Chapter Text
RIN
La patada que le endiño al cubo de basura más cercano de camino al vestuario resuena tanto a lo largo del pasillo que ni vencedores ni vencidos a mi alrededor se dignan a seguir hablando.
Lo celebro. Y debe de ser lo único que me parece reseñable de este día de mierda, porque todo lo demás espero olvidarlo cuanto antes.
En especial el jodido partido que acaba de terminar.
No, en realidad espero recordarlo de por vida. Porque solo así mi venganza entonces será mayor.
Es curioso porque, pese a que mi objetivo desde el principio ha sido llegar a un momento como este y demostrar qué hago aquí, todo se ha coordinado de tal forma que al final he hecho el ridículo. O eso han provocado, porque esto no ha dependido de mí.
«Pensaba que Japón nunca vería nacer a un delantero en condiciones», la voz de mi hermano se me repite sin cesar. «Pero el único capaz de cambiar el fútbol de este país es Yoichi Isagi».
Isagi.
Entro al vestuario antes que nadie y ni siquiera me aprovecho de la ventaja que eso me da para hacer todo lo posible e irme de aquí de una vez. Me siento en el banco frente a mi perchero, y cojo una toalla porque lo único que me apetece en estos momentos es gritar contra algo que no pueda mirarme de vuelta. Ahogo mi chillido contra su tela. Las manos me tiemblan más de la cuenta, pero las mantengo lejos de mi pelo porque temo arrancármelo de cuajo.
Sae…
No me puedo creer que esté haciendo todo esto para demostrarte que soy mejor que tú, y que cuando lo hago delante de todo el país tú seas capaz de decirme que no soy nadie. Que, encima, tengas la poca vergüenza de restregarme que el motor de este equipo es Isagi y no yo.
Isagi. Cada vez que pienso en él, lo único que quiero hacer es tirar este estadio abajo.
Por supuesto que la mente pensante de este dicho grupo de mantas sin talento iba a marcar la diferencia para mi hermano. ¿Cómo no iba a ser así, si ha hecho precisamente todo lo que Sae quería que hiciera? Errar sin cesar, imponer su estilo de juego a la espera de que los demás supieran leer sus impulsos, aprovecharse de la mediocridad ajena para despuntar con el mínimo gesto de desborde.
Ni que eso fuera complicado.
Llevo anticipándome a cada paso que da desde que me crucé con él en nuestro primer enfrentamiento y en el cual, cabe recordar, demostré ser superior a él. Tiempo después, sigue equivocándose en los mismos puntos y beneficiándose de los mismos golpes de suerte. «El único capaz de cambiar el fútbol de este país». ¿De verdad, Sae? Tú, que has tenido que robarnos al único capaz de plantar cara por su cuenta con algo de cabeza. Tú, que renunciaste a tu sueño por no verte capaz de alcanzarlo.
Tú, que me abandonaste con el mío, y que ahora que me ves a punto de lograrlo me restriegas por la cara que sigo parciéndote insuficiente.
Todo porque nunca sabrás reconocer lo que valgo. Porque el jodido Isagi, de repente, te parece la excusa perfecta para vejarme un rato más.
Poco a poco, el vestuario va llenándose de gente. Ninguno se atreve a decirme nada, bastante es que algunos se colocan a mi lado porque su dichoso perchero está junto al mío. Siguen a lo suyo, celebrando una victoria que creen que les pertenece pero que en realidad les da la espalda. Solo hay un nombre que vaya a ocupar las portadas. Solo uno de nosotros será sinónimo de victoria cuando la noticia dé la vuelta al mundo.
Y ese no soy yo. Pese a que, como todos saben, si ha sido posible es gracias a mí.
Ignoro a Ego cuando entra a dar su sermón de celebración. Me niego a prestarle atención, y eso que cuando empieza a alabar a Isagi lo hace usándome a mí de base.
