diría si su confianza en los hombres hubiese sido perdida, de nuevo, gracias a Draco Malfoy.

–Oh, ¿estamos haciendo esto de nuevo?

–Sí.

–¿Qué promesa?

–Nunca me enseñaste Caeli Praesidium .

Draco se irritó. – tampoco me enseñaste las cosas que debías.

Granger se estaba aguantando la sonrisa. –Supongo que hemos estado un poco ocupados.

–Un poco.

–¿Estás ocupado hoy? –preguntó Granger.

–Se supone que no debes de estar haciendo nada.

–Lo sé.

–Aprender mi hechizo más complejo no es nada.

–Déjame disfrutar.

–Está bien. Pero me vas a enseñar el comando de runa.

Granger se puso de pie y se emocionó. –Está bien.

Había logrado no hacer nada por diez minutos.

–Vamos a mi oficina –dijo Draco–. Tengo que dibujar un par de cosas. Se pone un poco… teórico.

–Ooh –dijo Granger mientras lo seguía–. Me gusta la teoría.

Draco abrió la puerta a su estudio y se hizo a un lado para dejarla pasar. Entró observando, viendo los muebles, las cortinas gruesas, las velas flotando en grupos. El fuego se movía lentamente.

Una pared estaba completamente cubierta por una pintura de los preciados Abraxanes de su abuelo. Las orejas de los caballos alados se movieron al ver a Granger. Uno le hizo un pequeño ruido de curiosidad.

Draco se sentó en el escritorio. Había esperado que Granger tomara uno de los dos asientos del otro lado. Sin embargo, cuando lo vió acercando el pergamino y el tintero hacia él, se le unió a un lado, donde se acomodó en uno de los reposa brazos de su silla.

A Draco no le molestó en lo absoluto esta invasión a su espacio personal.

Se sentía maravilloso tenerla de regreso.

–Así qué. Caeli Praesidium –Draco llenó de tinta su pluma y dibujo un par de líneas–. ¿Supongo que sabes lo que es un poliedro geodésico?

–Sí. Algunos virus tienen cápsides en forma de poliedro geodésico.

–¿Cápsides?

–Una clase de capa, hecha de proteína –Granger sacudió una mano–. Continúa.

–Va. Mi intención con este hechizo era distribuir cualquier fuerza mágica entrante por toda la estructura. La mayoría de las barreras de protección tienen un punto débil que puede ser atravesado por fuerza bruta, especialmente las que son parabólicas que vemos sobre estructuras. Ninguna barrera mágica es irrompible, claro, pero Caeli Praesidium requiere mucha más presión mágica por más tiempo para poder pasarla.

Draco dibujó más poliedros. –Básicamente, entre más vértices cruzan la esfera, como esto, más fuerte es. Después de haber establecido la escala de la barrera y su fuerza, necesitas un poco de aritmancia para dividirlo y calcular su potencia. Así que en este dodecaedro, por ejemplo –lo dibujó mientras hablaba–, podría dividir estos pentágonos en triángulos, y de ahí a triángulos más pequeños. Eso nos da muchos más vértices. Se le dice augmentación .

Alzó la vista para asegurar que no había perdido a su audiencia, pero no; Granger, con las manos dobladas en su regazo, era la imagen clara de atención absoluta.

Él todavía podía oler el invierno en su ropa, pero ella olía al fuego del salón.

–Ahora, la aritmancia. Esta fórmula –la escribió–, nos da el número de vértices que tendrá el poliedro y su fuerza potencial mágica. Claro, entre más compleja, más cansado es hacerla, pero durará mucho más.

–Ooh –dijo Granger mientras veía la fórmula–. Eso es una aritmancia compleja. No he hecho de esas desde la universidad. ¿Puedo intentarlo?

Draco escribió un ejemplo para que trabajara en ello y le pasó la pluma. Se recargó en un codo. Había una felicidad callada en ella mientras trabajaba, en la presión de su pluma en el pergamino, en sus pensamientos.

Lo resolvió en medio minuto, cosa que francamente daba miedo. Un pequeño hormigueo de placer pasó a través de Draco.

Produjo ejemplos más complicados y le dió la pluma de nuevo. Se recargó en su silla para observarla.

Pasaba la punta de la pluma contra su labio en lo que consideraba el nuevo problema.

A través de sus años como un soltero codiciado y un libertino en general, Draco había estado del lado recibidor de varias y grandes tácticas de seducción. Su toqueteo de labios con la pluma estaba entre las mejores que había visto.

Después de un largo tiempo trabajando en el problema, resolvió el segundo.

Draco estaba… excitado .

Deseaba que se deslizara por el reposa brazos y cayera en sus piernas. Eso sería el pináculo de lo que sea que era esto: el sueño mojado de este sapiofilo. Granger en sus piernas, resolviendo exponenciales de aritmancia compleja.

Su siguiente reto fue una trampa. Granger lo intentó, se detuvo confundida, y después lo vió con acusación en su mirada antes de empezar a resolver la aritmancia al revés.

–Tss. Tu punto de partida eran los pentágonos. Este tiene facetas de cuadros.

–Bien hecho –Draco le tendió la mano para que le regresara la pluma.

–¿Qué pasa si aumentamos esto? –preguntó Granger, reteniendo la pluma.

–Llegaríamos a jugar con la fábrica del universo, creo.

–Veamos.

Trabajó en el cálculo. –Oh. Una subdivisión geodésica que da en triángulos rectángulos, no equiláteros. No tan fuerte, supongo.

Dranger observó la creación interesante de Granger. –Eso asumiría yo también.

–¿Hay cierta belleza en ello, no crees?

–La hay –dijo Draco, y no hablaba de geometría obviamente–. ¿Quisieras uno más?

Granger se vió sospechosa. –Está bien.

–Sin trucos esta vez, te lo prometo. Solo complejidades.

Produjo un último ejemplo, bastante complejo, para asegurar que le tomara más de un momento y pudiera disfrutar él en la experiencia: de sentir su cadera contra su brazo, el roce de su tacón con su pierna.

–Hm –dijo Granger–. Tendré que usar la ley de Köhler.

–¿Sabes quién es Köhler?

–Sí.

–Vaya vaya. Esto ya se puso estimulante.

Granger presionó los labios. –Ahora si me acuerdo de todo es otra cosa…

Puso los dos codos sobre el escritorio y empezó a murmurar sobre lo que recordaba de Köhler.

Si. Estimulante. Su pene lo saludó contra su entrepierna.

Granger se había quitado el suéter grueso y traía puesto una blusa muggle delgada. Draco se le quedó viendo a la curva de su cadera – muy sujetables , saben, de buena forma para las manos de un hombre, si dicho hombre estuviera pensando en cochinadas mientras una mujer calculaba vértices.

Decidió alejar la vista antes de que tuviera una erección completa. La ventana frente a su escritorio no le dió mucha distracción. Estaba oscuro afuera y lo único que podía ver era la oficina a la luz de la vela. Granger estaba encorvada, dando una hermosa vista a su escote y la orilla de su brasier.

Excelente. Ya mejor se la debería jalar frente a su Asignación. Ella estaba distraída y solo le tomaría un minuto. Dioses.

Granger logró un avance o algo y empezó a escribir.

–¡Listo! –dijo y bajó la pluma.

Draco se acercó a estudiar el pergamino y su solución.

Sí. Lo había logrado.

Era demasiado erótico.

El tintero en su escritorio explotó.

Granger brincó. –¡¿Qué rayos—

Un brote incontrolado de magia. Genial. Un paso arriba de terminar en su pantalón.

–Perdón –dijo Draco, desapareciendo la evidencia de su tintaculación prematura.

–¿Estás bien?

–Estaba… sobreestimulado.

–¿Sobreestimulado? –repitió Granger, aún más confundida en este momento que durante toda la explicación.

Draco se aclaró la garganta. –¿Continuamos? Estarás haciendo estos cálculos en tu cabeza después de un par de intentos. El movimiento de tu varita es similar a Salvio Hexia , solo que el movimiento de subida sea c3 . Lo cual puede tomar un tiempo, como ya te podrás imaginar. La intención del hechizo no es protección, es la fortificación. Toma en cuenta eso. Solo tienes que decir una vez Caeli Praesidium al inicio. Eso es todo.

–Está bien –dijo Granger–. Deja lo intento.

–Hazlo sobre la puerta.

Draco tomó ventaja del cambio de atención para acomodarse la pierna del pantalón discretamente, para que el bulto ahora fuera un doblez en el material. Más o menos.

Granger lanzó el hechizo un par de veces, cada vez con más rastros de aritmancia. Su hechizo era lento y su fortificación era pequeña, pero era claro que había entendido la base. En su quinto intento, una red plateada se posó sobre la puerta, brilló y desapareció.

–Bien hecho –dijo Draco, en lugar de “Estoy completamente erecto por esto”.

–Debo practicar más. Qué hechizo tan más interesante. No he visto la aritmancia aplicada en hechizos de esta manera, no que yo recuerde.

–Es muy útil. He intentado enseñarle a otros Aurores pero la mayoría pierde el interés tan pronto ven la parte de la aritmancia.

Granger hizo un ruido de desaprobación. –Su pérdida.

Hizo señal de ponerse de pie, pero Draco le puso los dedos en el brazo.

–¿Qué?

–Nuestro quid pro quo , Profesora. El comando de runas.

–Cierto –Granger se movió en su asiento para voltearlo a ver. Una de sus piernas estaba debajo de ella donde se acomodó en el reposabrazos, la otra estaba ligeramente entre las suyas.

Muy bien.

Granger alzó su varita y dibujó cuatro runas doradas. – Hverfðar viþ inn laguz.

Las velas se apagaron y el fuego de la chimenea se redujo a ascuas.

–Oops –dijo Granger en la oscuridad.

Sacudió su varita y las velas se encendieron de nuevo. –Es una sintaxis apotropaica. Las runas son de un silabario Meginrunar, pero lo interpolé con el Rúnatal. Se traduce, en su base, a “extinguir”. Intenta decirlo primero, la entonación es complicada.

Draco lo intentó. Granger negó con la cabeza y repitió las silabas antiguas lentamente.

Intentó de nuevo. Granger chasqueó. –Estás trabándote demasiado con los acentos.

–¿Los qué?

–Deja de sonar tan propio. Estás hablando en runas antiguas, no pidiendo foie gras en el Séneca.

Draco intentó de nuevo, cambiando su entonación a una más nórdica.

–Mejor. Si tan solo hablaras alemán en lugar de francés –Granger suspiró–. Sus consonantes son perfectos. Ahora, las runas.

Granger tomó la pluma y la remojó en lo que quedaba del tintero. Dibujo cuatro runas en el pergamino.

Draco las copio. Enfocarse le sentó bien, al parecer no podían concentrarse en runas y mantener una erección al mismo tiempo.

Granger tomó un gran placer en criticar su caligrafía. –Oh, no, haz hecho laguz muy apretado. Enderezala. Bien. Un poco más de confianza al hacer el trazo hacía abajo. Okay. Intenta de nuevo. ¿Qué está pasando acá? ¿El techo colapsó sobre Hverfðar? ¿Cómo es posible que puedas dibujar un poliedro perfecto y luego hacerle eso a una runa? Son cuatro líneas. Y en cuanto a esto, ¿qué es eso? ¿Un cheeto? Y ese otro, ¿es uno de tus erizos? ¿Y esto? ¿Geometría hiperbólica? Vas a romper la fábrica del universo a este paso.

Draco no hizo eso, pero sí se rió y le hizo un hoyo al pergamino.

Granger lo observó con una sonrisa guardada, pero no se censuró: –Bueno, las runas se deben de tallar.

Después de un par de prácticas más, Granger se declaró satisfecha.

Progresaron a los movimientos de varitas. Para evitar mover al universo o algo así, Granger puso su mano sobre la suya mientras dibujaba las runas en el aire.

Su mano era gentil sobre la suya, su palma suave sobre sus nudillos.

Los primeros intentos de Draco, en conjunto con su horrible pronunciación, fueron aberraciones. Después Granger dijo el comando con él, eso y su mano con la suya resultaron en el brillo de las runas suspendidas en el aire por un momento.

Las velas temblaron.

Granger quitó su mano para que lo pudiera intentar solo. Draco se preguntó si debería fingir incompetencia, pero tampoco quería verse como un estúpido frente a ella.

Un dilema sin solución. El orgullo ganó. Lo intentó de nuevo y las runas brillaron aún más tiempo, y la mitad de las velas se extinguieron.

El fuego en la chimenea seguía igual.

–Ese fue un buen intento –dijo Granger–. Bien hecho.

Lo estaba observando con una mezcla de satisfacción y admiración, cosa que le dió a Draco mariposas a su ego y su entrepierna.

Tristemente, Granger decidió dejar de estar sentada en su silla. Se puso de pie con un gruñido y se aplastó la pompa. –Se me durmió la pompa.

–¿Te lo masajeo? –preguntó Draco.

–No te preocupes –dijo Granger riendo.

No estaba bromeando, pero bueno.

Granger se estiró, bostezó y miró la puerta.

Draco no estaba listo para dejarla ir, sentía que apenas la había recuperado. –¿Ya te vas a hacer nada?

Granger lo observó con una ceja arqueada. –Parece que tienes una alternativa convincente en mente.

–He pensado en un nuevo trato, para la Computadora. Pero puede esperar.

–Ahora me intrigaste.

–Ah, ¿si? Oh no.

–¿Qué es?

–Sígueme.

Salieron de la oficina. Granger caminó a un lado de Draco con un par de brincos por ahí, por la diferencia de altura. –¿A dónde vamos?

–Primero lo consideré un regalo de cumpleaños, por que nos sabía que regalarte, porque eres una magnate y puedes comprarte lo que sea, y no tenía otras ideas salvo pijamas horrorosas y otras menos apropiadas…eh, bueno, pasó lo de Mabon y se perdió el momento. Después quería usarlo para levantarte los ánimos cuando Greyback mandó los posters por todo Londres, pero estabas consumida por tu trabajo y apenas y dormías.

Llegaron a un conjunto de puertas dobles. –Ahora, ya que perdí todas mis oportunidades, he decidido ser un sinvergüenza y usarlo de palanca para la Computadora.

Granger solo hizo un suave oh al reconocer las puertas. Volteó a ver a Draco, la sonrisa asomándose por sus labios. –Estratégico. Lo apruebo.

–Varita –dijo Draco, dándole la mano.

Granger la puso en su mano. Draco la sostuvo a las puertas, y con varios movimientos de la suya, agregó a Granger a la corta lista de individuos permitidos la entrada la biblioteca Malfoy. 

Abrió una de las puertas. Granger tomó un paso adelante emocionada, pero se topó con una barrera en la forma del brazo de Draco.

Alzó la vista a él. –¿Sí?

–¿La Computadora?

–Sere tu tutora personal hasta que hayas aprendido todo lo que tu pequeño y negro corazón desee.

Draco sonrió. Se dieron la mano. Y para su sorpresa, Granger no lo soltó después, sino que lo jaló hacía la biblioteca tras de ella mientras descubría el lugar.

Era gratificante estar con ella mientras exploraba la biblioteca, la cual ocupaba toda un ala de la Mansión. Tenía tanto un espacio grande para leer, las repisas tradicionales y un museo personal. Ventanas altas daban la vista al bosque y al lago en la orilla oeste del terreno. Un fuego sonaba a lo lejos. Escritorios de lectura y sillones cómodos estaban en espacios aleatorios, iluminados por linternas mágicas.

La sorpresa de Granger continuaba siendo un enorme fuente de placer. Pidió un tour. Draco se lo dió. Caminaron entre las repisas y vitrinas. Granger le preguntó a Draco sobre el sistema de clasificación, en base a que adquirían objetos y libros, y como hacían limpia de ello.

Había una luz suave en sus ojos.

Draco estaba explicando, de manera interesante e inteligente según él, los principios con los cuales adquirían y se deshacían de algún material, cuando notó que la mirada de Granger estaba desenfocada.

–¿Sigues conmigo? –preguntó Draco.

–Sí –dijo Granger parpadeando.

Draco continuó.

Granger se volvió a desenfocar.

–¿Hola? –dijo Draco irritado.

–Perdón. Sí. Aquí estoy.

Draco decidió reagendar la explicación, ya que no era tan fascinante como pensaba.

Granger tenía una ligera sonrisa en su rostro.

Caminaron por libros, enciclopedias, periódicos y una pequeña colección de impresiones y dibujos. Le enseño la colección de cartografía. Un “Aquí hay monstruos” estaba escrito en la orilla de un mapa del siglo XVII. Draco apuntó a una mancha entre los monstruos marítimos y dijo que ese era Granger.

Pasaron por la colección de libros antiguos, en exhibición bajo una vitrina. Granger suspiró al observar los grimorios y manuscritos.

–¿Quién decidió poner El Libro de Din Eidyn en no ficción? –exclamó al frenar en seco cuando pasó por una repisa.

–Yo –dijo Draco.

–Tsk –dijo Granger.

–La batalla ocurrió.

Eso está sujeto a interpretación –dijo Granger con todo el grado de sabelotodo que tenía–. La existencia de ese bardo ni siquiera tiene fundamento. Creo que quedaría mejor bajo poesía.

–Gracias por tu opinión, pero en esta biblioteca, l’État, c’est moi –dijo Draco.

Granger parecía estar formando pensamientos de revolución.

Terminaron el recorrido. Granger encontró el sofá más cercano a la chimenea y se sentó ahí para admirar la biblioteca como si fuera un paisaje inigualable. –Puede que este sea mi lugar favorito en toda la casa.

–¿ Puede que? ¿Cuáles otros podrían ser tus favoritos?

Granger contó con los dedos. –Me gusta el salón pequeño en el que estuvimos hace rato, es muy lindo cuando Henriette prende la chimenea. La terraza de cuando comimos en verano, hermosa. El jardín de rosas es un sueño, por supuesto…

Dejó de hablar cuando Draco se sentó a su lado.

–¿Qué tal sobre una cierta ventana? –preguntó Draco.

Le tomó un momento, pero cuando Granger captó a lo que se refería, se sonrojó. –No estoy segura si recuerdo eso.

–¿No?

–No.

–Cierto. Creo que estabas soñando.

Un silencio tenso llenó la biblioteca.

Granger fue la primera en romperlo. Se puso de pie. –¿Te enseño la Computadora ahorita? Deja voy por ella.

–Pero justo estábamos empezando a no hacer nada –dijo Draco.

Granger parecía pensar que no hacer nada era peligroso. –Más vale ahora que nunca, sabes. Además, es prácticamente nada para mí. Es muy fácil.

No se esperó a su respuesta y desapareció para ir por la computadora.

Regreso con ella en sus manos y una torre de sus discos.

–Te ves emocionado –dijo mientras se sentaba a su lado.

–He estado preguntándome sobre los misterios de la computadora desde hace mucho tiempo.

–Pudiste haberle preguntado a cualquier hijo de muggle, sabes.

–No. Te quería a ti.

Granger le dió una mirada curiosa en lo que presionaba unos botones de la máquina. 

Fue hermoso aprender a la Computadora, porque Granger se acercó más a él hasta que sus piernas se tocaran y balanceara el dispositivo entre ellos, y después le puso la mano encima de la suya para enseñarle cómo funcionaba el “touchpad”. Todo muy lindo. Ella le enseñó las funciones de la computadora: escribir, buscar, comunicarse con otros, “navegar el internet”.

El internet era algo que Draco no estaba seguro si entendía, pero Granger podía escribir cosas como “gato”, o “casa” u “oncología” en una cajita, e información sobre ello salía, fotos también. Parecía ser extremadamente útil. Una enciclopedia instantánea. Granger dijo que había bibliotecas enteras ahí.

Le acercó la computadora para que él pudiera intentar el internet. La primera cosa que buscó, después de varios intentos con el teclado, fueron “senos”.

Granger lanzó un grito de risa en lo que veía la palabra aparecer. – ¡Malfoy!

Draco silbó al ver los resultados de su búsqueda.

–Ahora dime que es la nube, y Hackers –dijo Draco al pasarle la computadora de regreso a ella, con cinco fotos de senos en la pantalla.

Granger se deshizo de eso (una lástima) y le explicó la nube y los Hackers. La nube era interesante como concepto. La falta de violencia y armas de los Hackers fue una decepción. Granger confirmó que usualmente no había sangre involucrada. Qué anticlimático.

Cuando Draco había terminado de picarle a la computadora (“pompas” y “Draco” completaron su tour por el internet), se la regresó de nuevo a Granger, quien se puso de pie y empezó a guardar sus cosas.

–Eso fue informativo –dijo Draco–. Ahora sé todos tus secretos.