Ha dependido de mí, dice. De un golpe de suerte. ¿Es eso lo que soy? Yo, que he sabido leer todos y cada uno de los pasos que han dado tanto él como cualquiera de mis rivales. Quien ha conseguido frenar a Sae Itoshi a tiempo de que el ridículo de mi compañero marque el tanto de la victoria.
No, no es mi compañero. Ya no más.
Y yo no soy su jodido golpe de suerte.
—Rin.
Cuando oigo su voz dirigiéndose hacia mí, estoy a un suspiro de coger la toalla que tengo sobre la cabeza y lanzársela como un niño pequeño. Nos hemos quedado solos de repente, ni Ego ni el resto de la plantilla están aquí. Hasta Isagi, que se ha deshecho del uniforme, está a punto de irse a las duchas. Pero ha decidido quedarse aquí, conmigo.
A darme el típico discurso de vencedor que intenta ser humilde.
—Ego tiene razón —me dice—, no habría podido marcar sin ti.
Estoy a punto de reír, pero me contengo porque si lo hago no será sino el preludio a un estallido. Y nadie quiere verme perder la cabeza.
Yo, por mi parte, me reservo ante quién debo enloquecer.
—Gracias, Rin —insiste—. Ese gol es tan tuyo como mío.
—Cállate.
No soporto su voz. Me enerva el tono con el que siempre se dirige a todo el mundo, como si se viera en posesión plena de la verdad y solo quisiera fardar ante el resto de que nadie puede llevarle la contraria. Bueno, Isagi, ¿sabes qué? resulta que te equivocas: ese gol no ha sido mío. Da igual que naciera por mí, que fueses capaz de marcarlo gracias a que te he hecho el trabajo sucio con mi hermano. El tanto es tuyo, y no quiero que lo olvides. No porque, desde que te cruzaste en mi camino queriendo devorar todo lo que soy, este dichoso gol lo único que demuestra no es que seas la esperanza de Japón, sino que no has conseguido superarme.
Que sigues dependiendo de mí, te guste o no.
Y lo que más odio de esto no es que Sae lo sepa y lo utilice en mi contra para hacerme pensar que en realidad yo solo soy un mediocre segundón a la sombra de la súper estrella Yoichi Isagi. Lo que más me jode es que por un momento, antes de que el árbitro anunciara el comienzo de este puto partido, yo me creí que estabas de mi parte.
Durante semanas oyéndote decir que me ayudarías a derrotar a mi hermano, me tomé en serio que podía contar contigo para lograrlo. Que, después de que él me abandonara a mi suerte, no estaba solo en esto.
Me mentiste. Me manipulaste para en días como hoy saber con qué sueña un país desesperado y dárselo tras una foto trucada de lo que dices ser. Te has beneficiado de mi trabajo y mi talento para ganarte una estrella que no te pertenece. ¿Y ahora vienes a rendir cuentas ante mí? ¿A decirme que el gol es nuestro solo porque Ego lo ha dicho primero?
No, Isagi. Nada mío es tuyo. Nunca lo fue, y nunca lo será.
—Muérete —le escupo con rabia.
Vuelvo a verme presa de mi ira contenida. Como cuando hiciste creer al resto del equipo que éramos precisamente eso: once descerebrados unidos en busca de callar las bocas de quienes se burlaban de nosotros. Conmigo no lo conseguiste. Muy a tu pesar, después de engañarme diciéndome que juntos podríamos lograr que yo reinara sobre Sae, ya me sé tus trucos. No vas a camelarme más con palabrería barata. No vas a fingir estar a mi altura tras hacer que me rebaje ante ti.
Yo siempre estaré por encima, Isagi, en un peldaño inalcanzable frente a lo que dices ser capaz de lograr. Y que creas que has conseguido escalar a la cima donde reino no es sino una muestra de lo iluso que puedes llegar a ser.
Mucho más de lo que lo fui yo al creer que podía contar contigo.
—No pienso perdonártelo en mi puta vida —insisto. Él se ha quedado paralizado frente a mí. Es tan ingenuo que ni siquiera se esperaba mis palabras. Pero no, no pienso mostrar piedad. No voy a cohibirme de decirle cómo me siento después del engaño al que me ha sometido—. De ahora en adelante somos rivales.
Ha cometido el error de llamar la atención de mi hermano, y por ende mi objetivo ahora consta de dos fases. La primera será acabar con Isagi. La segunda, acabar con Sae.
Y no me importa qué necesite para conseguirlo. Esto no es ningún reto nuevo para mí.
Créeme, líder de pega. Estoy más que acostumbrado a plantar cara a las únicas personas que me han hecho creer que se preocupaban por mí.
Tú, como una de ellas, no serás diferente al resto.
—Acabaré contigo —sentencio—. No lo olvides.
Isagi acepta mi reto con una voz que le nace rota y luego se va del vestuario. Yo sigo aquí cuando los miembros de Blue Lock regresan de las duchas para vestirse. Una vez más, me ignoran y evitan. También lo hace él a su vuelta, pese a que sé que me mira constantemente. Me da igual con quién habla, me es indiferente si lo que les dice trata sobre mí. Cuando me armo de paciencia, me pongo en pie y voy a darme mi correspondiente ducha ahora que asumo que no hay nadie en los aseos entre los que esconder mi descontento.
No tiento un posible encontronazo a mi regreso. Paso por las taquillas antes y cojo mi macuto para llevarme la ropa a los baños y cambiarme allí.
Apenas me doy una ducha fría. Es curioso porque, como cada vez que juego un partido del tipo que sea, lo único que me apetece es hacer yoga y desconectar antes de caer rendido sobre la cama. Sin embargo, por primera vez en a saber cuánto tiempo, hasta eso se me resiste. No quiero fingir normalidad. Me niego a hacerme creer a mí mismo que lo que ha pasado hoy está bajo control.
No es así, y si bien es un mazazo del que me costará recuperarme, quiero sacarle partido y aprender de ello. Dejar de ser tan ingenuo cuando me tienden la mano a cambio de impulsarme en el camino.
«No, Rin. En el fútbol las cosas no funcionan así», me digo a mí mismo. «Tú lo sabes mejor que nadie. Solo uno podrá reinar sobre los demás, y ese has de ser tú».
Me echo el macuto al hombro y salgo de las duchas rumbo a las taquillas. Solo quiero dejar mis cosas, ir a cenar algo y meterme en la cama a la espera de que acabe el día. Mañana será un nuevo comienzo. Entrenaré más duro, estudiaré con mayor ahínco a mi rival. Pero hoy necesito dejarlo todo atrás. Necesito desconectar y olvidarme de mi hermano.
Necesito…
—Qué curioso, ¿por qué pestañitas junior parece más enfurruñado aun habiendo ganado que el genio de su hermano mayor?
Oigo a Shidou antes de verlo, y es solo cuando doy con él que maldigo no habérmelo imaginado. Está junto a una de las puertas que dan a los vestuarios. No a los nuestros, sino a los que durante la jornada de hoy acogen al equipo rival.
Esa es la selección de Japón, donde por motivos obvios él ha jugado hoy.
No es sino la enésima prueba de lo ineptos que son aquellos a los que llaman mis compañeros. Sorprenderse de que alguien como esta bestia haya sido absorbido por Sae… Es justo lo que mi hermano sueña. Un depravado sin dirección. Un demente incontrolable.
Un demonio. La marioneta perfecta en manos del mismísimo Diablo.
—Desaparece de mi vista —le suelto de rebote mientras paso por su lado.
—Duele, ¿verdad? —se burla de mí, y yo por inercia freno, arrepintiéndome en el acto de caer en sus redes—. Que te dejen en la sombra cuando claramente mereces brillar.
—Lo sabes bien, supongo. Has marcado dos goles, y los demás solo uno pero nadie va a hablar de ti el día de mañana.