–Mm. Tal vez salí perdiendo en el trato, yo no sé los tuyos.

–¿Oh?

Granger se acercó a la puerta. –Esta ha sido una tarde reveladora de todos modos. Gracias por darme acceso a la biblioteca, es—

Draco se había puesto de pie también, y le bloqueó el paso antes de que tocara la perilla. –¿Qué secreto mío te intriga?

Granger negó con la cabeza. –Es tonto. No te diré.

–Ahora necesito saber.

–No necesitas saber –dijo Granger dando un paso atrás. Una sonrisa estaba apareciendo en su rostro.

–Claro que sí. Vives en mi casa. Me has visto desnudo. Literalmente has sido yo. ¿Qué te queda de misterio?

Granger se rió. –Uno pequeño–, Dió un paso atrás–. Es tonto.

La siguió a las repisas a donde iba. –Dime.

–No.

–Te arrinconaré y hechizaré hasta que me digas –dijo Draco.

Cumplió la primera parte en ese momento. Un par de pasos hacía atrás y Granger estaba arrinconada.

Granger hizo un ruido de indignación falsa. –No te atreverías.

Esta pequeña persecusión entre las repisas le habían dado un brote de endorfinas. Se le empezó a acelerar el pulso.

–Si lo haría –dijo Draco.

Se acercó más.

–Te enseñaría que es lo que se siente romperte un testículo de verdad –dijo Granger.

–Puedes hacer lo que quieras con mis testículos.

Tomó un paso más hacía ella.

–No hagas promesas que no vas a cumplir –dijo Granger.

Estaba contra la repisa, y ya no tenía a donde huir. Olía a fuego.

La volteó a ver hacía abajo. Ella alzó la vista hacia él.

Sintió que mucha de su futura felicidad yacía en esos ojos.

–¿Qué secreto? –preguntó de nuevo, porque si no ocupaba a su boca con algo, haría alto tonto como declarar su devoción a ella.

Volteó a un lado, como si estuviera calculando sus posibilidades de huir. Draco alzó un brazo para bloquear la salida.

Volteó al otro lado. Draco puso un dedo bajo su barbilla y la hizo voltear hacia él de nuevo.

–Eres muy insistente –dijo Granger.

–Consigo lo que quiero –dijo Draco.

Granger puso los ojos en blanco. Después, rindiéndose, se relajó contra las repisas y le pidió acercarse.

Se acercó feliz. Un poco de su cabello se enredó en lo que era el inicio de su barba.

–La crema batida –murmuró Granger en su oído.

–Ah –dijo Draco. Era su turno para sonreir. Más que sonreír. Se recargó en su hombro y se rió.

–Espero tu respuesta –dijo Granger, su aliento acariciando el cuello.

Draco alzó la cabeza y dijo –Creo que eso requeriría de una demostración práctica.

–La demostración si es uno de los métodos pedagógicos más efectivos –asintió Granger.

–Tristemente, no sería… caballeroso. O apropiado. O inteligente.

Granger no se vió sorprendida. –Una lástima.

–La tragedia de esto me derrumba –dijo Draco sin exagerar.

Granger pasó la mano por su brazo. –Sigues usando los gemelos de plata. ¿No hemos aprendido nuestra lección del peligro de usar metales de transición?

–Tal vez estaba esperando una segunda ronda.

–La repetición también es un excelente método pedagógico –asintió Granger.

–Me quedo a la espera de tu instrucción –dijo Draco con una cantidad absurda de esperanza en su voz.

–Oh, no. Eso también requeriría una demostración práctica.

–¿Oh?

–Vulgar. Inapropiado. No inteligente.

–Todas las mejores cosas lo son.

Granger le dió la sonrisa más traviesa y adorable. –Tal vez te enseñaré cuando me enseñes la crema batida.

–Eres malvada y cruel.

–Gracias. ¿Puedo preguntar sobre otro secreto pequeño ya que te tengo aquí?

–Sí –(Lo tenía en todo el sentido de la palabra, era ridículo.)

–¿Qué era la otra cosa que pensaste en comprarme, además del pijama largo? La que dijiste que no era apropiada.

Draco estaba al borde del precipicio.

–Eso era… nada –dijo, en lugar de admitir que había visitado una tienda de lencería en el lado muggle de Londres y soñó despierto con ello durante días.

–¿Nada? Debería empujarte sobre las repisas y amenazar hasta que me digas.

Si. Lo tenía en sus manos. Su corazón, ese organo estúpido e inútil, estaba lleno.

–Hazlo –dijo Draco.

Le puso un dedo en el pecho y lo empujó. No dió más de un paso completo antes de llegar a las repisas. 

Una repisa se le estaba encajando en la espalda. Su dedo presionó más sobre su pecho. ¿Podía sentir su pulso acelerado? Probablemente.

–Dime –dijo Granger.

–Mm… no.

Granger enganchó los dedos en el cuello de su camisa y se puso de puntas. –Dime –murmuró contra su mandíbula–. O verás.

Solo unas palabras bonitas y amenazas bonitas, y tocadas que apenas y se sentían, y ya se sentía mareado. Esta euforia le estaba afectando.

Estaba enamorado de Granger y se había convertido en un idiota.

–No lo haré –dijo Draco.

¿De qué estaban hablando?

Fue el turno de ella de ponerle el dedo en la barbilla. Le acercó la cara a la suya.

–Dame una pista por lo menos –dijo, con el más ligero roce de aliento contra sus labios.

–Eres demasiado insistente.

–Yo también consigo lo que quiero.

–¿Sigue siendo querer, cuando lo que quieres está tan dispuesto a darse a ti? –preguntó Draco.

–Filosofando entre las repisas –dijo Granger–. Deja de distraerme. 

–Tu eres quien me está distrayendo –dijo Draco. Sus narices se tocaron–. No tengo idea de que estamos hablando.

–Regalos inapropiados.

–Cierto.

–¿Con que te debo de amenazar para que me digas lo que es? –preguntó Granger.

Draco puso la frente con la de ella. –Dejar de jugar conmigo en este momento.

–Un enigma –trazó un dedo por su mandíbula–. Difícil de parar, cuando tanto quiero dar.

–Más filosofías para deleitarnos.

Respiró contra su boca una vez más. Era un ejercicio exquisito en autocontrol para no deslizar su mano por el cuello y acercarla hacía él.

Granger se alejó una o dos pulgadas. –Me abstengo. Habla.

–Desalmada –dijo Draco.

–Satisface mi curiosidad y cumpliré estas…

–¿Estos qué?

–Estas preguntas filosóficas.

–Que buen chantaje.

–¿Funcionará? A los Aurores los entrenan para esto, ¿no?

En principe . Pero mi integridad profesional se desmorona frente a ti, de nuevo.

–Oh, no –dijo Granger.

–No te tienes que ver tan orgullosa.

–Dime.

–Simplemente quería comprarte… pijama menos horrible.

–Qué considerado. Nada inapropiado con eso.

–Era una tienda de lencería muggle.

–...Oh.

–Los muggles son muy imaginativos para la pijama, sabes. Mucho más que los magos. Muchas cosas con tirantes, ligas, blusas, conjuntos, conjuntos traviesos. Todo esto estuvo en mi mente por demasiado tiempo después.

Las mejillas de Granger estaban sonrojadas.

–Te dije que era inapropiado –dijo Draco.

–Bastante –dijo Granger–. Ven aquí para darte mi parte del trato.

Draco se agachó.

Le dió un beso en los labios, pero se alejó antes de que pudiera pasar a ser algo más.

No era suficiente. Nada de esto era suficiente.

Quería besarla lentamente. Quería volver a ponerla contra las repisas y levantarla y apretar todo su deseo contra ella.

–Debí haber negociado los parámetros para la duración e intensidad del trato –dijo Draco.

–Probablemente es… mejor así –dijo Granger.

Su mirada regresó a sus labios. Después, con esfuerzo, desvió la mirada. Le daba la vuelta a uno de los gemelos de su camisa. Dedos delicados rozaban con su muñeca.

–No me preguntaste cual era mi lugar favorito de la Mansión –dijo Draco.

–¿Oh…? ¿Cuál es?

–Aquí.

–Si es una biblioteca hermosa.

–No. Aquí… contigo.

Atrapó su mano en la suya donde jugaba con el gemelo y entrelazó sus dedos con los suyos.

Sonrió esa sonrisa que hacía que volara. Era luz entre las sombras, ojos grandes, mejillas sonrojadas y con el alma dorada.

Su corazón estaba lleno de ella. Su mente, su inteligencia, su ambición, su belleza, su caos. Se sentía en la orilla de un precipicio.

La podía amar. Dioses, la podía amar.

Pasó un dedo por su mejilla.

Puede que ya la amara, en latidos de corazón secretos, roces prohibidos y miradas lentas.

Había un desgarre y una disonancia: un dolor placentero en lo que su mente intentaba aceptar lo que su corazón ya sabía.

Ya la amaba.

Se rompió. Sufrió en silencio. Ella, sin saber de esto, volteó su cara en su mano. Contra su palma, la suavidad de su mejilla, el pliegue de su sonrisa. Estaba tan lleno de anhelo que le dolía. Estaba en miseria pura y absoluta.

–Te he extrañado –dijo Draco. Su voz se le trabó un poco.

La sinceridad a flor de piel le horrorizó.

Bendita sea, ella respondió: –Yo también te he extrañado –había una pérdida de aliento en sus palabras, el temblor de emociones suprimidas–. Je reviens de loin . Me siento como si hubiera regresado al mundo de los vivientes.

Él todavía le sostenía la mano. Pasó el pulgar por el anillo. –Debes decirme cuando hayas recuperado tu capacidad para… complicaciones.

Lo volteó a ver con la boca abierta y los ojos llenos de curiosidad.

Sintió la caricia de regreso en sus nudillos.

–Después de hoy, puede que… puede que tenga un poco de espacio.

–¿Qué si fuéramos un poco… estúpidos entonces?

–...Seamoslo.

Pasó sus dedos por los tirantes contra sus hombros y lo jaló hacía ella.

La arrinconó contra las repisas.

La besó lentamente, tal como quería, y la levantó sobre las repisas, tal como quería, y le presionó todo su deseo a esto.

Sus labios sonrieron contra los suyos.

Su beso fue dulce, y dioses, se sintió como amor.

Se besaron como adolescentes tontos entre las repisas. Era tan hermosa como se lo había imaginado contra los libros.

Su cabello se soltó. Respiró su aire a bocanadas. Pequeños dedos buscaban donde sostenerse, se resbalaron en su bicep, encontraron su hombro y terminaron en su collar.

Había una gracia en todo esto: su boca intentando mantener el ritmo con sus besos lentos, la ligereza de ella en sus brazos, sus ruidos. Era felicidad, una magia. Quería decirle que ella lo tenía, que era suyo. La quería solo para él.

La amaba. Besó esta verdad a su cuello. Se sentía mareado con ello, enfermo con ello, flotando con ello.

La campana de la cena sonó.

Después de las estupideces – hermosas y brillantes estupideces – Draco encontró que había amor en todo lo que hacía. Estaba en la puerta que le abrió para que salieran de la biblioteca, en el roce de su hombro con el de ella en el pasillo, en su compañía para ir al comedor.

Había un amor desesperado cuando se quedó quieto para que le arreglara el cuello de la camisa. Había un amor tierno cuando le acercó la silla. Había un amor con anhelo al servirle la copa de vino. Cuando él, siendo un tonto, se acercó para mover un rizo detrás de su oído, era lleno de amor.

La molestaba por sus mordidas pequeñas porque la amaba. La amenazaba con robarle el último pastelito porque la amaba. Es por eso que la seguía en criptas, porque se peleaba con venados en lodo, porque había besado su cicatriz.

Y esa fuerza gravitacional – l’appel du vide – era enamorarse, una y otra vez.

Después de cenar, al pie de las escaleras, había un amor con miedo en su “Buenas noches” intentando esconderse.

Su “Descansa” sonaba como “Ven y bésame de nuevo”.

Mientras subía las escaleras y la veía alejarse, cada paso era un dolor en su pecho.

Pasó una mano por su cabello y se le quedó viendo a las escaleras vacías.

La amaba. Estaba en cada abrazo, en vuelos bajo las estrellas, en cruzar espadas, en bailes secretos, en dar cosas, en salvar vidas, en prestar un pañuelo, en roces accidentales, en discusiones por apellidos con guión, picnics borrachos, tazas de té compartidas. La amaba.

Ella hacía que entendiera la palabra.

Chapter 33: Heroísmo, Peligros del

Chapter Text

El Reconocido Auror Draco Malfoy estaba enamorado de su Asignación.

Nada estaba bajo control y nada estaba bien.

La horrorosa realización de Draco hizo que se diera cuenta de dos cosas. Así que al día siguiente salió de la cama con estos dos objetivos en mente, ambos llenándolo de miedo.

Primeramente, dado que esto ya no era posible de Aplastar, balancear o siquiera remotamente tener bajo control, necesitaba hablar con Tonks y retirarse formalmente de la asignación de Granger.

En segunda, al ser libre de las ataduras de su relación profesional, iba a ir directo a Granger y abrirle su alma angustiada.

Y claro, si eso salía bien, había formado un tercer objetivo de besarla hasta que olvidara su nombre.

(También hacerle el amor hasta que olvidara su nombre. Pero primero, los besos. Era un caballero.)

Draco llegó a la oficina esa mañana, o bueno, antes de mediodía, para ver a Potter prepararse para una reunión con la WTF. Le preguntó a Tonks si podía hablar con ella por la tarde. Le dió una mirada inquisitiva, asintió, y le indicó que tomara asiento ya que Potter estaba por empezar.

Mientras Potter enlistaba alguno de los éxitos de la WTF esa semana, Draco practicó su discurso para Tonks. Diría que había reconsiderado la oferta de dejar la asignación de Granger. Insistiría en que Granger se quedara con el anillo, pero él se retiraría del trabajo de manera oficial. Sugeriría que Granger se quedara en la Mansión aún sin él asignado, ya que era el lugar más seguro para ella.

Tonks estaría dentro de su derecho de preguntar la razón por la cual se estaba retirando en este punto tan tenso de la situación, y si le preguntara, él se portará cool. No era nada, en realidad. Solo un pequeño detalle, ni valía la pena mencionarlo. ¿Qué detalle? Oh, solo que estaba, pues ya saben, enamorado de Hermione Granger. Por lo menos desde hace un par de meses. Actualmente retorciéndose en agonía sobre ello. ¿De casualidad tendrá Tonks un bote de basura en su oficina? Podría vomitar.

Potter y Weasley estaban presentando fotos de sujetos sospechosos pertenecientes a la manada de Greyback. La rodilla de Draco temblaba. Si pudieran terminar con ello, sería lo mejor, para que pudiera acelerar esta horrible confesión y huir a gatas a un lugar oscuro y solitario para morir como un animal.

De repente, el anillo cobró vida en su dedo. El pulso de Granger llegó a un nuevo nivel: hubo una ola de pánico seguido del ardor de la señal de emergencia.

Todos se le quedaron viendo a Draco cuando se levantó repentinamente de su silla con la varita en mano.

–Granger –dijo sin aliento.

Todos se pusieron de pie: Tonks, Potter, Weasley, Humphreys, Buckley, Brimble. –¿Qué fue? ¿Dónde está? ¿Qué paso?

Pero ahora, a través del anillo, Draco solo sintió un vacío. Su intento de Aparición resultó en nada, no hubo respuesta del otro lado; no sabía a dónde ir.

Se le quedó viendo a su mano mientras comprendía que había sucedido. –La tienen. Le han hecho algo al anillo, lo bloquearon o destruyeron…

Maldiciendo, Draco lanzó su hechizo de rastreo. Un mapa apareció frente a él, punteado por los pasadores de Granger. Pasó por todas las ubicaciones mientras los Aurores se agrupaban con él. San Mungo, Trinity, su casa, la Mansión…

–Ahí –dijo Brimble, apuntando a un grupo de puntos brillantes en las afueras de Escocia–. En las Islas Hébridas Exteriores.

Draco alzó su varita para Desaparecer a ese punto, pero Tonks le bajó el brazo.

–No te hagas el héroe, Draco. ¿Vas a Aparecerte hasta Escocia? No seas pendejo. Danos un segundo para poder hacer una estrategia antes de hacer el brinco a nuestras muertes sangrientas.

A Draco no le importaba su muerte sangrienta en este momento salvo la de Granger, y prevenirla con la suya si se tenía que hacer. Potter y Weasley sacudieron sus varitas, viéndose igual de desesperados que él.

Tonks asomó la cabeza fuera de la sala de juntas y llamó a Montjoy y a Goggin. –Alístense y muevan sus traseros para acá.

En lo que Montjoy y Goggin se acercaban, preguntó, –¿Quién estaba de turno con Hermione en el laboratorio?

–Fernsby –dijo Weasley.

–Humphreys, ve con Montjoy al laboratorio. Vean que le paso a Fernsby. Brimble, llama a todo Auror y agente del Departamento de Seguridad disponible. Todos vayan para allá tan pronto puedan. Presiento que estamos por entrar a una guarida de hombres lobo.

–Okay.

–La Flu más cercana es Leverburgh –dijo Brimble apuntando al mapa.

Salieron corriendo por el pasillo hacía la chimenea de la oficina de Aurores. Draco tenía el corazón en la garganta, en la boca.

En lo que corrían por la oficina de Tonks, una figura grotesca se asomaba por su Vidrio de Enemigos. Tonks le lanzó un gesto inapropiado a Greyback.

–Entren Desilusionados –dijo Tonks tocándose la cabeza con la varita. Todos la imitaron y entraron a la Flu.

Un posadero confundido en Leverburgh escuchó a un grupo de individuos invisibles salir de su chimenea. Antes de siquiera poder ofrecerles una bebida, sacudieron el vidrio de la posada con los ruidos de sus Desapariciones.

Los Aurores Aparecieron en la pequeña isla en las Hébridas Exteriores que había brillado en el mapa de Draco. Se materializaron en un largo espacio verde a la costa. No había nada a la vista. Draco no estaba sorprendido, había sentido que su Aparición fue movida por una protección Anti-Aparición.

En su cabeza, había un coro de gritos: ¿dónde está? ¿Dónde está? ¿Dónde está?

No había nada del otro lado del anillo.

Lanzó hechizos de detección al centro de la isla en lo que los Aurores se equiparon con hechizos de protección y desviación.

La situación tuvo un giro inesperado. –Parecen ser trescientos, si no es que más –dijo Draco en lo que las figuras brillaban en su detección.

–Maldita sea –dijo Weasley al mismo tiempo que Potter dijo “Mierda” y Tonks dijo “Me cago”.

Draco lanzó su hechizo de rastreo de nuevo. A esta distancia, el hechizo pudo producir un mapa más detallado, el cual mostró a Granger en el centró de una cuenca en el terreno, rodeado de una periferia desde lo alto. 

–¿Protección? –preguntó Tonks.

–Lo de siempre –dijo Draco–. Anti-Aparición y alarmas rodeando el perímetro. Tonks, está en el centro de todo, vamos a necesitar una distracción.

–Tú encárgate del perímetro. Buckley, Goggin: ustedes son la distracción. Ataquen desde la orilla oeste.

Tonks se enfocó en cambiar su apariencia. A través de la Desilusión, Draco vió sus facciones hacerse más pequeñas y sus hombros hacerse más delgados. Estaba viendo ahora a una Granger Desilusionada.

–Esa es una jugada peligrosa –dijo Goggin sacudiendo la cabeza.

–Brillante –dijo Potter.

–Potter, Malfoy, Weasley, conmigo –dijo Tonks–. Protocolo de infiltración de Tambling. Vamos a ir a Hermione. Si podemos sacarla juntos, lo hacemos. Si no, tomaré su lugar. Deben de sacarla de aquí antes de que se den cuenta del cambio. Lancen chispas cuando esté segura, con eso ya podemos divertirnos .

Draco se enfocó en los hechizos de protección del perímetro. Logró desarmar un espacio lo suficientemente grande para que los Aurores pasaran por ahí.

Las formas invisibles de Goggin y Buckley corrieron hacia la izquierda.

Desde su nuevo punto de vista dentro del perímetro, Draco podía ver el caos que les esperaba: fácilmente eran trescientos hombres lobo. Probablemente eran lo que quedaba de la manada de Greyback: los fanáticos, los verdaderos creyentes. Estaban erguidos o agachados, observando algo al centro de la multitud.

En el centro de todo, amarrada contra un bloque de piedra, estaba Granger. Todavía traía puesto su bata de laboratorio blanca.