Sé que reconocerlo me ridiculiza, pero también pasa por encima la imagen idílica de un agasajado Isagi. Como digo, hasta Shidou ha tenido más impacto que él por su cuenta. Sí, esta bestia de cresta rubia ha sabido beneficiarse de Sae y los demás, pero ha llevado su juego a su terreno, lo ha hecho suyo y por eso mi hermano lo ha querido en su equipo.
No tengo problema en reconocer lo que significa. Una vez más, ser consciente de ello me ayuda a saber qué pasos he de dar y sobre quién.
—Ah, no —me corrige, cruzándose de brazos.
Está apoyado contra la pared, con la suela de su bota derecha repleta de hebillas apoyada junto a la puerta. Acostumbro a verlo de blanco o con el traje de Blue Lock. Comprobar que viste con una imagen tan alternativa en la realidad es cuanto menos una sorpresa. Su calzado de cuero no le pega en absoluto con el de tacos que usa para jugar. Y su pantalón de pitillo negro recargado con cadenas y correas tampoco concuerda mucho con el uniforme de la selección.
Aun así, no desentona con las sensaciones que desprende. Cuando sonríe, hay poca gente que se deje ver más al mando de la situación que él.
Muy a su pesar, no acostumbra a lidiar con los Itoshi.
Y eso que parece que dicho detalle está a punto de cambiar.
—El último tanto me corresponde a mí también —apunta.
—¿Estás seguro de ello? —provoco.
Él me mira con júbilo y seguridad.
—Plenamente. —Luego, echa mano de uno de los bolsillos de su chaqueta oficial de la selección y saca el teléfono de dentro—. Un hat trick a cambio del número de tu hermano. —Me guiña el ojo y yo siento una irritación feroz recorriéndome la espalda—. Ni tú ni el cerebrito que te acompaña van a quitarme mi premio.
«Fíjate, Isagi. Resulta que al final eres el que menos se ha currado esto».
Paso por alto la posibilidad que me plantea Shidou sobre ganarse el contacto de Sae, y le doy la espalda para no pensar más en ello. Lo último que me faltaba es saber que hasta este gallo de corral habla con él más que yo.
—Cuidado, pestañitas —me lanza antes de que me aleje demasiado—, o tu hermano no será el único que se crea que de verdad es mejor que tú.
Si es un golpe o me está echando una mano, en estos momentos me da igual. Ha ido a dar con la persona equivocada; yo no me mino por los egos de los demás, si bien está claro que hoy me está afectando. Pero eso no es algo que le vaya a dejar ver.
Sigo mi camino hasta que oigo que una puerta se cierra, y me giro a comprobar que Shidou ya no está en el pasillo. Se habrá metido al vestuario, a saber si a acosar a mi hermano a cambio de su teléfono o a algo más. De la forma que sea, yo ya he tenido suficiente. Me planto frente a mi taquilla y la abro tras varios intentos fallidos que evidencian que sigo demasiado nervioso. Cuando consigo poner la clave correcta, tiro mis cosas dentro con el claro propósito de estampar la puerta de vuelta para cerrarla y darme al menos ese gusto.
Imagino que el universo se ha puesto de acuerdo en entorpecer mi marcha cuando me agarro de esta y una mano se posa justo arriba de la mía para impedírmelo. Lo que no me espero es que el impresentable que se decide a molestarme de nuevo es el propio Isagi.
Me mira ceñudo, prácticamente enrabietado como un niño que ha estado demasiado tiempo armándose de valor antes de ir a un grupo de mayores a pedirles que le devuelvan la pelota. Lo cual es irónico, porque el que tiene un año más de entre los dos es él.
Una prueba más que irrefutable de que la edad es solo un número. Porque mi querido compañero no hace sino demostrar una vez más que es un crío y un cretino.
Hago un intento por cerrar la taquilla de nuevo pero él la mantiene abierta. Soy sensato y me armo de paciencia para no forzarlo. Estoy seguro de que Ego me echaría de Blue Lock si lesiono a su estrella del momento, aunque sea en la mano.
—¿Te ha sentado bien la ducha? —provoca. Su voz irritada va a juego con la forma en la que me mira—. ¿Eres capaz de mantener una conversación civilizada ahora, o…?
—Quita la mano —le exijo, si bien no cumple con lo que pido—. Quítala, o si te la parto te juro que le daré motivos a Ego para echarme por algo más que unos dedos…
—Por supuesto. Es justo lo que necesitas ahora, ¿verdad? Perder aliados.
Es tan asombroso que si no me echo a reír de inmediato es porque una parte de mí se está cuestionando si de verdad tiene tan poca vergüenza como para decirme eso. Aliado. Acaba de… No puede ser.
¿De verdad, Isagi? ¿En serio eres tan cretino como para plantarte aquí después de lo que te he dicho y aun así hacerte la víctima?
Me siento furioso e inquieto. No he mentido al amenazarle; si Ego va a expulsarme, prefiero que sea por algo más que una mano fastidiada. Aun así, soy tan consciente de mi envergadura frente a él que prefiero usarla para causar mayor impacto. Somos futbolistas, al fin y al cabo, y si la opción de perder su puesto en este lugar no le hace temblar en el sitio, me encargaré de que el remordimiento le impida dormir por las noches.
Me agarro a la puerta de la taquilla pero no para cerrarla, sino todo lo contrario. La uso de pared para cercarlo entre ella y mi brazo. Me agacho, para quedar a su altura, e Isagi se echa hacia atrás apoyándose contra los compartimentos que tiene a su espalda. Antes de que llegue a hablar, se estira y alza la cabeza. Finge no minarse, pero se equivoca.
—¿Eso es lo que somos? —le digo—. Aliados, tú y yo.
Se piensa la respuesta porque sabe que ninguna va a ser la que quiero oír.
—Estamos en el mismo equipo, Rin. Se supone que tenemos un mismo objetivo.
—No te confundas. —Lleva el chándal de Blue Lock, así que aprovecho y le agarro de la chaqueta justo donde está bordado el escudo—. Esto no es un equipo, solo es una criba. —Se le marca el tendón y el ceño se le marca aún más—. Al final solo quedará uno, ¿se te ha olvidado ya? —Cierro la mano en un puño contra las taquillas y, si no golpeo con ella, es porque prefiero temblar a dejar mi ira salir cuando no debe—. ¿Se te ha olvidado que solo quedaré yo?
Hace el amago de empujarme, y apenas me desplaza medio metro.
—¿Eso crees? —se defiende—. Te hacía más inteligente.
—Y yo a ti más sensato.
Y sin duda menos molesto de lo que es, porque cuando insisto en cerrar la taquilla e irme de aquí de una vez por todas, Isagi vuelve a frenar mi intento. Me lo quedo mirando con una especie de cólera e incredulidad que muta a una petrificación atónita. Mi silencio le permite venirse arriba, tanto que incluso me encara.
—Eres un imbécil —me dice—. Hemos ganado a tu hermano, ¿qué más quieres?
—Oh, mis disculpas, ¿ese era tu plan desde el principio? —Con clara ironía, me llevo la mano al pecho fingiéndome dolido. Sería más creíble de no estar enfurecido—. Qué estúpido he sido. Pensé que tu afán de protagonismo venía justificado con tu deseo por ocultar tu falta de talento a cambio de destrozarle la vida a los demás.
He decidido que me importa una mierda mi taquilla; tampoco tengo nada dentro de interés. Si se queda abierta, que así sea, pero yo no soporto pasar aquí ni un minuto más de mi tiempo. Hasta aguantar a Shidou es más rentable a estas alturas. Al menos gracias a él puedo recibir información sobre mi hermano.
Pero a Isagi, como cabe esperar, le da igual mi intención.