Draco tuvo un deseo incontrolable de correr y empezar a lanzar maldiciones. La mano que sujetaba su varita temblaba.

Tonks se dió cuenta del movimiento. Le pellizcó el brazo. –¿Qué te pasa? –murmulló–. Vas a hacer que la maten. Llévame a ella.

Granger apenas y se veía consciente. Su cabeza estaba colgando. Weasley maldijo bajo el aliento.

¿Cómo rayos habían llegado a Granger? Estaba en su laboratorio. Draco desesperadamente quería decirle que estaba aquí. Habían pasado apenas y cinco minutos desde que le había dado vuelta al anillo.

Los cuatro Aurores caminaron entre el grupo, Desilusionados y armados con No-Me-Nota pesados para suprimir la habilidad de los hombres lobo para percibirlos. Si alguien notaba algo, un segundo vistazo u oliendo el viento, se les daba con un Confundus u Obliviate silencioso.

Mientras se acercaban al centro del grupo, podían escuchar la voz ronca de Greyback dando un discurso presumido a Granger. Gracias a los dioses, gracias a los dioses que era lo suficientemente estúpido como para presumir.

–Debiste elegir otra cosa que curar, ¿no crees? –decía su voz, ahora más ronca que antes durante la guerra–. ¿Parece que quiero una cura? Voltea a verme, niña. ¿Hay algo malo en mí? ¿No vas a decir nada?

Draco no había dicho una maldición imperdonable desde la guerra. En ese momento, la maldición mortal parecía una opción razonable. ¿Qué le importaba su alma, si la mano de Greyback estaba sosteniendo la barbilla de Granger?

Draco lo iba a matar.

Tenían todavía diez metros que recorrer antes de entrar a un rango posible. La multitud era más apretada. Draco perdió de vista las figuras Desilusionadas de Potter y Weasley. Tonks estaba a su lado.

¿Qué tanto iba a presumir Greyback? Podía romperle el cuello en cualquier momento antes de que pudieran hacer el intercambio.

Greyback empezó a alejarse de Granger: era tanto una bendición como una maldición. Cada paso lo alejaba de ella, pero también de Draco.

Camino entre su manada, disfrutando la victoria, preguntando a sus hombres si sentían que necesitaban una cura. Había traído a una Sanadora para divertirse.

Cuidadosamente, cuidadosamente, los Aurores lograron atravesar la primera fila y se acercaron al bloque donde estaba Granger atada. 

Llegó la distracción.

Tonks no había pedido que fueran sutiles. Draco sintió un temblor bajo sus pies, seguido de una explosión. Draco sintió el calor de ello, el viento hirviendo en su cara. Parecía que Goggin y Buckley habían inventado una nueva clase de Bombarda de niveles volcánicos, y decidieron matar a la mayor cantidad de hombres lobo posibles.

En lo que los hombres lobo estaban confundidos, los Aurores Desilusionados rodearon a Granger.

Greyback, sin darse cuenta de que tenía compañía, apuntó a un grupo de hombres. –Ustedes, cuiden a la chica –corrió hacía la explosión gruñendo–. ¿Cómo chingados supieron dónde estábamos? Destruí el maldito anillo. ¿Cuántos hay?

Las figuras de Potter y Weasley se acercaron a los centinelas para aturdirlos en caso de requerirlo mientras Draco y Tonks hacían el cambio.

Draco se hincó a un lado de Granger, en lo que parecían las cenizas de un fuego apagado. Deshizo un par de hechizos de alarma malamente hechos.

Granger los veía con los ojos entre cerrados. Tenía un labio partido y marcas en su cara que indicaban golpes. Algo estaba mal con una de sus manos; dedos rotos o dislocados, pensó Draco. De haberle quitado violentamente el anillo.

Su ira escaló.

La controló.

Tonks se sentó a un lado de Granger. Su figura Desilusionada tembló en lo que se copiaba el atuendo de Granger.

Los centinelas estaban distraídos, ocasionalmente revisaban a Granger en lo que intentaban ver que estaba causando las erupciones del otro lado del campo.

Draco cortó las ataduras de Granger y realizó ilusiones de ellas sobre el pecho de Tonks. Desilusionó a Granger en lo que Tonks cancelaba su Desilusión.

Granger fue recogida del bloque. Tonks se acomodó en su lugar con la varita contra la pierna.

Justo a tiempo, dos de los centinelas habían dado media vuelta para revisar a la mujer que se parecía a Granger.

La verdadera Granger, invisible, estaba lánguida en los brazos de Draco. Draco susurró Gravitas Penna . Cargó su ahora inexistente peso en el hombro como una bolsa de papas para tener el brazo de la varita libre.

Dos de los centinelas se acercaron mucho al bloque para el gusto de Potter y Weasley. Draco vió sus ojos desenfocarse en lo que les pegó un Confundus .

Otro de los centinelas les dijo algo y recibió de respuesta disparates,

–Oye –le dijo a otro–. ¿Qué chingados les pasa a…?

Fue Aturdido.

–Ve –sonó el murmullo de Tonks.

Los centinelas restantes gritaron.

Tal como les indicó Tonks, Potter y Weasley siguieron a Draco para sacar a Granger del perímetro, atrayendo la menor atención posible. Draco sintió a Potter volver a conjurar sus No-Me-Nota.

Todos voltearon a ver a Tonks, odiando dejarla tan expuesta.

El cambio funcionó. Los centinelas que quedaban encerraron a Tonks-Granger, varitas en alto, pero jamás dudaron por un segundo que la mujer que estaba ahí no era Granger.

Otra explosión arrasó por el campo. Hechizos ahora volaban en el cielo en dirección de Goggin y Buckley.

–¿Estamos seguros de que ninguno se quede con Tonks? –preguntó Weasley mientras caminaban lentamente entre los hombres lobo corriendo.

–Todavía tiene su varita, nos hará un Confringo si no hacemos lo que nos dijo –dijo Potter.

Draco sin duda no se quedaría. Él tenía la carga más preciosa del mundo sobre su hombro, y su único objetivo ahora era salir de ahí sin ser detectado. La muerte de Greyback podía esperar.

Casi chocan con un grupo de hombres lobo corriendo hacía los centinelas. Potter y Weasley lanzaron un Depulso , empujándolos del camino y los Petrificaron.

Escucharon a los centinelas gritar que buscaran a quienes hayan aturdido y confundido a sus compañeros en el bloque de piedra.

–Mierda –dijo Potter, lanzando otro Confundus sobre su hombro a una bruja que intentó revisar a los hombres caídos.

–Ya casi llegamos –dijo Weasley.

Draco lanzó un Flipendo a otro corredor que se acercó demasiado.

Iban a medio camino por el campo. Desde ahí, podían ver a Goggin y Buckley, y gracias a los dioses, los recién llegados Humphreys, Montjoy y Fernsby junto con una decena de Aurores y oficiales, quienes se unieron a la pelea del lado oeste.

Sin embargo, el rastro de petrificados y aturdidos de los tres ya había sido notado. Ya no podían moverse libremente entre el caos. Los estaban buscando. Hechizos de Finite Incantatem y Homenun Revelio volaban por el aire, los cuales eran desviados cuando era imposible esquivarlos.

A Weasley le dieron, se Desilusionó de nuevo y empezó una pelea con cuatro hombres lobo.

Maldita sea. A Draco no le gustaba esto ni un poco.

–Sigue –dijo Potter–. Se puede cuidar solo, tenemos que sacarla de aquí.

En la cima de la depresión había una fila de hombres.

Detrás de ellos, una bruja estaba arreglando la apertura que había hecho Draco en el perímetro de protección. Algo sobre su cara se le hizo familiar a Draco.

La mano de Potter se posó sobre su hombro. Draco dejó de moverse. Potter tenía razón: eran demasiados y Draco traía algo mucho más preciado como para una confrontación directa.

Otra explosión Goggin-Buckley sonó a lo lejos.

Draco y Potter se dieron la vuelta y bajaron por el terreno de nuevo, esperando encontrar otro espacio para abrir el perímetro de protección.

Cometieron el error de voltear a ver a Tonks. Greyback estaba a su lado, rodeado de una decena de hombres, y parecía estar listo para arrancarla del bloque y… quien sabe que más.

Un Finite Incantatem voló hacia ellos.

Le dieron a Potter.

Draco lanzó un Depulso a Potter, quitandolo del camino de una maldición. Corrió cuesta abajo alejándose de los hombres lobo que se estaban juntando encima de Potter.

La única ventaja de estar contra un número mayor era que los hombres lobo no podían Desilusionarse sin arriesgar darle a uno de su lado y no al enemigo.

Potter se Desilusionó de nuevo, desapareció de la vista y se puso serio. Su Reducto lanzó a los hombres de Greyback lejos de él, y no necesariamente con todas sus extremidades.

Draco decidió que Potter también podía cuidarse solo y continuó su búsqueda desesperada de un lugar tranquilo en la orilla del perímetro para poder bajar a Granger y salir de aquí.

Le envió un Patronus a Goggin y los refuerzos pidiendo ayuda de este lado del campo. El Borzoi salió corriendo con un destello plateado tras él.

Granger se empezó a mover en su hombro.

–Estás bien –dijo Draco–. Te tengo, ya casi salimos.

–Varita –dijo Granger.

Draco no quería soltar la suya. Vió a un mago petrificado y murmuró – Accio varita.

Una varita corta voló a las manos de Draco.

–Bájame –dijo Granger–. Puedo caminar.

–¿Segura?

–S..sí.

Por lo que podía ver bajo la Desilusión, Granger estaba aturdida. Volteó a ver el bloque donde había estado amarrada. –Oh, lo apagaron… Por supuesto, eso hubiera sido demasiado fácil, ¿no?

–¿Apagar? ¿Apagar qué?

Granger se calló. Se estaba curando. Draco vió su mano lanzar hechizos a su cabeza, su mano y a uno de sus tobillos.

–¿Cuántos hay? –preguntó Granger débilmente.

–Trescientos. Tenemos refuerzos en camino, somos muy pocos. Estoy buscando un hueco por donde sacarte del perímetro de Anti-Aparición. Ya agarraron la onda, pusieron un perímetro humano junto con ello. Vamos a tener que pelear para sacarte sana y salva.

–Son demasiados –dijo Granger, viendo con poca esperanza en sus ojos que coincidía con la que tenía Draco en su corazón sin reconocer.

Potter y Weasley se habían juntado y estaban causando turbulencia entre los hombres lobo a lo lejos. Una maldición logró llegar a Draco y Granger. Lanzó un Protego para bloquearla.

El Protego fue visto . La fila de magos en la orilla del perímetro empezó a bajar lentamente hacía Draco y Granger, cruzando el suelo antes de lanzar maleficios.

Del otro lado, detrás de ellos, una gran batalla había dado inicio en lo que los Aurores y agentes intentaban llegar a ellos.

Estaban atrapados.

Mierda –dijo Draco.

–Necesito hacer un fuego –dijo Granger.

–No. Tenemos que sacarte de aquí, no que hagas un maldito fuego…

–¿Sacarme cómo ? Estamos rodeados –la figura Desilusionada de Granger se hincó en el suelo–. Dame tres minutos y los haré arrepentirse de haber nacido.

Los magos que venían de la orilla estaban demasiado cerca, y eran demasiados.

–Chingada madre –dijo Draco–. Tres minutos.

Los haría arrepentirse de haber nacido primero.

Aplicó un Caeli Praesidium fuerte sobre Granger, canceló su Desilusión para llamar la atención a él y se puso a trabajar.

Bajo la luz plateada, Granger empezó un fuego.

Los primeros tres hombres lobo que se acercaron a Draco recibieron cortes en la garganta. Un vórtice de cuchillos empaló a los siguientes dos, y flechas llegaron a los pechos de los siguientes. Todo brazo alzado con una varita apuntando a Granger fueron bloqueados con un Immobolus , y si le daba tiempo a Draco, una detonación le quitaba el brazo problemático al mago.

Potter y Weasley estaban intentando llegar a él, pero también estaban rodeados de hombres lobo.

Maldiciones volaban en dirección de Draco, bloqueadas y regresadas con ahorcamientos, cortes y desmembramientos.

La primera Imperdonable fue lanzada: un Avada a sus pies.

El hombre responsable fue decapitado.

Draco empezó a llamar la atención. Había demasiados oponentes y venían más. No podía usar Legeremancia, no podía lanzar hechizos de traición ni hacer estrategias. Solo tenía tiempo para reaccionar. Una maldición alcanzó su barrera plateada y rebotó. Jamás debió haber llegado ahí. Draco debió haberla esquivado.

Empezó a sentir pánico, y no por él, sino por ella. Sus hechizos empezaron a ser apresurados, imprudentes.

Esta era la razón por la cual los Algos estaban prohibidos entre Aurores y sus Asignaciones.

Otra maldición mortal fue lanzada hacía ellos. Draco acercó a un hombre lobo para que la recibiera y lo lanzó por el terreno.

Potter y Weasley lograron llegar con ellos a través del círculo de enemigos con un Reducto en conjunto para ayudarlo.

–Está haciendo algo con el fuego – ¡Laceratio! ¡Suffocatus! – necesita tres minutos…

–Le daremos tres minutos –dijo Potter sin aliento–. ¡Depulso!

Un par de hombres lobo salieron volando. Fueron reemplazados por tres más.

¡Suffocatus! ¡Scindo! –dijo Draco, lanzando la maldición de sofocación y evisceración de garganta a dos de ellos.

Weasley le dió al tercero con una bola de fuego naranja. –¿Qué hará con el fuego?

–Ni idea – ¡Expulsis visceribus! – confío en que será espectacular—

Una decena de hombres lobo se liberaron de la pelea de abajo y empezaron a subir por el campo hacía ellos.

–Son demasiados –dijo Potter al ver el grupo.

–Reduce los números antes de que se acerquen demasiado –dijo Weasley a Draco sin aliento.

Weasley y Potter se posicionaron a la defensiva en los costados de la protección de Granger. Draco odiaba tener que confiar en ellos, pero con el grupo que se acercaba, no tenía elección. Se Desilusionó y bajó por la cresta.

Lanzó dos Bombarda para reducir los números, y después, con la varita y cuchillo en mano, estaba entre ellos. Su varita topó con sus gargantas, su cuchillo entró en sus ojos y debajo de la barbilla. Era un destello Desilusionado cuyo camino se delataba solo por las entrañas y chorros de sangre.

Ni uno solo logró subir la cresta.

Subió de nuevo con Potter y Weasley. Los inicios de los temblores del cansancio mágico estaban comenzando.

–Un minuto –dijo Potter.

Alrededor de Potter y Weasley, un pequeño grupo de hombres lobo se había empezado a formar mientras Draco estaba en la carnicería.

Abajo, todavía disfrazada como Granger, Tonks tenía la atención de Greyback y su séquito. Estaba bailando, haciendo caos con explosiones, lanzando Depulso al suelo para alejarse de ellos y llevándolos por todo el campo mientras la perseguían. Draco la vió caerse hacía atrás y como Greyback se le puso encima, cuando ella le plantó una bota en la entrepierna y corrió, evitando hechizos y riendo. Aquí fue donde Draco recordó que era tanto una Black como una Tonks.

Buckley se había unido a Tonks y estaba cuidando su retaguardia, mostrando su labor de defensa de la supuesta Granger.

Greyback alzó la vista. Vió la capa de protección plateada. Se puso la varita a la garganta, y con la voz amplificada les pidió a sus hombres que destruyeran “lo que sea que estaban haciendo bajo esa cosa”.

Una nueva ola de atacantes llegaron frente a los tres Aurores.

Estaban en una tormenta de hechizos. La capa de protección fue el blanco de varios, pero los hechizos rebotaban con un ping metálico. Bajo ella, Draco podía escuchar a Granger diciendo un conjuro largo. El fuego brillaba.

La nueva ola de atacantes eran aproximadamente dos decenas y no estaban cansados. Los Aurores se desesperaron, formaron una defensa espalda a espalda, triangulados alrededor de Granger sin poder hacer nada más que desviar hechizos. Usaron los cuerpos de los hombres lobo para absorber las maldiciones que llegaban a ellos.

A Potter le dieron con algo conmocionante que lo arrojó a un grupo de hombres lobo. Lanzó un Bombarda mientras caía. El aire olió a piel quemada.

Draco sintió una maldición de corte en el cuello. Cayó de rodillas a un lado del círculo de protección, sosteniéndose la garganta, y sintió el corte cerrar de inmediato.

Granger.

Cinco hombres lobo frente a él desaparecieron frente a sus ojos.

Había cinco gusanos en el suelo donde habían estado.

Draco los pisó.

Sintió aún más fuerte el temblor del cansancio mágico cuando lanzó un Depulso a otro hombre lobo.

Una runa grande y brillante salió de donde estaba Granger y flotó hacía la línea de hombres lobo que estaban acercándose por arriba. Draco escuchó un comando. La runa se deshizo en polvo dorado.

Los hombres de Greyback parpadearon y corrieron a ayudar a Potter.

Ética invertida.

A Tonks-Granger le estaba yendo demasiado bien contra Greyback. Pocos podían contra él de lo bueno que era como duelista, sin duda una Sanadora que no había peleado desde hace quince años no podía contra él.

Greyback, bloqueando hechizos y con la cara ensangrentada, alzó la vista de nuevo a la capa de protección, a Draco, Potter y Weasley posicionados a su alrededor, y finalmente comprendió que la Granger que estaba persiguiendo, que estaba dándole el duelo de su vida, no era Granger .

Lanzó un Avada a Tonks, quien lo esquivó. –Esta no es la maldita Sanadora. Acaben con ella.

Después, con un grito lleno de ira, empezó a subir por la cresta hacía ellos.

La capa protectora alrededor de Granger empezó a parpadear. Draco le dijo a Weasley que lo cubriera, y se preparó para volver a hacer el Caeli de nuevo.

Weasley fue asaltado por tres maldiciones al mismo tiempo. Logró esquivar dos. La tercera dió en el blanco. Se desplomó.

Eran demasiados.

La figura Desilusionada de Granger ahora estaba sobre Weasley. Draco escuchó sus hechizos de sanación. Se volteó para gritarle que regresara al perímetro de protección, pero dicho perímetro ya había desaparecido.

Ahora, en su lugar, había un fuego. ¿Qué tenía de especial este fuego? Draco no lo sabía. Un círculo de runas brillaban en el suelo, Draco sabía lo suficiente de runas como para leer la protección mágica de ellas: inextinguible .

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Necesitaba volver a hacer el hechizo de protección sobre Granger, era la única razón por la que no le habían dado con un Finite y descubierto.

Eran demasiados. Necesitaba tiempo.

Potter gritó –¡Cuidado! Y lanzó un Protego a Draco. Logró bloquear una maldición, pero una segunda venía tras ella.

Le dieron a Potter.

Eran demasiados.

Una maldición le quitó a Draco su varita.

Otra maldición voló directamente a Granger donde estaba hincada con Weasley.

Draco estaba demasiado lejos como para moverla. No tenía varita.

No tenía otra elección, no había otra elección que tomar. Se puso en el camino de la maldición.

Escuchó su grito. – ¡No!

Ahora estaba en el suelo, una maldición paralizante impidiéndole mover su cuerpo, sangre chorreando de su boca, viviendo una pesadilla en lo que Greyback, cojo y sangrando, subía por el campo.

Unos cuantos hombres lobo bajo la influencia de la ética invertida se lanzaron contra Greyback. Él brincó de sorpresa y logró pelear contra ellos con la ayuda de sus hombres.

–Mantengan a los que están aquí ocupados –dijo mientras apuntaba al campo–. Voy a terminar esto. Donde esta la maldita chica, se que está con estos pendejos—

Draco, Potter y Weasley pudieron haber merecido una maldición mientras estaban caídos, pero no le interesaban a Greyback en su búsqueda de Granger. Una explosión de Finite Incantatem retumbó por el suelo.

Granger fue revelada, sosteniendo su varita con una mano temblorosa.

Justo había terminado de conjurar un hechizo en dirección de Greyback. El movimiento de su brazo parecía que había activado un hechizo de rastreo.

Ella también había agotado su magia. Colapsó de rodillas. Su varita se le resbaló entre los dedos.

Todo se tornó quieto en lo que esperaban que algo sucediera.

Iba a estar bueno. Draco, paralizado y sin poder, sabía que iba a estar bueno. Sería algo como una explosión enorme. Una Transfiguración en masa. Regresar a Voldemort. Abrir las puertas del infierno. Lo que sea. Lo que sea .

El fuego atrás de Granger crujía felizmente como si fuera el resultado de un Confringo del campo de batalla y no el fuego más complicado de conjurar.