—Deslúmbrame —me ofrece—, dime cómo debería justificarlo si consideras que soy tan inepto. —Me doy la vuelta para encararlo porque, sinceramente, la oportunidad de enumerar la infinidad de errores que tiene como jugador me parece hasta apetecible. Iluso de mí, no esperaba oírme dictarle nada—. Ya te lo he dicho, Rin: el gol es tanto tuyo como mío.
—Salvo que, al final del día, el que figura como anotador eres tú.
—¿Qué querías que hiciera? —tiene la desfachatez de preguntarme—. ¿Que te lo regale? ¿Que me arriesgue a perder el partido? —Se inquieta y empieza a moverse con impaciencia—. Todos nos jugábamos mucho. Tú ya habías marcado, pero yo…
—Tú no tenías suficiente, ¿verdad? —No espera mis palabras, y eso le hace permanecer callado—. No te bastaba con ser el centro de atención. Con tenerlo pendiente de cada uno de tus movimientos, con poner a los demás a tus pies para moverse según lo que orquestaras. —Está anonadado. Yo, por mi parte, siento cómo me hierve la sangre—. Tenías que hacerlo, ¿verdad? Tenías que eclipsarme cuando más necesitaba…
—¿Es por Sae? —me interrumpe. Lo hace con una pregunta tan insulsa que por un momento creo que me está tomando el pelo—. Joder, Rin, ¿es por tu hermano? —Sigo sin responder. Soy incapaz de aceptar que habla en serio—. ¿Qué narices te ha dicho? Has ganado. Él ha tenido que robarnos a Shidou para…
—Eres… —No me salen las palabras—. Eres un…
Me muerdo el labio y me contengo una vez más. Debí irme cuando se me presentó la ocasión, porque ahora ni marchándome seré capaz de encontrar calma.
«¿Es por tu hermano?».
Que me lo pregunte él, después de saber que mi sola presencia en este antro es por Sae, me hace ser consciente de que he sido engañado mucho más de lo que pensaba. Ni siquiera pierde el tiempo haciéndome creer que no es así. Se ha quitado la careta. Yoichi Isagi, quien se ofreciera y me perjurara en su día que estaría a mi lado para acabar con mi hermano, se desenmascara de una vez por todas para confirmarme que solo me estuvo usando.
He sido el mayor imbécil que ha pisado este lugar. Después del partido de hoy era más que obvio que la idea que tenía de esto no era más que un engaño, pero al menos esperaba que fuera con una intención. Que Isagi, pese a todo, se hubiera aprovechado de mí para sacar partido por su cuenta.
Que se hubiera preocupado por mis intereses de verdad, aunque fuese para sacar tajada de ellos y lo que representan.
Si va a venir a plantarme cara, que al menos lo haga para burlarse. Que me restriegue por la cara que su plan ha sido un éxito y que mañana nadie pensará en otro que no sea él.
Que no haga como que no me entiende. Que no finja que se sorprende.
Esto siempre ha sido por Sae. Mi motivación, mi único propósito, siempre fue mi hermano. Y nadie sino Isagi fue quien se plantó frente a mí para decirme que me absorbería como a todos los demás, a cambio de mimetizarse conmigo y darme mi tan ansiada victoria sobre mi enemigo.
Para luego, cuando esta se me plantea, arrancármela de las manos.
Sí, aún queda camino por delante. Mi objetivo al fin y al cabo es destrozarlo en un mundial, pero el encuentro de esta noche era el preludio de un éxito aplastante. Y él, mi supuesto compañero, la mente pensante que sabe leerme como nadie más, ha sacado partido de mis atributos para solo alcanzar su sueño.
Aquí, donde el ego reina por encima de todo y donde él se ofreció a compartir su corona a cambio de aplastar a un rival aún mayor.
Y me pregunta si esto es por Sae. Si mis ganas de hacer que desaparezca en estos momentos, tras meses pensando que nos dirigimos a un punto en común, viene propiciado porque me ha hecho fracasar estrepitosamente.
—Esto acaba de empezar, Rin —me dice—. Ambos hemos marcado. No sé qué te ha dicho Sae, pero ya has oído a Ego. Y los demás piensan igual, maldita sea, si hemos ganado hoy también ha sido por ti. No solo porque yo…
—Deja de hablar del marcador —le reprocho—. Deja de usar el resultado como si eso fuera lo que me importa de todo esto.
Sigue sin darse cuenta, y es lo que más me frustra.
¿Tan ciego he estado pensando que él era diferente?
—Es que es eso lo que ha de importarte. Es lo que ha enfurecido a tu hermano, lo que le ha hecho estar a la defensiva y desprestigiarte con lo que sea que…
Doy un paso al frente para recortar distancias, e Isagi se calla de golpe.
—No, imbécil, si mi hermano se ha prestado a este duelo de niñatos engreídos es por mí. —Se mantiene estoico hasta cuando estoy prácticamente pegado a él—. Desde que rompió su promesa conmigo, su único interés ha sido demostrarme que soy una mierda. Solo quiere probar que yo nunca seré el mejor. Que hasta una panda de pringados recogidos por la calle como vosotros puede lograr más que yo.
—Entonces a lo mejor deberías preocuparte de que tenga razón —me dice. Él también ha avanzado un paso, y como ve que no reculo, me empuja antes de hablar—. A lo mejor tendrías que preocuparte de que un pringado como yo sea mejor que tú.
Suena dolido, y me da igual. No me importa si le ofenden mis palabras, porque él me está demostrando que lo que piensa y dice sobre mí va muy en serio, y eso es mucho peor. Aún puede lograr su dichoso objetivo de ser el mejor del mundo, sobre todo después de dejarme a mí por los suelos obligándome a empezar desde el principio.
No, no me da pena. Quiero que sufra. Quiero que se joda y se trague ese orgullo suyo con el que ahora se defiende al decirme lo mismo que piensa Sae de mí.
Para su desgracia, estoy tan acostumbrado que no va a hacerme más daño. Su palabra me es indiferente. Su traición solo me servirá de gasolina para arder más fuerte.
Me da igual si me demuestra que me ha usado y que no le parezco suficiente.
Me importa una mierda.
Y, sin embargo, sigo aquí frente a él. Sigo clavado al suelo mientras se burla y me echa en cara que me preocupo de lo que no debo. Como si que me lo dijera Isagi de entre todas las opciones doliera más, a sabiendas de que ha sido el único capaz de entenderme cuando he estado dentro del campo. El único que fingió hacerlo estando fuera de él.
—¿Mejor que yo? —cito. E Isagi se regodea con orgullo, separando los brazos del cuerpo como si me pidiera una prueba que lo negara—. No habrías marcado ese gol de no ser por mí. —Acepto al fin mi parte en el tanto, porque ya que me lo ha quitado todo, eso no me lo va a arrancar—. Si yo no me hubiera llevado a Sae de tu estúpido planteamiento, tú no…
—Hiciste justo lo que yo quería que hicieras —me rebate—. Ese era el plan, Rin. Desde el principio, la idea era que te centrases tanto en tu hermano como para olvidarte de lo que eres capaz de hacer sin él. —Cuando sonríe, yo pierdo la cabeza. No va a insistir en que me estoy equivocando. Es sin duda tal y como sospechaba—. Gracias, por cierto. Con el resto no habría sido tan sencillo. Barou es mucho más listo que tú y lo habría visto venir. Hasta Nagi, pese a depender de mis pases, se habría dado cuenta de…
—Cállate.
No puedo soportarlo más. Su gesto de avaricia, su ego resonando tras cada palabra que dice en mi contra. Empiezo a temblar, y cuando veo que se sorprende de que lo haya interrumpido, me doy la vuelta y echo a andar.