Los hombres lobo se miraron entre ellos.

Nada sucedió.

Uno por uno, se empezaron a reír.

–¿Eso es… todo? –preguntó Greyback, dientes amarillos asomándose en su sonrisa–. ¿Eso es lo que la gran Granger hizo? Tan inteligente… ¿e hizo un fuego?

Hubo más risas.

Greyback sacudió su varita para apagar el fuego. Alguien lanzó un Aguamenti . El fuego seguía.

Bajo Greyback, el ruido de la batalla empezó a sonar más fuerte. Draco escuchó la voz de Tonks, y la de Goggin, la de Buckley. Más rápido Tonks, por el amor de los dioses.

Más hombres de Greyback intentaron apagar el fuego sin lograrlo. Greyback le escupió. –Dejenlo –volteó hacia Granger–. Cuando todo esto haya acabado, chica, y me haya encargado de tus amigos, te voy a rostizar con tu querido fuego y te comeré.

Más gritos sonaron abajo.

Greyback volteo sobre su hombro y empezó a circular a Granger. –Tendremos menos tiempo del que quería, pero voy a disfrutar cada uno de tus gritos.

Le apuntó con la varita. Draco conocía la pose. Un Crucio venía en camino.

Granger, manchada de sangre y temblando por su agotamiento mágico, lo miró fijamente. No le tenía miedo. Su desdén era magnífico.

Antes de que Greyback pudiera lanzar otro hechizo, hubo un temblor mágico.

El fuego atrás de Granger se tornó verde. Un verde muy específico. Verde Flu.

Granger sonrió.

Ahora hubo un ruido ensordecedor. Los hombres lobo corrieron para apagar el fuego de nuevo, pero ya estaba siendo alimentado del otro lado, y creció hasta duplicar, triplicar, quintuplicar su tamaño.

Figuras vestidas de negro salieron del fuego y volaron hacía el cielo. Decenas y decenas de ellas sobre escobas, riendo agudamente.

La sonrisa de Granger se tornó peligrosa, satisfecha consigo misma, una sonrisa como la de un Nundu antes de diezmar un pueblo entero.

Risas salvajes llenaron el aire.

Las monjas habían llegado.

Chapter 34: Deus Ex Machina

Chapter Text

El cielo se tornó oscuro con el remolino de túnicas negras.

–¿Qué chingados? –preguntó un hombre lobo.

–¿Quiénes son? –preguntó otro.

–¿...Monjas? –dijo el primero.

–¿Están bromeando? –dijo Greyback.

Los hombres lobo alzaron la vista confundidos.

Después se empezaron a reír de nuevo.

Las monjas se movían por el aire en una fluidez colaborativa que pudo haber sido la primera advertencia para Greyback, si no hubiera estado ocupado riéndose.

Un par de hombres lobo lanzaron hechizos al aire. Se toparon con contra hechizos sin piedad que dejaron a estos hombres desfigurados de la cara.

Esto fue un poco de shock, una disonancia cognitiva con la que batallaron. Algunos de los hombres lobo empezaron a gritar y reagruparse. Greyback aún se estaba burlando.

Las monjas se acomodaron en fila y con la varita apuntando al suelo, lanzaron una clase de Petrificus Totalus perimetral que congeló a todos en su lugar. 

Draco sintió sus extremidades congelarse más allá de la maldición. Granger se puso aún más tiesa. La risa de Greyback se congeló en su cara.

Se hizo el silencio.

Una monja pequeña de cabello blanco, volando por encima de las demás, lanzó un hechizo de detección al campo.

Greyback fue iluminado de color rojo.

La monja hizo un ruido de desaprobación. Con un movimiento de su varita, el cuerpo rígido de Greyback fue llevado al centro del campo y soltado con un crujido sobre la sangre y lodo alrededor del bloque de piedra.

–Muevan a los inocentes –dijo en francés sacudiendo la mano.

Había autoridad en su gesto, estaba acostumbrada a liderar. Era la Priora. 

Un grupo de monjas se acercaron al suelo y movieron cuerpos fuera del campo de batalla. Por las insignias en sus pechos, eran Aurores y operativos de Seguridad Mágica. Draco vió las figuras tiesas de Tonks-Granger, Buckley y Goggin ser movidas.

Después, él también fue movido, chocando contra Granger, Potter y Weasley. Fueron soltados en la cima de la cresta.

Cuando los inocentes habían sido evacuados y solo los hombres de Greyback quedaban en el campo, la Priora voló aún más alto.

–¿Haremos una Convocación? –preguntó.

Las monjas, riendo de nuevo, dieron vueltas encima del campo. Hilos de magia color violeta brillaban entre ellas hasta que formaron un pentagrama en el aire.

La Priora alzó su varita junto con sus hermanas. Empezaron a cantar en latín. Choques de magia oculta volaban por el aire: Oscura, prohibida, peligrosa.

Algo empezó a tomar forma donde la magia se concentraba en el centro del campo. Era el cráneo de una cabra sonriendo, en silencio e inmovil.

–¿Quién será el sacrificio? –preguntó la Madre Superiora. 

Una monja flotó el cuerpo de un mago: uno de los que las había atacado primero. –Tengo un pecador.

El pecador fue alzado al cráneo de la cabra.

Sus gritos, ahogados por su lengua Petrificada y la quijada cerrada, sonaron por todo el campo.

La monja voló encima de él y lo acercó al cráneo hasta que su frente estuviera contra la parte trasera de este.

Hubo un destello de luz roja. El hombre se aflojó. Ahora se veía grotesco, un títere colgando con una cabezota con cuernos.

La monja regresó a su lugar en el pentagrama.

El cráneo tembló, se estremeció y se movió.

Los huecos de sus ojos, antes oscuros, brillaban con dos llamas rojas.

El cuerpo del hombre se estiró y rompió. Dentro de él, una forma se retorcía y nacía: un ser hecho de Fuego Maligno y oscuridad saliendo de la fábrica entre mundos.

Granger había abierto las puertas del infierno.

En lo que abría su camino al mundo, la cosa hizo un ruido desde el cráneo de la cabra que fue en parte una risa demoniaca y parte dolor. Estaba sufriendo, pero había un cierto grado de anticipación en esto.

Extremidades empezaron a tomar forma. La cosa era alta. El cráneo colgaba de un cuello largo. Alas fibrosas, negras y chorreando con algo viscoso, se abrieron en par.

Dos pezuñas se posaron sobre la tierra.

No había conciencia en sus ojos llameantes. Solo una terrible sed para la muerte.

Las monjas, riéndose, detuvieron el hechizo paralizante dentro del pentagrama.

No era para darles una ventaja a los hombres lobo.

Era para divertirse.

La risa del demonio se unió a las monjas. Con el infierno en sus ojos, se lanzó contra los hombres lobo.

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La mitad de ellos intentó huir, la otra mitad lanzó hechizos. Una garra le dió a cinco de ellos y dejó cadáveres en su lugar. Fuego líquido fue lanzado y quemó a una docena. El golpe de un ala dejó a un grupo de hombres parados sin sus frentes: sin cara, sin piel, solo vísceras y hueso. Cayeron al suelo con un sonido húmedo.

Aquellos que intentaron huir se encontraron con la barrera del pentagrama, chocaron con ella y fueron devueltos hacía las garras del demonio.

Hubo crujidos de cráneos siendo aplastados y una risa ronca proviniendo de la criatura.

Diez Avada brillaron verde y le dieron al demonio al mismo tiempo. No sirvió de nada. La cosa no tenía vida, era un príncipe de algún inframundo y solamente estaban dándole cuerda.

Estos diez hombres fueron descuartizados.

Las monjas mantuvieron el pentagrama. El demonio no se atrevía o no podía ir más allá, pero no importaba, tenía suficiente diversión dentro de este perímetro.

Su arrasar era enfermo, horrible, perfecto. Los gritos y su risa se mezclaban en un coro espantoso. Los gritos fueron disminuyendo a medida que el demonio disfrutaba su festín. Ahora solo quedaba el sonido de su placer y el crujido de huesos.

Guardo a Greyback para el final.

Greyback huía de una punta del pentagrama a otra, desesperadamente lanzando maldiciones. Las monjas se rieron. Les lanzó maldiciones mortales. Las esquivaban y seguían riendo aún más.

El demonio encontró su última víctima. El cráneo de cabra se ladeó. Una llama salió de su nariz.

Greyback ya había entrado en pánico huyendo. Intentó cruzar el perímetro del pentagono para ser repelado hacía atrás.

Cayó a los pies del demonio. Este puso una garra en el centro del pecho de Greyback.

Draco tuvo el placer de ver a Greyback ser desmembrado y comido.

La masacre había terminado.

Había doscientos hombres de Greyback en el pentagrama. Ahora, nada se movía salvo el demonio. El aire estaba fétido con azufre y sangre hervida.

Las monjas empezaron otro canto en voz alta y pura: el Padre Nuestro.

 

Pater noster, qui es in caelis,

Sanctificetur Nomen Tuum;

Adveniat Regnum Tuum;

Fiat voluntas Tua,

Sicut in caelo, et in terra.

 

Conforme avanzaba el rezo, las monjas se movían hacia adelante en sus escobas. El pentagrama se fue encogiendo.

Aureolas rodeaban las cabezas de las monjas. Sus crucifijos flotaban de sus cuellos y brillaban con luz santa.

El demonio siseo y escupió fuego infernal en lo que se cerraba el pentagrama. El campo tembló con su inconformidad, gritos infernales mientras se retiraba una y otra vez hasta que se hizo bola en el centro.

 

… but deliver us from evil.

For thine is the kingdom,

and the power, and the glory,

Forever and ever,

Amen.

 

Lo que quedó del demonio fue el cráneo de la cabra, y eso también desapareció con un destello rojo.

Las aureolas desaparecieron. Deshicieron el pentagrama y empezaron a volar por el campo de batalla maldiciendo a cualquier hombre lobo que se moviera.

La Priora voló encima de Draco y Granger con la varita en alto. Al ver su insignia de Auror y la bata de Granger siguió su camino.

Draco, petrificado por ella tanto en el sentido físico como metafórico, jamás había estado tan feliz de ser irrelevante.

Las monjas estaban satisfechas con su victoria. Conjuraron una lluvia, algo como agua bendita, la inundación de Génesis, que apagó todo el fuego que había quedado del demonio y limpio el suelo.

Liberaron el hechizo paralizante de los que quedaban vivos en el campo de batalla.

En lo que las brujas y magos empezaron a levantarse, una de las monjas lanzó un bote entero de polvo Flu al fuego de Granger.

La llama se tornó verde. Las monjas volaron hacia las llamas y desaparecieron.

 


 

El después de la batalla fue un desorden de lodo, sangre y confusión. El hechizo de Anti-Aparición desapareció. Alguien llamó a las medibrujas, quienes se Aparecieron en todo el campo y distribuyeron pociones y Sanaciones a aquellos que lo necesitaban más.

Un par de ellas estuvieron con Draco y Granger hasta que estuvieron satisfechas de su salud. Se pasaron a Potter y Weasley, ambos gimiendo lo suficiente para confirmar que estaban vivos y bien.

Draco y Granger se voltearon a ver: sucios, con cortadas y moretones. La cara de Granger tenía gotas de un rocío de sangre. Gotas de sangre decoraban su cachete, cayendo como lágrimas con la lluvia. Draco sintió algo mojado en su cara y supo que su cara estaba decorada igual; sangre de él y de otros.

Se sentaron y se abalanzaron sobre el otro: manos, cara, hombros, una lluvia de preguntas – ¿estás lastimado?, maldita sea, ¿te dieron?, ¿estás bien?, ¿te puedes parar?, ¿seguro estás bien?, vi que te dieron, ¿puedes caminar?, oh gracias a dios estás bien, estás bien, casi te matan, idiota, estúpido–

Se pusieron de pie. Él sostenía su cara en sus manos y ella en las suyas.

La besó suavemente bajo la lluvia, suavemente por su labio partido, suavemente entre las lágrimas y la lluvia y la sangre.

Ella pasó los brazos por su cuello y se paró de puntas y lo besó. Draco supo que era la felicidad en ese momento. La felicidad era ella, viva, con los ojos llorosos y su corazón latiendo contra su pecho. Era saber que la amenaza más grande para ella estaba muerto, era la belleza de los días por venir que apenas y podía imaginar, era sentir sus dedos en su cabello, eran los temblores de ella llorando y riendose, sus murmullos de eres un tonto contra su boca.

Ella puso su cara en su pecho y solo hacía ruidos de alivio y felicidad.

Había movimiento a su alrededor. Potter y Weasley estaban de pie. Tonks, ya siendo ella misma de nuevo, cojeaba hacia ellos al igual que Goggin y Buckley.

Mientras sostenía a Granger en su corazón, a Draco francamente no le importaba un carajo la opinión de sus colegas. Solo le importaba ella, esto, esta bella catástrofe, este bello y estúpido desastre.

Hubo ruidos de sorpresa, después sonrisas, después Weasley se rió y dijo –Bien hecho, colega –y Potter empezó a reírse y dijo –Te dije, yo te dije.

Granger escondió la cara en la túnica de Draco, temblando en lo que parecía ser una risa histérica.

Tonks, con un ojo morado, puso su puño en la cintura y los observó fríamente. –¿Supongo que era de esto la reunión que íbamos a tener?

–Sí –dijo Draco–. Yo… em… ya no puedo ser objetivo…

–Qué chistoso, justo me había dado cuenta de eso cuando te vi caminar frente a una maldición por ella –dijo Tonks–. Estás fuera del trabajo de Granger, Malfoy.

–Excelente –dijo Draco sonriendo.

Tonks sacudió la cabeza, pero estaba sonriendo.

–Perdón por interrumpir el romance, ¿pero alguien puede explicar lo de las malditas monjas? –preguntó Goggin apuntando al cielo.

Todos voltearon a ver a Granger.

–Ellas… em… me debían un favor –dijo Granger.

–¿Un favor ? –dijo Potter atónito–. Trajiste a todo un ejército, Hermione.

–Estoy inspirada –dijo Tonks–. Ese demonio sería un excelente Auror.

El grupo caminó por el campo lodoso, algunos buscando colegas o varitas, o en el caso de Draco, joyería familiar.

La varita de Draco estaba cerca del fuego de Granger. La de Granger estaba en un charco pegajoso de lo que parecía ser piel humana mordida cerca del muro de piedra.

La sacó con una mueca. –Creo que eso es lo que queda de Fenrir Greyback.

Draco apuntó su varita al charco y dijo – Accio anillo Malfoy.

Una pieza de plata deforme voló hacía él, provenía de un lugar a unos metros de distancia. 

Granger hizo una mueca. –Oh, no, me lo quitó y lo destrozó tan pronto me vió darle la vuelta…

–Se puede arreglar –dijo Draco guardándose el anillo–. Todo puede arreglarse.

Ella lo miró con una sonrisa. – Todo .

–¿Vamos a casa?

–Sí, por favor. Vamos.

 


 

De regreso en la Mansión, se bañaron y juntaron en el salón pequeño al fondo de la casa.

Granger bajó en su pijama más horroroso.

Henriette y Tupey recibieron la versión corta de los eventos del día para que no se pusieran histéricos. Opimum fue preparado y repartido para el shock y calmar la carga emocional del día.

Granger explicó su secuestro. –Alguien le movió a la Flu en el laboratorio.

¡¿Qué?!

–Sí. Lo sé. Se supone que solo debía tener dos conexiones: el laboratorio y la Mansión. Entré para venir acá, y te prometo que dije Mansión Malfoy, y un segundo después, estaba cayendo en un campo y ese monstruo estaba frente a mi. Me quitaron la varita tan pronto aterrice. Greyback me vió mover el anillo y me lo arrancó, pensé que me iba a arrancar los dedos también de lo brusco que fue. Me golpeó por intentar pedir ayuda. Una completa aberración de hombre. Y claro, Fernsby no me había seguido en la Flu, venía directo aquí, no tenía porque…

Draco caminó. –¿Quién manipuló la maldita Flu? Voy a… ni siquiera voy a usar mi varita, los ahorcaré con mis propias manos. ¿Y las monjas?

Granger, quien se había acurrucado en el sofá abrazando sus piernas, escondió la cara entre sus rodillas y se rió. –Sigo sin creer que eso funcionó.

¡¿Cómo?!

–Después de haber visto de lo que eran capaces en el monasterio, cuando regrese el cráneo, pensé que sería útil que nos debieran algo las monjas.

–Claro que pensaste eso.

–Cuando regresé el cráneo, fingí ser un coleccionista que lo había comprado a una banda de ladrones. Les dije a las monjas que lo estaba regresando porque tenía conciencia, y merecía estar en su propio hogar, que me sentí mal de quedarmelo. Dije que si querían venganza, las podría ayudar. Les dije cual hechizo de rastreo debían esperar, lo activaría en el momento correcto para que pudieran tener su venganza.

Granger tragó saliva. –No esperaba que lo hicieran tan minuciosamente… Pero bueno, había estado practicando el hechizo de Flu desde hace semanas. Por fin logré tenerlo en tres minutos. Es tan difícil como un Portus si no es que más, lo odio y jamás lo usaré de nuevo. El especialista en Flu que vino a mi laboratorio me dio una buena explicación y el resto lo estudié. Sabía que las monjas no podrían Aparecerse del otro lado del mar, pero si tenía la conexión a la Flu abierta cuando activara el hechizo, tendríamos una oportunidad…

Draco estaba demasiado atónito como para decir algo. Simplemente dijo –No chingues, Granger –y se talló la mano en la frente.

–Lo sé –dijo Granger–. Creo que yo soy la peor oportunista de los dos.

Él la observaba. Ella se rió de nuevo.

–Pero… hablando de rastreo… ¿cómo me encontraste? –preguntó–. Cuando Greyback destruyó el anillo, estaba convencida de que no había escapatoria, no habría manera de que pudieras Aparecerte a donde estaba.

–Tus pasadores –dijo Draco.

–¿Mis… pasadores? –preguntó Granger.

Draco hizo un ademán en general a su cabello. –Están en todos lados y siempre los traes. Lo he estado haciendo desde la primera vez que nos vimos. Me han sacado del apuro un par de veces.

Granger se sacó un pasador del cabello y aplicó un hechizo de revelación. Brilló verde.

–Claro –continuó Draco–. Pon eso a un lado de la Señorita Tengo a las Monjas por la Flu , se siente poco inspirado ahora…

–Creo que es brillante –dijo Granger sonriéndole al pasador–. Las ideas más simples usualmente lo son.

–Claro.

–Eso explica Uffington.

–Sí.

–Eres un hombre astuto.

–Tú tambien.

Henriette se apareció. – Pardonnez-moi, Monsieur, Mademoiselle. Madam Tonks está en la Flu. Le gustaría pasar, si es un buen momento. Tiene a Mademoiselle Brimble con ella.

–Traelas –dijo Draco.

Un momento después, la voz de Tonks sonó por el pasillo en lo que interrogaba a Henriette. –¿No estamos interrumpiendo? ¿No están ocupados? ¿No andan entre las sábanas?

Euh… non, Madame…

Granger tenía las mejillas sonrojadas. 

Tonks entró al cuarto con una energía impresionante considerando lo que habían vivido hace unas horas.

–Hermione, eso si que es un atuendo –dijo al ver el pijama de Granger–. No me sorprende que Draco no te pudiera quitar las manos de encima.

Granger se sonrojó aún más. –¡Tonks!

–¿Qué? ¿O me equivoco?

Brimble seguía a Tonks, sosteniendo una torre de pergaminos.

Esto distrajo a Tonks del pijama. –Cierto. Brimble tiene noticias. Cuéntanos para que todos podamos indignarnos juntos.

Henriette se apareció de nuevo. –Disculpen, Monsieurs Potter y Weasley están en la Flu y ellos—

Monsieurs Potter y Weasley no habían esperado a ser invitados. Sus pasos y gritos de “¿Hermione? ¿Malfoy? ¿Dónde están?” sonaron por toda la Mansión hasta que Tonks se asomó por el pasillo y les habló.

La visión de Draco de una tarde de descanso y recuperación (y besar a Granger) estaba desapareciendo rápidamente.

Henriette sirvió opimum a los recién llegados mientras se sentaban en la sala.

Brimble les informó sus hallazgos. Al final, la oficina de Aurores había hecho todo lo posible. Granger había sido traicionada por dos incógnitas que difícilmente se pudieron prever.

–Primera noticia: ha habido un arresto –dijo Brimble–. Un Señor Terris se ha entregado. Técnico de Flu para el Departamento de Transportes Mágicos. Dice que él es el responsable por la Flu del laboratorio de la Sanadora Granger. Greyback secuestró a su esposa e hijos ayer y le dió doce horas para hacer la modificación, o morían.