—¡Oh, venga ya! —me recrimina. Y por cuán cerca oigo su voz, sé que me está siguiendo—. ¡¿No es esto lo que querías escuchar?! —Me agarra del brazo y me da la vuelta—. Eres un imbécil. Tú sí que eres un pringado que se cree que todo lo que hacemos los demás está pensado solo para perjudicarte.
«Cállate», le repito en mi cabeza. No necesito verle fingiendo que mentía. Me da igual si es un paripé, estoy harto de oírle hablar. Que me ningunee, que se aproveche de mi decadencia. Cállate, Isagi. Cállate de una vez.
—Quieras o no, somos un equipo, joder —insiste. Amago con irme una vez más y sigue agarrándome para mantenerme firme—. Tú y yo, Rin. Te lo dije. Te dije que te ayudaría a quedar por encima de tu hermano, ¿acaso no lo…?
—Cállate. —Me suelto de él y no entiendo por qué le sorprende. Estoy temblando, no puedo más y su estúpida cara de cordero degollado me sigue atosigando—. Cállate.
—Él es el enemigo, no yo. Yo estoy contigo.
Vuelve a agarrarme y, aunque me zafo de nuevo, recorta el gesto y se aferra a mi brazo para que no me siga alejando.
—Si te enfrentas a mí, no conseguirás vencerlo —me dice—. Si no abres los ojos de una vez, nunca serás mejor que él.
—¡Cállate!
Espanto su mano de un golpe, pero no dejo que se aleje. Lo cojo de la sudadera, ayudado del antebrazo, lo estampo con rabia contra las taquillas de su espalda. La mía se ha cerrado del impacto. Sus ojos, en cambio, se mantienen abiertos con espanto cuando aprieto el brazo bajo su barbilla. No pestañea ni una vez, y yo tampoco. Y aunque he conseguido que deje de recitar de una vez por todas, de insistirme con algo que ya sé bien y de lo que no me olvido, mi inquietud me hace saber que de repente quiero que siga hablando.
Que siga siendo él quien me dice lo que me persigue tras cada esquina. Que me repita, que lo haga aunque yo le esté ahogando, que seguimos juntos en esto.
Pero mi propia impulsividad se me adelanta, y pese a que hace amago de ir a hablar, soy más rápido que su voz y callo cualquier posible reproche con un beso.
La garra que ejerzo sobre su sudadera se intensifica cuando siento una corriente recorriéndome de pies a cabeza. Estaba ardiendo y, de repente, el calor que me quemaba por dentro se convierte en una lluvia de calidez que me calma y atosiga a partes iguales. Mi rabia sigue presente, pero apenas la escucho. Se adueña de mi brazo, firme contra él. Se mimetiza con mis labios, que se han atrevido a separarse con la intención de hacer lo propio con los suyos. No sé qué se apodera de mí cuando me adentro en su boca e Isagi me recibe igual de alterado. Cuando mi lengua decide que, en vez de protestar, prefiere batirse en duelo con la suya en una disputa de la que ambas puedan salir ganando.
Sé que permanezco pegado a él apenas unos segundos y, aun así, cuando me separo tomo tal bocanada de aire que por un momento llego a marearme. Lo suelto de golpe, aún me tiemblan las manos cuando mi diestra deja de estar cogida a su ropa. E Isagi, perplejo frente a mí, me mira como si lo que viniera de hacer fuese la mayor locura que hubiera visto.
Él, que viene de dejarme en evidencia frente a todo Japón. Delante de todo el puto mundo.
Me gustaría decir que hasta mi impulso tiene más sentido que su traición, pero reconozco que me abruma haber perdido los estribos.
Dejo la mirada perdida y, procurando recuperar el control de mi respiración, me doy la vuelta y tomo el camino hacia los dormitorios. Decido que esta noche no voy a cenar.
Por su parte, y viendo que consigo llegar al cuarto sin que me interrumpan, asumo que Isagi ha optado por dejarme marchar de una vez por todas.