–¡No! –exclamó Granger.

–La familia está bien, fueron encontrados amarrados, pero sin heridas. El Señor Terris está cooperando, parece estar muy arrepentido. Muchas lágrimas.

Granger volteó a ver a Draco. –Nada de ahorcar.

–Sí, ahorcar –dijo Draco, quien no encontraba esto una excusa válida para lo que había hecho.

Tonks los vió con los labios fruncidos. –Favor de discutir sus planes de la cama en otro momento, Brimble está hablando.

Granger se sonrojó. Weasley se rió. Uno de los ojos de Potter tembló.

–Y mi segunda noticia –dijo Brimble sacando un pergamino largo–. Esta es una lista de los muertos. Al menos de aquellos que pudimos identificar.

Alzó el documento. Un nombre estaba circulado.

Una señorita Clotilde Fiddlewood.

–¿Quién? –dijo Granger.

¿Qué? –dijo Potter.

–No –dijo Weasley.

–La asistente de Shacklebolt –dijo Tonks seriamente.

–¿La vieja arpía? –dijo Draco.

Esa era la bruja que se le había hecho familiar en el campo de batalla, la que estaba arreglando la barrera de protección impidiendoles escapar.

Brimble asintió. –No podemos interrogarla, obviamente, pero estamos especulando que ha de haber escuchado la conversación de la Sanadora Granger con el Ministro. La que hizo que solicitara la escolta de protección. Encontrar a Greyback le ha de haber tomado meses, estaba muy escondido en ese tiempo. Estaremos investigando lo que podamos y tal vez nunca sabremos con certeza qué sucedió, pero ella era uno de los pocos individuos que pudo haber sabido algo. Y claro, verla del lado de Greyback hace rato es suficiente evidencia…

Estuvieron en silencio. Granger se veía sorprendida. Draco sacudió la cabeza.

Después en el silencio, Potter dijo –Greyback está muerto.

Decirlo lo hizo real.

Las manos de Granger encontraron sus mejillas. –Greyback está muerto.

–Greyback está jodidamente muerto –repitieron Draco y Tonks.

–¡El pendejo está muerto ! –dijo Weasley.

Hicieron un brindis con sus tazas de opimum .

–Bueno –dijo Weasley después de tomar su taza. Aplaudió. –¿Qué debe de hacer uno para que le den una verdadera bebida?

Decidieron hacer toda una fiesta de ello. Patronus y mensajes fueron enviados. El salón pronto se llenó de familia y amigos: Lupin y los niños, la esposa de Potter e hijos, Luna Lovegood flotando por ahí, los colegas y estudiantes estrella de Granger, Shacklebolt (aguantando mucha crítica de su asistente), Aurores y sus familias, y todo un grupo de Sanadores. Se corrió la voz de la fiesta y más gente empezó a llegar, la mayoría en pijamas dada la hora: Longbottom y Pansy, Zabini y Patil, todo el clan de los Weasleys (que los dioses salven a Draco), Macmillan y otros colegas del Ministerio, y finalmente Theo con un pijama ridículamente transparente.

Henriette, Tupey y los elfos de la cocina estuvieron felices de ayudar con la fiesta. Tupey le dió a Weasley una de las botellas caras de la bodega.

En algún punto del festejo, Potter y Weasley emboscaron a Draco mientras iba hacia Granger. Draco se encontró arrinconado por sus colegas favoritos.

Estaban apropiadamente borrachos.

–¿Qué? –dijo Draco.

–Yo sabía. Yo sabía que estabas tramando algo –dijo Potter, acercándose tanto que su aliento alcohólico le llegó a la nariz de Draco–. Vi como la veías.

Draco lo empujo. –Vete de aquí, cuatro ojos.

–¿Cuáles son tus intenciones con Hermione?

–¿Mis intenciones ? ¿Hemos regresado a la época victoriana? ¿Eres su padre?

–Responde la pre-pregunta, Malfoy –dijo Weasley con lo que presuntamente era una mirada intimidante. (Terminó siendo menos intimidante ya que terminó recargando la cabeza en el hombro de Draco.)

–No tengo intenciones –dijo Draco–. Quítate de encima.

Sostuvo a Weasley a un brazo de distancia.

–Hueles bien –dijo Weasley–. Huele bien –le dijo a Potter.

–Ah, ¿si?

Potter se acercó para olerlo.

–Aléjate de mí –dijo Draco, sosteniendo a Potter también a distancia.

–¿Le hiciste algo? –preguntó Weasley con un ojo entrecerrado sospechosamente (el otro estaba cerrado y tomando una siesta)–. ¿Le diste una poción de amor?

–Por supuesto que no, las mujeres se enamoran de mí todo el tiempo. Sé que eso es nuevo para tí…

–¿Qué hay de ti? –preguntó Potter–. ¿Estás enamorado de ella?

–Yo… no es de tu incumbencia… ¿por qué no le preguntas a ella si me dió a una poción?

–Por qué no es una sinvergüenza como tú –dijo Potter.

–Un sin–sinvergüenza –dijo Weasley.

Draco intentó decir “Tsk” pero estaba tan ebrio que solo hizo un ruido con los labios. –Están los dos bajo la ilusión que ella es un ángel perfecto pero ella es d–diez veces peor que yo y esa es la razón por la que yo–

–¿Tú qué? –preguntó Potter.

–Me gusta.

–Te gusta.

–Sí.

–Eres su Auror, sabes –dijo Potter apuntando un dedo a Draco–. Eso no es profesional. No está permitido.

–No plof… no pfoff… no profesional –repitió Weasley.

Era su Auror. Y yo jamás… nunca cruzamos esa línea… y si sí, no sucedió…

Potter parpadeó sus ojos desenfocados. –¿Sucedió o no?

–Sueños. En una ventana. Fantasías. En España. Nada real. Era Samhain, sabes. Nos emborrachamos con fuego, literalmente, tienes que admirar a los españoles, sí que saben preparar bebidas, ¿o eran celtas? Pero bueno, eran solo… fantasías… hermosas fantasías.

–Deja de hablar de tus fantasías –dijo Weasley preocupado.

–Son buenísimas. Dejen les cuento, mi favorita es cuando ella–

–No –dijo Potter tapándole la boca a Draco–. No lo digas.

Draco le quitó la mano. –¿Por qué tus dedos están pegajosos ?

Potter inspeccionó sus dedos. –Tarta de melaza –declaró firmemente.

–No hay tarta de melaza aquí.

Weasley, intentando ayudar, le vertió su whisky de fuego en la mano a Potter y en los zapatos a Draco.

–Gracias –dijo Potter solemnemente a Weasley mientras se secaba la mano en su túnica–. Eres un verdadero amigo…

–Eres un idiota . Ahora mis dedos están húmedos –dijo Draco.

–...No como Malfoy, que es un pendejo. Escucha, Malfoy, si haces algo para castimarla

–¿Castimarla?

–Lastimarla, te vamos a catar. Matar.

–A sangre fría –dijo Weasley–. Incendiaremos tu casa. Liberaremos a los elfos.

–Jamás haría algo para castimarla –dijo Draco en un momento extraño de ebriedad y honestidad genuina.

–¿No lo harías?

–No. Ella… yo… bueno, no es de su puta incumbencia, tal como ya dije…

Weasley lo tomó del cuello y lo miró fijamente a los ojos. –Creo que está diciendo la verdad.

–Ya basta – quítate de encima – ni eres un Legeremante.

–¿Le damos nuestra bendición? –dijo Potter frunciendo el ceño a la nada.

–No necesito tu puta bendición –dijo Draco.

–Le importaría a Hermione –dijo Weasley.

–Tampoco la necesita –dijo Draco.

–Dile que lo mataremos si la lastima –dijo Potter.

–Ya lo dijimos –dijo Weasley–. Creo.

–Bien.

–¿Crees que debemos… matarlo ahora? –preguntó Weasley.

–¿Preventivamente? –preguntó Potter.

–Sí. Creo que sería muy proactivo de nuestra parte.

–Me gusta.

Draco empujó a Weasley. –Por el amor de–deja de respirar sobre mí Weasley–ugh, porque estás húmedo–¿por qué está todo húmedo y pegajoso?–quítense. Bueno. Jamás la lastimaría. Genuinamente me importa. La quiero mucho. Mucho. Demasiado, en realidad. Al grado de idiotez. Me encantaría que no fuera así. Pero, así las cosas y es… bueno, esto no es una conversación que deseo tener con ustedes dos imbéciles. Me pueden matar si la lastimo, pero no lo haré, jamás lo haría – ella es la que me lastimaría a , ese es mi miedo, mi maldito Boggart, ¿está bien? ¿Ya acabamos?

Potter y Weasley entrecerraron los ojos, pero no era claro si estaba procesando lo que dijo Draco o simplemente quedándose dormidos.

–Creo que está bien –dijo Weasley.

Potter asintió. –Estoy satisfecho.

–¿Oh? –dijo Draco. ¿Lo están? Bien. Ahora váyanse de aquí. Necesito cambiarme los zapatos porque son literalmente incapaces de sostener un vaso. ¡Tupey! Calcetas y zapatos limpios, por favor, Weasley tuvo un accidente.

Regresaron a la fiesta, se embriagaron aún más y pasaron la noche felizmente.

 


 

Draco se había quedado dormido en uno de los sofás. Se despertó al amanecer con el cuello torcido y un dolor de cabeza.

Se puso de pie y pasó por varios cuerpos en distintos estados de conciencia. Granger no estaba aquí.

Henriette estaba caminando entre los invitados dejando croissants y pociones de resaca a lado de cada invitado.

–¿Dónde está Mademoiselle? –preguntó Draco.

–Creo que salió a tomar un aire, Monsieur –dijo Henriette–. ¿La llamo?

–No, no, la buscaré.

Draco se tomó una de las pociones de resaca. Después se acercó a la ventana y suspiró melodramáticamente.

–¿Está todo bien? –preguntó Henriette.

Draco recargó la frente en la ventana fría. –No.

Henriette se acercó. –¿Qué pasa?

¿Henriette?

¿Oui?

Je suis – je suis ensorcelé.

¡Ah!

Je l’aime de tout mon cœur, Henriette. De tout mon être.

Henriette bajó su plato de croissants y se apretó las manos.

–No te emociones aún –dijo Draco.

–¿No?

–No. No le he dicho. Pero le voy a decir. Voy a ir a enseñarle mi corazón, Henriette.

Henriette lo vió alejarse con lágrimas en los ojos y las manos sobre su pecho.

Bon courage, Monsieur –dijo en un susurro.

El amanecer decembrino iluminó el cielo.

Draco encontró a Granger entre los árboles y la neblina, caminando lentamente entre los árboles. Estaba frío.

Se veía pálida y cansada mientras caminaba. Se había envuelto en una especie de chal que sospechosamente parecía uno de los pañuelos de Draco, Transfigurado. Su cabello solo estaba recogido a medias y bajaba por su espalda.

Lo vió a lo lejos. Pauso y lo observó acercarse entre los arbustos.

Todo ella se veía fuerte y afilada, daba miedo. Su aliento formaba nubes entre sus labios. Dedos apretando el chal. Pestañas oscuras con ojos brillantes.

–Despertaste temprano –dijo con una suave sorpresa.

Cuando Draco continuaba viéndola como un cretino enamorado, preguntó –¿Estás bien? ¿Pasa algo?

Fue irrumpido por una clase de valentía tonta. La valentía de un idiota.

Era verdadera valentía por lo menos. Después de esto, nada sería igual.

–Si, pasa algo –dijo Draco.

–¿Oh?

–Algo sí que pasa. Necesito… necesito decirte algo. Es tonto, y probablemente es una mala idea, pero siento que me va a matar si no lo digo, así que…

Granger lo observaba con curiosidad y con seriedad: su mirada para resolver crucigramas. Se envolvió más fuerte con su chal.

Bueno, le iba a resolver el crucigrama en este mismo momento.

–No quiero mantener el equilibrio –dijo Draco–. No quiero aplastar ya.

–¿El… equilibrio? –repitió Granger–. ¿Aplastar?

–El… el ir y venir… el no atrevernos a hacer más… no cruzar la línea. Culpar al alcohol por mis lapsos. El fingir que no me importas, que no moriría por ti, supongo que al menos eso ya lo sabes. El negar… suprimir… lentamente sofocar mi corazón… todo eso.

Draco se tomó un momento para componerse.

Para nada bien, continuó. –Eres… eres extremadamente brillante y hermosa. Es bastante injusto que una sola persona tenga todos esos atributos. Y quiero ser más que tu Auror, y quiero que seas más que mi Asignación, o Sanadora, o cualquiera de tus diversos títulos. Me he enamorado de ti a pesar de lo que ha sido, y te juro esto, mi mayor intento de no hacerlo. Sé que está mal, que es inapropiado, fue en contra de todos los protocolos, todas esas cosas. Hice todo lo que un hombre pudiera hacer para aplastarlo, pero he… he fallado. Eres demasiado. No pude contra ti. Encontraste las grietas en mis defensas y las abriste de par en par, y después hiciste tu hogar en mi corazón, como una clase de luz en un lugar oscuro. Y lo peor de todo es, que se que no lo hiciste a propósito. Sé que no pediste nada de esto. Sé que solo estabas siendo tú, tú tan brillante y bienhechora. Pero como resulta, eres todo lo que quiero.

Se atrevió a verla. Tenía lágrimas en sus ojos.

–Claro, ahora te hice llorar, excelente…

–¿Y–yo? –dijo Granger en una voz temblorosa–. ¿Yo soy la que encontró grietas? Yo no te soportaba a ti .

–¿Qué?

Granger respiró hondo. –Intenté controlarlo pero… es más fuerte que yo. No lo quiero… no lo quería … no sé que quiero. Si, si sé, quiero una maldita noche sin pensar en ti. Quiero estar en el mismo cuarto que tú sin sentir que moriré si no te toco, si si te toco. Quiero mi cabeza de nuevo, mi corazón de nuevo. Pero estás en ambos, tonto, y me estás volviendo loca–

Se talló una lágrima. –Solo quiero… un momento de maldita paz, sin tu en mi mente, pero al parecer es demasiado pedir.

–¿Qué hay de ? No puedo sacarte de mi mente. Tu, tu sonrisa, tu haciendo Aritmancia, puta España—

–¿ Sabes a qué huele mi Amortentia?

–¿Sabes que tanto atormentas mis noches?

–Odio esto –dijo Granger–. Es una tontería. Odio no–no estar en control. No debería de tener cualquier tipo de sentimientos por ti, esto es tu culpa—

–¿ Mi culpa?

–¿Por qué tienes que ser tan–

–¿Tan qué?

Granger lanzó sus manos al aire. –¡Tan todo! ¡Se supone que debías ser un Auror arrogante y moderadamente competente! No debías ser chistoso y lindo y heroico y caballeroso cuando lo ameritaba. No debías – literalmente encantarme hasta quitarme los calzones y – peor aún – entrometerte en mi corazón.

–Habla por tí misma –dijo Draco indignado–. Tu eres la entrometida aquí. Se supone que debías ser una sabelotodo molesta cuya presencia no iba a aguantar, no alguien cuya compañía, risas, besos y todo lo demás terminé anhelando como un enamorado tonto. ¿Sabes a cuantas citas fui para sacarte de mi cabeza?

–¡Yo salí con el maldito jardinero!

¿Qué?

lo causaste.

–Dioses.

–¿Cómo puedo estar enamorado de ti? Eres Draco Malfoy.

–¿Y yo ? ¿Enamorado de Hermione Granger? ¿Jodidamente enamorado? Yo no siento amor. Ni siquiera puedo decir la palabra, se siente asquerosa en mi boca.

–Jamás debí aceptar este acuerdo –dijo Granger al cielo–. Debí haber insistido en alguien más tan pronto vi tu estúpido nombre en la estúpida carta que me dijo que te asignaron conmigo.

–Lo intenté –dijo Draco–. Me dijeron que no me clavara con Granger, y henos aquí–

–¿ Clavarte ?

–Y sí, ahora lo estoy. Clavado con Granger, lo que nadie esperaba.

–No quiero que te claves .

–Pues, sucedió. Y más que eso.

Reinó el silencio. Granger se talló una lágrima. Draco tomó un paso hacia ella. Sus manos se buscaron.

–Siento como que te he dado una parte de mí que podrías romper –dijo Granger–. Por favor no la rompas–

–No lo haré. Jamás. Potter y Weasley me han informado que me mataran si te lastimo, aunque sus amenazas no cuentan para nada. Y tú tienes una parte de . Estoy enfermo por ello, más te vale no lo rompas—

Jamás lo haría.

–¿Y por qué tienes que ser tan hermosa aun cuando lloras?

–¿Cómo le haces para verte tan sexy como un vampiro crudo?

–Te voy a besar hasta que te desmayes.

Su sonrisa se asomó entre las lágrimas, un vistazo de sol.

Era la felicidad en sus venas. Ella tenía su pequeño corazón negro entero.

Cerró la distancia entre ellos. Sostuvo su cara en sus manos. Su aliento se mezclaba con el frío.

El sol se levantó en el cielo, iluminó la nieve, hizo más verde el césped y los bañó en luz.

La beso.

Y era la cosa más dulce, más gloriosa y maravillosa por fin poder hacerlo sin interrupciones, sin excusas, sin separarse. De poder hacerlo y saber que su tormento era compartido, y que por ende se había convertido en algo más: un alivio, una felicidad retumbante.

Él tenía una parte de ella y ella tenía una parte de él, e iba a ser… iba a ser algo hermoso. ¿Podría haber algo más dulce, algo más hermoso, que esto?

Chapter 35: Intercambio Dinámico de Fluidos: Un Modelo Práctico

Chapter Text

La inocencia del beso se convirtió en algo más profundo mientras Draco cumplía su promesa de besarla hasta desmayar a Granger.

Ella pasó sus dedos por su cabello. Él la empujó contra un árbol. Ella tenía el cuello de su camisa entre sus manos y lo estaba usando como palanca para acercarlo más, o alzarse más, con el resultado placentero de lengua con lengua.

Draco sintió la falta del anillo, se había acostumbrado a que le informara sobre el ritmo cardíaco de Granger. Resolvió el problema encontrando puntos de pulso a lo largo de su garganta con la boca, lo que le dio una explicación mucho más inmediata y táctil de sus sentimientos.

Tenía los ojos cerrados. Su cabello quedó atrapado en la corteza de abedul. Su pulso era un aleteo delicado y apresurado contra sus labios. Podría haberla tomado aquí mismo, contra el árbol, pero ella era Granger, era todo lo bueno y maravilloso del mundo, y merecía algo mejor.

Ahora una de sus piernas estaba rodeándolo. La levantó más alto, le puso una mano en el trasero y se presionó contra ella.

–Creo que me gustaría, tal vez, volver adentro –dijo Granger sin aliento con algo de duda, como si él fuera decir otra cosa que no fuera un rotundo sí.

–Te quiero –dijo Draco en su boca–. En todos los sentidos de la palabra.

–¿Todos? Bueno, ¿deberíamos comenzar con uno?

–Sí. El mínimo común denominador –dijo Draco. Presionó su entrepierna contra ella aún más fuerte, en caso de que el significado no quedara claro–. ¿Me acompañas a mi recamara?

–¿No querrás decir tu habitación? –dijo Granger con voz entrecortada

Draco la tomó de la mano y comenzó a tirar de ella hacia la Mansión. –No te pongas lista o te arrepentirás.

Granger le sonrió.

Se detuvo para besarla.

Regresaron a la mansión, cogidos de la mano. Subieron sigilosamente por la escalera trasera cerca de las cocinas, como adolescentes traviesos, para evitar ser vistos por la multitud de invitados.
Arriba, Granger observó el cuarto de Draco con curiosidad, pasando por la sala de estar, el vestidor, asomándose al baño y, finalmente, llegando al dormitorio.

–¿Por qué estás sonriendo? – preguntó Granger viendo a Draco por encima de su hombro.

¿Estaba sonriendo? Oh.

Draco cerró la puerta del dormitorio detrás de él y lanzó un par de hechizos de protección. –Es encantador finalmente tenerte aquí en persona.

–¿He estado aquí de otras maneras? –preguntó Granger pasando su mano por el marco de la cama, cosa que no debiera ser tan provocativa como lo fue.

Draco se acostó en la cama. –Varias veces. Versiones de ti en mis sueños, fantasías terriblemente traviesas de ti…

–Debes contarme de esas últimas.

Draco quería responder a eso con algo inteligente y sexy, pero Granger eligió ese momento para quitarse el chal y mostrar su horrendo pijama.

–Dioses –dijo Draco, en lugar de ser inteligente y sexy.

–¿Qué pasa? –preguntó Granger–. ¿No te gusta? ¿Esto hace baje tu emoción?

–Eres toda una visión –dijo Draco.

Granger pasó una mano seductora por su cadera cubierta forrada de tartán. –¿Cierto? Tómame, soy tuya.

–No debes de decir cosas así a menos que sea en serio.

–Las digo en serio.

–Bueno –dijo Draco–. Ven aquí. Debo quitarte esas cosas antes de seguir.

Granger se trepó a la cama. –Creí que daban un toque escocés–

–Los escoceses no tienen estilo. No pongas esas palabras juntas-

–Tienen mucho estilo.

–Te voy a comprar tantos negligés muggle que tendrás uno nuevo cada noche.

Empezó a desabrocharle los botones.

–Igualmente –dijo Granger observando su progreso–. El pijama de Theo me inspiró. Hasta te podemos encontrar algo mejor. Algo con una compuerta para tu pene.

–¿Compuerta de pene?

–Sí, para acceso rápido, una pequeña apertura—

–¿Pequeña?

–Perdón, una enorme apertura, un hueco abismal…oh…

El soliloquio de Granger sobre compuertas para penes fue interrumpido porque Draco había liberado sus senos de ese horrible pijama y ahora tenía su boca sobre ellos.

Ella se recostó a su lado y pasó su mano por su frente y le abrió la bragueta, y cualquier ocurrencia que Draco había estado listo para lanzar se desvaneció, excepto acariciarme como si fuera el marco de la cama , que no parecía lo suficientemente fuerte como para compartir con la clase.

Su cara estaba en las tetas de Granger y su boca estaba ocupada con un pezón y su poder cerebral se redujo a cero ya que toda su sangre estaba actualmente en su polla, que estaba disfrutando de la sensación de la mano de Granger dentro de sus pantalones, acariciándola y apretando suavemente sus bolas.

–Resulta que –dijo Draco–. La fórmula del atrayente Malfoy es simplemente…tú.

–Sí –dijo Granger–. Te sientes como si ya estuvieras listo para… una prueba de penetración.

Se empezó a reír y se cayó de la cama.

Draco la regresó a la cama. –En serio –Él volvió a poner su mano sobre su polla–. Continúa, Granger.

–Ves –dijo Granger en lo que metió su mano de nuevo en el pantalón–. Por esto necesitamos la compuerta de pene. Se me está acalambrando la mano.

–Ambos deberíamos quitarnos… todo –dijo Draco quitándose los pantalones.

–Sí.

–¿Regadera? –preguntó Draco.

–¿Tina? –ofreció Granger.

–¿Oh?

–Me gustan los… jets de agua –dijo Granger en lo que trabajaba en los botones de Draco.

–Oh.

Draco corrió para empezar a correr el agua, se tropezó con sus pantalones y se los aventó a la cara a Granger cuando se rio.

–Tienen pequeñas escobas ahora –fue la entretenida observación de Granger.

Ella se le unió en el baño mientras la tina enorme se empezó a llenar.

–Veamos los tuyos –dijo Draco, jalándole el pijama.

–Te vas a decepcionar, no estoy usando ropa interior.

–Eso es todo menos decepcionante.

Se paro atrás de ella y los observó a ambos en el espejo mientras la desvestía. Ahora ella estaba desnuda, y él estaba desnudo, y todo lo que quería hacer era pasar sus manos sobre ella y observar sus reacciones, el arqueamiento mientras apretaba un pezón, los suspiros mientras besaba su cuello. Dioses, la sensación de su piel desnuda contra su polla.

Ella frotó su trasero contra él y le sonrió en el espejo cuando él respiró hondo. Ella pasó una mano detrás de ella y lo acarició. Deslizó una mano hacia su frente, donde las cosas estaban más cálidas y cada vez más húmedas, y comenzó a frotarla un poco. Ambos comenzaron a respirar con más fuerza.

–¿Baño? –dijo Granger.

–Cierto –dijo Draco.

Se metieron en la enorme bañera con evidente falta de elegancia, dado que ambos estaban obsesionados con los genitales del otro.

Se enjabonaron mutuamente, una excelente excusa para seguir toqueteándose. Draco realmente había tenido la intención de limpiarse y luego llevarla de regreso a la cama para actividades posteriores, pero ella había dicho algo interesante sobre los jets, y una poderosa y excitante curiosidad se apoderó de él.

–Así que, los jets –dijo Draco, encendiendo cada uno de ellos. La bañera se convirtió en un remolino de espuma.

–Sí –dijo Granger.

–Enséñame –dijo Draco.

–¿No quisieras participar?

–Quiero ver, para empezar. Puedo unirme… después.

Granger apretó sus labios en una pequeña sonrisa, luego comenzó a palpar con sus manos. Draco miró en una especie de aturdimiento excitado, porque Granger estaba en su bañera, y había jabón goteando de sus tetas, que él había puesto allí, y ahora ella estaba buscando un chorro con el cual correrse, y él no estaba seguro de que esto no fuera un glorioso sueño erótico.

–Tengo opciones aquí. Ooh, este –dioj Granger, encontrando un chorro del otro lado de la tina que lanzaba agua verticalmente.

Se montó a horcajadas en su jet preferido –El truco está en posicionarse justo asi…

–¿Oh?

–El ángulo importa mucho, claro–

–Claro.

–Y después dejamos que el calor… y el agua hagan el resto, ya sabes…

–Claro.

–... no toma mucho tiempo…

Draco observó cómo su explicación se volvía menos coherente y, en los momentos siguientes, sus mejillas y su clavícula se sonrojaron. Tenía los labios entreabiertos. Sus ojos, que estaban en su propio reflejo del espejo, se cruzaron con los suyos, oscuros y seductores. Su respiración comenzó a acelerarse en lo que el calor espumoso entre sus piernas la acercaba cada vez más.

Draco tenía la mano sobre su pene, pero ligeramente, porque a este paso podría terminar en un minuto solo por la vista y los sonidos.

Ella se pasó una mano por el pecho y jugueteó con su propio pezón.

–Maldita sea, Granger.

Su respuesta fue una sonrisa –Mm.

Le indicó a Draco que se pusiera detrás de ella, cosa que él hizo rápidamente.

Ahora podía verlos a los dos en el espejo. Granger se inclinó y pasó los dedos por el borde de la bañera. El chorro hacía espuma delante de ella, mientras que a Draco se le presentó una entrada muy húmeda y resbaladiza, justo por encima de la línea de agua.

Él puso sus manos en sus caderas. (Eran excelentes agarraderas la verdad.)

La entrada fue apretada. Se sentía excitada. Se vio a sí mismo entrar en ella, la forma en que su punta se empujaba hacia adentro, la manera en que sus fluidos se mezclaban cuando salía de nuevo.

El chorro de agua chocaba con sus testículos cuando volvía a entrar, centímetro tras centímetro.

–Voy a durar como… cuarenta segundos.

Su respuesta fue sin aliento. –No importa… tenemos… toda la mañana.

Draco no estaba seguro de haber visto alguna vez una visión más excitante que Granger en el espejo, acercándose al precipicio de su orgasmo, sus pechos moviéndose al ritmo de sus embestidas.

La vio correrse, con su mano mojada agarrada al costado de la bañera, su coño apretándose alrededor de su polla en un apretón largo y convulsivo. Ella terminó con un jadeo entre dientes, presionando su cara contra su antebrazo.

Las terminaciones nerviosas desde la cabeza de su pene hasta sus bolas estaban sobrecargadas por la sensación de ella, por el calor del agua, por el chorro espumoso. Draco, incapaz de soportar nada de eso, la acompañó, empujando su liberación dentro de ella tan lejos como pudo.

Respiraron. Granger se alejó del chorro de agua, que ahora avanzaba a zonas demasiado sensibles. El pene de Draco se salió de ella, goteando semen y pegajosos rastros en el agua.

Se hundieron nuevamente en la bañera, apoyaron la cabeza en el borde y jadearon hacia el techo.

Granger se recuperó primero. Besó a Draco en la boca, que estaba abierta estúpidamente, y luego se entretuvo presionando botones para descubrir variedades de jabón.

– Por mi parte, estoy limpia y lista para seguir –dijo Granger–. ¿Hechizo de secado?

Conforme la sangre regresaba a su cerebro, Draco empezó que tal vez estaba en las ligas mayores. Tal vez Granger practicaba el sexo como lo hacía todo: minuciosamente.

Cosa que sería muy interesante porque él se enorgullecía de ser muy minucioso en estos temas.

Salieron de la tina.

–¿Suficientemente limpios como para comer del otro? –preguntó Draco al apuntarle hechizos de secado.

–Sabes, justo estaba pensando que no he desayunado.

–Pediré a la cocina que envíe algo.

–Perfecto.

–¿Fresas y crema batida?

Los ojos de Granger brillaron con diversión. –Fresas opcionales.

–Perfecto.

Draco se puso una de sus batas de seda para hacer el pedido en lo que Granger hacía magia con su cabello en el espejo.

Salió del baño envuelta en una toalla, todavía sonrojada. Una canasta de pan tostado la esperaba, junto con huevos tibios, fresas recién cortadas y un recipiente ridículamente grande de crema batida.

–Toda una cubeta –dijo Granger al ver el recipiente.

–Henriette insistió. ¿Nadamos en élla?

–Debí haberte dejado comprar ese bote.

Hablando de barcos, Draco desayunó con la polla a media asta, lo que divirtió enormemente a Granger cuando se dio cuenta.

–Unas piecitas escurridizas se te están escapando –dijo apuntando a la entrepierna de Draco con un tenedor.

–No creo que esto cuente como piececitas.

–Tienes toda la razón. Piecesotas, más que cualquier otra cosa.

Draco bajó la vista. –Esto quería escapar la última vez que estuve contigo en bata, pero tu estabas demasiado ocupada quejándote de los proyectos de riego de los soviéticos.

Granger se rio. –Necesitaba una distracción.

–¿Oh? ¿De qué?

Granger se ocupó con una fresa.

–¿De mi saliendo del baño? –preguntó Draco. –¿Fue eso? Dime.

–Nunca.

–¿Estás siendo tímida conmigo después de lo que acabas de hacer en el baño?

– Eso no resultó en niveles sofocantes de presunción por tu parte –dijo Granger.

–Así que si querías jugar con mis partes colgantes.

Granger tomó su té con una cantidad impresionante de ambivalencia.

Draco se recargó en su silla. –Es cierto. Estarías negándolo si no fuera así.

–Conjeturas –Granger lo volteó a ver y sonrió–. Eres un presumido-ugh, te voy a ahogar en la crema batida.

–Tengo intenciones de estar nadando en ella en algún punto de la mañana –dijo Draco, sonriendo aún más grande–. Bueno, yo no seré tímido. Felizmente puedo admitir que me hubiera acostado contigo en ese cuarto de hotel, varias veces, durante tres o cuatro días. Solo que tenías que irte a salvar el mundo. Que molestia.

Granger sonrió.

–Ahora tus aires de grandeza son sofocantes –dijo Draco.

–Bien –dijo Granger.

–Dime que quieres acostarte conmigo –dijo Draco.

–Oblígame –dijo Granger.

–¿En serio?

–Sí.

–¿Palabra clave?

–Neville.

–Dioses.

–Lo sé.

–Súbete a la cama.

Granger le abrió los brazos en un gesto de flojera. La cargó hacia la cama, cosa que fue mucho mejor. Como si fuera una novia.

No es como que estuviera pensando en novias, o casarse con ella, ni nada por el estilo.

La acomodó en su cama entre las sábanas blancas y almohadas y se detuvo a verla: su trenza en la almohada, sus senos apretados contra la toalla, sus muslos escondidos que pronto revelaría y disfrutaría.

–¿Qué? –preguntó cuando lo notó de pie y observándola.

–Disfruto el momento –dijo Draco. Deshizo el nudo que mantenía su toalla a su cuerpo–. Se siente como desenvolver un regalo.

–No sé para quién es el regalo –suspiró Granger cuando Draco, sin poder aguantarse, se acercó a besarle el pecho.

–Feliz Navidad adelantada para los dos, entonces –dijo Draco.

Flotó el buque de crema batida hacia ellos y conjuro un antifaz. –¿Sí?

–Oh. Sí.

–Excelente.

–Las piecesotas están haciéndose notar –dijo Granger, pasando un dedo por la parte de abajo de su polla que ahora se asomaba por la bata.

Draco la dejó tocarlo, pero le quito la mano rápidamente. –Aunque eso se haya sentido delicioso, esto está destinado a ser sobre ti y sacar tus confesiones.

Granger se mordió el labio. –Sácalas.

Draco ató la venda de seda alrededor de su cabeza y le robó un beso antes de comenzar.

Bueno, él simplemente quería robarle un beso, pero sintió su lengua contra la suya, y luego se vio incapaz de apartarse, puso un codo en la almohada y su boca lo distrajo por completo.

Sólo cuando se encontró deslizando una mano entre sus muslos se separó.

–Cierto –dijo sin aliento–. La crema batida.

–El punto del ejercicio –dijo Granger sin aliento como él.

Una cuchara plateada estaba en el bote de crema batida. Draco la sirvió, bien cargada, chorreando un poco, y se giró para admirar a Granger, desnuda y con los ojos vendados en su cama, con las manos sobre la cabeza. Sus labios estaban hinchados y húmedos, lo que le recordó otras partes hinchadas y húmedas, que pusieron la cabeza de Draco de nuevo en el juego.

Draco sumergió un dedo por la crema batida y lo puso frente a la boca de Granger. –Pruébala. Debes decirme si cumple tus expectativas.

Sintió el ligero toque de su lengua contra su dedo: un toque astuto, un toque que sabía exactamente lo que estaba haciendo. En cuanto a la ligera succión, esa sensación se fue directo a su entrepierna.

–Perfecta –dijo Granger.

Draco se agachó encima de ella y la besó, y saboreó la dulzura de sus labios. –Tienes una lengua traviesa.

Una sonrisa igual de traviesa fue su respuesta.

Tenía la intención de colocar una cucharada sobre cada centímetro de Granger que deseaba besar, pero descubrió a medida que avanzaba que quería besar literalmente cada centímetro de ella, lo que implicaría arrojar todo el recipiente sobre ella, lo cual, si bien era hilarante, no ser tan sexy.

Así que se restringió y priorizó. Las porciones de crema batida iban tomando forma. Disfrutaba sus temblores y sacudidas cuando la crema batida tocaba su piel tibia.

Granger se quedó en silencio y, sin duda, estaba intentando adivinar qué estaba haciendo aun con sus escalofríos.

–¿Qué estás dibujando? –preguntó–. Más te vale que no sea la letra D—

–Oh, no, aún mejor. Es una constelación.

–¿Oh?

–La constelación de Draco.

–Eres un—

Draco nunca supo quién era; ella se interrumpió con un grito ahogado. Le había puesto crema en los pezones en dos porciones que no tenían absolutamente nada que ver con las constelaciones.

–No puedes decirme que te sorprendió –dijo Draco.

–Está fría.

–En un momento la caliento –dijo Draco mientras dibujaba líneas en sus muslos hacía su entrepierna.

Puso a un lado la crema batida y empezó. Su boca siguió un camino desde su dulce boca hasta su cuello, a través de sus clavículas y hasta sus pechos. El contraste entre la crema fría y la calidez de sus pezones rígidos era magnífico.

–Delicioso –dijo Draco.

Granger, arqueando la espalda, exhaló una especie de acuerdo. Tenía las manos a los costados, presionadas contra el colchón. Una de sus piernas se movió y rozó la erección de Draco. Era tentador permitirse un poco de burla contra ella, pero se contuvo.

En cambio, besó y lamió su estómago y luego, justo cuando había llegado a las partes interesantes, y Granger se había quedado bastante quieta, se detuvo y besó la crema de su muslo izquierdo.

Granger exhaló. Subió por la piel suave y la crema, hasta la parte más interna de su muslo. Granger respiró hondo, con las yemas de los dedos presionadas contra el colchón.

Se detuvo de nuevo y centró su atención en la línea de crema que subía por su muslo derecho.

El suspiro que siguió fue de frustración.

–Puedo sentir tu sonrisa –dijo Granger en lo que Draco subía de nuevo.

–Ups –dijo Draco.

–Eres un insufrible… mmm…

Draco probó su pastel.

–Ahora empezaré mi interrogación –dijo Draco.

–Seré fuerte –dijo Granger.

–Dime de lo del Séneca –dijo Draco mientras jugaba con un dedo en ella. La encontró empapada, una mezcla de sus actividades previas y nuevas.

–¿Q…qué quieres saber?

–Por qué no me volteabas a ver.

Presionó un dedo en ella, hasta los nudillos.

Hizo un ruido de aprobación y después dijo –Ya lo sabes.

–Me encanta escucharlo.

–Por qué eras… estúpidamente atractivo… nadie tiene ese derecho de caminar viéndose así, todo… vaporoso y chorreando. No quería alzar la vista porque no quería saber… no quería esas imágenes en mi cabeza… voltee de todos modos, por supuesto, maldita sea…

Draco sacó su dedo, lo probó y aguantó la desesperación de entrar y terminar esto en ese momento.

–Así que si pudimos haber pasado tres días teniendo sexo –dijo Draco, rozando sus labios contra su centro mientras hablaba.

–Teníamos una relación profesional –dijo Granger.

–Tan correcta –dijo Draco, moviendo la lengua donde había estado su dedo–. Voy a besarte hasta que dejes de serlo.

Y lo hizo.

Granger inhaló. –Pero… para serte honesta…

–¿Sí?

–Tu competencia en la cripta fue aún más erótica…

Draco pausó su actividad. –Creo que ambos compartimos esa… predilección. Siguiente pregunta: dime que sucedió después de nuestro… encuentro en la ventana.

–¿Lo sentiste a través del anillo?

–Sí.

–Lo había sospechado. No había terminado tan fuerte en meses.

–Acabo de cambiar de parecer –dijo Draco. Tomó una de sus manos y la acercó hacía ella–. No quiero que me digas, quiero que me enseñes.

Granger se rio. –Hedonista.

–Mm –dijo Draco, sentándose un poco más atrás para darle espacio–. Asiento en primera fila. Te tengo que hacer saber que me estoy tocando.

–Espero no tanto –dijo Granger–. Debes dejarme algo para jugar, después de—

–Habrá… mucho con que jugar –dijo Draco mirando su polla.

Draco realizó un análisis FODA. La observó tocarse, dos dedos presionando pequeños círculos alrededor y alrededor; entonces ella prefería un toque ligero, y no demasiado contacto directo. Empujó un dedo hacia abajo, recogió humedad y volvió a subir para continuar con sus círculos rítmicos.

Draco quitó la mano de su pene. Él mismo estaba casi listo para correrse. Mierda.

Y ella también estaba llegando allí. Observó un nuevo hilo descender entre sus dedos. Él apartó su mano y la presionó contra el colchón –Mi turno.

Granger suspiró.

Él le metió un dedo, luego otro, y apretó los nudillos por su comodidad. Empujó y tiró con una cadencia que coincidía con la que ella le había mostrado. Su lengua encontró sal y sabor y recreó esos pequeños círculos suyos.

Cuando ella comenzó a retorcerse, Draco se encontró extrañando muchísimo el anillo. Pero no importa: tenía otros indicadores.

No era de las que gritaba. Pero, si de las que tocaba todo. Sus manos encontraron su cabello. Sus muslos se apretaron alrededor de sus orejas. Ella empujó sus caderas hacia él mientras sus dedos entraban y salían y su lengua besaba rítmicamente calor contra ella.

–Justo… así… así… –fue su única instrucción, cumplida por Draco.

El movimiento de sus caderas se volvió errático. Draco sostuvo su trasero para mantenerla presionada contra su boca.

Ella convulsionó contra él, jadeó y se corrió con largas contracciones contra sus dedos, cuatro, cinco, seis, mientras él movía su lengua contra ella. Se sintió retorcerse y gotear sobre las sábanas. Caliente. Jodidamente caliente.

Hubo un estremecimiento y ella todavía estaba, jadeando, sonrojada desde el cuello hasta los pechos.

Draco se levantó con cuidado, evitando tocar su polla, que, francamente, se sentía lista para estallar su propio orgasmo a la más mínima provocación.

Le quitó el antifaz. Sus ojos eran oscuros y ensoñadores.

–Eres hermosa –dijo Draco.

Ella flotaba en el post-orgasmo con una sonrisa y lo vió chuparse los dedos.

Draco se acostó en la cama y acomodó su cabeza en su puño.

–Vaya engatusamiento –dijo Granger con una voz suave.

–Siento que me harás arrepentirme.

Sonrió esa sonrisa de Nundu.

–Mierda –dijo Draco.

–Te ves preocupado.

–Lo estoy. Pero, vale la pena para mis fantasías a futuro.

Granger le lanzó una almohada.

–Debo pedir una pausa antes de continuar, ya que estoy a una brisa de venirme –dijo Draco atrapando la almohada.

Granger se agachó sobre su erección, la boca a un centímetro de distancia, y exhaló sobre él. –¿Una brisa dices?

–Oye –dijo Draco–. Eso no es justo.

–¿Quieres que me detenga? –preguntó Granger, sus palabras toques ligeros como una pluma sobre su erección.

–Sí. No. Mierda.

Granger inclinó la cabeza solemnemente. – Deberíamos tomar ese receso.

Pasó por encima de él, sin querer, pero completamente a propósito rozando su entrepierna contra él y se levantó de la cama.

Draco se acostó sobre la cama y observó el techo con la quijada apretada.

Granger se sirvió un vaso de agua en la mesa. –¿No vienes? –preguntó por encima de su hombro.

– Estoy intentando no hacerlo –dijo Draco.

Él miró – no miró – miró de nuevo – su trasero.

–Me gustaría morder eso –declaró Draco–. Ven tantito acá.

–Creo que deberías de tomarte tu descanso mientras puedas –dijo Granger.

Ella no se situó dentro del alcance de los mordiscos. Reprimiendo una sonrisa, desapareció en el baño para limpiarse las peores manchas pegajosas. Draco se levantó para beber y comer una tostada. Su pene aceptó el interludio y comenzó una trayectoria descendente.

Granger salió del baño, sumergida en una de las batas de seda de Draco.

–No –se quejó Draco al ver su cambio de atuendo–. Quédate desnuda. Estaba admirando.

–Aquí tienes –dijo Granger abriendo el frente de la bata un poco–. Aplicaré una Malfoy y haré un gran show para ti.

–Esto apenas y es grande –dijo Draco con un ademán hacia ella–. Más.

–¿Así? –preguntó Granger abriendo un hueco modesto para mostrar su escote.

–No. Por favor deja de comportarte como una monja.

Granger hizo un ruido de indignación. –Eso sí que da risa viniendo de ti.

–Hasta abajo. Es más, déjala desabrochada. Dame vistazos.

–¿Mejor?

–Sí. Deberíamos incluirte en la siguiente edición de Tetas Fantásticas y Dónde Encontrarlas.

La atención de Granger estaba en su entrepierna. No le molestó para nada el cambio de tema.

–¿Ya se hicieron piececitas de nuevo? –preguntó ella–. ¿Reanudamos?

–Examíneme, doctora –dijo Draco.

Pasó una mano entre los dobleces de su bata. –Mm. No piececitas tal cual, pero… buen punto de partida.

–¿Y qué estamos empezando? –preguntó Draco.

Granger se acercó a la mesa a un lado de la cama y tomó la varita de Draco. Se la dio. –Me gustaría que usaras Legeremancia para que lo descubras.

Vaya, esto era nuevo y emocionante. –¿Oh?

Granger se detuvo frente a él. Draco, con las cejas arqueadas preguntó –¿Estás segura?

–Sí.

–Legilemens.

Se sintió sorprendentemente íntimo entrar a la mente de alguien dispuesto. Sintió su calidez, la correntía de su inteligencia, la complejidad, el conocimiento.

Le ofreció un pensamiento. La escena era un deleite de fantasía.

–Oh –dijo Draco, saliendo de su cabeza con las cejas aún más arqueadas.

–¿Estás dispuesto? –preguntó Granger.

–Obviamente.

–¿Palabra clave?

–Prolapso.

–Eres un hombre horrible.

Lo guio hacía la cama con una mano en su pene.

–Y quítate esto –dijo al jalar su bata.

Draco hizo lo que le pidieron. Ahora era su turno de recargarse en las almohadas, desnudo.

Viviendo el sueño, sí que sí.

Granger apuntó su varita al closet y dijo –Accio gemelos.

Un par de gemelos plateados volaron en el cuarto, flotaron a lado de las muñecas de Draco y fueron Transfiguradas en esposas sujetas al marco de la cama.

Lo que quedará de pequeño en su polla había desaparecido.

–¿Antifaz? –preguntó Granger.

Draco, aturdido dijo –Por supuesto que no, quiero ver.

–Muy bien –dijo Granger.

Se acomodó a su lado, cabeza posada sobre su mano, y comenzó un viaje con sus dedos a lo largo de su cuerpo, ligeramente lánguido y explorador.

–Verdaderamente eres el ideal Platónico de un hombre –dijo ella.

–No quiero ser nada platónico contigo.

Granger se rio. Con una sacudida de su varita, elevó el contenedor de crema batida hacía ella y le aplicó un hechizo frío. –No debemos de desperdiciar esto.

Draco se estremeció mientras Granger flotaba la crema batida sobre él con su varita.

Los de ella estaban muy enfocados en su erección, y acomodados con gran precisión a lo largo de él y su cabeza, haciéndolo lucir una montaña de postre de pene.

–¿Frío? –preguntó Granger.

–Sí.

–Tal vez mi plan es hacerte un poco más pequeño, para poder acomodar mejor mi boca.

–Muy… inteligente –dijo Draco sin aliento cuando ella empezó a besar su estómago–, pero me preocupa que tu boca tendrá el efecto opuesto.

–¿Oh? Tendré que comprobarlo –dijo Granger.

Ahora se recogió el cabello, acomodó su varita para sostenerlo y empezó a trabajar.

Besó la crema batida hasta llegar a su pecho, lamió lo que había dejado sobre sus pezones (con una sonrisa pícara cuando lo sintió estremecerse), y llegó a su cuello (una dicha) para besarlo en la boca.

Delicioso. Una de sus manos se intentó mover para tomarla del cuello y sostenerla ahí, solo que – las esposas.

–Oh, no –dijo Granger.

Draco le cruzó una pierna para sostenerla, pero no era igual. Su beso pasó de ser profundo y con lengua a una versión ligera que solo rozaba sus labios.

Hizo un ruido de queja cuando se alejó.

Se movió más y más abajo. Él bajó la vista y ella estaba ahí, un codo apoyado en la cama entre sus piernas, observando la crema batida derretirse.

Había fantaseado sobre algo similar a esto, y de nuevo no estaba del todo convencido si esto era un sueño. No podía ser real.

Un dedo muy real tomó uno de los chorros derretidos de la crema batida, pasó el dedo hasta la punta y se lo puso en la boca.

–Joder, sí –suspiró Draco.

–Puedo confirmar que tu definición de grande si cumplió mis expectativas –dijo Granger.

Draco no tenía una respuesta coherente para ofrecer, ya que eligió ese momento para besar su polla mientras dedos gentiles tocaban sus testículos.

Era demasiado minuciosa con ello, terriblemente científica, cada bordo y vena fueron descubiertos, y tratados con un ligero toque de su lengua, y todavía no había llegado a su cabeza y aun así ya se sentía cerca. Quería sostenerla del cabello, quería apretarle un teta, pero estaba amarrado y sufría deliciosamente por ello.

–Mm –dijo Granger–. Tenías razón.

–¿Oh? –dijo Draco sin aliento.

–Si hubo encogimiento, no duró.

–Siempre tengo la razón… debiste haber…aprendido eso–

Se cortó el enunciado con un gemido. Los roces con su lengua se convirtieron largos y suaves a lo largo de él. Sus dedos se unieron, siguiendo su boca con un subir y bajar.

Draco dejó caer su cabeza y observó sus manos. Ahora sentía su palma también, y la otra – ahora las dos manos se movían arriba y abajo, mientras su lengua hacía pequeños círculos bajo su cabeza.

Cerró los ojos. Hubiera dado… lo que sea… para que lo tomara en su boca en ese momento.

No lo hizo, obviamente. Dejó la punta sin tocar. Ella sabía que lo tenía donde quería, todo lo delataba: sus ojos cerrados, su respiración, la tensión en su cuerpo, el líquido preseminal que salía de él entre la crema batida.

–Glurkk –dijo sagazmente.

–Dime sobre tus fantasías guardadas –dijo Granger mientras sobaba sus testículos–. Tengo demasiada curiosidad.

–Este es… uno de ellos –jadeó Draco–. Tu boca en mi… pero… la realidad es mucho mejor de lo que me pude haber imaginado—

Lo recompensó con una serie de lamidas. Sus manos seguían moviéndose lentamente.

–En realidad pensé sobre esto cuando yo… no estoy seguro si debería decirte esto…

Sus manos se movieron más rápido: alentándolo.

–...cuando me la jalé en tu baño… la noche que me quedé a dormir. Una masturbación riesgosa, en caso de que necesitaras más confirmación de que soy un hombre horrible—

Sus manos se detuvieron. Draco dio un vistazo para encontrarla viéndolo con las mejillas sonrojadas. –¿En serio lo hiciste?

–Sí.

–Eso es… ridículo, y aun así, muy sexy. Continua.

–Vestidos de espalda abierta, tenerte por atrás con los tacones puestos. He querido desde la fiesta de los huérfanos–

Sintió la calidez de su risa contra su pene y luego la humedad de su lengua. –¿Qué más?

–Tú esposada—

–Tendré que darte causa para que me arrestes.

–Bien. Morderte, obviamente, después de que hiciste tanto por no dejarme la mandíbula chueca—

–Mm. Debemos de hacer buen uso de ello.

A Draco se le estaba dificultando concentrarse. Su lengua era – wow. –Fantasías de profesor… no sé si te interesaría…

La lengua pausó. –Pudiera ser, con el hombre correcto.

La lengua resumió su camino, seguido de succión. Su cabeza seguía sin recibir atención. Se veía un rojo púrpura bajo la crema batida.

–Más te vale que yo sea el hombre correcto, asesinaré a todos para ser el puto correcto–

Ella rio. Él no estaba bromeando.

Alzó su cadera, como si pudiera encontrar la manera de entrar en su boca. Logró chocar con su mejilla. El breve roce de piel suave en la cabeza de su pene fue hermoso.

–¿Qué más? –preguntó Granger, tallando el rastro de crema batida de su mejilla y resumiendo su atención.

–Voy a necesitar que me digas que soy un buen chico en algún punto—

–¿Oh?

–Tú haciendo aritmancia… en mi oficina… en mis piernas… encima de mi—

–Vaya. Esa me gusta.

Ahora la succión había pasado por el otro lado de su pene: la parte exquisitamente sensible bajo su cabeza. Todo su miembro se movió. Una montaña de crema batida cayó sobre la cama. Su pene desesperadamente produjo más líquido preseminal.

–Oops –dijo Granger–. Se me fue la lengua.

–T–te dije que me gustaban esos –tartamudeó Draco.

Se rio y finalmente tuvo piedad.

–Eso concluye mi interrogación –dijo ella con una cantidad terrible de satisfacción.

–Mierda. Gracias. 

Era una cosa imaginar su boca en él, pero era otra cosa sentirla, su lengua, la presión de sus labios por fin rodeando su cabeza. Sintió otro chorro de líquido preseminal el cual fue lamido rápidamente.

Se tensó contra las esposas. Quería llevarlo lento, quería alargarlo. Pero ahora su lengua hacía círculos sobre él en lo que se movía y lo tomaba lo más dentro posible de su boca. Sus manos compensaban el resto.

Él quería llevarlo lento.

–Mierda… estoy ahí… a menos que…

Ella se quitó. Él tuvo un momento que eran en ambas partes tortura y calma. Ella alzó la vista, con los labios mojados a un lado de su pene. Esperando.

Bueno. Él había querido ser deshecho.

–A la mierda –dijo sin aliento–. Termíname.

Su boca regresó a él. Fue envuelto en calor, simultáneamente suave y firme. Sintió un ligero roce de dientes. Iba muy rápido y venía el final. Estaba jadeando.

Sus caderas se movieron. Las manos de ella lo apretaron. Su lengua trazó un círculo en la punta. Succionó más fuerte. Eyaculó con maldiciones inentendibles, en largos chorros contra lengua y dientes y presión.

Sintió la presión de su garganta contra su cabeza y salió un último chorro.

Se aflojó contra las esposas.

No se movió por dos minutos, sintiendo que le habían drenado la vida desde sus testículos.

Estaba deshecho. Muy deshecho.

Si estaba iniciando SPERM.

Granger subió por la cama, le presionó un beso – sabía a sal, a él, crema batida y ella – y lo liberó de las esposas.

–Eres un buen chico –dijo Granger.

–Demasiado tarde.

Ella estaba preocupada y divertida. –¿Estás bien? Te ves… aturdido.

Su pene, todavía duro por la sobreestimulación y los niveles ridículos de excitación, goteaba contra su estómago.

–Ghlph –fue lo único que pudo decir mientras se recargaba contra las almohadas de nuevo.

Granger se movió para traerle agua y aplicó varios hechizos de limpieza en las sábanas.

–Tsk –dijo al inspeccionar el recipiente de la crema batida–. Apenas y le bajamos a esto.

–Dónalo… huérfanos –dijo Draco siendo reducido a fragmentos lingüísticos.

Granger se acercó a la cama todavía vestida con su bata. Se juntó las manos y ladeó la cabeza contemplándolo.

Draco, cuyo cerebro estaba sosteniéndose por hormonas y un par de neuronas, suspiro. –¿Qué?

–Estoy complacida.

–¿Oh?

–Tenía el presentimiento, después de España, que seríamos muy compatibles, pero uno no puede estar seguro después de… eh… varias pruebas, sabes.

–Muy compatibles –repitió Draco.

–¿No crees?

–¿Me has visto?

Granger sonrió.

–Exploraría más el tema –dijo Draco–, pero… me has sacado toda cognición desde mis pelotas.

Estiró una mano hacía ella. Ella se acercó. La metió entre los dobleces de su bata y la pasó por su costado.

–Eres jodidamente… increíble, ni siquiera puedo formular enunciados en este momento, pero–

Ella se acostó en la cama con él y recargó su cabeza en su hombro.

Un gesto ordinario, vaya, era solo Granger poniendo su cabeza en su hombro. Su pulso se empezó a acelerar, pero no por excitación, si no de felicidad.

Le beso la punta de la cabeza. No podía recordar haber hecho eso e su vida, pero ahí estaba.

Granger parecía estar pensando en algo similar. Después habló contra su pecho en una especie de murmullo sonriente. –Esto es absurdo. Eres Draco Malfoy.

–¿Nos hemos vuelto locos?

–Creo que sí. Un poco.

–Me acabas de recordar que quería hacerte decir mi nombre.

–Tenemos tiempo para eso.

Sí. Habría tiempo.

Gracias a los dioses, porque Draco estaba haciendo una lista. Quería hacerlo sobre una escoba. Quería un lugar de juego de roles profesoral. La tendría en la biblioteca. Quizás incluso la biblioteca de Hogwarts, si pudieran volver a entrar con un farol. En la mesa del comedor. En su cubículo de trabajo. Definitivamente en el laboratorio. En el Séneca sí, por supuesto. Y la iba a tener en el alféizar de esa ventana, y en cada maldito alféizar de esta casa. Y él iba a frotarle las tetas. Y definitivamente utilizar ese dispositivo de autoasfixia que tiene.

Habría tiempo.

Tal vez habría toda una vida, ¿o era demasiado descabellado pensar en ello?

Lo pensó de todos modos.


Había sido, ya después de todo, un gran inicio al día.

Se acomodaron en sus brazos y se durmieron una siesta.

Juzgando por el ángulo del Sol, apenas eran las diez de la mañana cuando Draco se despertó. Experimentó un placer inusual y aturdido al sentirse cálido y pegajoso, porque era con Granger con quien se sentía cálido y pegajoso.

Su bata se había abierto y enseñaba un muslo que se veía delicioso.

Se enderezó y lo besó.

Granger, lejos en algún sueño distante y pacífico, siguió dormida.

Draco estaba por acostarse de nuevo cuando se dio cuenta que estaba siendo observado.

El gato de Granger estaba al pie de la cama, observándolo.

–¿Cómo diablos sigues entrando? –susurró Draco–. Tengo hechizos de protección.

El parpadeo del gato le dijo que no era problema para él.

–Bien, bueno, em, pues puedes ver que las cosas han… progresado –dijo Draco, intentando cubrir la pierna de Granger con su bata.

La mirada larga del gato le informó que, en efecto, había notado eso, y que cualquier progreso era, de hecho, gracias a él ya que Draco era un imbécil inútil. Draco podía pagárselo en forma de un filete de pescado en el desayuno.

–...No estabas en realidad perdido esa vez, ¿verdad? Y la otra noche, no estabas persiguiendo una hoja.

No, dijo el gato. Por supuesto que no. Draco era un pendejo y en algún punto a un gato se le acaba la paciencia. El movimiento de la cola de Draco le informó que, a pesar de todo, las consecuencias serían terribles para él si la cagaba.

Francamente, el gato intimidaba más a Draco que Potter y Weasley. El gato por lo menos si tenía la listeza de ejecutar sus amenazas.

Draco se tapó con una sábana, sintiendo que sus piececitas estaban un poco expuestas, con esas garras tan cerca.

–No lo arruinaré susurró Draco –. No lo haré. Me importa demasiado… es un sentimiento horrible…

Ojos amarillos lo observaban.

–¿Qué más quieres que te diga? Tiene mi corazón entero, ¿está bien? No puedo lastimarla, antes me arrancaría el alma…

La observación continuaba.

–La amo.

Eso era lo que quería escuchar.

El gato avanzó por la cama. Draco se puso una mano protectora en la entrepierna en caso de que tuviera otra idea.

El gato observó el movimiento. La mirada que le dio a Draco le dijo que si fuera a vengarse, iría por los ojos primero de todos modos. Después los pezones. Se había afilado las garras para ello.

Pero por ahora, no era necesario. Podían ser amigos.

Chocó su cabeza con su pecho y pasó la cola por su barbilla.

Draco escupió un solo pelo de gato, presuntamente puesto sobre su lengua para asegurar que supiera su lugar.

Granger despertó y encontró a Draco rascándose las orejas a su gato.

–Oh –dijo ella.

–Ya me aceptó –dijo Draco–. Con ciertas condiciones.

–¿Condiciones?

–Son entre él y yo. No puedo compartirlas.

–Está bien –Granger estaba sonriendo–. Sabes, tengo bajo buena autoridad que eres un buen hombre bajo todo esto de ser un patán, pero ahora…

–¿Es irrefutable?

–Sí. Los hallazgos de Theo fueron revisados.

El gato empezó a amasar el muslo de Draco, demasiado cerca de su entrepierna como para sentirse tranquilo: una táctica de intimidación sin duda.

Granger vio los ojos de Draco muy abiertos y llegó al rescate. Recogió al gato y le dio un beso en su cabeza fea antes de mandarlo felizmente hacía la puerta.

–Aun así quiero saber cómo se mete –dijo Draco.

–Debiste negociarlo en tus condiciones –dijo Granger–. Estoy muy feliz de que se lleven bien.

–No estoy seguro si es el llevarnos de la manera más igualitaria.

–Lo haces parecer como si te chantajeó terriblemente.

–Amenazó mis pezones si, de alguna manera, te disgusto.

Granger se rio y presionó un beso a uno de los pezones en cuestión. –Te mantendré a salvo.

–Gracias. No sé si el gato o la Madre Superior me da más miedo en este momento.

–¿Nuevo Boggart?

–No exactamente –dijo Draco. Tenía un nuevo miedo ahí.

Granger bostezó. –¿Nos bañamos y vamos a dar señales de vida?

–No –dijo Draco egoístamente.

–Creo que debemos, o Harry y Ron entraran aquí.

–Una cosa es que tu criatura entre, pero si esos dos mensos atraviesan mis barreras, sabré que estoy perdiendo mi toque.

–Si estabas un poco distraído cuando los hiciste –dijo Granger.

Después procedió a distraerlo de nuevo al caminar hacía el baño y dejar caer la bata mientras iba.

Todos los demás temas perdieron su importancia al perseguir la pompa de Granger.

–¿De nuevo? –dijo Granger mientras Draco corría tras de ella y les empujaba su erección a medias.

–Obviamente. Todavía le queda vida a este pobre saco.

Al entrar al baño, Draco se vio a sí mismo en el espejo.

Su cabello parecía una piña.

En un momento de crecimiento personal, descubrió que no le importaba.

Se bañaron entre otras cosas traviesas. Después, ya que Granger lo quería, bajaron para dar sus respectivas señales de vida.

Esa noche, cuando todos – particularmente Potter y Weasley – se habían ido a la mierda, Draco se le unió a Granger en su recámara.

Para ese entonces, ya habían sacado lo peor de su calentura, así que pudieron llevarlo lento, y era algo como hacer el amor.

Había tanto placer en ello. No era placer crudo ni placer carnal, ese se había encontrado varias veces en la mañana, pero era algo íntimo y lento y dulce. Se desvistieron con cuidado y caricias. Ella le quitó los tirantes y los gemelos con una sonrisa suave en su rostro. Él le quitó los pasadores del cabello, todos salvo uno por los rastros de paranoia. Ella le desabrochó la camisa; él se la quitó por encima.

Cuando los dos estaban desnudos, él la acostó sobre las almohadas con ese bello caos de cabello a su alrededor bajo la luz de la luna. Ella era la hechicera que él había visto hace mucho. Pasó sus dedos por su cabello y sintió lo imposible en él, la realidad de esta visión de ensueño. Le dijo que era hermosa. Ella le dijo que la besara.

Sus besos revelaron secretos. Él le habló de su Amortentia y ella le habló de la suya, y encontraron deliciosas sorpresas en las respuestas del otro, sobre volar, y el mar, y las rosas, y su cabello, y las arenas del desierto, y su jabón, y su colonia, y sidra con miel y cerezas, pedacitos y recuerdos y momentos que los habían unido. Él le dijo lo que pensaba cuando lanzaba un Patronus. Ella le habló de su enigma, de las paradojas ya resueltas.

Fue un suave delirio de estupideces y vulnerabilidades. Hicieron el amor en él, susurrando deseos, en silencio durante mucho tiempo, al oído del otro. Sus corazones latían con fuerza y se aceleraban. Sus bocas cosecharon y cosecharon besos y, cuando juntos giraron al borde del abismo, cada uno jadeó el nombre del otro.

Chapter 36: Journeys End in Lovers Meeting

Notes:

El título de este capítulo viene de la obra de Shakespeare "La duodécima noche". Literalmente traducido es "Caminos terminan en amantes conociéndose". Revisando ediciones de la obra, preferimos mantenerlo en inglés.

Y bueno, concluimos nuestra primera traducción. Le agradecemos a la autora por haber creado esta gran historia y permitirnos traducirla. Les agradecemos mucho a todos ustedes lectores su apoyo en seguirnos con este trabajo que fue toda una aventura para nosotras. Nos vemos pronto con otra traducción!

Con cariño,
Fic Chicks

Chapter Text

La luna llena de diciembre fue y vino. No hubo más ataques de hombres lobo. El mundo mágico suspiró de alivio: Greyback y su pack habían sido completa y verdaderamente erradicados. Y si alguno de su grupo regresaba, bueno, ya había una cura. La licantropía ya no era una aflicción para toda la vida.

En los días y semanas que siguieron, la normalidad regresó a las vidas de Draco y Granger. Granger regresó a vivir a su casa, esto a pesar de que Draco mencionó con tremenda casualidad que no le molestaba si se quedaba en la Mansión más tiempo. Cosa que claramente significaba que quería pasar el resto de su vida con ella, pero ella fue firme con ello.

Pero bueno, Granger regresó a su casa. Regresó a su trabajo en Cambridge muggle, a su hospital local y a Emergencias de San Mungo. El sonido de un látigo sonaba en la mesa directiva de San Mungo.

Sus avances en la inmunología mágica arrasaron con la comunidad académica mágica y la lanzó al estrellato escolar. Parecía que toda institución de investigación mágica en el mundo buscaba robarla de Cambridge. Oxford fue particularmente insistente y la intentó reclutar con promesas de tener su propio instituto de investigación; y presupuestos, equipo y recursos más allá de sus sueños. Cambridge se apresuró para hacer una contraoferta y así asegurar que Granger se quedara. La Sorbona también envió una propuesta que podría haber sido considerada escandalosa. Universidades de renombre americanas también entraron a la contienda con ofertas aún más extravagantes, que hasta Draco encontró tentadoras cuando Granger se las enseñó.

Granger observó el concurso desarrollarse con una ceja arqueada, dijo que todo era muy halagador y decidió quedarse en Cambridge. Le dieron en su totalidad el tercer piso de King’s Hall para expandir su laboratorio y proporcionaron presupuesto para una nueva instalación para producir en masa su tratamiento.

Ganó una cantidad absurda de premios para agregar a su mosaico. Mientras tanto, las universidades muggle recibieron un flujo desconocido de interés en sus programas de inmunología de parte de estudiantes con calificaciones extrañas y maravillosas.

Y para Draco, bueno, le otorgaron una Orden de Merlín de Primera Clase por actos de valentía excepcional, por sus diversas manifestaciones de idiotez en el campo de batalla. También le dieron una carta de reprimenda por Conducta no Aceptable de un Auror por actos inapropiados con su Asignación. Estaba firmada por Tonks, con un posdata preguntando sobre la boda. Enmarcó la carta y la colgó orgullosamente en su cubículo a un lado de la Orden de Merlín. La fotografía de Granger del trabajo original estaba a un lado. Le hacía un ruido de desaprobación cuando llegaba tarde.

Draco regresó a su usual repertorio de misiones. Y cuando no estaba lidiando con brujas y magos traviesos, experimentaba con un cierto anillo dañado. Las palabras talladas: la pureza siempre conquistará, ahora significaban algo diferente. La pureza si había conquistado, pero había sido pureza de otro tipo, de propósito, de corazón y mente.

Y en cuanto a ese Algo entre Draco y Granger, se veían cuando sus horarios se lo permitía, cada segundo o tercer día. Mientras diciembre se acababa, Draco decidió que lo que sea que fuera esto, no era suficiente. No quería regresar a la Libreta de Parloteo, no cuando podía besar significados en su cuello. No quería despertar en camas separadas. No quería agendar verse. Quería una Vida Juntos.

Parecía un objetivo divino, y también uno aterrador. Quería intentar esto con Granger, una nueva aventura. Le asustaba más que cualquiera de las otras. Más que las Guardianas, más que la manía de Greyback, pero podría hacer las cosas Suficiente.

Una vida con Granger, lo que sea que fuera, no sería un viaje perfecto a un atardecer perpetuo. Eso sí lo sabía. Discutirían a menudo. Se querrían matar con medios nuevos y sensacionales. Probablemente dirían que había sido un error a veces. Pero llegarían a un entendimiento. Y tal vez, eventualmente, aceptaría vivir en la Mansión con él y llenar los pasillos fríos con calidez. O tal vez, él se mudaría a su casa y harían algo sobre el desorden de libros en la sala. Tal vez, un día, tendrían hijos, y esos hijos tendrían una infancia libre de dolor y guerra. O tal vez solo disfrutarían el uno del otro, e irían a donde los lleve el viento, o las labores de Granger. O tal vez se convertirían en ladrones con clase. O adoptarían huérfanos y les enseñarían moral.

Pero se estaba adelantando con estas especulaciones. Tenía que preguntarle primero.

Draco tuvo una plática con su madre. Le explicó muchas cosas que anteriormente habían sido secretos: el anillo, Granger viviendo en la Mansión, sus sentimientos no permitidos y sin sentido común. Había esperado, por lo menos, molestia si no es que enojo ante su temeridad. Pero en su lugar, a su madre se le llenaron los ojos de lágrimas y le hizo una pregunta.

–¿Y… estás feliz, verdad? –preguntó.

–Sí –dijo Draco con una sinceridad inusual y una gran, gran sonrisa.

–Entonces yo también.

Lo tomó en sus brazos delgados y lo abrazó.

–Y –dijo Narcissa sobre su hombro–. Felizmente admitire que estaba equivocada, si existía después de todo.

–¿Quién?

–La bruja perfecta que estabas esperando.


Unos días antes de navidad, Draco invitó a Granger a cenar en la Mansión.

Para su molestia, se le hizo tarde esa tarde habiendo estado ocupado persiguiendo un liche en Grimsby. Salió de la Flu para encontrar a la Mansión resplandeciente con decoraciones de Navidad: oropel plateado y dorado, conjuntos de velas blancas y guirnaldas con olor a pino.

Tupey lo desempolvó. Henriette, con una pluma en el oído y un pergamino en su mano, interrogó a Draco sobre algunos detalles del menú de la cena. Draco tenía poco interés en el tema, no tenía apetito dado que sus intestinos estaban enredados de los nervios.

–¿Ya llegó? –preguntó.

–La Colega Sanadora Granger salió a dar un paseo –dijo Tupey–. Le dijimos que se le hizo tarde, señor.

–Colega Sanadora Granger –repitió Draco.

–¿Señor?

Draco se tocó el bolsillo. –Mi esperanza es que… mi esperanza es que no será Colega Sanadora Granger por mucho tiempo.

Los dos elfos lo voltearon a ver con los ojos como platos. El plumero de Tupey temblaba.

–Espero que se convierta en algo más, si ella me acepta –dijo Draco sintiéndose tembloroso.

Henriette dejó caer su pergamino. Se apretó las manos al pecho.

Los elfos se le lanzaron. Cada uno le abrazó un muslo.

–Se debe cambiar, Monsieur –dijo Henriette al tomar un paso atrás y poniéndose seria–. Huele a un cadavre .

–Sí, bueno… el muerto viviente en Grimsby, sabes…

Diez minutos después, Draco había sido llevado al baño y vestido con túnicas limpias. Después fue equipado con consejos de vida de parte de Henriette, como la importancia de ser humilde y sincero, ¡ et surtout! ¡Surtout! no cometer errores en esto Monsieur, o se enfadaría.

A pesar de su severidad, sus ojos brillaban con lágrimas mientras le ayudaba con su atuendo.

Tupey lloraba con su plumero.

Draco esperaba que pronto les daría razón para sonreír, por que si no, se les estaría uniendo llorando.

Salió al jardín y encontró las huellas de Granger en la nieve. Las siguió sintiéndose como un hombre en una misión. Posiblemente la misión más importante de su vida. Qué sentimiento, que horrible, vulnerable y glorioso sentimiento.

El aire olía a nieve porvenir.

Mientras Draco caminaba, recuerdos de su año juntos pasaron frente a él en una cronología suave. Febrero en Glastonbury, su discusión en Ostara, pasteles devorados como muertos de hambre. Beltane y su mar y humo. Chocolate en una fuente. Solsticio y baños de sol en Provenza. Sanación y confesiones inadvertidas en San Mungo. Quedarse bajo un árbol de glicina. El camino del recuerdo de Lughnasah. Reírse con lodo en sus bocas y la magia de Mabon. Un baile robado. Samhain y esa noche en España. Triunfos en el campo de batalla entre el fuego y la sangre. Un beso bajo la lluvia santificada.

Sintió una tristeza dulce ante el hecho de que algo había terminado, pero también lo impulsó la esperanza de algo nuevo y maravilloso que estaba por empezar.

Había una belleza extraña en el cielo. Las nubes de nieve amenazaban con caer, pero el sol bailaba entre ellas, mostrando destellos dorados aquí y allá entre lo gris. Bañaba de luz y sombras el jardín.

Las huellas de Granger lo guiaron hasta el jardín de rosas.

Los arbustos de rosas, encantados contra el frío, goteaban carámbanos que jugaban con la luz. Las rosas se veían aún más opulentas entre lo blanco de la nieve. Caían pesadamente ante esto, brillando rojo o rosa o carmín entre lo blanco.

Había algo de cuentos de hada en esto, en las hojas escarchadas, los ramos doblados, en flores sin cuidado, pétalo rozando con pétalo como labios. Algo como una historia de amor, algo como un felices por siempre.

Draco tomó una rosa, una roja oscura, el color del romance, de la sangre.

La belleza del jardín era aumentada por la mujer caminando en el.

Había hecho un círculo de huellas alrededor de la fuente. Su nariz y mejillas tenían un tono rosado por el frío. Sonrió al verlo acercarse.

En sus manos, un montón de papeles. En las suyas, una rosa.

–¿ Qué andas haciendo? –preguntó cuando se acercó.

–Travesuras, como siempre –dijo Draco. Le puso la rosa en su cabello y dió un paso atrás para admirar el efecto. –Reluciendo entre rosas de veras, una linterna para el sol.

Granger lo vió de reojo con sospecha y diversión aún sonrojándose. Toco la rosa con sus dedos. –Gracias. Es hermosa. 

–¿Qué estás haciendo? –preguntó Draco.

–Sorprendiéndome –dijo Granger. Le sacudió sus papeles–. Acabo de regresar del laboratorio. Hemos recibido resultados preliminares.

–¿Buenos?

–Más que buenos, fantásticos. Mucho más de lo que pude haber esperado.

Se le acercó y le mostró los resultados, las filas incomprensibles de datos que la hacían tan feliz. Le explicó las cosas con mucho entusiasmo, como estos y esos números eran prometedores, que esto y aquel efecto secundario esperado solo habían ocurrido mínimamente, con pausas de exclamación de “¡Mira!” y “¿Puedes imaginarlo?”

Draco asintió y fingió entender y dijo que todo esto era buena noticia, bien hecho, putamente bien hecho.

La sonrisa de Granger era radiante. Apretó los papeles a su pecho, dió media vuelta, inhaló, y exhaló una nube de vapor.

Con una nueva serenidad, dobló los papeles y los guardó en su bata. Ahora veía a Draco con deleite suave y sonriente. Una gran paz se posó en ella, la paz que seguía después de años de esfuerzo y persistencia, cuando ese esfuerzo por fin rindió fruto. Había logrado lo imposible. Había logrado un sueño.

Draco sintió ese ataque de admiración y afecto que ya le era familiar cuando Granger estaba cerca, el peso en su corazón, la embriaguez. Bruja extraordinaria. Mujer increíble. Querida, querida, querida.

El sol brilló entre las nubes.

–Es el solsticio de invierno hoy –dijo Granger alzando la vista–. Yule.

–¿Lo es? Que, una festividad pagana, ¿y no tenemos una aventura a la cual irnos?

–Extraño, ¿verdad?

–¿Nos vamos a las Islas Orcadas antes de la cena?

Granger se rió. –Es un evento astronómico por sí solo. El significado de solstitium literalmente es “sol quito”, y lo estará. Pronto, creo. Y luego los días serán largos de nuevo. Un tiempo para nuevos inicios, según la leyenda.

–Nuevos inicios –repitió Draco–. Eso es… conveniente.

–¿Oh?

Draco se encontró abatido, de nuevo, por valor pendejo, así como de nervios.

–Tengo… algo para ti –dijo Draco.

Su voz repentinamente sonó temblorosa. Su voz jamás temblaba. Él quería ser cool. Pero era Granger, así que, no cool. A la mierda todo.

Granger cambió su atención del cielo a él. Su enfoque era curioso, gentil.

–Lo arreglaste –dijo Granger con sorpresa–. ¡Bien hecho!

–Así es. Me gustaría que… te lo quedes.

Lo volteó a ver. –¿Usarlo de nuevo?

–No. Bueno sí. Pero me refiero, quedártelo.

–¿Quedarmelo? –Granger buscó algo en sus ojos–. Pero estos son los anillos de tu familia.

Cierto. La estaba cagando completamente y tendría que deletrearlo, aún con su corazón haciendo todo lo posible por bloquearle la garganta.

–Sí, por supuesto, tienes razón. Estos son los anillos de mi familia –pausó, respiró profundamente, y continuó–. Y lo… Lo que estoy tratando de decir, de la peor manera posible, es que me gustaría que fueras parte de mi familia. O… que yo forme parte de la tuya. O que nosotros hagamos una nueva, juntos, o cualquiera de estas cosas que quieras. Lo que estoy intentando preguntar es… si estarías dispuesta a entrarle conmigo…

Su voz se cortó. Ahora ella estaba empezando a entender. Sus labios se partieron. Un par de copos de nieve bajaron y se atraparon en su cabello, en la rosa y dejaron besos húmedos en su mejilla.

–Potter y Weasley me preguntaron cuales eran mis… intenciones contigo –continuó Draco–. Y no tenía una respuesta, no sabía que la tenía. Pero la tengo. Quiero estar contigo, de la manera en que me la permitas.

Ahora había lágrimas en sus ojos.

Siguió adelante, era demasiado tarde para retractarse. –Te amo, te adoro, quiero que estemos juntos. Juntos-juntos. Yo, francamente, quisiera pasar el resto de mi vida contigo, pero podemos hacer lo de las citas tontas primero, o un noviazgo formal, o un compromiso (aunque creo que esto lo hicimos en marzo aunque lo niegues), o lo que quieras.

Ella soltó un ruido de llanto que asimismo era un ruido de felicidad. –¿Me estás preguntando si me quiero casar contigo?

–Sí. Si quieres, obviamente, pero también sería feliz simplemente estando contigo, lo que sea que signifique eso, lo que quieras que signifique. No lo sé, soy pésimo en esto. Algo de ti me reduce a ser un pendejo tartamudo. Me doy cuenta que pedirte el resto de nuestras vidas es tal vez demasiado, demasiado rápido así que—

–Sí –dijo Granger.

–¿Sí? –repitió Draco–. ¿Quieres esto?

Ella se acercó. Sostuvo su mano fría en las suyas cálidas, y la acercó, con todo y anillo, a su pecho. Las lágrimas se mezclaban con la nieve en sus mejillas. –Sí, sí quiero, sí a todo. A lo que sea que signifique. Si a citas tontas, si a estar juntos-juntos, si a… casarme contigo, a pasar el resto de mi vida contigo. Si a todo.

–¿Estás… seguras? Soy el peor de todos los hombres en general–

Interrumpió lo que iba a decir con un beso y en una voz llena de emoción susurró –Te amo –contra sus labios.

Su cabeza dió vueltas. Su alma voló. La besó de vuelta, y después su corazón demostró todo su querer en una secuencia de besos contra su boca. –Quiero más tiempo contigo, quiero que tengamos la misma cama. Quiero que seas más inteligente que yo todos los días. Quiero darte, dioses, tantas cosas. Quiero rapiditos en baños, bailes, fotos en amuletos.

Lágrimas o nieve estaban en sus pestañas. Decía si contra sus labios.

–Soy el idiota más suertudo del mundo –dijo Draco sosteniendo su cara, tocando frente con frente.

–Te puedo asegurar que ese título es mío –dijo Granger en una voz temblorosa.

–Eres Granger, una contradicción andante.

Se rió entre las lágrimas. –Como me haces tan feliz—

–¿Tenemos una última gran aventura juntos?

Ella ya no podía hablar. Asintió y presionó su cara en su pecho.

Había dicho que sí. Había besos de afirmación en su boca. Quería llorar, quería aplastarla, quería ponerse en una rodilla, quería todo, todo esta cosa estúpida del amor, lo quería lleno de clichés, otro beso, otro momento, por siempre para siempre–

Sintió la calidez de su aliento a través de su capa. Lo abrazó con sus brazos temblorosos e hizo un intento serio de sacarle la vida.

Y, fuera de su lista, no quería nada más que esto. Esta bruja en sus brazos, haciendo lo posible por romperle las costillas.

Por fin, había encontrado su suficiente.

El sol se escondía. Las estrellas comenzaban a brillar.

Así como habían estado en este jardín hace tantos meses, estaban ahí de nuevo, solo un hombre y una mujer entre lo verde y la brisa.

Solo que esta vez, las polaridades violentas que los mantenían alejados ahora los unían. Después de todo, el fuego ama su oscuridad. Después de todo, el pecador ama a su ángel. El otoño risueño hacía sus hojas bailar en el cielo del invierno. La luna sigue dando vueltas persiguiendo su sol.

Solo que esta vez, las incompatibilidades terribles eran irrelevantes, habían desaparecido, no importaban. Eran dos almas que se habían acercado lo suficiente para sentir el brillo del otro, pero ahora, al fin, se juntaron, tocaron y enredaron.

Él le puso el anillo en el dedo. Le había quitado todas sus barreras. Ella sentiría todo. Los anillos se conectaron. Sintió el latido de su corazón, y ella con sorpresa, sintió el suyo.

La tuvo en sus brazos, la alzó y la hizo dar vueltas, riendo entre la nube de copos de nieve brillando con los últimos rayos de sol.

Ella era suya y él era completamente de ella.

En el crepúsculo, bajo el cielo y luz de estrellas y un sol quieto, se besaron, se prometieron, se amaron. ¿Qué importaba que los universos chocaran? Que choquen. Que sus corazones unidos rompieran constelaciones y asustaran a las estrellas eternas.

 

by nikitajobson